Realismo moral. Descartes

Descartes en su Discurso del Método introduce un moral provisional[1] con ciertas máximas que no son ni mucho menos originales pero siempre serán bien actuales.

Por ejemplo la tercera: “Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible. Y esto sólo me parecía bastante para apartarme en lo porvenir de desear algo sin conseguirlo y tenerme así contento…[2].

Vencerme a mí mismo antes que a la fortuna quiere decir afrontar la realidad empezando por lo que tenemos más cerca: nuestro propio yo. Con la “fortuna”, Descartes se está refiriendo a lo que no depende de nosotros, lo que puede ocurrir de tantas y tantas formas. Las cosas son lo que son y no es difícil concluir que no cambiarán a mi gusto, y hasta puede que no cambien de ninguna manera. Y uno es como es, pero puede cambiar. Al menos un poco. Esa es la gran diferencia. Las personas son libres, pero las cosas no lo son, por lo tanto, es el hombre únicamente el que puede moverse y adaptarse si quiere. Y modificar el mundo aunque sea levemente humanizándolo, pero empezando desde uno mismo. Si las cosas cambian a su alrededor de forma conveniente a sus proyectos puede felicitarse, pero si lo hacen a contracorriente, todavía puede afrontar los acontecimientos con alguna modificación propia. Lamentarse cuando no se puede hacer nada no tiene ningún sentido y desde luego es una pérdida de tiempo.

La reforma de la propia persona y de los propios deseos es posible cuando se quiere suficientemente. Oí decir una vez que, por las buenas se consigue poco, pero por las malas no se consigue nada. Pero puede conseguirse un poco hoy, y otro poco mañana. El que esté interesado en cambiar debe proponerse metas asequibles e incluso fáciles. Los primeros éxitos serán alimento para los futuros y cuando pase un tiempo esa persona se habrá desarrollado como ella mismo ha decidido, y con las ayudas que haya menester.

Alterar los propios deseos es una medida prudente cuando estos son descabellados. Muchas personas se refugian a veces en mundos fantásticos y suelen darse cuenta casi siempre cuando ya es demasiado tarde. Por eso, hay que encontrar el equilibrio entre los deseos y las posibilidades. Quién quiere algo imposible cosecha invariablemente una frustración. Eso no es óbice para exigirse mucho personalmente en la proyección de grandes metas, pero nunca pretender algo más allá de lo posible. Conocerse bien es el requisito imprescindible para no fallar, pero ya los griegos advirtieron de la dificultad del autoconocimiento cuando propusieron aquel clásico: “Conócete a ti mismo”.

No es posible conocerse sin la ayuda de alguien. Por eso dice un refrán que “nadie es buen juez en causa propia” y añade otro dicho bien atrevido que “del enemigo, el consejo”. La experiencia de las personas que buscan el consejo de sus padres, amigos, asesores, debería confirmar esta necesidad que todos experimentamos. Lo inteligente es consultar. Y después de cien consejos, la decisión que se toma sigue siendo libre y por ello, plenamente responsable.

Como sigue diciendo Descartes, nuestros propios pensamientos están siempre en nuestro poder, eso no nos lo puede quitar nadie. Nuestra intimidad se la podemos contar a alguien, si lo creemos conveniente, o bien, permanecer escondida para siempre en nuestro interior. Pero interesa que nuestras apreciaciones sobre el mundo las hagamos públicas para poder contrastarlas con otras y comprobar su veracidad. Como bien advierte Antonio Machado:

¿Tu verdad? - No, la verdad.

Y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela[3].

Hay también otro refrán que casi dice lo mismo: “Cuatro ojos ven más que dos”. Lo cual significa que en el diálogo puede encontrase más fácil la verdad. Etimológicamente diálogo es una palabra compuesta por, díaentre”, y logo “razón”. De esta forma queda claro que intercambiar razones es el modo de hacer más asequible la verdad. Pero han de ser razones, no falacias. Por ejemplo, el diálogo entre un padre y su hijo a la hora de elegir estudios futuros puede enriquecerse por una consulta técnica. Hay alumnos que no se conocen bien y hay padres que se ciegan en el conocimiento de sus hijos. El conocimiento subjetivo de padre e hijo sobre el futuro se enriquece por la “objetividad” de la consulta a un profesor que conozca bien la situación académica del hijo. Si los padres, o el hijo, o ambos se empeñan en una decisión excesivamente arriesgada, el profesor - orientador puede ayudar a ver la oportunidad de una decisión. Pero la medida que al fin se tome siempre puede ser incierta e incluso descaminada porque el futuro no lo sabe nadie y nuestra limitación es bien conocida, o debería serlo.

[1] Descartes llamó a esta moral “provisional” porque parece que pensaba llevar a cabo una “definitiva” cuando concluyeran sus investigaciones metafísicas y el método de las ciencias. Pero el autor francés no llegó a realizar otra.

[2] Descartes. Discurso del Método. Parte III.

[3] Antonio Machado. Proverbios y Cantares.