Los placeres. Epicuro

Es posible que la historia de la filosofía no haya sido muy justa con Epicuro cuando le atribuye el más burdo y rastrero hedonismo. En el texto recogido más abajo se puede leer lo que el autor griego entiende por placer. Se puede observar que sus alegaciones son ya una buena defensa para esas acusaciones tan simplistas. No hay más que felicitar a su autor por sus explicaciones.

“(…) cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.

Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que a su vez es inseparable de las virtudes[1]”.

Epicuro se queja, y se podría seguir quejando en la actualidad, de que no se le entiende cuando se le atribuye un hedonismo referido solamente a los placeres simplemente sensibles: “Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz”. No son razones puritanas las que usa el autor para rechazar ese tipo de goces. La razón de este rechazo es asimismo hedonista: unos placeres vulgares impiden otros mejores. Esas actividades relatadas más arriba que generan placeres solo sensibles, es posible que generen ciertos goces pero seguro que también proporcionan una gran infelicidad. A la borrachera le sucede la resaca y a los banquetes, otro tipo de males similares. Y Epicuro está convencido que a la felicidad le acompaña siempre el placer y sin embargo al placer no siempre acompaña a la felicidad.

Lo que está postulando el autor griego parece pues muy racional. Solamente desea que no sufra el cuerpo. Y que no exista en el alma la inquietud. Atribuye sin duda a la razón el carácter directivo: es ella la que ha de buscar el camino correcto para el hombre. El error en las decisiones no es cuestión sin importancia. En otros términos, quiere decir que es necesaria una conciencia que debe optar, no de cualquier manera sino con arreglo a la verdadera sabiduría. Hay por tanto en este texto, una clara identificación de bien con sabiduría, y de vida feliz con la vida virtuosa. El placer es un resultado final más que un anticipo que deba conseguirse a toda costa. Y esto es muy posiblemente lo que el sensiblero y vulgar hedonista, muy distinto pues del viejo Epicuro, no quiere entender. Justamente por eso se equivoca lamentablemente cuando ya no tiene solución ni escapatoria. El vicio ha hecho presa en él quitándole el placer y dejándole la necesidad pues, por ejemplo, el drogadicto experimenta el “mono” de forma violenta y ya no obtiene ningún placer eximio, sino cierta relajación mínima. El precio es demasiado alto.

La sabiduría, que es superior a la misma filosofía consiste en alcanzar por encima de todo una vida feliz, el arte de saber vivir. Conocer solamente no es suficiente. Por eso, el sabio no lo es por lo mucho que sabe en el plano meramente teórico, sino porque sabe vivir conforme a la plenitud de la sabiduría y ésta es práctica. De este modo, una vida feliz solo se consigue mediante el desarrollo de las virtudes personales y sociales. Desde la antigüedad todos saben que el cultivo de las virtudes implica esfuerzo, repetición de actos. Pero una vez adquiridos, los hábitos forman como ya dijo Aristóteles una segunda naturaleza y eso facilita las cosas. No basta pues con ser hombre o mujer sin más, sino ser una mujer o un hombre con virtudes. Son ellas lo que hace a una mujer o a un hombre valiosos de verdad.

Solamente cita en esta ocasión, la honestidad y la justicia, pero no es difícil suponer que está pensando en muchas otras. Y la consecuencia es lógica. Según él, nada habrá más feliz y placentero que poseer virtudes. Por ejemplo, ser y saberse honesto y justo.

¿Será necesario explicar lo que eso significa…?

[1] Epicuro. Carta a Meneceo, de R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder, Barcelona 1982, p.93-97.