De la enseñanza en los monasterios (siglos V a X) a la enseñanza en las universidades medievales (siglos XI a XIV).
Durante la Edad Media, el pensamiento de Aristóteles va siendo conocido por los cristianos europeos. Pero las reacciones a la llegada de las obras completas de Aristóteles fue diversa:
Franciscanos, máximos seguidores de Agustín, lo reciben como una amenaza a su filosofía de origen platónico. En esta línea, las enseñanzas de Aristóteles fueron prohibidas por las universidades (p.ej. por la de París) en varias ocasiones en los siglos XII y XIII.
Los averroístas latinos (seguidores de Averroes) plantean la doctrina de la doble verdad: incompatibilidad de algunas doctrinas de Aristóteles con el cristianismo. Esta doctrina de la doble verdad fue condenada por la Iglesia.
Dominicos, defensores de la supremacía de Aristóteles frente a Platón y de la compatibilidad de sus doctrinas con el cristianismo. Tomás de Aquino (dominico) fue el principal impulsor de esta opción.
El averroísmo latino es una corriente filosófica entre algunos filósofos cristianos del siglo XIII que tratan de incorporar la filosofía de Aristóteles siguiendo la interpretación que de ella hizo el filósofo musulmán Averroes. Éste, consciente de la dificultad de hacer compatible la filosofía de Aristóteles con el islam, propuso que en los puntos en conflicto entre la una y el otro era necesario tener en cuenta dos consideraciones:
Reconocer el posible error y confusión de la razón.
Interpretar simbólica o alegóricamente la palabra de Alá.
Aunque no sea sencillo, y muchos creyentes no tengan la capacidad o el tiempo necesarios para razonar sobe temas religiosos, Averroes considera compatibles y sin contradicción las enseñanzas de la Filosofía y el Corán:
Ahora bien, siendo verdad lo contenido en estas palabras reveladas por Dios y supuesto que con ellas nos invita al razonamiento filosófico que conduce a la investigación de la verdad, resulta claro y positivo para todos nosotros, es decir, para los musulmanes, que el razonamiento filosófico no nos conducirá a conclusión alguna contraria a lo que está consignado en la revelación divina, porque la verdad no puede contradecir a la verdad, sino armonizarse con ella y servirle de testimonio confirmativo.
Averroes. Doctrina decisiva y fundamento de la concordia entre la revelación y la ciencia.
Los lectores de Averroes en occidente, en particular Siger de Barbante, simplificaron las matizaciones de Averroes y sencillamente propusieron la doctrina de la doble verdad: la razón y la fe pueden llegar a contradecirse en ciertas cuestiones clave como son:
La indestructibilidad de la materia.
La eternidad del universo.
La inseparabilidad de cuerpo terrenal (materia corruptible) y alma (forma) en la persona (sustancia).
La desaparición del alma tras la muerte de la persona.
Tomás de Aquino es uno de los primeros teólogos cristianos que tiene acceso a la mayoría de obras de Aristóteles en el griego original en que fueron escritas, sin necesitar de traducciones ni guiarse por los comentarios hechos por otros como Averroes. De la lectura de sus obras, Tomás concluye que son asimilables por el cristianismo sus doctrinas fundamentales:
La teoría del silogismo (razonamiento lógico) y en general la caracterización de la investigación científica como aquella que busca las causas basadas en el conocimiento de las esencias de los seres.
La teoría del conocimiento: el entendimiento logra conocer la esencia de los seres por abstracción de sus características sensibles hasta llegar a la definición esencial.
La teoría hilemórfica: con la sola excepción de Dios (el Motor Inmóvil, ser inmaterial), el resto de sustancias son compuestos de materia y forma.
El alma humana es inmortal pero no puede existir separada de un cuerpo material. En la resurrección, las almas reciben un nuevo cuerpo (el llamado cuerpo glorioso o incorruptible).
La dualidad potencia/acto para explicar el cambio.
La teoría del cambio: cuatro tipos de causas y primacía de la causa final sobre las otras tres (teleología)
La cosmología aristotélica basada en cinco tipos de materias primas (tierra, aire, agua, fuego y éter) que se ordenan en un universo geocéntrico.
La ética aristotélica: la importancia de conocer la naturaleza humana para determinar el fin o meta de la vida, que sigue siendo el conocimiento (pero ahora es el conocimiento de Dios), la virtud como perfección (y que ahora se alcanza en la salvación) y los dos tipos de virtudes (éticas y dianoéticas), a las que Tomás añade un tercer tipo: las virtudes teologales.
Por el contrario, Tomás rechaza por estar en completa oposición a la religión cristiana:
La eternidad del universo.
La indestructibilidad de la materia.
Aunque Aristóteles encontrase razonable afirmar estas dos doctrinas, Tomás cree que sus argumentos no son concluyentes. Aristóteles no es infalible sino que siendo humano pudo cometer errores en sus razonamientos.
Frente a la doctrina de la subordinación de Agustín, Tomás propone un nuevo modo de entender esta relación basado en tres ideas:
Autonomía mutua: razón y fe son autónomas una de la otra. No hay subordinación de la razón a la fe.
No contradicción entre las verdades de la razón y las verdades de la fe, a diferencia de la propuesta del averroísmo latino.
Ayuda mutua, es posible la colaboración entre ambas, respetando su mutua autonomía.
La autonomía de la razón frente a la fe se basa en que:
Tienen diferentes puntos de partida: el conocimiento científico (las verdades de razón) parte de los sentidos, la fe parte de la gracia.
Tienen diferentes métodos: la razón realiza demostraciones de lo que afirma, la fe se limita a afirmar lo que cree.
Tienen diferentes objetivos: la razón busca un conocimiento universal (válido para todo hombre, con independencia de sus creencias) de las causas naturales. La fe busca la salvación del alma mediante la creencia en causas sobrenaturales.
Por todo ello, y en contraste con la doctrina de Agustín de Hipona, es imposible que la fe pueda servir de punto de partida a la razón: la razón inicia su trabajo por sí sola, con sus propias herramientas.
Aunque la razón se desarrolla sin la intromisión de la fe, no puede haber contradicción entre razón y fe pues:
Cada una tiene su ámbito propio y sus propios límites: las verdades reveladas se refieren a lo sobrenatural (no a la naturaleza) y las verdades de la razón se refieren a lo natural.
En los puntos de contacto entre razón y fe, no puede haber contradicción pues ambas proceden de un mismo origen: Dios ha dotado al hombre de razón para que usándola llegue a verdades y al mismo tiempo ha revelado las verdades de la fe.
Demostrando los preámbulos de la fe: estos preámbulos son verdades iniciales que son a la vez verdades de razón y de fe y que preparan para creer los misterios de la fe. Estas últimas son verdades de fe que la razón humana no puede demostrar (resultan un misterio para ella) y sólo puede aceptar por fe.
Refutando errores y herejías.
Aclarando y reforzando las creencias religiosas.
Orientando a la razón hacia la investigación de verdades racionales que hasta el momento creemos ciertas (verdades de fe) y que por ser verdades reveladas no pueden ser falsas, puesto que su origen es Dios. Por ejemplo: la materia parece indestructible, pero puesto que creemos que procede de la nada y acabará en la nada, la razón debe investigar esta posibilidad y, antes o después, logrará demostrarla.
Desaconsejando a la razón la investigación de hipótesis que, siendo verosímiles y razonables, no pueden ser ciertas pues contradicen verdades reveladas por Dios. Por ejemplo: la eternidad del universo es una hipótesis razonable, pero entra en contradicción con la revelación del Apocalipsis, por tanto mejor no perder el tiempo en tratar de demostrar lo que creemos (por nuestra fe) que es falso.
Tomás clasifica todas las verdades (todo el conocimiento) que podemos alcanzar en dos grupos (conjuntos) que, aunque distintos, tienen una intersección no vacía:
Verdades de razón: aquellas que podemos conocer con el uso de nuestras facultades: sentidos, memoria, inteligencia. Según el objeto (el tema) que traten, las verdades de razón pueden ser:
Verdades naturales: cuando tratan sobre seres o sucesos naturales. En la búsqueda de estas verdades la fe no puede proporcionar razones.
Verdades sobrenaturales: cuando se ocupan de lo que está más allá de lo natural, en particular sobre Dios. Este grupo de verdades racionales son los preámbulos de la fe.
Verdades de fe: aquellas que Dios nos ha revelado y que nuestra fe nos dice que son ciertas. A su vez, estas verdades se pueden dividir en:
Preámbulos de fe: verdades que además de habernos sido reveladas, también podemos conocer con nuestra razón, sin necesidad de fe. Entre estas verdades está que Dios existe.
Misterios de fe: verdades que sólo conocemos porque nos han sido reveladas pero que están más allá de nuestra razón, al menos en nuestra vida terrenal. Estos misterios pueden orientar a la razón, no con razones pero sí señalando un camino.
Uno de los puntos centrales de la colaboración entre la razón del hombre y su fe es la posibilidad de demostrar racionalmente que Dios existe. Tomás adapta algunas teorías de Aristóteles para construir estas demostraciones.
Anteriormente (siglo XI), Anselmo de Canterbury había aportado un razonamiento que pretendía alcanzar esta misma conclusión, pero Tomás de Aquino critica el argumento ontológico de Anselmo por considerar que:
El intelecto humano no alcanza a definir la esencia divina. Por tanto, cualquier argumento que comienza por definir a Dios tiene un defecto de partida.
En el intelecto humano, todo conocimiento ha de comenzar por datos aportados por los sentidos. Por tanto, la prueba de la existencia de cualquier ser debe tener base sensorial, debe partir de datos de experiencia, debe ser a posteriori. Pero la prueba de Anselmo es una prueba a priori.
Sin embargo, Tomás considera que sí es posible demostrar la existencia de Dios por medio de la sola razón, pero debe ser una demostración que comience por los datos que aportan nuestros sentidos. Una argumentación que, en consonancia con las ideas de Aristóteles, parte de la experiencia. Se trata por tanto de una demostración a posteriori pues parte de los efectos de Dios en su Creación y no es una demostración previa o independiente de la experiencia (a priori) como era el argumento de Anselmo.
Dependiendo de qué datos se tengan en cuenta, Tomás construye distintos argumentos o vías (caminos) que conducen a afirmar que Dios existe.
Aunque cada argumento (o vía como lo llama Tomás) sea distinto en sus detalles, todos comparten una misma estructura heredera del argumento aristotélico acerca del Motor Inmóvil. En este argumento, el paso clave es el principio de que las causas de algo que esté en acto han de estar también en acto. Pero como el infinito es sólo en potencia y nunca es en acto, nada que sea infinito puede ser causa de algo actual.
Analicemos en mayor detalle la primera de las cinco "vías" (caminos) que plantea Tomás de Aquino para demostrar racionalmente (sin necesidad de fe) la existencia de Dios. Los pasos del argumento son los siguientes:
Existe el movimiento. Nuestros sentidos nos informan (verídicamente) de que en la naturaleza hay seres que se mueven, seres que de hecho cambian de lugar. La experiencia es el punto de partida de este argumento. Se trata por tanto de un argumento a posteriori.
¿Qué es el movimiento? El movimiento es una forma de cambio: el movimiento es un cambio de lugar.
¿Qué es el cambio? Aristóteles define el cambio como una alteración del modo de ser del objeto que cambia: el cambio es el paso de ser en potencia a ser en acto. Un ser es actualmente algo (p.ej. un grano de arroz es un alimento) y también es en potencia otras (un grano de arrroz es en potencia una planta). Lo que puede cambiar (ser en potencia), a veces cambia de hecho (ser en acto). En el caso particular del movimiento, algo que puede (potencialmente) moverse a veces se mueve de hecho (actualmente). La hoja del árbol puede moverse si el viento de hecho sopla.
¿Qué provoca el movimiento? Una o varias causas, que en el caso particular del movimiento llamamos motores. Cuando las causas suceden, aquello que puede moverse (que está en potencia de moverse), se mueve de hecho (está actualmente en movimiento). Por ejemplo, si sopla el viento las hojas de los árboles (que potencialmente pueden moverse), se moverán de hecho (en acto). Pero las causas son también seres, y por tanto podemos preguntarnos: para que se produzca movimiento, ¿como deben estar sus causas: en potencia o en acto?
Es una verdad evidente (que no requiere demostración, a juicio de Aristóteles y Tomás) que la causa debe estar en acto (hecha) para que pueda provocar un cambio. En el caso del cambio de lugar, la hoja del árbol (que puede moverse), se moverá de hecho si el viento sopla actualmente. El viento es el motor de la hoja.
Podemos retroceder un paso y preguntarnos qué otras causas han actuado para que el viento sople. Si el aire podía moverse y de hecho se está moviendo (hay viento), será porque aquello que podía mover el aire ha sucedido de hecho y ha impulsado el aire (p.ej. la rotación de la Tierra).
Así podemos ir retrocediendo de unas causas a otras. Y esa cadena de móviles y motores, ¿es finita o infinita? Acaso haya un primer motor que desencadenó todos los movimientos posteriores (la rotación de la Tierra, el viento, la hoja, etc.) o acaso siempre podamos remontarnos hacia atrás sin llegar a un comienzo. No olvidemos que Aristóteles considera que el universo es eterno y la materia indestructible, de modo que es teóricamente posible una cadena infinita de motores y móviles.
Pero ¿qué tipo de ser es lo infinito? ¿Es un ser en acto o en potencia? Lo infinito nunca esta hecho, nunca es en acto, hecho, siempre es posible añadir nuevos elementos. Por tanto, lo infinito está siempre en potencia.
Por tanto, Aristóteles (y con él Tomás de Aquino) descartan la posibilidad de una cadena infinita de motores y móviles, pues hemos afirmado antes (punto 5.) que lo que está en potencia no puede causar nada en acto. Y dado que el movimiento existe de hecho, actualmente y no como una potencialidad (punto 1.), sólo nos queda la alternativa de una cadena finita de motores y móviles.
En una cadena finita de motores y móviles hay un motor inicial, y ese primer motor es Dios.
¿Es este razonamiento válido? ¿O es dudoso alguno de sus pasos?
Tras considerar demostrada la existencia de Dios, Tomás de Aquino se pregunta ¿es accesible a la razón humana algún conocimiento de la esencia de Dios? Tomás admite dos formas por las que alcanzar algún conocimiento sobre la esencia divina:
Podemos conocer que la esencia divina no tiene algunas características, como la contingencia, el ser efecto de otras causas, cualquier imperfección, etc. Es un conocimiento negativo.
Podemos atribuir a la esencia divina ciertos rasgos por analogía con rasgos humanos positivos, pero en grado superlativo: Dios es sumamente sabio, completamente bueno, etc. Es un conocimiento aproximado.
Pero ninguna de estas dos formas de razonar permite una definición completa, positiva y excata de Dios. Nuestro conocimiento sobre Dios es forzosamente incompleto y sólo por la fe podemos ampliarlo. Por tanto, debemos distinguir dos tipos de Teología:
Teología natural: investigación exclusivamente racional sobre Dios. Su resultado clave es la prueba de la existencia de Dios. Otros resultados sobre Su naturaleza sólo pueden alcanzarse de forma negativa o por analogía.
Teología revelada: investigación que partiendo de la revelación que es aceptada por la fe del creyente, aclara, explica, con la ayuda de la razón, unas verdades que sólo pueden alcanzarse por la revelación divina y nunca por el solo uso de la razón humana.
Continuando con la asimilación de doctrinas aristotélicas, Tomás de Aquino acepta del fiósofo griego que:
La acción humana se explica estudiando el fin (causa final) que persigue quien realiza la acción (su agente).
El fin natural del hombre deriva de su esencia: racionalidad y sociabilidad. Hay por tanto:
Una excelencia (virtud) teórica: la sabiduría como culminación de las virtudes dianoéticas o virtudes del conocimiento.
Una excelencia (virtud) práctica: la prudencia como culminación de las virtudes éticas pues se emplea en todas ellas para determinar en cada caso el término medio.
Tomás complementa las doctrinas aristotélicas señalando que:
La sabiduría tiene como máximo objetivo el conocimiento pleno de Dios, el ser supremo. Este conocimiento no es posible mientras el alma está unida a un cuerpo terrenal. Sólo liberados de nuestras limitaciones terrenales podremos alcanzar la sabiduría.
El logro de las virtudes éticas (también llamadas virtudes cardinales) depende del hábito, de la práctica cotidiana. Pero estas virtudes también se ven reforzadas por una tercera clase de virtudes (además de las éticas y las dianoéticas) las llamadas virtudes teologales, que Dios infunde en el alma humana para así alcanzar la salvación. Estas tres virtudes son:
La fe, necesaria para creer en la palabra de Dios en todo aquello que sobrepasa nuestra razón (los misterios de fe).
La esperanza, necesaria para confiar en alcanzar la salvación mediante la observancia de los mandamientos, para sobrellevar el sufrimiento y también para esperar el justo castigo a quienes lo merezcan.
La caridad, necesaria para hacer el bien al prójimo incluso cuando no lo merezca.
En definitiva, la salvación aparece como el fin de nuestra vida terrenal, pues sólo si nos salvamos lograremos la plena felicidad.
En la Filosofía Griega en general y en Aristóteles en particular, se sostiene que la razón humana es el factor principal que debe dirigir la acción humana: el hombre sabio en cuestiones prácticas es aquel que no deja que otros factores (como las emociones o los deseos) se impongan a su razón. Con matices, todos los grandes filósofos griegos han sido intelectualistas.
Sin embargo, la religión demanda del creyente obediencia a unos mandatos pero no le da razones para ello. ¿Es posible que esos mandatos sean también racionales? Tomás expone una doctrina que trata de armonizar en el ámbito práctico a la fe y a la razón, de modo similar a como lo ha hecho en el ámbito teórico.
La doctrina tomista parte de distinguir tres tipos de leyes:
La ley eterna, que emana de Dios, que rige todas sus acciones y que ordena toda la Creación.
La ley natural, que gobierna a cada criatura según su naturaleza y que es una concreción de la ley eterna. Así, está en la naturaleza de los carnívoros ser fieros y en la de los hervíboros temerles. En la naturaleza de todo animal está el cuidar a sus crías y el instinto de sobrevivir. Por ser una concreción de la ley eterna, la ley natural también es inmutable.
La ley positiva, que gobierna una comunidad humana y que promulgan quienes tienen el poder político. Esta ley no es única ni inmutable: distintas comunidades humanas pueden diferir en sus leyes políticas y éstas cambiar con el tiempo.
¿Qué tipo de ley es la ley moral? Si llamamos ley moral al conjunto de obligaciones que los hombres establecen en su propia conciencia, ¿son estas obligaciones cambiantes según el tiempo y el lugar? ¿O son inmutables?
La respuesta de Tomás es que las obligaciones morales son un tipo particular de leyes naturales: son las leyes que rigen la naturaleza humana, resultantes de nuestra naturaleza a la vez racional y social. Mientras que los animales irracionales se rigen por reflejos e instintos, en los hombres la razón rige (o debe regir) sus acciones. Por tanto, Tomás considera posible armonizar buena parte de las leyes que Dios ha revelado a los hombres con el puro ejercicio de nuestra razón independiente de la fe, aunque como sucede en el ámbito teórico, haya límites a la capacidad humana de comprender los designios divinos. En concreto:
Los mandamientos dados por Dios a los hombres son susceptibles de ser alcanzados también con la sola razón. Atendiendo a nuestra naturaleza social y al hecho de que como animales que somos, tenemos un fuerte deseo por sobrevivir, Tomás encuentra racional el mandato de no matar al prójimo. Son también racionales otros mandatos como no robar o mentir, sin ellos no sería posible la convivencia. Si bien Dios ha revelado estos mandamientos para que todos los hombres, con independencia de sus capacidades racionales, puedan seguirlos, es cierto que la razón humana es capaz de llegar a ellos por sí misma.
Otras verdades reveladas vinculadas a la acción humana como son la certeza de un juicio final, la promesa de salvación para los fieles y de condenación para los impíos o la misericordia divina no son accesibles a la investigación racional y sólo pueden ser creídas por fe.
Así pues, Tomás sostiene que nuestras obligaciones morales son demostrables por nuestra razón por deducirse de nuestra naturaleza, y siendo nuestra naturaleza común a todos e inmutable, las obligaciones morales son también universales e inmutables. Pero que la razón pueda llegar a comprender y demostrar los mandamientos revelados no hace superflua a la fe, puesto que:
No todos los hombres alcanzan a razonar suficientemente estos mandatos y
la fe refuerza con otras verdades tales mandatos, haciéndolos más fuertes al creyente.
Si en el campo de la razón teórica Tomás defiende la autonomía de la razón respecto de la fe, en el campo de la razón práctica Tomás mantiene una posición similar, pero las diferencias entre los saberes teóricos y los prácticos le llevan a matizar esa inicial autonomía:
La finalidad de las ciencias teóricas es alcanzar el conocimiento por el puro deseo de saber; el error o la ignorancia en estas ciencias no ponen en riesgo la salvación del alma. El científico puede ignorar las orientaciones que provienen de la fe y proseguir líneas de investigación que, de tener éxito, entrarían en conflicto con la revelación divina.
La finalidad de las ciencias prácticas es tomar decisiones acertadas para lograr la felicidad, lo que para el creyente equivale a la salvación. El error o la ignorancia en materias prácticas conlleva tomar malas decisiones en el ámbito personal (ética) o público (política), lo cual pone el peligro lograr la salvación eterna. Ante esta posibilidad, el gobernante no puede ignorar la guía de la fe y debe seguir las recomendaciones que provienen de la autoridad religiosa:
Siempre que la decisión tenga relación con la salvación del alma de los gobernados. En decisiones que no atañan a la salvación, el gobernante no está sometido a la autoridad religiosa.
Siempre que la capacidad racional humana no alcance a decidir en armonía con los mandatos religiosos. Tomás recalca una vez que no puede haber contradicción entre razón (razón práctica en este caso) y fe (revelación divina), de modo que ante una aparente contradicción o falta de armonía, el gobernante debe acatar la autoridad religiosa.
En cuanto a las formas de gobierno justas, Tomás de Aquino sigue a grandes líneas la filosofía Aristotélica, si bien matiza que siendo la finalidad de la vida terrenal lograr la salvación, este debe ser también el objetivo máximo de todo gobierno. Y de las tres formas de gobierno que Aristóteles considera justas (monarquía, aristocracia y república), considera que es la monarquía la que mejor encarna la soberanía y la unidad de acción en una sola persona: un monarca cristiano.