Algunos pensadores ven ya cercano el final de la historia, el final de la ciencia y desde luego el final de las ideologías. Esto último parece leerse en el siguiente texto de José Luis Rodríguez Zapatero[1] que bien merece un comentario:"Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...) Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas". José Luis Rodríguez Zapatero. Prólogo al libro “Socialismo hoy”, de Jordi Sevilla.
Este ideólogo del partido socialista español nos da una clase sobre la etimología de ideología un tanto dudosa. Dejando esto último aparte, se permite marcar distancias entre política e ideologías. Ahora resulta que la política y las ideologías no son cuestiones que se puedan conjugar en las modernas democracias. Lo que asegura el expresidente puede sonar moderno o incluso posmoderno, como diría alguno y, sin embargo, como se verá más adelante, las ideas que cultiva son bien rancias y nada originales.
Según el que fuera Presidente del Gobierno español, en política no hay ideas lógicas. Si lo que está defendiendo no son ideas lógicas sino ideas sujetas a debate, vamos pues a debatirlas. No es ninguna aventura interpretar sus palabras como El Final de las Ideologías. La historia de las ideologías habría tocado a su fin. Las ideologías estarían ya trasnochadas y habría que terminar con ellas. Ya no son precisas, su tiempo ha pasado.
Por lo visto, lo que parecen significar estas conclusiones, es que la política actual ya no se puede hacer con ideologías, sino con debates y con discusiones sin hilo conductor alguno. Pero si esto se entiende bien, ¿qué político y de qué se atreverá a discutir con un interlocutor que desprecia la lógica, y que al parecer mantiene ideas sin principios ni valores, puesto que no existe para él hilo conductor alguno? Según esto, las ideas no es preciso razonarlas, simplemente se sueltan en el ruedo político y a esperar que caigan bien. De esta forma, la lógica racional es sustituida por una ley más sencilla: es suficiente sugerir mediante la técnica del anuncio publicitario dirigido a la sensibilidad. Y por lo tanto, ya no se trata de tener razón, sino de complacer. Y así, la vieja ética política sería sustituida por una sociología mucho más asequible. Y la lógica habría que cambiarla por la retórica y el marketing.
Habiendo negado la lógica, sin embargo se utiliza para concluir de lo dicho, que todo es posible y aceptable. Pero asumiendo con total valentía sus afirmaciones, todo significa TODO. Y así, cualquiera puede proponer lo que se le antoje, con tal de defenderlo con brillantez y poder de convicción. Da exactamente igual de qué estemos tratando si lo hacemos con una seguridad suficiente. Las ideas que antes podríamos haber considerado mejores o peores, son ahora todas iguales. Y por eso, con total lógica, concluye que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales. Pero insistimos, de este modo ¿quién quiere hablar con este nuevo sabio sabiendo que lo que dice no tiene nada que ver con principios, ni valores y tampoco puede usar argumentos racionales?
Como este antiguo presidente del gobierno español debe o debería saber, lo que sostiene es, contradictoriamente, una vieja ideología o forma de pensar, o como lo quiera llamar. Puro relativismo. La dictadura del relativismo fue planteada hace muchos años por los sofistas griegos. Ellos sostuvieron eso mismo y casi con sus mismas palabras. Es la vieja retórica o arte de hablar y escribir, sin lógica alguna, cualquier cosa con el único fin de resultar convincente. Convencer de lo que sea y a quien sea. Sócrates y Platón se encargaron de mostrar la inconsistencia de esta postura y lo amenazante que resulta para todos. En la actualidad, como puede verse en tantas modernas ágoras, algunos han resucitado esta manera violenta de argüir. En cualquier manual sencillo de historia de la filosofía puede aprenderse que el relativismo de los antiguos sofistas, y por lo visto también de los nuevos, consiste en lo siguiente:
La verdad, no existe.
Si existiera, no se podría conocer.
Si se pudiera conocer, no se podría comunicar.
La consecuencia lógica de estos principios de los sofistas y del señor Rodríguez Zapatero, es que todo aquél que diga que la verdad es posible, puede ser tachado de fundamentalista y condenado a beber la cicuta de la descalificación y del descrédito. Pongamos en claro que el que mantiene que la verdad es posible, no está diciendo que sea fácil o que sólo él la tenga, sino que con las debidas precauciones y en ciertos casos, no en todos, es posible y deseable buscar y encontrar una verdad que está por encima de todos. Cuando los que mantienen que la verdad es posible son apartados del debate habría que preguntarse desde qué presupuestos son rechazados. No podrán hacerlo si no se encuentran principios desde los cuales hacerlo. Y entonces se producirá la contradicción, dado que se había advertido de antemano que no había principios. Lo único que queda es el alegato.
Cuando el defensor de la verdad es arrojado de la escena y condenado por su lógica, deberíamos advertir que la teoría del chivo expiatorio[2] muestra con claridad que éste no siempre es culpable, aunque siempre su condena contribuye a calmar los ánimos. Toda sociedad parece que necesita condenar a alguien para mantenerse cohesionada, si ve peligrar los principios de paz y orden social. Aunque algunos se empeñen en decir que no existen los principios, en la práctica sí que se obra contando con ellos. Nuestros sofistas del siglo XXI indudablemente quieren, como todos, la paz y el progreso y convengámoslo, el progreso y la paz son ideas y principios preferibles a sus contrarios. Quizá con esos principios de paz y progreso son con los que se quiere reprobar al ingenuo adalid de la verdad. Por cierto, también el defensor de la verdad debe querer una paz y un progreso verdaderos, aunque sencillamente los busca por otros lugares ¿Somos o no somos libres para discrepar? La libertad y la democracia ¿no son también principios?
Habrá que repetirlo otra vez: el escepticismo y el relativismo son auto - contradictorios y lo único razonable que puede hacer alguien que profese este modo de entender las cosas es callarse. Muy bien lo vio Aristóteles respecto al viejo Pirrón de Elis. Si nada puede saberse con certeza, cualquier cosa que quiera despacharse es una flatulencia verbal. Y así, es mejor el silencio. De hecho, esa fue la postura de Pirrón. Él al menos fue coherente. Pero la coherencia ¿también sería un principio rechazable?
[1] José Luis Rodríguez Zapatero fue presidente del gobierno desde el año 2004 hasta el 2011.
[2] Cfr. Rene Girard. Veo a Satán caer como el relámpago. Ed. Anagrama. 2002.