Emily Dickinson

Poema 520

Me fui temprano -me llevé a mi perro-

a visitar el mar.

Las sirenas del sótano

salían a mirarme


y, en el piso de arriba, las fragatas

extendían manos de cáñamo, 

creyéndome una rata

encallada en la arena.


No huí, con todo. Hasta que el flujo

me llegó a los zapatos

y al delantal y al cinturón

y enseguida al corpiño,


tal como si intentara devorarme

como a una gota de rocío

en una flor de diente-de-león.

Entonces salí huyendo.


Él me siguió. Venía detrás, cerca.

Sentía su tacón de plata

en mi tobillo y mis zapatos

rebosaron de perlas.


Los dos llegamos hasta el pueblo firme.

No parecía conocer a nadie.

me miró con dureza

y se fue, haciéndome una venia.