Emily Dickinson
La tempestad

Súbito vino un viento como un clarín;

un estremecimiento corrió en la grama,

y un verde escalofrío sobre el calor

pasó tan ominoso

que trancamos las ventanas y las puertas

como ante un fantasma esmeralda;

la eléctrica alpargata de la catástrofe

en aquel instante pasaba.

Extraño tumulto de convulsos árboles

y de cercas volando

y ríos con casas corriendo

vieron los vivos aquel día.

En la torre la campana enloquecida

las volantes nuevas arremolinaba.

¡Cuánto puede venir,

cuánto puede pasar,

pero seguir en el mundo!