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Alguien definió a Gérgal como la frontera entre la Sierra y el Desierto y yo no encuentro mejor manera de explicar lo que representa este pueblo a los ojos del viajero.
Blanco como los pueblos almerienses que se deslizan por laderas y se escurren por cañadones y, en este caso ondulan sobre colinas.
Cuando nos acercamos destacan las siluetas de la iglesia y del castillo.
Un castillo medieval diferente a los que estamos acostumbrados a encontrar en esta región. Su estructura no nos permite decir a ciencia cierta si es musulmán o cristiano o, quizás tenga algo de ambas culturas y eso sea lo que lo hace especial.
De reducido tamaño, a primera vista nos parece que sus cuatro torres llegan a abrumarlo pero una visión más tranquila nos permite discernir que es todo lo contrario ya que torres y baluartes lo destacan y enaltecen.
Gérgal se extiende descansado a su sombra, brindando a los visitantes la cordialidad de que saben hacer gala los gergaleños y que se ha hecho leyenda en la inscripción de su escudo: ‘La hospitalaria Villa de Gérgal’.
Con la desaparición de la minería y el comercio de uvas de barco, Gérgal perdió su época de mayor prosperidad pero, una ruta a sus pies le ha devuelto parte de los vecinos que la habían abandonado. No son los mismos que un día la dejaron pero están dispuestos a querer a su pueblo y no dejar que pase desapercibido.
®Graciela A,.Vera Cotto