El término ismo se emplea para nombrar a una corriente filosófica, literaria o artística, sobre todo cuando es efímera. Por lo general los ismos son movimientos de vanguardia que se caracterizan por la innovación o su condición experimental.

En 1912 se celebró en Sao Paulo la Semana del Arte Moderno en conmemoración de los cien años de la Independencia de Brasil. En esta reunión, músicos, pintores y poetas declararon la aparición de un movimiento que pondría a América al tanto de los que surgían en Europa, y que bajo la denominación de vanguardia erigían un monumento a “lo nuevo”. El Creacionismo y el Ultraísmo hicieron parte de esta vanguardia que quería romper con la tradición.

El Ultraísmo fue, junto con el Creacionismo, un movimiento literario que marcó las pautas de vanguardia para la consolidación de nuevas formas de expresión artística en América Latina. La palabra “ultra” buscó significar un nivel de pensamiento y de emoción que habite “más allá” de lo real conocido. Se trató, entonces, del intento de “sobrepasar” lo inmediato; a saber, la cotidianidad predecible y estable de la sociedad habitual.

Nacido en 1919 gracias a los poetas y ensayistas españoles Pedro Garfias, Guillermo de Torre y José Rivas Panedas, principalmente, el movimiento buscó romper con todos los moldes de la poética y la narrativa decimonónica —la modernista en singular—,

tomando como ejemplos e influencias primarias los trabajos de los pintores cubistas, las propuestas plásticas del movimiento francés conocido como Dadá y algunos de los avances estéticos provenientes del Futurismo italiano. Del Cubismo, el Ultraísmo rescató las nociones de fragmentación, ruptura y alteridad; del Dadaísmo, su búsqueda de una realidad que sobrepase los límites de lo esperado, y del Futurismo italiano, los conceptos de velocidad perceptiva, de imagen en movimiento y de aceleración creciente de sensaciones incapturables.