El verdadero nombre de este profeta, conforme aparece en el hebreo, no es Hageo ni Ageo, sino Jaggay, y significa «festivo», quizás porque nació durante alguna festividad. Su profecía es breve, pero este pequeño libro, como la epístola de Pablo a Filemón, es como una deliciosa viñeta de religión práctica. Los años 587–586 a. de C. son los años en que la desgracia se cierne sobre Jerusalén, como estaba profetizado. Al tomar el rey Nabucodonosor represalias contra la rebelión de los reyes de Judá, la ciudad y el templo fueron destruidos por completo; la mayoría de la población fue deportada a Babilonia y el saqueo fue general; así quedó desolada la tierra hasta la también profetizada restauración (v. Jer., caps. 25 y 26).
El año 539 a. de C., Ciro II de Persia se apoderó de Babilonia y, después de consolidar su poder, tomó sabias decisiones acerca de los pueblos de su dominio y, entre otras cosas, dio un edicto (año 538 a. de C.) para reedificar el templo de Jerusalén. En 537 comenzaron las obras del templo. Ante la oposición de la compleja población que había quedado en el país durante la cautividad, gente que temía la restauración judía, las obras se retrasaron. Ciro murió en el campo de batalla el año 530. Su hijo Cambises—un tirano—pasó a través de Palestina para subyugar a Egipto y gravó a los judíos con pesados tributos, con lo que los empobreció más todavía. El año 522 murió Cambises y subió al trono persa Darío I (diferente del Darío del libro de Daniel), alto jefe del ejército y, además, de sangre real. Su padre era Histaspes, uno de los sátrapas del imperio persa, por lo que a Darío I se le llama Darío Histaspes. Su reinado fue bastante largo (522–486 a. de C.). Aquí es donde se sitúa la profecía de Hageo.
División. Este pequeño libro contiene cinco profecías, bien distintas y fechadas en el propio texto:
I. Apelación de Hageo a recomenzar la edificación del templo (1:1–11). Fecha: 29 de agosto del 520.
II. Respuesta de los líderes y del pueblo a dicha apelación, y un breve mensaje de aliento (1:12–15). Fecha: 21 de septiembre del mismo año 520.
III. Otro mensaje de aliento, dentro de un contexto del propósito universal de Dios (2:1–9). Fecha: 17 de octubre del mismo año.
IV. Mensaje de promesa, dentro de un contexto del favor inmerecido de Dios (2:10–19). Fecha: 18 de diciembre del mismo año.
V. Mensaje personal a Zorobabel (2:20–23). Fecha: La misma del 18 de diciembre del 520.
Como ya hemos visto en la división del libro, este capítulo se divide en dos partes: I. Apelación del profeta, en nombre de Dios, a que se comiencen las obras de reedificación del templo de Jerusalén (vv. 1– 11). II. Respuesta de los líderes del pueblo y del pueblo mismo a esta apelación de Hageo, y un breve mensaje de aliento al pueblo de parte de Jehová (vv. 12–15).
Versículos 1–11
1. Comienza la profecía de Hageo (v. 1) con una precisión de fechas y nombres que nos recuerdan la precisión de aquel gran historiador—el evangelista Lucas—, en Lucas 3:1. El primer día del mes sexto del año segundo del rey Darío Histaspes era, como dijimos anteriormente, el 29 de agosto del año 520 a. de C. Este primer mensaje de Dios, por medio de Hageo, iba dirigido a Zorobabel hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, el jefe político, descendiente del último rey de Judá, Joaquín (llamado también Jeconías y Conías), y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, el jefe religioso, descendiente de Sadoc, el cual quedó como único sumo sacerdote en tiempo de Salomón.
2. Junto a esta precisión de fechas y nombres de los nuevos jefes de Israel, destaca la sobriedad máxima en cuanto a la propia persona del profeta (v. 1b, «por medio del profeta Hageo»—¡sin más!). Dice Buck: «El Antiguo Testamento menciona a Ageo únicamente en este libro y en Esdras 5:1 y 6:14. Nada se sabe de su vida personal. No se menciona el nombre de su padre, como se hace en el caso de Isaías, Jeremías y otros profetas. Tampoco se indica el lugar donde nació y vivió, lo que se indica en el caso de Amós y Jeremías». De 2:3 deducen algunos que Hageo conoció el primer templo. Si fuese cierta esta deducción, Hageo habría de ser muy anciano cuando recibió y comunicó estos mensajes de Dios a Su pueblo.
3. Siguen las preguntas: ¿Era Hageo uno de los recién venidos del exilio en Babilonia? ¿Era uno de los que se habían quedado en el país y había observado la pérdida de entusiasmo del pueblo y la desmoralización producida por la invasión de Cambises? Lo cierto es que tanto él como su coetáneo Zacarías (v. Zac. 1:1) fueron investidos del espíritu de profecía para declarar la deplorable condición de la nación. Sus mensajes son de reprensión, exhortación y aliento. El denominador común, por decirlo así, de sus mensajes es el siguiente: La sanación de los males del pueblo estaba en manos de Yahweh, supremo rector del Universo y de la Historia (1:11; 2:6, 7). Dios está cerca, accesible a todo ser humano que le busca (2:4, 19).
4. Dios había provisto a Israel (v. 1b) de dos buenos líderes: Zorobabel (hebr. zerubbabel, que significa «nativo de Babilonia»), que era descendiente de David, por Jeconías, como hemos dicho (v. comentario a Jer. 22:30), y Josué (hebr. yeoshúa, que significa «Yahweh salvará», y es el mismo nombre que Jesús en el idioma hebreo). Como provechosa observación, diremos que Hageo y Zacarías, su coetáneo, se complementan muy bien: Hageo es sencillo, práctico y directo; Zacarías es un vidente y buen poeta, capaz de levantar los ánimos (v. Zac. 1:14–16; 2:8).
5. En los versículos 2 y 4, Hageo contrasta dos hechos lamentables, triste resultado de un egoísmo autodefensivo ante una economía deteriorada. El profeta ve en esta pasividad de 18 años la causa, más bien que el efecto, del bajo estado moral de la población. Por eso, ataca a la raíz: un celo religioso activo les llevará a un reavivamiento nacional. Nótese que (v. 2) «no decían que no iban a reedificar el Templo, sino: No ha llegado aún el tiempo» (Henry). Es precisamente de esa frase del versículo 2 de donde toma pie el Señor para decirles (v. 4): «¿Es para vosotros tiempo de habitar en vuestras casas artesonadas mientras esta casa está en ruinas?» Como si dijese: «No tenéis tiempo para edificar mi templo, pero tenéis abundante tiempo para construiros casas lujosas». Dice Buck: «Ellos se habían construido casas con relativo lujo, al utilizar tal vez las maderas de cedro que habían sido importadas desde el Líbano para la construcción del templo (cf. Esd. 3:7), pero la ruina y desolación de la casa del Señor no les preocupaba en manera alguna». Esta justa recriminación de Dios a Su pueblo debería ser tenida muy en cuenta por muchos creyentes cuya opulencia material y «tren de vida» contrastan con frecuencia con la penuria económica de su iglesia como congregación y aun de los pastores de la misma.
6. Los versículos 7 y 8 muestran que el remedio para estos males estaba en las manos de ellos, no en otras fuerzas fuera del control de ellos. Un mensaje complementario de éste puede verse en Isaías 55:1–3. Todo ello se halla compendiado, en fin de cuentas, en Mateo 6:33. La frase última del versículo 6 es sumamente expresiva en el original, pues dice literalmente: «Y el que se alquila (como jornalero), se vende a sí mismo por un saco de agujeros», es decir, está desgastándose a favor de otro, para recibir un salario que se gasta tan pronto como se recibe. Como lo dice Henry: «Todo está tan escaso y tan caro, que gastan el dinero tan deprisa como lo cobran». Con base en dicho versículo 6 (al final), hay quienes deducen que el texto se refiere a moneda acuñada (comp. con Zac. 11:12). Quizá no se refiera a ella, aunque es cierto que Darío la introdujo en Persia, pero sí que es una referencia cierta, y vívida, a la inflación monetaria existente, causada posiblemente por la rapiña de las tropas de Cambises, así como por las desfavorables condiciones meteorológicas (v. 2:16, 17).
7. Un economista moderno se reiría de la sugerencia de Hageo de arreglar la situación mediante la improductiva reedificación del templo, pero esta objeción fue ya contestada cuando, poco después, Darío autorizó una ayuda financiera del tesoro real para el proyecto de reedificación (v. Esd. 6:8, 9), lo cual constituyó una inyección notable, oportuna y estimulante. El versículo 8 no quiere decir que la estructura exterior del templo hubiese de ser de madera, sino que algunos muros estaban ya listos para ponerles las vigas y que, además, la piedra para proseguir la construcción estaba al alcance de la mano en las ruinas circundantes.
Versículos 12–15
Como la respuesta del pueblo (nótese la frase final del versículo 12: «y temió el pueblo delante de Yahweh») fue pronta, Dios ofrece Su presencia y Su ayuda («Yo estoy con vosotros, dice Yahweh»—v. 13, al final—). El profeta contempla el renovado celo del pueblo (v. 14) como fruto de la iniciativa divina (otra constante bíblica que se repite a lo largo del Antiguo Testamento tanto como del Nuevo—v., por ej., Ef. 2:8–10; Fil. 2:12, 13—). En esto tiene aplicación la tan conocida máxima de Agustín de Hipona:
«Novum Testamentum in Vétere latet; Vetus Testamentum in Novo patet»: «El Nuevo Testamento late oculto en el Viejo; el Viejo Testamento está patente, al descubierto, en el Nuevo».
En este capítulo tenemos los tres mensajes restantes de la profecía de Hageo: I. Un mensaje de aliento, a pesar de que el nuevo templo no tenía la suntuosidad del de Salomón (vv. 1–9). II. Un mensaje de promesa de que, con la reconstrucción del templo, vendrá también la abundancia de bienes materiales (vv. 10–19). III. Un mensaje personal para Zorobabel, lleno de consuelo para este fiel gobernante de Israel (vv. 12–15).
Versículos 1–9
1. Casi un mes más tarde, a partir del segundo mensaje del profeta, Hageo se hace oír de nuevo de parte de Dios. El entusiasmo se había enfriado. Los problemas de los propios trabajadores, y las voces de los más ancianos, que habían podido conocer en su infancia el templo salomónico, sembraron entre el pueblo la depresión espiritual. Quizá se añadió a todo esto la frecuente idealización del pasado, es decir, aquello de «todo tiempo pasado fue mejor». «¡Qué comparación!»—dirían los más ancianos—. Dice M. Henry: «Es a veces un defecto de los viejos hacer perder el ánimo en cuanto a los servicios del tiempo presente, al exagerar las bondades y éxitos del tiempo pasado. Como dice Eclesiastés 7:10: Nunca digas:
¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que éstos? Porque nunca de esto preguntaron con sabiduría».
2. Pero Yahweh está siempre cerca de las dudas y debilidades de los Suyos: les anima recordándoles el pasado (v. 5—¡siempre el Éxodo!—) y anunciándoles un futuro lleno de gloria, cuando el Mesías, Señor de todo, viniese al templo (v. 7). Más allá de un primer nivel (comp. con Mt. 24:1, 2) está el templo escatológico. No se refiere, pues, al espléndido (hasta la extravagancia) templo de Herodes el Grande (v. Jn. 2:20). Las frases de 5b (comp. con Is. 63:11), así como las del versículo 6 y 7a (comp. con el v. 22), llevan marca apocalíptica. Dice Ryrie: «El objetivo de estas palabras apunta a un cumplimiento todavía futuro, al tiempo de la segunda venida de Cristo».
3. Nótese la insistencia de Hageo en el epíteto Yahweh de las huestes, y el título mesiánico «el Deseado de todas las naciones» (v. 7b y c) o, como dice Feinberg, «el anhelo de todas las naciones por un Libertador». Para otros, el sentido obvio de la frase es que «el Mesías es el único que satisface». En cuanto a la fase final del versículo 9: «y daré paz en este lugar, dice Yahweh de las huestes», el vocablo paz (hebr. shalom) tiene aquí todo su elevado tono de total prosperidad, como suele, en general, ser el verdadero sentido del vocablo hebreo, de la raíz shalam, que significa siempre algo completo en sí.
Versículos 10–19
1. Han pasado otros dos meses. Nos hallamos ahora con el más difícil rompecabezas de toda esta profecía. ¿A qué vienen todas esas preguntas de los versículos 10–14? Se han dado varias soluciones. Descartaremos las soluciones liberales y modernistas: corrupción del texto, etc. Hay quienes interpretan dichas preguntas como referidas a los matrimonios mixtos, según vemos en Esdras 9:1–3; Nehemías 13:23–31. Pero eso sería ahora un anacronismo, pues lo que leemos en Esdras y Nehemías ocurrió mucho después. Otros han llegado a llamar esta profecía «la fecha de nacimiento del judaísmo», y tachan al profeta Hageo de ser «el padre del exclusivismo judaico». Tales afirmaciones equivalen a negar el origen, la autoridad y la inspiración de carácter divino de esta profecía.
Lo más probable y, también, lo más congruente con la mentalidad profética de Hageo es interpretar el vocablo «inmundo» por toda actitud perezosa y egoísta, sin objetivo moral ni espiritual, como se ve por 1:4–11. De este modo, las alusiones al culto son vivas ilustraciones y lecciones prácticas, útiles para el objetivo general de Hageo (¡la solución está en el versículo 14!). No se pierda de vista que, en la presencia de Dios, no hacer el bien que se debe hacer es tan malo como hacer el mal que no se debe hacer (v. por ej., Mt. 25:31–46; Stg. 4:17). Dice Ryrie sobre las preguntas de los versículos 12 y 13: «La intención de estas dos preguntas es: la santificación o limpieza no se puede transferir, pero la contaminación sí, del mismo modo que la salud no es contagiosa, pero lo puede ser la enfermedad. La desobediencia del pueblo era como un cadáver en medio de ellos, contaminando a todos ellos (v. 14)».
2. En los versículos 15–19, el profeta, de parte de Dios, les hace notar que, durante el tiempo anterior al comienzo de la reconstrucción del templo («antes que pusieran piedra sobre piedra …»—v. 15b—), habían padecido escasez. ¿A qué se debía esa escasez, sino a la negligencia de ellos? ¿Cómo podían esperar bendición, cuando no se preocupaban en lo mínimo de la casa de Dios? Pero desde entonces en adelante («desde el día que se echó el cimiento del templo …»—v. 18—) la cosa iba a cambiar: Dios les iba a bendecir.
Por cierto, el original no tiene el adverbio «no» al comienzo del versículo 19. Hay que tener en cuenta también que nos hallamos en el 18 de diciembre (del año 520 a. de C.). Para esas fechas, la simiente estaba dentro de la tierra, no en los graneros. El versículo 19 ha de leerse como aparece en la Biblia de las Américas: «¿Está todavía la semilla en el granero? Todavía la vid, la higuera, el granado y el olivo no han dado (fruto); (pero) desde hoy yo (os) bendeciré». Las referencias que aparecen en nuestras versiones a Esdras 3:10; 4:24 podrían sugerir que aquello de echar los cimientos (v. 18b) se remontase incluso al año 537 a. de C.; en este caso, empalmaría con el capítulo 1, pero es mucho más probable que se refiera al recomienzo de las obras hasta ahora abandonadas.
Versículos 20–23
1. Esta profecía va dirigida personalmente a Zorobabel y tiene un tono claramente escatológico, habida cuenta de que Zorobabel era un príncipe de sangre real, de la línea de David, escogido personalmente, pues era sobrino, no hijo, de Sealtiel (v. 1 Cr. 3:16–19). El versículo 21, «Yo haré temblar (o estremecerse) los cielos y la tierra», es una expresión proverbial, que designa la fundación de una nueva era, con la construcción de un nuevo templo. Cuando tiemble el Universo y caigan abatidas las naciones de la tierra, el siervo de Dios permanecerá firme y seguro como anillo de sellar (v. 23) en la mano de Dios. Esto aviva la fe y la confianza en Dios, en medio del derrumbamiento de los mundos (comp. con Hab. 3:17–19).
2. Para el cristiano, el final, tanto de Habacuc (aproximación del colapso económico) como de Hageo (aproximación del colapso político), se combina y apunta a un solo hombre: el Gran Escogido de Dios, Dios mismo, manifestado en carne. Nótese también que con la expresión «anillo de sellar» (símbolo del poder ejecutivo—el Espíritu Santo, Ef. 1:13; 4:30—, ya que era la impresión del sello real en los documentos lo que les daba autoridad) Dios exime a Zorobabel—¡a título personal!—de la maldición pronunciada contra su abuelo Jeconías (v. Jer. 22:24, 30). Así viene a ser tipo del Gran «Siervo de Yahweh» de las profecías, especialmente de la profecía de Isaías. Dice Buck: «Y no solamente Ageo, sino también muchos del pueblo habían de tener de su persona (de Zorobabel) las más altas esperanzas. Es inverosímil suponer que identificaran a Zorobabel con el Mesías, pero, ciertamente, le consideraron como su predecesor y figura. No se sabe cuánto tiempo duró su gobierno. Se ha expresado la opinión de que, a causa de las esperanzas mesiánicas que giraban en torno a su persona, fue sustituido muy pronto, tal vez ya en la reorganización del imperio, bajo Darío I. Su nombre, en todo caso, se menciona en las genealogías de Marcos 1:12, 13 y Lucas 3:27 como el gran anillo de la cadena dinástica, que había de terminar en la persona del Mesías».