HISTORIA DE UNA SINRAZÓN

Mi marido tenía siete años,

siete años y una cesta de pescados;

yo ni siquiera había nacido,

en una tierra que de tan lejana,

tampoco se hubiera enterado.

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No es un poema, ni siquiera es prosa lo que quiero escribir, es un retazo histórico de un pueblo y de una guerra entre hermanos, de la que el mundo apenas si se acuerda.

La prensa de la época se hacía eco de los sucesos. Una treintena de víctimas y cientos de heridos en una de las acciones más incomprensibles de una guerra: la venganza contra el más débil por un hecho, en el que el condenado que debía ser ejecutado no había siquiera intervenido.

A las 5.30 de la mañana del 31 de mayo de 1937 las bombas cayeron en Almería sobre la población desprevenida; había mujeres y niños haciendo cola frente a los puestos de racionamiento.

Tenemos el privilegio de oír la voz de los protagonistas, de los que sobrevivieron a una guerra despiadada donde el odio dividió familias, cortó amistades y dibujo heridas que aún hoy y aunque se quiere pensar que están cicatrizadas, con apenas un roce comienzan a sangrar.

Desde 1936 a 1939 España fue un enorme campo de fusilamiento, un escenario de escarnios donde los dos bandos en pugna olvidaron que todos habían nacido dentro de las mismas fronteras.

La historia, la que está escrita y la otra, la de la gente común que saca a relucir recuerdos resulta tan dolorosa que no podemos menos que estremecernos cuando alguien nos dice (Link 1) (Link 2)… allí, en ese farallón rocoso que lame el mar (paraje de La Garrofa) traían a los que iban a fusilar para que cayeran al agua y así… así ni siquiera había que cavar fosas comunes.

Las fosas comunes que hoy siguen gritando que hubo una época en la que la enajenación se apoderó de los hombres. Y están también los paredones, y las tapias de los cementerios, las que conservan olor a sangre aunque ya sus piedras se hayan disgregado dando paso a la España nueva.

Y están las mujeres humilladas y los niños con hambre; las iglesias quemadas, las monjas violadas, y los exilados en Francia, recluidos en campos de concentración.

Y la incertidumbre, el tormento, el sufrimiento que se tendía como un manto sobre las gentes sin importar el bando. Pero no era un manto protector. No había abrigo bajo ese manto, sólo lágrimas y desesperación.

En aquella España, en aquella Almería, todos se sintieron lastimosamente vejados.

Era una España dividida y Almería había quedado del lado Republicano. La misma situación geográfica y su escasa ubicación estratégica hizo que el ejército de Los Nacionales. La obviaran casi hasta el final de la contienda. El frente de batalla estaba no estaba alejado y las ‘purgas’ eran pan de cada día.

Pero el pan de harina, alimento casi imprescindible, ese faltaba de la mesa de los ciudadanos como faltaba casi todo, o se encontraba en cantidades ridículamente escasas.

En una España empobrecida y hambrienta, Almería representaba la miseria.

Francisco Capulino (conocido artísticamente como Capuleto) renombrado pintor de prestigio internacional, actualmente residiendo en Madrid, recordaba aquel tiempo en que la comida del día consistía para él en un puñado de algarrobas molidas y un vaso de agua por la mañana y, con suerte encontrar algunas frutas silvestres, esencialmente higos, chumbos, granadas, almendras para saciar el hambre durante el resto del día.

Quizás en aquella época hasta pudiera sentirse contento de tener ese puñado de harina de algarroba porque como recuerda, había quién no lo tenía.

Capuleto me habla de aquel bombardeo del que pocos conocen la historia, cree que debería reivindicarse por parte de los almerienses, reclamando una indemnización del gobierno alemán como lo hicieron los vascos por su Guernica.

También recuerda la miseria de entonces y la de los años posteriores y el trigo que tiempo después envió Perón desde Argentina.

No importa si a cambio España pagó con su patrimonio, para los españoles hambrientos aquello fue la salvación. Mi marido me ha explicado muchas veces que hubieran muerto muchos cientos de españoles si no hubieran tenido aquella ayuda. Muertos por inanición en lo que hubiera sido una hambruna descontrolada.

Podemos entonces entender porqué los españoles se sienten identificados con Argentina. Para aquellos millones de desventurados de una España aislada internacionalmente y sin plan Marshall, los barcos cargados de trigo les devolvieron la vida.

Pero volvemos a aquella mañana de un 31 de mayo de 1937.

Mi marido tenía siete años,

siete años y una cesta de pescados;

yo ni siquiera había nacido,

en una tierra que de tan lejana,

tampoco se hubiera enterado.

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El acorazado de bolsillo Admiral Scheer y los destructores Albatros, Leopard, Seeadler y Lluchs de la marina alemana se acercaron al puerto de Almería y desde una distancia de doce kilómetros abrieron fuego sobre la ciudad desprevenida. Los proyectiles llovieron sobre la ciudad durante más de media hora destrozando edificios y sembrando muerte.

Treinta y un muertos y cientos de heridos y el recuerdo imborrable en la mente de un niño de siete años.

Enrique había acompañado a ‘la Chacha’ para, mientras la una hacía una cola con la cartilla de racionamiento en la mano, el niño iba ‘a la cola del pescado’. Ya había recibido la ración correspondiente, cuatro pescados medianos que llevaba en un cesto de esparto, dirigiéndose hacia donde estaba la mujer.

Una de las bombas cayó no muy lejos suyo y la onda expansiva le quitó el cesto de las manos. A su corta edad no alcanzaba a comprender lo que ocurría aunque ya sabía lo que era huir a los refugios cuando sonaban las sirenas antiaéreas.

Enrique no podía pensar que estaba viviendo uno de los demenciales insucesos de la guerra civil y después de aquella explosión que por la cercanía le había parecido la mayor, se preocupó de recoger los cuatro pescados caídos en la calle. En esa tarea estaba cuando al levantar la vista vió rodar delante suyo la cabeza de un guardia municipal aún con la gorra puesta.

La historia vista por ojos infantiles, nunca olvidada y recordada por un adulto que como muchos otros que vivieron aquella época, siente la necesidad de olvidar rencores que lamentablemente, España parece encaprichada en no olvidar a pesar de que se niega a recordar la historia que pocos parece, recuerdan.

La comunidad internacional condenó el ataque. En Almería eran sepultados los muertos. Hoy rescatamos un poema del poeta chileno Pablo Neruda queriendo creer que la palabra ‘siempre’ conque lo finaliza tiene el real significado que encontramos en los diccionarios: “en todo y en cualquier tiempo” el recuerdo siempre presente y el olvido latente.

                                                       

                                              ®    Graciela A. Vera Cotto 

                        Almería, el sur del norte, 26 de julio 2004

• Dos fotos de la época tomadas por el fotógrafo almeriense Ruiz Marín y publicadas en el libro ‘Mujeres en Guerra, 1936-1939’

• Mujeres del PC colaborando en la Campaña Pro-Refugios en la Puerta Purchena de Almería

• Bombardeo alemán de Almería del 31 de mayo de 1937

   

                                                                                                                                   

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