Anécdotas

INTRODUCCIÓN

En la universidad se estudia filosofía académica, mejor o peor según sean los profesores y los alumnos. Pero filósofos somos todos cuando nos elevamos por encima de lo cotidiano, de lo obvio. La filosofía es obra de autores más o menos conocidos, pero nos equivocaríamos si pensáramos que todos los filósofos se han formado en la universidad. Como muestra la misma historia de la filosofía muchos conocidos filósofos están muy alejados de esas instituciones formativas. Mucho antes de que existieran esos centros educativos tan familiares a nosotros vivieron unos hombres extraordinarios que no se limitaron a mirar las cosas, sino que las admiraron e indagaron sobre ellas. Y sólo más tarde algunos filósofos fueron fundadores de diversas escuelas. Así pues, la filosofía la podemos considerar familiar a nosotros mismos, pues es obra de nuestros antepasados. Tan familiar y tan humana. Cualquiera que acepte el reto de pensar libre y gratuitamente y con cierta profundidad y rigor puede intentarlo. La historia de la filosofía cuenta, como cualquier historia con muchas anécdotas, algunas reales y otras seguramente ficticias. Unas y otras pueden servir para explicar algunos aspectos de la filosofía y también para alejar esa visión tan rancia que algunos esperan de la suprema sabiduría y de sus amantes, los filósofos.

Las anécdotas nos interesan siempre porque tienen ese algo especial, sorprendente, y a todos nos encanta que algo nos asombre. Es como un regalo envuelto en un papel vistoso. Precisamente esa es una de las manifestaciones de la actitud filosófica. Es como un regalo envuelto en una historia, un mito, una anécdota. Pero si alguien cuenta una pequeña historia, o incluso un chiste, que no nos sorprende puede recibir por parte de los oyentes un cierto grado de desaprobación, o al menos cierta indiferencia. Cuando alguien cuenta una anécdota sustanciosa, tiene asegurada la atención. Pero es una atención provisional de la que luego se le va a pedir cuentas. Además, la anécdota cautiva porque suele apartarse un tanto del tema, suavizando así el discurso. De este modo lo que se quiere decir quedará más claro o no, dependiendo de que el relato sea eficaz y oportuno y sirva para ilustrar y dejar claras las ideas. Si no es así, la expectación creada se frustra e incluso se vuelve en contra. Eso lo saben bien todos los oradores y todos los que se dedican profesionalmente a dar clases, sean de la materia que sea.

La anécdota por sí sola puede ser suficiente y no requerir ninguna explicación. Sin embargo este libro intenta comentarlas brevemente, si bien, no pretende extraer todas sus posibilidades. Se muestran algunas y queda para los lectores el resto. Si algún lector quisiera hacerme llegar sus observaciones a estos comentarios le estaré muy agradecido. Lo digo con la seguridad de que los lectores de esas anécdotas nunca podremos agotar las posibles interpretaciones. Se equivocan los tristes agoreros que piensan y mantienen que ya está todo prácticamente dicho. Prefiero el optimismo que sueña con que el espíritu humano y la historia de la filosofía no han hecho más que empezar, y que por ello, las interpretaciones racionales continuarán mientras haya hombres sobre la tierra.