Aristóteles y la sabiduría

De Aristóteles, se cuentan innumerables anécdotas. Diógenes Laercio en su conocida obra Vidas de filósofos ilustres recoge algunas. La que hemos seleccionado comienza con una buena pregunta: ¿cuál es la diferencia entre los sabios y los ignorantes?

Preguntado en qué se diferencian los sabios de los ignorantes, respondió: "En lo que los vivos de los muertos". Decía que "el saber, en las prosperidades sirve de adorno, y en las adversidades de refugio. Que los padres que instruyen a sus hijos son preferibles a los que solamente los engendran, pues éstos les dan la vida, pero aquellos la vida feliz”. (Diógenes Laercio, Vidas de filósofos ilustres)

La lectura de las obras de Aristóteles produce casi siempre la sensación de que este autor sostiene de un modo extremadamente sintético lo que uno ha pensado desde siempre, pero no sabía decirlo o no había caído en la cuenta. En esta cita de Diógenes Laercio, el Estagirita[1] es sumamente parco a la vez que claro: la diferencia entre los sabios y los ignorantes es la misma que la que existe entre los vivos y los muertos. Esta es una afirmación tan rotunda como agresiva para aquellos que en sus actividades renunciaron a pensar con cierto calado. Si interpretamos al pie de la letra las palabras del filósofo griego, hay que concluir en que es completamente necesario buscar la sabiduría y huir de la ignorancia con la misma decisión con la que se evita no sólo la muerte sino su misma cercanía. Añade además el Filósofo, como le gustaba tildar a Tomás de Aquino a Aristóteles, que los padres que instruyen a los hijos son mejores que los que solamente los engendran. Con esta indicación, queda todavía más palpable el valor de la sabiduría y la relación que guarda con la mera instrucción. Este texto no aclara si sabiduría e instrucción son lo mismo, pero es fácil pensar que la primera es condición de posibilidad de la segunda. No puede haber una sin la otra. Por lo demás, unos buenos padres son los que desean lo mejor para sus hijos: la sabiduría, para la cual se toman el esfuerzo agotador y considerablemente duradero de la instrucción. Aristóteles no nos señala aquí en qué consiste la sabiduría, pero seguro que está pensando en la filosofía, una filosofía primera como él la denomina o, metafísica como diríamos hoy.

Precisamente, en el comienzo de su obra “Metafísica[2]”, Aristóteles anima a todos los educadores con un enunciado absoluto: “Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber”[3]. Y continúa con la justificación de esta tesis y de sus consecuencias. El deseo de saber es el punto de partida para cualquier acceso a la sabiduría y, sin embargo, una vez le oí decir a un profesor de alumnos adolescentes, que su trabajo muchas veces consistía en enseñar al que no quiere, lo cual se revelaba casi siempre como un imposible metafísico. La frustración de tantos profesionales de la enseñanza puede estar provocada por este motivo: ¿qué ocurre con ciertos adolescentes, e incluso universitarios que parece que no quieren saber? Juzgo que una respuesta posible es que no quieren saber lo que algunos profesores les quieren enseñar y, en cambio, quieren saber otras cuestiones que suscitan su propio interés particular. Visto de esta forma, el trabajo de los educadores tendrá que consistir en encontrar el modo de interesar a sus alumnos en aquello que sin duda pueden y persiguen aprender. Y es que los hombres se interesen por algunas cosas y no por otras y de ahí, la diversificación de los estudios. Lo que seguramente quiere manifestar el Estagirita es que la sabiduría, entendida como el conocimiento de lo que verdaderamente importa, nos concierne a todos.

El problema es más profundo cuando se choca de vez en cuando con personas que, al parecer, han renunciado a pensar. O eso dicen. La contestación de una conocida cantante pop española a una entrevista lo confirma: “Una vez pensé, y lo pasé tan mal que no lo volveré a hacer” ¿Es sólo esta artista la que mantiene esta rotunda afirmación? ¿Es compartida por muchos en la sociedad de los siglos XX y XXI? Tomada dicha confesión totalmente en serio, supone enarbolar una renuncia al pensamiento y eso constituye un alegato posmoderno con matices nietzscheanos. Como bien podría sostener el propio Nietzsche, pensar es renunciar a vivir, y visto al revés, vivir es renunciar a pensar. Pero esta manera de ver la vida es la antítesis de Aristóteles. Para éste, la cantante ya estaría “exánime” por mucho que ella manifieste un vitalismo irracional.

¿Es cierto que existen personas que se plantean de manera seria que es preferible la ignorancia al conocimiento de la verdad, a la sabiduría?

En ciertas manifestaciones contraculturales presentes se advierte esa duda sobre las posibilidades del hombre de conocer la verdad, de alcanzar la sabiduría. El escepticismo y el relativismo que muchos consideran la quintaesencia de los valores democráticos, parecen oponerse al conocimiento de la verdad, y por tanto a la sabiduría. Si no es posible alcanzar la verdad, si cada uno tiene derecho a sostener su verdad, entonces ciertamente es imposible la sabiduría. Y así, solamente cabría una “buena educación” consistente en no abordar ciertos temas polémicos y sostener cuando no quede más remedio únicamente opiniones frágiles en busca de consenso. De este modo, no existiría la verdad, ni lo mejor, ni mucho menos lo más bello.

Si no es posible la verdad, tampoco lo será el bien y, entonces únicamente cabe la manipulación gregaria. Educación para la ciudadanía, puede muy bien convertirse en educación para la sumisión. Sumisión que puede entenderse como docilidad acrítica, a todo lo que determine el gobierno de turno, elegido desde luego, democráticamente. El consuelo sería que el rebaño obedecería a un “pastor” que ha sido elegido. Pero es dar por sentada una nueva verdad para la que no se estaba preparado. La frase del Filósofo se trocaría ahora por una de este estilo: “Todos los hombres tienen por naturaleza deseos de ser gregarios”. Y eso ya me parece mucho menos claro. Ante esta nueva sentencia es muy probable que muchos hombres manifiesten desacuerdo Y entonces ¿qué nuevas reformas nos veríamos obligados a emprender?

Digámoslo claro: el relativismo, la negación de la verdad esconde la ley del más fuerte. Como los hombres requieren seguridad, si no hay verdad objetiva a la que referirse, se tendrán que imponer los más fuertes, los más hábiles y mejores manipuladores y así, la convivencia se transforma en pura coexistencia bien estructurada y enormemente dependiente. La libertad queda ahora en entredicho.

[1] Aristóteles es llamado también el “estagirita” por ser natural de Estagira.

[2] Aristóteles nunca la llamó así. La etimología de “metafísica” responde al hecho de que Andrónico de Rodas para clasificar y nombrar las obras del autor griego, situó estos libros “después” de los de la Física.

[3] Aristóteles. Metafísica. Libro I