La obra titulada El tema de nuestro tiempo fué publicada en 1923 por José Ortega y Gasset recogiendo sus lecciones de Filosofía del curso 1921-22. Su éxito hizo que tuviese tres ediciones en vida de su autor, la tercera en 1934.
Ortega y Gasset, de formación y profesión filósofo, fué también un pensador interesado en la vida intelectual y política de la España y la Europa de su tiempo (el periodo que transcurre entre la Primera y la Segunda guerras mundiales), publicando numerosos artículos de opinión y análisis en periódicos como El Imparcial y sobre todo El Sol.
El título El tema de nuestro tiempo alude al tema que, a juicio de Oretega y Gasset, es el más importante para la Filosofía y en general para la cultura europea de su generación.
El tema de nuestro tiempo incluye un buen número de temas nietzscheanos, que Ortega interpreta de forma diferente y original. En general, y frente al pensamiento más negativo, crítico y polémico de Nietzsche, la interpretación orteguiana es más positiva y sus propuestas más argumentadas y conciliadoras con la tradición anterior.
Crisis de la cultura occidental. El conjunto de la cultura occidental (Filosofía, Arte, Religión, Ciencia, Moral) está en crisis desde comienzos del siglo XX:
La Filosofía ha puesto de manifiesto los límites de la razón humana, desde el optimismo inicial por alcanzar la verdad absoluta, eterna e inamovible (pensemos en la Teoría de las Ideas de Platón o en el método de Descartes).
El Arte ha roto con los cánones clásicos y neoclásicos y han surgido numerosas vanguardias artísticas.
La Religión ha ido perdiendo protagonismo y ya desde la Ilustración no es el fundamento de la moral y la política. Su protagonismo en la crisis de la cultura occidental es menor que el que le adjudica Nietzsche, pues Ortega considera que su declive es ya patente en el siglo XVIII.
La Ciencia también ha sufrido profundos cambios a comienzos del siglo XX con dos teorías (Teoría de Relatividad, Mecánica Cuántica) que ponen en cuestión los fundamentos clásicos.
Vitalismo. La vida cotidiana, espontánea, y no la cultura ha de ser la realidad central: la cultura ha de estar al servicio de la vida y no al revés. Pero discrepa con Nietzsche en:
Considerar la vida humana más allá de un mero fenómeno biológico formado por instintos y deseos. Los seres humanos tienen una dimensión trascendente, crean cultura que va más allá de sus vidas individuales.
La cultura mantiene su valor, no queda desprestigiada por la crisis que sufre. Pero debe estar al servicio de las necesidades vitales que en cada momento afrontan los seres humanos.
Historicismo. La Historia no es una mera acumulación de sucesos, hay un desarrollo histórico, una ley que explica el cambio. Coincide con Nietzsche en ensalzar la visión y empuje de algunos individuos frente a la pasividad del grupo (de la masa). Pero Ortega busca un compromiso entre grupo e individuo y lo encuentra en el concepto de generación. Una generación es un grupo de personas coetáneas, entre las cuáles algunos tienen el papel de líderes y el resto de seguidores. Cada generación retoma la cultura producida por las generaciones anteriores; si bien hay generaciones acumulativas y otras rupturistas.
Sócrates. También para Ortega es Sócrates un individuo clave de su generación, pues descubre el valor de los conceptos abstractos, de las definiciones universales. A partir de él se inicia una tradición filosófica que culmina en el racionalismo: la confianza en la razón como única herramienta para alcanzar verdades absolutas y eternas. Pero no es el resentimiento lo que mueve a Sócrates ni su descubrimiento del concepto abstracto y de la abstracción son errores o engaños, sino avances indispensables para el pensamiento humano.
Además de recoger y reinterpretar a su modo los temas nietzscheanos que ya hemos comentado, en El tema de nuestro tiempo se presentan algunas de las ideas más originales del filósofo español:
Raciovitalismo. La oposición entre de un lado la espontaneidad cambiante de la vida a lo largo de la historia y de otro las creaciones de la cultura (Filosofía, Arte, Religión, Ciencia, Moral) ha sido en Occidente (desde el descubrimiento socrático del razonamiento abstracto) resuelto en favor de la cultura: Europa ha puesto a la cultura por encima de la vida. En Filosofía, la corriente racionalista iniciada por Descartes representa la culminación de esta idea de razón entendida como una facultad opuesta a la espontaneidad e historicidad de la vida. Una razón que se enfrenta a sus propios límites en la filosofía de Kant y contra la que reacciona Nietzsche: frente a la voluntad de verdad de la metafísica de origen platónico, la voluntad de poder.
Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes —el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura— quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro.
Ortega coincide con Nietzsche en anteponer la vida a la razón (vitalismo), aunque solo sea porque sin vida no hay cultura, pero no en renunciar a ella. Para Ortega, el vitalismo en su versión más extrema renuncia a la razón y a sus resultados más valiosos: las verdades que la razón alcanza. Por tanto, frente a los excesos del racionalismo y del vitalismo, Ortega propone el raciovitalismo.
Perspectivismo. La posibilidad de combinar razón y vida (el raciovitalismo) depende para tener éxito entre otros factores de alcanzar una nueva mejor comprension del concepto de verdad. Para los racionalistas, la verdad es por completo independiente del sujeto que la conoce, cuanto más se aleja éste de sus circunstancias personales (las creencias y cultura de su época, sus intereses y personalidad) más fácil es llegar a la verdad. Si los seres humanos lograsen despojarse de todas sus circunstancias personales y quedasen reducidos a pura razón, alcanzarían de inmediato la verdad sin distorsiones ni diferencias entre ellos. Para los relativistas (vitalistas extremos) la verdad objetiva, independiente de las circunstancias personales, es imposible, es una quimera o peor aún un engaño que disfraza el resentimiento y la negación de los instintos vitales. Ambas propuestas son insuficientes:
La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanecer el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones anteriores parecían insuficientes, no encuentran eco en nuestra sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas obnubilaciones, como ve con toda claridad el sentido de ambas potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir necesitan el soporte de la vitalidad.
La propuesta de Ortega busca una síntesis entre la objetividad del conocimiento y la dependencia de las circunstancias vitales de quienes conocen. Esa síntesis es la teoría de la verdad como perspectiva. Para comprender su propuesta, es importante analizar los motivos por los que Ortega elige el concepto de perspectiva:
a) Ortega se ayuda de dos conceptos para explicar su noción de verdad: perspectiva y horizonte. La perspectiva en pintura o fotografía cuando contemplamos un paisaje. El horizonte cuando miramos a lo lejos, en tierra o en mar abierto. Ver un paisaje o contemplar la lejanía sólo puede hacerse desde un lugar, tenemos que estar situados en algún sitio. No existe el paisaje visto desde ninguna parte. La perspectiva o el horizonte remiten siempre a un observador que, situado en cierto lugar, mira lo que le rodea. Si el observador cambia de lugar, cambia su perspectiva o su horizonte.
b) El paisaje que miramos está fuera de nosotros, es objetivo. No depende ni se deja modificar por creencias o intereses. Dos observadores situados en el mismo punto, coincidirán en el paisaje que ven.
c) Hay mejores y peores perspectivas de un paisaje. Si nos tapa la vista un árbol cercano, nuestra perspectiva es peor que si no hay obstáculos delante nuestro. Si nos subimos al mástil del barco, nuestro horizonte es más amplio que si observamos desde cubierta.
d) Dejando a un lado deficiencias obvias, dos perspectivas de un mismo paisaje pueden ser igualmente bellas.
e) El horizonte del marino va cambiando según avanza su barco, y no por ello un horizonte es mejor que otro.
f) En pintura, la perspectiva es un descubrimiento que tiene un origen concreto en la Historia, y que después se ha empleado o descartado en función de la creatividad de cada pintor:
Trasladando estas características de las perspectivas y los horizontes visuales al concepto abstracto de verdad encontramos que:
a) No hay una verdad, sino múltiples verdades, según las circunstancias de quien se pone a pone a conocer la realidad.
b) La verdad es objetiva, no es una interpretación, una metáfora o una opinión.
c) No todos los modos de conocer son igualmente válidos, la razón y la ciencia son hasta el momento las mejores maneras de llegar a ella.
d) Distintas épocas pueden comprender la realidad de maneras igualmente verdaderas y complementarias.
e) Sucesivas generaciones pueden ampliar el conocimiento de la realidad desde una misma concepción o teoría o pueden innovar con diferentes y complementarias cosmovisiones.
f) La verdad objetiva, la razón y el método científico han sido descubiertos por los seres humanos y desde entonces empleados con éxito. Pero no deben monopolizar todas las facetas de la cultura: el arte o la religión tienen su lugar en ella sin estar sujetos a los criterios del pensamiento racional en general o del científico en particular.
El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. [...] La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad.
Es interesante advertir cómo en estos últimos tiempos, sin común acuerdo ni premeditación, psicología, «biología» y teoría del conocimiento, al revisar los hechos de que ambas actitudes partían, han tenido que rectificarlos, coincidiendo en una nueva manera de plantear la cuestión.
El sujeto, ni es un medio transparente, un «yo puro», idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas.
Volviendo al título del libro, podemos ahora aclarar con más precisión cuál es a juicio de su autor el tema más importante para la Filosofía y en general para la cultura europea de su generación. Se trata de superar el enfrentamiento entre dos posturas radicales:
¿Debe la vida estar al servicio de la cultura? Durante mucho tiempo los intelectuales europeos han pensado así: una vida es tanto más excelente cuanto más aporta a la Ciencia, al Arte, a la Filosofía o a la Religión.
¿Debe la cultura estar al servicio de la vida? Más recientemente (Nietzsche) ha surgido un modo de pensar que valora la cultura occidental (el cristianismo, el platonismo) como un impedimento para la vida.
El tema de nuestro tiempo (del tiempo de la generación de Ortega y de las siguientes), es hallar una síntesis entre cultura y vida en la que ambas se complementen sin excluirse entre sí. En el ámbito específico de la Filosofía la oposición ha tomado la forma de las doctrinas del racionalismo y el relativismo, y Ortega ofrece como propuestas positivas para superarlos sus doctrinas del raciovitalismo y el perspectivismo.
El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde «lugar ninguno». El utopista —y esto ha sido en esencia el racionalismo— es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.
Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.