Es opinión bastante común que la Epístola a los efesios era una Carta Circular enviada a un grupo de iglesias del Asia Proconsular. La falta de controversia, de casos particulares propios de una iglesia, y la ausencia de saludos personales abonan esta opinión. Lo que sí es cierto es que Pablo la compuso, por inspiración de Dios, mientras se hallaba prisionero en Roma; por lo que, junto con Filipenses, Colosenses y Filemón, pertenece al grupo llamado «Epístolas de la cautividad». El designio del apóstol era establecer en la verdad a los lectores. Efesios es un tratado breve y compendioso, pero denso y sustancioso, de Teología Bíblica acerca de la Iglesia; es, pues, una Eclesiología resumida y jugosa. El apóstol arranca desde el tema de la predestinación y llega a los aspectos más pragmáticos de la vida cristiana. La parte doctrinal abarca los tres primeros capítulos; la parte práctica, los tres últimos.
Para la división de la Carta, adoptamos los epígrafes de la Ryrie Study Bible:
I. Saludos (1:1, 2).
II. La posición de los creyentes (1:3–3:21).
III. La práctica de los creyentes (4:1–6:9).
IV. La protección de los creyentes (6:10–20).
V. Palabras finales (6:21–24).
I. Tenemos, como introducción, un saludo general (vv. 1, 2). II. Luego prorrumpe el apóstol en un himno de acción de gracias y de alabanzas a Dios por las valiosísimas bendiciones dispensadas a los creyentes (vv. 3–14). III. Termina el capítulo con una ferviente oración de Pablo a favor de sus lectores creyentes (vv. 15–23).
Versículos 1–2
1. El comienzo de la Epístola es exactamente el mismo que en 2 Corintios 1:1, y en ambas se diferencia de 1 Corintios 1:1 únicamente en la ausencia del vocablo kletós, llamado. En cuanto al enviante, pues, no necesita de más comentario, ya que puede verse en los referidos lugares.
2. Los destinatarios son «los santos que están en Éfeso y fieles en Cristo Jesús» (v. 1b). Lo de «en Éfeso» falta en unos pocos (aunque importantes) MSS. No sabemos de cierto por qué fue borrado en ellos el lugar de destinación, puesto que la frase «los que están» aparece en todos los MSS, sin excepción. Tres son las explicaciones que se han dado de esta anomalía (v. también la introducción):
(A) La Epístola fue dirigida a Éfeso para ser copiada y distribuida entre las iglesias del Asia Proconsular, ya que Éfeso era la principal ciudad de dicha provincia y como el centro de tales comunidades. Por eso, el espacio de la localidad quedó en blanco a fin de que cada comunidad pudiese inscribir su nombre. Así se explicaría el carácter impersonal de la Epístola. Esta es la opinión tradicional y la más probable.
(B) La Epístola tuvo desde el principio el carácter de Carta Circular y fue enviada, con la localidad en blanco, para ser distribuida entre las distintas comunidades del Asia Menor o Proconsular. Como se ve, esta opinión difiere de la anterior únicamente en lo de la ausencia del lugar de destinación.
(C) La Epístola fue dirigida a la iglesia de Laodicea, con lo que se explicaría la alusión de Colosenses 4:16. ¿Por qué se borró, entonces, el lugar de destino? Por la pésima descripción que hace Juan en Apocalipsis 3:14–19 del carácter de dicha comunidad eclesial. Fue, pues, una especie de «anatema» de parte de los creyentes del siglo II lo que motivó el que se borrase el nombre de Laodicea, sustituyéndolo por el de Éfeso, que era la localidad más importante de toda la región. Esta es la opinión de eminentes exegetas modernos, entre los que destacan Masson, Vosté, Knabenbauer, Tillmann y Meinertz.
Una cosa es cierta: Su semejanza con la Epístola a los Colosenses es tal que resulta fácil extraer las porciones semejantes y colocarlas en columnas paralelas, con lo que se advierte la identidad de ideas y aun de muchas expresiones. Hay, sin embargo, dos diferencias: (A) Colosenses 4:7 y ss. contiene saludos personales, los cuales están totalmente ausentes en Efesios. (B) Aparte de esta notable diferencia, hay otra menor y más difícil de ser advertida por un lector superficial: En Colosenses, destaca el papel de Jesucristo como centro del Universo; en Efesios, se le ve especialmente como Cabeza de la Iglesia (sin que falte una alusión de carácter cósmico en 1:10).
3. A los destinatarios de la Carta se les llama «santos» (gr. haguíois), es decir, «separados» del mundo, de lo mundano, para ser el peculio especial de Dios (v. 1 P. 2:9, 10). «Santos», en este sentido, es el epíteto con que se designa a todos los creyentes cristianos. «Fieles» (gr. pistóis) añade un detalle que denota firme adhesión a Cristo, como al principio de la vida espiritual que todos recibimos de Él (Jn. 1:16; 15:1 y ss.). Como he repetido en otros lugares, «creyente» es el que se fía de Dios; «fiel» es el creyente de quien Dios puede fiarse (siempre con la ayuda de la divina gracia, comp. con 1 Co. 15:10b).
4. El saludo (v. 2) es, al pie de la letra el mismo de Romanos 1:7 (donde puede verse el comentario); 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2.
Versículos 3–14
En estos versículos, Pablo estalla en un himno de alabanza y de acción de gracias a Dios por sus designios de amor y por las bendiciones que nos ha otorgado en Cristo. La emoción que embargaba el corazón del apóstol al expresar sus sentimientos era tan intensa que los conceptos adquieren un ritmo difícil de seguir. Dice Leal: «La repetición de las ideas claves, como Jesucristo, en él …, que lleva muy clavadas el alma de Pablo, perturba el hilo del pensamiento».
1. Comienza esta porción (v. 3) con una bendición, esto es, expresión de alabanza, al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (ya comentado en 2 Co. 1:3, adonde remitimos al lector). Del Dios Padre dice Pablo (v. 3b) que nos bendijo (y sigue bendiciendo, haciendo bien,—aoristo ingresivo—) con toda bendición espiritual, es decir, con toda clase de beneficios espirituales que se relacionan con la vida eterna, entre los que se incluyen los de orden material en la medida en que facilitan el progreso espiritual del creyente. «En los lugares celestiales» (gr. en epouraníois) es una frase que Pablo repite en el versículo 20, así como en 2:6; 3:10 y 6:12, aunque en este último lugar se usa para designar la esfera del conflicto espiritual con las potestades maléficas, demoníacas. La expresión «en Cristo» es de rico y denso contenido: «Abarca el instrumento por el cual Dios nos bendice y el medio vital en el cual se cumple la bendición divina» (Leal). Nuestra vida espiritual tiene su fuente en el que está sentado a la diestra del Padre, y donde tenemos ya nuestra posición legal (2:6).
2. Éste fue ya el designio de Dios para con nosotros (v. 4) antes de la fundación del mundo, es decir, antes de establecer los fundamentos de la tierra (comp. con Pr. 8:29c), lo cual equivale a un designio eterno. «Conforme nos eligió en Él (Cristo)», dice Pablo. Desde la eterna elección hasta la final glorificación (comp. con Ro. 8:29, 30), todo lo que la divina benevolencia ha decidido en orden a la salvación se realiza en Cristo, como en su fuente y medio vital. Que esta elección supone una predilección gratuita no lo puede negar ningún intérprete sincero de la Palabra de Dios. Dice el jesuita Leal, a pesar de estar en los antípodas del calvinismo: «Nos ha escogido: con acto libre de predilección que separa una criatura de otras para darle bienes que no posee ni ella ni las demás, pues son totalmente gratuitos». Por otra parte, no puede dejarse a un lado el hecho de que, según Pablo, hemos sido escogidos en Cristo.
3. El objetivo de esta elección divina queda expuesto en la segunda parte del versículo 4: «para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él» (Dios). Aquí el adjetivo «santos» (gr. haguíous, el mismo vocablo que en el versículo 1, aunque en distinto caso de la declinación) indica el aspecto positivo de una vida dedicada al Señor, lo cual se expresa también en forma negativa con otro adjetivo: amómous, sin mancha (el vocablo griego no es el mismo de He. 7:26). La «separación», pues, indicada por el término «santos» en el versículo 1 no es un fin en sí misma, sino el principio de nuestro estar en Cristo; en otras palabras, somos salvos para ser santos de modo positivo y práctico, evidente en la conducta cristiana.
4. La frase «en amor», que aparece al final del versículo 4 en nuestras Biblias, se repite en 3:17; 4:2, 16; 5:2 con relación a nuestro amor a Dios, por lo que F. Foulkes acepta como más probable el mismo uso aquí, según aparece en la Reina-Valera. Sin embargo, el contexto próximo (v. también 2:4) favorece la opinión que lo atribuye al amor de Dios hacia nosotros, ya sea al depender del «escogió» del mismo versículo (en la opinión de algunos escritores antiguos), ya (más probable) unido al «habiéndonos predestinado …» del versículo 5, según la opinión que gana cada día mayor favor entre los exegetas.
5. El versículo 5 pasa de la elección a la predestinación. Vimos ya el verbo proorízo en Hechos 4:28; Romanos 8:29, 30 (v. el comentario a dicha porción); 1 Corintios 2:7 y volveremos a verlo en el versículo 11 de este mismo capítulo. Ryrie ofrece este excelente comentario: «Dios ha determinado de antemano que los que creen en Cristo serán adoptados en Su (de Dios) familia y hechos conformes a Su Hijo (cf. Ro. 8:29) … Pero esto no releva al ser humano de su responsabilidad en creer el Evangelio, a fin de que se le transmita personalmente la predestinación de Dios (v. 13)». Dice Foulkes: «Los hombres fueron creados para vivir en comunión con Dios, como hijos con el Padre (Gn. 1:26; Hch. 17:28). Por el pecado, se perdió el derecho a este privilegio; pero, por la gracia en, y a través de, Cristo, se hace posible ser restaurados a esta filiación (Jn. 1:12)». El concepto de adopción ha sido ya abundantemente explicado a partir de Romanos 8:15, primera vez en que ocurre dicho vocablo. Pablo añade «por medio de Jesucristo», «no sólo como causa meritoria, sino también como causa ejemplar (esto es, modelo) y eficiente por medio de su Espíritu, que nos comunica, y de la unión a Él, como miembros con su cabeza» (Leal). Es, desde luego, Dios Padre el que efectúa y legaliza nuestra adopción divina, ya que somos hijos de Dios Padre, no del Hijo ni del Espíritu.
6. Todo esto (elección, predestinación, adopción) lo ha hecho Dios (v. 5b) «conforme al beneplácito de su voluntad», es decir, eso es lo que su beneplácito (eudokía, buena voluntad—como en Lc. 2:14—, lo que es de su agrado—como en Mt. 11:26—, lo que bien le ha parecido) ha querido con una resolución benevolente decisiva (v. 9) a favor de los que somos salvos.
7. La frase «para alabanza de su gloria» aparece también en los versículos 12 y 14 («como estribillo al final de sucesivas estrofas de un poema», dice Foulkes), pero en este versículo 6, la frase completa es:
«para alabanza de la gloria de su gracia» Puesto que kháris indica siempre el favor gratuito, totalmente inmerecido, de Dios al hombre, «la gloria de la gracia de Dios» es el brillo con que resplandece este modo gratuito, inmerecido, con que Dios procede en su forma de tratarnos a nosotros, miserables pecadores. Esto exige de nosotros el acto más puro de adoración: la alabanza que tributamos a nuestro Padre Celestial por esta gran bondad que ha tenido hacia nosotros, según explica el apóstol con mayor detalle en Romanos 5:5–11 y en el capítulo 2 de la presente Epístola.
8. El verbo que, en la RV 1977, aparece traducido por «ha colmado» es kharitóo, de la misma raíz que kháris, y está en aoristo ingresivo, para dar a entender que ése fue el favor inicial, otorgado de una vez por todas, pero con efectos que redundan en desarrollo progresivo hasta la glorificación final. Por cierto (y esto es útil saberlo para un posible diálogo con catolicorromanos devotos de la «Inmaculada»), se nos decía en el Seminario católico de Tarazona que los verbos terminados en oo indican plenitud del sustantivo raíz, por lo que la Virgen María fue «llena de gracia», conforme al participio del mismo verbo en Lucas 1:28 y, por tanto, inmaculada; pues, de lo contrario, habría quedado algún rincón de pecado en su vida presente y pasada. Pero, ¡el mismo verbo se aplica aquí a todos los creyentes, sin que seamos «inmaculados» desde el vientre de nuestras madres! La traducción más estrictamente literal es la que ofrece la Biblia de Jerusalén: «con la que nos agració en el Amado», pero ofrece la dificultad de que el verbo «agraciar» se entienda mal, según el sentido que vulgarmente se le da: «dar gracia o belleza».
9. El apóstol, después de exponer lo que Dios, en su amor, destinó para nosotros desde antes de la cimentación del orbe, pasa ahora (v. 7) a la ejecución, en el tiempo, del decreto divino. «En Él, en Cristo y por medio de Cristo, tenemos redención» (gr. apolútrosin) Dice Ryrie: «Tres ideas hay implicadas en la doctrina de la redención: (1) El pago del rescate mediante la sangre de Cristo (1 Co. 6:20; Ap. 5:9); (2) la eliminación de la maldición de la ley (Gá. 3:13; 4:15); y (3) la suelta de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de la gracia (1 P. 1:18)». Esta redención es provista para todos los que creen; fue provista en la Cruz por medio de su sangre, esto es, mediante el derramamiento total de su sangre en expiación por el pecado, ya que «en la sangre está la vida» (Lv. 17:11). Esa es la única manera de obtener el perdón de los pecados, que Pablo menciona a continuación, ya que «sin derramamiento de sangre, no hay perdón de pecados» (He. 9:22b).
10. Todo esto, «de acuerdo con las riquezas de la gracia de Dios, que prodigó sobre nosotros con toda sabiduría y entendimiento» (vv. 7b, 8. NVI). El amor de Dios hacia nosotros fue tan grande (comp. con Jn. 3:16; Ro. 8:32; 1 Jn. 3:1), que no escatimó ninguna de sus inmensas riquezas en el favor que nos dispensó al otorgarnos su perdón en virtud de la Obra del Calvario: nos dio Su Hijo y nos dio Su Espíritu (1 Jn. 4:9, 13) y, con ellos, todas las cosas (Ro. 8:32b). No le quedó nada por dar; así que está muy bien usado el verbo «prodigar» (lit. abundar), pues no hay «derroche» que pueda compararse a éste. Pero no es el derroche de un loco que arroja por la ventana toda su fortuna sin tino ni objeto. Lo ha hecho con un fin muy concreto, muy alto, muy digno del Dios que es Amor. Como dice E. Kevan: «El hombre no era digno de ser redimido por Dios, pero era digno de Dios el redimir al hombre».
11. El derroche de la gracia de Dios sobre nosotros no se limitó al inmenso favor que nos dispensó «desde fuera», con la redención y el perdón subsiguiente, sino que nos otorgó luz y vida espirituales (comp. con Jn. 1:4): sabiduría y prudencia (gr. sophía kai phronései), e indica la primera «el conocimiento que penetra hasta el corazón de las cosas», y la segunda «el conocimiento que conduce a la acción correcta» (Robinson). Eso supone una «iluminación» (v. 18), que Pablo describe (v. 9) de la siguiente forma: «pues nos dio a conocer el misterio de su voluntad, conforme al beneplácito suyo, el cual se propuso en sí mismo» (lit.). En el versículo 11 contemplaremos una secuencia completa de los vocablos con que el apóstol describe el «propósito» de Dios. Aquí le interesa a Pablo no perder el hilo de su pensamiento, sino declararnos cuál era el objetivo primordial y englobante de su propósito (v. 10):
«para realizarlo en la plenitud de los tiempos, recapitulando todas las cosas en Cristo, las de los cielos y las de la tierra» (versión de J. Leal). Notemos los detalles siguientes:
(A) El apóstol llama a todo esto «misterio» (v. 9, comp. con 3:3), no porque Dios se lo haya guardado para sí en lo oculto de su corazón (puesto que «lo ha dado a conocer»), sino porque jamás habría sido conocido de los hombres o de los ángeles, a menos que Dios hubiese tenido a bien revelarlo (comp. con Dt. 29:29). Hemos de distinguir entre «el misterio de Dios», que es Cristo, y «el misterio de Cristo», que es la Iglesia (v. el comentario a 3:3–6).
(B) Donde Leal traduce «para realizar(lo)», el griego dice «para la dispensación» (gr. oikonomían, administración). Esto indica que Dios tenía en su mente un tiempo (en el sentido de kairós, oportunidad) en el que ese misterio de la Iglesia había de ser llevado a cabo; y el cumplimiento de ese tiempo tuvo su inicio cuando Jesús comenzó a predicar que el Reino de Dios estaba al alcance de la mano (Mr. 1:15, comp. con Gá. 4:4). Todo el que cree el Evangelio, la «Buena Noticia de parte de Dios» entra ya a participar de las bendiciones espirituales de tal Reino en la Iglesia.
(C) El verbo que Leal traduce por «recapitular» y la RV por «reunir» (RV 1960) o «restaurar» (RV 1977) es, en griego anakephalaiósasthai (infinitivo de aoristo, con sentido de oración final). Su traducción exacta depende de la etimología que a tal vocablo se le conceda. La mayor parte de los autores modernos opinan que dicho verbo no se deriva de kephalé, cabeza, sino de kephálaion, suma, resumen, compendio (v. He. 8:1). Dice Foulkes: «El vocablo se usaba en el sentido de reunir cosas y presentarlas como un todo. La práctica griega era sumar una columna de cifras y poner el total en cabeza de la columna, y este nombre se dio al proceso de la adición. También se usaba el vocablo en retórica para el resumen de un discurso al final; así mostraba la relación de cada parte con el argumento completo. En Romanos 13:9, se usa para recapitular los mandamientos en el único mandamiento del amor. Tres ideas hay aquí presentes en el vocablo: restauración, unidad, y la capitalidad (condición de cabeza) de Cristo».
La idea, pues, según la expone magníficamente el mismo Foulkes, es aquí la siguiente: «Todas las cosas fueron creadas en Cristo (Col. 1:16). Por medio del pecado, entraron en el mundo un desorden y una desintegración sin fin; pero, al final, todas las cosas serán restauradas a la función que les fue asignada y a su unidad al ser devueltas a la obediencia de Cristo (cf. Col. 1:20)». Esta unidad «cósmica», que aquí (probablemente) apunta, por única vez en Efesios, es tema constante en Colosenses, como ya vimos en la introducción.
12. Los versículos 11 y 12, oscurecidos en la mayoría de las versiones, dicen así en el original: «En el cual (Cristo) se nos asignó por suerte nuestra parte en la herencia, tras de ser predestinados conforme al propósito del que efectúa todas la cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que seamos nosotros, los que nos hemos adelantado a poner la esperanza en Cristo, para alabanza de su (de Dios) gloria». Analicemos esta rica porción:
(A) Fue por nuestra unión con Cristo (la Simiente Bendita) por lo que nos tocó en suerte ser hechos herederos de las promesas y pertenecer así al «Pueblo de Dios» (comp. con 1 P. 2:9, 10). Pero el apóstol tiene aquí en cuenta, primeramente, a los cristianos de extracción judía, entre los que se incluye en primera persona de plural a sí mismo (v. 12): «nosotros, los que nos hemos adelantado a poner la esperanza en Cristo». Los judíos habían esperado al Mesías por muchos siglos antes de que los paganos entrasen a disfrutar, a la par, de las promesas espirituales del Mesías. Que éste es el sentido se ve por el versículo siguiente. Israel tenía como fin último «cantar las alabanzas de Jehová».
(B) El plan de la redención comenzó a ser puesto por obra en el Paraíso mismo, tras de la caída de nuestros primeros padres, cuando Dios cubrió la desnudez de ellos con las pieles de animales sacrificados (v. Gn. 3:15, 21), pero adquirió un enfoque particular con el llamamiento de Abraham y la subsiguiente elección de los descendientes de Jacob para formar «el Pueblo Escogido». Fueron así «predestinados conforme al propósito del que efectúa todas las cosas según el consejo de su voluntad» (v. 11b). Que esto tiene aplicación a todos los creyentes de cualquier raza y nación, se ve por Romanos 8:29, 30 y por todo el tono de Efesios, así como por el ya citado lugar de 1 Pedro 2:9, 10.
(C) No debe pasar inadvertida la acumulación de vocablos que expresan una secuencia, no cronológica (ya que eso tuvo lugar en la eternidad de Dios, antes de todo tiempo), sino lógica, de matices en el acto divino de la elección salvífica: Boulé, consejo, indica la deliberación de la mente divina, según el modo antropomórfico de expresarnos acerca de Dios, quien, en un simplicísimo acto de su eternidad, decide y resuelve actuar en el tiempo; thélema, voluntad, indica la inclinación concreta de la voluntad divina hacia lo previamente decidido en la boulé o deliberación; próthesis, propósito, es el término que expresa claramente la decisión tomada; el verbo proorízo, predestinar, indica, según su etimología, el trazado de una línea de demarcación, conforme al comentario que hicimos al versículo 5 de este mismo capítulo; finalmente, en ese tou energoúntos, «del que actúa», vemos la ejecución, en el tiempo, de todo lo que Dios se había propuesto en la eternidad acerca de cada uno de los elegidos.
13. Los dos últimos versículos (13 y 14) de esta porción se entienden mejor en la NVI: «Y también vosotros fuisteis incluidos en Cristo cuando oisteis (es decir, recibisteis por fe, ya que la fe viene por el oír,—Ro. 10:14, 17—) la palabra de verdad (“la palabra que les trajo el conocimiento de la última realidad”,—Foulkes—), el evangelio de vuestra salvación (es decir, el estupendo mensaje del amor salvífico de Dios a los hombres). En Él (Cristo), cuando creísteis, fuisteis marcados con el sello, el Espíritu Santo prometido, que es el depósito que garantiza nuestra herencia hasta la redención de aquellos que son posesión de Dios, para alabanza de su gloria». Nótense los siguientes detalles de enorme importancia teológica:
(A) Al dirigirse ahora a los creyentes de extracción pagana, como eran los destinatarios de la Epístola, dice Pablo, en conexión con el v. 12 «Y también vosotros fuisteis incluidos en Cristo», como si dijese:
«Aun cuando nosotros nos hemos adelantado en nuestra esperanza del Mesías, también vosotros, los que veníais muy a la zaga de nosotros, habéis entrado a participar en las bendiciones incluidas en la Simiente Bendita de Abraham. ¡También para vosotros ha venido el Mesías de Israel!» Es un tema que, como ya dejamos apuntado, el apóstol va a desarrollar en 2:11–22
(B) Es de suma importancia doctrinal advertir la sincronización de los tres aoristos griegos correspondientes a: «oísteis», «creísteis», «fuisteis sellados con el Espíritu Santo», por donde vemos que el «sello del Espíritu» no es una bendición posterior, adicional, al momento en que una persona recibe por fe la palabra de verdad, sino que se efectúa en el momento mismo en que una persona es salva de gracia mediante la fe (2:8)
(C) «El sello del Espíritu» es una expresión metafórica, que da a entender, de forma plástica, lo que se efectúa espiritualmente, de forma invisible para los ojos del cuerpo, en el interior del creyente en el momento mismo de ser salvo: Dios Padre lo marca con la imagen de Su Hijo Unigénito, de forma que, al seguir con la metáfora, la mano que agarra el sello es el Padre; el sello mismo es el Espíritu Santo; y la imagen que lleva el sello es la del Hijo. En otras palabras, por medio del Espíritu, Dios Padre imprime en nosotros la imagen de Su Hijo. Este versículo 13b se parece muchísimo, en forma y contenido, a 2 Corintios 1:22 El sello implica: (a) protección respaldada por una autoridad efectiva (v. Ap. 7:3, comp. con Mt. 27:66); en este sentido, la protección nos viene de la mano omnipotente del Padre (comp. con Jn. 10:28–30); (b) propiedad o pertenencia (comp. con Cnt. 8:6); en este sentido, somos propiedad de Cristo (v. 1 Co. 3:23); (c) garantía, en forma de arras (v. 14), de que lo sellado llegará a su destino o recibirá seguro cumplimiento; en este sentido, el sello es garantía, dada mediante el Espíritu Santo, de que nuestra redención alcanzará felizmente la tercera y final etapa (comp. con 4:30b y Ro. 8:11).
(D) El Espíritu Santo prometido es, por tanto, presentado aquí (v. 14), como aclara bien la NVI, en forma de «depósito que garantiza nuestra herencia hasta la redención». El vocablo griego arrhabón (del hebreo erabón), ya estudiado en el comentario a 2 Corintios 5:5, es como un «depósito» (también llamado en castellano «prenda» o «prima») con el que se garantiza que la entrada en posesión efectiva de nuestra herencia eterna será, un día no lejano, una gloriosa realidad. Los que ya son «posesión» (gr. peripoiéseos,—el mismo vocablo de 1 P. 2:9—) de Dios, llegarán entonces a poseer plenamente a Dios. No es extraño que el apóstol cierre la sección con el mismo estribillo de los versículo 6 y 12. El lema de Calvino era Soli Deo Gloria, a Dios solo sea la gloria.
Versículos 15–23
En esta sección, el apóstol prorrumpe en expresiones de acción de gracias por la fe y el amor de los fieles de Éfeso y eleva una ferviente oración a Dios para que les ilumine en orden a conocer convenientemente el misterio de Cristo.
1 «Por eso, dice Pablo (vv. 15 y 16), es decir, en vista de las ricas bendiciones otorgadas a los creyentes, por lo que a mí toca (éste es aquí el sentido de la conjunción kai), enterado de vuestra adhesión (lit. fe) al Señor Jesús y de vuestro amor a todos los consagrados (lit. santos), no ceso de dar gracias a Dios por vosotros cuando os encomiendo en mis oraciones» (Nueva Biblia Española). Por aquí se ve, una vez más, cómo la fe genuina en el Señor se traduce en obras de amor hacia los hermanos (v. Gá. 5:6, 13; 1 Jn. 4:20, entre muchos otros lugares). Pablo cumple aquí lo que él mismo prescribe a los fieles de Tesalónica (1 Ts. 5:17). «Orar sin cesar» no significa estar continuamente musitando rezos o jaculatorias, sino estar en constante actitud orante, en completa dependencia de la gracia de Dios y sumisión sin reservas a su divina voluntad. Si todo lo que hacemos, lo hacemos para gloria de Dios (1 Co. 10:31), toda nuestra vida será una continua oración.
2. En su constante oración a favor de los efesios, Pablo tiene un tema muy concreto: Que Dios (v. 17) les de espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento pleno de Él (Dios). Más bien que los «carismas» de sabiduría y de conocimiento (Leal, según 1 Co. 12:8), Pablo pide aquí para los efesios «espíritu», esto es, actitud espiritual (no el Espíritu Santo) de sabiduría y de revelación (conocimiento de verdades reveladas), conforme al uso del vocablo espíritu en lugares como 1 Corintios 4:21; 2 Corintios 4:13; Gálatas 6:1. El «conocimiento pleno de Dios» es, a la vez, el medio y el fin de una actitud motivada por la sabiduría y el profundo entendimiento que Dios imparte acerca de las verdades reveladas por Él mismo. Aunque el vocablo griego epígnosis carece en el griego vulgar del tiempo de Pablo del énfasis que el prefijo habría de darle, su sentido de «conocimiento pleno» o «reconocimiento experimental» es obvio por el contexto. Pablo llama a Dios «el Dios de nuestro Señor Jesucristo» (comp. con Mt. 27:46; Jn. 20:17; Ro. 15:6) y «el Padre de la gloria», es decir, al que corresponde toda la gloria y del que toda verdadera gloria procede (comp. con Hch. 7:2; 1 Co. 2:8).
3. Este «conocimiento pleno de Dios» requiere una previa operación del Espíritu Santo. El participio pasivo de pretérito perfecto en caso acusativo, con que se abre el versículo 18, ha confundido a la mayoría de los traductores haciéndoles inventar imaginarias elipsis o prescindir de este importante detalle gramatical que, de no estar conectado con el verbo de del versículo 17, sería una incorrección (la frase habría de estar en genitivo absoluto). Sólo la Nueva Biblia Española ha captado bien el sentido al traducir así el versículo 18 «que tenga iluminados los ojos de vuestra alma» (lit. de vuestro corazón, conforme a los mejores MSS). Al estar el participio griego pephotisménous en pretérito perfecto, se indica que Dios, por su Espíritu, les iluminó previamente el interior espiritual con una luz que continúa brillando; pero Pablo ora, no sólo para que se mantenga brillando, sino también para que crezca y progrese conforme lo requieren los tres objetivos que persigue esta iluminación. Estos objetivos son los siguientes, según vierte la misma Nueva Biblia Española:
(A) «Para que comprendáis qué esperanza abre su llamamiento» (v 18b). En 4:4, habla de llamamiento común de los fieles a una sola esperanza, esto es, una única esperanza para todos los creyentes, como uno de los fundamentos de la unidad eclesial. El objeto de esta esperanza no es otro que la herencia eterna (comp. con 1 P. 1:3 y ss.) a la que hemos sido llamados, y de la que la impronta del Espíritu en nosotros es las arras (vv. 13, 14). El apóstol lo declara explícitamente a continuación.
(B) «Qué tesoro es la gloriosa herencia destinada a sus consagrados» (v. 18c). Pablo añade aquí un nuevo elemento a lo que acaba de pedir para los fieles de la región efesina. Pide que comprendan, no sólo cuál es esa esperanza, sino también qué riquezas atesora, cuán superabundante es dicha herencia gloriosa. La preposición griega en (lit. entre los santos) da a entender que «la comunión de los cristianos es la esfera en que se halla la herencia de Dios, así como es verdad también que es en, y a través de, Su Iglesia como la verdad del designio de Dios se da a conocer y es declarado (3:9–11, 18)» (Foulkes).
(C) «Y qué extraordinaria (v. 19) su potencia (gr. dúnamis, poder) en favor de los que creemos, conforme a la eficacia (gr. enérgueia, fuerza activa) de su poderosa fuerza» (lit. de la soberanía—gr. krátos—, de su fuerza—gr. iskhús—), esto es, del poder dominador con que se impone su fuerza todopoderosa. No cabe mayor acumulación de epítetos para designar el poder con que Dios lleva a cabo sus obras, por lo que los creyentes pueden tener la más completa seguridad de que su Dios y Padre llevará a cabo por ellos todo lo que les ha revelado y prometido. En efecto, todos los vocablos griegos que puedan hallarse en un diccionario para expresar la magnitud de ese poder están aquí compactamente apiñados: huperbállon (de donde procede «hipérbole»), «que sobrepasa toda medida» (comp. con 3:19); méguethos, «grandeza»; dúnamis, «poder»; enérgueia, «actividad eficaz»; krátos, «soberanía»; y, finalmente, iskhús, «fuerza».
4. Fue precisamente «en favor de los que creemos» (v. 19) como mostró Dios esta fuerza poderosa suya «en Cristo (v. 20), cuando le resucitó de los muertos (más exacto, de entre los muertos) y le sentó a su mano derecha en los cielos» (NVI). Como dirá después (2:5, 6), juntamente con Cristo nos dio vida, nos resucitó y nos sentó en los cielos (v. el comentario a dicho lugar). Esa misma fuerza poderosa de Dios se pone en plena actividad cada vez que es regenerado espiritualmente un pecador que se convierte, y se pondrá también en plena actividad cuando llegue el día de la resurrección corporal de todos los que durmieron en Cristo. Dice M. Henry: «Ciertamente ésa (la resurrección de Cristo) fue la gran prueba de la verdad del Evangelio de cara al mundo: pero la copia de ella en nosotros será la gran prueba para nosotros mismos».
5. En los tres últimos versículos de este capítulo (vv. 21–23), el apóstol pone de relieve la excelsa elevación que el Señor Jesucristo obtuvo sobre toda la creación y, en particular, sobre la Iglesia, de la que fue constituido Cabeza:
(A) «Muy por encima (v. 21) de todo principado (gr. arkhé), autoridad (gr. exouxía), poder (gr. dúnamis) y señorío (gr. kuriótes) y de todo nombre (es decir, de todo título notable) que se nombra (esto es, que es otorgado), no sólo en este siglo (en la edad presente), sino también en el venidero» (lit.). Esta última expresión corresponde al hebreo olam abá con que los rabinos designaban el futuro reinado del Mesías. Tres de los epítetos que aquí se usan son empleados por Pablo, en plural, en Colosenses 1:16, para designar a los poderes espirituales, es decir, a las jerarquías angélicas (comp. con He. 1:4–14). Todo lo sometió Dios Padre (v. 22a) bajo los pies de Cristo (comp. con Sal. 8:6; 1 Co. 15:27). «El Padre ama al Hijo y ha puesto todas las cosas en sus manos» (Jn. 3:35). Todo es de Cristo, como Cristo es de Dios (1 Co. 3:23).
(B) En particular, Dios (vv. 22b, 23) «lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo (comp. con 4:12; 5:30; 1 Co. 12:27; Col. 1:18, 24; 2:19), la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo». Ese «sobre todas las cosas» del versículo 22b, no sólo indica el señorío del que es cabeza de la Iglesia (pues es aquí el «señorío» lo que se pone de relieve en la capitalidad de Cristo con respecto a su Cuerpo que es la Iglesia), sino además, y directamente, el señorío que ejerce sobre todas las cosas a favor de la Iglesia Dice Foulkes: «Es dada a la Iglesia, y para beneficio de la Iglesia, una Cabeza que es también Cabeza sobre todas las cosas. La Iglesia tiene autoridad y poder para sobrepujar toda oposición, porque su Jefe y Cabeza es el Señor de todo».
(C) Especial estudio requiere la última frase del capítulo (v. 23b): «la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (o en todos)». Esta frase ha hecho correr ríos de tinta, por la doble dificultad que presenta el original:
(a) En primer lugar, el término griego pléroma, plenitud (ya hecha, como indica el sufijo ma) aparece siempre, en las epístolas paulinas, en sentido activo («lo que llena». V. 3:19; 4:13; Col. 1:19; 2:9), pero la Iglesia no llena, no complementa Su Persona (v. el comentario a Col. 1:24). Es cierto que la Cabeza no es el Cristo total sin el Cuerpo, lo mismo que, en cuanto Rey, no lo es perfectamente sin reino ni súbditos, pero la idea de que la Iglesia completa a Cristo es antipaulina y, por tanto, antibíblica y va en contra de todo el contexto anterior, donde el énfasis recae en la exaltación y la soberanía de Cristo. Es pues, la Iglesia la que es llenada por Cristo con todo aquello de que está llena espiritualmente. Cabe una alternativa, dada como probable por Hendriksen y defendida por aquel gran conocedor de la Biblia que fue Bullinger, según la cual, el término pléroma no tiene aquí significación activa ni pasiva, sino «quiescente», como en Romanos 11:12, 25, donde significa el «número completo». Aquí significaría la totalidad de los creyentes que forman el Cuerpo de la Iglesia.
(b) La segunda dificultad es ofrecida por el participio plerouménou, el cual no está en forma activa («el que llena»), sino media («el que llena para sí») o pasiva («el que es llenado»), y está además en tiempo presente (continuo). Ahora bien, es evidente que Cristo no es llenado en todas las cosas en todos. La mejor versión sería, pues: «la plenitud de Aquel que está continuamente llenando para Sí (en la Iglesia) todas las cosas en todos» Dice Leal: «En el contexto se trata de la exaltación e influjo de Cristo, Cabeza de la Iglesia, lo cual es más claro si Cristo es quien llena y completa a la Iglesia. Esta misma idea la tenemos en Colosenses 2:9, 10 y luego en 3:19. La sintaxis es más regular y fluida si ta pánta en pásin expresan el complemento directo y el instrumental respectivamente». Hay una opinión alternativa, mencionada por Foulkes y sostenida por eminentes autores, según la cual el participio estaría en forma pasiva, pero referido a Cristo. La versión, o paráfrasis, sería como sigue: «la Iglesia, que es su cuerpo y, como tal, contiene dentro de sí la plenitud de Aquel que, a su vez, recibe de Dios su completa plenitud».
El pensamiento sería entonces el mismo que el apóstol expresa en Colosenses 2:9, 19. Sin embargo, en el contexto actual, esta opinión no hace otra cosa (a mi juicio) que añadir nuevas complicaciones. Sin ir más lejos, ¿cómo podría aplicarse a la persona de Cristo en sentido pasivo ese participio de presente continuativo? Por muy erudita que sea la argumentación de J. Alonso a favor de esta interpretación (v. en el Nuevo Testamento Trilingüe de Bover-O’Callagham, sobre este lugar), el sentido de Efesios 1:23 no puede ser el que él propugna («La Iglesia está llena por Cristo, que está lleno a su vez por Dios de manera constante»), puesto que bastaría leer Hebreos 1:14 para refutarlo: «Porque con un solo sacrificio ha perfeccionado para siempre a los que van siendo santificados» (lit.). LA APLICACIÓN DE ESTA OBRA ES UNA TAREA QUE COMPETE AL ESPÍRITU SANTO, NO AL HIJO. Y Cristo no necesita ser «completado por Dios de manera constante».
Tenemos aquí, I. un informe de la miserable condición, por naturaleza, de los efesios, y de cuantos somos de extracción gentil (vv. 1–3, 11, 12). II. Un informe del glorioso cambio que fue operado en ellos, y también en nosotros (vv. 4–10, 13). III. Los grandes privilegios que tanto judíos como gentiles reciben de Cristo al convertirse (vv. 14–22).
Versículos 1–3
1. Las personas no regeneradas (v. 1) están muertas «en sus caídas y pecados» (lit.). No quiere decir que carezcan de espíritu por el que una persona es hecha «alma viviente» (Gn. 2:7), sino que este espíritu es inoperante en sentido psicológico-moral en cuanto a las cosas de Dios; está inclinado al pecado, el cual es la «muerte espiritual» de la persona. De ahí que produzca, como frutos, «obras muertas» (He. 6:1; 9:14).
2. En el original no figura lo de «él os dio vida» (v. 1), que aparece en nuestra Reina-Valera, por lo que la mayoría de los exegetas opinan que se suple con base en los versículos 4–6. La razón de esta aparente anomalía podría ser la intención del apóstol de presentar en toda su negrura la condición miserable en que nos hallábamos antes de nuestra conversión, a fin de que se destaque mejor la salvación que Dios nos otorgó por su gracia en Cristo y por medio de Cristo. Sin embargo, a mi juicio, resulta más probable la opinión de Bullinger, quien hace depender de 1:20 los tres primeros versículos del capítulo 2, siendo los versículos 21–23 de dicho capítulo 1 como una especie de paréntesis para poner de relieve la exaltación del Señor Jesucristo. Así la traducción seguiría suavemente el hilo del pensamiento paulino de esta manera: «la cual (fuerza poderosa) ejercitó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales. «Y a vosotros que estabais muertos, etc.».
3. El apóstol declara (v. 2) que, en otro tiempo, esto es, antes de nuestra conversión al Señor, andábamos en transgresiones y pecados, lo cual indica una conducta constante (nótese el contraste con la última frase del v. 10) de personas pecadoras por naturaleza y por mala voluntad. De tres maneras expresa Pablo la pauta que sigue el pecador antes de su conversión:
(A) Va «siguiendo la corriente de este mundo» (comp. con Gá. 1:4; 1 P. 4:3, 4), como los peces muertos, que van siguiendo inertes la corriente de las aguas. Esta es la «corriente» que siguen los mundanos inconversos (1 Co. 6:9–11; Col. 3:5–7), una corriente que desemboca en la perdición eterna.
(B) Camina «conforme al príncipe de la potestad del aire», esto es, obedece sumiso al gobierno tiránico que le impone Satanás, «el príncipe de este mundo» (Jn. 12:31; 14:30), «el dios de este siglo», de este mundo malo (2 Co. 4:4), «el Maligno en cuyo poder yace todo el mundo» (1 Jn. 5:19b). La sumisión al diablo, por medio del pecado, es la peor esclavitud (v. Jn. 8:34; 2 P. 2:19).
(C) Camina conforme «al espíritu, al estilo de vida impuesto por el diablo, que ahora actúa continuamente (en participio de presente del mismo verbo—energuéo—, que se aplica a Dios en 1 Co. 12:6; Fil. 2:13) en los hijos de desobediencia» «Hijos de desobediencia» es un hebraísmo para indicar una inclinación constante a desobedecer.
4. Pablo afirma (v. 3) que todos nosotros nos comportábamos antes de nuestra conversión («en otro tiempo») como hijos de desobediencia, y describe de tres maneras la forma concreta en que se desenvolvía tal comportamiento:
(A) Estábamos enteramente en manos de los deseos concupiscentes, desordenados, pecaminosos, de nuestra carne, de nuestra naturaleza vieja, corrompida. No era una parte de nosotros, sino nuestra entera personalidad en cuanto que corrompida por el pecado. Dice Leal: «La carne es una potencia interna y nuestra, nosotros mismos, en cuanto contrarios al querer de Dios y a los impulsos del Espíritu de Dios».
(B) Esto equivalía a poner en práctica (lit. hacer) las tendencias (gr. ta thelémata) de la carne y de los pensamientos, es decir, todos los malos deseos que emanan, no sólo de un corazón entenebrecido, sino también de una mente envanecida (comp. Ro. 1:21b). «Significa claramente, dice Foulkes, que los efectos de la maldad y del egoísmo del hombre no están limitados a las emociones, sino que incluyen también a su intelecto y a los procesos del razonar (cf. Col. 1:21)».
(C) En una palabra, «éramos hijos de ira, esto es, pesaba sobre nosotros la ira de Dios (comp. con Ro. 1:18; Col. 3:6), lo mismo que los demás», esto es, «todos los que ahora quedan fuera del influjo salvador de Cristo» (Leal). Pablo dice que eso lo éramos por naturaleza. No dice que lo fuésemos por nacimiento (aunque esto es verdad, por la herencia que nos dejó el pecado de nuestro primer padre), sino por lo que éramos de nosotros mismos, antes que viniese sobre nosotros el soplo vivificante y regenerador del Espíritu de Dios.
Versículos 4–10
Contemplamos el extraordinario y maravilloso cambio que se efectúa en un miserable pecador cuando el amor y la gracia del Dios Salvador se ponen en ejercicio a su favor.
1. Después del sombrío cuadro que los versículos 1–3 nos presentan, vemos la acción de Dios en su soberana, libre y amorosa iniciativa de tomar a su cargo la salvación del pecador. La conjunción griega de no es tan fuerte como allá y, como en otros lugares, indica más bien aquí la parte que Dios va a tomar. Los versículos 4–6 deben traducirse del modo siguiente: «Dios, por su parte, porque es rico en misericordia (participio con sentido de oración causal), a causa de su mucho amor con que nos amó, y a pesar de estar nosotros muertos (pronombre y participio en acusativo regido del verbo siguiente) en nuestras caídas pecaminosas (gr. paraptómasin), nos vivificó juntamente con Cristo—por gracia estáis hechos salvos—, y (con Él) juntamente nos resucitó y (con Él) juntamente nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (lit.). Esta última frase indica, en este contexto, «el medio vital donde nosotros vivimos, resucitamos y ascendemos al cielo» (Leal). Como se ve por los prefijos que acompañan a los tres verbos («convivificó», «conresucitó», «consentó»), Pablo pone énfasis en nuestra unión vital con Cristo, puesto que, por la fe simbolizada en el bautismo, fuimos complantados con Él (Ro. 6:5), a fin de compartir con Él el proceso salvífico de su muerte, resurrección y ascensión a los cielos (Ro. 6:3–11; Gá. 2:20; Fil. 3:10 y ss; Col. 2:12).
2. Como en el versículo 5 y 1:7, Pablo se ve embargado con el pensamiento de la riquezas de la gracia de Dios, riquezas sin medida (v. 7), como se mostrará en el gran despliegue que Dios hará en los siglos venideros, es decir, cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste (Col. 3:4). Entonces se verá claramente el «terreno de cultivo» de esta inmensa riqueza de la gracia de Dios: su benignidad («vocablo que denota el amor en acción», Foulkes) para con nosotros en Cristo Jesús.
3. Los versículos 8–10 forman una de las más importantes porciones de toda la Biblia, por lo que requieren un análisis detallado. Dicen así al pie de la letra: «Porque por la gracia estáis habiendo sido salvados mediante (la) fe; y esto no (procede) de vosotros, de Dios (es) el regalo; no en virtud de obras, a fin de que nadie se jacte. Porque de Él (Dios) somos hechura (gr. poíema, de donde viene «poema»), creados (participio pasivo de aoristo; de una vez por todas) en Cristo Jesús (el mismo sentido de Ro. 6:5 y de los vv. 6 y 7 de este mismo cap. 2) para (lit. sobre) obras buenas, las cuales de antemano preparó Dios a fin de que en ellas anduviésemos». Vemos:
(A) Que todo el proceso de nuestra salvación se debe a la gracia (el favor gratuito, inmerecido) de Dios, la cual se obtiene mediante la fe. No somos salvos por fe, sino por gracia mediante la fe. Usando una ilustración muy clara y expresiva, podemos decir que la gracia es como el alimento, y la fe es como la cuchara o el tenedor con que tomamos la comida. No es el tenedor el que alimenta, sino la comida, pero tomamos el alimento con el tenedor o la cuchara. Esta ilustración servirá para evitar confusiones.
(B) Que también la fe es, de algún modo, regalo de Dios. Es cierto que Pablo dice (v. 8b): «Y esto (neutro) no proviene de vosotros, de Dios es el regalo». Aun cuando «esto» podría referirse al proceso mismo de la salvación, la construcción resultaría forzada y, en realidad, tautológica. Lo que Pablo. sin duda, tiene aquí en mente es salir al paso de alguien que podría decir: «Dios pone la gracia; el hombre pone la fe; así que el hombre pone su parte en su propia salvación». Pablo, siguiendo la citada ilustración, parece decir: «Somos alimentados espiritualmente por Dios, y hasta el mismo tenedor con el que comemos es regalo de Dios». Toda otra explicación huele, por lo menos a semipelagianismo. El propio jesuita Leal comenta así: «La fe no es precisamente el acto humano, sino la entrada en el ámbito vital de Cristo, adonde se llega al aceptar, con la ayuda de la gracia, la predicación del Evangelio». Pero esto no es suficiente para resolver el problema que aquí se nos plantea.
El problema es el siguiente: Si también la fe es don de Dios, ¿es el hombre un mero instrumento de Dios, de forma que no ponga nada de su parte, sino que sea Dios quien ponga el acto de fe en él? Esta era la opinión de los Reformadores, especialmente de Lutero y Calvino, expresada con el vocablo
«monergismo» (que significa, «uno solo—Dios—, es el que obra en todo lo que es para salvación»). Los semipelagianos decían: «Dios pone la gracia; el hombre pone la fe». Esta opinión es expresada con el epíteto de «sinergismo» (lit. cooperación). Los teólogos jesuitas dicen: «Dios pone la gracia; el hombre pone la fe, pero movido y ayudado por la gracia». Quizás se quedan un poco cortos de lo que yo llamo «energismo» (Dios obra «en» el hombre, de forma que éste, capacitado por la gracia, libertado por la verdad del Evangelio, se entrega libremente al Señor y le recibe por fe, y entra así en el ámbito de la salvación). Esto comporta las siguientes conclusiones, de acuerdo con el tenor de la Palabra de Dios tomada en su conjunto:
Primera. El hombre es, por naturaleza, incapaz de hacer nada en orden a su salvación. Pero Dios, en su misericordia, ofrece al hombre, a todo hombre (v. Hch. 17:30; 1 Ti. 2:4, etc.), la gracia suficiente para que su mente y su corazón iluminados por la verdad (¡He. 6:4 y ss.!), sean responsables al aceptar o rehusar la gracia salvífica de Dios. Si Dios no ofrece ninguna gracia suficiente al hombre caído, la exhortación al arrepentimiento y a la fe son un puro sarcasmo (v. el comentario a Hch. 17:30).
Segunda: La decisión (llamémosla de alguna manera, pues el hombre no es una máquina) de recibir por fe al Señor es también impulsada y ayudada por la gracia, por lo que dicha actitud del creyente bien puede seguir siendo considerada como regalo de Dios, ya que, sin la gracia de Dios, tampoco el hombre, aun iluminado por la verdad, podría creer. De modo que, sin la gracia, el hombre solamente puede rehusar la invitación del Evangelio. Lo contrario es hacer de menos la operación del Espíritu Santo en la necesaria convicción de pecado y la comprensión de la necesidad de acudir al Salvador.
Tercera. Esto es suficiente para admitir que nadie puede venir a Jesús a menos que el Padre le atraiga (Jn. 6:44). Pero esta atracción (esta «gracia» considerada como «fuerza») NO SIEMPRE es irresistible. Es cierto que, en muchas ocasiones (cada creyente puede dar testimonio de sí mismo), la atracción de la gracia es, de algún modo, psicológicamente irresistible, por la forma en que el mensaje, con ayuda (muchas veces) de toda clase de circunstancias, se impone al individuo, de forma que éste se ve como empujado a entrar por la puerta que conduce a la vida. Pero que éste sea SIEMPRE el caso, de forma que la gracia salvífica de Dios NUNCA sea resistida y rechazada, es algo que ni la Biblia (bien entendida) ni la experiencia demuestran en forma alguna. Es sintomático que los creyentes más afectados psíquicamente por una especie de empujón (la conversión de «crisis») sean los que se expresan en forma de lo que alguien ha llamado gráficamente «gracia tumbativa»: el propio Pablo, Agustín de Hipona, Martín Lutero, Juan Wesley, etc. Pero hay muchísimos otros que solamente se han entregado después de rechazar por algún tiempo (a veces, largo) la gracia de Dios (conversión de «proceso»).
(C) Que no somos salvos por obras, sino para obras. En otras palabras, nuestra salvación no puede depender de obras, pero está orientada hacia el bien obrar. El apóstol no usa la preposición eis («hacia» buenas obras), sino epí («sobre» buenas obras); sin duda, porque tiene en cuenta la «andadura» a la que alude en el mismo versículo. Dicha diferencia entre el «por» y el «para» se comprenderá con toda claridad por medio de otra gráfica ilustración: La fe es como la raíz de un árbol; las obras buenas son como los frutos del árbol. Lo que da la vida, la savia, al árbol no es el fruto, sino la raíz; pero el árbol manifiesta que está vivo y sano al dar buenos frutos. Del mismo modo, no son las obras buenas las que salvan al hombre, sino la fe (la gracia mediante la fe); pero el hombre demuestra ser salvo mediante las buenas obras que lleva a cabo, pues son el fruto del Espíritu (Gá. 5:22).
(D) Según explicamos ya en el comentario al versículo 1 del presente capítulo, el pecador está muerto en sentido psicológico-espiritual. Su espíritu (sus facultades mentales, afectivas y volitivas) vive físicamente, pero está desorientado e inclinado al mal, por lo que la conversión se expresa (vv. 4 y ss.) en términos de «nueva vida». De ahí que hallemos en el versículo 10 los términos «hechura» (comp. con Gn. 1:26) y «creados» (comp. con 2 Co. 5:17). Han de entenderse, pues, en el plano sobrenatural, no físico.
(E) El apóstol dice que Dios «preparó de antemano nuestras buenas obras para que anduviésemos en ellas» (comp. con 1 P. 2:21). Una mala inteligencia de estas frases puede causar confusión. Pablo no quiere decir que Dios tenga reservadas en algún almacén nuestras futuras obras buenas para extenderlas después como una alfombra en la que vayamos posando nuestros pies, sino que la «nueva creación» (2 Co. 5:17), el «ámbito vital de Cristo» (vv. 6, 7, 10) dentro del cual nos movemos, comporta como necesario ingrediente el fruto de buenas obras. Junto, pues, con la gracia salvífica y la capacidad para creer, Dios dispuso de antemano que adoptásemos una conducta consecuente con la fe que hemos profesado, y esa conducta (esa «andadura») está orientada hacia el bien obrar. Quizás pueda ayudar esta ilustración: Al salvarnos, Dios nos pone en buen camino, nos da una buena luz (comp. con Sal. 119:105) y nos proporciona unos buenos pies.
Versículos 11–13
El apóstol acaba de exponer las verdades más importantes de la revelada doctrina de la salvación y, al empalmar con el «vosotros» del versículo 1, y el «anduvisteis» del versículo 2, vuelve a dirigirse en segunda persona de plural a los fieles de Éfeso, para traerles a la memoria lo que dicha salvación significa en términos eclesiales.
1. Los efesios no eran de extracción judía, sino pagana; por eso, el apóstol los llama gentiles (es decir, no judíos) en cuanto a la carne (v. 11), pues llevaban en la carne la muestra de no estar circuncidados, por lo que, en tono despectivo, eran llamados por los judíos circuncidados en su carne «la Incircuncisión», seres humanos que no llevaban en su cuerpo la marca del pacto de Dios con su pueblo. Nótese que Pablo dice: «los que sois llamados incircuncisión por la LLAMADA circuncisión», con lo que da a entender lo que repetidamente ha puesto de relieve en otros lugares (Ro. 2:25–29; 1 Co. 7:19; Gá. 5:6; Col. 2:11; 3:11): lo que importa es lo que se lleva en el corazón, no en el cuerpo.
2. Al no pertenecer al pueblo elegido y al vivir en la idolatría, los efesios, «en otro tiempo» (v. 11), que ya no es el actual, sino «aquel tiempo» (v. 12), anterior a su conversión, «estaban sin la esperanza del Mesías, excluidos de la ciudadanía de Israel», es decir, de la comunidad que disfrutaba de muy especiales privilegios otorgados por el único Dios verdadero (comp. con Hch. 22:28, que es el único lugar en que aparece el mismo vocablo de aquí); por tanto, eran extranjeros (además de «esclavos», sin la «ciudadanía») en cuanto a los pactos de la promesa (en singular), esto es, la promesa del Mesías. «Sin esperanza» no significa que no hubiese para ellos ninguna posibilidad de salvación eterna, sino que no tenían en su mente ninguna perspectiva de seguridad para el porvenir eterno, por lo que la muerte ponía el punto final a una vida sin destino feliz de ultratumba. Estaban sin Dios; el griego átheoi («ateos») «no quiere decir que se negasen a creer en Dios, ni que estuviesen abandonados de Dios, ni que fuesen ateos en la práctica, sino que no tenían verdadero conocimiento de Dios» (Foulkes), a pesar de los muchos dioses y señores que así son llamados (1 Co. 8:5), siendo meras vanidades, invención de la fantasía humana; «en el mundo» denota la esfera meramente terrenal, temporal, en que se movían; «debajo del sol», como diría el Predicador.
3. Nótense los dos contrastes, de tiempo y lugar, que el versículo 13 nos ofrece: (A) Los que «en otro tiempo» estaban sin esperanza, «ahora» estaban ya salvos y llenos de esperanza en cuanto a un porvenir de vida eterna. (B) Los que estaban «en el mundo», «lejos, extranjeros, alejados del pueblo de las promesas mesiánicas, ahora estaban en Cristo Jesús, en unión vital con el Mesías, hechos cercanos, acercados (al Dios verdadero), no como prosélitos, sino a la par con los judíos creyentes en Cristo, en la sangre de Cristo. Es cierto que la preposición en (como la hebrea be. Pablo está pensando en hebreo) puede significar por (comp. con 1 Co. 12:13), pero es extraño que Pablo no use aquí el dativo o el acusativo de medio o instrumento objetivo. Probablemente pensaba en la sangre de la víctima propiciatoria, que corría hacia el medio desde las dos mitades en que se había dividido la víctima y por la que pasaban los pactantes (comp. con Gn. 15:10, 17: He. 10:19, 29; 13:20). Esta sangre había hecho posible la «cercanía de los efesios, en otro tiempo lejanos» (v. los vv. 14 y ss.).
Versículos 14–22
En estos versículos el apóstol expone con más detalle cómo se efectuó la cercanía de los efesios al pueblo de Dios por la Obra de la Cruz (comp. con Jn. 12:32) y la operación del Espíritu Santo (comp. con Hch. 2:39).
1. La Obra de Jesucristo en el Calvario, recibida por fe, fue el medio por el cual se efectuó nuestra paz con Dios (v. 16, comp. con Ro. 5:1, y con 2 Co. 5:19), esto es, nuestra reconciliación vertical. Pero el apóstol no dice que Jesús nos trajo la paz (v. Is. 53:5), sino que Él es nuestra paz (v. 14), la de la reconciliación horizontal entre gentiles y paganos, matando en la cruz la enemistad (v. 16b), no sólo entre el hombre y Dios, sino también entre los hombres mismos, pues por medio de dicha Obra todos los creyentes somos hechos un solo pueblo (v. 14), un solo nuevo hombre (v. 15, comp. con 2 Co. 5:17; Gá. 6:15) y un solo cuerpo (v. 16, comp. con 4:4; Col. 1:20–22). Al ser abolida en el cuerpo de Cristo clavado en la Cruz (v. 15, comp. con Col. 2:14) la enemistad, dos cosas tuvieron que desaparecer:
(A) La pared intermedia de separación (v. 14), alusión al muro de piedra que separaba el atrio de los gentiles del de los judíos. Sobre la pared que daba al templo propiamente dicho, había en el atrio de los gentiles una inscripción en griego y en latín, la cual, según Flavio Josefo, prohibía, bajo pena de muerte, a todo extranjero, entrar en el templo.
(B) La ley de los mandamientos expresados en ordenanzas (v. 15, comp. con Col. 2:14), apellidados en otros lugares (v. Gá. 4:3; Col. 2:8, 20) rudimentos o principios elementales del mundo, de los que Cristo nos ha rescatado, puesto que Él puso fin a la Ley de Moisés (v. Ro. 10:4), para que la salvación sea únicamente de gracia mediante la fe (v. 8).
2. «Y al venir, dice Pablo (v. 17), anunció (Cristo) las buenas nuevas de paz (lit. evangelizó paz) a vosotros (efesios, paganos) los de lejos, y paz a los de cerca (los judíos)» (lit.). El apóstol parece aludir a Isaías 57:19, pues, aun cuando el propio Señor no salió a predicar a judíos y gentiles, sí que mandó predicar el evangelio a toda criatura (Mt. 28:19; Mr. 16:15; Hch. 1:8), y así lo anunció ya Pedro el día de Pentecostés (Hch. 2:39). Es precisamente el Espíritu Santo (v. 18b) como el ujier que nos introduce en el salón de audiencias del Padre a los de cerca y a los de lejos (comp. con 1 Co. 12:13). Este acceso al Trono de la gracia nos es conseguido mediante el sacrificio de nuestro gran Sumo Sacerdote (v. He. 4:15, 16) «por medio de Él» (Cristo), dice Pablo (v. 18) para «los unos (los de lejos y los otros» (los de cerca). De ahí deduce la conclusión siguiente (v. 19): «Así que ya no sois (los efesios, los que en otro tiempo estaban separados del Mesías,—v. 12—) extranjeros, como lo erais antes, ni advenedizos (gr. pároikoi, de donde viene “parroquia”; véase en 1 P. 2:11), gente que vive de paso, sin derechos legales de ciudadanía, sino conciudadanos (v. Fil. 3:20) de los santos, es decir, de los judíos que han refrendado su privilegio de “pueblo santo de Dios” al recibir al Mesías prometido, y miembros de la familia de Dios» (comp. con Gá. 6:10b), esto es, «hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá. 3:26).
3. La idea de «miembros de la familia» (gr. oikeíoi, de oikía, casa) de Dios, le lleva al apóstol, con toda naturalidad, a ver en la Iglesia el «santuario sagrado» de Dios (comp. con 1 Co. 3:16; 6:19; 2 Co. 6:16; 1 P. 2:5 y ss.) en el Señor (v. 21), habitación donde mora el Espíritu de Dios (v. 22b), la nueva Shekinah, representada por la nube que cubría el tabernáculo de reunión (por primera vez, en Éx. 40:34– 38). De este nuevo santuario sagrado de Dios, que es la Iglesia:
(A) Solamente Jesucristo es la principal piedra del ángulo (v. 20b). El término griego akrogoniaíos vuelve a salir únicamente en 1 Pedro 2:6 y significa, según Rienecker, no solamente el fundamento único sobre el que descansa el edificio (v. 1 Co. 3:11), sino el ángulo (gr. gónos) que empalma dos paredes que suben rectas, así como la cima (gr. ákros) que, como una cúpula, cubre y cierra por arriba el edificio. Es, pues, la iglesia como una casa santa, completamente excavada en la Roca, como era el caso de la habitación interior en gran parte de las casas de los israelitas. Significa así que Cristo mismo es el fundamento, la norma y la cabeza rectora de la comunidad cristiana.
(B) Sobre ese único fundamento, descansan, como columnas, las verdades cristianas predicadas por los apóstoles y profetas. Pablo habla del fundamento (gr. themélios, el mismo vocablo que sale en Ap. 21:14) de los apóstoles y profetas (profetas del Nuevo Testamento. Véase Hch. 13:1), al ser éstos últimos varones inspirados por Dios que ayudaban a los apóstoles en su ministerio (v. por ej. Hch. 11:27, 28; 21:10, 11). Pablo no quiere decir que las personas de los apóstoles y profetas sean dicho fundamento, sino el mensaje que predican, como se ve por 1 Corintios 3:5–15; Gálatas 1:6–9; Hebreos 13:7–9.
(C) El edificio, bien ajustado, que va creciendo (v. 21) nos lleva a 4:15, 16, puesto que este santuario sagrado está compuesto de piedras espirituales vivas (1 P. 2:5); al fin y al cabo, es un cuerpo que crece hasta llegar a la estatura de la plena madurez escatológica (v. el comentario a 4:13 y comp. con Col. 2:19). Por eso, dice Pablo (v. 22): «vais siendo juntamente edificados» (lit.), y expresan en ese presente continuativo la tarea constante de la edificación de la Iglesia hasta el día en que, terminada la construcción, sea retirado el andamiaje y el santuario mismo sea arrebatado a los Cielos.
(D) Estas consideraciones nos han de llevar a una seria reflexión sobre lo que significa la comunión eclesial: «santuario sagrado de Dios en Cristo y en el Espíritu, formado de muchas piedras vivas, que se ayudan y sostienen mutuamente a pesar de su forma diferente y de la distinta posición que ocupan en el edificio». Comenta Foulkes: «Es verdad que la unidad no es cuestión de organización, sino de compartir en común la vida y las tareas del Cuerpo, pero es muy apropiado que todos los cristianos estén sobre aviso contra el peligro de un servicio cristiano individualista y que consideren seriamente las cosas que impiden la expresión de esa vida comunitaria y el cumplimiento de las funciones».
Este capítulo consta de dos partes. I. El informe que Pablo da a los efesios acerca de sí mismo (vv. 1– 13). II. Su ferviente y amorosa oración a Dios a favor de los fieles de Éfeso (vv. 14–21). Podemos observar la costumbre del apóstol de mezclar con sus instrucciones y exhortaciones oraciones y plegarias de intercesión a Dios.
Versículos 1–13
1. Foulkes hace notar el desarrollo doctrinal que el apóstol lleva a cabo en estos tres primeros capítulos de la Epístola: «En el capítulo 1, la meditación del apóstol sobre las riquezas de las bendiciones de Dios en Cristo le ha impulsado naturalmente a orar. En el capítulo 2, ha dado un paso más en el desarrollo de este gran tema del designio de Dios en Cristo, al hablar de la asombrosa gracia de Dios en traer a una nueva vida en Cristo a los que estaban muertos en el pecado, y del significado de gran alcance de la reconciliación conjunta de judíos y gentiles para formar un solo pueblo de Dios. El expresar estos grandes hechos, de tal importancia práctica que atañe a la vida entera, le lleva de nuevo a orar. Así que comienza ahora diciendo: “Por esta causa …”» (vv. 1, 14, comp. con 1:15).
2. El original dice literalmente (v. 1): «Por causa de esto, yo Pablo el preso del Mesías (gr. del Cristo. El vocablo “Jesús” no aparece en muchos MSS) por vosotros los gentiles …». El sentido queda colgado hasta el versículo 14. Pablo se disponía a elevar una oración a Dios (lo que hará en los vv. 14 y ss.). El chasquido constante de la cadena que le ataba al soldado de guardia le recordaba, dice Robinson «dónde estaba y por qué estaba allí». «Preso de Cristo» incluye gran cantidad de matices: Pablo era de Cristo, sufría por Cristo, se gloriaba en Cristo y cumplía la voluntad de Cristo, su Amo y Señor. Pero la causa inmediata por la cual estaba preso en Roma era precisamente su proclamación del gran misterio de Cristo (vv. 3, 4, 5, 9): «que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio» (v. 6). No hay más que leer Hechos 21:17–34; 22:21–24 y 26:12–23, para percatarse de cuán cierto era que su predicación a favor de (gr. hupér, v. 1) los gentiles le había concitado el odio a muerte de los judíos inconversos y le había puesto en cadenas. En el versículo 13, va a mencionar de nuevo las tribulaciones que sufre por (de nuevo, hupér) ellos, aunque no quiere que desmayen por eso, pues son tribulaciones que producen un peso eterno de gloria (2 Co. 4:17).
3. Al interrumpir, al llegar aquí, lo que dirá en los versículos 14 y ss., y llevado por la mención de «los gentiles», Pablo pasa a exponer el «misterio de Cristo». Con respecto a esto, les dice a los efesios:
(A) Que Dios le había asignado ese ministerio mediante una revelación personal (v. 3). Mediante la gracia del apostolado (Ro. 1:5), Dios le había encomendado la administración (v. 2), es decir, la dispensación (gr. oikonomía) en que el plan salvador de Dios había llegado a su culminación histórica. Esta dispensación de la gracia de Dios a favor de ellos, gentiles (v. 2b), le había sido confiada a Pablo como a uno de los principales administradores de los misterios de Dios (1 Co. 4:1). No se había nombrado a sí mismo administrador, sino que Dios le había asignado tal ministerio. El «si es que …» con que comienza el versículo 2 no es un condicional dubitativo; más bien, equivale a «puesto que …». En lo del «conocimiento profundo que él tiene» (v. 4) no ha de verse ningún asomo de jactancia carnal, puesto que no se trata de un descubrimiento personal suyo; «es el don de Dios por Su Espíritu» (Foulkes). Su objetivo no es glorificarse a sí mismo, sino exhortar a los efesios a reconocer en su predicación escrita la pura Palabra de Dios.
(B) Que Dios le había revelado «el misterio de Cristo» (vv. 4 y ss.), cualificándole estupendamente para penetrar profundamente en Él y así estar capacitado para exponerlo con toda claridad. Era «misterio» por cuanto lo había tenido Dios escondido desde los siglos, es decir, en las épocas pasadas. La unificación de judíos y paganos para formar, a la par, un solo Cuerpo, la Iglesia, en el Mesías, era algo, no sólo desconocido en las épocas anteriores, sino insólito, inaudito para el pueblo de Israel, el escogido de entre todas las naciones (vv. 5, 9). Sólo ahora (v. 5b), esto es, en la dispensación del Evangelio, ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas (comp. con 2:20) por (lit. en, como en otras ocasiones) el Espíritu. Otorgar el título de «Iglesia del Antiguo Testamento» al Israel precristiano es un absurdo bíblico que indica el total desconocimiento de las sazones en que Dios ha escalonado la historia de la salvación.
(C) Al mencionar de nuevo el ministerio que le había sido confiado (v. 7, comp. con v. 2), «según la actuación de su (de Dios) poder» (v. 7b, comp. con v. 20 y 1:19), muestra el apóstol la humildad con que recibía esta gracia. «A mí, dice (v. 8), que soy el más menor (lit. El gr. ofrece aquí la construcción extraña, aunque aparece también algunas veces en escritores clásicos, de intensificar el sentido mediante el comparativo de un superlativo) de todos los santos», es decir, de todos los creyentes. No es una falsa humildad; contra la opinión de Foulkes, es más que probable la opinión de que Pablo tiene aquí en cuenta, como en 1 Corintios 15:9, e implícitamente 1 Timoteo 1:15, su condición anterior de perseguidor de la Iglesia.
(D) Al mencionar esta condición personal suya, no puede menos de repetir el asombro que le causa de que sea precisamente a él a quien le ha sido concedida esta gracia de dar a conocer el misterio de Cristo (vv. 8b, 9): «el evangelio de las inescrutables (gr. anexikhniáston, que no se le puede seguía la pista, como en Job 5:9; 9:10. El sustantivo íkhnesis, pisada, de la misma raíz sale en 1 P. 2:21) riquezas de Cristo, y de sacar a la luz pública (lo de «a todos» falta en muchos MSS) cuál es el designio (sentido más probable, aquí, de oikonomía) del misterio escondido desde los siglos (comp. con vv. 3–5) en Dios, que creó todas las cosas». ¿Por qué añade Pablo este inciso aquí? Cada autor lo interpreta según su propio trasfondo teológico. Con Foulkes y Lenski, opino que lo dice «a fin de dar a entender que éste fue su designio desde el principio de la creación» (Foulkes).
4. El contexto (v. 11) avala esta opinión, pues Pablo menciona de nuevo «el propósito (gr. próthesis, como en 1:11) eterno». Dentro de este propósito, de este plan de Dios, entraba el que, con la revelación del misterio de Cristo, «ahora (v. 10), por medio de la iglesia, la multiforme (lit. polícroma—gr. polupoíkilos—, muy variada, como un ramillete de flores de diversos colores, perfectamente dispuesto) sabiduría de Dios sea dada a conocer a los gobernadores y autoridades en los cielos» (NVI). Podría parecer extraño que la Iglesia, desde la tierra, pueda servir de instrumento para dar a conocer a los ángeles algo que ha sido dispuesto y ordenado en los cielos, pero han de tenerse en cuenta dos observaciones:
(A) Aunque los ángeles, por naturaleza, son superiores a los hombres (v. Sal. 8:5; He. 2:6), son inferiores en cuanto a la gracia (He. 2:16) y están puestos al servicio de los que van a heredar la salvación (He. 1:14).
(B) La revelación del misterio de Cristo fue hecha a la Iglesia por medio del apóstol Pablo, no a los ángeles, por lo que el apóstol Pedro los presenta asomando la cabeza, como por medio de una ventana abierta en el cielo para ver las cosas que han sido anunciadas mediante la predicación del Evangelio (1 P. 1:12).
5. Al mencionar (v. 11b) a Cristo Jesús nuestro Señor, el apóstol repite (v. 12) lo que ya había dicho en 2:18: «en quien tenemos la osadía y el acceso en confianza (lit.) mediante la fe en Él». Notemos el sentido de cada vocablo:
(A) Parrhesía significa franqueza o libertad para hablar cara a cara, por lo que también se usa en el sentido de osadía, denuedo y confianza. Pablo lo ha usado ya en 2 Corintios 3:12 y 7:4. Aquí nos lleva directamente a Hebreos 4:16, lugar bien conocido, donde también sale el mismo vocablo.
(B) Prosagogué significa literalmente introducción o acceso, en el sentido de «derecho de entrada», y en ese sentido lo ha usado Pablo en 2:18.
(C) Pepoiéthesis, confianza, parecería una redundancia después del vocablo parrhesía, sobradamente expresivo, pero, como dice Foulkes, le añade un tinte «más personal», ya que la fe en Jesús es el medio por el que cada uno tiene acceso al Padre (2:8, comp. con Ro. 5:1 y ss.).
(D) El griego dice literalmente «mediante la fe de él», pero sólo un lector superficial puede pensar que se trata de la fe de Jesús (genitivo subjetivo), en lugar de la fe en Jesús (genitivo objetivo), como es el caso aquí.
6. Termina el apóstol esta sección (v. 13) con un ruego: «Os pido, por lo tanto, que no os desaniméis (gr. enkakéin. Pablo ha usado el mismo verbo en 2 Corintios 4:1, 16 y Gálatas 6:9, y lo volverá a usar en 2 Tesalonicenses 3:13 a causa de mis sufrimientos por vosotros, que son vuestra gloria» (NVI). J. Leal parafrasea así este versículo: «Porque mis cadenas son fruto de mi apostolado a favor vuestro, porque entran en el misterio salvador de Dios, en su plan de salvar a todos los hombres, particularmente a vosotros los gentiles, no debe desalentaros mi prisión … Podéis gloriaros de mis persecuciones y alegraros, pues obedecen al plan salvador de Dios sobre vosotros».
Versículos 14–21
Aquí el apóstol, tras de la porción parentética de los versículos 2–13, repite el «Por esta causa» con que había comenzado el capítulo, y pasa a elevar a Dios una plegaria afectuosa a favor de sus queridos efesios.
1. A quién ora: A Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo (v. 14), ante cuyo acatamiento han de presentarse todas nuestras oraciones. Y añade (v. 15): «de quien toda la familia de creyentes en el cielo y en la tierra toma su nombre» (NVI). Esta versión del gr. pása patriá por «toda la familia» (de creyentes) es la más probable, según Hendriksen y Lenski, que lo prueban con abundantes razones. Lenski hace la comparación con el pása oikodomé («todo el edificio») de 2:21, por lo que la ausencia del artículo en el original no impide tampoco dicha traducción en el caso presente.
2. En qué postura ora: De rodillas («doblo mis rodillas», v. 14). La postura de oración en el templo era de pie (v. Mt. 6:5; Lc. 18:11, 13). Sentado puede ser postura apropiada para hacer meditación, pero nunca para orar. «Orar de rodillas, dice Foulkes, aunque ha llegado a ser una actitud cristiana normal, era antiguamente expresión de profunda emoción o anhelo y sobre esta base hemos de entender aquí las palabras de Pablo». Menciona el ejemplo de Salomón (1 R. 8:54), Esteban (Hch. 7:60), Pedro (Hch. 9:40), Pablo (en su despedida,—Hch. 20:36; 21:5—) y del Señor en Getsemaní (Lc. 22:41).
3. Para qué ora: Para pedir a Dios bendiciones espirituales a favor de los creyentes de la región efesina:
(A) Fuerzas espirituales para llevar a cabo la obra a la que habían sido llamados (v. 16): «Oro para que, de sus gloriosas riquezas, os fortalezca con poder en vuestro hombre interior por su Espíritu» NVI). Dice Leal: «La acción del Espíritu Santo trabaja en el hombre interior que es lo que hay en nosotros de más noble y estable, ya natural y anterior a la gracia (Ro. 7:22), ya sobrenatural y posterior a la gracia (2 Co. 4:16)». El mismo autor hace notar que aquí «hombre interior» no es sinónimo de «hombre nuevo».
(B) Que presten atención al Divino Huésped (v. 17): «Para que habite Cristo por medio de la fe en vuestros corazones». El verbo griego katoikéo indica una residencia fija, permanente, al contrario de paroikéo, residir de paso, del que se deriva el pároikoi en 2:19. Es cierto que Cristo habita, por medio de su Espíritu, en el corazón de cada creyente, pero lo que Pablo desea es que todo creyente se percate bien de la presencia de tal huésped y no lo tenga arrinconado en el almacén de los recuerdos, sino entronizado en el centro del corazón y de la vida entera. La fe es la que abre a Jesús la puerta del aposento interior (comp. con Ap. 3:20).
(C) Con una terminología parecida a la de Colosenses 2:7, ora para que permanezcan «arraigados y cimentados en amor». Dice M. Henry: «Muchos tienen algún amor a Dios y a sus siervos, pero es como una ráfaga, como el crepitar de los espinos bajo la olla; hace mucho ruido, pero pronto desaparece. Habríamos de desear con vehemencia que los buenos afectos se quedasen firmemente fijos en nosotros».
(D) El apóstol desea este arraigo y cimentación de la fe amorosa en el corazón de los efesios, consecuencia de una residencia fija, amorosamente aceptada y convivida (comp. con Col. 2:6, 7), de Jesús en sus corazones, para que, de este modo, los efesios (v. 18), «sean capaces, juntamente con todos los santos (esto es, con todos los demás creyentes cristianos), de comprender cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo» (NVI). No cabe duda de que Pablo se refiere aquí al amor redentor de Cristo a los hombres; un amor de cuatro dimensiones que «expresan la medida completa de un objeto» (Leal).
Aunque los cuatro sustantivos están ligados por un solo artículo (v. el comentario a 4:11b), lo cual impide querer ver en el texto indicación especial para cada uno, servirá de pábulo espiritual la bella aplicación devocional que Bullinger toma de Bengel: «La “largura” se extiende a través de todas las épocas desde la eternidad y por toda la eternidad; la “anchura” se extiende hasta las gentes procedentes de todas las naciones; la “altura”, a la que nadie puede alcanzar llegar, y de la que ninguna criatura nos puede arrancar, su “profundidad”, tan honda que no se puede sondear ni agotar».
Las cuatro dimensiones del amor de Cristo, mencionadas por el apóstol, se extienden tanto en las cuatro direcciones de los cuatro puntos cardinales que, en una expresión paradójica, el apóstol pone como sinónimo de comprenderlas (v. 18), el «conocer (v. 19) el amor de Cristo, que sobrepasa el conocimiento» (lit.). Comenta Foulkes: «El amor de Cristo es infinitamente mayor de lo que el hombre puede plenamente conocer o imaginar; es superior al conocimiento (1 Co. 8:1), incluso al conocimiento espiritual (1 Co. 13:2). Necesita hallar expresión en la experiencia, en penas y alegrías, pruebas y sufrimientos, en formas demasiado profundas para ser escrutadas por la mente humana o para ser expresadas por el lenguaje humano».
(E) El fin al que todo esto tiende es algo incomparable e insuperable: «Para que seáis llenados hasta toda la plenitud de Dios» (v. 19b, comp. con 4:13). Aquí son de notar tres detalles:
(a) El verbo está en aoristo de subjuntivo de la voz pasiva, lo que indica, ya de entrada, una llenura inicial efectiva, semejante a la forma en que la plenitud de la Deidad habita en Cristo (Col. 2:9). Dice Foulkes: «Los que hablan de la imposibilidad de esto están en peligro de no entender propiamente el punto de que se trata. Por supuesto que el Dios eterno nunca puede ser limitado a la capacidad de ninguna de sus criaturas ni de todas ellas juntas; pero el apóstol no quiere orar por nada menos que por ver al pueblo de Dios lleno hasta la verdadera llenura de Él mismo cual la quiere introducir en la vida de ellos (véase en 1:23)».
(b) La llenura de que habla Pablo habría de estar en continuo aumento hasta (gr. eis) la llenura de Dios, la cual es inagotable. Una ilustración servirá para entender la aparente paradoja de que algo ya lleno pueda continuar siendo llenado (v. el comentario a 5:18): Un vaso de material elástico puede estar lleno y, sin embargo, seguir llenándose más y más al ensancharse el vaso. Algo parecido ocurre en el creyente sediento de Dios (comp. con Sal. 42:2; 63:1).
(c) La plenitud (gr. pléroma, el mismo vocablo de 1:23 y Col. 2:9) ha de entenderse en sentido activo, de genitivo subjetivo: Dios es el que llena de Sí mismo. Ése es siempre su sentido, excepto el tan discutido lugar de 1:23, ya comentado.
4. El apóstol termina el capítulo, y toda la parte doctrinal de la Epístola, con una amplia doxología al inmenso poder de Dios (vv. 20, 21): «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder, el que (lit.) actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén». Varios detalles merecen especial atención.
(A) Lo primero que se percibe ya a primera vista es la acumulación de magnitudes como en una pirámide de sucesivas superaciones, desde el hupér pánta: «por encima de todo» (lit.) hasta la triple escalada del adverbio huperekperissoú: «por encima de lo que sobreabunda» (hupér+ek+perissoú). Parece como si Pablo no hallase en el rico idioma griego suficientes vocablos para expresar el concepto que tiene del infinito poder de Dios, puesto en acción a favor de sus hijos.
(B) Ese poder es el que actúa (el original repite el artículo que ya iba delante de poder. Ver el comentario a Juan 10:11, donde aparece dos veces un caso semejante) en nosotros (comp. con Fil. 2:13).
«Está presente en las vidas de los hombres cuando Cristo está residiendo (v. 17) y cuando el Espíritu Santo está obrando en el hombre interior (v. 16)» (Foulkes). Hallamos la misma forma media-pasiva del participio de presente de (Gálatas 5:6 (energouménen,—aquí en acusativo—).
Pablo afirma que a Dios Padre le es debida la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús (v. 21). Comenta Foulkes: «La Iglesia es la esfera en que se lleva a cabo el propósito de Dios en la tierra, y aun en los cielos tendrá la tarea de proclamar la multiforme sabiduría de Dios (3:10) … Segundo, es en Cristo Jesús mismo, porque el tema del apóstol en estos capítulos ha sido el propósito de Dios “en Cristo”:Cristo el Principio, Cristo el Salvador, Cristo la Fuente de unidad».
En lo que llevamos visto de la Epístola van los privilegios del cristiano. En todo lo que sigue van sus deberes. La fe y la conducta del creyente van siempre de la mano. En este capítulo tenemos diversas exhortaciones a diferentes deberes. I. Después de una exhortación general a llevar una conducta digna de nuestro llamamiento (v. 1), vienen II. una exhortación a preservar y promover la unidad eclesial (vv. 2– 16). III. Otra exhortación a la pureza y santidad de vida, a abandonar todo lo que procedía del «hombre viejo», de nuestra naturaleza corrompida, y revistiéndonos de todo lo que comporta el «hombre nuevo», la nueva naturaleza que hemos recibido al ser regenerados por el Espíritu (vv. 17–32).
Versículo 1
El apóstol comienza de forma parecida a como lo hizo en 3:1, pero con algunas diferencias que se notan claramente en la NVI: «Así pues, como preso por el Señor, os exhorto a que llevéis una vida digna del llamamiento que habéis recibido». En 3:1, el pronombre egó era enfático como aquí; a eso añadía su nombre romano, Pablo, que falta aquí, y se llamaba a sí mismo el preso del Cristo (lit.), mientras que aquí dice el preso en el Señor; allí la idea era «el preso del Mesías por la proclamación del Evangelio a favor de los gentiles»; aquí es «el preso en el Señor por su constante fidelidad a Él».
Nótese que el verbo griego parakaló tiene aquí claramente el matiz de exhortación, más bien que el de un simple ruego. Podría compararse con Romanos 12:1; en ambos lugares, el tema de la exhortación es de la mayor importancia; aquí se refiere a «caminar (aoristo ingresivo) de un modo digno (gr. axíos) del llamamiento con que fuisteis llamados» (lit.). El adverbio axios, de donde procede el castellano eje (a través del latín axis), comporta la idea de equilibrio. «La conducta y la vocación o llamamiento han de estar en equilibrio» (Lenski).
El vocablo para llamamiento (klésis) y para el verbo llamar (kaléo) nos llevan a considerar otros tres vocablos, tan usados por el apóstol: (A) Kletós, llamado, pues los creyentes son los llamados con llamamiento efectivo (comp. con Ro. 8:28b, 30; 1 Co. 1:24, 26 y 1 Ts. 2:12, entre otros lugares); (B) Ekklesía, iglesia, la comunidad de los llamados a salir de (ek) entre los mundanos; (C) Parakaló, llamar al lado de (para), con sus múltiples matices, según sea el contexto. Al venir el llamamiento de tan alto, no es extraño que Pablo exhorte a los efesios a vivir de un modo que sea digno de tal llamamiento. Comenta F.
F. Bruce: «Los que han sido escogidos por Dios para estar sentados con Cristo en los lugares celestiales, deben recordar que es el honor de Cristo lo que está en juego en su vida cotidiana».
Versículos 2–16
En estos versículos hallamos todo un tratado sobre la unidad de la Iglesia. Adviértase, ya de entrada, que Pablo no exhorta a los efesios a hacer la unidad, sino a guardarla (gr. teréin, guardar de forma activa) y promoverla (vv. 3, 13). Ningún esfuerzo humano «ecuménico» puede lograr lo que es obra del Espíritu de Dios.
1. Las disposiciones necesarias para la preservación de la unidad en la Iglesia. Son cuatro y están cultivadas y ligadas por el amor, que es el lazo perfecto (comp. vv. 2b y 3b con Col. 3:14):
(A) En primer lugar, Pablo menciona la humildad. El gr. tapeinofrosúne significa literalmente
«sentimiento de pequeñez». Tanto el vocablo como el concepto que implica eran desconocidos del mundo grecorromano, pues lo «pequeño» era equivalente de «vil, servil, innoble» (Foulkes), mientras que en el Nuevo Testamento ser humilde (tapéinos, pequeño) de corazón es alabado (ya desde Mt. 11:29) aun en el propio Hijo de Dios (comp. con Fil. 2:6 y ss.), y la pequeñez (no «bajeza», pues ésta comporta una baja condición moral) reconocida es la base indispensable para el ejercicio de una genuina humildad (v. Lc. 1:48).
(B) La mansedumbre (comp. con Mt. 5:3, 5) es hija de la humildad, como la irritación y la rebeldía son hijas de la soberbia. En el Antiguo Testamento la mansedumbre era la virtud específica de los buenos israelitas que sufrían pacientemente los malos tratos que se les daban y, en lugar de vengarse personalmente de este injusto proceder ajeno, se refugiaban en Jehová. En el Nuevo Testamento, se refiere casi siempre a la actitud que el cristiano ha de guardar en relación con los demás (v. 1 Co. 4:21; 2 Ti. 2:25; Tit. 3:2), y es un requisito indispensable no sólo para soportarse, sino también para el mutuo sometimiento (5:21).
(C) El apóstol no se ha contentado con decir «con humildad y mansedumbre», sino «con TODA humildad y mansedumbre», pues estas dos virtudes se requieren de forma total y constante para la actitud específica que, a continuación, menciona el apóstol: «soportándoos con paciencia los unos a los otros
…». El original dice literalmente: «con (gr. metá, en sentido de “compañía” como en 1 Ti. 6:6) longanimidad, soportándoos recíprocamente (gr. allélous) en amor». Por tanto, vemos que lo que Pablo indica aquí es que «la humildad y mansedumbre, totales y constantes, acompañadas de longanimidad» (gr. makrothumía, anchura de ánimo, paciencia para tratar con personas) son el requisito previo para poder aguantarnos cómodamente los unos a los otros en la iglesia.
(D) El aguante, pues, que el verbo gr. anekhómenoi (participio de presente continuativo) comporta, es como la virtud que corona el complejo de virtudes necesarias para preservar la unidad eclesial, del mismo modo que el dominio propio corona las otras ocho facetas del fruto del Espíritu (v. Gá. 5:23). Así como la intolerancia es el defecto que impide una comunión eclesial basada en el amor y la comprensión, así también el aguante mutuo es señal de que el amor rige y gobierna nuestro trato con los demás hermanos. Sólo el amor ayuda a comprender al hermano y, por tanto, a aguantarlo. Una de las señales de que andamos según la carne es tener por «insoportables» a otros hermanos, sin percatarnos de que los demás tienen también que «soportar» nuestros defectos; si no es nuestro vicio (por eso, nos tenemos por más santos que otros, comp. con Is. 65:5), será nuestra autosuficiencia, más abominable todavía a los ojos de Dios, pues ella nos incapacita para «aguantar».
La fe no figura en este cuadro de virtudes, ya que aquí no se trata de creer, sino de actuar (comp. con Gá. 5:6). Su lugar lo ocupa, pues, el amor.
2. Como ya hemos mencionado, el apóstol no exhorta a producir la unidad, sino a preservarla (v. 3), puesto que es la unidad hecha por el Espíritu, cuando por medio de Él fuimos incorporados al Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). Por eso, no puede hablarse de «unidad del espíritu» como si se tratase (con minúscula) de un mero consentimiento humano, aun en los creyentes, para mantener tal unidad. No es obra del hombre, es un don de Dios, y por ello es «la unidad del Espíritu». Nada menos que se necesita la operación del Espíritu Santo para que la unidad de la Iglesia se establezca sobre bases sólidas y correctas. Dice Lenski: «Son muchos los que hoy están de acuerdo acerca de algún error o alguna manera de vivir (los monjes)». Y para que nadie piense que lo que el Espíritu creó puede ser preservado por el esfuerzo humano, añade el mismo autor: «No se necesita una declaración especial del hecho de que sólo por la ayuda del Espíritu podemos guardar lo que aquí está mandado».
3. A continuación el apóstol pasa a enumerar las bases de la unidad eclesial. Estas bases son siete:
tres son constituyentes, otras tres son fundantes, y la última es trascendente.
(A) Los tres elementos constituyentes de la unidad eclesial son (v. 4) «un solo cuerpo, un solo Espíritu, una sola esperanza». La Iglesia es una, no hay más que un solo Cuerpo de Cristo. Aunque los seres humanos que lo forman son visibles, la pertenencia real, espiritual, a este Cuerpo es invisible; sólo se muestra al exterior cuando es evidente que falta (v. 2 Ti. 2:19b; 1 Jn. 2:19b). El que, como el alma al cuerpo físico, da la vida espiritual a este Cuerpo que es la Iglesia, es el Espíritu Santo (v. 1 Co. 12:13), en paralelo con el Hijo (el Señor del v. 5) y el Padre (v. 6). Vemos, pues, el carácter trinitario (como en 2:18) de la unidad eclesial. Y como la vida indica movimiento, se menciona aquí, en tercer lugar, una misma esperanza, como el motor que nos empuja hacia la meta de nuestro llamamiento, la herencia eterna en los cielos, pues al ser también única para todos los creyentes, nos estimula a preservar y fomentar la ya presente unidad. Dice Foulkes: «Para los que comparten la gloria de esa esperanza (1:18; Ro. 5:2; Col. 1:27), y tienen interés en dar de ella testimonio al mundo, es una locura no esforzarse ahora por mantener unidad en paz y amor».
(B) Vienen a continuación (v. 5) tres elementos fundantes, esto es, que sirven de cimiento a la unidad eclesial: «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo». La Iglesia tiene una sola base: un solo Señor, porque el cristianismo no está basado primordialmente sobre una doctrina, sino sobre una persona: el cristianismo es Cristo. El énfasis está aquí en el aspecto soteriológico: la Obra de Cristo en el Calvario, base de su propio trascendente señorío (Fil. 2:11), base igualmente de nuestra profesión de fe cristiana (1 Co. 12:3). Una sola fe no es el acto de fe de cada miembro de la iglesia, sino la fe objetiva, la creencia común de la congregación cristiana. Creencia siempre la misma (He. 13:8), que no se puede alterar (Gá. 1:69). Sólo la fe que se aferra a esta única creencia tiene la garantía de ser genuina. En cuanto a lo de un solo bautismo, que cierra esta segunda trilogía, opino, contra la mayoría de los autores, que no se trata del bautismo de agua sino del que, por la fe, nos sumerge en Cristo y nos proporciona la «bebida» del Espíritu (comp. con Ro. 6:3 y ss.; 1 Co. 12:13; Gá. 3:27), aun cuando en todos estos lugares tenga en mente Pablo el símbolo exterior del bautismo interior. El propio Leal (catolicorromano y jesuita) dice:
«Un solo bautismo, no tanto por el rito cuanto por el sentido». Mis razones para opinar asi son dos: (a) Todos los siete elementos que aquí se enumeran son espirituales, interiores; un rito exterior estaría aquí fuera de lugar, (b) si la ordenanza del bautismo tuviese aquí un sitio, ¿por qué no menciona Pablo la Cena del Señor, siendo así que, más que el bautismo, simboliza la unidad de la Iglesia? (v. 1 Co. 10:16, 17).
(C) La lista se cierra con la mención de un elemento trascendente (v. 6): «Un solo Dios y Padre de todos, el que (es o está) sobre todos y a través de todos y en todos» (lit.). La comparación con Romanos 11:36 nos impide volver a dar a este versículo 6 un repetido sentido trinitario; la idea, como la ha visto Barclay, es que los cristianos «viven en un mundo creado por Dios, controlado por Dios, sostenido por Dios, lleno de Dios». Comenta Foulkes. «Ya sea en un mundo con deidades para cada ciudad o nación, o para cada aspecto de la vida, como era el mundo de tiempo de Pablo, o en un mundo que, para todo objetivo práctico, ha renunciado de Dios, tal convicción sobre Él debería unir a los hombres más estrechamente que cualquier otro lazo humano».
4. Tras de los siete vínculos de la unidad eclesial, tenemos luego (v. 7) la diversidad dentro de la unidad: «Ahora bien, a cada uno de nosotros nos fue dada la gracia conforme a la medida del regalo de Cristo» (lit.). Notemos aquí los siguientes detalles:
(A) La gracia de que aquí habla Pablo no es la gracia justificante, ya que ésta no tiene medida, pues es coextensa con la justicia imputada de Cristo, sino la gracia como don que capacita para un servicio o ministerio específico. Basta comparar este versículo con Romanos 12:3–8 y 1 Corintios 12:4–7 para percatarse de que estamos ante el mismo concepto de «gracia».
(B) Esta gracia se nos dio (aoristo ingresivo) según una medida; en otras palabras, no todos tienen las mismas capacidades, ni los mismos dones; cada miembro tiene su función especial en el Cuerpo de Cristo y, por tanto, una medida especial de gracia para el desempeño de tal función (v. 1 Co. 12:14 y ss.). Quien pretenda acaparar todos los dones y todas las funciones está destruyendo el Cuerpo en su propia definición.
(C) Esta medida de gracia es un regalo de Cristo, un don que el Señor da mediante la agencia de su Espíritu (1 Co. 12:4). Cristo produce y presenta el regalo; el Espíritu lo aplica y coloca en el creyente para beneficio de toda la comunidad eclesial. Cristo puede regalar con medida esta gracia a cada uno, porque a Él le fue dado el Espíritu sin medida (Jn. 3:34; lit. «no por medida»). No se ve, pues, cómo a Lenski puede parecerle más probable el que «nuestros dones están de acuerdo con la medida del don concedido a Cristo» (v. también Jn. 1:14b, 16, 17).
5. A continuación el apóstol presenta el precio de la unidad eclesial (vv. 8–10). «Por lo cual …» (v. 8) significa la razón por la que Cristo puede distribuir desde el cielo sus dones a la Iglesia. Fue porque, antes de subir por encima de todos los cielos para llenarlo todo (v. 10b), hubo de descender primero a las partes más bajas de la tierra (v. 9b), no a los infiernos (según la mala traducción del ad ínferos del Credo, ya de por sí desorientador), según puede engañar la referencia hecha en nuestras versiones a 1 Pedro 3:19 (v. el comentario a dicho lugar), sino a esta tierra como lugar en que se llevó a cabo la más profunda humillación del Hijo de Dios (Fil. 2:6–8) y, a la vez, su triunfo en la Cruz sobre los principados y potestades de las huestes espirituales de maldad (comp. 6:12 con Col. 2:15) a los que, con el derramamiento de su propia sangre y con su triunfante resurrección y ascensión a los cielos (v. 8), arrebató los que estaban bajo cautiverio del diablo («llevó cautiva la cautividad», lit.).
La cita de Salmos 68:18, «considerada como un enigma por los intérpretes» (Lenski), deja de ser tal enigma si se tiene en cuenta el sentido de los versículos 18 y 19 de dicho Salmo en el propio original (vv. 19 y 20 en el hebreo), que dice así: «Has subido a lo alto; te has llevado cautiva la cautividad; has tomado dones entre los hombres, incluso a los rebeldes para habitar (entre ellos), oh Yah Dios. Bendito (sea) el Señor; cada día lleva nuestras cargas el Dios de nuestra salvación». El comentario a esta porción puede verse en el lugar correspondiente. Lo único que aquí nos interesa repetir, pues ello sirve para descifrar el enigma al que alude Lenski, es que el verbo hebreo laqaj significa «recibir para dar», con lo que la aparente discrepancia del texto de Pablo (v. 8b), tanto con respecto al original hebreo como a la versión de los LXX, queda abundantemente explicada: Jesucristo, por medio de su Obra redentora, arrebató el botín que después iba a distribuir (comp. con Hch. 2:33).
5. Los versículos 11 y 12 nos presentan los ministerios fundados por Cristo (comp. con 1 Co. 12:5) para el mantenimiento y el progreso de la unidad eclesial. Tales versículos dicen así a la letra: «Y Él mismo (Cristo, al empalmar con el v. 8, ya que los vv. 9 y 10 forman un inciso parentético) dio (a la Iglesia) los unos, apóstoles; los otros, profetas; los otros, evangelistas; los otros, pastores y maestros; en orden a la capacitación de los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo». Varios detalles requieren aquí un análisis especial a causa de tantas traducciones defectuosas, debido esto, en gran parte, a toda clase de prejuicios.
(A) Lo primero que debe notarse es que el término directo del verbo dio son «los unos, apóstoles, etc.», e indica claramente que eso es lo que Cristo dio, no a quiénes lo dio (ya que entonces estaría en dativo). ¿A quién dio Cristo los apóstoles, etc.? Evidentemente, a la Iglesia, a su Iglesia, de la que es único Señor. Como dice Watchman Nee: «El Espíritu da dones a los hombres (o Cristo mediante su Espíritu,—v. 8b—); Cristo da hombres a su Iglesia». No puede, pues, traducirse: «Les dio el ser apóstoles, etc.». Mucho menos «Constituyó (como sobre una plataforma) a unos, apóstoles». Ni siquiera vemos aquí el verbo «colocar» (gr. títhemi) de Juan 15:16. No se trata, pues, de una posición de dominio ni de honor, sino de servicio (comp. con 1 P. 5:14).
(B) Se nombran aquí cuatro ministerios: dos de fundación, y otros dos de continuación. (a) Los apóstoles y los profetas son ministerios de fundación (comp. con 2:20), porque sobre el mensaje que ellos proclamaron fue edificada la Iglesia. Esos no tienen sucesores. (b) Los evangelistas son los predicadores del Evangelio, que marchan en vanguardia roturando el campo y sembrando la semilla; los pastores y maestros son los encargados de edificar, de hacer crecer en la fe y en la conducta cristianas las congregaciones ya formadas por los predicadores del Evangelio. El hecho de que los pastores y maestros vayan unidos por un mismo artículo determinativo da a entender que una misma persona ha de ejercer ambos ministerios, pues el pasto es la buena doctrina (comp. con 1 Ti. 3:2b; Tit. 1:9). Sin embargo, en Romanos 12:7; 1 Timoteo 5:17, aparecen dichos ministerios en manos de distintas personas, lo cual indica que, aun cuando todos los pastores han de ser competentes para enseñar, hay líderes particularmente equipados para la enseñanza, mientras otros destacan por sus dotes de gobierno, y son especialmente dignos de doble honor los que ejercen fielmente ambas funciones.
(C) En vista de que los citados ministerios están ordenados, dicen relación, a (gr. pros. Comp. con Jn. 1:1) la capacitación de los santos, es decir, de cada uno de los miembros de la iglesia (cada uno de acuerdo con el don, o dones, que haya recibido), la frase «para la obra del ministerio (o del servicio)», se entiende mejor al considerar dicho ministerio como ejercido por los miembros «capacitados», «bien equipados doctrinal y espiritualmente» mediante la formación llevada a cabo por los pastores y maestros, ya que el verbo griego katartízo (única vez que ocurre en todo el Nuevo Testamento) significa «equipar» o «amueblar de forma completa y conveniente»; en este caso, a los demás miembros de la iglesia, a fin de que éstos, a su vez, cooperen a la edificación de la iglesia mediante el ejercicio de sus dones respectivos.
(D) Notemos, en fin, que Pablo habla de la edificación del Cuerpo, así como en el versículo 16b hablará del crecimiento del edificio, y unirá así las dos metáforas del cuerpo vivo y del edificio (al fin y al cabo, somos «piedras vivas»,—1 P. 2:5—).
6. Viene luego la meta final a la que tiende esta edificación, este crecimiento conjunto de la congregación cristiana, servida por ministros competentes y consagrados (v. 13): «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo». También este versículo requiere un análisis detallado.
(A) En primer lugar, hemos de notar que el verbo griego katantáo que usa Pablo aquí, significa «llegar al final, a la estación de término» (comp. con Hch. 26:7; Fil. 3:11). Indica, pues, algo que solamente se conseguirá al final de los tiempos (comp. con 5:27). El griego pántes es distributivo: «todos y cada uno».
(B) De ahí que la unidad que en este versículo se menciona signifique una unidad perfecta, sin fisuras de ninguna clase, más allá de toda división denominacional. Será una unidad perfecta en la fe y en el pleno conocimiento doctrinal y experimental del Hijo de Dios, del Señor Jesucristo. El gran teólogo bautista A. Strong lo ilustra de la manera siguiente: «En los Estados Unidos de Norteamérica, nuestras haciendas están separadas por vallas y, en la primavera, cuando el trigo y la cebada están todavía brotando de la tierra, estas vallas se notan demasiado y dan al paisaje un aspecto poco agradable; pero al llegar el verano, cuando el cereal ha crecido y se acerca el tiempo de la recolección, las espigas son tan altas que las vallas quedan completamente ocultas y, en mucho kilómetros a la redonda, aparecen a los ojos del viandante como una sola hacienda».
(C) El apóstol añade que, cuando hayamos llegado a esa perfecta unidad, habremos llegado también a (la condición de) un varón perfecto (lit. gr. téleion). El modo de calibrar esta «perfección» escatológica es atendiendo a la frase siguiente: «a la medida de la edad de la plenitud de Cristo». «Plenitud de Cristo», como abundantemente demuestra Lenski, no puede entenderse en el sentido de 1:23, sino «a todo lo que colma a Cristo»; yo añadiría «como a Cabeza de la Iglesia». En otras palabras, lo que, a mi ver, quiere expresar Pablo es que Cristo, la Cabeza, está plenamente desarrollado; lo que falta es que su Cuerpo, que es la Iglesia, alcance el completo desarrollo que le corresponde de acuerdo con la medida plena que la Cabeza ya alcanzó. Añade Lenski: «no en el sentido de la perfección de Cristo, que entonces significaría el que todo creyente pudiera llegar a una edad de perfección moral, o a poseer un carácter semejante al de Cristo. “La plenitud” hace claro lo que hay en “el Hijo de Dios”, Aquel que ascendió y descendió y tiene por consiguiente tantos “dones” para los hombres, y entre tales dones, los apóstoles, etc., los cuales han de prepararnos por la Palabra para lograr nuestra meta». Sin embargo, Lenski parece no tener en cuenta que es precisamente a esta meta a la que se refiere el apóstol en ese «hasta que lleguemos todos», por lo que, si el Cuerpo ha de estar ya desarrollado a la medida de la edad de la plenitud de Cristo, ha de ser ya, en cada uno de los miembros, enteramente semejante a Cristo (comp. con 1 Jn. 3:2). Naturalmente, esto jamás borrará la trascendencia de la Cabeza, la distancia inmensa entre la perfección ontológica de la Cabeza y la del Cuerpo, pero el Cristo espiritual completo (V. el comentario a 1 Co. 12:12b) habrá alcanzado toda la perfección posible en cuanto a unidad, vida espiritual y funcionalidad sin defectos ni estorbos de ninguna clase.
7. En séptimo lugar, tenemos los estorbos que se oponen a que esa unidad alcance de momento tal perfección (v. 14): «Para que ya no seamos niños pequeños (gr. népioi), zarandeados por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error». Analicemos este versículo tan rico en imágenes.
(A) Contra la opinión de Lenski, no hay motivo para suponer que la conjunción hína carece aquí de sentido causal. El apóstol ha dicho en el versículo 12 que la función del ministerio específico («pastores y maestros») es equipar a los miembros de la iglesia para la tarea que cada uno debe desempeñar en el Cuerpo, con vistas a un crecimiento normal que debe prolongarse hasta que hayamos llegado (v. 13) a la estación de término. Ahora (v. 14) «expone negativamente el blanco del ministerio. A la madurez espiritual del cuerpo de Cristo se opone la infancia espiritual de sus miembros» (Leal).
(B) Los miembros inmaduros son como «niños pequeños» (gr. népioi) en sentido peyorativo. En efecto, los niños pequeños tienen dos cualidades positivas: su inocencia (siempre relativa) y el sentimiento de su propia pequeñez. En esto, hemos de parecernos a ellos, como dijo el Señor, para alcanzar el Reino de los cielos. Pero tienen también dos defectos propios de su tierna edad: carecen de discreción para distinguir el oro del oropel y están expuestos a creer todo lo que les digan los «mayores» (comp. con 1 Co. 14:20). Estos dos defectos son los que tiene aquí en mente el apóstol. Por eso, desea que todos los miembros de la iglesia crezcan y se robustezcan en doctrina y en conducta espirituales, a fin de que no se dejen engañar por falsos maestros, como ocurría en Corinto y, especialmente, en Galacia.
(C) Pablo compara a estos miembros inmaduros (como niños pequeños) a un barquito sin ancla, sin brújula y sin timón, que es zarandeado por las olas (lit. llevado en derredor, esto es, de un lado a otro, sin rumbo fijo) por todo viento de doctrina. Así como un viento muy fuerte puede trastornar un barquito inestable, así también una enseñanza errónea, pero expresada con fuerza retórica por quienes son tenidos falsamente por grandes «maestros de la Palabra», puede trastornar incluso a los que están familiarizados con las Escrituras.
(D) Muchos de los falsos maestros obran así por prejuicios doctrinales o superficiales interpretaciones de la Biblia; pero, a veces también, por celos de otros hermanos o para sentar cátedra de «conocedores del sentido que inspiró el Espíritu», etc. Así resultan engañados los inmaduros. Los términos que usa el apóstol son sumamente expresivos: kubéia (de donde viene «cubo») significa el «juego a los dados», juego de azar y, por ello, propicio para hacer trampas; es, pues, una «estratagema» fraudulenta; panourguía es siempre (v. Lc. 20:23; 1 Co. 3:19; 2 Co. 4:2; 11:3) astucia en su peor sentido (comp. con el panoúrgos de 2 Co. 12:16); methódeia (de la misma raíz que méthodos, método, aunque este último vocablo no sale en el Nuevo Testamento), indica un plan perverso y premeditado; y pláne (de donde procede «planeta». V. planétes en Jud. 13) significa error en forma de extravío, un «ir dando vueltas», como los planetas, siempre lejos del centro.
8. Para no caer en este peligro, Pablo prescribe la receta oportuna (v. 15): «sino que aferrándonos a la verdad en amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, esto es, Cristo». El verbo alethéuontes es difícil de traducir al pie de la letra; tendríamos que inventar el vocablo «verdadeando». Puede significar «obrar con verdad», «seguir la verdad», «practicar la verdad», etc. Personalmente, prefiero la versión de la RV 1977 (que también aparece en el margen de La Biblia de las Américas); «aferrándonos a la verdad», pues ofrece un buen contraste con el versículo 14, donde prevalece la inestabilidad. Esto ha de hacerse en amor (lit.), amorosamente, a fin de cultivar el progreso espiritual de los comiembros, al revés de los falsos maestros, los cuales engañan astutamente para sus propios fines egoístas. El crecimiento ha de ser hacia arriba, hacia Cristo, que es la Cabeza, pues en Él se halla el centro de la fe y la fuente de todo desarrollo espiritual.
9. Finalmente, Pablo expone (v. 16. Comp. con Col. 2:19, de construcción más fácil) el dinamismo de la unidad eclesial, es decir, el funcionamiento del organismo, donde podemos observar los siguientes detalles:
(A) Para entender este versículo de construcción difícil, demasiado densa, es preciso unir primero la frase inicial con la final: «De quien (Cristo) todo el cuerpo … recibe su crecimiento para ir edificándose en amor». La Iglesia (todos y cada uno de los miembros en comunión espiritual) recibe de Cristo, su Cabeza, por medio de su Espíritu, todo lo que tiene en el orden espiritual: vida, unidad y movimiento.
«Todo el cuerpo» (v. 16) crece así en todo (v. 15).
(B) Viene después, en el centro del versículo, la forma en que cada miembro recibe de la Cabeza la provisión espiritual:
(a) Hay primero una disposición general, expresada por medio de dos participios medio-pasivos de presente: El primero es sunarmologoúmenon vocablo que se compone de tres partes: sun (con), armo (articulación; de él procede el vocablo «armonía») y logoúmenon (del verbo légo, en su primer sentido de estar colocado); significa, pues, que los miembros han de estar juntamente colocados articuladamente, esto es, bien conectados. El segundo es sumbibazómenon y está compuesto de dos partes: sum (sum ante labial) y bibazómenon, que significa levantar; da, pues, a entender que los miembros están conectados en posición vertical con la cabeza. El verbo compuesto, como aparece aquí, «se usa, en general, para reunir cosas o personas, para reconciliar a quienes han estado pendenciando y para acumular hechos en un argumento o en un curso de enseñanza» (Foulkes). En el primero se enfatiza la articulación; en el segundo, la receptividad conjunta.
(b) Hay después una funcionalidad: Este ajuste bien trabado de todos los miembros entre sí «mediante toda juntura de suministro (o sustento)», como dice literalmente el original, entra en función «conforme a la energía que se pone en actividad en la medida (comp. con el v. 7) de cada uno de los miembros». Esto significa, ni más ni menos, que, aun cuando de la Cabeza fluya el suficiente sustento espiritual para mantener vivo y desarrollado todo el cuerpo, depende de la forma en que cada miembro actúa el que el alimento que viene de la Cabeza-Cristo pase limpio y sin obstrucciones a los demás miembros o se quede estancado en algún lugar por falta de «paso libre», con lo que algunas partes del cuerpo no pueden menos de permanecer atrofiadas o anquilosadas.
(C) La meta de esta especie de sistema nervioso-vascular espiritual es el crecimiento de todo el cuerpo en amor (última parte del versículo), puesto que el amor es el que impulsa a cada miembro a poner de su parte el máximo rendimiento, a fin de que los demás comiembros reciban el mayor provecho espiritual posible. Por eso, Pablo repite tantas veces, en esta Epístola, la frase en amor (1:4; 3:17; 4:2, 15, 16; 5:2). El crecimiento de cada congregación cristiana, de puertas para adentro primero (misterio), y de puertas para fuera después (misión), depende enteramente de la forma en que se lleve a cabo la funcionalidad que aquí describe el apóstol.
Versículos 17–32
Dice Ryrie en su nota a 4:17: «Aquí comienza una larga porción (que termina en 6:9) en la que Pablo saca las conclusiones lógicas, en términos de vida y moralidad, que se siguen de la membresía en el cuerpo de Cristo». Seguiremos, en el comentario, la forma en que subdivide Foulkes el resto de la epístola. En 4:17–5:21, Pablo considera los aspectos personales; en 5:22–6:9, las relaciones sociales. En la presente sección, Pablo exhorta:
I. A sustituir la anterior manera de vivir con una nueva conducta (vv. 17–24).
1. Expone primero la forma en que los efesios se comportaban antes de su conversión a Cristo (vv. 17–19), y Pablo les exhorta solemnemente (… os digo e insisto en ello en el Señor»,—NVI—) a que ya no anden como los demás gentiles. Ese ya no indica claramente que también ellos se conducían así anteriormente. El apóstol expresa de distintas maneras la deplorable condición en que antes se hallaban:
(A) La vanidad de la mente (v. 17b, comp. Ro. 1:21) indica, por un lado, la futilidad, la falta de sentido y de provecho que la anterior vida comportaba; y, por otro, la perversidad de ideas, planes, deseos, etc., propias de un entendimiento entenebrecido por el pecado (v. 18). (B) A esto se sigue una ausencia de Dios en sus vidas (v. 18b, comp. con 2:12), a causa de la ignorancia que hay en ellos, la cual, a su vez, es debida al endurecimiento del corazón (v. 18c). (C) El hábito, voluntariamente contraído, produce la pérdida de la sensibilidad (v. 19) que (v. 1 Ti. 4:2) equivale a la cauterización de la conciencia. (D) Una vez perdida la sensibilidad, el ser humano se lanza a todo desorden infrahumano (v. 19b): «se entregaron, dice, a la lascivia (gr. asélgueia; una de las principales «obras de la carne»,—Gá. 5:19—) para cometer con avidez (sin freno alguno) toda clase de impureza». El «se entregaron a sí mismos» (lit.) pone aquí de relieve (a diferencia de Ro. 1:24, 26) la responsabilidad personal en darse al pecado por iniciativa propia, sin que nadie les sedujera ni les empujara.
2. Pasa después a exponer el cambio producido en la conversión (vv. 20–24). «Mas vosotros, dice (v. 20), no aprendisteis así a Cristo» (lit.). Al ser Cristo, su Persona y su Obra, el centro del mensaje cristiano, aprender «Cristo es mucho más que aprender acerca de Cristo: es conocerle íntimamente, experimentalmente y, por tanto, vivirle; o, mejor (Gá. 2:20), dejar que Él viva en nosotros, «puesto que» (el mismo giro: ei gué, que ya vimos en 3:2), o como dice la NVI: «Ciertamente (v. 21), habéis oído de Él y fuisteis instruidos en Él conforme a la verdad que está en Jesús». Dicha expresión (ei gué), como hace notar Moule, no insinúa que no hayan oído de Jesús, sino que «llama la atención del lector, a fin de que verifique el hecho por sí mismo». Lo que Pablo viene a decirles a los efesios es simplemente: «Si habéis oído a Jesús, habéis oído la verdad» (comp. con Jn. 14:6). Esto lleva implícita la fidelidad del apóstol en la predicación del Evangelio, pues él les había enseñado durante su prolongada estancia en Éfeso (Hch. 19 y 20:17–35).
3. Como hace notar Hendriksen, el versículo 21 sirve de paréntesis; asi que, al empalmar el versículo 20 con los versículos 22–24, vemos que al aprender a Cristo, al recibir a Cristo en nuestra vida y ser así injertados en Él o, como dice Pablo (Ro. 6:5), «complantados con Él», hemos entrado en la esfera de la «nueva humanidad» (comp. con 2 Co. 5:17) y esto ha de mostrarse en ir (v. 22) despojándose del viejo hombre, esto es, de la forma viciosa, corrompida, de conducirnos según nuestra vieja naturaleza, e ir vistiéndonos del nuevo hombre (v. 24, comp. con 2:15), «creado para ser semejante a Dios en verdadera justicia y santidad» (NVI). Esto nos lleva, por una parte, a 2:10, pero, por otra parte, a Génesis 1:26, 27, donde vemos que el hombre recién salido de las manos del Creador estaba hecho a imagen y semejanza de Dios; reflejaba la imagen del Dios santo y justo, antes de que, por el pecado, se desviase de ella (Ec. 7:29). Pero lo que perdió el Primer Adán se reflejó, con mucha más claridad, en el Postrer Adán, Cristo (comp. Col. 1:15; He. 1:3). Así que, todo el que, por fe, es injertado en Cristo, recupera mejorada la imagen y semejanza de Dios que fue echada a perder por el pecado.
4. Esto comporta una transformación o renovación (v. 23, comp. con Ro. 12:2, donde aparece el verbo «ser transformados» con la frase «renovación de vuestra mente») «en el espíritu de la mente de vosotros» (lit.). La NVI ha captado estupendamente el sentido al traducir: «para ser hechos nuevos en la actitud de vuestras mentes», pues lo que aquí significa «espíritu» no es directamente el Espíritu Santo, sino, como es frecuente en Gálatas y en Efesios, el talante espiritual de la persona convertida. Pablo habla de la renovación de la mente, porque el cambio de vida ha de reflejarse primera y principalmente en una nueva mentalidad, puesto que la conducta no es sino la exteriorización de las convicciones que llevamos dentro. Esa nueva mentalidad es la que puede captar las cosas que son de Dios (comp. con 1 Co. 2:14 y ss.). El presente de infinitivo ir siendo renovados del versículo 23 explica, como en Romanos 12:2 y Efesios 5:18, el aspecto progresivo de la obra de la santificación, por lo que los aoristos «despojarse» (v. 22) y «vestirse» (v. 24) no han de tomarse como algo que se hizo de una vez por todas, sino como algo que comenzó a llevarse a cabo (aoristos ingresivos) en el momento de la conversión.
II. A sustituir la falsedad y la amargura con la verdad y con el amor (vv. 25–32. Foulkes lo extiende hasta 5:2).
1. «Por lo cual, dice ahora (v. 25) Pablo, es decir, como corresponde al “nuevo hombre en Cristo”, despojándoos (aoristo, de una vez por todas) de la falsedad, hablad verdad (comp. v. 15 y Col. 3:9) cada uno con su prójimo». El apóstol cita aquí de Zacarías 8:16 (en un contexto de preparación para entrar en el reino mesiánico), y «hablar verdad» es aquí, como en el versículo 15, algo más que decir la verdad: comportarse en todo de acuerdo con la verdad cristiana. «Porque somos miembros los unos de los otros», añade. Como hace notar Foulkes, Pablo no apela a la ley moral que prohibía la mentira, sino a nuestra condición de comiembros de Cristo. Si el cerebro enviase mensajes falsos a los pies, el individuo podría sufrir una caída con la que el propio cerebro podría sufrir un daño irreparable. O como dice el Crisóstomo: «Si el ojo ve una serpiente, ¿acaso engaña al pie? Y si la lengua encuentra algo amargo, ¿acaso engaña al estómago?» Donde no hay sinceridad en el trato mutuo, no es posible que prospere la comunión eclesial.
2. Pablo cita, a continuación (v. 26), de Proverbios 4:4 (v. el comentario a dicho lugar). El sentido de este versículo es: «Que vuestra ira sea santa, sin pecado. Y que vuestro enojo no dure más allá de la puesta del sol», es decir, «si os habéis enojado, reconciliaos antes de que se acabe el día». La «ira santa» es un sentimiento que la Biblia atribuye a Dios y al Señor Jesucristo. Quien se percata de la maldad del pecado, no puede menos de enojarse contra sus propios pecados y contra los pecados ajenos. Pero, como sabiamente comenta Hendriksen, «Amar al pecador mientras se odia su pecado requiere una buena provisión de gracia. La exclamación “No puedo soportar a ese individuo” es, a veces, pronunciada por un miembro de la iglesia con referencia a otro». No debería consentirse en ninguna comunidad cristiana el que miembros de la congregación participen de la Mesa del Señor mientras odian persistentemente a otros hermanos, incluidos sus propios familiares. El apóstol añade (v. 27) que quien adopta una actitud de enojo persistente hacia el hermano «da lugar al diablo», esto es, le presta la ocasión y el espacio para sacar provecho y hacer que el enojo degenere en pecados más graves. El diablo no debe jamás ser consentido, sino resistido (Stg. 4:7; 1 P. 5:8, 9).
3. El apóstol pasa después a otro pecado (v. 28): «El que robaba, no robe más, antes trabaje, haciendo algo útil con sus manos (v. 1 Ts. 4:11) para tener algo que compartir con los que están necesitados» (NVI). Una primera lectura de este versículo no puede menos que sacudir la conciencia del lector genuinamente cristiano. La filosofía del mundo enseña que es bueno esforzarse (gr. kopiáto, trabaje con esfuerzo) y, a ser posible, con un trabajo no manual, a fin de aumentar los ingresos en la cuenta corriente o en las acciones de empresas boyantes. De esta manera se procura la seguridad económica y se disfruta de los atractivos que ofrece la vida presente. En cambio, «la filosofía cristiana del trabajo se levanta muy por encima del pensamiento de lo que es o no correcto en el plano de la economía; es alzada al lugar donde no queda sitio para el egoísmo ni para cualquier provecho personal. Dar se convierte en el motivo para conseguir» (Foulkes).
4. Del modo impropio de usar el trabajo, pasa a mencionar el uso impropio de la lengua (v. 29):
«Ninguna conversación corrompida salga de vuestra boca, sino lo que es de ayuda para edificar a otros conforme a sus necesidades, para beneficio de los que escuchan» (NVI). El adjetivo griego saprós ocurre otras siete veces, sólo en los Evangelios (Mt. 7:17, 18; 12:33—dos veces—; 13:48; Lc. 6:43—dos veces—) para designar frutas y peces que no sirven para comer, pero su sentido original es de «corrompido». Un cerebro y un corazón corrompidos por la maldad, el vicio, la envidia, etc., no pueden menos que transmitir al exterior, por la boca, la corrupción interior. Como puede verse por su contrario «para edificar … para beneficio», la conversación corrompida no es sólo la que contiene chistes «verdes» o referencias a la lujuria, sino todo lo que pueda causar daño al prójimo: quejas, calumnias, expresiones de envidia y resentimiento contra otros hermanos, críticas destructivas e infundadas, etc.
5. Así como la amonestación contra el enojo no santo (v. 26) va seguida de la exhortación a no dar lugar al diablo (v. 27), la que va contra la conversación corrompida (v. 29), va seguida de la exhortación a no entristecer al Espíritu Santo de Dios (v. 30). Hallo dos razones por las que Pablo menciona el contristar (en especial, con la conversación corrompida) precisamente al Espíritu Santo: (A) El Espíritu Santo es la agencia que el Padre y Cristo emplean para la santificación del creyente. Es, pues, el Espíritu santificador el directamente ofendido, contristado, por el creyente pecador. (B) El Espíritu Santo reside en el creyente como «obrero» decorador, que limpia, decora y embellece el espíritu del creyente. Todo pecado es una mancha corrompida que afea la obra del Espíritu. ¿Cómo no va a entristecerse al ver manchada, afeada, echada a perder, la obra que viene llevando a cabo en nuestro interior? Pablo añade un motivo más de tristeza para el Espíritu: «con el cual, dice (v. 30b), fuisteis sellados para el día de la redención», es decir, de la consumación de la redención (comp. con Ro. 8:23b). El «sellado» fue hecho, de una vez por todas, al tiempo de nuestra conversión, «al creer» (v. 1:13). La seguridad misma que este «sello» nos ofrece debería impulsarnos a limpiar nuestra vida (1 Jn. 3:3) en vez de seguir manchándola con una lengua corrompida. Emplear esta seguridad como «pasaporte para el pecado» no puede menos que añadir nueva ofensa al Espíritu Santo de Dios. Léase Isaías 63:9, 10 para ver la semejanza, donde «el ángel de su presencia» no es otro que el propio Cristo preencarnado.
6. El apóstol termina este capítulo (vv. 31, 32) con una lista de vicios que ensombrecen el carácter cristiano y con una lista de virtudes que se oponen a dichos vicios.
(A) Entre los vicios, menciona la amargura. Aristóteles usa el vocablo para designar «el espíritu resentido que rehúsa la reconciliación». Hebreos 12:15–17 conecta la amargura con la actitud de Esaú hacia su hermano. Vienen después el mal humor (gr. thúmos), la ira (gr. orgué), el clamor (gr. kraugué) que suele brotar de la ira y conduce a expresiones ofensivas al subir el tono de la voz, y la maledicencia (gr. blasphemía), o «difamación, juntamente con toda clase de malicia» (NVI). «Malicia» (gr. kakía) es aquí una mala inclinación, que conduce a producir daño al prójimo, por lo que Pablo comienza el versículo 32 oponiendo la virtud contraria.
(B) En efecto, la benignidad (v. 32) es fruto del Espíritu (Gá. 5:22) que inclina al creyente a comportarse de forma amable y servicial con el prójimo (comp. con Col. 3:12). A la benignidad añade Pablo la compasión (lit. tiernos de entrañas). El vocablo griego solamente vuelve a salir en 1 Pedro 3:8, pero el verbo de la misma raíz (splankhnízomai) ocurre doce veces en los evangelios, aplicado a Cristo (Mt. 9:36; 14:14; 15:32; 18:27; 20:34; Mr. 1:41; 6:34; 8:2; 9:22; Lc. 7:13; 10:33; 15:20). Y termina diciendo: «perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo». En el lugar paralelo (Col. 3:13b), dice: «Como también el Señor (o Cristo, según muchos MSS) os perdonó, así también vosotros» (lit.). En esto, Pablo sigue la pauta del Maestro, quien enfatizó esto mismo al final de la oración del Padrenuestro (Mt. 6:14, 15) tras de mencionarlo en la misma oración (Mt. 6:12; Lc. 11:4) y, con ocasión de una pregunta de Pedro, lo ilustró con todo detalle por medio de una parábola (Mt. 18:21– 35). Como hace notar Foulkes, ese «así como» (kathós) significa algo más que «porque»; ha de haber una semejanza real entre el perdón de Dios y el perdonar cristiano.
En este capítulo, el apóstol, I. exhorta a los efesios a imitar a Dios como conclusión de lo que ha dicho en 4:22–32 (vv. 1–2). II. Les invita luego a que sustituyan las tinieblas con la luz (vv. 3–14); III. y la necedad con la sabiduría (vv. 15–21). IV. De ahí pasa a considerar la conducta de un creyente lleno del Espíritu en relación con su vida conyugal (vv. 22–33).
Versículos 1–2
Al empalmar con el versículo último del capítulo 4 (debería leerse junto con 5:1, 2), dice el apóstol:
«Haceos, pues, imitadores de Dios, como hijos (gr. tékna, con énfasis en la generación espiritual, en la nueva naturaleza recibida de Dios,—comp. con Jn. 1:12, 13—) amados, y (v. 2) caminad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por (gr. hupér) nosotros (algunos MSS dicen vosotros) (por) ofrenda y sacrificio a Dios para aroma de buen olor» (lit.). Aquí son de notar los siguientes detalles:
1. El apóstol no dice «sed», sino «haceos» en presente de imperativo, puesto que la imitación de Dios y de Cristo no es obra de un día, sino tarea de toda la vida.
2. Lo de «imitadores de Dios», además de empalmar con 4:32 en la inclinación a perdonar, nos lleva a Mateo 5:48; Lucas 6:36 en el amor a los enemigos. El gran imitador de Dios (v. Jn. 14:9) fue Cristo, pues nos amó y se entregó por nosotros (v. 2), cuando éramos débiles, impíos, pecadores, enemigos (Ro. 5:6, 8, 10). Se entregó en holocausto y sacrificio de reconciliación por nosotros como ofrenda pura. Considera, pues, Pablo los tres primeros sacrificios de Levítico, capítulos 1–3, los cuales, al no tener relación directa con el pecado, eran considerados como ofrendas de olor suave. Véase lo que dice Pablo de sí mismo en 2 Corintios 2:14–16.
3. Una actitud semejante se nos exige a los creyentes (comp. Ro. 12:1) como a hijos de tal Padre y hermanos de tal Primogénito (v. 1b), de manera que se nos reconozca como pertenecientes a la familia divina en la forma sacrificada de amar a nuestro prójimo, pues eso sí que es «caminar en amor», al hacer del amor al prójimo la pauta de nuestra conducta.
Versículos 3–14
De tan alto lugar, y por contraste, el apóstol desciende ahora a exponer el feo, repugnante, rostro del pecado, rostro negro, de tinieblas que no se avienen con los hijos de luz, hijos del Dios que es luz (1 Jn. 1:5).
I. Considera primero (vv. 3–7), en contraste con el verdadero amor (agápe—v. 2—, que no busca el bien propio, sino el del amado), el amor sucio, sensual, del que busca su propia satisfacción a costa del daño al prójimo y a sí mismo, como también de la infidelidad al Señor (v. 1 Co. 6:13–20).
1. En los versículos 3, 4, expresa los pecados de impureza de los que el creyente debe guardarse:
«Pero entre vosotros no debe haber ni asomo de inmoralidad sexual ni cualquier clase de impureza o avaricia, porque esto es impropio del pueblo santo de Dios. Ni (v. 4) debe haber obscenidad, conversaciones necias ni burlas groseras, que están fuera de lugar, sino más bien acción de gracias» (NVI). Notemos aquí lo siguiente:
(A) El vocablo griego pornéia, como ya se ha dicho en otros lugares, indica inmoralidad sexual, ya por relaciones ilícitas entre personas no unidas por el vínculo conyugal, ya por unión entre parientes (en grado prohibido por la ley,—comp. 1 Co. 5:1 y ss.—). A ello une Pablo toda clase de impureza (gr. akatharsía), es decir, suciedad en pensamiento, deseo, conversación, etc.
(B) En consonancia con 4:19, es muy probable la opinión de Foulkes de que la avaricia (gr. pleonexía) de que aquí trata el apóstol, indica el afán por conseguir satisfacción de los placeres sexuales; así lo confirma, según el mismo Foulkes, la conjunción disyuntiva o con que parece darse a entender que también pertenece a «los pecados de la carne».
(C) Todas estas cosas, dice Pablo, «ni se nombren entre vosotros» (lit.). Contra la opinión de Foulkes y Leal de que aquí se prohíbe el mencionar los nombres de dichos pecados (Foulkes lo compara con Éx. 23:13; Dt. 12:30; Sal. 16:4), está claro, como hacen ver Hendriksen y Lenski, que lo que Pablo desea es que no quepa ni la sospecha de que los creyentes practican tales cosas. Dice Lenski: «El pensamiento no es el de que, en verdad, estos vicios no deben ni aun ser mencionados entre cristianos, porque Pablo mismo lo acaba de hacer, y debemos amonestar contra ellos, tal como él lo hace … Pablo quiere dar a entender que tales vicios deben ser arrojados tan lejos de nosotros que ni aun debe presentarse una insinuación o suspicacia de su presencia entre nosotros». Todo esto, añade el apóstol (v. 3b), debe quedar lejos de nosotros, como conviene a los santos (lit.), es decir, como es propio de los creyentes sinceros.
(D) A estos pecados llamados «de obra», añade Pablo otros pecados «de palabra», también en el terreno de la impureza (v. 4): La indecencia (gr. aiskhrótes, lo que es vergonzoso) u obscenidad en lo que se habla; en sentido más particular y específico, la conversación necia (gr. morologuía), que es, como dice Hendriksen, «la que podría esperarse de labios de un tonto o de un borracho», y la ligereza (lit. gr. eutrapelía). El vocablo griego tenía entre los clásicos el buen sentido de «gracia y agilidad mental, propia de una persona ingeniosa». Pero en este lugar, adquiere el sentido peyorativo de «chiste, broma o burla chocarrera y obscena»; el ingenio del mundano, inclinado a pensar e imaginar cosas que divierten y hacen reír a los que son tan sucios como él. Nótese, de paso, que los tres vocablos mencionados en este párrafo no vuelven a salir en ningún otro lugar del Nuevo Testamento.
(E) Todas estas cosas, dice Pablo (v. 4b) no convienen, esto es, son impropias (lit. no llegan al nivel) de un creyente genuino. En lugar de todo eso (v. 4c), la boca del creyente debe usarse en acción de gracias (comp. con el v. 20). No es que Pablo prohíba a los creyentes una conversación amena, con gracia, instructiva, etc. «Lo que más bien pide es que, aun cuando la conversación gire en torno al sexo, las riquezas o la gente, vaya dirigida por un espíritu de gratitud y alabanza (cf. He. 13:15; 1 P. 4:11), hacia la percepción y el reconocimiento de la belleza encantadora de los dones de Dios» (Foulkes).
2. En los versículos 5–7, declara solemnemente las consecuencias de entregarse a los pecados de inmoralidad que acaba de mencionar.
(A) «Porque (v. 5) de esto podéis estar seguros (lit. porque esto sabéis conociendo,—los dos verbos están en presente de indicativo y de participio, respectivamente—): Ninguna persona inmoral, impura o avariciosa (comp. con el v. 3)—tal persona es idólatra—tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios» (NVI). «La pasión, sea por el dinero o por la satisfacción sexual, equivale a erigir un ídolo, y un objeto de deseo y adoración por delante de Dios» (Foulkes). No es que los pecados de la carne, en el sentido de lujuria, sean más graves que los de soberbia, envidia, calumnia, etc. ¡Todo lo contrario! Pero lo referente a la sexualidad tiene un matiz especial (v. 1 Co. 6:9, 18–20; Col. 3:5) de viscosidad malsana de la que resulta muy difícil despegarse.
(B) Y, para añadir mayor solemnidad a la advertencia, continúa Pablo diciendo (vv. 6, 7): «No dejéis que nadie os engañe con palabras vacías, porque, a causa de tales cosas, la ira de Dios viene sobre aquellos que son desobedientes (lit. sobre los hijos de la rebeldía,—gr. apeitheías—)» (NVI). La última frase es la misma de 2:2b. El vocablo griego implica una resistencia a dejarse persuadir, y el verbo correspondiente (apeithéo) ocurre 14 veces donde es interesante consultarlo (v. Jn. 3:36; Hch. 14:2; 19:9; Ro. 2:8; 10:21; 11:30, 31; 15:31; He. 3:18; 11:31; 1 P. 2:8; 3:1, 20; 4:17). El sustantivo de persona apeithés ocurre 6 veces (Lc. 1:17; Hch. 26:19; Ro. 1:30; 2 Ti. 3:2; Tit. 1:16; 3:3). Como conclusión de ello, concluye el apóstol (v. 7): «Por lo tanto, no os hagáis partícipes de ellos» (lit.); es decir, «no imitéis la conducta de los rebeldes, si no queréis tener el mismo fin miserable que a ellos les espera».
II. El apóstol pasa luego a poner delante de los ojos de los efesios lo que antes eran («tinieblas») y lo que son ahora («luz en el Señor») y les exhorta a comportarse como es propio de «los hijos de la luz» (vv. 8–14).
1. Antes de su conversión, los fieles de la región efesina habían caminado, como los demás paganos inconversos, en las tinieblas del pecado, de la idolatría y de la sensualidad (comp. con 2:1–3, 11, 12; 4:14, 17, 18). Iban realmente a oscuras por la vida, sin rumbo, sin meta, sin esperanza. Pero, al creer y entregarse al Señor, el Espíritu Santo les había iluminado los ojos del corazón (1:18). Y al ser el ojo la lámpara del cuerpo (Mt. 6:22), su persona entera era luz. Nótese que antes eran tinieblas por naturaleza (comp. 2:3); ahora son «luz en el Señor», como en el foco central del que reciben su luz. En realidad, como comenta Foulkes, Pablo está diciendo: «Si estáis en el Señor, estáis en la luz y la luz está en vosotros» (comp. con 1 Jn. 4:16b). Por consiguiente, concluye (v. 8b): «Vivid como hijos de luz» (NVI). El secreto de una vida plenamente realizada consiste, en efecto, en «vivir lo que se es». La causa por la que nuestras vidas resultan fracasadas es porque, como diría Tillich, «nuestra existencia no corresponde a nuestra esencia y se torna ambigua». Si la luz que llevamos en el corazón resplandeciese con todo su brillo en nuestra vida, los hombres la verían y glorificarían a nuestro Padre que está en los cielos (v. Mt. 5:14–16).
2. El versículo 10, con el que el versículo 8 va directamente conectado (al ser el v. 9 como un pequeño paréntesis), apela al discernimiento de lo que es agradable al Señor para saber cómo conducirse según conviene a los hijos de la luz. Tanto el verbo «comprobando» (gr. dokimázontes, en presente de continuidad) como el adjetivo «agradable» (gr. euáreston) ocurren en Romanos 12:2, aunque con la ligera variante de que, en Romanos 12:2, el verbo está en presente de infinitivo. El ejemplo del Señor (Jn. 8:29) y del propio Pablo (2 Co. 5:9; Gá. 1:10), debía estimular a los fieles de Éfeso (comp. con Col. 1:10), a desear, escoger y poner por obra siempre lo que agrada a Dios.
3. El versículo 9, aunque forma un paréntesis, sigue el hilo del pensamiento del versículo 8 según los MSS de mayor importancia y autoridad y debe leerse del modo siguiente: «porque el fruto de la luz (consiste) en toda bondad, justicia y verdad» (lit.). El propio Hendriksen, irreprochable conservador, admite que la lectura «fruto del Espíritu» es «probablemente una asimilación sacada de Gálatas 5:22». Este mismo autor hace notar el contraste de «toda bondad» con el «toda malicia» de 4:31b. Foulkes, por su parte, tras llamar la atención en el mismo sentido, hace notar que «hay una instructiva distinción entre “bondad” y “justicia” en Romanos 5:7, y muestra que la primera añade a la rectitud e integridad moral el atractivo de un hermoso carácter». En cuanto al vocablo «verdad», su expresión bajo la metáfora de la «luz» es bastante para darnos cuenta de que «es el fruto de la luz que Cristo trae» (Foulkes). Como en el resto de las Escrituras, y especialmente en atención a 4:15, el término «verdad» tiene un sentido mucho más amplio que el que recibe en nuestro mundo occidental; va ligado con la integridad y la fidelidad, al contrario de la forma vergonzosa, falsa e hipócrita, en que la vida anterior de los fieles de Éfeso había seguido su curso.
4. Como es costumbre de los escritores semitas, Pablo exhorta ahora (vv. 11–14) en forma negativa a comportarse como hijos de la luz: «Y no tengáis jamás comunión alguna—el verbo ahora es tanto más fuerte que el del versículo 7—, cuanto la comunión (gr. koinonía) es más fuerte que la participación, con las obras las (que son) infructuosas de las tinieblas, sino más bien hasta redargüid (las), porque lo que se lleva a cabo por ellos en oculto es vergonzoso incluso el mencionarlo» (vv. 11, 12, lit.). Entre la luz y las tinieblas no puede haber nada en común (comp. con 2 Co. 6:14b), ni caben medias tintas en esto; el que no está con Cristo está contra Él. Pablo llama «infructuosas» las obras de las tinieblas porque, aun cuando son algo en su realidad física (por eso, son «obras»), son en sí mismas malas, estériles en cuanto a dar gloria a Dios, provecho al prójimo o genuina satisfacción para las necesidades espirituales de la persona que las lleva a cabo.
«Redargüirlas» significa exponerlas a la luz llamándolas por su nombre, sin cubrirlas con bonitos nombres. Lo peor de nuestra sociedad actual es que se le ha cambiado la etiqueta al pecado. No es que en los siglos pasados se pecase menos que en el siglo XX, pero lo que realmente alarma en nuestros días es el afán de pintar los pecados más vergonzosos con los más bellos colores. Tenemos en Inglaterra hombres ordenados para el ministerio pastoral que declaran sin vergüenza ni remordimiento su prolongada práctica de la homosexualidad. ¿Qué puede esperarse de la sociedad cuando los que habrían de ser luces son densas tinieblas de pecado cubierto de malas excusas?
El apóstol dice que es vergonzoso el mencionar tales obras. Discuten los autores cómo pueden ser redargüidas tales obras sin mencionarlas. Opina Lenski que es vergonzoso para los que las cometen, no para los que las exponen a la luz. Tal opinión retuerce completamente el texto. Según Hendriksen, no hace falta mencionarlas de palabra, sino exponerlas a la luz mediante una conducta consecuentemente cristiana, luminosa, de nuestra parte. Esta es también la opinión de Foulkes. Lo que, en mi opinión, quiere decir Pablo es que, aun cuando causa vergüenza mencionar esas obras de las tinieblas, no hay más remedio que hacerlo para llamar la atención de propios y extraños contra la práctica de tales cosas.
5. En efecto, tanto la exposición de palabra como la práctica del fruto del Espíritu sacan a la luz y redarguyen el mal, como expone Pablo a continuación (vv. 13, 14): «Pero todo lo que es expuesto a la luz se hace visible, porque la luz es lo que hace visibles todas las cosas. Por esto se dice. Despierta, tú que duermes, levántate de los muertos y Cristo brillará sobre ti» (NVI). Vemos aquí:
(A) La venida de Cristo, como luz que ilumina a todo hombre (Jn. 1:9), provoca una krísis (lit.), un juicio de condenación contra los que rehúsan ser iluminados por la luz del Evangelio (v. Jn. 3:19–21). Los pecadores impenitentes no quieren que sus obras malas sean expuestas a la luz, y no hay mejor manera de exponerlas que vivir una conducta luminosa. No bastan las palabras si no siguen las obras de quien expone a la luz la maldad. Podría decírsele a tal predicador lo que alguien le dijo a uno en cierta ocasión:
«Sus obras hablan tan alto que no me dejan oír sus palabras». Es, pues, preciso limpiar bien nuestro tejado antes de lanzar piedras contra el del vecino (v. por ej. Mt. 7:3–5, 21–23; Jn. 8:7; Ro. 2:19–24).
(B) Con la frase «Por lo cual dice» (v. 14b), el apóstol introduce una cita (o citas) del Antiguo Testamento (v. Is. 9:2; 26:19; 52:1; 60:1). Los autores modernos (Leal, Foulkes) ven en este versículo un posible fragmento de un himno que quizá se cantaba en la ceremonia del bautismo, pues «ya desde Justino (poco después de la mitad del siglo XI) es considerado el bautismo como una iluminación» (Leal). En cuanto a Hendriksen, es tanta la semejanza que percibe entre Efesios 5:14 e Isaías 60:1, que llega a decir: «Cuanto más estudio Isaías 60:1 a la luz de su propio contexto, tanto más comienzo a ver ciertas semejanzas». También Lenski opina que se trata de un himno, pero no de un himno para el bautismo, sino de un himno «que se usaba en Éfeso durante los días de Pablo». Admite que encierra una cita, piensa que eso de «Por lo cual dice» podría referirse al aludido himno. En mi opinión, Pablo ha sacado la cita de Isaías, especialmente de Isaías 60:1, pero acomodándola, al estilo rabínico, a Cristo como mejor le ha parecido. En lo que sí estoy de acuerdo con Lenski es en que es como un llamamiento misionero. «La cita, dice, no ofrece un ejemplo de la reprobación de los pecados como tales, sino un llamamiento reprobatorio al pecador para que se levante de su condición de muerte espiritual, conectado con una gran promesa».
(C) Es precisamente en esta exhortación a despertarse o, con mayor fidelidad al original, a levantarse, hecha a los que duermen el sueño de la muerte espiritual, donde yo veo una de las grandes pruebas (comp. con Hch. 17:30) de que Dios, en Cristo y por medio de su Espíritu, da su toque de diana a todos los que están bajo pecado, ofreciendo de buena voluntad la gracia suficiente con la que podrían, si quisieran, alcanzar la salvación que, en principio, Dios desea para todos los seres humanos (1 Ti. 2:4–6). Dios dejaría de ser un Dios de amor, y aun el Dios Justo, si dejase a tantos millones y millones de seres humanos en su pecado, sin darles ninguna oportunidad para levantarse de su estado, ya que en su estado de muerte espiritual no pueden hacer otra cosa por sí mismos. El llamamiento a levantarse, como el llamamiento a arrepentirse de Hechos 17:30, sería un puro sarcasmo sin la gracia que capacite para poder levantarse y haga cargar toda la responsabilidad de la condenación sobre el ser humano que se niegue libre y deliberadamente a hacerlo.
Versículos 15–21
En estos versículos Pablo exhorta a sustituir la necedad por la prudencia y la locura por la sabiduría que otorga el Espíritu de Dios.
1. Las tinieblas son símbolo, no solamente de pecado, sino también de ignorancia y necedad. Asimismo, la luz es símbolo, no sólo de santidad, sino también de sabiduría y conocimiento. De ahí que, al empalmar con el contexto de luz y tinieblas de los versículos 8–13, el apóstol diga (v. 15): «Mirad, pues, con diligencia cómo continuáis caminando (esto es, viviendo), no como necios, sino como sabios» (lit.). El gr. ásophos es el opuesto a sóphos, sabio; por lo que su verdadero sentido es «necio» (del latín nescius, el que no sabe). No saber lo que es secundario para la vida verdadera del hombre podrá ser una desdicha, pero no saber lo que hace sabio para salvación (2 Ti. 3:15) es la mayor desgracia.
2. Esa sabiduría verdadera se muestra (v. 16) «aprovechando lo mejor posible cada oportunidad» (NVI). La frase se repite en Colosenses 4:5 y significa a la letra: «libertando para sí continuamente el tiempo oportuno». Este tiempo oportuno para vivir siempre como hijos de luz, como sabios, se nos presenta aquí como un esclavo que está en la plaza del mercado a merced del que lo compre, lo liberte y lo ponga al servicio del propio comprador. Es un tiempo precioso, como vemos en 2 Corintios 6:2: «el tiempo del favor de Dios». Ese «tiempo», distribuido en las múltiples oportunidades que se nos presentan cada día, va pasando tan rápidamente que si no nos asimos prontamente a él, se nos escapa con la misma rapidez con que se presenta. El mundo suele hablar de «aprovechar la ocasión» cuando se trata de pecar. El cristiano ha de entender la frase en sentido de oportunidad para hacer el bien, para todo lo que dice referencia a la salvación y la santificación. Añade Pablo: «Porque los días son malos». Los días, la época en que hablaba el apóstol (¿y qué diremos de la actual, en que el diablo anda más suelto que nunca?), está en poder de Satanás (1 Jn. 5:19). Por eso, urge libertar de ese mercado, donde los que son del diablo compran las ocasiones para el mal, las oportunidades que se nos ofrecen para el bien, las cuales son siempre minoría frente a toda clase de malas ocasiones para el pecado.
3. Continúa Pablo en la misma línea (v. 17): «Por eso, no os hagáis insensatos (gr. áphrones, sin seso), sino entended (es decir, tratad de discernir en todo momento) cuál es la voluntad (gr. thélema, como en Ro. 12:2 y otros lugares) del Señor» (lit.), esto es, de Jesucristo, como en 2:21; 4:1; 5:10. Comenta Leal: «Ante los peligros que tienen los cristianos mientras viven en un siglo malo, precisan de mucha sabiduría, que se esfuerza por conocer y practicar la voluntad del Señor Jesús».
4. Al seguir con el contraste entre la necedad y la sabiduría, añade Pablo (v. 18): «Y no os embriaguéis con vino (la frase se halla, al pie de la letra, en Pr. 23:31, según la versión de los LXX), en el cual hay desenfreno (o libertinaje; lit. perdición, ya que asotía es lo contrario de sotería, salvación; por lo que el adverbio asótos se traduce en Lucas 15:13 por «perdidamente»), sino sed llenos del Espíritu» (lit.). Este versículo necesita análisis especial.
(A) Comencemos diciendo que no es improbable la opinión de Lenski de que la expresión griega en pnéumati debe traducirse «en el espíritu» (con minúscula), oponiendo la «llenura» espiritual a la embriaguez, que aparece en la lista de «las obras de la carne» (por ej. Gá. 5:21). Pero el propio Lenski admite que «el hecho de que estas expresiones (las de nuestro espíritu) se deban al Espíritu Santo es evidente por sí mismo». Podemos, pues, asegurar que, a fin de cuentas, tenemos aquí lo que se llama «la llenura del Espíritu». La preposición griega en puede verterse por «en», «por», «con», «de», ya que todas ellas representan a la hebrea be, al tener en cuenta, como ya hemos dicho en otros lugares, que Pablo pensaba en hebreo aunque escribiese en griego.
(B) Vemos, pues, el contraste entre el embriagarse, llenarse de vino, y el llenarse del Espíritu Santo, que es una especie de «sobria embriaguez», como dice la liturgia benedictina. En ambos casos hay el influjo de algo «espiritual», ya que las bebidas alcohólicas suelen llamarse también bebidas «espirituosas». En ambos casos también, tenemos el influjo de algo que «controla» al individuo, que le hace perder la propia iniciativa. Ya sea el vino, ya sea el Espíritu de Dios, cuando llenan, dominan y controlan al individuo; el vino, para perdición; el Espíritu Santo, para salvación.
(C) Al centrar ahora nuestro análisis en la segunda parte del versículo, podemos advertir que el verbo griego pleroústhe está (a) en el modo imperativo; es un mandato, no un simple aviso o consejo. Todo creyente debe ser lleno del Espíritu Santo; (b) en tiempo presente; no es, pues una llenura de una vez por todas, al contrario del sellado de 1:13. Es menester ir recibiendo continuamente ese poder del Espíritu Santo (comp. con Hch. 1:8) para cada momento de nuestra vida cristiana, porque sin Él nada podemos (comp. con Jn. 15:5); (c) en voz pasiva. Esto significa, ni más ni menos, que no somos nosotros los que nos llenamos del Espíritu, sino que nos dejamos llenar (lo cual no es lo mismo) por el Espíritu. El poder del Espíritu de Dios está personificado en el Espíritu Santo, por lo que bien puede hablarse de llenura aun cuando se habla de una Persona, ¡Persona que es Dios!
(D) Ahora bien, esto implica que, al no ser un «viento» ni un «líquido» lo que nos llena, sino una Persona, no está en nosotros el tomar poco o mucho del Espíritu, sino el permitir que el Espíritu tome poco o mucho de nosotros. Toma poco cuando no nos dejamos invadir de su poder y, al obrar así, lo contristamos (4:30) o lo apagamos (v. 1 Ts. 5:19). Un creyente contrista y apaga en sí el poder y el fuego del Espíritu cuando rehúsa rendirle todo lo que es y tiene y, de este modo, obstaculiza la acción del Espíritu, pues le cierra puertas y le pone barreras que el Espíritu, al respetar la libertad del individuo, no va a forzar. Pero tengamos en cuenta que todo lo que se le niega a Dios, al Espíritu de Dios, queda sin consagrar, sin dedicar a Dios, sin recibir poder. En ese espacio que le negamos, en lugar de Dios queda entronizado un ídolo, sea de metal, de carne o de papel-moneda. ¿No explica esto la falta de poder de muchos cristianos y de muchas congregaciones?
5. Todo lo que resta de esta porción (vv. 19–21) e, implícitamente, de lo demás de la Epístola, hasta 6:20, depende de esta llenura del Espíritu, como lo muestran los gerundios que encabezan los versículos 19, 20 y 21.
(A) El primer efecto de la llenura del Espíritu es la alabanza al Señor, a Jesucristo (v. 19), acompañada de la acción de gracias a Dios en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (v. 20). Así ha de comenzar toda oración personal y todo culto eclesial, toda liturgia. Este culto de adoración y acción de gracias:
(a) Es efecto directo de la llenura del Espíritu, como se ve por ese participio de presente (gr. laloúntes), que se vierte literalmente por «hablando» (v. 19). Igualmente tenemos otro participio de presente al comienzo del versículo 20 (gr. eukharistoúntes, de donde viene el vocablo «eucaristía», no la Misa), que significa «dando gracias». Por si fuese poco el participio de presente, Pablo añade: «siempre por todas las cosas», pues todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios (Ro. 8:28).
(b) Pablo dice (v. 19) «hablando entre vosotros», e indica así la oración y el culto comunitarios; es precisamente en la oración comunitaria donde Cristo prometió estar presente por medio de su Espíritu (v. Mt. 18:19, 20).
(c) Este culto de alabanza y acción de gracias va dirigido, en último término, al Dios y Padre del Señor Jesucristo y nuestro (Jn. 20:17), pues de Dios partió la iniciativa de la salvación del género humano (Jn. 3:16; 2 Co. 5:19; Gá. 4:4, entre otros lugares) y, como oración, ha de hacerse en el nombre del único Mediador (1 Ti. 2:5), el Señor Jesucristo (Jn. 14:13; 15:7, 16; 16:23).
(d) El apóstol dice que hemos de alabar a Dios «con salmos, himnos y cánticos espirituales». Salmo era, en su origen, lo que se cantaba con el arpa o el salterio; himno era una alabanza festiva a un dios o a un héroe. Varias porciones de esta misma epístola (v. 4:4–6; 5:14), así como Filipenses 2:6–11; 1 Timoteo 1:17; 2:5 y ss.; 6:15 y ss.; 2 Timoteo 2:11–13; Apocalipsis 4:11; 5:13 y 7:12, llevan las marcas de haber sido himnos que se cantaban en las reuniones cultuales de la primitiva Iglesia.
(e) Tales alabanzas y acciones de gracias han de expresarse con los labios, pero han de proceder del corazón, pues el apóstol dice que ha de hacerse «con vuestro corazón» (v. 19b, literalmente). Una alabanza y acción de gracias, como toda oración, hablada o cantada, es una burla si lo que dicen los labios no va acompañado de la inteligencia de lo que se expresa y sale del fondo de nuestro espíritu (comp. con 1 Co. 14:13–15; Col. 3:16).
(f) Al decir «cantando y salmodiando», el apóstol exhorta a practicar dicho culto con música coral e instrumental (comp. con el Sal. 150, por ej.). Quienes, por un falso puritanismo, se niegan a usar instrumentos músicos (¡ni siquiera un pequeño armonio!) en el culto eclesial, están desobedeciendo al apóstol. No es que sea en sí absolutamente necesario, pero sí es sumamente conveniente; basta con observar la «discordancia» que suele darse en el canto cuando no hay nadie que pueda dirigir el canto con órgano, piano o guitarra. Para los enemigos del uso de la guitarra en el culto, diremos que el vocablo castellano procede de una raíz semita que se halla en el árabe quitar, y ha pasado a nuestra lengua a través del griego kithára (instrumento que se toca en el Cielo. Véase Apocalipsis 5:8; 14:2 y 15:2, donde el original emplea ese vocablo) y del latín cíthara.
(B) El segundo efecto de la llenura del Espíritu comienza en el versículo 21 para extenderse implícitamente al resto de las relaciones con el prójimo (5:22–6:9). En el versículo 21, el apóstol exhorta a la recíproca sumisión dentro de la comunidad eclesial: «sometiéndoos unos a otros en el temor de Dios». Aparte de la reciprocidad de esta sumisión, es preciso notar:
(a) Que el verbo usado aquí en participio de presente de la voz mediapasiva («hupotassómenoi») no significa «sujeción», ni aun siquiera «sumisión» entendida en sentido de inferioridad, sino «subordinación». Dicho verbo tiene una connotación militar, donde el orden y la disciplina juegan un papel de la mayor importancia. Esa sana «subordinación» es la que se implica en el correcto funcionamiento del organismo espiritual que es la iglesia (véase 4:15, 16). Pero esto no da señorío ni dominio a ningún líder (comp. con 1 P. 5:3). Dice Foulkes: «El orgullo por el cargo y el espíritu autoritario destruyen la comunión».
(b) El testimonio de los MSS a favor de la lectura «en el temor de Cristo» es tan abrumador que debería hacerse la corrección en todas nuestras versiones, como se ha hecho ya en la NVI, la Biblia de las Américas y la de Las Buenas Nuevas. «En el temor de Cristo» significa «por respeto a Cristo». «Indica el motivo que debe vivificar la relación entre los diversos miembros de la familia cristiana» (Leal).
Versículos 22–33
En esta sección, el apóstol particulariza la exhortación del versículo 21 de tal modo que, sin repetir el verbo «sometiéndoos», dice textualmente (v. 22): «Las mujeres estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor», pero el verbo «estando sometidas (esto es, subordinadas) o, mejor aún, por paralelismo con el versículo 25, «estad sometidas» está claramente sobrentendido. Comienza, pues, Pablo aplicando la norma general de la mutua subordinación a las relaciones conyugales. Lo hace en toda esta sección. Un resumen de todo lo que dice en 5:22–6:20 se halla en Colosenses 3:18–4:3. Notaremos las diferencias en el comentario a Colosenses. De entrada, conviene observar el hecho de que, mientras Pedro dedica seis versículos a los deberes de las esposas, y uno sólo a los de los maridos (v. 1 P. 3:1–7), Pablo dedica aquí tres versículos (22–24) a los deberes de las esposas, y siete a los maridos (25–31), y resume los deberes de ambos en el versículo 33, y es el versículo 32 un pequeño paréntesis. Pedro era casado; Pablo, no.
1. Dirigiéndose a las casadas, les advierte que deben estar sometidas a sus respectivos maridos en todo, de la misma manera que la Iglesia está sometida a Cristo (vv. 22, 24). La razón (v. 23) es que «el marido es cabeza de la mujer (comp. con 1 Co. 11:3), así como Cristo es cabeza de la Iglesia (1:22, 23; 4:15; Col. 1:24). Por la frase final del versículo 23, «la cual es su cuerpo, y Él (Cristo) es su Salvador», se advierte el «sentido esencialmente vital y soteriológico. Proporcionalmente debe tomarse la metáfora en el mismo sentido cuando se aplica al marido» (Leal). En efecto, así lo insinúa la comparación que hallamos en el versículo 25. La última frase del versículo 22 «como al Señor» (no sólo «en el Señor») da a entender que, en la nueva dimensión sobrenatural del matrimonio cristiano, las mujeres casadas deben someterse a sus respectivos maridos como quien se somete a la santa voluntad de su bendito Salvador. Dice Hendriksen: «Esta obediencia debe ser, de parte de ella, una sumisión voluntaria; y, por cierto, solamente a su propio marido, no a cualquier hombre. Lo que, por otra parte, le hará más fácil dicha obediencia es que se le manda entregarla “como al Señor”; esto es, como parte de la obediencia a Aquel que murió por ella».
2. Si a la mujer casada se le pide sumisión y respeto (vv. 22, 33) al marido, al marido se le pide amor y sacrificio por la mujer.
(A) Como cabeza de la mujer, el marido (v. 25) ha de amarla, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (comp. con el v. 2). Mayor amor que éste no cabe, y ésta es la meta que se le propone a todo creyente casado con respecto a su mujer: un amor sacrificado, que no busca su propio interés, sino el bien (de toda clase) de su esposa.
(B) El apóstol parece hacer una digresión (vv. 26, 27) a fin de explicar cuál era el objetivo escatológico de la redención: «santificarla (separarla para sí, que es el aspecto positivo y primero) y purificarla (limpiarla, que es el aspecto negativo) con el lavamiento del agua en la palabra». Que el «nuevo nacimiento» se lleva a cabo «mediante la palabra (gr. diá toú logóu el mensaje en su contenido) de Dios» (1 P. 1:23), no admite duda; el agua material no puede limpiar el espíritu humano. Pero el Nuevo Testamento (v. Jn. 3:5), especialmente Pablo (Ro. 6:3 y ss.; Ef. 5:26, Tit. 3:5), asocia la purificación llevada a cabo mediante la Palabra de Dios con el agua bautismal, que es símbolo del bautismo interior (comp. con 1 Co. 12:13). Por consiguiente la frase paulina del versículo 26 («con el lavamiento del agua en la palabra—gr. en rhémati—, la palabra como expresión concreta) engloba, en mi opinión (que es la de la mayoría absoluta de los autores), el símbolo del agua material juntamente con el contenido de la confesión de fe, previa al bautismo o, mejor aún, con el de la fórmula bautismal (v. Mt. 28:19). Esta opinión se confirma por la velada alusión (probable) al baño nupcial, que era ceremonia corriente en las bodas de los griegos.
(C) El simbolismo nupcial, que acabamos de mencionar, tiene su mejor expresión en el versículo 27:
«a fin de presentar Él a sí mismo gloriosa la Iglesia, no teniendo mancha ni arruga ni nada de tales cosas, sino para que sea santa y sin mancha (los mismos vocablos de 1:4)» (lit.). Si se compara este versículo con Apocalipsis 19:7, 8; 21:2, no puede menos de advertirse la semejanza. Es el momento en que se van a celebrar «las bodas del Cordero», lo cual supone, por tanto, que el Esposo ha venido ya a «presentarse a sí mismo la esposa». En las bodas ordinarias, es la novia la que se prepara a sí misma para presentarse ante el novio, pero en esta boda del Cordero, «la novia no puede hacer nada por sí misma para presentarse hermosa a los ojos de su Señor. Por necesidad, todo es obra de Él» (Foulkes).
(D) Tras de esta digresión, el apóstol exhorta a los maridos a amar a sus mujeres, no sólo en calidad de cabeza (que denota superioridad), sino por formar una sola carne (v. Gn. 2:24) con la mujer (vv. 28– 31). En efecto, Pablo cita completo (v. 31) el mencionado versículo 24 del capítulo 2 del Génesis. Al ser, pues, ya una sola carne, «el que ama a su mujer, se ama a sí mismo» (v. 28b). Y, por cierto, el amor que uno se tiene a sí mismo es sumamente práctico (v. 29): «Porque ninguno odió jamás su propia carne, sino que le proporciona constantemente sustento y abrigo, así como el Cristo a la Iglesia» (lit.). Y para dar razón de una identidad semejante a la de los versículos 28, 29a y 31, añade (v. 30): «porque somos miembros de su cuerpo (de Cristo)». Lo siguiente («de su carne y de sus huesos») no aparece en los MSS más antiguos; esto hace pensar que «fue añadido bajo la influencia de Génesis 2:23» (Foulkes). Lo importante es la mención del sustento y del abrigo (calor, refugio y defensa) que el marido debe proporcionar a la mujer.
3. El versículo 32 constituye un inciso que, por las malas interpretaciones que se le han dado, requiere un análisis especial.
(A) El texto dice al pie de la letra: «El misterio este grande es, mas yo (lo) digo con respecto (gr. eis) a Cristo y a la Iglesia». Una comparación con 1 Timoteo 3:16 («… grande es el misterio de la piedad») nos ayudará a la comprensión del presente versículo. Estamos, pues, aquí dentro del repetidamente llamado «misterio de Cristo». El sentido, como lo ha visto bien Foulkes, es: «La verdad que aquí subyace, escondida pero revelada en Cristo, es admirable». La Vulgata Latina vertió el griego mystérion por el latín sacramentum, y así se introdujo en la Iglesia la idea del matrimonio como «sacramento», pero esta idea es totalmente ajena al texto y al contexto. Es un alivio el notar que los propios exegetas catolicorromanos han abandonado ya tal interpretación. Comenta admirablemente J. Leal: «En 3:1–14, y particularmente en 3:6, se nos describe el misterio de Cristo como la unión de los judíos y gentiles en un solo cuerpo bajo una misma cabeza, que es Cristo. El gran misterio es, pues, la unión de Cristo y de la Iglesia, descrita con los términos mismos con que Génesis 2:24 describe la unión del hombre y la mujer. El misterio consiste en que Cristo y la Iglesia forman una unidad, como el marido y la mujer forman una carne, y, en la perspectiva de la exhortación a los maridos, que Cristo ve en la Iglesia su propia carne para tratarla como a tal. Este misterio estuvo escondido por los siglos, pero ahora, después de la glorificación de Cristo, ha sido revelado a los profetas de la Nueva Alianza, y por esto Pablo puede fundar en esta unión matrimonial de Cristo y de su Iglesia la moral de los casados».
(B) La razón, pues, por la que Pablo añade la frase: «mas yo lo estoy diciendo con referencia a Cristo y a la Iglesia» (v. 32b) es para que nadie piense que el «misterio» está en la unión íntima del hombre y la mujer. Adán ciertamente no estaba revelando ningún «misterio» cuando dijo las palabras que leemos en Génesis 2:24. Este «misterio» sólo era tal con referencia a la unión de Cristo con la Iglesia, de forma que, en un solo Cuerpo (la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo—1 Co. 12:13; Col. 1:24—), tuviesen cabida, como miembros del mismo rango, aunque de diversa función, todos los creyentes, tanto de extracción judía como de extracción pagana. El apóstol ha insertado aquí la mención de tal «misterio» únicamente porque le servía para poner de relieve el carácter sobrenatural del matrimonio cristiano.
4. El versículo 33 es una especie de conclusión o compendio de lo que Pablo acaba de exponer concerniente a las relaciones conyugales, pero su conexión con lo que antecede queda algún tanto oscurecida en muchas versiones. La Nueva Biblia Española y la de Las Buenas Nuevas ofrecen una espléndida traducción, aunque algún tanto libre para los que prefieren fidelidad a la «letra». La mejor versión, por equilibrar la letra y el sentido, es la NVI, que dice así: «Sin embargo, también cada uno de vosotros debe amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer debe respetar a su marido». Con ese «Sin embargo, también …» (lit. gr. plen kai), el apóstol da a entender que la verdad encerrada en el «misterio de Cristo» tiene también aplicación a la ordinaria unión matrimonial entre creyentes cristianos, pues también en ella el marido debe amar a su mujer como Cristo amó a su Iglesia (comp. con el v. 25), y la mujer debe respetar a su marido, como la Iglesia a Cristo (comp. con el v. 24).
La última frase del versículo 33 dice literalmente: «y que la mujer tema al marido». En esa conjunción «que» (gr. hína, para que, a fin de que) se advierte cierto énfasis, como si dijese: «Y que no se le olvide a la mujer que debe respetar a su marido». El verbo griego es phobétai («tema»), pero, como se ha de entender siempre en la Biblia, se trata de un temor reverencial, de un respeto que no está reñido con el amor ni con la confianza íntima. Aunque parezca extraño, el griego no tiene dos vocablos diferentes para distinguir el temor reverencial del miedo, como los tiene el hebreo; pero el contexto indica claramente si el texto se refiere al temor o al miedo.
En este capítulo final, I. el apóstol continúa aplicando los efectos de la llenura del Espíritu: 1. Las relaciones familiares entre los hijos y los padres (vv. 1–4), y 2. a las relaciones sociales de siervos y amos (vv. 5–9). II. Pasa luego a tratar de la armadura completa del cristiano (vv. 10–17) y exhorta fervientemente a orar unos por otros (vv. 18–20). III. La Epístola concluye con un breve epílogo personal y con una bendición general, como la comenzó, sin saludos a personas particulares (vv. 21–24).
Versículos 1–4
En esta porción, brevemente condensada en Colosenses 3:20, 21, el apóstol pasa de las relaciones conyugales a las familiares entre padres e hijos.
I. Comienza por los «hijos» (gr. tékna, prole de ambos sexos). La construcción griega del comienzo del versículo 1 equivale a: «Vosotros, los hijos», como alertando a las personas a quienes se dirige. El apóstol les dirige una exhortación, la fundamenta bíblicamente, y les presenta las bendiciones, incluso de orden temporal, que la obediencia a tal precepto comporta.
(A) «Hijos, dice (v. 1), obedeced en el Señor a vuestros padres (gr. gonéusin, progenitores; es decir, tanto al padre como a la madre), porque esto es justo». Tres, pues, son las ideas que encierra este versículo: el hecho, el modo y el motivo de tal obediencia. El hecho es que los hijos deben obedecer a los padres. El modo es que han de obedecerles «en el Señor», aunque esta frase falta en algunos MSS notables. Significa «como corresponde a los que viven unidos en el Señor» (Leal), por respeto al Señor y, según ayuda a entenderlo Colosenses 3:20, «porque esto agrada al Señor» El motivo que Pablo aduce aquí es «porque esto es justo», esto es, la obediencia a los padres entra dentro de la justicia que el creyente cristiano debe practicar.
(B) El apóstol (v. 2) apoya su exhortación en el quinto mandamiento del Decálogo (Éx. 20:12; Dt. 5:16), e intercala la frase «que es el primer mandamiento con promesa». Esta frase ha dado lugar a disquisiciones sin cuento, ya que, por una parte, también el primer mandamiento del Decálogo llevaba aneja una promesa (v. Éx. 20:6; Dt. 5:10); y, por otra parte, no aparece ninguna otra promesa en el resto del Decálogo, por lo que no podría entenderse por qué dice que «es el primer mandamiento con promesa». La única solución está en entender «primero» en sentido de «primordial» (comp. con Lv. 19:3a, donde aparece en primera línea). También «Mateo 23:23 y Marcos 12:28 hablan así en términos de mandamientos de importancia primordial» (Foulkes).
(C) La promesa que Pablo menciona se halla en la última parte de los versículos citados (Éx. 20:12; Dt. 5:16, especialmente en este último): «para que (v. 3) te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra»; es decir, para que prosperes y vivas muchos años. Una promesa de esta clase tenía, como es obvio, importancia primordial para un israelita, no tanto por los bienes materiales con que la obediencia filial era bendecida, como por la bendición espiritual que comportaba una vida larga y en paz en orden a una prolongada comunión con Jehová, el Dios de Israel y único Dios vivo y verdadero.
2. Se dirige luego el apóstol (v. 4) a los padres (gr. patéres; no se incluyen las madres). Advirtamos los siguientes interesantes detalles:
(A) La razón por la que Pablo se refiere aquí a los padres, no a las madres, es porque va a centrar su exhortación en la corrección y la disciplina que, según la Escritura (Pr. 1:8a es lugar notable. Véase el comentario a dicho lugar), es a los padres a quienes compete administrarlas. El cometido de las madres con respecto a los hijos se halla en Proverbios 1:8b y 1 Timoteo 2:15. Véase comentario en sus lugares correspondientes.
(B) En la administración de esta disciplina han de tener los padres mucho cuidado en no excederse, porque los efectos psicológicos en el hijo o la hija pueden ser desastrosos (v. Col. 3:21). Aquí (v. 4) dice:
«No provoquéis a ira a vuestros hijos». El verbo (v. en 4:26 el nombre—enojo—de la misma raíz) está en presente, lo cual indica que si alguna vez se les escapa alguna explosión de mal genio (a los padres), no insistan en causar un enojo desmedido a los hijos, sino que se dominen a sí mismos. Una obediencia que se impone a base de «palo y tente tieso» no puede producir buenos efectos, pues los niños tienen gran sentido de la justicia y del amor y saben cuándo a los mayores se les va la mano, con lo que se les provoca a enojo, resentimiento, pérdida del necesario afecto y, con frecuencia, a la rebeldía descarada.
(C) El aspecto positivo de la exhortación se halla en la segunda parte del versículo 4: «sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor». Nótense aquí cuatro detalles:
(a) El verbo griego es ektréphete, el mismo de 5:29 (ektrépíhei, nutre, sustenta), compuesto del prefijo ek (de, en sentido de origen) y el imperativo de presente del verbo trépho, que significa alimentar (v. en Mt. 6:26; 25:37; Lc. 4:16; 12:24; 23:29; Hch. 12:20; Stg. 5:5; Ap. 12:6, 14). Indica, pues, aquí algo así como «nutrir a los hijos de la propia sustancia de los padres», lo cual puede entenderse por haberlo sudado ellos con su trabajo y hasta por «quitarlo de la propia boca», como suele decirse, para que a los hijos no les falte el sustento necesario para que se desarrollen con salud y energías.
(b) El vocablo griego para disciplina es paidéia, instrucción (que corresponde al hebreo musar de lugares como Pr. 1:8a) y del que se derivan vocablos castellanos como «pedagogo» y «pedagogía» (V. un ejemplo notable del uso del verbo correspondiente en 1 Co. 11:32). Aunque los niños no suelen hallar mucho gusto en esta disciplina (comp. con He. 12:11), es, sin embargo, necesaria para que aprendan sabiduría práctica.
(c) El vocablo para «instrucción» (mejor, «corrección», correspondiente al hebreo tokhájat de lugares como Pr. 3:11) es nouthesía, compuesto de nou, mente, y thesía, colocación o fijación (de la misma raíz que el verbo títhemi, poner, colocar). Su etimología indica, pues, fijación de la mente, es decir, provisión de criterios sanos acerca de las cosas, que se queden bien fijos en la mente de los niños como «clavos plantados» (Ec. 12:11, literalmente) en forma de convicciones arraigadas.
(d) Al decir «la disciplina y corrección del Señor», Pablo da a entender, como muy bien comenta Foulkes, que se trata de «las que el Señor puede introducir en la vida de un hijo, si los padres llevan a cabo su labor de enseñar y entrenar en la Palabra del Señor». Y añade el mismo autor: «Éste es el más alto deber de los padres cristianos».
Versículos 5–9
En estos versículos el apóstol trata de las relaciones entre amos y criados. Se dirige a los criados (lit. esclavos, pues esta condición solían tener los siervos de entonces) en los versículos 5–8, y a los amos en el versículo 9.
1. En la exhortación a los siervos o esclavos, podemos ver el hecho, el modo, el motivo y el resultado.
(A) La exhortación es (v. 5a): «(Vosotros, como en vv. 1, 4) los esclavos (gr. Hoi doúloi), obedeced a vuestros señores según la carne» (lit.), es decir, a vuestros amos terrenales. Opina F. F. Bruce que la exhortación a los esclavos es más extensa que la dirigida a los amos, lo que refleja así probablemente «la estructura social de las iglesias destinatarias». Es cierto que Pablo no exhorta aquí a los esclavos a emanciparse de sus amos, pero véase también lo que dice en 1 Corintios 7:21.
(B) El modo como han de obedecer está expuesto con gran riqueza de matices: (a) «con temory temblor», expresión que, como en los demás lugares, significa «con respeto y sentido de la responsabilidad» (comp. con 1 Co. 2:3; 2 Co. 7:15 y Fil. 2:12). (b) «con sencillez de corazón», es decir, con sinceridad, integridad y laboriosidad. (c) «como a Cristo» (la misma frase de 5:22b), pues todo lo que el cristiano lleva a cabo adquiere carácter sagrado (comp. con Ro. 14:7–9); no hay lugar ni tiempo neutrales para el creyente: o sirve al Señor o se sirve a sí mismo y al diablo. (d) El versículo 6 amplía esta perspectiva al decir: «no (v. 6) para ser vistos (no sólo cuando el amo está mirando), como los que quieren agradar a los hombres (y, por eso, fingen que se están desviviendo por quienes les contratan),
sino como esclavos de Cristo, que cumplen la voluntad de Dios de corazón (lit. de alma)».
(C) La motivación, que ya se apunta en los versículos 5 y 6, se presenta con toda claridad en el versículo 7: «sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres». Todo siervo ha de obrar, como cualquier otro trabajador cristiano, «con entusiasmo» (gr. met’ eunóias) de corazón, mente y voluntad, como quien está sirviendo al Señor y no a los hombres. Dice Barclay: «La convicción del obrero cristiano es que cada una de las piezas de trabajo que produce debe ser lo suficientemente buena como para mostrarla a Dios».
(D) Finalmente, Pablo les recuerda a los esclavos cristianos la cuenta final que todos, esclavos o libres, hemos de dar al Señor (v. 8, comp. con Mt. 16:27; 2 Co. 5:10): «sabiendo que el bien que cada uno haga (comp. con 1 Co. 15:58; Gá. 6:5, 9; Col. 3:23–25), ése cosechará de parte del Señor (lit.), ya sea esclavo, ya (sea) libre». Comenta magníficamente Foulkes: «Sabe (Pablo) lo que ha de significar para sus lectores que sean esclavos el practicar lo que les ha dicho. Así que les hace a la memoria que nada hay que no sea presenciado por el Señor en los cielos, nada bien hecho queda jamás hecho en vano. Quizá no les den las gracias en la tierra. Uno puede cosechar únicamente críticas y malentendidos. Pero puede saber que hay una recompensa segura por el servicio fiel».
2. A los amos les dice el apóstol (v. 9): «Y vosotros, los amos, haced lo mismo con relación a ellos, cesando de amenazar, sabedores de que el Señor de ellos y de vosotros está en los cielos, y que con Él no hay acepción de personas» (lit.). Con la frase «haced lo mismo con relación a ellos», no quiere decir Pablo que los amos hayan de servir así a los esclavos, sino que también para ellos tienen aplicación los mismos principios sobrenaturales. El terrible látigo estaba constantemente en manos de amos y de capataces, por lo que ese «cesando de amenazar» o, mejor aún, «suspendiendo la amenaza» es un aviso muy práctico. El motivo, paralelo al que, en el versículo 8, usa para dirigirse a los esclavos, es que nada pasa inadvertido en los cielos para Aquel que es Señor, tanto de los esclavos como de los amos, y a quien nadie, por muy alto que sea su rango social, civil, económico o militar, puede intimidar ni sobornar, pues con Él no valen los favoritismos. A Él tienen que rendir cuentas tanto el esclavo como el libre (v. 8b).
Versículos 10–20
El apóstol llega al final de las exhortaciones a los fieles de la región efesina en orden a poner en práctica los principios doctrinales que ha expuesto sobre el misterio de Cristo. Esta última exhortación está dirigida a urgir a los cristianos a mantenerse en guardia contra los enemigos de la Iglesia, los poderes espirituales de maldad (v. 12). Para luchar contra tales enemigos, no valen las armas humanas, por lo que Pablo les exhorta (v. 10) a robustecerse con el vigor de la fuerza que presta el Señor y a vestirse de toda la armadura (gr. panoplían. Véase los vv. 11 y 13) de Dios. Lo repite, a fin de que se les grabe bien. Y da el motivo para ello: Nuestra lucha no es contra hombres (v. 12), sino contra ángeles caídos, pero que conservan toda su fuerza natural y están bajo el mando del poderoso príncipe y dios de este mundo, el diablo (v. 11b), cuyas artimañas (el mismo vocablo de 4:14) sólo pueden ser descubiertas y derrotadas por un poder mayor (v. 1 Jn. 4:4, comp. con 2 R. 6:16; 2 Cr. 32:7; Sal. 55:8), como es el de Dios. Sólo Dios, pues, puede proporcionarnos las armas que necesitamos para tan desigual combate. Respecto de este combate, el apóstol describe la posición del creyente en el campo de batalla, las armas con que ha de combatir al enemigo y la fuente de la que ha de extraer la energía necesaria para triunfar en esta guerra espiritual.
1. En cuanto a la posición que hemos de observar en el campo de batalla, el apóstol no deja lugar a dudas de que es una posición defensiva. Tres veces, en el espacio de cuatro versículos, usa Pablo el verbo hístemi, estar firme, en aoristo segundo ingresivo (sténai—v. 11—, sténai—v. 13—, stéte—v. 14—), y una vez el verbo compuesto de hístemi, también en aoristo segundo ingresivo, antisténai, resistir (v. 13). Incluso la espada del Espíritu del versículo 17 es arma defensiva; no es la rhomphaía o espada larga, de ataque, que sale de la boca del Verbo de Dios (Ap. 19:15), sino la mákhaira, daga o machete para el combate cuerpo a cuerpo, que llevaban al costado los soldados, y aun en nuestro siglo lo llevaban los soldados en la punta del fusil para el combate a la bayoneta. La razón de esto es que el enemigo está ya de antemano derrotado legalmente en la Cruz del Calvario (v. Col. 2:15) y no puede ganar la guerra, no puede sacarnos de nuestra firme plataforma de victoria en Cristo; lo que sí puede hacer es que caigamos al suelo dentro de la posición que ocupamos. Por eso, urge el apóstol a «estar firmes» y a «resistir», pero
no a «atacar» ni a «avanzar» (en este campo, se entiende). «El día malo» (v. 13) indica, como dice Foulkes, «el tiempo en que el conflicto ha de ser más duro, tanto por la persecución que viene de fuera como por las pruebas que surgen dentro de la comunión cristiana». La última frase del versículo 13: «y manteneros firmes después de llevar a cabo magníficamente todas las cosas» (lit.), expresa el triunfo después de un combate estupendamente peleado (comp. con 1 Co. 9:25 y ss.; Fil. 1:30; 1 Ti. 1:18; 6:12; 2
Ti. 4:7).
2. En cuanto a la armadura espiritual, está expresada metafóricamente en términos de las armas que, en tiempo de Pablo, llevaban para su defensa los soldados griegos y romanos, aunque acomodadas al sentido que ofrecen pasajes del Antiguo Testamento tales como Isaías 11:5; 49:2; 59:17, etc. Notemos que las armas son seis y cubren todo el cuerpo. Hendriksen hace observar el orden perfecto en que están dispuestas: «El soldado, antes que ninguna otra cosa, se sujetaría bien el cinturón, se pondría luego la coraza y se calzaría las sandalias. También, después de agarrar con la izquierda el escudo y llevándolo sujeto, no podría muy bien proseguir su acción inmediatamente tomando con la derecha la espada, no puesta en la vaina sino sujetándola preparada para su uso inmediato, ya que, en tal caso, no le quedaría ninguna otra mano con que tomar el yelmo. De ahí que el orden sea: escudo, yelmo, espada». Veamos ya el significado espiritual de cada una de estas armas (seguiremos la NVI):
(A) «Permaneced firmes, pues, con el cinturón de la verdad ceñido a vuestra cintura» (v. 14a). ¿Cuál es este «cinturón de la verdad»? Contra la opinión de Leal, quien entiende por «verdad» el Evangelio, la Palabra de Dios, etc., no cabe duda de que está en lo cierto Foulkes cuando dice: «Podemos concluir que no es la verdad del Evangelio lo aludido aquí, sino el ceñirse la verdad en sentido de integridad, “la verdad en lo íntimo”, de la que habla el Salmo 51:6».
(B) «Vestidos con la coraza de justicia» (v. 14b). La «justicia» a la que aquí se refiere el apóstol no puede ser la «justicia imputada» de Romanos 3:21 y ss., pues con ésa no nos cubrimos nosotros mismos, sino que es Dios quien nos cubre con ella (2 Co. 5:21), además de que ésa no pertenece al combate del creyente, sino a la justificación del pecador. Se trata, pues, de la «justicia practicada», la cual, para proteger al creyente, debe ser total (comp. con Stg. 2:10, 11), ya que, de lo contrario, sería una coraza que no cubre todo el pecho y, por cualquier parte que quedase al descubierto, podría introducir el enemigo sus dardos.
(C) «Y calzados los pies con el evangelio de la paz» (v. 15). Hay quienes toman el vocablo griego hetoimasla (única vez que tal término ocurre en el Nuevo Testamento) como «preparación», presteza para llevar a los demás las Buenas Nuevas del Evangelio de la salvación. Pero tal idea está totalmente fuera del contexto actual, que no es misional, sino de defensa. El sentido de hetoimasía en este contexto es de «preparación», sí, pero no para salir a misionar, sino como «condición para pisar suelo firme». Este calzado equivale, pues, a «las sandalias del soldado romano reforzadas con clavos» (Foulkes). Tenemos aquí, como hace notar Foulkes, la paradoja de que, aun en lo más recio del combate, el creyente cristiano puede gozar de paz interior (v. Jn. 16:33), por cuanto está seguro de la victoria que, con la gracia de Dios, va a conseguir en cada batalla.
(D) «Además de todo esto, tomad (analabóntes, el mismo verbo del v. 13, y también en aoristo ingresivo, aunque aquí está en participio; en el v. 13, está en imperativo) el escudo de la fe, con el cual podéis extinguir todos los dardos encendidos del maligno (es decir, del diablo)» (v. 16). Cuatro detalles son de notar aquí:
(a) El verbo usado para «tomar» significa literalmente «recoger» o «levantar del suelo». Esto expresa la iniciativa voluntaria del soldado cristiano en empuñar este escudo.
(b) El escudo que Pablo menciona no es el aspís o escudo pequeño, redondo, de unos 70 cm de diámetro, que usaban los soldados de a caballo, sino el thureós o escudo alargado, de más de un metro de largo, «que cubría desde la espinilla, a la altura de las rodillas, hasta la altura de los ojos» (Lenski).
(c) Pablo lo llama «el escudo de la fe», y entiende «fe» como firme adhesión a la verdad revelada, pues ésta es la fe que vence al mundo (1 Jn. 5:4). Esta firme adhesión a la verdad comporta igualmente una firme confianza en el poder de Dios (comp. con Lc. 8:49, 50). Dice Moule: «La verdadera salvaguardia en el día malo está siempre, no en la introspección, sino en esa mirada totalmente hacia fuera, hacia Dios, que es la esencia de la fe (v. Sal. 25:15)».
(d) El apóstol habla de «extinguir (con el escudo) los dardos encendidos del maligno», aunque el escudo no servía para apagar dardos, sino para hacer que cayesen al suelo. El sentido, pues, es que la fe torna inofensivos aun los más fuertes ataques del diablo.
(E) «Tomad (gr. déxasthe, recibid o aceptad, en imperativo de aoristo) el yelmo de salvación» (v. 17a). Lo primero que notamos aquí es que el verbo griego es muy distinto del usado en los versículos 13 y
16. Aquí significa «recibir» o «aceptar», porque tanto la salvación como la Palabra de Dios (yelmo y machete respectivamente) nos son otorgados como regalo de Dios, no nos los procuramos nosotros mismos. Llama «yelmo» a la salvación porque la seguridad de la salvación presente y futura (comp. con 1 Ts. 5:8) es la mejor protección para la cabeza, es decir, para que la mente del creyente no se vea jamás sacudida por tentaciones de duda y de inseguridad.
(F) El apóstol añade al yelmo (v. 17b) «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios». Ya dijimos que el término griego para «espada» es mákhaira, machete o daga. El mismo vocablo aparece en Hebreos 4:12, en sentido de bisturí que penetra hasta lo más profundo del hombre, a fin de ponerlo al descubierto y separar lo falso de lo verdadero, con lo que pueden extirparse mejor los tumores y restaurarse la salud espiritual de la persona (comp. con Is. 11:4; Os. 6:5). Aquí, dice Foulkes, «la idea es que la Palabra de Dios es un arma defensiva para la persona que la empuña. Podemos ver en las respuestas que Cristo dio al Tentador, cómo se debe manejar esta espada: recurrir a la Palabra de Dios. Se llama “la espada del Espíritu” porque es el Espíritu Santo quien nos provee de ella (v. 3:5; 2 Ti. 3:16; He. 3:7; 9:8; 10:5; 1 P. 1:11; 2 P. 1:21)». Dice Moule: «Él (el Espíritu) le pone (al creyente) la espada en la mano y le capacita para usarla».
3. Todas estas armas resultarían ineficaces para resistir al enemigo de las almas si no fuese por la ayuda decisiva que les presta la oración (vv. 18–20), por lo que el apóstol, tras de presentar todas las piezas de la armadura de Dios, describe el papel de la oración en esta lucha mediante la conexión con que comienza el versículo 18: «por medio de toda oración, etc.»… Aunque la oración no es un arma más de la panoplia del cristiano, aparece en séptimo lugar como el espigón de la menorah o candelabro de oro que, con los otros seis brazos, hacía que fuesen siete las lámparas que alumbraban delante de Jehová (comp. con Is. 11:1, 2). Para entender el papel de la oración en esta lucha, no hace falta echar mano de ninguna ilustración humana, sino acudir a Éxodo 17:8–16, donde vemos que la gran batalla contra Amalec no se ganó con el número ni por la fuerza de los ejércitos de Israel, sino por la intercesión de Moisés en la cumbre del collado de Refidim. Véase también Zacarías 4:6b: «No con la fuerza, ni con el poder, sino sólo con mi Espíritu, dice Jehová de las huestes». Estos versículos 18–20 del capítulo final de Efesios merecen un análisis especial.
(A) Veamos primero su versión literal: «Mediante toda oración y petición orando en todo tiempo en el Espíritu, y estando en vela para ello con toda perseverancia y petición por (gr. perí, acerca de) todos los santos, y por (hupér, a favor de) mí, a fin de que me sea dada palabra (gr. lógos) en el abrir de mi boca, para dar a conocer con denuedo (gr. parrhesía) el misterio del evangelio, por (gr. hupér) el cual actúo como embajador en cadenas, para que en ello (esto es, en el desempeño de tal función) me exprese con franqueza (libertad y denuedo) como es menester que yo hable».
(B) No puede menos de impresionar a cualquier lector atento ese cuádruple «toda», «todo», «toda»,
«todos», que vemos en el versículo 18. La importancia de la oración queda bien manifiesta ahí en:
(a) La universalidad en las formas de oración: «mediante toda clase de oración (ahí se incluyen la oración de alabanza y de acción de gracias, conforme a 5:19, 20) y de petición» (la cual, tanto por nosotros mismos como por otros, ocupa un segundo lugar).
(b) La universalidad en los tiempos de oración: «en todo tiempo». El griego kairós, oportunidad u ocasión (el mismo vocablo de 1:10; 5:16), da a entender, como observa Foulkes, «que todo incidente de la vida debe ser tratado en la oración».
(c) La universalidad en los lugares de oración queda expresada suficientemente con la frase «en el Espíritu» (comp. con Ro. 8:26 y ss.), pues nos recuerda lo que dijo el Señor a la samaritana junto al pozo de Jacob (Jn. 4:21–24).
(d) La totalidad en la constancia con que se ha de velar en oración: «estando en vela para ello con toda perseverancia y petición». El verbo griego agrupnéo, que aquí usa el apóstol, ocurre también en Mateo 13:33; Lucas 21:36 y Hebreos 13:17, siempre en sentido de velar. Su etimología es muy curiosa, pues está formado por el verbo agréo, cazar, y húpnos, sueño, con lo que se expresa gráficamente el esfuerzo que el pastor realiza a fin de no dormirse, ya que el sueño del pastor suele resultar en tragedia para las ovejas. No es tan fuerte como su sinónimo gregoréo, vigilar con esfuerzo, pero es muy expresivo. Esta vigilancia insomne es la que Pablo recomienda en la oración y súplica.
(e) La universalidad de los beneficiarios de la oración (vv. 18b, 19a): «por todos los santos; y por mí
…», dice. Los «santos», como en otros lugares de esta misma epístola (1:1, 15, 18; 2:19; 3:8, 18; 4:12; 5:3), son los fieles cristianos. El apóstol no se tiene a sí mismo por autosuficiente; por eso, pide también oraciones por él mismo; tanto más cuanto que la misión que se le había confiado requería un denuedo especial.
(C) Mucho denuedo necesitaba el apóstol para proclamar el misterio del Evangelio, que, como en 3:4, es «el misterio de Cristo», según puede comprobarse por el lugar paralelo en Colosenses 4:3. El «abrir de la boca» es una expresión que pone de relieve la importancia y solemnidad de lo que se va a decir. Por eso, lo que directamente requiere que se pida para él es «que le sea dada palabra», no sólo «expresión» (gr. rhéma. V. el v. 17 al final), sino «mensaje» (gr. lógos). Una clara indicación de la importancia que Pablo daba al denuedo, la libertad y franqueza (sin compromisos ni medias tintas) en la proclamación del Evangelio, es que, tras de pedir oración a fin de que le sea dada palabra para dar a conocer con denuedo, etc. (v. 19b), vuelve a pedir oraciones a fin de que en el desempeño de su embajada se exprese con denuedo como es menester que él hable (v. 20b).
(D) Finalmente, no debe pasarse por alto la paradoja «embajador en cadenas» (v. 20a), que tan brillantemente comenta W. Hendriksen del modo siguiente: «¡Qué paradoja! ¿No se supone que un embajador esté en situación de libertad? Pero aquí tenemos un representante oficial de Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, ¡y este embajador está encadenado!»
Versículos 21–24
El apóstol termina la carta con un pequeño mensaje y la bendición final. 1. El pequeño epílogo de los versículos 21 y 22 se halla, casi a la letra, en Colosenses 4:7, 8 (donde veremos las variantes). En Él comunica Pablo a los creyentes de la región efesina que Tíquico, el portador de la carta, les hará saber los asuntos del apóstol y lo que está llevando a cabo (gr. prásso, hacer concreto,—el verbo está en presente de indicativo—). Llama a Tíquico (v. 21b) «el amado hermano y fiel ministro (gr. diákonos) en el Señor», frase con que se expresa la vital relación con Jesucristo en el ministerio y en toda la conducta. Con las noticias que Tíquico les llevará, quedarán consolados los corazones de los efesios (v. 22b). Para más información de este Tíquico, véanse Hechos 20:4; Colosenses 4:7; 2 Timoteo 4:12 y Tito 3:12.
2. La bendición final difiere mucho de la brevísima que hallamos en Colosenses 4:18b. Dice así literalmente (vv. 23, 24): «Paz a los hermanos y amor con fe (gr. metá písteos, acompañado de fe), de parte de (gr. apó, como lugar del que procede) Dios Padre y de(l) Señor Jesucristo. La gracia (sea) con todos los que aman (participio de presente) a nuestro Señor Jesucristo en incorrupción (esto es, con un amor que nunca se desvanece ni se altera)». El «Amén» que aparece en nuestras versiones no tiene base textual, y es añadidura de copista a fin de seguir la misma pauta, por ejemplo, de Gálatas 6:18b. Hendriksen hace notar que la relación entre las cualidades espirituales que Pablo menciona es mucho más rica de lo que la simple secuencia «gracia» + «fe» + «amor» + «paz» podría indicar. «Cada cualidad, dice, tan pronto como se halla presente, reacciona sobre las otras y las enriquece. Cuanto más ejercita alguien su fe en el Señor Jesucristo, tanto más también la obra de la gracia divina florece en su vida; y lo mismo ocurre con las demás. El amor ha sido descrito como el fruto de la fe, pero también enriquece a la fe, etc.». El apóstol termina su carta deseando a los fieles de la región efesina la gracia y la paz con que acompañó su saludo inicial (1:3).