¿Qué es la retórica?

Sócrates no escribió nada; sus enseñanzas las transmitió oralmente, en charlas y debates con ciudadanos atenienses.

Afortunadamente para nosotros, uno de los seguidores de Sócrates, Platón, escribió muchas obras en forma de diálogos. Los primeros de aquellos diálogos, muy influidos por las enseñanzas de su maestro, nos acercan a lo que pudo ser el pensamiento de Sócrates.

Sócrates en acción: ¿qué es la retórica?

En el diálogo Gorgias, Platón nos presenta un debate sobre la retórica: ¿qué es? ¿en qué se basa? ¿para qué sirve? Las tesis que defiende en esta obra el personaje de Sócrates son cercanas a las que pudo defender Sócrates, pero no estamos ya ante un diálogo de juventud sino ante uno de transición a las teorías propias de Platón, por lo que es más difícil afirmar que el contenido de Gorgias refleje fielmente el pensamiento de Sócrates. Sin duda refleja el tono general de sus discusiones, su desacuerdo con los sofistas y sus críticas a la democracia ateniense. Los personajes (Gorgias, Polo, Calicles, Pericles, etc.) y los hechos históricos a los que éstos aluden no son ficticios sino basados en la realidad del siglo V a.C.

Analizaremos aquí varios fragmentos de este diálogo, planteando al final de cada uno una serie de preguntas. 

¿Qué es la retórica?

Sócrates - Di sobre qué objeto; ¿cuál es, entre todas las cosas, aquella de la que tratan estos discursos de que se sirve la retórica?

Gorgias - Los más importantes y excelentes de los asuntos humanos.

Sóc.- ¿Cuál es ese bien que, según dices, es el mayor para los hombres y del que tú eres artífice?

Gor.- El que, en realidad, Sócrates, es el mayor bien; y les procura la libertad y, a la vez permite a cada uno dominar a los demás en su propia ciudad.

Sóc.- ¿Qué quieres decir?

Gor.- Ser capaz de persuadir, por medio de la palabra, a los jueces en el tribunal, a los consejeros en el Consejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos.

¿Cuál es la base de la retórica?

Sóc.-Continuemos; vamos a examinar lo siguiente: ¿Existe algo a lo que tú llames saber?

Gor.- Sí.

Sóc.- ¿Y algo a lo que llames creer?

Gor.- También.

Sóc.-Te parece que saber y creer son lo mismo o que son algo distinto el conocimiento y la creencia?

Gor.- Creo que son algo distinto, Sócrates.

Sóc.- Sin embargo, los que han adquirido un conocimiento y los que tienen una creencia están igualmente persuadidos.

Gor.-Así es.

Sóc.- Si te parece, establezcamos, pues, dos clases de persuasión: una que produce la creencia sin el saber; otra que origina la ciencia.

Gor.- De acuerdo.

Sóc.- ¿Cuál es, entonces, la persuasión a que da lugar la retórica en los tribunales y en las otras asambleas respecto a lo justo y lo injusto? ¿Aquella de la que nace la creencia sin el saber o la que produce el saber?

Gor.- Es evidente, Sócrates, que aquella de la que nace la creencia.

Sóc.- Luego la retórica, según parece, es artífice de la persuasión que da lugar a la creencia, pero no a la enseñanza sobre lo justo y lo injusto.

Intervención de Polo y definición de Sócrates

Polo - Contesta, Sócrates, qué es la retórica en tu opinión, puesto que crees que Gorgias tiene dificultad para definirla.

Sóc.- ¿Me preguntas qué arte es, a mi juicio?

Pol.- Exactamente.

Sóc.- Ninguna, Polo, si he de decirte la verdad.

Pol.- ¿Pues qué es la retórica según tú?

Sóc.- Algo que tú afirmas haber hecho arte en un escrito que he leído hace poco.

Pol.- ¿Qué es, entonces?

Sóc.- Una especie de práctica.

Pol.- ¿Según tú, la retórica es una práctica?

Sóc.- Eso pienso, a no ser que tú digas otra cosa.

Pol.- Una práctica ¿de qué?

Sóc.- De producir cierto agrado y placer.

Calicles se une a la discusión: una disgresión sobre lo placentero y lo bueno

Sóc.- ¿Afirmas que son la misma cosa placer y bien, o hay al placer que no es bueno?

Calicles - Para que no me resulte una contradicción si digo que son distintos, afirmo que son la misma cosa.

[...]

Sóc.- También los bienes y la felicidad y sus contrarios, los males y la desgracia, ¿no se toman alternativa»ente y alternativamente se pierden?

Cal.- Evidentemente.

Sóc.- Así pues, si encontramos dos cosas que se puedan perder y tener al mismo tiempo, es evidente que no podrían ser el bien y el mal. ¿Estamos de acuerdo en esto? Examínalo bien y contesta.

Cal.- Estoy completamente de acuerdo.

[...]

Sóc.- Dices que se siente dolor y placer al mismo tiempo si se bebe teniendo sed. ¿O es que estas dos sensaciones no se producen en el mismo lugar y tiempo, sea del cuerpo, sea del alma, según prefieras, pues en mi opinión no hay diferencia? ¿Es así, o no?

Cal.- Así es.

Sóc.- Pero, no obstante, dices que es imposible ser al mismo tiempo feliz y desgraciado.

Cal.- Lo digo, ciertamente.

Sóc.- Y has admitido que es posible sentir placer y dolor al mismo tiempo.

Cal.- Eso parece.

Sóc.- Luego sentir placer no es ser feliz, ni sentir dolor ser desgraciado; por consiguiente, resulta el placer distinto del bien.

La diferencia entre bueno y placentero vista desde otro ángulo

Sóc.- ¿Y qué? ¿Llamas buenos a los insensatos y cobardes? Al menos, hace un momento, no; al contrario, llamabas buenos a los decididos y a los de buen juicio. ¿O no llamas buenos a éstos?

Cal.- Sin ninguna duda.

Sóc.- ¿Y qué? ¿Has visto alguna vez gozar a un niño insensato?

Cal.- Sí.

Sóc.- ¿No has visto nunca gozar a un hombre insensato?

Cal.- Creo que sí. Pero ¿a qué viene eso?

Sóc.- A nada, pero responde.

Cal.- Sí, lo he visto.

Sóc.- ¿Has visto sufrir y gozar a un hombre sensato?

Cal.- Sí.

Sóc.- ¿Y quiénes sienten más el gozo y la aflicción, los sensatos o los insensatos?

Cal.- Creo que no hay gran diferencia.

Sóc.- Esto es suficiente. En la guerra, ¿has visto alguna vez a un hombre cobarde?

Cal.- ¿Cómo no?

Sóc.- ¿Y qué? Al retirarse los enemigos, ¿quiénes te parece que se alegran más, los cobardes o los valientes?

Cal.- Me parece que unos y otros se alegran mucho; en todo caso, apenas hay diferencia.

Sóc.- No importa. Así pues, ¿se alegran también los cobardes?

Cal.- Muchísimo.

Sóc.- También los insensatos, según parece.

Cal.- Sí.

Sóc.- Pero cuando se acercan los enemigos, ¿sufren solamente los cobardes o también los valientes?

Cal.- Unos y otros.

Sóc.- ¿De igual modo?

Cal.- Más, quizá, los cobardes.

Sóc.- Y cuando se retiran los enemigos, ¿no se alegran más?

Cal.- Tal vez.

Sóc.- ¿No es cierto, pues, que sufren y se alegran los sensatos y los insensatos, los cobardes y los valientes, de manera aproximada, según afirmas, pero más los cobardes que los valientes?

Cal.-Sí.

Sóc.-Pero, por otro lado, ¿los sensatos y los valientes no son buenos, y los cobardes y los insensatos, malos?

Cal.- Sí.

Sóc.- Luego ¿sufren y gozan casi en la misma medida los buenos y los malos?

Cal.- Eso digo.

¿Quiénes deben gobernar la ciudad?

Sóc.- Pero ¿llamas tú a la misma persona indistintamente mejor y más poderosa? Pues tampoco antes pude entender qué decías realmente. ¿Acaso llamas más poderosos a los más fuertes, y es preciso que los débiles obedezcan al más fuerte, según me parece que manifestabas al decir que las grandes ciudades atacan a las pequeñas con arreglo a la ley de la naturaleza, porque son más poderosas y más fuertes, convencido de que son la misma cosa más poderoso, más fuerte y mejor, o bien es posible ser mejor y, al mismo tiempo, menos poderoso y más débil, o, por otra parte, ser más poderoso, pero ser peor, o bien es la misma definición la de mejor y mas poderoso? Explícame con claridad esto. ¿Es una misma cosa, o son cosas distintas más poderoso, mejor y más fuerte?

Cal.- Pues bien, te digo claramente que son la misma cosa.

Sóc.- ¿No es cierto que la multitud es, por naturaleza, más poderosa que un solo hombre? Sin duda ella le impone las leyes, como tú decías ahora.

Cal.- ¿Cómo no?

Sóc.- Entonces las leyes de la multitud son las de los más poderosos.

Cal.- Sin duda.

Sóc.-¿No son también las de los mejores? Pues los más poderosos son, en cierto modo, los mejores, según tú dices.

Cal.- Sí.

Sóc.- ¿No son las leyes de éstos bellas por naturaleza, puesto que son ellos más poderosos?

Cal.- Sí.

Calicles se enfada con Sócrates

Cal.- Dime, Sócrates, ¿no te avergüenzas a tu edad de andar a la caza de palabras y de considerar como un hallazgo el que alguien se equivoque en un vocablo? En efecto, ¿crees que yo digo que ser más poderoso es distinto de ser mejor? ¿No te estoy diciendo hace tiempo que para mí es lo mismo mejor y más poderoso? ¿O crees que digo que, si se reúne una chusma de esclavos y de gentes de todas clases, sin ningún valer, excepto quizá ser más fuertes de cuerpo, y dicen algo, esto es ley?

Sóc.- Bien, sapientísimo Calicles; ¿es eso lo que dices?

Cal.- Exactamente.

Sóc.- Pues bien, afortunado amigo, también yo vengo sospechando hace tiempo que es a eso a lo que tú llamas más poderoso, y te pregunto porque deseo afanosamente saber con claridad lo que quieres decir. Pues, sin duda, tú no consideras que dos juntos son mejores que uno solo, ni a tus esclavos mejores que tú mismo porque sean más fuertes que tú. Sin embargo, di, comenzando de nuevo, ¿qué entiendes por los mejores, puesto que no son los más fuertes?

Cal.- Los más aptos.

Sóc.- ¿No ves que tú mismo dices palabras, pero no explicas nada? ¿No vas a decir si llamas mejores y más poderosos a los de mejor juicio o a otros?

Cal.- Sí, por Zeus, a éstos me refiero exactamente.

Sóc.- En efecto, muchas veces una persona de buen juicio es más poderosa, según tus palabras, que innumerables insensatos y es preciso que éste domine y que los otros sean dominados, y que quien domina posea más que los dominados. Me parece que quieres decir esto -y no ando a la caza de palabras-, si dices que uno solo es más poderoso que un gran número de hombres.

Quién debe gobernar, según Sócrates

Sóc.- Recuerda, pues, que hemos establecido dos procedimientos para cultivar cada una de estas dos cosas, tal, cuerpo y el alma; uno consiste en vivir para el placer; el otro en vivir para el mayor bien, sin ceder al agrado, sino, al contrario, luchando con energía. ¿No es esta la distinción que hemos hecho antes?

Cal.- Exactamente.

Sóc.- Luego uno de estos procedimientos, el que busca el placer, es innoble y nada más que pura adulación; ¿es cierto?

Cal.- Lo concedo, si tú lo deseas.

Sóc.- El otro procura que alcance la mayor perfección lo que cultivamos, sea el cuerpo, sea el alma.

Cal.- Sin duda.

Sóc.- Por consiguiente, ¿no debemos intentar atender a la ciudad y a los ciudadanos de manera que los mejoremos en el mayor grado posible? Pues sin esto, según hemos visto antes, no tiene ninguna utilidad el proporcionarles algún otro beneficio, si falta la recta y honrada intención de los llamados a adquirir grandes riquezas, algún gobierno sobre alguien o cualquier otra clase de poder. ¿Debemos establecer que es así?

Cal.- Desde luego, si es tu gusto.

Origen de los males que afligen a Atenas

Sóc.- Tú también, Calicles, haces ahora algo muy semejante. Elogias a hombres que obsequiaron magníficamente a los atenienses con todo lo que éstos deseaban, y así dicen que aquellos hicieron grande a Atenas, pero no se dan cuenta de que, por su culpa, la ciudad está hinchada y emponzoñada. Pues, sin tener en cuenta la moderación y la justicia, la han colmado de puertos, arsenales, murallas, rentas de tributos y otras vaciedades de este tipo. Pero cuando, como se ha dicho, venga la crisis de la enfermedad, culparán a los que entonces sean sus consejeros y elogiarán a Temístocles, a Cimón y a Pericles, que son los verdaderos culpables de sus males. Tal vez la emprenderán conmigo, si no te precaves, y con mi amigo Alcibíades, cuando pierdan, además de lo que han adquirido, lo que ya poseían antes, aunque vosotros no sois los autores de estos daños, sino quizá sólo cómplices.