¿Ética o estética?. Hume

Un profesor universitario, coordinador para la prueba del Selectivo Universitario de la asignatura de filosofía del bachillerato español, comentaba en una reunión de profesores de la materia que, precisamente en ese curso había presentado su renuncia como coordinador y por lo tanto no pondría el examen por la sencilla razón de que, en esa ocasión se presentaba su hijo a dicha prueba. Y lo hizo alegando más o menos lo siguiente:

-No me parece “estético”, como pueden comprender, que ponga un examen a mi propio hijo y este curso debería encargarse otro profesor. Así pues, he renunciado por este año a ser coordinador de la asignatura de filosofía.

Todos los presentes alabaron su “buen gusto” y sin más, se pasó a la cuestión siguiente del orden del día.

A primera vista todos alabaríamos el proceder y la actitud de este profesor, y sin embargo, se puede apreciar el sesgo peculiar, nada inocente, en el motivo que aduce para su toma de postura. Otros, posiblemente habríamos dicho que no nos parecía ético examinar a nuestro propio hijo, pero él no dijo ético sino estético, sin dudarlo. Y lo repitió varias veces para que no hubiera ninguna confusión ¿Por qué dijo estético en lugar de ético? ¿No distingue el ilustre profesor la ética de la estética? ¿Se trata de un simple descuido?

-Pienso que no.

El erudito profesor no se estaba equivocando y prueba de ello es el cuidado que puso para que todos los presentes interpretáramos sus palabras como él había pretendido. El coordinador estaba manteniendo claramente una teoría ética de tradición empirista, según la cual, ética y estética proceden ambas por igual, de un cierto gusto o sensación que de la misma manera juzga sobre lo bueno o lo malo, que sobre lo bello y lo feo. Según este modo de ver las cosas, el mismo sentido, -que no razón-, que califica sobre la bondad de nuestros actos sería el que juzgaría también sobre la belleza de las cosas. A fin de cuentas, un acto bueno ¿no sería asimismo un acto bello?

Uno de los problemas que afloran, es el de la objetividad del bien y el mal que estos autores, herederos de Hume, no podrían admitir. Bien y mal sería percibidos, no por la inteligencia, sino por una especie de sensibilidad propia del hombre que advertiría las diferencias morales no de un modo distinto a como se aprecian las diferencias estéticas. Así pues, para estos autores, el bien y el mal no serían objetivos. En concreto, como sostiene el filósofo empirista inglés, bien y mal no son bien y mal porque lo sean en sí mismos, sino que son bien y mal porque lo sienten así unos sujetos dados. Un ejemplo ayudará a clarificar este punto: para Hume, el asesinato no es malo porque objetivamente lo sea, sino que lo sería porque todos sentimos una grave desaprobación en dicho caso. En primer lugar cabe la objeción de si todos sentimos lo mismo ante las mismas acciones; la respuesta es no, sin duda. Por si fuera poco se podría añadir que, cabe preguntarse además qué ocurriría cuando alguien diga que él no siente nada al asesinar. Probablemente se nos contestaría diciendo que no existe una moral individual o individualista y que es la mayoría la que tiene que decidir. De este modo nos introduciríamos en la moderna ética consensuada o simplemente democrática. Ahora, el bien y el mal lo decidiría la mayoría.

Admitida esta propuesta democraticista, amenaza otro peligro para las minorías que así, no podrían ser excesivamente originales sin grave riesgo. Si alguien lo decide, y cuenta con el respaldo de la mayoría, cualquier minoría podría ser perseguida por un motivo arbitrario y obligada a integrarse en la mayoría y si se niega tendrá que renunciar a sus planteamientos. Este es el riesgo totalitario en el que pueden caer algunas democracias que, para asegurarse una cierta y pacífica uniformidad, pueden maltratar a las minorías oyéndolas o bien, si apremia el tiempo, sin oírlas siquiera.

Pero volvamos a la cuestión que nos ocupa ¿es lo mismo ética que estética? Pensamos que no. Las razones morales no se deciden del mismo modo que las razones de la estética. Por las primeras los hombres nos podemos comprometer y de hecho nos comprometemos de un modo diferente a como lo podemos hacer por las segundas. De otro modo, la llamada del deber no es la misma que la llamada de la belleza. El deber moral es imperativo, como recalca Kant, y no parece que la estética lo sea. En asuntos de ética, si debemos, es que podemos. Y porque podemos, debemos imperativamente obrar en consecuencia. Si soslayamos los deberes éticos, la conciencia individual o social nos lo reclamará de una forma bien diferente a como lo podría hacer cualquier reclamo estético por fuerte que éste pudiera ser.

Un ejemplo puede ayudar a clarificar este tema. Nadie confundiría, me parece, la deuda de los países pobres con un problema estético ¿Los países pobres deben pagar o no? ¿Se afronta ese problema desde un punto de vista estético, por lo bella que pueda resultar dicha cuestión? Ni siquiera los utilitaristas admitirían esa posibilidad. Para un utilitarista puede resultar útil perdonar una deuda, pero no simplemente bello. Políticamente, comprobamos que algunas deudas son perdonadas cuando parece imposible que algunos países las puedan pagar. Como ya hemos dicho en el párrafo anterior: si se debe, es que se puede. O al revés, si no se puede, entonces es que no se debe. Lo que es indudable, espero, es que perdonar deudas no es, ni de lejos, una cuestión meramente estética, sino ética. Tampoco me parece que el razonamiento que acabamos de hacer sea producto de ningún sentimiento. No es necesario sentir ninguna compasión hacia el que no puede pagar para condonarle la deuda. Simplemente puedo borrar de mi cuenta de resultados al moroso cuando percibo que esa deuda es imposible de cobrar. Muchos contables inteligentes han experimentado lo sencillo que es borrar en el papel la deuda imposible de cobrar. A partir de ese momento, la deuda ha desaparecido, simplemente ha dejado de existir.

Volviendo al profesor escrupuloso y que ciertamente no examinó a su hijo por razones estéticas ¿le daría coherentemente, recomendaciones estéticas a su hijo para que superara la prueba de selectivo de filosofía? ¿Le ayudaría a aprovechar el tiempo y a estudiar como una cuestión ornamental? ¿Le diría que procurara realizar el examen con una bella caligrafía? ¿Le recomendaría que no cometiera faltas de ortografía para que la prueba quedara más bonita?

Siento no conocer la respuesta a estas preguntas y sin embargo quiero suponer que al tratarse de su propio hijo, dicho profesor no fue coherente por una vez y se atrevió a separar su teórica filosofía, de la vida corriente. Le debió decir lo bueno, lo mejor, algo así como:

- Hijo, estudia bien los temas y haz lo posible por obtener una buena media en el Selectivo. Te espera una vida mejor...y no simplemente más estética.