IV Jornadas Nacionales de Investigación de Educación Avanzada
IV Jornadas Nacionales de Investigación de Educación Avanzada
Ponencia Individual.
Resumen: El acontecimiento de la lectura como herramienta pedagógica.
A pesar de las desalentadoras estadísticas sobre el hábito lector en la juventud venezolana, la certeza de que somos repositorios y hacedores de cultura hace de nosotros sujetos narrativos-activos, rompiendo el cerco del temor al fracaso y el letargo producto de estos tiempos de sedentarismo y mecanicidad. Reconocer que todos tenemos algo qué contar, y que no hay historias buenas o malas (al momento de ser narradas), se convierte en impulso para la creación en estudiantes de Educación Universitaria. La unidad curricular Apreciación Literaria de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE) deja testimonio de este enunciado al hacer concurrir en una misma aula de clases estudiantes de diferentes Programas Nacionales de Formación (PNF) entre Danza, Audiovisuales, Educación, Teatro, Música y Artes Plásticas; quienes independientemente de sus destrezas adquiridas, con anterioridad, en cuanto a la escritura literaria y su afición por la lectura, se motivan a mirarse de nuevo para narrar sus historias, respondiendo al estímulo de una obra literaria atractiva que despierte en ellos esa necesidad de repensar-se. Julio Cortázar, indiscutible referente literario de nuestro continente, a treinta y cinco años de su fallecimiento, sigue despertando, gracias a su narrativa breve incendiaria y aún innovadora, ese interés insurgente por buscar-nos y encontrar-nos en mundo necesariamente dado del que buscamos rebelarnos.
En pleno siglo XXI, las tecnologías avasallantes poco a poco se van rindiendo ante las vitrinas y las apariencias, marcando esta nueva forma de vida. Una desconexión total con nuestra memoria colectiva, con la naturaleza, con nuestro entorno familiar, con los valores y los hábitos saludables; es lo que impera en esta época. El pensamiento crítico se va convirtiendo en una especie de mito o utopía, lejos, cada vez más lejos, de una juventud que obligatoriamente tiene que detenerse, repensarse y reubicarse para estar en consonancia con el papel histórico que le toca encarnar para lo bueno, para lo hermoso, para lo productivo, para el futuro.
La batalla cultural cada día se forja con mayor protagonismo porque el dueño de la cultura es quien gana la guerra. “De allí que la raíz última de los conflictos deba ser detectada en la cultura”, dice Luis Britto García, porque “mediante ésta se logra la imposición de la voluntad al enemigo extraterritorial o de clase, se inculcan concepciones del mundo, valores o actitudes” . No es gratuita la deformación de las manifestaciones artísticas para adecuarse a modas cada vez más enajenadas, porque “a los arsenales de la guerra sicológica, han añadido las grandes potencias las armerías de la guerra cultural” . A los dueños de todo, para decirlo más claro, no les conviene que nos miremos de nuevo, con detenimiento, para que no corramos el riesgo de darnos cuenta de que nos hemos convertido, acaso, en la sombra de lo que alguna vez pudimos llegar a ser. Así que “con operaciones de penetración, de investigación motivacional, de propaganda y de educación, los aparatos políticos y económicos han asumido la tarea de operar en el cuerpo viviente de la cultura” .
Entre ritmos incitadores y letras baldías, vamos caminando con el estupor rumiando nuestros pasos. Avanzamos a empujones entre tráfico caótico, confort impagable, la vida en constante peligro, mirándonos al espejo de las apariencias primero y luego el alma; hasta que nos descubrimos viejos, gastados, sin ganas de luchar contra tanta desidia. Nos dejamos vencer mientras canturreamos reguetón (con o sin gym). Entonces, al final del horizonte, surge una leve y terca esperanza: construir o relacionar esa dialéctica entre deber histórico y realidad. Se trata de esa realidad “profundamente matizada por la praxis alienada del hombre de nuestros días, que resulta caótica, extraña a la misma comprensión y experiencia humanas” .
En cualquiera de sus disciplinas, el arte y su posibilidad de creación irrumpen para romper este letargo , aquella especie de hipnosis (o de insomnio). Particularmente la literatura, esa que nos invita a narrarnos mediante la palabra, resulta agitadora. Leer, en el sentido del disfrute y el goce gracias al hábito lector, nos abre puertas y ventanas y universos y posibilidades infinitas de conocer nuevas realidades pero, además, nos despierta de forma indiscutible esa necesidad de narrarnos a nosotros mismos.
Resulta indispensable retomar la categoría de “pasión lectora” que nos presenta y estampa la intelectual venezolana Gladys Madriz , quien nos recuerda que “la gente es enseñada a leer para corroborar lo que sabe, o bien para adquirir conocimiento, que por aquello de que debe ser objetivo, se siente distante y poco provocador del cambio personal”, aclarando que “no se trata aquí de leer para acumular conocimientos sino para abrirnos a la experiencia de cambiar con la lectura” . Tal como lo afirma Madriz, el acto de la lectura es constructivo-creativo en diversas formas. Sólo basta encontrar esa chispa que encienda un aula llena de estudiantes expectantes ante esta compleja realidad que nos rodea. Si al ser adultos, con la acumulación de años y lecciones que eso significa, seguimos en la búsqueda incansable de respuestas, ¿qué queda para esta generación de nativos digitales que se enfrentan a tan duros momentos históricos?
Comienza, entonces, ese camino hacia el umbral . Búsqueda de razones, de motivos, de respuestas, de espaldarazos y palabras de aliento, de brazos abiertos dispuestos a recibirnos. ¿Será que nos atreveremos a cruzarlo? Rafael Fauquié nos recuerda que la lectura es un acto de acercamiento. ¡Y cuánto necesitamos acercarnos en medio de la enajenación brutalmente impuesta por un sistema político y económico que atenta, sin piedad alguna, a la condición humana! Diría nuestro cantor del pueblo, Alí Primera, “cuando nombro la Poesía nombro al Hombre” , porque es en el poder de la palabra donde podemos realmente encontrarnos, reconocernos, reconciliarnos y perpetuar nuestro paso por este estropeado mundo.