¡cataplam!

¡CATAPLAM!

   Ya son varios los vecinos o transeuntes que han sentido en carne propia la dureza del pavimento de la plaza.

 

 

Ví a algún desprevenido transeunte tropezar en los desniveles (escalones o como quieran que se les hubiera llamado) que luego (mucho después) fueron señalizados por pilotes luminosos.

¡Solucionado!, dije con cierta sorna poco antes de, yo misma haber trastasbillado al no distinguir el último escalón, junto al paso vehicular.

En ese momento iba con el carrito de compras, a los saltos por aquellos escalones ya que por el pasaje se sucedían los coches y no tenía oportunidad de cruzarlo.

¡Vaya que la tenemos!, dije pensando que si hubiera ido con zapatos de tacones seguro terminaba con un bonito yeso blanco en mi tobillo.

Y después me puse a observar la parte superior de la plaza.

¡Alguien se va a romper la crisma! pensé y en varias oportunidades lo comenté. 

¿A quién se le puede ocurrir diseñar estos desniveles sin protección y en color gris casi negro?... bueno, digamos que hay protección pero ésta no llega al final del desnivel.

Se trata de  un pasaje obligado para quienes van a tomar la calle Granada, de por sí muy transitada, o para quienes se acercan al Bar Barea. atravezando la plaza .

Precisamente al Bar Barea acostumbramos a ir con mi esposo.

El Barea tiene la puerta de ingreso sobre la calle Granada, pero nosotros no tenemos más que acceder por la parte (quizás la única de toda la plaza) diseñada pensando con la cabeza.

Sin embargo esa tarde-noche, la hora en la que la luminosidad del día se va acabando y hace más difícil la visibilidad, mi marido venía desde la Puerta Purchena y ¡CATAPLAM! no vio el desnivel y voló como si su intención fuera entrar al bar por el ventanal frontal.

No es Superman ni mucho menos y su corto planeo terminó en un aterrizaje sin gracia y con dolor.

Para ayudar al accidentado el conductor de un vehículo dejó a éste en medio de la calle, motor encendido y puerta abierta;  dos chicas se acercaron tan rápido como pudieron y algún otro paseante que, con consternación trataban de levantarlo.

Esta vez no pasó nada si pensamos en lo que podía haber sucedido.

Ni fracturas, ni heridas, pero sí varios días de dolorosa convalecencia, un brazo inmobilizado por una luxación de codo y una rodilla haciéndose notar con cada movimiento.

El accidente sirvió para alertar a todos quienes lo vieron, pero sobre todo para enterarnos de que no había sido el primero en caer en ese sitio.

¿Qué se quiso hacer allí?, tal vez un juego de ingenio para que los transeúntes se mantengan siempre alerta al peligro de salir a la calle y pasear por un agradable rincón almeriense.



                                                                                                                   ® Graciela Adriana Vera Cotto 

 



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¿Se puede dudar que se trate de una maquiavélica trampa para peatones?

 graciela.vera@gmail.com