ALBANCHEZ
Pintado por la luna,
habitado por el sol
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Pintado por la luna,
habitado por el sol
EL PRESENTE
Nadie va a quitarme la idea de que los pueblos que cuelgan desde las laderas de las altas sierras en la provincia de Almería, han sido pintados por gnomos que han traído la cal desde las mismas canteras de la luna.
¿Cómo si no, pueden tener ese color que refleja los rayos del astro diurno en un inmaculado que se hace tornasol?
Me hechizan esos pueblos cuyas calles serpentean, muchas veces sin llevar a ninguna parte, enroscándose en sí mismas; disparejas, en ángulos tan pronunciados que transitarlas es privilegio de los lugareños y aceptada tortura para los visitantes.
Acceder a los pueblos de montaña ya va desvelando un entorno de quebradas y barrancos escabrosos entre los que se apoya la calzada que parece despeñarse a cada vuelta del camino.
Me fascinan los pueblos blancos de la provincia de Almería y hay entre ellos uno tan pequeño que se sostiene en una mano. Como tal, la primera vez que lo vi me lo imaginé montado sobre un enorme dedo pulgar, bajando sus calles laterales en el vértigo de un trazado inverosímil que lleva a que los techos de las últimas viviendas estén a la altura de los cimientos de las del inicio de la pendiente, y todo ello en no más de treinta metros.
En la vertiente septentrional de la Sierra de los Filabres, a la sombra del monte Mahimón que con sus 1.137 metros de altura se ha erigido en vigilante del lugar; Albanchez tiene río y tiene arroyo, pero como buen representante de una provincia sedienta, los causes como los de todos los de la región se marcan secos y polvorientos.
No es impedimento para que sus escasos habitantes se dediquen a la agricultura, pero el trabajo en especial lo oferta lo que siempre ha sido su entorno próximo: las canteras de mármol de Macael, Líjar, Cobdar y Chercos.
Los fines de semana y época de fiestas sus casas se llenan de vecinos que lo han dejado sin abandonarlo y que hacen de cada retorno el reencuentro con amigos; pero ahora en sus calles se habla un español con acento inglés o un inglés que quiere hacerse comprender por el español.
Son los nuevos vecinos, los que llegaron recientemente para habitar las modernas urbanizaciones que suben y bajan del Cerrico Morcillo a Los Llanos y a los que la jerga popular andaluza conoce como ‘guiris’; Ingleses, en su mayoría jubilados, que eligen para vivir el clima y la belleza del sur de España y que en Albanchez también han sacudido la calma pueblerina con el paso de sus todos terreno.
EL PASADO
En el Cerro Castellón se encontraron restos de hachas que establecen el asentamiento humano en la zona, ya en la época del neolítico. El lugar sirvió también de asentamiento a íberos y romanos pero fue en la Edad Media que los musulmanes que ocuparon el territorio dándole el nombre de Al-banyis, del que emanaría el actual.
Fueron los moros los que le trajeron una tradición sedera que la comarca mantuvo activa hasta ya bien entrado el siglo XIX.
En el siglo XV su fortaleza en el Castellón fue frontera del reino nazarí de Granada; en 1.488 fue conquistado por los Reyes Católicos; fue dado en señorío a Pedro Manrique Lara y en el siglo XVI es incorporado al marquesado de los Vélez.
Durante la rebelión de los moriscos entre 1.568 y 1.570 éstos se apoderaron en varias ocasiones de la fortaleza y fue recién después de su derrota y expulsión, por el año 1.572 que comienza la repoblación de la población.
Estos años cristianos no serán buenos para Albanchez. Las dificultades recién se superarán en el siglo XIX de la mano de una importante producción de cítricos y el incremento demográfico que ello representó.
LAS FIESTAS
San Roque, el patrón de Albanchez es homenajeado por el pueblo los días 15, 16 y 17 de agosto.
Durante el año el Santo permanece en su Ermita, en las afueras del pueblo.
La ubicación de la Ermita, en la parte baja del pueblo, da asidero a una leyenda que cuenta que durante una epidemia de peste que asoló Toda la comarca, Albanchez quedó libre de ella y se achacó ello a la protección del Santo.
Fue entonces que los habitantes de la cercana población de Cantoria quisieron llevarse la imagen de San Roque y la cargaron en un carro que, al salir del pueblo se detuvo y fue imposible lograr que siguiera su camino. Allí se construyó la Ermita de San Roque en el siglo XV.
En la actualidad, el primer domingo de agosto de cada año se sube la imagen del Santo hasta la Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, donde permanece hasta el último día en el que después de la procesión por las calles del pueblo, se anuncia el final del homenaje a San Roque, con tracas, ¡y qué trascas!, fuegos artificiales y música.
No es aún el final de fiesta: en la noche continuará la verbena en la plaza del pueblo y los amigos se despedirán hasta la próxima festividad, el 17 de enero, día de San Antón, momento en el que la noche se ilumina con hogueras encendidas por todo el pueblo, en torno a las que los vecinos se reúnen para comer, bailar y divertirse.
Y eso hacen también en el más actual San Roque Chico, que cada dos años, el 12 de octubre reúne a los albancheleros que en distintas épocas han emigrado a Cataluña.
ESE ALBANCHEZ QUE HE APRENDIDO A QUERER
¿Cuándo un extranjero comienza a sentir y querer como propio un determinado lugar?
A Albanchez lo conocí primero sin verlo, oyendo las anécdotas de un niño que sufrió los horrores del Albanchez de la guerra civil, que creció en el Albanchez de la post guerra y que hoy, muchos años después recuerda las vivencias con los amigos de entonces y se abraza con ellos repitiendo el consabido ‘¿te acuerdas cuando…?’
¿Cómo no sentir como propio el pueblo donde mi marido corrió sus calles, aprendió sus tradiciones y afianzó tan fuertes lazos de amistad?
La Fiesta de San Roque de este año dio lugar a muchos de esos encuentros, a la evocación de épocas en las que un médico de pueblo se hacía gigante para su hijo que hoy se emociona con el reconocimiento de aquellos que le conocieron en persona o a través de las historias que van de boca en boca y que, hacen que el tiempo no minimice la imagen sino, que todo lo contrario la engrandezca.
Mi marido se siente orgulloso de ser el hijo del doctor Cristóbal Urrea y acepta modestamente el recuerdo que se le tributa; yo me siento orgullosa de ser la mujer del hijo de don Cristóbal y comprendo un poco más de Albanchez, de su gente y de su historia reciente.
Cuando ví por primera vez el pueblo blanco de calles empedradas me figuré que estaba sobre un dedo pulgar extendido.
Al acercarme al borde de ese dedo me encontré con la sensación de vahído ante una calle que parecía empeñada en quitar protagonismo a los más empinados barrancos.
¡Y la callecita se las traía!, porque me atraía especialmente por su nombre que, yo pretendía asimilar al mío: la calle Vera de Albanchez, hoy día un poco más mitigado su desnivel por medio de escalinatas pero, siempre espectacular como queriendo aprehender para no deslizarse, las casas señoriales de impoluta blancura de lo alto del pueblo.
EL FUTURO
El futuro de Albanchez se me asemeja promisorio porque ha sido descubierto por los guiris, porque es un pueblo para destacar en los folletos turísticos y porque su última –no muy lejana- etapa de recesión ha sido superada; porque sus casas destacan rehabilitadas y, como sigo creyendo, tocadas por los mismísimos, blancos rayos de la luna.
®Graciela A. Vera Cotto
Desde Almería, en el sur del norte, 13 de septiembre de 2007