Diógenes y Alejandro Magno. Filosofía y vida.

Se cuenta que mientras Diógenes estaba tomando el sol, pasó Alejandro Magno camino de la India y dirigiéndose a él, le dijo:

-Me gustaría hacer algo por usted… ¿hay algo que pueda hacer?

Diógenes le contestó:

-Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol, eso es todo. No necesito nada más.

Alejandro dijo:

-Si tengo una nueva oportunidad de regresar a la tierra, le pediré a Dios que no me convierta otra vez en Alejandro de nuevo, sino que me convierta en Diógenes.

Diógenes se rió y dijo:

-¿qué te impide serlo ahora? ¿Adónde vas?

Dijo Alejandro:

-Voy a la India a conquistar el mundo entero.

¿Y después qué vas a hacer? preguntó Diógenes.

Alejandro dijo:

- Después voy a descansar.

Diógenes se rió de nuevo y dijo:

-Estás loco. Yo estoy descansando ahora; no he conquistado el mundo y no veo la necesidad de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿por qué no lo haces ahora? Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje[1].

Dejando aparte el hecho de que la mayoría de las historias que se cuentan de Alejandro Magno puedan ser completamente legendarias, tomaremos la presente anécdota como si hubiera sucedido realmente. Lo que sí parece históricamente cierto es que Alejandro Magno murió muy joven y, al parecer, no tuvo tiempo de descansar antes de morir. De este modo, la presente anécdota convierte a Diógenes, un cínico y un paria de este mundo vulgar, en casi un profeta que se atreve a leerle el futuro a todo un Alejandro Magno. Y lo que le advierte al conquistador puede asimismo servir para tantos hombres y mujeres que con el mismo espíritu que él se mueven sin cesar hacia conquistas más o menos grandes - realización personal la suelen llamar- inhabilitándose de paso para apreciar muchas de las pequeñas y grandes alegrías que ofrece la vida.

Se cuentan tantas cosas provocativas de Diógenes que no sabemos a ciencia cierta lo que haría cuando no tomaba el sol. Sin aventurarnos demasiado, podemos estar seguros de que sabría vivir bien sin la zozobra de tener que ir buscando en el fin del mundo algo que puede disfrutar muy cerca. Conquistar un mundo lejano debía tener para el gran Alejandro un enorme aliciente y, sin embargo, la brevedad de su vida, los sufrimientos colaterales en él y en los suyos que sus conquistas acarrearon y su prematura muerte sin llegar a un descanso merecido hacen dudar un tanto de quién estaba en lo cierto, si Alejandro o Diógenes.

La postura de Diógenes puede traducirse por otra que refleja una expresión bien conocida de todos: tomarse la vida con filosofía. Dejando de lado la posible interpretación hedonista podría verse más bien como un vivir con unos ideales, unos ideales reales, valga el juego de palabras. Las frustraciones mayores que acaecen a los hombres suelen forjarse cuando no pueden llevar a cabo una ilusión que de suyo es imposible. Parece absurdo pretender la luna, como Calígula en la obra de Albert Camús, y sin embargo la ambicionamos. Los deseos insatisfechos son la peor de las torturas, como recuerdan los estoicos y los budistas. La solución del problema no es la eliminación de los deseos, como estoicos y budistas han intentado, sino el aquilatamiento de los mismos. Los deseos no han de superar las posibilidades y de ahí que sea vital el conócete a tí mismo del oráculo de Delfos. Para conocerse es imprescindible la reflexión y el ocio bien entendido a la manera aristotélica[2]. Para saber quiénes somos, o al menos hacerse una idea aproximada, se ha de poder reflexionar y eso exige tiempo. Tomar el sol es optativo pero pensar se revela obligatorio. Pensar en serio es interrogarnos sobre quiénes somos y qué es lo que podemos hacer para ganar en humanidad. Vivir es un proyecto existencial que hay que desarrollar todos los días porque nadie nace hecho del todo ni, por otra parte, puede vivirse de cualquier manera. Puede parecerle a alguien que no hay tiempo para eso y sí, en cambio, para ir corriendo a conquistar mundos virtuales e irreales. El resultado suele ser cosechar fracaso tras fracaso porque en seguida se descubre que lo imposible, ciertamente no es viable. No estamos hechos para el engaño y no nos contentamos con sucedáneos de la verdad.

En esa búsqueda incesante, algunos se rinden y otros, los más decididos o inconscientes según se mire, reemprenden la lucha hacia otra conquista pequeñita, otra vez sin pensar y, consecuentemente tiene lugar otro desastre. La insatisfacción personal hace presa en esos conquistadores de pequeños o grandes imperios. Por ejemplo, ciertos jóvenes están atrapados en la fiebre del finde en el que esperan conquistar algún reino. Son capaces de sacrificarse toda una larga semana estudiando o trabajando, incluso fuera de sí, con tal de llegar al por fin es viernes. Y luego a posteriori, es decir tras la experiencia, comprueban decepcionados que no ha sido para tanto. Pero en seguida inasequibles al desaliento, se olvidan y vuelven a proyectarse en el futuro. Retornan a los mismos planes tan absurdos como antes, tan absurdos como siempre. El próximo finde será mejor. Nunca tienen bastante.

Diógenes puede parecer un perezoso a nuestra mentalidad hiperactiva. Es preferible verlo como un hombre que le sabe hablar a un agitador poderoso, de tú a tú, y demostrarle que la postura que él ha elegido es manifiestamente preferible. Él está tomando el sol, descansando y pensando y, en cambio, Alejandro Magno no conquistará el mundo, morirá joven y no podrá nunca disfrutar de un descanso. Nunca logrará sus aspiraciones porque son las ambiciones de un loco.

La historia y la leyenda se han encargado de encumbrar políticamente a Alejandro, llamándole Magno, y degradar a Diógenes, tildándole como el cínico porque entre otras cosas, parece no hacer nada. La aparente inactividad no la perdona una mentalidad dominante activista - utilitarista que pretende que todos se muevan y logren conquistas cada vez mayores, aunque no sepan qué presas merecen la pena y cuáles no. Eso, para ciertas mentalidades actuales, da casi igual. Pero tanto activismo irracional suele degenerar y, en cambio, parece mucho mejor no moverse tanto y hacerlo con algún sentido. Tomar el sol, relajándose, o estar a la sombra refrescándose, puede ser una espléndida manera de inspirarse. Eso sí, sin quemarse ni quedarse frío. Siempre son difíciles los equilibrios.

[1] Diógenes Laercio. Vidas de Filósofos Ilustres.

[2] Para Aristóteles el ocio es necesario para la contemplación, para el pensamiento filosófico.