La verdad y la representación. Platón

En el Fedro, uno de los Diálogos platónicos, Sócrates cuenta a su interlocutor una historia que ha escuchado de los antiguos, los cuales al parecer, tenían conocimiento de lo verdadero. Una vez Thot, el padre de las letras y el dios del tiempo, visitó al rey egipcio Thamus de Tebas. Instruyó al soberano sobre diversas artes inventadas por él, y especialmente sobre el arte de escribir por él concebido. Ponderando su propio invento, dijo al rey: “Este conocimiento, oh rey, hará a los egipcios más sabios y vigorizará su memoria; es el elixir de la memoria y de la sabiduría”.Pero el rey no se deja impresionar. Él prevé lo contrario como consecuencia del conocimiento de la escritura: “Esto producirá olvido en las almas de los que lo aprendan por descuidar el ejercicio de la memoria, ya que ahora, fiándose a la escritura exterior, recordarán de un modo externo; no desde su propio interior y desde sí mismos. Por consiguiente, tú has inventado un medio no para el recordar, sino para el caer en la cuenta, y de la sabiduría tú aportas a tus aprendices sólo la representación, no la cosa misma. Pues ahora son eruditos en muchas cosas, pero sin verdadera instrucción, y así pensarán ser entendidos en muchas cosas, cuando en realidad no entienden de nada, y son gente con la que es difícil tratar, puesto que no son verdaderos sabios, sino sólo sabios en apariencia”[1].

Nombramos las cosas mediante palabras pero las palabras no son las cosas mismas, sino las representaciones que hacemos de ellas. La relación entre la palabra, lo que ésta designa, y nuestro pensamiento respecto del mundo, han sido calificados por Alejandro Llano como el Enigma de la Representación[2] debido a la dificultad que presenta dicha relación. A la vez, las palabras son también representaciones de ideas, de conceptos. Y conceptos e ideas los hay más o menos abstractos. Para el caso que nos ocupa, se podría decir que es lo mismo, pues todos ellos son designados con palabras. Con las palabras se pretende significar todo un mundo indefinido e inabarcable de suyo. Con las palabras, está claro, ahorramos esfuerzos porque éstas suponen una simplificación y un ahorro mayúsculo ¿Pero es un ahorro legítimo?

La expresión “mundo”, por ejemplo, ¿puede encerrar tantas cosas? Si además añadimos que ese mundo no se nos presenta verdaderamente con la transparencia que querríamos, el problema se amplía. Por estas preguntas y otras similares, éste es seguramente uno de los problemas más clásicos de la filosofía. Es decir, saber hasta qué punto nuestro pensamiento representa el mundo, y nuestras palabras designan fielmente a las cosas. Pero aquí no lo vamos a resolver… Me parece que si hubiera un Premio Nóbel de Filosofía lo obtendría con seguridad aquél que resolviera este intrincado problema. Trataremos pues de abordar otro asunto paralelo al anterior y que también es relevante.

En el texto, objeto de este comentario, Platón muestra con claridad cómo, en efecto, conocer las cosas mismas es de sabios, pero sólo nombrarlas no lo es. Y la alusión que se hace a la memoria como elemento necesario para la sabiduría es extraordinariamente interesante. Como es sabido, para Platón conocer es precisamente anamnesis: “recordar”[3]. Y recordar en un sentido profundo. No hay en verdad conocimiento “nuevo”, sino más bien re-conocimiento, caer en la cuenta. Esto lo explica Platón en otro diálogo llamado “Menón”. En la medida que alguien recuerda, sabe. Si olvida, no sabe. Si recuerda muchas cosas estará más cerca de la sabiduría. Pero para recordar se precisa la ayuda de alguien que te ponga en la tesitura de “aprender-recordando”.

Pero se dice en el texto que con la escritura se ampliarán las posibilidades de la memoria y por tanto de la sabiduría. Y sin embargo, el rey no está de acuerdo porque, según él, la escritura es representación y no realidad. Así pues, se distingue una sabiduría real del que sabe sobre las cosas, de otra meramente aparente que sólo es debida a la lectura de ciertos escritos que son sólo representaciones, como se ha sostenido antes. O lo que es lo mismo, hay una sabiduría verdadera y otra falsa, aunque erudita. Una vez más, Platón parece poner el dedo en la llaga en buena parte de nuestra pedagogía actual, que se basa mayormente en el conocimiento a través de textos descuidando la cercanía de la realidad.

Hay personas que leen con gran profusión y otros que apenas leen ¿Son los primeros verdaderamente sabios e ignorantes los segundos? No, de acuerdo con Platón, y según lo que acabamos de ver. Y no por varios motivos:

Primero: habría que saber qué se está leyendo. Si lo que se lee es un texto que habla sobre las cosas y, entonces no se está demasiado lejos de las cosas, o bien, sobre otros libros, en cuyo caso…. Si el texto habla sobre las cosas y remite a éstas para que cada cual aprenda de ellas, bien está. Si no es así y sólo habla de otros libros, cuidado, es posible que se aleje excesivamente de la realidad, siempre según Platón. Este puede ser el caso desgraciado de un sinfín de trabajos que se dicen de investigación y que son en verdad una mera adición de citas y más citas de autores, cuanto más autorizados mejor, y que terminan aludiéndose unos a otros en un círculo interminable y casi siempre cerrado en sí mismo.

Segundo: ¿todo texto merece la pena ser leído? Un amigo extraordinariamente lector, afirmaba que él no leía un texto que no tuviera, al menos, trescientos años. Con esta posible exageración quería asegurarse al parecer, de que con el paso del tiempo habrían permanecido los buenos libros y olvidados aquellos que no fueran merecedores de estima. Y por lo misma razón, la persona aludida no dedicaba mucho tiempo a leer la prensa. Es bastante razonable comprender que un periódico es una obra efímera de un grupo de profesionales con prisas, que salvando su intención, es indudable que han escrito sus artículos y noticias velozmente para poder cerrar la edición a la hora prevista. Y al día siguiente, vuelta a empezar. Sin llegar a sostener que haga falta esperar trescientos años para leer un texto, es un hecho que las posibilidades de tiempo para leer son bien limitadas y la abundancia de material legible imposible de abarcar. Hay quien sostiene mentirosamente que no tiene tiempo para leer, cuando él mismo confiesa que lo tiene para otras ocupaciones. Sin ánimo de controversia, me parece que la conclusión es bien simple: si hay que leer, y pienso que sí, entonces deberemos leer lo mejor y procurar no perderse en la maraña de libros que todos los años se publican ¿Quién sería capaz de leer todo lo que se publica para decidir qué es lo mejor? Por eso, parece lógico dejarse aconsejar por alguien más leído. Pero si se quiere perder el tiempo… .

Tercero: Del mismo texto, no todos sacan las mismas conclusiones. Conocido es que a la hora de leer un texto caben algunas, por no decir muchas interpretaciones. De ahí la moderna hermenéutica. La cuestión es, cómo se lee, desde qué presupuestos y qué se busca cuando se lee. Alguien podría decir sin temor a equivocarse que parece que sólo hallamos en los libros aquello que queremos encontrar. Contrastar lo que unos han leído y visto, con los que otros han visto de esa misma lectura, me parece una forma de aprender extraordinariamente vital y recomendable. Me recuerda la dialéctica platónica, dicho sea con el mayor de los respetos.

Pero el que sólo lee puede estar perdido, confundido. Hay que salir a ver las cosas, la realidad de primera mano, y si es posible con otros. Algo de esto es lo que parece querer Descartes con aquello de leer en el Gran Libro del Mundo.

[1] Platón. Fedro, 274 d- 275b.

[2] Cfr. Alejandro Llano. El Enigma de la Representación. Ed. Síntesis. Madrid. 1999.

[3] La teoría de la reminiscencia platónica consiste, muy sucintamente, en explicar el conocimiento como un recuerdo. Para ello hay que admitir la familiaridad del alma y la inteligencia con en una estancia anterior en el mundo de las Ideas y allí las conoció en sí mismas. El alma humana condenada al mundo sensible y a quedar encerrada en un cuerpo material ha olvidado la verdad del Mundo Inteligible pero, viendo el mundo sensible y teniendo en cuenta que las cosas del mundo sensible son copia de las Ideas, el conocimiento ha de ser anamnesis, recuerdo.