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Cuenta la leyenda que las flores del ceibo son bocas pintadas de carmín y así lo plasmó Fernán Silva Valdés, el poeta que cantó a la patria nativa uruguaya:
LA FLOR DE CEIBO
Me lo dijo un indio viejo y medio brujo
que se santiguaba y adoraba al sol:
" Los ceibos del tiempo en que yo era niño
no lucían flores rojas como hoy.
Pero una mañana sucedió el milagro
-es algo tan bello que cuesta creer-;
con la aurora vimos al ceibal de grana,
cual si por dos lados fuera a amanecer.
Y era que la moza más linda del pago,
esperando al novio toda la velada,
por entretenerse se había pasado
la hoja del ceibo por entre los labios.
Entonces los ceibos como por encanto,
se fueron tiñendo de rojo color. . ."
Tal lo que me dijo aquel indio viejo
que se santiguaba y adoraba al sol.
Fernán Silva Valdés
EL CEIBO DEL PARQUE........
No es extraño ver ceibos como especies ornamentales en las plazas y parques uruguayos, pero no esperaba en aquella primavera del 2008, ver un ejemplar de este árbol tan americano, en el malecón del Paseo de San Luis del parque Nicolás Salmerón de Almería.
Precisamente en una tierra sedienta, el árbol que busca el agua como sustento de vida, ha crecido lo mismo que una esperanza.
Esperanza de encontrar con sus raíces ávidas del líquido elemento el sustento que los hijos de la tierra americana buscan hoy en España; esperanza de recordar a los almerienses la oportunidad que nuestro país brindó sin réplicas a los españoles que en sus puertos bajaban de los barcos, ansiosos por forjarse un futuro.
La flor del ceibo es color graná, pero en Uruguay existen variedades de ceibos de flores blancas en el departamento de Treinta y Tres y muy escasas, perdiéndose en la línea supuestamente imaginaria, también hemos oído hablar de ceibos azules, aunque para ceñirnos a la verdad, no los hemos visto pero imaginamos que si el rojo de la sangre y el blanco de las nubes los hacen destacar como maravillas vegetales y recortadas en el azul del cielo su visión, no lo dudo, deberá estar reservada en un repertorio de y para dioses.
Cuando vi el árbol, pequeño aún, luchando por sobrevivir en un lugar hostil para él, sentí que me embargaba la emoción: en mi patria española acababa de encontrar un trozo de mi patria uruguaya.
Posiblemente los almerienses ignoren que el ceibo es, para los uruguayos y argentinos, nuestra flor nacional; que su requiebro es como una boca pintada de carmín, que su leyenda fue cantada por los indios que habitaron la tierra guaraní pero, no tengo dudas de que aquellos que se han detenido con ojos curiosos, han sentido en su corazón el mensaje de hermandad enviado desde el racimo de sus flores.
Como uruguaya experimento curiosidad por el ceibo solitario que ha llegado a esta tierra tan extraña a su hábitat; como española me siento obligada a brindarle el sitial al que su hidalguía le hace merecedor.
Gracias Almería por regalar a mis sentidos este ceibo; gracias árbol de mi tierra lejana por estar aquí, obsequiándome con el rojo de tus flores.
®Graciela A. Vera Cotto
El ceibo es un arbusto común en el sur del sur de América, árbol sediento que busca para crecer los márgenes de las corrientes de agua que cruzan Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay.
En Uruguay coloniza los diecinueve departamentos, de norte a sur, desde el Cuareim al Plata; de este a oeste, desde el Atlántico al río de los pájaros pintados*1 , el viento cuando acaricia las hojas de los ceibos nos cuenta historias que son leyendas y leyendas que de tanto repetirlas se confunden con la historia.
Como la leyenda de la indiecita Anahí:
Cuenta otra, de las muchas leyendas que cantan los pueblos americanos, que esta flor es el alma de la Reina India Anahí, la más fea de una tribu indomable que habitaba en las orillas del Río Paraná.
Pero Anahí tenía una dulce voz, quizás la más bella oída jamás en aquellos parajes, además era rebelde como los de su raza y amante de la libertad como los pájaros del bosque.
Un día fue tomada prisionera, pero valiente y decidida, dio muerte al centinela que la vigilaba.
En ese mismo momento, quedó sellado su destino para siempre: condenada a morir en la hoguera a la noche siguiente, su cuerpo fue atado a un árbol de la selva, bajo y de anchas hojas.
Lentamente, Anahí fue envuelta por las llamas. Los que asistían al suplicio, comprobaron con asombro que el cuerpo de la reina india tomaba una extraña forma, y poco a poco se convertía en un árbol esbelto, coronado de flores rojas.
Al amanecer, en un claro del bosque, resplandecía el ceibo en flor.
Una hermosa leyenda que encontramos también convertida en canción: Anahí.