Filosofía y Justicia. Platón (1)

Las relaciones de la justicia con la filosofía ocupan buena parte de los esfuerzos de muchos filósofos desde Platón hasta hoy. Del autor griego recogemos el final de su carta VII que sorprende por su actualidad:

Así yo, que al principio ardía en deseos de ocuparme de las cosas de la comunidad, al mirarlas y verlas arrastradas en todas direcciones acabé sufriendo vértigo y, sin dejar por ello de considerar la manera de mejorar tanto los asuntos corrientes como el régimen político en su conjunto, si dejé de esperar nuevas oportunidades de acción concreta, y acabé por entender que todos los estados actuales están sin excepción mal gobernados; pues las cosas referentes a las leyes se hallan en una situación casi incurable, sin una reforma que fuese maravillosamente preparada y acompañada por la fortuna. Y me vi obligado a proclamar en elogio de la verdadera filosofía que de ésta depende el que pueda contemplarse todo lo que es justo, tanto en lo propio de la polis como en lo de los particulares; pues no cesará en sus males el género humano mientras o bien la clase de los que filosofan recta y sabiamente lleguen al poder político, o bien la de quienes gobiernan los estados lleguen, por un favor divino, a filosofar de verdad.”[1]

Lo primero que puede sorprender es el deseo de ocuparse de las cosas de la comunidad cuando es patente hoy la deserción que muchos buscan de todo lo que supongan cuestiones comunes. Muchos escapan de las reuniones de vecinos y de todo tipo de reuniones e incluso, el que por su poder adquisitivo se lo permite, se procura una gran vivienda bien aislada y protegida. Si añadimos que el índice de participación de algunas citas electorales es muy escaso el panorama no es muy alentador.

Más adelante, Platón afirma que todos los estados estaban entonces, sin excepción, mal gobernados. Es muy posible que nuestro filósofo pudiera decir hoy lo mismo a juzgar por lo que cualquiera puede apreciar. La razón que aduce es el estado de las leyes, y el mismo juicio se puede concebir ahora: algunas leyes actuales no son justas y en su aplicación tampoco se logra una justicia satisfactoria. Y creo que en esto todo el mundo está de acuerdo. Quizá sea esto, curiosamente, en lo único que estamos todos de acuerdo.

Es aquí cuando Platón argumenta que existe una relación necesaria entre la justicia y la filosofía. No se puede saber lo que es la justicia sin una investigación sobre lo que es la justicia en sí, alejada siempre de la justicia para mí o para aquél. Sólo el filósofo según Platón, puede siempre con enorme dificultad, elevarse por encima de lo sensible, de lo palpable, hacia la Idea de Justicia que únicamente se alcanza con la sola luz de la inteligencia. La filosofía platónica es acusada aquí de utópica porque en la práctica decir que se ha conseguido acceder a la idea de justicia en sí, siempre será discutible. No obstante, se puede en parte salvar la teoría advirtiendo que no nos conformamos con la simple ley escrita como si ya hubiéramos logrado dar con la justicia buscada. Todas las leyes son susceptibles de ser mejoradas y la prueba es que hay un parlamento encargado de procurarlo. Pero ahora es cuando el filósofo griego pide que los que hacen las leyes sean “filósofos”. Que nadie se asuste. Platón no puede estar pensando en los licenciados o doctores en filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de ninguna universidad que entonces no existían. Filósofo para Platón es el hombre que busca el Bien, y que consecuentemente vive de acuerdo con él. No se puede alcanzar la Idea de Bien, de Justicia sin ser justo y bueno. Otra vez nos asalta la utopía e incluso la paradoja: para ser bueno hay que alcanzar la Idea de Bien y para conseguirla, hay que ser bueno. He aquí la paradoja pero una cosa tiene clara el autor griego: la coherencia es necesaria. Es un requisito necesario de la inteligencia.

En cierto modo, la paradoja podría salvarse también si se piensa que no es preciso ser máximamente bueno. Bastará quererlo de verdad y estar dispuesto a rectificar cada vez que se observe una desviación o que alguien te lo haga ver. Pero no se debería permitir que alguien quiera dedicarse a la cosa pública sin querer mejorar él mismo en su esfera privada. Mucho menos si la vida privada de ese político es manifiesta y culpablemente irregular. Y mucho menos sirven en política aquellos que quieran aprovecharse de ella buscando un modo concreto de destacar, aunque para ello no tengan inconveniente en pisotear a los demás. Por eso Platón propone la dialéctica según la cual se precisa un intercambio de ideas verdadero, y no una pugna ofensiva, que quiere únicamente desalojar al otro de la escena. Cuando vemos los parlamentos actuales me parece que se está bien lejos de la verdadera dialéctica que examina la justicia en sí y no la simple ventaja o el quedar por encima. Cuando se oyen ciertas descalificaciones personales, parece que no se está en el mismo barco, o lo que es peor, parece que se quiere arrojar al otro por la borda. Observando estos hechos podemos estar seguros de que no se va por buen camino.

Al decir que es preciso llegar a la Idea de Bien con la sola inteligencia y con coherencia de vida, llama la atención que en nuestra democracia para ser parlamentario únicamente se necesita ser elegido por el pueblo. Por contraste, es provocador que para administrar justicia o para impartir unas clases sean precisos unos títulos universitarios y unas oposiciones bien selectivas. Sin embargo, para dedicarse a la enorme labor de hacer las leyes solamente se precisa ser elegido por un pueblo que, al parecer, nunca se equivoca. Eso es un error. Si uno, como es comprensible, puede equivocarse, y de hecho se equivoca muchas veces, habrá que admitir aunque no nos guste que, todos juntos, podemos cometer un gran error. Por ejemplo, la consabida llegada al poder del partido nazi en Alemania.

Se le podría echar la culpa a los partidos cuando acometen la selección de sus líderes: ¿Quiénes son elegidos para las diferentes convocatorias? ¿cuáles son las cualidades que se exigen a los candidatos? ¿qué títulos se les pide? Me temo que la selección que hacen los partidos se concibe con criterios que están lejos de ser la búsqueda de la idea de Bien, la coherencia de vida y un comprobado esfuerzo en el uso de una inteligencia dirigida hacia la mejora de la vida en común.

¿Es posible que esa selección de candidatos obedezca a otros criterios como son la capacidad de convencer mediante la habilidad en el manejo del lenguaje? Eso se llama retórica manipuladora que ya fue denostada por Platón ¿Sigue siendo todavía hoy un arma política eficaz? Lamentablemente cualquiera puede contestar que sí. Hay que desenmascarar a los figurines políticos, a los corruptos - corruptores, a los retóricos, a los que no buscan la idea de Bien ¿Cuántos nos quedarán?

[1] Platón. Carta VII.