El cuarto libro del Pentateuco, y de la Biblia, lleva este título por la repetida mención que en él se hace del número de los hijos de Israel. La mayor parte de este libro está dedicada a narrar las vicisitudes de los israelitas en su vagar por el desierto de una parte a otra desde el pie del monte Sinaí hasta que, treinta y ocho años más tarde, estuvieron para entrar en la Tierra Prometida. Es una mezcla de episodios históricos y de leyes, que muestran la fidelidad de Dios al proteger a su pueblo en los momentos de apuro, así como la severidad de los juicios divinos contra la rebelión y la apostasía.
Dios manda a Moisés hacer el recuento de todos los varones de veinte años para arriba, es decir, todos los hombres en edad militar, por tribus, familias y cabezas; lo cual era muy conveniente, ya que aquel numeroso pueblo (603.550 varones mayores de 20 años) iba a emprender su errabundo caminar por el desierto.
Versículos 1–16
I. Dios encarga aquí a Moisés la comisión de censar al pueblo de Israel. Siglos después, David pagó muy caro hacer esto mismo sin haber recibido para ello ninguna comisión de parte de Dios.
1. La fecha de esta comisión (v. 1). (A) El lugar: Se da en la corte de Dios, en el desierto de Sinaí, desde su palacio real, en el tabernáculo de reunión. (B) El tiempo: en el segundo año de su salida de la tierra de Egipto; podríamos llamarlo el segundo año de su reinado. Las leyes del Levítico fueron dadas en el primer mes de ese año; estas otras órdenes fueron dadas al comienzo del segundo mes.
2. Las órdenes dadas para su ejecución (vv. 2–3). (A) Sólo habían de ser contados los varones; y, de ellos, sólo los que fuesen aptos para la guerra. (B) No habían de entrar en el recuento quienes por la edad, debilidad corporal, ceguera, cojera o cualquier enfermedad crónica, no fuesen aptos para la milicia. (C) El recuento había de hacerse por sus familias, para saber, no sólo cuántos eran y cómo se llamaban, sino de qué tribu y familia e, incluso, por las casas de sus padres. En términos militares, podríamos decir que para saber a qué regimiento, batallón, compañía, etc., pertenecía cada uno, a fin de que ellos supieran el lugar que les correspondía, y el gobierno supiese dónde encontrarles. Ya se había hecho el recuento seis meses antes (Éx. 38:25–26), cuando el censo se hizo para que cada uno pagase la cuota correspondiente para el servicio del tabernáculo. Pero parece ser que entonces no fueron censados por las casas de sus padres, como se hace ahora.
3. Se comisiona a varias personas para la ejecución de este trabajo. Moisés y Aarón habían de presidir la operación (v. 3), y habían de asistirles en ello un hombre por cada tribu, cada uno jefe de la casa de sus padres y, por tanto, que fuese de renombre en la tribu respectiva y se pudiese suponer que la conocía bien.
II. ¿Por qué se ordenó hacer este recuento y dejarlo consignado por escrito? Por varias razones. 1. Para mostrar el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham, de que Dios multiplicaría su descendencia extraordinariamente (Gn. 13:16), promesa que fue renovada a Jacob (Gn. 28:14). 2. Para insinuar el cuidado singular con que Dios mismo iba a guiar y proteger a su pueblo Israel. Dios es llamado el Pastor de Israel (Sal. 80:1). Ahora bien, los pastores siempre llevan la cuenta del número de sus ovejas y las entregan a sus subalternos dándoles cuenta de dicho número, a fin de que sepan cuándo les falta alguna; de un modo semejante, lleva Dios la cuenta de los suyos. 3. Para establecer diferencia entre los genuinos israelitas y la gran multitud de toda clase de gentes que había entre ellos; sólo se hizo recuento de los israelitas. 4. Para su mejor distribución en distintos grupos o distritos, a fin de facilitar la administración de la justicia y organizar la marcha a través del desierto.
Versículos 17–43
Rápida ejecución de las órdenes dadas para el recuento del pueblo. Se comenzó el mismo día que había sido ordenado: El día primero del mes segundo (v. 18, comp. con v. 1).
Sobre los detalles aquí registrados, podemos observar: 1. Que los números están registrados en palabras, no en cifras, en cada tribu se repite, para dar más ceremonia y solemnidad al recuento, que fueron contados por su descendencia, por sus familias, según las casas de sus padres, conforme a la cuenta de sus nombres. Así, cada uno podía conocer quiénes eran sus parientes próximos, dato importante para el cumplimiento de algunas leyes que ya hemos visto. 2. Que todos los números terminan en centenas, excepto Gad que acaba en cincuenta (v. 25); ninguna cuenta desciende a unidades ni decenas. 3. Que Judá es la tribu más numerosa de todas, más del doble que la de Benjamín y que la de Manasés, y casi 12.000 más que ninguna otra tribu (v. 27). Era a Judá a quien sus hermanos habían de alabar (Gn.
49:8), porque de él había de descender el Mesías, a quien le estaría reservado el cetro. Judá era la tribu que había de ocupar la vanguardia en la marcha por el desierto y, por eso, estaba equipada de mayor fuerza que cualquier otra tribu.
Versículos 44–46
Resultado de la suma total al final del recuento; como ya hemos dicho, eran 603.550 varones hábiles para la guerra. Hay quienes piensan que, al hacer el recuento seis meses antes (Éx. 38:26) los levitas fueron contados con ellos, pero ahora que la tribu había sido separada para el servicio de Dios, había ya otros tantos que tenían cumplidos los veinte años, hasta el punto de permanecer todavía, sin contar los levitas, el mismo número, lo que mostraría, llevado al sentido espiritual, que, por mucho que sea aquello de lo que nos desprendamos para entregarlo al Señor, consagrándolo a su honor y servicio, siempre obtendremos de Dios una cumplida compensación. Otros sugieren, con mucha más probabilidad, que el recuento registrado en Éxodo 38:26 es el mismo de aquí. La tribu de Leví, con 22.000 varones de un mes arriba (3:39), no figuran en la cuenta, porque, como dice un escritor judío, «ellos constituían la Legión del Rey Divino y, por ello, merecían disfrutar de la distinción de un censo aparte».
Versículos 47–54
Con sumo cuidado se distingue aquí a la tribu de Leví del resto de las tribus, pues dicha tribu ya se había distinguido a sí misma en el episodio del becerro de oro (Éx. 32:26). Nótese que Dios premia con singulares honores los servicios singulares.
I. Fueron los levitas quienes tuvieron el honor de ser hechos los custodios de las cosas espirituales; a ellos fue encomendado el cuidado del tabernáculo y de sus tesoros, tanto cuando acampaban como cuando marchaban. 1. Cuando se trasladaban de un lugar a otro, eran los levitas quienes desmontaban el tabernáculo y lo transportaban con todas las pertenencias del mismo, y ellos eran también quienes lo montaban de nuevo en el lugar designado (vv. 50–51). En honor de las cosas santas, a nadie le estaba permitido verlas ni tocarlas, sino sólo a los que habían sido llamados por Dios para su servicio. 2. Cuando se detenían en algún lugar, los levitas habían de acampar alrededor del tabernáculo (vv. 50, 53), para que estuviesen cerca de su trabajo, atentos a su cometido peculiar, siempre prestos para el servicio y para ser guardianes del tabernáculo, a fin de preservarlo del pillaje o de la profanación.
II. Un nuevo honor era para los levitas el que, así como Israel, siendo una nación santa, no era contada entre las naciones así también ellos, al ser una tribu santa, no eran contados entre los demás israelitas, sino en censo aparte (v. 49).
En este capítulo, tenemos la disposición de las tribus de Israel en el campamento, según orden del mismo Dios.
Versículos 1–2
Dios señala en general el modo como las tribus de Israel habían de acampar cuando se detenían y de marchar cuando se trasladaban. 1. Todos moraban en tiendas de campaña y, cuando se ponían en marcha, todos ellos transportaban consigo sus tiendas. 2. Los de cada tribu habían de acampar juntos, cada uno junto a su bandera (v. 2). Quienes son parientes por lazos de sangre deben tratarse y ayudarse en la medida de lo posible y los lazos de la sangre deben mejorarse y sublimarse para fortalecer los lazos de la comunión cristiana. 3. Cada uno debe conocer su puesto y echar raíces en él. 4. Cada tribu tenía su bandera, estandarte o enseña, y parece ser que cada familia tenía alguna enseña particular de su casa paterna. No se sabe con certeza cómo se distinguían entre sí estos estandartes. Hay quienes opinan que el
estandartae de cada tribu era del mismo color que la piedra preciosa en que estaba inscrito el nombre de la tribu respectiva en el efod del sumo sacerdote. Según el Talmud, en la enseña de cada tribu figuraba un emblema pictórico; así, en la de Judá figuraba un león; en la de Rubén, un hombre; en la de José (Efraín), un buey; y en la de Dan, un águila, con lo que los animales de la visión de Ezequiel corresponderían a los de estas enseñas. 5. Habían de acampar en torno al tabernáculo, el cual había de estar en medio de ellos, lo que simbolizaba la unidad del pueblo en torno a la presencia de su Dios, de la misma manera que la tienda o pabellón del general en jefe en medio de su ejército. De este modo, podían custodiar y defender el tabernáculo y a los levitas desde los cuatro puntos cardinales. 6. Sin embargo, debían acampar a cierta distancia del tabernáculo, por reverencia al santuario. Se supone (por Jos. 3:4) que la distancia entre la parte más cercana del campamento y el tabernáculo era de unos 850 metros.
Versículos 3–34
Distribución en detalle de las doce tribus en cuatro escuadrones, de tres tribus cada uno; una de las tribus estaba al frente de las otras dos como guía. 1. Dios mismo les señaló su sitio, para evitar la contienda y la envidia entre ellas. Si Dios, en los planes de su sabia providencia, levanta a otros por encima de nosotros debemos estar contentos con el puesto que nos asigne y con el modo como lo haga, tanto como lo estaban las distintas tribus de Israel con el sitio que Dios mismo les asignó. Y si el lugar queda a nuestra elección, debemos seguir la norma que nuestro Salvador nos dio en Lucas 14:8: No te sientes en el primer lugar; y también en Mateo 20:27: El que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo (lit. esclavo). Los que son los más humildes y serviciales, son en realidad los más honorables. 2. Cada tribu tenía un jefe o capitán, a quien Dios mismo había nombrado, y que era el mismo que había sido designado para hacer el recuento de la tribu respectiva (1:5). La mayoría de ellos tenían nombres en cuya composición entraba el vocablo El = Dios; Natanael, Dios ha dado; Eliab, mi Dios es Padre, Elisur, mi Dios es roca; Selumiel, en paz con Dios (mi paz es Dios o mi amigo es Dios); Eliasaf, Dios ha añadido; Elisamá, mi Dios ha oído; Gamaliel, Dios es mi recompensa; Pagiel, mi suerte (lote) es Dios. 3. Bajo cada bandera estaban las tribus más afines entre sí: Judá, Isacar y Zabulón eran los tres hijos más jóvenes de Lea y, por eso, estaban juntos los tres. Isacar y Zabulón no sentirían repugnancia de estar bajo Judá, pues eran más jóvenes que él. Rubén y Simeón no habrían estado a gusto en el puesto de ellos. Por consiguiente, Rubén, el hijo mayor de Jacob, es puesto como jefe del siguiente escuadrón; sin duda que Simeón, más joven que él, no tendría inconveniente en estar bajo él, y Gad, el hijo de Zilpa, la sierva de Lea, les hace compañía en lugar de Leví. Efraín, Manasés y Benjamín son los tres descendientes de Raquel. Dan, el hijo mayor de Bilha, está a la cabeza de otras tribus, a pesar de ser hijo de una concubina, para dar mayor honor a la que había hasta entonces carecido de hijos; y como Dan significa juicio, de él dijo Jacob: Dan juzgará a su pueblo (Gn. 49:16); a él le fueron añadidos los dos hijos menores de las concubinas. Así de preciso fue el orden en que las tribus fueron colocadas. 4. La tribu de Judá estaba en el primer puesto de honor, acampada mirando al sol naciente y ocupando la vanguardia en las marchas, no sólo por ser la tribu más numerosa, sino principalmente porque de esta tribu había de surgir el Mesías. Judá fue el primero de los hijos de Jacob que recibió bendición de su moribundo padre. Al ser, pues, el primero en la bendición, aunque no en el nacimiento, es puesto el primero, para enseñar a los hijos el aprecio que han de tener a las bendiciones paternas y la diligencia con que han de procurar agradarles. 5. La tribu de Leví acampaba la más cercana al tabernáculo y en torno de él dentro del resto de las tribus (v. 17). Ellos debían defender el santuario así como el resto de las tribus debían defenderlos a ellos. Los poderes civiles deben proteger los intereses religiosos de una nación para que exista completa libertad en la proclamación del Evangelio y en la enseñanza de la Palabra de Dios. 6. El campamento de Dan, aunque situado al lado izquierdo cuando acampaban, tenía orden de marchar a la retaguardia cuando se trasladaban de una parte a otra (v. 31). Siendo la tribu más numerosa después de la de Judá, se le asignaba un lugar que, después del de la vanguardia, requería la mayor fuerza.
Este capítulo y el siguiente detallan los deberes de los levitas, tribu aparte de las demás, y las tareas de los tres clanes de la tribu.
Versículos 1–13
I. La familia de Aarón es confirmada en el oficio sacerdotal (v. 10). Ya habían sido llamados anteriormente a este oficio y consagrados para él; aquí se les instituye para ejercer su sacerdocio. El Apóstol alude a esto cuando dice de los dones: Si de servicio, en servir (Ro. 12:7). El oficio del ministerio requiere constante asistencia y gran diligencia; tiene tantas y tan variadas oportunidades y, a la vez, son tan pasajeras las ocasiones favorables, que es preciso estar alerta para aprovecharlas. El extraño que se acerque, morirá (v. 10); lo cual prohíbe a cualquier persona entremeterse en el oficio sacerdotal, nadie debe acercarse a ministrar, sino sólo Aarón y sus hijos; todos los demás son extraños. Esto impone a los sacerdotes como guardianes de la casa de Dios la responsabilidad de cuidar que no se acerque nadie a quien le esté prohibido por la ley.
II. Se nos refieren los nombres de los hijos de Aarón, que ya se han mencionado anteriormente. Los dos más jóvenes, Eleazar e Itamar, ejercieron el sacerdocio delante de Aarón su padre (v. 4). Se mantuvieron bajo la mirada de su padre, y recibieron de él instrucciones en todo lo que hacían porque probablemente Nadab y Biú estaban fuera de la vigilancia de su padre cuando ofrecieron fuego extraño.
III. Se hace concesión a los levitas de asistir a los sacerdotes en su trabajo: Darás los levitas a Aarón y a sus hijos (v. 9). Aarón había de tener sobre los hombres de la tribu de Leví mucha más autoridad y mayor poder que los que tenían los demás jefes sobre sus tribus respectivas. 1. El servicio al que estaban destinados los levitas: Servir al sumo sacerdote Aarón y desempeñar el encargo que éste les hiciese (vv. 6–7). Los levitas mataban las víctimas para el sacrificio, y así los sacerdotes sólo necesitaban rociar la sangre y quemar la gordura, en lo cual, juntamente con el resto del aderezo de las víctimas, consistía la inmolación y la oblación del sacrificio. Esto reviste enorme importancia para entender la obra de nuestro gran Sumo Sacerdote, Jesucristo, quien, siendo la víctima de su propio sacrificio, no se mató a sí mismo pero se inmoló a sí mismo, derramando voluntariamente toda su sangre en la Cruz. En cuanto a los perfumes, los levitas preparaban el incienso, y los sacerdotes lo quemaban. Los levitas tenían que desempeñar el encargo, no sólo de Aarón, sino también de toda la congregación. 2. La razón por la cual los levitas servían en el tabernáculo: eran tomados en lugar de todos los primogénitos (v. 12).
Versículos 14–39
Al ser concedidos los levitas a Aarón para que le sirviesen, se le dan con sus propios nombres, para que sepa quiénes tiene y cómo emplearlos de acuerdo con las aptitudes de cada uno.
I. Norma por la que eran contados: Todos los varones de un mes arriba (v. 15). En las demás tribus eran contados de veinte años para arriba, y de ellos, sólo los que eran aptos para la guerra; pero en el número de los levitas entraban los niños y los débiles; al estar exentos de la milicia, no se hacía hincapié en que tuviesen más edad o fuesen más fuertes. Aunque después vemos que sólo un poco más de la tercera parte de los levitas (unos 8.000 de un total de 22.000), eran empleados en el servicio del tabernáculo Dios quería tenerlos contados a todos como reservistas en su familia. Ello nos da a entender que no todos son aptos para servicios de fuerza y de especiales conocimientos, pero todos los hijos de Dios son aptos para servirle y consagrarle por entero su vida.
II. Estaban distribuidos en tres clases, de acuerdo con el número de los hijos de Leví: Gersón, Coat y Merarí; estas tres clases estaban, a su vez, subdivididas en varias familias (vv. 17–20).
1. Respecto a cada una de estas tres clases tenemos una relación: (A) De su número. (B) De su lugar en tornó al tabernáculo al que habían de servir. Los descendientes de Gersón acampaban detrás del tabernáculo, miraban al occidente (v. 23). Los de Coat, a la derecha, miraban hacia el sur (v. 29). Los de Merarí, a la izquierda, miraban al norte (v. 35). Y, para completar el cuadro, Moisés y Aarón, con los sacerdotes, acampaban al frente, hacia el oriente (v. 38). (C) Así como cada clase tenía su propio puesto,
también tenía su jefe. (D) Cuando el pueblo se ponía en marcha, los gersonitas tenían a su cargo la custodia y el transporte de todas las cortinas, de las cubiertas y de las cuerdas (vv. 25–26); los coatitas, de todo el mueblaje del santuario: el Arca, el altar, la mesa, etc. (vv. 31–32), y los meraritas, lo más pesado, como las barras, las columnas, las tablas, etc. (vv. 36–37).
2. (A) Los de Coat, aunque eran de la segunda casa, eran preferidos a los de la primera, que eran los de Gersón. Además de que Aarón y los demás sacerdotes eran de la familia de Coat, eran también más numerosos, y su puesto y cometido eran más honorables, lo cual fue establecido de esta manera por Dios para honrar a Moisés, que era de esa familia. (B) Los descendientes de Moisés no gozaron de ningún privilegio o dignidad especiales, sino que quedaron al nivel común de los demás levitas.
III La suma total de los varones de esta tribu. Fueron computados en total 22.000 (v. 39). Fácilmente se puede observar que la tribu de Leví era con mucho la menos numerosa de todas las tribus de Israel.
Versículos 40–51
Sustitución de los primogénitos por los levitas. 1. Los primogénitos eran contados de un mes arriba (vv. 42–43). El obispo Patrick opina con toda decisión que sólo fueron contados los que habían nacido desde la salida de Egipto, cuando fueron santificados los primogénitos (Éx. 13:2). La mejor solución es que el número de 22.273 primogénitos—número muy corto, comparado con el total de varones—se refiere únicamente a los primogénitos por debajo de veinte años al tiempo de hacer el censo, pues la ley no tenía fuerza retroactiva como para incluir a los que ya eran para entonces padres o abuelos. 2. El pequeño número de excedentes (273) sobre el número de los levitas, habían de ser redimidos independientemente a cinco siclos por cabeza (v. 47), y el dinero del rescate se dio a Aarón porque no estaba bien que fuesen añadidos a los levitas. 3. Se habrá notado que la suma total de levitas (v. 39) es inferior en 300 al número que resulta sumando los de las tres familias (vv. 22, 28, 34). El Talmud explica esta discrepancia y dice que la cifra de 300 corresponde a los primogénitos de los propios levitas y que, por lo tanto, no eran aptos para rescatar a los primogénitos de las otras tribus. 4. A primera vista el número total de los que acampaban en la península del Sinaí era enorme, pues puede calcularse en unos dos millones, pero es menester observar dos factores que facilitaban el sustento de tal multitud en el desierto: (A) Todos éstos fueron sustentados milagrosamente por Dios hasta que llegaron a Canaán. (B) «Desierto» no significa terreno estéril y no cultivado, sino simplemente no habitado, aunque podía ser fértil. Recientes investigaciones historicogeográficas han demostrado que esta región disfrutaba de abundantes lluvias y era en tiempos del Éxodo mucho más fértil de lo que es ahora.
Así como en el capítulo precedente veíamos el recuento general de la tribu de Leví, en éste se nos refiere el recuento de los que tenían entre los treinta y los cincuenta años de edad, para que fuesen los primeros en comenzar su servicio en el tabernáculo.
Versículos 1–20
Nuevo recuento dentro de la tribu de Leví. Así como la tribu había sido tomada de entre las demás tribus de Israel para el servicio especial de Dios, así ahora se toman los hombres de mediana edad de la tribu, del resto de los demás, para ser los primeros en emplearse en el servicio del santuario.
I. Quiénes fueron tomados en este número. Todos los varones de treinta a cincuenta años. El servicio de Dios requiere lo mejor de nuestras fuerzas, y las primicias de nuestro tiempo, que no puede ser mejor empleado que en honor de Aquél que es el primero y el mejor. Y un hombre puede ser un buen soldado mucho antes que pueda ser un buen ministro.
1. No se les había de emplear hasta que tuviesen treinta años. Entraban como aprendices a los veinticinco años (8:24), y en tiempo de David, cuando había más trabajo que hacer, a los veinte (1 Cr.
23:24; Esd. 3:8); pero tenían que estar por cinco años aprendiendo y esperando, y haciéndose así aptos para el servicio; en tiempo de David, tenían diez años de aprendizaje, desde los veinte hasta los treinta. Juan el Bautista comenzó su ministerio público a los treinta años de edad y lo mismo hizo el Señor Jesucristo. Esto nos da dos buenas normas: (A) Que los ministros no deben ser neófitos (1 Ti. 3:6). Es una tarea que requiere madurez de juicio y estabilidad emocional. (B) Que deben aprender antes de ponerse a enseñar, y servir antes de mandar, y sean sometidos a prueba primero (1 Ti. 3:10).
2. Eran descargados a los cincuenta años de la parte más fatigosa del servicio, especialmente de tener que transportar el tabernáculo.
II. Cómo se describe su trabajo. Se dice de ellos que entran en compañía (v. 3); el hebreo dice literalmente: que entran en la milicia para trabajar en el tabernáculo. Quienes entran en el ministerio deben considerarse a sí mismos como ingresados en la milicia y demostrar que son buenos soldados (2 Ti. 2:3). En cuanto a los hijos de Coat en particular:
1. El servicio que se les encomendaba en los traslados que era desmontar el tabernáculo. Después, cuando el tabernáculo estaba ya montado, tenían asignada otra clase de trabajo; pero el trabajo de este día es el que se describe aquí. En los traslados, los hijos de Coat tenían a su cargo el transporte de todas las cosas santas del tabernáculo. (A) Aarón y sus hijos, los sacerdotes, tenían que recoger las cosas que los levitas de Coat habían de transportar, según las instrucciones que aquí se dan (vv. 5 y ss.). (B) Todas las cosas santas habían de ser cubiertas: el Arca y la mesa, con tres cubiertas; el resto, con dos. Incluso las cenizas del altar, en el que el fuego santo había de ser cuidadosamente preservado y recogido, debían estar cubiertas con un paño de púrpura (v. 13). También el altar de bronce, aunque estaba a la vista de todos en el atrio del santuario, era cubierto para su transporte. Esto era símbolo de la oscuridad de aquella dispensación. Lo que ahora ha sido sacado a la luz por el Evangelio, y revelado a los niños pequeños, estaba entonces oculto a los ojos de los sabios y prudentes. Veían la sombra, las cubiertas, no las realidades mismas de las cosas santas (He. 10:1); pero ahora Cristo ha destruido ya la cubierta y el velo (Is. 25:7). (C) Cuando todas las cosas santas estaban cubiertas, los levitas de Coat las transportaban a hombros.
2. Eleazar, que era ahora el hijo mayor de Aarón, es nombrado supervisor de los coatitas en este servicio (v. 16).
3. Hay que tomar las más serias precauciones para preservar la vida de estos levitas, impidiendo que se acerquen irreverentemente a las cosas más santas: No haréis que perezca la tribu de las familias de Coat de entre los levitas (v. 18). (A) Los levitas de Coat no debían ver las cosas santas hasta que los sacerdotes las hubiesen cubierto (v. 20). Y, (B) una vez que las cosas santas estuviesen cubiertas, no debían tocarlas (al menos, no el Arca), bajo pena de muerte (v. 15). Así eran sometidos al miedo los ministros mismos del Señor, pues era una dispensación de terror, lo mismo que de oscuridad; pero ahora, por la obra de Cristo, el caso es muy otro; Juan pudo decir: Lo que hemos visto con nuestros ojos … y palparon nuestras manos del Verbo de vida (1 Jn. 1:1), y a todos se nos anima a acercarnos confiadamente al trono de la gracia (He. 4:16).
Versículos 21–33
La tarea encomendada a los levitas de las otras dos familias, la cual, aunque no era tan honorable como la de los hijos de Coat, era también necesaria, y había de ser realizada con toda regularidad. 1. A los de la familia de Gersón les fue encomendado transportar todas las cortinas y cubiertas, etc. (vv. 22–26). 2. A los de la familia de Merarí se les encomendó el transporte de las cosas de mayor peso, como las tablas del tabernáculo, las columnas, las barras y las basas, etc., y todos los utensilios les eran consignados por sus nombres (vv. 31–32).
Versículos 34–49
Registro detallado de los números de las tres familias de los levitas por su orden, esto es, de los varones en activo de treinta a cincuenta años de edad. La suma total de los varones hábiles para entrar inmediatamente en este servicio o milicia de Dios, de la tribu de Leví, era de 8.580, mientras que los
hombres hábiles de las otras tribus que entraron en la milicia de Israel para hacer su propio servicio eran muchísimos más. La menor de las tribus tenía casi cuatro veces más varones hábiles que la de Leví; y algunas de las otras tribus, más de ocho veces más porque los que están alistados en la milicia y servicio de esté mundo, y pelean según la carne son mucho más numerosos que los que están dedicados al servicio de Dios, y pelean la buena batalla de la fe (2 Ti. 4:7).
En este capítulo tenemos instrucciones para expulsar del campamento a los impuros, una repetición de las leyes concernientes a la restitución, así como una nueva ley concerniente a la prueba que había de hacerse a una esposa sospechosa de adulterio, a instancias de un marido celoso.
Versículos 1–10
I. Orden para la purificación del campamento, mediante la separación y expulsión de todos los que estuviesen ceremonialmente inmundos, ya por lepra, ya por flujos o por haber tocado cadáveres, hasta que estuviesen limpios de acuerdo con la ley (vv. 2–3).
1. Esta orden se ejecuta inmediatamente (v. 4). El campamento estaba ahora recién organizado y puesto en diferente orden y, por consiguiente, para completar su reforma, el próximo paso a dar era la limpieza del campamento. El tabernáculo de Dios estaba ahora ya montado en medio de ellos y, por tanto, debían tener sumo cuidado para que el campamento se conservase limpio. La persona o el lugar en medio del cual habita Dios, no deben ser profanados; porque, si esto sucede, Él quedará afrentado y ofendido, y se le provocará a retirarse (1 Co. 3:16–17).
2. Esta expulsión de los impuros fuera del campamento era un anticipo y símbolo: (A) De lo que los supervisores de las iglesias deben hacer: deben hacer separación entre lo sagrado y lo profano, y limpiar la casa de Dios; la iglesia, poniendo fuera de comunión a los escandalosos, hasta que se arrepientan de su pecado, reparen el daño causado y den público testimonio ante su congregación de que ha quedado restaurada su correcta relación con Dios y con los hermanos. Así lo exige la gloria de Cristo y la edificación de la Iglesia. (B) De lo que hará en su gran día: Limpiará con esmero su era (Mt. 3:12), y recogerán de su reino todo lo que sirve de tropiezo (Mt. 13:41). Así como aquí los inmundos eran expulsados fuera del campamento, así también en la nueva Jerusalén no entrará ninguna cosa inmunda (Ap. 21:27).
II. Ley concerniente a la restitución, en caso del daño hecho a un prójimo. 1. El que cometa pecado contra otro, ofendiendo así a Jehová (v. 6), confesará el pecado que cometió (v. 7), lo confesará ante Dios y ante su prójimo, avergonzándose de lo hecho. 2. Traerá como sacrificio un carnero para expiación (v. 8). Ha de hacerse satisfacción por la ofensa inferida a Dios, cuya ley ha sido quebrantada, así como por el daño causado a nuestro prójimo; en este caso, no es suficiente la restitución sin fe ni arrepentimiento. 3. Con todo, los sacrificios no serían aceptos a Dios si no se reparase enteramente el daño causado a la parte perjudicada, debiendo añadir además una quinta parte (v. 7). Si la persona perjudicada había muerto y no quedaba ningún pariente próximo con derecho a lo que había de ser restituido, debía darse al sacerdote (v. 8). Nótese que los que son conscientes de haber producido algún daño, pero no saben a quién hay que restituir, deben reparar la injusticia cometida, por medio de alguna obra de piedad o de caridad.
III. Norma general referente a las cosas santas que son dadas a los sacerdotes, como en la ocasión anterior, de las cuales se dice que, todo lo que se de de este modo al sacerdote, será de éste (vv. 9–10).
Versículos 11–31
Ley concerniente a la prueba que había de efectuarse solemnemente sobre una esposa cuyo marido tuviese celos de ella.
I. Cuál era el caso del que se trata: Que un hombre tuviese algún motivo para sospechar que su esposa había cometido adulterio (vv. 12–14). El pecado de adulterio es presentado con toda justicia como un pecado extraordinariamente grave. Es cometer una transgresión contra el marido, despojarle de su honra, arrebatarle su derecho marital y, con frecuencia, introducir prole espuria dentro de la familia para compartir la herencia con los hijos legítimos, además de violar su pacto matrimonial. De ahí que: 1. Todas las esposas deben ser advertidas para que no den la menor ocasión para que se sospeche de su castidad. 2. Todos los maridos deben ser advertidos para que no sospechen de la fidelidad de sus esposas, sin tener causa justa y bien fundada para ello. Si el amor en general ya enseña a no pensar mal (o a no tomar en cuenta el mal; 1 Co. 13:5), esto es, a no ver malas intenciones sin motivo, mucho más lo exige el amor conyugal.
II. Cuál era el procedimiento que se seguía en este caso, para que si la esposa era inocente, no continuase bajo el reproche y la constante incomodidad de los celos de su marido; y, si era culpable, pudiese quedar descubierto su pecado, y los demás lo supiesen, temiesen y tomasen aviso y escarmiento. El marido tenía que traerla al sacerdote (v. 15), acompañado de los testigos que pudiesen probar que tal sospecha tenía fundamento, y debía manifestar que deseaba que su mujer fuese puesta a prueba. Si ella confesaba, diciendo: «Soy impura», no era condenada a muerte, pero era repudiada y perdía su dote; si decía: «Soy pura», el procedimiento seguía su curso. Dios ha de encontrar un medio u otro para poner en claro la rectitud del inocente. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los contaminados e incrédulos nada es puro (Tit. 1:15). «El agua santa» (v. 17) es símbolo de la Palabra de Dios (Jn. 3:5), que es discerniente (He. 4:12).
En este capítulo tenemos la ley concerniente a los nazareos. El capítulo termina con una de las porciones más estimadas por los judíos, como debe serlo, con mayor razón, por los cristianos: la fórmula de bendición con que los sacerdotes habían de bendecir al pueblo.
Versículos 1–21
Después de la ley acerca de la investigación para descubrir y avergonzar a quienes, por el pecado de adulterio, se habían envilecido, sigue ahora esta otra ley para instrucción y aliento de quienes por su eminente piedad y devoción, se han hecho dignos de honor. Había quienes se dedicaban de un modo especial haciendo voto de nazareo, y eran conocidos por este nombre como personas que profesaban una moral más estricta y un mayor celo religioso que los demás. José es llamado apartado (hebreo nazareo) de entre sus hermanos (Gn. 49:26).
I. Cualidad general de un nazareo: es una persona separada para dedicarse a Jehová (v. 2). Algunos eran nazareos de por vida, ya por designación de Dios, como Sansón (Jue. 13:5), y Juan el Bautista (Lc. 1:15), o por voto de sus padres, como Samuel (1 S. 1:11). La presente ley no se refiere a éstos. Otros lo eran por algún tiempo, y por su voluntaria dedicación personal, y a éstos se refieren las instrucciones que se dan en la presente ley. Una mujer podía ligarse con el voto de nazareo, bajo las condiciones y limitaciones que encontramos en otro lugar (30:3). Los nazareos estaban: 1. Dedicados a Dios durante el tiempo de su nazareato y, probablemente, pasaban mucho tiempo estudiando la ley, dedicados a actos de devoción, e instruyendo a otros. 2. Separados de los demás por el voto que habían emitido. Todo israelita estaba obligado por ley divina a amar a Dios con todo su corazón, pero los nazareos se obligaban además a ciertas prácticas devotas, como frutos y expresiones de ese amor, a lo cual no se obligaban los demás israelitas. El Señor Jesucristo no era nazareo en el sentido de esta ley, pues tomaba vino y tocaba cadáveres; sin embargo, fue el antitipo más cumplido del nazareo, porque en Él la pureza y la dedicación a Dios llegaron a su mayor perfección; y todo fiel cristiano es un nazareo espiritual, separado para Dios por el voto de su profesión cristiana.
II. Obligaciones particulares que el nazareo contraía.
1. Debía abstenerse de vino y de todo licor embriagante, así como de las uvas y, en general, de todo lo que se hace de la vid (vv. 3–4). Quienes daban a los nazareos vino para beber hacían la obra del tentador, al persuadirles a que bebieran del fruto prohibido (Am. 2:12). Que el abstenerse del vino era tenido por algo perfecto y digno de alabanza, consta por el ejemplo de los recabitas (Jer. 35:66). No habían de beber vino: (A) Para ser modelos de templanza y dominio propio. Beber un poco de vino por causa del estómago está permitido para ayudar a la digestión (1 Ti. 5:23). Pero beber mucho vino por dar gusto al paladar, no está bien para los que profesan no andar conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Ro. 8:4). (B) Para estar mejor dispuestos a dedicarse al servicio de Dios. Han de abstenerse de beber, para no olvidar la ley (Pr. 31:5), para no desvariar y para no entontecerse (Is. 28:7). Todos los cristianos han de imponerse a sí mismos una gran moderación en el uso del vino y del licor; porque si estas cosas llegan a adueñarse de la voluntad de un creyente, se convierte en fácil presa de Satanás. No estará de más advertir que es incorrecta la versión del término hebreo sekhar por sidra. El error se debió a que los LXX vertieron dicha palabra al griego sikera (cualquier bebida fermentada) a pesar de que el hebreo sekhar significa licor fuerte. La Vulgata latina vertió el griego sikera por sicera = sidra, y así pasó a nuestras versiones castellanas.
2. El nazareo no había de cortarse el pelo durante todo el tiempo de su nazareato (v. 5). Esto se refiere tanto al pelo de la parte superior de la cabeza como a la barba; éste fue el distintivo peculiar de Sansón, como nazareo, según leemos repetidamente en su historia. Ahora bien: (A) Esto significa una noble negligencia del ornato exterior del cuerpo, lo cual era conveniente para quienes, al estar totalmente dedicados a Dios, debían estar completamente concentrados en el cuidado de su alma para asegurar la paz y la verdadera belleza, ya que el mejor ornato es el del ser interior de la persona (1 P. 3:4). (B) Algunos observan que el pelo largo es tenido en la Biblia como distintivo de sumisión (1 Co. 11:5 y ss.); por eso, el pelo largo de los nazareos denotaba su total sumisión a Dios con todas sus fuerzas (Dt. 6:5; Mr. 12:30; Lc. 10:27), ya que el pelo era considerado entre los judíos como símbolo del poder vital en su completo desarrollo natural.
3. No había de acercarse a ningún cadáver (vv. 6–7).
4. Todo el tiempo de su nazareato, había de ser santo para Jehová (v. 8).
III. El procedimiento para purificar a un nazareo, si no había podido evitarse que contrajera impureza ceremonial mediante el contacto de un cadáver. Había de purificarse, como los demás, rayendo su cabeza al séptimo día (v. 9). Pero, en este caso, se requería de él mucho más que de cualquier otra persona, pues había de traer un sacrificio por el pecado y un holocausto, y se había de hacer expiación por él (vv. 10–11). Esto nos enseña que los pecados de debilidad y las faltas que nos toman por sorpresa, no son cosa venial o de poca importancia, sino que hemos de confesarlos al Señor con sincero arrepentimiento, y aplicar a nuestras almas la virtud efectiva del sacrificio de Cristo para el perdón de dichos pecados (1 Jn. 1:7; 2:2).
IV. Ley para exonerar a un nazareo de su voto, una vez cumplido el plazo que él mismo se fijó. Dicen los judíos que el tiempo del voto de un nazareo no puede ser inferior a treinta días, y si alguien dice: «Voy a ser un nazareo, pero sólo por dos días», está obligado, no obstante, a serlo por treinta; pero parece ser que el voto de Pablo fue sólo por siete días (Hch. 21:27). Cuando se había terminado el tiempo de su separación como nazareo, había de ser puesto en libertad: l. Públicamente, a la puerta del tabernáculo (v. 13). 2. Había de formalizarse con sacrificios (v. 14). Debía traer uno de cada una de las clases de sacrificio. (A) Un holocausto. (B) Un sacrificio en expiación por el pecado. (C) Una ofrenda de paz en agradecimiento a Dios, que le había capacitado para cumplir su voto. (D) A éstos debían añadirse ofrendas de presente y libaciones. (E) Parte de la ofrenda de paz, acompañada de torta y hojaldre, había de ser mecida delante de Jehová (vv. 19–20) lo cual había de ser entregado al sacerdote por su labor. (F) Además de todo esto, podía traer otras ofrendas voluntarias a tenor de lo que sus recursos le permitieran (v. 21). Para completar la solemnidad era frecuente que, en dicha ocasión, estuviesen acompañados de sus mejores amigos, que se encargaban de los gastos (Hch. 21:24). Y, para terminar, quedaba una ceremonia más, que era como la cancelación del voto una vez cumplida la condición, y consistía en el corte de pelo (v. 18), que había crecido durante todo el tiempo del nazareato, quemándolo a continuación en el fuego que estaba debajo de la ofrenda de paz. Esto venía a sugerir que el cumplimiento de su voto era aceptable a Dios en Cristo, nuestro gran sacrificio, y no de otra manera.
Versículos 22–27
I. Los sacerdotes, entre otros buenos servicios que habían de desempeñar, reciben de Dios mandamiento solemne de bendecir al pueblo en nombre de Jehová. Aunque el sacerdote, por sí mismo, no podía hacer otra cosa que implorar la bendición de Dios, al ser, sin embargo, intercesor en virtud de su oficio, y haciéndolo en nombre de quien mandaba dar la bendición, su oración comportaba una promesa y por eso, él la pronunciaba como quien tenía autoridad para ello, alzaba sus manos a la altura del rostro y extendidas hacia el pueblo. Esto era: 1. Tipo de la comisión encargada a Cristo al venir a este mundo, que era bendecirnos (Hch. 3:25), como gran Sumo Sacerdote de nuestra profesión. Nótese que el bendecir de Dios no es un mero bien-decir como el nuestro, ya que nuestra palabra sólo tiene poder para invocar, sino que es un bien-hacer, es decir, un beneficio, porque la Palabra de Dios tiene poder para hacer lo que expresa. 2. Un modelo para los ministros del Evangelio, los líderes de las asambleas, que han de despedir las reuniones de la congregación con una oración en que se invocan las bendiciones de Dios. Quienes sirven a Cristo de labios para enseñar y amonestar a su pueblo, han de servirle también para bendecirlo. Nótese que, cuando el ministro bendice al pueblo de parte de Dios, cumple con el oficio de profeta, en cambio, cuando bendice a Dios de parte del pueblo, cumple con el oficio de sacerdote (He. 5:1).
II. Se prescribe también la fórmula de la bendición. 1. Que la bendición tiene un término singular: Jehová te bendiga, etc. Esto indica, no sólo que cada persona ha de apropiarse en singular los frutos de esta bendición, sino que la bendición congregacional cae sobre la asamblea como sobre un solo cuerpo orgánico; entonces, el qahal de Israel; ahora, la Iglesia de Dios y de Cristo. 2. Que el nombre de Jehová se repite tres veces en esta bendición y (¡curiosamente!) con distinto acento en cada una en el hebreo. Si tenemos en cuenta que, en el versículo 24 se expresa la protección de Dios; en el versículo 25, la gracia de Dios; y en el versículo 26, la paz de Dios, no es aventurado ver en esta fórmula un anticipo de la bendición trinitaria empleada por Pablo (por ej. en 2 Co. 13:14; 1 Ti. 1:2; 2 Ti. 1:2; Tit. 1:4). 3. Que el favor de Dios, en una u otra faceta, lo es todo en todo en esta bendición, puesto que ese favor divino es la fuente de todo bien. (A) ¡Jehová te bendiga! Esta es la fórmula general, como el común denominador de los tres aspectos siguientes. (B) ¡Y te guarde! (v. 24). Se implora aquí la protección divina contra todo mal: el pecado, la enfermedad, la miseria y la calamidad. Dios era el Guardián de Israel, y es el protector de su Iglesia. (C) ¡Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti! (v. 25), lo que significa, en el lenguaje bíblico, una actitud amistosa, de favor y gracia, por parte de Dios hacia alguien. Hay también una interpretación rabínica de esta frase, en sentido totalmente espiritual, que implica el don del conocimiento espiritual y del discernimiento moral, en la misma forma que la luz de la Torah ilumina los pies y los caminos del hombre (Sal. 119:105). (D) La segunda parte de este versículo añade, como algo que completa la misma idea, una invocación para que Dios se muestre benigno y favorable, más bien que misericordioso (la raíz es jen = gracia, no jesed = misericordia). (E) ¡Jehová alce sobre ti su rostro! (v. 26), lo que indica la actitud de un padre que se vuelve a mirar a su hijo con una sonrisa llena de cariño, o de un amigo íntimo a otro. (F) La frase final: ¡Y te de (lit. establezca para ti) paz! es un magnífico colofón de esta maravillosa bendición sacerdotal, ya que el concepto bíblico de paz (shalom, del verbo shalam = estar completo), comporta el cúmulo total de bendiciones que nos vienen de nuestro Padre Celestial («toda dádiva y todo don perfecto»; Stg. 1:17). «Grande es la paz—dice el Talmud—, porque es el sello de todas las bendiciones.» 4. Que los frutos espirituales de esta bendición incluyen una especial protección del demonio, del pecado y de sus peligros (v. 24), el perdón de los pecados cometidos, con la admisión a la amistad y a la adopción divinas (v. 25), y una completa felicidad, ya en esta vida, como efecto de esa paz con Dios (Ro. 5:1), con nosotros mismos (Is. 26:3) y con los demás (Ro. 12:18).
III. Dios promete aquí ratificar y confirmar la bendición: Pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré (v. 27).
Al haber fijado Dios su residencia regia, por decirlo así, en medio del campamento de Israel, vienen ahora los príncipes de Israel, los jefes de las casas de sus padres (v. 2), a rendirle pleitesía trayéndole sus
ofrendas. Si los dos capítulos anteriores nos referían algunas leyes adicionales que Dios dio a su pueblo Israel, el presente capítulo refiere algunos servicios adicionales que Israel prestó a su Dios.
Versículos 1–9
La ofrenda de los príncipes para el servicio del tabernáculo.
I. Cuándo se hizo. Cuando estuvo asentado y santificado el tabernáculo, e igualmente el altar, con todos los utensilios de ambos (v. 1).
II. Quiénes la ofrecieron: Los príncipes de Israel, jefes de las casas de sus padres (v. 2).
III. Qué es lo que ofrecieron. Un buey por cada uno de los doce jefes de las casas, y un carro cubierto por cada dos de ellos (v. 3), en total, seis carros cubiertos y doce bueyes.
IV. Qué uso se hizo de estas ofrendas. Los carros y los bueyes fueron entregados a los levitas, para usarlos en el transporte del tabernáculo. 1. A los de la familia de Gersón, que estaban encargados del transporte de las cosas más ligeras como las cortinas y cubiertas, se les dieron sólo dos carros y dos parejas de bueyes (v. 7). 2. A los de Merarí, que tenían a su cargo el transporte de las cosas pesadas y difíciles de llevar, como las columnas, las barras, etc., les fueron entregados cuatro carros y cuatro parejas de bueyes (v. 8). Cuán sabia y benignamente ordenó Dios que los que tenían mayor trabajo tuviesen también a su disposición más fuertes medios de transporte. Cada uno tuvo carros y bueyes conforme a su ministerio (vv. 5, 7, 8). 3. Los hijos de Coat, que habían de transportar la carga más sagrada no recibieron carros ni bueyes, puesto que habían de llevar todo a hombros (v. 9), con especial cuidado y veneración.
Versículos 10–89
Nos refiere la gran solemnidad de la dedicación de los altares, tanto del de los holocaustos, como del de los perfumes; ya habían sido santificados anteriormente, cuando fueron ungidos (Lv. 8:10–11), pero ahora fueron estrenados, por decirlo así, por los príncipes con sus ofrendas voluntarias. Comenzaron a usarse con ricos presentes, expresiones elevadas de gozo y alegría, y de extraordinario respeto hacia las señales de la presencia de Dios en medio de ellos.
I. Que los príncipes de las casas de Israel fueron los primeros en adelantarse a ejercitar el servicio de Dios. Esto nos enseña que con toda razón y justicia se espera de quienes tienen y pueden más que hagan y den más; de lo contrario, son administradores infieles y no darán cuenta con alegría (He. 13:17).
II. Las ofrendas que trajeron eran muy ricas y valiosas.
1. Algunas cosas eran de uso permanente, como los doce grandes platos de plata, los doce jarros de plata (los primeros, para las ofrendas de comida; los segundos, para las ofrendas de bebida; los primeros, para la carne de los sacrificios; los segundos, para la sangre), y las doce cucharas de oro con incienso, para el servicio del altar de oro.
2. Otras cosas eran de consumo inmediato, ofrendas de cada clase. Con ellas indicaba el pueblo su aceptación agradecida de, y su gozosa sumisión a, todas aquellas leyes concernientes a los sacrificios, las cuales les habían sido entregadas recientemente de parte de Dios por mano de Moisés. Y, aunque éste era tiempo de alegría y regocijo, se puede observar, sin embargo, que en medio de sus sacrificios encontramos también un sacrificio de expiación por el pecado.
3. Trajeron sus ofrendas cada uno en un día distinto y por el orden que se les había prefijado de antemano, de modo que la solemnidad duró doce días.
4. Todas sus ofrendas fueron exactamente las mismas, aunque es probable que ni los príncipes ni las tribus eran todos igualmente ricos; pero así se daba a entender que todas las tribus de Israel tenían igual parte en el altar, y un interés también igual en los sacrificios que eran ofrecidos sobre él. Los antiguos rabinos sostenían que, aunque todas las ofrendas eran idénticas, tenían diferente significado para cada tribu de acuerdo con los detalles peculiares que simbolizaban aspectos de la futura historia de Israel y que
ellos conocían hasta cierto punto por la bendición profética que Jacob había impartido, en su lecho de muerte, a cada uno de sus hijos.
5. Naasón, el príncipe de la tribu de Judá, ofreció el primero, porque Dios había conferido a esta tribu el primer puesto de honor en el campamento, y las demás tribus asintieron a ello. El Midrash añade que se le confirió este honor a Naasón por el arrojo y valentía con que mostró la confianza total que tenía en Dios durante el paso del mar Rojo. Cuando Israel llegó a la orilla del mar perseguido por los egipcios, muchos vacilaban en echarse al agua y unos a otros se urgían a hacerlo los primeros. Entonces Naasón se arrojó sin miedo el primero, plenamente confiado en que Dios cumpliría su promesa.
6. Aunque las ofrendas son todas idénticas, su recuento se repite en detalle para cada una de las tribus con las mismas palabras, para que no pase desapercibido ningún detalle. En el Evangelio, vemos a Cristo dándose perfecta cuenta de lo que se echaba en el tesoro del Templo (Mr. 12:41). Por insignificante que parezca lo que ofrecemos a Dios, si lo hacemos de acuerdo con nuestras posibilidades, estemos seguros de que ha de quedar registrado en los Cielos.
7. La suma total se añade al final del recuento (vv. 84–88) para mostrar cuán satisfecho quedó Dios con la mención de las ofrendas voluntarias, y a qué cantidad tan grande ascendió la suma total, cuando cada príncipe trajo su parte alícuota.
8. Dios dio a entender que aceptaba benignamente estos presentes que le habían traído, hablando familiarmente a Moisés, como un hombre habla a un amigo suyo, desde el propiciatorio (v. 89; 12:8); y al hablarle a él, habló en realidad a todo Israel, mostrándoles esta señal para bien (Sal. 103:7).
Este capítulo trata de las lámparas del candelero, que eran las luces del santuario, y de la dedicación de los levitas.
Versículos 1–4
Anteriormente se habían dado instrucciones para la fabricación del candelero de oro (Éx. 25:31), y fue hecho de acuerdo con el modelo que le fue mostrado a Moisés en el monte (Éx. 37:17). Pero ahora es la primera vez que se dio orden de encender las lámparas, cuando comenzaron a usarse otras cosas. 1. Quién debía encender las lámparas. Aarón mismo encendió las lámparas (v. 3). Como representante del pueblo ante Dios, hizo el oficio de un siervo en la casa de Dios, y encendió la lámpara de su Dueño y Señor. La Escritura es lámpara que alumbra en un lugar oscuro (2 P. 1:19). La labor de los ministros es encender estas lámparas, mediante la exposición y aplicación de la Palabra de Dios. El sacerdote encendía la lámpara de en medio del fuego del altar; y el resto de las lámparas, lo cual significa según Ainsworth, que la fuente de toda luz y de todo conocimiento está en Cristo, quien tiene los siete espíritus de Dios, simbolizados en las siete lámparas de fuego (Ap. 4:5) pero en la exposición de las Escrituras, un pasaje oscuro recibe luz de otros. Es de notar también, según el mismo autor, que, siendo siete número de la perfección espiritual (el número de Dios), con las siete lámparas del candelero (la Menorah), se muestra la completa perfección de la Escritura (la Torah), que nos puede hacer sabios para salvación (2 Ti. 3:15). 2. Para qué se encendían las lámparas. No se encendían como candelas en un jarrón para que se fueran quemando en sí mismas, sino para proyectar su luz al otro lado del tabernáculo porque para eso se encienden las lámparas (Mt. 5:15). Tenemos luz, para poder dar luz.
Versículos 5–26
Ya leímos anteriormente lo de la separación de los levitas de entre los hijos de Israel, cuando fueron contados (3:6, 15), para ser empleados en el servicio del tabernáculo. Ahora tenemos aquí las instrucciones para su dedicación solemne (v. 6), y la realización de la ceremonia (v. 20). Todo Israel debía saber que no se habían arrogado tal honor, sino que habían sido llamados por Dios para tal oficio; tampoco era bastante que fuesen separados de entre sus hermanos de otras tribus, sino que debían ser
dedicados solemnemente a Dios. Todos cuantos están al servicio de Dios deben estar dedicados a Él, conforme a la medida del oficio que desempeñan. Si los creyentes han de ser bautizados, los ministros deben recibir una inducción al ministerio. Primero debemos darnos nosotros mismos al Señor, y después hemos de ofrecerle nuestros servicios. Obsérvese el método con que se hizo esta dedicación de los levitas:
I. Primero debían ser purificados. Los ritos y ceremonias de esta purificación debían ser realizados: 1. Por ellos mismos. Así leemos: Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová (Is. 52:11). 2. Por Moisés. Él tenía que rociar sobre ellos el agua de la expiación (v. 7), la cual estaba preparada bajo la dirección de Dios. Es nuestro deber purificarnos, como hay promesa de Dios que Él nos purificará. Nuestra es la disposición; suya, la realización.
II. Al Estar así ya preparados, los levitas habían de ser presentados delante de Dios en una asamblea solemne de todo Israel, y los hijos de Israel habían de poner sus manos sobre ellos (v. 10) para indicar que toda la comunidad se identificaba con ellos y los ofrecía al servicio de Dios como representantes de todo el pueblo. Esta imposición de manos a los levitas por parte de los representantes de las tribus de Israel, no los constituía ministros del santuario (v. Hch. 13:3), sino que, tras identificarse con ellos, era como una despedida de en medio de la vida secular, para consagrarse a la milicia de Dios; despúes eran entregados a Aarón, para que éste los ofreciera al Señor.
III. Se ofrecía por ellos un sacrificio de expiación y un holocausto, para hacer expiación por los levitas (v. 12). 1. Que todos somos totalmente indignos e incapaces de ser admitidos y empleados en el servicio de Dios, hasta que la expiación hecha por el pecado nos sea personalmente aplicada a fin de, por ella, tener paz para con Dios (Ro. 5:1). 2. Que es por medio de un sacrificio, por el gran sacrificio de Cristo, como somos reconciliados con Dios, y hechos aptos para ser ofrecidos a Él. Por Él son santificados los creyentes para las obras de su cristianismo, y los ministros para la obra de su ministerio.
IV. Los levitas mismos fueron ofrecidos por Aarón delante de Jehová en ofrenda de los hijos de Israel (v. 11). Aarón los ofreció a Dios, después que ellos se ofrecieron a sí mismos, y después que fueron ofrecidos por los hijos de Israel.
V. Dios declaró que los aceptaba: Serán míos los levitas (v. 14). Todos los que son de Dios, son usados por Él; los ángeles mismos tienen sus servicios peculiares.
VI. Luego, son dados en don a Aarón y a sus hijos (v. 19), aunque sus servicios habían de redundar en beneficio de todos los hijos de Israel. 1. Los levitas habían de actuar como subalternos de los sacerdotes Para asistir a éstos. Aarón los ofrece a Dios (v. 11), y luego Dios se los devuelve a Aarón (v. 19). De la misma manera, nuestros corazones, nuestros hijos, nuestros bienes, etc., nunca son tan verdaderamente nuestros, como cuando los ofrecemos de antemano a Dios, porque de su mano se nos devuelven enriquecidos con las mejores bendiciones divinas. 2. Deben actuar en favor del pueblo. Los ministros de Dios, mientras se mantienen dentro de la esfera de su oficio y lo desempeñan concienzudamente deben ser considerados como unos de los más útiles servidores de la comunidad nacional.
VII. Se fijan la edad y tiempo de su ministerio. 1. Habían de tener veinticinco años cuando comenzasen su ministerio (v. 24). Esta es una buena edad para que los ministros del Señor comiencen su ministerio público. Como dato curioso de información, es digno de notarse que la Iglesia de Roma ha tomado de la ordenación levítica la edad canónica de sus ministros, pues su Código fija en 25 años la edad para el presbiterado—como la de los levitas—y en 30 la de los obispos—como la de los sacerdotes levíticos—. 2. Los levitas habían de jubilarse a los cincuenta años, para no volver a ejercer su ministerio (v. 25), aunque habían de seguir haciendo las guardias en el tabernáculo (v. 26). Según los rabinos, estaba a su cargo el cerrar las puertas del santuario y asistir al canto coral con los demás levitas. De esta manera quedaban descargados del trabajo más pesado, para darles algún descanso conforme a su edad. Si la gracia de Dios provee para que los hombres tengan capacidad conforme al trabajo que han de desempeñar, la prudencia de los hombres ha de cuidar para que los hombres desempeñen su trabajo conforme a la capacidad que tengan. Los de más edad suelen ser más aptos para tomar responsabilidades; los más jóvenes, para los trabajos que requieren vigor y fuerza.
Este capítulo tiene una primera parte concerniente a varios detalles sobre la celebración de la Pascua, y una segunda parte en que se nos narra el modo como la nube se posaba sobre el tabernáculo desde que éste fue erigido, y cómo se levantaba cuando los hijos de Israel se debían de trasladarse con él de una parte a otra.
Versículos 1–14
I. La orden que da Dios a Moisés para solemnizar la Pascua un año después de haber salido de Egipto, en el decimocuarto día del mes primero del segundo año, unos días antes de ser contados, pues esto último se llevó a cabo al comienzo del mes segundo. 1. Que Dios dio órdenes especiales para la celebración y observancia de esta Pascua. Y, por lo que parece, ya no guardaron ninguna otra Pascua hasta que llegaron a Canaán (Jos. 5:10). Esto era quizás una indicación anticipada de la final abolición de las instituciones ceremoniales. La ordenanza de la Cena del Señor (que vino en lugar de la Pascua) no fue interrumpida o dejada a un lado en los primeros días de la Iglesia cristiana, aunque éstos eran días de mayor dificultad y apuro que los que Israel conoció en el desierto; más aún, en tiempos de persecución, la Cena del Señor se celebraba con mayor frecuencia que después. Los israelitas no podían olvidar en el desierto su liberación de la esclavitud de Egipto. Todo el peligro surgió cuando llegaron a Canaán. No obstante, comoquiera que la primera Pascua había sido celebrada con gran precipitación, era voluntad de Dios que, al comenzar otro año después de la salida, cuando estaban más tranquilos y con mayor conocimiento de la ley divina, la observasen de nuevo, para que así sus hijos pudiesen entender mejor la solemnidad y recordarla mejor después. 2. Moisés transmitió fielmente al pueblo las órdenes que se le habían dado (v. 4). 3. El pueblo observó igualmente las órdenes dadas (v. 5). Observaron la Pascua, a pesar de estar en el desierto, pues Dios provee para su pueblo incluso en ese lugar (Ap. 12:6, anuncio profético para el final).
II. Las instrucciones concernientes a quienes eran ceremonialmente impuros cuando iban a comer la Pascua. La ley de la Pascua requería que todo israelita comiese de ella. Debía, pues, lavarse primero, y después acercarse al altar de Dios. Ahora bien había algunos que estaban inmundos a causa de muerto (v. 6), y estaban bajo contaminación durante siete días (19:11), por lo que no podían comer en este tiempo de las cosas santas (Lv. 7:20). Por parte de ellos, no era iniquidad, sino infelicidad. Las instrucciones que Dios dio en este caso, como en casos similares, eran una explanación de la ley de la Pascua. Este desagradable accidente produjo buenas leyes. Cuantos estaban ceremonialmente inmundos en el tiempo en que había de comerse la Pascua, tuvieron permiso para hacerlo al mes siguiente, en el mismo día, cuando ya estarían limpios; la misma ley había de aplicarse a quienes estuviesen de viaje lejos (vv. 10–11).
Versículos 15–23
La historia de la nube; no de una nube corriente—¡quién sabe cómo están suspendidas las nubes? (Job 37:16)—sino la historia divina de una nube singular cuyo destino era ser signo visible de la presencia de Dios en medio de Israel.
I. Cuando la obra del tabernáculo estuvo acabada, esta nube, que anteriormente pendía en lo alto sobre el campamento, se posó sobre el tabernáculo y lo cubrió, para mostrar que Dios manifiesta su presencia en medio de su pueblo mediante las ordenanzas que Él mismo ha instituido.
II. Lo que aparecía como nube durante el día, aparecía como fuego durante la noche. Así se nos enseña a tener a Dios siempre presente ante nosotros, para que sintamos su cercanía tanto de noche como de día. En comparación con la luz y la paz que la revelación del Evangelio por medio del Señor Jesucristo nos ha proporcionado, podemos decir que aquella antigua dispensación estaba bien caracterizada por los signos visibles de la presencia de Dios sobre el tabernáculo, pues la nube simbolizaba también la oscuridad, y el fuego significaba el terror, porque nuestro Dios es un fuego consumidor (He. 12:29).
III. Esta columna de nube y de fuego dirigía y determinaba todos los movimientos, marchas y campamentos de Israel en el desierto. La dirección proporcionada por esta nube era símbolo de la dirección que nos suministra el Espíritu Santo. No podemos esperar ahora señales visibles de la presencia y de la conducción de Dios como era esta nube, pero hay promesa de Dios a todos sus hijos de que los guiará según su consejo (Sal. 73:24), como guía perpetuo y para siempre (Sal. 48:14), pues todos los hijos de Dios son guiados por el Espíritu de Dios (Ro. 8:14). En todos nuestros actos: pensamientos, deseos y acciones debemos seguir la dirección que nos señalan la Palabra y el Éspíritu de Dios; todos los movimientos de nuestra vida deben ser guiados por la voluntad de Dios, siendo transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento para comprobar cuál es la voluntad de Dios (Ro. 12:2).
El capítulo comienza con las instrucciones que Dios dio a Moisés sobre la fabricación y el uso de las trompetas de plata, con lo que parecen cerrarse las instrucciones, órdenes y leyes dadas por Dios a Israel al pie del monte Sinaí pues inmediatamente el relato sagrado nos narra el traslado de Israel desde el lugar en que estaba acampado hasta el desierto de Parán.
Versículos 1–10
Las instrucciones sobre las trompetas que habían de servir para dar al pueblo, en diversas ocasiones, ciertos comunicados de tipo general para todo Israel. Las trompetas habían de sonar para convocar a toda la congregación (v. 2). En Joel 2:15, encontramos el anuncio de tocar trompeta en Sion para santificar ayuno y convocar asamblea solemne. Mas, para que la trompeta no de un sonido confuso (1 Co. 14:8), se les advierte que, cuando hayan de reunirse sólo los príncipes de las tribus, se toque una sola trompeta, pero si ha de reunirse toda la congregación, entonces hay que tocar las dos trompetas. También se habían de tocar cuando tuviesen que ponerse en marcha, para que cada escuadrón supiese cuándo había de moverse. En este caso, las trompetas habían de sonar toque de alarma (v. 5), que significa una sucesión de notas cortas, agudas y separadas (hebreo teruah), muy a propósito para despertar los ánimos y estimular los espíritus en sus marchas contra los enemigos; mientras que un sonido igual y continuo era más propio para convocar asamblea (v. 7). Es de notar que cuando el pueblo era convocado para implorar el favor de Dios ante la inminencia de sus juicios, encontramos que el toque es de alarma (Jl. 2:1). Al primer toque, se ponía en movimiento el escuadrón de Judá; al segundo, el de Rubén; al tercero, el de Efraín; y al cuarto, el de Dan (vv. 5–6). Así se animaban también cuando salían a las guerras (v. 9). Igualmente se usaban para dar solemnidad a las fiestas sagradas (v. 10). Incluso tenían una fiesta que es llamada conmemoración al son de trompetas (Lv. 23:24). Esto nos muestra que el trabajo santo ha de hacerse con gozo santo.
Versículos 11–28
I. Un relato genérico del levantamiento del campamento de Israel desde el monte Sinaí, frente al que habían estado acampados durante un año; en este tiempo y en este lugar habían ocurrido muchas cosas memorables. 1. La señal dada: La nube se alzó (v. 11). 2. La marcha comenzó: Partieron al mandato de Jehová (v. 13), conforme les guiaba la nube. Hay quienes opinan que, en este capítulo y en el anterior, se menciona con frecuencia el mandato de Jehová, que les dirige y les gobierna en todos sus desplazamientos, para salir al paso de la calumnia que más tarde fue lanzada contra Israel, de que se habían detenido por tan largo tiempo en el desierto a causa de haberse perdido allí y no haber podido encontrar la salida. Nótese que los que se entregan a sí mismos a la dirección de la Palabra y del Espíritu de Dios, van por camino rápido y seguro, aunque a veces parezcan aturdidos y desconcertados. 3. El lugar en que descansaron, después de una marcha de tres días: Partieron del desierto de Sinaí, y se detuvieron en el desierto de Parán (v. 12).
II. Un esquema del orden de su marcha, de acuerdo con el modelo anterior. 1. El escuadrón de Judá se puso en marcha el primero (vv. 14–16). La enseña que iba en cabeza, adjudicada ahora a esa tribu, era anticipo y arras del cetro que en tiempo de David se le había de encomendar, y apuntaba más lejos hacia el Capitán de nuestra salvación, del cual estaba igualmente profetizado que a Él había de acudir la reunión del pueblo. 2. Después seguían las dos familias de los levitas a las que estaba encomendado el transporte del tabernáculo. 3. Venía después el escuadrón de Rubén (vv. 18–20), todo ello al mandato de Jehová (v. 13). 4. Seguían luego los de Coat con su cargamento, el mueblaje sagrado del tabernáculo que ocupa el lugar central, sitio el más seguro y honorable (v. 21). 5. Detrás de éstos y, por tanto, del Arca, marchaba el escuadrón de Efraín (vv. 22–24). 6. Cerraba la marcha el escuadrón de Dan (vv. 25–27), a retaguardia de todos los campamentos, no sólo porque en él marchaban las tres últimas tribus, sino también porque tenía como tarea especial recoger a los rezagados, prestar auxilio a los que desfalleciesen y recuperar los objetos que se hubiesen perdido por el camino. También marcharía a la zaga de ese escuadrón la multitud de toda clase de gentes, salidas de Egipto con ellos (Éx. 12:28). En cambio, las mujeres y los niños de los que nada se dice es de suponer que marcharían con sus respectivas tribus y a cargo de los jefes de las familias respectivas.
Versículos 29–36
I. Un relato de la conversación que Moisés mantuvo con Hobab, hijo de Reuel madianita, su suegro (v. 29). Aunque la construcción de esta frase parece un poco confusa, parece lo más probable, al comparar este lugar con Éxodo 2:18; 3:1; 4:18; 18:1, que este Reuel es el nombre propio de Jetró, es decir, del suegro de Moisés y, por tanto, Hobab era cuñado de Moisés. No faltan, sin embargo, quienes opinan que este Hobab era el mismo que Jetró, y que Reuel era el padre de Jetró; no importaría lo que se dice en Éxodo 2:18, puesto que al abuelo se le llama a veces padre en el Antiguo Testamento (y lo mismo digamos de la abuela, como veremos en su lugar). En este caso, tendríamos que este Hobab suponiendo que era cuñado de Moisés, quedó con Moisés cuando su padre Jetró, ya entrado en años, se volvió a su tierra (Éx. 18:27). Mientras estuvieron acampados al pie del Sinaí, cerca de los términos de Madián parece ser que Hobab estaba satisfecho de estar con su cuñado; pero ahora que se ponían en marcha, deseaba volverse a su tierra con su familia, esto es a casa de su padre. Entonces: 1. Moisés le invita amablemente a marchar con ellos a Canaán (v. 29). Nótese que los llamados a marchar a la celestial Canaán deben invitar y animar a todos sus amigos y conocidos a marchar con ellos al mismo lugar. 2. Hobab se siente inclinado y resuelto a volverse a su propio país (v. 30). También él procedía de los lomos de Abraham (puesto que los madianitas procedían de Abraham por Cetura; Gn. 25:1–2), pero no era heredero de la fe de Abraham (He. 11:8); de otra manera, no habría dado a Moisés esta contestación. 3. No obstante, Moisés le instó e importunó a quedarse (vv. 31–32), arguyendo sabiamente que Hobab podía prestarles un notable servicio: Tú conoces los lugares … y nos serás en lugar de ojos (v. 31). No encontramos aquí que Hobab replicase a esto y por ello, es de suponer que, al callar, otorgó su consentimiento y no los dejó. Por Jueces 1:16 y 1 Samuel 15:6, vemos que su familia salió bien parada, y ello es otra indicación de que, en efecto, Hobab se quedó con ellos. Esto nos enseña: (A) Cuán bueno es instar e importunar amablemente para conseguir un servicio o una bendición que se tiene en gran estima, como hicieron con Jesús los discípulos de Emaús (Lc. 24:29). (B) Que el mejor incentivo para persuadir a una persona para que siga nuestro consejo es hacerle ver que puede ser útil para algo, puesto que ninguna otra cosa teme tanto un ser humano como el sentirse tenido por inútil por parte de los demás.
II. Una referencia implícita a la comunión habida entre Dios e Israel durante esta marcha. Partían del monte de Jehová (v. 33), de aquel monte Sinaí, al pie del cual habían visto su gloria y oído su voz; pero, al dejar el monte de Jehová, se llevaban consigo el Arca del pacto de Jehová, por la que se había de conservar la comunión que habían establecido con su Dios, ya que:
1. Por ella, Dios dirigía sus pasos: Fue delante de ellos … (v. 33). El único sentido posible de esta frase es que, cuando los israelitas se pusieron en marcha, el Arca estuvo delante de ellos (hay quienes opinan que, por esta vez, siguió delante durante los tres días de camino), hasta que se organizó la marcha de todos los escuadrones, puesto que el lugar que le correspondía era el centro de la formación (v. 21). Lo cierto es que el Arca guiaba, con influencia recibida del mismo Dios, los pasos de los israelitas; por eso, se añade que les buscó lugar de descanso.
2. Por ella, reconocían a Dios en todo. Moisés, al servir de boca a toda la congregación, elevaba a Dios una plegaria, tanto cuando el Arca se comenzaba a mover como cuando se detenía en algún lugar. Esto nos sirve de ejemplo para que comencemos y terminemos con oración la andadura y el quehacer de cada día.
A) Ésta era la plegaria de Moisés cuando el Arca se movía: Levántate, oh Jehová, y sean dispersados tus enemigos (v. 35). (a) Que hay en el mundo muchos que son enemigos de Dios y le odian; enemigos abiertos y encubiertos; enemigos de sus verdades, de sus leyes, de sus ordenanzas, de su pueblo. (b) La dispersión y derrota de los enemigos de Dios es algo que todos los hijos de Dios han de desear con anhelo y esperar con fe y confianza, teniendo en cuenta que la derrota más deseable para un enemigo de Dios es cuando el Espíritu Santo lo derriba y humilla con la convicción de pecado, para que se arrepienta y pase así a ser amigo de Dios y hermano nuestro en la fe del Señor.
B) Esta era la plegaria de Moisés cuando el Arca se detenía: Vuelve, oh Jehová, a las miríadas de millares de Israel (v. 36), siendo «millares» equivalente a «familias». Teniendo en cuenta la falta de la preposición «a» en el original, otros piensan que habría de traducirse: Tú que eres las miríadas (los diez millares) de los millares de Israel, siendo así toda la frase como un sinónimo de Dios, equivalente a Jehová de los ejércitos (Comp. 2 R. 2:12, donde se llama a Elías «carro de Israel, y su gente de a caballo»). En todo caso el sentido es que el bienestar y la felicidad victoriosa de Israel dependían de la continua presencia de su Dios entre ellos.
Hasta ahora, las cosas habían marchado bastante bien para Israel y, desde el incidente del becerro de oro, pocas interrupciones habían ocurrido en la manifestación que Dios les había hecho de su gracia y favor; el pueblo parecía dócil; los jefes, devotos y generosos; había buenas esperanzas de que pronto se hallarían a las puertas de Canaán. Pero el presente capítulo nos ofrece una triste escena. Las murmuraciones y los pecados del pueblo encienden la ira de Dios y el gran pesar de Moisés, quien una y otra vez tuvo que aplacar con sus oraciones a Dios.
Versículos 1–3
I. El pecado del pueblo: El pueblo se quejó (v. 1). La ley diagnosticaba el pecado, pero no lo sanaba; lo hallaba, pero no lo destruía. Cuando el pueblo tenía tantos motivos para dar gracias, se quejó ¿De qué? ¿Dónde pudo encontrar motivo de queja?
II. Justa ira de Dios ante la afrenta que le causó este pecado: Lo oyó Jehová, y ardió su ira.
III. El juicio con que Dios les castigó por su pecado. Vemos que el pueblo murmuraba con frecuencia (Éx. caps. 15, 16 y 17). Pero no leemos que Dios les infligiese ninguna plaga por estas murmuraciones, como ahora, porque ahora habían experimentado grandemente el cuidado de Dios hacia ellos y, por tanto, la desconfianza de ellos tenía ahora menos excusa.
IV. Entonces el pueblo clamó a Moisés (v. 2), quien era su bien probado intercesor (v. Éx. 32, por ej.). Si los hacía morir, entonces buscaban a Dios (Sal. 78:34), y acudían a Moisés para que rogase a favor de ellos.
V. Poder de la intercesión de Moisés a favor del pueblo: Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió. Por aquí vemos, una vez más, qué poder tiene delante de Dios la oración de un hombre justo (Stg. 5:16).
VI. Para perpetuar el vergonzoso incidente de un pueblo murmurador, se le dio un nuevo nombre al lugar aquel: Taberah, que quiere decir incendio (v. 3). No sabemos si el fuego de Jehová consistió en rayos (Job 1:16), o en una llamarada milagrosa (Lv. 10:2), o en un incendio de carácter corriente; pero debía haberles servido de serio aviso para que no volviesen a murmurar.
Versículos 4–15
I. Pronto volvió el pueblo a pecar; a quejarse y a revolverse contra Dios.
1. ¿Quiénes eran estos criminales? (A) Comenzó la gente extranjera que se había mezclado con ellos (v. 4; v. Éx. 12:38), quienes se dejaron llevar de su concupiscencia. Toda esta gente de diverso origen y talante, gente incrédula, tenía puesta la vista en las ventajas materiales de la tierra prometida, pero no estaba dispuesta a pasar por las pruebas de la marcha por el desierto. Éstos fueron como ovejas roñosas que contagiaron al rebaño, y como levadura que leudó toda la masa. (B) Así vemos que los hijos de Israel contrajeron la infección (v. 4).
2. ¿Cuál fue el crimen cometido? (A) Ensalzaron la abundancia y, según ellos, exquisitez de las viandas que comían en Egipto (v. 5), como si Dios les hubiese perjudicado al sacarles de allí. Se acordaron de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos (¡vaya golosinas, para estar añorándolas!), pero no se acordaban de los ladrillales ni de los duros capataces, ni de las voces del opresor ni del restallar del látigo. (B) Les daba náuseas la estupenda provisión que Dios les había otorgado (v. 6). Era pan del cielo, alimento de ángeles (Éx. 16:15; Sal. 78:24–25; Jn. 6:31). Mientras se alimentaron del maná, parecían exentos de la maldición pronunciada por Dios sobre la tierra e, indirectamente, sobre el hombre, cuando dijo que habría de comer el pan con el sudor de su rostro (Gn. 3:19). Y, sin embargo, hablan del maná con tal desprecio, como si no fuera lo suficientemente bueno ni siquiera para cerdos: Nuestra alma se seca (v. 6). (C) No se habían de quedar satisfechos hasta que tuviesen carne para comer. (D) Desconfiaban del poder y de la bondad de Dios, como si no fuese el Todosuficiente para cubrir sus necesidades: ¡Quién nos diera a comer carne! (v. 4), como si Dios no pudiese hacerlo. (E) Estaban impacientes y agitados en sus deseos: Se dejaron llevar de su apetito o, como dice el hebreo, apetecieron con apetito, dando a entender cuán grande e importuna era su concupiscencia, hasta llevarles a llorar amargamente, como si estuviesen próximos a morir de inanición. (F) No quiere esto decir que la carne sea alimento nocivo o prohibido, pero lo que es de suyo bueno puede volverse malo cuando Dios no nos lo concede por alguna razón, y ello nos es ocasión para revolvernos contra Él.
II. Moisés, a pesar de su bondad y mansedumbre, se siente muy molesto en esta ocasión: También le pareció mal (le desagradó) a Moisés (v. 10). 1. Hay que confesar que la provocación fue tremenda. Estas murmuraciones causaban un gran deshonor a Dios y expresaban un grave reproche contra Moisés, a quien le llegaron al corazón estas quejas. 2. Pero también hay que decir que Moisés no estuvo a su altura de gran amigo de Dios y de poderoso líder de Israel en las precipitadas frases que pronunció (vv. 11–15). (A) Subestima el honor que Dios le había conferido. (B) Se queja desmesuradamente ante un agravio corriente y toma muy a pecho un poco de ruido y fatiga. (C) Exagera su responsabilidad al decir que pesaba sobre él la carga de todo el pueblo (v. 11). (D) No advierte, como debía, la obligación que tenía, por comisión y mandato de Dios, de hacer todo lo posible en favor del pueblo, pueblo de Dios, pero también pueblo de Moisés. (E) Se arroga demasiadas facultades cuando dice: ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? (v. 13) como si él fuese el cabeza de familia, o el ama de gobierno, de todo Israel, sin contar con Dios. (F) Habla con desconfianza de la gracia de Dios al desesperar de poder soportar a todo el pueblo (v. 14). (G) Lo peor de todo es que, en su desesperación cobarde, desee apasionadamente que Dios le quite la vida de una vez. ¿Éste es Moisés? ¿Es éste el muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra, como pronto veremos? (12:3). No lancemos demasiadas acusaciones contra él sino aprendamos que los mejores hombres tienen sus debilidades y defectos (v. Stg. 5:17), y que fracasan a veces en el ejercicio de las virtudes y de la gracia en que, precisamente, más sobresalían, y repitamos como dijo el Señor: No nos metas en tentación (Mt. 6:13; Lc. 11:4).
Versículos 16–23
Dios responde con admirable benignidad a las quejas, tanto del pueblo como de Moisés.
I. Dios provee para reparar los agravios de que se queja Moisés. Si ve que el peso del liderazgo le resulta demasiado gravoso, aunque se había expresado con demasiada pasión en su queja, se lo va a
aligerar, no descargándole de su puesto de general en jefe, sino poniéndole asistentes que le ayuden a soportar la carga.
1. Dios ordena a Moisés que nombre él mismo las personas que le han de ayudar (v. 16). El número de personas que ha de escoger es de setenta varones de los ancianos de Israel, conforme al número de personas que descendieron de Canaán a Egipto.
2. Dios promete capacitarlos para el cargo.
II. También el malhumor de aquel descontento va a quedar satisfecho, para que toda boca se cierre (Ro. 3:19). Se les ordena (v. 18) santificarse, es decir, ponerse a punto, en debida disposición, para recibir de la mano de Dios la prometida dádiva que va a ser una prueba del poder de Dios, y una señal de misericordia y, a la vez, de juicio.
1. Dios promete y, en cierto modo, podemos decir que más bien amenaza, que van a tener más carne que la que desearon y que, si no dominan sus apetitos mejor que ahora, van a quedar hartos de ella, hasta aborrecerla (vv. 19–20).
2. Moisés pone objeciones a esta posibilidad (v. 21–22), de forma muy semejante a como las pusieron los discípulos de Jesús cuando le dijeron: ¿De dónde podrá alguien sacar suficiente pan para satisfacer a éstos? (Mr. 8:4). Menciona el gran número de los israelitas como un obstáculo para ello, como si el que les había provisto de pan, no pudiese también proveerles de carne con el mismo poder infinito. Piensa sólo en carne de ovejas y bueyes, y en pescado, sin pensar en que la carne de las aves, y no muy grandes, podía servir a este propósito.
3. Dios responde breve, pero suficientemente, a la objeción que Moisés presenta en esta ocasión: ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? (v. 23). Aquí Dios hace que Moisés recapacite sobre este primer principio y aprenda de nuevo, si lo ha olvidado, aquel antiguo nombre de Dios, El-Shadday, el Todosuficiente (Gn. 17:1).
Versículos 24–30
El cumplimiento de la palabra de Dios a Moisés, de que había de tener quienes le ayudasen en el gobierno de Israel.
I. El caso de los setenta consejeros privados en general. Moisés, aunque se había visto algún tanto perturbado por el tumulto del pueblo, se encontraba ya completamente tranquilo por la comunión que había tenido con el Señor, y pronto volvió en sí de nuevo. 1. Cumplió su parte, y presentó a los setenta ancianos delante del Señor, en torno al santuario (v. 24), para que estuviesen allí preparados para recibir la gracia de Dios, en el lugar en que Él se manifestaba al pueblo. 2. Dios, por su parte, tomó del espíritu de Moisés (de su poder espiritual profético) y lo puso en los setenta varones ancianos (v. 25), de manera parecida a como de una lámpara se encienden otras, sin que disminuya la luz de la primera. Así, todos juntos pudieron dar su testimonio profético en el campamento, silenciando las voces de los murmuradores.
II. Aquí hay un caso particular acerca de dos ancianos, Eldad y Medad, probablemente hermanos.
1. Éstos habían sido nombrados por Moisés, entre los setenta, para asistirle, pero se quedaron en el campamento, declinando quizás el honor que se les confería.
2. Sin embargo, el mismo espíritu que fue puesto sobre los demás, les apresó también a ellos en el campamento, y profetizaron como los otros, ejercitando los mismos dones, para testimonio al pueblo de Israel. En esto se manifestó una providencia especial de Dios, para que se viese que la participación del espíritu profético de Moisés no era comunicada por el mismo Moisés, sino por Dios.
3. Un joven informó a Moisés de lo que ocurría: Eldad y Medad profetizan en el campamento (v. 27). Quienquiera que fuese la persona que llevó la noticia, parece ser que vio en ello cierta irregularidad.
4. Josué, el ayudante de Moisés, le pide a éste que les haga callar (v. 28) Señor mío Moisés, impídelos. Es probable que Josué mismo fuese uno de los setenta. No le pide a Moisés que les castigue por lo que han hecho, sino que les impida continuar profetizando. Seguramente que Josué temía que el
honor y la autoridad de Moisés sufriesen mengua, si había quienes profetizaban sin haber recibido el espíritu de Moisés.
5. Moisés rechaza la petición y lanza un reproche al que se la había hecho: Tienes tú celos por mí? (v. 29). Aunque Josué era amigo particular y confidente de Moisés, y a pesar de que lo había dicho por respeto a Moisés, cuyo honor estaba poco dispuesto a ver menguado con el llamamiento de estos ancianos, Moisés le reprendió, sin embargo. Esto nos enseña que no debemos adelantarnos a condenar y silenciar a quienes son diferentes de nosotros, como si por no seguirnos a nosotros (Mr. 9:38), ya no siguieran a Cristo. ¿Vamos a rechazar a quienes son del Señor, o a impedirles hacer algo bueno, porque no piensan en todo como nosotros? Moisés era de otro espíritu; tan lejos estuvo de silenciar a aquellos dos, y de apagar en ellos el Espíritu, que desea que todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu (de Moisés) sobre ellos.
6. Con esta capacitación por parte de Dios, los setenta ancianos fueron inmediatamente con Moisés al campamento para ejercitar su don (v. 30). Tan pronto como su llamamiento fue suficientemente puesto a prueba por medio del ejercicio del don profético, fueron al pueblo para ejercitar dicho don en medio de Israel.
Versículos 31–35
Una vez que Dios hubo cumplido su promesa a Moisés, y le otorgó los ancianos que habían de asistirle en el gobierno del pueblo, cumple ahora su promesa al pueblo, dándoles la carne que apetecían. 1. Cómo satisfizo Dios al pueblo con abundancia de carne: Vino un viento (del S. E., parece ser Sal. 78:26) de Jehová, y trajo codornices (v. 31). Al remitir el viento, las codornices, exhaustas seguramente por el largo viaje a través del mar, cayeron en picado sobre el campamento de los israelitas. Así el pueblo tuvo carne para un mes, de manos de un Padre tan benigno hacia unos hijos tan insolentes y rebeldes. 2. Tan deseosos estaban de la carne que Dios les había enviado, que se pasaron todo aquel día, y toda la noche, y todo el día siguiente, atrapando codornices (v. 32). No hicieron caso de las palabras que Moisés les había dicho de parte de Dios, de que se habían de hartar hasta que les saliera la carne por las narices (v. 20). 3. Qué caro pagaron aquel banquete, cuando llegó el momento de ajustar cuentas: Hirió Jehová al pueblo con una plaga muy grande (v. 33), alguna grave enfermedad, debida probablemente a la fuerte indigestión que sufrieron y que causó la muerte a muchos de ellos (Sal. 78:29–31; 106:13–15). El recuerdo de esto quedó perpetuado en el nuevo nombre que Moisés dio al lugar, llamándolo Kibroth-hattaavah que significa sepulcros de concupiscencia (v. 34)
En el capítulo anterior, hemos visto la aflicción que el pueblo causó a Moisés. En el presente vemos que su paciencia fue puesta a prueba por sus mismos hermanos Aarón y María.
Versículos 1–3
I. La indecorosa e improcedente pasión de Aarón y María: Hablaron contra Moisés (v. 1). Parece ser que María comenzó la reyerta, y que Aarón, quizá por no haber sido consultado o empleado en la elección de los setenta ancianos, estaba a la sazón algo disgustado, y así se vio atraído más fácilmente a tomar partido al lado de su hermana. La reyerta contra Moisés se debía a dos motivos: 1. Su matrimonio con una extranjera. No se sabe si Moisés había contraído un segundo matrimonio con una mujer etíope (cusita), o si se trata, como es más probable, de la propia Siporá (Éx. 2:21), en vista de que Cusán es sinónimo de Madián (Hab. 3:7). Quizá pensaban que Siporá había influido notablemente en el ánimo de Moisés en el asunto de la elección de los setenta ancianos. 2. Su gobierno; no por llevarlo mal, sino por monopolizarlo: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? (v. 2).
II. La gran paciencia que Moisés mostró ante tamaña provocación. Él se hizo el sordo (v. Sal. 38:13). Cuando estaba en juego el honor de Dios, como en el caso del becerro de oro, no hubo nadie tan celoso
como Moisés; pero cuando se trató de su propio honor, nadie tan manso como él. Tan osado como un león en la causa de Dios, pero tan manso como un cordero en su propia causa. A veces, la malevolencia de nuestros amigos es, para nuestra mansedumbre, una prueba más fuerte que toda la maldad de nuestros enemigos.
Versículos 4–9
Moisés no se resintió de la injuria que se le hacía, ni se quejó de ella a Dios, ni apeló a la justicia divina; pero Dios sí que se resintió. Cuanto mayor silencio guardamos en nuestra propia causa, tanto mayor empeño pone Dios en defenderla. El inocente que es acusado no necesita hablar mucho cuando sabe que el juez es también su abogado.
I. Se incoa el expediente, y ambas partes son requeridas a esperar al Juez a la puerta del tabernáculo (vv. 4–5).
II. Dios hace saber a Aarón y a María que, por elevada que fuese la posición que ellos ocupasen (Aarón, sumo sacerdote; María, líder de las profetisas de Israel), no debían aspirar al mismo nivel que Moisés, ni a competir con él como rivales (vv. 6–8). 1. Es cierto que Dios otorgaba gran honor a los profetas, apareciéndose a ellos en visión, y hablando en sueños con ellos (v. 6), y por medio de ellos se daba a conocer a los demás. Ahora ya no lo hace por sueños o visiones, sino por medio del Espíritu de sabiduría y de conocimiento (1 Co. 12:8), y revelándonos las cosas por medio del Espíritu (1 Co. 2:10). 2. Sin embargo, el honor que Dios otorgó a Moisés era mucho mayor que el otorgado a los demás profetas: No así a mi siervo Moisés (v. 7) porque él está por encima de ellos. Para recompensar a Moisés por su mansedumbre y paciencia en soportar la afrenta que sus propios hermanos Aarón y María le habían causado, Dios no sólo le defiende, sino que le alaba grandemente. (A) Dios da testimonio de la gran integridad y de la probada fidelidad de Moisés: Es fiel en toda mi casa. Este es el rasgo que se destaca en primer lugar acerca de su carácter, porque la gracia está por encima de los dones; el amor por encima del conocimiento; y la sinceridad e integridad en el servicio de Dios revisten a una persona de mayor honor, y la disponen para recibir de Dios mayor favor que la erudición, las especulaciones abstrusas y la habilidad para hablar en lenguas. (B) Moisés era favorecido, por consiguiente, con manifestaciones más claras de la mente de Dios, y con una comunión con Dios más íntima que la de cualquier otro profeta.
En vista de todo ello, Aarón y María debían reflexionar sobre la persona a quien habían insultado: ¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés? (v. 8).
III. Después de haberles manifestado su insolencia y su insensatez, Dios les muestra a continuación su propio desagrado: La ira de Jehová se encendió contra ellos (v. 9). Por cierto que ya lo mostró suficientemente, al marcharse sin esperar a que presentasen alguna excusa: Y se fue. Que se aparte de nosotros la presencia de Dios es la señal más segura y más triste del desagrado de Dios hacia nosotros. ¡Ay de nosotros, si Él se va! Pero Él nunca se marcha hasta que nosotros mismos le ahuyentamos por medio de nuestro pecado y de nuestra insensatez.
Versículos 10–16
I. El juicio de Dios contra María: La nube se apartó del tabernáculo (v. 10), en señal del desagrado de Dios, y al punto, María quedó leprosa. Como dice el obispo Hall, su lengua inmunda fue castigada con un rostro inmundo. Mientras Moisés necesitaba un velo para cubrir su gloria, María lo necesitaba para cubrir su vergüenza. No fue Aarón el castigado con lepra, sino María, porque ella fue la que inició la rebelión, y Dios quería establecer una diferencia entre los que extravían a otros, y los que son extraviados. Aarón, como sacerdote, había de juzgar sobre la lepra de su hermana y, en cierto modo, juzgarse a sí mismo a través de ella, pues no podría declararla leprosa sin temblar y sonrojarse, al saber que era culpable como ella.
II. La sumisión y confesión de Aarón (vv. 11–12). Se humilló ante Moisés, confesó su pecado y pidió perdón. Quien hacía poco se había unido a su hermana en la rebelión contra Moisés, se ve obligado ahora
a dirigirse a Moisés en actitud arrepentida y sumisa de su parte y de la de su hermana. En su acto de sumisión: 1. Confiesa su propio pecado y el de su hermana (v. 11). 2. Pide perdón a Moisés: No pongas sobre nosotros este pecado. 3. Hace ver a Moisés la deplorable condición de su hermana, para moverle a compasión: No quede ella ahora como el que nace muerto (v. 12).
III. La intercesión en favor de María: Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora (v. 13). Moisés clamó a gran voz, porque la nube, símbolo de la presencia de Dios, se había apartado de allí, y también para expresar el fervor de su ruego: Que la sanes ahora. Así que María fue sanada mediante la oración de Moisés, a quien ella había tratado tan mal.
IV. La resolución de este caso, de forma que se diese satisfacción juntamente a la misericordia y a la justicia de Dios. 1. La misericordia entra en juego en cuanto que María va a ser sanada; Moisés la perdona, y Dios también la perdonará (v. 2 Co. 2:10). Pero: 2. La justicia también se cumple, puesto que María va a ser humillada: Sea echada fuera del campamento por siete días (v. 14).
V. El estorbo que esto causó al avance del pueblo: El pueblo no pasó adelante hasta que se reunió María con ellos (v. 15). Dios no levantó la nube y, por consiguiente, ellos no pudieron trasladar el campamento. Esto tenía por objeto: 1. Reprender al pueblo, pues eran conscientes de haber pecado a semejanza de la transgresión de María, cuando hablaron contra Moisés. 2. Indicar el respeto que Dios otorgaba a María. Si el campamento hubiese sido trasladado durante los días en que ella estaba fuera de la congregación, su pena y su vergüenza habrían sido mucho mayores. Quienes se hallan bajo disciplina y corrección por su pecado deben ser tratados con mucho afecto, sin sobrecargarles con la vergüenza que se han merecido, y sin tenerles por enemigos (2 Ts. 3:15), sino, al contrario, perdonándoles y consolándoles (2 Co. 2:7). Los pecados deben ser echados con pena, y los arrepentidos deben ser acogidos con gozo.
Sumamente triste es la historia que se nos narra en este capítulo y en el siguiente. Cuando ya estaban los israelitas a punto de poner sus pies en Canaán, hubieron de volver atrás, para vagar por el desierto durante treinta y ocho años más, hasta perecer allí todos los mayores de veinte años (con la excepción de Josué y Caleb), a causa de su murmuración e incredulidad.
Versículos 1–20
I. La orden que da Dios a Moisés de enviar espías que reconozcan la tierra de Canaán. Se dice aquí que Dios se lo ordenó (vv. 1–2), pero parece ser, por Deuteronomio 1:22, que la sugerencia partió primeramente del pueblo mismo, pues vinieron a Moisés y le dijeron: Enviemos varones delante de nosotros. Por otra parte, el hebreo dice: shelaj lejá = Envía para ti, como si dijera—según los rabinos—«si deseas enviar espías, hazlo». Por ello vemos que el pueblo, en general, no confiaba plenamente en la Palabra de Dios, quien había dicho que era buena tierra. ¡Qué absurdo fue enviar espías a una tierra que Dios había espiado ya para ellos! Pero así es como nos arruinamos muchas veces, ya que damos más crédito a nuestras propias ideas e imaginaciones, y a los informes ajenos, que a la revelación de Dios; queremos andar por vista, en vez de andar por fe. Al hacer el pueblo a Moisés la referida sugerencia, él lo consultó con Dios, quien le ordenó contentar al pueblo en este asunto, enviando espías delante de ellos. Así les dejaba andar según sus propios consejos.
II. Las personas nombradas para este servicio (vv. 4 y ss.), una de cada tribu, para mostrar que era cosa de todo el pueblo. Así se hizo con la mejor intención, pero tuvo tanto peor resultado cuanto que las personas enviadas, al dar, en su mayoría, el mal informe que después veremos, hicieron que el pueblo les creyera, influido por el prestigio de que gozaban los espías enviados. Al ser grande la importancia que el libro de Números da a los nombres, aparecen aquí los de todos los espías. Es de notar (v. 16), el cambio de nombre de Josué, hecho por Moisés—sin duda—antes en el tiempo de la victoria sobre Amalec (Éx. 17:9 y ss.); por lo cual, la traducción correcta debería ser: Y a Oseas hijo de Nun le había puesto Moisés
el nombre de Josué = Jesús. Comoquiera que Osheas (u Hosheá) significa: Él ayudó (o Él salvó), y Josué (Yehoshuá) significa: Él (Dios) ayudará (o Jehová salvará), vemos que el pensamiento de Moisés era el siguiente: Dios, que nos ha ayudado hasta aquí, nos ayudará también en adelante. Según el Midrash, Moisés, al cambiar el nombre de Josué, expresó la siguiente oración: «Dios te libre del consejo de los espías». En este caso, la oración iría unida a la promesa; tal es la relación que hay entre oración y promesa, puesto que las oraciones alcanzan promesas; y las promesas orientan y animan a las oraciones. Al ser, pues, el nombre de Josué equivalente al de Jesús, vemos que Josué fue tipo de Cristo, al suceder a Moisés en el puesto de capitán de Israel y de introductor del pueblo en la tierra de Canaán, después de conquistarla. Josué fue el salvador del pueblo de Dios de los poderes de Canaán, pero Cristo es el Salvador de ese mismo pueblo de los poderes de Satán.
III. Las instrucciones que se dieron a los espías mencionados. Fueron enviados a la tierra de Canaán para reconocerla y observar cuál era su estado a la sazón (v. 17). Dos puntos de investigación les fueron encargados: 1. Respecto a la tierra misma: Cómo es el terreno, si es fértil o estéril (v. 20). Moisés estaba seguro de que Canaán era buena tierra, porque él creía a Dios, pero envió a los espías a hacer este reconocimiento para dar satisfacción al pueblo. 2. Respecto a los habitantes: acerca de su número, si poco o numeroso; acerca de su condición, si fuerte o débil (v. 18).
IV. Moisés despidió a los espías con este encargo: Esforzaos (v. 20); es decir, ¡ánimo!, con ello insinuaba que habían de traer un informe que sirviese para animar al pueblo y sacar el mejor partido de la situación.
Versículos 21–25
Breve relato del reconocimiento que los espías hicieron de la tierra prometida. 1. La reconocieron toda, desde el desierto de Zin, al N. E. del desierto de Parán y, por tanto, en los límites meridionales de Canaán, hasta Rehob, norte de Canaán, en la base del Hermón, junto a las fuentes del Jordán, a la entrada de Hamat (v. 21), el estrecho pasadizo entre el Hermón y el Líbano, del que se habla en la Biblia como del límite más septentrional de la Tierra Santa (34:8). Se dividieron allí en varios grupos, y así pasaron inadvertidos, como viajeros. 2. Se fijaron especialmente en Hebrón (v. 22), probablemente porque cerca de allí estaba el campo de Macpelá, donde estaban sepultados los patriarcas (Gn. 23:19). Se encontraron con que allí habitaban los hijos de Anac. Allí donde los cuerpos de sus antepasados habían tomado posesión para ellos, los gigantes habían ocupado después la tierra en posesión contra ellos. 3. Trajeron consigo un racimo de uvas, y algunos otros frutos de la tierra (v. 23), como muestra de la extraordinaria bondad de la tierra. El sitio donde lo cortaron fue llamado el Valle de Escol, que quiere decir racimo, el famoso racimo que fue para Israel como el anticipo o arras y como el paradigma de todos los frutos de Canaán. De ahí su frecuencia en los grabados que sirven para ilustrar los lugares bíblicos.
Versículos 26–33
Al cabo de cuarenta días, volvieron los espías, pero su informe no era coincidente.
I. La mayor parte, diez de doce (más del 80%), desanimó al pueblo, para disuadirle de entrar en Canaán.
1. Fijémonos en el informe que dieron. (A) No pudieron negar que la tierra de Canaán era muy fructífera; el racimo de uvas que traían consigo era una estupenda prueba ocular (v. 27). Sin embargo, se contradicen después al decir: Es tierra que traga a sus moradores (v. 32); es decir, que no produce lo suficiente para mantenerlos. Hay quienes piensan que, en el tiempo en que estos espías exploraron la tierra, había alguna plaga o epidemia, y ellos pensaron que eso se debía a lo insano de la atmósfera, con lo que tomaron de ahí ocasión para desanimar al pueblo. (B) Por otra parte, ellos presentaron la conquista de Canaán como prácticamente imposible, de modo que no tenía ningún objeto el intentarla. Para conseguir mejor su propósito, describieron a los gigantes de allí, a los hijos de Anac, con notoria exageración (v. 33), para recalcar así que la única decisión prudente era abstenerse de acometer la empresa de conquistar
la tierra: No podremos subir contra aquel pueblo (v. 31), como el que dice: Habrá que intentar otra solución y seguir otro camino.
2. Pero, lo cierto es que, vistas las cosas desde un punto de vista meramente humano, no tenían excusa alguna para defender su tremenda cobardía. ¿Acaso no eran suficientemente numerosas las huestes de Israel? ¿No eran hombres eficientes, bien entrenados y organizados, estrechamente unidos en principios, motivos, intereses afectos? ¿No era sabio y valiente Moisés, su comandante en jefe? Si el pueblo ponía en la empresa resolución y bravura, ¿quién podía resistirles?
3. Esto no es lo peor. Aunque bien se merecían el apelativo de cobardes, la Escritura los estigmatiza como incrédulos. (A) Tenían suficientes señales de la presencia de Dios en medio de ellos. Supongamos que los cananeos fuesen más fuertes que los israelitas, pero ¿acaso eran más fuertes que el Dios de Israel? Las ciudades estaban fortificadas contra ellos (v. 28), según decían, pero ¿podían estar fortificadas contra el Cielo? (B) Además, ya tenían bastante experiencia de la largura y de la fuerza del brazo de Dios, extendido y remangado para liberarles y defenderles. ¿No eran los egipcios más fuertes que los cananeos? No obstante, sin que Israel tuviese que desenvainar una sola espada ni dar un solo golpe, los carros y jinetes de Egipto habían sido derrotados y destruidos. También los amalecitas habían sido desconcertados y vencidos. (C) Por si esto fuera poco, tenían de parte de Dios promesas especiales de victorias y éxitos en sus futuras luchas contra los cananeos. Dios había dado ya a Abraham todas las seguridades posibles de que había de poner a su descendencia en posesión de aquella tierra (Gn. 15:18; 17:8). También por medio de Moisés les había prometido expresamente que había de echar fuera al cananeo, etc. (Éx. 33:2), y que los había de echar poco a poco (Éx. 23:30). Después de esto, decir: No podremos subir contra aquel pueblo, equivalía a decir: «Dios mismo no podrá mantener su palabra.»
II. Pero Caleb les animó a seguir adelante, aunque sólo contó con el respaldo de Josué: Caleb hizo callar al pueblo (v. 30). Caleb significa algo así como intrépido (de keleb = perro, por la fuerza de su aullido), pero hay quien pretende hacerlo derivar, más ingeniosa que correctamente, de «kol leb» = todo corazón, con lo cual haría honor a su nombre, por ser cordial y animoso y habría podido hacer animoso a todo el pueblo, si le hubiesen escuchado. 1. Vemos que Caleb habla con toda confianza del éxito: Más podremos nosotros que ellos (v. 30), por fuertes que sean. 2. Anima al pueblo a seguir adelante y, colocándose en vanguardia, habla como quien está resuelto a conducirles con toda valentía: Subamos luego, y tomemos posesión de ella.
Este capítulo nos refiere la fatal contienda entre Dios e Israel, en la que, a causa de la murmuración e incredulidad del pueblo, Dios les juró en su ira que no habían de entrar en su reposo. «Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga, imitando este ejemplo de desobediencia» (He. 4:11).
Versículos 1–4
¡Qué daño causaron los malvados espías con su falso reportaje!
I. Vemos la agitación que el informe produjo en el pueblo: Toda la congregación gritó y dio voces (v. 1) dando crédito a los espías más que a Dios. Los que se quejan sin causa merecen tener causa para quejarse. Y esto es precisamente lo que le pasó aquel día al pueblo de Israel.
II. Con qué atrevimiento se encararon con sus líderes: Se quejaron contra Moisés y contra Aarón (v. 2) y expresamente contra Dios (v. 3). 1. Miraban hacia atrás con descontento inmotivado, y deseaban haber muerto en Egipto, o morir entonces mismo en el desierto. Nunca habían pasado un tiempo tan bueno y agradable como aquellos meses desde que habían salido de Egipto. ¡Cuán viles eran los ánimos de aquellos degenerados israelitas, para desear la muerte antes que entrar, con la promesa de Dios, en la tierra que fluía leche y miel! ¡Qué ingratos e insensatos somos, cuando, después de tantos beneficios y de tan maravillosas promesas de Dios, al menor asomo de la más insignificante adversidad, enseguida nos sentimos deprimidos y nos quejamos, más o menos conscientemente, de la sabia y amorosa providencia
de nuestro Padre Celestial. 2. Miraban el porvenir con desesperación infundada, y daban por seguro que si seguían adelante iban a caer a espada (v. 3). No dudaron incluso en pronunciar la más impía blasfemia al insinuar malévolamente que el propósito de Dios al conducirlos por el desierto, era llevarlos a una muerte segura a ellos, a sus mujeres y a sus niños inocentes.
III. Finalmente, llegaron a la decisión desesperada de volverse a Egipto, en lugar de seguir adelante hacia Canaán: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto (v. 4). 1. Era la mayor locura del mundo desear volverse a Egipto, y pensar que allí les iba a ir mejor que les iba en el desierto. 2. Era lo más ridículo del mundo hablar de volverse a través del desierto. 3. En fin, era lo más perverso del mundo, pretender elegir un capitán, al margen de Moisés y de Dios mismo, pensando en su rebeldía y en su ingratitud que el capitán «democráticamente» elegido por ellos les iba a conducir con mayor prudencia y seguridad. También nosotros nos encontramos muchas veces a disgusto con lo que tenemos, nos quejamos de nuestro lugar y de nuestra suerte, y pensamos enseguida cambiar de residencia o de trabajo; pero, ¿es que hay algún lugar o estado en este mundo que no tengan nada que pueda disgustarnos, si llevamos dentro la disposición al disgusto? El único modo de mejorar nuestra condición es poner nuestro ánimo en mejor disposición y, en lugar de decir: ¿No sería mejor volvernos a Egipto?, preguntarnos: ¿No sería mejor contentarme con lo que tengo, y sacar el mejor partido posible de lo que hay frente a mí?
Versículos 5–10
Los mejores amigos de Israel se interponen ahora para intentar salvarles de la ruina, pero en vano.
I. Sus mayores esfuerzos se pusieron en juego para acallar el tumulto.
1. El clamor estridente del pueblo era tan grande, que no era posible oír a Moisés ni a Aarón; por ello, a fin de expresarse de alguna manera frente a toda la congregación, y manifestar al mismo tiempo su tremendo pesar y su confusión, se postraron sobre sus rostros, dando así a entender: (A) Sus humildes oraciones a Dios, para que Él acallase el tumulto del pueblo. (B) La gran aflicción y preocupación de su ánimo. Cayeron como atónitos y como heridos por un rayo, asombrados de ver a un pueblo arrojar lejos de sí los favores y misericordias de Dios. Lo que, por fin, dijeron al pueblo, lo refiere Moisés en la repetición de este relato: No os asustéis; Jehová vuestro Dios, Él peleará por vosotros (Dt. 1:29–30).
2. Caleb y Josué hicieron también lo que estaba en su mano: Rompieron sus vestidos (v. 6), porque estaban santamente indignados por el pecado del pueblo, y temían justamente la ira de Dios, que ellos veían próxima a estallar contra Israel. Su discurso al pueblo no pudo ser más pertinente ni más patético (vv. 7–9), hablando y razonando con toda autoridad.
A) Les dieron seguridades de la bondad de la tierra que habían explorado y de que era realmente digna de aventurarse a conquistarla.
B) Les hicieron ver que no tenían importancia las dificultades que parecían oponerse a que entrasen a poseerla: No temáis a pueblo de esta tierra (v. 9). Por muy negro que os hayan pintado éstos el panorama, nunca es tan fiero el león como lo pintan. Nosotros los comeremos como pan; como si dijeran: «Están delante de nosotros más bien para devorarlos que para derrotarlos». Como dice expresivamente nuestro refrán castellano, similar a la expresión de Josué y Caleb: «Son pan comido». Aunque los cananeos vivan en ciudades fortificadas, están al descubierto: Su amparo se ha apartado de ellos. Los otros espías se habían fijado en la fuerza y en la estatura de los cananeos, pero éstos se habían fijado en su perversidad, y de ahí inferían que Dios los había desamparado de antemano y, por eso, su amparo (lit. sombra) se había marchado. En un país cálido, como Canaán, la sombra era un refugio.
C) Mostraron claramente al pueblo que todo el peligro en que se hallaban se debía únicamente a su descontento y rebeldía contra Dios, y que tendrían éxito en subyugar a todos sus enemigos, con tal que no se empeñasen en hacer de Dios un enemigo.
II. Todos sus esfuerzos fueron inútiles; estaban sordos al más lógico y prudente razonamiento; más aún, las palabras de Josué y Caleb les exasperaron todavía más hasta llevarlos al colmo del ultraje: Toda la multitud habló de apedrearlos (v. 10). Caleb y Josué sabían que se manifestaban así por Dios y por su gloria, y por eso no dudaban de que Dios se manifestaría por ellos y por su seguridad. Y no quedaron
decepcionados, pues inmediatamente la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo para terror y confusión de los que estaban ya dispuestos a apedrear a los siervos de Dios.
Versículos 11–19
I. Cuando la gloria de Dios se mostró en el tabernáculo, podemos suponer que Moisés entendió por ello que Dios le llamaba a que fuese inmediatamente a la puerta del tabernáculo y esperara allí. Ahora se nos refiere lo que le dijo Dios allí.
1. Le mostró la gran maldad del pecado del pueblo (v. 11). De dos cosas se querella Dios justamente ante Moisés: (A) Del pecado del pueblo: ¿Hasta cuándo no me creerán? (v. 11). Fue la incredulidad de ellos lo que hizo de este día un día de provocación en el desierto (Heb. 3:8). (B) De que el pueblo continúe en el pecado: ¿Hasta cuándo? Cuanto más hace Dios por nosotros, mayor es el insulto y la provocación que le hacemos, si no creemos y no confiamos en Él.
2. Le mostró la sentencia que la justicia divina pronunciaba sobre el pueblo a causa de su pecado (v. 12). ¿Qué me queda por hacer, sino acabar del todo con ellos? ¿Quieren morir? Pues ¡que mueran! ¡Que no quede de ellos ni raíz ni rama!
II. La humilde intercesión que Moisés hizo en favor de ellos.
1. El contenido de su oración es, en una palabra, perdón. Perdona ahora la iniquidad de este pueblo (v. 19); esto es, «no traigas sobre ellos la ruina que se merecen». Esta fue la oración de Cristo por los que le crucificaron: Padre, perdónales (Lc. 23:34).
2. Las razones que expone en su oración son muchas y expuestas fuerte e insistentemente.
A) Alega que la propia gloria de Dios está en juego (es el mismo alegato que en Éx. 32:12): Lo oirán luego los egipcios … (vv. 13–16). Es como si dijera: «Si este pueblo que ha levantado tan gran tumulto es consumido por completo y todas sus estupendas ilusiones se quedan en nada, y su luz termina en pavesas será publicado con placer en Gat, y referido con gozo en las calles de Ascalón. ¿Y qué leyenda forjarán los gentiles con ello? Será imposible hacerles comprender que es un acto de la justicia divina, pues pensarán más bien que es un fracaso del poder de Dios».
B) Apela a la proclamación que Dios hizo de su nombre en Horeb: Te ruego que sea magnificado el poder del Señor … (vv. 17–18). Para dar mayor fuerza a su petición alude a las palabras que Dios había pronunciado: Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia. Allí había hablado Dios de su misericordia como que era su gloria; Dios se gloriaba de ello (Éx. 34:6–7). Ahora Moisés le pide que glorifique también su misericordia en esta ocasión. No pide que no los corrija, sino que no los desherede.
C) Apela a las experiencias pasadas: Como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí (v. 19). Moisés considera esto como un buen alegato: Perdona … como has perdonado. Como si dijera: Sé fiel a tu propio carácter. No será mayor reproche a tu justicia, ni menor alabanza a tu misericordia, el perdonar ahora, que lo ha sido el haber perdonado antes.
Versículos 20–35
La respuesta de Dios a Moisés es como un canto a la misericordia, lo mismo que a la justicia.
I. La sentencia de exterminarlos a todos de inmediato es retirada (v. 20). Por aquí se puede ver qué apoyo y ánimo da Dios a nuestra intercesión en favor de otros, para que nuestras oraciones sean generosas y comunitarias. Aquí tenemos a toda una nación salvada de la ruina inminente, por la efectiva oración ferviente de un justo (Stg. 5:16). También vemos la importancia de orar apoyados en la propia Palabra de Dios. Moisés había orado según la Palabra de Dios. Dios ahora concede y perdona según la palabra de Moisés: Conforme a tu palabra (v. 20). Cuando hemos ofendido a una persona, y nos ha perdonado, pero le volvemos a ofender ¡qué vergüenza nos da pedirle perdón de nuevo! Pero la puerta del Cielo siempre está abierta (He. 4:15–16), para que puedan entrar libremente las oraciones, y puedan salir benignamente las gracias y los perdones.
II. La gloria de Dios queda totalmente a cubierto con la resolución que la justicia divina ha tomado (v. 21). Moisés había mostrado en su oración un interés especial por la gloria de Dios. Todo el mundo verá cuánto aborrece Dios el pecado, incluso en su propio pueblo, y cómo va a pedirle cuentas por él, pero al mismo tiempo verá también cuán benigno y misericordioso es, y tardo en airarse. Dios da respuesta inmediata cuando es invocada su gloria. Así también, cuando nuestro Salvador oró al Padre, diciendo: Padre, glorifica tu nombre, se le respondió inmediatamente: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez (Jn. 12:28).
III. El pecado del pueblo que provocó a Dios a entablarles proceso, tiene aquí notables agravantes (vv. 22, 27).1. Habían tentado a Dios, y puesto a prueba su poder. Habían tentado también a su justicia, a ver si se iba a resentir de la provocación y castigarles, o no. 2. Habían murmurado contra Él; Dios insiste en esto (v. 27). 3. Cometieron este pecado después de haber visto los milagros de Dios en Egipto y en el desierto (v. 22). 4. Habían repetido las provocaciones diez veces (v. 22); es decir, con frecuencia (v. Gn. 31:7).
IV. La sentencia pronunciada contra ellos por su pecado. 1. No habían de ver la tierra prometida (v. 23), ni entrarían en ella (v. 30). La promesa de Dios se cumpliría para la descendencia de ellos, pero no para ellos. 2. Iban a volver de nuevo por el camino del desierto (v. 25). El próximo traslado iba a ser una retirada. 3. Que todos los que habían sido contados de veinte años arriba morirían en el desierto; no todos a la vez, sino poco a poco. Habían deseado morir en el desierto, y Dios respondía con un Amén a su deseo imprudente y apasionado. 4. Que habían de estar vagando por el desierto durante cuarenta años (con los dos que ya llevaban), conforme a los cuarenta días en que habían explorado la tierra de Canaán. Por el desierto andarían durante todos esos años, como viajeros que se han perdido. (A) Para que así pudieran ser movidos al arrepentimiento, y encontrar misericordia en la otra vida, cualquiera que fuese su ventura en la vida presente. (B) Para que pudiesen experimentar en cabeza propia cuán peligroso es para un pueblo ligado a Dios con pacto, romper este pacto. Dios no abandona a ninguna persona, a no ser que esta persona le haya abandonado a Él. (C) Para que en este tiempo surgiera una nueva generación, la cual no podía surgir de una vez sin un gran milagro. Y para que los menores de edad, viendo cómo se había manifestado el desagrado de Dios contra sus padres, tomasen aviso para no seguir las pisadas de desobediencia de los mismos.
V. La misericordia incluida en esta severa sentencia.
1. Misericordia hacia Caleb y Josué. Aunque habían de vagar por el desierto con los demás, iban a ser los únicos mayores de veinte años que sobrevivirían hasta después de entrar en Canaán (vv. 24, 30). Sólo Caleb es mencionado en primer lugar (v. 24), y Dios le señala con un honor especial, tanto: (A) En la descripción que hace de él: Hubo en él otro espíritu, diferente del resto de los espías, y decidió ir en pos de Dios, cumplió exactamente con su deber, a pesar de estar en minoría y amenazado de muerte. Sabía que «uno con Dios es mayoría». (B) Como también en la recompensa que le promete: Yo le meteré en la tierra donde entró (v. 24). En la segunda mención que Dios hace de Caleb (v. 30), menciona también junto a él a Josué, prometiéndole los mismos favores y coronándole con los mismos honores, por haber cumplido junto a él los mismos servicios.
2. Misericordia hacia los hijos de estos mismos rebeldes. Dios iba a preservar una descendencia, a la que daría en posesión la tierra de Canaán: Pero a vuestros niños, de veinte años abajo, de los cuales dijisteis, en vuestra incredulidad, que serían por presa, yo los introduciré (v. 31).
Versículos 36–45
I. La muerte súbita de los diez espías malvados. Mientras se estaba pronunciando la sentencia contra el pueblo, y antes que fuese publicada, ellos murieron de plaga delante de Jehová (vv. 36–37). 1. Habían cometido un enorme pecado, al hablar calumniosamente de la tierra prometida. Nótese cuánto provocan a Dios quienes contribuyen a formar una imagen falsa de la religión, vilipendiándola, haciendo surgir prejuicios contra ella, o dando ocasión a quienes buscan pretextos para atacarla. 2. Hicieron pecar a Israel: Conscientemente habían hecho murmurar contra Él (contra Moisés y, de rechazo, contra Dios) a toda la congregación (v. 36).
II. La especial preservación de Caleb y Josué: Quedaron con vida (v. 38).
III. La publicación de la sentencia a todo el pueblo (v. 39). Les dijo cuál era el decreto de Dios respecto a ellos, decreto irrevocable, de que habían de morir todos en el desierto, y que Canaán estaba reservado para la generación siguiente.
IV. El insensato y vano intento de algunos israelitas de entrar por su propia cuenta en Canaán, a pesar de la sentencia de Dios.
1. Ahora estaban impacientes por entrar en Canaán (v. 40). Se levantaron muy temprano, se armaron de coraje, se reunieron en grupo y le pidieron a Moisés que los condujera contra el enemigo. Pero, aunque Dios era glorificado por este comportamiento audaz, llegaba demasiado tarde y sin el mandato divino; de ahí que no sacasen de ello ningún beneficio, sino perjuicio total.
2. Moisés desaprobó rotundamente esta sugerencia, y les prohibió emprender la expedición que pretendían: No subáis (v. 42). Les advierte del peligro que ello comporta: «Porque el amalecita y el cananeo están allí delante de vosotros para atacaros y Jehová no está en medio de vosotros para protegeros y luchar por vosotros. Por tanto, mirad por vosotros mismos, no seáis heridos delante de vuestros enemigos» (vv. 42–43). Quienes están fuera del camino del deber, están fuera de la protección de Dios, y caminan expuestos siempre al peligro.
3. No obstante esta advertencia, se aventuraron a marchar. Nunca hubo un pueblo tan perverso como éste, y tan desesperadamente decidido a hacer en todo lo contrario de lo que Dios quería. Les pide Dios que vayan, y no quieren ir; les prohíbe Dios que vayan, y van.
4. La expedición salió mal, como era de suponer (v. 45). Los enemigos estaban apostados en la cima del monte para hacer frente a los invasores y, al ser informados por sus avanzadillas de que se acercaba el enemigo, descendieron contra ellos y los derrotaron, matando, con toda probabilidad, a la mayoría de los israelitas que se habían aventurado en esta loca empresa.
Este capítulo, que trata principalmente de sacrificios y ofrendas, está intercalado entre los relatos de dos rebeliones (una en el capítulo anterior y otra en el siguiente), para darnos a entender que estas instituciones de la Ley eran tipo de los dones que Cristo había de recibir incluso en favor de los rebeldes (Sal. 68:18). En el capítulo anterior, a causa de la provocación de Israel, Dios había determinado destruir al pueblo, y dando rienda suelta a su ira, los sentenció a perecer en el desierto. Pero, por la intercesión de Moisés, dijo: Lo he perdonado; y, en señal de su amplia misericordia repite y explica en este capítulo algunas de las leyes concernientes a los sacrificios, para mostrar que estaba reconciliado con ellos.
Versículos 1–21
I. Se dan instrucciones completas acerca de las ofrendas de presente y de las libaciones, que solían añadirse a todos los sacrificios de animales. El comienzo de esta ley es muy alentador: Cuando hayáis entrado en la tierra de vuestra habitación que yo os doy, etc. (v. 2). Esto era una clara indicación, no sólo de que Dios estaba reconciliado con ellos, sino de que garantizaba a los descendientes de la generación aquella la posesión de la tierra prometida. El objeto de esta ley es declarar en qué proporción habían de entrar las ofrendas de presente y las libaciones en los distintos sacrificios a los que estaban anejas.
II. Los extranjeros son puestos al mismo nivel que los nativos, en esta materia como en otras (vv. 13–16): Un mismo estatuto tendréis vosotros de la congregación y el extranjero que con vosotros mora (v. 15). 1. Esto era una invitación a los gentiles a que se hiciesen prosélitos y abrazasen así la fe y el culto del verdadero Dios. En el plano civil y social había diferencia entre los extranjeros y los israelitas nativos, pero no en las cosas de Dios. 2. Esto imponía a los judíos la obligación de ser amables con los extranjeros y no oprimirlos, al ver que Dios los reconocía y aceptaba como suyos. La comunión en las cosas espirituales debe acabar con todas las enemistades. Era un feliz presagio del llamamiento de los gentiles y
de su admisión en la Iglesia. Si la Ley hacía tan poca diferencia entre el judío y el gentil en lo que concernía a la salvación mucho menos había de hacerla el Evangelio, al ser derribada la pared intermedia de separación y ser reconciliados con Dios en uno por medio de un solo sacrificio, sin tener que observar ya más las ceremonias legales.
III. Ley para ofrecer a Dios las primicias de la masa. Esta ley, como la anterior, implica la venturosa suposición de que habrán entrado en la tierra (v. 18). No sólo deben ofrecer a Dios las primicias y los diezmos del grano de sus campos, sino que, cuando ya tengan el pan amasado en sus artesas, casi a punto de ser puesto en la mesa, Dios ha de recibir otro tributo más, una parte de la masa debe ser ofrecida a Dios (vv. 20–21), y el sacerdote debe recibirla para cocerla y comerla en familia. De esta manera tenían que mostrar su dependencia de Dios en el pan cotidiano. Así también Cristo nos enseñó a pedir, no diciendo: Danos este año nuestra cosecha anual, sino: Danos hoy nuestro pan de cada día.
Versículos 22–29
Leyes concernientes a los sacrificios por pecados de ignorancia. Los judíos lo aplican al pecado de idolatría o culto a falsos dioses, a causa de una enseñanza errónea por parte de sus maestros. El hecho de que se aluda aquí al quebrantamiento de todos los mandamientos se debe a que, siendo la idolatría una apostasía general de la doctrina nuclear del judaísmo, equivalía al quebrantamiento de toda la Torah. Si no traían las ofrendas que se les habían mandado, debían ofrecer un sacrificio de expiación, aunque la omisión se debiese a ignorancia o error. 1. El caso es considerado como pecado nacional (v. 24), puesto que toda la congregación interviene en cierto grado y, por tanto, toda la congregación ha de ofrecer el sacrificio. 2. Si se trata de una persona particular, ha de hacerse expiación por la persona que haya pecado por yerro (vv. 27–28). Los pecados de ignorancia son perdonados por medio de Cristo, el Gran Sacrificio, quien, al ofrecerse a sí mismo, una vez por todas, en la Cruz, parece que explicó la intención de su ofrenda en este sentido, cuando dijo: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Y Pablo parece aludir también a esta ley concerniente a los pecados de ignorancia, cuando escribe: Fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad (1 Ti. 1:13). Y fue una consideración favorable hacia los gentiles el que esta ley de la expiación por los pecados de ignorancia se extendiese expresamente a los que eran extranjeros a la ciudadanía de Israel (v. 29), pero se suponía que eran prosélitos de justicia. Así les llega a los gentiles la bendición de Abraham (Gá. 3:14).
Versículos 30–36
I. La sentencia pronunciada contra los que pecan con todo conocimiento y malicia o, como dice el texto, con mano levantada (v. 30), es decir, con soberbia presuntuosa, en desafío a Dios y a su ley (v. Job 15:25). Ello equivale a atribuir insensatez a la Sabiduría de Dios, e iniquidad al recto Juez de cielos y tierra; tal es la malignidad del pecado hecho con todo conocimiento y deliberación. La sentencia pronunciada contra tal pecado es terrible: no queda ya sacrificio para él (comp. He. 10:26 y ss.).
II. Un caso particular de pecado voluntario en el quebrantamiento del sábado. La ofensa consistía en estar recogiendo leña en día de reposo (v. 32), lo cual, probablemente, tenía por objeto hacer fuego para cocinar, cuando estaba mandado cocer y cocinar el día anterior todo lo que necesitasen para el sábado (Éx. 16:23). Por el contexto se ve que esto fue hecho voluntaria y conscientemente, lo que afrentaba así a la Ley y al Legislador. Parece ser que, incluso los más ordinarios israelitas, aunque dejaban mucho que desear, no veían con buenos ojos la profanación del sábado. La ley había sancionado ya la profanación del sábado con la pena capital (Éx. 31:14; 35:2), pero estaban perplejos, o respecto a la ofensa (si lo que aquel hombre había hecho había de ser considerado como profanación o no), o respecto al castigo, qué clase de muerte había de dársele (v. Lv. 24:12, para un caso similar).
III. Fue pronunciada la sentencia. El individuo fue juzgado como quebrantador del sábado, de acuerdo con el objetivo de tal ley, y como tal había de morir; y para mostrar cuán grande era el pecado que había cometido, y cuánto desagradaba a Dios, y para que otros lo oyesen, tuviesen temor y no se atreviesen a pecar de manera tan presuntuosa, fue sentenciado a morir de la muerte considerada como la más terrible: por apedreamiento (v. 35). Nótese que Dios es celoso del honor de sus días de reposo, y no
está dispuesto a tener por inocentes, piensen los hombres lo que piensen, a los que los profanen. La sentencia fue ejecutada inmediatamente después de ser pronunciada: toda la congregación lo apedreó (v. 36). Seguramente que intervino en la ejecución de la sentencia el mayor número posible de ellos, a fin de que aquellos, al menos, que habían arrojado una piedra contra este quebrantador del sábado, abrigasen el temor de quebrantar el sábado. Esto sugiere que la profanación voluntaria del sábado es un pecado que merece repudio por parte de toda la sociedad. Cualquiera podría pensar que recoger un poco de leña no tenía importancia, fuese cual fuese aquel día, pero Dios quería que el castigo ejemplar de aquel hombre fuese para todos nosotros una constante amonestación para concienciarnos de la necesidad de santificar el día del Señor.
Versículos 37–41
Vimos hace poco la provisión que la ley hacía para los pecados de error, ignorancia y debilidad. Ahora vemos el procedimiento para prevenir tales pecados. Los israelitas debían hacerse franjas en los bordes del vestido y poner en cada franja un cordón azul (v. 38), lo cual había de servirles de recordatorio de su deber de cumplir los mandamientos de Dios. Nuestro Salvador, puesto en sumisión a la Ley (Gá. 4:4), llevó también estas franjas o flecos por eso leemos acerca del borde de su manto (Mt. 9:20). Estos flecos son los que los fariseos alargaban (Mt. 23:5), para que los considerasen como más santos y devotos que los demás. Muchos hacen de sus ornamentos un motivo para fomentar su orgullo, cuando habrían de mirarse como incentivos para despertar la conciencia y estimular el sentido de la responsabilidad en el cumplimiento del deber. No estará de más añadir dos notas aclaratorias: 1. Sólo los varones habían de llevar dichas franjas, ya que las mujeres estaban ocupadas en las faenas del hogar. 2. Es muy significativo el color azul de los cordones, que es un color de simbolismo celestial. De ahí que se usase para unir los anillos del pectoral con los del efod (Éx. 28:28). El azul es asimismo el color simbólico del pensar filosófico. «El color azul de las franjas—dicen los rabinos—se asemeja al mar; el mar se asemeja al Cielo, y el Cielo se asemeja al Trono de la Gloria. Así, el acto exterior de mirar las franjas era para el israelita un acto interior de espiritual conformidad con los preceptos de Dios.» Podemos añadir que, sea cual sea la interpretación que se de a Apocalipisis 4:3, el azul es allí un color importante (quizás un azul violáceo, como en el extremo del arcoiris).
Después de la repetición de estas instrucciones ceremoniales, el capítulo termina con aquella grande y fundamental ley religiosa: Que seáis santos a vuestro Dios (v. 40).
La fecha de la historia referida en este capítulo es incierta. Es probable que estos motines sucedieran después de su retirada desde Cadés-barnea. Por extraña coincidencia, después de nuevas leyes viene una nueva rebelión.
Versículos 1–11
I. Un registro de los rebeldes, quiénes y qué clase de personas eran, hombres de renombre. Coré era la principal figura de la conspiración; él la formó y la encabezó. A él se unieron Datán, Abiram y On, de la tribu de Rubén, el hijo mayor de Jacob. Probablemente, Coré estaba disgustado, tanto por la preferencia que se dio a Aarón en el sacerdocio como por el nombramiento de Elizafán para ser el jefe de los coatitas (3:30); y quizá los rubenitas estaban molestos de que la tribu de Judá ocupase el primer lugar de honor en el campamento. Las leyendas rabínicas ofrecen gran cantidad de conjeturas acerca del trasfondo de esta rebelión. Lo cierto es que, siendo varones de renombre, indujeron a doscientos cincuenta varones a unirse a la conspiración (v. 2). En vista de que On hijo de Pelet no vuelve a salir ya más, hay una leyenda rabínica, según la cual, fue salvado de la destrucción por su mujer. Ella le habría dicho: «¿Y qué vas a sacar con eso? O se va a quedar Moisés de jefe, y tú serás su seguidor, o será Coré el nuevo jefe, y tú serás su seguidor».
II. La protesta de los rebeldes (v. 3). De lo que se querellaban era del nombramiento de Aarón y de su familia para el sacerdocio. 1. Se jactaban orgullosamente (y demagógicamente) de la santidad de la congregación y de la presencia de Dios en medio de ella. Menguados motivos tenían para jactarse de la santidad del pueblo o del favor de Dios, cuando el pueblo se había contaminado con tantos pecados y tan recientemente. 2. Era injusta y falsa la inculpación de Moisés y Aarón de haberse arrogado tal honor cuando era evidente, y fuera de toda duda, que habían sido llamados a él por Dios mismo (He. 5:4). Por aquí puede verse: (A) Qué clase de espíritu tienen los levantiscos, los que menosprecian a las autoridades y resisten a los poderes que Dios les ha constituido; son gente orgullosa, envidiosa, ambiciosa, turbulenta, perversa y sin razón. (B) Qué pueden esperar de la comunidad incluso los hombres mejores y más útiles.
III. Conducta de Moisés, una vez que salió a la luz pública esta rebelión contra él.
1. Se postró sobre su rostro (v. 4), como hizo anteriormente (14:5). Se dirigió a Dios en oración, para que le manifestase qué es lo que debía decir y hacer en esta triste ocasión.
2. Dio su conformidad para que el caso fuera expuesto a Dios, para que Él decidiera, como quien estaba seguro de la legitimidad de su título y, por otra parte, contento con dejar el cargo, si Dios lo creía conveniente, para satisfacer con un nuevo nombramiento a aquella gente descontenta.
3. Trató de discutir el caso con los rebeldes, para ver de impedir que el motín llegase a mayores, y les dio muy buenas razones para que desistiesen de ello antes de que el caso llegase al tribunal de Dios, pues sabía que, si seguían adelante, seguramente tendrían un final horrible.
A) Les llama hijos de Leví (vv. 7, 8). Levitas ¡y rebeldes!
B) Les devuelve la inculpación que le hacían a él y a su hermano Aarón. Ellos habían inculpado a Moisés y Aarón de arrogarse demasiadas facultades, aunque no habían hecho otra cosa que aceptar el cargo que Dios les había confiado, y les dice a ellos: Hijos de Leví, ¿os es poco que el Dios de Israel os haya apartado … acercándoos a Él, etc.? (vv. 8–10). Así les mostró el gran privilegio que, como levitas, tenían; siendo esto suficiente para ellos, no tenían por qué aspirar también al sacerdocio.
C) Trató de convencerles del pecado que suponía subestimar aquellos privilegios: ¿Os es poco? (v. 9).
D) Les hizo ver que su motín representaba una rebelión contra Dios: Os juntáis contra Jehová (v. 11). Mientras ellos pretendían afirmar la santidad y la libertad del Israel de Dios, estaban en realidad levantándose en armas contra el Dios de Israel.
Versículos 12–22
I. La insolencia de Datán y Abiram, y su rebelión traicionera. Moisés había escuchado lo que Coré había dicho, y le había respondido convenientemente; ahora convoca a Datán y a Abiram a que presenten sus quejas (v. 12); pero ellos desobedecen y se niegan a acudir, a la vez que envían su requisitoria contra Moisés, acusándole de cosas muy serias. 1. Le acusan de haberles hecho mucho daño con sacarles de Egipto, y hablan de este país con palabras que son un plagio insolente e irónico de las que Moisés había empleado para describir la tierra prometida (v. 13). 2. Le acusan de abrigar una intención malévola respecto a ellos, y dicen que lo que intentaba era hacerlos morir en el desierto. 3. Le acusan del intento de menoscabarles la libertad al enseñorearse de ellos imperiosamente. ¡Señor imperioso sobre ellos! ¿No era Moisés para ellos como un padre lleno de ternura y abnegación? Aún más, ¿no era para ellos un siervo fiel y plenamente dedicado a procurar su bien, por amor a Jehová y a Israel su pueblo? 4. Le acusan de engañarles, estimulando su esperanza de entrar en una tierra tan buena, y después defraudarles miserablemente: No nos has metido, como prometiste, en tierra que fluya leche y miel (v. 14). Es cierto que no los había introducido todavía, pero ¿de quién era la culpa? Les había conducido hasta los mismos límites de Canaán y, con la ayuda de Dios, estaba a punto de darles posesión de aquella tierra, pero ellos la habían rechazado lejos de sí y se habían cerrado a sí mismos las puertas; de modo que era pura y totalmente culpa de ellos el no estar ya ahora en Canaán ¡y aún se atreven a echarle la culpa a Moisés!
II. El justo enojo de Moisés ante tal insolencia (v. 15). En estas circunstancias:
1. Apela a Dios respecto a su propia integridad, Dios le era testigo de que: (A) Nunca había tomado nada de ellos: Ni aun un asno he tomado de ellos, ni siquiera como recompensa o regalo por todos los
buenos servicios que les había prestado; mucho menos, por vía de soborno o extorsión. Ganó más hacienda siendo pastor del rebaño de Jetró, que siendo príncipe en Jesurún. (B) Que no habían sufrido ningún perjuicio de su mano: Ni a ninguno de ellos he hecho mal (v. 15).
2. Ruega a Dios que defienda su causa, y le descargue de todas esas acusaciones, y que muestre su desagrado cuando vayan a ofrecer el incienso, con quienes habían conspirado Datán y Abiram: Señor, dice Moisés, no mires a su ofrenda.
III. Moisés propone una especie de careo entre los acusadores y Aarón. 1. Moisés les reta a presentarse con Aarón a la mañana siguiente al tiempo de ofrecer el incienso matutino, y dejar el asunto en manos del juicio de Dios (vv. 16–17). 2. Coré acepta el reto, y se presenta con Moisés y Aarón a la puerta del tabernáculo, para hacer buenas sus pretensiones (vv. 18–19). Tomó cada uno su incensario. Quizás estos incensarios eran los que los jefes de las familias habían usado en sus altares hogareños.
IV. Se celebra el juicio, el Juez ocupa su lugar en el tribunal y amenaza con dictar sentencia contra toda la congregación. 1. La gloria de Jehová apareció a toda la congregación (v. 19). La misma gloria que se apareció para dar primeramente posesión de su oficio a Aarón (Lv. 9:23), se apareció ahora para confirmarle en él y para confundir a quienes se le oponían. 2. Dios amenazó con consumirlos a todos ellos en un momento (v. 21) y, para ejecutarlo, pidió a Aarón y a Moisés que se apartaran de ellos.
V. La humilde intercesión de Moisés y de Aarón en favor de la congregación (v. 22). 1. Su actitud fue de terror y de oración ferviente: Se postraron sobre sus rostros, se postraron delante de Dios, suplicando ansiosamente que Dios manifestase su misericordia. Aunque el pueblo les había abandonado traicioneramente y había hecho causa común con quienes se habían levantado en armas contra ellos, ellos sin embargo se mostraron dignos de la confianza que se había depositado en ellos como pastores de Israel, dispuestos a estar en la brecha cuando vieron que el rebaño estaba en peligro. Nótese que, cuando otros dejan de cumplir las obligaciones que tienen con nosotros, no por eso quedamos nosotros descargados de nuestra obligación hacia ellos, ni nos excusa del deber de procurar su bienestar. 2. Su oración fue una plegaria bien razonada, y demostró, por los resultados su eficacia. Obsérvese en esta oración: (A) El título que dan a Dios: Dios de los espíritus de toda carne; es decir, el Hacedor y Conocedor infinito de todos los corazones humanos y que puede, por tanto, distinguir muy bien entre los verdaderos culpables y los que son descarriados por los culpables. Espíritu y carne; de ahí lo que es el hombre: espíritu en la carne, una criatura maravillosamente compuesta de cielo y tierra; he ahí lo que es Dios: el Dios de los espíritus de toda carne, de toda la humanidad. (B) El argumento en que ponen el énfasis se parece mucho al de Abraham cuando intercedía por Sodoma: ¿Destruirás también al justo con el impío? (Gn. 18:23). De modo parecido, dicen éstos ahora: ¿No es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación? (v. 22).
Versículos 23–34
La decisión de la controversia contra Coré, Datán y Abiram, que se rebelaron contra Moisés, así como en la siguiente porción tenemos la decisión de la controversia con la compañía de Coré, que aspiraban al sacerdocio, como rivales de Aarón. Parece, por el texto hebreo, que Coré, Datán y Abiram habían erigido en medio de las tiendas de sus respectivas familias un amplio tabernáculo (hebreo mishkan, de la misma raíz que shekinah), donde ellos celebraban sus reuniones e izaban la bandera del desafío contra Moisés; aquí es llamado el tabernáculo de Coré, Datán y Abiram (vv. 24, 27).
I. Se amonesta públicamente a la congregación a que se retire inmediatamente de las tiendas de los rebeldes. 1. Dios ordena a Moisés que lo haga saber así (v. 24). Esto lo hacía en respuesta a la oración de Moisés. Había rogado él a Dios que no destruyera a toda la congregación (v. 22). Dios no ha prometido nunca salvar milagrosamente a nadie que no esté dispuesto a poner los medios necesarios para recibir la salvación. Moisés que había rogado por ellos, debe ahora proclamarles el mensaje, exhortándoles a huir de la ira inminente (Lc. 3:7). 2. En consecuencia, Moisés, deja a su hermano Aarón a la puerta del tabernáculo, y se encamina al cuartel general de los rebeldes, acompañado (o, más bien, seguido) de los ancianos de Israel (v. 25), probablemente los setenta ancianos que, según 11:16, 17, asistían a Moisés ayudándole a llevar las cargas del pueblo. Datán y Abiram habían rehusado con toda contumacia venir a
él (v. 12); sin embargo él condesciende humildemente a llegarse a ellos, por ver si puede aún convencerles y traerles de nuevo al buen camino. 3. Se insta a toda la congregación para que, por su propia seguridad, se aparten de las tiendas de aquellos hombres impíos (v. 26).
II. La congregación hace caso del aviso, pero los rebeldes continúan obstinados en su actitud arrogante y blasfema (v. 27). 1. Dios, en su misericordia, incitó al pueblo a abandonar a los rebeldes. 2. Dios, en su justicia, abandonó a los rebeldes a la obstinación y al endurecimiento de su corazón. Desvergonzadamente, salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas (v. 27), como desafiando al mismo Dios.
III. Apelando al nombre de Jehová, Moisés pronuncia solemnemente la sentencia contra ellos y la decisión de la controversia tiene su punto final con la ejecución de dicha sentencia a cargo de la omnipotencia de Dios.
IV. Ejecución inmediata de la sentencia. Se ve que Dios y su siervo Moisés se entendieron mutuamente muy bien, porque, tan pronto como Moisés había pronunciado su última palabra, Dios hizo su obra: Se abrió la tierra (v. 31); la tierra abrió su boca, y los tragó a ellos, y a los suyos (v. 32), y los cubrió la tierra (v. 33). Este castigo fue: 1. Sin par. 2. Cuán terrible cosa fue para los rebeldes descender vivos a sus sepulcros. 3. Fue una medida severísima contra sus pobres hijos, aunque no podemos decir si eran tan malos que merecían ese castigo, o si Dios fue tan bueno con ellos como para compensar de otra manera esta desgracia; quizá pudieron así salvar sus almas, sin llegar a los años de discreción cuando con cierta probabilidad, habrían seguido los malos pasos de sus perversos padres. Lo cierto es que la Justicia Divina no les perjudicó sin causa. Por otra parte, leemos después (26:11), que los hijos de Coré no murieron.
V. Todo Israel quedó aterrado del castigo: Huyeron al grito de ellos (v. 34). La ruina ajena debe ser para nosotros un aviso serio. Hemos de aprender a escarmentar en cabeza ajena, si no queremos vernos castigados en la propia.
Versículos 35–40
Volvamos ahora nuestra vista a la puerta del tabernáculo donde dejamos a los aspirantes al sacerdocio, con sus incensarios en la mano y prestos a ofrecer el incienso.
I. El castigo que les sobrevino (v. 35). Este castigo no fue menos extraño ni menos terrible que el anterior, y en él se manifestó: 1. Que nuestro Dios es fuego consumidor (He. 12:29). 2. Que nos exponemos al peligro, si nos entremetemos en lo que no nos pertenece. Dios es celoso del honor de sus propias instituciones, y no permitirá intrusos en ellas. Si se hubiesen contentado con su oficio de levitas, que también era sagrado y honorable, más de lo que ellos se merecían, habrían podido vivir y morir con gozo y buena reputación.
II. Dios cuida de que se perpetúe el recuerdo de este castigo. Da órdenes acerca de los incensarios: 1. Para que se guarden, porque están santificados. Eleazar se encarga de ello (v. 37). Se le ordena derramar el fuego, con el incienso que había sido puesto en él, y llevarlos lejos del altar, para indicar el desagrado con que Dios miraba aquella ofrenda como cosa inmunda: El sacrificio de los impíos es abominación (Pr. 21:27). Se le ordena también recoger los incensarios, porque, al haberse ofrecido en ellos el incienso, habían quedado santificados (vv. 37, 38). 2. Para que sean usados en el servicio del santuario. Debían hacerse de ellos planchas batidas para cubrir el altar de bronce (vv. 38–40). Esos vanos aspirantes al sacerdocio pensaron en arruinar el altar, haciendo que el sacerdocio fuese de nuevo una cosa común, pero para mostrar que el oficio de Aarón estaba tan lejos de ser sacudido por su maldad impotente, que por el contrario, su maldad había servido más bien para confirmarlo, sus incensarios, que habían tomado para competir con Aarón, fueron usados para adornar y reforzar el altar en el que se habían atrevido a ministrar. Así, estos incensarios fueron conservados, bajo forma diferente, para recordatorio en Israel, a fin de que nadie se atreviese más a obrar con tal presunción. Digamos, para terminar esta porción, que la Biblia hebrea comienza el capítulo 17 con el versículo 36 del presente.
Versículos 41–50
I. Una nueva rebelión contra Moisés y Aarón, justamente al día siguiente de la anterior: El día siguiente (v. 41), nuevo motín del pueblo, y vuelta a murmurar de sus líderes. 1. A pesar del terror que les había tomado el día anterior, a la vista del tremendo castigo de los rebeldes, volvían a pecar de la misma forma y a tener en poco las muchas advertencias que se les habían hecho. 2. A pesar de que habían sido salvados de la destrucción tan recientemente, vuelven a la carga contra Moisés y Aarón: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová. ¿Podían decirse palabras más injustas y maliciosas? Estaba suficientemente claro que Moisés y Aarón no habían puesto su mano en la muerte de los rebeldes (al contrario, habían hecho todo lo posible para salvarles la vida), así que, al culparles de homicidio a ellos, en realidad estaban culpando de homicidio a Dios mismo. Los juicios aterradores que habían sido ejecutados sobre los rebeldes no fueron suficientes para hacerlos entrar en vereda. Esto demuestra lo necesaria que es la gracia de Dios para efectuar un cambio real en el corazón y en la vida del hombre. Sólo el amor puede hacer lo que el miedo no consigue. Y sólo se puede amar de veras, cuando se ha nacido de nuevo, pasando de muerte a vida (1 Jn. 3:14).
II. Dios se manifiesta rápidamente contra los rebeldes. Cuando ya se había juntado la congregación contra Moisés y Aarón (v. 42), quizá con la intención de deponerlos o de asesinarlos, miraron hacia el tabernáculo, como si sus conciencias recelaran de encontrar allí fruncido el entrecejo de Dios, y, he aquí que apareció la gloria de Jehová (v. 42), para proteger a sus siervos y confundir a sus acusadores y adversarios.
III. Moisés y Aarón intercedieron por ellos. 1. Ambos se postraron sobre sus rostros (v. 45), Para rogar humildemente a Dios que tuviese misericordia. Ya lo habían hecho varias veces antes en ocasiones parecidas, y, aunque el pueblo les había recompensado tan vilmente por ello, ellos, no obstante, ya que Dios había aceptado benignamente sus plegarias, de nuevo recurrían al mismo método. Esto también es orar siempre. 2. Al percatarse Moisés de que la mortandad había comenzado en la congregación, envió a Aarón a fin de que, en función de su oficio sacerdotal, hiciese expiación por ellos (v. 46). Aarón se dio prisa a tomar el incensario que usaba para entrar en el Lugar Santísimo el día de la Expiación, y corrió al lugar por el que la ira de Dios, como un terrible mensajero de muerte y exterminio, estaba pasando, y tomó posiciones en la frontera entre la muerte y la vida, colocándose frente a la Ira Divina. Quedaban atrás los muertos (catorce mil setecientos v. 49); delante, los que no habían sido tocados aún por la ira exterminadora. Con esto se manifestó: (A) Que Aarón era muy bueno y profesaba verdadero amor a los hijos de Israel, a pesar del odio y de la envidia que le tenían. (B) Que también era muy valiente, tanto para aventurarse a colocarse en medio de aquella turba enfurecida, como para atreverse a ponerse en medio de la infección de la plaga mortífera. Para salvar la vida de ellos puso en peligro la suya propia, teniéndola en menos estima que el cumplimiento de su ministerio. (C) Que era un varón de Dios constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere (He. 5:1). Su llamamiento al sacerdocio quedó con esto sólidamente afianzado y confirmado sobre toda contradicción. (D) Que era tipo de Cristo, quien vino a este mundo para hacer expiación por el pecado.
IV. El resultado de todo esto fue que Dios les mostró lo que era capaz de hacer con su poder infinito, y lo que podía hacer con su justicia también infinita, pero por entonces les manifestó más bien lo que podía hacer su infinito amor y su inmensa compasión; a pesar de todos los pesares, estaba resuelto a preservar para sí un pueblo en y mediante un mediador.
Bastantes cosas habían sucedido en el capítulo anterior para suprimir todas las pretensiones de las familias pertenecientes a la tribu de Leví, en su rivalidad contra Aarón, pero los jefes de las demás tribus empezaron a murmurar. Si el jefe de una tribu había de ser sumo sacerdote, ¿por qué no lo podía ser el jefe de cualquier otra tribu que no fuese la de Leví? El que escudriña los corazones sabía que este pensamiento anidaba en el pecho de algunos, y antes de que se manifestase al exterior, se anticipó a ellos,
para impedir así el derramamiento de sangre. Dios hace un milagro, pero no es un milagro de ira, como antes, sino un milagro de gracia.
Versículos 1–7
I. La orden que Dios da a Moisés para que de cada tribu se traiga una vara, a fin de que Dios haga saber a todos, mediante un milagro, a quién había conferido el honor del sacerdocio. 1. Parece ser que el sacerdocio era un ministerio digno de ser buscado a toda costa, incluso por parte de los príncipes de las tribus. 2. Parece ser también que había quienes no estaban de acuerdo con el nombramiento que Dios había hecho, sino que tenían interés de oponerse a Él. Dios quería regir a Israel, pero Israel no se avenía a ser regido por Dios y éste era el motivo de las pendencias. 3. Es un ejemplo más de la gracia de Dios el que, habiendo realizado diversos milagros para castigar el pecado, hiciese ahora uno más, con la intención de prevenir el pecado. Las instrucciones eran: (A) Que se trajeran doce varas, que los príncipes solían llevar como símbolo de la autoridad tribal. Es probable que todas ellas estuviesen hechas de ramas de almendro. Parece ser que eran doce, contando también la de Aarón, puesto que, cuando la tribu de Leví viene a cuento, Efraín y Manasés hacen una sola tribu, bajo el nombre de José. (B) Que se inscribiese el nombre de cada príncipe sobre la vara respectiva. (C) Que se pusiesen en el tabernáculo y estuviesen allí durante una noche delante del Arca la cual, con su propiciatorio, era símbolo, señal o testimonio, de la presencia de Dios con ellos. (D) La vara de la tribu, o del príncipe, que Dios hubiese escogido para el sacerdocio, había de florecer (v. 5).
II. De acuerdo con lo que Dios había dispuesto, los príncipes trajeron las varas, y Moisés las puso delante de Jehová en el tabernáculo del testimonio (vv. 6–7).
Versículos 8–13
I. El punto final puesto mediante un milagro a la discusión sobre el sacerdocio (vv. 8–9). Las varas fueron sacadas del Lugar Santísimo en el que habían sido depositadas, y presentadas delante del pueblo; y, mientras todas las demás varas aparecían como estaban antes, sólo la de Aarón, que era un palo seco, se convirtió en una rama viva, pues había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras. Esto era un milagro evidente, pues ahuyentaba toda sospecha de fraude ya que ni Moisés ni nadie podía haber sacado durante la noche la vara de Aarón para colocar en su lugar una rama viva de almendro puesto que ninguna rama ordinaria podía tener, a un mismo tiempo, renuevos, flores y frutos.
1. Esto era una clara indicación, a la vista de todo el pueblo, de que Aarón había sido escogido para el sacerdocio. El obispo Hall hace notar aquí que la fructuosidad es la mejor evidencia del llamamiento divino, y que las plantas que Dios ha plantado, así como las ramas desprendidas de ellas, han de florecer (Sal. 92:12–14). Los árboles de Dios, aunque parezcan secos, están llenos de savia.
2. Era un signo muy apropiado para representar el sacerdocio que, por él, fue confirmado Aarón. (A) Para que fuese fructífero y muy útil para el pueblo de Dios. (B) Para que hubiese sucesión en el sacerdocio, pues la vara de Aarón no sólo tenía almendras para el presente, sino también renuevos y flores para el futuro. (C) Con todo, este sacerdocio no había de ser perpetuo, sino que, al correr de los años, había de marchitarse y caer, como las ramas y las flores de cualquier otro árbol.
3. Era tipo y figura de Cristo y de su sacerdocio. También Cristo creció como un retoño delante de Jehová, y como raíz de tierra seca (Is. 53:2).
II. El recuerdo de esta decisión divina, que había puesto final a la discusión sobre el sacerdocio. La vara viva de Aarón fue vuelta al Lugar Santísimo, delante del testimonio, como recuerdo perpetuo (vv. 10–11). El designio de Dios en todas sus providencias es quitar el pecado, y también prevenirlo. 2. Lo que Dios hace para quitar el pecado, lo hace llevado de su gran amor hacia nosotros, para que no muramos (v. 10). Las amargas pócimas que nos propina, y los métodos severos que usa con nosotros, todo ello es para curarnos de enfermedades que, de otro modo, serían fatales sin duda.
III. El clamor que los hijos levantaron en esta ocasión: He aquí nosotros somos muertos, estamos perdidos … ¿Es que acabaremos por perecer todos? (vv. 12, 13). Estos versículos, más bien que una
consecuencia de lo sucedido con la vara de Aarón, son como una transición enlazada con el capítulo siguiente, en que se les encarga a los levitas la custodia del tabernáculo para que ninguna otra persona se acerque a él con peligro de su vida. En respuesta a este clamor angustioso, se dan a Aarón y a los levitas las órdenes que aparecen a continuación. Con ello, pondrá Dios fin al pánico del pueblo.
Al estar ya Aarón completamente establecido en su oficio sacerdotal, y confirmado en tal oficio, Dios le da ahora completas instrucciones concernientes a su ministerio, o más bien repite las que le había dado anteriormente. Le dice cuál será su trabajo, y la asistencia que ha de tener en él por parte de los levitas, así como los derechos y emolumentos, tanto suyos como de los levitas.
Versículos 1–7
La coherencia de este capítulo con el que antecede es muy notoria.
I. El pueblo, al final del capítulo anterior se había quejado de la dificultad y del peligro en que se ponían si querían acercarse a Dios. Ahora, en respuesta a estas quejas, Dios les da a entender, por medio de Aarón, que los sacerdotes son los que se acercarán al santuario, como sustitutos y representantes del pueblo.
II. Recientemente, Dios había otorgado a Aarón un gran honor. Ahora Dios se dirige a él para recordarle la responsabilidad que pesa sobre él y las obligaciones que requiere de él como sacerdote. Así podría ver la razón de recibir con temor y temblor los honores de su oficio, cuando considerase cuán grande era la carga que se le imponía.
1. Dios le hace ver la responsabilidad aneja a su oficio (v. 1). (A) Que tanto los sacerdotes como los levitas (tú y tus hijos, y la casa de tu padre) cargarían con la iniquidad del santuario (así dice el hebreo); es decir, si el santuario era profanado por la intrusión de extraños, o de personas ceremonialmente inmundas, la culpa sería imputada a los levitas y a los sacerdotes, que tenían el deber de no dejarlos acercarse. (B) Que los sacerdotes llevarían el pecado de su sacerdocio; esto es, que se les acusaría a ellos, si permitían que cualquier otra persona, ni aun los levitas, usurpara las funciones sacerdotales, que eran prerrogativa exclusiva de Aarón y de sus hijos; igualmente, si descuidaban ellos mismos alguna parte de su trabajo.
2. Le dice cuáles eran los deberes anejos a su dignidad. (A) Que él y sus hijos han de servir delante del tabernáculo del testimonio (v. 2); esto es, según explica el obispo Patrick, delante del Lugar Santísimo, en el que estaba el Arca, en la parte de afuera del velo de dicho lugar, pero dentro de las puertas del tabernáculo de reunión de la congregación. Tenían que asistir al altar de oro, a la mesa y al candelero, lugares a los que ningún levita podía asistir ni acercarse. Ministraréis (v. 7), no «Gobernaréis». Los ministros deben recordar que son eso: ministros, es decir, servidores, de quienes se requiere que sean humildes, diligentes y fieles (1 Co. 4:1 y ss.). (B) Que los levitas deben asistirle a él, y a sus hijos, y servirles en todo lo concerniente al servicio del tabernáculo (vv. 2–4), aunque de ningún modo pueden acercarse a los utensilios del mismo. (C) Que tanto los sacerdotes como los levitas han de vigilar con todo cuidado para que no se profanen las cosas sagradas. Los levitas tendrán a su cargo el cuidado del tabernáculo (v. 3), y los sacerdotes tendrán a su cargo el cuidado del santuario (v. 5). Estos deben instruir al pueblo y advertirle en lo concerniente a la distancia que deben guardar.
Versículos 8–10
Al servicio del sacerdote se le llama milicia ¿y quién va a la guerra a su propia costa? Siendo tan alto el empleo que tenían, también se les proveía abundantemente. Los que servían al altar, vivían del altar. Así también los que predican el Evangelio, han de vivir del Evangelio, y vivir confortablemente (1 Co.
9:13–14). Un sostenimiento vergonzoso produce ministros vergonzosos. 1. Que gran parte de la provisión que se les daba, procedía de los sacrificios que ellos ofrecían por oficio. 2. La subvención que se les daba era suficiente para que se desentendiesen por completo de los negocios seculares. Cuando Cristo dio a su Iglesia la gran comisión de anunciar el Evangelio a todo el mundo, les prometió su presencia entre ellos mientras dure este mundo: He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20). De esta manera, Cristo proveía para que el ministerio del Evangelio continuase hasta que Él venga. Por consiguiente, ya que Cristo ha provisto a la Iglesia y al mundo de un ministerio perpetuo, con una especificación clara y manifiesta para los pastores y maestros (Ef. 4:11), encargados de equipar convenientemente al resto de la congregación para la gran tarea de la edificación de la Iglesia (Ef. 4:12–13), está muy puesto en razón que los pastores y maestros sean atendidos, respetados y obedecidos, para que desempeñen su ministerio con alegría, y no quejándose, porque esto no es provechoso para la congregación (He. 13:17).
Versículos 20–32
Continúa con el asunto de la provisión hecha para los levitas y para los sacerdotes.
I. No habían de tener parte en la distribución de la tierra (v. 20). Sólo se les dieron después ciudades en las que habitar, pero no tierras para cultivarlas. Dios otorga sus favores de maneras muy diversas. Los levitas tenían el honor de servir al tabernáculo, lo cual se negaba a los demás israelitas, pero los israelitas tenían el honor de heredar la tierra de Canaán, lo que les era negado a los levitas.
II. Pero tanto los sacerdotes como los levitas tenían derecho a los diezmos de la tierra. Además de las primicias de los productos, que eran exclusivas de los sacerdotes, los diezmos pasaban también a ser propiedad de las personas. 1. Los levitas recibían los diezmos de todo el pueblo (v. 21). Pertenecían a la más pequeña de las tribus; sin embargo, además de todas las otras ventajas, tenían los diezmos de todos los productos anuales, sin el trabajo, la preocupación y las expensas de sembrar y segar. 2. Los sacerdotes tenían los diezmos de los diezmos de los levitas. Moisés es encargado por Dios para comunicarlo así a los levitas, pues el Señor quería que éstos los dieran voluntaria y alegremente, sin que los sacerdotes tuviesen que ordenárselo autoritativamente. (A) Los levitas habían de cumplir así su deber con Dios en este punto, y ofrecer de sus diezmos, como el resto de los israelitas lo hacía de sus ganancias. Los que tienen por oficio estimular y nutrir la vida espiritual de los demás, deben también dar lo que les corresponde, como una ofrenda al Señor. Nuestras ofrendas al Señor son ahora las oraciones y alabanzas o, más bien, la elevación de nuestro corazón en ellas. (B) La ofrenda de los levitas había de ser entregada al sumo sacerdote Aarón (v. 28), y a sus sucesores, para que las distribuyeran convenientemente entre los sacerdotes inferiores.
Este capítulo trata especialmente de la preparación y del uso de las cenizas que habían de mezclarse con el agua de las purificaciones. El pueblo se había quejado de una ley tan estricta como lo era la que les prohibía acercarse al tabernáculo (17:13). En respuesta a esta queja, se les ordena estar siempre limpios, a fin de que puedan acercarse sin miedo, en la medida en que la necesidad lo demande.
Versículos 1–10
La orden de Dios acerca de la solemne reducción a cenizas de una vaca roja (v. 2), y de la preservación de dichas cenizas, para hacer de ellas una composición acuosa, que sirva, no para embellecer, sino para purificar exteriormente, pues esto era lo máximo que la Ley alcanzaba a efectuar; no podía embellecer interiormente, como lo hace el Evangelio, sino sólo purificar exteriormente.
I. Había de ponerse mucho cuidado y esmero en la elección de la vaca (o, más bien ternera) que había de ser quemada, mucho más que en la elección de cualquier otra ofrenda (v. 2). No sólo debía ser sin defecto, como tipo de la pureza inmaculada y de la perfección absoluta del Señor Jesús, sino que había de ser una ternera roja totalmente, que es un color bastante raro en las vacas para que así se destacase más lo singular de la ceremonia, además de ser un color simbólico del pecado (Is. 1:18). Había de ser también «virgen» en el sentido de no haber sido usada bajo yugo para fines profanos o seculares, cosa en la que no se insistía en otros sacrificios, pero era también, de algún modo, tipo de Cristo, quien, al venir a este mundo, dijo al Padre: He aquí que vengo para hacer tu voluntad (He. 10:7), pues era un Cordero que venía atado sólo con las cuerdas del amor.
II. La reducción a cenizas de la ternera roja comportaba un ceremonial muy complejo. La operación corrió a cargo de Eleazar, que era el segundo en la dignidad sacerdotal, después de su padre Aarón. El texto sagrado no nos dice por qué fue Eleazar, y no Aarón, quien celebró la ceremonia, pero la tradición rabínica explica que Aarón no era la persona conveniente para este rito, puesto que él había hecho pecar al pueblo al fundir el becerro de oro. Ahora bien:
1. La ternera había de ser degollada fuera del campamento, como cosa impura, a pesar de no tener defecto alguno; esto nos habla, por una parte, del color rojo de la ternera, que simbolizaba el pecado; y por otra, de la insuficiencia de los métodos prescritos por la ley ceremonial para quitar el pecado.
2. Eleazar había de tomar de la sangre con el dedo y rociar hacia la parte delantera del tabernáculo (v. 4). Esto constituía una especie de expiación, puesto que el rociamiento de la sangre delante del Señor era la ceremonia más solemne en todos los sacrificios de expiación. Había que rociar siete veces como en todos los casos de sacrificios por el pecado (Lv. 4:6, 17).
3. La ternera había de ser quemada totalmente (v. 5). Y mientras se quemaba, el sacerdote había de echar en el fuego madera de cedro, hisopo y púrpura escarlata (v. 6), que se usaban en la limpieza de los leprosos (Lv. 14:6–7), para que sus cenizas se mezclasen con las de la ternera, puesto que estaban destinadas a servir para la purificación. Hay quienes ven en el cedro del Líbano el símbolo del orgullo, y en el hisopo el de la humildad (v. 1 R. 4:33); al ser la púrpura escarlata símbolo del pecado (Is. 1:18), tenemos asociadas las ideas de impureza, pecado y muerte por una parte; por otra, las de purificación y santidad. Todo ello es una explicación plástica de la eterna verdad de que un Dios Santo quiere ser servido sólo por un pueblo santo.
4. Las cenizas de la ternera—sin huesos ni carbones—habían de ser recogidas cuidadosamente por manos de una persona limpia (muchos piensan que había de ser un levita), y guardadas fuera del campamento en un lugar limpio, para uso de la congregación, cuando hubiese necesidad de purificar a alguien (v. 9).
5. Cuantos tomaban parte en esta ceremonia, quedaban ceremonialmente impuros por ella, incluso Eleazar, a pesar de que no hizo otra cosa que rociar la sangre (v. 7). Todos los sacrificios que se ofrecían por el pecado eran considerados como impuros, ya que los pecados de los hombres estaban cargados sobre ellos, como fueron cargados en realidad sobre Cristo, de quien leemos que Dios lo hizo pecado por nosotros (2 Co. 5:21). Por eso, las cenizas de la ternera (o becerra) sólo purificaban la carne, pero la sangre de Cristo purifica nuestras conciencias (He. 9:13–14).
Versículos 11–22
Se dan instrucciones acerca del uso y de la aplicación de las cenizas que habían sido preparadas para la purificación.
I. En qué casos se necesitaba la purificación con estas cenizas. Sólo se menciona aquí el caso de impureza ceremonial a causa de haber tocado cadáver, hueso humano o sepulcro, o de haber estado en tienda o casa en que yacía un cadáver (vv. 11, 14–16). La Ley no podía vencer a la muerte ni abolirla ni alterar su propiedad, mientras que el Evangelio de Cristo fue el medio por el que el Señor abolió ta muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad (2 Ti. 1:10), de tal manera que, en lugar de estar ahora bajo el dominio de la muerte, es la muerte la que está bajo nuestro dominio (1 Co. 3:22). Desde que Jesucristo fue muerto y sepultado, la muerte ya no puede contaminar a quienes han sido sepultados con Él (Ro. 6:4) y, por consiguiente, ya no nos contaminan los cadáveres. Mientras que, en la dispensación de la Ley, la
muerte vencía y, así, su pensamiento producía una inevitable melancolía; el creyente ha vencido, por medio de Cristo, a la muerte, y puede cantar triunfalmente: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? (1 Co. 15:55). Podríamos añadir: ¿Dónde está, oh muerte, tu contaminación?
II. Cómo habían de ser usadas y aplicadas las cenizas en estos casos.
1. Se tomaba una pequeña cantidad de las cenizas y se ponía en un recipiente con agua de manantial (agua viva); la mezcla es llamada el agua de la purificación (lit. de la impureza, porque había de ser rociada sobre los que eran impuros ceremonialmente y no podían acercarse al tabernáculo). El agua viva es símbolo del poder y de la gracia del Espíritu Santo (Jer. 2:13; Jn. 4:10; 7:38; Ap. 22:1); por su operación, se nos aplica la justicia de Cristo para nuestra purificación. 2. Esta agua había de ser aplicada con un manojo de hisopo (v. 18); aludiendo a esto, ruega David: Purifícame con hisopo (Sal. 51:7). La mano de la fe toma el agua viva de la gracia con el hisopo de la humildad, para rociar la conciencia y purificar el corazón. A la sangre de Jesús se la llama, en Hebreos 12:24, la sangre rociada, y, en Hebreos 10:22, se nos dice que han sido rociados nuestros corazones de una conciencia malvada; es decir, al ser purificados nuestros corazones por la sangre de Cristo (1 Jn. 1:7), hemos quedado liberados de la ansiedad que producía en nuestra conciencia el sentimiento de nuestra culpabilidad. Aunque su sentido no sea el de purificar, es curioso que el hebreo de Isaías 52:15 diga que Él, el Mesías, rociará a muchas gentes. Lo cierto es que, todo aquel que se vuelve a Dios en sincera conversión, queda rociado con la sangre de Cristo.
En este capítulo comienza la historia del cuadragésimo y último año de la peregrinación de los israelitas por el desierto. Al comienzo del segundo año de su peregrinación, fueron sentenciados a morir en el desierto (todos los mayores de veinte años, con las dos únicas excepciones de Josué y Caleb). Así que este capítulo empalma cronológicamente con el 14. Los 38 años intermedios son una gran página en blanco de la historia de Israel, años de silencio en que Israel purgaba su gran pecado y se preparaba para emerger como gran nación; pero estos años de muerte no ofrecían ninguna otra lección para la vida, de ahí que no aparezcan en las páginas del Libro Sagrado. Por contraste, la historia de este año cuadragésimo es casi tan larga como la del primer año.
Versículos 1–13
Después de treinta y ocho años de tediosas marchas (o, más bien, de tediosos descansos) en el desierto, yendo hacia el mar Rojo, las huestes de Israel dirigen, por fin, sus rostros de nuevo hacia Canaán, y no se hallaban ya lejos del lugar en que, por justa sentencia del Juez Divino, fueron condenados a empezar su prolijo vagar por el desierto. Hasta ahora se habían encontrado como metidos en un enredoso laberinto. De nuevo se veían ahora en el camino correcto: Acampó el pueblo en Cadés (v. 1).
I. Aquí murió María la hermana de Moisés y de Aarón y, con toda probabilidad, de mayor edad que ambos. Debía ser bastante mayor que Moisés, si era ella la hermana que estuvo vigilándole cuando éste fue puesto en la arquilla de juncos (Éx. 2:4). Allí murió María (v. 1). Fue profetisa, y había hecho mucho bien a Israel (Mi. 6:4). Cuando Moisés y Aarón fueron con su vara delante de los israelitas, para obrar maravillas por ellos, María fue con su pandero delante de ellos alabando a Dios por esas obras maravillosas (Éx. 15:20), y con eso les hizo un buen servicio; con todo, en una ocasión murmuró gravemente contra Moisés (12:1), y no debía entrar en Canaán.
II. Aquí hay otro Meribah.
1. No había agua para la congregación (v. 2). Es probable que, por algún tiempo, hubiesen estado en algún lugar donde tenían suficiente provisión de agua, y, siéndoles suministrada por providencia ordinaria
era comprensible que el milagro cesase. Pero en este lugar resultó que no había agua, o que no la había en cantidad suficiente para la congregación.
2. Por este motivo murmuraron y se amotinaron: Se juntaron contra Moisés y Aarón (v. 2). (A) Preferían haber muerto como malhechores a manos de la justicia divina antes que parecer olvidados por un poco de tiempo por la divina misericordia. (B) Estaban enfadados por haber sido sacados de Egipto y conducidos a través de este desierto. En ese momento, sólo les escaseaba el agua; sin embargo, dispuestos a encontrar faltas en todo, también les resultaba insoportable el no tener sementera, ni viñas ni higueras.
3. Moisés y Aarón no les respondieron, sino que se retiraron a la puerta del tabernáculo para conocer lo que pensaba Dios en este caso (v. 6).
4. Dios se manifestó para decidir en la materia; no en su tribunal de justicia para sentenciar a los rebeldes conforme a lo que se merecían, sino que se manifestó: (A) En su trono de gloria, para silenciar su injusta murmuración (v. 6). Una sola mirada de fe a la gloria del Señor sería un freno eficaz para nuestras pasiones y concupiscencias, y controlaría nuestras bocas como con una brida. (B) En su trono de gracia, para satisfacer sus justos deseos. Estaba puesto en razón que tuviesen agua. Moisés tuvo que mandar por segunda vez, en nombre de Dios, que saliese agua de una roca para darles de beber, a fin de mostrar que Dios era tan poderoso como siempre para suministrar buenas cosas a su pueblo. (C) Dios pide a Moisés que hable a la peña, la cual haría lo que se le mandase, para avergonzar al pueblo, al que tantas veces se había hablado, y no habían querido escuchar ni obedecer. (D) Promete que la peña dará su agua (v. 8), y así lo hizo (v. 11).
5. Moisés y Aarón actuaron impropiamente en el desempeño de este asunto, tanto que Dios en su desagrado les dijo inmediatamente que no tendrían el honor de introducir a Israel en Canaán (vv. 10–12).
A) A primera vista no se ve claro qué fue lo que en esta ocasión provocó la ira de Dios. Por eso, algunos comentaristas han dicho que, en honor de Moisés, las Escrituras silencian su pecado como silencian su sepulcro. Sin embargo su pecado está claro en el texto sagrado. En primer lugar, su pregunta: ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? (v. 10), expresada en un momento de impaciencia e irritación, entraña una duda, frente a toda la congregación, de que Dios fuese a cumplir la promesa hecha. De ahí que Dios les diga: Por cuanto no creísteis en mí (v. 12). Este pecado tuvo una circunstancia notablemente agravante, y es que fue cometido delante de los hijos de Israel, para quienes debieron haber sido ejemplos de fe, esperanza y mansedumbre. El doctor Lightfoot opinaba que esta incredulidad de Moisés y de Aarón se debió a que dudaron de si, ahora que había expirado el plazo de los cuarenta años, habían de entrar en Canaán, o si no habían de ser condenados, a causa de la murmuración del pueblo, a un nuevo período de penoso caminar, puesto que se les abría una nueva roca para aprovisionarles de agua, lo que ellos tuvieron como indicación de un retraso más largo. En segundo lugar, añadieron a su pecado de incredulidad un nuevo pecado de desobediencia, nuesto que Dios les había mandado simplemente que hablasen a la peña (v. 8), pero ellos hablaron al pueblo y golpearon la peña (vv. 10–11), lo cual no se les había mandado, aunque ellos pensaron que debían hacerlo. También este pecado fue agravado por haberse arrogado el poder de hacer esta maravilla en la forma que hablaron a la congregación: ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? (v. 10), como si fueran ellos, y no Dios, quienes iban a realizar el milagro.
B) De todo esto hemos de aprender: (a) Que los mejores pueden tener sus fallos, los cuales son más relevantes en los grandes hombres. Como dice S. R. Hirsch: «El judaísmo enseña que cuanto más grande es una persona, tanto más estricta es la norma por la que se le juzga, y tanto más grave es la culpa y el castigo que ha de sufrir, si llega a apartarse de dicha norma». (b) Que el juicio de Dios acerca del pecado no es como el de los hombres.
Finalmente: El lugar se llamó, a consecuencia de este motín, Meribah = rencilla. Se le llama Meribá de Cadés (Dt. 32:51), para distinguirlo del otro Meribá. Así quedó como aguas de rencilla (v. 13), para perpetuar el recuerdo del pecado del pueblo, y del de Moisés, y también el recuerdo, no obstante, de la misericordia de Dios, que les dio agua y honró a Moisés, a pesar de todo.
Versículos 14–21
Envío de embajadores al rey de Edom, para que les concediese pasar pacíficamente por su tierra, puesto que, desde el lugar donde los israelitas se encontraban a la sazón, el camino más corto para entrar en Canaán era a través del país de los edomitas.
I. Moisés envía embajadores para tratar con el rey de Edom que les de permiso para pasar a través de su territorio. Invocaba razones de parentesco: Así dice Israel tu hermano. Efectivamente tanto Israel como Edom (Esaú) tenían como antepasados comunes a Abraham e Isaac. 2. Presentan un breve relato de la historia y del estado presente de Israel, e incluyen un doble alegato: (A) Israel había sido salvado maravillosamente por Jehová y, por consiguiente, debía ser respetado y favorecido (v. 16). 3. Ruegan humildemente que se les de un salvoconducto para pasar por el país. 4. Dan toda clase de seguridades de la buena conducta de los israelitas durante esta marcha.
II. Los embajadores vuelven con una negativa. (v. 18). Edom, es decir, el rey de Edom, les responde amenazándoles con salir armados contra ellos, si se atreven a entrar en su país. Esta actitud se debía: 1. A la envidia que tenían a los israelitas. 2. A la vieja enemistad de Esaú contra su hermano Israel. Aunque no tenían razón para temer que los israelitas les causasen daño alguno, sin embargo no estaban dispuestos a darles ninguna muestra de amabilidad. Como antaño, Esaú odiaba a Jacob a causa de la bendición que éste recibió.
Versículos 22–29
El capítulo comienza con el funeral de María, y termina con el funeral de su hermano Aarón.
I. Dios anuncia a Aarón que va a morir (v. 24). 1. Hay algo en las órdenes e instrucciones que aquí da Dios, que muestra el desagrado del Señor. Aarón no debe entrar en Canaán, porque no cumplió con su deber en las aguas de la rencilla. No cabe duda de que la mención de este triste episodio le llegó a Moisés muy adentro, pues quizá pensaría que, en dicha ocasión, él había sido el más culpable de los dos. 2. Por otra parte, había también mucha misericordia en las palabras de Dios, puesto que, aunque Aarón moría por su transgresión, no murió como un malhechor, de plaga o por fuego bajado del Cielo, sino cómodamente y con honor. No es cortado de su pueblo, según la expresión corriente en relación con los que mueren a manos de la justicia divina, sino que es reunido a su pueblo (v. 24), como quien muere en los brazos de la gracia divina. 3. También hay en las palabras del Señor mucho de tipología y simbolismo. Aarón no debía entrar en Canaán, para mostrar que el sacerdocio levítico no podía perfeccionar nada (He. 7:19); eso debe hacerse mediante la introducción de una mejor esperanza.
II. Aarón se somete, y muere de la manera que Dios le había fijado y, por lo que se entrevé en el texto sagrado, con tanta alegría como si se fuese al lecho a descansar.
1. Se pone las vestiduras sagradas de sumo sacerdote, para quitárselas luego, y sube con su hermano y con su hijo Eleazar a la cima del monte Hor. No consta por el texto sagrado que subiesen con ellos algunos de los ancianos del pueblo. El subir al monte a morir significaba que la muerte de los santos (y Aarón es llamado el Santo de Jehová) es su ascensión, pues suben al Cielo más bien que bajan al sepulcro.
2. Moisés, cuyas manos habían vestido por primera vez a Aarón de sus vestiduras sacerdotales, le desviste ahora de ellas, porque, en reverencia al sacerdocio, ni estaba bien que otro se las quitara, ni que muriese con ellas puestas.
3. Inmediatamente le puso Moisés las vestiduras sacerdotales a Eleazar hijo de Aarón, poniéndole también los ornamentos específicos del sumo sacerdote y ciñéndole el talabarte (Is. 22:21). (A) Esto fue de gran consuelo para Moisés, y un feliz anticipo del cuidado que Dios había de tener de su Iglesia, que hace que a medida que va pasando una generación de ministros y de simples creyentes, que son sacerdotes espirituales, otra generación venga a sucederle y ocupe su mismo lugar. (B) También fue una gran satisfacción para Aarón ver a su hijo amado preferido para el sumo sacerdocio, y asegurado y preservado así el oficio mismo, que le era todavía más querido que su hijo. (C) Finalmente, fue un gran servicio y favor hechos al pueblo todo de Israel.
CAPÍTULO 21
Las huestes de Israel emergen ya del desierto y comienzan a penetrar en territorio habitado; entran en acción y toman posesión de las fronteras de la tierra prometida. En medio de las peripecias guerreras, en las que Israel derrota a cuantos reyes les hacen resistencia, tenemos una grave murmuración del pueblo, que da lugar al episodio de las serpientes venenosas, y a la salvación otorgada mediante la serpiente de bronce.
Versículos 1–3
El incidente que se nos narra en estos primeros versículos no pudo suceder en el contexto cronológico del capítulo anterior, sino que, por razones especialmente geográficas, ha de situarse treinta y ocho años atrás, antes del capítulo 14. Siguiendo a un eminente comentarista judío, podemos recomponer la escena de la siguiente manera: Tras partir del Sinaí, los israelitas llegaron a Cadés-barnea. Desde esta base, pudieron invadir, marchando hacia el norte, la parte sur de Palestina, esto es, el Neguev. Esto es lo que hicieron, y el resultado se nos narra en estos tres primeros versículos del presente capítulo. El episodio terminó con la aniquilación del jefe cananeo y, desde entonces, su principal ciudad se llamó Hormá, que quiere decir destrucción. Entonces fueron enviados a explorar la tierra de Canaán propiamente dicho por los espías de los que se nos habla en el capítulo 13. Ante el informe desfavorable de la mayoría de los espías, los israelitas pierden ánimo y se hace evidente que no habrá éxito mientras no haya surgido una nueva generación. Por ello, se da la orden de evacuar Cadés y ponerse en marcha hacia Edom. Pero el pueblo desobedece y de repente se embarca en una campaña de conquista sin el mandato ni el consentimiento de Dios. El resultado fue desastroso, como ya sabemos, pues fueron derrotados y cazados en Hormá (14:45), que había sido el escenario de su primer triunfo. Esto es un ejemplo más de lo peligroso que es el que un creyente o una congregación se empeñe en actuar al margen de la voluntad de Dios pues entonces no puede esperar buenos resultados; en cambio si se actúa según la voluntad de Dios y en obediencia a su Palabra, y a través, muchas veces, de algunas derrotas—debidas a nuestra falta de fe y a nuestra debilidad espiritual—, la victoria final está siempre asegurada. Como decía el antiguo adagio latino: Vincimur in praelio, sed non in bello = Somos vencidos en alguna batalla, pero no en la guerra.
Versículos 4–9
I. Israel, fatigado por la larga marcha en torno a las fronteras de Edom, ya que no se les permitió pasar a través del país, que era el camino más corto: Se desanimó el pueblo por el camino (v. 4).
II. Por esta causa, el pueblo volvió a murmurar en su incredulidad: No hay pan ni agua y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano (v. 5). Así hablan cuando tienen suficiente pan para comer y guardar, ya que, aunque están alimentándose del pan de los ángeles, sienten fastidio de él, y le llaman despectivamente liviano, es decir bueno para los niños pero no para hombres maduros y soldados. ¿Qué podrá satisfacer a quienes no se sienten satisfechos con el maná? No imitemos a los que desprecian o, al menos, descuidan la Palabra de Dios, que es pan de vida, pan sustancioso, apto para nutrir suficientemente a todos cuantos por fe se alimentan de él. Como es alimento espiritual, a él se aplican las sabias frases de un antiguo escritor eclesiástico que decía: Las cosas materiales difieren de las espirituales en que las materiales hartan y hastían en la medida en que satisfacen, y así quitan el apetito cuando nos llenan, en cambio, las espirituales satisfacen en la medida en que nos van llenando, excitando más y más nuestro apetito para seguir nutriéndonos de ellas, siempre satisfechos, pero nunca hartos.
III. El justo juicio que Dios trajo sobre ellos por su murmuración: Envió entre el pueblo serpientes ardientes (v. 6), es decir, feroces, que con su mordedura producían violenta y mortal inflamación, muriendo mucho pueblo a causa de ello. El desierto que habían atravesado estaba todo él infectado de estas serpientes venenosas (Dt. 8:15), pero, hasta el presente, Dios había preservado de ellas maravillosamente a su pueblo, hasta ahora que volvían a murmurar. En su orgullo y rebeldía, se levantaban contra Dios y contra Moisés, y ahora Dios les humillaba y les mortificaba, haciendo que estos despreciables animales fuesen para ellos una terrible y mortífera plaga.
IV. Su arrepentimiento y súplica a Dios bajo los efectos de este juicio (v. 7). 1. Confiesan su pecado: Hemos pecado (v. 7). Es de temer que no hubiesen reconocido su pecado, si no hubieran sentido el
escozor. 2. Ruegan a Moisés para que interceda por ellos. Las aflicciones cambian a menudo los sentimientos de los hombres con respecto a los hijos de Dios y les enseñan a estimar las oraciones que, en otro tiempo, eran para ellos objeto de burla. 3. Moisés, para mostrar que les perdonaba de corazón, bendice a quienes habían maldecido de él, y ora por el pueblo (v. 7). En esto es tipo de Cristo, quien intercedió por sus perseguidores, y también es un modelo para nosotros, a fin de que le imitemos y demostremos que amamos a nuestros enemigos.
V. La admirable provisión que Dios hizo para aliviar a su pueblo, pues ordenó a Moisés a que hiciese de bronce una imagen de serpiente feroz, y la pusiese sobre un asta en un lugar elevado, de modo que todos pudiesen verla, y que todo aquel que hubiese sido mordido por una serpiente feroz, quedase repentina y totalmente curado con sólo mirar a la serpiente de bronce. El pueblo había rogado a Dios que quitase de ellos aquellas serpientes (v. 7), pero Dios no creyó oportuno este remedio, pues Él actúa del mejor modo, que no siempre es nuestro modo. Dice la Mishná de los judíos: «¿Tenía, pues, la serpiente de bronce el poder de matar o de dar la vida? No, sino que eran curados si, al mirar hacia arriba a la serpiente, elevaban sumisos sus corazones a su Padre Celestial. En cambio morían si rehusaban hacerlo». No hace falta decir cuán grande es la dosis de mensaje evangélico encerrado en este episodio, pues el mismo Salvador nuestro lo expresó claramente cuando dijo: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn. 3:14–15). Obsérvese, pues, el parecido:
1. Entre su dolencia y la nuestra. El diablo es la serpiente antigua (Gn. 3:1 y ss.; Ap. 12:9), serpiente feroz; de ahí que aparezca en Ap. 12:3 como un gran dragón rojo. La mordedura de esta serpiente feroz es el pecado; el pecado es doloroso para la conciencia estremecida y alarmada, y es venenoso para la conciencia endurecida y cauterizada (1 Ti. 4:2). A las tentaciones de Satanás se las llama dardos encendidos (Ef. 6:16), ya que proceden de una serpiente ardiente.
2. Entre su remedio y el nuestro. (A) Fue Dios mismo quien ideó y prescribió este antídoto contra las serpientes ardientes; así también nuestra salvación por medio de Cristo fue planeada por la Sabiduría Infinita, Dios mismo ideó y pagó el rescate. (B) El remedio prescrito para la curación fue muy extraño y, a primera vista, poco apropiado; así también nuestra salvación por medio de la muerte en la Cruz de Jesucristo, es para los judíos tropezadero, y para los gentiles locura (1 Co. 1:23). (C) Lo que curó fue hecho a imagen de lo que mordió. Así también Cristo, aunque en sí mismo estaba completamente libre de pecado, fue enviado en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), tan semejante que sus enemigos daban por seguro que ese hombre es pecador (Jn. 9:24). (D) La serpiente de bronce fue levantada en alto; también lo fue Cristo, quien fue levantado en la Cruz (Jn. 12:33–34), para ser espectáculo al mundo entero, y es levantado en alto mediante la predicación del Evangelio. Es significativo que el término hebreo usado aquí para decir «asta» (vv. 8, 9), sea el mismo que, en Isaías 11:12, figura como «pendón», enseña o estandarte, pues Cristo crucificado, levantado como señal que es objeto de disputa (Lc. 2:34), es decir, contra la cual se habla, será, cuando venga a reinar, el Señor victorioso y glorioso que levantará pendón a las naciones (Is. 11:12), porque él mismo estará puesto por pendón a los pueblos (Is. 11:10). (E) La serpiente de bronce, que contrarresta la acción mortífera de las serpientes venenosas, es también figura de Cristo triunfando sobre Satanás, la serpiente antigua, cuya cabeza aplastó cuando en la Cruz despojó a los principados y a las potestades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos (Col. 2:15), y así llevó cautiva la cautividad (Ef. 4:8). Este carácter triunfal de la Cruz de Cristo es especialmente notorio en el Evangelio de Juan pues en él la crucifixión es, ante todo, un ser levantado, como un hecho necesario (3:14), como un hecho revelado (8:28), y como un hecho atractivo (12:32).
3. Entre la aplicación de su remedio y la del nuestro. Ellos miraban y, por mirar, vivían; nosotros, si creemos, no perecemos, sino que tenemos vida eterna (Jn. 3:15–16); es por fe como miramos a Jesús, el autor y consumador de la fe (He. 12:2). Ya había dicho el Señor, en Isaías 45:22, «miradme a mí, y sed salvos». Cualquiera que mirase a esta señal curativa, salvífica, aunque fuese desde el punto más remoto del campamento de Israel, aunque fuese con ojos débiles, mortecinos o nublados por las lágrimas, era curado con toda certeza; de la misma manera, todo el que cree en Cristo aunque su fe todavía sea débil, pero confiada, no ha de perecer jamás, sino que tendrá vida eterna. Como dice nuestro himno:
«La mirada de fe al que ha muerto en la cruz, infalible la vida nos da
Mira, pues, pecador, mira pronto a Jesús, y tu alma la vida hallará.
Las huestes de Israel emergen ya del desierto y comienzan a penetrar en territorio habitado; entran en acción y toman posesión de las fronteras de la tierra prometida. En medio de las peripecias guerreras, en las que Israel derrota a cuantos reyes les hacen resistencia, tenemos una grave murmuración del pueblo, que da lugar al episodio de las serpientes venenosas, y a la salvación otorgada mediante la serpiente de bronce.
Versículos 1–3
El incidente que se nos narra en estos primeros versículos no pudo suceder en el contexto cronológico del capítulo anterior, sino que, por razones especialmente geográficas, ha de situarse treinta y ocho años atrás, antes del capítulo 14. Siguiendo a un eminente comentarista judío, podemos recomponer la escena de la siguiente manera: Tras partir del Sinaí, los israelitas llegaron a Cadés-barnea. Desde esta base, pudieron invadir, marchando hacia el norte, la parte sur de Palestina, esto es, el Neguev. Esto es lo que hicieron, y el resultado se nos narra en estos tres primeros versículos del presente capítulo. El episodio terminó con la aniquilación del jefe cananeo y, desde entonces, su principal ciudad se llamó Hormá, que quiere decir destrucción. Entonces fueron enviados a explorar la tierra de Canaán propiamente dicho por los espías de los que se nos habla en el capítulo 13. Ante el informe desfavorable de la mayoría de los espías, los israelitas pierden ánimo y se hace evidente que no habrá éxito mientras no haya surgido una nueva generación. Por ello, se da la orden de evacuar Cadés y ponerse en marcha hacia Edom. Pero el pueblo desobedece y de repente se embarca en una campaña de conquista sin el mandato ni el consentimiento de Dios. El resultado fue desastroso, como ya sabemos, pues fueron derrotados y cazados en Hormá (14:45), que había sido el escenario de su primer triunfo. Esto es un ejemplo más de lo peligroso que es el que un creyente o una congregación se empeñe en actuar al margen de la voluntad de Dios pues entonces no puede esperar buenos resultados; en cambio si se actúa según la voluntad de Dios y en obediencia a su Palabra, y a través, muchas veces, de algunas derrotas—debidas a nuestra falta de fe y a nuestra debilidad espiritual—, la victoria final está siempre asegurada. Como decía el antiguo adagio latino: Vincimur in praelio, sed non in bello = Somos vencidos en alguna batalla, pero no en la guerra.
Versículos 4–9
I. Israel, fatigado por la larga marcha en torno a las fronteras de Edom, ya que no se les permitió pasar a través del país, que era el camino más corto: Se desanimó el pueblo por el camino (v. 4).
II. Por esta causa, el pueblo volvió a murmurar en su incredulidad: No hay pan ni agua y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano (v. 5). Así hablan cuando tienen suficiente pan para comer y guardar, ya que, aunque están alimentándose del pan de los ángeles, sienten fastidio de él, y le llaman despectivamente liviano, es decir bueno para los niños pero no para hombres maduros y soldados. ¿Qué podrá satisfacer a quienes no se sienten satisfechos con el maná? No imitemos a los que desprecian o, al menos, descuidan la Palabra de Dios, que es pan de vida, pan sustancioso, apto para nutrir suficientemente a todos cuantos por fe se alimentan de él. Como es alimento espiritual, a él se aplican las sabias frases de un antiguo escritor eclesiástico que decía: Las cosas materiales difieren de las espirituales en que las materiales hartan y hastían en la medida en que satisfacen, y así quitan el apetito cuando nos llenan, en cambio, las espirituales satisfacen en la medida en que nos van llenando, excitando más y más nuestro apetito para seguir nutriéndonos de ellas, siempre satisfechos, pero nunca hartos.
III. El justo juicio que Dios trajo sobre ellos por su murmuración: Envió entre el pueblo serpientes ardientes (v. 6), es decir, feroces, que con su mordedura producían violenta y mortal inflamación, muriendo mucho pueblo a causa de ello. El desierto que habían atravesado estaba todo él infectado de estas serpientes venenosas (Dt. 8:15), pero, hasta el presente, Dios había preservado de ellas maravillosamente a su pueblo, hasta ahora que volvían a murmurar. En su orgullo y rebeldía, se levantaban contra Dios y contra Moisés, y ahora Dios les humillaba y les mortificaba, haciendo que estos despreciables animales fuesen para ellos una terrible y mortífera plaga.
IV. Su arrepentimiento y súplica a Dios bajo los efectos de este juicio (v. 7). 1. Confiesan su pecado: Hemos pecado (v. 7). Es de temer que no hubiesen reconocido su pecado, si no hubieran sentido el
escozor. 2. Ruegan a Moisés para que interceda por ellos. Las aflicciones cambian a menudo los sentimientos de los hombres con respecto a los hijos de Dios y les enseñan a estimar las oraciones que, en otro tiempo, eran para ellos objeto de burla. 3. Moisés, para mostrar que les perdonaba de corazón, bendice a quienes habían maldecido de él, y ora por el pueblo (v. 7). En esto es tipo de Cristo, quien intercedió por sus perseguidores, y también es un modelo para nosotros, a fin de que le imitemos y demostremos que amamos a nuestros enemigos.
V. La admirable provisión que Dios hizo para aliviar a su pueblo, pues ordenó a Moisés a que hiciese de bronce una imagen de serpiente feroz, y la pusiese sobre un asta en un lugar elevado, de modo que todos pudiesen verla, y que todo aquel que hubiese sido mordido por una serpiente feroz, quedase repentina y totalmente curado con sólo mirar a la serpiente de bronce. El pueblo había rogado a Dios que quitase de ellos aquellas serpientes (v. 7), pero Dios no creyó oportuno este remedio, pues Él actúa del mejor modo, que no siempre es nuestro modo. Dice la Mishná de los judíos: «¿Tenía, pues, la serpiente de bronce el poder de matar o de dar la vida? No, sino que eran curados si, al mirar hacia arriba a la serpiente, elevaban sumisos sus corazones a su Padre Celestial. En cambio morían si rehusaban hacerlo». No hace falta decir cuán grande es la dosis de mensaje evangélico encerrado en este episodio, pues el mismo Salvador nuestro lo expresó claramente cuando dijo: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn. 3:14–15). Obsérvese, pues, el parecido:
1. Entre su dolencia y la nuestra. El diablo es la serpiente antigua (Gn. 3:1 y ss.; Ap. 12:9), serpiente feroz; de ahí que aparezca en Ap. 12:3 como un gran dragón rojo. La mordedura de esta serpiente feroz es el pecado; el pecado es doloroso para la conciencia estremecida y alarmada, y es venenoso para la conciencia endurecida y cauterizada (1 Ti. 4:2). A las tentaciones de Satanás se las llama dardos encendidos (Ef. 6:16), ya que proceden de una serpiente ardiente.
2. Entre su remedio y el nuestro. (A) Fue Dios mismo quien ideó y prescribió este antídoto contra las serpientes ardientes; así también nuestra salvación por medio de Cristo fue planeada por la Sabiduría Infinita, Dios mismo ideó y pagó el rescate. (B) El remedio prescrito para la curación fue muy extraño y, a primera vista, poco apropiado; así también nuestra salvación por medio de la muerte en la Cruz de Jesucristo, es para los judíos tropezadero, y para los gentiles locura (1 Co. 1:23). (C) Lo que curó fue hecho a imagen de lo que mordió. Así también Cristo, aunque en sí mismo estaba completamente libre de pecado, fue enviado en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3), tan semejante que sus enemigos daban por seguro que ese hombre es pecador (Jn. 9:24). (D) La serpiente de bronce fue levantada en alto; también lo fue Cristo, quien fue levantado en la Cruz (Jn. 12:33–34), para ser espectáculo al mundo entero, y es levantado en alto mediante la predicación del Evangelio. Es significativo que el término hebreo usado aquí para decir «asta» (vv. 8, 9), sea el mismo que, en Isaías 11:12, figura como «pendón», enseña o estandarte, pues Cristo crucificado, levantado como señal que es objeto de disputa (Lc. 2:34), es decir, contra la cual se habla, será, cuando venga a reinar, el Señor victorioso y glorioso que levantará pendón a las naciones (Is. 11:12), porque él mismo estará puesto por pendón a los pueblos (Is. 11:10). (E) La serpiente de bronce, que contrarresta la acción mortífera de las serpientes venenosas, es también figura de Cristo triunfando sobre Satanás, la serpiente antigua, cuya cabeza aplastó cuando en la Cruz despojó a los principados y a las potestades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos (Col. 2:15), y así llevó cautiva la cautividad (Ef. 4:8). Este carácter triunfal de la Cruz de Cristo es especialmente notorio en el Evangelio de Juan pues en él la crucifixión es, ante todo, un ser levantado, como un hecho necesario (3:14), como un hecho revelado (8:28), y como un hecho atractivo (12:32).
3. Entre la aplicación de su remedio y la del nuestro. Ellos miraban y, por mirar, vivían; nosotros, si creemos, no perecemos, sino que tenemos vida eterna (Jn. 3:15–16); es por fe como miramos a Jesús, el autor y consumador de la fe (He. 12:2). Ya había dicho el Señor, en Isaías 45:22, «miradme a mí, y sed salvos». Cualquiera que mirase a esta señal curativa, salvífica, aunque fuese desde el punto más remoto del campamento de Israel, aunque fuese con ojos débiles, mortecinos o nublados por las lágrimas, era curado con toda certeza; de la misma manera, todo el que cree en Cristo aunque su fe todavía sea débil, pero confiada, no ha de perecer jamás, sino que tendrá vida eterna. Como dice nuestro himno:
«La mirada de fe al que ha muerto en la cruz, infalible la vida nos da
Mira, pues, pecador, mira pronto a Jesús, y tu alma la vida hallará.»
Versículos 10–20
Relato de las diversas etapas y de los traslados de los hijos de Israel, hasta que avistaron los llanos de Moab, desde los cuales, por fin, llegaron al Jordán y, después de vadearlo, entraron en Canaán, conforme leemos en el comienzo del libro de Josué. Por la ley de la gravedad, un cuerpo acelera su marcha en la medida en que se va acercando a su centro. Los israelitas se estaban acercando ahora al reposo prometido y, por eso, la marcha se va acelerando progresivamente en el relato de estos versículos. ¡Qué bien nos iría a nosotros, si actuásemos así en nuestro camino hacia el Cielo, de modo que, conforme nos vamos acercando a él, llevásemos mayor y mejor fruto en la obra del Señor! Dos cosas son especialmente de observar aquí:
1. El gran éxito con que bendijo Dios a su pueblo cerca de los arroyos de Arnón (vv. 13–15). Habían rodeado ahora el territorio de Edom. Es cosa buena que haya más de un camino para entrar en Canaán. Los enemigos del pueblo de Dios pueden retrasar la llegada, pero no pueden impedir la entrada en el reposo prometido. El Espíritu Santo puso cuidado en hacernos notar que los israelitas, en esta marcha, observaron religiosamente las órdenes que Dios les había dado en cuanto a no mostrarse hostiles contra los moabitas (Dt. 2:9), porque eran descendientes del justo Lot.
2. La admirable provisión con que Dios bendijo a su pueblo en Beer (v. 16), que significa pozo o manantial. Hasta aquí hemos visto que, siempre que han tenido necesidad de agua, la han pedido con murmuración y descontento, y Dios la ha concedido con justo desagrado; pero aquí encontramos: (A) Que Dios la dio libre y amorosamente (v. 16): Reúne al pueblo, para que sean testigos del prodigio y partícipes del beneficio, y les daré agua. Dios se la concedió antes que ellos la pidieran. (B) Que ellos la recibieron con gozo y gratitud, lo cual hizo que les resultase doblemente grato el beneficio (v. 17). Entonces entonaron este cántico para dar gloria a Dios y animarse los unos a los otros: ¡Sube, oh pozo! Así pidieron que ascendiera el agua, porque las gracias prometidas han de ser alcanzadas a golpes de oración. Así como la serpiente de bronce era figura de Cristo, levantado para nuestra salud, así este pozo es figura del Espíritu Santo, que es derramado para nuestro alivio pues de Él brotan en nosotros ríos de agua viva (Jn. 7:38; Ap. 22:1). (C) Que, mientras anteriormente el recuerdo de los milagros se perpetuaba en los nombres impuestos a los lugares, lo cual indicaba la contienda y la murmuración del pueblo, ahora este prodigio fue perpetuado en un cántico de alabanza. Lo cavaron los príncipes del pueblo (v. 18), es decir, los setenta ancianos; con sus báculos hicieron hoyos en aquel terreno blando, arenoso, y Dios hizo que brotara milagrosamente el agua por los hoyos que ellos habían cavado. Dios prometió darles agua pero ellos hubieron de abrir el terreno para recibirla y darle salida. Hemos de esperar que los favores de Dios nos vengan mientras usamos los medios que están a nuestro alcance, pero, aun así, la excelencia del poder es de Dios.
Versículos 21–35
Narración de las victorias obtenidas por Israel sobre Sehón y Og.
I. Israel envió una embajada de paz a Sehón rey de los amorreos (v. 21), pero recibió una respuesta hostil. Como consecuencia, el ejército de Sehón fue derrotado; y no sólo esto, sino que todo su país cayó en manos de Israel (vv. 24–25). Esta ocupación estaba justificada: 1. Contra los mismos amorreos, pues ellos eran los agresores, que provocaron a los israelitas a la batalla. 2. Contra los moabitas que habían sido anteriormente los ocupantes y dueños de este territorio. (A) La razón por la que esta ocupación estaba justificada es la siguiente: Aunque es cierto que este país había pertenecido a los moabitas, fueron los amorreos quienes después se lo arrebataron algún tiempo antes de esta narración, y lo ocupaban ahora en pacífica posesión (v. 26). Ahora bien al estar esta tierra destinada a ser ocupada en su tiempo por Israel, fue puesta de antemano en posesión de los amorreos, quienes mal podían pensar que iban a ser meros depositarios y tutores de ella hasta que Israel alcanzase la mayoría de edad, y entonces habrían de entregarla al que, en los designios de Dios, era su legítimo dueño. No podemos comprender el vasto alcance de la providencia de Dios, pero este caso nos muestra una vez más hasta qué punto y con qué detalle conoce Dios el fin desde el principio, y todo lo controla y orienta hacia sus arcanos objetivos. (B) En prueba de su alegato, hace referencia a los anales auténticos del país, contenidos en proverbios y cantares y cita algunos pasajes de uno de ellos (v. 27–30), que prueban suficientemente lo atestiguado, a saber: (a) Que tales y tales lugares que aquí se nombran, aunque habían estado en posesión de los
moabitas, habían pasado a ser, por derecho de conquista, del dominio de Sehón, rey de los amorreos. (b) Que los moabitas fueron totalmente derrotados, e incluso Quemós su dios los había abandonado, y había sido incapaz de rescatarlos de las manos de Sehón (v. 29).
II. Og rey de Basán, en vez de escarmentar en cabeza ajena y hacer paces con Israel a la vista de lo que había sucedido a sus vecinos, se siente espoleado por eso mismo a hacerles la guerra, cuyo resultado fue asimismo su propia destrucción. También Og era amorreo y, de acuerdo con la leyenda hebrea, era un gigante de fuerza y longevidad sobrehumanas, que había llegado a la edad de 500 años. Notemos en el texto sagrado: 1. Que es él quien provoca la batalla (v. 33). Su territorio era muy fértil y ameno. Basán era famoso por su madera inmejorable (testigos los robles de Basán), y por su insuperable ganado vacuno, como lo atestiguan los toros, las vacas, los corderos y los carneros de dicho país, tan celebrados en Deuteronomio 32:14. 2. Que Dios pone su parte en esta causa y dice a Israel, por medio de Moisés, que no tengan miedo, porque va a entregar en sus manos a Og con todo su ejército. Ante el poder de Dios, los gigantes son miserables gusanos como los demás hombres. 3. Que Israel, no sólo derrota a los ejércitos enemigos, sino que toma posesión del territorio de los enemigos, el cual, en este caso, iba a ser después parte de la herencia que correspondería a las dos tribus v media que estuvieron primeramente asentadas al otro lado del Jordán.
Los hijos de Israel por fin, habían, terminado su vagar por el desierto del que habían subido (21:18), y estaban ahora acampados en las llanuras de Moab, cerca del Jordán, donde continuaron hasta pasar el río conducidos por Josué, después de la muerte de Moisés.
I. El pánico que sobrecogió a los moabitas ante el avance de Israel (vv. 2–4). A pesar del parentesco y la amistad entre Abraham y Lot, los moabitas decidieron destruir a Israel si podían, sospechando, sin ningún motivo para ello, que los israelitas tenían intención de destruirlos a ellos. Bien dice el antiguo refrán: Piensa el ladrón que todos son de su condición. Y no sólo se preparan para la lucha, sino que comunican sus temores a sus vecinos, los ancianos de Madián, a fin de tomar juntos las medidas pertinentes para su común seguridad. Los moabitas tenían muchos motivos para procurar la amistad de Israel y venir en su ayuda; pero, al haber abandonado la religión de su antepasado Lot, y habiéndose hundido en la idolatría, odiaban al pueblo del Dios de Abraham.
II. El plan que maquinó el rey de Moab para obtener su objetivo: Que el pueblo de Israel quedase maldito, es decir, que Dios se pusiese en contra de Israel. Confiaba más en sus artes que en sus armas, y se había imaginado que, si podía hacerse con algún profeta o encantador que, con sus hechizos poderosos, imprecase el mal contra Israel, y pronunciase bendición sobre sí y sus menguadas huestes, entonces, aun siendo débil, podría habérselas con éxito con aquel ejército temible. Este concepto tenía su base: 1. En restos de algún sentido religioso, puesto que demuestra reconocimiento de cierta dependencia de algunos poderes soberanos, visibles o invisibles, que gobiernan el destino de los hombres. 2. En algunas ruinas de la religión verdadera, pues si los madianitas y los moabitas no hubiesen degenerado perversamente de la fe y del culto de sus devotos antepasados Abraham y Lot, no habrían podido imaginar que era posible maquinar el mal por medio de sus maldiciones, contra un pueblo que era el único en permanecer fiel al servicio del Dios verdadero, de cuyo servicio ellos mismos habían desertado.
III. Las dádivas y el galanteo adulador que Balac hizo a Balaam hijo de Beor, un famoso conjurador, para contratarle a fin de que maldijese a Israel. Este Balaam vivía muy lejos, en el país del que salió Abraham y en el que vivía Labán. Petor aparece como Pitru, ciudad de Mesopotamia, que se menciona en las inscripciones babilónicas y egipcias. Para ganarse a Balaam, Balac: 1. Le hace su amigo. 2. En realidad, le hace su dios, por el gran poder que atribuye a su palabra.
IV. El freno que Dios pone a Balaam, prohibiéndole que maldiga a Israel. Balaam da hospedaje a los mensajeros y se toma una noche de tiempo para considerar lo que va a hacer y recibir instrucciones de Dios. (v. 8). En aquella noche, Dios le habla, probablemente en sueños, y le pregunta quiénes son aquellos huéspedes y qué han venido a hacer. Dios ya lo sabe, pero quiere oírlo de los labios de Balaam. Éste le hace un resumen del asunto que llevaban entre manos (vv. 9–11) y, después de oírle, Dios le manda que no vaya con ellos, ni se atreva a maldecir al pueblo que es bendito de Jehová (v. 12). Dios, no sólo le prohíbe marchar a donde está Balac, sino también maldecir al pueblo, lo cual él podía intentar hacer a distancia; la razón que Dios le da es: Porque bendito es.
V. El regreso de los mensajeros sin Balaam. 1. Balaam no transfiere con fidelidad a los mensajeros la respuesta de Dios (v. 13). Sólo les dice: Jehová no me quiere dejar ir con vosotros. No les dijo, como era su deber, que Israel era un pueblo bendito, y que de ninguna manera debía maldecirlo.
Versículos 15–21
Balaam recibe una segunda embajada para ver de persuadirle que maldiga a Israel.
I. La tentación que Balac puso delante de Balaam. Ahora le tentó con honores, y puso un cebo no sólo para su codicia, sino para su orgullo y ambición. Artimañas con que adobó Balac la tentación: 1. Envió más mensajeros, y más honorables que los primeros (v. 15). 2. La petición era muy urgente. Este poderoso príncipe le dice con tono suplicante: Te ruego que no dejes de venir a mí (v. 16); o, como dice el hebreo, «que nada te impida venir a mí ¡nada! ni Dios, ni tu conciencia, ni el temor del pecado o de la vergüenza». 3. Las propuestas eran muy elevadas: Sin duda te honraré mucho y haré todo lo que me digas (v. 17).
II. Balaam, a primera vista, resiste a la tentación, pero en realidad cede a ella. Podríamos discernir aquí en el interior de Balaam una lucha entre sus convicciones y sus corrupciones. 1. Sus convicciones le inclinaban a adherirse al mandato de Dios, y ellas hablaron por su boca cuando dijo: Aunque Balac me diese su casa llena de plata y oro, no puedo traspasar la palabra de Jehová mi Dios (v. 18). Nadie habría podido decirlo mejor. 2. Pero sus corrupciones le inclinaban con fuerza al mismo tiempo a quebrantar el mandamiento de Dios. Es cierto que pareció rechazar la tentación, pero incluso en sus palabras citadas no expresó aborrecimiento al pecado, como lo expresaron claramente el Señor Jesús, cuando el diablo le ofreció los reinos de este mundo. («Vete de mí, Satanás»; Lc. 4:8), y Pedro, cuando Simón Mago le ofreció dinero («Tu dinero vaya contigo a la perdición»; Hch. 8:20). Balaam en cambio, parece (v. 19) que sentía una fuerte inclinación a aceptar la oferta, puesto que deseaba esperar para ver lo que Dios quería decirle, pensando que quizás el Señor cambiaría de parecer y le daría permiso para marchar con los mensajeros. Esto suponía un concepto muy bajo del carácter del Dios Todopoderoso, como si fuese capaz de cambiar sus propósitos. Nótese que es una gran afrenta a Dios, y una evidencia cierta de que la corrupción ejerce el dominio en el corazón de una persona, rogar o, al menos esperar, cierta especie de permiso de Dios para pecar. Cuando damos largas a desligarnos de un pecado conocido, o no nos decidimos a dar un no rotundo a la tentación, es segura nuestra derrota en la primera ocasión. Dícese que el Infierno está embaldosado con «buenas intenciones» de los muchos que pasaron la vida diciendo «querría», sin resolverse jamás a decir de corazón «quiero» ¡Cuán diferente fue la conducta del Hijo Pródigo, quien, tras decir: «Me levantaré e iré a mi padre», lo cumplió sin dilación: «Y levantándose, marchó hacia su padre» (Lc. 15:18, 20)! ¡Quiera el Señor que algún lector, en situación peligrosa para su salvación eterna, sienta ahora la urgencia de ponerse en el buen camino, antes de que sea demasiado tarde!
III. El permiso que Dios le dio para que marchara (v. 20). Dios vino a él, probablemente mediante un ángel, y le dijo que podía marcharse, si así lo deseaba, con los mensajeros de Balac. Así lo entregó Dios a la concupiscencia de su corazón (Ro. 1:24). Como dice el Talmud sobre este punto: «La audacia puede prevalecer incluso delante de Dios». Así como a veces Dios no contesta por amor, las oraciones de los suyos así también concede a veces, por ira, lo que desean los malvados.
Versículos 22–35
Relato de la resistencia que Dios opuso a Balaam en su viaje a Moab.
I. Desagrado de Dios contra Balaam por emprender este viaje: La ira de Dios se encendió porque él iba (v. 22). 1. No ha de pensarse que el pecado de una persona es menos provocativo contra Dios por el hecho de que Dios lo permita. 2. No hay nada que desagrade tanto a Dios como los designios malvados contra su pueblo, porque quien toca a los suyos, toca a la niña de su ojo.
II. El método que Dios empleó para mostrar a Balaam su desagrado contra él: El ángel de Jehová se puso en el camino por adversario suyo (v. 22).
1. Balaam se percató del desagrado de Dios por medio del asna, y esto no le asustó ni le hizo recapacitar. El asna vio al ángel (v. 23). ¡Cuán vanamente se jactó Balaam de ser varón de ojos abiertos y ver la visión del Omnipotente (24:24) cuando el asna que montaba vio más de lo que él veía, ya que los ojos de Balaam estaban cegados por la codicia y la ambición! ¡Que nadie se ensoberbezca con fantasías de visiones y revelaciones, cuando incluso una burra vio a un ángel! Para salvarse a sí misma y al insensato que sobre ella cabalgaba: (A) Se apartó del camino (v. 23). Balaam debía haber tomado buena nota de ello y considerar si él no estaba fuera del camino de su deber; pero, en vez de hacerlo así, azotó al asna para hacerla volver al camino. De modo parecido se comportan quienes, corriendo a precipitarse en la perdición eterna por el camino del pecado deliberado, se enfadan contra los que se esfuerzan en evitar que consumen su ruina. (B) No habían caminado largo trecho, cuando el asna volvió a ver al ángel y, para evitar su encuentro, se arrimó mucho a una pared, y apretó contra la pared el pie de Balaam (v. 25). Al apretarle el pie a Balaam, aunque con ello le salvaba la vida, le provocó tal enfado, que golpeó al asna por segunda vez. (C) Por tercera vez se encontraron con el ángel y entonces el asna se echó debajo de Balaam (v. 27). También por tercera vez Balaam azotó al asna, aunque ésta le había cumplido ahora el mejor servicio de su vida al salvarle de la espada del ángel y enseñarle, con su actitud de echarse cuerpo a tierra, a que él hiciese lo mismo. (D) Como no hiciese mella en él ninguno de estos procedimientos, abrió Dios la boca del asna (v. 28), y ésta le habló una y otra vez; y ni siquiera esto hizo efecto en él. Ainsworth comenta aquí que, cuando el demonio tentó a nuestros primeros padres, usó una astuta serpiente para inducirles al pecado, pero cuando Dios quiso convencer a Balaam de su mal camino usó una pobre asna, obtusa y torpe hasta servir de refrán insultante. (a) El asna se quejó de la crueldad de Balaam: ¿Qué te he hecho, que me has azotado estas tres veces? (v. 28). El Dios justo no ve con buenos ojos la violencia que se hace a la más baja y débil de sus criaturas sino que, o la capacitará para que hable en defensa propia, o hablará él por ella de una manera u otra. La brutal y testaruda pasión de Balaam le cegó de tal manera, que le impidió observar o considerar lo sumamente extraño del caso. Nada embrutece más a un hombre que la furia desenfrenada. (b) El asna razonó incluso con él (v. 30). Dios capacitó a un bruto animal, no sólo para que hablase, sino para que razonase con sentido.
2. Por fin, Balaam se percató, por medio del ángel, del desagrado de Dios, y esto le asustó. Cuando Dios le abrió los ojos, vio al ángel (v. 31), y entonces se inclinó sobre su rostro. Dios tiene muchos medios para quebrantar y humillar el más duro y ensoberbecido corazón. (A) El ángel le reprendió por su conducta cruel: ¿Por qué has azotado tu asna? (v. 32). (B) Pareció ceder Balaam entonces (v. 34): «He pecado, he pecado al emprender este viaje, y he pecado al proceder tan violentamente», pero se excusó con que no había visto al ángel; ahora que lo veía, estaba dispuesto a desandar el camino. No hay señal de que su corazón haya cambiado aunque ahora se halle con las manos atadas. Así les pasa a muchos, que dejan el pecado sólo cuando el pecado les ha dejado a ellos; a primera vista parece que han reformado su vida, pero ¿de qué les va a servir esto, si no se les ha renovado el corazón? (C) Sin embargo, el ángel le repite la orden que Dios le había dado: Ve con esos hombres (v. 35). Como si dijera: Ve si estás resuelto a hacer el necio, y quedar avergonzado delante de Balac y de todos los príncipes de Moab. Y añade el
ángel: «Pero la palabra que yo te diga, esa hablarás, te guste o no», puesto que esta intimación del ángel, más bien que una orden, es una profecía del evento, pues no sólo iba a ser incapaz de maldecir a Israel, sino que iba a verse forzado a bendecirle.
Versículos 36–41
Encuentro de Balaam con Balac; ambos, enemigos coligados contra el Israel de Dios, pero parecen diferir en cuanto al éxito de la operación. 1. Balac habla con absoluta confianza, y no duda de que va a salirse con la suya ahora que Balaam ha llegado. 2. Balaam abriga muchas dudas al respecto, y pide a Balac que no confíe demasiado en él: «¿Podré ahora hablar alguna cosa?» (v. 38). Como si dijera: «Muy a gusto maldeciría a Israel; pero no debo, ni puedo, porque Dios no me lo va a permitir». 3. Inmediatamente ponen manos a la obra. Balac trata con toda esplendidez a Balaam. Después de ofrecer a los dioses de Moab sacrificios de gratitud por la llegada de tan esperado y bienvenido huésped, se da un banquete para Balaam y los príncipes que estaban con él (v. 40). A la mañana siguiente para no perder tiempo, Balac toma a Balaam consigo en un carro y lo lleva a los lugares altos de su reino, desde donde se podía divisar el campamento de Israel. Ahora Balaam está realmente deseoso de agradar a Balac, más que lo estuvo jamás de agradar a Dios.
En este capítulo vemos a Balac y a Balaam enteramente ocupados en hacer a Israel el mayor daño posible mientras que Moisés y los ancianos de Israel no parecen darse cuenta de nada de lo que sucede; pero Dios echa por tierra los planes del enemigo, y troca en bendición la maldición que Balac y Balaam proyectaban. Así los israelitas aseguran sus posiciones, sin que ni siquiera medie la intercesión de Moisés.
Versículos 1–12
I. Grandes preparativos para maldecir a Israel. Lo que se pretendía era comprometer al Dios de Israel a que desamparase a su pueblo y que se pusiera de parte de Moab o permaneciese neutral, como si Dios deseara comer carne de becerros y beber sangre de carneros. Era ridículo esperar agradar a Dios con estas cosas y obtener su favor, cuando no había en ellas el ejercicio de la fe o de la obediencia. Con todo parece ser que ofrecen estos sacrificios al Dios de los Cielos, no a sus falsas divinidades.
II. La maldición se cambia en bendición, por el omnímodo poder de Dios que todo lo controla, llevado del amor hacia su pueblo, como lo atestigua Moisés en Deuteronomio 23:5.
1. Dios pone la bendición en la boca de Balaam. Mientras ardían los sacrificios, y Balac se quedaba allí según la costumbre babilónica, Balaam se retira a una altura pelada o a solas (pues el hebreo puede significar ambas cosas—hay incluso quienes piensan que el término shef y es abreviatura de shol fi y’ = inquirir de la boca de Jehová—). Esto es todo lo que sabía, que la soledad proporciona buena oportunidad para la comunión con Dios. Pero Balaam abrigaba sólo conjeturas de que Jehová le saliese al encuentro (v. 3), puesto que, al ser consciente de su pecado y saber que Dios le había salido al encuentro con ira la vez anterior, tenía muchas razones para hablar con dudas: Quizás Jehová me vendrá al encuentro. Lo cierto es que, fuese cual fuese su intención, Dios estaba decidido a hacer de él un instrumento de su gloria y de la de Israel y, por eso vino Dios al encuentro de Balaam (v. 4). Dios iba a constreñirle a pronunciar en honor de Jehová y de Israel una alabanza tan estupenda, que dejase para siempre sin excusa a cuantos quisiesen levantarse en armas contra el Israel de Dios y el Dios de Israel. Al encontrarse con Dios, Balaam se jactó del preparativo que había hecho: Siete altares he ordenado y en cada altar he ofrecido un becerro y un carnero (v. 4). Todos estos sacrificios eran gran abominación para Dios, pero Dios para cumplir su propio designio, puso palabra en la boca de Balaam (v. 5).
2. Balaam pronuncia su bendición en los oídos mismos de Balac. Ve a los israelitas dichosos y a salvo, y les bendice.
A) Declara implícitamente que Israel está a salvo, fuera del alcance de los venenosos dardos de maldición que él mismo le preparaba. (a) Reconoce que su designio era maldecirles; que Balac le llamó de Aram, su país, y que él vino con esta intención (v. 7). (b) Reconoce que el intento ha fracasado, y confiesa su propia incapacidad para llevarlo a la práctica. No puede pronunciar contra Israel ni una sola mala palabra: ¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo? (v. 8). No da a entender Balaam que no quiere maldecir, sino que no puede maldecir. Esto comporta una clara confesión. Primero: De la debilidad e impotencia de sus poderes mágicos. Segundo: De la soberanía y el dominio del Dios Omnipotente. Viene a decir que él no puede hacer más de lo que Dios le permite hacer. Tercero, de la inviolable seguridad del pueblo de Dios.
B) Declara también que Israel es dichoso por tres conceptos: (a) Dichoso en su peculiaridad, y por ser distinto del resto de las naciones: Desde la cumbre de las peñas lo veré (v. 9). Parece ser que fue una gran sorpresa para Balaam ver un campamento tan extenso con señales tan excelentes de disciplina, de buen orden y distribución tan armoniosa, cuando es muy probable que se lo hubiesen presentado como una turba ruda y desordenada, que infectaba los países circunvecinos en partidas de vagabundos. Es deber honorable de cuantos están dedicados al Señor, estar separados del mundo y mantener un buen testimonio ante el mundo. Quienes tienen conciencia de sus deberes peculiares, son los que mejor han de disfrutar de los privilegios peculiares.
(b) Dichoso en su número; no tan pocos ni tan despreciables como pudieron decirle, sino una formidable compañía que nadie podía contar: ¿Quién contará el polvo de Jacob? (v. 10). El gran número de los israelitas era precisamente lo que más le preocupaba a Balac (22:3). Se percata primero: Del polvo de Jacob aludiendo sin duda a la descendencia de Jacob, de la cual se había profetizado que sería tan numerosa como el polvo de la tierra (Gn. 28:14); en segundo lugar: Del número de la cuarta parte de Israel, aludiendo quizás a la formación del pueblo en cuatro escuadrones. Los judíos suelen traducir el término rabá como progenie. A primeros del siglo XX, un erudito rabino encontró que, en el arameo de los cristianos de Palestina, dicho término es sinónimo de polvo, lo cual es confirmado por el Targum samaritano, que lo traduce por cenizas en Génesis 18:27, como lo hace nuestra Reina-Valera.
(c) Dichoso en su final: Muera yo la muerte de los rectos, es decir, de los israelitas, y mi postrimería sea como la suya. Aquí, en primer lugar: Se da por supuesto que todos los hombres han de morir también los rectos han de morir. Bueno es para todos nosotros el aplicarnos personalmente, como hace Balaam, el pensamiento de esta ley general de la muerte, aunque él lo dijo bajo la incoercible influencia del poder de Dios, no porque él estuviese en disposición de morir como los rectos, ya que tuvo la muerte de los malvados (31:8). En segundo lugar: Pronuncia implícitamente dichosos a los rectos, no sólo mientras viven, sino también cuando mueren. Y en tercer lugar: Muestra que sus opiniones religiosas son mejores que sus resoluciones prácticas. Hay muchos que desean morir la muerte de los rectos, pero no se esfuerzan por vivir la vida de los rectos; desean su final, pero no su camino o, lo que es lo mismo, querrían ser santos en el cielo, pero pecadores en la tierra, como si el cristianismo fuese únicamente una religión para bien morir.
III. Se nos dice a continuación cuál fue la reacción de Balac ante las palabras de Balaam (v. 11). Pretendía honrar a Dios con sus sacrificios y obtener de Dios una respuesta favorable conforme a sus deseos; pero, al ver que Dios no ha respondido como él quería, se olvida de Jehová. Pero Balaam viene a decirle que no ha tenido más remedio que pronunciar lo que Dios había puesto en su boca (v. 12).
Versículos 13–30
I. Por segunda vez, se hacen preparativos para maldecir a Israel. 1. Se cambia de lugar (v. 13). 2. Se repiten los sacrificios, se eligen nuevos altares, se ofrece un becerro y un carnero en cada uno, y Balac se queda junto a los sacrificios (parece ser que más cercano que antes) (v. 14–15). 3. Igualmente Balaam sale, como antes, a encontrar a Dios. Dios mismo le sale al encuentro por segunda vez, y pone palabra en su boca, no para que se retracte de la primera, sino para que la ratifique (vv. 16–17).
II. De nuevo, el Dios Todopoderoso cambia la maldición en bendición; y esta bendición es más amplia y más fuerte que la primera, con lo que acaba con toda esperanza de alterarla. Y, puesto que Balac le había dicho ahora: ¿Qué ha dicho Jehová? (v. 17), Balaam le dirige a él personalmente la palabra: Balac, levántate y oye (v. 18).
1. De dos cosas va a informar Balaam a Balac en su discurso:
A) De que no hay esperanza alguna de arruinar a Israel.
(a) En efecto, no tenía objeto intentarlo:
Primero: Porque Dios es inmutable. Nunca cambia de opinión y, por tanto, nunca se vuelve atrás en sus promesas.
Segundo: Porque Israel es ahora irreprochable ante Dios. No ve allí idolatría, que es la iniquidad principal; esto sólo podía separar a Israel de su Dios.
Tercero: Porque Balaam veía a Israel como Dios lo veía, desde la altura. Dios veía a Israel hermoso sobremanera por la gracia, el amor misericordioso y la elección soberana que en él había depositado; de ahí su fuerza y su poder invencible. El Dios Omnipotente estaba en medio de su pueblo (v. 21). Como Balaam hablaba la palabra que Dios había puesto en su boca, no tenía más remedio que ver a Israel como Dios lo veía, a pesar de todos sus defectos.
(b) De todo esto infiere que no tenía objeto pensar en hacer ningún mal a Israel con todas las artes mágicas que él podía emplear (v. 23). Las maldiciones del Infierno nunca pueden tener cumplimiento contra las bendiciones del Cielo.
B) Balaam le muestra ahora a Balac que, lejos de poder éste aniquilar a Israel, tiene muchos motivos para temer que sea Israel quien arruine a Moab, pues estaba visto que iban a derramar mucha sangre en los pueblos limítrofes de Moab y, si por entonces escapaba Moab de la ruina, no era porque intimidase a los invasores, sino porque éstos no habían recibido orden de hacerlo por el momento (v. 24). ¡Allí estaba el león de Judá, presto para el ataque (Gn. 49:9), y el lobo arrebatador de Benjamín! (Gn. 49:27).
2. ¿Cómo terminó este segundo incidente?
A) Tanto Balac como Balaam vuelven a repetir sus palabras y sus acciones. Balac le dice a Balaam que, ya que no quiere maldecir a Israel, por lo menos no lo bendiga. Balaam le replica que no tiene más remedio que hacer lo que Jehová le diga (vv. 25–26) ya se lo había dicho al comienzo de toda esta operación (22:28).
B) No obstante, deciden ambos hacer un nuevo intento. El lugar al que Balac llevó ahora a Balaam fue la cumbre de Peor (v. 28), el sitio más alto del país, en las cercanías del Pisgá, donde es probable que fuese adorado Baal, y de ahí el repetido lugar de Baal-peor (21:20; 25:18; 31:16; Dt. 3:27–29; Jos. 22:17).
En este capítulo continúa y concluye la historia del fracaso de los designios de Balac y Balaam contra Israel, derrotados, no con la fuerza, ni con el poder, sino con el Espíritu de Jehová (Zac. 4:6).
Versículos 1–9
La bendición que Balaam pronuncia aquí sobre Israel es muy parecida a las dos del capítulo anterior, pero la introducción que hace es distinta.
I. Varía el método del procedimiento. Balaam deja a un lado los encantamientos en los que había confiado hasta ahora; no se retira, como antes, a un monte en busca de augurios, viendo que de nada le sirven. No tenía objeto impetrar del diablo una maldición, cuando estaba claro que Dios había decidido irrevocablemente bendecir a Israel (v. 1). De grado o por fuerza, «ahora—dice Abarbanel—se elevó desde el carácter de un vidente gentil al de un verdadero profeta». En vez de retirarse a un lugar solitario, pone su rostro hacia el desierto, donde acampaba el pueblo de Israel. Ahora, el Espíritu de Dios vino sobre él (v. 2), esto es, el Espíritu de profecía. La introducción que Balaam pronuncia ahora antes del oráculo propiamente dicho distinta de la empleada en los dos oráculos anteriores, tiene, según algunos, resabios de orgullo y vanagloria; pero quizás indica más bien la seguridad que tiene de estar investido del Espíritu de Dios. Es de notar, a este respecto, la frase: Caído, pero abiertos los ojos (v. 4). «Sobrecogido—dice Hertz—por la invasión del Espíritu Divino, que torna débil al recipiente e incapaz de sostenerse sobre sus pies. Es el éxtasis espiritual cuando los sentidos corporales quedan embotados, y sólo
los ojos de la mente quedan abiertos para contemplar la visión divina y comprender el mensaje profético.» Esto no quiere decir que Balaam fuese santificado por esta irrupción del Espíritu. Hay muchos que tienen abiertos los ojos, pero tienen cerrado el corazón; están iluminados, pero no están santificados. Los dones espirituales más elevados pueden coexistir en una persona con el pecado y la perdición. Balaam es un ejemplo, y el Señor Jesús dejó bien claro que el echar demonios en su nombre y hacer milagros no es señal de salvación (Mt. 7:21–23). No hay otro «test» que la obediencia, que produce frutos—por el amor—(Gá. 5:6) de una vida auténticamente cristiana (v. también 1 Co. 13:1–3).
II. La bendición en sí es sustancialmente la misma de las dos ocasiones anteriores. Varias son las cosas que Balaam admira en Israel:
1. Su hermosura: ¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jehová! (v. 5). Aunque no moraban en palacios de mármol, sino en vulgares tiendas de campaña, con pocas comodidades y muchas molestias ambientales, Balaam ve una peculiar hermosura en esas tiendas, a causa de su admirable orden y distribución (v. 2). De igual manera, nada hay que tanto contribuya a formar buena opinión de una comunidad cristiana a los ojos de los que la ven a distancia, como la unidad y armonía de sus miembros (Sal. 133:1).
2. Su fertilidad e incremento. Esto parece desprenderse de los símiles que emplea de valles, jardines o huertos y árboles frondosos (v. 6), así como de las expresiones del versículo 7, que indican fertilidad de un terreno abundantemente irrigado. Dios los regará con sus más ricas bendiciones, para que su descendencia se extienda como las muchas aguas.
3. Su gran honor y poderío. Así como la multitud del pueblo es el honor del príncipe, así la magnificencia del príncipe es el honor del pueblo. Por eso, dice Balaam que enaltecerá su rey más que Agag (v. 7). Es una metáfora para indicar poder y fuerza, pues Agag era el título común de todos los reyes de Amalec, como Faraón lo era de los de Egipto.
4. Sus éxitos victoriosos (v. 8). (A) Se retrotrae al pasado para alabar lo que Dios ha hecho por ellos: Dios los sacó de Egipto (v. 8). Esto ya lo había dicho anteriormente (23:22). (B) Se fija después en su fuerza presente: Tiene fuerzas como de búfalo. Como consecuencia de lo que Dios hace por Israel, y de su presencia en medio de su pueblo, Israel es irresistible como el búfalo (hebreo re’em, especie de búfalo ya extinto). (C) Finalmente, fija sus ojos en el futuro: Devorará a las naciones enemigas, etc. (v. 8).
5. Su coraje y seguridad: Se encorvará para echarse como león, y como leona ¿quién lo despertará? (v. 9). Es una imagen de la majestad de Israel en tiempo de paz, así como, en 23:24, describe su tremenda fuerza en tiempo de guerra. Los leones no se retiran para dormir a lugares de refugio, sino que se acuestan en cualquier lugar, seguros de que nadie se atreverá a meterse con ellos.
6. Su influencia en la felicidad o desgracia de sus vecinos. Lejos de ser afectado por las bendiciones o maldiciones que le vengan de fuera, Israel será una fuente de bendición o de maldición para otros, de acuerdo con la forma que le traten. Esto es una advertencia para Balac como lo había de ser en el decurso de los siglos para todos los enemigos de Israel.
Versículos 10–14
La conclusión de este vano intento de maldecir a Israel, con el total abandono de la empresa por parte de Balac. 1. Éste rompió en un acceso de furor contra Balaam (v. 10). Le echa de su presencia, le despide a su país, y le niega los honores que había prometido hacerle (v. 11). 2. Pero Balaam no se resiente por esto. (A) Le hace notar que no tiene por qué enfadarse, ni puede decir que ha sido engañado, pues ya le avisó de antemano por medio de los mensajeros (22:18). (B) Para no decepcionarle del todo, y satisfacer su curiosidad con vaticinios concernientes a Moab y a otros países limítrofes, Balaam le ofrece de propina la más grande de sus cuatro profecías. En ella, le asegura Balac que lo que Moab ha de sufrir a manos de Israel, no está próximo, sino que ocurrirá pasadas algunas centurias. Por su parte, va a inventar un método de hacer daño a Israel, sin tener que recurrir a ceremonias de adivinación y encantamiento. Ya que no ha obtenido de Dios permiso para maldecirles, le va a ofrecer de parte del diablo un método para tentarles con eficacia.
Versículos 15–25
El oficio de los profetas era bendecir y profetizar (amonestando o animando) en el nombre de Jehová.
I. Balaam cumple el oficio de profeta admirablemente bien, al dirigirle Dios para que lo hiciera así, puesto que, aunque él era como era, la profecía, sin embargo, era verdadera: Vio la visión del Omnipotente (v. 16) e incluso, como dice antes: Conoce el conocimiento del Altísimo (Elyón), como dice el hebreo, de acuerdo con Amós 3:7. Con todo esto, Balaam no teme en realidad a Dios, ni le ama ni ejercita una verdadera fe en Él. ¡Tan cerca del Cielo puede llegar un hombre y, con todo, quedarse fuera! Balaam vio la visión del Omnipotente, pero no fue transformado a la misma imagen del Señor (2 Co. 3:18).
II. Balaam emite una profecía acerca del que había de ser la corona y la gloria de Israel, quien es: 1. David, el tipo y figura bajo quien las huestes de Israel se portarán varonilmente (v. 18). Esto se cumplió cuando David derrotó a Moab y lo sometió (2 S. 8:2). En ese mismo tiempo, fueron sometidos igualmente los edomitas al dominio de Israel (2 S. 8:14). Pero: 2. El Señor Jesucristo, el prometido Mesías, es el principalmente aludido como anticipo en la profecía, pues era la voluntad de Dios que se diese así referencia a su primera Venida, mucho tiempo antes de ocurrir, no sólo para que lo supiesen los judíos, sino también otras naciones, así como su Evangelio se había de extender muy lejos de los límites de la tierra de Israel. Se predice aquí: (A) Que su Venida no será aún por mucho tiempo: Lo veré, mas no ahora (v. 17); como si dijera: «Lo contemplo en visión, pero a muchísima distancia», ya que habían de pasar 14 o 15 siglos. (B) Que saldría de Jacob, como ESTRELLA y como cetro, lo que denota su gloria y esplendor: La estrella resplandeciente de la mañana (Ap. 22:16), por cuyo fulgor habían de ser guiados los magos (Mt. 2:2), quienes, sin duda, conocían de alguna manera esta profecía, el cetro denota su poder y autoridad, pues él tendrá el dominio, y su reino será eterno (Dn. 2:44; 7:14, 27; Lc. 1:33). (C) Que su reino será universal y victorioso sobre toda oposición (Sal. 2:8–9; Ap. 2:27; 19:15), lo cual estaba tipificado en las victorias de David sobre Moab y Edom, porque Cristo había de ser rey, no sólo de Israel, sino de todo el mundo.
III. Balaam continúa su profecía; se refiriere ahora a los amalecitas y ceneos, y es probable que tuviese a la vista parte de esos países. 1. Los amalecitas eran ahora cabeza de naciones (v. 20), o por su preeminencia o, como opina Onkelos, por ser los primeros en atacar a Israel. Con esto confirmaba Balaam la destrucción futura de Amalec, conforme había leído Moisés casi cuarenta años antes (Éx. 17:14, 16). 2. Los ceneos eran ahora la más segura de las naciones; su situación geográfica era tan privilegiada, que la misma naturaleza les había servido de admirable ingeniero, ya que hacía de su país una fortaleza inexpugnable: Fuerte es tu habitación; pon en la peña—como las águilas—tu nido (v. 21). A pesar de esta supuesta seguridad, los ceneos (Caín dice el texto hebreo, dando el nombre poético de esta tribu, que curiosamente tiene las mismas letras que el Caín de Gn. 4:1 y ss.) serán echados (o devastados, como dice el hebreo), es decir gradualmente puestos en decadencia, hasta que se los lleven cautivos los asirios, lo que sucedió cuando tuvo lugar la deportación de las diez tribus del norte. Así se ve que ni siquiera un nido en lo alto de una roca es garantía de perpetua seguridad.
IV. Viene después una profecía que se adelanta hasta el tiempo de los griegos y de los romanos, puesto que tas costas de Quitim (v. 24) no son otras que las de Italia.
1. La introducción a esta parábola es digna de notarse: ¡Ay! ¿Quién vivirá cuando haga Dios estas cosas? (v. 23). Es un versículo oscuro. Hay quienes lo interpretan como si diese a entender que estos eventos están tan distantes en el tiempo, que es difícil pronosticar quién vivirá cuando sucedan. Pero la interpretación más probable es la siguiente: ¿Quién podrá sobrevivir a las terribles catástrofes que Asiria ha de causar a Israel (Is. 10:5), cuando Dios haga de Asiria la vara de su furor?
2. También es digna de notarse la profecía misma. Tanto Grecia como Italia dependen grandemente del mar y, por ello, sus ejércitos viajaban especialmente en grandes barcos. Por eso, parece ser que Balaam predice aquí: (A) Que las huestes de Grecia habían de humillar y derrotar a los asirios que estaban unidos a los persas, lo cual se cumplió cuando el Oriente fue conquistado por Alejandro Magno. Piensan muchos que Kittim (como aparece en el hebreo) se deriva de Kitión, ciudad de Chipre, y se aplicaba en general a Grecia. (B) Que las huestes griegas y romanas habían de afligir a los israelitas, llamados aquí los hijos de Heber (v. Gn. 10:21, 25); esto se cumplió en parte cuando el imperio griego oprimió a la nación judía, pero especialmente cuando el imperio romano la arruinó. (C) Que Kittim (que,
según otros, representa a Italia) significa el Imperio Romano, que más tarde se apoderó de Grecia, y que este Imperio había de perecer para siempre, cuando la piedra desprendida del monte sin la intervención de manos humanas desmenuzara todos estos reinos y, en particular, los pies de hierro y barro (Dn. 2:34).
Al escapar Israel de la tramada maldición de Balaam sufre ahora gran perjuicio debido a su consejo. Parece ser que antes de separarse de Balac, Balaam le aconsejó un método más efectivo para separar a los israelitas de su Dios. No hay embrujo tan fatal como el que producen las propias concupiscencias (Stg. 1:14).
Versículos 1–5
I. El pecado de Israel, al que fueron atraídos por las hijas de Moab y de Madián. El pueblo acudió con ellas a Baal-peor (v. 3), con lo que se hicieron culpables de fornicación corporal y espiritual. No todos, ni la mayoría pero ciertamente muchos cayeron en esta trampa. En relación con esto obsérvese que la fornicación y la idolatría iban de la mano. En lugar de «acudió» el hebreo dice «se unció» lo que nos recuerda 2 Corintios 6:14. Vemos que estos israelitas aceptaron la invitación de las moabitas para asistir a los cultos de Baal, de los que formaban parte los ritos más licenciosos, con lo que la iniquidad era doble, ya que añadían a la impureza moral la adoración de los dioses falsos, con gran desprecio del Dios de Israel, el único Dios vivo y verdadero. Una circunstancia sumamente agravante de estos pecados era el que los cometiesen en Sitim, teniendo a la vista la tierra prometida, en la última parada antes de cruzar el Jordán.
II. No es de extrañar que el furor de Jehová se encendiera contra Israel (v. 3) a causa de este pecado. Las fornicaciones de Israel tuvieron poder para lo que los encantamientos de Balaam fueron incapaces. 1. Cundió una plaga entre ellos, pues esto es lo que el texto da a entender. Las enfermedades epidémicas son justo castigo de pecados epidémicos; una infección sigue a la otra. 2. Los cabecillas hubieron de ser ahorcados a manos de la justicia pública, pues era el único medio de detener la plaga (v. 4). La mayor parte de los comentaristas interpretan así el versículo 4, pero es mucho más probable la interpretación corriente entre los rabinos, secundada por el erudito pastor bautista J. Gill, de que Moisés reunió consigo a los príncipes del pueblo, no para ahorcarlos a ellos, sino para dictar en consejo la pena de ahorcamiento contra los prevaricadores del pueblo. Dice Paterson: «El sentido común nos impide referir el pronombre los a todos los jefes del pueblo». Por el versículo 5 vemos que, antes de ser colgados sus cuerpos, habían de ser matados a espada los infractores, a fin de que el resto de los israelitas adquiriesen un sentido más profundo de la maldad del pecado.
Versículos 6–15
En esta porción tenemos un marcado contraste entre la perversidad y la rectitud; vence la rectitud, como sin duda ha de vencer al final.
I. Ningún vicioso se atrevió a tanto como Zimrí, jefe de una familia de la tribu de Simeón (v. 14), quien se presentó en público con una ramera madianita, a la vista de Moisés y de todo lo mejor del pueblo de Israel. Era una afrenta y un desafío a la justicia de la nación judía, como era una afrenta y un desprecio absoluto a la religión de la nación de Israel.
II. Pero si fue atrevido sobremanera el pecado de Zimrí, fue también atrevida sobremanera la virtud de Fineés (el hebreo dice Pinjás). Percatado de la insolencia de Zimrí se levanta de la oración poseído de una santa indignación contra los transgresores, toma en su mano una lanza, les sigue hasta su tienda y los alancea a ambos (vv. 7–8). No resulta difícil el justificar a Fineés por su acción rápida, pues al ser el heredero del sumo sacerdocio, no cabe duda de que sería uno de los jueces nombrados por Moisés para
ejecutar a los transgresores de Baal-peor nombramiento que Moisés hizo siguiendo órdenes divinas. Dios mismo atestiguó su aceptación del piadoso celo de Fineés, concediéndole honor especial. Aunque no hizo otra cosa que cumplir con su deber como juez de Israel, comoquiera que lo hizo con extraordinario celo contra el pecado, y sin respeto alguno al carácter de Zimrí como príncipe (lo cual fue quizá motivo para que los otros jueces no actuasen con la prontitud de Fineés), Dios se mostró especialmente complacido con él, y le fue contado por justicia (Sal. 106:31). En realidad su obra fue un hecho notable por su celo, su heroísmo y su patriotismo (v. 11). Por ello, Dios le confirmó solemnemente, para él y su descendencia, el sumo sacerdocio que ya de suyo le pertenecía. El versículo 9 dice que cayeron de aquella mortandad 24.000, mientras que Pablo dice (1 Co. 10:8) que cayeron 23.000 seguramente porque no incluyó el probable millar de los que cayeron a espada (25:5).
Versículos 16–18
Dios había castigado con una plaga a los israelitas por su pecado; como buen Padre, corrigió a sus hijos con vara. En cuanto a los madianitas, el perjuicio que hicieron a Israel incitándole a la fornicación y a la idolatría había de ser recordado y castigado con tanta severidad como lo fue el que le hicieron los amalecitas luchando contra los israelitas cuando éstos acababan de salir de Egipto (Éx. 17:14).
Este libro se llama Números, por el recuento de los hijos de Israel, el cual se nos refiere en él. Ya se hizo la cuenta de ellos al pie del monte Sinaí, el primer año después de su salida de Egipto (caps. 1 y 2). Ahora son contados por segunda vez en la llanura de Moab, justamente antes de entrar en Canaán; este recuento queda registrado en el presente capítulo.
Versículos 1–4
Moisés no censó al pueblo, sino cuando Dios se lo mandó. David lo hizo sin el consentimiento de Dios, y lo pagó muy caro. Habían pasado ya casi 40 años desde el censo anterior, y se hacía necesario un nuevo censo, ya que ahora iba a ser distribuida la tierra prometida por tribus y familias, además de que resultaba imprescindible saber el número de hombres de edad militar con los que se podía contar para las próximas campañas. Así pues, Dios mandó a Moisés hacer el censo, ordenando que en esta tarea le hiciese compañía el sumo sacerdote Eleazar, hijo de Aarón, de la misma manera que éste había acompañado antes a su hermano Moisés. Esta era una confirmación de Eleazar, por parte de Dios, como sumo sacerdote. El censo había de hacerse lo mismo que la vez anterior, es decir, contando sólo los hombres de veinte años arriba, hábiles para la guerra.
Versículos 5–51
Este es el registro de las tribus, conforme eran alistadas ahora en el mismo orden en que fueron censadas en el capítulo 1.
I. Fijémonos primero en el registro de las familias de cada tribu; al decir: familias, no se debe entender como lo que hoy llamamos por tal nombre, como un grupo de personas que viven bajo el mismo techo, sino cada una de las ramas de los inmediatos descendientes (de los hijos) de los doce patriarcas de Israel. Así vemos que quedan registradas como familias de las doce tribus excepto la de Leví, ya que los levitas no iban a la guerra, sino que estaban enteramente dedicados al servicio de Dios. De ellos, se hace después recuento aparte. El recuento por familias se hace así: De Dan sólo una, puesto que Dan sólo tuvo un hijo; sin embargo, su tribu era la más numerosa de todas, excepto Judá (vv. 42–43). Zabulón estaba distribuido en tres familias, Efraín en cuatro, como también Isacar, Neftalí y Rubén; Judá, Simeón y Aser tenían cinco familias cada uno, Gad y Benjamín siete cada uno, y Manasés ocho. Benjamín descendió a
Egipto con diez hijos (Gn. 46:21), pero tres de ellos o murieron sin descendencia o se extinguieron después sus familias, ya que aquí encontramos sólo siete.
II. Vemos luego el número de israelitas de cada tribu. En este recuento podemos observar: 1. Que las tres tribus que estaban acampadas bajo la enseña de Judá, que era el antepasado de Jesús, habían aumentado. 2. Que ninguna de las tribus había crecido tanto como la de Manasés, que en el primer censo era una de las menos numerosas, sólo 32.200, mientras que ahora era una de las mayores. 3. Que ninguna de las tribus había menguado tanto como la de Simeón; de 59.300 había bajado a 22.000, poco más de la tercera parte de lo que había sido antes. Hay quienes sugieren que la mayoría de los 24.000 que cayeron por la plaga ocasionada por la iniquidad de Baal-peor, eran de esa tribu; jefe de una familia de esta tribu era Zimrí, el más osado cabecilla de aquella prevaricación.
III. En el censo de la tribu de Rubén se menciona la rebelión de Datán y Abiram, que eran de dicha tribu, y que se conjuraron con Coré, el levita (vv. 9–11).
Versículos 52–56
Si alguien insiste en preguntar por qué se hizo este censo especial del pueblo de Israel, registrando las tribus, las familias y el número de los individuos, aquí está la respuesta; en la medida en que se habían aumentado, se les había de repartir la tierra, no por providencia ordinaria, sino por promesa y estatuto de Dios; y para garantizar el honor de la revelación divina, Dios hará que quede registrado el cumplimiento de la promesa, tanto en lo que concierne al incremento de cada tribu como en lo relativo a la porción asignada en herencia.
Versículos 57–62
Leví era, por decirlo así, la tribu de Dios, una tribu que no había de tener porción alguna asignada en la distribución de la tierra; por eso, no es censada con las demás tribus, sino en censo aparte; así lo había sido ya al comienzo de este libro de Números al pie del monte Sinaí; en virtud de esto, no pesaba sobre ella la sentencia pronunciada contra todos los que entonces fueron censados, de que no entraría en la tierra prometida ninguno de ellos, excepto Josué y Caleb; así vemos que Eleazar e Itamar, y quizás otros que ya tenían entonces más de veinte años (como parece por 4:16, 18), entraron en Canaán, aunque no son exceptuados junto a Josué y Caleb porque ni habían entrado en el censo común, ni habían de ir a la guerra. A pesar de todo, esta tribu había aumentado sólo en 1.000 desde el primer censo, y era todavía en este segundo censo una de las menos numerosas. Es de notar que dos familias de esta tribu: la de los simeítas (3:21) y la de los uzielitas (3:27), son omitidas en el presente censo, posiblemente porque se habían extinguido.
Versículos 63–65
Digna de observar en la conclusión de este censo es la ejecución de la sentencia pronunciada contra los murmuradores (14:29), de que ninguno de los que habían sido contados de veinte años arriba habían de entrar en Canaán (14:29), excepto Caleb y Josué. Efectivamente, en este censo segundo pudo observarse que ninguno de los que entonces se mencionaron por su nombre, fue mencionado ahora, excepto Josué y Caleb (vv. 64–65). De este modo se mostraba: 1. La justicia de Dios, y su total fidelidad a su Palabra, tanto en las promesas como en las amenazas, una vez que el decreto sale de su boca. 2. La bondad de Dios para con su pueblo, a pesar de todas las provocaciones de ellos. Y aunque el número de varones adultos, aptos para la guerra, era ahora un poco inferior al de los censados al pie del Sinaí, los censados ahora tenían, sin embargo la ventaja de que todos ellos eran de mediana edad, entre los veinte y los sesenta años, en lo mejor de su tiempo para el servicio; además, durante los treinta y ocho años de su vagar por el desierto, habían tenido la oportunidad de familiarizarse con las leyes y ordenanzas de Dios.
Tenemos, además del caso de las hijas de Zelofehad, la noticia que se le da a Moisés de la inminencia de su muerte y la provisión de un sucesor en la primera magistratura del pueblo.
Versículos 1–11
Se hace ya mención del caso de estas hijas de Zelofehad en el versículo 33 del capítulo anterior. Era un caso singular, tal como no se había dado por este tiempo en Israel, de que un cabeza de familia no tuviese ningún hijo, sino sólo hijas. El caso pasa a ser debatido de nuevo en el capítulo 36 sobre un nuevo aspecto del mismo; de acuerdo con los juicios pronunciados en el caso, vemos después a las hijas de Zelofehad puestas en posesión de la porción correspondiente (Jos. 17:3, 4). Podríamos suponer que el carácter personal de ellas añadió peso a la justicia de su causa.
I. Son ellas mismas las que presentan el caso, y elevan su petición al más alto tribunal de la judicatura. No hallamos que buscasen abogado que defendiese su causa, sino que se las arreglaron para presentar el caso con suficiente habilidad, lo cual no era difícil dado lo justo de su demanda.
1. Qué pedían: Poder tener parte en la tierra de Canaán entre los hermanos de su padre (v. 4). Dios había dicho a Moisés (26:53) que la tierra de Canaán había de ser dividida entre los que eran censados ahora; ellas sabían que no estaban censadas y, por consiguiente, no podían esperar herencia en virtud de dicha norma. Si hubiesen tenido algún hermano, no habrían apelado a Moisés para que les diese porción en la herencia. Pero, al no tenerlo, le rogaron que les diese su parte. De esta manera honraban la memoria de su padre, un deber que los hijos tienen para con sus padres, en virtud del quinto mandamiento: Honra a tu padre y a tu madre.
2. Qué alegaban: Que su padre no había muerto bajo ningún hecho deshonroso que corrompiese su sangre y le privase del derecho a su hacienda, sino que murió por sus propios pecados (v. 3), es decir, como el resto de su generación, sobre la que recayó la sentencia general de que habían de morir en el desierto (14:29), pero no había estado sujeto a proceso especial delante de Moisés y de los príncipes de las tribus.
II. E1 caso fue decidido por Dios mismo. 1. Les fue concedida la petición (v. 7). 2. Se sentó jurisprudencia para casos similares. Estas hijas de Zelofehad tuvieron en cuenta, no sólo sus propios intereses y el prestigio de su familia, sino también el honor y buen nombre de su sexo; así, en esta ocasión, se dio una ley general de que, en caso de que alguien no tuviese hijos varones, su hacienda pasase a sus hijas (v. 8); no a la mayor, como es el caso de los primogénitos, sino a todas ellas solidariamente. Además, esta ley se complementó de la siguiente manera: Si alguien no tenía hijos ni hijas, la hacienda pasaría a sus hermanos; si no tenía hermanos, a los hermanos de su padre; y si tampoco los había, al pariente más próximo (vv. 9–11).
Versículos 12–14
1. Dios le recuerda a Moisés su pecado, cuando habló indebidamente en lo de las aguas de rencilla, cuando no expresó de la forma en que debía, su consideración hacia el honor de Dios y de Israel (v. 14). 2. También le hace saber su muerte próxima. Se lo dice de la manera más conveniente para endulzar y suavizar la sentencia, y hacérsela más llevadera. (A) Moisés va a morir, pero tendrá la satisfacción de ver antes la tierra prometida (v. 12). (B) Moisés va a morir, pero la muerte no le va a cortar del pueblo, sino que lo va a reunir al pueblo (v. 13), es decir, lo va a introducir al reposo en que se hallan los patriarcas que murieron antes que él. (C) Moisés va a morir, pero de la misma manera que su hermano Aarón murió antes que él (v. 13). Moisés había visto cuán fácil y gozosamente se había despojado su hermano, primero del sacerdocio y después de su cuerpo; por tanto, Moisés no tenía por qué temer la muerte, ya que iba a ser agregado a la compañía de los santos, como lo había sido ya su hermano Aarón. Comoquiera que Aarón murió por expresa declaración de Dios (20:23–24), «por boca de Dios», dicen los rabinos que tanto Aarón como Moisés murieron «por un beso de Dios».
Versículos 15–23
I. Moisés ruega aquí a Dios que nombre un sucesor. A los envidiosos no les gusta hablar de sucesores, pero Moisés no era envidioso. Todos debemos preocuparnos, en nuestras oraciones y con nuestro esfuerzo, por las nuevas generaciones, para que el testimonio del Evangelio siga floreciente. En su oración, Moisés expresó: 1. Una tierna y abnegada preocupación por el pueblo de Israel: Para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor (v. 17). 2. Una absoluta y confiada dependencia de Dios, como Dios de los espíritus de toda carne (v. 16). Es la misma frase que, en otra ocasión, habían pronunciado Moisés y Aarón (16:22). Su sentido—según Ibn Ezra—es el siguiente: «El Dios que conoce bien los distintos espíritus de los hombres, conoce que clase de espíritu se requiere en el hombre que ha de ocupar el lugar de Moisés». Nótese que Moisés no pide a Dios que envíe un ángel, sino un varón sobre la congregación, es decir, que lo nombre y lo capacite para ser el jefe y guía de su pueblo Israel.
II. En respuesta a esta oración, Dios nombra un sucesor en la persona de Josué, quien hacía tiempo que se había señalado por su bravura en la lucha contra Amalec por su humildad en el servicio de Moisés, y por su fe y sinceridad en testificar contra el informe de los malos espías.
1. Dios instruye a Moisés sobre el modo de instituir a Josué como su sucesor. (A) Pondrás tu mano sobre él (v. 18), lo cual siempre es símbolo de transferencia. Significaba, pues, que Moisés le transfería el gobierno, así como el poner las manos sobre la víctima del sacrificio denotaba que la ofrenda era un sustitutivo de la persona del oferente. También respondía Dios a la oración de Moisés, en que le invocaba como Dios de los espíritus, dándole un sucesor en el cual hay espíritu (v. 18), espíritu de sabiduría, de capacidad, de piedad y de bravura (v. 2 Ti. 1:7). Se dice en Deuteronomio 34:9 que Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él. Este rito de imponer las manos lo hallamos en el Nuevo Testamento usado para apartar ministros del Evangelio (Hch. 13:2–3), y denotaba una identificación por parte de la iglesia local y una designación solemne de dichos ministros para el oficio que se les encomienda, con el deseo ferviente de que Dios los capacite y bendiga la obra como suya. La misma identificación se expresa en Hechos 8:17 donde la imposición de manos de Pedro y Juan sobre los samaritanos evangelizados y bautizados por Felipe no significaba un «segundo» bautismo del Espíritu Santo, sino una garantía de identificación con quienes habían recibido el Espíritu Santo, con acompañamiento de fenómenos extraordinarios, el día de Pentecostés. (B) Y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación (v. 19). Tiene que presentarlo así, para que todos sepan que Dios mismo le ha designado y le ha encargado una comisión tan importante. (C) Le darás el cargo en presencia de ellos (v. 19), y pondrás de tu dignidad sobre él (v. 20). Moisés había de conferir públicamente a Josué honor y dignidad, para que, al ver el pueblo cuánto le honraba Moisés, se sintiesen más obligados a honrarle también ellos y obedecerle. El hebreo dice: Pon algo de tu majestad sobre él, ya que ningún hombre era digno de recibir toda la majestad de Moisés. La superioridad de Moisés sobre Josué es evidente por el versículo 21, pues Josué ha de consultar a Dios por medio de Eleazar. Moisés, sin embargo, hablaba con Dios «cara a cara». (D) Había de tener Josué a Eleazar el sumo sacerdote por consejero privado de parte de Dios, con su pectoral del juicio (v. 21, comp. con Éx. 28:30). Esto serviría a Josué de dirección segura. Aunque estaba lleno del Espíritu y tenía sobre sí tan gran honor, no podía hacer nada sin pedir consejo a Dios, ya que en situaciones nuevas no podía apoyarse en su propio discernimiento. De esta forma, el gobierno de Israel era enteramente teocrático, pues tanto la designación de sus jefes como las instrucciones y órdenes para el pueblo provenían directa y enteramente de Dios.
2. Moisés actúa de acuerdo con estas instrucciones (vv. 22–23). Él instituye a Josué por sucesor: (A) Aunque en aquel momento parecía como una dimisión por su parte y una mengua de su personalidad. (B) Aunque, a primera vista, pudiese parecer que menospreciaba a su propia familia, al consagrar primeramente a Eleazar como sumo sacerdote e instituir ahora a Josué—que era de otra tribu—como su sucesor en la primera magistratura de Israel, mientras que sus propios hijos quedaban sin promoción alguna, sino que permanecían en el rango común de los levitas, sin embargo esto mismo constituía un ejemplo tal de abnegación y de sumisión a la voluntad de Dios, que con ello quedaba acrecentada su gloria mucho más que hubiera podido serlo con la más elevada promoción de su familia.
Ahora que el pueblo había sido censado, se habían dado instrucciones para el reparto de la tierra y se había nombrado un nuevo general en jefe de las fuerzas de Israel, podría esperarse que el próximo paso fuese el comienzo de la campaña. Sin embargo, el presente capítulo contiene las ordenanzas del culto, para garantizar, ahora que estaban a punto de entrar en Canaán que llevarían consigo sus prácticas religiosas, sin que las inminentes campañas bélicas les hiciesen olvidar lo que debía ocupar en la vida del pueblo el lugar preeminente.
Versículos 1–8
I. Instrucción general concerniente a las ofrendas al Señor las cuales habían de ser presentadas a sus debidos tiempos (v. 2). Dios creyó conveniente repetir aquí la ley de los sacrificios: 1. Porque había surgido una nueva generación de israelitas, la mayoría de los cuales no habían nacido cuando se dieron las primeras leyes. 2. Porque ahora iban a entrar en guerra, y podían sentirse inclinados a pensar que mientras estuviesen comprometidos en el uso de las armas, estaban exentos de la obligación de ofrecer sacrificios. Dice el proverbio latino: Inter arma silent leges: Cuando chocan las armas, callan las leyes. Sin embargo, ellos debían procurar de una manera especial guardar su paz para con Dios cuando se hallaban en guerra con sus enemigos. 3. Porque ahora iban a entrar en posesión de la tierra prometida, aquella tierra que fluía leche y miel, en la que tendrían abundancia de todo. Por eso viene a decirles Dios: «Ahora que vais a tener banquete, no os olvidéis del pan de vuestro Dios».
II. La ley especial sobre el sacrificio cotidiano: un cordero por la mañana, y otro a la caída de la tarde, lo cual, por la continuidad diaria con que esta ley había de observarse, es llamado el holocausto continuo (v. 3); esto nos insinúa que, cuando se nos exhorta a orar siempre y a orar sin cesar (1 Ts. 5:17), la intención es que conservemos y ejercitemos continuamente un espíritu de oración—comunión espiritual con el Señor—, que se exprese, al menos, en plegarias de cada mañana y de cada atardecer.
Versículos 9–15
Los sábados y los novilunios son mencionados con frecuencia juntos, como grandes solemnidades del pueblo de Israel. Aquí se nos dice cuáles eran los sacrificios designados para dichas solemnidades. 1. Cada sábado la ofrenda había de ser doble que para cualquier otro día. 2. En cuanto a los novilunios algunos sugieren que, así como el sábado era observado con referencia a la creación del mundo, así también los novilunios eran santificados por cierta referencia a la providencia divina que hizo la luna para los tiempos (Sal. 104:19), es decir, para regular los tiempos sagrados y festivos (hebreo mo’adim), mientras que los tiempos naturales, ordinarios corren a cargo del sol, que con su ocaso cierra el día natural.
Versículos 16–31
Se señalan a continuación los sacrificios de la Pascua; no el principal, que era el del cordero pascual (concernientes al cual se habían dado ya antes suficientes instrucciones), sino de los que habían de ofrecerse en los siguientes siete días de los panes sin levadura (vv. 17–25) Los días primero y último de estos siete habían de santificarse como sábados por medio de reposo santo y de santa convocación, y en cada uno de los siete días habían de ser generosos en sus sacrificios, en señal de grande y constante gratitud por haber sido liberados de Egipto. Se señalan también los sacrificios que habían de ofrecerse en la fiesta de Pentecostés, llamada aquí el día de las primicias (v. 26). Durante la fiesta de los panes sin levadura, ofrecían una gavilla de sus primicias de cebada (cereal que era el primero en madurar), presentándola al sacerdote (Lv. 23:10), como una especie de introducción a la cosecha; pero ahora, siete semanas después, al final de la cosecha de cereal, habían de traer una ofrenda nueva de presente (Lv. 23:16) al Señor. Fue precisamente en esta fiesta cuando se derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos
(Hch. 2:1 y ss.) y millares de personas fueron convertidas por la predicación de los Apóstoles y así presentadas a Cristo como una ofrenda de primicias de sus criaturas.
Este capítulo determina las ofrendas encendidas al Señor en las tres grandes solemnidades del séptimo mes: la fiesta de las Trompetas, el Día de la Expiación, y la fiesta de los Tabernáculos.
Versículos 1–11
Había en el mes séptimo más solemnidades que en cualquier otro mes del año no sólo porque había sido el primer mes del año hasta el tiempo en que Israel fue liberado de Egipto, sino porque aún continuaba siendo el primer mes en el registro civil de los jubileos y años de libertad, y también porque era el tiempo de vacaciones entre la cosecha y la siembra, cuando tenían mayores oportunidades de asistir a los servicios del santuario. 1. Tenemos aquí señalados los sacrificios que habían de ofrecerse el primer día del mes, el día del toque de trompetas, que era la preparación para las dos grandes solemnidades siguientes: la de santa lamentación en el Día de la Expiación, y la de santo gozo en la fiesta de los Tabernáculos. 2. En el Día mismo de la Expiación, además de los servicios Pertinentes, mencionados en Levítico 16, tenemos aquí la orden de ofrecer holocaustos (vv. 8–10).
Versículos 12–40
Poco después del Día de la Expiación, en el que los israelitas debían afligir sus almas, venía la fiesta de los Tabernáculos, en la que habían de regocijarse delante de Jehová; porque los que siembran con lágrimas, segarán con regocijo (Sal. 126:5). A las leyes anteriores sobre esta fiesta, que vemos en Levítico 23:34 y siguientes, se añaden aquí instrucciones sobre las ofrendas encendidas, que habían de ofrecerse al Señor durante los siete días de dicha, fiesta (Lv. 23:36). Obsérvese aquí: 1. Que los días de gozo habían de ser días de sacrificios. 2. Debían ofrecer sacrificios todos los días que habitasen en tiendas. 3. Se señalan con todo detalle los sacrificios para cada uno de los siete días por separado, aunque la única diferencia estaba en el número de becerros. 4. E1 número de los becerros (que era la parte más costosa del sacrificio) disminuía cada día. La multitud de los sacrificios de Israel había de terminar en un gran sacrificio, de mérito infinitamente mayor que todos ellos juntos. Fue en el último día de esta fiesta después que habían sido ofrecidos todos estos sacrificios, cuando nuestro Señor Jesucristo se puso en pie para dirigirse a voz en grito a cuantos todavía tenían sed de justicia (y eran conscientes de la insuficiencia de estos sacrificios para alcanzarles la justificación) para que fuesen a Él y bebiesen (Jn. 7:37). 5. Todos los sacrificios iban acompañados de ofrendas y libaciones. 6. Cada día había de ofrecerse un sacrificio de expiación, como hemos visto en las demás fiestas. 7. Aun cuando todos estos sacrificios eran ofrecidos, no por eso había de omitirse el holocausto continuo, ni por la mañana ni por la tarde, sino que cada día había de ser ofrecido antes que ningún otro por la mañana, y después de todos ellos por la tarde. Esto nos muestra que los servicios extraordinarios no deben desplazar a nuestras devociones ordinarias. 8. Aunque se requería que todos estos sacrificios fuesen presentados corporativamente por la congregación, a expensas del pueblo, las personas particulares debían glorificar a Dios, además, con sus votos y ofrendas voluntarias (v. 39).
En este capítulo tenemos una ley concerniente a los votos que han sido mencionados al final del capítulo anterior.
Versículos 1–2
Esta ley fue declarada a los jefes de las tribus, para que ellos, a su vez, instruyeran en ella a cuantos estaban a su cargo.
1. El caso que aquí se trata es el de una persona que hace voto al Señor, comprometiéndose a hacer algo permitido o, como suele decirse, mejor que lo contrario, pues nadie puede comprometerse lícitamente a hacer algo que Dios ha prohibido, a no ser que Dios mismo se lo mande. El que hace tal voto se dice aquí que liga su alma con obligación (v. 3). Es un voto a Dios, que es Espíritu, y a Él debe ligarse el espíritu con todas sus facultades y todos sus poderes. La promesa hecha a un hombre es una obligación sobre la hacienda, pero la promesa hecha a Dios es una obligación sobre el alma. Aquí cuadra bien lo del clásico:
«Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, mas el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios.»
2. El precepto que se da en relación con estos votos es que se cumplan concienzudamente.
Versículos 3–16
Se da por supuesto que todas esas personas que hacen tales votos son sui juris, gozan de plenos derechos civiles y están en pleno uso de sus facultades, como condiciones indispensables para que tengan validez los votos que emitan sobre cosas legítimas y posibles; pero, si la persona que emite un voto está bajo el dominio legal y la disposición de otra persona, el caso es diferente. Tres son los casos que pueden presentarse, relativos a mujeres bajo autoridad: 1. de mujeres solteras; 2. de mujeres casadas; 3. de viudas y divorciadas.
I. En el caso de una soltera que se encuentra en casa de su padre, su voto queda en suspenso mientras su padre no lo sepa; como es natural, se supone que lo sabrá por decírselo ella. En el momento que su padre se entera, está en su poder de el ratificarlo o anularlo. La ley favorece al voto, en cuanto que, si el padre no dice nada en contra, el silencio es suficiente para ratificar el voto (v. 5), pues, según el adagio latino, qui tacet, consentire videtur, el que calla, otorga. Pero si el padre se opone, el voto es nulo, porque es posible que el tal voto sea perjudicial para los intereses de la familia. Ella ya mostró su buena voluntad al hacer el voto y, si sus intenciones eran sinceras, su persona misma será acepta al Señor, y el obedecer a su padre le será contado por cosa mejor que el sacrificio.
II. El caso de una mujer casada es muy parecido. El mismo poder del padre respecto a la soltera, lo tiene también el marido respecto a su mujer, con los mismos condicionamientos establecidos en el caso anterior.
III. En el caso de una viuda o divorciada, la mujer no tiene padre ni marido que ejerza dominio sobre ella y, por consiguiente, todo voto con que ligue su alma, será firme (v. 10).
Para el varón no hay excepción, sino que vale siempre la regla general: Hará conforme a todo lo que salió de su boca (v. 3).
Este capítulo pertenece al «libro de las guerras de Jehová», en el que es probable que estuviese inserto. Es la historia de una guerra santa, la guerra con Madián.
Versículos 1–6
I. El Dios de los ejércitos, o Jehová de las huestes, da a Moisés orden de hacer la guerra a los madianitas, quienes eran descendientes de Abraham por Cetura (Gn. 25:2). Algunos de ellos se habían asentado al sur de Canaán entre los cuales vivía Jetró el suegro de Moisés, y éstos habían retenido el culto
del Dios verdadero; pero estos otros estaban situados al este de Canaán y habían caído en la idolatría; eran vecinos de los moabitas, con quienes estaban confederados. Se habían hecho odiosos a Israel, por haber enviado a sus malas mujeres para que incitasen a los israelitas a la fornicación y a la idolatría. Esto fue una provocación que se merecía una respuesta armada. Por esta causa Dios ordenó a Moisés: Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas (v. 2). 1. Dios quiso que los madianitas fuesen castigados severamente. La contienda de Israel con los amalecitas, que habían luchado contra ellos, no fue ultimada hasta mucho tiempo después, pero la contienda con los madianitas, que los habían corrompido moralmente, fue ultimada con toda rapidez, ya que se consideraba que eran enemigos mucho más peligrosos y malvados. 2. Dios quiso que esta campaña se llevase a cabo en vida de Moisés, y por orden suya, para que quien tan hondamente había sufrido la injuria, pudiese tener la satisfacción de ver la venganza.
II. Moisés da órdenes al pueblo a fin de que se prepare para esta campaña (v. 3).
III. En conformidad con dichas órdenes, se recluta un destacamento de 12.000 hombres, 1.000 por cada tribu, un número muy pequeño en comparación con el que podían haber enviado. Pero Dios quería enseñarles que no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos (1 S. 14:6).
IV. Fineés, el hijo de Eleazar, es enviado con ellos. Al tratarse de una guerra santa, su jefe natural era el hijo mayor y representante del sumo sacerdote. Llevó consigo los vasos del santuario (v. 6), y es probable que llevase también el pectoral del juicio, para consultar a Dios en caso de emergencia. Ya vemos en 1 Samuel 4:3 y siguientes que el Arca y lo contenido en ella acompañaba frecuentemente a los israelitas en sus expediciones militares. Con las trompetas en su mano no significa, en realidad, que las llevase en la mano, sino que estaban cerca y a su disposición.
Versículos 7–12
I. La invasión que este pequeño ejército de Israel hizo en el país de Madián. Es muy probable que publicasen primeramente una especie de manifiesto mostrando los motivos de esta guerra y requiriendo que les fuesen entregados los cabecillas del ardid que habían empleado antes para perjudicar a los israelitas, para hacer en ellos la justicia adecuada; ésta fue posteriormente la ley (Dt. 20:10), y también la práctica (Jue. 20:12, 13). Cabe, sin embargo, la posibilidad de que, en esta ocasión, no hiciesen ninguna advertencia previa, pues el texto sagrado no menciona ninguna. La actuación anterior de los madianitas había sido especialmente grave, y ello demandaba medidas de venganza especialmente severas. Conviene hacer tres advertencias necesarias para entender este caso, así como muchos otros que recurren en la Biblia: 1. Los madianitas afectados fueron sólo los pertenecientes a los clanes que vivían en la vecindad de Moab; así se explica la pervivencia de madianitas en posteriores períodos de la historia de Israel. 2. La guerra era «venganza de Dios», guerra santa, puesto que la causa de Israel era la causa de Dios ya que había sido también el honor de Dios el injuriado juntamente con la injuria hecha al honor de Israel. 3. No siempre es achacable a Dios la forma cruel de actuar de los individuos; tal fue, en muchas ocasiones, el defecto de David, de Salomón, etc. y aun de Elías, hombre violento, a quien el Señor mismo hubo de enseñar a ser manso (1 R. 19:11–12).
II. La ejecución militar, sumarísima, que llevaron a cabo en esta campaña: 1. Mataron a todo varón (v. 7), es decir, a todos cuantos hallaron a su paso. 2. Mataron también a los reyes de Madián (v. 8), seguramente a los principales jefes o ancianos mencionados en 22:4, y llamados también príncipes de Sehón en Jos. 13:21. Entre ellos, cinco son citados por sus nombres, y uno de ellos es Zur, el mismo de quien era hija Cozbí (25:15). 3. También a Balaam hijo de Beor mataron a espada (v. 8). Fuese cual fuese la razón por la que Balaam se hallaba allí, lo cierto es que así lo dispuso la providencia divina, para que le alcanzase justa venganza. 4. Se llevaron cautivos a mujeres y niños (v. 9). 5. Incendiaron todas sus ciudades y viviendas (v. 10). 6. Saquearon el país, y se trajeron un valioso botín, tanto en personas como en animales y bienes de toda clase, y regresaron al campamento de Israel bien cargados de despojos (vv. 9, 11, 12).
Versículos 13–24
Regreso triunfal de la expedición:
I. Vemos que son recibidos con grandes honores (v. 13).
II. Por contraste, son severamente reprendidos por haber conservado con vida a las mujeres. Siendo aquella campaña una justa venganza por el crimen de Madián, en el que las mujeres eran las más culpables, por haber inducido a los israelitas a fornicar y a rendir culto a Baal en Peor, es evidente que ellas eran las menos indicadas para ser conservadas con vida; tanto menos cuanto que la supervivencia de ellas era un continuo peligro para ellos, como sabiamente advierte Moisés (vv. 15–16), como si dijera: De cautivas han de pasar a ser de nuevo vuestras conquistadoras y destructoras.
III. Los expedicionarios fueron obligados a purificarse conforme al ceremonial de la Ley, quedaron fuera del campamento durante siete días, hasta que se cumpliera el plazo de su purificación. Así quería Dios conservar en las mentes de ellos el horror y la detestación del homicidio.
IV. También debían purificar el botín que habían tomado, los cautivos (v. 19) y todos los demás bienes (vv. 21–23). Lo que resistía al fuego, había de ser pasado por fuego; y lo que no, había de ser lavado con agua.
Versículos 25–47
Distribución del botín tomado en la expedición contra Madián.
I. Se manda dividirlo en dos partes; una para los 12.000 hombres que llevaron a cabo la campaña; la otra, para la congregación. Parece ser que la parte del botín que fue distribuida se refería solamente a los cautivos y al ganado. En cuanto a los metales preciosos y joyas, cada uno guardó para sí el botín que había tomado, según se insinúa en el texto (vv. 50–53). Sólo se distribuyó lo que había de ser útil para abastecer la buena tierra en que se disponían a entrar.
II. Dios había de tener su tributo de todo ello, como reconocimiento de su soberanía en general, y por ser su Rey, a quien es debido el tributo.
Versículos 48–54
Gran ejemplo de piedad y devoción por parte de los jefes del ejército. Vinieron a Moisés como a su comandante en jefe y se dirigieron a él con toda humildad y respeto, llamándose sus siervos (v. 49). 1. Le dieron cuenta de la admirable bondad de Dios hacia ellos en la expedición, al preservar no sólo sus vidas, sino también las de todos los hombres que se hallaban a su cargo, de forma que, hecho el debido recuento, ninguno faltaba (v. 49). 2. Tuvieron como misericordia hecha en ellos mismos el que ninguno de los hombres a su cargo se echase en falta. En lugar de venir a Moisés para demandar recompensa por el buen servicio que habían prestado haciendo la venganza de Jehová en Madián (v. 3), o que se eligiesen trofeos de la victoria para inmortalizar sus nombres, traen ofrenda para hacer expiación por sus almas delante de Jehová (v. 50).
En este capítulo tenemos la humilde petición de las tribus de Rubén y de Gad para que se les concediese posesión en el lado del Jordán en que estaba ahora acampado Israel. Moisés interpreta mal esta petición, pero una vez que ellos explican llanamente sus intenciones, se les otorga, bajo las estipulaciones y limitaciones propuestas por ellos mismos.
Versículos 1–15
Las tiendas de Israel estaban ahora instaladas en la llanura de Moab. Mientras disfrutaban de un pequeño reposo, se llevó a cabo la adjudicación de los terrenos conquistados hasta ahora; no se hizo esto por orden o disposición divina, sino a petición de dos de las tribus, consintiendo Moisés en ello.
I. Petición de los hijos de Rubén y de Gad, de que el territorio que habían ocupado recientemente y que, por derecho de conquista, pertenecía en común a todo el pueblo de Israel, se les asignase a ellos por heredad. Dos cosas que son del mundo indujeron a estas tribus a elegir esta tierra y a elevar su petición para poseerla: la codicia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Jn. 2:16). 1. La codicia de los ojos. Este territorio que ellos codiciaban, no sólo era hermoso por su situación y agradable a la vista, sino también de excelentes pastos para el ganado, del cual ellos poseían gran abundancia, más que las demás tribus. Por eso, deseaban un espacio proporcional al número de sus ganados y rebaños. 2. Quizás había también un poco de orgullo en ello. Rubén era el primogénito de Jacob, pero había perdido el derecho de primogenitura. Ahora se aferra a la primera porción aunque estaba situada fuera de los límites de Canaán y lejos del tabernáculo. Por su parte, la tribu de Gad descendía del primogénito de Zilpa (Gn. 30:11); por eso, se unían a los rubenitas en su petición. Finalmente, Manasés también era primogénito de José, pero sabía que, al pasar la bendición de primogénito a su hermano Efraín, quedaba eclipsado por éste y, por consiguiente, también codiciaba parte de este territorio, para tener cierta precedencia.
II. A Moisés le disgustó esta petición, y les dirigió un severo reproche, como fiel príncipe y profeta del pueblo de Dios.
1. Hay que confesar que, a primera vista, la petición parecía mala y pecaminosa, especialmente en su última frase: Y no nos hagas pasar el Jordán (v. 5), pues parecía proceder de un principio culpable: algo así como cierto menosprecio de la tierra prometida. También parecía comportar demasiado interés por las cosas materiales, ya que ponían tanto énfasis en que era una tierra muy conveniente para sus ganados. Incluso parecía indicar despreocupación por sus hermanos, como si no les importara mucho lo que fuese a suceder al resto de las tribus, con tal que ellos obtuviesen lo que deseaban.
2. Como consecuencia de estas consideraciones que, a primera vista, eran obvias, Moisés se acaloró mucho contra ellos. (A) Les hizo ver el mal que entrañaba tal petición, pues tendía a desanimar el corazón de sus hermanos (vv. 6–7). (B) Les recordó las fatales consecuencias de la falta de fe y de ánimo de sus padres, cuando estaban a punto de entrar en Canaán, como estaban ellos ahora y les contó la historia con todo detalle (vv. 8–13). (C) Les advirtió noblemente del perjuicio que se seguiría de esta separación que ellos pretendían hacer del campamento de Israel, ya que comportaba el peligro de atraer sobre toda la congregación la ira de Dios, pues si ellos se quedaban atrás, Dios volvería otra vez a dejarlos en el desierto (vv. 14–15).
Versículos 16–27
Acuerdo al que finalmente llegó Moisés con las dos tribus acerca de la petición que le habían hecho de quedarse en el lado del Jordán en que se hallaban entonces. Tras las palabras de Moisés, el texto insinúa que tuvieron alguna deliberación y fueron de nuevo a Moisés con la siguiente propuesta: Todos los hombres de guerra de las dos tribus pasarían el Jordán con sus hermanos para ayudarles en la conquista de Canaán, y dejarían a sus familias y ganados en el lugar en que ahora estaban; de esta manera podrían conseguir lo que pedían, sin causar perjuicio a nadie.
I. La propuesta era noble y generosa y, lejos de descorazonar a sus hermanos de las otras tribus, serviría para animarles. 1. Los hombres de guerra irían armados marchando con diligencia delante de los hijos de Israel a la tierra de Canaán (v. 17). 2. Dejarían atrás a sus familias y ganados (ya que si los pasaban con ellos, no servirían sino de estorbo en el campamento), y así estarían en condiciones de servir mejor a sus hermanos (v. 16). 3. Que no regresarían a sus posesiones hasta que se completase la conquista de Canaán (v. 18). 4. Que no ambicionaban ninguna participación en la heredad de la tierra que quedaba todavía por conquistar (v. 19).
II. Con estas explicaciones, Moisés no tuvo ningún inconveniente en concederles lo que pedían, bajo condición de que habían de cumplir su palabra. 1. Les insiste mucho en el cumplimiento de la promesa
que habían hecho de que no abandonarían las armas hasta que sus hermanos hubiesen dejado las suyas. Ellos habían prometido que irían con diligencia delante de los hijos de Israel (v. 17), pero Moisés les corrige diciendo: Si os disponéis para ir delante de Jehová a la guerra, y todos vosotros pasáis armados el Jordán delante de Jehová (vv. 20–21). Como si dijese: «De Dios es la causa, más bien que de vuestros hermanos». Además de que, yendo en vanguardia, irían ellos delante del Arca, sobre la cual se manifestaba de una manera especial la presencia de Dios en medio de ellos. 2. Con esta condición, les concede aquella tierra en posesión. Pero: 3. Les advierte del peligro en que se verían envueltos si quebrantaban su promesa: Si así no lo hacéis, mirad que habréis pecado ante Jehová, no sólo ante Israel, y sabed que vuestro pecado os alcanzará (v. 23). El pecado alcanza al pecador tarde o temprano; por consiguiente, nos conviene mucho hallar nuestros pecados, para arrepentirnos de ellos y abandonarlos, antes de que ellos nos hallen (como dice el hebreo) para nuestra ruina y confusión. 4. En cambio, si cumplen su palabra, serán libres de culpa para con Jehová, y para con Israel (v. 22). Esta frase llegó a formar un proverbio entre los rabinos: «El hombre debe ser irreprochable, no sólo delante de Dios, sino también delante de sus semejantes». No es suficiente tener pura la propia conciencia; es preciso que la conducta exterior quede al abrigo de toda justa sospecha. Ya decían los antiguos romanos: La mujer del César, no sólo ha de ser honesta, sino que ha de parecerlo. Por eso, estampó Virgilio en su Eneida, refiriéndose a Juno, aquella frase inimitable: Incessu patuit dea: Con sólo su andar, mostró claramente que era una diosa.
III. Como un solo hombre, ellos dieron su consentimiento a las condiciones bajo las cuales se les concedía lo que deseaban y se ligaron, como si fuese con voto solemne, a cumplir fielmente lo que habían prometido: Tus siervos harán como mi señor ha mandado.
Versículos 28–42
1. Moisés determina este asunto con Eleazar el sumo sacerdote, y Josué, que iba a ser su sucesor, sabiendo que él no viviría para verlo terminado (vv. 28–30). Les concede la heredad bajo condición, y dejar a cargo de Josué el declarar firme la posesión, una vez que la condición se hubiese cumplido. Tras esto, ellos repiten su promesa de ayudar a sus hermanos en la conquista de Canaán (vv. 31–32). Así pues, Moisés les concede la tierra que deseaban, con sus ciudades y territorios (v. 33). Aquí se hace mención por primera vez de la porción que, con las tribus de Rubén y de Gad, iba a tener la mitad de la tribu de Manasés en este lado del Jordán. En cuanto a la instalación de estas tribus, obsérvese: (A) Que edificaron ciudades, es decir, las restauraron. (B) También cambiaron los nombres de algunas (v. 39). Nebó y Baal eran nombres de dioses falsos, de los que había en la Ley prohibición de mencionarlos (Éx. 23:13); así, a cambiar los nombres de esas ciudades, los israelitas se esforzaron por sepultar en el olvido los nombres de sus dioses.
En este capítulo hallamos el registro detallado de todos los traslados y campamentos de los hijos de Israel, desde su salida de Egipto hasta su entrada en la tierra prometida. Termina el capítulo con la seria advertencia que Dios hace a los israelitas por medio de Moisés para que al tomar posesión de Canaán, echen de allí sin falta a los moradores del país.
Versículos 1–49
Este es un breve recuento de las jornadas de los hijos de Israel a través del desierto.
I. Moisés registró todas estas salidas por mandato de Dios (v. 2). Es de gran utilidad para los cristianos en general, y especialmente para los que desempeñan ministerios específicos, conservar por escrito un registro de las providencias de Dios con respecto a ellos, la serie constante de misericordias que han experimentado, particularmente las vicisitudes que han prestado un relieve más saliente a ciertos días
de su vida. Nuestra memoria es frágil y necesita de estas ayudas para que nos acordemos de todo el camino por donde nos ha traído Dios en el desierto (Dt. 8:2).
II. El registro de salidas y campamentos comienza por la salida de Egipto, continúa en la marcha a través del desierto y termina en la llanura de Moab, donde estaban acampados ahora.
1. Se mencionan aquí algunos detalles especiales concernientes a la salida de Egipto, y que se han repetido una y otra vez en cada oportunidad, como una obra asombrosa que nunca se debía olvidar: Salieron con sus ejércitos (v. 1), de forma perfectamente organizada. No salieron a la desbandada ni huyendo (Is. 52:12), sino dando la cara al enemigo, para el que resultaban una carga tan pesada, gracias a la intervención poderosa de Jehová, que los egipcios no pudieron, ni quisieron, ni osaron oponerse a su partida.
2. Respecto a sus jornadas en dirección a Canaán: (A) Que estaban continuamente de traslado. Tal es también nuestra situación en este mundo, ya que no tenemos aquí ciudad permanente (He. 13:14). (B) Pasaron la mayor parte del viaje en un desierto deshabitado, sin pista fija y desprovisto incluso de lo más necesario para la vida, en lo que se echa de ver la sublime grandeza de la sabiduría y del poder de Dios, por cuya munificencia admirable aquellos cientos de miles de israelitas, no sólo sobrevivieron durante cuarenta años en tan desolado lugar, sino que salieron de él tan numerosos y vigorosos, por lo menos, como habían entrado. Al comienzo de sus jornadas acamparon en el confín del desierto (v. 6), pero después llegaron hasta el corazón del desierto; de esta manera, a través de dificultades pequeñas, Dios va preparando a los suyos para dificultades mayores. (C) Estuvieron vagando de una parte a otra, hacia adelante y hacia atrás, como en un laberinto y, sin embargo, todo el tiempo marchaban bajo la dirección de la columna de nube y de fuego. El camino que Dios emplea para llevar a los suyos hacia Sí, es siempre el mejor, aunque no siempre nos parezca que es el camino más corto. Muchas veces, como dice el refrán, «Dios escribe derecho con líneas torcidas».
Versículos 50–56
Mientras los hijos de Israel caminaron por el desierto, su total separación de otros pueblos les preservó de cualquier tentación de idolatría. Pero ahora que estaban a punto de pasar el Jordán, de nuevo se acercaban a esa tentación; por este motivo: 1. Dios da a Moisés órdenes estrictas para que los israelitas destruyan todo resto de idolatría que encuentren en el país. 2. Dios les asegura que, si así lo hacen, les pondrá progresivamente en plena posesión de la tierra prometida (vv. 53–54). 3. Si por el contrario, no echan a los ídolos o a los idólatras, les advierte que se van a herir con las mismas espinas que acaricien y que, en su mismo pecado van a encontrar el castigo. Si no echamos fuera el pecado, el pecado nos echará fuera de nosotros mismos (v. Lc. 15:17: «volviendo en sí»; luego estaba fuera de sí); si nuestra alma no acaba con nuestros malos deseos, nuestros malos deseos acabarán con nuestra alma (1 P. 2:11).
Este capítulo trata de las fronteras de Israel en Canaán, y de los varones que Dios constituyó por repartidores de la tierra entre las tribus de Israel.
Versículos 1–15
Esbozo de la línea por la que fue medida y delimitada, por todos sus lados, la tierra de Canaán. Se les había prometido mayor extensión de territorio, que a su debido tiempo habrían entrado a poseer si hubiesen sido obedientes, hasta llegar incluso al el río Éufrates (Dt. 11:24). Por cierto, hasta allí se extendió el dominio de Israel en tiempos de David y de Salomón (2 Cr. 9:26). Pero el territorio que aquí se describe se refiere sólo a Canaán, que era la heredad adjudicada a las nueve tribus y media, porque las otras dos y media estaban ya establecidas (vv. 14–15). En cuanto a los límites de Canaán:
I. Que estaba limitado por ciertas fronteras: 1. Para que supieran a quiénes tenían que desposeer del terreno, y hasta dónde se extendía la comisión que se les había dado (33:53) de echar a los moradores de la tierra. 2. Para que supieran cuál era la posesión que les correspondía.
II. Que la superficie del territorio era relativamente muy pequeña; de acuerdo con el cómputo registrado en este capítulo, vendría a tener unos 250 km. de largo por unos 80 de ancho, es decir, unos 20.000 km2, que es aproximadamente la extensión del Estado de Israel, anterior a la guerra de 1967 (¡menor que la provincia española de Badajoz!). Sin embargo, éste es el país prometido al Padre de los creyentes y poseído por la descendencia de Jacob. Este pequeño punto de nuestro planeta fue, durante muchos siglos, el único lugar donde Dios era conocido, y su nombre era grande (Sal. 76:1). Por aquí se puede ver: 1. Qué pequeña parte del mundo posee Dios para Sí. 2. Qué pequeña parte del mundo da con frecuencia Dios a sus hijos.
III. Son de notar las fronteras mismas del país. 1. Canaán era una tierra gloriosa (Dan. 8:9) y, sin embargo, estaba bordeada de mares y desierto y con tristes panoramas. 2. Muchos de sus puestos fronterizos eran sus defensas y fortificaciones naturales. 3. Por el sudoeste llegaba hasta el torrente de Egipto (v. 5), para que la vista de aquel país les recordase la servidumbre que habían padecido allí y las maravillas que Dios había obrado para rescatarlos de la esclavitud. 4. Por el lado opuesto, descendía hasta el Mar Salado (vv. 3, 12). Lo que antaño fuera un ameno y fértil valle, donde estaban ubicadas las nefandas ciudades de la Pentápolis, era ahora un lago estéril, donde no soplaba viento alguno, cuyas aguas no surcó ningún navío, ni albergó en su seno seres vivientes de ninguna clase, por lo que era conocido, por ello, con el nombre de Mar Muerto. 5. El límite occidental era el Mar Grande (v. 6), que ahora conocemos con el nombre de mar Mediterráneo.
Versículos 16–29
Dios nombra encargados para distribuir la tierra. Se da por segura la conquista del territorio, aunque no habían librado ni una sola batalla para obtenerla. 1. Los principales encargados de esta labor fueron Eleazar y Josué (v. 17). 2. Además de éstos, y para que no surgiese sospecha de parcialidad, fue nombrado un príncipe de cada tribu para inspeccionar la tarea y tener la garantía de que su tribu respectiva no sufría ningún injusto menoscabo.
Después de las instrucciones dadas para la distribución de la tierra entre las tribus se hace ahora la provisión necesaria en favor de los levitas cuya tribu estaba enteramente dedicada al servicio del santuario y, por eso, no entraban a la parte en la distribución general de la tierra.
Versículos 1–8
Las leyes concernientes a los diezmos y ofrendas habían provisto ampliamente para el mantenimiento de los levitas; pero no había de pensarse, ni convenía para el bien común de la nación que, al entrar en Canaán, hubiesen de vivir todos en torno al tabernáculo, como lo habían hecho en el desierto; por consiguiente, había que procurarles lugares en que habitar cómoda y provechosamente. De esto trata la presente porción.
I. Les fueron concedidas ciudades con sus suburbios (v. 2) y lugares de pasto, pero no terrenos de labor. 1. Les dieron ciudades para que pudiesen vivir cerca unos de otros, conversar juntos acerca de la Ley y consultarse mutuamente en casos dudosos. 2. Con las ciudades, les dieron también los contornos anejos a ellas a fin de que tuviesen suficiente pasto para sus ganados (v. 3): mil codos alrededor desde los muros de las ciudades para corrales de los ganados; y otros dos mil codos más, para campo donde apacentar a los animales (vv. 4–5).
II. Estas ciudades les habían de ser asignadas de entre las heredades de cada tribu, proporcionalmente a la extensión de la heredad correspondiente (v. 8). 1. De este modo, cada tribu podía manifestar prácticamente su reconocimiento a Dios, el verdadero amo de la tierra. 2. Y cada tribu podía así disfrutar del beneficio de tener habitando entre ellos levitas que les enseñasen convenientemente el conocimiento de Jehová.
III. El número de las ciudades concedidas a los levitas fue de 48 en total, con una media de cuatro ciudades por tribu.
Versículos 9–34
Órdenes dadas respecto a las ciudades de refugio.
I. En esta porción hay leyes muy buenas para casos de homicidio.
1. Todo homicidio voluntario había de ser castigado con la muerte, y en este caso no había santuario que sirviese de refugio ni se había de admitir rescate ni conmutación de la pena. Donde se ha perpetrado un daño voluntario, hay que hacer restitución; y, puesto que el homicida no puede restituir la vida que alevosamente quitó, debe pagar con su propia vida, no para satisfacer a los males del prójimo ni al espíritu de la persona asesinada, sino para satisfacer a la ley y a la justicia pública, y para que todos los demás que se sientan tentados a cometer homicidio tomen aviso y escarmienten en cabeza ajena. No sólo la persecución del criminal, sino también su ejecución, quedaban encomendadas al pariente más próximo de la víctima, quien, de la misma manera que debía ser el redentor de la hacienda de su pariente si llegaba a estar hipotecada, también había de ser el vengador (lit. redentor) de la sangre de su pariente; él había de dar por su propia mano muerte al homicida (v. 19).
2. Pero si el homicidio no había sido voluntario, sino que había sido cometido sin intención de perpetrarlo, casualmente, sin asechanzas, sin verlo, ni sin ser su enemigo (vv. 22–23), en este caso había ciertas ciudades de refugio, a las que podía acogerse el homicida involuntario. Las leyes modernas suelen condenar al infractor involuntario al pago de cierta cantidad por supuesta imprudencia, pero no incurre en las penas fijadas contra los homicidas voluntarios. Respecto a las ciudades de refugio, la ley era:
A) Que, si alguien mataba involuntariamente a otra persona, estaba seguro en estas ciudades y bajo la protección de la ley hasta que se hubiese celebrado el juicio delante de la congregación; es decir, delante de los jueces en audiencia pública.
B) Si, celebrado el juicio, resultaba ser homicidio voluntario, ya no le servía de ninguna protección al homicida la ciudad de refugio, pues ya estaba determinado que se le había de quitar del altar para darle muerte (Éx. 21:14).
C) Pero si se hallaba que había ocurrido por error o accidente, y que se había hecho sin intención de hacerle daño a la víctima o a cualquier otra persona, entonces el homicida podía continuar a salvo en la ciudad de refugio, y el vengador de la sangre no tenía ningún derecho a meterse con él (v. 25). Allí debía permanecer exiliado de su casa y patrimonio hasta la muerte del sumo sacerdote (v. 25). Ahora bien:
(a) Mediante la preservación de la vida del homicida involuntario, Dios nos quería enseñar que los hombres no deben sufrir por lo que es más bien una desdicha que un crimen.
(b) Mediante el exilio del mismo fuera de su ciudad, y su confinamiento en la ciudad de refugio, Dios quería enseñarnos a concebir un santo horror a los crímenes de sangre, y a estimar debidamente la vida propia y ajena.
(c) Mediante la limitación del confinamiento del homicida involuntario hasta la muerte del sumo sacerdote Dios quería honrar este sagrado oficio. Comoquiera que todas las ciudades de refugio eran ciudades de los levitas y el sumo sacerdote era el jefe de la tribu, los que estaban confinados en dichas ciudades bien podían ser considerados como prisioneros del sumo sacerdote y así, a la muerte de éste, recuperaban su libertad plena.
II. Estas ciudades de refugio tenían para nosotros un sentido típico altamente simbólico, y a ellas parece aludir el Apóstol cuando habla de ser encontrado en Cristo (Fil. 3:9), mientras que el autor de Hebreos (6:18) habla más explícitamente de los que nos hemos refugiado para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. 1. Había varias ciudades de refugio, y estaban ubicadas de tal forma en
distintas partes del país, que el homicida, fuese cual fuese el lugar donde se hallase, pudiese en pocas horas llegar a una u otra de ellas; de un modo todavía más conveniente aunque hay un solo Cristo establecido para nuestro refugio, este refugio está siempre al alcance de nuestra mano para nuestro perdón, consuelo y ayuda, dondequiera que nos encontremos, puesto que cerca de nosotros está la Palabra (Ro. 10:8), y en la Palabra, Jesucristo. 2. El homicida estaba a salvo en cualquiera de aquellas ciudades; así también, cualquier persona que, con fe se refugia en Él y descansa en Él, está a salvo de la ira de Dios y de la maldición de la Ley, porque ninguna condenación (ni mucha ni poca) hay para los que están en Cristo Jesús (Ro. 8:1). 3. Todas ellas eran ciudades de levitas; era una muestra de bondad hacia el pobre prisionero el que los levitas pudiesen acogerle con benevolencia, consolarle y animarle; así también es tarea de los ministros del Evangelio acoger benignamente a los pobres pecadores para llevarlos a Cristo, y asistir con su enseñanza y consejo a quienes, por la gracia de Dios, ya están en Cristo. 4. También los extranjeros y peregrinos, aun cuando no eran israelitas, podían beneficiarse de estas ciudades de refugio (v. 15). De la misma manera, para buscar refugio en Jesucristo, no hay diferencia entre griego y judío (Ro. 1:16, 3:21; 1 Co. 12:13; Gá. 3:28; Ef. 2:14–16). 5. Incluso los suburbios (ejidos y campos) de las ciudades de refugio ofrecían al ofensor involuntario suficiente seguridad (vv. 26–27). Así también incluso en la orla del manto de Jesús había suficiente virtud para curar y salvar a los pobres pecadores.
En este capítulo final, tenemos la decisión tomada sobre otra cuestión que surgió en relación con el caso de las hijas de Zelofehad. Dios había determinado que ellas tuviesen parte en la heredad (27:7). Ahora se presenta un nuevo aspecto de este mismo caso: Si se casaban con hombres de otras tribus su heredad vendría a desaparecer, andando el tiempo, de la tribu de Manasés a la que ellas pertenecían. Entonces Moisés, por mandato de Dios les da libertad de escoger marido, pero que sea dentro de las familias de la tribu de su padre. Este caso viene a sentar jurisprudencia en Israel, por disposición divina.
Versículos 1–4
Humilde petición que los jefes de la tribu de Manasés hicieron a Moisés y a los jefes de las otras tribus, con ocasión de la disposición recientemente dada en el caso de las hijas de Zelofehad. 1. Primeramente mencionan la disposición antedicha y muestran su conformidad con ella (v. 2). 2. A continuación, hacen ver la inconveniencia que podría seguirse de ello, si a las hijas de Zelofehad se les ocurriera casarse con hombres de otras tribus (v. 3). Dos son las razones que alegan para que se les conceda la petición que presentan: (A) Si, al casarse ellas con hombres de otras tribus, la parte que les correspondía en la tribu de Manasés era transferida a las tribus respectivas de los varones entonces se quebrantaba la disposición divina a favor de las hijas de Zelofehad y de cualesquiera otras que se encontrasen en circunstancias similares; (B) Si ahora no se establecía una norma segura para este caso y otros semejantes, no podrían evitarse las disputas y contiendas en las generaciones venideras.
Versículos 5–13
I. En esta porción, vemos que Dios da expresamente las órdenes precisas para resolver este asunto entre las hijas de Zelofehad y el resto de la tribu de Manasés. Dios muestra su conformidad con la petición presentada, y establece las medidas que se han de tomar para prevenir los inconvenientes que se temían: La tribu de los hijos de José habla rectamente (v. 5). 1. No se obliga a las mujeres a que se casen con personas determinadas; tienen bastante donde elegir en las familias de la tribu de su padre: Cásense como a ellas les plazca (v. 6). Así como los hijos deben respetar el consejo y autoridad de sus padres, y procurar no casarse contra la justa estimación de ellos así también los padres deben tener en cuenta los sentimientos de los hijos cuando éstos han llegado a la edad apta para emanciparse, y no tratar de forzarles a casarse con alguien hacia quien no sienten ninguna inclinación amorosa. Los casamientos
forzados no suelen dar buenos resultados. 2. Por otra parte se les pone un límite a las mujeres disponiendo que se casen dentro de las familias de su tribu, para que su heredad no sea transferida a otra tribu.
II. La ley dada en esta ocasión, quedó por estatuto perpetuo en el pueblo de Israel.
III. Las hijas de Zelofehad se sometieron gustosamente a esta orden.
IV. El libro de Números concluye refiriéndose de modo específico a su última parte: a los mandamientos y estatutos que mandó Jehová (v. 13). En cualquier nueva situación en que la providencia divina nos coloque, debemos pedirle a Dios que nos enseñe los deberes que dicha situación comporta, y que nos capacite con su gracia para cumplirlos, a fin de que podamos ejecutar el deber de cada día en su día, y la obligación de cada lugar en su lugar.