Emily Dickinson
Poema 245
TENÍA entre mis dedos una joya
y me dormí.
Era en un día cálido, el viento era cansino,
dije: «Se quedará».
Desperté. Y reprendí a mis fieles dedos:
la gema ya no estaba.
Y ahora es un recuerdo de amatista
todo lo que me queda.