Sócrates. La filosofía es gratuita

Antifón: Yo creía que la filosofía hacía feliz, así que lo que tú practicas, más me parece lo contrario. Comes y bebes mal y tienes un mismo y miserable manto para el verano y para el invierno. No vives elegante y libremente y lo que yo creo que eres es maestro de la mala suerte.

Sócrates: Tú crees que yo vivo mal, pero fíjate: como no cobro dinero, hago lo que me parece sin que nadie me pueda exigir ni obligar, y me conformo con poco, no necesito más. Mi salsa es el hambre, lo que da sabor al agua que bebo es mi sed. Porque tú ingenuamente crees que la molicie y lo caro es la felicidad, mientras que yo ya sé que lo divino es no necesitar nada. Yo no quiero necesitar de nada.

Antifón: Admito que eres justo, pero lo que no eres es sabio. Regalas tu enseñanza y no la aprecias en su valor, y como no estimas en nada lo que te podría valer dinero, pues no eres nada sabio.

Sócrates: Yo creo que la sabiduría y la flor de la edad son por el estilo:si llamamos prostituido a quien vende la flor de su edad, habrá que llamárselo también a quien vende la de su sabiduría. Y la gente les llama a los tales algo así: sofistas. Yo no quiero dinero, sino amigos, y con dar mi ciencia gano amigos, con lo que no pierdo nada. (Jenofonte. Recuerdos I. 6)

Este texto de Jenofonte tiene indudable interés para entender la gratuidad de la sabiduría y del conocimiento. Una cosa es necesitar de ingresos para vivir y otra muy distinta trabajar comprado por un salario. Un profesor, por ejemplo, podría decir a sus alumnos que a él no le pagan las clases, ni mucho menos los contenidos de las mismas, ni el entusiasmo mayor o menor que pone en ellas. Recibe, eso sí, una compensación económica establecida que en nada se parece al valor de su trabajo. Como sostiene el dicho: todo necio confunde valor con precio.

De acuerdo con Sócrates, todos quieren ser libres y tener amigos, y de ningún modo nadie, en su sano juicio quisiera prostituirse cobrando un dinero a cambio. Ese es precisamente el significado de libertad inalienable. La libertad no tiene precio y no se puede comprar o vender sin perder la dignidad. Pero esto no es sólo aplicable al trabajo de los profesores, sino que se aplica a todos los trabajos. Funcionarios, empresarios, sindicalistas, etc., deberían tener esto en cuenta. Lamentablemente este concepto de trabajo no suele considerarse y con demasiada ligereza se maltrata a los empleados por cuenta ajena. Por algo tantos quieren trabajar siendo autónomos. Y todo ello ocurre por falta de reflexión sobre el significado del trabajo y el sentido verdadero de la libertad. Tantas personas se dirigen todos los días hacia su trabajo al que casi odian porque no van a crear algo libremente, sino a cumplir con una obligación molesta de la que no pueden librarse. Es así una esclavitud pagada aunque algunas veces se tenga por un buen trabajo uno bien remunerado. Algunos incluso llegan a decir que si les tocara la lotería, lo primero que iban a hacer es decir cuatro cosas a sus jefes y, consiguientemente, despedirse de su empleo. En esta misma línea, parece completamente inadecuado e indigno el término que usan los sindicatos al llamar liberados a sus trabajadores que parecen así escapar de los empleos ordinarios que ejercían y que seguramente deben juzgar opresivos. Se liberan así, de esa esclavitud de un trabajo normal para dedicarse a labores sindicales en defensa de los intereses generales de los oprimidos. Esa lectura parece una herencia residual del marxismo y de su lucha de clases entre proletarios y propietarios.

Cuando Sócrates afirma también que el hambre es lo que da sabor a la comida y la sed a la bebida, todos sabemos que es verdad. La experiencia propia repetida muchas veces así nos lo dice. Los valencianos suelen decir que lo que hace buena una paella, en parte, es el tiempo que todos pasan esperando a que se haga, incluido el reposo debido. Y sin embargo, el miedo al futuro no siempre justificado suele hacer que muchos traten de acumular bienes por si acaso. Y en educación, muchos padres con una posición económica desahogada no permiten a sus hijos experimentar necesidades y de este modo no les preparan para soportar escaseces. Para Sócrates es feliz el que no necesita nada porque de algún modo lo tiene todo. Cierto es que este aserto tiene mucho de estoicismo porque lo dudoso es que se puedan eliminar los deseos como parece pretenderse. Sin embargo, es cierto que los deseos insatisfechos generan infelicidad y siempre se podría intentar una liberación de los deseos innecesarios. La dificultad estribará entonces en distinguir con claridad cuáles son estos. Pero parece claro que siempre se puede vivir con menos, y así, ser más libres, menos dependientes. Un poco de experiencia y buen sentido permite darse cuenta de ello.