Kant y las tertulias

De Kant siempre se suele contar una anécdota, que reforzaría el conocido espíritu de puntualidad y eficacia germánica. Se cuenta que los vecinos de la ciudad natal de Kant, Konisberg, ponían los relojes en hora cuando veían pasar al profesor de filosofía de su universidad. Parece incluso que solo dejó de hacer su acostumbrado paseo durante un tiempo, absorbido por la lectura del Emilio de Rousseau que, como sabemos influyó poderosamente en sus famosas críticas, tanto la de la Razón Pura como la de la Razón Práctica. Sin embargo, menos personas conocen su afición a rodearse de amigos durante la comida y además con la condición expresa de no hablar de filosofía. Todo el día filosofando podía ser demasiado, incluso para Kant. No es bueno obsesionarse, ni siquiera con la madre de todas las ciencias y así, conviene despejar la mente con otras cosas y entre ellas la mejor es, sin duda, una buena comida en compañía de buenos amigos.

“Tenía buenos amigos y disfrutaba mucho de las gratas e intrascendentes conversaciones mantenidas con el puñado de comensales que congregaba muy a menudo en su propia casa. En torno a su mesa, siempre regada por buenos vinos, que cada invitado podía escanciar individualmente, nunca encontraban asiento menos personas que las gracias (3) ni más que las musas (9), incluyendo al anfitrión quien jamás consentía que sus contertulios abordaran problemas filosóficos y amenizaba esas reuniones charlando con gran conocimiento de causa sobre cualquier otro tema”[1].

En la actualidad se puede observar la proliferación de master de comunicación y otros medios que mejoren nuestros medios de conectar unos con otros. Empresas y políticos han decidido que tenemos un problema de comunicación y sería conveniente abordarlo, como siempre, con un estudio concienzudo del tema y con abundante tecnología, pero me temo que sin ningún amor. Y ese es el error, me parece. Video- conferencias, redes sociales, e mails y todo un abanico de comunicaciones virtuales para tratar de encontrarnos a nosotros mismos. Una comunicación virtual puede ser muy útil para los negocios que se fundan en el interés comercial, y para las relaciones superficiales pero es una comunicación muy pobre, si se trata de amistad. No niego las indudables ventajas que nos ofrecen esas autopistas de la comunicación pero son eso, vías rápidas que nos acercan rápidamente a ese deseable e insustituible encuentro personal que ha de ser, por definición, reposado, tranquilo, sosegado, si hemos de ofrecer la posibilidad de querernos.

La ciencia, el arte, la filosofía y ciertas ocupaciones son necesarias para la vida, pero no son la vida misma. Para vivir, hay que encontrar tiempo para la amistad, para la relación humana enriquecedora. Por eso, como Kant, solemos celebrar las fiestas con los seres queridos con una buena comida y bebida que alegran el cuerpo y el alma. Es imposible alegrarse en soledad. Lo mejor de los regalos es enseñarlos a los amigos, compartirlos con ellos. Una buena película es mucho mejor cuando la podemos comentar con alguien. ¡Vae solis!, ¡Ay del solo! dice la biblia y por eso, hasta los eremitas, si bien se retiraban al desierto, era para encontrarse con la buena compañía de Dios. Y en seguida se les unían otros para buscar ese mismo encuentro con Dios y con los otros. El infierno son los otros, que dijo Sartre, es una solemne falsedad que sólo indica el grado de deshumanización que debió alcanzar él por motivos que ignoro.

Me imagino las tertulias de Kant y siento cierta envidia porque no siempre es fácil encontrar buenos interlocutores. Charlar con amigos es fácil pero lograr una buena tertulia es cosa bien distinta. Es cierto que, a falta de tertulias propias hay muchos que se contentan con oír tertulias en la radio o la televisión. No lo veo mal, pero creo que es mucho mejor participar en tertulias propias con los amigos. Pero tengo que aclarar que no me gustan nada esos debates en los que la finalidad es dejar mal a otros, o simplemente comprobar quién ha ganado el debate. Prefiero tertulias positivas que mejoran la formación y la cultura de sus participantes, o simplemente esas conversaciones desenfadadas de amigos sin más finalidad que tratarse, conocerse mejor. La condición para una buena tertulia: que se respete a los ausentes, que no se hable mal de nadie. Es conocido el dicho: cuando no puedas alabar, cállate. ¿Y los temas? Todos, sabiendo de lo que se habla. Si de algo no se sabe, escuchar, aprender y estudiar, si se quiere… .

[1] Roberto R. Aramayo (Immanuel Kant Ed. Edaf Madrid 2001)