Emily Dickinson
Salí temprano...

Salí temprano.

Cogí a mi perro y visité el mar.

Las sirenas de las profundidades

salieron para verme,

y las fragatas, en la superficie,

me arrojaron sus manos de cáñamo,

creyendo que yo era un ratón

en las arenas, atrapado.

Pero nadie me sacó.

Y la marea me cubrió los zapatos,

y el delantal, y el cinturón,

y me cubrió el corpiño también.

Y parecía que me iba a tragar,

como si fuera yo una gota de rocío

en la hoja de un diente de león.

Y entonces, yo también me moví.

El mar me seguía de cerca.

Sentía sus ondas de plata

en mi tobillo; después,

mis zapatos rebosaron perlas.

Hasta que llegamos a la ciudad segura.

Él parecía no conocer a nadie allí,

y, saludándome, con una mirada poderosa,

el mar se retiró.

Temo a la persona de pocas palabras.

Temo a la persona silenciosa.

Al sermoneador, lo puedo aguantar;

al charlatán, lo puedo entretener.

Pero con quien cavila

mientras el resto no deja de parlotear,

con esta persona soy cautelosa.

Temo que sea una gran persona.

Emily Dickinson

de El viento comenzó a mecer la hierba. Trad. Enrique Goicolea