Discurso del M. Tercera Parte.

TERCERA PARTE

Por último, como para empezar a reconstruir el alojamiento en donde uno habita, no basta haberlo derribado y haber hecho acopio de materiales y de arquitectos, o haberse ejercitado uno mismo en la arquitectura y haber trazado además cuidadosamente el diseño del nuevo edificio, sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación, en donde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo, así, pues, con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir, desde luego, con la mejor ventura que pudiese, hube de arreglarme una moral provisional (22), que no consistía sino en tres o cuatro máximas, que con mucho gusto voy a comunicaros.

La primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando constantemente la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir. Porque habiendo comenzado ya a no contar para nada con las mías propias, puesto que pensaba someterlas todas a un nuevo examen, estaba seguro de que no podía hacer nada mejor que seguir las de los más sensatos. Y aun cuando entre los persas y los chinos hay quizá hombres tan sensatos como entre nosotros, me parecía que lo más útil era acomodarme a aquellos con quienes tendría que vivir; y que para saber cuáles eran sus verdaderas opiniones, debía fijarme más bien en lo que hacían que en lo que decían, no sólo porque, dada la corrupción de nuestras costumbres, hay pocas personas que consientan en decir lo que creen, sino también porque muchas lo ignoran, pues el acto del pensamiento, por el cual uno cree una cosa, es diferente de aquel otro por el cual uno conoce que la cree, y por lo tanto muchas veces se encuentra aquél sin éste. Y entre varias opiniones, igualmente admitidas, elegía las más moderadas, no sólo porque son siempre las más cómodas para la práctica, y verosímilmente las mejores, ya que todo exceso suele ser malo, sino también para alejarme menos del verdadero camino, en caso de error, si, habiendo elegido uno de los extremos, fuese el otro el que debiera seguirse. Y en particular consideraba yo como un exceso toda promesa por la cual se enajena una parte de la propia libertad; no que yo desaprobase las leyes que, para poner remedio a la inconstancia de los espíritus débiles, permiten cuando se tiene algún designio bueno, o incluso para la seguridad del comercio, en designios indiferentes, hacer votos o contratos obligándose a perseverancia; pero como no veía en el mundo cosa alguna que permaneciera siempre en idéntico estado y como, en lo que a mí mismo se refiere, esperaba perfeccionar más y más mis juicios, no empeorarlos, hubiera yo creído cometer una grave falta contra el buen sentido, si, por sólo el hecho de aprobar por entonces alguna cosa, me obligara a tenerla también por buena más tarde, habiendo ella acaso dejado de serlo, o habiendo yo dejado de estimarla como tal.

Mi segunda máxima fue la de ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas, imitando en esto a los caminantes que, extraviados por algún bosque, no deben andar errantes dando vueltas por una y otra parte, ni menos detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más derecho que puedan hacia un sitio fijo, sin cambiar de dirección por leves razones, aun cuando en un principio haya sido sólo el azar el que les haya determinado a elegir ese rumbo; pues de este modo, si no llegan precisamente adonde quieren ir, por lo menos acabarán por llegar a alguna parte, en donde es de pensar que estarán mejor que no en medio del bosque. Y así, puesto que muchas veces las acciones de la vida no admiten demora, es verdad muy cierta que si no está en nuestro poder el discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más probables; y aunque no encontremos más probabilidad en unas que en otras, debemos, no obstante, decidirnos por algunas y considerarlas después, no ya como dudosas, en cuanto que se refieren a la práctica, sino como muy verdaderas y muy ciertas, porque la razón que nos ha determinado lo es. Y esto fue bastante para librarme desde entonces de todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las consciencias de esos espíritus endebles y vacilantes, que se dejan ir inconstantes a practicar como buenas las cosas que luego juzgan malas.

Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible. Y esto sólo me parecía bastante para apartarme en lo porvenir de desear algo sin conseguirlo y tenerme así contento; pues como nuestra voluntad no se determina naturalmente a desear sino las cosas que nuestro entendimiento le representa en cierto modo como posibles, es claro que si todos los bienes que están fuera de nosotros los consideramos como igualmente inasequibles a nuestro poder, no sentiremos pena alguna por carecer de los que parecen debidos a nuestro nacimiento, cuando nos veamos privados de ellos sin culpa nuestra, como no la sentimos por no ser dueños de los reinos de la China o de Méjico; y haciendo, como suele decirse, de necesidad virtud, no sentiremos mayores deseos de estar sanos, estando enfermos, o de estar libres, estando encarcelados, que ahora sentimos de poseer cuerpos compuestos de materia tan poco corruptible como el diamante o alas para volar como los pájaros. Pero confieso que son precisos largos ejercicios y reiteradas meditaciones para acostumbrarse a mirar todas las cosas por ese ángulo; y creo que en esto consistía principalmente el secreto de aquellos filósofos, que pudieron antaño sustraerse al imperio de la fortuna, y a pesar de los sufrimientos y la pobreza, entrar en competencia de ventura con los propios dioses (25). Pues, ocupados sin descanso en considerar los límites prescritos por la naturaleza, se persuadían tan perfectamente de que nada tenían en su poder sino sus propios pensamientos, que esto sólo era bastante a impedirles sentir afecto hacia otras cosas; y disponían de esos pensamientos tan absolutamente, que tenían en esto cierta razón de estimarse más ricos y poderosos y más libres y bienaventurados que ningunos otros hombres, los cuales, no teniendo esta filosofía, no pueden, por mucho que les hayan favorecido la naturaleza y la fortuna, disponer nunca, como aquellos filósofos, de todo cuanto quieren.

En fin, como conclusión de esta moral, se me ocurrió considerar, una por una, las diferentes ocupaciones a que los hombres dedican su vida, para procurar elegir la mejor; y sin querer decir nada de las de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que seguir en la misma que tenía; es decir, aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón y adelantar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según el método que me había prescrito. Tan extremado contento había sentido ya desde que empecé a servirme de ese método, que no creía que pudiera recibirse otro más suave e inocente en esta vida; y descubriendo cada día, con su ayuda, algunas verdades que me parecían bastante importantes y generalmente ignoradas de los otros hombres, la satisfacción que experimentaba llenaba tan cumplidamente mi espíritu, que todo lo restante me era indiferente. Además, las tres máximas anteriores se fundaban sólo en el propósito, que yo abrigaba, de continuar instruyéndome; pues habiendo dado Dios a cada hombre alguna luz con que discernir lo verdadero de lo falso, no hubiera yo creído un solo momento que debía contentarme con las opiniones ajenas, de no haberme propuesto usar de mi propio juicio para examinarlas cuando fuera tiempo; y no hubiera podido librarme de escrúpulos, al seguirlas, si no hubiese esperado aprovechar todas las ocasiones para encontrar otras mejores, dado caso que las hubiese; y, por último, no habría sabido limitar mis deseos y estar contento, si no hubiese seguido un camino por donde, al mismo tiempo que asegurarme la adquisición de todos los conocimientos que yo pudiera, pensaba también por el mismo modo llegar a conocer todos los verdaderos bienes que estuviesen en mi poder; pues no determinándose nuestra voluntad a seguir o a evitar cosa alguna, sino porque nuestro entendimiento se la representa como buena o mala, basta juzgar bien, para obrar bien (26), y juzgar lo mejor que se pueda, para obrar también lo mejor que se pueda; es decir, para adquirir todas las virtudes y con ellas cuantos bienes puedan lograrse; y cuando uno tiene la certidumbre de que ello es así, no puede por menos de estar contento.

Habiéndome, pues, afirmado en estas máximas, las cuales puse aparte juntamente con las verdades de la fe, que siempre han sido las primeras en mi creencia, pensé que de todas mis otras opiniones podía libremente empezar a deshacerme; y como esperaba conseguirlo mejor conversando con los hombres que permaneciendo por más tiempo encerrado en el cuarto en donde había meditado todos esos pensamientos, proseguí mi viaje antes de que el invierno estuviera del todo terminado. Y en los nueve años siguientes, no hice otra cosa sino andar de acá para allá, por el mundo, procurando ser más bien espectador que actor en las comedias que en él se representan, e instituyendo particulares reflexiones en toda materia sobre aquello que pudiera hacerla sospechosa y dar ocasión a equivocarnos, llegué a arrancar de mi espíritu, en todo ese tiempo, cuantos errores pudieron deslizarse anteriormente. Y no es que imitara a los escépticos, que dudan por sólo dudar y se las dan siempre de irresolutos; por el contrario, mi propósito no era otro que afianzarme en la verdad, apartando la tierra movediza y la arena, para dar con la roca viva o la arcilla. Lo cual, a mi parecer, conseguía bastante bien, tanto que, tratando de descubrir la falsedad o la incertidumbre de las proposiciones que examinaba, no mediante endebles conjeturas, sino por razonamientos claros y seguros, no encontraba ninguna tan dudosa, que no pudiera sacar de ella alguna conclusión bastante cierta, aunque sólo fuese la de que no contenía nada cierto. Y así como al derribar una casa vieja suelen guardarse los materiales, que sirven para reconstruir la nueva, así también al destruir todas aquellas mis opiniones que juzgaba infundadas, hacía yo varias observaciones y adquiría experiencias que me han servido después para establecer otras más ciertas. Y además seguía ejercitándome en el método que me había prescrito; pues sin contar con que cuidaba muy bien de conducir generalmente mis pensamientos, según las citadas reglas, dedicaba de cuando en cuando algunas horas a practicarlas particularmente en dificultades de matemáticas, o también en algunas otras que podía hacer casi semejantes a las de las matemáticas, desligándolas de los principios de las otras ciencias, que no me parecían bastante firmes; todo esto puede verse en varias cuestiones que van explicadas en este mismo volumen. Y así, viviendo en apariencia como los que no tienen otra ocupación que la de pasar una vida suave e inocente y se ingenian en separar los placeres de los vicios y, para gozar de su ocio sin hastío, hacen uso de cuantas diversiones honestas están a su alcance, no dejaba yo de perseverar en mi propósito y de sacar provecho para el conocimiento de la verdad, más acaso que si me contentara con leer libros o frecuentar las tertulias literarias.

Sin embargo, transcurrieron esos nueve años sin que tomara yo decisión alguna tocante a las dificultades de que suelen disputar los doctos, y sin haber comenzado a buscar los cimientos de una filosofía más cierta que la vulgar. Y el ejemplo de varios excelentes ingenios que han intentado hacerlo, sin, a mi parecer, conseguirlo, me llevaba a imaginar en ello tanta dificultad, que no me hubiera atrevido quizá a emprenderlo tan presto, si no hubiera visto que algunos propalaban el rumor de que lo había llevado a cabo. No me es posible decir qué fundamentos tendrían para emitir tal opinión, y si en algo he contribuido a ella, por mis dichos, debe de haber sido por haber confesado mi ignorancia, con más candor que suelen hacerlo los que han estudiado un poco, y acaso también por haber dado a conocer las razones que tenía para dudar de muchas cosas, que los demás consideran ciertas, mas no porque me haya preciado de poseer doctrina alguna. Pero como tengo el corazón bastante bien puesto para no querer que me tomen por otro distinto del que soy, pensé que era preciso procurar por todos los medios hacerme digno de la reputación que me daban; y hace ocho años precisamente, ese deseo me decidió a alejarme de todos los lugares en donde podía tener algunos conocimientos y retirarme aquí (29), en un país en donde la larga duración de la guerra ha sido causa de que se establezcan tales órdenes, que los ejércitos que se mantienen parecen no servir sino para que los hombres gocen de los frutos de la paz con tanta mayor seguridad, y en donde, en medio de la multitud de un gran pueblo muy activo, más atento a sus propios negocios que curioso de los ajenos, he podido, sin carecer de ninguna de las comodidades que hay en otras más frecuentadas ciudades, vivir tan solitario y retirado como en el más lejano desierto.

PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN DEL TEXTO:

1ª.- ¿Por qué llama "provisional" a su moral? Explica la analogía en que se apoya.

Llama provisional a su moral porque, a falta de un tiempo para pensar en una definitiva, quiere aportar unos principios o máximas de comportamiento. Bien es cierto que Descartes nunca escribió dicha moral definitiva. La analogía en que se apoya para proponer su moral provisional es la de necesitar una habitación pequeña donde "vivir" mientras construye la vivienda definitiva. Incide así, en la cuestión de que no es posible aplazar el vivir. De este modo afirma, con razón, de que la moral no es aplazable, no se puede dejar para más adelante.

2ª.- Reconstruye el argumento que justifica la adopción de la moral provisional.

Premisa 1ª: No es posible permanecer irresoluto en mis acciones. (No se admite la duda en las acciones; no hacer algo que es preciso hacer, es ser un "vago", es hacer algo indebido). Y...

Premisa 2ª: No es posible dejar de vivir... por tanto

Conclusión: Hube de arreglarme una moral provisional.

3ª.- Explica la finalidad de la moral provisional.

Vivir de la mejor forma posible, éticamente, equivocándose lo menos posible.

4ª.- ¿Qué razones da Descartes para mantener que no es posible suspender el obrar? ¿Qué opinas al respecto?

Tiene razón Descartes cuando afirma que no es posible suspender el obrar. Siempre se está haciendo algo y no existen por tanto acciones indiferentes. Puede haber acciones más o menos buenas pero nunca acciones incalificables desde el punto de vista de la moral. Incluso, como advierte el filósofo no se puede aplazar una acción hasta tener clara su calificación moral porque es obligatorio actuar. Los cristianos llaman pecados de omisión a esas acciones no hechas y que deberían haberse hecho.

5ª.- ¿Cómo argumenta que hay que fiarse más de lo que los hombres hacen que de lo que dicen?

1ª Por la corrupción de las costumbres, por la facilidad de ser incoherentes y decir cosas diferentes de las que se hacen. Por la hipocresía de querer siempre "parecer" una cosa diferentes de lo que se es.

6ª.- Comenta la frase: “(las opiniones)... que fuesen comúnmente aceptadas por los más sensatos...” ¿Crees que para Descartes el que los más sensatos practiquen una norma moral ya es criterio para afirmar su bondad? ¿Cuáles son las razones que da para tomar esta decisión?

En efecto, el problema sería distinguir quiénes son los más sensatos y si esos llamados "sensatos" practicarían a su vez acciones sensatas - buenas. Ya es mucho suponer que las acciones sensatas sean a la vez buenas y además, podemos percibir que el problema de fondo es una vez más, el intelectualismo ético. De esta forma, saber lo que es el bien ¿obligaría necesariamente a hacerlo?

7ª.- ¿Cómo argumenta que hay que seguir las opiniones más moderadas? Aristóteles defiende la tesis del "término medio" en moral. Busca información al respecto y relaciona ambas posturas.

Porque si se siguiera un extremo moral y luego se comprobara que era el otro entonces el error sería excesivo. Si se elige una conducta moderada y se comprobara más tarde el error, la rectificación siempre sería mucho más fácil. En efecto, Aristóteles había formulado en su teoría sobre las virtudes, que estas eran un termino medio entre dos extremos defectuosos. Parece mucho más elaborada la tesis aristotélica y aplicable, una por una, a todas las virtudes que la opinión que sostiene Descartes que parece más acomodaticia y busca una moderación poco clara.

8ª- Explica la frase “Tomar como un exceso todas las promesas por las que se cercena algo de la propia libertad”.

Descartes juzga como peligrosas las promesas, excesivas, puesto que con ellas perdemos libertad al comprometernos a ellas.

9ª.- ¿Cómo argumenta su negativa a realizar promesas?

1ª Se cercena algo de la propia libertad porque

2ª Los compromisos se hacen contando con el futuro y

3ª No sabemos cómo será ese futuro, Las cosas cambian.

10ª.- Reconstruye el argumento que justifica la 2ª máxima.

Es un argumento por comparación:

Premisa 1ª: Si se anda por un bosque dando vueltas no se llega a ningún sitio. En la vida no se debe dar vueltas sin ninguna dirección.

Premisa 2ª: Aunque no se tenga muy claro por donde ir, lo mejor es decidirse por un camino recto (bastará la mera probabilidad) que nos sacará del bosque. Por tanto...

Conclusión: ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas.

11ª.- Explica la frase del párrafo 3º: “... y considerarlas (las acciones) después no como dudosas... nos ha determinado a seguirlas se descubre como tal”.

Una vez más, Descartes señala que no se puede dudar en la moral. Una vez decididos hay que permanecer en el camino hasta ver con más claridad. Lo que es indudablemente un error moral es permanecer insistentemente en la duda.

12ª.- ¿ Tiene la misma finalidad la suspensión del juicio en la duda teórica que la falta de resolución en el obrar moral?

No, por lo ya indicado anteriormente. Hay que suspender el juicio teórico hasta dar con el camino verdadero (el método seguro) pero no se puede permanecer irresoluto en las acciones. No obrar es, indudablemente, obrar mal.

13ª.- ¿Tiene el mismo sentido la duda teórica que la moral provisional?

Otra vez no por lo mismo que en la anterior pregunta.

14ª.- a) Descartes parece defender la tesis de que es suficiente juzgar bien, dentro de las posibilidades, para darse por satisfecho con el obrar que se deriva de ese juicio. Según esto contesta a la siguiente pregunta y justifica tu respuesta: ¿Por qué afirma conformarse en la moral con lo probable mientras que en la teoría sólo acepta lo indudable?

Misma respuesta que la anterior.

b) Parece también estar en contra del principio que exige admitir como verdadero sólo lo evidente, incluso admite la necesidad de seguir lo que tan sólo es probable. ¿Cómo se resuelve esta aparente contradicción?

Por la cuestión de que no es lo mismo situarse en el plano teórico que en el práctico.

15ª.- Según se deriva de la 2ª máxima, ¿en qué consiste y cómo se consigue la paz de conciencia?

No volviendo una y otra vez sobre las acciones anteriores que ya se juzgaron como buenas aunque la decisión sobre ellas solo fuera probable. Aconseja Descartes el olvido sobre acciones pasadas para evitar remordimientos. Parece que admite una cierta inconcreción y complejidad moral de tal modo que sería preferible olvidar y proyectarse siempre en el presente.

16ª.- Explica la frase: “... procurar siempre vencerme a mí mismo, antes que a la fortuna y modificar mis deseos antes que el orden del mundo...”.

Significa que no es posible modificar lo que nos rodea pero siempre es posible cambiarnos a nosotros mismos. La reforma y la mejora del mundo comienza con la reforma y mejora de uno mismo.

17ª.- Explica la frase popular: “convertir la necesidad en virtud”.

Puesto que muchas veces no tenemos más remedio que ejecutar ciertas acciones siempre podemos asumirlas y hacerlas "con libertad", porque queremos hacerlas. Como seguramente nos habrán aconsejado alguna vez es conveniente aceptar la realidad. No aceptarla no nos exime de ella.

18ª.- Según la máxima 3ª, ¿en qué consiste la felicidad?

En percibir que poseemos con toda rotundidad nuestros propios pensamientos. En no pensar cuántas cosas no poseemos. No desear lo que no es posible para nosotros.

19ª.- Explica la frase: “ ...Pues no tendiendo naturalmente nuestra voluntad a desear sino las cosas que nuestro entendimiento le represente de alguna manera como posible...”.

Se trata de no desear lo que es imposible.

20ª.- Explica la frase: “...nada estaba en su poder sino sus pensamientos...”.

Expresa otra vez Descartes el poder que tenemos los hombres sobre nuestros propios pensamientos. El racionalismo de Descartes es, a la vez, admiración sobre el hecho del poder de nuestra razón capaz de alcanzar la verdad tanto a nivel teórico como práctico.

21ª.- Reconstruye en forma de esquema el argumento que sostiene la tercera máxima.

Premisa 1ª: Desear algo sin conseguirlo es muy frustrante.

Premisa 2ª: Es imposible alterar el mundo con tan poca fuerza como disponemos.

Premisa 3ª: No puedo poseer los pensamientos de los demás. Por tanto:

Conclusión: Procuraré siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos,

22ª.- En la 3ª máxima se nos dice que es necesario un fuerte ejercicio de la voluntad y explica la teoría cartesiana de la libertad.

La libertad según Descartes, sólo puede residir en el alma, ya que al no ser sustancia extensa no se encuentra sometida a lo dictado por las leyes necesarias de la mecánica. El alma contiene en sí dos funciones, por un lado el entendimiento, como facultad de pensamiento, de tener intuiciones de las verdades claras y distintas; y por otro lado, la voluntad, considerada por él como la facultad de afirmar o negar, identificando esta última con la libertad. El objeto respecto de la voluntad es la propia libertad, porque la posibilidad de que exista error viene derivada de ella, asimismo, la libertad es configurada por Descartes como la máxima perfección del hombre.

23ª.- ¿Qué razones aduce Descartes para adoptar sus máximas?

Poder vivir racional y moralmente bien.

24ª.- Haz un esquema de las 3 máximas y pon un título a cada una de ellas.

1ª Seguir las leyes y las costumbres de mi país.

2ª ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera

3ª Vencerme a mí mismo antes que a la fortuna

25ª.- Explica la frase final del 5º párrafo:”...es suficiente juzgar bien para obrar bien... estar contento”. Contesta, además a las siguientes preguntas:

a) ¿Puede calificarse la moral cartesiana de intelectualismo moral? Relaciónalo con el intelectualismo moral de Sócrates y Platón, si los conoces.

En efecto, estamos ante el intelectualismo moral que puede asimilarse al de Sócrates - Platón.

b) ¿Es posible ver que algo es lo mejor pero hacer lo peor?

Aristóteles piensa que sí pero podría contestarse que, en ese caso es que no se ha hecho cargo suficientemente de aquello, no lo ha visto con TOTAL CLARIDAD. Es muy difícil justificar que si algo se ve con absoluta claridad el beneficio que reporta, sin embargo no se haga. Pero es cierto que el hombre se destaca por su incoherencia.

26ª.- ¿Sabrías indicar los elementos de la moral estoica que hay presentes en la moral cartesiana?

La 3ª máxima es radicalmente estoica, y se basa en la idea de que “no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros pensamientos”. Descartes se presenta como un hombre dispuesto a cambiar interiormente antes que a promover un cambio (y mucho menos violento) en los usos y normas habituales en la sociedad en la que vive. Se cuida muchísimo de aparecer como un revolucionario o perturbador del orden. Menciona implícitamente a Séneca (estoico) al afirmar que es más feliz quien sabe controlar lo que desea que quien vive constantemente pendiente de deseos que no dependen de él. Así, auténticamente sabio es quien hace de esta máxima una guía moral. Tal actitud, reconoce Descartes, exige una “meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar con este sesgo todas las cosas”.

27ª.- ¿Cuál es la finalidad de la duda según nos explica en el párrafo 8º?

Poner mayor seguridad en sus afirmaciones.

28ª.- ¿Por qué ha sido necesario elaborar la moral provisional antes de poner en práctica la duda metódica?

Por la acusación que le hicieron sus contemporáneos de no haber desarrollado una doctrina moral. Porque hay que vivir moralmente antes de dedicarse a plantear un nuevo modelo científico, un nuevo método para la filosofía.

29ª.- Repasa el texto y anota todas las diferencias que Descartes establece cuando trata materias especulativas, por una parte, y asuntos morales por otra. ¿Se podría afirmar que hacemos un uso diferente de la razón cuando la aplicamos a uno u otro?

A lo largo, sobre todo de la parte III (y ocasionalmente en otros pasajes, como el primer párrafo de la parte IV, por ejemplo), Descartes establece una serie de diferencias en el uso de la razón cuando la aplicamos a “materias especulativas” o cuando la aplicamos a asuntos morales. Podríamos reunirlas en el cuadro siguiente:

Todas estas diferencias nos llevan a admitir que Descartes distingue entre un “uso teórico” y un “uso práctico” de nuestra razón. Desde Aristóteles es tradicional distinguir entre una Filosofía teórica que consiste en la “contemplación de la verdad” (la que ejercita, por ejemplo, un geómetra que hace demostraciones) y una Filosofía práctica que delibera “sobre lo que puede ser de otra manera”, es decir, la acción humana, en la cual no cabe el mismo grado de certeza que en la anterior, pues aquí no hay demostraciones, sino persuasión, por lo que la razón sólo puede “dilucidar esto (la acción) en la medida en que lo permite la materia” (Ética a Nicómaco, Libro I, cap. 3).

Sin embargo, Descartes no admitiría nunca que haya una “Razón teórica” y una “Razón práctica”, esto es, dos facultades diferentes. Su concepción de la Ciencia es una, precisamente porque la Razón humana es una, aunque se aplique a objetos distintos. Así, en las Reglas para la dirección del espíritu, Regla I, dice: “Pues no siendo las ciencias otra cosa que la sabiduría humana, que permanece siempre una y la misma, aunque aplicada a diferentes objetos, y no recibiendo de ellos mayor diferenciación que la que recibe la luz del sol de la variedad de las cosas que ilumina...”.

Asimismo, cuando trata de definir, en los Principios de la Filosofía, su ideal de Sabiduría, engloba bajo este concepto tanto los fines de la filosofía teórica como los de la filosofía práctica: “Por Sabiduría no sólo hemos de entender la prudencia en el obrar, sino un perfecto conocimiento de cuanto el hombre puede conocer, bien en relación con la conducta que debe adoptar en la vida, bien en relación con la conservación de la salud, o con la invención de todas las artes” (pp. 7-8, edición citada en la bibliografía). La Razón humana es, pues, una, pero según se aplique a la matemática y a la naturaleza o a las acciones humanas alcanzará certezas indudables u opiniones probables.