Platón

Breve comentario a su Carta VII:

No hay que confundir el libro VII de la República con su Carta VII. En esta última el filósofo griego nos cuenta cuáles son los motivos de su pensamiento político, el por qué de su teoría del filósofo gobernante. Y lo hace desde su propia experiencia, desde sus ensayos fallidos de hacer política. En la conclusión queda perfectamente delineada su postura: " ... no cesará en sus males el género humano mientras o bien la clase de los que filosofan recta y sabiamente lleguen al poder político, o bien la de quienes gobiernan los estados lleguen, por un favor divino, a filosofar de verdad.” O los filósofos, conocedores de la Verdad y el Bien se ponen a gobernar, o los que gobiernan lo hacen desde ese mismo Bien y Verdad absolutos. Otra cosa diferente es ver cómo alguien pueda asegurar el haverlo logrado. No obstante, merecería empeñarse por una cosa así.

“Siendo yo joven experimenté lo mismo que otros muchos: pensé dedicarme a los asuntos comunes de la polis tan pronto como llegase a ser dueño de mí mismo; y he aquí a cuáles quiso la suerte que asistiese. Vituperado por la mayoría el régimen político entonces imperante, se produjo un cambio, y al frente de la nueva situación se pusieron cincuenta y un hombres, once en la ciudad, y diez en el Pireo encargados de la administración pública en lo referente al ágora y los asuntos municipales, mientras treinta se colocaron como señores absolutos al frente del gobierno[1]. Ocurrió que algunos de éstos eran parientes y conocidos míos, y en consecuencia me llamaron enseguida a colaborar, como si el asunto me interesara. Y, dada mi juventud, nada hay de extraño en cómo respondí: creí que ellos regirían la polis cambiando su modo de vida injusto por otro justo, de modo que les consagré enteramente mi atención, a ver qué lograban; para comprobar que, en poco tiempo, aquellos hombres hacían que la situación anterior pareciese de oro. Además de otras cosas, a mi amigo Sócrates, hombre mayor a quien yo no tendría reparo en llamar el más justo de aquel tiempo, le enviaron a que, con algunos otros, prendiera a un ciudadano y le condujera a la fuerza a ser ejecutado, para que así Sócrates, lo quisiese o no, participase en sus fechorías. Pero él no obedeció y se arriesgó a sufrirlo todo antes que hacerse cómplice de sus actos criminales. Contemplando, pues, todas esas cosas y otras semejantes y no menos graves, me aparté indignado de tales maldades. En no mucho tiempo cayeron los Treinta y todo su régimen. De nuevo, aunque con menor entusiasmo, me vino el deseo de trabajar en los asuntos públicos y comunes. En aquel periodo agitado ocurrían también, desde luego, cosas rechazables, y nada puede sorprender que, con el cambio de situación, algunos se vengasen con exceso de otros. Los entonces repatriados actuaron sin embargo, con mucha moderación. Pero quiso también la suerte que algunos de los que estaban en el poder llevaran a mi amigo Sócrates ante el tribunal de justicia, con la acusación más inicua y menos adecuada de todas para él, pues unos le acusaron de impiedad[2] y otros condenaron a muerte a quien no había querido participar en el arresto ilegítimo de un amigo de los antes desterrados. Al observar tales cosas y a los hombres que ejercían las funciones públicas, así como las leyes y las costumbres, cuanto más las examinaba y más maduraba yo en edad, tanto más difícil me parecía desempeñar funciones públicas con rectitud; no lo creía posible, en efecto, sin amigos y compañeros dignos de confianza. Encontrar quienes lo fueran no era fácil, pues la polis ya no se regía por las costumbres y prácticas de nuestros mayores, y era imposible procurarse otras nuevas con alguna facilidad; además, las leyes escritas y las costumbres se corrompían a la vez que se multiplicaban con asombrosa rapidez. Así yo, que al principio ardía en deseos de ocuparme de las cosas de la comunidad, al mirarlas y verlas arrastradas en todas direcciones acabé sufriendo vértigo y, sin dejar por ello de considerar la manera de mejorar tanto los asuntos corrientes como el régimen político en su conjunto, si dejé de esperar nuevas oportunidades de acción concreta, y acabé por entender que todos los estados actuales están sin excepción mal gobernados; pues las cosas referentes a las leyes se hayan en una situación casi incurable, sin una reforma que fuese maravillosamente preparada y acompañada por la fortuna. Y me vi obligado a proclamar en elogio de la verdadera filosofía que de ésta depende el que pueda contemplarse todo lo que es justo, tanto en lo propio de la polis como en lo de los particulares; pues no cesará en sus males el género humano mientras o bien la clase de los que filosofan recta y sabiamente lleguen al poder político, o bien la de quienes gobiernan los estados lleguen, por un favor divino, a filosofar de verdad.”

[1] Se refiere Platón al golpe de los Treinta tiranos del año 404 a. C.

[2] Fue acusado de no reconocer a los dioses que reconoce la ciudad y de enseñarlo así a los jóvenes.