MIS COMPAÑERAS DE ESCUELA ME HAN INSULTADO: EL LENGUAJE, SÍMBOLO DE PODER ENTRE MUJERES ESTUDIANTES

Mtra. Angélica Alvirde Castañeda

Doctorante en Ciencias de la Educación por el

Instituto Superior de Ciencias de la Educación

del Estado de México ISCEEM

angie_alca_20@hotmail.com

Resumen

Este artículo tiene como propósito identificar violencias emitidas por medio del lenguaje verbal entre mujeres estudiantes de una escuela secundaria, rescatados por medio de relatos orales y escritos desde en enfoque metodológico biográfico narrativo. El menosprecio y las denostaciones a través de palabras “puta”, “zorra”, “perra” forma parte del mundo de vida de las estudiantes y son los insultos más frecuentes que ellas emiten para atacarse o defenderse ante sus rivales de amores y así imponer jerarquías a través de cuestionar sus actos y otorgarles connotaciones sexuales e intenciones eróticas.

Palabras clave: Violencias simbólicas, mujeres estudiantes, escuela secundaria.

Abstract

The purpose of this article is to identify violence emitted through verbal language among female students of a junior high school, rescued through oral and written accounts from a narrative biographical method. The contempt and denotations through words “whore”, “slut”, “bitch”, is part of the life and are the most frequent insults that they emit to attack or defend themselves against their love rivals and thus impose hierarchies through questions their acts and granting them sexual connotations and erotic intentions.

Keys Words: Symbolic violence, female students, secondary school


Introducción

Las violencias en entornos escolares es sus múltiples manifestaciones, es una de las principales problemáticas que enfrenta día a día el alumnado, profesorado y las familias alrededor del mundo, las consecuencias de dicha problemática son alarmantes, pues no sólo quedan al interior de las aulas, sino, trascienden en las vidas de los y las escolares.

En México la violencia en el sector educativo se puede visualizar en bullying o acoso escolar, sin embargo, no es la única forma en la que se manifiesta ya que también existe el wollying también conocida como violencia entre mujeres. Las violencias hacía, de y entre mujeres, son frecuentes ya que según el Informe nacional sobre violencia de género en la educación básica en México, reveló que existen diversas formas de violencia y discriminación de género que se desarrollan en el ámbito escolar, y no necesariamente se centre en el bullying, pues otras formas de violencia entre mujeres escolares es debido a la apariencia física (altas, blancas, morenas, bajitas, gordas) por la vestimenta, el habla, las costumbres, alguna discapacidad, desprestigio sexual, entre otros motivos o razones. Muchos de estos casos de violencia entre las escolares se dan por causas no creíbles, por ejemplo, las víctimas “no responden al estereotipo que se espera de […]ellas” (SEP/UNICEF, 2009, p. 16), en la educación pública y privada.

Las agresiones entre mujeres en ambientes escolares son problemáticas invisibilizadas, pues no es detectada tan fácilmente, ya que, se inicia con críticas hacia la vestimenta, la apariencia física, la reputación sobre todo sexual, la moral y en algunas ocasiones culmina con agresiones físicas. La inquietud por documentar las experiencias de violencias entre las jóvenes de la escuela secundaria lleva a plantear algunos cuestionamientos: ¿Cómo viven las estudiantes la violencia desde su rol femenino? ¿Qué formas de violencia se manifiestan entre las estudiantes de la escuela secundaria? ¿Por qué inician los conflictos entre las estudiantes? Los anteriores cuestionamientos llevan a documentar y analizar las formas de violencias simbólicas más recurrentes entre las estudiantes de la escuela secundaria.

El presente artículo muestra las diferentes violencias simbólicas a través del lenguaje verbal por medio de los insultos para desprestigiar la sexualidad entre las estudiantes de una escuela secundaria ubicada en el Valle de Toluca Estado de México, México, asimismo revela los principales motivos de los conflictos, recuperados por medio de relatos escritos y orales.

Los resultados mostrados en este artículo forman parte del trabajo de tesis doctoral Las violencias entre mujeres estudiantes de una escuela secundaria, abarca no tan sólo las violencias simbólicas por medio del lenguaje verbal, sino también las difamaciones y las violencias físicas entre mujeres estudiantes de una escuela secundaria.

Algunas consideraciones teóricas

Ser mujer en las estudiantes

La mujer como constructo considera una multiplicidad de circunstancias como es la condición económica, política, cultural e histórica, asimismo “expresa el nivel de síntesis más abstracto: su contenido es el ser social genérico [determina características y cualidades que las definen]. Cuando se usa la voz mujer se alude al grupo sociocultural de las mujeres” (Lagarde, 2014, p. 80), es decir como colectivo, desde categorías generalizables como el sexo, la biología, y el género, cuando a la mujer se le concibe por medio de la sexualidad se niega la realidad desde la multiplicidad de escenarios, por lo que “no existe la mujer en general” (Jaiven, 1987, p. 14) ya que no hay mujeres iguales, las diferencias de cada una son a partir de circunstancias, acontecimientos tanto físicos, sociales, culturales y económicos en las que se desarrollan.

Al hablar del término mujeres, se hace referencia a una categoría social, también se incluye el sentido del yo, cuya identidad está socialmente construida, tomar en cuenta las particularidades. Cada mujer tiene una identidad propia por lo que confluyen en su ser elementos únicos y a pesar de esto, las unen situaciones similares, en especial la opresión del patriarcado cuyos esquemas son vivenciados desde el nacimiento, y reproducidos por las propias mujeres.

La categoría mujeres, desde la teoría performativa plantea cuestionar el lugar que ocupan las mujeres en el mundo, ya que “no siempre se constituye de forma coherente o consistente en contextos históricos distintos, y porque se entrecruzan con modalidades raciales, de clase, de etnia, sexuales y regionales de identidades discursivamente constituidas” (Butler, 2007, p. 49).

Las mujeres estudiantes de la escuela secundaria, se les observa como mujeres, en interacción con sus semejantes con los cuales comparten anhelos, deseos, sentimientos, sin embargo, los estereotipos de feminidades hegemónicas están latentes, arraigadas en su deber ser.

Las características de feminidades estereotipadas o hegemónicas, nacen a raíz del antagonismo entre la sexualidad y la cultura, ejes nodales para dictar las desigualdades. Dentro de estas disparidades,

las mujeres […] requieren a los otros –los hombres, los hijos, los parientes, la familia, la casa, los compañeros, las amigas, las autoridades, el trabajo, las instituciones–, y los requieren para ser mujeres de acuerdo con el esquema dominante de feminidad. (Lagarde, 2014, p.82)

La ambivalencia entre las subjetividades de las mujeres y el esquema hegemónico de feminidad, está presente en el mundo de la vida, como una lucha entre las creencias sociales y morales; el sentir individual, la forma de percibir la realidad y actuar de las mujeres estudiantes. Estas manifestaciones están en constante disputa en un sentido histórico cultural para la elaboración del ser mujeres a partir de sus condiciones particulares de vida.

De la violencia en singular a las violencias en plural

La violencia como acto social busca el poder sobre el otro, establece un orden social no regulado desde el diálogo, dicha falta de regulación humana conlleva a desarticular las estructuras sociales establecidas, en este sentido la violencia trata de redireccionar a un nuevo orden, sin embargo, durante el proceso derriba “las capacidades autoreflexivas o creativas de ciertos actores que ven en ella una forma de acción válida frente algunos contextos” (Arteaga y Arzuaga, 2017, p. 11).

La postura de Michel Wieviorka coloca a la práctica de violencia ejecutada por los sujetos en el eje nodal para comprender “cómo individuos y colectivos presentan dificultades para constituirse como actores, es decir, como personas capaces de construir su historicidad, su vida y con ello en agentes de cambio” (Arteaga y Arzuaga, 2017, p.76). Entender la violencia individual y a los sujetos “para observar en tanto sea posible el trabajo que él produce sobre sí mismo, y que se concreta, según el caso, y en función del contexto o la situación” (Wieviorka citado en Arteaga y Arzuaga, 2017, p.77). Para Wieviorka (2008) la violencia no se podrá abordar sin tomar en cuenta las ideas de los sujetos, en este caso las de las estudiantes y las subjetividades de las mismas como es su trayectoria de vida, experiencias, el contexto en el que han vivido, el énfasis en el tono de voz, intencionalidad, las muecas, las miradas.

Entender la subjetividad como las construcciones individuales en donde el sentido subjetivo es la interpretación de lo vivido, ya que existe una interacción con los individuos, es decir en un mundo cultural intersubjetivo, “es intersubjetivo porque vivimos en un mundo como [humanos] entre otros [humanos], con quienes nos vinculan en circunstancias y labores comunes, comprendidos por los demás y siendo comprendidos por ellos” (Schutz, 1962, p. 41). La intención de la investigación es mirar la problemática “desde el ámbito más personal, íntimo y subjetivo” (Wieviorka, 2001, p.116), pues la subjetividad de las mujeres se configura a partir del mundo de la vida en el que se encuentran, la particularización de los valores, normas sociales y morales, creencias religiosas, así como lenguajes, para desembocar en las diferentes maneras de pensar, sentir, proyectar un acto, accionar y racionalizar.

El wollying o violencias entre mujeres

Dentro del carácter multiforme de las violencias entre mujeres, se está buscando determinar el wollying, palabra que se puede traducir como acoso escolar entre mujeres, resultado de la unión del bullying con woman. En el wollying o acoso escolar entre mujeres está presente la competencia, rivalidades disfrazadas de amistades entre mujeres, chismes, insultos y violencia física. Parece ser un hecho social común, en el cual la frase “entre mujeres podremos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño” crea una fantasía de solidaridad, sin embargo, esconde una multiplicidad de transgresiones entre el género femenino.

Las descalificaciones, insultos, rivalidades entre mujeres llevan a una lucha para imponer jerarquías con las otras y el reconocimiento social. Dicho reconocimiento social se obtiene por medio de la relación con los hombres (padres, cónyuges, hijos), es decir, existe una visión androcéntrica para el caso de las estudiantes a partir de los novios, amigos, docentes.

En consecuencia, la representación androcéntrica de la reproducción biológica y de la reproducción social se ve investida por la objetividad de un sentido común, entendido como consenso práctico y dóxico, sobre el sentido de las prácticas. Y las mismas mujeres aplican a cualquier realidad y, en especial, a las relaciones de poder asimilación de estas relaciones de poder y que se explican en las oposiciones fundadoras del orden simbólico. (Bourdieu, 2000, p. 27).

Es decir, la visión androcéntrica está presente en la posibilidad de proyectarse en el mundo imbricada en las bases de una feminidad hegemónica, así como en bases morales religiosas que desde niñas se ha enseñado a perseguir.

Las agresiones entre mujeres estudiantes son identificadas por medio de las violencias simbólicas (insultos, apodos, que buscan evidenciar las diferencias de fenotipo como complexión corporal, altura), y arreglo personal, económicas, raciales, lingüistas, violencia física, sexuales con la violencia moral (que se consideran a través del lenguaje ya sea expresado o escrito a través de denuncias anónimas en las paredes de los edificios escolares, y sanitarios escolares). Algunos de ellos se han naturalizado, ya que, se inicia con críticas hacia la vestimenta, la apariencia física, la reputación sobre todo sexual, la moral y en algunas ocasiones culmina con agresiones físicas.

Las violencias simbólicas

La reproducción de las desigualdades simbólicas en las diferentes sociedades se simboliza en la cultura en dos elementos: comunicación y conocimiento. Los anteriores elementos hacen posible un consenso social del orden y las normas morales. Por lo tanto, los sistemas simbólicos son “sistemas de clasificación bipolar enraizados en la oposición fundamental dominante/dominado” (Fernández, 2005, p. 11) en esta dicotomía existe una subjetivación de quien percibe o ejecuta la agresión.

El poder simbólico del lenguaje supone el reconocimiento de los significados en su uso lingüístico, por lo cual el receptor de dicho poder acepta o rechaza dichas agresiones y una vez aceptado dicho poder se convierte en cómplice, ya que este poder se basa en:

la legitimidad de las palabras y de la persona que las emite, y sólo opera en la medida en que aquellos que lo experimentan reconocen a quienes lo ejercen. Todo ello significa que, para explicar esta acción a distancia, esta transformación real efectuada sin contacto físico (Bourdieu y Wacquant, 2005, p. 215).

Las violencias simbólicas dentro de la comunicación entre las estudiantes, se percibe por medio de los insultos como “perra”, “puta” o “zorra” entre otras palabras ofensivas, en el que no existe un daño aparente, a pesar de esto, se encuentran latentes detrimentos emocionales que perdurarán o se desvanecerán según la percepción de cada estudiante. Estas jerarquías del lenguaje son subjetivas de acuerdo al conocimiento o desconocimiento de lo que para ellas significan las emisiones lingüísticas expresadas, pues las variaciones en los significados dependen de la posición de las hablantes para objetar las agresiones, por lo tanto se llega a cumplir la posición de dominante y dominado en un mismo acto.

Las violencias simbólicas se nutren por otras categorías relevantes como es el habitus, la complicidad objetiva del agente social y la actividad performativa de las palabras estos elementos se encuentran presentes al hablar y analizar las violencias simbólicas, precisamente por el dominio implícito en las posiciones que juegan las estudiantes.

El habitus, se hace presente en los actos cotidianos, es decir en el mundo de la vida, muestra las disposiciones de las prácticas sociales instauradas, pero también aquellas reestructuraciones hechas por las estudiantes, por lo tanto, el habitus es el “fruto de la incorporación de una estructura social en forma de una disposición casi natural, a menudo con todas las apariencias de lo innato” (Bourdieu, 1999, p. 223), es casi imperceptible y sin embargo está latente en cada momento.

Las violencias simbólicas se despliegan en diversos campos entre ellos el educativo, desde la reproducción de las desigualdades en el alumnado como es el color de piel, el lenguaje, lo económico, religioso, estética, y por supuesto el género entre otras. En esta forma de conocimiento y de lo simbólico se puede entender las violencias entre mujeres por medio de las agresiones no manifiestas, no explícitas y difíciles de detectar, agresiones que son parte de la cotidianeidad.

La escuela secundaria

La institución educativa seleccionada para llevar a cabo la investigación es la Escuela Secundaria Técnica Industrial, ubicada en el municipio de Almoloya del Río Estado de México, México, está ubicada en una de las entidades de la República Mexicana con mayor índice de violencia de género, así como de feminicidios.

Las formas de interacción social entre el alumnado es la violencia de género van desde las agresiones sexuales expresadas en tocamientos corporales sin consentimiento entre diferente y el mismo género, discriminación hacia orientaciones sexual no heterosexuales, así como, la forma en que se utiliza el lenguaje androcentrista, términos peyorativos que ponen en cuestión al prestigio de las alumnas entre tantos se han escuchado “zorras, perras o putas” entre otras.

Una de las formas de violencia que se expresa entre las jóvenes estudiantes es atacar por rivalidad de diversos tipos como lo es la apariencia física, popularidad, hasta las discusiones por algún chico, estos enfrentamientos suelen iniciar con discusiones verbales hasta llegar a la violencia física.

La metodología: Las narrativas y los relatos de vida para recuperar los datos empíricos

El diseño metodológico se basa en la investigación narrativa propuesta por Chase (2015), Bolívar (2002), así como, Bolívar, Domingo y Fernández (2001), el cual consiste en recuperar vivencias con ayuda de relatos orales y/o escritos sobre algún acontecimiento, en este caso se rescataron experiencias de violencias entre estudiantes de educación secundaria con ayuda de relatos escritos y orales.

Los relatos escritos se realizaron por medio de una invitación abierta a las estudiantes pertenecientes a dos grupos de tercer grado de la escuela secundaria. En la recuperación de la información participaron 23 estudiantes que realizaron los escritos de manera voluntaria.

Los relatos escritos fueron fundamentales para que se lograra reconocer a las estudiantes que tuvieran vivencias de violencias entre mujeres. Nueve de las estudiantes accedieron a ser entrevistadas. Los relatos orales fueron recuperados a través de entrevistas semiestructuradas, para poder rescatar los relatos de las experiencias sobre las violencias entre mujeres. Con las entrevistas semiestructuradas, se tuvo la posibilidad de mezclar preguntas previamente preparadas con aquellas que surgieron en el momento con el propósito de indagación más profunda y de esta manera obtener datos precisos sobre el tema de violencias entre mujeres estudiantes, sin embargo, también se tiene la flexibilidad de adecuar y cambiar las preguntas formuladas con anticipación.

El uso de los datos fue confidencial por lo cual a las estudiantes se les proporcionó un documento sobre un acuerdo de donación en el que se explicita que las actividades de investigación consisten en la grabación digital de las entrevistas y cuyo material obtenido de las mismas será destinado únicamente a la investigación científica. Para dar legalidad a este documento se pidió fuera validado por sus padres, madres o tutores, quienes fueron testigos.

Resultados

El lenguaje como símbolo de poder

Los habitus lingüísticos como una estructura social se hacen presentes en los insultos cotidianos, casi imperceptibles y en algunas ocasiones normalizados. Esta forma de poder ilocutorio “es definido en y por una relación determinada que produce creencias de legitimidad de la persona que las emite, y solo opera en la medida en que aquellos que lo experimentan reconocen a quienes lo ejercen” (Bourdieu y Wacquant, 2005, p.215). Es claro que las violencias simbólicas por medio de los insultos concurren a distancia, se efectúa sin necesidad de contacto físico, pero una vez que son interiorizados las consecuencias son innegables y con efectos duraderos.

Los insultos que efectúan y reciben las estudiantes de la escuela secundaria son variados y tienen diversas connotaciones desde poner en duda la reputación sexual con expresiones como “zorra”, “perra”, “dejada”, “resbalosa”, “piruja”, “gata”. Asimismo, se agreden con insultos para descalificar la apariencia física con palabras como “gorda”, “tabla”, “negra”, con la intención de imponer el dominio sobre las demás por medio de estereotipos de las corporeidades.

Insultos como forma de desprestigio sexual

La sexualidad en la historia de la humanidad es uno de los elementos más importantes de la conformación de la cultura, es una distinción entre los animales no racionales, ya que la sexualidad se racionaliza, así como se le impone características propias de ciertos grupos sociales. Para el caso de las mujeres está restringida por las creencias tanto religiosas como morales, estas estructuras socioculturales fundamentan las imposiciones patriarcales a la figura femenina, al observar a la sexualidad como un elemento de opresión de las mujeres y de dominio masculino; de enemistad histórica entre las mujeres que significa escisión interior de cada una, enemistad entre pares femeninos que coexiste y alimenta el encuentro de hombres que realizan su carisma erótico entre ellos, iguales, superiores, admirables, enamorados de ellos mismos. (Lagarde, 2014, p. 199)

Estas relaciones sobre la sexualidad tan antagónicas muestran las disparidades entre hombres y mujeres, los aspectos de jerarquías por medio de la sexualidad han estado presentes en los diversos grupos sociales, por lo cual estas ideas de dominación sexual desde la idea androcéntrica son asumidas por las mujeres como un poder negativo que surge de un instinto erótico. En sí a las mujeres se les observa y en algunos casos ellas mismas se asumen desde la valoración “de su cuerpo y de su sexualidad” (Lagarde, 2014, p. 199).

Las mujeres como objeto sexual desde el pensamiento patriarcal se les asocia desde el ser para los demás, es decir rinden cuentas de su vida privada sexual al ámbito público. En contraposición este poder sexual también es utilizado como intercambio y negociación a favor de aquellas mujeres que la utilizan para sus beneficios, de esta manera no están desarmadas a la sombra de la opresión patriarcal.

Sin embargo, aquellas mujeres que recurren al poder sexual y erótico son ubicadas de un modo negativo, como mujeres sin valores morales, “son consideradas por su definición esencial erótica como malas mujeres, se trata de las putas” (Lagade, 2014, p.202). Es precisamente la categoría de puta la que enuncian las nueve estudiantes entrevistadas, ya sea ser por ser consideradas por sus compañeras como una puta o haber escuchado esta aseveración hacia sus pares.

Las putas es un concepto disperso, indefinido y sin embargo presente en la vida de las mujeres, que las ha perseguido en algún momento de su vida, pues está ligado al erotismo, y en la cultura mexicana es un tabú. El ser puta se asocia con: prostituta, pero putas son además […] las mujeres seductoras […] las coquetas, las relajientas, las pintadas, las rogonas, las ligadoras, las fáciles, las ofrecidas, las insinuantes, […] y desde luego, todas las mujeres son putas por el hecho de evidenciar deseo erótico, cuando menos en alguna época o en circunstancias específicas de vida. (Lagarde, 2014, p.561).

Por lo tanto ser mujer es sinónimo de ser puta, y esta idea está arraigada desde la niñez y la juventud de las mujeres, así lo enuncian las nueve estudiantes entrevistadas, en el caso de Ximena, afirma que algunas de sus compañeras de grupo dicen “que era bien puta por que estaba yo con su novio… cosas así… cuando yo ni al caso con ese chavo” (2019) o en el caso de Endy, alcanza a percibir que este tipo de expresiones son asociados con ella, ya que en palabras de la estudiante reconoce que sus compañeras: “dicen que soy …una puta… por que les quiero quitar a sus novios” (2019) o Natalia “en las puertas de los baños a veces dejan los típicos mensajes de que eres una puta, hasta incluso ponen el grado y el grupo” (Natalia, 2019). Poner en duda la reputación sexual, es un acto cotidiano en las estudiantes de la escuela secundaria, esta forma a la cual Segato (2003) llama violencia moral que domina el conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los estatus relativos entre los términos de género” (Segato, 2003, p. 107), estatus desde el androcentrismo y el patriarcado. Este tipo de violencia es invisible pues encubre las consecuencias que trae consigo. Otro de los testimonios escritos muestra los motivos por los cuales las jóvenes se agreden:

Este año he recibido insultos por parte de una compañera de tercero “D” qué me dicen que soy una puta que porque según me metí en su relación con un compañero Alejandro. Cuando las cosas no sucedieron así, ellos ya habían terminado y fue cuando empecé andar con él. (Anónimo, 2019)

La palabra puta es una de las formas de dominio y denostación más recurrente que realizan las mujeres (al igual que los hombres) hacia otras mujeres, por lo cual es un habitus lingüístico, normalizado, casi imperceptible, sin embargo, trae consigo elementos de carácter moral, en el que la sexualidad de las estudiantes es vista como un tabú y es algo indeseable. Esta manera de agredir se logra cuando las receptoras de este habitus se “apropia[n] eróticamente de ellas, en el entendido del consentimiento por parte de ellas” (Lagarde, 2014, p.560). La categoría de puta reprueba el erotismo de las mujeres y al hacerlo confirma la opresión femenina desde la idea patriarcal.

La palabra puta no es la única que utilizan las estudiantes de la escuela secundaria para imponer su poder sobre las demás, han dado a conocer por medio de los relatos orales que emplean otros vocablos para desprestigiar la sexualidad de sus compañeras de escuela o de clase, estas palabras son “zorra”, “perra”, “gata”, “piruja”, entre otras tantas que encierran el estereotipo de las mujeres promiscuas asociadas a la mujer prostituta, ya que “a las prostitutas se les llama mujerzuelas, malas mujeres, mujeres públicas […] gatas, pecadoras, coimas, perdidas, ninfas, pupilas, cortesanas, damiselas, rameras, meretrices, hetairas, zorras, perras, […] y putas. (Lagarde, 2014, p. 561).

Las palabras puta, zorra, perra, gata son utilizadas entre las estudiantes con pequeñas distinciones. Estas distinciones no las pueden identificar plenamente, ya que al hacerles el cuestionamiento de lo que para ellas significaban estas palabras Ximena mencionó:

Para mi el sentido de la palabra puta es que las mujeres o así… las adolescentes lo dicen como cuando… tu tienes un novio y como que según tu, esa chava está queriéndote bajar al novio que se está ligando ahí ligando o cosas así. Zorra yo creo cuando como que cuando andan con muchos en el mismo momento […] que anda con un buen” (Ximena, 2019)

Las diferencias entre puta y zorra para Ximena, giran alrededor de querer quitar el novio de alguna otra compañera y el número de novios que se tiene y, sin embargo, se emiten las mismas connotaciones dentro de la prohibición de un carácter erótico, en donde las mujeres estudiantes no “deberían” tener la posibilidad de ser libres en sus decisiones sentimentales-eróticas.

En estas distinciones borrosas e inciertas muestran que las denostaciones de carácter sexual-sentimental corresponden a la forma en que se relacionan con los hombres, es decir la apropiación de el ser mujer con el otro, en este sentido Endy menciona que:

puta, zorra, se podría decir que es una cualquiera […], zorra lo expresan como que andas con uno, andas con otro, nomás por hablarle a uno ya te dicen algo así. En puta es la misma situación, que andas con uno o por hablarle o sales con alguien ya te volviste una puta (Endy, 2019)

El cuerpo para el otro es donde Endy define las palabras zorra y puta, cuando el cuerpo y las decisiones de amistad ya no son individuales, sino que corresponden también al ámbito público para emitir juicios. La relación de amistad con los hombres es vista con desaprobación, pues las mujeres estudiantes se vuelven víctimas del escrutinio público.

El caso de Perla, no logra hacer alguna distinción entre puta y zorra, sin embargo, reconoce que son las palabras más utilizadas para agredirse entre compañeras, pero al igual que Endy, reconoce que con el simple hecho de tener amistad con varios amigos a las mujeres estudiantes se les estigma de putas o zorras:

Para ofendernos entre compañeras [ utilizamos las palabras puta y zorra] son las frases más comunes, por ejemplo, si una chava anda, no sé tal vez no tiene novio, pero tiene muchos amigos hombres, entonces supongo que sería por eso que anda con uno y con otro, en realidad yo no veo mucha diferencia entre esas palabras. (Perla, 2019)

Los vocablos de piruja y dejada también aparecen para desprestigiar a las mujeres estudiantes en cuyo caso se hace la distinción entre quien anda con varios hombres y quien se deja tocar por ellos, como lo enuncia Mía:

Palabras ofensivas para defenderse “puta, dejada, zorra, piruja […], se refiere a iguales […] el de piruja puede decirse así que es muy loca con los hombres y dejada es que se deja tocar por los hombres, así como que no se da a respetar” (Mía, 2019)

La violencia simbólica desde el habitus lingüístico, es operada de forma sutil en el carácter arbitrario de opiniones sobre el comportamiento de las mujeres estudiantes, en sus decisiones sobre sus relaciones tanto de amistad como amorosas, los prejuicios repetidos sobre la manera de comportamiento generan que las mismas estudiantes generan estatus inferiores, sobre todo para aquellas que decidan tener mayores relaciones de amistad con los hombres. Como lo enuncia Maritza, “dicen que es una puta … pero ya es algo normal decirle eso a ella” (Maritza, 2019), refiriéndose a una de sus compañeras, ella lo toma como algo cotidiano, lo cual implica aspectos nocivos de ser mujer.

El vocablo “perra”, para Natalia se refiere a una “mujer con mala fama” (Natalia, 2019), una mujer que provoca escándalo con su conducta, se vuelve a denotar la acepción de una mujer promiscua. Una de las principales causas de este tipo de ofensas en la defensa de algún tipo de relación amorosa o la atención de algún joven, en mecanismos de dominación pone en cuestión prácticas sexuales.

Las palabras para ofenderse entre las mujeres estudiantes no sólo se emiten entre rivales, sino también son expresadas en círculos de amistad, como es el caso de Brenda en el que sus amigas han hablado con ella:

Me han dicho que no ande de perra, que teniendo un novio no ande con otro hombre o que tenga otras intenciones con otro hombre, para mi el significado de perra es que una mujer ande con uno y con otro, el de puta es como una mujer fácil se deja que le hagan lo que quieran (Brenda, 2019)

La carga negativa y la desvalorización entre mujeres es constante, pues no sólo se da en las relaciones de rivalidades explícitas, sino que también se genera en las relaciones más íntimas, estas agresiones son disfrazadas de consejos. Los consejos sobre la prohibición del erotismo llegan a ser sobrevalorados, ya que siguiendo los preceptos de “mujer buena”, se cumple con lo esperado por la sociedad.

Conclusiones

Las violencias simbólicas por medio de la violencia verbal son consideradas como una estructura de poder, ya que, las relaciones lingüísticas tienen capacidades estatutarias, lo cual conlleva a que las prácticas cotidianas de la comunicación verbal sean desiguales, por tanto, los locutores y receptores no tengan las mismas condiciones comunicativas. Las desigualdades radican en las interacciones fonéticas cargadas de poder transfigurando el mensaje, sin embargo, este habitus lingüístico no sería posible sin la aceptación del receptor.

En las violencias entre mujeres estudiantes se realizan por medio de las violencias simbólicas, al utilizar el lenguaje como símbolo de poder, es a través de la comunicación que “se alternan relaciones de competición o alianza, […] ya que sólo tiene sentido hablar de alianza en un régimen marcado por la disputa y la competición-” (Segato, 2003, p. 254). Las disputas o competición entre las mujeres son un tema cotidiano que se infiltra en la vida de las estudiantes como una forma de relacionarse con las demás y desde su perspectiva se visualiza desde la normalidad, expresada en los insultos.

Una de las razones para discutir y pelear entre las chicas de secundaria son las rivalidades por la atención de algún chico, para ellas, las relaciones de noviazgo cobran una especial importancia en el status que tienen en la institución educativa, ya que, la construcción de su identidad está sometida por la compañía masculina. Por lo tanto, los insultos tienen connotaciones sobre la sexualidad, en la que sobresalen palabras como “puta”, “perra” y “zorra” de manera abrumadora, para las estudiantes estas denostaciones significan poner en cuestionamiento el comportamiento erótico y sexual, sin embargo, no puede hacer una diferencia entre los insultos.

Las disputas entre las estudiantes surgen a partir del reconocimiento de sus relaciones con su compañeros, pretendientes o novios, ya que a través de ellos alcanzan el reconocimiento de las otras, pues, como lo menciona Lagarde “cada mujer disputa a todas las demás un lugar en el mundo a partir del reconocimiento del hombre y de su relación con él” (Lagarde, 2014, p. 10), es decir, existen a partir de sus relaciones con ellos.

Las enemistades y rivalidades entre mujeres es parte de la vida cotidiana, una de las formas de las violencias simbólicas más latentes, pues el habitus lingüísticos es duradero “capaz de engendrar más duramente las prácticas conformes a los principios de la arbitrariedad inculcadas” (Bourdieu, 1999, p. 73). Las arbitrariedades inculcadas generan la perpetuación del poder de las otras sobre quien se asume con determina designación.

Los resultados obtenidos concuerdan con diferentes investigaciones relacionadas sobre violencia entre mujeres estudiantes, pues dan a conocer que las violencias más recurrentes entre grupos femeninos son las violencias simbólicas, así lo afirman Chávez (2007), García y Shuman (2009), Mejía y Weiss (2011), ya que, reportan que la defensa del prestigio, la rivalidad o envidia para ser populares se manifiesta en expresiones como el chisme, los rumores, miradas e insultos.

De esta manera existen escasas investigaciones sobre violencia física entre mujeres, debido a la represión de la agresión física femenina, ya que los estereotipos de género marcan una feminidad dócil, pasiva, débil, tranquila, en sí la violencia visible como lo es la violencia física es reprobada, ya que no cumple con lo socialmente aceptado, es posible que por estas razones las mujeres sean las que recurran con mayor frecuencia a las violencias simbólicas, y no necesariamente por ser menos agresivas que los varones. Debido a las normas culturales hacia el sector femenino las violencias entre mujeres se han desplazado a escenas simbólicas.

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