Si algo en lo que parece existir un acuerdo general es en el aprecio que todos hacen de la amistad. Unos tienen muchos amigos y otros pocos pero todo el mundo sabe que la amistad es uno de los mayores valores que tiene la vida. No podemos ni queremos imaginar una vida sin amigos. Pero no todos entienden lo mismo por amistad. Por eso la cita de Aristóteles me parece oportuna para no confundirla con otras reciprocidades.
Hay tres clases de amistades, igual que hay tres clases de amabilidades. En cada una de ellas encontramos reciprocidad y amor no secreto. Los que se aman mutuamente quieren el bien los unos de los otros, según la naturaleza de su amor. Los que se aman por la utilidad no se aman por sí mismos, sino con la esperanza de obtener del otro algún bien. Y lo mismo ocurre con los que se aman con vistas al placer; no aman a las gentes de talento por sus cualidades, sino por lo gratas que les resultan.
Así pues los que aman por la utilidad buscan lo que les conviene. Los que aman por el placer [buscan] lo que les es agradable. No aman al amigo porque es él, sino en la medida en que les es útil o agradable. Estas amistades nacen accidentalmente; no aman a su amigo por lo que es, sino porque es capaz de procurarles alguna ventaja o algún placer. Estas amistades son muy frágiles, porque los amigos no siempre permanecen iguales; cuando ya no son útiles ni agradables, dejan de amarse. [...].
La amistad perfecta es la de los hombres buenos y la de los que se unen por la virtud[1].
La primera cuestión que quiere dejar clara el estagirita[2] es que la amistad es cuestión de amor y reciprocidad en el bien. Y para aclarar este punto advierte que hay tres clases de amistades más o menos perfectas según el tipo de amor en el que se fundan.
El primer tipo de amistad es el que podríamos llamar utilitario y que sólo consiste en querer al otro por el tipo de bien útil que se consigue de él. Es un amor interesado y por tanto de baja calidad y poco duradero. Sólo se mantendrá mientras dure el interés o mientras uno de los dos no descubra que está siendo utilizado. Si tiene razón Kant, y el hombre no es nunca un medio sino un fin[3], entonces este tipo de amistad es francamente rechazable por más que se vea magníficamente interpretada tantas veces y en tantos ambientes por actores inconscientes. El descubrimiento de la falsedad de este tipo de amistad utilitaria es una de las mayores frustraciones que advienen a hombres y mujeres.
El segundo tipo de amistad que refleja Aristóteles es el basado en el placer que sin duda aporta. El amigo “feliz” por poseer la amistad de otro puede muy bien que esté instalado en el placer de tener amigo, y no en el amigo mismo. Y eso es egoísmo no advertido, pero egoísmo a fin de cuentas. Y como pasa con todos los egoísmos y con todos los placeres, uno se termina cansando. Y no digamos nada si los placeres que me aporta el amigo no son precisamente virtuosos.
De lo que avisa el peripatético Aristóteles es de la fragilidad de las amistades basadas en la simple utilidad o en el placer. Efectivamente el otro se merece algo más. Merece ser amado por sí mismo y por sus cualidades. Por cierto, la amistad reclama cualidades amables. Si queremos ser amados hemos de luchar por conseguir virtudes amables. Así pues, se requieren virtudes si se quiere disfrutar de amistades duraderas y no simplemente jugar a tener amigos accidentales, encuentros ocasionales en donde todos se usan, todos se ríen y disfrutan y luego se despiden con un lacónico “hasta más ver” que denuncia bien a las claras vacíos que difícilmente se pueden llenar. Por eso concluye Aristóteles refiriéndose a esas relaciones que “cuando ya no son útiles ni agradables, dejan de amarse”
El utilitarismo ético y el hedonismo no pueden constituir la base de ninguna amistad duradera. La razón es que tanto la utilidad como el placer adolecen del mismo defecto: son variables, inconstantes y diferentes para cada sujeto. La utilidad y el placer no son lo mismo para todos ni permanecen regulares en el tiempo. Por este motivo dan lugar a enormes equívocos y trastornos. Lo que a mí me resulta útil o placentero en algún momento puede resultarle a otro todo lo contrario. Además, a lo largo del tiempo no resultan útiles o placenteras las mismas cosas para todos. Así, no hay manera de entenderse. La ley del más fuerte se impone, y eso no parece demasiado placentero para el débil.
Resulta provocativo en la actualidad que se añada encima que la amistad perfecta sólo se da entre hombres buenos que se unen por la virtud. Pero es completamente lógico. Si la amistad es una cosa buena, entonces sólo se podrá dar entre hombres buenos y estos son los que cultivan la virtud. Y siguiendo con la lógica aplastante del griego, mejores o peores amigos sumarán una mejor o peor amistad. Asimismo, siendo la amistad algo bueno, necesariamente ha de mejorar a ambos. De este modo, se equivocaría el que llamara amistad a una relación en la que uno de los dos se degrada como persona. Mucho peor, si se degradan los dos. Es decir, entre “los absolutamente malos” no sería posible la amistad. Por ejemplo, cuando varios roban un banco y terminan después por matarse para quedarse con el botín, está claro que no eran amigos sino meros cómplices.
Si se quiere, cabría admitir que los malos puedan tener ciertos amigos debido a que no son absolutamente “malos”. En cualquier hombre, siempre se puede encontrar algún residuo de bondad suficiente para que pueda albergar algo parecido a la amistad, a la bondad ¿Quién ha dicho que amar o ser amado no sea una cosa exigente?
[1] Aristóteles. Ética a Nicómaco, Vlll, 2 y 3. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos: edad antigua, Herder, Barcelona 1982, 5ª. ed., p.90-92).
[2] Aristóteles es llamado el estagirita debido a su lugar de nacimiento.
[3] Cfr. Segundo imperativo categórico Kantiano