Emily Dickinson
Poema 355
No era la Muerte, pues yo estaba de pie,
Y todos los Muertos están tumbados—
No era la Noche, pues las Campanas
Se agitaban a Mediodía.
No era el Frío, pues en mi Piel
Sentí Sirocos—reptar—
Ni el Fuego—pues mis pies de Mármol
Podían helar un Santuario—
Y sin embargo, se parecía a todas
Las figuras que había visto
Ordenadas para un Entierro,
Y me recordaron al mío—
Como si hubieran recortado mi vida
Y la hubiesen puesto en un marco,
Y no pudiera respirar sin una llave,
Y fuera a Medianoche—
Cuando todo lo que late—se detiene—
Y el Espacio mira a su alrededor—
O las Espeluznantes heladas—los primeros llantos de Otoño,
Levantan la tierra apaleada—
Pero, como el Caos—Interminable—Insolente—
Sin Esperanza, ni Mástil—
Sin siquiera un Informe de Tierra—
Para justificar—la Desesperación.