Antes de acometer la ardua tarea de comentar el libro más difícil de la Biblia, quiero hacer notar (nota del traductor-adaptador) que todo el material, desde aquí hasta el final del comentario al Apocalipsis, es de mi exclusiva responsabilidad. Pienso usar gran parte del material mío ya publicado (en especial, la lección vigesimocuarta de mi libro Escatología II), así como del no publicado (estudios dados en la Iglesia Evangélica sita en c/. Pi y Margall, 25, de la ciudad gallega de Vigo).
Pasamos ya a la Introducción propiamente dicha del comentario, empezando por el Nombre. «Apocalipsis» es una palabra griega («apokálupsis»), con la que comienza precisamente el libro. Significa «revelación» o, mejor, «desvelación» en el sentido de «descorrer un velo», para dejar a la vista de todos algo que estaba cubierto, oculto tras de ese «velo». Aunque en la Biblia hay muchos pasajes apocalípticos, el último libro de las Escrituras lo es en su totalidad, como lo muestra ya el primer versículo, que comienza titulándolo «Revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar (gr. deíxai, en aoristo de infinitivo) a sus siervos las cosas que deben suceder pronto» (lit.).
Dificultad. Es el libro más difícil de toda la Biblia, puesto que, a la dificultad inherente a todo libro profético, añade la de ser el libro escatológico por excelencia. Sin embargo, su dificultad no debería retraer a ningún creyente de su estudio y meditación, y a ningún pastor de su predicación y enseñanza. He leído de un joven pastor ingles que se proponía exponer todas las Escrituras en ciclos de diez años, «menos el Apocalipsis», decía. El Apocalipsis se le antojaba demasiado difícil—como si fuese un toro no lidiable—. Pero la necesidad de exponer también el Apocalipsis es obvia si atendemos a su Importancia. El estudio y exposición del Apocalipsis es de suma importancia por las siguientes razones:
1) Es el libro que cierra con broche de oro las Sagradas Escrituras, pues describe el triunfo final del Señor sobre el mal, hasta introducirnos en el Paraíso Restaurado para toda la eternidad. Como dice W. M. Smith:
Las Escrituras del Nuevo Testamento habrían quedado incompletas, y sus lectores habrían quedado en un estado de depresión, si este libro no hubiera sido escrito e incluido en el canon. No sólo es el último libro en el orden canónico de nuestra Biblia, sino también la necesaria conclusión de la revelación de Dios a los hombres (The Wycliffe Bible Commentary, pág. 1491).
2) De entre todos los libros de la Biblia, éste es, sobre todo, el libro por antonomasia para nuestros días. Como hace notar M. Kiddle en su comentario al Apocalipsis (Moffatt Commentary), es digna de tenerse en cuenta
la señalada importancia que tiene para la Iglesia en nuestros días … Cuandoquiera tenga lugar una crisis mundial, cuando un Estado se exalta a sí mismo y demanda de los cristianos una sumisión que no pueden prestarle sin arriesgar sus propias almas, siempre que la Iglesia es amenazada de destrucción, cuando la fe se torna débil y los corazones se enfrían, entonces el Apocalipsis amonesta y exhorta, levanta y anima a cuantos prestan atención a su mensaje (Citado por W. M. Smith, ob. cit., pág. 1492).
3) Es el único libro de la Biblia que comienza pronunciando una bienaventuranza para el que lo lea, lo oiga y guarde las cosas escritas en él (1:3, comp. con 22:7).
4) En este libro, todos los grandes temas de la revelación divina llegan a su clímax: la soberanía final de Cristo sobre todos los poderes angélicos y humanos, con la derrota final de todos los enemigos de Dios (Sal. 2) y la concentración, en la maravillosa Ciudad Eterna, de todas las promesas de una perpetua vida gloriosa, en la que servir a Dios será de veras reinar (Ap. 22:3, 5). El triunfo definitivo del Bien sobre el Mal. ¡Qué consuelo para el pueblo de Dios saber que nuestro Padre conoce el fin desde el principio y va moviendo todas las piezas de ajedrez de la historia de la humanidad hasta el «jaque-mate» del Maligno, convergiendo todo hacia el bien de los que aman a Dios (Ro. 8:28)!
5) Todo creyente en tensa expectativa de la Venida del Señor, halla en este libro, no sólo consuelo, sino también enseñanza y alimento, especialmente en esta época que parece cercana al fin. Si Hechos es la Historia de la Iglesia primitiva, en la que hemos de mirarnos, el Apocalipsis es la profecía de la postrera Iglesia, con la que hemos de identificarnos.
Autor. El autor sagrado se llama a sí mismo «Juan» cuatro veces (1:1, 4, 9; 22:8). Justino Mártir, a mitad del siglo II, dice: «Y con nosotros, un hombre llamado Juan, uno de los apóstoles de Cristo, quien en la revelación (latín, apocalypsi) recibida …». Lo confirma el examen interno: (A) Llama a Cristo «el Verbo» (19:13), expresión exclusiva de Juan (Jn. 1:1, 14; 1 Jn. 1:1). (B) También le llama «el Cordero», expresión igualmente exclusiva de Juan (Jn. 1:29, 36), aunque en el Evangelio lo llama ámnos = cordero, sin más, mientras que en el Apocalipsis lo llama arníon = corderito, más como expresión de ternura que de tamaño. (C) El vocablo griego alethinós = verdadero (en sentido de genuino) sale diez veces en Apocalipsis, nueve en el cuarto evangelio y cuatro en 1 Juan, frente a una sola vez en las Epístolas de Pablo. (D) Níkos = el que vence, es otra expresión favorita de Juan, tanto en 1 Juan como en el Apocalipsis. (E) El verbo griego skenóo = habitar en tienda de campaña, sólo se halla en Juan (Jn. 1:14; Ap. 7:15; 12:12; 13:6; 21:3).
Fecha. Juan fue exiliado durante el reinado del emperador romano Domiciano (81–96 d.C). La opinión más probable es que el libro fue escrito entre los años 92 y 96; quizás, el 95.
Tema. Podría resumirse en una sola frase: «El triunfo total y definitivo del Bien sobre el Mal». W. M. Smith lo expone así:
Pone sobre todo de relieve los intentos violentos y universales de personalidades y pueblos terrenales, dirigidos y fortalecidos por poderes diabólicos y guiados por Satanás, para oponerse a/e impedir la ejecución del propósito, públicamente manifestado, de Cristo de dominar la tierra. Deja bien claro que este conflicto concluirá con la derrota completa de estas fuerzas malignas y con el establecimiento del reino eterno de Cristo. Este conflicto constante, que incluso entra en los cielos, está formado de una serie de conspiraciones por parte de los enemigos de Cristo para derrotar al Rey de reyes. Todas las conspiraciones acaban en el fracaso, el cual va seguido del terrible juicio divino. Y el largo conflicto concluye en el juicio final del Gran Trono Blanco, la aparición de la Nueva Jerusalén y el comienzo de la eternidad (ob. cit., pág. 1494).
Simbolismos. El libro del Apocalipsis está lleno de símbolos. De hecho, Juan es, entre todos los autores sagrados, el más amigo de los símbolos, como puede apreciarse en el cuarto evangelio. Pero aquí cabe una advertencia muy importante: El hecho de que Apocalipsis esté lleno de símbolos no significa que todo haya de ser tomado simbólicamente. El núcleo de los hechos que en él se describen se ha de cumplir en sentido literal, como se han cumplido literalmente las profecías con respecto a la Primera Venida del Señor. Estos hechos, sin embargo, están revestidos de un ropaje simbólico, o meramente metafórico. Vamos a poner un ejemplo: En Apocalipsis 20:1–3, leemos que «un ángel bajaba del cielo con la llave del Abismo y con una gran cadena en la mano. Sujetó a … Satanás y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo cerró con llave y puso encima un sello …». El hecho que aquí se profetiza para el comienzo del Milenio es que un ángel sujetará a Satanás y lo encerrará en el Abismo, teniéndole allí sujeto e incapaz de hacer ningún daño. El sello simboliza que ni él ni nadie podrá abrirle la puerta de
tal prisión, pues su clausura inevitable está garantizada por el poder de Dios (comp. con Mt. 27:65, 66). Por supuesto, de aquí no se sigue que la llave, la cadena y el sello hayan de tomarse en sentido literal, como si al diablo, ser incorpóreo, se le pudiese sujetar con medios materiales. Pero el hecho de que esos vocablos hayan de ser tomados simbólica o metafóricamente no impide que el hecho en sí haya de llevarse a cabo al pie de la letra.
Los simbolismos del Apocalipsis se echan de ver especialmente en los números y en los colores:
(A) Números:
(a) Predomina el siete, símbolo de perfección (en especial de orden espiritual, bueno o malo): Hay
siete bienaventuranzas (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7, 14); 7 mensajes a 7 iglesias (caps. 2 y 3); 7
sellos, 7 trompetas y 7 plagas; 7 alabanzas al Cordero en 5:12; otras 7 a Dios Padre en 7:12; hay 7 partes
en el capítulo 14; 7 seres celestiales en ese mismo capítulo 14; 7 espíritus delante del trono (1:4); 7 estrellas en la diestra de Cristo (1:16), lo cual denota la autoridad soberana que posee sobre todas las iglesias; el Cordero posee 7 cuernos (el poder absoluto) y 7 ojos (la omnisciencia perfecta).
(b) Por contraste, tres y medio, la mitad de 7, simboliza un tiempo de tribulación. Aparece en este libro en forma de meses, días y años, a fin de que no quepa duda de su realidad fáctica y literal: 42 meses (11:2; 13:5); 1.260 días (11:3; 12:6) y tres años y medio: «un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo» (12:14, comp. con Dn. 7:25; 12:7). Los dos testigos de 12:9, 11 también yacen muertos en la calle por «tres días y medio».
(c) El 10 simboliza la perfección matemática, el desarrollo completo de una cosa, a partir de los 10 dedos de las manos, por donde el hombre comenzó a contar: Diez fue, ya desde el principio, el número necesario para formar un grupo considerable, por lo que los judíos no comienzan los servicios en las sinagogas hasta que llega el número 10.° de los miembros asistentes (v. también Rt. 4:2, y comp. con Gn. 18:32. ¿No será ésta la razón por la cual Abraham no se atrevió a rebajar la cifra?). Tenemos igualmente los Diez Mandamientos (Decálogo = Diez Palabras, como los llaman los judíos). El Lugar Santísimo tenía 10 codos por lado. 10 × 10 × 10 nos da 1.000, el cubo de 10, suma perfección del Milenio. La décima generación significa «hasta siempre», como puede comprobarse al comparar Deuteronomio 23:3 con Nehemías 13:1. Diez plagas fueron la expresión completa de la ira de Dios sobre Egipto. La cuarta bestia de Daniel tenía 10 cuernos, como el Dragón Rojo de Apocalipsis 12:3 y el Anticristo de Apocalipsis 13:1. Al ser 1.000 un número perfecto, entra en la numeración de los sellados de Apocalipsis 7 y 14, se multiplica por 12 (número de las tribus de Israel) y se vuelve a multiplicar por 12, para dar la suma final de 144.000 (10 × 10 × 10 × 12 × 12).
(d) Doce es el número del reino de Dios y del pueblo del Pacto, pues multiplica la cifra trinitaria por cuatro: los cuatro confines del mundo. Así tenemos 12 patriarcas de Israel con las correspondientes 12 tribus (diluyéndose después la tribu de Leví entre las demás, para reaparecer en Apocalipsis 7:7b, y desdoblándose la de José en dos: Manasés y Efraín). Doce son los apóstoles del Cordero; 2 × 12 eran las clases sacerdotales y 2 × 12 son los 24 ancianos que representan ante el trono de Dios a la Iglesia redimida y arrebatada al cielo. 4 × 12 eran las ciudades de los levitas. La mujer de Apocalipsis 12:1 lleva una corona de 12 estrellas. 12 son las puertas y 12 son los cimientos de la Nueva Jerusalén, y 12 son los frutos del árbol de la vida. 12 × 10 = 120, era el número aproximado de los discípulos que se hallaban en el Aposento Alto el día de Pentecostés.
(B) Colores: (a) Blanco es símbolo de pureza, paz, victoria, perfección moral (no siempre, todas esas cosas a la vez. V. por ej. Ap. 6:2); (b) Negro es símbolo de maldad (tinieblas), aunque en Apocalipsis simboliza hambre, angustia, sufrimiento («pasarlas negras», decimos); (c) Rojo vivo es símbolo de guerra, violencia, sacrificio; (d) Rojo púrpura, de realeza, lujo, voluptuosidad; (e) Amarillo pálido es el símbolo de la muerte y del Hades.
Relación del Apocalipsis con las Escrituras del Antiguo Testamento. Baste decir que, de los 404 versículos que contiene el Apocalipsis, 265 contienen frases con unas 550 referencias a pasajes del Antiguo Testamento. Por vía de ejemplo, pueden compararse: Apocalipsis 18, con Jeremías 51; Apocalipsis 13, con Daniel capítulos 7 y 8; Apocalipsis 11, con Zacarías 4; los tres y medio tiempos de Apocalipsis 12:14, con Daniel 12:7; los juicios de trompetas, con las plagas de Egipto. El primer capítulo, sin ir más allá, contiene referencias a Éxodo 19:6; Isaías 11:4; 38:10; 44:6; 48:12; 49:2; Ezequiel 1:24; Daniel 7:9, 13; 10:5, 6; Zacarías 12:10, 12.
Relación con las Escrituras del Nuevo Testamento. Hay comentaristas que llaman el discurso escatológico de Jesús (Mt. 24, Mr. 13 y Lc. 21) «la clave del Apocalipsis». En efecto, los acontecimientos de dicho discurso pueden agruparse en tres periodos: pretribulación, tribulación y postribulación. Un somero examen del Apocalipsis, a partir de 11:7, y aun de 6:9–11, nos da una multitud de pasajes paralelos, más o menos explícitos, de lo que el discurso del monte de los Olivos nos dice acerca del final en cuanto a perturbaciones físicas y económicas; guerras, hambres, pestes, terremotos, testimonios sellados con sangre; la Gran Tribulación; los falsos cristos y los falsos profetas; las perturbaciones celestiales; y, finalmente, la Venida del Hijo del Hombre.
Principio de anticipación. Este principio, tambien llamado «prolepsis», consiste en que el autor sagrado emplea al principio del libro expresiones típicas que reaparecen después de una forma más desarrollada. Por ejemplo, a Cristo se le llama «testigo fiel» ya en 1:5, para repetirlo en 3:14; 17:6 y 20:4;
«soberano de los reyes de la tierra» en 1:5 también, para repetirlo en 17:14; 19:16 como su cumplimiento; «Alfa y Omega» ya en 1:8, para repetirlo al final en 21:6; 22:13; en el mismo versículo, se llama a Dios «el Todopoderoso», y lo mismo en 19:6, 15; 21:22. En 1:6, se dice que Cristo nos ha hecho
«reino y sacerdotes» (lit.), así como en 20:6. El mandamiento de cumplir al pie de la letra lo que Dios predice y ordena en este libro sale en 1:3 y 22:7, 10, 18. Resulta también curioso observar cómo las promesas a las 7 iglesias van saliendo en los cuatro últimos capítulos de Apocalipsis.
Véase, por ejemplo, la cuádruple promesa a la iglesia de Filadelfia (3:12), comparada con lo que leemos en Apocalipsis 22:2, 4, 10.
La soberanía de Dios en Apocalipsis. Todo el libro pone de relieve la soberanía absoluta de Dios y del Cordero, con especial referencia al tiempo de la Gran Tribulación. Esta soberanía se manifiesta: (A) En el conocimiento perfecto que Dios tiene de todo lo que en este mundo ocurre. Donde Dios y el Cordero reinan, todo lo que acontece en la tierra, por inesperado y desconocido que sea para nosotros, es conocido arriba con todo detalle; (B) En el dominio perfecto sobre las personas y las vicisitudes de la historia de la humanidad. Todo ello está bajo el dominio y la dirección de Dios; en esta forma, todo acontecimiento terrenal viene a cumplir con exactitud la Palabra de Dios. Esta, bien enfatizada, soberanía de Dios se manifiesta en los repetidos «juicios» de Dios a lo largo del Apocalipsis, hasta el punto de que se le puede apellidar EL GRAN LIBRO DEL JUICIO DE DIOS (v. ya en 1:10–16).
Canonicidad del Libro. Desde el principio (muy temprano) fue reconocida su canonicidad en el Occidente, en el Oriente, sólo fue reconocida del todo en el siglo IV. Aparece ya en el Fragmento Muratoriano (hacia el 200). Es reconocida en Alejandría hacia el año 250, mientras que la Vulgata Siria lo omite. El Concilio Tercero de Cartago (año 393) lo admitió también. Aparece ya en los MSS más antiguos: el Sinaítico, el Vaticano y el Alejandrino. Se halla también en los papiros más antiguos: los P47 (del siglo III), P18 (del siglo III al IV) y P24 (del siglo IV).
Sistemas de interpretación del Apocalipsis. Pueden reducirse a cuatro:
1) Espiritualista. Este sistema sostiene que el Apocalipsis no tiene por objeto instruirnos sobre hechos futuros, sino enseñarnos ciertos principios espirituales fundamentales. Este sistema se puede subdividir en tres escuelas diferentes de pensamiento: radical, moderada y liberal, que pueden verse en J. F. Walvoord (The Revelation of Jesus Christ, Moody Press, 1978, págs. 16, 17), aunque las tres coinciden en la línea general arriba expuesta. Contra esta interpretación, hemos de objetar que lo que leemos aquí sobre la Segunda Venida del Señor, la resurrección final de los muertos, el Juicio ante el Gran Trono Blanco, etc., son, sin duda, hechos literales futuros que no se pueden alegorizar espiritualmente, sin más.
2) Preterista. Este sistema defiende que los hechos que Juan describe acontecieron ya en el Imperio Romano en los días mismos en que el autor sagrado escribía este libro, es decir, hacia el final del siglo I de nuestra era. Esta interpretación fue siempre del agrado de la Iglesia de Roma (v. el comentario a 20:1– 4), especialmente después del erudito estudio con que el jesuita Alcázar (siglo XVII) intentó de esa forma replicar a los argumentos de Lutero y Calvino, quienes veían en la Iglesia de Roma la Babilonia de los capítulos 17 y 18 del Apocalipsis. Este punto de vista es igualmente insostenible, ya que, para empezar, niega al libro su carácter esencial de profecía (v. Ap. 22:19 «… del libro de esta profecía»—lit—.); además, es innegable, como ya hemos dicho antes, que Apocalipsis describe hechos conectados con el final de los tiempos.
3) Historicista. Este sistema, sostenido por un gran número de autores, ve en el Apocalipsis sucesos, más o menos relevantes, de la historia mundial, que tienen que ver con la Iglesia, desde el primer siglo de nuestra era hasta los tiempos actuales. A pesar del gran número de sus adeptos, opino que este sistema es el más improbable y arbitrario de todos, puesto que: (A) De poco habría aprovechado a los contemporáneos de Juan, que nada sabían de la futura historia de la humanidad; (B) De poco serviría igualmente a los creyentes de nuestra época, conozcan o no los hechos de la historia, pues no les sirven de bendición ni consuelo; (C) La selección que los partidarios de este sistema hacen de los sucesos de la historia no puede ser más arbitraria. (D) En fin, ¿qué hacer, en ese caso, con las bienaventuranzas de 1:3; 22:7, por ejemplo?
4) Futurista. Es el sistema de todos los exégetas que interpretan la profecía en su sentido literal, y trata de deslindar bien lo factual de lo simbólico.
Negar—dice W. M. Smith—que el Apocalipsis es un libro de profecía predictiva equivale a hacer caso omiso del estilo, del tema y de los acontecimientos futuros registrados en el Apocalipsis. Fuera de toda duda, la Segunda Venida, el conflicto final de Cristo con las fuerzas del mal, el milenio, el juicio postrero, son sucesos pertenecientes todavía al futuro. El esquema futurista de interpretación insiste en que las visiones de este libro, en su mayor parte, se cumplirán hacia el fin y en el fin de la era presente (ob. cit., pág. 1499).
División del libro. Tratándose de este libro especial, conviene tener ante la vista, ya desde el principio, un buen panorama analítico. Copiamos el que trae Graham Scroggie, en su libro Know Your Bible, que puede verse también en Manual Bíblico Homilético, de W. G. Scroggie-Demaray, traducido y adaptado por mí (CLIE, 1984, págs. 519–522), de donde lo tomo:
PRÓLOGO (1:1–8)
1) Sobrescrito (vv. 1–3).
2) Saludo (vv. 4–8).
I. LA VISIÓN DE LA GRACIA (1:9–3:22)
1. El Cristo soberano (1:9–20)
(a) La visión se comienza (vv. 9–11).
(b) La visión se concentra (vv. 12–16).
(c) La visión se consuma (vv. 17–20).
2. Las siete iglesias (caps. 2 y 3)
(a) Éfeso (2:1–7).
(b) Esmirna (2:8–11).
(c) Pérgamo (2:12–17).
(d) Tiatira (2:18–29).
(e) Sardis (3:1–6).
(f) Filadelfia (3:7–13).
(g) Laodicea (3:14–22).
II. LA VISIÓN DEL GOBIERNO (4:1–19:10)
1. La tribuna y el proceso del gobierno (caps. 4 al 11)
(a) El trono y el libro sellado (caps. 4 y 5):
1) El todopoderoso (cap. 4—himno de la creación).
2) El león-corderito (cap. 5—himno de la redención).
(b) La apertura de los sellos (6:1–8:1):
1) Conquista perfecta (6:1, 2).
2) Guerra (6:3, 4).
3) Hambre (6:5, 6).
4) Peste (6:7, 8).
5) Martirio (6:9–11).
6) Convulsión (6:12–17).
Paréntesis (cap. 7):
a) Los judíos sellados (7:1–8).
b) La gran multitud (7:9–17).
7) Silencio solemne (8:1).
(c) El sonar de las trompetas (8:2–11:19):
1) Fuego y sangre (8:2–7).
2) La montaña ardiente (8:8, 9).
3) La estrella-Ajenjo (8:10, 11).
4) Herida en las lumbreras celestes (8:12, 13).
5) Las langostas (9:1–12).
6) Los jinetes (9:13–11:14).
7) La victoria (11:15–19).
2. Los instrumentos y los efectos del gobierno (12:1–19:10).
(a) El conflicto entre el bien y el mal (caps. 12–14):
1) La mujer y el dragón (cap. 12).
2) Las dos bestias (cap. 13).
3) Los seis ángeles (cap. 14).
(b) Las copas de la ira de Dios (caps. 15 y 16): Preparación (15:1–16:1).
1) La úlcera maligna (16:2).
2) El mar convertido en sangre (16:3).
3) Los ríos convertidos en sangre (16:4–7).
4) El sol abrasador (16:8, 9).
5) La densa oscuridad (16:10, 11).
6) Armagedón (16:12–16).
7) El gran terremoto y el pesado granizo (16:17–21).
(c) La caída de Babilonia (17:1–19:10):
1) El juicio (caps. 17 y 18).
2) La victoria (19:1–10).
III. LA VISIÓN DE LA GLORIA (19:11–22:5)
1. El reino milenario (19:11–20:15)
(a) Antes del milenio (19:11–20:3).
(b) Durante el milenio (20:4–6).
(c) Después del milenio (20:7–15).
2. La nueva Jerusalén (21:1–22:5)
(a) Descenso de la ciudad (21:1–8).
(b) Descripción de la ciudad (21:9–21).
(c) Delicias de la ciudad (21:22–22:5).
EPÍLOGO (22:6–21)
1) Palabras de ánimo (vv. 6–17).
2) Palabras de advertencia (vv. 18–21).
En este capítulo, tenemos: I. El prólogo del libro, donde vemos: 1. El sobrescrito (vv. 1–3), y 2. El saludo del autor sagrado (vv. 4–8). II. Pasa después Juan a describir la visión que tuvo del Señor Jesucristo: 1. Presenta primero la visión (vv. 9–11); 2. Después, lo que vio (vv. 12–16); 3. Finalmente, su propia reacción temerosa, y el mensaje de consuelo que recibió del Señor, junto con la orden de escribir el libro (vv. 17–20).
Versículos 1–3
Estos versículos contienen el sobrescrito o lema del libro. Dicen así en la NVI: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio para que mostrara a sus siervos lo que debe suceder en breve. Y Él lo ha dado a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual da testimonio de todo lo que vio—esto es, de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo—. Dichoso el que lea las palabras de esta profecía, y dichosos los que la escuchen y tomen a pecho lo que está escrito en ella, pues el tiempo está cerca».
1. «Revelación de Jesucristo» (lit.) significa, en primer lugar, que es Jesucristo quien hace esta revelación, aunque también es cierto que dicha revelación es acerca de Jesucristo en cuanto al cumplimiento escatológico de las profecías que tienen que ver con su Segunda Venida. En torno a ese tema central, se agrupan, en esta «revelación», la condición de la Iglesia aquí en la tierra y, después, en el cielo; los acontecimientos que precederán a la Segunda Venida del Señor; los juicios de Dios: primero, sobre la Iglesia; después, sobre los enemigos de Dios y de su Cristo; la destrucción de los poderes que gobiernan el mundo y el reinado milenario de Cristo en la tierra; finalmente, el Juicio Final, la destrucción de la muerte, los nuevos cielos y tierra, la nueva y eterna Jerusalén.
2. De esta revelación dice Juan: (A) Que «se la dio Dios» (lit.), es decir el Padre, ya que Cristo, en cuanto hombre, poseía una mente limitada. De ahí que hubiese de recibir del Padre todo lo oculto y todo lo futuro (v. Jn. 3:34, 35; 5:20–24; 7:16; 8:28; 12:49; 14:10, 24; 16:15; 17:8). Esta limitación de la inteligencia humana de Cristo se echa de ver especialmente en lugares como Marcos 13:32; Hechos 1:7. De lo futuro u oculto sabía lo que Dios le comunicaba mediante el Espíritu Santo, que le había sido dado sin medida (Jn. 3:34). Al hacerse hombre, el Hijo de Dios renunció al uso independiente de sus atributos divinos.
3. La revelación le fue dada a Cristo «para mostrar (gr. deíxai, en aoristo de infinitivo) a sus siervos (doúlois, esclavos—el vocablo de costumbre—) las cosas que deben suceder enseguida (gr. en tákhei)» (lit.). «Este vocablo no indica que los sucesos descritos en este libro hayan de ocurrir necesariamente pronto, sino que, cuando comiencen a suceder, se sucederán rápidamente (el mismo vocablo griego se traduce “rápidamente” en Lc. 18:8)» (Ryrie).
4. Añade Juan que Jesucristo dio a entender (gr. esémanen, de donde procede el vocablo castellano
«semántica») dicha revelación, enviándola (gr. aposteílas, en participio de aoristo) por medio de su ángel a su siervo Juan (lit.). En último término, dicha revelación se hace en beneficio de todos los creyentes, según la bienaventuranza del versículo 3. El griego esémanen indica, como observa Walvoord (ob. cit., págs. 35, 36), que «la comunicación de la que se habla como “significada”, mientras con frecuencia indica una revelación por medio de símbolos, como en este libro, incluye también una revelación mediante palabras que comunican el significado». Al decir: «su ángel», es muy probable que se refiera a Gabriel (comp. con Dn. 8:16; 9:2, 21, 22; Lc. 1:26–31). Recordemos que Jesús es el Verbo (Jn. 1:14) y el único Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5), y que el Padre lo ha puesto todo en sus manos (Mt. 28:18; Jn. 3:35; 5:19 y ss.; 13:3, etc.).
5. De sí mismo dice Juan (v. 2) «que dio testimonio (en aoristo) de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo, (todas) cuantas cosas vio» (lit.). El testimonio, pues, de Juan es triple: (A) De la palabra de Dios, puesto que esta revelación procede, en último término, de Dios; (B) Del testimonio de Jesucristo, pues Él es el objeto principal de la profecía (comp. con 19:10); (C) En fin, de todo lo que vio, puesto que la revelación se le ha dado especialmente mediante visiones. Juan era, en esto, más bien que un nabí (profeta) o roeh (vidente), un jozeh (que tiene visiones). El aoristo eiden (vio) suple al verbo defectivo orán, al ser el aoristo de diferente raíz. Ya vimos en 1 Juan 1:1–3; 3:6; 4:20; 3 Juan 11 el pretérito perfecto (gr. eóraka) de dicho verbo.
6. Viene después la primera bienaventuranza de las siete que este libro contiene (v. 3): «Dichoso (makários, como en Mt. 5:3 y ss.) el que lee (participio de presente), y los que escuchan (también en presente) las palabras de la profecía y los que guardan (gr. teroúntes, tambien en participio de presente) las cosas que han sido escritas (participio de perfecto pasivo) en ella, porque el tiempo (gr. kairós) cercano (está)» (lit.).
(A) Dichoso, según la Biblia, es el que disfruta del favor de Dios y recibe bendiciones de lo alto (v. Stg. 1:17). Toda bienaventuranza bíblica incluye: (a) declaración de dicha; (b) el destinatario (uno o varios); (c) el motivo; (d) la recompensa. El primero que resulta aquí destinatario es «el que está leyendo»; es decir, el que lee en voz alta la Palabra de Dios en la asamblea cristiana. El verbo griego anaguinosko corresponde así al hebreo qerá. Todavía en el siglo V, Agustín de Hipona declara su extrañeza de que Ambrosio de Milán leyese a solas sin mover los labios. Igualmente se declara dichosos a los que continúan oyendo y guardando …, según la fuerza del presente griego. Este «guardar» no es una mera «custodia» (phulássein) de un depósito como en 1 Tesalonicenses 6:20, sino atesorar algo en el interior (tereín), para sacar provecho espiritual copioso y creciente. «La profecía, dice Salguero, es una exhortación que consuela, instruye y estimula». M. Henry, por su parte, dice que «es soporte de nuestra fe y dirección de nuestra esperanza» (yo añadiría: y motor de nuestro amor).
(B) El hecho de que los dos participios («los que oyen y guardan») estén unidos por un mismo artículo nos enseña que no se trata de dos clases de personas, sino de una sola. Lucas 11:28 emplea el verbo phulasso en una frase parecida. Frente a esta bienaventuranza para los que atesoran fielmente lo que se dice en este libro, está (22:18, 19) la maldición para el que quite o añada algo. Así que todo lo que se añada a las profecías bíblicas es falsa profecía. Dice Walvoord (ob. cit., pág. 36): «El libro de Apocalipsis es el único libro de la Escritura que contiene una promesa tan directa de bendición … Parece prever que muchos habían de descuidar este libro o ignorar su revelación profética. Es extraño que el único libro del Nuevo Testamento que invoca sobre el lector una especial bendición se haya de quedar con frecuencia sin leer». Así resulta que son tan pocos los que se aprovechan de las profecías de este libro. ¿Por qué será? Tres parecen ser los motivos: (a) Es una treta del diablo, que no quiere que los creyentes se dispongan a recibir al Señor, ya que ello significa que a Satanás se le acaba su imperio sobre el mundo; (b) De parte de los creyentes, indica cierta falta de amor al que es Esposo de la Iglesia, así como (c) el apego creciente a las cosas mundanas, terrenales, con lo que echan al olvido las cosas divinas, celestiales.
(C) Al decir: «las palabras de la profecía» (v. 3b) se da a entender que todo el libro del Apocalipsis es profético. Esto se confirma comp. con 22:18, 19, donde se habla de «las palabras de la profecía de este libro» y tambien «de las palabras de este libro de la profecía». Con ello, el aspecto profético del Apocalipsis cobra una extraordinaria importancia; importancia que ya se pone de manifiesto (en v. 3c) al decir «porque el tiempo cercano (está)». La elipsis del verbo sirve como si Juan quisiera aproximar todavía más esa cercanía. Para «tiempo» tenemos kairós (comp. con Lc. 21:8 «el tiempo [kairós] se ha acercado»—en Mr. 1:15 se ha llenado [cumplido] el kairós y se ha acercado el reino de Dios—). Es frecuente en la profecía el uso de kairós (tiempo, en sentido de sazón, ocasión, oportunidad—v. Hch. 1:7, donde salen el khrónos y el kairós—) para señalar períodos de tiempo (v. Dn. 8:17; 11:35, 40; 12:4, 9; Ap. 11:18; 12:12, 14; 22:10)—en este último lugar, Juan usa exactamente la misma expresión que aquí, pero explicitando el verbo estín (está)—. Dice Walvoord (ob. cit., pág. 37): «Un período de tiempo indicado por kairós se ha de contrastar con “hora” (gr. hora) y con el tiempo en general (gr. khrónos). La expresión “cercano” indica proximidad desde el punto de vista de la revelación profética, no que el suceso haya de ocurrir necesariamente de inmediato».
Versículos 4–8
Venimos ahora al saludo que el autor sagrado dirige (v. 4) a las siete iglesias del Asia Menor. Dicen así los versículos 4–8 en la NVI: «Juan, a las siete iglesias que hay en la provincia de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte de (gr. apó) aquel que es, que era y que ha de venir (gr. ho erkhómenos, el que viene); y de parte de los siete espíritus (o del séptuple Espíritu) que están delante de su trono; y de parte de Jesucristo, que es el testigo fiel, el primer resucitado de entre los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. A aquel que nos ama y nos ha libertado (gr. lúsanti, lectura mejor atestiguada que loúsanti, ha lavado) de nuestros pecados por medio de su sangre, y ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes al servicio de su Dios y Padre—a Él sea la gloria y el poder (lit. el imperio o soberanía—gr. krátos) por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad, viene con las nubes, y todos los ojos le verán,
incluso los que le traspasaron; y todos los pueblos de la tierra
se golpearán de dolor el pecho por su causa.
¡Así será! Amén.
“Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, “el que es, el que era y el que ha de venir (la misma frase del v. 4), el Todopoderoso”.»
1. Juan envía un saludo, de parte del Trino Dios, a las siete iglesias que formaban parte de las que estaban ubicadas en la provincia romana del Asia proconsular. I. E. Davidson (Readings in Revelation, Barbican Book Room, 1969, pág. 18) observa que «las siete iglesias fueron seleccionadas con el propósito de describir los rasgos salientes de la iglesia profesante en el curso de su historia». Están nombradas siguiendo una vía imperial circular, de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda, en forma de herradura (v. el v. 11), y es Éfeso la primera y como la cabeza o capital de las demás.
2. Aunque las cartas van dirigidas a siete iglesias, su destino es universal, como puede verse por 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22, donde se repite, como un estribillo: «el que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Podemos decir que representan 7 tipos históricos y 7 retratos proféticos, tanto de las iglesias del pasado como de las del presente y del futuro. Como dice el fragmento de Muratori: «aunque escribe a siete, lo dice para todos». Por 1:19, puede colegirse que la porción concerniente a las cartas a las 7 iglesias (2:1–3:22) pertenece al tiempo de «las cosas que son», es decir, a la época de la Iglesia. Pero la aplicación puede hacerse al interpretar los mensajes a tres niveles:
(A) A nivel horizontal pasado, es decir, el sentido literal exige que, a pesar del simbolismo del número siete, los mensajes se entiendan como enviados a las iglesias especificadas por su nombre, y en el tiempo en que Juan escribía esto. Esto es algo que nadie puede negar.
(B) A nivel horizonal continuo, esto es, estas siete iglesias son representativas de siete condiciones distintas en que se hallan las iglesias de cualquier época a partir del siglo I de nuestra era. Como trasfondo de un sentido secundario, que se da en todos los libros de la Biblia, este sentido ha de admitirse también; de lo contrario, los mensajes a las siete iglesias no tendrían ninguna relevancia para nosotros, los que vivimos a fines del siglo XX.
(C) A nivel vertical histórico, según el cual cada iglesia representa un determinado período de la historia de la Iglesia, hallándose ahora ésta, en general, en la condición de la congregación de Laodicea: fría y autosuficiente. No todos los futuristas admiten este tercer sentido y no se hasta qué punto es prudente darlo por «dogmáticamente» seguro hasta inscribirlo en epígrafes en la propia Biblia, como hacen la Biblia Anotada de Scofield y la Pilgrim Edition (Oxford University Press, New York, 1948, y subsiguientes ediciones).
No quiero decir con esto que dicha división en épocas sea totalmente arbitraria, pues lo cierto es que concuerda, no sólo con las diversas situaciones históricas, sino también con el propio significado de los nombres de las respectivas iglesias. Suele objetarse especialmente contra la atribución del estado de la iglesia de Sardis al período de la Reforma, puesto que aquello supuso el gran reavivamiento de la Iglesia en el siglo XVI. Sí, es cierto que la Reforma del siglo XVI colocó la Biblia en el centro de la Iglesia, pero no produjo muchos hombres que tomaran a pechos la santificación personal (entiéndase, en aquel siglo), ya que el énfasis caía, con muy poco contrapeso de la otra parte, sobre la justicia imputada por medio de la fe sola. Dice Conrad Grebel (muerto el año 1526), el verdadero pionero de los bautistas modernos:
«Ahora todos quieren salvarse mediante una fe superficial, sin los frutos de la fe, sin el bautismo de la prueba y la tribulación, sin amor ni esperanza y sin prácticas verdaderamente cristianas». (Citado por J. L. González, La Era de los Reformadores. Edit. Caribe, 1980, pág. 970.)
3. El saludo consiste (v. 4c) en una bendición de parte de las tres personas de la Deidad, las cuales aparecen en el siguiente orden: Padre, Espíritu, Hijo. Cierto comentarista dice agudamente que lo más probable es que Juan, al dirigir su vista a la liturgia celestial, tuviese en cuenta que los grandes símbolos del Lugar Santísimo estaban en este orden: al fondo, el Arca y, sobre ella, la nube de la gloria de Jehová (el Padre); delante, el candelabro de los siete brazos (el séptuplo Espíritu); y delante de este, el altar de los sacrificios, figura del sacrificio del Calvario (el Hijo) (V. W. Hendriksen, More than conquerors, pág. 53).
4. El contenido mismo del saludo (v. 4b) es: «Cracia (gr. kháris) a vosotros y paz (gr. eiréne)».
«Gracia» es el favor desmerecido de Dios, hecho «don inefable», concreto y total, en Jesús. La gracia se atribuye al Señor Jesucristo en 2 Corintios 13:14, pues vino «lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14. V. el comentario a este lugar), mientras que la paz representa el cúmulo de bendiciones que nos vienen de Dios (v. Stg. 1:17). Shalom, paz, representa además la forma corriente de saludo entre los judíos, mientras que el griego khaíre, de la misma raíz que kháris (gracia), era la fórmula corriente de saludo entre los griegos.
5. No se puede pasar por alto el contenido mismo de lo que indican los nombres con que Juan se refiere a las tres personas de la Deidad, así como la forma, aparentemente incorrecta, de la sintaxis juánica en este versículo 4:
(A) Al Padre se le describe como «el que es y que era y que viene» (lit.), expresión que desdobla el profundo sentido de Éxodo 3:14, 15: «YO SOY EL QUE SOY … EL YO SOY me envía a vosotros», con lo que se declara, de otra forma, tanto la eternidad de Dios como su relación vital con la Historia. No es una eternidad reposada, sino activa y hasta comprometida en la salvación de los elegidos y en el juicio terrible de los rebeldes; por eso, dice «… y el que viene» (lit.), en lugar de «… y el que será» (comp. con He. 13:8, aplicado a Jesucristo). La redacción gramatical es, a primera vista, incorrecta, puesto que la preposición griega apó (desde, de parte de) rige genitivo. La anomalía se presenta otras tres veces (4:8; 11:17; 16:5), y la explicación más obvia es que Juan toma la frase como un eslogan estereotipado, fijo e indeclinable en sí mismo, de forma parecida a Éxodo 3:14b «ÉYO SOY me ha enviado a vosotros».
¡Incluso el imperfecto «era» (gr. en) va precedido del artículo masculino, con lo que se determina que se trata de una persona. A Juan no le interesaban los problemas gramaticales, sino la fuerza del contenido, por eso, violenta aquélla para exponer éste en su contexto hebreo de Éxodo 3:14. Los creyentes podemos estar tranquilos; tenemos un Dios que gobierna el pasado, el presente y el porvenir.
(B) De la misma manera que el candelabro de los siete brazos estaba entre el Arca del Pacto y el altar de los sacrificios, así también al Espíritu Santo se le nombra entre el Padre y el Hijo (v. 4b): «Y de los siete espíritus que están delante de (gr. enópion, a la vista de) su (del Padre) trono». Se trata aquí del Espíritu desplegado en siete, número de la perfección espiritual, número de Dios, siguiendo el modelo de Isaías 11:1, 2 y, en último término, del candelabro de los siete brazos, cuyas siete tazas estaban alimentadas por el aceite que servía de pábulo (comp. con Zac. 4) y que en la Biblia es símbolo del Espíritu Santo (comp. Is. 61:1 con 1 Jn. 2:20, 27). Algunos comentaristas sostienen que Juan habla aquí de los siete arcángeles que están en la presencia de Dios (según tradición no basada en las Escrituras canónicas), o de los serafines de Isaías 6:1 y ss., pero hay dos poderosas razones en contra de tal opinión:
(a) Nunca en la Biblia se sustituye la palabra «ángeles» por «espíritus» (gr. pneúmata) cuando se trata de ángeles buenos; (b) los ángeles no pueden comunicar la gracia y la paz a nivel de igualdad con el Padre y el Hijo (v. Zac. 4:2, 6, 10; Ap. 4:5; 5:6, y comp. con He. 1:13, 14; Ap. 22:8, 9). Al comentar Apocalipsis 3:1, donde reaparecen los siete espíritus en conexión con las «siete iglesias», dice Kiddle (NBC, 1170):
Cuando nos percatamos de que el 7 siempre comporta la idea de unidad y perfección, más bien que de diversidad, de forma que nos lleva a pensar en el Espíritu y en la Iglesia, más bien que en siete espíritus y siete iglesias, entonces tenemos a la vista una posible solución: … Los siete espíritus y las siete estrellas … son el Espíritu profético y el carácter celestial de la Iglesia, en la que el Espíritu da vida.
(C) Finalmente (v. 5), la paz y la gracia vienen tambien de parte de Jesucristo, según Juan 1:14, 17, ya citados. De Él se dice que es «testigo fiel» (gr. pistós, fiable, fidedigno); más aún, el griego repite el artículo: «el testigo el fiel», para dar más énfasis, como es costumbre en Juan. En 3:14 se le llama «el testigo fiel y verdadero» (gr. alethinós, el genuino, que no puede falsificarse). El Evangelio según Juan está lleno de frases en que Cristo da testimonio de sí mismo como verdadero Mesías y Salvador del mundo; y en la mañana del día mismo de su muerte en cruz, le dijo a Pilato: «Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, PARA DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD. Todo aquel que es de (gr. ek, procedente de, perteneciente a) la verdad, oye mi voz» (Jn. 18:37). En Apocalipsis 19:10, leemos que «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía», es decir, la revelación que Jesucristo nos transmite del Padre coincide con el espíritu profético, puesto que el núcleo de la profecía (y, en general, de las Escrituras—comp. con Jn. 5:39, 46; Lc. 24:27—) tiene por objeto la persona y la obra de Cristo. Lo que se dice de Cristo en los versículos 5 y 6 merece especial atención. Pero, antes de comentar en detalle cada una de las frases, obsérvese que esta es la tercera y última vez que la expresión «Jesucristo» aparece en el Apocalipsis.
(a) Jesús es el «testigo fiel» (v. 5) porque nadie como él es testigo de primera mano, e incapaz de mentir (v. 1 P. 2:22); es, pues, digno de todo crédito al declararnos lo que ve en el Padre desde toda la eternidad (Jn. 1:18; 3:11, 31–34; 5:19, 20; 7:16–18; 8:38; He. 1:2).
(b) Es también «el primogénito de los muertos». Si se compara esta frase con 1 Corintios 15:20; Colosenses 1:15, 18, nos damos cuenta de que tiene un doble significado: Primero, Jesús ha sido el primero en salir para siempre de la tumba: la primera flor eterna que brotó de la tierra en la gran primavera de la vida eterna. De la tierra fue formado Adán para ser un viviente que había de morir y acarrear la muerte a toda su descendencia; de la tierra salía Cristo para vivir y ser causa de vida eterna para todos los que crean en Él. Segundo, «primogénito» significa también el heredero de la hacienda (de toda, si es unigénito, como lo es también Él), según el sentido de Colosenses 1:15. Con Él participamos nosotros en la medida en que le seguimos (Ro. 8:17).
(c) «Y el soberano (gr. ho árkhon) de los reyes de la tierra». Esta frase enlaza con la anterior, a la luz del Salmo 89:27 «Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra». Arkhon era el nombre que los griegos daban a los supremos magistrados o gobernantes de una ciudad. Derivado de árkhe (principio que domina, modela o marca una pauta), el «arconte» había de sobresalir no sólo por su autoridad, sino también por su ejemplo. El magistrado supremo era llamado «el arconte de los arcontes», pero Jesús es mucho más, porque Él es «Rey de reyes y Señor de señores» (19:16), es decir, «el arconte de todos los soberanos de la tierra».
(d) «Al que nos ama (en participio de presente continuo) y nos lavó (o libertó, siempre en participio de aoristo, de una vez por todas) de nuestros pecados en su sangre» (lit.), es decir, por la virtud redentora del derramamiento de su sangre. En favor de la lectura loúsanti, lavó, argumenta Walvoord (ob. cit., pág. 38, nota 1) que «sobre la base de que es más fácil para los copistas saltarse una letra que añadir una letra, algunos prefieren “lavó” a “soltó”. Como son muchas las variantes de los textos en el libro del Apocalipsis, la tendencia de los intérpretes modernos es extremar la corrección del texto usado en la Versión Autorizada». Sin embargo, el testimonio de los MSS a favor de lúsanti (libertó; lit. soltó) es abrumador. Además, la fraseología constante de Juan está a favor de esta última lectura, ya que lo de «lavar» no lo suele aplicar a la obra de la Cruz, sino a la acción de la Palabra (v. Jn. 13:10, comp. con 15:3). En Apocalipsis 7:14, hay un verbo distinto: plúno; no se trata, pues, allí de que Cristo los haya lavado con su sangre, sino de que ellos han limpiado sus uniformes de creyentes militantes en virtud de la sangre de Cristo y en unión con ella (v. Col. 1:24). La sangre de Cristo limpia (gr. katharízei, purifica) a los creyentes de todo pecado (1 Jn. 1:7). Comp. con 5:9 «con tu sangre nos compraste para Dios», así como con Isaías 52:3; Mateo 20:28; Marcos 10:45; Romanos 3:23–25; Gálatas 3:13; Efesios 1:7; Colosenses 1:14; 1 Timoteo 2:6; Tito 2:14; Hebreos 9:12, etc.
(e) «Y nos hizo un reino (v. 6), sacerdotes para su Dios y Padre» (lit.). En Éxodo 19:6 leemos: «Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa». Palabras que Pedro usa (1 P. 2:9) de la siguiente forma: «Mas vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa». Por tanto, Apocalipsis 1:6 habla de «un reino sacerdotal», mientras que Pedro habla de un «sacerdocio real». En Apocalipsis 5:10, los redimidos repiten desde el cielo la frase de aquí, pero allí va unido por la conjunción y («nos hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes»), lo que insinúa que aquí debería suplirse la conjunción. En el Antiguo Testamento el pueblo ejercía su realeza y su sacerdocio mediante un jefe o rey y mediante una casta sacerdotal; sólo el sumo sacerdote tenía acceso, una vez al año, al Lugar Santísimo. En cambio, ahora cada uno de los creyentes es rey y sacerdote, como también profeta y juez (comp. 1 P. 2:9, 10 con 1 Co. 6:1–4). Esto requiere una importante explanación.
Comoquiera que todo es nuestro (1 Co. 3:21–23), podemos decir, con mucho mayor motivo que el papa Inocencio III, que poseemos el poder como reyes y la autoridad espiritual como sacerdotes (v. también Ap. 20:6; 22:5). Por eso, los 24 ancianos (4:4 y ss.), representantes de la Iglesia, según la pauta de las 24 clases sacerdotales (v. 1 Cr. 24:1–18), aparecen como reyes con sus coronas, que ellos ponen a los pies de Dios (4:10) en señal de sumisión.
El hecho de que «Dios» y «Padre» estén unidos en griego por un solo artículo (comp. con 2 Co. 1:3; Ef. 1:3; 1 P. 1:3) nos da a entender que una misma persona es Dios de Jesús-Hombre, y Padre del Verbo- Dios.
(f) El versículo 6 termina con una ferviente doxología que Juan dirige a Jesucristo (así lo exige el contexto; no la dirige directamente a Dios el Padre), el gran soberano de cielos y tierra y, sobre todo, de la Iglesia, aunque el Nuevo Testamento no lo titula Rey de la Iglesia, sino de Israel. De la Iglesia es Esposo y Cabeza, lo cual es mucho más íntimo que Rey. Dice literalmente la segunda parte del versículo 6: «A Él (Jesucristo) la gloria y el imperio por los siglos [de los siglos]. Amén». Lo que va entre corchetes posee suficiente garantía, pero falta en algunos MSS. La «gloria» (gr. dóxa) es la misma que le corresponde a Dios como a soberano creador y salvador de todo cuanto existe (v. Mt. 16:27; 26:64) y estaba simbolizada en la nube, la shekinah del hebreo (la presencia gloriosa y salvífica de Dios en medio de su pueblo); de ahí, el enlace con el versículo siguiente. Aquí se le atribuye a Jesucristo, así como el imperio o soberanía (gr. kratos) que es exclusivo de Dios.
6. A la descripción de Jesucristo, sigue un anuncio profético (v. 7): «He aquí (gr. idoú, el equivalente del hebr. hinnéh), viene con (gr. metá, preposición de compañía) las nubes y le verá todo ojo y los que le traspasaron; se golpearán el pecho a causa de Él (gr. ep’ autón, sobre Él) todos los linajes de la tierra» (lit.).
(A) «He aquí» indica algo grande, extraordinario, que va a suceder. Es la Segunda Venida de Cristo, que aparece como viniendo ya; por eso, está en presente. Pero no viene a recoger a su Iglesia (el escenario es del todo diferente—v. 1 Ts. 4:13–17—), sino a descender al Olivete (v. Hch. 1:11) y confrontar majestuosamente a todos sus oponentes. Para el vidente de Patmos, esta Venida majestuosa de Cristo es tan segura que la ve como inminente: viene sin falta.
(B) La preposición griega metá («viene con las nubes») corresponde a la hebrea im que tenemos en Daniel 7:13. Ya hemos citado Mateo 16:27; 26:64 a este respecto, puesto que Cristo viene «en la gloria de su Padre», «a la diestra del poder de Dios» (v. He. 1:3; 8:1; 2 P. 1:16). «Las nubes, dice S. Bartina (pág. 619), son un atributo mesiánico de gloria y majestad, y venir en las nubes indica que Cristo baja a juzgar el mundo».
(C) Añade Juan que «todos le verán». Hoy, con la transmisión de imágenes, por medio de satélites, a las pantallas de la televisión, nos podemos imaginar mejor esta visión universal. El autor sagrado echa mano aquí de pasajes del Antiguo Testamento como Ezequiel 1:24; 43:2; Daniel 7:13; Zacarías 12:10. Conviene leer toda la porción de Zacarías 12:9–14 para entender mejor este texto, así como Mateo 24:30, donde las frases están en otro orden.
(D) «Los que le traspasaron» (v. Zac. 12:10; Jn. 19:37), no son los soldados romanos que llevaron a cabo la ejecución, sino los judíos (comp. con Hch. 2:23). Sin embargo, «todos los linajes de la tierra harán duelo (mejor, se golpearán el pecho) a causa de Él». Zacarías 12 predice algo que había de cumplirse en los tiempos mesiánicos; de la misma manera que Jehová aniquilará entonces a los enemigos de su pueblo, así también su pueblo hará duelo como por un hijo unigénito, al que traspasaron. Juan la ve ya cumplida en la crucifixión del Señor (Jn. 19:34, 37). Apocalipsis 1:7 avanza un paso más, hasta ver perfectamente cumplida dicha profecía en la Segunda Venida, cuando el pueblo judío, convertido por fin a su Mesías, será compungido con arrepentimiento que es según Dios (2 Co. 3:16; 7:10), junto con muchos otros de «todos los linajes de la tierra», al ver a Jesucristo ya triunfante, el cual parece que manifestará de algún modo sus llagas gloriosas por las cuales «hubo curación para nosotros» (Is. 53:5. Lit.). Léase Hebreos 9:11–22. W. Hendriksen hace notar (ob. cit., pág. 54, nota 2) que tanto Apocalipsis 1:7 como Juan 19:37 siguen el texto hebreo y no los LXX. El verbo griego exekéntesan (traspasaron) sale únicamente aquí y en Juan 19:37, en todo el Nuevo Testamento.
(E) El versículo 7 termina con un «sí» (griego nai), seguido del hebreo amén, que le añade una ratificación de absoluta seguridad con respecto a lo afirmado anteriormente.
7. El versículo 8 dice literalmente: «Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es y el que era y el que viene, el Todopoderoso». La frase: «principio y fin», que aparece entre corchetes en la RV 1977, falta en los MSS más importantes. ¿Quién dice esas palabras, el Padre o Cristo? La opinión de Walvoord, Hendriksen, Turner, es que se refiere a Jesucristo. Muchos otros autores, como Bruce, Newell, Ryrie, Bartina, a los que me adhiero, sostienen que quien habla aquí es el Padre, quien pone su sello de garantía a todo lo dicho. Las razones son contundentes: (A) «Yo soy el Alfa y la Omega» es frase que se atribuye constantemente al Padre (comp. con Is. 41:4 y véase Ap. 21:6; 22:13). Su añadidura en el versículo 11 no está garantizada por los MSS más importantes, aunque lo de «principio y fin» (mal atestiguado aquí) está bien atestiguado en el versículo 17 con referencia a Cristo. (B) «El Señor Dios» es la versión del hebreo Jehová Elohim, que designa constantemente al Padre (comp. con 4:8; 11:17; 15:3).
(C) «El que es y el que era y el que viene» es precisamente la frase descriptiva del Padre en el versículo 4, lo mismo que en 4:8. (D) «El Todopoderoso» se aplica invariablemente al Padre en los diez lugares en que el vocablo Pantokrátor aparece en el Nuevo Testamento (aquí y en 2 Co. 6:18; Ap. 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22).
8. Examinemos el contenido del versículo:
(A) Alfa y Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego y describen, como dice Bartina (pág. 621), «todas las combinaciones buenas que con las letras puedan hacerse». Indican, pues, la Verdad completa y esencial que es Dios. Es significativo que el vocablo hebreo para «verdad» es emet, que contiene la primera consonante hebrea, la de en medio y la última. Pero aquí no quiere decir precisamente que Dios sea algo así como una Enciclopedia completa de verdades teóricas, sino que todas las futuras y posibles vicisitudes de la Historia están previstas por la mente divina y bajo el control de Dios. Dice Bartina: «Dios es Señor de la Historia, así de la escrita como de la que se ha de escribir». El Talmud y el Targum hebreos interpretan la frase para significar el compendio de la Ley. Dicen, por ejemplo, que Adán transgredió toda la Ley desde el Alef hasta el Tau, que Abraham observó la Ley de Alef a Tau, que Dios bendijo a Israel de Alef a Tau. La frase «El que es y el que era, etc.» ha sido ya estudiada.
(B) «El Todopoderoso» (gr. Pantokrátor, dominador de todo) indica el imperio y la soberanía absolutos de Dios sobre todos los seres creados (v. Is. 6:3; Os. 12:6; Am. 3:13). Esta palabra, como hemos dicho, designa a Dios el Padre, aunque, en 11:15–18, la glorificación se dirige conjuntamente al Padre y al Hijo. Recordemos que la traducción exacta de «El-Shadday» (o El-Shaday) no es propiamente «Dios Todopoderoso», sino «Dios Todosuficiente», aunque lo segundo implica lo primero.
Versículos 9–11
En esos versículos, Juan introduce la visión que tuvo en Patmos. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en el sufrimiento, en el reino y en la paciente constancia que son nuestro peculio en Jesús, estaba en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. En el día del Señor, yo estaba en el Espíritu, y oí detrás de mí una voz potente como de una trompeta, que decía: “Escribe en un rollo lo que vayas viendo y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea”».
1. Comienza aquí propiamente, después del saludo-bendición, la primera parte del Apocalipsis. Y comienza con un cuadro majestuoso de nuestro Señor Jesucristo. Antes de la presentación del Señor, el escritor sagrado se presenta a sí mismo como lo hacían los profetas del Antiguo Testamento (v. Dn. 7:28; 8:1): «Yo, Juan». No necesita unas credenciales que ya obraban en poder de la primitiva comunidad cristiana, pero esta presentación le sirve para resaltar las características que mejor podían captar la benevolencia de los destinatarios, colocándose al mismo nivel que ellos: «vuestro hermano», expresión que designa a los miembros de una misma familia espiritual, que es la Iglesia de Cristo, donde ha de imperar una comunión de fe, amor y santidad (v. 1 Co. 5:11).
2. Pero todavía es mayor la intimidad que la frase siguiente indica: «compañero en el sufrimiento» (NVI). El griego dice sunkoinonós en te thlípsei, «copartícipe (la misma raíz de 2 P. 1:4) en la tribulación». El apóstol Juan compartía con los destinatarios del Apocalipsis algo muy penoso: la tribulación. No compartía honores, riquezas, placeres materiales. Pero compartía tres cosas mucho mejores, porque la tribulación no aparece solitaria en el texto sagrado: «en la tribulación y reino y paciencia en Jesús» (lit.). Las tres cosas están en el texto indisolublemente unidas por un solo artículo.
(A) La tribulación (gr. thlipsis) comporta la idea de presión, de apretura, etc., es decir, de sufrimientos y dificultades de toda clase; pero especialmente los sufrimientos padecidos por la fe cristiana. La Iglesia se hallaba en un tiempo de dura persecución, procedente del impío emperador Domiciano, y el propio Juan era una de las víctimas de tal persecución. Para la Iglesia de finales el siglo I era un refrigerio saber que el discípulo a quien Jesús amaba (Jn. 21:20) era «copartícipe» de la tribulación que ellos sufrían. El vocablo castellano «tribulación» procede del verbo griego tribo, trillar, pero el griego thlipsis procede del verbo thlibo, apretar, estrechar, angustiar.
(B) El reino (gr. basileía) es aquí, no el lugar en que se reina ni el ejercicio de la potestad regia en un tiempo determinado, sino el atributo de la «realeza», condición inherente a la persona. De esta «realeza» es de la que Cristo nos ha hecho partícipes, aunque también nos hará partícipes de su «reino» y de su
«reinado» en la culminación de su Segunda Venida.
(C) La paciencia (gr. hupomoné) significa, como ya hemos visto gran número de veces, el aguante, firme, constante y entusiasta, bajo el peso de circunstancias adversas desde el punto de vista de los hombres. «En Jesús» significa «en comunión con Jesús, con la ayuda de Jesús y por la causa de Jesús».
3. Pasa luego a mencionar (v. 9b) el lugar donde se hallaba a la sazón cuando tuvo la visión. «Estaba» indica un estado del pasado, porque ahora está escribiendo desde Éfeso. «Patmos», hoy Patino, es una isla desértica y rocosa, a unos 35 km de Éfeso. Tiene 12 km de largo, por unos 5 de ancho en su parte más amplia. Se parece a una cabeza de caballo y está ubicada a unos 240 km al oeste de las iglesias a las que se dirigen las cartas de los capítulos 2 y 3. Cuenta hoy con unos 3.000 habitantes. No se ven en ella arroyos, ni árboles ni tierra fértil; sólo parcelas pobres entre las rocas. Más desolada todavía se hallaba en tiempos de Juan, por lo que era usada como una especie de prisión o penitenciaría. Puede verse aún una cueva oscura donde la tradición indica que allí se guarecía el autor del Apocalipsis. Allí quedó (comp con Jn. 21:22, 23) como testigo, sufriendo el destierro «por causa de la palabra de Dios», es decir, por ser fiel al Evangelio con su predicación y su conducta, «y el testimonio de Jesús», esto es, por el testimonio acerca de Jesús y por el testimonio que Jesús dio de sí mismo como el Mesías, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.
4. Añade (v. 10) que «estaba en espíritu» (o Espíritu). El griego dice literalmente: «Me hallé en espíritu» (gr. eguenómen en pneúmati. El verbo es el mismo de Jn. 1:14). O, mejor aún, «fui hecho en espíritu». Bartina traduce excelentemente: «Caí en éxtasis», pues eso es, en fin de cuentas, lo que la frase del original significa. El éxtasis o arrobamiento espiritual (v. también 4:2; 17:3; 21:10) era frecuente en los grandes profetas del Antiguo Testamento (v. Is. 6:1; Ez. 1:4). No fue, pues, una visión sensorial de la realidad, sino una percepción espiritual en la que, a través de símbolos, figuras y comunicaciones interiores, el espíritu de Juan fue hecho altamente receptivo a la revelación de Dios, en íntima y total comunión con su Señor.
5. «El día del Señor» es tenido por la mayoría de los autores como el domingo. El original dice: «en el día señorial» (gr. en tei kuriakei hemérai). Todas las versiones latinas dicen: in dominica (o Dominica) die. De «domínico» (masculino) procede el castellano «domingo», y ya tenemos el domingo convertido en «día del Señor». Pero la cosa no es tan sencilla y, a pesar de la temprana tradición, es menester darse cuenta: (A) De que el domingo, en el Nuevo Testamento, nunca es llamado día del Señor, sino el primer día de la semana, en atención a la resurrección del Señor (v. Mt. 28:1; Mr. 16:2, 9; Lc. 24:1; Jn. 20:1, 19; Hch. 20:7; 1 Co. 16:2); (B) De que el día del Señor es siempre, en la Biblia, el Día de Jehová, el día señorial en que Jehová intervendrá decisiva y definitivamente, en la consumación de los tiempos, en la Historia de la humanidad. Juan fue arrebatado en espíritu a contemplar en una serie de visiones lo referente a ese Día de Jehová, que incluye algo así como el 77% de todo el libro. Eso no quita la posibilidad de que la primera visión tuviese lugar en un domingo, pero es muy poco probable que todo el contenido del libro fuese observado por Juan en el espacio de unas pocas horas. Deissman (Light from the Ancient East, págs. 362–364) hace notar (V. Walvoord, ob. cit., pág. 42) que «el título distintivo “Día del Señor” podría haber sido vinculado a los sentimientos conscientes de protesta contra el culto del emperador con su “Día del Emperador”».
6. «Oí detrás de mí, añade el autor sagrado (v. 10b), una gran voz como de trompeta» (lit.). Como en Ezequiel 3:12, aquella gran voz le sorprende por detrás, a sus espaldas, para herir más fuertemente su atención. Es una gran voz, una voz que suena con mucha fuerza, parecida a la de un megáfono. El vocablo que Juan usa aquí para «trompeta» (gr. sálpingos) designa la trompeta larga de sonido fuerte, pero, en un judío, había de sonarle como el shofar o cuerno de carnero (v. por ej. Sal. 150:3).
7. La voz decía (según los MSS más fidedignos, que omiten las dos primeras frases de nuestras versiones RV—en la 1977, entre corchetes—): «Lo que estás viendo escríbe(lo) en un librito (es decir, en un rollo) y envía(lo) a las siete iglesias, a Éfeso y a Esmirna y a Pérgamo y a Tiatira y a Sardis (o Sardes) y a Filadelfia y a Laodicea» (lit.).
(A) La voz le manda a Juan que pase a (gr. eis) un rollo de papiro o de pergamino lo que está viendo (gr. blépeis, en presente de indicativo. Este verbo indica, en el griego de la koiné, «ver con atención»). Que esto no se refiere únicamente al contenido del capítulo 1, ni aun a lo contenido en los capítulos 2 y 3, se ve por el versículo 19. En verdad, se está refiriendo a todo el contenido del libro.
(B) El escrito ha de enviarlo a las 7 iglesias que se mencionan a continuación y que, como ya dijimos, se hallaban situadas en forma de herradura, siguiendo la vía imperial desde Éfeso hacia el noroeste y volviendo después hacia la derecha hasta Laodicea. Los detalles acerca de cada una los daremos en el comentario a los capítulos 2 y 3.
(C) ¿Por qué ha de escribir solamente a estas iglesias, siendo así que había muchas otras en la misma región? Al dar por descontado que el número siete es número de perfección espiritual (aquí, divinoprofética), el motivo probable de esta selección es que quizás esas iglesias estaban especialmente bajo el cuidado pastoral de Juan, y no las otras.
(D) Lo mismo el verbo «escribe» (gr. grápson) que el verbo «envía» (gr. pémpson) están en aoristo de imperativo, para indicar una acción rápida, urgente, que no admite dilaciones.
Versículos 12–16
En estos versículos Juan describe lo que efectivamente vio. Tanto la figura del Señor como el escenario en que Juan lo vio son de una majestad sobrecogedora. Dicen dichos versículos en la NVI: «Me volví para ver la voz que me hablaba. Y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y por entre los candelabros estaba alguien “como un hijo de hombre”, vestido de una túnica que le llegaba hasta los pies, y ceñido a la altura del pecho con un fajín de oro. Su cabeza y su cabello eran blancos como lana blanca, tan blancos como la nieve, y sus ojos eran como fuego llameante. Sus pies eran como el bronce fundido que brilla en el crisol, y su voz era como el sonido de una gran catarata. En su mano derecha llevaba siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos. Su rostro era como el sol cuando brilla con todo su esplendor».
1. La extraña frase: «Me volví para VER la VOZ que me hablaba» es una figura de dicción muy expresiva para dar a entender que se volvió a ver quién era el que así le hablaba (lit. hablaba conmigo). El verbo epéstrepsa (en aoristo) que Juan usa aquí significa, como el hebreo shub, volverse (en general), «darse la vuelta», como es aquí el caso, ya que la voz le sorprendió a Juan de espaldas. Es el mismo verbo que se usa, como el hebreo shub, para designar la conversión a Dios (v. por ej., Hch. 3:19; 2 Co. 3:16; 1 Ts. 1:9; 1 P. 2:25, entre otros lugares).
2. Lo primero que apareció a los ojos de Juan fueron «siete candelabros de oro». El vocablo lukhnía significa «candelabro», mejor que «candelero» o «candilero». Entre el altar y el Arca estaba el candelabro de los siete brazos, pero aquí no son siete brazos, sino siete candelabros. Recordemos lo de los siete espíritus del versículo 4 y echemos un vistazo a Éxodo 25:31–40. Es la menorah con sus siete neroth o lámparas de aceite. Sabido es ya el significado del número 7. El oro es símbolo de realeza, de pureza y de santidad, por lo que se le llama «el rey de los metales»: es hermoso, raro y es inmune a la acción de los ácidos. El único que le ataca (y por eso es llamado «agua regia») es una mezcla de ácido nítrico y clorhídrico. De ahí que toda el Arca y los querubines del Lugar Santísimo estuviesen recubiertos de oro.
3. Las iglesias o comunidades cristianas son comparadas aquí a siete candelabros de oro. El candelabro tiene las siguientes características: (A) No tiene luz propia; necesita recibirla. Todo creyente necesita recibir su luz, así como el poder, del que dijo «Yo soy la luz del mundo» (v. Jn. 8:12; 2 Co. 12:9, 10; Fil. 4:13), y lo mismo digamos de cada congregación cristiana. (B) Está puesto para alumbrar, es decir, para dar luz a los demás, como el Bautista (v. Jn. 5:35: «era una lámpara—gr. lúkhnos—que ardía y alumbraba»—los dos participios están en participio de presente continuativo—); hay que arder iluminando o iluminar ardiendo, que es lo mismo, con el óleo del Espíritu (v. Zac. 4): La mecha de nuestra vida sólo arde con el aceite de obediencia al Espíritu Santo (Ef. 4:30; 5:18; 1 Ts. 5:19; 2 Ti. 1:6) y la llama del testimonio de la gracia. (C) Aquí tenemos 7 iglesias, que lucen con más o menos brillo, pero verdaderas iglesias de Cristo, que reflejan en el número 7 toda clase de experiencias espirituales y de vicisitudes temporales: la plenitud espiritual divinoprofética, así como la plenitud del juicio y del castigo (v. 1. Barchuk, Explicación del Libro del Apocalipsis, págs. 36, 37).
4. «Y en medio (v. 13) de los siete candelabros …» (comp. con Jn. 19:18; 20:19, 26), como Salvador, Protector, Señor y Juez de la Iglesia (Mt. 18:20; 28:20), por pequeña que sea la comunidad local, está (¿cómo está?, ¿fuera de la puerta?—v. 3:20—) «alguien como hijo de hombre», no porque no sea hombre de veras (v. He. 2:14), sino por ser algo más que un simple hombre. Juan alude a Daniel 7:13. El título, frecuente en los evangelios, aparece sin artículos en el original, por ser ya un nombre o epíteto propio y exclusivo de Él. Expresa su humanidad perfecta, así como su mesianidad. El hecho de que Jesús, y sólo Él, aparezca en medio de los siete candelabros, nos enseña que la iglesia no necesita de otros intermediarios (sacerdotes, obispos, Papa). Los pastores o ancianos de la iglesia no son representantes de Dios, sino ministros de Dios y siervos de Dios y de su Iglesia (v. Hch. 20:28; 1 P. 5:1–4). Se nos describe a continuación, por medio de brillantes símbolos, la figura de Jesucristo:
(A) «Vestido de una túnica que le llegaba a los pies y ceñido a la altura del pecho con un fajín de oro» (v. 13b. NVI). Se describe así a Jesús como sumo sacerdote y como rey: La túnica talar es el «mecil» o traje del sumo sacerdote, con la faja de oro propia de la nobleza real (v. He. 4:14, 15; Ap. 19:16), la cual le ceñía los pechos en señal de alta dignidad (gr. mastós, pecho, en contraste con hai osphúes, los lomos, de Lucas 12:35, pues los trabajadores se ceñían por la cintura).
(B) La cabeza y la barba blancas (v. 14) como la lana blanca y como la nieve lo más blanco que se conoce, simbolizan la eternidad, y corresponden a la descripción que, en Daniel 7:9, se hace del «Anciano de días», esto es, de Jehová. También simbolizan la santidad, la pureza completa (comp. con Is. 1:18), especialmente por ser también la cabeza blanca, lo mimo que la barba.
(C) Los ojos como fuego llameante (v. 14b), es decir, que emite destellos continuamente, simbolizan una vista clara, penetrante, que juzga y refina (comp. con He. 4:12; 12:29), al par que se hace insoportable para los impíos (v. 6:15–17).
(D) El original dice (v. 15) que sus pies eran semejantes al bronce bruñido, resplandeciente (gr. khalkolibánoi, lit. cobre resinoso). Los comentaristas lo traducen de diferentes maneras: «hialina»,
«electro» (comp. con Ez. 1:4), «azófar» (mezcla de cobre y cinc). Esto nos hace a la memoria el color de la «serpiente ardiente» de Números 21:9 y ss. Es como el bronce que «se ha hecho incandescente en un horno». Esto es símbolo del tremendo poder con que Cristo pisotea (19:15) y consume a sus enemigos.
(E) «Y su voz como el sonido (v. 15b) de una gran catarata» (NVI). En el versículo 10 había dicho
«como de trompeta». De nuevo vemos la misma imagen de Ezequiel 1:24. Puede referirse a un estruendo de cascada, como traduce la NVI, o al ruido de una lluvia torrencial, pero lo más probable es que indique
«el mar alborotado» en medio de una tormenta, semejante a los imponentes temporales que Juan estaría acostumbrado a presenciar frente a las costas del mar Egeo, cuando estaba en Patmos. Si su voz era tan potente y aterradora (v. Mt. 25:41, 46; Lc. 23:46; Jn. 5:28, 29; 11:43; 18:6), ¿qué será cuando venga a juzgar? (v. 6:16, 17).
(F) «Tenía (v. 16) en su mano derecha siete estrellas.» La mano derecha es la mano del honor, del poder y de la autoridad (v. el v. 20). No las llevaba en la palma, como la vida de David cuando estaba en peligro, sino en el puño (el Nuevo Testamento hebreo dice beyad, en la mano como poder—yad—, no como palma—kaph—). Eso quiere decir que las siete estrellas están en lugar seguro; ¡el Señor es dueño de ellas y de su destino! En el versículo 20 veremos el significado de las estrellas y de los ángeles. Por ahora, basta decir que, en todo caso, estar en la mano de Cristo significa que están a su servicio y son responsables ante Él.
(G) «Y de su boca (v. 16b) salía (es decir, estaba saliendo, pues el verbo está en participio de presente) una espada aguda de dos filos.» La espada es aquí la espada larga de ataque (gr. rhomphaía, en contraste con la mákhaira de Efesios 6:17—daga para el combate defensivo cuerpo a cuerpo—y de Hebreos 4:12—en función de bisturí de dos filos—). Con ella descuartiza, juzga y ejecuta (comp. con 2:12, 16; 19:15, 21); sale de la boca del Verbo y es la que juzga a los rebeldes (Jn. 12:48). Dice W. Hendriksen: «No destruyamos la unidad del símbolo. Por ejemplo, no interpretemos la espada … como las tiernas y dulces influencias del Evangelio en su misión de convertir» (ob. cit., pág. 59). Hay autores, como Bartina, que opinan, sin fundamento alguno, que la boca no significa aquí la boca del rostro, sino la escotadura superior del vestido real, de donde pendía la espada con su vaina, de acuerdo con la abertura de que habla Éxodo 39:23.
(H) Finalmente (v. 16c), de su rostro se dice que «era como el sol cuando brilla en su poder» (lit.), es decir, en todo su esplendor (NVI) en el cenit del cielo y sin nubes que empañen su brillo. Cristo es el Sol de justicia (Mal. 4:2, comp. con Jn. 1:9 y 8:12. V. también Lc. 2:32 «luz … gloria …»). Como dice Barchuk (ob. cit., pág. 39): «Él es la fuente de toda luz. Lo que significa el sol para la naturaleza, así es Cristo para la vida espiritual. Como la naturaleza no podría existir sin el sol, ni tendría vida alguna, así tampoco hay vida espiritual alguna en aquellas almas donde Cristo no vive». Ante esta descripción del aspecto de Cristo, palidecen todos los cuadros, obra de manos humanas, que pretendan representar su figura. Sólo a través de estos símbolos podemos atisbar algo de su gloria.
Versículos 17–20
Aquí nos describe el propio autor sagrado su reacción personal ante esta visión, juntamente con el consuelo y ánimo que el Señor le dio y la orden de escribir las cosas que acababa de ver.
1. Vemos primero la reacción de Juan (v. 17a): «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies». Los orientales suelen postrarse en tierra en actitud de reverencia, como hacen los mahometanos en oración, para acatar a un gran personaje. Juan une a esta actitud el espanto ante lo sobrenatural, ya que un judío se sentía como muerto si veía la gloria de Dios (v. Gn. 3:8; 17:3; Éx. 3:6; Nm. 22:31; Jos. 5:14; Is. 6:5; Dn. 7:15; 10:9; Ez. 1:28). Quizá nos extrañe que Juan, el discípulo amado, que había recostado su cabeza en el pecho de Jesús, se aterrorice así ahora ante la sola vista del Señor, pero no olvidemos que el actual aspecto de Jesús ya no era el de antes (comp. con 2 Co. 5:16), sino de una tremenda gloria y majestad.
2. De inmediato, sin hacerse de esperar (v. 17b), el Señor consuela y anima a su fiel discípulo: Coloca su mano derecha sobre la cabeza de Juan en señal de amor, protección, fuerza y consuelo (comp. con Hab. 3:2–5, 16, 19) y le dice: «Cesa de temer» (gr. me phóbou, en presente de imperativo—lo que indica que Juan estaba temiendo—, como en Juan 6:20, entre otros lugares). Las razones que le da para que cese de temer son tres:
(A) La primera es: «Yo soy el primero y el último y el que vive» (vv. 17c, 18a). Compárese con 2:8 y 22:13 (éste, sólo probable), así como con Isaías 44:6; 48:12, aplicado a Jehová, citas que sonarían fuertemente en los oídos de Juan: Como Jehová, también Cristo estaba al comienzo de todo (v. Pr. 8:22; Jn. 1:1, 3), creándolo todo, y estará también al final como consumador y vencedor absoluto, cuando todos sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies (Sal. 110:1; 1 Co. 15:25–28; He. 10:13). Como se puede ver, el original une la primera frase del versículo 18 con la última del versículo 17. «El que vive» nos trae una reminiscencia de Éxodo 3:14, 15, donde el nombre propio que Dios se da a sí mismo (YHWH) viene a ser una mezcla del verbo hebreo hayáh, «ser», en el sentido de llegar a ser algo (el único Salvador de su pueblo. Véase el contexto posterior de Éx. 3:14) y del verbo haváh, «ser», en el sentido de existir como algo vivo (de ahí el nombre de Eva, hebr. havváh, vida). «En él estaba la vida», leemos en Juan 1:4, compárese con 5:26; 6:51; 11:25; 14:6.
(B) La segunda razón es: «Estuve muerto, ¡y mira cómo ahora estoy vivo para siempre!» (v. 18b. NVI). Murió por nuestros pecados; su muerte no tenía otra razón de ser. Pero resucitó al tercer día, por cuanto el sepulcro no podía retener al Autor de la vida (Hch. 2:24, 31) y «a causa de nuestra justificación» (Ro. 4:25b). Y todo el que es de Cristo, ha sido sepultado con Él y ha salido con Él a una nueva vida (v. Ro. 6:3 y ss.; Ef. 2:5, 6); y por su obra y el poder de su Espíritu, será también resucitado físicamente el último día (Jn. 6:40, 44, 54; 11:25; Ro. 8:11; 1 Co. 15:20 y ss., etc.).
(C) La tercera razón es (v. 18c): «Y tengo las llaves de la muerte y del Hades», es decir, del sepulcro, en cuanto lugar de reposo de los cuerpos y estado de sombras (de espíritus desencarnados). También Cristo bajó al sepulcro, pero venció a la muerte, puso libremente su vida y volvió a recobrarla (Jn. 10:18), poder que no posee ningún otro ser humano. Él tiene esas llaves, que son símbolo de poder, de dominio y de victoria; por eso, los vencidos entregaban a los vencedores las llaves de las ciudades ocupadas, como puede verse en el famoso cuadro de Velázquez, llamado «cuadro de las lanzas» (la rendición de Breda).
¡Qué consuelo para los cristianos perseguidos—de entonces y de siempre—saber que nuestro Salvador es el dueño de la vida y de la muerte; hace morir y hace volver a la vida; y, si padecemos con Él, también seremos resucitados y glorificados con Él!
3. A continuación, el Señor profiere una orden (v. 19): «Escribe, pues, las cosas que viste, las cosas que son y las cosas que van a suceder después de éstas» (lit.). De nuevo, el mandato de poner urgentemente por escrito (gr. grápson, en aoristo de imperativo) el contenido de la visión. Nótese que el presente versículo divide netamente en tres tiempos dicho contenido. Juan ya se halla recuperado de sus temores y en condición de prestar atención a lo que se le manda: «Las cosas que viste» (en aoristo) pertenecen ya al pasado; «las cosas que son» se hallan en los capítulos 2 y 3 y pertenecen al presente histórico; «las cosas que van a suceder después de éstas» pertenecen enteramente al futuro, como puede verse a partir de 4:1. La expresión griega metá tauta («después de estas cosas») que aparece por primera vez al final de este versículo 19, reaparece en 4:1; 7:1, 9; 9:12; 15:5; 18:1; 19:1; 20:3. Como dice W. A. Criswell (Expositor y Sermons on Revelation, pág. 177), «la clave de este libro está escrita aquí, en el capítulo primero del libro mismo». La interpretación de los capítulos 4 y 5 es decisiva para ver dicha clave en toda su fuerza y significación.
4. El capítulo finaliza con la interpretación que el propio Señor le hace a Juan de las siete estrellas y de los siete candelabros (v. 20): «El misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha, y de los siete candelabros de oro es éste: Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias» (NVI).
(A) El versículo comienza con dos acusativos de los que suelen llamarse «absolutos», porque aparecen sueltos, independientes, como si no estuviesen regidos por ningún verbo. Bartina sugiere como solución más probable tomarlos «como acusativos de parte», como si el texto diese a entender: «En cuanto al misterio …». También es posible que haya de suplirse el verbo «escribe», con lo que dichos acusativos pasarían a ser normal término directo de dicho verbo.
(B) «Misterio» es un término que indica algo escondido o secreto, que necesita ser desvelado, descifrado, sacado a la luz. En cuanto a la interpretación que el propio Señor da, lo de los 7 candelabros de oro, que representan a las siete iglesias que se mencionan a continuación, está claro (comp. con Éx. 25:31; Zac. 4:2; Mt. 5:14; Mr. 4:21; Lc. 8:16; 11:33; He. 9:2), ya que la iglesia está llamada a ser «luz del mundo».
(C) Más difícil de resolver es lo de «los ángeles de las siete iglesias». El término aparece 26 veces en Apocalipsis y de suyo significa «mensajero». Hay quienes opinan (por ej. Walvoord y Scofield) que, en efecto, se trata de mensajeros enviados a tales iglesias. La opinión más corriente es que se trata de los pastores de las respectivas iglesias. Así opinan, entre muchos otros, Bartina, Grau, Barchuk, Hendriksen, Ryrie, Davidson. W. Smilh no se decide entre esta opinión y la que exponemos a continuación. Contra las dos opiniones que preceden, tenemos que el vocablo griego ánguelos en Apocalipsis siempre se refiere a seres puramente espirituales. Por otra parte, si se tratase de mensajeros que llevan el mensaje a las iglesias, no tendría ningún sentido el reprenderles.
Mi opinión personal, que es la de otros autores procedentes de muy diversos campos, es que se trata, no de ángeles de la guarda en el sentido de Mateo 18:10; Hechos 12:15; Hebreos 1:14, sino, de acuerdo con Daniel 9:21; 10:13; 12:1, de celestiales contrapartes de las respectivas iglesias, como ángeles tutelares de las mismas. Dice Salguero (pág. 338): «Según las concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por ángeles (Ap. 7:1; 14:18; 16:5), sino también las personas (v. Mt. 18:10; Hch. 12:15) y las comunidades. De ahí que san Juan considere cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta». Muy cerca de esto se halla la opinión de G. R. Beasley- Murray (NBC, 1171), quien dice: «Es mejor considerarlos como una personificación de la vida sobrenatural o celestial de las iglesias según son vistas en Cristo». Pero la mejor exposición de esta tendencia interpretativa se halla en F. F. Bruce (Revelation, en A Bible Commentary for Today, Pickering and Inglis, 1979, pág. 1683):
Los ángeles de las iglesias deben entenderse a la luz de la angelología del Apocalipsis—no como mensajeros humanos o ministros de las iglesias, sino como celestial contraparte o personificación de las diversas iglesias, cada uno de los cuales representa a su iglesia en el aspecto en que se hace responsable de la condición y conducta de la respectiva iglesia—. Podemos compararlos con los ángeles de las naciones (Dn. 10:13, 20; 12:1) y de individuos (Mt. 18:10; Hch. 12:15).
En este capítulo comienzan las cartas a las siete iglesias. Tenemos aquí: I. El mensaje a la iglesia de Éfeso (vv. 1–7); II. El mensaje a la iglesia de Esmirna (vv. 8–11); III. El mensaje a la iglesia de Pérgamo (vv. 12–17); y IV. El mensaje a la iglesia de Tiatira (vv. 18–29).
Versículos 1–7
1. Antes de entrar en el análisis de las cartas, conviene hacer una observación preliminar: Las siete cartas tienen en común algunos elementos, pero también ofrecen notables diferencias.
(A) En cuanto a los elementos comunes, podemos destacar siete: (a) Una comisión: «Escribe al ángel …»., con la designación del destinatario: «de Éfeso, etc.»; (b) Un saludo o presentación de Jesucristo:
«Estas cosas dice el que … (incluyendo aquí algún título de Cristo)»; (c) Una alabanza: «Conozco tus obras …»; (d) Un reproche: «Pero tengo contra ti …»; (e) Un consejo: «Mira de dónde has caído … arrepiéntete …».; (f) Una llamada: «El que tiene oídos …»; y (g) Una promesa: «Al que venciere …».
(B) También son notables las diferencias: (a) Esmirna y Filadelfia son las únicas que no reciben ningún reproche; (b) Laodicea es la única que no recibe ninguna alabanza; (c) La llamada y la promesa se invierten en las cuatro últimas cartas (a Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea); (d) Un somero análisis nos indica que las iglesias de Éfeso y de Laodicea se hallan en grave peligro; las de Esmirna y Filadelfia, en excelente situación; las de Pérgamo, Tiatira y Sardis, en estado mediocre, de claroscuro o medias tintas; (e) Finalmente, es muy de notar la clara distinción entre la situación de la iglesia local como tal y la individualización de las promesas («al que venciere», en singular). Desde luego, la renovación o reforma de las iglesias surge como fruto de la renovación de los individuos, pero aquí entra de lleno la distinción entre la Iglesia con mayúscula y la iglesia localizada. Dice J. Grau (en Estudios sobre Apocalipsis, Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1977, pág. 85):
«La seguridad de la salvación final, o perseverancia de los santos, es para los miembros de las iglesias, no para las iglesias mismas. Así, la promesa de que las puertas del infierno (el griego dice Hades: el poder de la muerte. El paréntesis es mío) no prevalecerán contra la Iglesia (Mt. 16:18) ha de entenderse cumplida en los redimidos verdaderos, los que constituyen la auténtica Iglesia. La historia, por otra parte, corrobora esta afirmación.»
2. Comenzando ya con el análisis de la carta a la iglesia de Éfeso, vemos (v. 1), después de la comisión («Escribe al ángel»), el destinatario: «la iglesia en Éfeso». Nótese que, según el uso constante del Nuevo Testamento, se dice en, no de, para señalar la ubicación de la comunidad eclesial. Respecto de Éfeso, será de provecho la siguiente información:
(A) Éfeso era la ciudad más importante de la provincia romana del Asia proconsular; centro postal y administrativo, casi tan importante como Antioquía. «Éfesis» significa «deseo ardiente». Según la escuela de interpretación que sostiene un nivel vertical histórico, conforme al que cada una de las iglesias mencionadas en los capítulos 2 y 3 representa un determinado período de la Historia de la Iglesia, la iglesia de Éfeso representa la era apostólica hasta el tiempo en que Juan escribía esto.
(B) Esta ciudad era llamada «Guardiana del Templo», es decir, del templo dedicado a la diosa Artemis (la «Diana», en latín), como diosa de la fertilidad, que suele ser llamada polymastos (equivocadamente, según recientes investigaciones). Las excavaciones de J. T. Wood en 1870 llevaron al descubrimiento de una de las 7 maravillas del mundo antiguo: el famoso templo, cuatro veces mayor que el Partenón de Atenas y adornado con estatuas de los más famosos escultores griegos, como Fidias, Praxíteles y Apeles. Tenía la ciudad otros templos dedicados a los emperadores Claudio, Adriano y Severo. Hechos 19 nos informa del gran tumulto en favor de la «gran Diana de los efesios» que, según ellos, había bajado del cielo (Hch. 19:35). Quizás se había forjado la leyenda, basada en la caída de un meteorito.
(C) Las monedas descubiertas en distintos países, con la inscripción romana: «Diana Ephesia», muestran que la diosa de Éfeso era venerada en todo el mundo pagano (comp. con Hch. 19:27, 34). También había un enorme teatro en el centro de la ciudad, con capacidad para cerca de 50.000 espectadores. Es curioso que, el año 431 de nuestra era, se definiese allí como dogma de fe para la Iglesia de Roma la divina maternidad de la Virgen María, con la subsiguiente procesión de antorchas, en la que desfilaron miles de cristianos (?) efesinos, acompañando a los obispos que habían tomado parte en el Sínodo.
(D) Fue hacia el año 52 cuando penetró allí el cristianismo por el ministerio de Priscila y Aquila, y fue Pablo el fundador de aquella iglesia (había ya una importante colonia judía). Posteriormente (v. Hch. caps. 18 y 19), Pablo hizo allí una estancia de más de dos años. Otros detalles pueden verse en diccionarios y enciclopedias. Sólo resta añadir que posteriormente se afincó allí el apóstol Juan, quien tenía bajo su apostólica supervisión tanto esta iglesia como las otras seis que se mencionan después.
3 Volviendo al análisis del versículo 1, tenemos, después de la comisión y del destinatario de la carta, la presentación de Jesucristo como «el que sujeta firmemente (gr. ho kratón, en participio de presente; en señal de que es el dueño y señor de las iglesias) en su derecha las siete estrellas, el que se pasea (gr. ho peripatón, también en presente; en señal de constante vigilancia) por en medio de los siete candelabros, los de oro» (lit.).
4. A continuación (v. 2), viene la alabanza de parte del Señor: «Sé (gr. oída, que indica seguridad por experiencia sensorial de primera mano) tus obras y el arduo trabajo (gr. kópon) y tu paciencia (gr. hupomonén, el aguante frente a las circunstancias) y que no puedes soportar a los malos, y que probaste (gr. epeírasas, en aoristo. Este verbo se emplea en el sentido de experimentar una prueba, ordinariamente amarga. Es de la misma raíz que peirasmós—prueba, en sentido, que ha de matizarse, según el contexto, de «tentación»—. No debe confundirse con el «poner a prueba» para ver si se pasa el examen, que se indica con el bien conocido verbo dokimazo) a los que se dicen a sí mismos apóstoles y no son, y los hallaste mentirosos» (lit.). La alabanza continúa en el versículo 3: «Y tienes paciencia (de nuevo, hupomonén) y soportaste (el mismo verbo del v. 2) a causa de mi nombre y no te has rendido de fatiga (gr. ou kekópiakes, en pretérito perfecto. El verbo es de la misma raíz que kópos—del v. 2—)» (lit.).
(A) Lo primero que notamos es que los creyentes de Éfeso eran activos, no eran holgazanes; se hacían cosas; se llevaban a cabo planes. No sólo había allí buenas obras (gr. érga), sino que trabajaban arduamente, fatigosamente, aunque la fatiga no los había rendido, vencido, desmayado (v. 3b). El propio hecho de probar con amargura a los falsos enviados les fatigaba, pero no los desmayaba.
(B) Los fieles de Éfeso habían pasado por la amarga prueba del influjo y de la nociva enseñanza de los falsos maestros (v. Hch. 20:29, 30 y, con mucha frecuencia, en las Epístolas de Juan). Debían haberles dado las correspondientes «cartas de recomendación» (v. 2 Co. 3:1) y no lo hicieron. Pero, al fin y al cabo, el Señor los alaba porque no los soportaron, es decir, no cometieron la insensatez de cargar con ellos, como indica el verbo bastásai (cargar a cuestas), una vez que los hallaron mentirosos. Lo más probable es que este termino indique, más que otra cosa, hipocresía, apariencia de piedad con negación práctica de una piedad eficaz (v. 2 Ti. 3:5), lo cual era muy corriente en los maestros imbuidos de gnosticismo y que, como vimos en las Epístolas de Juan, pululaban en las iglesias; no se excluye la posibilidad de graves errores doctrinales, como los implícitamente denunciados en la 1 Juan.
(C) Además de la repetición del término hupomoné, el versículo 3 nos ofrece un contraste notable de frases: (a) En el versículo 2, se dice que la iglesia de Éfeso no puede soportar a los malos, a los lobos rapaces que han entrado de matute en la congregación (v. 2 P. 2:1; Jud. 4); pero en el versículo 4 se nos dice que soportaron por causa del nombre de Cristo la persecución que les había acosado desde fuera; (b) Se habían fatigado en el arduo trabajo (v. 2, comp. con 1 Ts. 1:3), pero no habían desmayado, la fatiga no los había vencido y seguían adelante, por decirlo así, «infatigables».
5 «Pero (v. 4) tengo contra ti que dejaste atrás (gr. aphékes, en aoristo) tu amor, el primero» (lit.).
(A) El versículo se abre con una conjunción adversativa fuerte (gr. allá), que da un giro de media vuelta a lo anterior: «Pero …». Viene una amarga queja de parte de Cristo: «Tengo contra ti que dejaste atrás, abandonaste (como una mala decisión, de una vez por todas), tu primer amor». La rutina de cada día llega a dar lugar al enfriamiento del amor inicial, del fervor del noviazgo, de la luna de miel del matrimonio. Suele ser un proceso lento, pero desemboca en una crisis tremenda. «El enfriamiento del amor, dice Barchuk, significa traición.» «30 años antes, esta iglesia había sido encomiada por su amor (Ef. 1:15, 16)» (Ryrie).
(B) ¿Cómo llega a suceder esto? De muchas maneras. J. Grau aporta uno de los casos: «La obra de Dios, dice, cobra más importancia que el Dios de la obra; la Iglesia de Cristo, que el Cristo de la Iglesia» (ob. cit., pág. 88). Esto es tanto más grave cuanto que el discernimiento del error doctrinal, en frío, es más fácil que detectar el enfriamiento del corazón; no es objeto de deducción, sino de intuición; no se expresa, se respira, se palpa, se siente con mayor o menor fuerza. Barchuk cita del profesor B. Marsenkovski:
El verdadero cristianismo no consiste en recordar el amor pasado, sino en mantener el mismo amor ardiente a Cristo, esa actitud reverente hacia Él. El pan puesto sobre la mesa de oro del templo debía ser fresco, no pasado. Así debe ser el amor del cristiano, siempre nuevo, porque el amor es el alma del cristianismo. Cuando el cristianismo carece de amor hacia Cristo, se torna sin alma, muerto.
El mismo Barchuk hace notar que el Señor no acepta nada en sustitución del corazón, y añade:
Supongamos que una mujer le dice a su marido: «Tú sabes que por ley estoy atada a ti y, por eso, debo estar contigo. Por lo tanto, yo estaré cumpliendo todo cuanto me incumbe. Yo te prepararé la comida, lavaré la ropa, mantendré limpia tu casa, pero te advierto que mi corazón no está contigo; ¡yo amo a otro!» ¿Estaría contento ese hombre con semejante esposa? ¡No! Cualquier hombre, al descubrir que el corazón de su esposa pertenece a otro, la abandonará.
Por su parte, G. Campbell Morgan relaciona «el primer amor» con lo dicho por Pablo en 2 Corintios 11:2, 3 y concluye:
Los elementos del primer amor son entonces sencillez y pureza … El amor de la Iglesia a Cristo tiene su símbolo en el amor que el esposo tiene a la esposa. ¿Cuál es entonces el amor de Cristo por la Iglesia? Amor desinteresado, amor en el que no hubo ni el menor pensamiento de sí. ¿Cuál ha de ser entonces el amor de la Iglesia por Cristo? La respuesta del amor al misterio del amor es la sumisión del amor al amor perfecto … El primer amor es el dejarlo todo por el amor que lo ha dejado todo (citado por W. M. Smith, ob. cit., pág. 1503).
Y es el mismo Campbell Morgan (citado por Grau, ob. cit., pág. 89) quien compara Éfeso con Tesalónica de la siguiente manera: «ÉFESO: “obras, trabajo y paciencia”; TESALÓNICA: “obra de fe, trabajo de amor, constancia en la esperanza”». Y continúa:
¡Las mismas cosas, pero con qué diferentes compañías y estímulos! A Éfeso le faltan estos acicates de fe, amor, esperanza:—El primer amor es «obra de fe»—(v. Gá. 5:6 «la fe que cobra su energía por medio del amor»—El paréntesis es mío—); el amor perdido es simplemente «obra» a secas.—El primer amor es «trabajo de amor»—; el amor perdido es simplemente «trabajo» sin más.—El primer amor implica «paciencia para esperar»—; el amor perdido es tan sólo «paciencia», como si hubiese olvidado el objetivo y el propósito de la misma.
(C) ¿En qué direcciones se manifestaba esta pérdida de amor? Muy probablemente, en dos: (a) En la dirección de la murmuración y, por ende, de la división. La oposición a los falsos apóstoles y maestros, de suyo legítima, les había llevado a otro extremo igualmente falso: la hipercrítica, el espíritu de constante censura, con el consiguiente enfriamiento del amor, tanto a Dios como al prójimo (comp. con Jer. 2:2–5; Mr. 12:30, 31; 1 Jn. 4:20). El diablo, que está dando vueltas sin cesar para encontrar el punto flaco de cada creyente y atacar por allí (v. 1 P. 5:8), se estaba aprovechando, para sus propios fines, de una virtud sin equilibrio: su objetivo era atacar a la comunión eclesial. (b) Esta misma oposición a los peligros de dentro y de fuera habría llevado a uno o varios «Diótrefes» a imponer su autoridad de una forma dictatorial; con lo cual, los «nicolaítas» citados en el versículo 6 habrían conseguido, aun sin intentarlo, dañar a la iglesia de Éfeso (v. 3 Jn. 9).
6. Al reproche del Señor sigue (v. 5) el consejo, la recomendación, la amonestación amorosa:
«Recuerda» (gr. mnemóneue, en presente de imperativo). Es una exhortación a volver en sí, a reflexionar, a considerar el propio estado. Como el hijo pródigo de Lucas 15:17, lo primero que se necesita es «volver en sí»: «Recuerda, pues, de dónde has caído» (en pretérito perfecto, como un estado que continúa). Como si dijese: «Recuerda aquel tiempo dichoso del primer amor; el termómetro ha bajado mucho desde entonces; el lento enfriamiento te ha impedido percatarte del descenso espiritual. Recuerda de dónde, de qué altura, has caído. Todo lo externo ha quedado; el edificio se mantiene en pie, pero el fundamento ha sido minado por el enemigo».
La exhortación se va haciendo más íntima, más amorosa: «arrepiéntete: date media vuelta en tu camino de extravío, vuelve a tu primer amor, al fervor de la espiritual luna de miel con el Señor; aparta de ti todo lo que sea un estorbo en la íntima comunión con tu Esposo y Señor». Lo que tiene que recobrar se describe a continuación (v. 5b): «y haz las obras que hacías al principio» (NVI). No necesita hacer obras distintas de las actuales, sino las mismas como fruto de un amor igual al primero; no se trata de un cambio en la cantidad, sino en la calidad; falta el primer espíritu y es menester invocarlo (comp. con Ez. 37:9); de lo contrario, para nada servirá la febril actividad de siempre (comp. con 1 Co. 13:1–3). No es que la comunión contemplativa sea enemiga de la actividad (todo lo contrario), pero sí lo es del huero activismo.
Y, tras del consejo, viene la seria conminación (v. 5c): «Si no te arrepientes, vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar» (NVI). Aparte de la Gran Venida en el último día, el Señor amenaza con hacer a esta iglesia una «visitación» de juicio (comp. con v. 16 y, por contraste, con 3:20). Nuestro Dios se define a sí mismo como «un Dios celoso» (Éx. 20:5) y, de igual modo, lo es el Hijo de Dios y exige de su Esposa la Iglesia una lealtad y una fidelidad enteras e incondicionales, porque en ese tálamo nupcial no puede penetrar ningún intruso. Por desgracia, parece ser que la iglesia de Efeso no hizo caso de esta amonestación. De ahí que, mientras Esmirna (hoy, Izmir) se conserva en pie, con una comunidad cristiana, de Éfeso sólo quedan ruinas a muchos metros bajo tierra. El candelabro de Éfeso fue removido. Y no es ése el único desdichado ejemplo. Dice Grau:
Regiones antes cristianas, hoy son paganas (norte de África, Medio Oriente, en los primeros siglos). En Inglaterra se pueden ver antiguos templos, convertidos en salas de baile, de juego (bingo), en otros países, sirven de museos o mezquitas. En la actualidad, el crecimiento del cristianismo se da en Asia, África y América Latina, no en Europa. ¡Qué terribles perspectivas y posibilidades comporta esto! (ob. cit., pág. 90).
7. El Señor no quiere terminar con un reproche, sino con algo positivo, constructivo, alentador; y, con otro «Pero», encabeza una nueva alabanza a la iglesia de Éfeso (v. 6): «Pero tienes a tu favor esto: Aborreces las prácticas de los nicolaítas, que yo también aborrezco» (NVI).
(A) Lo primero que notamos es que Cristo alaba el odio a las obras de los nicolaítas, no el odio a ellos mismos (v. Sal. 52:3, 4; 97:10). «Odio al pecado, pero amor al pecador» es un antiguo eslogan que solemos repetir, pero lo dejamos frecuentemente sin cumplir. Dice I. Barchuk:
Con frecuencia, la gente no distingue los hechos de las personas y se ofende contra los creyentes fieles por aborrecer éstos sus hechos, como si les aborreciesen a ellos mismos. Pero no es así, ya que los buenos creyentes aman a los demás y les desean lo mejor de todo; especialmente, la salvación de sus almas. Pero con sus hechos permanecerán en desacuerdo los creyentes, y aborrecerán los malos actos (ob. cit., pág. 49).
(B) Otro detalle, digno de consideración, es que los ojos del Señor no sólo escrutan lo malo que hay en nosotros, sino tambien cualquier detalle bueno, por insignificante que nos pueda parecer a nosotros mismos o a los demás. Ello nos consuela, a la vez que nos estimula y nos amonesta. De la misma manera que al Señor no se le puede engañar con ninguna exteriorización vacía de espíritu, así también nos cabe el consuelo de saber que Él aprecia y estima cualquier cosa buena que haya en nosotros, aun cuando los demás nos interpreten mal, no nos comprendan o nos juzguen a la ligera.
(C) Ahora bien, ¿quiénes eran esos nicolaítas de los que aquí se nos habla? Desde antiguo, se ha creído que eran seguidores del diácono Nicolás (v. Hch. 6:5), del que suponen que apostató de la verdadera fe y estableció una especie de secta. El Nuevo Testamento nada nos dice de esto, y los modernos comentaristas se inclinan a pensar que, como en el caso de la «Jezabel» del versículo 20, el nombre tiene una significación simbólica. En efecto, vemos que el griego Nikoláos (Nicolás) significa
«vencedor (o conquistador) del pueblo»; así, la similitud con el hebreo Balaam («dueño del pueblo») sería evidente (v. el v. 14); connotaría, pues, el afán de ejercer autoridad y dominio sobre el pueblo, como el aludido Diótrefes.
Es, pues, posible que se trate de una secta de «iniciados» (gnósticos. V. la introducción al comentario a 1 Jn.), que pretendían establecer una división del pueblo de Dios en castas, lo cual había de derivar, andando el tiempo, en el establecimiento de la casta sacerdotal dentro de la Iglesia oficial del Imperio; esto había de comportar los ritos y ceremonias que abundan en todas las religiones mistéricas, como pueden verse aún en la Iglesia Romana, y más todavía en la llamada Ortodoxia. Al mezclar el ceremonialismo judío con la filosofía griega, tenemos ya una secta que combina el entusiasmo espiritual con el relajamiento moral; mucha fantasía religiosa mezclada con despreocupación ética; orgullo y vanidad de mística retórica y de carácter «superior» que, en realidad, introducía en la Iglesia el egoísmo, la soberbia, el descuido del amor fraternal; en fin de cuentas, la misma ortodoxia estaba también en peligro. ¿Cómo defenderse de tales enemigos? Nos lo dice claramente la Palabra de Dios: «Mis ovejas oyen mi voz»—dice el Señor (Jn. 10:27—). Y el propio Juan nos dice: «Vosotros tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas. Lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros … Os he escrito esto sobre los que os engañan» (1 Jn. 2:20, 24, 26).
Los nicolaítas vuelven a salir en el versículo 15, cercanos a los que siguen la «doctrina de Balaam».
Por la similitud con el versículo 20, parece ser que todos ellos propugnaban los mismos errores y las mismas prácticas pecaminosas: incitar a comer de lo sacrificado a los ídolos y a la fornicación. Esto último, en el presente contexto, es probable que se refiera a lo que, entre los paganos, era llamado «sagrada prostitución» porque se practicaba en honor de los dioses y en sus propios templos, como puede verse en las alusiones del Antiguo Testamento a dichas prácticas.
S. Bartina propone (ob. cit., pág. 642) una solución nueva, sacada de Janzon: «Para él (Janzon), el nombre nicolaíta (Ap. 2:6, 15) es un criptograma. No se refiere a Balaam (Nm. 24), sino a la apostasía mencionada en Números 25:18, donde aparece por dos veces la raíz nkl (be-nikley-hem, nikkleu), que significa ser falso, seducir, tentar, inducir a la apostasía, como en el caso de Peor y de Cosbí. No serían gnósticos, como los consideraban algunos Padres. Serían sincretistas que mezclaban los ritos paganos con los cristianos. Fornicación equivale a apostasía».
Sea lo que sea de ello, nos interesa recalcar que el propio Señor dice que aborrece las obras y la doctrina (v. 15), no las personas, de los nicolaítas.
8. Como ya hemos hecho notar anteriormente, el Señor no sólo se dirige a las iglesias, sino también a los individuos, porque la renovación de las iglesias es fruto de la renovación de cada uno de los miembros. Por eso, la carta termina (v. 7) particularizando: «Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza, le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios» (NVI).
(A) El «Espíritu» que habla a las iglesias es el aliento caliente, personal, de Cristo y, por eso, exhorta a oír. La exhortación va dirigida a quien tenga los oídos atentos (comp. con Mt. 13:9, 43). Como hace notar Griffith Thomas, «aquí no leemos: “Oiga lo que la Iglesia dice a sus hijos”, sino “oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”». Es cierto que cada iglesia cobija a sus miembros como a hijos (v. 2 Jn. 1, 13), pero es falso atribuir a una superestructura universal los epítetos de «Madre y Maestra». El Espíritu Santo es el único Vicario de Cristo en la tierra (v. Jn. 14:16) y, por eso, es su voz la que se ha de hacer oír y seguir (comp. con Ro. 8:9–14; 2 Co. 3:17).
(B) El vencedor es el creyente consciente de su condición de soldado de Cristo (v. Ro. 8:37; Ef. 6:11 y ss.; 2 Ti. 4:7; 1 Jn. 2:13, 14; 5:4, 5). La frase se repetirá en este libro. Dice Ryrie: «No se refiere a un grupo especialmente espiritual entre los creyentes, sino a todos los verdaderos cristianos».
(C) La promesa a los vencedores es, en este caso de Éfeso, que el Señor les dará a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios (comp. con 22:2, 14). Toda la frase hace referencia al árbol de la vida del que se nos habla en Génesis capítulos 2 y 3. Este árbol confería a quien comiese de él el don de la inmortalidad (v. Gn. 3:22, 23). Por el pecado, quedó prohibido a la humanidad el acceso a tal árbol. Pero ahora, después que Cristo nos ha recuperado con creces el Paraíso perdido, el cristiano vencedor tiene acceso a la inmortalidad dichosa que comporta la vida eterna. El original no usa un genitivo de posesión, sino de origen (ek tou xílou …), indica así que nunca se acabará su fruto y que siempre quedará abundante para muchos más vencedores.
(D) No estará de más advertir que, contra lo que han opinado algunos exegetas liberales, la referencia al árbol de la vida en este lugar nos da pie para asegurar que los capítulos 2 y 3 no son añadidura posterior, sino que están perfectamente ensamblados con el resto del libro. En efecto, no es sólo el árbol de la vida de 2:7 el que vuelve a salir en 22:2, 14, sino que también la «segunda muerte» de 2:11 vuelve a salir en 20:14; y el «nombre nuevo» de 2:17; 3:12 sale en 14:1; 22:4 (comp. con 19:12, 13, 16); los conceptos vertidos en 2:26, 27, con las imágenes que los expresan, los tenemos en 12:5; 20:4; y «la estrella de la mañana» de 2:28 está también en 22:16.
Versículos 8–11
La segunda carta está dirigida a la iglesia de Esmirna. Como sólo ocupa cuatro versículos, damos previamente el texto completo, según la NVI: «Al ángel de la iglesia en Esmirna, escribe: Éstas son las palabras del que es el Primero y el Último, que murió y volvió otra vez a la vida. Conozco (lit. sé) tus aflicciones y tu pobreza—¡pero si eres rico!—. (Conozco) la maledicencia de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que son sinagoga de Satanás. No tengas miedo por lo que vas a padecer. Yo te digo que el diablo va a arrojar a algunos de vosotros en la cárcel para poneros a prueba (el mismo verbo del v. 2), y sufriréis persecución (lit. tendréis tribulación) durante diez días. Sé fiel, incluso hasta el punto de morir, y yo te daré la corona de la vida. Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venza no sufrirá daño alguno de la segunda muerte».
1. Comienza la carta, como la anterior, con la comisión de escribir al ángel responsable. El destinatario es aquí el de la iglesia en Esmirna (v. 8). Este nombre significa, en griego, «mirra», y el nombre cuadra muy bien con lo que se dice aquí de esta iglesia, ya que la mirra es símbolo de grandes sufrimientos y de muerte. Ella formaba parte del perfume de la unción sagrada (v. Éx. 30:23–33). Los comentaristas de todos los tiempos han visto en el don de los magos a Jesús la condición de Siervo Sufriente, propia del Salvador, así como el incienso es símbolo de la oración que se eleva a Dios (su condición divina), y el oro es emblema de la realeza del Señor (el nacido «rey de Israel»). Notemos también que Jesús, ya en la Cruz, rechazó el vino mirrado que habría aliviado sus sufrimientos, porque quería morir sin «anestesia».
2. Esmirna es la única de las siete ciudades mencionadas en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis que todavía subsiste, bajo el nombre de Izmir, en Anatolia (Turquía), a unos 60 km de las ruinas de Éfeso; cuenta con dos millones de habitantes en la actualidad, y es sede de un arzobispado católico. No me consta el número de los evangélicos. Los siguientes detalles pueden resultar interesantes:
(A) Fundada por los eolios antes del siglo VII a. de C., se supone que fue la patria de Homero. Fue destruida en el siglo VI a. de C. y reconstruida por Lisímaco a principios del siglo III a. de C., hasta llegar a ser una de las más prósperas ciudades del Asia Menor. Quizás haya una alusión a esta condición de ciudad «rediviva» en la frase: «el que estuvo muerto y revivió» (lit.). Los romanos la premiaron por su lucha heroica contra Mitrídates y le concedieron numerosos privilegios. Por ello, se levantó allí, en el año 195 a. de C., un templo a la diosa Roma, el cual se supone ser el primero del mundo en su género. Durante el reinado de Tiberio (en el año 26 d. de C.), fue levantado allí un templo al emperador.
(B) Parece ser que el Evangelio llegó allá desde Éfeso (v. Hch. 19:10). Como ciudad típicamente comercial, abundaban en ella los judíos, quienes se oponían fieramente a la iglesia de Cristo (v. 9; 3:9. V. tambien Ignacio de Antioquía, en su carta a los esmirneos, 5). De esta oposición de los judíos tenemos también testimonio en Hechos 13:50; 14:2, 5, 19; 17:5; 24:2. Esmirna era ya entonces una ciudad bellísima. Edificada junto a un entrante del mar Egeo, es la ciudad más bella y extensa, gloriosa y pintoresca, del Asia Menor. El céfiro que viene del mar la refresca incluso en el caluroso estío de Turquía. En lo alto de la colina Pagos había un grupo de hermosos edificios llamados «la corona de Esmirna». A esto viene quizás la alusión del versículo 10 «la corona de la vida».
(C) La reputación histórica de Esmirna, como ciudad fiel a Roma, la metrópoli, así como su fama de fidelidad y lealtad en el trato con los demás, queda aludida en lo de «sé fiel» del versículo 10. Aunque, sin duda, la comunidad cristiana fue fundada en el tercer viaje misionero de Pablo (años 53–56), Juan extendió posteriormente a ella su apostólica supervisión. Amigo y discípulo de Juan fue el gran obispo de Esmirna, Policarpo, de cuyo martirio en la hoguera (año 155 o 156) conservamos un fascinante relato, verdadera joya literaria del siglo II (v. Padres Apostólicos, versión de D. Ruiz Bueno, BAC, 1974, pág. 654 y ss.; 678 y ss.). Sólo mencionaremos aquí que fue condenado a muerte por negarse a decir: «César es el Señor». Y cuando el procónsul le conminó: «¡Jura y te pongo en libertad! ¡Maldice de Cristo!», Policarpo le contestó: «Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?»
(D) Como final de esta introducción, añadiré que, tras diversos avatares, Esmirna cayó en poder de los turcos en el año 1417. Grecia la conquistó en 1919, pero en 1922 volvió a ser ocupada por los turcos. Después del tratado de Lausana (1923), la población griega tuvo que emigrar, y la ciudad quedó enteramente en poder de los turcos.
3. Tras de la intimación común a escribir la carta (esta vez, al ángel de la iglesia en Esmirna), el Señor repite la frase de 1:17b: «Esto dice el Primero y el Postrero» (v. 8b). Cristo es el de siempre (He. 13:8, comp. con Éx. 3:14, 15), incluso en el sentido de que fue el primero en ser destinado, desde la eternidad, a una muerte violenta (1 P. 1:20) y el último que quedará en pie cuando todos sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies (Sal. 110:1; 1 Co. 15:25–28). Así, el versículo 8 empalma con el versículo 10: «No temas en nada lo que vas a padecer» (lit.). El que estuvo muerto (gr. eguéneto nekrós; es decir, por mano ajena) y volvió a la vida puede alentar a los suyos, puesto que, si es cierto que murió por fidelidad a la voluntad del Padre, ahora vive para siempre y domina la situación: controla la Historia y tiene las llaves de la muerte y del Hades. Por eso puede animar a su iglesia fiel, como lo hace en los versículos siguientes.
4. Añade el Señor a continuación (v. 9): «Sé tu tribulación y tu pobreza» (lit.). Como en todas estas cartas, aparece el verbo oída, sé (de primera mano, por experiencia intuitiva). Lo de obras no está en el original, por lo que no sirve comentar la diferencia, en esto, con la iglesia en Efeso, aunque no cabe duda de que las obras de la iglesia en Esmirna reflejaban el fervor del primer amor. La fidelidad a Cristo comportaba, no sólo tribulación, sino también pobreza (gr. ptokheían, suma pobreza; comp. con Lc. 16:20 «mendigo»—gr. ptokhós—). Ya que los creyentes solían surgir más bien entre las gentes de condición humilde (1 Co. 1:25–29), se añadía a esto el que, al profesar la fe cristiana, eran despedidos del trabajo y del oficio secular. Con la pobreza venía el hambre y los sacrificios de toda índole y, con frecuencia, la persecución y la muerte violenta.
No es difícil seguir a Cristo cuando todo marcha bien; es fácil incluso ser héroe de un momento; pero es más difícil servir a Dios fielmente y seguir a Jesús en medio de una constante angustia, perseverar en el deber de cada día en medio de una cerrada oposición. ¡Qué consuelo para los creyentes de Esmirna saber que Cristo conoce bien y comparte su aflicción (comp. con Is. 63:9; Hch. 9:4; Col. 1:24; 1 Ts. 2:14–16), hasta en el detalle de que los judíos se conjuran con los gentiles para perseguirles, de la misma manera que Herodes, Caifás y Pilato se hicieron amigos para crucificar a Cristo! Cristo es su Pastor (1 P. 2:25), que va delante de ellos «aunque anden en valle de sombra de muerte» (Sal. 23:4). No es extraño que haya en España quienes añoran los años de persecución. El capítulo único de la profecía de Abdías apunta en este sentido, tanto en la persecución como en la gloria futura del pueblo de Dios. En nuestros tiempos ha desaparecido la hoguera inquisitorial o las fieras del circo romano, pero los modernos adelantos de las drogas, de la parapsicología y del control de la mente por medios físicos (¡el lavado de cerebro!), harán más temible la persecución de los últimos tiempos, especialmente cuando aparezca en público el Anticristo.
5. Junto al consuelo, esa maravillosa frase en paréntesis: «¡Pero tú eres rico!» (v. 9b). ¡El reverso completo de Laodicea! (v. 3:17). ¡Ninguna queja, ningún reproche del Señor a Esmirna! Cristo conoce bien, sabe, la verdadera riqueza de aquella iglesia. Los hombres ven el exterior y juzgan por el exterior.
¡Pobre compañía de cristianos! Pero Dios penetra en la realidad interior. ¡Qué consuelo!
6. Jesús conoce bien, no sólo la bondad de los suyos, sino también la maldad de sus enemigos (v. 9c):
«… y la blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satanás». La maledicencia de dichos judíos era, a no dudar, no sólo contra los cristianos, sino contra el mismo Cristo. Los descendientes o familiares de aquellos que altercaron con Jesús, y a quienes el propio Cristo tuvo que decir que no eran verdaderos hijos de Abraham y de Dios, sino «hijos del diablo» (Jn. 8:41, 44), respaldaron ahora e incluso instigaron a los paganos a perseguir a los cristianos. En efecto, los cristianos de Esmirna informaron años más tarde que los judíos se unieron a los paganos para pedir la muerte de Policarpo ¡por la oposición de éste a la religión pagana del Estado! (recordemos el diálogo de los judíos con Pilato el día de la crucifixión del Señor).
No es, pues, extraño que Jesús diga que «no son judíos». Precisamente Judá (hebr. Yehudá) significa «alabanza, en forma de acción de gracias» (Gn. 29:35); y estos judíos, en lugar de alabar a Dios, blasfemaban de Él. De esta forma, en lugar de ser «congregación de Jehová», eran «sinagoga de Satanás», el «acusador de los hermanos» (12:10). En cambio, todo verdadero creyente, aunque fuese de origen pagano, pasaba a ser «circuncidado en espíritu» (Ro. 2:26–29) e «hijo de Abraham» (Ro. 4:16–19; Gá. 3:29). Ésta es también nuestra herencia, pero ¿cuál es nuestra riqueza? (v. Mt. 6:19–21, 24; Lc. 12:21; 2 Co. 6:8; 1 Ti. 6:17–19; Stg. 2:5).
7. Como la iglesia de Esmirna iba en breve a ser probada severamente, se le recuerda a continuación (v. 10) que su Salvador, el Señor Jesús, es el dueño de la Historia y el conquistador de la muerte: «No temas en nada lo que vas a padecer. Mira, el diablo …». Habla así porque detrás de los perseguidores paganos están los judíos («sinagoga de Satanás—hijos del diablo»—), aunque no cabe duda de que Dios iba a usar esta persecución para bien de los suyos (v. Gn. 50:20; Hch. 2:23; Ro. 8:28). Iban a ser probados, experimentados, en el crisol de la persecución. Se declaran explícitamente dos detalles de esta prueba:
(A) «El diablo va a echar a algunos de vosotros en la cárcel» (v. 10b). El verbo griego bállo, arrojar, es aquí muy expresivo, porque «las cárceles eran como una cisterna, en las que se entraba por un agujero del techo» (Bartina, ob. cit., pág. 646).
(B) El hecho de que se trate de una tribulación «por diez días» da a entender que será por un período breve (comp. con Gn. 24:55; Hch. 5:18; Jer. 42:7; Dn. 1:12; Hch. 25:6). Eso se ofrece como un estímulo para aguantar mejor (comp. con Is. 26:20; 54:8; Mt. 24:22; 2 Co. 4:17; 1 P. 1:6). Quizá se trate de una persecución localizada; desde luego, hay que distinguirla de «la prueba que ha de venir sobre el mundo entero» (3:10. V. también 7:14), de la que los «sellados» serán preservados (7:2 y ss.; 12:6). Con todo, es curioso el hecho de que, entre las diez persecuciones llevadas a cabo por los emperadores romanos contra los cristianos, la décima, la de Diocleciano, fue la más cruel y duró diez años.
Lo cierto es que la iglesia de Esmirna sufrió dos grandes persecuciones; en la primera murieron mártires nada menos que 1.500 de sus miembros; en la segunda, 800. Es muy significativo que, en términos generales, mientras duraron las persecuciones, se mantuvieron mucho mejor la ortodoxia doctrinal y la fidelidad al Señor.
Según los que interpretan los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis como una representación de la Historia de la Iglesia a nivel vertical histórico, la iglesia de Esmirna representa la epoca de las persecuciones (años 54–294, aproximadamente). Sin embargo, no todos los que abogan por esta interpretación ven en esos «diez días» del versículo 10 las diez persecuciones aludidas.
8. Lo de «Hazte fiel hasta la muerte» (v. 10d. Lit.), no significa «hasta que te mueras», sino «aunque hayas de morir», «incluso hasta el punto de morir» (NVI). W. Hendriksen (ob. cit., págs. 65, 66) cita las frases de un timonel romano que decía así al dios de las aguas, mientras tripulaba su barco en medio del mar tempestuoso: «Padre Neptuno, puedes hundirme si quieres; puedes salvarme si quieres; pero, pase lo que pase, guardaré fiel mi timón». Una actitud semejante se le pide aquí a la iglesia: No les ha de importar tener que arrostrar la muerte física, ya que «la segunda muerte no les dañará» (v. 11). Sobre lo de «fiel» (gr. pistós), comenta Millon (L’Église, pág. 21): «Creyente es el que cree; fiel es aquel en quien se puede confiar sin ser engañado». Suelo expresarlo de esta otra manera: «Creyente es el que se fía de Dios; fiel es aquel de quien Dios se puede fiar». Los creyentes podemos ser fieles, no se olvide, únicamente sobre la base de la fidelidad de Dios a su Palabra, y del poder que el Espíritu Santo nos suministra. Cuando el cristiano se percata bien de que el amor providente de Dios le conduce siempre hacia lo mejor, y está dispuesto a plegarse en todo a la voluntad de su Padre celestial, puede también ser «fiel hasta la muerte», como Aquel cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (Jn. 4:34) y, por ello, se hizo «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:8).
La fidelidad hasta la muerte requiere amor al Señor y coraje de espíritu, pero puede empañarse con malos modos o imprecaciones impropias de un seguidor del Cordero que no abrió su boca cuando era conducido al matadero (Is. 53:7). Dice a este respecto el Profesor Grau:
Moisés tuvo que soportar mucho del pueblo de Dios, pero, al fin, «habló inconsideradamente con sus labios» y recibió así el reproche del Señor. En cambio, el que no haya reproche alguno contra Esmirna demuestra que sufrió sin perder la hermosura de carácter y conducta … A veces sabemos sufrir, pero no sin afear el lenguaje o el espíritu (ob. cit., pág. 97).
9. El versículo 10 termina con esta promesa: «Y yo te daré la corona de la vida». Este genitivo es, probablemente, el que técnicamente se llama «epexegético», porque en realidad determina la cualidad de la corona; como si dijese: «Yo te daré una corona que es la misma vida eterna»; es una corona viva y, por tanto, no es algo exterior a la persona. Lo mismo que en 1 Corintios 9:25, 27, se alude aquí a la corona de laurel que se colocaba en la cabeza del vencedor, símbolo de victoria festiva para el ganador de los juegos olímpicos (Esmirna tenía juegos famosos); no se trata aquí de la diadema real. Es la misma herencia reservada en los cielos, de la que Pedro dice (1 P. 1:4) que es «incorruptible, incontaminada e inmarcesible» (v. el comentario a dicho lugar). Ya hemos indicado que esta frase «corona de la vida» tendría un eco especial en los oídos de los creyentes de Esmirna, acostumbrados a contemplar el precioso conjunto de edificios construidos en la cima del monte Pagos y llamado «la corona de Esmirna».
10. El versículo 11, con que termina la carta, repite el estribillo común a las siete: «El que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (NVI). Como en cada una de las cartas, hay también aquí una promesa «al que venza». La que aquí se promete es: «no sufrirá daño alguno de la segunda muerte» (NVI). El griego dice literalmente: «No recibirá daño en absoluto (ou me. Comp. con Jn. 6:37, por ej.) procedente de (gr. ek) la muerte segunda». «La muerte segunda» (comp. con 20:14; 21:8) es el infierno, final último y definitivo—para toda la eternidad—de la muerte primera, que es el pecado—muerte en el centro mismo del ser humano—, del que la muerte física es el salario y la secuela lógica de una depravación que abarca al hombre entero y a todos los hombres (v. Gn. 2:17; Ro. 5:12 y ss.). A reserva de lo que digamos en el comentario a 20:5, 6, se puede ya adelantar que a cada una de estas dos muertes corresponden dos resurrecciones: la primera es el «nuevo nacimiento»; la segunda, la resurrección gloriosa, final, de los creyentes, que durmieron en el Señor.
Añadamos, para terminar esta porción, que «la muerte segunda» era ya de antiguo una frase rabínica. El Targum de Jerusalén (sobre Dt. 33:6) dice: «¡Que viva Rubén en esta época y no muera de la segunda muerte de la que morirán los malvados en el mundo venidero!» (citado en el NBC, pág. 1173).
Versículos 12–17
En estos versículos tenemos el tercer mensaje del Espíritu a las iglesias. Esta vez, a la iglesia ubicada en Pérgamo.
1. Comencemos por los detalles interesantes acerca de la ciudad:
(A) Esta ciudad estaba situada a unos 70 km al norte de Esmirna y a unos 30 del mar. Era una ciudad grande y próspera a principios del siglo III a. de C. El año 133 a. de C., su rey Atalo III se sometió a Roma. Su nombre se hizo famoso por la gran biblioteca (unos 200.000 pergaminos—podía competir con la de Alejandría—) que los reyes de Pérgamo habían fundado allí, y que dio origen a la industria del pergamino, que vino a sustituir al papiro en la composición y escritura de libros.
(B) La ciudad estaba asentada en una colina de unos 300 metros de altitud, y se hizo notable por sus monumentos religiosos, entre los que descollaban el templo dedicado a Zeus Soter (nombre griego de Júpiter Salvador), asentado sobre una plataforma excavada en la roca, y el dedicado al dios de la medicina Asclepio o Esculapio, cuya insignia era la serpiente que todavía figura como emblema de la Farmacia, y que para los cristianos era el símbolo de Satanás (v. Gn. 3:1; Ap. 12:9). En la escuela de Esculapio aprendió sus artes curativas el famoso médico de la antigüedad, Galeno.
(C) «Pérgamo» significa, según F. F. Bruce, «ciudadela»; según la Pilgrim Edition de la AV inglesa, «matrimonio mixto». Es cierto que Pérgamo era una ciudadela, ubicada en un montículo en la antigua ciudad de Troya, pero eso no quiere decir que ése sea su significado etimológico. Que gámos significa en griego «matrimonio» está fuera de toda duda; mas el per inicial es difícil de trazar hasta una etimología fiable. En todo caso, podemos adoptar el de «matrimonio mixto», y decir con el refrán italiano: «si no es verdadero, está bien hallado». Según la citada escuela de interpretación que adopta el nivel vertical histórico, esta iglesia representaría el maridaje de la Iglesia con el Estado a partir de la presunta conversión del emperador Constantino a la fe cristiana y la subsiguiente declaración del cristianismo como religión oficial del Estado (aproximadamente, desde el 313 hasta fines del siglo v).
(D) La ciudadela de Pérgamo, con la colina sobre la que estaba edificada, se hallaba rodeada por el grandioso valle del Caico. Los romanos la hicieron capital de la provincia de Asia en el año 241 a. de C. Dice Ramsay: «Más que cualquier otra ciudad del Asia le da al visitante la impresión de ser la sede de la autoridad» (v. 13 «el trono de Satanás»). Fue también la primera ciudad que erigió un templo al emperador (Augusto) el año 29 a. de C. Después erigieron también templos a Roma, y a los emperadores Trajano y Severo. También Venus, por supuesto, era venerada. Y todo esto, unido a la superstición curandera, en el emporio mismo de la Medicina. «Era—dice Grau—el Lourdes de la antigüedad.» Todo esto hacía que la situación de los creyentes de Pérgamo fuese especialmente difícil en aquella ciudad que, según testigos de la época, se dedicaba a la idolatría más que todo el resto de Asia. Allí, los cristianos eran forzados a ofrecer incienso a la imagen (centro de la adoración) del emperador (recuérdese lo de la estatua de Nabucodonosor) y a decir: Kaísar Kúrios, «César es el Señor» (comp. con 1 Co. 12:3). Vamos al análisis.
2. Conforme al contexto peculiar de la carta, el atributo de Cristo que se menciona a la cabeza del mensaje a esta iglesia (v. 12) es: «El que tiene la espada aguda de dos filos» (la misma frase de 1:16). Una expresión parecida a la de 1:16 sale también en el versículo 16: «pelearé contra ellos con la espada de mi boca». Cristo se pone en plan de batalla para luchar contra los nicolaítas del versículo 15, como el Fineés (mejor, Pinjás), hijo del sumo sacerdote Eleazar, cuando traspasó con su lanza a Zimrí, hijo de Salú, y a la madianita Cosbí, hija de Sur (v. Nm. 25:1 y ss.).
3. En el versículo 13 hay tres alabanzas a esta iglesia:
(A) «Sé dónde vives—donde tiene Satanás su trono—» (NVI). Lo de «tus obras» no tiene aquí ningún soporte en los MSS. Hay cierto énfasis en ese repetido «donde»; como si dijese: En medio de un lugar tan peligroso, en medio de las peores circunstancias, sois valientes y sois fieles. No es difícil dar testimonio en circunstancias favorables; pero el arraigo de la semilla se nota cuando llegan las pruebas.
(B) «Con todo, permaneces fiel a mi nombre» NVI. Lit. retienes mi nombre). Contra el grito pagano de «César es el Señor», los fieles de Pérgamo se asían firmemente del nombre de Jesús, el Cristo, creyendo en Él y confesando valerosamente: «Jesús es el Señor» (1 Co. 12:3; Fil. 2:10, 11). Recordemos que Policarpo de Esmirna fue martirizado por negarse a maldecir de Cristo.
(C) «No has renunciado a tu fe en mí» (NVI), la fe en el Autor y Consumador de la fe del creyente (He. 12:2), la cual—con todo—es un don de Dios (Ef. 2:8, según opinión probable. V. el comentario a ese versículo).
4. El valor de esa fe de la iglesia de Pérgamo se había puesto a prueba duramente: «… ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel» (NVI. Gr. ho mártus—¡mártir!—mou, ho pistós mou. Lit. mi testigo, mi fiel). Esa frase indica una prueba singularmente dura, pero bien definida y limitada en el tiempo, a diferencia de la continua persecución que azotaba, según parece, a la iglesia de Esmirna. Esto nos enseña varias lecciones:
(A) La cultura humana, la del mundo, puede ir de la mano de la más fiera persecución. La biblioteca de Pérgamo contaba con más de 200.000 pergaminos, pero allí reinaban la superstición, la idolatría y la persecución de los cristianos. No en vano estaba allí «el trono de Satanás» (v. 13). El sitio desde donde dominaba Satanás todo el Este—dice Bartina—era Pérgamo (v. ob. cit., págs. 648, 649), pues allí se hallaban el centro del culto imperial, el colegio de los sacerdotes paganos y la mayor abundancia de templos paganos.
(B) La valentía de los pergamenos creyentes era tanto más de notar cuanto que—según opinan casi todos los intérpretes—el propio pastor de la iglesia, Antipas (contracción de Antípatro), había sido martirizado allí mismo: «entre vosotros» (v. 13, al final). Los bolandistas que coleccionaron las Actas (muchas de ellas, puras leyendas) de los mártires, colocan su muerte y celebración litúrgica el 11 de abril. Parece ser que padeció bajo Domiciano—poco antes de que se escribiese el Apocalipsis—, quemado dentro de un buey de bronce.
(C) Otra lección que hemos de aprender aquí es a no juzgar con demasiada precipitación a los hermanos débiles, sin tratar de comprender las circunstancias especiales en que pueden hallarse, ya sea de continuo, o en un momento determinado.
5. Luego (v. 14) viene el reproche: «Sin embargo, tengo unas pocas cosas contra ti» (NVI). Téngase en cuenta que no dice «pequeñas», sino «pocas», que no es lo mismo. Unas pocas cosas, si son graves, pueden ser fatales. ¿Qué cosas eran ésas? Se enumeran a continuación:
(A) «Que TIENES ahí a los que RETIENEN la doctrina de Balaam …» (v. 14b. Lit.). En el versículo 15 va a repetir los dos verbos tienes y retienen. Nótese de entrada la diferencia entre ambos verbos: (a) «tienes» (gr. ékheis), como si dijese: «lo tienes en medio de ti como un tumor»; (b) «retienen» (en el v. 13, mi nombre—en buen sentido—; en el v. 14—en mal sentido—, la doctrina de Balaam); en ambos casos, el verbo griego es krattein, agarrar, asir, sujetar, retener.
Ya vimos, al analizar el versículo 6, la analogía entre los nicolaítas y la doctrina de Balaam, cuyos mantenedores estaban allí, en medio de la congregación, sin que se les aplicase la necesaria disciplina. Para entender bien lo de Balaam, léase Números 25:1 y ss., junto con 31:16. Dice Salguero (ob. cit., 348):
«Balaam quedó en la literatura judaica como el prototipo del inductor al mal». De ahí, lo que sigue (v. 14b): «el que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel» (lit.). El griego usa la palabra bien conocida skándalon. También dice que enseñaba «a comer de cosas sacrificadas a los ídolos (gr. eidolothúta, el mismo vocablo de Hch. 15:29; 1 Co. 8:1, entre otros lugares) y a cometer fornicación». Aunque esté también comprendida la fornicación espiritual, puesto que, para un hijo de Dios, la idolatría es siempre «prostituirse ante un extraño» (Salguero, ob. cit., pág. 348), no hay que descartar la fornicación física, como en el caso de Zimrí (también se incluye aquí el caso de los matrimonios mixtos).
La lección que hemos de sacar de aquí es obvia: ¡Atención a la mundanalidad entre los creyentes! No basta con la ortodoxia. ¡También los demonios son «ortodoxos»! (Stg. 2:19). Como dice Grau (ob. cit., pág. 110): «No basta tener la verdad, si no andamos en la verdad». Es cierto que, en aquellas circunstancias, era difícil ser testigo de Cristo, cuando hasta el rehusar tomar parte en los festivales, los banquetes y los negocios de los paganos—con los dioses tutelares de cada gremio de comerciantes—, significaba la marginación social y la pérdida del empleo. Para algunos, esto era un «tropiezo», y seguramente inventarían excusas similares a las que se inventan en nuestros días: «Hay que entrar en el ambiente de ellos para atraerlos … Ya sé que los ídolos son nada … Yo asisto de forma pasiva … ¿Qué mejor cosa que entrar a conocer bien las doctrinas y los métodos de ellos, para poder vencer a Satanás más eficazmente, etc.?»
(B) «Y asimismo (v. 15) TIENES a los que RETIENEN la doctrina de los nicolaítas» (lit.). La añadidura: «la que yo aborrezco» no figura en el original. Se nos vuelve a hablar de los nicolaítas, como en el versículo 6. La diferencia con aquel versículo es doble: (a) En el versículo 6 se nos habla de obras; aquí, de doctrina. Hay en la carta a Pérgamo una clara insistencia en la doctrina (gr. didakhé—aquí y en el v. 14—. Nótese igualmente el «enseñaba»—gr. edídasken—del v. 14); pero es una doctrina que lleva a una vida de corrupción. (b) Pero la diferencia principal con el v. 6 es que, allí, la iglesia de Éfeso aborrecía tales cosas, como el Señor las aborrece, mientras que aquí se dice: «tienes, esto es, no sueltas, no disciplinas, a los que retienen, etc.». Allí hay alabanza; aquí, reproche. Ya hablamos de los nicolaítas, como tocados de gnosticismo, pues no tenían en cuenta los pecados de la carne (¡materia!), contra lo que dice Pablo en Romanos 3:8; 6:1, y Juan en 1 Juan 3:4–10. Todo ello facilitaba el compromiso con el mundo. ¡Servir a dos señores! ¡Hermanos, cuidado!
6. Llega ahora (v. 16) la invitación al arrepentimiento: «Por tanto, arrepiéntete» (gr. metanóeson, en aoristo, como algo urgente; el mismo vocablo del v. 5, en la carta a Éfeso). Era preciso darse cuenta del peligro, cambiar de mentalidad y darse media vuelta. Analicemos y ahondemos:
(A) ¿De dónde arrancaba este descuido? ¿Cómo es que no se aplicaba la disciplina necesaria? Hendriksen (ob. cit., págs. 66, 67) opina que ello se debía a un exagerado énfasis en la salvación individual, descuidando el buen estado de la iglesia como congregación y, por tanto, no se percataban de que lo que atañe a un miembro repercute en todos. Si se admite que los fieles de Pérgamo no daban demasiada importancia al tinte gnóstico de los nicolaítas, puede pensarse que estaban siendo tocados de antinomianismo.
(B) En todo caso, el Señor anuncia su pronta visita (v. 16b): «mas, si no, vengo a ti enseguida» (lit.). Jesús va a llegar con la vara de la disciplina, para purgar de males a la iglesia. No es un castigo, sino una medida de amor, de pureza, de invitación a «volver en sí»; en una palabra, viene a educar a su pueblo (v. 1 Co. 11:32, ¡PEDAGOGÍA!)
(C) Nótese también el contraste entre lo que se dice a la iglesia como a tal («arrepiéntete») y lo que se dice de los falsos maestros, los balaamitas y nicolaítas (v. 16b): «… y pelearé contra ellos con la espada de mi boca» (comp. con el v. 12 y 1:16). «Se señala con esto, dice Bartina (ob. cit., pág. 651), una calamidad pública, como guerras, facciones o mortandad a espada y lanza». Lo mismo que en el caso de Acán (Jos. cap. 7), la congregación entera pagaría, por solidaridad, por la aberración de unos pocos falsos profesantes.
7. Después del estribillo común a todas las siete cartas, viene ahora (v. 17) la recompensa peculiar al que venza en las condiciones en que se hallaban los creyentes de Pérgamo. La recompensa es, en realidad, doble:
(A) «Al que venza, le daré del maná escondido» (NVI). Recordemos que el maná estaba escondido en el Arca (Éx. 16:32–34; He. 9:4). Había una expectación general entre los judíos de que, cuando se manifestase el Mesías, descendería maná del cielo (comp. con Jn. 6:33, 38). ¡El pan bajado del cielo! (comp. con Sal. 78:25, 26). Se trata de un alimento espiritual, como el «agua de vida» o «el fruto del árbol de la vida». Era algo muy apropiado para incitarles a abstenerse de comer de los idolotitos: «Nosotros tenemos un altar …» (He. 13:10). Privándose de aquellos delicados manjares, los cristianos podían mirar en lontananza, para toda la eternidad, cómo se les preparaba algo mucho mejor. Este maná está escondido del mundo, pero revelado a los creyentes sinceros ya en este mundo y, sobre todo, en la eternidad; especialmente, a los fieles de Pérgamo que, por amor a Cristo, se abstenían de los banquetes idolátricos; el mismo Señor les servirá en el banquete celestial, como ha prometido en su Palabra: «Serán alimentados por el Señor en persona». La victoria es por la fe que vence al mundo (1 Jn. 5:4). Según el apócrifo 2 Macabeos, Jeremías, antes del destierro, había escondido el maná del Arca, y se conservaría para los últimos tiempos (v. 2 Mac. 2:5).
(B) «Y le daré (v. 17b) una piedrecita blanca, e inscrito en la piedrecita un nombre nuevo, el cual ninguno conoce (lit. sabe) sino el que lo recibe.» Esta promesa merece un estudio más detallado:
(a) Se trata de una piedrecita blanca (gr. pséphon leukén). El griego pséphos sale únicamente—dos veces—en este versículo y en Hechos 26:10 en todo el Nuevo Testamento. La piedrecita, blanca o negra, según su empleo (como la bola blanca o negra, usada hasta hace poco en España en las votaciones para ciertas prebendas catedralicias), era usada tanto por los griegos como por los romanos (latín, lapillus) para diversos menesteres: 1) Para votar: blanca, para absolver; negra, para condenar. En este sentido, dice Ovidio (Metamorfosis, 1:15), en un par de hexámetros: «Mos erat antiquis, niveis atrisque lapillis / His damnare reos, illis absolvere culpa»; es decir: «Los antiguos tenían por costumbre usar piedrecitas blancas y negras / éstas, para condenar a los reos; aquéllas, para absolverles de culpa» (comp. con Hch. 26:10). Esto va contra W. Hendriksen (ob. cit., págs. 67–71), quien opina que se trata de «diamante»; si así fuese, el original no diría pséphon, sino líthon tímion (comp. con 1 Co. 3:12). 2) Los hebreos las usaban como Urim y Tumim: para explorar la voluntad de Jehová, en forma de respuesta afirmativa o negativa. 3) Hay quienes las relacionan con las doce piedras que el sumo sacerdote llevaba en el efod, en señal de que llevaba sobre sí la representación de las doce tribus de Israel. 4) También eran usadas por los romanos como billetes de entrada para los festivales más importantes. 5) Finalmente, en un sentido parecido al anterior, los romanos la usaban como téssera hospitalis, esto es, como «señal para el huésped».
(b) Lo más probable es que Juan quiera dar a entender esta última acepción, ya que el contexto habla de comer del maná escondido. Era una piedrecita blanca, oblonga, que servía como de billete de personal identificación al ser invitado a un banquete; se partía en dos con la mano, a fin de evitar una perfecta simetría; en una de las mitades, figuraba el nombre del anfitrión; en la otra, el nombre del invitado. Al llegar éste al lugar del banquete, presentaba su mitad y el anfitrión la juntaba con la otra mitad, con lo que la identificación quedaba garantizada.
(c) En cuanto al «nombre nuevo», inscrito en la piedrecita blanca, se dan varias opiniones, pero lo más probable es que, al seguir lo dicho sobre la téssera hospitales, se halle, en una de las mitades, el nombre del anfitrión Jesús (comp. con Fil. 2:10); en la otra, el del propio creyente, que es el invitado. Aunque todos los creyentes genuinos comparten la divina naturaleza (2 P. 1:4) y, por tanto, la santidad, la sabiduría y el poder de Jesús, cada creyente tiene una peculiaridad.
(d) Sería así como un nuevo status: un carácter peculiar de cada individuo, moldeado por la gracia y el poder de Dios, para un llamamiento y un servicio peculiares. De la misma manera que Dios cambió el nombre de Abram («padre excelso») en Abraham («padre de multitudes»), y el de Jacob («suplantador»), en Israel («el que lucha con Dios»), así tambien cada creyente puede tener un nuevo nombre, propio y valioso, que los demás desconocen. ¡Qué consuelo tan grande para un discípulo de Cristo! Aunque seamos unos desconocidos para el mundo, Dios nos ha puesto un nombre nuevo, bien conocido de Él, y que nos caracteriza personalmente.
(e) «… el cual ninguno conoce, sino aquel que lo recibe», dice la frase final de este mensaje. En la literatura semítica, así como en la egipcia, el que conoce el nombre secreto de una persona tiene un poder absoluto sobre ella. De ahí que Dios no quisiese revelar a Moisés su propio nombre secreto y respondiese con un «YO SOY EL QUE SOY» (Éx. 3:14. V. el comentario a este lugar), no sólo porque no hay palabra humana que pueda definir al Infinito, sino porque Dios no puede ser manipulado por nadie. De ahí deducen algunos, como Bartina, que en la piedrecita no puede figurar el nombre de Jesús, porque ningún creyente tiene poder sobre Cristo; sin embargo, el versículo 13 dice, en tono de encomio:
«retienes (gr. krateís, echas mano, agarras, sujetas) mi nombre». Dios se ha hecho tan accesible en Cristo, que los hombres no sólo lo arrestaron, sino que lo mataron. Por otra parte, si se trata de un banquete, como aquel al que el Señor invita en 3:20, ¿no se indicará aquí una mutua «posesión», esto es, una íntima comunión del creyente con su Señor y Salvador?
8. Aparte de las aplicaciones que ya han surgido espontáneamente del análisis de este mensaje, añadiremos algunas ideas más concretas y prácticas:
(A) El seguimiento del Maestro obliga al creyente a una vida de santidad, bien reflejada en lugares como Romanos 6:12 y ss.; Gálatas 5:13, 22 y ss.; Efesios capítulos 5, 6; Tito 2:11–14; 1 Pedro 1:13 y ss.; y hasta Santiago 1:27 (la primera parte invita a imitar la inmanencia de Dios; la segunda, la trascendencia) y Judas 20–23. Como dice Grau (ob. cit., págs. 110, 111): «El sello del Maestro tiene dos lados. Sobre uno están esculpidas estas palabras: “Conoce el Señor a los que son suyos”; y sobre el otro lado: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor”». Y continúa: «Es blasfemia cualquier tentativa de eliminar este segundo lado del sello. Esta blasfemia no puede ser tolerada dentro de la iglesia. El mandato de Dios es mandato de paz, pero paz fundada en pureza, porque la sabiduría que es de arriba es primeramente pura y luego pacífica (Stg. 3:17)».
(B) Por su parte, I. Barchuk (ob. cit., págs. 62, 63) hace notar que la amistad con los mundanos, por inocente que parezca, y aunque se cubra con capa de querer atraer a los inconversos, da siempre malos resultados, porque lo corriente es que, en tales casos, los mundanos no dejan al creyente hablar del Evangelio; en cambio, ellos tratan de arrastrar al cristiano a sus propios vicios: el tabaco, el alcohol, los espectáculos, los bailes y las conversaciones y chistes indecentes. Y termina Barchuk diciendo: «En una palabra, los seguidores de Balaam desearían arrastrar a los creyentes al mundo y al pecado».
Versículos 18–29
Sigue ahora la carta del Señor a la iglesia de Tiatira. Es el mensaje más largo (12 versículos) a la lugareña villa de Tiatira, hoy Akhisar, con unos 35.000 habitantes (censo antiguo). En realidad, es una carta doble: la primera parte (vv. 18–23) está dirigida principalmente a propósito de «Jezabel»; la segunda (vv. 24–29) tiene que ver con la comunidad entera, aunque las dos partes se superponen o entremezclan. En la segunda parte, no aparece ya ninguna reprensión. A partir de esta cuarta carta, los dos últimos elementos (promesa especial y estribillo) se invierten, y aparece en último lugar lo de «El que tenga oídos…».
1. Tiatira, que significa «actividad sacrificial», representa, para los sostenedores del nivel vertical histórico, el error en que cayó la Iglesia en este período (años 500–1500), al ignorar paulatinamente el hecho de que el sacrificio de Cristo en la Cruz era suficiente para perdonar los pecados (He. 10:12) y convertir la Cena del Señor en un sacrificio con altar y casta especial de sacerdotes. En cuanto a la ciudad misma, los siguientes detalles pueden resultar interesantes:
(A) Está situada a 65 km al sureste de Pérgamo (comienza a cerrarse hacia abajo la herradura), entre los valles del Caico y del Hermo, y está abierta a una fertilísima llanura, cosa rara en las ciudades antiguas, que solían edificarse en alturas, a fin de defenderse mejor del enemigo que pretendiese asaltarlas. Fue fundada por Seleuco I Nicanor (355–280 a. de C.), uno de los cuatro generales de Alejandro Magno, entre los cuales repartió éste sus dominios antes de morir. Seleuco la pobló con soldados de Alejandro Magno y sus familias. Cayó en poder de Roma el año 190 a. de C.
(B) Era célebre por su comercio, sus hilaturas de lana y sus tintorerías. De allí era Lidia, la vendedora de púrpura de Hechos 16:4, convertida al Señor por ministerio de Pablo. Las corporaciones de obreros y los gremios de industriales absorbían la vida comunal de la ciudad. Los gremios, como en otras partes, tenían sus dioses tutelares. Los habitantes de Tiatira tenían—según Plinio—mala fama, gente deshonrada.
(C) Había allí un templo erigido al dios Apolo, otro a Artemisa (la Diana latina, como en Éfeso), así como el famoso peribolé (recinto), residencia de la sibila oriental Sambata. No cabe duda de que esto fomentaba, además de la idolatría y de la superstición comunes a todo el Imperio, el ocultismo y el satanismo. «La vida religiosa—dice Bartina (ob. cit., pág. 652)—pagana se centraba en cultos y banquetes idolátricos.» Más aún, el que comía en esos festivales tomaba el alimento como un regalo del dios correspondiente al gremio respectivo. Por tanto, la difícil posición del creyente se debía a la alternativa entre el compromiso de cumplir con sus obligaciones gremiales paganas y las exigencias de su fe cristiana. El que se mantenía fiel arriesgaba su empleo, su prestigio, su vida misma.
2. A esta iglesia se presenta Cristo (v. 18), en primer lugar, como «el Hijo de Dios», único lugar del Apocalipsis en que se afirma de modo explícito la filiación divina de Jesús, aunque ya encontramos epítetos equivalentes en 1:6; 2:27; 3:5, 21; 14:1.
3. «El que tiene los ojos como llama de fuego» (v. 18b) es una expresión que encontramos ya en 1:14. Los antiguos creían que, para gozar de una visión perfecta, se requería, además de la luz exterior, otra luz emanada del interior de la persona. Así pensaba Platón y, por eso, propuso su alegoría de la caverna, desde cuyo fondo ven los mortales pasar, cual sombras, las realidades de este mundo, hasta que, libres de este cuerpo opaco, material, vean la realidad como la ven los ojos de Dios. Agustín de Hipona pensaba del mismo modo. En este contexto cultural, era fácil para un habitante de Tiatira comprender mejor el sentido de la frase: Los ojos de Cristo, con su luz divina, omnisciente, penetran en el interior de las almas y de los corazones, sin que se les escape en la sombra el pecado más secreto (v. 23).
4. Los «pies semejantes al bronce bruñido» (v. 18c) son, como en 1:15, para pisotear y triturar a sus enemigos, como si triturara vasos de alfarero (v. 27, comp. con Sal. 2:9 y hasta con Is. 63:3). Muchos autores opinan que, al aparecer fluido el estado del bronce, tanto aquí como en 1:15, esta transparencia y luminosidad del ámbar o azófar podría simbolizar el camino luminoso, de naturaleza espiritual totalmente pura, de los pies de Cristo. Lo primero parece estar más en consonancia con la alusión al Salmo 2, más bien que lo último. Es un gran consuelo para un creyente saber que tiene un Señor que todo lo ve y todo lo puede. También entraña una advertencia saludable. Dice Grau (ob. cit., pág. 113): «Lo que tú y yo no hemos contado a nadie, Cristo lo sabe!» Sí, y también conoce «las profundidades de Satanás» (v. 24).
5. A pesar del reproche que viene en el versículo 20 (y precisamente por ello), la alabanza que se contiene en el v. 19 es espléndida; se mencionan muchas y grandes virtudes: (A) «Las obras» (gr. ta érga), excelentes, por los motivos que las informaban; (B) «El amor» (gr. agápen), un amor activo, distintivo del verdadero discípulo de Cristo (Jn. 13:35) y bien ejercitado en obras de misericordia y beneficencia; (C) «La fe» (gr. pístin), no como medio de salvación, sino como fidelidad, lealtad constante al Señor, como fruto de una comunión íntima con Él; (D) «El servicio» (gr. diakonían), del cual dice Grau (ob. cit., págs. 114, 115): «¿Qué es sino el amor en acción? Servicio es más que trabajo, servir representa algo más que el simple hacer. Requiere comprensión, ternura, disponibilidad, atención, etc., y no simple actividad. Campbell Morgan decía que
—hacer mucho sin amor no es servicio, sino vanagloria;
—hacer lo que nos gusta, no lo que necesita el prójimo, no es servicio, sino vanidad;
—estar dispuesto a dar un banquete, pero no un vaso de agua fresca, no es servicio, sino soberbia».
(E) Finalmente, «la paciencia» (todas las virtudes llevan artículo en el original, y van referidas al gr. sou—tu—que va al final de todas), en sentido de aguante (gr. hupomonén), como una fuerza especial que la caridad, el amor de arriba (v. el comentario a 1 Jn. 3:1), da para sufrir con santa resignación (comp. con 1 Co. 13:7 «todo lo soporta»). No es simplemente constancia, sino un espíritu de perseverancia alegre y de paz activa, que se mantiene firme en medio de las dificultades. «Alguien ha dicho—comenta Grau (ob. cit., pág. 115)—que es la capacidad de estar tranquilo, o quieto, en medio de la tempestad. Si la fidelidad es la fe en acción, la paciencia es la condición del carácter que resulta de ella; es la expresión de la lealtad. ¿No será también esta paciencia de que se habla aquí, la paz de espíritu y de corazón en medio de las fatigas de la vida?» Además, todas estas virtudes iban en aumento, al revés que en Éfeso.
6. A continuación viene el reproche (v. 20): «Pero tengo unas pocas cosas contra ti». Es la misma frase del versículo 14. A mayores alabanzas, más duro reproche. Se tolera (gr. eás), o se permite (gr. apheís)—según se siga la lectura de un grupo de MSS o de otro—, la presencia de un foco de corrupción dentro de la iglesia: «Toleras a esa mujer Jezabel, que se llama a sí misma profetisa» (NVI). Cierto número, no despreciable, de MSS dicen «tu mujer», pero está mucho mejor atestiguada la lectura «esa (lit. la) mujer».
(A) Comencemos por afirmar que se trata de un nombre simbólico, ya que ningún judío habría puesto semejante nombre a una hija suya, y no era presumible que un pagano griego lo hiciese. Basta con recordar la historia funesta de la impía mujer de Acab, rey de Israel (v. 1 R. 16:31; 18:4; 19:2, 21; 21:25; 2 R. 9:22, 30–37), para calibrar la maldad de la seudoprofetisa a la que se refiere el presente versículo. Jezabel, hija del rey de Sidón, Etbaal, fue la que indujo a su marido Acab a la idolatría, la injusticia y la corrupción; la que introdujo en Israel el culto a Astarté (la Venus de Fenicia y Siria), a Baal y a otras deidades falsas, y lo hizo con carácter oficial y el apoyo del Estado, de aquel Estado heredado de David y típicamente teocrático.
(B) Como observa Barchuk, su influencia era mucho más nefasta que la de Balaam, «porque Balaam podía solamente aconsejar, mientras que ésta podía ordenar también, como quien tiene autoridad». Es significativo que su propio nombre—según el mismo autor—quiera decir «deshonesta, perjura». Ella era la inductora de todo mal y la perseguidora de los verdaderos profetas (v. 1 R. 16:31; 18:4, 13, 19; 2 R. 9:22). Como observa Grau (ob. cit., pág. 117), «Jezabel representa el maridaje idolatría-Estado, así como la simbiosis profetismo-laxitud moral (1 R. 16:31; 2 R. 9:22–30)».
(C) Pero veamos ya las actividades de esta otra «Jezabel» de Tiatira: «Se llama a sí misma profetisa» (NVI). Es cierto que hallamos verdaderas profetisas en la primitiva Iglesia (v. Hch. 21:9), pero ésta, aunque se llama así, no lo es, puesto que (v. 20b), «con su doctrina extravía a mis siervos hacia la inmoralidad sexual y a comer de lo inmolado a los ídolos» (NVI). Arrogándose una didakhé (gr. didáskei, en presente continuo) o enseñanza que no le pertenece, es una falsa profetisa y una falsa maestra, que abusa de su gran ascendiente social—así parece ser—para hacer errar (gr. planá, también en presente), nada menos que dentro de la propia congregación, a los creyentes de la modesta, pero excelente, comunidad cristiana de Tiatira. Se trata, no cabe duda, de errores prácticos (y, por ello, más temibles), más bien que doctrinales, aunque no se descartan éstos. Incitaría a los creyentes a asistir a los festivales idolátricos y a conocer «las profundidades de Satanás» (v. 24), con el señuelo de enterarse bien de la gnosis ocultista y experimentar la «luz pura del espíritu», para mejor vencer el pecado; podrán hacerlo— diría ella—sin dejar de ser cristianos; más aún, para ser mejores y más sabios cristianos.
(D) A esto se añade su endurecimiento, pues continúa diciendo el Señor (v. 21): «Yo le he dado tiempo para que se arrepienta de su inmoralidad, pero no quiere arrepentirse» (NVI). En este versículo aparece la infinita longanimidad y misericordia del Señor, que le sigue dando tiempo para que se arrepienta (comp. con Ro. 2:4, 5). Tres veces sale aquí el verbo arrepentirse (gr. metanoeín) entre este versículo y el siguiente. «Pero no quiere arrepentirse.» También la otra Jezabel, aquel monstruo de iniquidad, tuvo su oportunidad, pero hizo caso omiso de todas las advertencias. Esta Jezabel se sentía «profetisa», con hilo directo hasta el Espíritu Santo; ¿por qué asustarse ante las advertencias de un viejo exiliado como Juan?
(E) La cosa era muy grave; la astucia, muy sutil: Jezabel (y sus seguidores) olvidaban la distinción entre comunicación y comunión con los paganos, entre comprar o comer viandas sacrificadas a los ídolos y participar en los banquetes idolátricos (v. 1 Co. 8:10). Y, lo que es peor, inducía a los creyentes a la relajación moral y a la idolatría. Dichos banquetes cúlticos terminaban, a menudo, en abiertas bacanales. El antinomianismo gnóstico encontraba así su expresión práctica. No estamos hoy inmunizados contra peligros similares. Quizá no digamos como los gnósticos: «Lo que hago con mi cuerpo no afecta a mi espíritu». También hubo quienes sacaban consecuencias falsas de un principio legítimo: «Ya no vivimos bajo la Ley, sino bajo la gracia» (v. Ro. 6:15). Y muchos que profesan la fe cristiana dicen hoy en día (o, al menos, obran como si lo dijeran): «El negocio, la vida social, la política, las diversiones, etc., no tienen nada que ver con mi fe cristiana». ¡NO OLVIDEMOS QUE SOMOS SAL Y LUZ DEL MUNDO!
7. En vista de la impenitencia de Jezabel, la falsa profetisa de Tiatira, el Señor amenaza (vv. 22, 23) con graves castigos:
(A) «Así que voy a postrarla (v. 22) en un lecho de dolor» (NVI). El castigo es justo y apropiado al pecado, puesto que esta seudoprofetisa incitaba a los creyentes de Tiatira a tenderse en el lecho de los banquetes idolátricos, según la costumbre de entonces (el triclinium de los romanos—v. Jn. 2:8 arkhitriklino, el jefe del triclinium—), y también en el lecho del adulterio. En pena de tal pecado, el Señor «la arroja (presente incoativo) a la cama» (lit.), donde tendrá enfermedad, dolor, sufrimiento.
(B) Sus seguidores tendrán (v. 22b) «gran tribulación», semejante a la de ella. Por Éxodo 21:18; Jueces 8:3, etc., vemos que «caer en un lecho» (hebr. nafal lemiskab) es sinónimo de enfermar gravemente «… si no se arrepienten». Nuevamente vemos que el Señor ofrece hasta el último momento la oportunidad de arrepentirse. Este acento de gracia y de misericordia se halla a lo largo de todo el Apocalipsis, hasta el final (v. 22:17—como si Dios mismo, antes de cerrar para siempre las puertas de la Nueva Jerusalén, saliese a lanzar un último pregón de gracia).
(C) Los propios hijos naturales de Jezabel (v. 23) serán heridos de muerte por el Señor (recuérdese la muerte del hijo ilegítimo de David y Betsabé—2 S. 12:18—), como le pasó a la descendencia de la otra Jezabel (v. 1 R. 21:21; 2 R. 10:7). Quizás se refiera a los hijos «espirituales» de esta Jezabel. El original dice: «mataré con muerte», hebraísmo con el que suele designarse una muerte terrible, «pestilencial», como la de Ezequiel 33:27, y colectiva. Con todo, se trata de un castigo correctivo y admonitorio: «y todas las iglesias sabrán …».
(D) Este juicio del Señor debe ser un ejemplo y un aviso para todas las iglesias: comprenderán lo que significa comportarse vilmente a los ojos del que (v. 23b) «escudriña los riñones y el corazón» (lit.). Los riñones, en la mentalidad hebrea, eran la sede de las emociones, de los sentimientos profundos, de los afectos ocultos, mientras que el corazón era la sede de los pensamientos que rigen la conducta, de los planes deliberados, de los deseos voluntarios, aunque no siempre plenamente conscientes (v. Jer. 17:9). Todas estas cosas podrán estar ocultas a los ojos de los hombres, pero no pueden pasar desapercibidas para «el que tiene los ojos como llamas de fuego» (v. 18, lit.), el cual penetra hasta lo profundo del hombre entero, con sus proyectos, quereres, deseos, intereses, motivos y responsabilidades. Dice Dios en Jeremías 17:10: «Yo, Jehová, que escudriño los riñones, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras». El final del versículo 23 alude, en efecto, explícitamente al pasaje de Jeremías, y muestra también que el Señor se dirige personalmente a cada uno de los miembros de cada congregación (v. también Ro. 8:27; 1 Ts. 2:5).
8. El Señor vuelve luego (vv. 24, 25) a dirigirse a la parte buena de la congregación: «Y ahora os digo al resto de los que estáis en Tiatira, a los que no seguís la doctrina de ella y no habéis aprendido los profundos secretos, como dicen ellos, de Satanás (no os impondré ninguna otra carga): Solamente que os atengáis a lo que tenéis, hasta que yo vaya» (NVI).
(A) El original habla de «las profundidades (gr. ta bathéa) de Satanás» (lit.), según las llamaban ellos. Se trata, sin duda, de los misterios reservados a los iniciados en el ocultismo de la «gnosis». Eran secretos que, al fin y al cabo, implicaban una rotunda emancipación de la moral cristiana, según el principio gnóstico: «todo es lícito a los perfectos». Los errores doctrinales del gnosticismo comportaban, en la práctica, libertinaje moral, independencia de toda autoridad y hasta ribetes de falso misticismo, mezclado con pretensiones proféticas.
(B) Con todo ello, el diablo «ganaba ventaja» (2 Co. 2:11. V. también 1 Co. 10:20–22) por ignorar sus maquinaciones; y eso, no desde el mundo exterior, sino desde dentro de la iglesia. Dice Grau (ob. cit., pág. 122): «En el mensaje dirigido a Esmirna, el diablo operaba desde la sinagoga (v. 9). En el mensaje dirigido a Pérgamo, se advierte que el diablo tiene su trono en el templo de Esculapio (v. 13), la divinidad pagana. Ahora, en Tiatira, el caso es más grave: el diablo había establecido su base de operaciones dentro de la misma iglesia».
(C) Jesús no impone otra carga por el hecho de prohibir el conocimiento de las llamadas «profundidades de Satanás». Es como si repitiese aquello de Mateo 11:30 «mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (comp. con 1 Jn. 5:3b), mientras que los seguidores de Jezabel tenían por yugo insoportable—a juzgar por su conducta—las enseñanzas evangélicas.
(D) «Solamente que os atengáis a lo que tenéis, hasta que yo vaya» (v. 25. NVI), agrega el Señor. Ésta es la única carga que impone (comp. con 3:11, semejante en el fondo, y recuérdese la decisión del sínodo de Jerusalén—Hch. 15:28, 29—). Dice el original: «Lo que tenéis (gr. ékhete, en presente), lo que ya poseéis, retenedlo (gr. kratésate, en aoristo de imperativo), agarradlo con fuerza, para que nadie os lo arrebate. Aquí está incluido todo el conjunto doctrinal revelado, así como las promesas, las esperanzas y los privilegios que comporta la condición cristiana. Dice Grau (ob. cit., pág. 123): «Es doctrina y vida, dogma y vivencia. Todo esto conviene que lo retengamos siempre, hasta que el Señor venga a buscarnos».
9. Llega ya la promesa (vv. 26–28) para «el que vence y el que guarda mis obras hasta el fin», es decir, al que vence las tentaciones que la impía Jezabel presenta y al que hace con perseverancia las obras que agradan al Señor. Por eso, los dos verbos están en presente continuo. Lo que Cristo le promete son dos grandes privilegios:
(A) «Autoridad (exousían) sobre las naciones» (v. 26b), de parte del Soberano Señor de la Iglesia, que se pasea entre los siete candelabros (1:20). También él vencerá al mundo (1 Jn. 5:4, 5) y al demonio (1 Jn. 2:14; 5:18); sin olvidar, como dice Grau (ob. cit., pág. 123), que «la vida cristiana no es una batalla, sino una campaña». El versículo 27 detalla la forma en que el vencedor ejercerá tal autoridad: «Él las regirá con cetro de hierro y las hará añicos como cacharros de barro; de la misma manera que yo he recibido potestad de mi Padre» (NVI). Analicemos este versículo:
(a) El versículo anterior extendía a los creyentes fieles de Tiatira el privilegio concedido a Cristo en el Salmo 2:8. El presente versículo les aplica el versículo 9 del mismo salmo, pero con una variante. El verbo hebreo rahah puede significar, con una pequeña variante, regir o pastorear, por una parte (v. Sal. 23:1 «mi pastor»; hebr. roí); por otra, destruir o quebrantar. Los LXX lo vertieron por poimánein, pastorear (como en Jn. 21:16), y de ahí toma Juan el verbo aquí. Sin embargo, el hebreo dice
«quebrantarás», como puede verse en nuestra Reina-Valera.
(b) Ya desde Homero (siglo IX u VIII a. de C.), los reyes eran llamados poiménes laón, «pastores de pueblos»; en cierto modo, los dos significados vienen a unirse aquí, lo mismo que en Salmos 2:9, puesto que «pastorear con vara de hierro» equivale, como observa Grau (ob. cit., pág. 124), a «pastorear con firmeza». Esta expresión cuadra magníficamente con el modo en que Cristo ejercerá su oficio regio durante el Milenio; el reino mesiánico milenario será un reino, y un reinado, en el que los súbditos obedecerán puntualmente las órdenes del Rey, de grado o por la fuerza.
(c) La frase vuelve a salir en 12:5 y 19:15, lo que confirma la datación de tal gobierno durante el Milenio. Entonces será cuando los que tomaron parte en la primera resurrección (v. Mt. 19:28 y comp. con Ap. 20:4, 6) participarán, de lleno, del poder regio de Cristo, lo mismo que del judicial, aunque ya desde ahora los ejercen los creyentes dentro de la Iglesia (1 Co. 6:2; 1 P. 2:9).
(d) Es cierto que esta autoridad se le concede al creyente fiel para el futuro. Pero, ya desde ahora, se siente seguro en las manos del Padre, quien controla todos los acontecimientos, prósperos y adversos, para bien de los que le aman (Ro. 8:28). Si estamos fuertemente unidos a Jesús, nada ni nadie podrá hacernos daño (v. 1 P. 3:13), como no pudieron contra los fieles de Tiatira las autoridades o gremios locales ni la tiranía imperial, por mucho que se esforzasen en arrebatarles la fe. Y, tras del séptimo toque de trompeta, se oirá desde el cielo una voz que dirá: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (11:15). En 3:21 hallamos cierta similitud con esta promesa. Lo de «las hará añicos como cacharros de barro» (NVI) lo entenderían bien los alfareros de Tiatira.
(B) La segunda promesa es (v. 28): «También le daré el lucero de la mañana» (NVI). Esta segunda promesa indica asimismo una participación en la gloria del Señor resucitado. Es un don igualmente escatológico que, como en 1 Corintios 15:41 y ss., implica las dotes gloriosas del cuerpo del creyente tras de la primera resurrección (comp. con 1:16; 22:16). La misma frase ocurre en 2 Pedro 1:19, al final. No se trata, pues, del llamado «lucero del alba» (Venus), sino del propio Sol, que es el que suministra al mundo la luz del día (comp. con Jn. 8:12) y es un símbolo muy adecuado del Cristo resucitado, ya que el Sol parece morir cada día cuando es sepultado en el poniente, para salir de nuevo, con renovado resplandor, al día siguiente, por levante (que, en Cristo, no es desde el horizonte bajo y lejano, sino del cenit—del mismo cielo—, como anunció Zacarías, el padre de Juan el Bautista—v. Lc. 1:78—).
Por otra parte, el Sol es llamado «el Astro-Rey», porque gobierna nuestro firmamento. Se nos promete así estar disfrutando eternamente de la compañía de nuestro Señor y Salvador. Por Números 24:17 y Mateo 2:2, compárese con Génesis 49:10, vemos que la «estrella» está en conexión con el «cetro», y así es símbolo de la realeza. La promesa tiende a contrarrestar la influencia pagana del culto al Sol, en los días en que Juan escribía el Apocalipsis. Dice S. Bartina (ob. cit., pág. 658): «Cristo promete que lo que los paganos creen ser un dios, lo ofrecerá como baja criatura a sus fieles». Predomina la idea de una luz superior a la luz solar física. Por eso, las iglesias son «candelabros», y sus ángeles son «estrellas». Es un dato curioso el que, hasta entrada la Edad Media, el término griego que usa Pedro (2 P. 1:19, phosphóros; en latín, Lúcifer) se aplicaba a Cristo, como puede verse en el antiguo himno «Exultet», que la liturgia de Roma canta en la vigilia de Pascua de Resurrección, y en el que se llama a Cristo «lúcifer matutinus», «lucero de la mañana». Sólo a partir de una interpretación más profunda—en la Edad Media—de Isaías 14:12, comenzó a llamarse Lucifer a Satanás.
10. Finalmente, el estribillo común («Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias»—v. 29—NVI) aparece aquí en último lugar, como en las tres cartas siguientes.
En este capítulo continúan las cartas dirigidas a las siete iglesias. Tenemos: I. La dirigida al ángel de la iglesia en Sardis (vv. 1–6). II. La dirigida a la iglesia de Filadelfia (vv. 7:13). III. La dirigida a la iglesia de Laodicea (vv. 14–22).
Versículos 1–6
1. Tenemos aquí el mensaje a la iglesia de Sardis. Sardis o Sardes era una ciudad situada a unos 53 km al sureste de Tiatira. Esta ciudad está hoy en ruinas; sólo queda un pequeño pueblo (Sart) al lado de las viejas ruinas. Los detalles introductorios, así como el análisis de la carta, siguen a continuación.
(A) La ciudad se hallaba situada en un saliente del monte Tmolo, con su acrópolis a unos 400 m de la llanura. Desde ella se dominaba el valle del Hermo, por el que corre el río Pactol, llamado también «Porta-oro», sin duda por las pepitas de oro que arrastraba en su corriente, procedentes de las ricas minas de oro que atraviesan su subsuelo. Era un nudo natural de comunicaciones, lo cual influyó decisivamente en su historia. Fue capital del reino lidio, especialmente próspera bajo el reinado de Creso (560 a. de C.). La riqueza de este rey llegó a ser tan proverbial, que el nombre de «Creso» ha pasado a ser el símbolo de una persona extremadamente rica.
(B) Fue tomada por Ciro el Grande (el de la Biblia) el año 549 a. de C. Los ciudadanos de la misma la creían inexpugnable, por estar construida sobre una colina cuyos lados caían perpendicularmente sobre la llanura, pero se olvidaron de fortificar un punto débil: una pequeña quebrada, que Ciro aprovechó con sus buenos escaladores para tomar la ciudad de noche y por sorpresa. La segunda parte del versículo 3 parece aludir a esta sorpresa, que no fue la única. Después de tres siglos de oscura historia, fue tomada de nuevo por sorpresa por Antíoco III el Grande (218 a. de C.) a pesar de la bravura de sus habitantes.
(C) Fue haciéndose más importante bajo el dominio de Roma, aunque la fundación de Pérgamo le fue restando importancia. El año 17 de nuestra era fue destruida casi totalmente por un violento terremoto (tercera sorpresa). Hacia el año 26 o 27 ya estaba reconstruida, gracias especialmente a la generosidad del emperador Tiberio. En agradecimiento, quiso levantar un templo en honor del emperador, pero le fue negado el permiso; el favor le fue concedido, en cambio, a Esmirna. Sin embargo, se le autorizó a levantar un templo a la madre de Tiberio, Livia.
(D) Predominaba allí el culto a Ceres, la Démeter («madre de los dioses») de los griegos. En el tiempo en que Juan escribía el Apocalipsis, Sardis decaía rápidamente, abocada a una muerte segura, a lo que parece aludir el versículo 2, comparándola con la decadencia espiritual de su iglesia. En sus tiempos de esplendor, Sardis era renombrada por sus industrias de lana y de tintorería, y sus habitantes tenían fama de licenciosos y arrogantes (tanto por su riqueza en oro como por la supuesta inexpugnabilidad de la ciudad).
(E) La carta a Sardis es la más imprecatoria de todas, más aún que la dirigida a Laodicea, aunque también se mencionan unas pocas personas excelentes, lo que no ocurre en el caso de Laodicea.
(F) En la opinión de los que favorecen la interpretación futurista y ven en las iglesias de los capítulos 2 y 3 una representación de la historia de la Iglesia a nivel vertical, Sardis representa la época de la Reforma desde 1517 hasta, aproximadamente, el año 1800. La Pilgrim Edition dice que Sardis «significa “los que escaparon”». Véase la introducción al comentario a este libro donde se expone hasta qué punto puede aplicarse al tiempo de la Reforma lo que de Sardis se dice en los versículos 1–6.
2. Al comenzar con el análisis de la carta, vemos que Cristo se presenta a esta iglesia (v. 1b) como «el que sostiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas» (NVI). La primera expresión nos recuerda la de 1:4 y, como allí, significa el Espíritu Santo en cuanto que es poderoso para reanimar y dar vida a lo que queda con cierta vida, así como para derribar—también es viento huracanado—(v. Hch. 2:2) las estructuras que se han quedado fosilizadas. Al añadir «de Dios», se enfatiza ese poder soberano. Las
«siete estrellas» son mencionadas aquí, precisamente, porque su brillo debe reemplazar a «lo que queda y está a punto de morir» (v. 2); esto es, a los pábilos que hay que despabilar («Sé vigilante …»—2a—).
3. Continúa diciendo (v. 1b) el Señor: «Sé tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto» (lit.).
(A) Los comentarios católicos, al partir de la base de que el ángel es el pastor de la iglesia, y al suponer que las frases van dirigidas a él personalmente, discuten si dicho pastor se llamaba Zósimo («el que vive») o Gregorio («el que vela»), y aseguran que dicho pastor, aunque ortodoxo en doctrina, estaba en pecado mortal habitual.
(B) Para los evangélicos, no cabe duda de que dichas frases aluden al estado general de la iglesia de Sardis, la cual estaba viviendo (como la población pagana de Sardis en lo material) de las pasadas glorias, de recuerdos antiguos, de la rutina de unas formas eclesiales hueras, de unas estructuras carentes de vida, de una ortodoxia muerta. Exteriormente, no aparecía nada reprochable. No se mencionan enseñanzas falsas, problemas personales o eclesiales, persecuciones que apremien. Como dice J. Grau, «acaso su problema era la absoluta ausencia de los mismos» (ob. cit., pág. 127). Era una iglesia «pacífica», con la paz propia de los cementerios. «Gozaba, dice Hendriksen (ob. cit., pág. 73), de una buena reputación que no merecía».
(C) Pero al Señor no se le oculta el estado interior de su Iglesia y, por ello, puede decir, sin equivocarse, qué grupo es realmente una «iglesia viva» y qué grupo es sólo la apariencia de «iglesia»; qué es lo que vive realmente y qué es lo que sólo aparenta tener vida. El Profesor Grau hace (ob. cit., pág. 130) las siguientes aplicaciones, válidas para una iglesia del siglo XX:
(a) «Muchos que profesan ser cristianos, miembros de iglesia, tal vez por haber hecho una “decisión” un día (decisión sin arrepentimiento, decisión sin saber lo que se hacía, etc.) no son más que aquellos de quienes escribió Pablo en 2 Timoteo 3:5 que tienen la forma de la piedad, pero han negado la eficacia de la misma (cf. Mt. 7:21–23)».
(b) «¡Qué terrible posibilidad! “Tener nombre de que uno vive”, es decir: no sólo creerlo uno mismo, sino los demás. Tener nombre, y sólo el nombre. Tener fama de espiritualidad y que luego el Señor diga: “¡Estás muerto!”»
(c) «Cuando hoy Jesús, en medio de la Iglesia, observa, ¿no halla esferas y formas desprovistas de sentido íntimo? É»
(d) «Hemos de confesar constantemente nuestra dependencia del Señor y de su Santo Espíritu. Solamente Él puede renovarnos y capacitarnos para su servicio y una adoración alegre y gozosa.»
4. Tras del reproche del versículo 1b, viene el consejo o exhortación, seguido de una amenaza (vv. 2, 3): «¡Despierta! Fortalece lo que queda y está a punto de morir, porque no he hallado tus obras debidamente cumplidas a los ojos de mi Dios. Recuerda, por tanto, lo que has recibido y escuchado; obsérvalo y arrepiéntete. Pero si no te despiertas, llegaré como un ladrón, sin que sepas la hora en que vendré sobre ti» (NVI).
(A) Comienza la exhortación con un «¡Hazte vigilante!» (lit. Gr. guínou gregorón; dos presentes: el primero en imperativo; el segundo, en participio). Como si dijese: «Ponte en vela», «¡Despierta!», como ha vertido bien la NVI. Así como la ciudad había sido tomada por sorpresa en dos ocasiones, por no estar en vela sus defensores, así también la iglesia de Sardis estaba a merced de Satanás por falta general de vigilancia.
(B) «Y consolida lo restante que estaba a punto de morir» (lit.). Lo que quedaba, las formas y las estructuras, las personas y las instituciones organizadas, la ortodoxia misma, estaban a punto de morir por falta de espíritu interior. El Señor expresa el motivo: «Porque no he hallado tus obras cumplidas (o llenas) a los ojos de mi Dios» (lit.). Había allí «obras», sí, pero estaban vacías de contenido interior (fe, amor, servicio, esperanza, etc.); estaban, en una palabra, «faltas de peso» (comp. con Dn. 5:27) y necesitadas de refuerzo. El rabino D. Kimchi, al comentar el Salmo 1:2, dice: «Si alguien se aparta del mal camino, pero no obra el bien, no hace su obra perfecta (hebr. hashelim ma’hasehu) y no es declarado como bendecido». Las obras han de estar perfectas o completas, no sólo delante de los hombres, sino especialmente «a los ojos de mi Dios», a quien nada se le oculta. El original dice, en todos los MSS, theoú mou, mi Dios, y no entiendo cómo ese mi llegó a ser omitido en el Textus Receptus, pasando con esa omisión a todas las versiones antiguas.
(C) «Recuerda, pues, cómo has recibido y oíste» (lit.), añade el Señor (v. 3); es decir, «trae a la memoria, como un recordatorio, lo mucho y bueno (cuánto y de qué calidad) que oíste, al recibir el mensaje de salvación, con sus promesas, sus privilegios y, también, con exigencia de verdadero discipulado: todo eso lo tienes recibido (en pretérito perfecto, frente al aoristo «oíste»), pero lo tienes bajo la ceniza, frío, inactivo, agonizante». «Guárdalo y arrepiéntete»—continúa el Señor—. Por «guardar», usa el verbo teréo que, como sabemos, implica algo interior, una observancia cordial, no el verbo phulasso, que comporta una vigilancia desde el exterior. «Arrepiéntete» está en aoristo, con lo que indica la urgencia del cambio de mentalidad, de una vez por todas, mientras que térei, «guarda», está en presente, porque indica algo que debe continuar.
(D) Ahora viene (v. 3b) la amenaza: «Pues si no te pones en vela (de nuevo, en aoristo), vendré como un ladrón y en modo alguno conocerás a qué hora vendré sobre ti» (lit.). Si la iglesia no despierta y se mantiene en vela, el Señor vendrá de improviso, como lo indica el verbo éxo, ya visto en 2:25, visitándola por sorpresa, sin que pueda percatarse (gnos es aoristo de subjuntivo) de momento, como le había ocurrido a la ciudad en las dos ocasiones en que fue tomada por el enemigo.
5. Después del fuerte reproche inicial, y de la consiguiente seria amonestación, viene (v. 4) un pequeño oasis de consuelo: «Con todo, tienes algunas pocas personas en Sardes que no han manchado sus ropas. Ésas andarán conmigo vestidas de blanco, porque son dignas de ello» (NVI).
(A) Vemos primero que el original no dice psukhás, personas en general (v. Hch. 2:41), sino onómata («nombres»), es decir, personas bien conocidas por su propio nombre (como el hebr. shemoth en Nm. 1:2, 20). Este grupito de fieles, de cristianos consecuentes con su profesión de fe, no habían manchado sus ropas, no habían sido infieles al Señor contaminándose con la fornicación idolátrica. Los creyentes recordarían su industria de lana, que saldría tan blanca de los talleres. Ni siquiera los paganos consentían que se tomase parte en sus cultos con los vestidos manchados. Entre los judíos, si caía una mancha en las vestiduras de los sacerdotes, no podían servir a Jehová en el templo; si lo hacían, su ministerio era rechazado.
(B) La promesa que Cristo hace a estos fieles cristianos de Sardes es de carácter escatológico:
«Andarán conmigo vestidas de blanco» (NVI). Compárese con 6:11; 7:13. Lo de «porque son dignas» no significa que sus obras hayan merecido estas vestiduras, sino porque, al haber nacido de nuevo, han sido blanqueadas por la sangre del Cordero y las han guardado limpias (comp. con Sal. 119:9) de idolatría e inmoralidad por medio de su obediencia a la Palabra de Dios, y capacitados por la gracia del Señor y el poder de su Espíritu. Los judíos, de acuerdo con el apócrifo de 2 Esdras 2:40, tienen en su Targum el dicho siguiente: «Los que caminan con Dios durante su vida, son dignos de caminar con Él después de su muerte». Recordemos que el vocablo griego áxios, más bien que «digno», significa «competente, cualificado» (comp. con Mt. 3:8; Jn. 1:27, por ejemplo). En su etimología (axis), significa equilibrio en el fiel de la balanza, e indica que en la conducta digna y paciente del buen cristiano hay algo que corresponde al «excelente y eterno PESO de gloria», al que se refiere Pablo en 2 Corintios 4:17.
6. El versículo 5 contiene la promesa: «El que venza será también vestido de blanco, como ellas. No borraré jamás su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre en presencia de mi Padre y de sus ángeles» (NVI). La promesa, pues, es doble:
(A) En la primera, se nota una alusión a las industrias de lana de la ciudad de Sardis. El verbo griego que Juan usa aquí es mucho más fuerte que el que se emplea corrientemente para «vestir». Literalmente dice: «Será cubierto (envuelto) en vestiduras blancas». El verbo da a entender que todo el ropaje que cubre a la persona es de un blanco espléndido, significando la participación en la gloria del Cristo resucitado, como premio con que Dios recompensa una conducta inmaculada.
(a) En efecto, el blanco es símbolo de victoria, de paz, de pureza, de alegría festiva. «En el mundo pagano del Asia Menor, dice Bartina (ob. cit., pág. 660), como en toda el área griega, fue corriente ofrecer espléndidos y variados vestidos a las divinidades como don votivo.» Y continúa: «Gracias a una inscripción, hallada por los austríacos en las excavaciones de Éfeso, se sabe que se condenó a muerte a cuarenta y cinco habitantes de Sardes por haber maltratado, a causa de rivalidades religiosas, a unos embajadores de Artemisa efesina que llevaban una ofrenda de vestidos a la estatua de la diosa que se veneraba en un templo de Sardes».
(b) Lo que no sabemos es lo que opinará el jesuita Bartina sobre la semejanza de estos «dones votivos» a las divinidades paganas con los mantos y joyas de precio incalculable con que los catolicorromanos de España adornan las imágenes y peanas de sus «santos», especialmente de la Virgen María.
(c) Por su parte, J. Gill cita a Maimónides, quien dice lo siguiente acerca del examen que el Sanedrín hacía a los candidatos levitas para el sacerdocio:
Examinaban a los sacerdotes respecto a sus genealogías y defectos de cualquier clase; cualquier sacerdote en cuya genealogía se hallase algo defectuoso era vestido y cubierto de negro, y echado del tribunal; pero todo el que era hallado perfecto y recto era vestido de blanco, y entraba a tomar parte en el ministerio con sus hermanos los sacerdotes.
(B) La segunda promesa del Señor a dichas personas de Sardis es (v. 5b): «No borraré jamás su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre en presencia de mi Padre y de sus ángeles» (NVI). El original repite, en sus dos formas, el adverbio simple de negación: ou me. Esta repetición como sabemos (v. por ej. Jn. 6:37), es enfática y equivale a «de ninguna manera», «en absoluto», «jamás». La promesa se halla primero en forma negativa («no borraré …») y después en forma positiva («reconoceré…»).
(a) La primera parte de la promesa requiere una explicación. Sería equivocado, un grueso error, contrario al conjunto de la Palabra de Dios, deducir de aquí que los que han sido escritos en el libro de la vida del Cordero pueden ser borrados de él y perder así la salvación adquirida. La frase ha de entenderse en el contexto histórico en que se redactó. Se alude aquí, lo mismo que en 22:19 (según el Sinaítico y unos pocos códices unciales)—compárese con 13:8; 20:12, 15; 21:27—, a la descripción personal en los registros de los respectivos municipios; en esos registros se iban añadiendo los nombres de los que nacían o venían a residir en la localidad, y se iban borrando los de los que morían o se marchaban a residir en otro lugar; poco más o menos, como suele hacerse hoy en el censo.
(b) Es probable que haya aquí una especial alusión al registro del pueblo de Israel, pues los que eran inscritos en él adquirían derecho a las promesas de prosperidad mesiánica (v. Éx. 32:32; Sal. 69:28; Is. 4:3) y, después, a los bienes escatológicos (v. Dn. 12:1 y comp. con Lc. 10:20; Fil. 4:3; He. 13:23). En conclusión, «ser borrado» de este registro, lo mismo que «no estar inscrito», equivale a «quedar excluido».
(c) Finalmente, el Señor les asegura: «confesaré (gr. homologuéso), es decir, reconoceré, no negaré (comp. con Jn. 1:20), su nombre delante de (mejor, a los ojos de) mi Padre y a los ojos de sus ángeles» (lit.). Los nombres de estos adalides de la fe, de estos verdaderos discípulos del Crucificado, no serán olvidados; Cristo los reconocerá delante de Dios Padre y de sus ángeles, como Él mismo prometió en Lucas 9:26.
7. El versículo 6 contiene el estribillo común, que, en estas cuatro últimas cartas, aparece al final, como ya lo hemos visto en 2:29.
Versículos 7–13
1. Comienza aquí el mensaje a la iglesia en Filadelfia y, como en las demás cartas, damos primero algunos detalles descriptivos de esta ciudad.
(A) Filadelfia fue fundada por Atalo II, rey de Pérgamo (reinó del 159 al 138 a. de C.), cuya lealtad a su hermano Eumenes le ganó el epíteto de «Filadelfo», que, en griego, significa «amigo del hermano». En justa correspondencia, Eumenes dio a la ciudad el nombre de Filadelfia, esto es, «afecto fraternal» (en este sentido ocurre dos veces el vocablo griego philadelphía en 2 P. 1:7).
(B) Situada a unos 45 km al sureste de Sardis, en un valle fertilísimo regado por el río Cogamis, afluente del Hermo, tenía la acrópolis, o cima de la ciudad, colocada sobre un triple montículo. Su envidiable posición en la cabecera de aquel valle tan fértil (debido al subsuelo volcánico), que llegaba hasta el mar cerca de Esmirna, pasando por Sardis, hizo que Atalo II la destinase a ser un centro de difusión del lenguaje y de las costumbres helénicas en toda la región de Lidia y Frigia.
(C) De ahí que fuese una ciudad apta para la acción misionera (v. lo de «puerta abierta» en el v. 8) con éxitos notables, tanto en la proyección de la cultura griega, como en la difusión del Evangelio. Me resulta extraño que los sostenedores del nivel vertical futurista en la representación de estas iglesias, hayan visto en Filadelfia la época de los reavivamientos (siglo XIX y parte del XX) frente a la incredulidad de las masas en una época que se ha caracterizado por toda clase de revoluciones, pero no mencionen, con base en el versículo 8, la fundación de numerosas organizaciones misioneras que tuvieron lugar precisamente en ese período de la Historia de la Iglesia, mientras que los reavivamientos comenzaron mucho antes, especialmente en el siglo XVIII.
(D) La ciudad fue destruida por el terremoto que destruyó también a Sardis el año 17 d. de C. Tiberio mandó reconstruirla y le prestó su ayuda generosa, como a Sardis, por lo cual levantaron un templo a Germánico, hijo adoptivo del emperador. Tenían ya erigido un templo al Dios Diónisos (gr. Diónusos) o Dionisio. Este dios era llamado por los romanos «Baco» y era tenido por «dios del vino»; de ahí que el vocablo «bacanales» signifique las fiestas dedicadas a este dios, con profusión de borracheras.
(E) A consecuencia de la protección del emperador, recibió el nombre de Neocesarea. Medio siglo más tarde, cambió el nombre por el de Flavia, en honor de Vespasiano. A este cambio de nombres, tomados de los «divinos» emperadores, alude sin duda la carta (v. 12) con la mención de otros tres nombres inamovibles, y del Dios verdadero, así como lo de «columna» firme (v. 12a) alude a la inestabilidad de la ciudad frente a los terremotos, etc.
(F) La lealtad de Atalo II hacia su hermano Eumenes es sobrepasada por la lealtad de esta iglesia a Cristo (vv. 8, 10). La «corona» mencionada en el versículo 11 hace referencia a los festivales paganos de la ciudad, en los que los asistentes solían llevar coronas de laureles en honor de los dioses. Había allí un poderoso grupo de judíos (v. 9).
(G) Ignacio de Antioquía, martirizado a mediados del siglo II, en su epístola a los cristianos de Filadelfia (párrafos 3, 5 y 10), alude a la excelente reputación de que gozaba esta pequeña comunidad cristiana, a la cual visitó en su viaje de Antioquía a Roma, donde sufrió el martirio. En la persecución general de Trajano (años 111–112 d. de C.), unos quince años después que se escribió el Apocalipsis, todas las iglesias sufrieron mucho, excepto la de Filadelfia, a lo que parece aludir proféticamente el versículo 10.
(H) Igualmente permaneció intacta, casi milagrosamente, cuando el naciente mahometismo exterminó prácticamente todas las iglesias del Asia Menor. Durante las invasiones de Tamerlán (siglo XIV), nuevamente fue protegida milagrosamente, mientras todas las demás iglesias del Asia Menor eran borradas de la faz de la tierra. Como dice Barchuk (ob. cit., pág. 85): «Aun los mismos mahometanos no podían comprender esto, porque nadie molestó a la iglesia de Filadelfia y la llamaron Alashir, es decir, “Ciudad de Dios”». Añadamos, para terminar esta introducción, que actualmente es una ciudad grande, con unas doce iglesias, pero ninguna de ellas es evangélica.
2. El Señor se presenta a esta iglesia (v. 7) como «el Santo» (comp. con 1 Jn. 2:20), epíteto que, en el contexto general de la Biblia, se aplica a Jehová, y «El Verdadero» (gr. alethinós, en el doble sentido de
«genuino» y «verídico»), en contraste con los mentirosos de la sinagoga de Satanás (v. 9), que son unos embusteros. También se presenta (v. 7b) como «el que posee la llave de David. Lo que él abre, nadie lo puede cerrar; y lo que Él cierra, nadie lo puede abrir» (NVI). Tenemos aquí una cita de Isaías 22:22, donde se usa como símbolo de autoridad; se indica así que Cristo tiene el supremo poder y la suprema autoridad en el Reino de Dios (comp. con 5:5 y Mt. 28:18). Curiosamente, ninguno de los tres títulos que Jesús se da a sí mismo en este versículo figura en el capítulo 1.
3. Viene luego la alabanza del Señor (v. 8): «Conozco (lit. sé) tus obras. Mira que he puesto delante de ti una puerta abierta que nadie la puede cerrar. Ya sé que tienes poca fuerza (lit. poder), pero has guardado mi palabra y no has negado mi nombre» (NVI).
(A) El Señor está muy bien enterado de todo lo que hace su Iglesia, bueno o malo, así como lo que deja de hacer. En este caso, se trata de obras excelentes, como lo muestra la segunda parte del versículo, después de una especie de paréntesis. Tres veces en sólo dos versículos (8 y 9)—y una más según el Textus Receptus, al comienzo del v. 11—sale el vocablo griego idoú (¡mira!, ¡he ahí!), que, en este contexto, indica admiración ante algo excelente (comp. con Hch. 9:11).
(B) La «puerta abierta, que nadie la puede cerrar» significa que el Señor tenía preparada para la fiel iglesia de Filadelfia una magnífica oportunidad para predicar el Evangelio, así como también una poderosa acción de la gracia divina para preparar oídos atentos al mensaje (comp. con Hch. 14:27; 16:14; 2 Co. 2:12; Col. 4:3). Éste es el primero de los dos aspectos en que la iglesia de Filadelfia aventaja a la de Esmirna, quizá porque las condiciones de ambas ciudades y, también, de ambas comunidades cristianas eran diferentes.
(C) «Tienes pequeño poder» (lit.), añade el Señor. Se refiere al poder material, puesto que era una iglesia pequeña en el número de sus miembros, y pobre en recursos materiales, por ser sus componentes de baja condición social; pero eran ricos en bienes espirituales, leales a Dios y fieles a su palabra, cosas que comportan, no un poder humano, sino el verdadero poder del Espíritu de Dios (comp. con Sof. 3:11, 12). En efecto, dice el Señor que a pesar de su pequeñez (v. 8b): «has guardado (gr. etéresas—verbo que comporta una observancia interior efectiva—; el verbo está en aoristo ingresivo) mi palabra, y no has negado mi nombre», es decir: «me has confesado con toda valentía y afrontado cualquier riesgo». El nombre, como sabemos, indica la persona, como en 2:3, 13.
4. A esta excelente iglesia de Filadelfia, Cristo le promete cuatro magníficas recompensas (vv. 9– 12—dos generales, y otras dos particularizadas—): tres, para el tiempo presente; una, para el final. Hallamos la primera en el versículo 9: «Mira lo que voy a hacer con esos que son de la sinagoga de Satanás, que alegan ser judíos, pero no lo son, sino que son unos embusteros; yo haré que vengan y caigan postrados a tus pies y reconozcan que yo te quiero (lit. te amé-aoristo ingresivo—)» (NVI).
(A) En contraste con el que es «Verdadero» (v. 7), se mencionan aquí unos judíos de raza, pero que no merecían tal nombre, pues Judá (Yehudá) significa «alabanza agradecida» (a Jehová), mientras que ellos iban contra Jehová al ir contra Cristo (v. Jn. 5:23; 12:44; 14:1; 15:23); e iban contra Cristo al ir contra los cristianos (v. Hch. 9:5). Por eso dice el Señor que son unos embusteros al alegar que son judíos, pues, en lugar de ser de la familia de Dios, son de la familia del diablo (v. Jn. 8:39–47). Lejos de pertenecer al verdadero qahal de Israel, pertenecen a la sinagoga de Satanás.
(B) En este contexto, la primera promesa de Cristo a esta iglesia (v. 9b) es que la iglesia de Filadelfia, no sólo prevalecerá contra los «falsos judíos» que la acosan (comp. con 2:9), sino que los conquistará, hasta el punto de que muchos de ellos se convertirán (no se trata aquí de la conversión, casi masiva, de Israel—Ro. 11:26—), y los convertidos participarán alegres de la victoria de los cristianos gentiles, y reconocerán que Dios—Jehová—les ha amado como amaba al propio pueblo elegido de Israel (v. 1 P. 2:10). Hallamos aquí una clara alusión a Isaías 60:14, compárese con 45:14; 49:23.
5. Viene luego la segunda promesa (v. 10): «Puesto que has guardado mi consigna de aguantar con paciencia, yo también te preservaré de la hora de prueba que está a punto de venir sobre el mundo entero para poner a prueba a los que viven en la tierra» (NVI).
(A) Obsérvese primero, como hace notar Davidson (ob. cit., pág. 79), la reciprocidad con que Dios recompensa a esta iglesia: «Pues guardaste (gr. etéresas) la palabra …, también yo te guardaré (gr. tereso—el mismo verbo—)». Como si dijese: Así como has hecho tú conmigo, así haré yo contigo (comp. con Jn. 14:21, 23; Gá. 6:7).
(B) «La palabra de mi paciencia» puede entenderse de varias maneras: (a) El mandato de Cristo de aguantar pacientemente por su causa. Así lo entiente F. F. Bruce (ob. cit., pág. 1.686) y así lo ha vertido la NVI. (b) El Evangelio de la Cruz donde se muestra la paciencia de Cristo. Éste es el parecer de Hendriksen (ob. cit., pág. 75). (c) El mismo Evangelio total de Cristo, observado perseverante y pacientemente, a pesar de todas las dificultades que puedan presentarse. Así opina Bartina (ob. cit., pág. 662). La primera y la tercera de estas opiniones me parecen las más probables. Podría resumirse en: «la consigna del discipulado», el cual comporta el privilegio de compartir los sufrimientos de Cristo (comp. con 1:9).
(C) A esto responde (v. 10b) la segunda promesa del Señor a la iglesia de Filadelfia: «También yo te guardaré de la hora de la prueba que está a punto de venir sobre toda la tierra habitada para poner a prueba a los que habitan sobre la tierra» (lit.). Esta segunda parte del versículo 10 exige un análisis más detallado:
(a) Hay quienes opinan que el uso de la preposición ek (de entre) en lugar de apó es una indicación de que esta iglesia (la Iglesia) entrará en la Gran Tribulación, aunque será protegida dentro de ella o sacada de entre ella. Pero el contexto próximo posterior y el de todo el libro del Apocalipsis van en contra de tal opinión. Por tanto, el sentido ha de ser que será preservada de tal tribulación.
(b) El original dice: «te guardaré de (entre) la hora de la prueba», donde el griego tiene peirasmoú en lugar de thlípseos. Pero, también por el contexto, se ve claro que dicha prueba coincide con el «tiempo de angustia» de Jeremías 30:7; Daniel 12:1, «el gran día de Jehová» de Sofonías 1:14, 15; 2 Pedro 3:10, y la «Gran Tribulación» de Mateo 24:21. Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.686): «Ésta es la visitación descrita en las series sucesivas de las visiones de juicio desde 6:1 en adelante, juicio contra los “habitantes de la tierra”—expresión frecuente en Apocalipsis—, que excluye al pueblo de Dios».
(c) En efecto, el verbo que Juan usa para designar a dichos «habitantes» es katoikoúntas (en participio de presente). Dicho verbo tiene siempre el matiz de fuerte adhesión al lugar donde se reside. Son los que tienen el corazón puesto enteramente en las cosas de la tierra. El propio Bartina admite que «los que habitan sobre la tierra» son, «en todo el resto del Apocalipsis (6:10; 8:13; 11:10; 13:8, 12, 14; 17:2, 8), los hostiles a Cristo, por tanto los no cristianos».
(d) El detalle que contundentemente determina la naturaleza de la «prueba» a la que aquí se alude es su localización: No afecta sólo a una región o área particular, sino a «toda la tierra habitada» (gr. epí tes oikouménes hóles). El vocablo griego oikouméne, la tierra habitada (como la casa o habitación de todos los hombres en general), ocurre 15 veces en todo el Nuevo Testamento (aquí y en Mt. 24:14; Lc. 2:1; 4:5; 21:26; Hch. 11:28; 17:6, 31; 19:27; 24:5; Ro. 10:18; He. 1:6; 2:5; Ap. 12:9; 16:14) y siempre tiene este sentido de universalidad. De él se deriva el grupo de vocablos castellanos y de otras lenguas que tienen que ver con el «ecumenismo».
(e) La expresión «que está a punto de venir …» no ha de llamarnos a engaño, pues especifica bien el carácter escatológico de la prueba, ya que el Día de Jehová, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, siempre es presentado con cierto carácter de «inminencia», a fin de estimular la vigilancia, la oración y la conducta realmente cristiana: «Estad, pues, siempre en vela y orad para que podáis escapar de todo lo que va a suceder, y presentaros con la cabeza alta ante el Hijo del Hombre» (Lc. 21:36. NVI). Son palabras del Señor Jesucristo, y su parecido con las del versículo que venimos comentando es evidente. Comenta Davidson (ob. cit., pág. 81): «Esto parece lo suficientemente claro, que la Iglesia no pasará por la tribulación, sino que será guardada de ella».
6. Es en conexión con ese versículo 10 como se entiende mejor la exhortación general que sigue a continuación (v. 11): «Mira que vengo enseguida; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona» (RV 1977).
(A) Como en otras ocasiones (v. 2:16; 22:7, 12, 20), «Vengo enseguida» tiene el tono de urgencia y rapidez. Viene Jesús a recibir en el aire (1 Ts. 4:16, 17) a los que le esperan (He. 9:28). Dice Davidson:
«Ésta es probablemente la razón por la que los poderes satánicos se concentran al presente en el aire, para ser expulsados en breve y arrojados a la tierra para ser causa de la gran tribulación» (ob. cit., págs. 81, 82).
(B) La frase «retén lo que tienes» es la misma de 2:25, con dos pequeñas diferencias gramaticales: (a) En 2:25 está en plural; aquí, en singular, (b) En 2:25 está en aoristo; aquí está en presente, para señalar mejor la necesidad de estar siempre agarrando firmemente lo que se tiene. Otros lugares en que se expresa la necesidad de asirse firmemente de algo son Colosenses 2:19 («de la Cabeza»); 2 Tesalonicenses 2:15 («de las enseñanzas»); Hebreos 4:14 («de nuestra profesión»); Hebreos 6:18 («de la esperanza puesta delante de nosotros»). «Lo que tienes» podría describirse en términos muy generales: la Palabra, la gracia, la fe, el poder del Espíritu, etc. Pero en el contexto actual se refiere, en mi opinión, a la lealtad que la iglesia de Filadelfia había guardado hasta entonces a su Señor.
(C) «Para que nadie tome tu corona» es una alusión a la corona de los festivales paganos, pero aquí está en la línea de 2 Timoteo 4:8; 1 Pedro 1:4. No significa que haya el peligro de que otra iglesia pueda arrebatar la corona de Filadelfia, como el «primer premio» de 1 Corintios 9:24, sino que siempre existe el riesgo de que un creyente o una iglesia pierdan la recompensa prometida a los que conservan el primer amor. Providencia divina y libertad humana no se excluyen mutuamente, sino que se conjugan admirablemente (v. por ej., Jn. 8:32 y ss.).
(D) Nótese, en fin, que también a la iglesia de Sardis se le amonesta a guardar (3:3); pero el contexto, además del verbo, es diferente: allí va acompañado de reproches y se trata de consolidar lo poco bueno que queda; aquí va acompañado de alabanzas y se trata de conservar lo mucho bueno que hay. También es de advertir que, a pesar de todo lo que hayamos de sufrir, la «corona» es para siempre, con tal que no la dejemos escapar.
7. Vienen ahora (v. 12) las dos promesas restantes. Aunque están en forma particularizada, tienen un sentido general: «Al que venza, yo le haré columna en el templo de mi Dios, y ya no saldrá jamás de allí. Escribiré sobre él el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que está bajando del cielo, de parte de (gr. apó, desde) mi Dios; y también le escribiré sobre él mi nuevo nombre» (NVI).
(A) «Yo le haré columna en el templo de mi Dios.» Esta promesa está llena de significado:
(a) Pedro dice que todos los creyentes somos «piedras vivas», que somos sobreedificados sobre la principal piedra del ángulo (1 P. 2:4–7; comp. con Ef. 2:20, 21). Pero, como hace notar Barchuk (ob. cit., pág. 88), «columna en el templo es algo mucho más grande que una simple piedra en la pared», puesto que «la columna es el adorno y el sostén del templo». En 1 Reyes 7:15, 21, vemos que el templo de Salomón descansaba sobre dos columnas que sostenían el gran pórtico: una, al lado derecho, a la que puso el nombre de Yaquín, que significa «Jehová ha dado estabilidad»; otra, al lado izquierdo, a la que llamó Boaz, que significa «en la fuerza (de Jehová)». También la iglesia de Filadelfia tenía fuerza y estabilidad, a pesar de ser una comunidad pequeña. Por eso, era columna y baluarte de la verdad (1 Ti. 3:15), con mayor potencia y estabilidad que la iglesia de Éfeso, a la que Pablo alude en dicho lugar.
(b) Del «templo» se sigue hablando en 7:15; 11:19; 14:15, 17; 15:5, 6, 8; 16:1, 17. Si la única cosa que David deseaba con toda su alma—según el original hebreo—era: «que yo esté en la casa de Jehová todos los días de mi vida» (Sal. 27:4), aquí se promete a la iglesia de Filadelfia ser columna inconmovible, sin que haya terremotos que la puedan destruir (como le había ocurrido a la ciudad en el año 17 de nuestra era) ni atemorizar; tampoco existe fuerza humana que pueda arrojarla del templo de Dios, pues el Señor asegura: «y ya no saldrá jamás de allí» (NVI).
(c) El honor especial que, para la iglesia de Filadelfia, había de suponer ser «columna en el templo de Dios» es puesto de relieve por Ryrie, quien alude «a la costumbre de honrar a un magistrado colocando una columna, en su nombre, en uno de los templos de Filadelfia».
(B) Viene a continuación (v. 12b) la cuarta promesa, en la misma línea que la tercera, que acabamos de comentar. «Escribiré sobre él el nombre de mi Dios …». Varios son también aquí los detalles dignos de especial consideración:
(a) Tanto «el que venza», como «columna», como «él» son masculinos en griego (gr. nikón, stúlon, autón), por lo que la inscripción de los tres nombres que se enumeran a continuación puede referirse al creyente como persona o como columna, aunque los dos sentidos son compatibles. En las columnas de los templos había inscripciones referentes a las divinidades que en ellos se adoraban.
(b) La comparación con la propia ciudad de Filadelfia nos da otra pauta adicional para referir estos nombres, porque la ciudad misma había tenido tres nombres diferentes y, al fin, los tres caducaron, puesto que ninguno de ellos permaneció, mientras que Cristo impone a los suyos un nombre glorioso y definitivo: «escribiré sobre él el nombre de mi Dios», como un sello de protección (comp. con 7:2, 3) sobre el pueblo santo, escogido, de Dios (v. 1 P. 2:9, 10).
(c) Continúa diciendo: «… y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén …». Si el nombre de Dios era como el sello de protección sobre sus hijos, el nombre de la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén (21:1) indica que está inscrito en el padrón de dicha ciudad (comp. con Fil. 3:20). Ya estamos, todos los creyentes, registrados en ese padrón, pues somos ciudadanos de ella por derecho (Ef. 2:6). Para esa ciudad, como dice J. Grau (ob. cit, pág. 135), «ya tenemos el pasaporte en regla».
(d) En su éxtasis, Juan había visto la nueva Jerusalén bajando (gr. katabaínousa, en participio de presente, lo mismo que en 21:2) del cielo, descendiendo desde Dios, como un don suyo (v. el comentario a 21:1 y ss.) que la nueva tierra (v. 21:1) ha de recibir, pues la actual no está en las condiciones de pureza y santidad que se requieren para tal regalo.
(e) Un tercer nombre será inscrito sobre el que venza: «y también escribiré sobre él mi nuevo nombre». Esto indica que se trata de un nuevo nombre, no del creyente, sino del propio Jesucristo. Sabemos que Jesús recibió, con manifestación gloriosa, el nombre (Fil. 2:9, 10). Quizás coincida con el de 2:17, contando con que la «piedrecita blanca» llevaría, con gran probabilidad, tanto el nombre de Jesús como el del creyente, según su peculiaridad espiritual (v. el comentario a 2:17). Bartina es de opinión (ob. cit., pág. 663) que el nombre nuevo, como el que se puso a las dos columnas del templo de Salomón, es más bien el nombre nuevo que Cristo pone al que venza, y que Cristo puede llamar suyo porque Él lo da y porque guarda relación con Él. Prefiero la opinión de Bruce de que es «el nombre de Cristo, su Señor» (ob. cit., pág. 1.686).
«Es raro, agrega Bartina en el mismo lugar, que, según el orden de dignidad, se anteponga el nombre de la Iglesia triunfante, esposa, al de Cristo, esposo». Pero, suponiendo que la nueva Jerusalén sea, en efecto, la Iglesia, no ha de extrañar que se la nombre antes, por la sencilla razón de que va conectada, como «la ciudad de mi Dios», con el nombre que antecede: «el nombre de mi Dios».
(f) Así pues, «el que venza» disfrutará de los privilegios que comportan los tres nombres que serán inscritos sobre él. Notemos también finalmente que la palabra «ciudad», además de «residencia estable» (v. Gn. 4:14 «errante y extranjero»; versículo 17 «… edificó una ciudad»), comporta varios matices: número, seguridad, comunión, belleza, etc.
8. El mensaje termina (v. 13) como en las tres últimas cartas, con el llamamiento común: «Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (NVI). El mensaje a la iglesia en Filadelfia nos debe llenar de estímulo, al saber que las maravillosas promesas que el Señor hace a esta iglesia serán nuestras también si de veras GUARDAMOS SU PALABRA Y NO NEGAMOS SU NOMBRE (v. 8).
¡Que Él nos conceda serle tan leales como era este grupo de creyentes, pequeño y débil en la carne, pero valioso y poderoso en el Espíritu del Hijo de Dios!
Versículos 14–22
1. Comienza aquí la séptima y última carta a las iglesias del Asia Menor. Es la más interesante y pintoresca de todas ellas y va dirigida a la iglesia en Laodicea.
(A) Esta ciudad se encontraba a 65 km al sureste de Filadelfia, junto al río Lico, en su confluencia con el río Meandro. Sus ruinas yacen junto a la actual Denizli y cerca de Honaz (la antigua Colosas), dentro del campo visual de las imponentes ruinas de la Hierápolis. Era un excelente nudo de comunicaciones, por converger en ella las tres vías más importantes de toda la región: Del noroeste, venía una por Tróade, Sardis y Filadelfia; por el nordeste, la de Dorilea y el norte de Frigia; y hacia el sureste, partía la que conducía a Atalia, Perge y Siria.
(B) Fue fundada por Antíoco II (261–246 a. de C.), quien le puso el nombre de su esposa Laodicea, que significa «justicia (o juicio) del pueblo». Ella le recompensó más tarde envenenándole. Desde el comienzo de la época romana, fue un gran centro comercial y administrativo. Sacudida por constantes terremotos durante los años 60 y 61 de nuestra era, no aceptó ninguna ayuda monetaria, orgullosa de su riqueza, aunque se le concedió exención de impuestos, a fin de ayudar a sus habitantes a reconstruir la ciudad.
(C) Tres notas destacaban en Laodicea: (a) Las fructuosas operaciones bancarias y las numerosas transacciones comerciales, de donde procedía su opulencia; (b) La floreciente industria de tejidos, especialmente en fina lana negra, y sus famosas alfombras; (c) Era sede de una prestigiosa escuela de medicina, sobre todo de oculistas como Zeuxis y Alejandro Filetes. Las tres son aludidas en el mensaje que comentamos.
(D) La iglesia fue fundada probablemente por Epafras de Colosas. En la ciudad había termas, teatros, estadio y gimnasio. Laodicea fue destruida por completo el año 1042 por el guerrero asiático Temur.
(E) La severidad de la carta, en la que todo son reproches, sin alabanza alguna ni honrosas excepciones, va sin embargo mezclada con fina ironía y delicada ternura. De entre las siete cartas, es la única que se asemeja en fraseología y argumentación al estilo de Pablo; quizá se deba esto a resonancias de la epístola del apóstol a esta ciudad, epístola de la que se nos informa en Colosenses 4:16, aunque no faltan comentaristas que identifican dicha epístola con la que figura en el Nuevo Testamento como dirigida a los efesios.
2. Con tres títulos se presenta el Señor (v. 14) al comienzo del mensaje: «Éstas son las palabras del Amén, del testigo fiel y veraz (gr. alethinós, como en el v. 7), del soberano de la creación de Dios» (NVI).
(A) «El Amén» (comp. con 2 Co. 1:19–21) significa que Cristo es aquel «en quien la revelación de Dios halla su perfecta respuesta y su cumplimiento» (F. F. Bruce, ob. cit., pág. 1.687). Esto requiere ulterior explicación:
(a) El vocablo hebreo amén se deriva del verbo amán, sustentar (como soporte que da firmeza y seguridad), y de ese verbo se forman muchos vocablos bíblicos que vienen a constituir una interesante familia de términos de la misma raíz amán. Los principales son: amón, arquitecto (v. Pr. 8:2, 30); emunah, fe, fidelidad; emet, verdad, seguridad; omná, columna; amná, educación; amaná, decreto, pacto confirmado.
(b) Este vocablo amén que vemos aquí, significa «firme, fiel, veraz»; y, como adverbio, «de cierto, así es, así sea». Repetido (amén, amén), tiene aspecto de fórmula de juramento o doxología; con esta repetición aparece numerosas veces en el Evangelio según Juan (hebr. amén veamén). En Isaías 65:16, se dice de Dios «Dios firme, veraz» (Eloey amén). Por eso, se dice en 2 Corintios 1:20 que Cristo es el Sí y el Amén de Dios, porque en Él se hacen definitivamente firmes las promesas divinas. Cristo es, pues, el garante de la verdad divina en su calidad de único Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5); por lo que resulta el soporte firme, inconmovible, en una ciudad sacudida tantas veces por los terremotos, y cuya iglesia se halla lejos de la firmeza que el Señor tiene derecho a esperar de ella.
(B) En segundo lugar, Cristo se presenta como «el testigo fiel y veraz» (conceptos que también se incluyen en el vocablo amén), con el matiz de «alguien que sabe lo que dice y dice lo que sabe»: infinitamente sincero, contra la tremenda hipocresía de esta comunidad de fariseos.
(C) En tercer lugar, el Señor se presenta como «el principio de la creación de Dios» (lit.). Esto requiere análisis especial, por cuanto los llamados «Testigos de Jehová» hallan aquí uno de sus argumentos contra la Deidad del Salvador, como si la frase significase que Cristo es el primero de los seres creados por Dios. Es de notar, sin embargo, que el original no dice prótos, primero, sino arkhé, principio. ¿En qué sentido? Dos son las soluciones: (a) Como en Juan 1:3; Colosenses 1:16, puede significar que Cristo es Aquel por medio de quien Dios creó todas las cosas (comp. con Pr. 8:22 y ss.). Así lo interpretan la mayoría de los autores; (b) También podría significar, como en Colosenses 1:15, que Cristo es el jefe o soberano (el arconte) de toda la creación (comp. con el v. 21). El primer sentido es el más probable, pero ambos (el de creador-arquitecto—comp. con Pr. 8:30; Mt. 16:18—y el de jefe soberano) se aplican bien a Cristo como al Fundador y Señor de la Iglesia, y preparan la reprensión dirigida a la comunidad cristiana de Laodicea, cuyos miembros, como dice Bartina (ob. cit., pág. 665), «pecaban de autosuficiencia religiosa errada».
3. Como no halla aquí el Señor nada que alabar, sigue inmediatamente la reprensión (v. 15):
«Conozco (lit. sé) tus obras, que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueses lo uno o lo otro!» (NVI). En esta «tibieza» no se expresa una condición mediocre, sino malísima, pues el estado de esta iglesia es comparado por el Señor a algo muy expresivo para los habitantes de Laodicea: De Colosas y de Hierápolis, por unas cañerías de las que aún se conservan restos, venían a Laodicea las aguas termales que, poco a poco, se iban entibiando a su paso bajo el terreno hasta llegar a las termas de los baños de la ciudad, cruzándose a veces con el agua fresca, potable, que procedía de los manantiales próximos a la ciudad.
«Nada más mareante, dice Bartina en el mismo lugar, que el agua termal, fuertemente mineral, tibia.» El agua termal, entibiada por el terreno o por la mezcla con el agua potable, resultaba demasiado fría para el baño; demasiado tibia, nauseabunda, para beberla. Lo mismo pasaba con la iglesia de Laodicea: No se mencionan herejías, contiendas ni inmoralidades de baja estofa, sino, lo que es peor, orgullo farisaico, crudo materialismo, marcada indiferencia, autosuficiencia arrogante y engreimiento espiritual. Y, como dice Grau (ob. cit., pág. 137), «hay más esperanza para el frío que para el indolente». En efecto, de un rebelde como Saulo sacó el Señor el gran apóstol de los gentiles; en cambio, un Agripa se quedó en un «casi cristiano» (v. el comentario a Hch. 26:28). De ahí la amarga queja de Cristo: «Ojalá fueses frío o caliente!» (lit.).
4. Enseguida viene la amenaza (v. 16): «Así que, como eres tibio—ni caliente ni frío—, estoy a punto de escupirte de mi boca» (NVI). Este versículo contiene una seria amenaza del Señor, pero ha de notarse, como muy bien ha vertido la NVI, que el original no dice: «te escupiré …», sino «estoy a punto de escupirte …», con lo que se le ofrece a la iglesia de Laodicea una oportunidad de retornar al buen camino. La temperatura espiritual de la iglesia, tanto en su comunión con el Señor y entre los hermanos, como en su menguado afán de testificar del Evangelio, provocaba las náuseas de Jesucristo. Comenta Barchuk:
Deberían meditar sobre estas palabras los cristianos de nuestros días, porque estas palabras del Señor corresponden a nuestro período. Pensáis de vosotros mismos que no sois ateos, pero es que resulta difícil también llamaros hijos de Dios. Parecéis como no estar en el mundo, pero miráis siempre al mundo al igual que la mujer de Lot. Vuestras almas están como divididas en dos; en el templo sois santos, pero fuera de él, mundanos. Debido a que no se puede servir a Dios y a Mamón, las almas así divididas se han enfriado para Dios, mientras que se inclinan cada vez más hacia Mamón. Tales creyentes no pueden ser agradables a Dios (ob. cit., pág. 92).
Como puede observarse, Barchuk está entre los partidarios de aplicar el nivel vertical histórico a la representación de las siete iglesias de Apocalipsis capítulos 2 y 3, con lo que corresponde a la iglesia de Laodicea representar la época de nuestros días (desde comienzos del siglo XX), cuando las masas han caído en una total indiferencia con respecto a la religión y cuando las mismas iglesias, en su mayoría, no parecen contar para nada con el Señor (v. 20).
5. ¿En qué se fundaba el engreimiento de los cristianos de Laodicea? El propio Señor lo expresa a continuación (v. 17): «Pues dices: Rico soy y me he enriquecido (pretérito perfecto) y de nada tengo necesidad» (lit.). Parecidos al fariseo de la parábola, los cristianos de Laodicea, al disfrutar de su opulencia material y de sus comodidades, se creían especialmente bendecidos por Dios en la prosperidad de sus negocios, y le daban gracias como los antiguos «ashirim betorah» (prosperados en la Ley), los fariseos, que se jactaban de darle a Dios más de lo que Él les exigía («ayuno dos veces en sábado …»— Lc. 18:12—). Dice Barchuk a este respecto:
Hay personas en las iglesias que suelen estar completamente satisfechas de sí mismas, por eso nunca están satisfechas de los demás. Éste es el peor elemento entre la humanidad. Ellos mismos con frecuencia sorprendidos se preguntan: ¿Por qué es que todos se alejan de ellos y no quieren tener con ellos nada en común? Y esto sucede porque estos suficientes de sí mismos, pero disconformes con los demás, son amadores de sí mismos, y fuera de sí ni aun distinguen el mundo de Dios. Ellos, o bien se alaban a sí mismos, o bien deshonran a los demás. Por eso resultan despectivos a todos.
6. La iglesia de Laodicea se jactaba de no necesitar de nada, pero el Señor Jesús le descubre su verdadera condición (v. 17b): «Y no sabes que tú (nótese el énfasis) eres el desventurado y miserable y menesteroso y ciego y desnudo» (lit.). Vale la pena examinar cada uno de estos epítetos, unidos todos, en el original, por un mismo artículo determinativo:
(A) Se creían prósperos en sus negocios, en sus beneficiosas transacciones bancarias, en su opulencia. Estos cristianos a medias creían que todo ello era «ventura» y «bendición de Dios». Pero el Señor les dice: ¿Tú te crees bendecido, bienaventurado? Pues yo, el Amén, te aseguro que eres «el desventurado» (gr. talaipóros—sólo ocurre aquí y en Ro. 7:24—) por antonomasia. El oro de tus bancos no es moneda corriente en el Reino de Dios.
(B) Se creían autosuficientes, no necesitados de nadie ni de nada, pero, en realidad, son unos miserables, esto es, «dignos de lástima» (según la etimología. Gr. eleeinós, vocablo que sólo sale aquí y en 1 Co. 15:19).
(C) Se creían ricos hasta la opulencia, pero el Señor dice: «Eres el menesteroso» (gr. ptokhós, como el mendigo de Lc. 16:20, 22). «Menesteroso» es mucho más bajo que «pobre», pues no sólo carece de bienes de fortuna, sino que tiene que mendigar para poder sobrevivir. ¡Qué contraste con la iglesia de Esmirna! (2:9 «… tu pobreza ¡pero si eres rico!»)
(D) Se creían tener «buena vista» espiritual en una ciudad famosa por sus colirios y sus prestigiosos oculistas, pero el Señor les hace notar que se engañan; la triste realidad es que son ciegos, pues no se percatan de su lamentable estado espiritual.
(E) En una ciudad famosa también por su industria en lana negra, por lo que podían cubrirse con costosas y rozagantes vestiduras de ese tejido, el Señor les hace ver que están desnudos espiritualmente, dejando al descubierto sus vergüenzas (comp. con v. 18 y 16:15).
Al llegar aquí, debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuáles son mis riquezas? ¿Dónde está mi tesoro? (v. el comentario a Hch. 3:6). ¿Me creo autosuficiente? ¿El-todo-lo-sabe? Lo peor de la condición de la iglesia en Laodicea era que estaban ciegos. Como dice Barchuk, «ser ciego es una gran desgracia.
Pero la peor desgracia la vive aquel que no quiere ver su propia condición» (comp. con Jn. 9:39–41).
7. A continuación (v. 18) viene el consejo del Señor, no es un severo mandato, sino un tierno consejo:
«Te aconsejo (es el consejo de un buen Padre y Maestro) que compres de mí: oro refinado al fuego, para que te hagas rico; ropas blancas para cubrirte y para que así no esté a la vista de todos tu vergonzosa desnudez; y colirio para ponerte en los ojos, a fin de que puedas ver» (NVI).
(A) Jesucristo es el único «Productor y Proveedor» (gr. arkhegós) de la vida (Hch. 3:15) y de la fe (He. 12:2); de todo lo que necesita un creyente para su riqueza espiritual; por eso, hay que adquirirlo de Él. No se trata de comprar con dinero, sino de adquirir gratis, según la fraseología similar de Isaías 55:1, 2, «oro refinado al fuego, para que seas rico»: el oro de la pureza santa, refinada con el fuego de las pruebas y de la disciplina; ésta es la verdadera riqueza, no la del negocio mundanal (v. Sal. 18:31; Pr. 30:5; Col. 1:27; 1 P. 1:7).
(B) Cristo les ofrece también «ropas blancas para cubrirte y para que así no esté a la vista de todos tu vergonzosa desnudez». Las ropas blancas son símbolo de la justicia imputada (v. vv. 4, 5; 4:4; 6:11; 7:9, 13, 14), de santidad de vida (v. 19:8, 14), de paz, de victoria y de alegría festiva, frente a las espléndidas telas de lana negra.
(C) Y, frente a los famosos polvos frigios, con los que fabricaban en Laodicea la pomada para las enfermedades de los ojos, Cristo les recomienda un «colirio» espiritual para los ojos del corazón, a fin de que así puedan apreciar los verdaderos valores de las cosas (comp. con Ef. 1:17, 18; 1 Jn. 2:20, 27). Sólo el Espíritu Santo puede suministrarnos este valioso ungüento.
8. En esta carta, llena de reproches, nos sorprende y emociona lo que el Señor dice, en el versículo 19, a la iglesia de Laodicea: «A los que yo quiero, les reprendo y los disciplino. Así que ten fervor y arrepiéntete» (NVI). La primera parte de este versículo nos recuerda Proverbios 3:12, del que viene a ser una cita (comp. con He. 12:6), con la diferencia de que aquí se usa el verbo philó, verbo que indica un afecto entrañable. Dice Bartina: «Se emplea deliberadamente un verbo que entraña contenido emocional. Ese amor no es cruel en la educación, corrección o castigo, sino severo para bien del educando (He. 12:5– 11)» (ob. cit., págs. 666, 667). Y añade el Señor: «Sé celoso, pues, y arrepiéntete» (lit.). El primer verbo está en presente continuo; el segundo, en aoristo de urgencia y determinación decisiva. Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.687): «El arrepentimiento había de implicar la sustitución de la complacencia por una celosa preocupación». Es de notar que el verbo zéleue (sé celoso) es de la misma raíz que el adjetivo zestós (caliente) de los versículos 15 y 16.
9. Sigue (v. 20) una promesa, delicada, tierna, afectuosa, dentro de una amarga queja, aunque sólo insinuada: «¡Aquí me tienes! Estoy de pie a la puerta y llamando. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré y comeré con él, y él conmigo» (NVI).
(A) Comencemos por decir que este versículo se usa muchísimo en mensajes de evangelismo y hasta se insinúa, en ese sentido, en nuestros himnarios, como si el inconverso debiese abrir a Cristo la puerta de su corazón. Esta interpretación es incorrecta, porque: (a) Es Dios, por medio de su Espíritu, quien abre los oídos y el corazón (v. por ej. Hch. 16:14); (b) El Señor no se está dirigiendo a inconversos, sino a una iglesia cristiana.
(B) El versículo comienza por un idoú («mira, he aquí») para llamar la atención sobre alguien que pide hospedaje: Jesús se presenta como un peregrino y apela a la hospitalidad, tan desarrollada y practicada por los orientales, y quiere llegar a una amistad más sólida (v. Lc. 24:13–35, y comp. con Cnt. 5:2; Mt. 13:29; 24:33; Lc. 12:36; 22:29; Stg. 5:9).
(C) ¿A qué puerta llama Jesús? Ya hemos advertido que Cristo se está dirigiendo a una iglesia; primero, a la iglesia como congregación; pero también a los individuos que son miembros de dicha iglesia:
(a) Ante todo, la puerta es la de la iglesia, de la que está, en la práctica, excluido como Señor y Salvador, puesto que sus miembros son tibios y se sienten engreídos de su posición, sin necesidad de nada (v. 17); al ser autosuficientes, no se percatan de la necesidad de depender, en todo y por todo, del Señor Jesucristo. Dice Ryrie: «¡Cuán increíble es que Cristo haya de ser impedido de entrar en su propia Iglesia! ¡Cuán bondadoso como para estar todavía solicitando entrar!»
(b) Pero la llamada se hace, sobre todo, a individuos, como se ve por la segunda parte del versículo:
«Si alguien escucha mi voz …». Como si dijese: «¿No habrá alguien en esa comunidad que desee tener íntima comunión conmigo?» Como Diógenes, linterna en mano, buscaba entre la multitud reunida en el ágora un hombre, puesto que la masa congregada en la plaza «eran gente—decía él—, pero no hombres (personas con sentido de responsabilidad)», así también Cristo, ante una iglesia tan tibia que está a punto de vomitarla de su boca, llama a la puerta de cada individuo, para ver si hay alguien, en toda la congregación, que esté dispuesto a oírle y obedecerle, ya que «escuchar, en la Biblia, equivale a obedecer».
(D) Repitamos que la obra de la salvación, tanto de la justificación como de la santificación, es de iniciativa enteramente divina: Es primero Cristo el que hace oír su voz. Compárese con Romanos 10:20, que, a su vez, cita de Isaías 65:1: «Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí». Comenta Hendriksen (ob. cit., pág. 78): «Es Él el que está llamando, y esta voz del Señor en el Evangelio, aplicada al corazón por el Espíritu, es el poder de Dios para su salvación. De este modo, hallamos que este pasaje hace completa justicia, tanto a la soberanía de la gracia divina, como a la humana responsabilidad» (comp. con 1 Co. 15:10).
(E) La comida con Cristo, expresada en este versículo en términos de mutua comunión («comeré con él, y él conmigo»—NVI—), es, según el simbolismo oriental, una indicación de especial amistad y de relación íntima pactada. Por tanto, indica aquí los dones mesiánicos que Cristo da a sus amigos ya en este mundo, aparte del premio escatológico que se menciona en el versículo siguiente. Dice Morgan (citado por Walvoord, ob. cit., pág. 97):
El único remedio contra la tibieza es la readmisión del Cristo excluido. La apostasía ha de ser confrontada con la fidelidad de Él, la laxitud con la convicción nacida de la autoridad de Él, la pobreza con el hecho de la riqueza de Él, el frío con el poderoso fuego del entusiasmo de Él, y la muerte con la vida divina que hay en Su don.
10. Con el llamamiento común «Al que venza» (v. 21), viene la promesa escatológica; «le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, de la misma manera que yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» NVI). Es el trono de Dios y del Cordero (22:1), que han de compartir los que tengan parte en la primera resurrección (20:4; 22:5). Con esta comunión íntima entre el creyente y Cristo, la cual empieza ya en esta vida, pero se hará manifiesta en la Segunda Venida del Señor (1 Jn. 3:2), se realiza lo que leemos en Juan 14:23; 15:5; 1 Juan 2:24, etc. Termina el mensaje (v. 22) con el consabido estribillo:
«Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (NVI).
11. Al final del comentario a los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, conviene hacer una pausa para reflexionar.
(A) Las condiciones de estas siete iglesias existen también hoy, y han existido siempre, sea cual sea la opinión que se tenga, a nivel histórico, sobre lo que cada iglesia pueda representar. La gran pregunta es:
¿Son fieles al encargo de Cristo las iglesias de hoy? ¿Retienen de veras el nombre del Señor y llevan en alto sus lámparas en medio de las tinieblas de este mundo?
(B) Las tentaciones a seguir al mundo y negar a Cristo vienen, como entonces, desde tres direcciones:
(a) el miedo a la persecución; (b) la adulación a los poderosos; (c) la constante invitación a participar de los placeres de esta vida. Con todo eso, se puede asegurar la posición social, pero se pierde el fervor espiritual. Cuando los que se profesan cristianos ceden a estas tentaciones, caen en el deplorable estado de la iglesia de Laodicea, aunque todo parezca marchar en orden dentro de los muros del edificio que lleva el nombre de «templo», «iglesia» o «capilla evangélica». Se pierde la convicción de pecado y no se advierte la necesidad de un sincero cambio de mentalidad delante del Señor. ¿Cómo se va a golpear alguien el pecho en señal de contrición, si se cree en paz con Dios y en orden con la iglesia, sin advertir esa lastimosa tibieza que lleva a la indolencia, a la indiferencia, al compromiso con el mundo? Dice Hendriksen acerca de su propia experiencia:
El autor de este libro ha tenido contacto personal con esta actitud de parte de algunos miembros de iglesia. No hay nada que hacer con tales gentes. Con los que nunca han entrado en contacto con el Evangelio y, por ello, son «fríos» a este respecto, se puede hacer algo. Con creyentes sinceros y humildes se puede trabajar con gozo. Pero con estos «somos-una-gente-tan-buena-aquí-en Laodicea», no se puede hacer nada. Cristo mismo no los pudo soportar (ob cit., págs. 76, 77).
¡No permita el Señor que nuestras asambleas, ni nosotros como miembros individuales de ellas, caigamos en el estado lastimoso en que se hallaba esta «desventurada, miserable, menesterosa, ciega y desnuda» iglesia de Laodicea! De los apóstatas dice Pedro (2 P. 2:22, al citar de Pr. 26:11) que son como
«el perro que se vuelve hacia lo que ha vomitado». ¿Vamos a ser así nosotros? ¿Qué haremos, pues, si por no ser ni fríos ni calientes, se dispone el Señor a vomitarnos de su boca?
Con este capítulo comienza la tercera sección del libro de Apocalipsis, la que tiene que ver con «las cosas que han de ser después de éstas», es decir, las que suceden a la dispensación de la Iglesia. Los capítulos 4 y 5 constituyen como una especie de prólogo a los juicios que siguen a continuación en el Día de Jehová y de la ira del Cordero (v. 6:16). Comienza, pues, el período de la Gran Tribulación. En el presente capítulo tenemos: I. La visión del trono celestial (vv. 1–3). II. La descripción de los 24 ancianos, de las cosas que había en torno del trono de Dios, y de los cuatro seres vivientes (vv. 4–8). III. Un himno de adoración y alabanza al Dios Creador (vv. 9–11).
Versículos 1–3
Dicen estos versículos en la NVI: «Después de esto, miré y vi ante mis ojos una puerta que estaba abierta en el cielo. Y la voz que había oído primeramente hablándome como una trompeta, me dijo: “Sube acá y yo te mostraré lo que ha de suceder después de esto”. Al punto fui arrebatado en espíritu (o fui en el Espíritu), y delante de mí había un trono en el cielo, con alguien sentado en él. Y el que estaba sentado allí tenía el aspecto del jaspe y de la cornalina. Un arco iris, semejante a una esmeralda, circundaba el trono».
1. «Después de esto» (gr. metá taúta) significa, obviamente, «después de las cosas que acabo de ver». Ahora bien, tómese como se quiera la historia de la Iglesia representada en las siete iglesias de los capítulos 2 y 3 (ya sea en sentido horizontal continuo o en sentido vertical histórico), es cosa segura que la época de la dispensación de la Iglesia ha quedado atrás. Walvoord (ob. cit., pág. 103) hace notar que«el vocablo iglesia, tan prominente en los capítulos 2 y 3, no vuelve a salir hasta 22:16, aunque la Iglesia está indudablemente a la vista, como esposa del Cordero, en Apocalipsis 19:7». Esto se corrobora con la visión de los veinticuatro ancianos, como veremos luego.
2. Lo que vio entonces Juan fue «una puerta que estaba abierta en el cielo». Esto nos recuerda lugares como Ezequiel 1:1; Marcos 1:10; Juan 1:51; Hechos 7:56. Recordemos que los antiguos, incluidos los judíos, se imaginaban el cielo como una bóveda inmensa, metálica, por cuyas compuertas bajaban «las aguas de arriba» (v. Gn. 1:6, 7; 7:11; 8:2). De ahí, el sentido (claro en el original hebreo) de Salmos 144:5: «Oh Jehová, inclina tus cielos y desciende …»; es como una puerta que se abre de arriba abajo y por la cual descendía Dios, como desde una rampa de lanzamiento. Pero ahora, esta puerta daba acceso, no al compartimiento superior de las aguas, sino al mismo cielo empíreo, donde se hallaba el trono de Dios.
3. «Y la voz que había oído primeramente (v. 1:10) hablándome como una trompeta, me dijo (lit. decía, puesto que el verbo está en participio de presente)»—continúa Juan—(v. 1b). Juan oye una voz que puede reconocer de inmediato: Es la misma que le había hablado al principio de la visión y era tan fuerte que le sonaba como la voz de una gran trompeta (gr. sálpingos, el mismo vocablo de 1:10). Era, pues, la voz del Señor Jesucristo, como en el capítulo 1.
4. La voz del que hablaba con Juan le dijo (v. 1c): «Sube acá y yo te mostraré lo que ha de suceder después de esto» (NVI). De nuevo hallamos la expresión griega metá taúta al final del versículo. Juan es invitado a asistir en el cielo al consejo de Dios. Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.687): «En la profecía del Antiguo Testamento sólo pueden aprender los propósitos divinos los que son admitidos al consejo de Jehová para ver y oír su palabra; entonces se hallan en posición de proclamar confiadamente lo que Él quiere hacer (Jer. 23:18, 22). Así es como Juan aprende el curso de los sucesos venideros, al ser arrebatado en éxtasis al cielo».
5. Juan obedece a la voz que le hablaba (v. 2): «Al punto fui arrebatado en el espíritu», es decir, cayó en un éxtasis, como había caído anteriormente (1:10). Dos veces más (17:3; 21:10) se menciona este éxtasis en este libro y cada vez parece ser más profundo el éxtasis a que Juan se refiere. Por tanto, el de este versículo es más profundo que el de 1:10, por cuanto son también más profundas (escatológicas) las cosas que a Juan se le van a revelar ahora. La misma localización corrobora esto, pues en 1:10 el apóstol se sentía todavía en Patmos, pero ahora se contempla a sí mismo, en la visión del éxtasis, en la presencia misma de Dios.
6. Lo primero que Juan vio, en su éxtasis, en el cielo fue «un trono … con alguien sentado en él» (v. 2b). Esto merece un análisis especial:
(A) De las 62 veces en que sale en el Nuevo Testamento el vocablo «trono», 47 son salidas de la pluma de Juan. Es curioso que el libro comienza ya con el trono (1:4); las cartas a las iglesias terminan con el trono (3:21—dos veces—); ahora, la nueva visión comienza también con el trono (¡y se halla nada menos que 17 veces en los caps. 4 y 5!)
(B) Esta idea del «trono» de Dios arranca especialmente de Daniel 7:9. El trono es símbolo de gobierno y de poder. Esto asemeja la visión de Juan a la de Moisés (Éx. 19:9, 19), a la de Isaías (Is. 6:5) y a la de Ezequiel (Ez. 1:26–28), aunque las mayores semejanzas son con esta última. El trono ocupa el lugar que la shekinah ocupaba en el Lugar Santísimo y, en el contexto de los capítulos 4 y 5, es símbolo del poder absoluto con que Dios gobierna y controla, aun durante la Gran Tribulación, todo lo que en la tierra está ocurriendo. La visión de la gloria majestuosa de Dios precede así a la visión de todo lo que va a suceder desde 6:1 en adelante. A continuación, Juan va a describir (v. 3) al que estaba sentado en el trono.
7. Dice el versículo 3: «Y el que estaba sentado allí tenía el aspecto del jaspe y de la cornalina. Un arco iris, semejante a una esmeralda, circundaba el trono» (NVI).
(A) Aunque la visión de Juan es semejante a la de Ezequiel, hallamos ya una de las diferencias más significativas: Ezequiel 1:26–28 presenta a Jehová en el trono como «una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él etc.». Pero Juan evita atribuir a Dios forma alguna humana, y dice que «el que estaba sentado allí tenía el aspecto del jaspe y de la cornalina». En vez de compararlo a una figura humana, Juan lo compara a dos piedras preciosas de profundo simbolismo en su color y en su forma:
(a) La primera y última de las doce piedras preciosas que llevaba el sumo sacerdote en el pectoral era una piedra sárdica y un jaspe (Éx. 28:17–20). El jaspe, que aquí se menciona en primer lugar, es una piedra preciosa translúcida, de dureza diamantina, como el cristal de roca; transparente, como símbolo de santidad y clarividencia; duro, hasta el extremo de quebrar todas las resistencias, y parecido en esto al «fuego consumidor» (He. 12:29).
(b) La piedra sárdica o cornalina es roja, símbolo aquí de la ira de Dios en el juicio que se prepara contra los rebeldes. En Éxodo 28:17 figuraba en primer lugar, y representaba la tribu de Rubén, mientras que el jaspe figuraba en último lugar, y representaba la tribu de Benjamín. Como observa Walvoord (ob cit., pág. 104), «aunque el jaspe podría referirse a la pureza de Dios y la cornalina a Su propósito redentor, según el Antiguo Testamento, estas piedras estaban relacionadas con las tribus de Israel». También en los sellados de 7:3–8, la tribu de Rubén aparece en cabeza (aunque detrás de Judá), y la de Benjamín en último lugar; por lo que puede deducirse que la colocación del jaspe delante de la cornalina en este versículo no tiene ninguna significación de precedencia entre las tribus, sino, probablemente, la conjunción de ambas piedras bajo un solo denominador común de lítho (piedra) que las precede.
(B) Lo mismo que en Ezequiel 1:28, el arco iris que se menciona en la segunda parte del versículo 3, se diferencia del arco iris natural en dos detalles:
(a) El arco iris natural consta de siete colores; en cambio, éste es comparado a la esmeralda, piedra de color verde (símbolo de la esperanza), que nos habla de la misericordia divina. En Génesis 9:13, el arco iris era la señal del pacto de Dios con la humanidad, después del tremendo castigo infligido por medio del Diluvio. En la ira, Dios se acuerda de la misericordia (Hab. 3:2).
(b) El arco iris natural forma una media circunferencia, cerrada por arriba abierta por abajo, porque Dios nunca quebranta sus pactos, pero los hombres sí. En cambio, este otro arco iris forma una completa circunferencia, para dar a entender que la fidelidad inquebrantable de Dios domina todas las resistencias, rebeldías e infidelidades.
(C) Para corresponder en adoración a esta visión de santidad y de misericordia (precisamente como preludio a los juicios de Dios), nada mejor que entonar todo el Salmo 97, así como el comienzo del 99:
«Jehová reina; temblarán los pueblos; Él está sentado sobre los querubines, se estremecerá la tierra …».Va a ser ahora cuando se manifestará que Dios y no el diablo, va a dominarlo todo en el Universo (v. el comentario a dichos salmos).
Versículos 4–8
Después de la descripción del trono de Dios, Juan describe lo que vio cerca de ese trono (vv. 4–8):
«Alrededor del trono había otros veinticuatro tronos; y sentados en los tronos, veinticuatro ancianos. Estaban vestidos de blanco y llevaban sobre sus cabezas coronas de oro. Del trono salían relámpagos, estruendos y truenos. Delante del trono ardían siete lámparas, que son los siete espíritus de Dios.
También delante del trono había algo parecido a un mar de vidrio, claro como el cristal. En el centro, alrededor del trono, estaban cuatro seres vivientes, y estaban cubiertos de ojos por delante y por detrás. El primero de los seres vivientes era como un león; el segundo ser viviente, como un toro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era como un águila volando. Cada uno de los cuatro seres vivientes tenía seis alas y estaba cubierto de ojos por todas partes, incluso por debajo de las alas. Día y noche, nunca cesan de decir:
“Santo, santo, santo
es el Señor Dios Todopoderoso,
el que era, el que es, y el que está viniendo”» (NVI).
1. El versículo 4 avanza describiendo en círculos concéntricos la posición simbólica (¡no se olvide!) de los diversos seres que rodean el trono de Dios. Una lectura superficial podría inducir a pensar que los 24 ancianos se hallan más cerca del trono de Dios que los cuatro seres vivientes de los versículos 6 y ss., pero no es así. W. Hendriksen (ob. cit., pág. 83) traza un sencillo diagrama que explica la posición de todos los elementos mencionados en este capítulo 4 en siete círculos concéntricos:
(A) En torno al trono de Dios el Padre, y en el primer círculo, está la piedra de jaspe, símbolo de la transparente pureza de Dios.
(B) En el segundo círculo interior está la cornalina, misericordia de Dios sobre su pueblo Israel, pero ira de Dios que pende sobre el mundo en juicio condenatorio.
(C) En el círculo tercero está el arco iris—la verde esmeralda—, símbolo de esperanza por la fidelidad de Dios a Su pacto.
(D) En el cuarto círculo están los seres vivientes o querubines, como ocupando los cuatro puntos cardinales en torno al trono. Al tener en cuenta el punto de mira del vidente (Juan), uno de ellos parecía estar (v. 6) «en medio del trono», esto es, al tener el trono como fondo de perspectiva; los otros tres,
«alrededor del trono».
(E) En el quinto círculo están los 24 ancianos, de los que hablaremos de inmediato.
(F) En el sexto círculo están los «muchos ángeles» que se mencionan en 5:11.
(G) Finalmente, en el séptimo círculo, a la mayor distancia del trono de Dios, se halla el resto del Universo: «todo lo creado, etc.» (v. 5:13). Luego veremos (vv. 5, 6) que las siete lámparas y el mar de vidrio se hallan entre los círculos cuarto y quinto, es decir, entre los querubines y los ancianos. Mención especial requiere la colocación inicial del Cordero (Jesucristo), el cual es introducido en escena en el capítulo 5, y que, en la perspectiva del vidente, aparece como «en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos» (5:6), hasta que, como veremos en 5:7, Juan lo describe avanzando hasta el trono (dentro del círculo primero) para tomar en sus manos el rollo, y terminar (v. 22:1) sentándose en él con el Padre. Entender esto es de suma importancia para la recta comprensión de todo el Apocalipsis, pues son muchos los predicadores a quienes les he oído que Juan vio, ya aquí, al Señor Jesucristo «sentado en medio del trono» (¡!) ¿Qué lugar del trono, entonces, ocuparía Dios el Padre?
2. ¿A quiénes representan los veinticuatro ancianos, sentados en veinticuatro tronos, que comienzan a mencionarse en el versículo 4? Hay quienes ven en ellos la representación angélica o «celestial contraparte de las 24 clases sacerdotales en 1 Crónicas 24:4 y ss». (Bruce). Otros ven en ellos a los redimidos de todos los tiempos (Ryrie). Personalmente, estoy de acuerdo con Walvoord y Pentecost. El primero resume así sus conclusiones: «La identificación de los veinticuatro ancianos no debería sostenerse de una manera dogmática, pero la evidencia que aquí tenemos es tal que apunta hacia la conclusión de que pueden representar a la Iglesia como Cuerpo de Cristo» (ob. cit., pág. 107). J. D. Pentecost es más explícito y detallado:
Puesto que, de acuerdo con Apocalipsis 5:8, estos veinticuatro ancianos están asociados en un acto sacerdotal, lo cual nunca se dice de los ángeles, deben ser creyentes-sacerdotes asociados con el Gran Sumo Sacerdote. Considerando que Israel no es resucitado hasta el fin de la septuagésima semana, ni juzgado ni recompensado hasta la venida del Señor, conforme a Isaías 26:19–21 y Daniel 12:1, 2, éstos deben ser representantes de los santos de la época actual. Visto que aparecen resucitados, en el cielo, juzgados, recompensados y entronizados al comienzo de la septuagésima semana, la conclusión es que la Iglesia ha debido ser arrebatada antes de que comience la septuagésima semana. Si la Iglesia no está aquí resucitada y trasladada, como sostienen algunos, y no lo está hasta Apocalipsis 20:4, ¿cómo podría la Iglesia estar en el cielo en Apocalipsis 19:7–11? (Things to Come, pág. 209).
Supuesta esta identificación de los veinticuatro ancianos como representantes de la Iglesia ya trasladada en cuerpo y alma a los cielos, podemos pasar al análisis de la descripción que se hace de ellos:
(A) Al decir «ancianos» se da a entender que forman una especie de senado (vocablo que procede del latín senex = anciano), o cuerpo consultivo de Dios, que participan así de la dignidad judicial lo mismo que de la nobleza regia, puesto que están sentados en sendos tronos.
(B) Juan los vio «cubiertos con vestiduras blancas», lo cual, aparte del simbolismo de justicia, pureza (comp. con Ef. 5:27), paz y victoria, indica la función sacerdotal de adoración y alabanza que están ejerciendo (v. 5:8 y ss.).
(C) También los vio Juan con coronas de oro en la cabeza. El vocablo griego para «corona» es aquí stéphanos, que no designa la corona regia, sino la del vencedor. Pero los vencedores de los juegos olímpicos no eran premiados con coronas de oro, sino de laurel; por lo que aquí, junto con el símbolo de la victoria, aparece el símbolo de glorificación celeste, donde se unen la victoria y la realeza.
3. «Del trono, continúa Juan (v. 5), salían relámpagos, estruendos y truenos» (NVI). Quizá los dos últimos vocablos deberían traducirse como hendíadis: «fragor de truenos» (RV 1977). Los truenos y los relámpagos son siempre en la Biblia manifestaciones del poder y de la majestad de Dios (comp. con 8:5; 11:19; 16:18; Éx. 19:16 y ss.; 20:18–20; Sal. 18:8–16). Inmediatamente, como contrapunto a estas manifestaciones del poder y del juicio de Dios, Juan ve que «delante del trono ardían siete lámparas, que son los siete espíritus de Dios» (v. 5b. NVI). Por una parte, no cabe duda de que se refiere al Espíritu Santo, como en 1:4; por otra, hay aquí una clara alusión al candelabro de los siete brazos, que ardía y alumbraba constantemente, noche y día, delante del trono de Dios. El vocablo enópion, lo mismo que en 1:4; 3:2, 5 y muchos otros lugares de Apocalipsis, indica algo más que presencia: cercanía a la vista de Dios, como en el Lugar Santísimo.
4. Prosigue Juan (v. 6): «También delante del trono había algo parecido a un mar de vidrio» (NVI). A la vista (gr. enópion) del que estaba sentado en el trono, se halla esta especie de mar de vidrio. Según la mentalidad antigua, especialmente la oriental, que ya se refleja en Génesis 1:6, 7, hay una división entre las aguas de arriba y las de debajo del firmamento. Sobre estas aguas de encima del firmamento, aparece levantado el trono de Dios. Un «mar de vidrio» es un mar en calma, tranquilo, en contraposición a los mares de este mundo, que son tempestuosos, agitados en olas traidoras por fuertes vientos y tormentas fragorosas. Esa calma celestial señala que hasta allí no llega la agitación rebelde de los pueblos de la tierra (Sal. 2:1 y ss.). Grau hace notar que, en la antigüedad, el vidrio era opaco, muy oscuro; el que era como el cristal «solía, dice, ser muy caro y era un lujo que sólo los reyes podían darse» (ob. cit., pág. 148).
5. La segunda parte del versículo 6 conviene traducirla según la RV que da la versión literal: «Y en medio del trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás». Como ya hemos explicado más arriba, al describir los círculos concéntricos en torno al trono de Dios tanto el Cordero como uno de estos cuatro seres vivientes aparecen desde el punto de vista de Juan como si se hallasen en medio del trono. ¡No cabe mayor aberración que pensar que uno de estos cuatro seres vivientes estuviese sentado en medio del trono! Por lo que 4:6b y 5:6b se clarifican mutuamente, y nos ayudan a conocer la exacta situación del Cordero antes de avanzar hasta el trono para recoger el rollo.
6. La última frase de este versículo 6, así como los versículos 7 y 8, nos ofrecen la descripción de estos seres vivientes:
(A) «Estaban llenos de ojos por delante y por detrás» (v. 6c). Esto simboliza la vigilancia continua y la observación perfecta que estos seres vivientes guardan con respecto a todo lo que ocurre en el mundo universo, en el que no hay nada que pueda escaparse a la escrutadora mirada de estos seres vivientes.
(B) La descripción del versículo 7 no debe llevarnos a considerar estos seres vivientes como animales. El original dice zóa (que puede aplicarse a todo lo que vive—comp. con zoé, vida, aplicado a la vida eterna inclusive—), no thería (bestias). Por otra parte, no cabe duda de que son seres angélicos (v. 8) y su identificación precisa ha de hacerse a la vista de Isaías 6:2 y Ezequiel 1:10; 10:14. Los símbolos bajo los cuales son representados pueden interpretarse de varias maneras:
(a) Pueden representar lo más notable (león), lo más fuerte (toro), lo más sabio (hombre) y lo más ágil (águila) de la creación terrestre. En esta misma línea, pero de forma diferente, dice un comentario rabínico del año 300 de nuestra era: «El águila es el más poderoso de los pájaros. El becerro es el más poderoso de los animales domésticos. El león es el más poderoso de los animales salvajes. El hombre es el más poderoso de todos en la creación».
(b) Desde antiguo, se les ha comparado con los cuatro aspectos en que los cuatro Evangelios consideran al Señor Jesucristo: En Mateo se le considera como Mesías-Rey de Israel, el León de la tribu de Judá; en Marcos, como al Siervo sufriente, fiel, obediente y paciente, el becerro para el sacrificio; en Lucas, el Salvador del mundo, el Hijo del Hombre; en Juan, es el Hijo de Dios, como el águila que se eleva hasta el seno del Padre (Jn. 1:1, 18). Sin embargo, la representación más popular a este respecto difiere mucho de ésta, excepto en lo del cuarto Evangelio, en el que todos han visto representada el águila, aunque no como símbolo del mismo Cristo, sino de la elevación del propio Juan en su prólogo (Jn. 1:1–18). En cambio, el hombre se aplica a Mateo, por comenzar con la genealogía humana de Cristo; el león a Marcos, porque empieza por el grito del Bautista en el desierto; y el becerro a Lucas, porque empieza con el ministerio de Zacarías en el templo.
(c) Walvoord (ob. cit., pág. 110) cita a W. Scott, el cual observa que:
antiguos escritores rabínicos declaran que las tribus de Israel levantaron sus tiendas y sus estandartes en los cuatro lados del tabernáculo en este mismo orden; a saber, la tribu de Judá, león; la tribu de Efraín, buey; la tribu de Rubén, hombre; la tribu de Dan, águila (cf. Nm. 2:2).
(C) Los elementos que el versículo 8 nos aporta nos ayudan a identificar a estos seres vivientes como cumpliendo funciones y misiones propias de los ángeles de más elevadas categorías:
(a) Lo mismo que los serafines de Isaías 6:3, estos seres vivientes (v. 8c), «no cesan día y noche de decir (gr. légontes. ¡Nótese el verbo! No dice de cantar): Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso (comp. con 1:8); el que era, el que es y el que está viniendo» (lit. Comp. con 1:4, 8). Por una referencia que encontramos en el apócrifo Libro de Enoc, vemos que los judíos representaban a los ángeles divididos, al menos, en cuatro grupos, en gradación descendente: Seraphim, Querubim, Ophanim y el resto de los ángeles. Son, pues, serafines, pues repiten sin cesar el trisagio. Él es el primero de los 20 himnos que dicen en Apocalipsis los grupos celestiales.
(b) Pero, por la función de vigilancia y escrutinio que desempeñan, estos seres vivientes son también querubines. Los querubines salen por primera vez en la Biblia en Génesis 3:24, y de allí se desprende que a ellos están encomendadas las cosas más sagradas de Dios.
(c) Por otra parte, es curioso que ophanim sea precisamente el término hebreo con que Ezequiel expresa las «ruedas» con las que se mueven los querubines (v. Ez. 1:18). Una somera lectura de Ezequiel 1:5 y ss. nos hace notar tanto las semejanzas con Apocalipsis 4:6 y ss., como las diferencias. También en Ezequiel hay cuatro seres vivientes, pero allí cada uno tiene cuatro caras. También es de notar que en Ezequiel tienen que acarrear el trono de Dios en la dirección que el ocupante del trono indica, mientras que en Apocalipsis los querubines no acarrean el trono, porque el dominio del Universo se ejerce desde el propio trono celestial, sin que Dios necesite ir visitando los lugares. Otra notable diferencia es que, en Ezequiel, el espíritu y los ojos están en las ruedas, que son las que tienen que moverse, mientras que en Apocalipsis los seres vivientes vigilan desde arriba, sin necesidad de trasladarse de un lugar a otro.
Versículos 9–11
En estos versículos tenemos el himno al Creador que los veinticuatro ancianos entonan, al mismo tiempo que los seres vivientes honran a Dios en adoración: «Y cada vez que los seres vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos. Arrojan sus coronas delante del trono y dicen:
“Digno eres, nuestro Señor y Dios,
de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas
y por tu voluntad fueron creadas y tienen su existencia”».
1. El primer detalle digno de observación en estos versículos es que, al mismo tiempo que se postran en adoración, los 24 ancianos arrojan sus coronas al trono de Dios, en señal de absoluta sumisión y de que a Dios le deben el reinar. Se cuenta de Tirídates I de Armenia que arrojó su corona a la estatua de Nerón, quien le había devuelto el trono tras de una sublevación contra Roma. También Pompeyo devolvió su corona a un reyezuelo en señal de benevolencia.
2. Se alaba aquí al Dios Creador como «digno» (gr. áxios, ya conocido) de recibir la gloria que pertenece a su esencia divina, el honor que se debe a su majestad infinita, y el poder (gr. dúnamis) con que ejercita su dominio. Es a la vez una acción de gracias por su beneficencia, como lo declara implícitamente la última parte del versículo 11.
3. Los seres vivientes y los 24 ancianos declaran que todo existe porque Dios lo quiso (gr. día to thélema sou. Lit. a causa de tu voluntad). Si se prefiere la traducción de la NVI, tendríamos al final una transposición de los verbos: «fueron creadas y tienen su existencia», que, en la redacción poco clásica de Juan, equivale a «existen, habiendo sido creadas».
Si el capítulo 4 se centraba en el Creador, el presente se centra en el Redentor. Aquí tenemos: I. La visión de un rollo sellado (v. 1). II. La búsqueda de alguien que pudiese abrir dicho rollo (vv. 2–5). III. La visión del Cordero que toma en sus manos el rollo (vv. 6, 7), y IV. El cántico de la redención (vv. 8–14).
Versículo 1
Juan ve en la mano derecha de Dios, del que estaba sentado en el trono, un rollo (gr. biblíon; lit. librito), escrito por dentro y por fuera y sellado con siete sellos. La mano derecha es la mano del honor, del poder y del gobierno (comp. con 1:16, 17, 20; 2:1).
1. Recordemos que los libros de entonces consistían en una larga tira de papiro o de pergamino, escrita en columnas, que se enrollaba en torno a una varilla vertical (v. 6:14), y se iba desenrollando sucesivamente y volviendo a enrollarse conforme avanzaba la lectura. Generalmente estaba escrito sólo por la cara interior, pero a veces se escribían también por la exterior (v. el apócrifo 4 Esdras 2:9 y ss.), y entonces se llamaban opistógrafos (del griego ópisthen, que es el vocablo que aquí figura para significar «del revés»). Este rollo era, pues, de esta clase: opistógrafo.
2. El rollo de que habla aquí Juan representa el plan eterno de Dios, el decreto de Dios, que incluye todo el plan de la Historia; muy en especial, de lo que ha de suceder en el final de los tiempos, y está completamente escrito por ambos lados, para dar a entender que nadie puede añadirle nada (comp. con 22:18, 19).
3. Los siete sellos que sellan el rollo son símbolo de que el plan de Dios no aparece en ese momento ni como revelado ni como ejecutado. En este número, 7 hay plenitud de secreto (comp. con Is. 29:11; Dn. 8:26; 12:49). En Éxodo 32:32; Ezequiel 2:9, 10; Daniel 10:2, 4, encontramos referencias, de diversas maneras, al libro de Dios y al rollo. Si este rollo permanece cerrado, el plan de Dios no será revelado ni ejecutado. Abrirlo, pues, significa no sólo revelarlo, sino también ejecutarlo. Podría ser que los 7 sellos cerrasen por igual el rollo, pero es más probable, por el contexto del capítulo 6, que cada sello cerrase una sección del rollo.
Versículos 2–5
Viene ahora la búsqueda de alguien que pueda quitar los sellos y abrir el rollo; es decir, que sea capaz de revelar el plan de Dios y llevarlo a cabo. Dicen los versículos 2–5 en la NVI: «Y vi a un ángel poderoso que proclamaba a grandes voces: “¿Quién es digno (gr. áxios, capacitado) de romper los sellos y abrir el rollo?” Pero nadie, ni en el cielo, ni en la tierra ni debajo de la tierra, fue capaz de abrir el rollo, ni aun de ver nada de su contenido. Yo lloraba sin cesar, porque no se encontró a nadie que fuese digno de abrir el rollo y de ver su contenido. Entonces uno de los ancianos me dijo: “¡No llores más! Mira, el León de la tribu de Judá, el vástago de David, ha triunfado. Él puede abrir el rollo y sus siete sellos”».
1. Por dos veces (10:1; 18:21) se hace mención en Apocalipsis de un ángel poderoso (lit. fuerte; gr. iskhurón), esto es, de los de mayor rango en potencia, para proclamar (gr. kerússonta, en participio de presente; el mismo verbo de Mt. 3:1; 4:17; Mr. 1:7, 14; Lc. 4:18, 19; 1 Co. 1:23; Col. 1:23; 1 Ts. 2:9, entre más de 60 lugares). No lo dice, lo proclama; y lo proclama, «lo pregona a gran voz», para que se entere el Universo entero. Por otra parte, este ángel, aun siendo tan poderoso, no sale aquí a revelarlo ni a ejecutarlo, sino a proclamarlo.
2. Lo que proclama a gran voz es lo siguiente: «¿Quién es digno (es decir, quién está capacitado) de romper los sellos y abrir el rollo?» Para J. B. Smith, no cabe duda de que este ángel es Gabriel. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, el griego áxios indica una dignidad ética como presupuesto para la habilidad física, que sea capaz de contrapesar en el platillo de la balanza la magnitud de la empresa que se ha de realizar. Es como si el candidato a tal empeño hubiese de presentar—en feliz expresión de S. Bartina (ob. cit., pág. 676)—un currículum vitae que le haga apto para presidir los destinos del mundo y llevarlos a cabo en nombre de Dios. En otras palabras, hace falta un perfecto Mediador, pero sólo un Redentor universal puede ser Mediador universal (1 Ti. 2:5, 6). ¿Podrá hallarse alguno?
3. Nadie (v. 3) en los tres estamentos del Universo (cielo, tierra, debajo de la tierra—comp. con Fil. 2:10—) era digno (competente, digno y capacitado) de abrir el libro, ni siquiera de mirarlo; porque no hay vista creada que pueda atisbar los designios de Dios (Ro. 11:33, 34). Como observa Barchuk, ni la llamada por la Iglesia de Roma «Reina del Cielo» puede abrir ni aun mirar el rollo.
4. Ante esta impotencia e incapacidad universal, Juan rompe a llorar amargamente (v. 4), porque sabe que, si el rollo no se abre, no se llevará a cabo el plan de Dios en favor de la humanidad: no habrá protección sobre el pueblo de Dios; no habrá juicio contra el mundo malvado; no habrá triunfo final de Dios y de su Ungido; no habrá nuevos cielos ni nueva tierra; no habrá, en fin, una herencia eterna, reservada en los cielos, etc.
5. Es entonces cuando uno de los ancianos (v. 5), uno de los que, ya en el cielo, son representantes de la Iglesia arrebatada y triunfante, se acerca a Juan y le dice: «Cesa de llorar» (el verbo está en presente de imperativo). Y de inmediato le comunica el gran mensaje de la dichosa esperanza: No hay motivo para seguir llorando, porque «¡Mira!»—le dice, como indicando que le va a comunicar algo extraordinario—:
«El León de la tribu de Judá el vástago de David, ha triunfado».
(A) «El León de la tribu de Judá» es una clara referencia a Génesis 49:9, 10, donde Jacob, próximo a morir, profetiza la venida del Mesías, surgido de la tribu de Judá (v. Mt. 1:2, 3, 16; Lc. 3:23, 33; He. 7:14).
(B) «El vástago (o raíz) de David» apunta, por su parte, a Cristo como hijo y sucesor de David, a la vez que Señor de David (Mt. 22:41–45). En ese paralelismo entre David y Cristo, se encuentra la profecía de Isaías (Is. 11:1, 10; 53:2, comp. con Ro. 15:12), en que el Mesías se anuncia como «renuevo que retoñará» (hebr. gatsá) del trono de Isaí (o Jesé), el padre de David, y como «raíz (hebr. sharash) de Isaí». Ése es el León que ha triunfado (lit. venció; en aoristo, de una vez por todas) al demonio (v. Gn. 3:15), arrebatándole la presa, rescatándonos de la servidumbre (v. Ef. 4:8) y ganando así el derecho a gobernar el mundo conforme al plan de Dios.
Versículos 6–7
Pero ahora sucede algo extraordinario, algo paradójico a primera vista. Juan espera ver un «León» y lo que aparece es un «Cordero»: «Entonces vi un Cordero, que tenía el aspecto de haber sido inmolado y que estaba en pie en el centro del trono, circundado por los cuatro seres vivientes y por los ancianos.
Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados por toda la tierra. Vino y tomó el rollo de la diestra del que estaba sentado en el trono» (NVI).
1. Desde la posición óptica de Juan, a la que tantas veces hemos aludido, el Cordero tiene como último fondo el trono; un poco más adelante más cerca de Él, están los cuatro seres vivientes; Él se halla situado entre éstos y los 24 ancianos, antes de llegarse al trono para recoger el rollo. Este último detalle bastaría para refutar a los que dicen que el Cordero estaba sentado desde el principio en medio del trono.
2. Es de notar que Juan llama al Cordero arníon («corderito») las 29 veces que sale en Apocalipsis, mientras que en el Evangelio lo designa con el nombre más común de amnós («cordero»). Ya lo hicimos notar en otro lugar. El «cordero» simboliza en la Biblia cuatro cosas: mansedumbre, humildad, inocencia y pureza.
3. Que Jesús sea, a la vez, León y Cordero, lo comprenderemos si consideramos que, en la Cruz del Calvario, fue ambas cosas: un león, al vencer al diablo y llevarse cautiva a la cautividad (Ef. 4:8, 9); un cordero, al ir al matadero sin revolverse ni pronunciar palabra, manso y sumiso, como lo había profetizado Isaías (Is. 53:7, comp. con Éx. 12:3; Jn. 1:29; Hch. 8:32; 1 P. 1:19).
4. Juan ve al Cordero de pie, es decir, resucitado y vivo para no morir jamás; de ahí, el participio de pretérito perfecto esphagménon (lit. degollado), que indica un hecho acaecido en el pasado, pero que tiene repercusiones para todos los tiempos posteriores. A la vez, lo ve «como inmolado» (lit. degollado, como se hacía con las víctimas de los sacrificios), puesto que tanto su muerte como su resurrección son hechos históricos que, aunque sucedidos en el tiempo, tienen una vigencia eterna; de ahí que conserve las cicatrices como señales que apuntan a una función sacerdotal intercesora permanente (Jn. 20:27; He. 9:14 y ss., etc.).
5. Los siete cuernos simbolizan su pleno poder y su autoridad absoluta (v. Sal. 75:4–7), mientras que los siete ojos indican, a un mismo tiempo, la plenitud de su visión, su omnisciencia y la plenitud del Espíritu Santo (Is. 11:1, 2; Zac. 3:9). Muchas otras significaciones posibles de los 7 cuernos y de los 7 ojos pueden verse en S. Bartina (ob. cit., págs. 678–680), aunque creemos que no hacen al caso.
6. A continuación (v. 7), el vidente Juan contempla al Cordero que se acerca al trono y toma el rollo de las manos del Padre. Esto se cumplió, en parte, en el momento de su Ascensión a los cielos, pues fue entonces cuando recibió el espaldarazo de Gran Vencedor (Fil. 2:9–11) y fue confirmado como Mediador universal, al recibir también autoridad para gobernar de acuerdo con el decreto de Dios. El verbo élthen (vino) está en aoristo, pero el verbo eílephen (lit. ha recibido) está en pretérito perfecto, con lo que da a entender que tomó el rollo y se lo quedó.
7. Coronado, pues, como vencedor (He. 2:8, 9), recibió legalmente el Reino (Lc. 19:12), como ya se había profetizado en el Salmo 110 (para que se cumpliese plenamente en lo que está todavía por venir) y en Daniel 7:9–14. Esto no quiere decir que el Padre deje el trono para que lo ocupe el Hijo, sino que el Cordero se sienta también allí (v. Ap. 22:1), con lo cual se inaugura una nueva era en el cielo y en la tierra (20:2–4).
Versículos 8–14
Al llegar a este momento, los 4 seres vivientes y los 24 ancianos se prosternan delante del Cordero en señal de adoración.
1. Acaba de celebrarse, por decirlo así, el acto solemnísimo de la regia investidura del Cordero, como lo demuestran las señales de homenaje y pleitesía por parte de los súbditos (v. 8): «Y después que lo tomó (el rollo), los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero. Cada uno tenía un arpa y sostenían sendas páteras de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los fieles» (NVI). Los tres himnos que siguen en este capítulo dan a entender claramente que, efectivamente, al Cordero se le rinden honores divinos. Todos los 24 ancianos llevan arpas o cítaras en las manos, es decir, instrumentos de música festiva y gozosa, propia para el culto del templo, así como incensarios de oro llenos de perfume. El texto mismo declara explícitamente (v. también 8:3, 4 y comp. con Sal. 141:2) que el incienso quemado en presencia del Señor es símbolo de la oración de los creyentes especialmente en su función sacerdotal intercesora.
2. A continuación (vv. 9, 10), tenemos el primer himno: «Y cantaban un cántico nuevo:
“Digno eres de tomar el rollo y abrir sus sellos,
porque fuiste inmolado,
y con tu sangre compraste para Dios
a hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación.
Tú has hecho de ellos un reino y sacerdotes para servir a nuestro Dios,
y reinarán sobre la tierra”».
(A) Hasta ahora, nadie había cantado; sólo habían dado voces. Si en este «cantar» se incluyen los cuatro seres vivientes, ha de entenderse que lo hacen como seres vivientes representativos de todo el Universo, pues los ángeles nunca se presentan en la Biblia cantando (v. el v. 11), sino diciendo. Cantar pertenece a los seres humanos. El hecho mismo de que los 24 ancianos estén cantando nos muestra que representan a la Iglesia, a los creyentes ya completamente redimidos (Ro. 8:23). Ahora es cuando el Hijo de Dios, que es también el Hijo del Hombre, es alabado en lengua humana y con las mismas modulaciones musicales que Él también asumió al hacerse verdadero hombre como nosotros (He. 2:14).
(B) Ya en el Antiguo Testamento cada nuevo acontecimiento en que la mano poderosa de Dios se extendía para librar a su pueblo de la opresión de sus enemigos, daba lugar a un nuevo canto de alabanza y de acción de gracias (v. por ej. Éx. 15:1–21; Jue. 5). Pero ahora este cántico nuevo tiene una relevancia peculiar, por cuanto en él se ensalza la mayor y definitiva liberación llevada a cabo por Dios en favor de su pueblo, y se rinde al Mesías honor y adoración por el momento solemne de su investidura como Sumo Profeta y Rey Soberano del Universo, lo cual se muestra en su poder y competencia para romper los sellos y abrir el rollo.
(C) El himno refleja tres momentos: (a) El presente, en que Cristo recibe el rollo, con todas las consecuencias que veremos a lo largo del Apocalipsis; (b) El pasado, que es la redención de la humanidad y la fundación y salvación final de la Iglesia; (c) El futuro, porque la actuación victoriosa de Jesucristo en los últimos tiempos, hasta desembocar en la gran batalla de Armagedón, queda ya garantizada desde ahora.
(D) Notemos que en el himno se expresa clara y definidamente el hecho de que el Cordero es digno de tomar el rollo y abrir todos los sellos precisamente por haber sido inmolado y haber conseguido, con dicha inmolación, eterna redención para el pueblo de Dios, extendido a toda la humanidad: (a) «de todo linaje (o tribu; gr. phulés)», estirpe o raza (el vocablo griego entra en términos castellanos que tienen que ver con la filogénesis); (b) «lengua» implica la comunidad de gentes de la misma habla, ya que una raza o estirpe puede hablar diversas lenguas, y una misma lengua puede ser común a varias razas o estirpes; (c) «pueblo» parece subrayar una misma cultura, tanto religiosa como científica y, particularmente, ética; (d) «nación», en fin, connota las fronteras geográficas y la diferente administración política.
(E) El original (v. 10) dice, según algunos (pocos) MSS, «reinaremos». Según algunos otros MSS, dice: «reinan» (en presente), lo cual resulta muy problemático en este contexto del Apocalipsis 5, distinto del de 1 Pedro 2:9. La mayoría (y los más importantes) de los MSS dicen «reinarán». Personalmente, opino que la lectura «reinaremos» entró en el texto porque algún copista pensó que eso era lo que lógicamente podía esperarse de quienes aparecen ya con vestiduras sacerdotales y coronas regias los (24 ancianos); pero ha de tenerse en cuenta que este himno lo están cantando, no sólo los 24 ancianos, sino también los 4 seres vivientes, a quienes no se puede aplicar ni la redención ni la realeza. Lo de «reinarán sobre la tierra» tiene una importancia extraordinaria, ya que solamente puede cumplirse si se admite el reino mesiánico milenario en la tierra (comp. con 20:4, 6).
3. A continuación, Juan tiene una nueva visión y escucha un nuevo himno (vv. 11, 12): «Luego miré y oí la voz de muchos ángeles, en número de millares de millares, y de diez mil veces diez millares. Estaban en derredor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Decían a grandes voces:
“Digno es el Cordero que fue inmolado,
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza”» (NVI).
(A) En una nueva visión (gr. kai eídon kai ékousa. Lit. Y vi y oí, los dos en aoristo), Juan escucha un nuevo himno, en el que a los seres vivientes y a los ancianos se asocian los ángeles. Puede advertirse que, tan pronto como se asocian los ángeles, ya no se habla de cantar, sino de decir a grandes voces (comp. con Job 38:7; Is. 6:3). Ni aquí, ni en 7:11, se designan los ángeles de las tres categorías superiores, sino todos los demás ángeles, cuyo número se cifra textualmente en «miríadas de miríadas» (diez millares de diez millares) y en «millares de millares» (millones). Vemos que la NVI ha traspuesto las cifras, quizá para evitar un anticlímax, al ir de lo mayor a lo menor. La razón por la cual los ángeles no entran en escena, sino después de los ancianos, podría ser porque los propios ángeles son instruidos por la Iglesia en los misterios de la redención (v. Ef. 3:10).
(B) Lo que decían «a grandes voces» los ángeles, con los seres vivientes y con los 24 ancianos, es que el Cordero, precisamente por haber sido inmolado, es digno de recibir siete (número de plenitud y perfección) aspectos de alabanza que proclaman la plenitud de la dignidad personal y de la obra redentora de Cristo; a la gloria, el honor y el poder, mencionados ya en el segundo himno dirigido al Creador en 4:11, añaden otros cuatro. Con algunas variantes, son también siete en 7:12. Nótese que un solo artículo abraza a los siete sustantivos, que aparecen así como ensartados en un solo racimo. De estas siete cosas, hay cuatro que Cristo posee ya por derecho propio y por haber sido inmolado: poder (v. 1 Co. 1:24), riquezas (2 Co. 8:9; Ef. 3:8; Col. 1:15, 16), sabiduría (también en 1 Co. 1:24) y fortaleza (Ef. 6:10; 2 Ts. 1:9—según el texto griego—). Las otras tres cualidades expresan la actitud de los hombres hacia el Cordero: honor (He. 2:9), gloria (Jn. 1:14; He. 2:9) y alabanza (o bendición—Mr. 11:9). Léase 1 Crónicas 29:10–12, y se verá cuánto se parece este himno al de David en su oración a Jehová. No estará de más examinar aquí, aunque hayamos de repetir algunos conceptos, el significado preciso de cada uno de los siete términos:
(a) Poder (gr. dúnamis) es aquí la capacidad infinita que Dios tiene para llevar a cabo sus proyectos.
(b) Riquezas (gr. ploútos) es la abundancia de toda clase de recursos que están a disposición del Señor.
(c) Sabiduría (gr. sophía) es la perspicacia profunda, la cordura infinita y la inimitable destreza de Dios para planificar y llevar a cabo su programa de acción en los destinos del mundo y de la humanidad.
(d) Fortaleza (en sentido de fuerza; gr. iskhús) es el vigor, la robustez, la solidez y la resistencia de una persona, que le facilitan la superación de todos los obstáculos.
(e) Honor (gr. timé) es la estima, la valuación y la consideración que se tienen respecto a la dignidad y funciones que desempeña una persona.
(f) Gloria (gr. dóxa) es, por parte de las cosas creadas, el reconocimiento y la expresión del esplendor que emana de los atributos divinos, especialmente del poder, del amor y de la sabiduría que Dios despliega en la obra de la salvación.
(g) Finalmente, alabanza o, mejor, bendición (gr. euloguía) es, por parte del hombre, la expresión digna y laudatoria de la plenitud de los atributos divinos en los que se basa la salvación del hombre, mientras que, de parte de Dios, es la concesión de «toda buena dádiva y de todo don perfecto» (Stg. 1:17) y que, en la plenitud expresada por el verbo hebreo shalam, da su sentido al término «paz» (hebr. shalom), con lo cual el bendecir que procede del hombre es meramente un «bien-decir», mientras que el de Dios es un «bien-hacer».
4. Sin solución de continuidad, se introduce (vv. 13, 14) otro himno: El Universo en sus cuatro partes (cielo, tierra, debajo de la tierra y mar), con todo lo que contienen, se unen en este quinto himno a las alabanzas que los ángeles, los seres vivientes y los ancianos habían expresado en el versículo 12: «Luego oí a toda criatura en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y todo cuanto en ellos se contiene, que decían:
“Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”.
Los cuatro seres vivientes dijeron: “Amén”, y los ancianos se prosternaron y rindieron adoración» (NVI).
(A) Este quinto himno—dicho, no cantado—va dirigido conjuntamente al que está sentado en el trono y al Cordero (otra nueva indicación de que al Cordero no se le supone todavía sentado en el trono). El himno une las alabanzas al Dios Creador con las dirigidas a Jesucristo Redentor. Ha de notarse que a Dios Padre y al Cordero se atribuyen cuatro cosas en las que cada elemento parece tener una intervención peculiar: Bendición (cielo), honor (tierra), gloria (en redimir de debajo de la tierra) y dominio (gr. krátos, dominio o soberanía, con lo que la RV 1977 resulta aquí más exacta que la NVI), sobre el mar y sus monstruos.
(B) El Profesor Grau hace notar (ob. cit., pág. 159) que, en el himno precedente, todas las cualidades aparecen agrupadas con un solo artículo, mientras que aquí cada una lleva su artículo, como si se les quisiera dar su propio énfasis. También hace notar que aquí no se menciona la dignidad que comportó la obra de la redención («El Cordero es digno …»), sino sólo la íntima y consustancial dignidad, que es exclusiva de las personas divinas por lo que son en sí desde la eternidad. También que, en Daniel 2:37, 38, aparecen algunos de estos atributos en la «cabeza de oro» de la estatua de Nabucodonosor, pero allí leemos que son otorgados por Dios, no poseídos por derecho propio.
(C) Como rúbrica final del gran himno de toda la creación a Dios y al Cordero (v. 14), los seres vivientes decían (lit. Gr. élegon) constantemente (de ahí la continuidad—en el pasado, puesto que Juan está consignando una visión pasada—del pretérito imperfecto): «Amén», poniendo su sello de aprobación, y el de Dios mismo, a esta adoración universal. Al final del himno, y en dos aoristos, el texto dice que «los ancianos cayeron (rostro en tierra) y adoraron». Lo de «al que vive por los siglos de los siglos» no figura en los MSS originales, sino que pasó al Textus Receptus procedente de una traducción latina.
(D) Con esto se cierra la alabanza y la adoración que las tres clases de seres creados—ángeles, hombres y cosas—tributan constantemente a Dio Padre y a Jesucristo. Como concluye Grau (ob. cit., pág. 160), «si Cristo no fuera Dios, los versículos 12 y 13 serían una blasfemia». Por otra parte textos como Efesios 1:22, 23; 4:10; Filipenses 2:9–11; Colosenses 1:15–19; 2:9, 10, etc., y sobre todo, Hebreos 1:2 y ss., nos describen el papel que Cristo desempeña desde su ascensión a la diestra del Padre.
5. La consecuencia práctica de todo este capítulo, en palabras de W Hendriksen, es que «todas las cosas deben glorificar a Dios: Su voluntad es ejecutada en el Universo. El trono gobierna. El Cordero reina. Como resultado de ello, los creyentes no tienen por qué temer en tiempos de tribulación, persecución y angustia» (ob. cit., pág. 93). En lo que se equivoca Hendriksen—y todos los amilenialistas—es en aplicar todo esto a la época presente, sin percatarse de que, desde 4:1, hemos entrado ya en el Día de Jehová, «en las cosas que han de suceder después de éstas» (1:19, al final).
Comienza aquí una nueva secuencia, en que, tras de las alabanzas que la creación entera ha tributado a Dios y al Cordero, empieza la acción. En este capítulo tenemos la apertura de los sellos hasta el sexto inclusive. I. Apertura del primer sello y salida del primer caballo (vv. 1, 2). II. Se abre el segundo sello y sale el segundo caballo (vv. 3, 4). III. Apertura del tercer sello y salida del tercer caballo (vv. 5, 6). IV. Se abre el cuarto sello y sale el cuarto caballo (vv. 7, 8). V. Apertura del quinto sello y se oyen las demandas de los mártires de los primeros meses de la Gran Tribulación (vv. 9–11). VI. Apertura del sexto sello y descripción de los disturbios cósmicos que manifiestan la ira de Dios (vv. 12–17).
Versículos 1–2
1. Jesús el Cordero se dispone a abrir sucesivamente los siete sellos. Cada sello tiene un simbolismo peculiar, que se revela al abrirlo. La revelación no se lee en alta voz; una acción simbólica sustituye a la lectura. Los 4 primeros sellos hacen referencia a 4 caballos y 4 jinetes (comp. con Zac. 1:8 y ss.; 6:1 y ss.). Las porciones de Zacarías, que acabamos de citar en paréntesis, sirven de trasfondo al presente capítulo 6, pero el contexto y, por ende, la interpretación son muy diferentes. Estos 4 primeros sellos forman una unidad; después vendrán otros dos, en diferentes circunstancias y escenarios que los anteriores. El quinto y el sexto se corresponden entre sí como pregunta y respuesta. El séptimo forma por sí solo un grupo aparte, como veremos en 8:1 y ss. Esta estructura de 4, 2 y 1 se repite igualmente en las trompetas y en las copas.
2. El versículo 1 hace la presentación de la primera apertura de los sellos: «Me fijé—dice Juan— cuando el Cordero abría el primero de los siete sellos, y luego oí a uno de los cuatro seres vivientes que decía con voz como de trueno: “¡Ven!”» (NVI).
(A) El primero de los seres vivientes habla «como con voz de trueno», lo cual es muy apropiado para expresar el rugido del león (el primero de los seres vivientes. V. 4:7).
(B) Lo de «¡Ven!» lo repetirán los otros tres seres vivientes. Se ha de tener en cuenta que el verbo
«mira» falta en los MSS más fidedignos. Pero, aun en el caso de que se le tenga por auténtico, lo cierto es que Juan mira o, mejor dicho, ve, pero no va ni viene. Por consiguiente, la orden de marchar (gr. érkhou) es dada al jinete, no a Juan.
3. El primer caballo que sale es blanco (v. 2) y, a renglón seguido, se nos da la descripción del jinete:
«Yo miré ¡y ante mis ojos, un caballo blanco! El que lo montaba llevaba un arco; y le fue dada una corona; y salió como un conquistador dispuesto a ganar más victorias» (NVI).
(A) Vemos, pues, que el primer ser viviente (el león) presenta un caballo y un jinete. En los cuatro primeros sellos, cada uno de los seres vivientes presenta igualmente un caballo y un jinete.
(B) El caballo es, en la Biblia, símbolo de fuerza, terror, guerra y conquista (v. Job 39:19–25; Is. 30:16; 31:1; Ap. 9:7; 14:20; 19:11).
(C) El hecho de que Jesucristo aparezca en 19:11 montado también en un caballo blanco, llevó a muchos escritores eclesiásticos de los primeros siglos de la Iglesia a pensar que también en 6:2 se trata de Jesucristo y del Evangelio, cuya predicación encendería la persecución llevada a cabo por el jinete que monta el caballo rojo, color de sangre. También algunos autores modernos, W. Hendriksen y M. Lloyd- Jones entre ellos, defienden esta misma opinión, pero sus argumentos no tienen consistencia alguna. No cabe ninguna duda de que el jinete de este caballo blanco es el Anticristo.
(a) En primer lugar, es falso que el color blanco sea siempre símbolo de santidad, como puede verse por Zacarías 1:8 y ss.; 6:1 y ss. Es suficiente con que sea símbolo de victoria festiva, conseguida muchas veces astuta y diabólicamente, sin derramamiento de sangre. Los lugares invocados por Hendriksen para deducir que «victoria y conquista» son siempre atributos de Cristo en el Nuevo Testamento y, especialmente, en el Apocalipsis, están en un contexto completamente diferente. Salmos 45:3–5; Isaías 41:2 y Habacuc 3:8, 9 están dentro de un contexto que cuadra con Apocalipsis 19:11, pero no con 6:2.
(b) También es falso que este versículo describa «lo que sigue a la primera Venida de Cristo» (Hendriksen, ob. cit., pág. 97, nota 2). El argumento decisivo contra Hendriksen, en este punto, es que, en Apocalipsis 6, el primer jinete forma parte integral con los otros tres restantes. Todos ellos simbolizan plagas y castigos, de los cuales queda al margen Cristo.
(c) Las apariencias engañan. Es cierto que Cristo tiene corona de rey, que es vencedor y que también monta, como ya dijimos, un caballo blanco. Pero el color blanco es aquí solamente la cobertura de una paz fingida, pues representa el pacto con el pueblo judío, profetizado en Daniel 9:27, que el Anticristo quebrantará a la mitad de la última semana. La victoria festiva que el blanco representa también aquí es la que, según 13:7, va a conseguir el Anticristo contra los santos. Dice a este respecto W. M. Smith:
Cuando Cristo venga en realidad «conquistando y para conquistar», no habrá ya más juicios, como los que representan los caballos segundo, tercero y cuarto. Swete dice con acierto del primer caballo:
«Una visión de Cristo victorioso sería inadecuada al comienzo de una serie que simboliza derramamiento de sangre, hambre y pestilencia». Incluso Torrance cae en la cuenta de ello, si bien adopta una forma de interpretación estrictamente espiritual: «¿Se puede en modo alguno dudar de que se trata de la visión del Anticristo? Se parece tanto al Cristo auténtico, que engaña a la gente, ¡incluso a muchos lectores de este pasaje!» (ob. cit., pág. 1.506).
(D) El versículo 2b describe también al jinete como «teniendo un arco» (lit.). El arco está destinado aquí a impresionar con el recuerdo de los invasores partos, cuya arma específica era el arco. Estos invasores eran, en los años en que Juan escribía, el azote más sangriento contra el Imperio Romano. En cambio, Jesucristo, el jinete que monta el caballo blanco de 19:11, no lleva arco, sino una espada grande (gr. rhomphaía, el mismo vocablo de 1:16; 2:12, 16; 19:15, 21) que sale de su boca.
(E) Finalmente, se nos dice que «le fue dada una corona» (gr. stéphanos, como en 2:10; 3:11; 4:4, 10). Nótese que, desde este versículo hasta el final del Apocalipsis, se repite, no menos de 23 veces, el aoristo pasivo del verbo dídomi, dar; 21 veces en singular (gr. edóthe); y 2 veces en plural (gr. edóthesan). Esto significa que todo, lo bueno y lo malo, está controlado y dirigido por Dios en el Día de Jehová, de tal forma que a su voluntad se atribuye todo lo que sucede: lo bueno, porque procede de su mano; lo malo, porque Él lo permite y controla para el cumplimiento de sus santos y secretos designios.
Versículos 3–4
A continuación viene la apertura del segundo sello y la salida del segundo caballo: «Cuando el Cordero abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: “¡Ven!” Entonces salió otro caballo, de color rojo encendido. Al que lo montaba, se le dio poder de quitar (lit. se le dio quitar) de la tierra la paz y de hacer que los hombres se matasen unos a otros. A éste se le dio una gran espada (gr. makhaira, el mismo vocablo de Ef. 6:17; He. 4:12)» (NVI).
1. El segundo ser viviente (el becerro, o toro joven) transmite (v. 3) la orden de aparición del segundo jinete, que es el que trae la guerra. Nadie mejor que el toro para acudir al rojo, a la sangre. Esto mismo demuestra que sólo después de la apertura de este sello estalla la guerra: las «guerras y rumores de guerras» que el Maestro mencionó, como preludio del fin, en su Discurso del Olivete (Mt. 24:6).
2. Efectivamente, sale (v. 4) el caballo rojo (gr. purrhós, rojo encendido), con licencia divina (gr. edóthe, le fue dado; como en el v. 2) para «quitar de la tierra la paz y hacer que los hombres se matasen unos a otros». Y, en señal de que este jinete salía para hacer la guerra, añade Juan que se le dio (de nuevo, edóthe) una gran espada.
(A) Hendriksen, consecuente con su interpretación del caballo blanco (en el que ve montado a Jesucristo), opina que este caballo rojo simboliza la persecución, porque—dice él—siempre que sale Jesucristo con su Evangelio, sale detrás la persecución (ob. cit., pág. 99). En este sentido se refiere a Mateo 10:34 que, en un contexto semejante, emplea el mismo término (mákhaira, la daga o machete corto). También se apoya en el verbo que aquí usa Juan (gr. spháxousin—por spháxosin—, degüellen), que, según él, siempre se refiere a la muerte de Cristo (por ej. 5:6; 13:8) o de los creyentes (6:9), aunque admite la excepción de 13:3, «porque se refiere—dice—a una cabeza degollada». Otros lugares que él cita son 1 Juan 3:12; Apocalipsis 5:9, 12; 18:24. Por tanto, concluye que también aquí debe referirse a la muerte de los creyentes en cualquier persecución por causa de Cristo y de su Evangelio.
(B) Sin embargo, la mayoría de los comentaristas—incluido J. Grau—piensan que se trata de la guerra, como azote enviado a la humanidad rebelde. En efecto, el verbo griego spházo o sphásso es el más apropiado para indicar una carnicería tremenda y un asesinato despiadado entre hombres y pueblos, como ocurre en las guerras.
(C) El hecho de que el vocablo griego mákhaira sea el más apropiado para expresar el sacrificio cultual no da derecho a la afirmación categórica de que debe referirse a la persecución de los creyentes, pues hay muchas razones en contra, a partir del mismo texto que nos ocupa. El mismo Hendriksen admite la excepción de 13:3. ¿Se trata simplemente de una excepción que confirma la regla? ¡Ni mucho menos! Precisamente Pablo usa el mismo término en Efesios 6:17 para designar el machete corto, empleado para la lucha cuerpo a cuerpo (v. el comentario a dicho lugar).
(D) Pero hay otras dos razones de mayor peso en contra de la opinión de Hendriksen:
(a) La expresión de «asesinarse mutuamente», como dice el original, no cuadra bien con la idea de persecución de los creyentes, en la que ellos son matados, pero ellos no matan a su vez.
(b) El texto no dice simplemente mákhaira, sino mákhaira megále («espada grande»), que parece coincidir con el alfanje curvo, tan usado ya en la antigüedad, especialmente por los árabes. Este alfanje, al ser bastante mayor que una daga corriente, tiene un solo filo, en contraste con la rhomphaía, espada larga y de dos filos (1:16; 19:15), que sale de la boca de Cristo. Por Hebreos 4:12, vemos que también existía una mákhaira dístomos, daga de dos filos.
(E) Finalmente, la referencia de Mateo 10:34 implica una oposición mutua familiar, en la cual el creyente, sin quererlo él (comp. con Ro. 12:18), hiere con su testimonio, pero en este caso no se puede hablar de un «mutuo degüello».
Versículos 5–6
Al abrirse el tercer sello, el tercer ser viviente (el hombre) transmite la orden de salida del tercer jinete. Éste aparece montado en un caballo negro, símbolo del hambre, y con una balanza (gr. zugós, yugo) en la mano como quien va a pesar (vv. 5, 6): «Cuando el Cordero abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: “¡Ven!” Miré, ¡y ante mis ojos, un caballo negro! El que lo montaba sostenía una balanza en su mano. Luego oí como una voz que salía de en medio de los cuatro seres vivientes, y decía: “Una medida de trigo por un denario, y tres medidas de cebada por un denario; ¡y no hagas daño al aceite ni al vino!”» (NVI).
1. El autor sagrado dice (v. 5) que el que montaba el caballo negro llevaba en la mano un yugo (lit.). Pero el griego zugós se emplea, en general, para designar cualquier elemento que sirve para unir dos cosas; en este caso, designa el «yugo» de la balanza, del que penden los dos platillos. Se emplea, pues, por sinécdoque, la parte por el todo. «La balanza—dice Bartina (ob. cit., pág. 685—) es símbolo de gran necesidad (Lv. 26:26; Ez. 4:16)».
2. Tan pronto como ha salido el caballo negro con su jinete respectivo, Juan oye una voz que sale de en medio de los seres vivientes: voz de mando que procede del trono de Dios, y que dice: «Una medida de trigo por un denario, y tres medidas de cebada por un denario; ¡y no hagas daño al aceite ni al vino!»
(A) El quénice (lit. Gr. khoínix), que las versiones traducen de muy diversas maneras, es una medida griega para áridos, equivalente a poco más de un litro. El denario, como sabemos, equivalía al jornal diario de un obrero o de un labrador a jornal. «Comer pan a peso—dice Hendriksen (ob. cit. pág. 101)— indica una condición de dificultad económica». Es decir, que un trabajador ordinario necesitará el sueldo de un día para mantener únicamente de pan a una sola persona por día (v. Mt. 20:2). Para poder sustentar a su familia necesitará comprar tres panes de cebada por ese mismo precio. ¿Y para las demás necesidades? En condiciones normales, se podían obtener doce quénices de trigo por un denario, y doce de cebada por ese mismo precio, según testimonio de Cicerón. Ello significa que la carestía de alimentos básicos va a ser tremenda.
(B) Hendriksen opina que aquí no se trata del azote del hambre, pues el que tenga dinero—dice él— podrá comprar todo el trigo que desee, sino de las condiciones adversas de los creyentes (perseguidos) a lo largo de los siglos, especialmente en los tiempos en que Juan escribía esto. En esto, Hendriksen es consecuente con su punto de vista, siempre «antifuturista». Contra la opinión de Hendriksen, opinamos que este azote, como los otros tres, pertenece a los últimos tiempos (v. 4:1).
(C) Es cierto que la carta a la iglesia de Tiatira (2:18 y ss.) da a entender, como ya vimos, que los creyentes consecuentes con su fe que se nieguen a participar en los festivales idolátricos e inmorales de los gremios laborales, son expulsados del gremio, pierden su oficio y se ven obligados a pasar hambre o, al menos, a carecer de muchas cosas. Pero este versículo se entiende mejor a la luz de 13:17, cuando vemos que los que no lleven el número de la Bestia, no podrán comprar ni vender.
(D) En contraste con la escasez de productos de primera necesidad vemos que el aceite y el vino abundarán, pues al jinete se le ordena que no cause daño a ninguno de los dos. Pero, como hace notar Barchuk (ob. cit., pág. 127), «una persona que se está muriendo de hambre no está pidiendo vino o cerveza, y el aceite no se puede usar sin el pan o la patata. Mientras tanto, si las personas carecen de medios para comprar pan, ¿de dónde podrán comprar vino y aceite?»
Versículos 7–8
Se abre ahora el cuarto sello, y el cuarto ser viviente (el águila) sale a cumplir su cometido de introducir al cuarto jinete (vv. 7, 8): «Cuando el Cordero abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: “¡Ven!” Miré ¡y ante mis ojos, un caballo de color pálido! El que lo montaba se llamaba Muerte, y el Hades le seguía muy de cerca. Les fue dado poder sobre una cuarta parte de la tierra, para matar a espada, con hambre y con plagas, y por medio de las fieras de la tierra» (NVI).
1. El vocablo griego (v. 8) para «pálido» es khlorós que, en realidad, significa «verde» (como en 8:7; 9:4). Aquí, indica la lividez verdosa, mezcla de verde-oliva y verde-ceniza, color de los cadáveres que mueren de pestilencia. Como observa Bartina, en tiempo de Juan la muerte no era representada mediante un esqueleto, sino que era asemejada al personaje que salía simbólicamente antes de los juegos de gladiadores. De ahí, el saludo de éstos al emperador antes de comenzar el combate: «Ave Caesar, morituri te salutant»: «¡Salve, César, los que van a morir te saludan!» A la grupa de la Muerte cabalga el Hades (la morada de los difuntos, en la mentalidad de los griegos), el cual va devorando a todos los que son abatidos por la guadaña de la Parca implacable.
2. Hendriksen opina que aquí se mencionan otras clases de tribulaciones de los creyentes, como en Mateo 24; Marcos 13 y Lucas 21. Notemos, sin embargo, que no se pone límite a las personas, sino al área (la cuarta parte de la tierra). Este azote está bien descrito en Jeremías 15:2, 3; Ezequiel 14:21, 22, pero el tiempo y el contexto difieren notablemente de los de Apocalipsis 6:8. Se habla de que «les fue dada licencia (lit. Gr. exousía) para matar». ¡También para eso necesitan el permiso de Dios!
3. Nótense bien las diversas formas con que la Muerte ejecuta sus funestos designios: «con espada (gr. rhomphaía), con hambre, con muerte (gr. thanátoi), es decir, con pestilencia mortífera, y por las fieras de la tierra» (lit.).
(A) «¡Ahora es la guerra!»—dice Hendriksen, al pensar que quienes han visto la guerra en el segundo jinete no tienen escapatoria, pues una de dos: (a) o los azotes que aquí se enumeran están repetidos en los caballos segundo y tercero, o (b) hay que sostener, sin fundamento, que se trata de una interpolación. Analicemos estos argumentos:
(a) Ningún creyente fundamentalista sostiene que se trate de una interpolación, puesto que el final del versículo 8 está atestiguado por todos los MSS. Pero no creemos que sea una repetición inútil, puesto que dicho final enfatiza la forma en que la Muerte y el Hades recogen el fruto de los otros tres azotes: Persecución solapada (v. 2), guerra (v. 4) y hambre (v. 6).
(b) El cambio de verbo se explica al hacer el resumen de los que caen bajo la guadaña de la Muerte; por eso, el autor sagrado usa el genérico verbo matar (gr. apokteínai), en lugar de degollar (spháxai), verbo que caracteriza mejor la descripción de una carnicería en una guerra.
(c) Por lo que ya dijimos (sobre el v. 4b) acerca del alfanje, que Bartina traduce por «una gran cimitarra», no vemos que haya diferencia notable respecto de la rhomphaía usada aquí, puesto que el alfanje es más apropiado para el degüello mutuo del que habla el versículo 4.
(d) Para la conexión entre el hambre y la mortandad por pestilencia (como arma de la Muerte), notemos que la expresión «matar con muerte» es un hebraísmo con el que la Biblia expresa, de ordinario, la muerte por pestilencia, aplicable especialmente a la peste bubónica, descrita maravillosamente en los capítulos 5 y 7 de 1 Samuel (v. también Jer. 21:6–9; Lc. 21:11).
(B) Análisis especial requiere la frase «y por las fieras de la tierra» (v. 8 al final).
(a) Lo primero que notamos es el cambio de preposición. Mientras la acción de los otros tres agentes va descrita mediante la preposición griega en (aquí, con el sentido de con), la de las fieras se expresa por medio de la preposición hupó, que señala la intervención de un agente personal y responsable.
(b) Para comprender dicha frase, la mayoría de los autores recurren, con razón, a 2 Reyes 17:25, donde tenemos el trágico cuadro de unos «animales salvajes, que en los grandes trastornos sociales, al quedar despoblado el campo, infestan toda la región» (Bartina, ob. cit., pág. 686). Con todo, no renunciamos a la opinión personal de que aquí se halla una alusión al primer jinete, con lo que se completaría el resumen de la mortífera labor que, como azotes enviados por Dios, llevan a cabo el gran perseguidor, aunque solapado, la guerra, el hambre y la muerte. Esta opinión mía se halla reforzada por la interpretación que el Targum da a Jeremías 12:9, donde «las fieras del campo» son interpretadas como «los reyes de las naciones». Podría, pues, aquí aludirse al Anticristo y a los poderes de este mundo que han de militar a sus órdenes.
(C) Al seguir una línea de interpretación «en espiral», Swete opina que todos los azotes simbolizados en los cuatro primeros sellos describen la condición del Imperio tal como Juan la veía entonces. «Esta serie de condiciones—dice—se repiten en la historia; y el militarismo, la codicia y el afán de ilimitado poder son fuerzas que la mano de Cristo deja en libertad para que preparen el camino de su Segunda Venida y la publicación final de los secretos del libro sellado».
4. Terminaremos esta sección haciendo notar que Hendriksen es demasiado optimista al opinar que «tanto las conversiones masivas como la desintegración moral y religiosa resultan de tales calamidades» (ob. cit., pág. 105, nota 1). Las guerras y las catástrofes de nuestro siglo XX han traído, sí, una espantosa desintegración moral y religiosa, pero de verdaderas «conversiones masivas», no tanto.
Versículos 9–11
Con la apertura del quinto sello, cambia repentinamente el escenario celeste que Juan está contemplando. No olvidemos, sin embargo, que Juan no está viendo las realidades, sino que tiene una visión simbólica de elementos que le son presentados como en una moviola. La sala del trono se convierte ahora en un templo. Recordemos que en el tabernáculo (y en el templo) había dos altares: el de los perfumes, cercano al velo que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo, y el de los holocaustos, en cuya base se recogía el resto de la sangre de las víctimas, después de haber rociado con ella los cuernos del altar (Lv. 4:7). Esta sangre era la que, en sustitución de la persona, hacía expiación por los pecados, mientras los restos de la víctima quedaban encima. Así entenderemos mejor los versículos que siguen (9– 11) y que dicen así en la NVI: «Cuando abrió (el Cordero) el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido asesinados (lit. degollados) por causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían mantenido. Gritaron con voz potente, diciendo: “¿Hasta cuándo, Soberano Señor (gr. ho despótes, el mismo vocablo de Hch. 4:24; 2 P. 2:1, entre otros lugares), santo y veraz (gr. alethinós), vas a estar sin juzgar a los habitantes de la tierra (v. el comentario a 3:10) y sin vengar nuestra sangre?” Entonces se le dio a cada uno de ellos una túnica blanca y se les dijo que aguardasen en paz un poco más, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser matados como ellos lo habían sido» (comp. con 20:4).
1. Como según Génesis 9:4 y ss. y, especialmente, Lévitico 17:11, en la sangre está la vida de la persona o del animal, aquí aparecen bajo el altar las almas (o vidas), es decir, las personas, representadas en la sangre, de los que habían sido degollados (lit.). El verbo está en participio de pretérito perfecto, para dar a entender una condición que permanece hasta este momento.
2. Dice Juan que habían sido degollados por causa de la palabra de Dios y por causa del testimonio que tenían» (lit.). Nótese que no dice «daban», sino «tenían», porque no se trata aquí del testimonio que ellos habían dado de Cristo (aunque esto era verdad), sino del testimonio que habían recibido por ello (comp. con He. 11:4, 39) de parte del Señor. Desde luego, ellos habían sido testigos (gr. mártures) en el sentido más pleno del vocablo, puesto que habían sido degollados por mantener, hasta el sacrificio de la vida, su profesión de fe en el Evangelio. En 12:17, tenemos, al final, una expresión más explícita: «… y tenían el testimonio de Jesús».
3. Más alusiones al altar las tenemos en 8:3, 5; 9:13; 11:1; 14:18; 16:7. Es cierto que en el cielo no hay propiamente altares, ni de holocaustos ni de perfumes, puesto que Cristo se ofreció, de una vez por todas, en el Calvario, pero también es verdad que, dentro del simbolismo que asimismo hallamos en Hebreos 13:10 («… tenemos un altar …»), cerca del trono y del lugar en que aparece aquí el Cordero «como degollado» (5:6), vio Juan un altar (siempre en visión simbólica) bajo el cual, esto es, en su base, estaban (en unión con Cristo) los que habían sido inmolados por causa de Él.
4. Este mismo altar (uno solo) aparece también (8:3, 4) como altar de los perfumes, donde a la intercesión del Cordero se unen las oraciones de los suyos. Y de la misma manera que estas oraciones no tendrían valor ni eficacia de ninguna clase si no se echase incienso del cielo, es decir, el poder intercesor de Cristo, tampoco el sacrificio de los suyos sería posible si no hubiésemos sido redimidos y hechos sacerdotes al precio del sacrificio del Calvario.
5. Barchuk hace notar (ob. cit., pág. 131) que, al abrirse este quinto sello, no se oye la orden de salir, y las fuerzas celestes parecen quedar inactivas, en razón de que el mandato de perseguir y degollar a los siervos de Dios no proviene realmente del trono de Dios, sino de Satanás, aunque sea cierto que, sin el permiso de Dios, ello no podría ser llevado a cabo.
6. La sangre de los inmolados (v. 10) por causa de la Palabra de Dios clama aquí como la de Abel (Gn. 4:10). «Es sugestivo—dice Bartina (ob. cit., pág. 687)—verificar que el rabinismo ponía a los justos, especialmente a los muertos por causa de la fe, cerca del trono de Dios.» Estas almas (simbolizadas en la sangre) se dirigen a Dios como al Amo (gr. despótes), Soberano Señor, que es santo para hacer justicia, y verdadero (fiel y constante) en el cumplimiento de sus promesas, a fin de que haga juicio y vindicación de sus vidas, segadas por la persecución del Anticristo, y acelere así el triunfo total del Señor mediante la implantación del reino mesiánico milenario de Cristo (v. 11:15; 16:5–7; 18:20; 19:2 y ss.), tras la derrota total de sus enemigos.
7. Estamos, pues, ante los mártires de los primeros meses de la Gran Tribulación. En 7:9 y ss. veremos quiénes son estos mártires. Han sido objeto de la persecución del Anticristo. De la misma manera que, en los Salmos especialmente, hallamos gritos de imprecación contra los enemigos, considerados, ante todo, como enemigos de Dios, así también aquí la sangre de estos mártires no clama venganza personal, sino vindicación (gr. ekdikeís) de los atributos divinos. Los perseguidores han llegado a despreciar y desafiar al «Santo y verdadero». Si Dios se está quieto, impasible ante este desafuero, su justicia y su soberanía quedarán en la picota. Por eso claman para que se acelere «el gran día de su ira» (v. 17), en que la majestad, la santidad, la sabiduría y la soberanía de Dios quedarán claramente de manifiesto ante todo el mundo, y ¿cuándo se va a realizar esto, si no es al principio del reinado de Cristo en la tierra, cuando Él regirá a las naciones con vara de hierro (19:15)?
8. No hay contradicción entre esta manera de clamar de la sangre de los justos del versículo 10 y el grito de Esteban (Hch. 7:60) pidiendo al Señor que no les tuviese en cuenta a los que le apedreaban el pecado que cometían. La vindicación de los atributos de Dios se compagina admirablemente con el llamamiento para que los impíos procedan al arrepentimiento y, por él, al perdón y a la salvación de ellos mismos. Dice Salguero (ob. cit., pág. 383): «La venganza más digna del Dios misericordioso es obligar a sus enemigos a postrarse ante Él pidiendo perdón». Por eso dice Agustín de Hipona: «No odies a nadie, porque el enemigo de hoy puede ser el hermano de mañana».
9. A este clamor de los mártires se les responde (v. 11) desde el trono de Dios tranquilizándoles con una triple promesa que va a cumplirse a corto plazo:
(A) Se les van a dar unas vestiduras blancas («a cada uno una estola blanca»—dice el original—), símbolo de justicia (tanto de la imputada—7:9—como de la cumplida y ejercitada—19:8—), de victoria, paz, gloria y regocijo festivo, como arras de la primera resurrección (20:4–6), de modo que, ya antes del fin, el cual se acelera por la oración de los santos (8:1–5), pregusten la gloria venidera. Con estas ropas aparecen vestidos también en 7:9, 14.
(B) Se les anuncia que, por un pequeño tiempo (lit. Gr. khrónon mikrón—se trata de espacio de tiempo, no de una ocasión u oportunidad, pues diría kairón—), van a disfrutar de un descanso deleitoso, como lo indica el griego anapaúsontai.
(C) También se les dice que está presto a completarse el número de sus consiervos (relación conjunta vertical en relación con el mismo Amo del v. 10) y hermanos (relación fraternal horizontal) que todavía tienen que dar la vida en testimonio de su fe.
10. W. Hendriksen apela aquí a la enseñanza bíblica de que el número de los elegidos «ha sido fijado desde la eternidad en Su (de Dios) decreto» (ob. cit., pág. 106). Esta consideración teológica, aparte de necesitar cierta matización (¿presciencia?, ¿predeterminación?), resulta aquí fuera de contexto; algo que Hendriksen no puede ver por su punto de vista antifuturista. El texto ha de verse a la luz de 20:4, y aun a la de Hebreos 11:40. Salguero hace notar (ob. cit., pág. 383) que «la respuesta que se da a la petición de los mártires es semejante a la que se encuentra en el apócrifo 4 Esdras 4:35–37: Los justos, desde sus receptáculos, preguntan: “¿Cuánto tiempo tendremos todavía que permanecer aquí?” A lo que responde el arcángel Jeremiel: “Hasta que el número de vuestros semejantes sea completo”. El Targum judío nos ayuda también a entender mejor este sentido de solidaridad que Apocalipsis 6:11 establece entre los creyentes, así como la posición privilegiada que ocupan junto al trono de Dios. Así Akiba (en Aboth R.M. 26) dice: “Todo el que era enterrado en la tierra de Israel era como si fuese enterrado bajo el altar, y todo el que era enterrado bajo el altar era como si fuese enterrado bajo el trono de Dios”». Por nuestra parte, diremos que vale como pensamiento devocional, pero cae también fuera del presente contexto, que no trata de creyentes en general, sino de los mártires asesinados durante los primeros meses de la Gran Tribulación.
11. Queda una delicada cuestión por resolver: Estos mártires que han sido asesinados en los primeros meses de la Gran Tribulación, ¿están ya en el cielo (¿sentido proléptico con relación a 20:4?), puesto que Juan habla de que fueron vestidos de blanco? ¿O es que los espíritus desencarnados disponen de alguna clase de cuerpo, más o menos aéreo? A esto contesta Walvoord (ob, cit., págs. 134, 135):
En este versículo se contribuye a contestar a esa pregunta. Los mártires muertos, aquí descritos, no han sido resucitados de entre los muertos y no han recibido sus cuerpos de resurrección. Con todo, se declara que se les dan vestidos. El hecho de que se les den vestiduras casi habría de requerir que tuviesen un cuerpo de alguna clase. Una vestidura no puede colgar de un alma o espíritu inmaterial. No es la misma clase de cuerpo que los cristianos tienen ahora, esto es, el cuerpo de tierra; ni es el cuerpo de la resurrección, con carne y huesos, del que Cristo habló después de Su propia resurrección. Es un cuerpo temporal, adecuado para su presencia en el cielo, pero reemplazado a su vez por su perpetuo cuerpo de la resurrección, que se les da al tiempo del regreso de Cristo.
Una grave objeción contra este punto de vista es que la Biblia jamás menciona ni insinúa que entre el cuerpo terrenal de esta vida y el de la resurrección exista otro cuerpo provisorio, «temporal», del que estén revestidos los espíritus desencarnados hasta el día de la resurrección y en el que puedan colocar vestiduras de la clase que sea. Para el que esto escribe, la cuestión es muy sencilla: Las vestiduras son tan simbólicas como la sangre y el altar de que se nos habla en el versículo 9. Juan expresa las realidades por medio de símbolos, y eso es todo.
12. Finalmente, algo que, desde este punto, es preciso tener bien en cuenta, es que todo lo que aquí se dice, a partir de la apertura del segundo sello, tiene su lugar en la segunda mitad (tres años y medio) del período de siete años que abarca la Gran Tribulación.
Versículos 12–17
Llegamos ahora a la apertura del sexto sello, con el cataclismo que sigue a continuación de dicha apertura. Veamos primero la apertura y los fenómenos que afectan a la naturaleza (vv. 12–14), para ver después las reacciones de los habitantes de la tierra (vv. 15–17).
1. Dicen los versículos 12–14 en la NVI: «Yo paré atención cuando Él (el Cordero) abrió el sexto sello. Se produjo un gran terremoto. El sol se volvió negro como un saco tejido de pelo de cabra, la luna entera se puso roja como la sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como caen las brevas de una higuera cuando es sacudida por un viento impetuoso. El firmamento desapareció como un pergamino que se enrolla, y todas las montañas e islas fueron removidas de su lugar».
(A) Recordemos, una vez más, que Juan está en éxtasis; en este éxtasis tiene una visión en la que los eventos del día de Jehová le son revelados por medio de símbolos; no ve literalmente lo real, sino figuras simbólicas de lo real, que no por estar bajo figuras deja de ser real. Si esto no se tiene en cuenta, el Apocalipsis no se puede entender de ninguna manera.
(B) Podemos, pues, preguntarnos ahora: ¿De qué cataclismo se habla aquí? Que se trata de algo muy importante se ve por la fraseología misma con que comienza el versículo 12 («Y vi—o miré—cuando abrió …») y que sólo aparece así en la apertura del primer sello, no en los demás. ¿Son puro simbolismo todos los fenómenos que aquí se narran? Dice G. R. Beasley-Murray (New Bible Commentary, pág. 1.179): «Todas estas señales de la consumación son demasiado regulares en los escritos escatológicos como para que puedan tomarse en sentido completamente figurado». Creo que deben tenerse en cuenta los siguientes principios:
(a) Las Escrituras nos ofrecen muchos ejemplos en que, dentro de un mismo contexto, se superponen, faltos de perspectiva temporal, sucesos que se refieren a tiempos muy distantes entre sí. Dos ejemplos claros tenemos en Isaías 61:1, 2, compárese con Lucas 4:18–20, donde la mitad del versículo 2 se refiere a la Segunda Venida de Cristo, mientras que la primera parte se cumplió ya en la Primera Venida, y Joel 2:28–32, compárese con Hechos 2:17–21, donde Pedro cita a Joel, e incluye los versículos 30–32 que, como Apocalipsis 6:12–14, se refieren al final de los tiempos.
(b) El hecho de que dichos fenómenos cataclísmicos, de carácter netamente apocalíptico, muestren en toda su fuerza la majestad, la santidad, el justo juicio y la soberanía de Dios, hace que tanto los profetas como los apóstoles los citen siempre que Dios muestra su poder salvífico de una manera extraordinaria.
W. M. Smith asegura:
Aunque no se dice en forma específica en qué época han de colocarse estos mártires, el sexto sello habla sin duda de perturbaciones celestes tremendas que todavía no han ocurrido, pero que tendrán lugar al final de los tiempos … Los sucesos que se traslucen en la apertura del sexto sello deben situarse al final de los tiempos (ob. cit., pág. 1.507).
Y continúa diciendo que este tema se toca ya desde el profeta Joel (Jl. 1:15; 2:1, 11, 30, 31). También en Isaías 13:6–10; 24:21–23; 34:4 se reiteran estas predicciones, relacionándolas con el Día de Jehová.
(c) Notemos también que el Señor Jesucristo puso de relieve este hecho concreto en su Discurso del Olivete (Mt. 24:29–31; Mr. 13:24–26; Lc. 21:11, 25). «Todas estas perturbaciones—dice W. Smith—se refieren al período de después de la tribulación (Mt. 24:29), con excepción de Lucas 21:11, que implica que habrá ya algunas perturbaciones antes de la Tribulación misma».
(d) Notemos finalmente que en Apocalipsis, según la frecuente repetición del número siete, dichos fenómenos se mencionan siete veces: la primera, en los versículos que estamos comentando; otras cuatro, en los juicios a son de trompeta (8:8–9:1); la sexta, al derramarse las copas cuarta y quinta (16:8–10); y la séptima, al derramarse la séptima copa (16:17–21). Esta frecuente recurrencia apunta finalmente al tiempo, después del Milenio, en que la tierra y, al menos, nuestro sistema solar, serán consumidos por el fuego para dar paso a unos nuevos cielos y una nueva tierra (v. 20:11; 21:1, comp. con 2 P. 3:10–12).
(e) Por consiguiente, todos estos fenómenos simbolizan y anuncian la suprema intervención de Dios al final de la Historia. El sentido común debería bastarnos para hacernos ver que su cumplimiento literal no puede tener lugar antes de ese momento, porque, ¿cómo podría, de otro modo, subsistir en este mundo ningún ser viviente después de semejante cataclismo cósmico?
(C) Nos queda examinar algunos de los fenómenos que aquí se registran, pues no todos tienen la misma sincronización:
(a) En el versículo 12 encontramos tres de los siete fenómenos que, según el sentido de plenitud y totalidad que es genérico con respecto al simbolismo del número siete, redondean la espectacularidad del acontecimiento: Primero, «un gran terremoto» (gr. seismós, de donde procede el vocablo castellano
«sísmico», así como el que en España decimos «seísmo» y los latinoamericanos llaman, más correctamente, «sismo»). Este fenómeno aparece ya en 11:13; 16:18, así como en Ezequiel 38:19; Joel 2:10; Amós 8:8; Mateo 24:29. Segundo, «el sol se puso negro como saco de crines» (el vestido de saco negro era signo exterior de duelo). A este oscurecimiento del sol se alude ya en Isaías 50:3. Recordemos que esta oscuridad ocurrió en la novena plaga que cayó sobre Egipto (Éx. 10:21–23) y durante las tres horas de eclipse en el Calvario (Mt. 27:45 y paralelos). Tercero, «la luna se volvió toda como sangre». Por lugares como Isaías 13:10; Ezequiel 32:7 y otros, creemos que este enrojecimiento designa el color que adopta la luna en un eclipse total.
(b) En el versículo 13 tenemos el cuarto fenómeno: la caída de astros del cielo sobre la tierra, a la que ya hay referencia en Isaías 13:9, 10. Como ya hemos hecho notar, es muy improbable que esto indique un hecho anterior al final del Milenio, a no ser que se trate de meteoritos. A este fenómeno, tanto como al siguiente, parece hacer referencia Isaías 34:4, aunque allí se hace mención de las hojas de la higuera, pero aquí se habla de los higos tardíos (gr. Olúnthous), sacudidos por un fuerte viento.
(c) El quinto fenómeno es que «el cielo—es decir, el firmamento—se desvaneció como un pergamino que se enrolla» (v. 14). De nuevo tenemos una referencia a Isaías 34:4; 40:20; 2 Pedro 3:10–12. Recordemos que ya Génesis 1:6–8 llama «expansión» (hebr. raquiaj, plancha sólida) al firmamento. A pesar de su magnitud y de su dureza, se enrolla como un pergamino, ante la majestad omnipotente de Dios, especialmente si está ardiendo tal pergamino. El año 1935, un teniente coronel de Ingenieros escribió en el diario madrileño El Debate un largo artículo acerca de una mancha negra, ribeteada de rojo, que se observaba en un determinado punto del firmamento. Consideraba él dicha mancha como una rasgadura del éter que envuelve y llena el espacio cósmico, y concluía que el día en que la rasgadura alcanzase a nuestro sistema solar, éste podría desaparecer en poco tiempo. Se cumpliría así literalmente lo de «como un pergamino que se enrolla».
2. Los versículos 15–17 nos describen los efectos que tal cataclismo ha de producir en las gentes inconversas de este período de la Gran Tribulación: «Entonces los reyes de la tierra, los príncipes (gr. meguistánes, magnates), los generales (lit. jefes de mil), los multimillonarios y los potentados, y todos los hombres, tanto esclavos como libres, fueron a esconderse en las cuevas y entre las rocas de los montes. Y gritaban a los montes y a las rocas: “¡Caed sobre nosotros y escondednos del rostro del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero! Porque ha llegado el día grande de la ira de ellos y ¿quién podrá aguantar en pie?”» (NVI).
(A) Tenemos en el versículo 15 siete clases de personas sobre las que cae la ira de Dios, y que corren presas del pavor a esconderse «en las cuevas y entre las rocas de los montes» (comp. con Is. 2:10). Estos siete grupos cubren todas las clases sociales, comienzan por los más altos en autoridad: los reyes; a éstos siguen los magnates: príncipes, gobernadores, etc.; después, los altos jefes militares; luego, los ricachones (gr. ploúsioi), cuyo dinero proporciona influencia, poder y prestigio social, siguiéndoles los potentados (gr. iskhuroí, fuertes—según la mayoría inmensa de los MSS—), es decir, todos los que, por su educación superior o su linaje, disfrutan de poder en el mundo de la política, del arte, de la ciencia, etc. En sexto y séptimo lugar, los esclavos y los libres (esto es, simples ciudadanos no sujetos a servidumbre).
(B) El grito que todos ellos dan (v. 16) a los montes y a las rocas para que les escondan del rostro airado del Omnipotente tiene como trasfondo a Lucas 23:30; y éste, a Oseas 10:8. Dice Bartina: «Era propio de los habitantes de Palestina, en tiempo de invasión o peligro, huir a los montes y esconderse en las cuevas de aquellos desiertos inaccesibles, para pasar inadvertidos y esperar a que se alejara la tormenta» (ob. cit., pág. 688).
(C) El rostro (gr. prosópou), es decir, la faz del hombre, lo que más salta a la vista, tiene en la Biblia, aplicado a Dios, simbolismo bipolar, pues puede hacer referencia tanto a la benevolencia como a la ira de Dios. Aquí es el rostro airado de Dios, de cuya vista quieren huir los impíos, hasta el punto de preferir la muerte, de forma que se los trague vivos la tierra. ¡El día de gracia ha terminado para ellos! Lo más impresionante es eso de «la ira del Cordero». Dice Grau (ob. cit., págs. 165, 166): «¿Quién hubiera pensado que era posible hablar de la ira del Cordero? ¿No es el cordero el más manso de los animales? Es la ira del amor, del amor despreciado, pisoteado una y mil veces, a pesar de haber llegado hasta lo sumo del sacrificio por nosotros».
(D) «El gran día de su ira» (v. 17) es también el día de la pública manifestación de la gloria del Señor. En este versículo advertimos referencias a Joel 2:11 y Malaquías 3:2, y aunque dichas profecías tienen diversos niveles, como puede comprobarse al comparar Joel 2:28–32 con Hechos 2:17–21, el sentido final y completo apunta al plano netamente escatológico, cuando el número siete de perfección en el reinado mesiánico del Milenio cederá el puesto al número ocho, símbolo de la eternidad. Hasta en matemáticas, un 8 yacente es símbolo del infinito. Curiosamente, las letras del nombre griego Khristós (Cristo) forman el número 888. Para los que adoptan el sentido plenamente literal (quizá, mejor, literalista) de la cronología bíblica, la especie humana cumplirá el sexto día de Dios («mil años como un día») hacia el 2000 de nuestra era (mejor dicho, lo habrá cumplido ya hacia el año 1975); tras de esto, vendría el séptimo día (el Milenio, que todavía no ha venido); y el Milenio daría paso al octavo día, la suma perfección de la eternidad. Todas estas acrobacias de números y fechas suelen terminar en el más vergonzoso ridículo.
3. Para terminar con esta sección, conviene echar un vistazo a los seis sellos ya estudiados y comparar, como lo hace Walvoord (ob. cit., pág. 123), la secuencia del capítulo 6 con la descripción que Jesucristo hizo del final de los tiempos (Mt. 24:4–31): (A) La guerra de Mateo 24:6, 7 corresponde al segundo sello de Apocalipsis 6:3, 4; (B) El hambre de Mateo 24:7, al tercer sello de Apocalipsis 6:5, 6; (C) La muerte de Mateo 24:7–9, al cuarto sello de Apocalipsis 6:7, 8; (D) El martirio de Mateo 24:9, 10, 16–22, al quinto sello de Apocalipsis 6:9–11; (E) El oscurecimiento del sol y de la luna y la caída de las estrellas, de Mateo 24:29, a lo de Apocalipsis 6:12–14; y (F) El tiempo de la ira de Dios en el juicio, de Mateo 24:32–25:26, a lo de Apocalipsis 6:15–17.
4. El propio Walvoord ofrece, hacia el final de su comentario al cap. 6, algunos pensamientos provechosos de carácter devocional, que no deben faltar en nuestro comentario. Dice Walvoord:
El día de ira está en contraste con el día de gracia. Aunque, en cada dispensación, Dios trata con los creyentes y los salva por gracia, la época actual está sumamente destinada a manifestar gracia, no sólo como el camino de salvación, sino también como el camino de vida. Dios no está pensando hoy en hacer que recaiga sobre el pecado el juicio divino. Aun cuando pueda haber algunas formas de castigo inmediato, Dios no está, en su mayor parte, ajustando cuentas ahora. Ni los justos son premiados ni los malvados son castigados hoy de forma definitiva. Este día de gracia será seguido por el día de Jehová (ingl. Of the Lord), que bosqueja desde temprano, en su proceso, el día de ira (ob. cit., pág. 138).
Este capítulo constituye como el interludio entre dos partes de una sinfonía de tonos altamente dramáticos. Se divide claramente en dos partes: I. Son sellados 144.000 israelitas (vv. 1–8). II. Son redimidas un sinnúmero de personas de extracción gentil (vv. 9–17).
Versículos 1–8
Entre la apertura del sexto sello y la del séptimo, se inserta este capítulo 7, en el cual se introducen dos grandes multitudes, una en la tierra (vv. 1–8) y otra en el cielo (vv. 9–17). Como respondiendo al desesperado grito de los impíos: «¿Y quién podrá sostenerse en pie?» (6:17), Juan tiene dos visiones, en las que encuentra consuelo, protección y símbolos de victoria para los hijos de Dios. En esta sección estudiaremos el significado de la multitud que Juan vio en la tierra: 144.000 judíos, sellados con el sello protector de Dios mismo. Veremos primero la actuación de cinco ángeles (vv. 1–3) y, después, el número de los sellados en cada una de las tribus (vv. 4–8).
1. Dicen los versículos 1–3 en la NVI: «Después de esto (gr. metá taúta, como en 4:1), vi cuatro ángeles que estaban de pie en los cuatro ángulos de la tierra, reteniendo a los cuatro vientos de la tierra, para impedir que ningún viento soplase sobre la tierra, ni sobre el mar ni sobre ningún árbol. Después vi otro ángel que subía de la parte del oriente y llevaba el sello del Dios viviente. Y gritó con voz potente a los cuatro ángeles a quienes se había dado poder para hacer daño a la tierra y al mar: “No hagáis daño a la tierra, ni al mar ni a los árboles, hasta que hayamos marcado con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios”».
(A) Contra las cuatro agencias de destrucción, mencionadas en 6:2–8, cuatro ángeles en pie (v. 1, comp. con 6:17b), situados en los cuatro puntos cardinales, controlan los vientos y las tempestades. «Los cuatro ángulos (gr. gonías, de donde proceden vocablos como “polígono”, etc.) no significan que, en la mentalidad oriental, la tierra sea cuadrada, pues la Biblia menciona explícitamente el orbe de la tierra (Is. 40:22)». La meteorología, con todos sus elementos, es un instrumento en manos de Dios, lo mismo para bendecir que para castigar. Todo esto aparece bajo el control inmediato, delegado por Dios, de los ángeles. Así se entiende mejor la cita del Salmo 104:4 (los fenómenos meteorológicos) en Hebreos 1:7 (aplicada a los ángeles).
(B) Juan ve subir del oriente (v. 2) un ángel diferente de los otros cuatro anteriores. «De donde se levanta el sol» (lit.) equivale a decir: «De donde viene la luz o la salvación» (comp. Is. 9:2 con Lc. 1:78, 79). Por su rango y cometido, podemos pensar que el enviado celestial es un arcángel. El sello que lleva en la mano significa que el grupo concreto del que se va a hablar enseguida, recibirá protección divina en las aflicciones que la Gran Tribulación ha de traer a la tierra. Este ángel comunica a los otros cuatro la orden de no hacer ningún daño, por el momento, ni a la tierra ni al mar (en el cielo, todo está a salvo).
(C) Los daños que han de producirse en la tierra y en el mar quedan en suspenso hasta que se haya efectuado el sellado de los 144.000 (v. 3): «No hagáis daño … hasta que hayamos marcado con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios» (NVI), dice a los cuatro ángeles del versículo 1 el ángel que acaba de subir del oriente. Este sellado indica que Dios va a proteger y preservar a los que aquí se mencionan a continuación (v. Ez. 9:4). En efecto, el sello, en la Escritura y fuera de ella, sirve para una (o más) de estas tres cosas:
(a) Para proteger, de forma que lo sellado quede a buen recaudo de cualquier daño o violación (v. Mt. 27:66; Ap. 5:1). Ésta es función de Dios Padre, quien siempre protege, de un modo u otro, a los suyos.
(b) Para marcar propiedad o posesión. Isaías 44:1–5 nos adelanta esta idea. Según el original, el remanente de Israel llevará tatuado en la mano el nombre de Jehová. En Éxodo 39:30, al hablarse de los ornamentos del sumo sacerdote, se dice que, en la lámina de la diadema, había de llevar la inscripción hebrea «leYahweh» (lit. para Jehová), «propiedad de Jehová» o «consagrado a Jehová». En Ezequiel 9:4 se habla de marcar en la frente con una t hebrea (tau) a los verdaderos israelitas «que claman por las abominaciones, etc.». Es un dato curioso el que, en el antiguo alfabeto hebreo (el fenicio) el tau (última letra del alfabeto hebreo, también llamado «alefato») tenía la forma de una cruz en aspa (x), que es precisamente, en griego, la primera letra del nombre de Cristo. Así se señala que los sellados pertenecen al Cordero, al Hijo (v. Jn. 10:11–16, 26–29). Cantares 8:6 nos muestra un ejemplo de este simbolismo.
(c) Para certificar o garantizar (v. Est. 3:12, comp. con Ro. 8:15; Ef. 1:13). En este sentido, es función del Espíritu Santo. «La frente» es la que aparece sellada; sin duda, por ser la parte visible más alta del cuerpo humano y sede de la mente y de los sentimientos conscientes. Es significativo que el vocablo «frente», a través del latín frons, se derive del griego phronéo que, en el Nuevo Testamento, indica la idea de un sentir consciente y reflexivo (v. por ej. Fil. 2:5). Otra referencia de este sellado en la frente se halla en 22:4.
2. Juan no ve cómo sellan a los que van a ser protegidos, pero oye su número (v. 4), que es 144.000, ya sellados (participio de pretérito perfecto) de toda tribu de los hijos de Israel. Y, a continuación (vv. 5– 8), se repite doce veces lo de: «De la tribu de … 12.000 sellados».
(A) La primera cuestión que se plantea es: ¿Quiénes son estos sellados? A esta pregunta se suelen dar tres clases de respuestas:
(a) Representan a «los cercanos seguidores de Jesucristo, sus hermanos espirituales, a quienes se ha prometido la realeza y el sacerdocio con Él en los cielos». Esta es la interpretación de los «Testigos de Jehová» (v. Aid to Bible Understanding, págs. 1.234, 1.235). Según ellos, éstos son los únicos que han nacido de nuevo y los únicos que recibirán, en la resurrección, un cuerpo espiritual. Esta opinión no tiene base alguna en la Escritura.
(b) Representan simbólicamente a todos los cristianos que, durante las pruebas y aflicciones de todos los tiempos, gozan de una especial protección de Dios. Así piensan todos los antidispensacionalistas. Grau los compara con los 144.000 del capítulo 14 y opina que se trata de los ministros de la Palabra, por su número y por el término «primicias» de 14:4.
(c) Representan un número cerrado de los hijos de Israel, que serán protegidos por Dios durante la Gran Tribulación, de entre los que hayan sido convertidos en la primera parte del período de siete años de la Tribulación, ya que los convertidos antes de este tiempo habrán sido arrebatados antes, por pertenecer a la Iglesia. Esto significa, de paso, que, en el tiempo a que se refiere la visión de Juan, el pueblo judío existirá como nación, según lo vemos hoy. Recordemos que, según Pablo (Ro. 11:26), llegará un día en que todo Israel será salvo (v. el comentario a dicho lugar).
(B) La segunda cuestión es: ¿Es un número literal o simbólico? A esto podemos responder que no hay motivo alguno para negar que los sellados sean literalmente 144.000 (lo cual no significa que no haya un mayor número de israelitas convertidos durante dicho período, sino que sólo éstos son sellados y protegidos de modo especial para un servicio también especial). Pero con esto no se niega que el número 144.000 tenga su simbolismo, como ya expusimos en la introducción al comentario del Apocalipsis.
(C) La tercera cuestión afecta a la forma, aparentemente anormal, en que aparecen los nombres de los patriarcas de las tribus, tanto en su colocación como en la omisión de Dan y Efraín, y la repetición de José, tras de haber mencionado a Manasés. La solución más probable de estas aparentes anomalías es la siguiente:
(a) En cuanto a la colocación, notemos que Judá figura a la cabeza, por haberle pasado a él la primogenitura del cetro (v. Gn. 49:3–10). Leví vuelve a ocupar su puesto como tribu aparte, porque ahora todos tendrán acceso al santuario en el nuevo Templo (v. Is. 66:23; Zac. 14:20, 21). Con la vuelta de Leví a la numeración de las tribus, no hay trece, sino doce, ya que otra tribu es excluida aquí.
(b) En efecto, queda excluida la tribu de Dan; en parte, quizá, por haber sido la primera en caer en la idolatría; en parte también, porque había quedado tan disminuida que fue contada con Neftalí. Muchos escritores eclesiásticos antiguos creyeron que de dicha tribu había de surgir el Anticristo, pero 13:1 deja bien claro que el Anticristo no surgirá de la tierra (término con que suele designarse a Palestina), sino del mar, que simboliza la multitud de los gentiles.
(c) Hay también una sustitución: José sustituye a su primogénito legal Efraín. El hecho de que la media tribu de Efraín se significase también por su idolatría en los tiempos de los reyes de Israel añadiría un motivo de mucho peso para sustituir el nombre de Efraín por el de su padre José, persona sin reproche alguno en la Palabra de Dios.
(D) El hecho de que las diez tribus del Norte desapareciesen de los registros genealógicos a partir del destierro da pie a Hendriksen (ob. cit., pág. 111) para argumentar que estos versículos no pueden referirse a Israel. Pero el que sólo Judá y parte de Leví puedan actualmente probar, de modo totalmente fidedigno, su ascendencia hebrea no da pie a dicho argumento, ya que: (a) Aunque los hombres no lo sepan, también respecto de Israel sabe el Señor quiénes son suyos (2 Ti. 2:19); (b) Desde el momento en que el sellado se efectúa distintiva y específicamente sobre 12.000 de cada tribu, su identificación dentro de la tribu respectiva es probable que quede patente a todos los de la propia nación, por lo menos.
Versículos 9–17
El versículo 9 comienza con un nuevo metá taúta («después de estas cosas»), con lo que se indica suficientemente que se trata de una multitud distinta de la anterior. Esta multitud se distingue de la de los
144.000 sellados, en tres importantes detalles: 1) Es incontable, mientras que los sellados tienen un número fijo; 2) Esta multitud es de toda nación, tribu, pueblo y lengua, mientras que los sellados son de las tribus de Israel únicamente; 3) Esta multitud es vista ya en el cielo, mientras que los 144.000 son sellados precisamente para ser protegidos en la tierra. Veremos primero la descripción que se nos hace de esta multitud (v. 9); luego, lo que dicen (v. 10); después, la reacción de los ángeles (vv. 11, 12); a continuación, la conversación de Juan con uno de los ancianos acerca de la identificación de la multitud (vv. 13–17).
1. Dice el versículo 9 en la NVI: «Después de esto miré y vi (lit. vi y ¡mira!) delante de mí una gran multitud que nadie podía contar, procedente de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. Estaban todos en pie delante del trono y enfrente del Cordero. Vestían túnicas blancas y llevaban palmas en las manos».
(A) La expresión del original, idoú (¡mira! o ¡he ahí!) indica que se introduce en escena un espectáculo impresionante. ¡Qué bien se aplican aquí las palabras de Isaías 53:11: «Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho»! Dice Barchuk (ob. cit., pág. 145):
Esto, a nosotros los creyentes, nos regocija sobremanera, porque ello nos muestra que los resultados de la obra espiritual y del testimonio cristiano serán mucho más grandes de lo que nos parece. Porque nosotros vemos únicamente aquellos que vienen a la iglesia. Pero desconocemos todas las experiencias secretas que tienen lugar en los corazones humanos bajo la influencia de la Palabra de Dios y especialmente ante la imagen de la muerte.
Y un poco más adelante añade:
He aquí delante del trono del Altísimo, el apóstol Juan vio a todos esos salvados cual maravilloso ramillete de distintas flores, de distintos colores, formas y tamaños, quienes atados con el amor del Salvador ofrecían una belleza indescriptible.
(B) Esta incontable multitud era de extracción gentil, como lo muestra su descripción en términos de universalidad: «de toda nación y estirpes y pueblos y lenguas» (lit.).
(C) Todos ellos estaban en pie (gr. hestótes, participio de aoristo, que apunta a un acto importante en virtud del cual están en pie—comp. con 5:6. El mismo verbo, pero en participio de pretérito perfecto—). Juan los ve, pues, ya resucitados, puesto que se ha completado su número, mientras que en 6:9 los ve como almas que estaban debajo del altar (comp. con 20:4). En 20:4 se habla primero de almas y, después, de resucitados. En cambio, aquí Juan los ve ya como resucitados y en el cielo. Esto nos muestra que las visiones de Apocalipsis van avanzando en espiral, no cronológicamente, hasta llegar al capítulo 19 (D) Estaban en pie, dice Juan, «delante del trono y enfrente del Cordero», lo que indica una comunión íntima con Dios, al descubierto, constante e inefable.
(E) Iban vestidos de túnicas blancas, lo cual indica santidad plena, escatológica, en la gloria de la resurrección (comp. con Ef. 5:27), una blancura que no se debe a sus méritos (v. Is. 64:6), sino a la misericordia perdonadora de Dios (Is. 1:18), que los ha limpiado en la sangre del Cordero (v. 14, comp. con 1 Jn. 1:7).
(F) Las palmas en las manos son símbolo de alegría festiva y de victoria que Dios ha ganado por ellos y para ellos. Aunque no tengamos por inspirados a los libros de los Macabeos (sí los respetamos como históricos), 1 Macabeos 13:51 y 2 Macabeos 10:7, en la perspectiva histórica de Israel, nos muestran esto mismo.
(G) La multitud aparece, según el participio de presente del versículo 14 («los que están saliendo …»), como una procesión jubilosa que entra en el cielo, al estilo de la Fiesta de los Tabernáculos (Lv. 23:40) y de la entrada de Jesús en Jerusalén (Mr. 11:8; Jn. 12:13). Su identificación con los de 6:9 y 20:4 nos hace ver que las palmas que llevan no son sólo de victoria, sino también de martirio, en el sentido de haber perdido violentamente la vida, en la persecución encendida por el Anticristo, «por causa de la palabra de Dios» (6:9). Todos ellos palpan ahora (¡y qué consuelo y estímulo para nosotros!) aquello de Romanos 8:18: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse».
(H) Para muchos autores es una dificultad insoluble el hecho de que una multitud incontable se haya convertido tan sinceramente como para dar la vida por la Palabra de Dios, precisamente cuando la Iglesia se supone ya arrebatada y, por tanto, el Espíritu Santo se ha marchado de en medio, según la interpretación que dimos de 2 Tesalonicenses 2:7. Para resolver esta dificultad es preciso tener en cuenta dos factores:
(a) El arrebatamiento de la Iglesia inmediatamente antes de la Gran Tribulación será un acontecimiento tan extraordinario que no podrá menos de afectar a cientos de miles de personas; quizás, a millones. Basta imaginarnos qué pasará en las casas en que haya personas inconversas conviviendo con familiares cristianos, cuando éstos suban, ya transformados en personas glorificadas, aptas para el cielo, a encontrarse con el Señor en el aire. Es cierto que, como siempre, en algunos la reacción será de mayor endurecimiento (comp. con Lc. 16:31), pero en muchísimos otros será de pánico, previo a la convicción de pecado (comp. con Hch. 16:30). Si a esto se añade el testimonio, durante los primeros meses de la persecución, de los 144.000 sellados, fácilmente puede entenderse que el número de los convertidos al Señor, durante casi siete años, sea incontable.
(b) Es cierto que el Espíritu Santo se habrá hecho de en medio (lit. v. 2 Ts. 2:7) en el arrebatamiento de la Iglesia, pero eso no significa que su ministerio de aplicación de la salvación, en sus múltiples formas, haya cesado por ello. SÓLO HABRÁ CESADO COMO AGENTE INCORPORADOR Y ESPÍRITU CORPORATIVO DE LA IGLESIA (1 Co. 12:13; Ef. 4:5), pero seguirá en su obra de convencer de pecado a los impíos, regenerar a los inconversos y santificar a los convertidos. En otras palabras, ejercerá las mismas funciones que desempeñaba con respecto a los santos del Antiguo Testamento.
2. A continuación vemos lo que esta incontable multitud decía (v. 10): «Y clamaban con voz potente, diciendo:
“La salvación se debe a nuestro Dios, que está sentado en el trono,
y al Cordero”» (NVI).
El original dice textualmente: «La salvación a nuestro Dios, etc.», pero, como bien ha traducido la NVI, no quieren decir que deseen la salvación a Dios ni a nadie, sino que expresan el reconocimiento de que se la deben a Dios y al Cordero (comp. con 19:1), lo cual es un eco de Salmos 3:8 y Jonás 2:9 (al final). Es de notar que el Cordero es reconocido aquí, en pie de igualdad con el Padre, como autor de la salvación y, por tanto, como digno igualmente de adoración, alabanza y gratitud.
3. «A continuación (vv. 11, 12), vemos la reacción de los ángeles ante este grito de alabanza y gratitud: «Todos los ángeles estaban de pie (comp. con 4:9, 11; 5:11–13) alrededor del trono y en torno a los ancianos y a los cuatro seres vivientes. Cayeron sobre sus rostros delante del trono y adoraron a Dios, diciendo:
“¡Amén!
La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza (gr. iskhús, la fuerza), a nuestro Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!”»
(A) Vemos ahora que también los ángeles se unen a la multitud, puestos (simbólicamente, pues no tienen cuerpo) en pie, en este grito de adoración, postrándose delante del trono.
(B) La adoración de los ángeles comienza (v. 12) por un «¡Amén!», con el que ratifican la alabanza y la adoración de la multitud incontable, y terminan con otro «¡Amén!», como rubricando sus propias alabanzas por haber hecho triunfar a una multitud tan grande. Los ángeles, que anhelan mirar desde el cielo la obra de la salvación en la tierra (1 P. 1:12) y que «son enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación» (He. 1:14), sienten una inmensa alegría por cada pecador que se salva (Lc. 15:10), lo cual contrasta con el odio homicida de Satanás (Jn. 8:44; 1 Jn. 3:12). Tanto la alabanza de la multitud, como la de los ángeles, nos recuerda la alabanza y la adoración de David a Jehová delante de toda la congregación de Israel en 1 Crónicas 29:10 y ss., aunque aquello fue un pálido reflejo de la grandiosa liturgia celeste.
(C) En el comentario a 5:12, ya explicamos algunos de los elementos de esta liturgia, así como algunas diferencias con el septenario (número de plenitud, como allí) que vemos aquí, y que son las siguientes:
(a) En 5:12, los siete elementos de alabanza al Cordero van unidos, como enracimados, con un solo artículo inicial, mientras que aquí cada elemento va precedido de su propio artículo.
(b) En ambos lugares coinciden seis elementos; el único elemento diferente es ploútos (riqueza) en 5:12, mientras que aquí aparece eukharistía (acción de gracias).
(c) En 5:12, los ángeles mencionan al Cordero porque se unen al Cántico (aunque ellos no cantan, ni se canta tan pronto como ellos se unen al coro) de la Iglesia arrebatada—los 24 ancianos, como representantes de la Iglesia—y de los cuatro seres vivientes. En cambio, ahora son sólo ellos los que alaban al que está sentado en el trono, pero no al Cordero, puesto que ellos no son partícipes de la salvación (v. He. 2:16).
(D) Notemos también aquí el significado de cada uno de los siete elementos que componen esta adoración:
(a) Euloguía (bendición) expresa la alabanza a Dios por sus maravillas en la creación y en la salvación (comp. con Sal. 103:1–5, 19–22).
(b) Dóxa (gloria) es la manifestación esplendorosa de la grandeza y de los atributos salvíficos de Dios: amor, sabiduría y poder.
(c) Sophía (sabiduría) es la infinita destreza con que Dios planea y ejecuta sus designios.
(d) Eukharistía (acción de gracias) es el reconocimiento y estima debidos a Dios por los innumerables beneficios que derrama sobre todas sus criaturas, especialmente sobre sus hijos los creyentes.
(e) Timé (honor) es el reconocimiento de la excelencia de una persona y de los méritos que ha contraído con respecto a nosotros, y, ¿quién es más excelente, misericordioso y benéfico que Dios?
(f) Dúnamis (poder) es la infinita capacidad para ejecutar todos sus designios—Dios es el Todopoderoso (1:8).
(g) Finalmente, «iskhús» (fuerza) es la energía, puesta en acción, con que el «poder» de Dios ejecuta dichos designios. Todos estos siete elementos se reconocen y alaban por toda la eternidad: «por los siglos de los siglos».
4. El capítulo termina con una conversación que Juan sostiene con uno de los 24 ancianos (vv. 13– 17): «Entonces uno de los ancianos me preguntó: “Estos de las túnicas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Yo respondí: “Señor, eso tú lo sabes”. Entonces me dijo: “Éstos son los que vienen (nótese el presente, ya explicado) de (gr. ek, preposición de procedencia) la gran tribulación; han lavado sus túnicas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso, están delante del trono de Dios y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá sobre ellos su tienda. Nunca volverán a tener hambre, nunca volverán a tener sed. No les agobiará el sol, ni el calor abrasador de ninguna clase. Porque el Cordero que está en el centro del trono será su pastor; Él les conducirá a las fuentes de agua viva, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”» (NVI).
(A) Vemos primero (v. 13) que uno de los 24 ancianos hace a Juan una pregunta que éste no sabe, porque no puede conocerlo, contestar. Esta forma literaria, típicamente semita, la encontramos en lugares como Jeremías 1:11 y ss.; Ezequiel 37:3 y Zacarías 4:2. En efecto, Juan sólo sabe lo que se le dice por revelación; y, hasta ahora, no le ha sido revelada la identidad ni las características de esta gran multitud.
(B) Juan responde (v. 14) con una fórmula de respeto y cortesía: «Señor mío» (lit., según la mayoría de los MSS más fidedignos). Lo de «tú lo sabes», no es sólo un reconocimiento de que el anciano lo sabe, sino que expresa, ante todo, un deseo, como si dijese: «También yo querría saberlo».
(C) A continuación, el anciano explica, en frases densas y de riquísimo contenido, toda la felicidad de los salvos que se hallan ya en el cielo:
(a) El original dice: «Éstos son los que salen …», no porque falten aún algunos por salir, sino porque los compara a una procesión con palmas de victoria, que entran en el santuario de Dios, al estilo de un salmo gradual.
(b) El anciano los describe saliendo de la Gran Tribulación. El griego original no usa la preposición apó, que indicaría distancia y preservación, sino ek, que significa procedencia; en otras palabras: salen de en medio de la Gran Tribulación, como habiendo pasado por ella. Esto basta para distinguirlos de la Iglesia, que ya aparece arrebatada al comienzo del capítulo 4.
(c) A la tribulación se la llama megáles (grande), que aquí tiene la fuerza de un superlativo, pues es la mayor de todos los tiempos (v. Mt. 24:21, 22), y va a durar (mejor dicho, ya en este punto ha durado) 42 meses, 3 años y medio, 1260 días, pues todo es lo mismo (v. 11:2, 3; 12:14 y 13:5).
(d) Nótese el contraste entre el presente «salen», que denota la reciente cesación de las pruebas y aflicciones de esta multitud, y los aoristos «lavaron» y «emblanquecieron», que indican un hecho sucedido en el pasado, de una vez por todas.
(e) «En la sangre del Cordero» (v. He. 9:7 y ss.) pone de relieve el perdón de los pecados por fe en el que murió en la Cruz como sustituto nuestro (Is. 53:5–7), sin olvidar que todo pecado posterior a la conversión es lavado con esa misma sangre (1 Jn. 1:7).
(f) El anciano pasa (v. 15) a describir la función sacerdotal que esta multitud, ya en la presencia de Dios, desempeña en el cielo: «Sirven (gr. latreúousin, verbo de servicio cultual) día y noche (comp. con Ro. 12:1)—Barchuk los contrasta con los creyentes “domingueros”—en su santuario» (gr. nadoói, que indica el santuario propiamente dicho, no sólo el templo—gr. hierón—).
(g) A renglón seguido, dice el anciano, en símbolos bien conocidos, cuál será en el cielo la felicidad de estos bienaventurados:
Primero (v. 15c), «el que está sentado en el trono (es decir, Dios el Padre) extenderá sobre ellos su tienda» (NVI). Al comparar esto con 21:3, vemos el alcance de esta frase. El verbo que Juan usa aquí (skenósei) es el mismo de 21:3 y de Juan 1:14. Expresa la extensión de la shekinah de Jehová para morar con los suyos, por toda la eternidad, en una misma tienda de campaña. La presencia de Dios que se manifestó primeramente en el tabernáculo y después en el templo de Jerusalén, se manifestará constantemente entre los hijos de Dios, y no en casos extraordinarios como entonces, sino que será un privilegio ordinario y continuo de todos los redimidos, los cuales habrán terminado su peregrinación por el desierto de esta vida y habrán entrado en la verdadera Tierra Prometida (v. He. 11:9, 10, 14–16). Toda la Nueva Jerusalén será un santuario (21:22, 23).
Segundo (vv. 16, 17), «Nunca volverán a tener hambre, etc.». La feliz condición que aquí se describe tiene una referencia explicita en Isaías 49:10 (y, en parte, en Is. 25:8), pero tiene su final cumplimiento en 21:4. También incluye resonancias de Salmos 23:1, 2 y Ezequiel 34:23. En Salmos 23 e Isaías 49:10, Jehová es el pastor, pero aquí, como en Juan 10, Cristo es el pastor. En Ezequiel 34:23 (comp. con Jer. 30:9), se atribuye este oficio a David, quien ya había muerto; lo cual indica, una vez más, la tipológica identificación de David con su «hijo» por excelencia: el Mesías.
Tercero, este pastoreo (v. 17) del Cordero, dentro del contexto que estamos estudiando, significa que Cristo suministra el antídoto para el desasosiego que nos asedia, y la completa satisfacción de la sed de felicidad, sed que no puede ser apagada por ninguna cosa de este mundo. ¡Cosa insólita! ¡El Cordero, convertido en pastor!
En este capítulo tenemos: I. La apertura del séptimo sello (vv. 1–6). II. El toque de la primera trompeta (v. 7). III. El toque de la segunda trompeta (vv. 8, 9). IV. El toque de la tercera trompeta (vv. 10, 11). V. El toque de la cuarta trompeta (vv. 12, 13).
Versículos 1–6
La apertura del séptimo sello va a desencadenar una serie gradual de siete plagas (aunque no serán las últimas—v. 15:1—), al son de siete trompetas, pero antes de que los ángeles hagan sonar las trompetas, los versículos 1–6 describen un prólogo impresionante: 1) Hay un solemne silencio (v. 1), tras del cual aparecen siete ángeles (v. 2), a quienes son dadas sendas trompetas. 2) Viene luego una, igualmente solemne y corporativa, oración (vv. 3, 4). 3) La eficacia de la oración se muestra de inmediato por medio de extraordinarios fenómenos físicos (v. 5). 4) Tras de esta introducción, los siete ángeles, con sus siete trompetas, se disponen a tocarlas (v. 6).
1. Dicen así los versículos 1 y 2: «Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio por espacio como de media hora. Y vi a los siete ángeles que están delante de Dios, y se les dieron siete trompetas» (NVI).
(A) En un contexto como el actual, lleno de alabanzas, de gritos, etc., este silencio, inmediatamente después de la apertura del séptimo sello, augura algo muy solemne, majestuoso y terrible. Hay una tradición judía según la cual hay en el quinto cielo compañías de ángeles de servicio, que entonan alabanzas de noche, pero guardan silencio de día a causa de la gloria de Israel, es decir, para que puedan oírse las alabanzas del pueblo de Israel. Pero, en nuestro caso, el silencio no se hace para oír alabanzas, sino gritos de angustia, mientras Dios va a intervenir a favor de los suyos.
(B) El espacio de media hora simboliza, ya en los profetas del Antiguo Testamento, el tiempo de espera de una extraordinaria intervención de Jehová (v. Hab. 2:20; Sof. 1:7; Zac. 2:17). Es poco tiempo, pero resulta largo para quienes esperan con ansia la intervención de Dios.
(C) Los siete ángeles (v. 2), de pie y alineados ante el trono de Dios, reciben sendas trompetas. Juan usa el artículo determinativo para referirse a los siete ángeles porque los supone ya conocidos. Parece ser que se trata de los siete arcángeles, o «ángeles de la faz», cuyos nombres conocemos, parte por la Biblia (Daniel, Lucas, Apocalipsis), en parte por los apócrifos (Tobías 12:15; Henoc 20:2–8; 4 Esdras 4:36). Sus nombres son: Uriel, Rafael, Raguel, Miguel, Saraquiel, Gabriel y Remeiel (o Jeremiel).
(D) La trompeta es símbolo del toque de alerta ante una intervención divina o un solemne acontecimiento. La primera referencia bíblica a la trompeta la tenemos en Éxodo 19:16, 19, cuando se nos refiere la aparición de Jehová en el Sinaí para encontrarse con Moisés. El son de la trompeta convocaba a los israelitas para ser instruidos (Nm. 10:3, 4), o para que emprendiesen la marcha (Nm. 10:3–7), o para que se dispusiesen a la batalla Jer. 4:19; 42:14), para que regresaran de la dispersión (Is. 27:13) o para nunciar la liberación en el año del jubileo (Lv. 25:8–10). Aquí señala el gran juicio de Dios sobre la tierra (v. también Jl. 2:1; Mt. 24:31; 1 Co. 15:52; 1 Ts. 4:16).
2. Del solemne silencio, se pasa luego a una solemne oración, cuyo símbolo es el incienso. Dicen así los versículos 3 y 4: «Vino otro ángel, que llevaba un incensario de oro, y se puso de pie junto al altar. Se le dio gran cantidad de incienso para que lo ofreciese junto con las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que está delante del trono. El humo del incienso, junto con las oraciones de los santos, subió a la presencia de Dios de la mano del ángel» (NVI).
(A) Como ya advertimos en otro lugar, los dos altares del tabernáculo terrestre (el de los holocaustos—de bronce—y el de los perfumes—de oro—) están aquí simbolizados en un solo altar (comp. 6:9 con 8:3). El «Lugar santísimo» está aquí simbolizado y representado en el «trono»; los querubines de sobre el propiciatorio se hallan simbolizados y representados en estos ángeles de grados superiores, que cumplen también funciones superiores, similares a las de los querubines del Templo.
(B) Vemos aquí (v. 3) un octavo ángel que se presenta de pie ante el altar con un incensario de oro, dispuesto a cumplir las funciones del sumo sacerdote el «Día de la Expiación» o Yom Kippur. Notemos que no tomó él el incienso, sino que le fue dado mucho incienso. ¡Dado, dado, dado! Cómo se repite este verbo, así en pasiva, a lo largo del libro, para poner de relieve que todo es de iniciativa divina, que ni el hombre ni el ángel pueden hacer ni merecer nada por sí mismos, sino en virtud de la gracia de Dios y en atención a la obra expiatoria de Cristo en el Calvario!
(C) Lo mismo aquí que en el Templo de Jerusalén, el altar y el incensario son de oro. El ángel da (no «añade») a las oraciones de los santos, de todos por imperfectos que sean), fuego e incienso sagrados, para dar a entender así que sólo por la intercesión celeste del Señor Jesucristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote (He. 4:14–16; 7:24–28) y Abogado (1 Jn. 2:1, 2), tienen eficacia nuestras oraciones (v. Sal. 141:2; Ap. 5:1). Este ángel, a quien no se debe identificar con el Cordero, coloca el incienso sobre las brasas, como hacía Aarón (Lv. 16:12, 13) en el Yom Kippur.
(D) Tan pronto como el ángel pone el incienso en las brasas, la columna del humo perfumado por la combustión del incienso sube ante el acatamiento del Señor (Sal. 141:2). Estas oraciones de los santos, hechas eficaces por el fuego y los perfumes celestiales, parecen acelerar el día de la ira de Dios que se va a cernir sobre la tierra. Dice Grau (ob. cit., pág. 172): «¡Qué papel tan importante juega la oración en el destino del mundo!» Y Todd, citado por W. M. Smith (ob. cit., pág. 1.508), comenta:
Los juicios anunciados en esta profecía serán la consecuencia, en alguna forma notable, de las oraciones de los santos que claman a Dios que complete cuanto antes el número de sus elegidos y apresure la llegada de su reino.
(E) ¡Entiéndase bien! Todo esto no tiene nada que ver con la mediadora intercesión que la Iglesia de Roma atribuye a los ángeles y a los santos. Nunca leemos en la Palabra de Dios que ángeles o espíritus desencarnados de los santos escuchen oraciones de los hijos de Dios en la tierra e intercedan por ellos como mediadores ante Dios. Únicamente se nos habla de la intercesión de nuestro Gran Mediador, Jesucristo, y de la de los hijos de Dios, unos por otros, aquí en la tierra, como comiembros del mismo Cuerpo, en virtud de la eficaz mediación de la Cabeza, Cristo.
3. La eficacia de la oración anteriormente descrita bajo los símbolos del altar, del fuego y del incienso, se manifiesta ahora (vv. 5, 6) en los fenómenos extraordinarios que se producen en la atmósfera y en la tierra misma, y en la presteza con que los siete ángeles se disponen a hacer sonar sus trompetas. Dicen así los versículos 5 y 6: «Entonces el ángel tomó el incensario, lo llenó con fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra; y se produjeron truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto. Entonces los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas» (NVI).
(A) Vemos, pues, que el octavo ángel (el del v. 3) «ha tomado» (lit.; en pretérito perfecto, conforme a la secuencia temporal de la visión de Juan) el incensario, lo llena de fuego del altar y lo arroja a la tierra, en un gesto semejante al que se nos narra en Ezequiel 10:2–7. Al caer, este fuego produce (v. 5b) una especie de trastorno cósmico; el retumbar del trueno (como en 4:5) va aquí seguido de un terremoto que sacude la tierra, y preludia el comienzo de las plagas que seguirán al toque de las siete trompetas. Dice Salguero (ob. cit., pág. 395):
La caída de las brasas produce un efecto parecido al de la explosión de una bomba: se produce un trastorno cósmico, con truenos, voces, relámpagos y temblores de tierra. Éstos son los signos de la venganza inminente de Dios. La justicia simbolizada por este fuego va a abatirse sobre el mundo culpable. Ha llegado la hora de la manifestación de la justicia divina.
Por su parte, Grau comenta (ob. cit., pág. 172): «Los juicios que anuncian las trompetas no tienen nada que ver con la Iglesia como a tal, sino con los juicios de Dios sobre el mundo». ¡Naturalmente!
¡Como que la Iglesia aparece ya arrebatada en el capítulo 4!
(B) Los siete ángeles (v. 6) se disponen ya a tocar las trompetas que, como vimos en el versículo 2, les fueron dadas. Aparte de lo que dijimos en el comentario a dicho versículo, añadiremos que aquí, como en Joel 2:1–3:15, las trompetas anuncian el Día de Jehová, que va a pronunciar sus últimos juicios sobre el mundo rebelde. Mundo que va a continuar rebelde, pues, a partir de este punto (v. 9:20, 21), se pone de relieve la impenitencia del resto de la humanidad.
(C) El apócrifo 4 Esdras 7:30 dice que la destrucción del mundo durará 7 días, como 7 días duró su creación. A cada toque de trompeta va a corresponder una plaga. En este momento ha cesado la prohibición dada en 7:3 hasta que se realizase el sellado de los 144.000. Nos daremos cuenta de que estas plagas son semejantes a las de Egipto. Las 4 primeras forman un todo cerrado, como los 4 jinetes de los 4 primeros sellos (cap. 6) y las 4 primeras copas que vendrán después (cap. 16).
(D) Como en Egipto, las plagas van obteniendo un resultado mayormente negativo, por lo cual Dios envía un castigo mayor. Las plagas, en la Biblia, son principalmente castigos contra los idólatras (v. Ez. 38:22). Las 4 primeras afectan directamente a la naturaleza (como consumación de la sentencia pronunciada en Gn. 3:17–19); indirectamente, al hombre. De ellas, la primera afecta a las propiedades rústicas; la segunda, al comercio; la tercera, a la bebida; y la cuarta tiene resonancias cósmicas. La quinta y la sexta tendrán carácter ultracósmico: fuerzas demoníacas que infestan a los que son rebeldes contra Dios.
(E) Nótese también la extensión que cubren las plagas, tanto en el área geográfica (continentes, mares, ríos y manantiales, luminarias celestes), como en el daño causado (un tercio, en vez de un cuarto, que fue el daño sufrido por la acción de los jinetes del cap. 6). El castigo es, pues, mayor, la cólera divina llegará al máximo en los juicios de las 7 copas del capítulo 16.
Versículo 7
Dice este versículo en la NVI: «Tocó el primer ángel su trompeta, y se produjo pedrisco, y fuego mezclado con sangre, que fueron arrojados sobre la tierra. Quedó abrasada la tercera parte de la tierra; quedó abrasada la tercera parte de los árboles, y toda la hierba verde quedó abrasada».
1. Aquí vemos que, al tocar el primer ángel la trompeta, se forma un turbión tropical, arrollador, que devasta la tercera parte del arbolado, así como la hierba verde correspondiente a dicha tercera parte; en este sentido ha de tomarse lo de «toda hierba verde», a la vista de 9:4.
2. La tempestad de sangre tiene resonancias escatológicas (v. Jl. 2:30; Hch. 2:19). Es quizás el rastro sanguinolento que dejan el granizo y el turbión; se advierte su semejanza con la séptima plaga de Egipto (Éx. 9:13–35).
3. Nótese también que, en Miqueas 7:15, las plagas de Egipto sirven como modelo de las plagas escatológicas. Dice Barchuk (ob. cit., pág. 154):
Podemos suponer que el terrible granizo matará a muchos seres vivientes: aves, animales y aun hombres, y que, con la fuerza del viento, la sangre de éstos será mezclada con el granizo. De esta manera, el granizo será, hasta cierto punto, rojo. De acuerdo a sus dimensiones, esta tormenta será tal como nunca antes del diluvio … Por lo tanto, es fácil imaginar el pánico con que este evento llenará los corazones de los hombres.
Versículos 8–9
Viene ahora el toque de la segunda trompeta, con los resultados respectivos (vv. 8, 9): «Tocó el segundo ángel su trompeta, y un objeto como una enorme montaña, ardiendo en llamas, fue arrojado al mar. Una tercera parte del mar se convirtió en sangre; murió la tercera parte de los seres vivos que hay en el mar; y fue destruida la tercera parte de los barcos» (NVI).
1. Al toque de la segunda trompeta, es arrojado al mar un objeto como una enorme montaña. Nótese ese «como», lo que indica claramente que no se trata de una montaña real, sino de algo parecido a una montaña. La remoción de montañas es, en la Biblia, signo de angustia y conmoción para los hombres (v. Job 9:5; Sal. 46:2; Is. 34:3; 54:10; Ez. 38:20; Mi. 1:4; Nah. 1:5; etc.). Aquí es como si un volcán se precipitara en el mar.
2. Como resultado (vv. 8c, 9), queda destruida la tercera parte de los seres vivientes en el mar, así como la tercera parte de las naves. A semejanza de la primera plaga de Egipto (Éx. 7:19–25), el agua de esta tercera parte del mar se convirtió en sangre. Si tenemos en cuenta lo que supone el mar, tanto como vía de comunicación cuanto como fuente de aprovisionamiento para los seres vivientes, podemos percatarnos de la magnitud de este castigo. Como dice Barchuk (ob. cit., págs. 155, 156): «el Anticristo tratará de explicar estos eventos como cataclismo de la naturaleza».
Versículos 10–11
Tenemos ahora el toque de la tercera trompeta: «Tocó el tercer ángel su trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, que ardía como una antorcha; cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las fuentes de agua—el nombre de la estrella es Ajenjo—. Se volvió amarga la tercera parte le las aguas, y murió mucha gente a causa de las aguas que se habían vuelto amargas» (NVI).
1. Aquí vemos (v. 10) que, al toque de la tercera trompeta, cae del cielo una estrella grande, ardiendo como una inmensa tea; del cielo, como castigo directamente enviado de parte del que está en el trono. Quizá se trata de un gran meteorito o, según opina Barchuk (pág. 156), un cometa que, con su enorme masa gaseosa, se disolverá en las aguas de ríos, lagos y manantiales, tornándolas amargas como el ajenjo, que es el nombre que el versículo 11 da a la estrella.
2. El ajenjo se consideraba en la antigüedad como lo más amargo que existe. En la Biblia es símbolo de la injusticia, de la idolatría, de los castigos divinos (v. Dt. 29:17; Os. 10:4; Am. 5:7) y, por ende, de intensa pena y amargura en el corazón del hombre (v. Lm. 3:19). Su brebaje es sinónimo de veneno (v. Jer. 9:14, 15; 23:15). De ahí que los ríos y los manantiales, contaminados con él, maten a tanta gente. He oído que Chernóbil, donde ocurrió el accidente nuclear (1986) cuyas radiaciones maléficas han llegado hasta la Gran Bretaña, significa, en ruso, «ajenjo».
3. En el fenómeno escatológico que estamos consideranda, se ve una reminiscencia de la primera plaga de Egipto. Al tener en cuenta lo que significa el agua, tanto en el aspecto fisiológico como en el espiritual—lo que calma la sed, la insatisfacción, las necesidades más íntimas del ser humano—, podemos imaginarnos lo que este castigo comporta. Dice Barchuk (ob. cit., pág. 156):
¡Un cuadro simplemente alarmante! El mundo se encontrará como en un desierto sin agua. En este caso habrá agua, pero no será potable. Podemos figurarnos su desesperación cuando los habitantes de la tierra estén buscando una gota de agua potable. Los hombres, desesperados y sedientos, comenzarán a cavar pozos, buscarán distintas maneras para purificar el agua.
Todo ello, sin resultado, hasta que Dios permita a los hombres un respiro por ver si se vuelven de sus pecados y rebeldías. Pero ellos continuarán con el corazón endurecido, como hizo el Faraón.
Versículos 12–13
Llega ahora el toque de la cuarta trompeta (vv. 12, 13): «Tocó el cuarto ángel su trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas, de modo que se oscureció la tercera parte de los astros. Se quedó sin luz una tercera parte del día, así como una tercera parte de la noche. Conforme yo me fijaba en esto, oí un águila que volaba en el cenit y clamaba con voz potente: “¡Ay, ay! ¡Ay de los habitantes de la tierra, a causa de los trompetazos que los otros tres ángeles están a punto de tocar!”» (NVI).
1. Al toque de la cuarta trompeta, se oscurece la tercera parte de las luminarias celestes. Hay aquí reminiscencias de la novena plaga de Egipto (v. Éx. 10:21–29, comp. con Lc. 21:25, 26, sus paralelos y sus referencias). Hasta los astros pelean contra los malvados (comp. con Jue. 5:20).
2. Es muy de notar que Dios creó los astros para servicio del hombre (Gn. 1:14–18), a fin de que le sirviesen de luz. Por eso, su oscurecimiento es una señal de muy mal augurio para la humanidad pecadora. Se puede tener también en cuenta la tremenda influencia que los astros (especialmente el Sol y la Luna) ejercen en el hombre y en su entorno.
3. Con todo esto, se avisa con anticipación a los habitantes de la tierra, por si quieren convertirse de su odio a Dios y a su obra. Todo se está volviendo contra los malvados. Dice Salguero: «Del mundo material sólo quedan el aire, que será herido al sonar la séptima trompeta, y el Abismo, esto es, el Hades, del cual se hablará al tratar de la quinta trompeta» (ob. cit., pág. 398). Como hace notar Barchuk (ob. cit., pág. 157), «todos estos males pasarán, y entonces comenzará el bienestar». Pero las tres siguientes trompetas traerán consigo una creciente intensidad de castigos.
4. Habrán notado los lectores que la NVI vierte «águila» (v. 13), en lugar de «ángel» (Reina-Valera). En efecto, los MSS más antiguos dicen aetoú (águila), no anguélou (ángel). Como referencias útiles, pueden verse Jeremías 48:40; 49:16. Esta águila se cierne en el cenit, el punto más alto del firmamento, para que su voz sea oída por todo el mundo, pues su mensaje va contra todo el mundo no cristiano. No es de suyo ave mensajera de mal agüero, como lo sería el búho, sino un enviado de Dios para invitar al arrepentimiento. Sin embargo, no se olvide que el águila es ave de presa (Mt. 24:28), aun cuando es muy probable que, en ambos lugares, estemos ante el gran buitre oriental, más bien que ante el águila propiamente dicha.
5. Los tres ayes (v. 13) corresponden a las tres plagas siguientes, que serán todavía peores que las cuatro primeras. Los ayes, en la literatura semítica, son lo contrario de los macarismos o bienaventuranzas (v. Lc. 6:20–26). Quedan, pues, tres calamidades que acaban, respectivamente, en 9:12; 11:13, y en los últimos capítulos del Apocalipsis.
Dice Grau (ob. cit., pág. 176):
De toda esta sección aprendemos algo vergonzoso: el hombre que debería haber dominado la Naturaleza, siendo señor de la misma por mandato divino (Gn. 1:27 y ss.), no puede nada frente a ella y, en vez de soberano, se halla en la condición de gusano aplastado por las fuerzas desencadenadas del cosmos. Al rebelarse contra Dios, el ser humano—que tenía que sojuzgar la tierra, dominándola y transformándola—halla una tierra rebelada contra él (cf. Ro. 8). Es dueño a medias solamente.
Y concluye, en un rasgo de optimismo cristiano:
Pero de las mismas tinieblas puede surgir la luz. En la cruz hubo tinieblas, pero allí se iluminó el mundo con un resplandor que ya jamás se apagará. En los mensajes de juicio, Dios advierte y así, en las tinieblas de la catástrofe o la desesperación, el hombre puede buscar, y encontrar, a Dios.
En este capítulo tenemos el toque de las trompetas quinta (vv. 1–12) y sexta (vv. 13–21), con los horribles acontecimientos que, tras del toque de cada una de ellas, se producen.
Versículos 1–12
En los versículos 1–6 se nos declara la aparición de unas especiales, horribles, langostas que surgen del abismo tras del toque de la quinta trompeta. La descripción minuciosa de estas langostas se hace en los versículos 7–12.
1. Leamos primero los versículos 1–6: «Tocó el quinto ángel su trompeta, y vi una estrella que había caído del cielo a la tierra, y le fue dada a la estrella la llave del pozo del Abismo. Cuando abrió el Abismo, subió de él una humareda como la humareda de un horno gigantesco. El sol y toda la atmósfera se oscurecieron a causa de la humareda procedente del Abismo. Y de entre la humareda cayeron langostas sobre la tierra y les fue dado un poder (lit. potestad. Gr. exousía) como el de los escorpiones terrestres. Se les dijo que no hiciesen ningún daño a la hierba de la tierra, ni a ninguna verdura, ni a ningún árbol, sino sólo a las personas que no llevasen marcado en sus frentes el sello de Dios. Se les dio poder, no para que las matasen (lit. se les dio para que no las matasen), sino para que las torturasen durante cinco meses. Y la agonía que sufrían era como la que produce la picadura de un escorpión cuando ataca a una persona. Durante aquellos días, los hombres buscarán la muerte, pero no la encontrarán; anhelarán morir, pero la muerte no se dejará atrapar de ellos» (NVI).
(A) Al toque de trompeta del quinto ángel (v. 1), Juan ve una estrella caída (el verbo está en participio de pretérito perfecto), del cielo a la tierra. Discuten los comentaristas la identidad de esta estrella. No cabe duda de que se trata de un ángel (comp. con v. 11, así como con 1:20; 20:1–3, entre otros lugares). Nótese también que, como dice S. Bartina (ob. cit., pág. 701), «según la literatura rabínica, los ángeles dirigen las estrellas y son como una personificación de ellas mismas. Éste es un enviado de Dios para dar otro castigo a los hombres perseguidores de la Iglesia». El jesuita Bartina es, por supuesto, antimilenialista y, lo mismo que Grau y otros, piensa que se trata de un ángel bueno. Sin embargo, la mayoría de los autores (Alford, Hendriksen, Ryrie, Davidson, Walvoord, W. Smith, F. F. Bruce) aseguran que se trata de un ángel malo; no es otro, sin duda, que el propio Satanás (comp. con 12:7–12, así como con Lc. 10:17, 18)
(B) Este ángel recibe la llave del pozo del Abismo, sede de las moradas infernales. Dice Bartina (ob. cit., pág. 701):
El abismo es el lugar donde moran los malos espíritus. Es como un calabozo o prisión que está bajo tierra (cf. Is. 24:21, 22). Tiene fuego sulfúreo, símbolo de lo diabólico. Un pozo conduce a él desde la superficie de la tierra. Está generalmente cerrado. La llave la tiene Dios, que pone límites a la acción diabólica. La legión de diablos (¿? Según la Biblia, no hay más que un diablo, aunque haya muchos demonios. El paréntesis es mío) que Jesús sacó al endemoniado de Gerasa, no quería volver al abismo (Lc. 8:31). Está en el abismo Satanás, durante el reino de los mil años (20:1–3), y también la bestia (11:7–17:8). Hay que distinguir cuidadosamente el abismo del orco o hades y del lago de fuego. El hades era el lugar de los muertos (es decir, de las almas), donde, antes de la resurrección de Cristo, se hallaban congregados incluso los buenos. Llevaban una vida inerte y triste. El hades, personificado, va acompañando siempre a la muerte. El lago de fuego, o infierno propiamente dicho, es un sitio donde arde continuamente el azufre (14:10; 19:20; 20:10, 14, 15; 21:18) y cuyos tormentos son eternos (14:10, 11; 19:3). Tampoco se ha de confundir el abismo demoníaco con el abismo de las aguas o de los mares, que es el océano primitivo o tehom (Gn. 1:2). El abismo de los espíritus está bajo tierra.
(C) Al abrirse el pozo del abismo (v. 2), sube una humareda tan densa que se oscurece el sol y también el aire. Nótese que, para los antiguos, el aire tenía su propia luz, distinta de la del sol.
Cuando leemos—dice Hendriksen (ob. cit., pág. 120)—que Satanás abre el pozo del abismo quiere decir que él incita al mal, llena el mundo de demonios y de malvadas influencias y operaciones … Es el humo del engaño y de la decepción, del pecado y del pesar, de las tinieblas morales y de la degradación que está constantemente saliendo del infierno.
Este humo recordaría a los lectores el de los volcanes que habían visto (comp. con la oscuridad de 6:12; 8:12), pero aquí se presenta como introductor de una plaga de langostas (comp. con Jl. 1:6; 2:4–10) demoníacas.
(D) Para entender el alcance de esta plaga de langostas, similar a la octava plaga de Egipto (v. Éx. 10:12), es preciso tener en cuenta el azote que los acrídidos representan en Palestina, Egipto, Arabia, y a veces en Canarias y el sur de España. Dice Bartina (ob. cit., pág. 700):
Cada cápsula tiene unos 40 huevos, de los cuales salen en primavera pequeñas larvas, que se transforman en fases intermedias cada vez más voraces, llamadas sucesivamente mosquitos, moscas y saltones, hasta alcanzar la forma adulta. Se reúnen por millones. Son tan voraces que no dejan nada verde, e incluso comen hierbas que son venenosas para otros animales; y cuando desaparecen, la región ofrece la sensación de haber sido destruida por imponentes incendios. Cuando emprenden el vuelo para devastar otras regiones, llegan a formar columnas o nubes de algunos kilómetros que oscurecen el sol. Producen un ruido intenso con sus alas cuando se desplazan por el aire.
(E) Aquí vemos que estas langostas tenían poder (v. 3) como el de los escorpiones terrestres, pero notamos que este poder no era innato, sino «dado». En la Biblia, son símbolo de juicio divino (v. Dt. 28:38, 42; Am. 7:1–3; Nah. 3:15–17). Su semejanza con los hombres aparece en Jueces 6:5; Jeremías
46:23.
(F) Pero, ¡cosa curiosa!, a estas diabólicas langostas se les manda (v. 4) que hagan lo contrario de lo que hacen las langostas naturales, pues éstas dañan exclusivamente a la vegetación, mientras que a las langostas demoníacas se les manda que no dañen precisamente a la vegetación, sino solamente a los hombres no sellados. Notemos de paso que aquí están las tres divisiones que de la vegetación hallamos en Génesis 1:11–13.
(G) El poder que se les dio, con respecto a los hombres (v. 5), no fue para matarlos, sino para atormentarlos durante cinco meses. Lo hacen durante ese preciso espacio de tiempo, porque ése es realmente el lapso de tiempo al que llega la longevidad media de una langosta: primavera y verano. Y se nos dice expresamente que este tormento no alcanza a los que fueron sellados (v. 7:3).
(H) El tormento que causan estas langostas es tal que los hombres preferirán la muerte (v. 6), pero ésta (personificada aquí) huirá de ellos. Contrasta esto con el caso del apóstol Pablo, quien también deseaba la muerte, pero no para huir del sufrimiento, sino para estar con Cristo; y, aun con esta gloriosa perspectiva por delante, prefería quedarse por algún tiempo más en esta vida por amor a los hijos de Dios, para quienes tan provechosa era su estancia en este mundo.
(I) Los escorpiones causan un dolor tremendo, aun cuando rara vez sea mortal su picadura para el hombre. W. Newell refiere que a él mismo le picó uno en un talón y experimentó una angustia sin alivio y fuera de toda descripción. Son muchos los autores que entienden esto de un modo «espiritual». Por ejemplo, Milligan dice que esto se refiere «a una explosión de maldad espiritual que agravará las penas del mundo, y le hará aprender cuán amarga es la esclavitud de Satanás». Por su parte, Hendriksen se refiere también a este tormento en los términos siguientes:
¿Se puede concebir algo más terrorífico y horrible que este cuadro descriptivo de la operación de los poderes de las tinieblas en las almas de los malvados durante la época presente? Aquí tenemos a los demonios robándoles a los hombres toda luz, esto es, toda justicia y santidad, gozo y paz, sabiduría y entendimiento (ob. cit., pág. 122).
Según, pues, los referidos autores, dicha picadura, y el dolor consiguiente, indican más bien el remordimiento, el despecho, la rabia y la furia que acompañan al pecador convicto, pero no confeso; acorralado por la justicia de Dios, pero no arrepentido. En todo caso, la desesperación que aquí se nos describe llega a unos límites que no podemos imaginarnos. Ahora bien, cierto que todos estos efectos
«espirituales» podrán darse en los hombres atormentados por dichas picaduras, pero eso no quiere decir que se haya de descartar el sentido literal de Apocalipsis 9:5, 6. Dice W. Newell: «Intentar retorcerlo de su sentido natural es una perversidad: ¡pues la incredulidad es perversidad!» (The Book of the Revelation, pág. 130). Hendriksen comete, además, otro error: el de aplicarlo a la presente dispensación.
2. La descripción que, en los versículos 7–12, se nos hace de estas langostas es impresionante: «Las langostas parecían como caballos preparados para la batalla. Llevaban en la cabeza algo así como coronas de oro, y sus rostros eran parecidos a caras humanas. Su pelo era como el cabello de las mujeres, y sus dientes eran como dientes de leones. Ceñían corazas como de hierro, y el ruido que producían con sus alas era como el estrépito de carros de guerra con muchos caballos lanzándose al combate. Tenían colas y aguijones como los escorpiones; y en sus colas tenían poder para torturar a la gente durante cinco meses. Tenían como rey sobre ellos al ángel del Abismo, cuyo nombre es en hebreo Abaddón; y en griego, Apolluón (o Apollyón). Ha pasado el primer ay! Otros dos ayes están aún por pasar» (NVI).
(A) Al ser semejantes a caballos preparados para la batalla, estas langostas muestran su carácter punitivo. La similitud de las langostas con caballos es mencionada con frecuencia por los escritores antiguos. Al llevar «algo así como coronas de oro» indican que cada uno saldrá vencedor en la batalla, a la vez que ostentan como una caricatura de la victoria justa, que es la victoria del bien. Tanto las coronas como el parecido con las caras humanas parecen indicar que la realidad no versa sobre animales, sino sobre seres intelectuales.
(B) El parecido (v. 8) al cabello de mujer podría explicarse por el parecido de las antenas de las langostas al cabello de las mujeres o, quizá con mejor sentido, «al estilo de los bárbaros—dice Bartina (ob. cit., pág. 703)—trasluciendo su incuria psicológica, su complejo y su crueldad». Sus dientes como de leones indicarían su poder implacable y destructor. Sus corazas como de hierro o acero simbolizan que es muy difícil dañarles, a semejanza de las escamas con que tienen revestida su dura piel las langostas. El ruido de sus alas como el estrépito de carros de guerra con muchos caballos lanzándose al combate es una imagen que subraya el arrollador avance de su frente de batalla, imagen muy expresiva para los pueblos del oriente, especialmente para los judíos, que podían recordar no sólo el ruido de una invasión masiva de langostas, sino más aún el fragor de las huestes invasoras de egipcios y asirios.
(C) Finalmente (v. 10), sus colas y aguijones muestran el veneno de su naturaleza diabólica (v. Jn. 8:44; 1 Jn. 3:12), así como el verdadero límite del castigo que infligen, pues indica que no son soberanos en su modo de ser y actuar, sino, al fin y al cabo, criaturas limitadas que no pueden sobrepasar el límite de la permisión divina. Dice Salguero:
Los diversos elementos constitutivos de estas langostas infernales sirven para simbolizar el gran poder que tenían para hacer daño. Poseían la rapidez del caballo, la sagacidad del hombre, el atractivo de la mujer, la fuerza del león, la voracidad de la langosta y el veneno del escorpión. Difícilmente el autor sagrado podría imaginar otro ser más dañino y aterrador que el que aquí nos presenta (ob. cit., pág. 402).
Grau, por su parte, comenta:
La descripción de los rasgos de la langosta resulta de efectos fantásticos, casi surrealistas. Pero es muy eficaz para acumular los rasgos de violencia y crueldad propios de los diablos, así como otras de sus características: 1) rasgos de violencia: «caballos de guerra»; 2) rasgos de poder: «coronas»,
«corazas»; 3) rasgos de sensualidad (o seducción sensual): «cabellos de mujeres»; 4) rasgos de apariencias falsas: «rostros de hombre». El diablo no da la cara, los demonios dañan con sus «colas», es decir, con sus artificios, sus mentiras y falsedades de toda especie; atraen por la lujuria, por la riqueza, por el afán desmesurado de poder. Y siempre con apariencia falsa, encubriendo su verdadero rostro (ob. cit., pág. 178).
(D) Este maligno ejército tiene un rey (v. 11): el ángel del abismo (comp. con el v. 1), esto es, el jefe de ese fondo del Seol (v. Job 26:2; 28:22; Pr. 15:11), del que proceden. Juan le da un nombre arameo: Abaddón, cuya forma hebrea habaddón significa «destrucción» o «perdición»; exactamente lo contrario de la salvación que trae Jesucristo. A continuación, Juan da su nombre griego: Apolluón (en participio de presente): «el que constantemente destruye o echa a perder» (v. el contraste con Lc. 19:10). En Mateo 7:13 encontramos apóleian (destrucción) y en 2 Tesalonicenses 2:10 apolluménois (participio de presente de la voz pasiva): «para los que se están perdiendo». Dice Bartina (ob. cit., pág. 703): «Constatación terrible: pertenecen al círculo del abismo, como formando parte de las huestes sujetas a su ángel, dos hijos de la perdición: Judas (Jn. 17:12) y el Anticristo (2 Ts. 2:3)».
(E) El versículo 12 deja bien claro que eso no es más que el principio de dolores, pues quedan todavía otros dos ayes por pasar.
Versículos 13–21
En estos versículos tenemos el toque de la sexta trompeta con los terribles resultados que siguen.
Dicen dichos versículos en la NVI: «Tocó su trompeta el sexto ángel, y oí una voz que salía de las cuatro esquinas (lit. cuernos) del altar de oro que está delante de Dios. La voz dijo al sexto ángel que tenía la trompeta: “Suelta a los cuatro ángeles que están atados a la orilla del gran río Éufrates”. Y los cuatro ángeles que habían estado allí en reserva para este preciso momento de aquel día, mes y año, quedaron sueltos para dar muerte a la tercera parte de la humanidad. El número de las tropas de a caballo era de doscientos millones. Yo oí su número. Los caballos y los jinetes que yo vi en mi visión eran así: Los jinetes llevaban corazas de color rojo encendido, azul oscuro, y amarillo como el azufre. Las cabezas de los caballos parecían cabezas de leones; y de sus bocas salía fuego, humo y azufre. Por efecto de estas tres plagas murió la tercera parte de la humanidad; esto es, por el fuego, el humo y el azufre que salía de sus bocas. El poder de los caballos estaba en sus bocas y en sus colas; pues sus colas eran como serpientes; tienen cabezas y con ellas producen daño. El resto de la humanidad que no había perecido a causa de estas plagas, todavía no se arrepintieron de la obra de sus manos; no cesaron de adorar a los demonios, ni a los ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera—ídolos que no pueden ver, ni oír ni andar—. Ni se arrepintieron de sus homicidios ni de sus artes mágicas, ni de su inmoralidad sexual ni de sus robos».
Podemos subdividir esta sección en 4 partes: 1) el toque de trompeta y la orden que se le da al sexto ángel (vv. 13, 14); 2) La suelta de los cuatro ángeles y el número de las tropas prestas para el combate (vv. 15 y 16); 3) La descripción de los caballos y de los jinetes (vv. 17–19); 4) La reacción negativa de los hombres que sobrevivieron a las plagas (vv. 20, 21).
1. La sexta trompeta trae otro ejército diabólico desde el Éufrates. La voz de mando para su aparición sale «de entre los cuatro cuernos del altar, el de oro, el de delante de Dios» (lit.). Nada menos que cinco artículos determinativos, uno para cada elemento, designan enfáticamente en el original el lugar de donde procede la voz de mando.
(A) Así es como responde el Señor al grito de sus mártires (6:9) y a las oraciones de sus santos (8:4, 5). Vemos, pues, que la gravedad de las plagas va en aumento. Esta plaga no parece corresponder a ninguna de las egipcias, a no ser a la décima o matanza de los primogénitos, aunque aquí no tiene resultado. Vemos que el altar tiene cuatro cuernos, como el del Templo de Jerusalén.
(B) Los cuatro ángeles que se mencionan aquí (v. 14b) no pueden ser identificados con los de 7:1, pues aquéllos eran ángeles buenos, mientras que éstos no pueden serlo, pues aparecen atados, lo cual nunca se dice, en las Escrituras, de ningún ángel bueno (comp. con Ap. 20:2 y Jud. 6). Dice Grau (ob. cit., pág. 179):
Seguramente se trata de demonios que, debido a su peligrosidad especial, se hallaban encadenados, restringidos en su poder de hacer el mal. No obstante, son soltados para que lo hagan ahora y sirvan a los propósitos divinos de juicio. El río Éufrates formaba la frontera con el pueblo de Dios, y representaba la perpetua amenaza; del Éufrates solían venir las continuas invasiones que sufría el pueblo de Dios (Gn. 15:18; Dt. 1:7; Jos. 1:4).
Efectivamente, allende el Éufrates se asentaban los grandes imperios de Asiria y de Babilonia. Así como de allí vinieron los grandes ejércitos que atormentaron al desobediente Israel, así también estas huestes demoníacas surgen de allí para castigar a este mundo sin Dios.
2. Para mostrar que no existe la casualidad, se da (v. 15) el preciso momento: año, mes, día y hora (lit.). Hemos llegado al clímax de la operación montada por el Anticristo, pero surgida del propio infierno. Así también de esta región, según la profecía de Daniel, se nos dice que está destinada a ser el gran escenario de la última gran lucha entre los príncipes de este mundo y el pueblo de Dios. Como ya hemos apuntado en el comentario al toque de la quinta trompeta, tampoco al final del toque de esta sexta trompeta se producirá un sincero arrepentimiento de la humanidad, sino más bien una más dura obstinación. 200 millones (v. 16) es el símbolo bíblico de una gran muchedumbre (v. Sal. 68:17; Ap. 5:11). Resulta curioso el que, según informes del año 1977, éste era, más o menos, el número de los soldados que la China comunista podía poner en pie de guerra. Sin embargo, es consolador recordar que, como en el caso de 2 Reyes 6:16, podemos decir como Eliseo a su criado: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos» (comp. con 1 Jn. 4:4).
3. En los versículos 17–19, se nos describen las monturas del ejército invasor, sus armas naturales y sus efectos concretos.
(A) Se nos dice (v. 17) que los jinetes llevaban unas corazas impenetrables, rojas de fuego, azules de jacinto, y amarillas de azufre. El azufre (gr. theíon, divino) debe, sin duda, su nombre a sus misteriosas propiedades, que tanto valor tenían para los alquimistas, pues era indispensable para la transformación de los metales en oro. En la Biblia simboliza lo demoníaco; por eso, el infierno es presentado como «el lago de fuego y azufre». El azufre, al arder, presenta las siguientes características: es amarillo vivo en sí, tiene la movilidad y el calor del fuego, con una llama finamente azulada de tinte malva, y forma un humo agobiante y asfixiante, acre y penetrante. 14:10, 11 asocia el humo denso al fuego y azufre del infierno.
(B) Por eso, es infernal (v. 17b) lo que sale de las bocas de estos caballos diabólicos, con cabeza de león, lo cual indica su tremendo poder, un poder intelectual para engañar y embaucar a los mortales, a la vez que destilan de sus bocas toda clase de maldad, la propaganda demoníaca del Anticristo al usar todos los modernísimos elementos de la mass-media. Por si fuera poco, sus colas son como serpientes que tienen también cabezas para herir con picadura mortal.
(C) No se declara (v. 18) si se trata de plagas bien definidas o de símbolos imprecisables. Lo cierto es que con estas plagas muere la tercera parte de la humanidad; hasta ahora, el mayor castigo de los mencionados en Apocalipsis.
4. En los versículos 20 y 21 se nos dice que, a pesar de estas terribles plagas, que de suyo eran una gran llamada a la conversión, la gente que sobrevive no se convierte (comp. con Am. 4:6). Solamente al final del capítulo 11, vemos a los sobrevivientes, aterrorizados, «dar gloria al Dios del cielo» (11:13). Pero esto no quiere decir que se conviertan de veras a Dios. En efecto, la conversión sincera comporta un completo cambio de mentalidad y de conducta, y esta gente no sólo no está dispuesta a cumplir la ley de Dios, sino que se rige por los «antimandamientos»: (A) Contra Dios, la idolatría, de donde brotan todas las demás maldades del inconverso (Ro. 1:24 y ss.); (B) Contra el prójimo, los tres crímenes más notorios y perversos: el homicidio, la fornicación y el hurto. Las hechicerías (gr. pharmakión, de donde procede el vocablo «farmacia»—con sus derivados—) suelen estar conectadas con la idolatría supersticiosa, pero aquí están en la lista de las cosas que dañan al prójimo. Una lista más detallada de estos pecados la encontramos en 21:8; 22:15, compárese con Gálatas 5:19–21; 1 Pedro 4:3, 15.
Este capítulo y hasta 11:14 forma una especie de paréntesis. Se puede dividir en tres secciones: 1. El ángel poderoso y los siete truenos (vv. 1–4). II. Anuncio del final de los tiempos (vv. 5–7). III. Juan recibe un rollo para que se lo coma (vv. 8–11).
Versículos 1–4
Tras de lo narrado en el capítulo anterior, cualquiera esperaría el toque de la séptima trompeta, pero esto no sucede hasta 11:15. En el intervalo tenemos cuatro secuencias: dos partes en el capítulo actual, las cuales forman un todo: un mensaje de consuelo y un encargo a Juan para que profetice; otras dos secuencias en el capítulo 11: la medición del templo y la aparición de los dos testigos. Ya vimos una interrupción similar después del sexto sello al final del capítulo 6, pues todo el capítulo 7 está dedicado a presentarnos dos secuencias diferentes: el sellado de los 144.000 de las tribus de Israel, y la presencia en el cielo de una multitud incontable de extracción universal, procedente de la Gran Tribulación. Ahora tenemos un brusco salto de perspectiva.
1. Juan ve (v. 1) descender del cielo otro ángel. Contra lo que han opinado algunos, este ángel no es Jesucristo, puesto que, a pesar de su apariencia gloriosa, recibe órdenes, mientras que en este mismo capítulo se oye por tres veces la voz divina, fácilmente identificable como voz de Cristo. Por otra parte, Juan no lo adora como a Cristo (1:17). Además, nunca en el Apocalipsis se llama ángel a Cristo. Es otro ángel para distinguirlo del de la sexta trompeta. Veamos su descripción:
(A) De él se dice que es forzudo (lit. Gr. iskhurós). El vocablo hebreo correspondiente es guéber, en el sentido de «guerrero fuerte y valiente» (comp. con 19:18). Al futuro Mesías se le llama en Isaías 9:6 «Dios fuerte» (hebr. El-Guibbor). Quizás podría tratarse del arcángel Gabriel, pues su nombre significa
«Dios es mi fuerza», y así nos explicaríamos que fuese precisamente él quien, como en Daniel 8:16; 9:21; Lucas 1:19, 26, se encargase de llevar un mensaje consolador de tipo mesiánico.
(B) Va envuelto en una nube (lit.). Esto nos lleva al Salmo 104:3, 4 (comp. con Éx. 24:15 y ss.; Dn. 7:13; Mr. 9:7; Hch. 1:9; 1 Ts. 4:17; Ap. 1:7; 11:12; 14:14) e insinúa la blancura de su vestido de lino, comparable a la de una nube nímbea.
(C) En torno a su cabeza, lleva un halo irisado, al estilo plástico de la angelología etrusca, de influencia claramente oriental. El arco iris es símbolo de gloria espiritual, pero especialmente de misericordia y de paz (Gn. 9:13).
(D) Su rostro como el sol, y sus pies como columna de fuego es una descripción gloriosa, comparable, pero no igual, a la de 1:15, y no nos ha de extrañar en una aparición angélica, pues vemos que la apariencia del ángel de 22:8 debió de ser extraordinariamente majestuosa como para que Juan se dispusiese a adorarle.
2. En el versículo 2 tenemos el mensaje y la actitud del ángel. Lleva un pequeñísimo rollo (el vocablo griego indica el diminutivo de un diminutivo de otro diminutivo de biblos, libro). Es, pues, muy distinto del rollo de 5:1 y ss., que sólo el Cordero podía mirar y abrir. Además, este pequeño rollo está ya abierto (gr. eneogménon, en participio de pretérito perfecto de la voz media-pasiva), lo cual indica que, además de contener pocos oráculos, éstos son relativamente claros. La actitud del ángel denota una figura colosal que pone el pie derecho (el de la fuerza) sobre el mar; el izquierdo, sobre la tierra; y la mano derecha (v. 5) levantada hacia el cielo (en la izquierda, lleva el rollo), en actitud de jurar por los tres elementos. Visto desde Patmos en esta postura, aparecería proyectado sobre el horizonte marino de Palestina, lugar del sol naciente.
3. El ángel expone su mensaje (v. 3) a gritos, como si fuesen rugidos de león. Pero el original no dice brúkhei, ruge, sino múkatai, muge. ¿Será una depauperación del griego de la koiné, como opina Bartina?
¿No querrá, más bien, la Palabra de Dios unir, en un solo símbolo, la majestad del león y la potencia del toro? En todo caso, se indican dichas cualidades: intensidad, potencia y majestad. Luego que el ángel profiere sus grandes voces, como mugidos de león, «siete truenos emitieron sus voces». El salmo 29 asocia siete veces al trueno la voz de Dios (comp. con Jn. 12:18). Al ser el 7 número de plenitud y perfección, estos siete truenos, como en 8:5, son como 7 mensajes que las 7 islas griegas de las inmediaciones de Patmos van repitiendo hasta perderse en la lejanía.
4. Cuando Juan se dispone a escribir lo que han revelado los 7 truenos con sus voces, una voz del cielo (v. 4) ordena a Juan que selle dichas cosas; es decir, que mantenga oculto lo que acaba de oír (comp. con Dn. 12:4). Se nota, al final del versículo, el paralelismo semítico tan frecuente en la Biblia y singularmente en las expresiones de Cristo (22:10). Puede verse también en Daniel 8:26; 12:9–12.
Versículos 5–7
Vemos ahora el anuncio que el ángel hace del final del tiempo: «Entonces el ángel que yo había visto de pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano derecha hacia el cielo. Y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó los cielos y todo lo que hay en ellos, la tierra y todo lo que hay en ella, y el mar con todo lo que hay en él, y dijo: “¡Ya no habrá más dilación!” Sino que en los días en que el séptimo ángel esté a punto de tocar su trompeta, llegará a su consumación el misterio de Dios, conforme Él anunció a sus siervos los profetas» (NVI).
1. El ángel, que ya tenía un pie sobre el mar y otro sobre la tierra, levanta ahora su mano derecha al cielo (v. 5), tocando así las tres partes del Universo, judío para jurar (v. 6) por el que las creó con todo lo que en ellas hay (v. Éx. 20:11). Sólo por Dios se puede y se debe jurar (Gn. 14:22; Dt. 32:40), al no haber otro mayor ni superior por quien se pueda hacerlo (v. He. 6:13). Esto mismo demuestra también que ese ángel no puede ser el Señor Jesucristo, pues también Él es Dios.
2. ¿Qué es lo que el ángel juró? «No habrá ya más tiempo» (lit.). El original emplea el vocablo khrónos, y el sentido de la frase, como la ha traducido la NVI, es que «ya no habrá más dilación, sino que (v. 7), tan pronto como se toque la séptima trompeta, el misterio de Dios se consumará» (comp. con Dn. 12:7). Dice Salguero (ob. cit., pág. 410):
Toda la esperanza de que se cumpliera el misterio de Dios, es decir, que llegara el Reino de Dios, se fundaba en las promesas divinas anunciadas por Dios por medio de sus profetas, como nos advierte el autor del Apocalipsis … Este misterio de Dios es el establecimiento definitivo del reino de Dios y de su Cristo, que tendrá lugar con la destrucción de las naciones paganas.
Versículos 8–11
En estos versículos, Juan recibe la orden de comerse el librito que el ángel lleva en la mano, lo cual hace él puntualmente: «Entonces la voz que yo había oído del cielo, me habló de nuevo, diciendo: “Anda y toma el rollo que está abierto en la mano del ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra”. Así, pues, me fui hacia el ángel y le pedí que me diera el pequeño rollo. Él me dijo: “Tómalo y cómetelo. Te irritará el estómago, pero en tu boca será tan dulce como la miel”. Tomé el pequeño rollo de la mano del ángel y me lo comí. Sabía dulce como la miel en mi boca, pero después de haberlo comido, mi estómago se me irritó. Entonces se me dijo: “Tienes que profetizar de nuevo acerca de muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”» (NVI).
1. La misma voz que le habló a Juan en el versículo 4, la de Jesucristo, le da ahora (v. 8) una nueva orden: que vaya y tome el librito abierto de mano del ángel que acaba de jurar por el Eterno. Juan se va hacia el ángel (v. 9) y le pide el librito. El ángel se lo da y le pide que lo devore (lit. Gr. katáphague), es decir, que se lo coma totalmente. Ezequiel 2:8–3:3 es un pasaje similar, con la diferencia de que, en Ezequiel, no se menciona la amargura, sino sólo la dulzura. Ello se debe, quizá, a que Ezequiel ve en lontananza el lado positivo de la profecía, la restauración escatológica de Israel y de su Templo.
2. El ángel le dice a Juan (v. 9b) que el librito le amargará el estómago (lit. el vientre), dando así a entender la dureza física de su misión profética, tipificada en su propio exilio en la isla de Patmos, donde tiene la visión, por la ineficacia de sus esfuerzos para conducir al arrepentimiento, por el castigo que ha de sobrevenir a los rebeldes, por la perversidad misma de los inconversos y, como dice Barchuk (ob. cit., pág. 178), «por el terror y tribulación que tendrá que sufrir el pueblo de Dios durante el señorío del Anticristo (Dn. 7:21, 25; 11:31–37)».
3. En cambio, la dulzura de la miel indica la suavidad de las visiones, el encanto de los oráculos (es decir, de la Palabra de Dios que le es manifestada), la gloria de la Iglesia ya arrebatada, la justicia divina satisfecha, y la misericordia de Dios que, con admirable paciencia, continúa exhortando al arrepentimiento y castiga siempre por debajo de lo que uno se merece. Comenta Grau (ob. cit., pág. 184):
«La Palabra de Dios debe ser ingerida, asimilada, hecha algo total y verdaderamente nuestro. Dulzura y amargura son los dos efectos de la Palabra. Es así porque la Palabra contiene gracia y juicio».
4. ¿Cuál es el contenido del librito abierto, que Juan devora? La Palabra de Dios no nos lo dice, pero podemos conjeturar que se refiere a lo que leemos en todo el capítulo 11. A este respecto, comenta Düsterdieck: «Cuanto más importantes son los temas de las profecías que ahora siguen, tanto más natural parece la nueva preparación especial del profeta» (citado por W. Smith en ob. cit., pág. 1.510).
Este capítulo se divide en dos partes: I. Los dos testigos (vv. 1–14). II. El toque de la séptima trompeta (vv. 15–19).
Versículos 1–14
En esta primera parte del cap. 11 tenemos: 1) La medición del Templo de Dios (vv. 1, 2); 2) La aparición de dos testigos especiales, cuyas características se describen a continuación (vv. 3–6); 3) El asesinato de los dos testigos a manos del Anticristo (vv. 7–10); 4) Su resurrección y traslación al cielo (vv. 11–14).
1. El capítulo comienza (vv. 1, 2) con la orden que se le da a Juan de medir el santuario, el altar y a los que adoran en él: «Me fue dada una caña como una vara de medir y se me dijo: “Anda y mide el templo de Dios y el altar, y cuenta los que adoran en él; pero no incluyas el atrio exterior; no lo midas, porque ha sido dado a los paganos; ellos hollarán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses”» (NVI).
(A) No se trata, pues, de una visión, sino de un oráculo que recibe el vidente de Patmos. El griego naón significa, como ya lo dijimos, el santuario propiamente dicho, es decir, el Lugar Santo y el Santísimo. Se añade el altar, que estaba fuera, pero junto al santuario; los que adoran puede significar dos cosas: (a) El lugar que ocupan los que allí rinden culto; (b) dependiendo del verbo «mide», pero en el sentido de «cuenta», como ha traducido la NVI.
(B) Se le prohíbe a Juan (v. 2) medir el atrio exterior y la ciudad, porque todo eso ha sido entregado a los gentiles, quienes profanarán la ciudad santa, Jerusalén, durante cuarenta y dos meses, es decir, tres años y medio. Para entender esta medición, es preciso compararla con la de Zacarías 2:2–9, en la que parece estrechar a sus habitantes, pero un ángel le dice que Jerusalén crecerá sin medida; también, con Ezequiel capítulos 40–42, donde se nota claramente la separación que se hace entre lo sagrado y lo profano; finalmente, en Isaías 34:11, Edom es medido con cuerdas de destrucción.
(C) Por tanto, la medición (algo parecido a lo que sucede con la visitación) puede ser símbolo de preservación o de destrucción. Aquí, lo medido será preservado, mientras que el resto será profanado por los paganos o gentiles (v. Sal. 79:1; Is. 63:18; Dn. 8:13; Lc. 21:24), por un espacio de tiempo, símbolo de maldición: 42 meses, igual a 1.260 días (contando todos los meses como de 30 días) y a tres años y medio. Además de que tres y medio es el número que parte por medio al número siete, número de plenitud y perfección (atribuido preferentemente a Dios), está el hecho histórico de que el pueblo de Israel pasó días angustiosos de aprieto y persecución bajo Antíoco IV Epífanes; y eso, precisamente desde junio del año 168 hasta diciembre del 165 a. de C., esto es, durante tres años y medio. Dice Bartina (ob. cit., pág. 714): «De ahí que tres y medio y sus equivalentes numéricos sean símbolo de lo que no madura, de lo que no llega al fin pretendido». Compárese con Daniel 7:25; 12:7; Apocalipsis 12:6, 14; 13:5.
(D) A la luz de la profecía de Ezequiel (Ez. caps. 40–42), este templo al que se alude aquí «será, evidentemente, edificado durante los días de la tribulación, donde el culto judío de adoración se llevará a cabo durante la primera parte de ese período, y en el cual, a la mitad del período de siete años, el hombre de pecado se exaltará a sí mismo para ser adorado (2 Ts. 2:4)» (Ryrie). Para que no haya confusión en cuanto al designio de este Templo (no edificado para cristianos, sino para judíos que desean renovar sus antiguos sacrificios, etc.), bueno será escuchar lo que dice Walvoord (ob. cit., págs. 176–177):
El Templo aquí es evidentemente el que existirá durante la gran tribulación. Construido originalmente para el culto de los judíos y la renovación de sus antiguos sacrificios, es profanado durante la gran tribulación y se convierte en residencia de un ídolo del gobernador del mundo (cf. 2 Ts. 2:4; Ap. 13:14, 15; Dn. 9:27; 12:11). Por esta razón, es muy significativo el que a Juan se le ordene medir no sólo el Templo y el altar, sino también a los adoradores. Está diciendo en efecto, que Dios es el juez del culto del hombre y del carácter del hombre y que todos tienen que rendirle cuentas. También implica, por cuanto la caña tiene diez pies de largura, que el hombre no llega, ni con mucho, al nivel que Dios exige. Incluso una persona muy alta quedaría por debajo del nivel de los diez pies de la caña de medir. Por consiguiente, Dios no sólo está reclamando, con esta medición, que es dueño del Templo y del altar, sino que está también demostrando las deficiencias de los adoradores que no llegan a la medida del nivel que Él exige.
(E) Permítaseme añadir, como curiosa información de la que no puedo salir personalmente garante, que—según dicen—después de la guerra de los siete días (1967), cuando los judíos reconquistaron la parte de Jerusalén que ocupaban los árabes, y los territorios que les faltaban para poder trazar las fronteras diseñadas en Ezequiel para el final de los tiempos (y que todavía hoy están sin delimitar con precisión), alguien preguntó al general Moshé Dayán (ya difunto; no se le confunda con el embajador de Israel en Guatemala, del mismo nombre y apellido): «¿Cuándo será reconstruido el Templo—tercera profecía por cumplir—una vez que ya tienen Uds. restaurado el Estado de Israel y recobradas las antiguas fronteras?» A lo que respondió él (siempre según las mismas fuentes): «No lo sé, pero Dios puede producir un pequeño terremoto». Aludía, sin duda, a una intervención sobrenatural que destruyese la actual mezquita y propiciase el momento de tal reconstrucción. Al presente (1988), los judíos no están pensando en reconstruir en Jerusalén el Templo, sino una gran sinagoga. En relación con tal reconstrucción, dice Barchuk (ob. cit., pág. 179):
En cuanto a medios, ya los hay. Circulan rumores en el sentido de que los hebreos americanos tienen listo incluso todo el material para el templo y que solamente esperan la oportunidad para colocarlo allí. Por eso, aun en la primera mitad de la semana estará listo el templo, y al medio mismo de dicha semana, el anticristo señoreará en el templo (Dn. 9:27).
2. En los versículos 3–6, son introducidos en escena dos testigos muy especiales: «Y yo daré poder a mis dos testigos (lit. daré a mis dos testigos), y ellos profetizarán durante 1.260 días, vestidos de saco. Éstos son los dos olivos y los dos candelabros que están en la presencia del Señor de la tierra. Si alguno trata de hacerles daño, sale fuego de la boca de ellos y devora a sus enemigos. Así es como tiene que morir cualquiera que intente hacerles daño. Estos hombres tienen poder para cerrar el cielo para que no llueva durante el tiempo en que ellos están profetizando; y tienen poder para convertir las aguas en sangre y para herir la tierra con toda clase de plagas cuantas veces quieran» (NVI).
(A) Los dos olivos, con clara referencia a Zacarías 4:3, 11–14, indican que estos testigos estarán llenos del Espíritu Santo, mientras que los dos candelabros (en lugar de uno en Zac. 4) dan a entender que estarán brillando notoriamente por su testimonio, acompañado de los poderes milagrosos que se mencionan a continuación, con lo que podrán contrapesar, con mucha ventaja, las brujerías y falsos milagros que el Anticristo realizará en aquel tiempo.
(B) La identificación de tales testigos no puede afirmarse de forma «dogmática». A pesar de la mención de los olivos y de los candelabros, Zorobabel y el sumo sacerdote Josué de Zacarías 4:14 quedan aquí descartados, pues no pueden aplicarse a ellos los poderes milagrosos que se citan aquí. Basta una somera lectura del versículo 6 para darse cuenta de que hay aquí una clara referencia a Elías y a Moisés. Sin intentar, como hemos dicho, ser «dogmáticos» en este punto, creo que, en efecto, estos testigos serán Moisés y Elías, como lo vamos a demostrar:
(a) Contra los que opinan que, en lugar de Moisés, debe pensarse en Enoc, sostengo con Barchuk que Enoc debe ser descartado, pues, como dice él: «Enoc vivió antes del diluvio, era incircunciso y, en general, no era hebreo. Él era más bien un profeta para el pueblo en general y, por ende, no podría tener autoridad entre los hebreos. Sin embargo, estos dos testigos estarán actuando especialmente en Palestina» (ob. cit., pág. 185).
(b) Tanto las tradiciones rabínicas como el contexto general de la Biblia nos confirman que, efectivamente, se trata de Moisés y Elías. En cuanto a Elías, basta con leer Malaquías 4:5: «He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible». Por otra parte, el versículo 6 nos facilita referencias como Éxodo 7:20, 21; 9:23, 24; Levítico 16:35; 1 Reyes 17:1; 2 Reyes 1:9–15; Santiago 5:17, todas las cuales nos dan la misma identificación de Moisés y Elías.
(c) En el Targum del rabino Johanán ben Zakkay se dice de Moisés lo siguiente: «Así yo envío (habla Jehová) al profeta Elías, ambos debéis ir juntos». El hecho de que Moisés y Elías, como representantes de la Ley y de los profetas, apareciesen en el monte de la Transfiguración como testimonio fehaciente de la futura obra y de la manifestación presente del Mesías, nos avala su identidad en la porción presente.
(d) Se objeta por parte de algunos como Moorehead (citado por W. M. Smith, ob. cit., pág. 1.510) que «es sumamente improbable que estos santos (Enoc, Elías y Moisés), después de siglos de felicidad en el cielo, sean enviados a la tierra para dar testimonio a judíos y gentiles». Personalmente opino que Elías no se halla en el cielo, puesto que eso equivaldría a asignarle un cuerpo ya glorificado, con lo que sería imposible que lo asesinasen en la tierra. Más bien habrá de encontrarse en un lugar situado fuera de este mundo tridimensional, guardado por Dios de una manera que ignoramos. En cuanto a Enoc, no hay ninguna dificultad, en fin de cuentas, en que se halle ya glorificado en el cielo, puesto que es muy improbable que se refiera a él el pasaje que comentamos.
(e) Otro caso muy diferente es el de Moisés y Elías. Con respecto a Elías, no hay inconveniente en que haya de morir durante la Tribulación, puesto que es ley común de los hombres que «mueran una vez» (He. 9:27), y de él se dice expresamente en Malaquías 4:5 que vendrá de nuevo antes de la Segunda Venida del Mesías, así como vino Juan el Bautista (con el espíritu de Elías, no en la persona de Elías—v. Jn. 1:21) para preparar el camino del Mesías en su Primera Venida.
(f) Mayor es la dificultad que presenta el caso de Moisés, el cual de cierto murió según la Palabra de Dios (Dt. 34:5–7). El hecho mismo de que el diablo reclamase el cuerpo de Moisés (v. el comentario a Jud. 9), nos da a entender que él mismo no sabía dónde se hallaba sepultado, e incluso que tampoco el arcángel Miguel lo sabía. De aquí podría sospecharse—es mi opinion personal—que Moisés, muerto en todo su vigor (Dt. 34:7) en castigo de su pecado, fue resucitado, como tantos otros, con una resurrección provisional, para morir durante la Gran Tribulación. Tanto el muerto (Moisés) como el trasladado (Elías), se encontrarían así vivos ahora en un lugar que sólo Dios conoce. Oigamos a Barchuk:
Hay una condición más que habla en este caso en favor de Moisés, y son los sucesos en torno a su cuerpo. En general, la muerte de Moisés ha sido escondida y secreta (Dt. 34:5, 6), lo que despierta muchos interrogantes. En primer lugar, ¿por qué Dios mismo sepultó a Moisés? ¿Dónde y cómo? ¿Por qué Dios ocultó el sepulcro de Moisés de tal manera que nunca nadie supo en qué lugar fue sepultado?…
¿Cómo sucedió que en el monte de la Transfiguración, el muerto Moisés y el arrebatado vivo al cielo Elías, estaban en cuerpo iguales?… Sin duda, el Señor previó desde la eternidad que Moisés y Elías estuviesen en los asuntos de Cristo en los tiempos más difíciles de la historia del reinado de Cristo. Probablemente para esta meta es que el Señor guardó el cuerpo de Moisés de la destrucción. Es probable, además, que la muerte de Moisés haya sido tan agradable, que ni podía ser considerada como muerte y luego él pudo resucitar en un cuerpo igual al de Elías, y así, juntos ellos se están preparando para el gran testimonio y una lucha pesada con el mismo Satanás en la persona del Anticristo.
No obstante, son muchos los autores, incluso premilenialistas, que sostienen que la identificación de tales testigos no puede afirmarse de forma dogmática. Grandes expertos en profecía, como J. Walvoord y D. Pentecost, hacen la misma salvedad, y resaltan que, aunque se trata sin duda de personas individuales, bien podrían ser hombres de espíritu parecido al de Moisés y Elías, sin que sean ellos mismos en persona (comp. con Lc. 1:17). Muchos otros premilenialistas, como W. Smith, I. E. Davidson y W. Newell se hallan indecisos. Smith no se decide por ningún personaje, Davidson no especifica y W. Newell (ob. cit., pág. 153) dice: «Hacemos hincapié en que no es la identidad de estos testigos, sino el carácter y la historia de su testimonio, lo que el Espiritu de Dios declara aquí».
Los antidispensacionalistas se hallan en mayor confusión todavía. Dice F. F. Bruce: «Son figuras que simbolizan la Iglesia en sus funciones regia y sacerdotal» (ob. cit., pág. 1.695). Hendriksen (ob. cit., pág. 130) afirma: «La Iglesia como poderosa organización misionera». Del mismo parecer son Grau (ob. cit., págs. 191, 192) y L. Morris (Revelation, pág. 144). Más disparatada todavía es la opinión del Dr. M. Lloyd-Jones, según el cual dichos testigos representan la Ley y el Evangelio (grabado en casete).
D. Pentecost (ob. cit., págs. 304 y ss.) expone muchas otras opiniones que sería prolijo exponer y comentar. Personalmente, aunque sin dogmatizar, me adhiero a lo dicho arriba por Barchuk, opinión que comparten J. B. Smith e I. M. Haldeman (citados por Walvoord, ob. cit., pág. 178). W. Smith, de quien hemos dicho arriba que se halla indeciso, está de acuerdo con Moorehead (también premilenarista) en lo siguiente (ob. cit., pág. 1.510): «Es extremadamente improbable que estos santos (Moisés y Elías), después de siglos de gloria en el cielo, hayan de ser despachados a la tierra para dar testimonio a judíos y gentiles». En mi opinión, W. Smith y Moorehead cometen aquí una grave equivocación: Pensar que Moisés y Elías estaban ya glorificados. El hecho de que Lucas diga (Lc. 9:31) que «fueron vistos en gloria» (lit.), no significa que hubiesen alcanzado ya el estado de gloria subsiguiente a la resurrección (lo cual no se compagina con 1 Co. 15:23, donde Cristo aparece como «las primicias»), sino que, en dicha visión, la gloria del Cristo transfigurado reverberaba en ellos y les rodeaba como una atmósfera.
3. En los versículos 7–10 tenemos la muerte violenta de estos dos testigos, con gran regocijo por parte de sus enemigos: «Ahora bien, cuando hayan acabado de dar su testimonio, la bestia que sube del Abismo les atacará, les vencerá y les dará muerte. Sus cadáveres quedarán tendidos en la calle de la gran ciudad, que simbólicamente se llama Sodoma y Egipto, allí donde su Señor fue crucificado. Durante tres días y medio, gentes de todo pueblo, tribu, lengua y nación contemplarán sus cadáveres y no permitirán que se les de sepultura. Los habitantes de la tierra se regocijarán por su muerte y la celebrarán enviándose mutuamente regalos, porque estos dos profetas habían atormentado a los que viven en la tierra» (NVI).
(A) Vemos que las condiciones de la humanidad serán entonces tales que los dos testigos necesitarán usar de todos sus poderes para que queden sin excusa quienes escuchen su testimonio. El contexto no muestra que los creyentes se arrepientan de veras, aunque lleguen a persuadirse de que esos hombres poseen un poder sobrenatural. El griego pólemos (v. 7) parece incluso indicar que han atraído hacia sí a ciertas multitudes.
(B) La guerra será dirigida por el Anticristo (v. 7b, comp. con 13:1 y ss.), quien recibe de Satanás su poder (v. 12:3, 4–9). Pero, sólo cuando hayan acabado su testimonio (v. 7), podrá destruirlos; con lo que se muestra, una vez más, que, incluso en esto, el que se sienta en el trono lo controla todo (comp. con 13:5). Quizás, como antaño hizo Elías, la Bestia hará descender fuego del cielo, por permisión divina (v. 13:13), para acabar con ellos.
(C) Sus cadáveres yacerán por tres días y medio en la avenida de la gran ciudad (lit. v. 8). ¿Qué ciudad es ésta? La propia Palabra de Dios nos lo dice, y es un gran desatino alegorizar en este punto; se trata de la ciudad donde también el Señor de ellos fue crucificado (v. 8b. Lit.). Ese «también» no significa que el Señor haya sido crucificado en otros lugares, sino que Jerusalén fue también el lugar de la crucifixión de Cristo, además de ser merecedora de los epítetos de «Sodoma y Egipto» en sentido espiritual, como aclara el mismo texto sagrado.
(D) Es curioso que, en el resto del libro, «la gran ciudad» sea la Babilonia espiritual, es decir, Roma (v. 16:19; 17:18; 18:10 y ss.), con lo cual se nos muestra que, en aquel tiempo en que Jerusalén será hollada por los gentiles, y el mismo Anticristo pondrá en su templo su imagen abominable, la «ciudad santa» de los hebreos será un centro de corrupción moral como Sodoma, de orgullo protervo y dominación tiránica como Egipto, y de fornicación idolátrica con todos los dioses y reyes de la tierra como Roma.
(E) Los versículos 9 y 10 nos dan a entender que los cadáveres de los dos testigos, que yacerán en la gran avenida de Jerusalén, serán vistos por todo el mundo. Ya en el año 1864, escribía Govett:
La palabra blépo, es decir, contemplar, denota que no sólo las naciones los ven, sino que dirigen los ojos hacia ese espectáculo y lo contemplan. Pero, ¿cómo se concibe que por toda la tierra puedan regocijarse por ello si sólo transcurren tres días y medio entre su muerte y su resurrección?… ¿No es perfectamente lógico si el telégrafo por ese entonces se ha extendido con la velocidad con que lo ha hecho en los últimos años? citado por W. Smith, ob. cit., págs. 1.510–1.511).
Govett no podía imaginarse que, cien años más tarde, no sólo el telégrafo, sino también la televisión estaría extendida por todo el mundo, con lo cual será sumamente fácil contemplar desde todas partes los cadáveres de los dos testigos, que el triunfante (de momento) Anticristo tendrá sumo interés en que sean exhibidos continuamente por la televisión, con todos los adelantos que para entonces se habrán llevado a cabo en estos medios de comunicación.
4. En los versículos 11–14, se nos relata la resurrección y subida a los cielos de estos testigos, con el espanto consiguiente por parte de sus enemigos: «Pero después de tres días y medio, un aliento de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron en pie, y un terror enorme se apoderó de los que los contemplaban. Entonces oyeron una voz potente, procedente del cielo, que les decía: “Subid acá”. Y subieron al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos. En aquella misma hora, se produjo un tremendo terremoto y se derrumbó la décima parte de la ciudad. Siete mil personas perecieron en el terremoto, y los sobrevivientes fueron presa del terror y dieron gloria al Dios del cielo. El segundo ¡ay! ha pasado; el tercer ¡ay! va a llegar enseguida» (NVI).
(A) De un modo similar a como aconteció en el valle de huesos secos de Ezequiel 37, un espíritu de vida procedente de Dios (lit. Comp. con Gn. 2:7) volverá a entrar en los cadáveres después de los tres días y medio. Bueno será recordar que, según la mentalidad semítica, el alma queda junto al cadáver los tres primeros días después de la defunción, para abandonarle definitivamente al cuarto día, lo que confiere mayor relieve a la resurrección de Lázaro (al cuarto día—v. Jn. 11:17—). Podemos imaginarnos el espanto de los enemigos de Dios (phóbos mégas—v. 11—) al ver que aquellos a quienes consideraban definitivamente derrotados y destruidos, se levantan sobre sus pies.
(B) El gozo de los impíos por la muerte de los dos testigos ha durado poco. Después de su resurrección, Juan nos dice (v. 12) que los testigos oyeron una potente voz, la de Jesucristo, que daba la orden de que subieran, gloriosos e impasibles para siempre, a los cielos. «Subieron al cielo en una nube»; esto es símbolo de gloria y majestad, pues la nube vela, a la vez que revela, la presencia gloriosa de Dios (v. Hch. 1:9). Puede verse, en particular, el sentido de la nube en Mateo 17:5 y paralelos, especialmente en Lucas 9:31, donde se dice que Moisés y Elías aparecieron, no «vestidos» (v. 29), sino «rodeados de gloria», esto es, iluminados por el reverbero de gloria que emanaba del resplandor de Jesús.
(C) Por otra parte, 2 Reyes 2:11 nos dice que «Elías subió al cielo en un torbellino». En su comentario a este lugar, dice J. Gill que esto significa que, al pasar por la región del aire, «fue desvestido de su mortalidad y corrupción y hecho apto para el mundo invisible». Según las leyes de la relatividad, lo que está al margen de nuestro ámbito espaciotemporal no sufre los avatares de nuestro mundo. Es, por tanto, posible que Elías y Moisés sean reservados mortales, pero no afectados por el paso del tiempo; algo así como «hibernados».
(D) Y sus enemigos los vieron (v. 12, al final). De la misma manera que todos podrán ver, mediante la televisión u otro medio, sus cadáveres, así también podrán ver su resurrección y subida a los cielos. Ocurrirá algo parecido a lo que sucedió en la muerte y resurrección del Señor. En la muerte de Cristo, Satanás con todas sus huestes celebrarían con júbilo la aparente derrota del Mesías crucificado, pero su resurrección gloriosa hizo desembocar en una tremenda y definitiva derrota el efímero júbilo de los demonios en el escaso día y medio que transcurrió entre la muerte de Jesús y su salida triunfante del sepulcro.
(E) Tras de la muerte y resurrección de los dos testigos, Dios da un notorio refrendo a la inocencia de éstos y confunde la maldad de sus perseguidores (v. 13) mediante la producción de un terremoto que diezma la ciudad. Es verosímil que se trate de un número simbólico, pues no es probable que Jerusalén cuente entonces con sólo 70.000 habitantes, ya que en el censo del año 1983 contaba con 472.900 (no obstante, no se descarta el que muchísimos hayan muerto antes). Ello se corrobora por el dato simbólico de los 7.000 seres humanos que perecen en el terremoto, lo cual contrasta con los 7.000 imitadores de Elías que no doblaron la rodilla ante Baal. Recuérdese que el 7 es número de perfección o totalidad y que, multiplicado por 1.000 (el número matemático perfecto) nos da la cifra de 7.000.
(F) El texto sagrado añade (v. 13b) que los sobrevivientes del terremoto «fueron presa del terror (NVI. Gr. émphoboi eguénonto, se llenaron de miedo) y dieron gloria al Dios del cielo». ¿Quiere decir esto que se arrepintieron y convirtieron? Los autores católicos en general, y algunos evangélicos, como Bruce y Caird, opinan que sí, al comparar con Lucas 23:47, 48; Apocalipsis 14:7; 15:4. Otros, como Hendriksen y Walvoord, a cuya opinión me adhiero, piensan que no se trata de un temor saludable, sino de un terror para mayor endurecimiento, y aducen como ejemplos Daniel 2:47; 3:28; 4:1 y ss., 34, 37, que no significan una verdadera conversión por parte de Nabucodonosor.
(G) El versículo 14 nos dice sobriamente que el segundo ¡ay! ha pasado, puesto que correspondía a la sexta trompeta, a la vez que anuncia la llegada del tercer ¡ay! Entre las diversas opiniones, me inclino por la que sugiere que el tercer ¡ay! corresponde al toque de la séptima trompeta que viene a continuación, y cuyos efectos se van a hacer sentir en el tiempo que resta de la Gran Tribulación hasta la inauguración del Milenio.
Versículos 15–19
Estos versículos me recuerdan lo que dijo el Señor Jesucristo en Lucas 21:28: «Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca». En efecto, la séptima trompeta predice el advenimiento del Reino de Cristo en la tierra, lo cual se cumplirá ya en el Milenio. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Tocó el séptimo ángel su trompeta, y se dejaron oír en los cielos grandes voces, que decían:
“El reino del mundo se ha tornado el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos”.
Y los veinticuatro ancianos, que estaban sentados en sus tronos en la presencia de Dios, cayeron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo:
“Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que es y el que era,
porque has tomado tu gran poder y has comenzado a reinar.
Las naciones estaban furiosas y tu cólera ha llegado.
Ha llegado el tiempo oportuno de juzgar a los muertos, y de dar recompensa a tus siervos los profetas,
a los fieles y a los que reverencian tu nombre, a los pequeños y a los grandes
—y de exterminar a los que destruían la tierra”».
Entonces se abrió el templo de Dios en los cielos, y dentro de su templo se vio el Arca Sagrada de su pacto. Y se produjeron relámpagos, estruendos, truenos, un terremoto y una tremenda granizada».
1. Nótese, al final del versículo 15, ese futuro «reinará». El verbo está en futuro porque antes han de cumplirse los acontecimientos de los capítulos 12 al 19. Ahora es cuando van a completarse todos los hechos de la segunda mitad de la última semana de Daniel.
2. Al llegar a este punto, es necesario hacer una distinción cuya ignorancia es la causa de la equivocación en que incurren los amilenialistas. Son muchos los lugares de la Biblia en los que se nos asegura que Jehová reina. Así, los salmos 93, 97 y 99 comienzan con esas palabras. Esto quiere decir, no sólo que Dios es soberano y que el reinar sobre el Universo le compete de iure, por derecho propio, sino también que se le obedece, pues un rey reina de veras solamente cuando se cumple su voluntad. Y el mundo, en general, no cumple la voluntad de Dios, sino la del diablo (v. Lc. 4:6 y 1 Jn. 5:19). La crucifixión de Cristo quitó al diablo el derecho de invocar su dominio sobre la humanidad (v. Col. 2:15). Pero el Señor sólo reina de facto, de hecho, sobre aquellos que le obedecen y cumplen su ley. Es ahora, en el contexto de esta porción de Apocalipsis 11:15–18, comparada con el Salmo 2, cuando el reinado de Dios y de su Ungido va a ser efectivo sobre la humanidad.
3. «El reino del mundo (lit., es decir, considerado como un solo gran Imperio) se ha tornado el reino de nuestro Señor (es decir, de Dios) y de su Cristo (esto es, su Ungido, su Mesías)» (v. 15b). ¿Cabe una noticia más venturosa? Cuando llegue ese momento glorioso, Cristo va a gobernar sobre pueblo obediente. Es cierto que no todo será «trigo limpio», porque habrá muchas rebeldías ocultas. De ahí que se nos diga (Sal. 2:9, comp. con Sal. 9:23; 110:5, 6; Ap. 2:26, 27; 12:5; 19:15) que los regirá (o los quebrantará) con vara de hierro, pero, al fin y al cabo, su autoridad se impondrá completamente. ¡Por fin, habrá paz absoluta! Una paz que sólo al final del Milenio se verá trágicamente alterada, para dar paso al acto final de la Historia que desembocará en la paz completa e inalterable de la eternidad.
4. Los versículos 16–18 nos presentan a los 24 ancianos tributando a Dios un himno de alabanza y acción de gracias por el definitivo triunfo contra el mal. Se postran, como lo hicieron ante el Creador (4:10) y ante el Cordero (5:8, 14), y adoran a Dios (v. 17) como a su Señor (gr. kúrie), Dios Hacedor de cielos tierra, y Todopoderoso que todo lo dirige y controla, por haber recobrado de hecho lo que le pertenecía por derecho, entra en plena posesión del reino que le habían usurpado. Nótense otros detalles interesantes:
(A) Según los MSS de mayor prestigio y antigüedad, el texto del versículo 17b dice: «el que es y el que era», omitiendo lo de «y el que está viniendo» puesto que lo que era futuro se da ahora ya por cumplido. Como dice Caird, «ahora el futuro queda apresado en el eterno presente».
(B) El himno de los ancianos no sólo canta el poder y la gloria de Dios, sino también su justicia. De ahí que el himno tenga tantas reminiscencias de otros lugares, especialmente del Salmo 2, donde vemos que el mundo rebelde se levanta contra Dios y contra su Ungido, pero Jehová se ríe de estas bravatas de los malvados y, con todo el peso de su autoridad soberana, entroniza en Sion a su Hijo, dándole por heredad los confines de la tierra.
(C) Ahora (v. 18), el día de la ira (v. Sof. 1:15; 2:2) ha llegado, y la visitación de juicio contra los rebeldes para destruir a los que han venido destruyendo la tierra, el territorio escogido de Dios, a la vez que ha llegado también el tiempo de dar recompensa a los siervos de Dios que han sufrido por la causa del Evangelio: en primer lugar, a los profetas especialmente dedicados a la proclamación del Evangelio en la época más difícil de la Historia; asimismo, a los santos, es decir (con toda probabilidad), a los convertidos del pueblo escogido, cuyos sufrimientos se detallan en 12:13–17; 13:7; y finalmente, en general, a todos los temerosos de Dios, sean pequeños o grandes. Dice Salguero (ob. cit., pág. 423): «Los que temen al Señor son los que reverencian su nombre y observan sus mandamientos». El Salmo 115:13 promete la bendición de Dios a todos «los que aman a Jehová, a pequeños y a grandes» (v. también Ap. 13:16; 19:5, 18; 20:12).
(D) En cuanto a la identificación de «los destructores de la tierra» (v. 18, al final) y el juicio de Dios contra ellos, pueden verse 6:8; 8:8, 11; 9:11; 11:7, compárese con Josué 10:11; Job 38:23; Salmos 18:12; Isaías 30:30; Ezequiel 13:11, 13. Téngase en cuenta que también se puede destruir por omisión (v. Mt. 25:31 y ss.).
5. El versículo 19 ilumina todo el capítulo siguiente, a la vez que es iluminado por él. La esperanza segura que el remanente judío albergará durante la Gran Tribulación (12:13–17) se basa en que, como dice enfáticamente Pablo en Romanos 11:29 (un texto de mucha fuerza contra los antidispensacionalistas), «los dones de Dios y su llamamiento son irrevocables» (NVI). El pacto de Dios con Israel es firme y estable, y llegará el día en que obtenga pleno y definitivo cumplimiento. Veamos los detalles.
(A) El pacto de Dios con Israel se nos recuerda, efectivamente, en la frase «se vio el Arca Sagrada de su pacto» (NVI). El original dice textualmente: «Y fue abierto el santuario de Dios, el que está en el cielo, y fue vista el Arca de su pacto en su santuario».
(B) Según leemos en Hebreos 9:12, 24, el verdadero «Lugar Santísimo», del que era figura el del templo hebreo, está en el cielo. El velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo a consecuencia de la separación impuesta por el pecado de los hombres (Is. 59:2), impedía el libre acceso a la presencia de Dios, pero la muerte de Cristo rasgó ambos velos, el simbólico y el real, de tal manera que ha quedado libre el acceso al trono de la gracia (He. 4:16; 10:19–22).
(C) Según la tradición judía, recogida en el apócrifo 2 Macabeos 2:5–8, el Arca de la alianza (o del pacto) volvería a aparecer cuando se restableciese el reino de Dios. Aunque el Arca desapareció el año 586 a. de C., cuando Nabucodonosor arrasó Jerusalén, 2 Macabeos 2:4–8 dice textualmente: «Se decía también en el escrito cómo el profeta (Jeremías), después de una revelación, mandó llevar consigo la Tienda y el Arca; y cómo salió hacia el monte donde Moisés había subido para contemplar la heredad de Dios. Y cuando llegó Jeremías, encontró una estancia en forma de cueva; allí metió la Tienda, el Arca y el altar del incienso, y tapó la entrada. Volvieron algunos de sus acompañantes para marcar el camino, pero no pudieron encontrarlo. En cuanto Jeremías lo supo, les reprendió diciéndoles: “Este lugar quedará desconocido hasta que Dios vuelva a reunir a su pueblo y le sea propicio. El Señor entonces mostrará todo esto; y aparecerá la gloria del Señor y la Nube, como se mostraba en tiempo de Moisés, y cuando Salomón rogó que el Lugar fuera solemnemente consagrado”» (Biblia de Jerusalén).
6. La terrible tormenta con que se cierra el capítulo comprende señales semejantes a las que acompañaron la alianza del Sinaí. Todas estas perturbaciones atmosféricas, reveladoras de la majestad de Dios, aparecen durante las intervenciones extraordinarias de Jehová en la historia de la humanidad, como si el Universo se hiciese eco de la justiciera visitación de Dios.
Este enigmático capítulo nos introduce en lo que Walvoord titula «El conflicto en los cielos y en la tierra». Puede dividirse en las siguientes secciones: I. La mujer vestida del sol (vv. 1, 2); II. El gran Dragón rojo (vv. 3, 4); III. El niño varón (vv. 5, 6); IV. Satanás es arrojado del cielo a la tierra (vv. 7–9);
V. La ira del diablo y la victoria de los santos (vv. 10–12); VI. La persecución de Israel en la Gran Tribulación (vv. 13–16); VII. El Dragón emprende la persecución del piadoso remanente de Israel (v. 17).
Versículos 1–2
Ya hemos aludido al empalme de este capítulo con el versículo 19 del capítulo anterior.
Inmediatamente después de abrirse el santuario de Dios en el cielo y aparecer allí el Arca del pacto, aparece en el cielo una «gran señal», es decir, algo muy significativo y portentoso. Dicen así los versículos 1 y 2 en la NVI: «Apareció en el cielo una señal grande y admirable: Una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba encinta y gritaba por los dolores y angustias del alumbramiento».
1. Los datos que siguen nos suministran los suficientes elementos para identificar a esta mujer:
(A) En el Antiguo Testamento tenemos lugares como Isaías 49:2–9; 50:1; 54:3–6; 66:7, 8; Jeremías
3:1–10; 4:31; 31:32; Ezequiel 16:32; Oseas 2:14–16; 3:1; Miqueas 4:9, 10; 5:3, que son suficientes para ver en la mujer a Israel.
(B) La mujer aparece cubierta enteramente del sol (lit.) y con la luna debajo de sus pies. De acuerdo con el sueño de José (Gn. 37:9, 10), todos los comentaristas están de acuerdo en que el sol representa a Jacob, y la luna a su mujer (Raquel, pues ella era la madre de José). Sin embargo, mi opinión personal es que el símbolo va más lejos, y me extraña un poco que Raquel esté representada debajo de los pies de la mujer, al ser así que fue la esposa favorita de Jacob. En el Salmo 84:11 (v. 12 en la Biblia Hebrea), Dios es presentado como sol y escudo. Dice el rabino Cohen, al comentar tal versículo, que es la única vez que se le llama así, porque quizás los autores sagrados querían evitar que se le tuviese por un especial Dios- sol, como sucedía con los paganos, pero equivale a luz, como en Salmos 27:1 («… mi luz», dice David). El sol es así símbolo de la gloria—justicia, salvación y victoria—con que Jehová arropa a su pueblo, mientras que la luna debajo de sus pies puede ser símbolo del dominio sobre las vicisitudes humanas, con sus crecientes y menguantes parecidos a los de la luna.
(C) La corona de doce estrellas representa, sin lugar a dudas, las doce tribus de Israel, descendientes de los doce patriarcas. Por otra parte, el pueblo de Israel, como todos los pueblos de la antigüedad, aprendió a orientarse y a dividir el tiempo mediante la observación del sol, de la luna y de las constelaciones del Zodíaco (v. Jer. 31:35, 36, como uno de los lugares más significativos).
(D) En cuanto al hijo varón, que la mujer va a dar a luz, no hay duda de que se refiere a Jesucristo, aunque añadiremos en el comentario al versículo 5 algunos puntos dignos de consideración.
2. Que la mujer se refiere a Israel se demuestra igualmente por exclusión.
(A) Los evangélicos antidispensacionalistas (no todos) opinan que representa a la Iglesia. Que no es la Iglesia, es evidente si se tiene en cuenta que no fue la Iglesia la que dio a luz a Cristo, sino que Cristo es el que fundó la Iglesia. Además, la Iglesia aparece ya arrebatada en los capítulos anteriores (desde el cap. 4), mientras que esta mujer sigue aún en la tierra (vv. 6 y ss.).
(B) Los catolicorromanos, por su parte, han querido ver (mucho más, en el pasado) en la mujer a la Virgen María; pero María, la madre de Jesús, aunque dio a luz a Jesús, nada tiene que ver con el simbolismo de esta porción, especialmente con las doce estrellas. Además, según la enseñanza catolicorromana, María no pudo tener dolores de parto, ni huyó jamás al desierto, sino sólo a Egipto y acompañada; ni huía entonces de Satanás, sino de Herodes. Finalmente, según la Iglesia de Roma, la Virgen María no tuvo más descendencia, mientras que la mujer de Apocalipsis 12 sí la tuvo (v. 17). Sólo los prejuicios de una tradición falsificadora obligan a los más sensatos exegetas católicos a incluir a María, de alguna manera, en la figura de esta mujer, tras admitir la evidencia de que, en primer lugar, se trata de Israel. Así la Biblia de Jerusalén dice, en nota al versículo 1:
La Mujer, como la Eva pecadora del Génesis, da a luz con dolor, versículo 2; Satanás, la tentadora
«Serpiente antigua», versículo 9 y 20:2, la persigue, versículos 6 y 13, al igual que a su descendencia, versículo 17. La Mujer, pues, simboliza al Pueblo de Dios, cuyo principio fue Eva (¡?) y da a luz a los tiempos mesiánicos, cf. Miqueas 4:9, 10; Isaías 66:7. La última visión del Apocalipsis representará, 22:1, 2, 14, al Pueblo de Dios puesto de nuevo en posesión del árbol de la Vida y del Paraíso terrestre. ¿Quiso Juan simbolizar también a la Virgen, nueva Eva, con la imagen de la Mujer? Parece probable.
Salguero, por su parte (ob. cit., págs. 427, 429), dice:
Los que ven en la Mujer la representación de Israel se fundan en razones que, a nuestra manera de ver, son de mucho peso. Son muchos los lugares de los profetas del Antiguo Testamento en que Israel es representado bajo la figura de una mujer … En un sentido literal acomodaticio (¿cómo puede ser literal si es acomodaticio?—El paréntesis es mío—) se puede aplicar este texto a la Santísima Virgen María, Madre del Mesías y de todos los cristianos, siguiendo a san Agustín y a san Bernardo.
¡Flojo apoyo!
Tanto los eruditos protestantes, como Caird (The Revelation of St. John the Divine, págs. 147, 148), así como los católicos (v. por ej. S. Bartina, ob. cit., pág. 722), hacen notar las semejanzas de Apocalipsis 12:1 y ss. con los mitos griegos y egipcios, así como las notables diferencias. Creo personalmente que la simbología de este capítulo es de puro cuño hebreo y no hay por qué buscarle parecidos en las mitologías paganas.
3. La mejor referencia para entender el versículo 2 es Miqueas 4:9, 10; sobre todo, si se tiene en cuenta que se trata de una profecía con respecto a los últimos tiempos (Mi. 4:1). Todo el capítulo es digno de atento examen. Ahora bien, el alumbramiento del hijo varón no alude directamente al día en que Jesús nació en Belén, sino a su entronización en el cielo. Así no nos extrañará el rápido salto de los versículos 2 y 5. Una vez más, resulta iluminador el Salmo 2:7 «Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy». Nótese bien que, en este versículo, no se alude primordialmente a la generación eterna del Hijo—aunque ésta sea una realidad—, sino a su entronización en Israel, desde donde va a regir con vara de hierro (v. 9, comp. con Ap. 12:5) a las naciones todas. Dice Caird (ob. cit., págs. 149, 150):
Los modernos críticos de Juan destacan demasiado lo que para ellos es una curiosa y lamentable anomalía, es decir, que en este pasaje de un salto directo desde el Nacimiento a la Ascensión, sin mención alguna del resto de la vida terrenal de Jesús. Pero este salto existe solamente en su imaginación, porque no se trata aquí del Nacimiento. Por alumbramiento del Mesías, Juan no quiere decir el Nacimiento, sino la Cruz. La razón de esto se encuentra en el hecho de que esté continuando su exposición del salmo segundo, comenzada en la visión de la séptima trompeta. En el salmo, no es en su nacimiento, sino en su entronización en el monte Sion, cuando Dios se dirige al ya ungido rey para decirle: «Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy», y le es dado el quebrantar a las naciones con la vara de hierro (Sal. 2:7–9). El alumbramiento de un rey es el día de su accesión al trono … Filiación y entronización van inseparablemente unidas, y por eso, tan pronto como el hijo es dado a luz, es arrebatado para Dios y para su trono. Pero para Juan como para el cuarto evangelista, la Cruz es el punto en el que Jesús entró (conquistó—diría yo—. El paréntesis es mío) en su gloria regia; «he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono» (Ap. 3:21).
Más sobre esto, en el comentario al versículo 5.
Versículos 3–4
Ahora aparece una segunda señal en el cielo, cuya identidad queda perfectamente aclarada en el versículo 9, pero su actividad, al llegar a este momento, se nos describe en los versículos 3 y 4: «Entonces apareció en el cielo otra señal: Un enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y con siete coronas sobre las cabezas. Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del firmamento y las arrojó sobre la tierra. El dragón se plantó enfrente de la mujer que estaba a punto de dar a luz, para devorar a su hijo en el mismo momento en que éste naciera» (NVI).
1. El vocablo griego para «rojo» es aquí purrhós (rojo encendido), como en 6:4. Son las dos únicas veces que tal vocablo sale en todo el Nuevo Testamento. Por 13:1, vemos que aparece con características similares a las de su agente principal, el Anticristo—la bestia que sube del abismo del mar—, como ella, también el dragón tiene siete cabezas y diez cuernos. Esto nos retrotrae a Daniel 7, con la diferencia de que aquí, tanto el dragón—el diablo—como la Bestia del mar—el Anticristo—aparecen con la suma de las cabezas de las cuatro bestias de Daniel 7. La interpretación de los dos símbolos (cabeza y cuerno) nos ayudará para mejor entender el pasaje.
(A) La cabeza es el símbolo de la nobleza racional y del conocimiento, con lo que se da a entender la inteligencia astuta y malvada de Satanás «sabiduría corrompida» del que fue un día «sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de hermosura» (v. Ez. 28:12, 17). El que el dragón lleve las diademas sobre las cabezas significa, pues, que es su inteligencia la que planea, la que manda y domina.
(B) El cuerno es símbolo de poder y de fuerza, y el número diez indica perfección matemática, así como el siete lo es de totalidad espiritual (buena o mala). Como fondo del actual pasaje, véase Daniel 7:17–27. Los diez cuernos dan, pues, a entender el tremendo poder que el diablo y el Anticristo ejercerán durante este período de la Gran Tribulación. Las siete cabezas sobre un solo ser, el Maligno, indican una completa concentración del mal. El color «rojo encendido» es símbolo de violencia destructora. Todo contribuye a formar una imagen terriblemente maligna. Para saber por qué el Anticristo lleva las coronas sobre los cuernos, en lugar de sobre las cabezas, véase el comentario a 13:1.
2. Un análisis detenido del primer miembro del versículo 4 (en el original) nos ayudará también a interpretar este pasaje. El griego ourá, cola, es un término que se aplica al rabo de un animal, pero también significa «retaguardia». El verbo súrein, arrastrar, que, por cierto, está aquí en presente de indicativo, indica el poder de maligna seducción con que esclaviza a los seguidores.
3. Las «estrellas del cielo» son, con la mayor probabilidad, ángeles (comp. con el «las pisoteó» de Daniel 8:10; y éste, a su vez, con Judas 6 «no guardaron su dignidad»—aunque este último puede hacer referencia a otro hecho. V. el comentario a ambos lugares—). Aunque la cifra una tercera parte pueda ser
«redonda», el texto viene a decirnos que, en su rebelión contra Dios, Satanás sedujo y se llevó tras de sí a la tercera parte de los ángeles convirtiéndolos en demonios. Notemos que «arrastra» está en presente continuativo, mientras que «arrojó» está en aoristo; así se indica que la maligna dominación de Satanás sobre los demonios continúa para inducir a estos secuaces suyos a que hagan constantemente daño a la humanidad, Y ESPECIALMENTE PARA IMPEDIR EL TRIUNFO DEL PLAN REDENTOR DE DIOS EN CRISTO.
4. Éste es precisamente el sentido de la segunda parte del versículo 4, lo que puede demostrarse fácilmente con sólo echar una rápida ojeada a la Historia de la Salvación. Por ahí entendemos la especial enemiga de Satanás contra Israel (la Mujer de este capítulo), de donde había de salir el Salvador (v. Jn. 4:22; Ro. 9:5). Esta historia ha sido resumida admirablemente, hasta la Ascensión del Señor, por W. Hendriksen (ob. cit., págs. 137–140). Extractamos aquí su estudio:
(A) La primera acometida la realizó ya Satanás, el engañador de siempre (v. 9), contra nuestros primeros padres en el Paraíso (Gn. 3), pero también se pudo enterar allí que de la mujer saldría un descendiente que le aplastaría la cabeza (Gn. 3:15).
(B) Después, «Caín, que era del Maligno, mató a su hermano» (1 Jn. 3:12). Satanás pensó que así acababa con el descendiente bueno, pero nace Set en lugar de Abel.
(C) Entonces Satanás idea otra medida de destrucción, mediante la corrupción moral de toda la humanidad, al mezclarse la descendencia de Set con la de Caín (suponiendo que sea ése el sentido de Gn. 6:2). ¿Habrá triunfado Satanás? ¡No! Un remanente justo es reservado en el Diluvio: Noé y su familia.
(D) La tierra vuelve a corromperse (Gn. 11:1–9). Pero, años más tarde, Dios llama a Abraham. Nuevos contratiempos: Sara es estéril; y también Rebeca; y también Raquel. Sabido es que la esterilidad era considerada en el Antiguo Testamento no sólo como una maldición de Dios, sino también como obra del diablo. Dios, con su omnipotencia, vence también este obstáculo, y tanto Sara como Rebeca y Raquel tienen hijos.
(E) De nuevo intenta Satanás acabar con Israel en Egipto (Éx. 1) y a su salida de Egipto (Éx. 14, así como al pie del Sinaí por su rebeldía contra Jehová—Éx. 32—). Pero Moisés aplaca a Dios con su maravillosa oración, y sigue adelante la Historia de la Salvación.
(F) La promesa se centrará después en David, y Satanás, por medio de Saúl, querrá acabar con él (1 S. 18:10, 11, etc.). Pero tampoco en esto logra Satanás triunfar: La vida de David es preservada.
(G) Más tarde, será la perversa Atalía la que intentará destruir toda la casa real de Judá (v. 2 R. 11:1), pero Joás escapa con vida.
(H) Corren los años, y los reinos de Siria e Israel forman coalición contra Judá (Is. 7); pero es entonces cuando Isaías, de parte de Dios, formula la profecía del Immanu-El, el «Dios con nosotros» (Is. 7:14).
(I) Llegamos al siglo V a. de C., y ahora es Amán, el canciller de Asuero, quien desea exterminar a los judíos. Gracias a Dios, mediante la influencia de la reina hebrea Ester, los judíos se salvan de nuevo de la ruina (v. Est. caps. 7 y ss.).
(J) Por fin, nace el Mesías. ¿Cesará la oposición de Satanás? ¡Al contrario! Primero es la matanza de los niños de Belén y sus cercanías, pero Cristo escapa. Después, vienen las tentaciones en el desierto, la constante persecución de los fariseos, la traición de Judas, la agonía de Getsemaní, las burlas del Calvario (v. por ej. Mr. 15:30), el sello sobre el sepulcro, las continuas persecuciones contra los judíos conversos … Más tarde, la Inquisición, el antisemitismo, Hitler … Pero Jehová es más poderoso que Satanás. El gran dragón no puede impedir el triunfo del gran rey de Israel.
Versículos 5–6
Dicen estos versículos en la NVI: «Ella (la Mujer) dio a luz un hijo, varón que ha de regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Y el hijo de la mujer fue arrebatado a la presencia de Dios y ante su trono. La mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios para ella, para ser sustentada allí durante 1.260 días».
1. En el momento en que el versículo 5 va a tener su completa realización, todo el capítulo 66 de Isaías obtiene su cumplimiento profetizado (v. el comentario a Isaías del rabino Slotki, págs. 321, 322, así como el de E. Trenchard, pág. 177). Allí encontramos, como dice Trenchard:
El castigo de la parte apóstata del pueblo de Israel en el «día de Jehová» (Is. 66:15–18); la restauración del resto, del cual saldrá una nación entera con pasmosa rapidez (Is. 66:8–10); la manifestación repentina y gloriosa de Dios (Is. 66:5b, 14b y 15); la gloria del reino que se ha de establecer alrededor del nuevo Israel como centro (Is. 66:12–14, 20–24). Un detalle nuevo es la misión de los «escapados» (miembros del resto); predicarán a las naciones y recibirán el encargo de recoger a sus hermanos de la dispersión de todo el mundo. Suponemos que estos israelitas de la dispersión se habrán convertido durante el período del juicio, o por la manifestación de la gloria del Señor después del testimonio del que hemos hablado (v. Is. 66:19 y 20).
2. Si nos percatamos de que, como ya hemos dicho, el alumbramiento del Mesías por parte de la Mujer-Israel y su entronización a la diestra de Dios el Padre, a pesar de la oposición de Satanás y sus huestes, forman un solo conjunto, entenderemos mejor el simbolismo de textos como Efesios 2:2; 4:8; 6:12; Apocalipsis 12:8 (v. Barchuk, ob. cit., págs. 209, 210). Bueno será recordar (v. el comentario a Ef. 6:12) que Satanás y sus huestes de maldad tienen, al presente, su residencia en el primer cielo, esto es, el cielo atmosférico, desde donde «el príncipe de este mundo» (v. Jn. 12:31; 14:30; 16:11; Ef. 2:2) o «dios de este siglo» (2 Co. 1:4) reina y controla los reinos y poderes de la tierra.
En ese cielo atmosférico, morada de Satanás, sitúa Efesios 4:8 la victoria infinitiva de Cristo sobre el diablo. Si tenemos en cuenta que, durante las tres primeras horas de la crucifixión de Cristo, las tinieblas se extendieron por la faz de la tierra, y que a las huestes diabólicas las llama la Palabra de Dios «el poder de las tinieblas» (por ej., Lc. 22:53; Ef. 6:12; Col. 1:13, comp. con Mt. 27:45; Mr. 15:33; Lc. 23:44), comprenderemos también toda la fuerza de Colosenses 2:14, 15, pues en el mismo lugar y a la misma hora que marcaba el triunfo de Cristo en la Cruz sobre el pecado, la ley y la muerte, estaba empeñado en la más dura lucha con el diablo, redimiéndonos como sustituto, mientras pesaba sobre Él el desamparo de Dios.
Piensa Barchuk (ob. cit., pág. 210) que los diez días que mediaron entre la Ascensión del Señor y el descenso del Espíritu de Pentecostés son una muestra de que la batalla fue dura. Opino personalmente que esto ya es querer sacar las cosas de quicio, pues el intervalo entre ambas fechas se comprende sin tener que recurrir a una explicación tan caprichosa. El número 40 que (según muchos) en años es una generación, en días es una preparación (Moisés en el Sinaí, Cristo en el desierto, el primer grupo de discípulos al ser instruidos—Hch. 1:3, etc.—), mientras que el 50 (la palabra griega pentecostés» significa 50.¡) marcaba la coincidencia del nacimiento oficial de la Iglesia con la Fiesta de la Siega (v. Éx. 23:16).
3. En el versículo 6 se nos narra la huida de la «Mujer» al desierto, tras de la Ascensión del hijo varón, que fue arrebatado para ser entronizado solemnemente, de acuerdo con el Salmo 2. Tres puntos de observación se ofrecen a nuestra vista en este versículo: (A) La fecha; (B) El lugar, y (C) La duración de la huida. El sentido general es que Israel, el pueblo elegido de Dios, queda a salvo durante gran parte del reinado del Anticristo (v. 7:1–8; 11:2; 12:13–16; este último lugar es una ampliación del v. 6).
(A) En cuanto a la fecha, hemos de advertir que no sigue de inmediato, en el tiempo, a la Ascensión del hijo varón, sino a su manifestación visible como Rey de reyes y Señor de los que dominan, cosa que aquí no se anticipa y que en 19:11 y ss. se proclama. Por otra parte, como hace notar Barchuk, ambas fechas se empalman como aspectos de una misma profecía desdoblada en dos tiempos lejanos entre sí, como ocurre con la profecía de Isaías 1:1, 2, compárese con Lucas 4:18–21, en que Cristo se detuvo a mitad de Isaías 61:2, puesto que la segunda parte de este versículo había de cumplirse al final de los tiempos. Un caso semejante lo encontramos en las 70 semanas de Daniel 9:24–27, en que la última semana se refiere a «la consumación». Dice Barchuk (ob. cit., pág. 211):
En el caso presente, esto sucedió porque si Dios no le hubiera mostrado (a Juan) el pasado, nadie podría haber entendido el futuro. Si este capítulo 12 del Apocalipsis comenzara con el versículo 6, donde se habla de la huida de la mujer al desierto, nosotros nunca sabríamos quién es esa mujer, a quién representa ella y por qué el dragón la persigue con tanta determinación. De manera que los primeros cinco versículos vienen a ser como el hilo del cuadro completo, mediante el cual quedan aclarados los demás acontecimientos. Si no hubiera esta visión del pasado, nosotros no sabríamos los misterios de los difíciles y sorpresivos ataques a Israel. Tampoco sabríamos las causas de las reiteradas agresiones en contra del Señor Jesucristo, y tantos otros peligros que Él experimentó. En general, no sabríamos por qué y sobre qué línea se desarrollaba la lucha entre Satanás y Dios. Pero esta maravillosa visión, a semejanza de una llave mágica, nos revela de una sola vez muchos misterios del pasado, al par que nos muestra un cuadro claro del futuro.
(B) En cuanto al lugar, se nos dice que «huyó al desierto» (gr. éremon—de donde proceden los vocablos «ermita», «ermitaño», etc.—). Ahora bien, la palabra «desierto» es ambivalente, como nota Caird (ob. cit., págs. 151, 152), es decir, tiene dos sentidos diferentes en la Palabra de Dios: (a) Unas veces, significa lugar de caos y maldición, residencia de animales salvajes y espíritus inmundos (v. Is. 13:20–22; 34:13–15; Mr. 1:13; Lc. 11:24); de ahí, la ceremonia de Levítico 16:10, 20–22, en que el macho cabrío que cargaba con las iniquidades de todo el pueblo el Día de la Expiación, era enviado al desierto; (b) Otras veces, significa lugar de refugio, como aconteció a los israelitas cuando huían del Faraón, después de atravesar a pie enjuto el mar Rojo. Dice Caird en el mismo lugar:
Para Juan, la esfera de los espíritus inmundos y de los animales salvajes no era el desierto, sino la gran ciudad, llamada Sodoma y Egipto en sentido figurado, y en la que el Señor fue crucificado (11:8), y puesto que dicha ciudad es sinónimo del mundo civilizado, se sigue que el desierto es cualquier lugar fuera de la autoridad de la ciudad impía.
En el comentario al versículo 14, diremos algo más acerca del lugar en que podría estar ubicado el desierto que aquí se menciona.
(C) Finalmente, en cuanto a la duración de esta huida al desierto, el texto nos dice que, en ese lugar preparado por Dios, será sustentada «por mil doscientos sesenta días», es decir, durante la persecución del Anticristo (v. Dn. 7:25; 12:7; Ap. 11:2; 12:14). Daniel 12:11, 12 no está en contradicción con esta duración, sino que el versículo 11 añade 30 días, pasada ya la Gran Tribulación, para la completa purificación del Templo; y el versículo 12 añade otros 45 días más para que los que hayan esperado pacientemente puedan disfrutar dichosamente de todas las bendiciones que comportará el Milenio (v. el New Bible Dictionary, pág. 293). Nótese, sobre todo, la paternal providencia de Dios, que ha preparado con todo cariño, y con la debida anticipación, el lugar y el sustento diario de los fugitivos de Israel (comp. con 1 R. 17:2–6 y Jn. 14:2, 3; 1 P. 1:4). ¡DIOS SIEMPRE TIENE «RESERVA» PARA LOS SUYOS!
Versículos 7–9
En este momento vemos que se entabla una gran batalla en el cielo. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Y se produjo una guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón, y el dragón y sus ángeles respondieron al ataque; pero no tuvo el dragón fuerza suficiente, y perdieron su lugar en el cielo. Fue arrojado abajo el gran dragón—aquella antigua serpiente, llamado el diablo o Satanás (lit. y Satanás), que extravía al mundo entero. Fue precipitado a la tierra, y sus ángeles con él».
1. La guerra que aquí se menciona (v. 7) puede simbolizar aquí un intento, por parte de las potestades diabólicas, de acabar con el hijo ascendido al cielo. Recordemos una vez más que la Biblia sitúa estas potestades en el cielo atmosférico (v. Ef. 6:10–12), desde donde Satanás dirige su estrategia contra los santos de la tierra y controla los poderes de este mundo. Allí es donde Cristo, mediante la obra de la Cruz, venció al diablo y le desposeyó legalmente del poder sobre la humanidad (Ef. 4:8).
2. Ahora (v. 8) Miguel, el arcángel protector de Israel (v. Dn. 10:13; 12:1; Jud. 9), dirige la batalla y vence a Satanás y a sus ángeles, siendo éstos arrojados a la tierra. Desde el cielo atmosférico (puesto de mando y base de operaciones del diablo), Satanás es arrojado a la tierra, antes que el Anticristo asuma su reino temporal, terrible. Sólo al final de la Gran Tribulación, y antes de inaugurarse el Milenio, es cuando Satanás es arrojado al abismo (20:3). No estamos, pues, de acuerdo con Hendriksen cuando identifica la lucha del presente capítulo con el prendimiento del diablo en el capítulo 20.
3. En efecto, el versículo 9 nos dice que el diablo fue arrojado a la tierra. Lo mismo que en 20:2, también en 12:9 hallamos todos los apelativos que la Biblia da al diablo, con lo que se le puede identificar con toda facilidad:
(A) «El gran dragón» nos lo identifica con la monstruosa primera Bestia del presente capítulo, que, en el versículo 17 y 13:1, aparece de pie sobre la arena del mar para dar la bienvenida y el poder al Anticristo que va a subir de las aguas del mar. Ésta es la Bestia que pidió ser adorada por Jesucristo (v. Mt. 4:9; Lc. 4:7) y dará el mismo poder y autoridad al Anticristo (Ap. 13:4, 8).
(B) «La serpiente antigua» lo identifica como el que, en el principio de la historia de la humanidad, sedujo a nuestros primeros padres y les hizo caer, arruinando así a toda su descendencia (Gn. 3:1 y ss.).
(C) «Diablo» es su nombre más conocido, y exclusivo de él, pues sus ángeles son demonios; nunca los llama «diablos» la Biblia, aunque equivocadamente sean llamados así por muchísima gente. El vocablo gr. diábolos (de diá—a través—y bállein—arrojar—) significa «el que lanza una acusación calumniosa». Es, pues, Satanás un acusador malicioso y de mala intención: la de oscurecer la gloria de Dios y hacer daño a los hijos de Dios (v. Job 1 y Zac. 3). En este sentido, es un perverso Fiscal, presto siempre a hablar mal de nosotros ante el Juez Supremo, buscando nuestra condenación. Nuestro consuelo es saber que, frente a ese Fiscal, tenemos un Abogado permanente (Ro. 8:33, 34; He. 7:25, 26; 1 Jn. 2:1, 2), el «Ángel de Jehová» de Zacarías 3:1, 2, presto siempre a hablar bien de nosotros, no por méritos nuestros, sino por la gracia de Dios.
(D) «Y Satanás». Así como «diablo» es el término griego, en el sentido de «acusador de mala intención», «Satanás» es el vocablo hebreo (hebr. satán) que designa al «adversario», ya que el diablo es el enemigo número uno de Dios y de los hombres. En este sentido es lo que en griego se llama antídikos, acusador demandante en un juicio (comp. con Mt. 5:25 y ss.), pero de mala intención, ante el tribunal de Dios. Dice el Prof. Grau (ob. cit., págs. 205, 206):
Después de realizada la obra redentora de la cruz, Dios nos mira a través de la perfecta justicia de Jesucristo y así las acusaciones del Enemigo no surten ningún efecto. Cierto, el diablo prosigue su tarea de acusación contra «nuestros hermanos» y contra nosotros mismos, pero la obra expiatoria del Calvario ha sido realizada y consumada.
4. De Satanás dice el mismo versículo 9, al final, que es «el que extravía (o engaña) al mundo entero» (lit. a toda la tierra habitada—el mismo vocablo de 3:10 y 16:14, entre otros lugares del Nuevo Testamento). Nótese que el verbo está en presente continuativo. Éste es su oficio desde el principio (Gn. 3:1 y ss.), de tal manera que la mentira es ahora parte de su naturaleza (Jn. 8:44; 2 Ti. 3:13; 2 Jn. 7). Si ahora el engaño que produce es tan deplorable, ¿qué será durante el imperio del Anticristo? ¡Y de cuántas maneras engaña el diablo a los hombres! Dice también, a este respecto, Grau (ob. cit., pág. 207):
Actualmente, el Adversario sigue engañando a los hombres mediante falsas religiones que niegan la divinidad de Jesucristo, el hecho del pecado, la necesidad del Salvador y de la cruz, y hasta la misma existencia de Satanás. Opera a través de ideologías anticristianas y de dirigentes impíos que tratan de eliminar el testimonio cristiano de sobre la faz de la tierra. También lo hace por medio del auge del ocultismo y el atractivo de los modelos de vida materialistas. Su obra maestra, sin embargo, actualmente estriba en convencer a la gente de que no existe y que creer en él es retroceder a la mentalidad medieval.
Versículos 10–12
Estos versículos constituyen un canto épico que describe la ira del diablo y la victoria de los santos:
«Entonces oí una voz potente en el cielo, que decía:
“Ahora ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo.
Pues el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche, ha sido precipitado abajo.
Ellos le han vencido
en virtud de la sangre del Cordero
y mediante el testimonio con que le confesaron, pues no amaron sus propias vidas
como para retroceder ante la muerte. Por eso, ¡regocijaos vosotros, cielos, y los que habitáis en ellos!
Pero, ¡ay de la tierra y del mar,
porque ha bajado hacia vosotros el diablo! Está lleno de furia,
porque sabe que su tiempo se le acaba”» (NVI).
1. Al haber sido arrojados del cielo Satanás y sus ángeles, es «en el cielo» (v. 10) donde se profiere la voz grande (lit.) que se menciona aquí. Los derechos legales del diablo ya habían sido cancelados (v. Jn. 12:31; Col. 1:13, 14; 2:15); ahora ha sido desposeído, de hecho, de su poder en el cielo.
«Con sus intrigas y acusaciones—dice Barchuk (ob. cit., pág. 216)—, Satanás introducía en el cielo cierta porción de sombra y confusión. Por eso el cielo, al haberse librado para siempre del diablo, disfruta de gozo ahora.» De ahí que la cuádruple prerrogativa de Cristo (salvación, poder, reino, autoridad—v. He. 9:23 y ss.—) adquiera en el cielo, no en la tierra, plena vigencia ahora, no sólo de derecho, sino también de hecho.
2. La frase «el acusador de nuestros hermanos» (v. 10, al final) indica, como hace notar en el mismo lugar I. Barchuk,
que Satanás acusaba únicamente a aquellos que todavía estaban en la tierra. De manera que contra los que ya estaban en el cielo, él no se atrevía a levantar acusación alguna porque carecía de toda prueba para ello. Pero los creyentes que están en la tierra con frecuencia le dan ocasión o motivo para poderles acusar. Sobre todo, resulta desagradable para Dios escuchar acusaciones en las cuales hay mucha verdad. Si se atrevió a acusar a Job de fidelidad y amor interesados (Job 1:8–11), tanto más él acusa a aquellos que en este aspecto no se igualan a Job.
El versículo 10 termina diciendo que el diablo ejercía este oficio «día y noche», es decir, sin pausa y sin descanso. ¡Ah, si nosotros fuésemos tan diligentes en el servicio de Dios y en el amor a nuestros hermanos, así como en la proclamación de la Buena Noticia a los inconversos, como el diablo lo es en su odio a Dios y a la obra de la salvación!
3. El versículo 11 nos asegura que dichos hermanos han vencido al diablo, no por su esfuerzo, ni por sus méritos, sino «por medio de la sangre del Cordero», es decir, en virtud de la redención de Cristo efectuada en el Calvario. El texto añade: «y de la palabra del testimonio de ellos» (lit.), es decir, ellos, judíos, han dado testimonio de su fe en el Señor Jesús, al que, por fin, han reconocido como su Cristo, su Ungido, su Mesías, ahora glorioso, pero que en su Primera Venida fue el «Siervo Sufriente» de Isaías 53. La fe que vence al mundo (1 Jn. 5:4, 5), vence también al diablo, que es «el príncipe de este mundo».
4. El testimonio de estos valientes quedó sellado con la sangre, pues el texto añade (v. 11c) que «no amaron sus vidas hasta la muerte» (lit. comp. con Mt. 10:39; Mr. 8:35; Lc. 9:24; 17:33; Jn. 12:25). Esto muestra que la gran voz (probablemente, la de los propios mártires mencionados en 6:10) apoya la victoria (v. 11) en el siguiente trípode: (A) Los méritos de la sangre de Cristo; (B) Su continua tarea de dar testimonio; y (C) Su pronta disposición a arrostrar cualquier sacrificio, incluyendo la muerte. Dice Walvoord (ob. cit., pág. 193):
Las acusaciones de Satanás quedan anuladas por la sangre del Cordero, la cual purifica al creyente y posibilita su victoria espiritual. La palabra del testimonio de los santos se opone a la obra engañadora de Satanás por cuanto la predicación del evangelio es el poder de Dios para salvación. La dedicación de los santos a su tarea en la que muchos de ellos mueren como mártires es reconocida mediante la afirmación «No amaron sus vidas hasta la muerte». El vocablo para «amaron» es el término para amor profundo (gr. agapáo). Aunque no buscan neciamente una muerte de mártir, tampoco consideran preciosas sus propias vidas (lit. almas. Gr. psukhé).
5. El versículo 12 continúa la «gran voz en el cielo» del versículo 10, e incita a que se alegren los cielos y los que moran en ellos, precisamente porque el diablo ha sido arrojado fuera con los suyos, es decir, «a la tierra», como especifica el versículo 9. Por eso, junto a la alegría que deben mostrar los moradores de los cielos, porque su bienaventuranza es ya perfecta, se añade una «malaventuranza» (comp. con los «¡ayes!» de Lucas 6:24–46, después de las bienaventuranzas de Lc. 6:20–23) para «los moradores de la tierra y del mar». Aunque el original dice aquí sólo «¡ay de la tierra y del mar!», los moradores de la tierra (v. el comentario a 11:10), inconversos, serán los más afectados por este suceso, ya que la tierra va a ser ahora la esfera en la que Satanás se va a desenvolver a su gusto, descargando su cólera con toda saña; sobre todo, «sabiendo que tiene poco tiempo» (gr. kairón, sazón, ocasión, oportunidad); concretamente, tres años y medio, como especifica el versículo 14.
Versículos 13–16
En los versículos 1–6 de este capítulo hemos visto una primera fase de la lucha en la tierra entre el dragón y la mujer (Israel); en los versículos 7–12, hemos visto una guerra en el cielo entre Miguel y sus ángeles contra Satanás y los suyos; ahora vamos a ver una segunda fase de la guerra en la tierra entre el dragón y la mujer. Dicen los versículos 13–16 en la NVI: «Cuando el dragón vio que había sido precipitado a la tierra, se puso a perseguir a la mujer que había dado a luz al hijo varón. A la mujer se le dieron las dos alas de la gran águila, para que huyese al lugar preparado para ella en el desierto, donde había de ser sustentada durante un tiempo, y dos tiempos, y medio tiempo, lejos del alcance de la serpiente. Entonces la serpiente arrojó por su boca como un río de agua, para alcanzar a la mujer y arrastrarla en la corriente del río. Pero la tierra vino en ayuda de la mujer abriendo su boca y tragándose el río que el dragón había vomitado de su boca».
1. La historia entera es una viva muestra de la persecución que, en realidad, se ha cebado en el pueblo judío como consecuencia de la ira de Dios contra el Israel rebelde (v. Dt. 28:64–67; Pr. 28:17). El antisemitismo de todas las épocas ha producido millones y millones de víctimas en el pueblo elegido de Dios (y nunca definitivamente rechazado—no lo olvidemos—. V. todo el cap. 11 de Romanos). Está demasiado reciente el «holocausto» de seis millones de judíos por orden de Hitler. No es, pues, de extrañar que el dragón, una vez arrojado a la tierra, persiga a la mujer, esto es a Israel. Es cierto que, con base en Hechos 13:46, la gran masa del pueblo judío ha rechazado, y sigue rechazando, a su verdadero Mesías. Con eso, han permitido que el príncipe de este mundo, el diablo, se cebase en su destrucción. No es Dios, sino Satán, el que se ha ensañado siempre con los judíos.
Pero cuando un judío se convierte a Cristo, su «nuevo nacimiento» es una doble maravilla, y como dice el siempre judío Pablo (v. Ro. 11:1; 2 Co. 11:22. Nótese que Pablo no dice: «Yo fui», sino «Yo soy israelita» y «hebreo»), «si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?» (Ro. 11:15). Oigamos el estupendo comentario de I. Barchuk a este versículo 13:
Todos los que rehúsen hacerlo (adorar al dragón y a la Bestia—el Anticristo—) estarán huyendo del centro de la idolatría. Y por cuanto sobre Israel habrá especial protección, por ser enemigos de la idolatría y, en este caso, cristianos, ellos se verán obligados a huir los primeros. Pero nosotros recordamos que el motivo principal por que Satanás odia al pueblo, es porque de ese pueblo proviene Cristo. El ídolo del anticristo será únicamente una excusa que permitirá a Satanás revelar todo su odio.
2. Para entender lo de las «dos alas de la gran águila» (v. 14), que se le dieron a la mujer para huir al desierto, bueno será compararlo con los lugares más relevantes, a este respecto, del Antiguo Testamento (Éx. 19:4; Dt. 32:11; Sal. 103:5; Is. 40:31). Esas alas, que rejuvenecen a la persona, simbolizan la protección de Dios sobre su pueblo, y la provisión de un lugar donde el Israel perseguido por su fe será sustentado durante los tres años y medio en que el Anticristo, ya sin careta de paz, impondrá cruelmente su perverso dominio sobre el mundo.
3. Dos preguntas quedan aquí (v. 14b) por responder, si es que se puede aventurar una respuesta probable: (A) ¿De qué desierto se trata aquí, como lugar de refugio de la mujer? (B) ¿Quién y cómo la sustenta?
(A) En cuanto a la primera pregunta, cualquier lugar seguro, fuera del alcance del Anticristo, podría ser este desierto. Quizá se trata del desierto rocoso situado al sur del mar Muerto. «En ese mismo desierto rocoso—dice Barchuk (ob. cit., pág. 218)—hay una ciudad también desierta actualmente, llamada Petra, esto es, roca. La ciudad permanece aplastada como un cráter volcánico y está rodeada de rocas altas y filosas. Allí se han descubierto muchos lugares de alojamiento, grandes salas. El único paso a ese lugar entre rocas altas, mide de 3 a 12 metros de ancho, tiene 300 metros de alto y dos kilómetros de longitud. Esa “cueva” prácticamente se cierra desde arriba.»
(B) En cuanto a la segunda pregunta, la opinión más probable es que gentiles convertidos a Cristo, y amantes del pueblo judío, serán el instrumento de Dios para sustentar clandestinamente, con riesgo de sus vidas, a los judíos refugiados. Esto fue, efectivamente, lo que ocurrió en muchos casos durante la persecución de Hitler contra los judíos. Sin aventurar ninguna opinión sobre el particular, dice el Profesor Walvoord (ob. cit., pág. 195): «Sean naturales o sobrenaturales los medios usados, está claro que Dios preserva un remanente piadoso, aun cuando, de acuerdo con Zacarías 13:8, perecerán en la tierra dos tercios de Israel».
4. El versículo 15 nos declara que la serpiente, ya claramente identificada en el versículo 9, al no poder alcanzar a la mujer huida, «arrojó por su boca como un río de agua, para alcanzar a la mujer y arrastrarla en la corriente del río» (NVI). Tampoco esta artimaña le sale bien al diablo, pues vemos (v. 16) que la tierra ayuda a la mujer, abriendo su boca y tragándose el río. ¿Qué significa todo esto?
(A) A la vista del contexto próximo, podemos aventurar la siguiente explicación: Teniendo en cuenta que la serpiente (el dragón), que ha sido arrojada del cielo a la tierra, hace del Anticristo su agente visible (cap. 13), aprovecha el elemento propio de éste (el agua, ya que se trata—13:1—de la Bestia que sube del mar). Ahora bien, así como el mar es aquí el lugar de los monstruos peligrosos (éste es su significado en el Antiguo Testamento), el río es símbolo aquí de fuerza destructora, especialmente de invasión armada (v. Jer. 46:7, 8, comp. con Sal. 65:7; 93:3, 4; 107:33; Dn. 7:10—aunque aquí es río de fuego—; Mt. 7:25; Lc. 6:48—donde la adversidad horizontal, en forma de oposición violenta por parte de los hombres, está bien simbolizada—). Por tanto, el diablo, con su agente visible el Anticristo, persigue a la mujer por medio de fuerzas armadas.
(B) En cuanto a la tierra que ayuda a la mujer, no me parece probable la opinión de W. Scott (citado por W. M. Smith, ob. cit., pág. 1.512), según el cual «quizá representa los gobiernos de la tierra que se muestran amistosos con los judíos “y providencialmente (cómo, no lo sabemos) frustran los esfuerzos de la serpiente”». Damos por supuesto que el Anticristo controlará los poderes de la tierra. Por tanto, me inclino por la opinión de Barchuk (ob. cit., pág. 220), quien piensa que se trata de una intervención sobrenatural, como en el caso de Éxodo 14:5–9, 27, 28). Dice Barchuk:
En aquel tiempo ese «no» de Faraón lo tragó el mar, y ahora el «no» del anticristo lo tragará la tierra (Ap. 12:16). Exactamente cómo sucederá no es posible decirlo ahora. Es probable que la tierra simplemente se abra y trague a los perseguidores igual que sucedió con Coré, Datán y Abiram (Nm. 16:27, 31–34).
Efectivamente, en el episodio citado por Barchuk, se habla repetidamente que «la tierra abrió su boca». La imagen de un desierto sediento de agua nos enfatiza la idea de la pronta y segura protección que Dios ejerce y manifiesta sobre los suyos. Esto debe animarnos a cumplir en todo la voluntad de Dios nuestro Padre, sabiendo que Él no se deja ganar en generosidad, sino que honra a sus fieles hijos con su protección omnipotente.
Versículo 17
Este versículo muestra la especial enemiga que el diablo tiene contra los judíos convertidos al cristianismo: «Entonces el dragón se enfureció contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia—los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (NVI).
1. Aquí vemos que el diablo, burlado una vez más, pero lleno todavía de «ira contra la mujer», Israel, «se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia». ¿Quiénes forman este «resto» (gr. ton loipón, los demás)? ¿Los judíos todavía inconversos? ¡No! Las frases finales del versículo excluyen por completo esta suposición. Como bien dice Barchuk (ob. cit., pág. 221): «Éstos también serán hebreos, quienes no pudieron refugiarse. Ellos se atendrán a los mandamientos del Antiguo Testamento, sea, que estarán practicando la ley, pero a la vez creerán en Cristo y testificarán de Él» (comp. con Hch. 21:20).
2. En efecto, «los mandamientos de Dios» contrasta con Juan 13:34, 35; 15:12; 1 Juan 2:8; 3:23, donde aparece un solo mandamiento, de Cristo y para la Iglesia, Cuerpo de Cristo en el que el Espíritu Santo habita (Jn. 14:17), como en su residencia corporativa, sirviéndola de alma (v. Ef. 4:5). Aquí vemos que estos judíos observan la Ley, pero llenándola del espíritu que le había sido sustraído (v. Mt. 5:17, 18), y son así capaces de cumplir la ley del Reino de Dios, incluida en el Sermón del monte.
3. Finalmente, hay que añadir que los MSS más fidedignos terminan este capítulo con la primera frase del capítulo siguiente, pero de esta forma: «Y se quedó de pie (el dragón) sobre la arena del mar» (lit.). El análisis interno favorece asimismo esta lectura, puesto que Juan no aparece en Apocalipsis moviéndose de una parte a otra, sino que está parado y mirando en éxtasis lo que se le muestra.
Este capítulo se divide claramente en dos partes: I. La primera parte nos describe las características de la segunda Bestia (el Anticristo—pues la primera es el Dragón, el diablo—) y sus maléficas actividades (vv. 1–10). II. La segunda parte nos describe las características de la tercera Bestia (el falso profeta) y sus actividades seductoras (vv. 11–18).
Versículos 1–10
Vamos a entrar en uno de los capítulos más difíciles de la Biblia y, por otra parte, de los más interesantes, puesto que ofrece ciertas claves de identificación para lo que ha de ocurrir durante el reinado del Anticristo mediante signos de los tiempos que ya están comenzando a aparecer. Por eso, antes de entrar de lleno en el estudio del presente capítulo, me ha parecido conveniente resumir algo de lo que el Dr. Pentecost expone a lo largo de las primeras 50 páginas de su monumental libro Eventos del Porvenir.
1. Comienza Pentecost su estudio afirmando que «ninguna cuestión que enfrente el estudiante de escatología es más importante que la del método que debe ser empleado en la interpretación de las Escrituras proféticas» (pág. 1). Después de describir los dos métodos de interpretación que han prevalecido a lo largo de la Historia de la Iglesia, y antes de describir al por menor las vicisitudes históricas de dichos métodos, arguye en defensa del sentido literal con las siguientes razones:
«(a) Que el significado literal de las oraciones es la forma normal de todos los idiomas.»
«(b) Que todos los significados secundarios de documentos, parábolas, tipos, alegorías y símbolos dependen, para su propia existencia, del significado literal previo de los términos.»
«(c) Que la mayor parte de la Biblia tiene sentido adecuado cuando se interpreta literalmente.»
«(d) Que el enfoque literal no descarta ciegamente las figuras de dicción, símbolos, alegorías y tipos; sino que, si la naturaleza de la oración así lo requiere, fácilmente acepta el segundo sentido.»
«(e) Que este método es el único obstáculo cuerdo y seguro contra las imaginaciones del hombre.»
«(f) Que este método es el único cónsono con la naturaleza de la inspiración. La inspiración plenaria de la Biblia enseña que el Espíritu Santo guió a los hombres a la verdad y los apartó del error. En este proceso, el Espíritu Santo usó el lenguaje y las unidades del lenguaje (como significado, no como sonido) que son las palabras y los pensamientos. El pensamiento es el hilo que hilvana las palabras unas con otras. Por lo tanto, nuestra exégesis misma debe comenzar con un estudio de las palabras y la gramática, los dos fundamentos de todo discurso significativo.»
2. Ésta es, en realidad, una cita que Pentecost hace del Prof. Ramm. Me atrevo a añadir que, en lo tocante a la profecía, el sentido literal puede tener varios niveles superpuestos (dos, y hasta tres), como lo demuestra el uso que la propia Biblia hace de algunos pasajes (v., por ejemplo, Jl. 2:28–32, comp. con Mt. 24:29; Mr. 13:24, 25; Lc. 21:25; Hch. 2:17–21; Ap. 6:12, 13).
3. Refiriéndose en particular a las reglas de interpretación de la profecía, dice más adelante el Dr. Pentecost (ob. cit., págs. 46–50): «A Interprete literalmente. B. Interprete de acuerdo con la armonía de la profecía. C. Observe la perspectiva de la profecía. D. Observe las relaciones del tiempo. E. Interprete la profecía según la cristología. F. Interprete históricamente. G. Interprete gramaticalmente. H. Interprete de acuerdo con la ley del doble cumplimiento. I. Interprete consecuentemente». No me extiendo en detallar lo que, bajo dichos epígrafes, explica el Dr. Pentecost, a fin de animar a mis lectores a que hagan lo posible para obtener dicho libro.
4. Todavía creo oportuna otra introducción que sirva para aclarar un punto importante de la porción que vamos a estudiar (cap. 13): Estamos entrando aquí en el período de los segundos tres años y medio de la Gran Tribulación, durante los cuales el Anticristo va a ejercer, en toda su plenitud, su autoridad y su poder sobre los reinos de la tierra. Por consiguiente, recomiendo a los lectores que repasen el comentario a 2 Tesalonicenses 2:3–12, con lo que se adquiere una descripción más plena del Anticristo que vamos a ver en el presente capítulo, versículos 1–10.
5. Pasando ya al comentario detallado del capítulo 13, veamos primeramente la descripción que del Anticristo nos hacen los versículos 1–3: «Y el dragón se puso de pie sobre la arena del mar. Y vi una bestia que salía del mar. Tenía diez cuernos y siete cabezas, con diez coronas en sus cuernos, y sobre cada cabeza un título blasfemo. Esta bestia que yo vi era semejante a un leopardo, pero sus patas eran como las de un oso, y su boca como la de un león. El dragón le dio a la bestia su poder, su trono y una gran autoridad. Una de las cabezas de la bestia parecía haber sufrido una herida mortal, pero la herida mortal había sido curada. El mundo entero estaba asombrado y seguía a la bestia fascinado» (NVI).
(A) Ya dijimos al final del comentario al capítulo 12 que, según aparece en el texto crítico del original, la primera parte del versículo 1 del presente capítulo 13 forma un versículo aparte, el versículo 18 del capítulo 12. Sin embargo, lo mismo la NVI que nuestra Reina-Valera y otras versiones lo ponen al comienzo del versículo que vamos a comentar.
(B) ¿Qué significa lo de que la bestia que Juan vio ahora «salía (gr. subía) del mar»? Ya dijimos que el mar, como «abismo» (11:7), era en el Antiguo Testamento el lugar de los monstruos marinos, especialmente del Leviatán, mientras que el monstruo de la tierra era Behemot (v. Job 41:1 y 40:15 respectivamente—en el hebreo—). Los comentaristas están de acuerdo en que aquí, según el lenguaje de la propia Biblia (por ej., Is. 17:12), el mar significa, como dice Swete (citado por W. Smith en ob. cit., pág. 1.512), «la superficie agitada de una humanidad no regenerada y, en especial, de la caldera en ebullición de la vida nacional y social de la que surgen los grandes movimientos históricos del mundo». Barchuk añade:
Los hombres enemigos de Dios son comparados con el mar turbulento (Is. 57:20) … Finalmente, en el mismo Apocalipsis, los pueblos, las multitudes, naciones y lenguas, son comparados a «las aguas», es decir, al mar (Ap. 17:1, 15). También en cuanto a las bestias, precursoras del anticristo, está escrito que éstas salieron del gran mar, aunque ellas tipifican a reyes que están en la tierra (Dn. 7:2, 3, 17).
Esta última cita nos da la oportunidad de decir que un buen estudio de la profecía de Daniel resulta muy provechoso para entender los capítulos más difíciles del Apocalipsis.
(C) La bestia que aquí se nos describe aparece con «diez cuernos y siete cabezas». En Daniel 7:7, la bestia más terrible de todas sale también del mar y también tiene diez cuernos, señal de poder absoluto, pero una sola cabeza, autoridad simple y limitada. Lo mismo que el dragón (v. 12:3), también el Anticristo tiene siete cabezas y diez cuernos, símbolos respectivamente de autoridad y de poder. Pero hay entre ambas bestias (el dragón y el Anticristo) una diferencia significativa: el dragón lleva las diademas sobre las cabezas, mientras que el Anticristo las lleva sobre los cuernos. Esto indica que la plenitud de la autoridad (para el mal) reside en Satanás, mientras que el Anticristo posee un poder de acción absoluto, pero prestado por Satanás, quien le dio al Anticristo «su poder, su trono y una gran autoridad» (v. 2b).
(D) Por lo que vemos en el presente capítulo y por lo que veremos en el capítulo 17, podemos anticipar ya que el dragón, es decir, Satanás, va a emplear, en sus malvados designios, tres agencias humanas: (a) el Anticristo, o bestia que sube ahora del mar (v. 1, comp. con 11:7), que le prestará al diablo sus manos y representará un poder mundano anticristiano; (b) El Falso Profeta, o bestia que sube de la tierra (v. 11), quien prestará al diablo su mente, y representa una cultura mundana anticristiana; (c) La Gran Ramera, sentada sobre el Anticristo (17:3), llamada también «Babilonia, la grande» (17:5, etc.), la cual le prestará al Anticristo su atractivo, y representará una seducción mundana.
(E) Los amilenialistas, tanto católicos como protestantes, andan perplejos sobre la identificación de esta Bestia. Unos piensan que se refiere a diez emperadores romanos, identificando a la Bestia con Nerón, Calígula o, más frecuentemente, Domiciano. Otros opinan que se trata de la dinastía seléucida, que contó con diez reyes a partir de Seleuco I, uno de los cuatro sucesores de Alejandro Magno; en este caso, el cuerno pequeño de Daniel 7:8 sería Antíoco IV Epífanes, quien intentó destruir el pueblo de Dios, su religión y su culto (v. 1 Mac. 1:43–56).
Es cierto que Daniel pudo ver en el primer plano de la perspectiva profética la persecución de Antíoco IV, que duró precisamente tres años y medio, por lo que, junto con la duración de la sequía en Israel en tiempo de Elías, se constituyó en el modelo de todo desastre nacional (partiendo en dos el número 7, símbolo de plenitud y perfección) y, a la vez, de desdicha llevadera por su corta duración. También es cierto que Daniel tuvo todavía más en cuenta el imperio romano, simbolizado en las piernas de hierro de la estatua de Nabucodonosor (Dn. 2:33, 40). Pero, en un plano más lejano de la perspectiva profética, tanto Daniel (en el caso de las 70 semanas), como Juan en Apocalipsis, vieron surgir, en un círculo que tiene su centro y capitalidad en Roma (la Babilonia de los caps. 17 y 18), diez naciones (los diez cuernos de la Bestia), de entre las cuales surgirá el Anticristo, y sobre las cuales ejercerá un control perfecto.
(F) El versículo 1 termina diciendo que la Bestia tenía sobre cada cabeza un título blasfemo (NVI). Parece ser que el emperador Domiciano, el que envió al exilio a Juan, fue el primero en arrogarse títulos divinos como Señor y Dios. Otros nombres que los emperadores romanos recibían o se daban a sí mismos eran «divino», «adorable», «hijo de Dios» y «salvador» (v. Bartina, ob. cit., pág. 736).
(G) El versículo 2 comienza diciendo: «Esta bestia que yo vi era semejante a un leopardo, pero sus patas eran como las de un oso, y su boca como la de un león» (NVI). Para entender este pasaje es preciso recurrir de nuevo al libro de Daniel:
(a) Al comparar Daniel 2:28–45 y 7:1–28, fácilmente deducimos que la cabeza de oro de la imagen se corresponde con el león, y significa el imperio babilónico. Dice sobre esto, entre otras cosas, Barchuk:
«En el Museo Británico se conservan figuras gigantescas de leones con alas de águilas y cabezas humanas, que representan a Nabucodonosor en su florecimiento y gloria … La combinación del rey de los animales y el rey de las aves resulta un cuadro que se ajusta para representar la grandeza del rey de Babilonia».
(b) En cuanto al oso, dice también Barchuk: «Como es la plata inferior en precio y belleza al oro, así también lo es el oso en su fuerza ante el león. Este oso representa a Medo-Persia, y es plata en la imagen. Ella se parece al oso, debido a que su victoria dependía, no de una astuta estrategia política, sino simplemente de su extraordinaria fuerza».
(c) El leopardo o pantera es el bronce en la imagen y representa a Grecia, especialmente tipificada en Alejandro Magno, quien con escaso ejército, pero perfectamente adiestrado, conquistó rápidamente todo el mundo civilizado de entonces, debido a su valentía y rapidez de maniobra, como el leopardo. Cuatro cabezas y cuatro alas son sus cuatro grandes generales, que, a su muerte, se repartieron su imperio.
(d) La bestia final, el hierro de la imagen, es la cuarta bestia «espantosa y terrible y en gran manera fuerte» de Daniel 7:7. Podemos asegurar que esta bestia representa al Anticristo de Apocalipsis 13:1 y ss., con la particularidad de que encarna en sí el conjunto de todas las demás: Tendrá la «astuta agilidad, la crueldad felina y el poder de camuflarse» (Bartina, ob. cit., pág. 736) del leopardo o pantera; la masiva potencia irresistible del oso (los pies); y su boca como la de un león, significa que será atrevido, fuerte, desgarrador y triturador. Comoquiera que el leopardo de Daniel tenia cuatro cabezas, esta bestia (conjunto de las cuatro) tiene también las cabezas de las otras tres bestias; en total, siete.
(H) En la segunda parte del versículo 2, vemos que el dragón (Satanás) le otorga a su hijo predilecto, el Anticristo, el poder, el trono y la autoridad, de la misma manera que Dios el Padre da a su hijo Unigénito, Jesucristo, el poder (Hch. 10:38), el trono (Ap. 3:21) y la autoridad (Jn. 17:2). Se ha dicho con razón que «el diablo es la mona—esto es, el imitador—de Dios». Tengamos en cuenta que, cuando Juan escribía esto, Domiciano se había proclamado a sí mismo Dios y Señor, obligando a sus súbditos a confesar: César es el Señor. Contra este grito blasfemo, los cristianos profesaban públicamente: Jesús es el Señor (v. 1 Co. 12:3). El conflicto era inevitable, porque «nadie puede servir a dos señores» (Mt. 6:24). Por eso fue tan terrible la persecución desencadenada por Domiciano. Y, ¿no se repite constantemente la misma alternativa para el creyente? Lo malo es que también hay modos incorrectos de entender la frase de Cristo, y pensar que ella nos dispensa de obedecer, en lo que es justo, a las autoridades humanas.
(I) El hecho de que esta bestia salga del mar denota, según Caird (ob. cit., págs. 161, 162), que es algo importado, mientras que lo que emerge de la tierra es nativo. Ya podemos aventurar algo sobre la identidad del Anticristo. Puesto que el mar, la muchedumbre de las aguas, es símbolo de las naciones alborotadas, lo más probable es que el Anticristo surja de entre las naciones, no de Israel. Sin afán de dogmatismos ni conjeturas aventuradas, es probable que tal personaje de tan siniestra catadura sea el que, en el tiempo de la Gran Tribulación, presida, gobierne y controle la Comunidad Europea.
(J) El versículo 3 nos dice que «una de las cabezas de la bestia parecía haber sufrido una herida mortal, pero la herida mortal había sido curada» (NVI). Cuentan que Domiciano tenía un parecido extraordinario con Nerón, con la diferencia de que Domiciano ostentaba una cicatriz en el rostro; de ahí que le llamaran «Nerón redivivo». Pero Juan no podía referirse, entre las cosas que habían de suceder después, a Domiciano, pues éste moría el año 96, poco más o menos cuando él escribía el libro del Apocalipsis. Mucho menos podía referirse a Nerón, quien había muerto el año 68, poco después del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo; menos aún, a Calígula, muerto el año 41. Los amilenialistas sufren aquí un grave error por negarse a ver la realidad. Lo más sensato es pensar que el futuro Anticristo será herido de muerte, pero sanará por obra de una intervención extraordinaria de Satanás y, con ello, causará el estupor de los inconversos, atrayendo hacia sí más y más partidarios. Además, con esta especie de «milagro», Satanás hará que el Anticristo se asemeje más todavía al Señor Jesucristo, muerto y resucitado. De este modo, como dice Barchuk (ob. cit., pág. 249), podrá «persuadir a los incrédulos, especialmente a los hebreos, de que el Anticristo es el Mesías».
6. En el versículo 4 vemos que, de la misma manera que Dios el Padre y el Cordero comparten el trono y la adoración (11:15 y ss., 22:1), así también vemos que los seguidores del Anticristo le adoran a él y, en especial, al dragón que le ha dado la autoridad (comp. con Mt. 28:18). Toda persona humana sirve a algún señor (Mt. 6:24; Ro. 6:12–23). Pablo dice que «el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos» (2 Co. 4:4), los cuales están siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire (Ef. 2:2). Pero ahora, en el período de la Gran Tribulación, este príncipe está en la tierra (12:9, 12 y ss.) y, por medio del Anticristo, su dominio y su poder se hacen palpables. Quien adore, sirva y obedezca al Anticristo, estará adorando, sirviendo y obedeciendo al diablo.
El grito de la humanidad rebelde (v. 4b): «¿Quién como la bestia?», está en marcado contraste con Éxodo 15:11: «¿Quién como tú, oh Jehová …?» (v. también Sal. 35:10). Pero, además, la frase referida ofrece, en hebreo, un notable parecido con la frase de signo contrario: «¿Quién como Dios?» (hebr. Mi kael ¡Miguel!) En efecto, es el arcángel Miguel el que aparece, a lo largo de la Palabra de Dios, como el gran campeón de la gloria de Dios, el gran defensor del pueblo de Dios, y el que cifra y compendia la lealtad de los ángeles buenos en su lucha con el diablo y sus huestes (Dn. 10:13, 20, 21; 12:1; Zac. 3:2; Jud. 9).
Este contraste llegará a su punto culminante durante el reinado del Anticristo, pero tiene ya su relevancia en la época presente, puesto que cada ser humano está ya sirviendo en uno de los dos ejércitos: el de Cristo (v. Ef. 6:12 y ss.) o el de Satanás (v. Ef. 2:2). Como dice Robert Dubarry (Pour faire connaissance avec un trésor caché, pág. 147): «Conscientemente o no, todos los hombres adoran, ya sea al Dios verdadero, ya sea a sus imitaciones. El valor de un culto se mide, pues, no por su fervor, sino por su objeto».
7. Después de describir el aspecto de la Bestia, Juan pasa a describir sus actividades (vv. 5–7). Dicen dichos versículos en la NVI: «A la bestia se le dio una boca para proferir palabras insolentes y blasfemias y se le concedió que ejerciese su autoridad durante cuarenta y dos meses. Abrió su boca para blasfemar de Dios y maldecir su nombre y su morada (lit. su tienda de campaña) y a los que viven en el cielo. Se le dio poder para guerrear (lit. se le dio hacer guerra) contra los fieles (lit. con los santos) y vencerles. Y se le concedió autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación».
(A) Ya dijo Juan en el versículo 2 que la boca del Anticristo era «como boca de león», atrevida, violenta y dañosa. «Se le dio» demuestra, como en muchos otros lugares de estos capítulos, que su poder se lo debe, sí, al dragón, pero, en último término, bajo la permisión de Dios, que rige y controla cuanto acontece en el Universo. Esto aparece más claro aún al final del versículo 5: «y se le concedió que ejerciese su autoridad durante cuarenta y dos meses» (NVI), pues eso indica claramente que es Dios quien pone límite de autoridad, poder y tiempo al dragón y a la bestia que actúa con el poder recibido del dragón. La boca de la bestia habla «grandes cosas» (lit.), es decir, frases arrogantes y altaneras, y «blasfemias», esto es, insultos horribles y calumnias contra Dios y todo lo sagrado.
(B) El versículo 6 especifica contra quiénes van dirigidas las blasfemias de la bestia: «contra Dios» en su persona y en su santuario, así como en los rescatados por Él del poder del diablo. En efecto, vemos que blasfema:
(a) Del nombre de Dios, es decir, de la misma naturaleza santa, poderosa y justiciera del Dios Trino.
(b) Del tabernáculo de Dios, en el cual está sentada ahora la bestia, es decir, el Anticristo (v. 2 Ts. 2:4). El original de 2 Tesalonicenses 2:4 dice, en el griego original, naón, santuario, pero Juan, excepcionalmente, no usa naón, porque este término corresponde más bien, en Apocalipsis, al santuario celeste (v. 7:15), sino skenén, tienda de campaña, para indicar el templo reconstruido en Jerusalén, ahora hollado por el Anticristo y sus secuaces. En este templo, y contra este templo, lanza la bestia sus palabras altaneras y blasfemas.
(c) También blasfema de los que viven en el cielo, esto es, de los ángeles y, especialmente, de la Iglesia que ya se encuentra allí, de la cautividad que le ha sido arrebatada al diablo (Ef. 4:8) y está ahora total y perfectamente redimida (v. Ro. 8:23). Esta actitud blasfema del Anticristo ya estaba prefigurada en Daniel 7:8, 20, 25; 11:36. No cabe duda de que la resurrección y ascensión gloriosa de los dos testigos (11:11, 12) habrá colmado el furor del dragón y de su principal agente, el Anticristo.
(C) La profecía de Daniel 7:21, 22 nos da la clave para entender de qué «santos» se nos habla en el versículo 7, y qué clase de victoria es la que el Anticristo consigue sobre ellos. Éste es un punto en que, por olvidar la referencia a Daniel, o por entenderla mal, los amilenialistas sufren graves equivocaciones, como R. Dubarry (ob. cit., pág. 148), quien piensa que se trata aquí de derrotas espirituales (¡!), y otros, como Grau, Caird, Bartina y Hendriksen, quienes opinan, no que se trate propiamente de derrotas espirituales, aunque advierten del peligro que ronda a los creyentes, sino de la persecución que la bestia realiza contra la Iglesia, y que aumenta considerablemente el número de mártires. Dice Bartina (ob. cit., pág. 738):
La bestia no perdona a nadie que no se le entregue en cuerpo y alma. A quien le resiste, lo aniquila. Pero estas persecuciones hacen víctimas sin abatir a la Iglesia. Más aún, por una paradoja divina, los vencidos en esta lid son los vencedores (20:4–6).
Ahora bien, por Daniel 7:21, vemos que los «santos» de aquí son «los santos del Altísimo» (Dn. 7:22), es decir, los qadishín Jehová, en favor de los cuales lucha el arcángel Miguel (Dn. 12:1). Son los judíos que han aceptado a su Mesías, pues ellos son los que van a reinar con Él (Dn. 7:22; Ap. 20:4, 5, a la luz de Ap. 12:17b) durante el Milenio, inmediatamente antes del cual van a resucitar los que cayeron muertos en la persecución desencadenada por el Anticristo. Por tanto, la victoria de éste no puede ser espiritual, sino física.
(D) Por el contrario (v. 7b), el Anticristo ejerce plena autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación, donde se ve el contraste con la multitud incontable de 7:9, también «de toda nación y tribus y pueblos y lenguas» (lit.), que no se han sometido a la autoridad del Anticristo y, por eso, se hallan delante de Dios con palmas de martirio y de victoria en las manos.
8. El versículo 8 necesita ser bien leído para poder ser bien entendido. El original griego ofrece un caso de hipérbaton, según Bullinger, o de pequeño paréntesis, en mi opinión. Su lectura (conforme se halla en la Reina-Valera 1977) debe ser la siguiente: «Y la adorarán (a la Bestia) todos los moradores de la tierra cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado».
(A) Quienes van a adorar a la Bestia son, pues, los inconversos que se muestran impenitentes y recalcitrantes durante esta segunda parte del período de la Gran Tribulación; en esta segunda parte, como ya vimos en otros lugares, no habrá ya convertidos; pasó el día de la gracia, y sólo queda el día de la ira.
(B) La redacción de 17:8, tan similar a la de 13:8, nos confirma que la lectura que la RV 1977 da del presente versículo es la única correcta.
(C) Efectivamente, los nombres de los elegidos están escritos en los cielos desde antes de la fundación del mundo, pues la elección de los santos se remonta a la eternidad en el consejo de Dios, mientras que el Cordero no fue inmolado, sino destinado, desde antes de la fundación del mundo, pues su inmolación se llevó a cabo en un día y año determinados de nuestra era, cuando fue manifestado en los últimos tiempos (v. 1 P. 1:19, 20).
(D) Tenemos en el original de este versículo 8 un dato muy interesante. El pronombre griego autón, que aparece al comienzo del versículo, es de género masculino, siendo así que el griego theríon, bestia, es neutro. Ello indica claramente que estamos ante una persona humana y, en concreto, ante un varón que encarna el poder bestial del Anticristo.
9. El versículo 9 repite una frase que no leíamos desde 3:22, e indica, como siempre, que se va a declarar algo sumamente importante y, por eso, se llama la atención de los oyentes (o lectores) para que presten atención a lo que va a decirse. Lo curioso es que el versículo siguiente no parece, a primera vista, expresar nada espectacular. Dicen así los versículos 9 y 10 en la NVI: «El que tenga oídos que escuche.
Quien está destinado a ir a la cautividad, a la cautividad irá.
Quien esté destinado a morir a espada, a espada será matado.
Esto pide constancia y fidelidad de parte de los creyentes» (lit. Aquí está la paciencia—gr. hupomoné—y la fe—o fidelidad—de los santos).
(A) El sentido del versículo 10, que confunde a muchos comentaristas, queda aclarado (en parte) por el verbo griego hupáguei, lleva. A primera vista, parece que se trata de una ley del talión en dos versiones similares. En tal caso, se parecería a la respuesta que Jesús dio a Pedro en Mateo 26:52. Pero esta explicación, como advierte Bartina (ob. cit., pág. 740), «rompe la marcha del pensamiento en el contexto». En efecto, ¿qué sentido tendría en este caso la última parte del versículo? Otros autores piensan, por la referencia de Jeremías 15:2; 43:11, que, a semejanza de Nabucodonosor, el Anticristo perseguirá a los creyentes y, en este caso, cada uno debe resignarse a sufrir la persecución que le está destinada, con lo que se mostrará la fe y la paciencia de los creyentes que perseveren. A la vista del texto griego, esta interpretación es insostenible, pues el original dice textualmente: «Si alguien (va) a la cautividad, va a la cautividad …». Sin embargo, la traducción de la NVI aclara mejor la elipsis del verbo
del primer miembro de las frases del versículo 10, y hace así que desaparezca la tautología de la versión literal que damos.
(B) Si Juan tenía presente aquí los referidos textos de Jeremías 15:2 y 43:11, lo cierto es que aquí cambia radicalmente el sentido y, por eso, la referencia a Jeremías 15:2 puede resultar desconcertante, pues lleva a la confusión. Sólo dos MSS refrendan la semejanza con Jeremías 15:2. No es precisamente la ley del talión lo que aquí se invoca, sino la necesidad que los creyentes (de todos los tiempos) tienen de ejercitar la paciencia (gr. hupomoné, el aguante ante circunstancias adversas) y la fidelidad, esto es, la fe (como actitud constante) en que Dios hará justicia con los perseguidores, castigándolos a su debido tiempo, por lo que deben dejar la venganza en manos de Dios (v. Ro. 12:19) y no ejercitar la violencia. Aunque Dubarry pueda estar equivocado en cuanto al contexto histórico del pasaje, sus palabras son valederas para toda época y para todos los creyentes, judíos o gentiles:
La «paciencia»—comenta Dubarry—, es decir, la aptitud para sufrir, y la «fe», es decir, la aptitud para gozar, deben constituir el doble testimonio de los santos durante toda la economía cristiana.
Y termina diciendo:
Nuestro texto subraya el carácter inevitable de las pruebas a las que el verdadero pueblo de Dios debe resignarse. Pero debemos leer también en él igualmente la lección de que «la paciencia y la fe de los santos» serán sostenidas por la seguridad de que a sus enemigos les llegará el turno de sufrir el mismo tormento que ellos habrán infligido a la inocencia cristiana.
Versículos 11–18
Vemos surgir una tercera bestia. Ésta surge de la tierra, lo que, en la fraseología de la Biblia, significa que va a salir de la propia Palestina judía. Veremos primero (v. 11) su descripción; después (vv. 12–17), sus actividades; finalmente (v. 18), el número de la bestia segunda, es decir, del Anticristo.
1. Dice el versículo 11 en la NVI: «Después vi otra bestia que salía de la tierra. Tenía dos cuernos como los de un cordero, pero hablaba como un dragón».
(A) Como ya dijimos, es probable que esta tercera bestia proceda del propio pueblo judío, aunque no se puede dogmatizar en este punto, como en otros muchos del Apocalipsis.
(B) Lo de los «dos cuernos» parece una referencia a Daniel 8:3, aunque en Daniel tenemos un carnero, no un cordero. La descripción de esta bestia en apariencia de «cordero» significa que asume unas funciones que requieren y manifiestan mansedumbre, lo cual es propio del sacerdote o del profeta. En efecto, en 19:20 se le llama «el falso profeta». Sin embargo, su palabra violenta y engañadora traiciona sus apariencias de mansedumbre. Dice Bartina (ob. cit., pág. 741): «Se revela su ser en el hablar, como los corderos-lobos se conocen por su actuar (Mt. 7:15)».
(C) Así como la primera bestia, el Anticristo, ofrecía al dragón sus manos, con las que obraba en virtud del poder que el dragón le confería, esta otra bestia ofrece al diablo su mente y su lengua, puesto que va a ser el propagandista cultural y milagrero del Anticristo. No se trata de «un demonio», como opina Barchuk (ob. cit., pág. 256), sino de un personaje siniestro, con un grandísimo poder de persuasión, capaz de engañar a todo el que no tenga en su frente la señal del Cordero.
(D) Considerando la descripción que el Apocalipsis nos hace del dragón, del Anticristo y del falso profeta, tenemos una especie de «trinidad maléfica», que imita, pero volviendo hacia el mal todo lo que Dios hace para el bien, a la verdadera Santa Trinidad. Dice Barchuk:
Queriendo imitar a Dios, Satanás creará su «trinidad» diabólica: La serpiente, el padre; el anticristo, como hijo; y, finalmente, el profeta falso, como espíritu (Ap. 16:13). El anticristo en gran manera estará imitando a Cristo, lo mismo que hará el profeta falso en la imitación del Espíritu Santo. Sus cuernos como de un cordero deben testificar que él es inofensivo, ni siquiera es una mala bestia sino manso como la paloma, que simboliza al Espíritu Santo. Pero esta bestia, aparentemente inocente, hablaba como un dragón y hacía todo aquello que favorecía al anticristo. Queda claro que esta unión y concordia han sido planeadas. Esta otra bestia tenía poder y autoridad de la misma manera que la bestia primera, pero, siguiendo e imitando al Espíritu Santo, no buscará su propia gloria, sino la del anticristo (Ap. 13:12; Jn. 16:14). Ésta tratará de confirmar el milagro de la sanidad de la herida del anticristo (como el Espíritu Santo, en Pentecostés, vindicando a Cristo. El paréntesis es mío). Estará dando vida a objetos muertos, asemejándose al Espíritu Santo vivificante (Ap. 13:15). Estará, además, sellando a los seguidores del anticristo, como lo hace el Espíritu Santo con los seguidores de Cristo (Ap. 13:16; Ef. 1:13). Aun su mismo nombre de «profeta», aunque falso, respalda nuestro pensamiento, porque los profetas eran inspirados por el Espíritu Santo (2 P. 1:21).
2. Los versículos 12–17 nos describen las actividades del falso profeta: (A) En la persuasión que ejerce para que los moradores de la tierra adoren al Anticristo (vv. 12, 13); (B) En la persuasión que ejerce para que los moradores de la tierra fabriquen una imagen del Anticristo a la cual él mismo dará soplo de vida (vv. 14, 15); (C) En el control total sobre la economía mundial, haciendo que solamente puedan comprar y vender quienes lleven impresa la marca (en la mano derecha o en la frente), que él mismo se encargará de producir y conferir.
(A) Dicen los versículos 12 y 13 en la NVI: «Ejercitó toda la autoridad de la primera bestia en nombre de ella, e hizo que la tierra y sus habitantes adorasen a la primera bestia, cuya herida mortal había sido curada. Y obraba grandes y milagrosas señales, incluso el hacer caer fuego del cielo a la vista de los hombres».
(a) El versículo 12 nos describe la siniestra obra del falso profeta, al inducir a los moradores de la tierra, es decir, a los inconversos, a que adoren al Anticristo, en virtud de cuyo poder, y en cuya presencia, el falso profeta obra todo cuanto lleva a cabo, de la misma manera que el propio Anticristo recibe todo su poder del dragón, es decir, de Satanás.
(b) Por el versículo 13 vemos que, de la misma manera que el Bautista, «con el espíritu y el poder de Elías» (Lc. 1:17), había de ir delante del Señor, para prepararle el camino de su Primera Venida, así también, para imitar una vez más a Dios, el Anticristo dará poder (siempre con la permisión divina) al falso profeta, para que haga «grandes señales» (lit.), es decir, falsos milagros, pero muy espectaculares, incluyendo el hacer «descender fuego del cielo a la tierra a la vista de los hombres», exactamente a imitación de Elías, cuando rebatió a los sacerdotes de Baal, haciendo bajar fuego del cielo sobre el sacrificio ofrecido al Dios verdadero (v. 1 R. 18:38) y cuando aniquiló a los enemigos de Jehová (2 R. 1:10, 12).
(B) Pasamos ahora a los versículos 14 y 15: «A causa de los prodigios que se le concedió poder realizar en nombre de la primera bestia, engañó a los habitantes de la tierra. Ordenó a los moradores de la tierra que hiciesen una estatua en honor de la bestia que había sido herida a espada y, con todo, estaba viva. Se le dio poder de infundir aliento de vida en la estatua de la primera bestia, para que incluso pudiese hablar y hacer que se diese muerte a cuantos rehusasen adorar la estatua» (NVI).
(a) Dos detalles destacan a primera vista en estos versículos: Primero, la constante repetición de la frase «los moradores de la tierra», con lo que no hay peligro de perder la identificación de estos
«moradores»: son siempre los inconversos, rebeldes a la Palabra de Dios y endurecidos en su impenitencia. Segundo, la también repetida frase «se le dio», a fin de poner de relieve, también inconfundiblemente, que todo ello se lleva a cabo con la permisión, y bajo el control, del Dios Omnipotente.
(b) En un tiempo en que los milagros sensibles, palpables, se van haciendo cada vez más raros, no sólo porque ya tenemos la Palabra de Dios, sino también porque la fe va decayendo (y lo hará todavía más, al tiempo próximo a la Segunda Venida. Ver Lucas 18:8. No hallamos hoy hombres con una fe como la de G. Muller), los portentos que esta Bestia (el falso profeta) llevará a cabo porque se le ha permitido, serán «señales», como siempre llama Juan a los milagros, señales tan «grandes», que inducirán a error a grandes multitudes de inconversos, ya que éstos no tienen ni la Palabra de Dios con que replicar al falso profeta, ni el Espíritu de Dios para preservarles del engaño (v. 1 Jn. 2:20, 27).
(c) Por otra parte, no se concibe culto idolátrico sin imagen. Por eso, el falso profeta ordenará a los moradores de la tierra que le hagan una imagen (esto es, una estatua) a la bestia que tiene la herida de la espada (gr. makhaíres, daga o machete corto, como en Ef. 6:17 y He. 4:12) y continuó con vida (lit. y vivió; lo cual puede significar tanto la continuación de la vida—como aquí—cuanto la resurrección— como en 20:4, 5—). Notemos que el Anticristo, con el poder satánico que se le ha otorgado, recobrará la salud tras de haber recibido una «herida mortal» (v. 3); pero se trata de la recuperación extraordinaria de la salud, no de una resurrección, puesto que hasta ahí no llega el poder del diablo, ya que sólo Dios puede devolver la vida a un cadáver.
(d) El versículo 15 nos refiere otro milagro, igualmente extraordinario, obrado por el falso profeta (siempre con el poder recibido del Anticristo, así como éste obra con el poder recibido del diablo, y el diablo, a su vez, obra con el permiso, y bajo el control, de Dios): Hacer que la estatua del Anticristo hablase y diese oráculos para hacer bien o para hacer daño. Dice Bartina (ob. cit., pág. 742):
Los antiguos gentiles de Grecia y Roma tenían gran fe en las estatuas parlantes. Alrededor del año 180 había en Tróade una de Nerilino que, a petición de los interesados, daba oráculos y curaba, según se decía. Se han hallado, en el área del mundo clásico, santuarios cuyas edículas principales tenían una disposición de ingeniosos tubos que llevaban a cámaras contiguas desde donde hablaban los sacerdotes paganos y producían la sensación de que eran voces de la estatua y de la divinidad.
(e) Pero no hay por qué remontarse a la antigüedad. Voy a referir lo que, en la revista Moody Magazine de marzo de 1974, anunció desde Bruselas el Dr. Handrik Eldman, jefe analista del Mercado Común Europeo. Decía él que iba a ser introducido en la sede del referido organismo un sistema de computadoras, a fin de restaurar el mundo, que se encuentra en un caos—según decía él mismo—. Y, efectivamente, en una reunión en que estaban presentes varios científicos, consejeros y líderes del Mercado Común Europeo, el Dr. Eldman presentó un invento fabuloso que él mismo designó con el nombre de «Bestia». La tal «Bestia» es una gigantesca computadora que ocupa tres pisos del edificio donde se hallan las instalaciones de la Administración General del Mercado Común.
(C) Algunos científicos están ya trabajando con esta computadora, y llevan a cabo un plan para alcanzar y controlar todas las posiciones del mundo. Lo que sigue del citado artículo en el Moody Magazine de marzo de 1974 pertenece a las actividades del Anticristo y de su falso profeta en el terreno de la economía mundial. Dicen los versículos 16 y 17 en la NVI: «También obligó a todos, chicos y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, a recibir una marca en su mano derecha o en su frente, de forma que nadie pudiese comprar ni vender, a no ser que llevase la marca, que es el nombre de la bestia o el número de su nombre».
(a) Según la citada revista, y a los efectos de controlar a los que, bajo el imperio del Anticristo, podrán efectuar toda clase de transacciones comerciales, será necesario poner un número a todos los moradores de la tierra. La computadora referida distribuirá a cada individuo un número invisible. El número será tatuado en la frente y en la mano derecha, y este sistema acabará por completo con todas las tarjetas de crédito que utilizan actualmente los clientes de los bancos.
(b) Cuando alguien intente comprar o vender, tendrá que presentarse primero en uno de los bancos equipados al efecto con este sistema; allí le inspeccionarán el número, y todo el que no tenga tatuado el número no podrá comprar ni vender. El Dr. Eldman añadió que este número será impreso en las personas por medio de rayos láser y que, para este sistema numérico, tendrá que ser usado, delante de la cifra individual, el número 666. De esta forma, una sola persona podrá manejar con la punta de los dedos todos los números de los habitantes de la tierra. Ello proporcionará la mayor palanca—según él—para la solución de los problemas de la humanidad, y podrá llegar a ser, bien un instrumento para la paz, bien una potentísima arma para un «dictador».
(c) Que dicho número 666 ya es empleado por algunas firmas comerciales es un hecho que nadie puede negar. El que esto escribe lo ha visto en la suela de cierta clase de zapatos. Por otra parte, en casi todos los productos modernos, y en orden a su clasificación minuciosa, puede el lector ver un conjunto de líneas verticales, más o menos gruesas, que equivalen a los números que figuran inmediatamente debajo de ellas; pero hay tres líneas dobles, más largas que las demás, que se repiten al principio, al medio y al final, y cuyo número no figura debajo de ellas. Compare el lector dichas líneas con otras que puedan aparecer en la misma etiqueta del producto, y se percatará de que son 666.
(d) Ya W. Newell, que murió el año 1956, estaba enterado de esto. Dice así (ob. cit., pág. 205):
Es alarmante ver, en nuestros mismos días, el número seiscientos sesenta y seis usado descaradamente para anunciar productos comerciales. Un comercialismo sin Dios constituirá la torrentera final que se precipite por entre las esclusas del diablo, para ser domeñada y gobernada por la Bestia y por su Profeta, a fin de controlar a todos los hombres. La probabilidad matemática de que el número seiscientos sesenta y seis haya sido seleccionado por casualidad en dichos anuncios es demasiado remota para ser tenida en consideración.
(e) Por su parte, Paul Henri Spaak (1899–1972), uno de los fundadores del Mercado Común Europeo (1948) y secretario general de la NATO desde 1957 hasta 1961, dijo en un famoso discurso:
Nosotros no queremos ya más comités; tenemos ya demasiados comités. Lo que nosotros necesitamos es contar con un hombre que posea la suficiente estatura para coligar a todas las demás personas y que nos saque de esta triste crisis económica en la que estamos a punto de hundirnos. ¡Mandadnos a ese hombre! Lo vamos a recibir, lo mismo si viene de Dios como si viene del diablo.
(f) Pues, sí, lo más probable es que, de acuerdo con Apocalipsis 13:16, 17, lo reciban, no de Dios, sino del diablo, por medio de su principal agente, el Anticristo. No es prudente dogmatizar, pero los signos de los tiempos nos están indicando que se aproxima rápidamente una quiebra general de la economía mundial, de tal calibre que la intervención del príncipe de este mundo, mediante su agente principal, el Anticristo, no se hará de esperar. Las dificultades para comprar y vender por parte de quienes no tengan tatuada la marca (gr. kháragma, señal impresa) de la Bestia afectarán primeramente a las empresas comerciales, para terminar afectando también a todos los individuos.
(g) El panorama de persecución, ostracismo y dificultad económica con que se verán confrontados los creyentes de aquellos días será pavoroso, y probará suficientemente los quilates de su fe. Los falsos profesantes no tendrán entonces cabida en los grupos de verdaderos creyentes que hayan sobrevivido en la clandestinidad, porque el precio o el costo del testimonio será demasiado alto para ellos.
(D) Seguramente, habrá entre mis lectores de opinión fuertemente premilenialista y pretribulacionista muchos que dirán: «¡Eso no cuenta para mí ni para los míos!» A este respecto, quiero hacer dos importantes observaciones:
(a) No se olvide que estamos hablando de «opiniones», por muy respetables que sean y por muy respaldadas que las creamos por la Palabra de Dios. Que habrá un reino mesiánico milenario es, en mi opinión, cosa segura, pues está respaldada, no sólo por lo que vemos en el Apocalipsis, sino también por lo que vemos en todos los escritos proféticos del Antiguo Testamento. Que la Iglesia habrá sido arrebatada antes del Milenio, parece también cosa segura, aunque no se puede afirmar con la misma seguridad que el hecho del futuro reino milenario. Que la Iglesia será arrebatada antes de la Gran Tribulación y, por tanto, sin pasar por ella, es algo que sostengo como lo más probable, pero no lo puedo afirmar con la misma seguridad que las dos proposiciones anteriores. Si lo hiciese, me tendría a mí mismo por «fanático», algo que no cuadra con mi carácter personal.
(b) Segunda observación, y todavía más importante que la primera: Es sumamente necesario que cada lector se examine seriamente a sí mismo («por sus frutos los conoceréis»—dijo el Maestro en Mt. 7:16, 20—) para ver si es o no un verdadero creyente, nacido de nuevo. Es cierto que todo cristiano sincero puede disfrutar de paz, alegría y consuelo al leer u oír aquellas palabras del Señor Jesús en Lucas 21:28:
«Cuando empiecen a ocurrir estas cosas, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención» (NVI. Comp. con Ro. 8:23). En este caso, no tienes que temer, ocurra lo que ocurra (v. Ro. 8:28). Pero la urgente y quemante pregunta es: ¿Puedo decir sinceramente, con los frutos a la vista, que soy un «nacido de nuevo»? ¿Muestro en mi conducta el horror al pecado y el verdadero amor a Dios y a mis hermanos? ¿Soy un cristiano carnal, con motivos suficientes para dudar de mi salvación por falta de dedicación al Señor o por sobra de amor a las cosas terrenales? ¡Lector amigo! Estamos ante un asunto muy solemne.
3. En el versículo 17, ya se hace referencia al «número de su nombre» (de la Bestia, esto es, del Anticristo). El versículo 18 lo declara con más detalles: «Esto requiere sabiduría. El que tenga ingenio (lit. mente. Gr. noún), calcule el número de la bestia, pues es cifra de hombre. Su cifra es 666» (NVI).
(A) Mucha tinta se ha vertido en la investigación del significado de la última frase del versículo, en la que se nos dice que el número de la Bestia, del Anticristo, esto es, la cifra que la representa, es 666. Se ofrecen dos métodos distintos de interpretación: (a) el simbólico y (b) el gemátrico.
(a) Hay autores, como W. Hendriksen, que tienen por segura la interpretación simbólica, según la cual, puesto que el 6 es en la Biblia el número del hombre (sin llegar al 7 que representa perfección), el 666 sólo significaría «fracaso más fracaso más fracaso», de modo que las tres bestias mencionadas hasta ahora, incluido el dragón, estarían abocadas a la derrota, por cuanto no pueden llegar al número de la perfección divina. Este método es demasiado simplista por dos razones: Primera, porque el versículo habla solamente del número de una Bestia que, por el contexto anterior, es ciertamente el Anticristo.
Segunda, porque el texto no dice que se trate del «número del hombre», ya que eso no encerraría ningún misterio como para necesitar de una especial «sabiduría»; el texto dice que es «número de un hombre».
(b) Entramos, pues, a examinar el otro método, el de la gematría, que consiste en sumar el valor numérico de las letras de un nombre determinado y dar el número resultante. Este método aparece con alguna frecuencia en inscripciones arqueológicas. Por ejemplo, en una de las inscripciones halladas en las ruinas de Pompeya se puede leer: «Amo a una cuyo nombre es 545». Igualmente encontramos este método en la cábala hebrea, así como en los oráculos sibilinos, hasta el punto de que en el volumen I, páginas 324 y ss. se hace una minuciosa investigación sobre el nombre de Jesús, y se saca la conclusión de que, en griego (Iesoús), suma 888. Asimismo, las letras que, en hebreo o arameo, forman las dos palabras: Nrwn Qsr (Néron Kaísar, pero sin vocales), suman 666. Pero, ¿de qué serviría la referencia a un emperador ya desaparecido en el momento en que Juan escribía el Apocalipsis? ¿Una especie de tipo del futuro Anticristo?
(B) Otra cuestión es si el Anticristo representa una persona o un sistema. Desde Lutero y Calvino hasta hoy, no han faltado, ni faltan, quienes han visto en el papado (no en un Papa determinado) el Anticristo. Esto supone un total desconocimiento del libro del Apocalipsis. Y ello también por dos razones: (a) Todas las expresiones que, en el Nuevo Testamento (especialmente, en el presente capítulo y en 2 Ts. 2:3–9), designan al Anticristo, se refieren claramente a una persona, no a un sistema o a una organización. (b) Es suficiente leer detenidamente el capítulo 17 del Apocalipsis para percatarse de que «la gran ramera», «la Babilonia» religiosa, escrupulosamente descrita por Juan en todos sus detalles, NO ES la Bestia (el Anticristo), sino que VA MONTADA sobre la Bestia y representa la «religión apóstata» con su centro en Roma, la ciudad de las siete colinas (v. 17:7, 9). Es la Gran Iglesia Ecuménica y Apóstata, dominada y controlada por el Vaticano, que habrá absorbido a todas las denominaciones infieles a la Palabra de Dios y aun a todas las religiones de la tierra que no tienen nada que ver con el cristianismo.
(C) En cuanto al nombre personal del Gran Malvado que sostendrá en pie la religión apóstata con centro en Roma, quizá lo conocían ya los fieles de Tesalónica del siglo I de nuestra era, pero se ve que pronto se perdió la memoria de tal nombre. Seguramente se conocerá, sin peligro de errar la identificación, cuando el propio Anticristo surja del anonimato y se presente de improviso en la vida sociopolítica de la humanidad de los últimos días.
El capítulo 13 nos dejó con un mal gusto de boca, pues los santos parecían allí estar bajo el signo de la derrota, pero el capítulo 14 se abre con datos más esperanzadores: I. Tenemos de nuevo al Cordero, ahora en Sion y con su escolta personal (vv. 1–5). II. Aparece luego en lo más alto del firmamento, esto es, en el cenit, un ángel que proclama el Evangelio eterno (vv. 6, 7). III. Aparece después en el mismo lugar otro ángel que anuncia anticipadamente la caída de la Gran Babilonia (v. 8). IV. Un tercer ángel, desde el mismo lugar, anuncia lo que les va a suceder a los adoradores de la Bestia (vv. 9–12). V. Como en una especie de paréntesis, anuncia Juan la bendición que les espera a los que, desde entonces en adelante, mueran en el Señor (v. 13). VI. Finalmente, tenemos el relato detallado de una cosecha especial (vv. 14–16) y de las uvas prestas a ser pisadas en el lagar de la ira de Dios (vv. 17–20).
Versículos 1–5
La nueva visión que en estos versículos se nos refiere «nos pone ante los ojos, como en una brillante hipotiposis, un cuadro de serenidad» (S. Bartina, ob. cit., pág. 748). Vemos primero (v. 1) los personajes en escena. Vemos después (vv. 2, 3) lo que hacían. Finalmente (v. 4, 5), se nos da una descripción metafórica del carácter de los que forman esta especie de escolta personal del Cordero.
1. Dice el versículo 1 en la NVI: «Luego miré, y allí estaba ante mis ojos el Cordero, de pie sobre el monte Sion, y con Él 144.000 que tenían su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes».
(A) En cuanto al «Cordero», sólo necesitamos fijarnos en el detalle de que «estaba de pie», como en 5:6, lo cual, en este contexto, no sólo significa que estaba vivo, después de haber estado muerto (comp. con 1:18), sino también, en mi opinión, como un general en jefe, rodeado de su Estado Mayor.
(B) En cuanto al «monte Sion», hay autores (Bruce, Ryrie, Grau, Hendriksen, W. Smith, etc.) que, a la vista de Hebreos 12:22, lo identifican con el cielo. Lo mismo sostiene Davidson, quien piensa que, probablemente, se hallan allí después de haber sufrido el martirio, y ve en 12:17 una indicación de ello. Sin embargo, otros autores (Bartina, Walvoord) tienen por seguro que se trata de la Sion terrenal, Jerusalén, aunque por diferentes razones. Dice Bartina (ob. cit., pág. 748): «En la literatura apocalíptica cundió la idea de que el Mesías tenía que reunir su comunidad conquistadora en el monte Sion. Aquí no se trata del Sion celeste, sino del terrestre». Por su parte, Walvoord aporta una razón muy fuerte: Estos 144.000 fueron sellados para ser protegidos de la persecución del Anticristo, y se hallan aquí en el monte Sion al comienzo del reino mesiánico milenario (v. ob. cit., pág. 214). La única dificultad contra esta opinión es que no parece cuadrar muy bien con el contexto posterior.
(C) Que los 144.000 son los mismos del capítulo 7 es admitido por casi todos los autores. W. Scott piensa que éstos del capítulo 14 pertenecen únicamente a la tribu de Judá. Qué fundamento tiene para ello, nadie lo sabe, especialmente cuando en el capítulo 7:5 hemos visto 12.000 sellados de dicha tribu.
(D) Se nos dice a continuación que «tenían escritos en la frente el nombre del Señor y el de su Padre». Como dice Walvoord (ob. cit., pág. 215), citando de Seiss, «su identificación con el Padre es la señal de que son judíos salvos; su identificación con el Cordero revela su salvación mediante la fe en Cristo». Personalmente opino, sin oponerme a lo anterior, que lo del nombre del Cordero quizá tenga que ver con lo de la piedrecita blanca de 2:17, mientras que el nombre del Padre podría estar conectado con el sellado de 7:3 y ss., e indicaría (probablemente con el hebreo le-Jehová) que «estaban bajo la posesión y protección especial de Dios» (Bartina, ob. cit., pág. 748).
2. En los versículos 2 y 3, vemos lo que hacían estos 144.000. Por su especial dificultad, preferimos dar aquí la versión literal de dichos versículos: «Y oí una voz procedente (gr. ek) del cielo, como voz de muchas aguas, y como voz de un gran trueno; y la voz que oí (era) como de arpistas que arpeaban con sus arpas. Y cantan un cántico nuevo (gr. kainén, reciente) ante la vista del trono, y ante la vista de los cuatro seres vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino los 144.000, los que habían sido rescatados (gr. egorasménoi, lit. comprados en la plaza del mercado. El verbo está en participio de pretérito perfecto medio-pasivo) de (gr. apó preposición de alejamiento) los hombres (es decir, de los moradores de la tierra)». Perdonen los lectores el neologismo «arpear» que traduce literalmente el original. «Arpear con el arpa» (mejor, con la cítara) es un semitismo, y por «arpa» hallamos kithára (de donde se deriva «guitarra»), el mismo vocablo de 5:8.
(A) Cuatro veces en un solo versículo sale el vocablo griego phoné, voz que, con el hebreo qol, admite gran número de sentidos. De ahí que nuestras versiones la traduzcan de distinta manera: «voz … sonido … estruendo», conforme lo exige el contexto.
(B) ¿Quiénes son los que tocan el arpa? Que son muchísimos, no cabe duda, puesto que Juan compara al estruendo de muchas aguas y al sonido estrepitoso de un gran trueno el volumen de la música que tocan los arpistas. Los que, como Walvoord, opinan que los 144.000 se hallan en el monte Sion de la tierra, al comienzo del reino milenario, se ven obligados a admitir una trasposición cronológica, en la que el cántico de los 144.000 en la Sion terrenal es como un eco retardado de la música que los arpistas tocan en el cielo en este momento.
(C) En mi opinión, los que tocan el arpa y cantan el cántico nuevo son los representados por los veinticuatro ancianos (comp. con 5:9); en otras palabras, la Iglesia arrebatada antes de la Gran Tribulación. Sería, pues, la Iglesia la que, al formar una orquesta y un coro de magnitud colosal, cantaría el nuevo cántico, «y el tema de este cantar de alabanza contendría muy probablemente, referidas a Dios como a fuente de todo bien, las peculiaridades que caracterizaban a los ciento cuarenta y cuatro mil» (Bartina, ob. cit., pág. 749).
(D) ¿Cómo han llegado al cielo (según la opinión más probable) los 144.000 que aquí se mencionan? Puesto que fueron sellados para ser preservados (7:3–8), no llevan palmas de martirio en las manos, y hacen escolta al Cordero en la Sion celestial (única vez que el vocablo «Sion» ocurre en Apocalipsis), lo más probable es que hayan sido trasladados al cielo sin experimentar la muerte física, para seguir haciendo escolta al Cordero durante el Milenio. La última frase del versículo 3 añade mucha fuerza a esta opinión.
3. En los versículos 4 y 5 se nos describen las principales características actuales de estos 144.000:
«Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, pues se conservaron puros. Ellos siguen al Cordero adondequiera que va. Fueron rescatados de entre los hombres y ofrecidos como primicias a Dios y al Cordero. No se halló ninguna mentira en sus bocas; son irreprochables» (NVI).
(A) A primera vista, parece como si estos 144.000 fuesen célibes, totalmente consagrados a Dios (comp. con 1 Co. 7:25–35). Así opina Newell (ob. cit., págs. 214–216). Pero es más probable que haya de tomarse en el mismo sentido de la «virgen» de 2 Corintios 11:2, 3, puesto que el matrimonio no contamina (v. He. 13:4). Dice W. M. Smith (ob. cit., pág. 1.513): «En ninguna parte de las Escrituras se menciona la virginidad como tal, o el celibato, como sinónimo de santidad o como algo que equipa especialmente a una persona para el servicio divino. La familia es una institución divina desde el comienzo de la Escritura». En efecto, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, los personajes que desempeñan los más elevados ministerios son recomendados como buenos esposos y padres de familia (v. por ej. 1 Ti. 3:2, 4, 5). La virginidad ha de tomarse, pues, en este texto, «con respecto a la pureza espiritual, esto es, no se han contaminado con el amor del mundo o con el compromiso con el mal, sino que se han conservado puros en una situación mundial que es moralmente sucia» (Walvoord, ob. cit., pág. 216). (V. también 2 R. 19:21; Is. 37:22; Jer. 18:13; 31:4, 21; Lm. 2:13; Am. 5:2).
(B) Lo de que «siguen al Cordero adondequiera que va», como escolta personal, tiene ya validez con respecto al tiempo inmediatamente anterior al Milenio, pero la afirmación se entiende prolépticamente de todo el reino mesiánico milenario, que se va a inaugurar poco después del final de la Gran Tribulación (v. el comentario a Dn. 12:11, 12).
(C) Lo de que «fueron rescatados (el mismo verbo del v. 3) de (la misma preposición del v. 3) los hombres», equivale (y explicita) al «rescatados de la tierra» del versículo 3. ¿En qué sentido son «primicias» estos 144.000? El vocablo «primicias» designa siempre, en la Biblia, los primeros frutos del comienzo de una cosecha (comp. con 1 Co. 15:23). Aquí «parece referirse … al comienzo del reino milenario. Los 144.000 son el núcleo piadoso de Israel que es la garantía de la redención de la nación, y la gloria de Israel que ha de manifestarse en el reino» (Walvoord, ob. cit., pág. 216).
(D) La última característica que se les atribuye (v. 5) es que «no se halló ninguna mentira en sus bocas; son irreprochables» (NVI). El vocablo «mentira» (gr. pseúdos) ha de tomarse en el sentido bíblico de una vida alejada de la verdad y, por tanto, falsa. De las diez veces que tal vocablo ocurre en el Nuevo Testamento, seis son de la pluma de Juan (aquí y en Jn. 8:44; 1 Jn. 2:21, 27; Ap. 21:27; 22:15). Basta examinar dichos textos para percatarse de su verdadero significado. De ahí, la conclusión: «son irreprochables» (gr. ámomoi, el mismo vocablo de Hebreos 9:14; 1 P. 1:19—aplicados a Cristo—, entre otros lugares). En los LXX, el vocablo ámomos es aplicado, por ejemplo, a las reses que habían de ofrecerse en sacrificio a Jehová (v. Lv. 1:3, 10 «sin defecto»). Si se aplica a seres humanos (exceptuando a Cristo), significa «sin tacha», no «sin pecado».
Versículos 6–7
Estos versículos nos presentan, dice Ryrie, «la última llamada de gracia de Dios al mundo antes del regreso de Cristo en juicio». Es un ángel quien la proclama: «Luego vi otro ángel que volaba por el cenit del firmamento, que llevaba el eterno mensaje de la Buena Noticia para anunciarlo a los que viven en la tierra—a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Decía con voz potente: “Reverenciad a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio. Adorad al que hizo los cielos, la tierra, el mar y las fuentes de agua”» (NVI).
1. La mención de «otro ángel» (v. 6) hace clara referencia a un ángel que ha sido mencionado anteriormente y del que éste es «otro» (gr. állon, otro de la misma serie). ¿A qué ángel, anterior a éste, se refiere aquí Juan? Lo más probable es que se refiera al de 11:15, ya que éste es el que toca la séptima y última trompeta, en cuya proclamación quedarán englobadas las siete copas de la ira de Dios, así como en el séptimo sello quedaron englobadas las proclamaciones de las siete trompetas. Así, pues, este ángel no es el mismo de 11:15, sino «otro». Recuérdese también que los capítulos 12 y 13 forman una especie de paréntesis en la secuencia cronológica del Apocalipsis.
2. El detalle (v. 6) de que «volaba por en medio del cielo» (lit.), esto es, por el cenit del firmamento, sirve para mostrar que se ha colocado en una posición desde la que todos los hombres del mundo puedan oírle.
3. En cuanto al «evangelio eterno» o «eterno mensaje de la Buena Noticia» que este ángel proclama, suele aplicarse por muchos predicadores a la salvación por gracia mediante la fe (Ef. 2:8) o a la fe en el Cristo muerto y resucitado (1 Co. 15:1–4). Tanto lo uno como lo otro están totalmente fuera del contexto actual. El Evangelio eterno que el ángel proclama está bien explícito en el versículo 7. Dice Walvoord (ob. cit., pág. 217):
El evangelio eterno no parece ser el evangelio de la gracia ni el evangelio del reino, sino más bien la buena noticia de que, por fin, Dios está a punto de tratar al mundo con justicia y establecer su soberanía sobre el mundo. Éste es un evangelio eterno en el sentido de que la justicia de Dios es eterna. Dios continuará por toda la eternidad manifestándose a Sí mismo en gracia para con los santos y en castigo para con los malvados. Referirse al evangelio de la gracia como a un evangelio eterno es ignorar el contexto y el uso del vocablo.
4. Hasta ahora, Juan se había referido a los inconversos llamándolos «los moradores de la tierra», con un verbo que indica gran apego al lugar donde se vive, pero aquí usa un verbo muy diferente (¡el mismo de Lc. 1:79!), pues dice que este evangelio eterno es proclamado «sobre los que están sentados sobre la tierra …» (lit.). Están sentados, pero no precisamente por rebeldía, sino por la oscuridad de la ignorancia del plan salvífico de Dios (comp. con Lc. 1:79).
5. Por eso, el contenido del mensaje, conforme lo vemos en el versículo 7, va claramente dirigido a los idólatras, incapaces todavía de conocer las profundidades del Evangelio de la gracia, pero a quienes se exhorta a reverenciar y reconocer al único Dios verdadero y adorarle como al único Creador del Universo. Contra la opinión de Bartina (ob. cit., pág. 752), este mensaje no se parece al de Jesús en Marcos 1:15 sino al de Pablo en Hechos 17:30.
6. El texto sagrado no dice si alguien (o muchos) escucha de corazón el mensaje y se convierte al Dios verdadero. Según dijimos en el comentario a 11:13, lo más probable es que nadie vaya a convertirse sinceramente a Dios en esta última parte del período de la Gran Tribulación.
Versículo 8
Aquí entra en escena otro ángel con otro anuncio: «Un segundo ángel le siguió y dijo: “¡Caída! ¡Caída está Babilonia la Grande, la que daba a todas las naciones de beber del vino embriagador de su fornicación!”» (NVI).
1. Aunque el texto sagrado no lo dice, se supone que también este ángel vuela por el cenit del firmamento, a fin de que todos puedan oír lo que va a proclamar. Teniendo en cuenta la importancia del mensaje que el primer ángel (vv. 6, 7) ha proclamado, es de esperar que también el mensaje de este otro ángel sea importante.
2. En efecto, el mensaje es importante y resume prolépticamente lo que veremos después en los capítulos 17 y 18, ya que allí se habla de la misma «Babilonia la Grande» (v. por ej. 17:5). El mensaje consta de tres puntos:
(A) Anuncia primeramente la caída de «Babilonia la Grande». Aun cuando aquí no se dan detalles, los capítulos 17 y 18 nos declaran que, en realidad, hay dos caídas: (a) En el capítulo 17, vemos la descripción y la caída de la Babilonia religiosa, «la Gran Ramera», cuando la amistad y el apoyo que el Anticristo le ha prestado al principio de la Gran Tribulación se conviertan en odio y persecución a muerte (17:16). (b) En el capítulo 18, contemplaremos la caída y destrucción de la Babilonia politicoeconómica.
(B) Especifica después el ángel que «Babilonia la Grande» tenía tratos con todas las naciones. Hay quienes opinan que, en este período, habrá sido reedificada la Babilonia literal que existió hace muchos siglos a orillas del Éufrates. Sin embargo, el texto sagrado de los capítulos 17 y 18 no deja lugar a dudas de que se trata de Roma, de la actual ciudad de Roma, no de ninguna otra ciudad. No se pierda de vista que Roma es: (a) El centro religioso del mayor poder, sobre las conciencias y los bolsillos, que existe en el mundo. Allí reside el Papa, tratado con las mayores muestras de veneración por todos los poderes políticos de la tierra (con muy escasas excepciones); (b) El centro del nuevo «Imperio» Europeo, desde donde el Anticristo va a dominar al mundo durante la Gran Tribulación.
(C) Se declara finalmente, bajo metáforas, la perversa actividad que la tal Babilonia (la Babilonia religiosa) ha llevado a cabo en su trato con todas las naciones. Dice textualmente el original: «… La que ha dado a beber a todas las naciones del (gr. ek) vino del furor de su fornicación». Opina Walvoord (ob. cit., pág. 218) que las últimas palabras del versículo «del vino del furor de su fornicación» habrían de desdoblarse en dos: «el vino de la ira de Dios» (v. 14:10) y «el vino de su fornicación» (v. 17:2), como si el versículo que tenemos delante propusiese una «abreviatura» (shortened expression) de los dos versículos citados. Contra esta interpretación se me ofrecen dos graves objeciones:
(a) El griego de este versículo no tiene orgués (ira), sino thumoú (genio, pasión, furor), con lo que el sentido obvio de la frase es, como traducen muchas versiones, «vino embriagador» (NVI) o «vino ardoroso» (Bartina), etc. (comp. con Jer. 25:15, 16). Esta es la expresión con que el texto sagrado da a entender la tremenda influencia, realmente seductora, embriagadora y estupefaciente, que el aparatoso fausto (ceremonias, vestiduras, alhajas, etc.) y la retórica de «oráculo espiritual» de los jefes del Vaticano ejercen sobre todas las naciones.
(b) La frase forma un todo completo, que no puede desdoblarse: Es el «vino embriagador de su fornicación». No cabe aquí ninguna alusión a la «ira de Dios», sino a la corrupción espiritual que la Babilonia religiosa, la Iglesia apóstata, ha ejercido en todos los países de la tierra, traficando con lo más sagrado y abusando de su poder politicotemporal para encadenar la conciencia de quienes se le someten.
Versículos 9–12
Aparece ahora un tercer ángel anunciando el castigo que les espera a los adoradores de la bestia, es decir, del Anticristo: «Un tercer ángel les siguió y decía con voz potente: “El que adore a la bestia y a su estatua, y reciba su marca en la frente o en la mano, beberá también del vino del furor de Dios, que ha sido escanciado sin rebajar en la copa de su ira. Será atormentado con azufre ardiente en presencia de los santos ángeles y del Cordero. Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. No hay descanso ni de día ni de noche para los que adoran a la bestia y a su estatua, ni para nadie que reciba la marca de su nombre”. Esto exige constancia de parte de los creyentes que guardan los mandamientos de Dios y permanecen fieles a Jesús (comp. con 12:17b)» (NVI).
1. Léase 13:14–17, para ver lo que les espera precisamente (v. 9) a los que se han sometido incondicionalmente al gobierno del Anticristo. Por una especie de ley del talión, los que han sido embriagados con el vino estupefaciente de la «Madre de las prostitutas» (17:5. NVI) van a recibir el vino de la copa de la ira de Dios (v. 10). Este vino es más fuerte que el de la Gran Ramera, porque está «sin rebajar» (lit. mezclado sin mezclar). Dice Bartina (ob. cit., pág. 754):
Antes de servir el vino en los banquetes de Grecia y Roma clásicas, lo vertían de los jarros en copas, donde lo mezclaban con otros vinos, con especias, o lo rebajaban con agua … Dar del vino fortísimo del furor de Dios, sin rebajarlo con agua de misericordia, es lo mismo que emborrachar de castigo fortísimo merecido a los que habían admitido el brebaje embriagante del meretricio de la Roma idolátrica.
Por supuesto, el jesuita Bartina no aplica esto a la Iglesia apóstata, sino a la Roma pagana de tiempos del apóstol Juan.
2. El castigo que se les impone, de parte de Dios, a los que se plegaron a las exigencias idolátricas del Anticristo y admitieron la corrupción espiritual de la Mujer montada sobre la Bestia, contiene cinco elementos que agravan considerablemente el dolor de los que van a ser así castigados:
(A) «Será atormentado». El verbo griego basanízo, que ocurre cinco veces en Apocalipsis (aquí y en 9:5; 11:10; 12:2 y 20:10, además de otras siete veces en el resto del Nuevo Testamento), indica ya de suyo algo duro de soportar. La singularización «si alguno …» (v. 9b) constituye una apelación al individuo, lo cual siempre produce mayor impacto que cuando la advertencia se dirige a un grupo o a la «masa», pues los que sufren suelen sentir una especie de alivio si ven sufrir también a otros, por aquello de «mal de muchos, consuelo de bobos».
(B) «Con azufre ardiente» es una expresión que nos recuerda el castigo de las ciudades de Pentápolis en Génesis 19:24, 28 (comp. con Is. 34:9 y ss. Jud. 7), pero el uso que hace de ella el Apocalipsis (19:20; 20:10, 14; 21:8; nos indica que estamos ante el terrible infierno eterno.
(C) «A la vista de los santos ángeles y a la vista del Cordero» (lit.) es una circunstancia que, en casos de bienaventuranza, serviría de mayor bendición, pero en el caso de los condenados al infierno, este juicio resulta más insoportable (comp. con 6:16, 17). Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.701): «¿No ha de resultar más aguda la angustia de ellos por la presencia misma de aquel a quien han negado con su apostasía?»
(D) Este castigo es eterno, pues durará por los siglos de los siglos (v. 11). El humo sube siempre que algo se está quemando más abajo, y el texto no dice «el humo de su fuego», sino «el humo de su tormento», con lo que se da a entender que el humo dura tanto como el tormento. Por tanto, si el humo sube por los siglos de los siglos es porque el tormento dura por los siglos de los siglos. Sólo el pensamiento de tan horrible y perpetuo tormento es ya espeluznante, pero, ¿no es así como el lector inconverso debe echarse a temblar y, tras de un temor saludable, acudir con fe y gratitud a los pies de la cruz? (comp. Mt. 10:28; Lc. 12:5).
(E) Lo insoportable de tal tormento se echa de ver también en la frase «y no tienen reposo día y noche» (v. 11b. Lit.). El tormento se abate sobre los condenados sin pausa alguna de día y de noche.
¿Cuántos días y cuántas noches? No tienen número, porque es «para siempre». Dice Walvoord (ob. cit., pág. 219):
La justicia de Dios es tan inexorable como es de infinito el amor de Dios. El amor de Dios no es libre para expresarse a los que han despreciado a Jesucristo. El tormento de éstos no es momentáneo, pues es descrito en el versículo 11 como continuando para siempre, literalmente «por los siglos de los siglos», la expresión más fuerte de eternidad de la que es capaz el griego. Para poner de relieve la idea de un continuo sufrimiento, se declara que no tienen reposo de día o de noche … Así como el culto de adoración a la bestia no es interrumpido mediante el arrepentimiento, así tampoco es interrumpido el tormento de ellos ahora que es demasiado tarde para arrepentirse. Cuán peligroso es para los hombres jugar con religiones falsas, que deshonran a la Palabra encarnada y contradicen a la Palabra escrita.
3. El versículo 12 se parece muchísimo a la última frase de 13:10, pero aquí se añade de estos «santos» que son «los que guardan (gr. teroúntes, en participio de presente continuativo. El verbo indica una observancia positiva) los mandamientos de Dios y la fe (o fidelidad) de Jesús» (lit.). Esta frase nos lleva a 12:17, y Davidson está en lo cierto (ob. cit., pág. 282) cuando afirma que, conforme a 6:9–11,
«son los judíos martirizados, debajo del altar, que claman para que Dios haga justicia». Estos judíos han sido objeto especial de la persecución del Anticristo y hasta de parte de la Iglesia apóstata. Es necesario tener en cuenta esto para comprender mejor algunas frases del versículo 13. V. el comentario a 12:17.
Versículo 13
Este versículo debe leerse en conexión con el anterior. Dice así en la NVI: «Luego oí una voz que salía del cielo y decía: “Escribe: Felices los muertos que mueren en el Señor desde ahora”. “Sí”, dice el Espíritu, “descansarán de sus fatigas, porque sus obras marchan a su lado con ellos”».
1. Como en el versículo 2 y en 10:4, 8; 11:12; 18:4 y 21:3, Juan oye una voz procedente del cielo, es decir, «una comunicación directa de parte de Dios, en contraste con la comunicación hecha mediante un ángel» (Walvoord, ob. cit., pág. 220).
2. La voz de Dios declara «dichosos» (gr. makárioi) a los que mueren cristianamente («en el Señor») desde ahora, de aquí en adelante. «La referencia, dice Walvoord en el mismo lugar, no es, en general, a todos los santos que mueren, sino, especialmente, a los que mueren en este período, esto es, como mártires de la fe». En efecto, además de ese «desde ahora» (gr. ap’ ’ árti), tenemos que el verbo «los que mueren» (lit.) está en participio de presente, lo cual fija claramente el tiempo como «desde ahora en adelante».
3. La frase «descansarán de sus fatigas» (gr. kópon, trabajo duro, con esfuerzo y fatiga) nos muestra, por una parte, la conexión con 6:11: «se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo» (lit.); y, por otra, nos muestra que lo de «fatigas» se refiere a los sufrimientos que han padecido por su constancia en mantener la fe de Jesús. Dice F. F. Bruce (ob. cit., pág. 1.701): «Los “trabajos” de los que descansan son los padecimientos que han aguantado, no las obras que han llevado a cabo».
4. La frase «porque sus obras marchan a su lado con ellos» (lit. siguen con—gr. metá, preposición de compañía—ellos) es muy interesante:
(A) Especifica primero que las obras a que se refiere el texto son, principalmente, la constancia con que han sufrido por obedecer a Dios antes que a los hombres, y la fidelidad que han guardado a su Salvador. El descanso que ahora se les ofrece es una recompensa, no a sus méritos, sino a las obras con que han manifestado la genuinidad de su fe (comp. con Ef. 2:10; Stg. 2:14 y ss.).
(B) Por eso, el texto no dice que sus obras «van por delante», como si exigiesen una recompensa al mérito, ni tampoco que «les siguen por detrás», como si tuviesen que esperar a que Dios les juzgue, sino que «les acompañan» como una buena escolta. Ciertamente, lo único que nos acompaña hasta la otra vida es aquello con que hemos enriquecido nuestro carácter espiritual («oro, plata, piedras preciosas …», 1 Co. 3:12).
Versículos 14–16
Estos versículos ponen ante nuestra vista el espectáculo de una recolección especial: «Miré, y allí había ante mis ojos una nube blanca; y sentado sobre la nube estaba uno “como un hijo de hombre”, con una corona de oro en su cabeza, y una hoz afilada en su mano. Entonces salió otro ángel del santuario y gritó con voz potente al que estaba sentado sobre la nube: “Toma tu hoz y siega, porque ha llegado el tiempo de segar, pues la cosecha de la tierra está madura” (lit. seca). Así pues, el que estaba sentado sobre la nube empuñó su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada» (NVI).
1. Ésta es la única vez que, en la Biblia, se habla de una nube blanca, para poner de relieve «la pureza absoluta del motivo y la perfecta justicia del juicio divino» (Davidson, ob. cit., pág. 287). Las múltiples referencias escriturales a la nube y al «Hijo del Hombre» nos dan, con toda certeza, la identificación de este personaje con el Señor Jesús (v. por ej. Éx. 16:10; 24:16; Dn. 7:13; Mt. 17:5; Ap. 1:13). Se presenta, pues, aquí a Jesucristo cuando se dispone a juzgar a los hombres impíos en cumplimiento de lo que Él mismo confesó ante Caifás (v. Mt. 26:64; Jn. 5:27–30).
2. Junto con la «nube blanca» se destaca también el detalle específico de la «hoz afilada» (gr. drépanon—vocablo del que se deriva «trepanación»—oxú—de donde procede «óxido»—). El adjetivo especifica que la hoz va a cortar «limpiamente», sin llevarse por delante el trigo, sino sólo la cizaña. Al comparar esta «hoz afilada» con la «espada afilada» (gr. rhomphaía oxeía de 1:16; 2:12; 19:15), dice Davidson (ob. cit., pág. 287): «La espada afilada era para dividir, separando del pecado a los pecadores y convirtiéndoles en santos. La hoz afilada es diferente, es un instrumento para cosechar, cortando limpiamente».
3. A pesar de los datos que identifican claramente al que está sentado sobre la nube (v. 14), hay algunos comentaristas (entre ellos, Bartina) que ven en él a un ángel, quizá por la aparente dificultad de que el Señor «reciba órdenes» de un ángel. Pero no se trata de recibir órdenes, sino un comunicado del Padre, por medio de un ángel, al Mediador y Juez de los hombres. Así lo entienden la mayoría de los autores (entre ellos, Bruce, Walvoord, Salguero, Davidson, Hendriksen, Grau). No se pierda de vista la dramatización con que el suceso se presenta ante los ojos del vidente. Es algo parecido al caso de un jornalero que le dice al amo de una finca: «Ya puedes comenzar la siega, pues la cosecha está a punto». Advierte Davidson a este respecto (ob. cit., págs. 288, 289):
«Se nos dan en la Palabra de Dios dos aspectos en cuanto a la cosecha madura. La cosecha para el Reino de Dios, y la cosecha para el reino de las tinieblas. Con respecto a la cosecha para el Reino de Dios, dijo el Señor Jesús: “¡Abrid vuestros ojos y mirad los campos! Ya están las mieses en sazón para la siega” (Jn. 4:35. NVI) … La segunda cosecha es la cosecha del reino de las tinieblas. Mientras que la cosecha para el Reino de Dios se está perdiendo por falta de obreros, la cosecha de las tinieblas está creciendo rápidamente. En el último medio siglo (Davidson escribía esto en 1969), aproximadamente la mitad de la raza humana ha caído bajo la influencia del comunismo ateo, y el líder ruso se jactó recientemente de que, en un espacio de otros siete años, todo el mundo estaría bajo el dominio comunista (Brezhnev resultó, en esto, muy mal profeta—el paréntesis es mío). Sea como sea, no puede negarse que el vicio y la perversidad van en aumento en todas partes. “Meted la hoz, porque la mies está ya madura. Venid a pisar, porque el lagar está lleno y rebosan las cubas; porque es mucha la maldad de ellos.
Multitudes y multitudes en el valle de la decisión porque cercano está el día de Jehová en el valle de la decisión” (Jl. 3:13, 14)».
4. Sin embargo, sería muy aventurado (a pesar de la opinión de algunos autores) asegurar que la cosecha de los versículos 15 y 16 se refiere a cosecha de los santos, y la vendimia de los versículos siguientes a vendimia de los impíos. Dice Alford (citado por Walvoord, ob. cit., pág. 222): «El texto mismo no nos dice qué es la primera cosecha. No hay en esta secuencia de profecías un suceso distintivo que presente claramente una cosecha de santos, y es, probablemente, preferible considerar la primera cosecha como los juicios en general que caracterizan el período este, y la segunda cosecha como la final que marca el clímax».
Versículos 17–20
En estos últimos versículos del capítulo 14 vemos a un ángel llevando a cabo la vendimia de los impíos: «Salió otro ángel del santuario (gr. naoú) que está en los cielos, y también él llevaba una hoz afilada. Todavía salió del altar otro ángel, que tenía a su cargo el fuego, y gritó con voz potente al que llevaba la hoz afilada: “Toma tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están maduras”. El ángel empuñó su hoz sobre la tierra, vendimió sus uvas y las echó en el gran lagar de la ira de Dios. Fueron pisadas en el lagar fuera de la ciudad, y salió sangre del lagar, subiendo hasta la altura de los frenos de los caballos en un espacio de 1.600 estadios”» (NVI).
1. Una vez que, según la interpretación más probable, se ha hecho la siega de la mies, y se ha echado al fuego la cizaña, después de recoger el trigo en el granero de Dios, conforme a Mateo 13:37–39, la escena cambia y ya no es el Hijo del Hombre quien arroja la hoz a las mieses, sino un ángel que salió del santuario, es decir, del Templo Celestial, en señal de que llevaba orden de Dios, pues salía del lugar de Su especial presencia.
2. A este ángel del versículo 17, otro ángel (v. 18) le comunica la orden de efectuar la vendimia de los racimos de la viña de la tierra, pues sus uvas están maduras (gr. ékmasan). El verbo griego da a entender que no sólo han madurado las uvas, sino que están a punto de reventar de tan maduras. De este segundo ángel del versículo 18 se nos dice que sale, no sólo del Templo, sino, específicamente, del altar, es decir, el único altar que se nos presenta en Apocalipsis y que es, primordialmente, el de los perfumes, ya que es de oro (8:3; 9:13), y en él está el fuego (8:5). Por eso vemos que este ángel «tenía a su cargo el fuego» (NVI. Lit. teniendo autoridad sobre el fuego). Bien podría, pues, ser el mismo ángel de 8:3 y ss. 3. El gran lagar de la ira de Dios (v. 19) al que son echadas las uvas después de la vendimia, así como el que pisa las uvas, son datos fácilmente identificables a la luz de Isaías 34:1–7; 63:1–6; Joel 3:9– 14, por una parte, y Apocalipsis 19:13–20, por otra. Tenemos aquí un dato muy interesante si comparamos los lugares del Antiguo Testamento con Apocalipsis 19:13–20, pues en Isaías y Joel es Jehová quien pisa las uvas, pero en Apocalipsis 19 es Jesucristo, el Verbo de Dios, quien lo hace.
4. Para poner de relieve la colosal carnicería de la batalla de Armagedón (16:16, comp. con 19:11– 21), el autor sagrado nos dice que la sangre llegó hasta la altura de los frenos de los caballos en un espacio de 1.600 estadios (NVI), esto es, de unos 320 kilómetros. ¿Ha de entenderse esta cifra en sentido literal? Así lo entienden, entre otros, Walvoord, Newell y Ryrie. En cambio, otros, como Hendriksen, Grau, Bruce y Davidson, prefieren una interpretación simbólica, teniendo en cuenta que 1.600 es el cuadrado de 40. Davidson lo explica con el mayor detalle (ob. cit., pág. 294): «Cuatro es el número simbólico de la tierra. Aquí está elevado al cuadrado para indicar algo completo, y multiplicado por mil para mostrar llenura y su enorme extensión, de modo que la expresión equivale a decir “mundial”». Personalmente opino que no hay por qué descartar la interpretación literal, aunque es posible que la altura de los frenos de los caballos no indique el nivel mismo al que subía la sangre, sino al que llegaban las salpicaduras producidas por los cascos de los caballos. Por supuesto, no es probable que una batalla futura se lleve a cabo con caballos literales. El hecho, sin embargo, puede ser literal a pesar de las metáforas. Dice Bartina (ob. cit., pág. 758, 759):
Un estadio equivale a 192 metros. Se ha notado que de Tiro, situada al norte de Palestina, hasta Wadi al-Aris, al sur, hay 1.664 estadios (300 km). En este caso se incluiría toda Palestina como símbolo de totalidad de un reino. Se ha visto también que 1.600 = 4 × 400, como si se indicarán los cuatro puntos cardinales.
Este breve capítulo (sólo 8 versículos) es una especie de introducción al cumplimiento de la proclamación de la séptima trompeta. Se divide en dos partes netamente distintas: I. Hay primero una nueva visión del cielo, en la que: 1. Siete ángeles se preparan a recibir las copas de la ira de Dios que después (cap. 16) será derramada sobre la tierra (v. 1); 2. mientras que los mártires procedentes de la persecución del Anticristo entonan un himno al Dios Omnipotente (vv. 2–4). II. Después de esto se abre el santuario celeste y los siete ángeles del v. 1 reciben las copas de oro, llenas de la ira de Dios (vv. 5–8).
Versículo 1
Dice este versículo en la NVI: «Vi en los cielos otra señal grande y admirable: siete ángeles con las siete últimas plagas—últimas, porque con ellas quedará aplacada la ira de Dios». En este versículo son de observar los siguientes detalles:
1. La serie final de las siete últimas plagas es introducida por lo que Juan llama «otra señal grande y admirable», es decir, que produce asombro y admiración por ser un «signo» de algo importante que se va a referir a continuación. Los términos «grande y admirable» solamente aparecen juntos, en el Nuevo Testamento, en este versículo y en el versículo 3. Esta señal es la tercera de la serie. La primera está en 12:1, y la segunda en 12:3, donde se compendia el imperio de Satanás mediante el Anticristo. Así tenemos que, a la primera señal, corresponde la visión de Israel (la mujer de 12:1); a la segunda, el imperio final mundial, bajo el control de Satanás y de su agente principal, el Anticristo; a la tercera, el juicio de Dios sobre el poder satánico, en general, y sobre el poder político del Anticristo. Siete veces (aquí y en 12:1, 3; 13:13, 14; 16:14 y 19:20) usa Juan, en Apocalipsis, el término griego semeíon, señal.
2. Antes de pasar adelante, permítasenos compendiar el contenido de los capítulos 15 y 16, a fin de darnos cuenta, no sólo de lo que sigue, sino también del lugar que, en el libro del Apocalipsis, ocupan dichos capítulos: Los capítulos 15 y 16 nos conducen a la consumación de los acontecimientos que desembocan en la Segunda Venida de Cristo, descrita en el capítulos 19. En el versículo 1 del presente capítulo se habla de las siete últimas plagas que precederán a dicha venida. Recordemos (de 6:1–17 y 8:1) que hay siete sellos. El séptimo sello (los sellos indican «revelación») incluye los acontecimientos de las siete trompetas (v. 8:1–9:21; 11:15–19). La séptima trompeta (las trompetas significan «proclamación») incluye las siete copas de ira del juicio de Dios (las copas designan «ejecución»). Es un crescendo dramático y dramatizado. Así que el séptimo sello del rollo que lleva en su mano el Cordero incluye todo lo que ha de suceder en los últimos días. Las secciones parentéticas (10:1–11:14; caps. 13 y 14; caps. 17– 19) no suponen ningún avance cronológico. Al capítulo 16 sigue inmediatamente el 19 en el desarrollo cronológico.
3. Dice Juan que vio en esta ocasión «siete ángeles con las siete últimas plagas». Se trata de un nuevo grupo de 7 ángeles, puesto que va sin artículo. Se usa igualmente el número de perfección (siete), lo mismo que para los otros siete ángeles, los siete sellos, las siete trompetas. Al decir «las últimas», indica que los otros dos grupos eran también plagas, es decir, juicios de Dios sobre un mundo perverso (v. 9:18, 20; 11:6; 13:3, 12, 14; 16:7–9; 18:8; 19:2; 22:18). Especifica Juan que las plagas que estos ángeles van a producir cuando derramen las copas de la ira de Dios serán las últimas, porque con ellas quedará aplacada (lit. cumplida; gr. etelésthe, en aoristo pasivo, de una vez por todas—es el mismo verbo de Juan 19:30, pero en distinto tiempo—), es decir, consumada, la ira de Dios, pues el resto impenitente de la humanidad, mencionado en 9:20, 21, va a ser castigado como se merece. El original usa el término thumós, furor, porque este juicio es la expresión actual de la ira (gr. orgué), la cual es un sentimiento permanente. El vocablo furor es así el máximo exponente de la fuerza de este juicio de Dios.
4. En la presentación que Juan hace, en el versículo 1, de los siete ángeles con las siete últimas plagas, el vidente se adelanta a lo que refiere después en el versículo 7, pues es, en realidad, entonces, después del himno de los mártires, cuando los siete ángeles reciben las anchas copas de oro llenas de la ira (de nuevo, thumoú, del furor) de Dios. La razón por la que Juan menciona eso en el versículo 1 es porque, al saber el cometido que a estos ángeles va a ser encomendado, le sirve como de epígrafe para este capítulo y para el siguiente.
Versículos 2–4
Luego de la presentación en escena de los siete ángeles, Juan ve el cielo centelleante de luz y, en él, a los mártires producidos por la persecución del Anticristo, y les oye cantar «el cántico de Moisés y el del Cordero»: Dicen así estos versículos en la NVI: «Y vi como un mar de vidrio, mezclado con fuego y, de pie junto a la orilla del mar, a los que habían salido victoriosos de la bestia, de su estatua y del número de su nombre. Tenían arpas de Dios y cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero:
Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso.
Justos y fieles son tus caminos, Rey de los siglos.
¿Quién no te temerá, Señor,
y no dará gloria a tu nombre? Porque sólo tú eres santo.
Todas las naciones vendrán y se prosternarán ante ti,
porque tus actos justos han quedado manifiestos».
1. Lo del «mar de vidrio», que ya vimos en 4:6, sirve para indicarnos la serenidad del cielo, donde no hay olas que se agiten como en los mares de la tierra. Aquí aparece «como … mezclado con fuego». Todos los símbolos están llenos de sentido: El mar refleja la gloria de Dios; en el capítulo 4:6 es
«semejante al cristal» (gr. hómoia krustállo), e indica la santidad de Dios; aquí está mezclado con fuego, porque simboliza el juicio divino que surge precisamente de las demandas de Su santidad. El hecho de que sus santos puedan sostenerse sobre él refleja la fidelidad de Dios en mantener a los Suyos allí a semejanza de Su carácter divino. Ironside sugiere que ese mar simboliza la Palabra de Dios con sus muchas y preciosas promesas (v. 2 P. 1:4). Por su parte, Bartina (ob. cit., pág. 760) hace la observación siguiente: «El pavimento del cielo (4:6) inmenso como mar y traslúcido como cristal, estaba mezclado con fuego (gr. memigménen purí). Se ha de tener presente que el gran mar del firmamento, visto por arriba, era el pavimento celeste, según los hebreos. Nunca hay olas en el azul del firmamento». Según el mismo autor, lo de mezclado con fuego no significa «rayos» ni «relámpagos», sino que equivale a centelleo, porque—dice él—: «Como en el cielo brillan las estrellas, lucían también por la otra parte».
2. El original dice que, de pie sobre el mar hialino (no, a la orilla), estaban los vencedores (en participio de presente, como si la procesión de vencedores no se hubiese acabado todavía). Obtenían esa victoria de (gr. ek, preposición de origen) la bestia y de su imagen y del número de su nombre (lit.), es decir, de las tres agencias de persecución mencionadas en el capítulo 13. Han sido martirizados por la Bestia a causa de su fidelidad (v. 13:1–10); su resurrección y su galardón aparecerán en 20:4–6.
3. El versículo 2 termina diciendo que «tenían arpas de Dios», es decir, conforme al uso de esta figura—un superlativo—en otros lugares, arpas de un número de cuerdas mucho mayor que el acostumbrado. Dice Bartina (ob. cit., pág. 760): «Al principio el kinnor poseía solamente tres o cuatro cuerdas. Más tarde tuvo éxito persistente el de siete. Luego llegó a tener ocho, diez e incluso quince. Por la cantidad de cuerdas se expresa la amplitud y calidad musical de la instrumentación y, por ende, el vuelo de la cantata (cf. 3:1; 5:6)». Nótese la ausencia de arpas en 7:9–17, lo cual indica ahora una posición privilegiada de los que han muerto por no adorar a la Bestia, etc.
4. Los versículos 3 y 4 nos hablan del cántico (o cánticos) que los mártires entonan, acompañándose de sus grandes arpas. No está claro si los cánticos son dos o tres o uno solo. Bartina se inclina por tres. Otros (entre ellos, Bruce, Davidson, etc.) opinan que son dos. Citando a Lee, W. Smith se inclina por uno solo. Dice así (ob. cit., pág. 1.514): «El cántico en que Moisés celebró la liberación de Egipto es renovado ahora y recibe su perfecto final cuando el pueblo de Dios es libertado definitivamente por el Cordero». Me inclino por la opinión de Bruce, quien aduce Éxodo 15:1–18; Deuteronomio 32:4, como reminiscencias recogidas aquí como cántico de Moisés (comp. Éx. 32:4 con Ap. 15:3), y Apocalipsis 5:12 como base para el cántico del Cordero. Nótese el epíteto «el siervo de Dios», que se aplica aquí a Moisés, conforme al título que Dios mismo le otorgó (v. Nm. 12:7; Jos. 1:1).
5. Con respecto al cántico mismo que nos ofrecen los versículos 3b–4, destacan los siguientes detalles:
(A) Además de los lugares citados como base de este nuevo «cántico de Moisés» (¿y del Cordero?), que son Éxodo 15:1–18 y Deuteronomio 32:3, 4, pueden verse también Salmos 86:9; 111:2; 139:14; Isaías 66:23; Jeremías 10:7 y Oseas 14:9.
(B) La expresión «grandes y admirables» con que comienza el cántico (v. 3b), sólo se halla aquí y en el versículo 1 (en singular) en todo el Nuevo Testamento, como ya indicamos anteriormente. Los dos vocablos se hallan dispersos en muchos otros lugares, pero sólo en Apocalipsis 15:1, 3 se hallan unidos.
(C) El cántico glorifica el poder, la justicia y la rectitud de los caminos de Dios y Su santidad incomparable, a la vez que anticipa la universalidad del culto que se le tributará durante el Milenio (v. 4). En el original faltan los verbos, pero el pensamiento parece ser de un tiempo presente con intención de futuro. Los caminos de Dios (Su conducta característica constante) son llamados aquí justos por su perfecta rectitud, y verdaderos (gr. alethinaí) por su fidelidad en cumplir sus promesas, aun cuando el término griego puede tener mayor amplitud: son genuinos, conforme a verdad, cual compete al que es la Verdad por esencia. Los mejores MSS terminan el versículo 3 con el epíteto «el Rey de las naciones», aunque son muchos también los MSS que dicen «de los siglos»; y unos pocos, «de los santos». No cabe duda, como hace notar Walvoord, que el primero cuadra mejor con el actual contexto de soberanía universal de Dios.
(D) En el versículo 4, la frase «pues (Tú) solo (eres) santo» (lit.) expresa el carácter esencialmente santo (gr. hósios, sagrado) de su persona y de todo lo que de Dios emana: propósitos, actividades, promesas, preceptos, etc. Lo de «tú solo eres santo» indica también que solamente Dios tiene en sí, esencialmente y como en su fuente, la santidad (comp. con Lc. 18; 19; Jn. 17:3; 1 Ti. 6:16). La interrogación con que comienza el versículo 4 da a entender que, aunque ahora (durante la Gran Tribulación) sean muchos los que no le temen ni le glorifican, se vislumbra un próximo futuro en que ello se cumplirá (comp. con 14:7; Jer. 10:7). El final mismo del versículo lo confirma (comp. con Sal. 2:8, 9; 24:1–10; 66:1–4; 72:8–11; 86:9; Is. 2:2–4; 9:6, 7; 66:18–23; Dn. 7:14; Sof. 2:11; Zac. 14:9). Por eso, se concluye con la manifestación de los justos juicios de Dios; de un Dios todopoderoso, recto, verdadero, santo, justo y digno de ser adorado. Hay quienes piensan que el gozo de los santos es no sólo porque la ira de Dios tiene su cumplimiento, sino también su acabamiento (v. 1).
Versículos 5–8
En estos versículos vemos de nuevo a los siete ángeles que nos fueron presentados en el versículo 1. Juan describe primero (vv. 5, 6) la apertura del santuario y el porte de los ángeles; luego (vv. 7, 8), el acto de entrega de las siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, en un escenario que realza la gloria del Señor por medio de una de sus más extraordinarias manifestaciones.
1. Dicen los versículos 5 y 6 en la NVI: «Después de esto miré y fue abierto en los cielos el santuario, esto es, el tabernáculo del testimonio. Del santuario salieron los siete ángeles con las siete plagas. Iban vestidos de lino puro y brillante e iban ceñidos con fajines de oro a la altura del pecho».
(A) Otra visión introductoria de los grandes e inminentes juicios de Dios. «Miré y fue abierto …».— expresión de algo dramático nuevo—: Se abre el Lugar Santísimo Celeste. Una vez más se menciona el santuario (naós, que, a diferencia de hierón, designa siempre el santuario propiamente dicho) en unas frases que nos recuerdan las de 11:19. Se equivoca W. Smith al afirmar que «ésta es la última vez que ocurre en este libro el vocablo que se traduce por santuario», ya que dicho vocablo vuelve a salir nada menos que siete veces más: en los versículos 6 y 8 (dos veces en el v. 8) de este capítulo 15, y en 16:1, 17; 21:22 (dos veces). En cambio, el vocablo skené, tabernáculo, sólo sale tres veces en todo el libro: aquí, en 13:6 y en 21:3. Lo de tabernáculo o tienda de campaña nos recuerda que «el primer templo que tuvo el pueblo de Israel fue la inmensa tienda de campaña, al estilo beduino, que acompañaba y presidía a los isrelitas en su camino por el desierto antes de entrar en la tierra prometida y después de la liberación de Egipto» (Bartina, ob. cit., pág. 762).
(B) Aunque, a diferencia de 11:19, aquí no se menciona el Arca del pacto, el texto dice «tabernáculo del testimonio», lo que, aun cuando hace referencia a toda la estructura, se refiere especialmente a la presencia, en el Arca, de las tablas de piedra con los diez mandamientos o Decálogo, puesto que el tabernáculo se llamaba «del testimonio» precisamente porque en él se guardaba el Arca del pacto, que contenía las tablas de la Ley, las cuales daban testimonio de la alianza pactada por Dios con su pueblo en el Sinaí. Caird hace notar que todo ello se asemeja al Éxodo triunfal—a través del mar Rojo—tras la última plaga, y la llegada al Sinaí, por lo que se pone de relieve en el versículo 5 el «tabernáculo del testimonio», que tenía las tablas de la Ley. En 11:19, a Juan le fue presentada el Arca; ahora, el Testimonio. Lo de «fue abierto», lo mismo aquí que en 11:19, es algo así como si se descorriera una cortina.
(C) Añade el texto sagrado (v. 6) que «del santuario salieron los siete ángeles (los ya conocidos del v. 1) con las siete plagas» (NVI). Sólo ellos—seres «santos»—pueden entrar, como el sumo sacerdote, en el Lugar Santísimo (comp. con Is. 6:1 y ss.). Aunque todavía no les han sido entregadas las copas que producirán las plagas, se dice que ya tienen (en participio de presente) las plagas (lit.), porque son ellos los comisionados para tal menester. Ya desde ahora tenemos gran cantidad de símbolos magníficos, pues el ambiente de santidad que los envuelve indica que salen para ejecutar los juicios que la santidad de Dios demanda.
(D) En efecto, el porte de estos ángeles es altamente significativo: (a) Van vestidos de lino puro (gr. katharón, limpio), lo que, como en 19:8, indica rectitud de conducta, como es propia de los ángeles santos, no caídos. Algunos MSS leen líthon, piedra (comp. con Ez. 28:13, acerca del ex querubín Lucifer) en lugar de línon, lino. Esta última lectura es mucho más probable, pues está mejor atestiguada. (b) No obstante, de estos ángeles no se dice que hayan blanqueado sus ropas en la sangre del Cordero, por cuanto la redención no tiene por objeto los ángeles, sino los hombres (v. He. 2:16). (c) El lino de sus vestiduras es brillante (gr. lamprón—de donde «lámpara»—), para designar el reflejo de la gloria de Dios, ante cuya presencia ministran y del que reciben las comisiones que llevan a cabo. (d) Los fajines de oro a la altura del pecho son símbolo de nobleza, como en 1:13, así como de pureza, ya que su función es sagrada como la de los sacerdotes.
2. Viene enseguida el acto de entrega de las siete copas anchas a los siete ángeles (vv. 7, 8):
«Entonces uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete anchas copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el santuario quedó lleno del humo que procedía de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el santuario hasta que quedasen cumplidas las siete plagas de los siete ángeles» (NVI).
(A) Con la entrega de las siete copas se simboliza la autorización que se otorga a los ángeles para que las usen conforme a los propósitos de Dios, que son aquí de juicio, pues están llenas del furor de Dios (lit.). El vocablo «llenas» da a entender la magnitud del juicio que Dios va a ejecutar sobre una humanidad rebelde e impenitente. El griego dice, una vez más, thumoú, furor—como explosión de la ira, más bien que la ira (gr. orgué) misma—. El furor es a la ira lo que la pasión es al sentimiento.
(B) Dos detalles más son dignos de consideración en el versículo 7: (a) El vocablo para «copas» es, en griego, fiálas. Phiále designa, no una copa corriente (como las de beber), sino más bien una especie de tazón ancho o lavafrutas. Dice Bartina (ob. cit., pág. 763): «La fiala o patera era una copa de cavidad ancha y poco profunda, sin asa ni pie. Se parece a nuestros boles o lavafrutas. Es evidente que se trata de utensilios sagrados para las funciones litúrgicas, como en el templo terrestre. Eran de oro y se mencionan repetidas veces en pasajes del Antiguo Testamento». (en los LXX). (b) Al mencionar a Dios, se añade:
«el que vive por los siglos de los siglos». Dice Walvoord (ob. cit., pág. 230): «El solemne recordatorio de que Dios vive por los siglos de los siglos confiere un matiz solemne a la ira que se va a derramar para ser infligida por los siglos de los siglos sobre los que perecen». Es, pues, indicación de un Dios eterno, cuya ira pende para siempre sobre los condenados a la muerte eterna.
(C) El versículo 8 nos ofrece una escena muy semejante a la que vemos en Éxodo 40:34, 35 (v. también 1 R. 8:10, 11; 2 Cr. 5:13, 14). Como en Isaías 6:1 («la orla de su manto»), el humo es sinónimo de la nube que manifestaba la gloria de la presencia de Dios o shekináh, pero es más apto que la nube para indicar que el acceso al tabernáculo era imposible, puesto que el humo sofoca la respiración humana. Es aquí símbolo de la indignación divina, la cual continuará hasta que se hayan cumplido las siete plagas que van a ser producidas por las siete copas anchas, y se haya aplacado con ello la ira de Dios—que no puede aplacarse ahora con oraciones ni súplicas—. Sólo entonces, con un Dios aplacado, quedará libre el acceso al santuario (comp. con He. 4:14–16).
Este capítulo contiene la ejecución de los juicios representados en las siete copas anchas, llenas del furor de Dios. Una por una se van vaciando las copas. I. Al derramar la primera copa, se produce una epidemia de úlceras malignas (vv. 1, 2). II. Al derramarse la segunda, el agua del mar se convierte en sangre como de cadáver (v. 3). III. Tras del derrame de la tercera, se convierten en sangre las aguas de los ríos y de las fuentes, lo cual provoca dos doxologías (vv. 4–7). IV. Al derramarse la cuarta copa, el sol recibe el poder de abrasar a los hombres, pero ellos continúan impenitentes (vv. 8, 9). V. Se derrama la quinta copa, y el mundo entero queda sumido en tinieblas. Lejos de arrepentirse, los hombres continúan maldiciendo a Dios (vv. 10, 11). VI. Se derrama la sexta copa, y se seca el Éufrates para dar paso a los invasores que vienen del lejano oriente (vv. 12–16). VII. Al derramarse la séptima copa, el cataclismo es monumental, después que la voz de Dios mismo anuncia que su ira se va a consumar (vv. 17–21).
Versículos 1–2
Estos versículos nos describen lo que ocurre al derramarse la primera copa de la ira de Dios:
«Entonces oí una voz potente que salía del santuario y les decía a los siete ángeles: Id y derramad las siete copas anchas de la ira de Dios sobre la tierra. Fue el primer ángel y derramó su copa sobre la tierra, y sobrevino una plaga de úlceras malignas y dolorosas a la gente que tenía la marca de la bestia y adoraba su estatua» (NVI).
1. Del fondo (gr. ek) del santuario, del trono de Dios, sale una gran voz (lit.). Diez veces sale en este capítulo el adjetivo mégas, grande. Hay gran semejanza en los objetos sobre los que se derrama el furor de la ira de Dios en las trompetas y en las copas: (A) la tierra; (B) el mar, (C) ríos y fuentes de aguas; (D) el sol; (E) las tinieblas; (F) el río Éufrates; (G) relámpagos, truenos, terremoto. La diferencia está en la intensidad, pues las trompetas afectan a una tercera parte, mientras que las copas afectan a la totalidad. Es como una rápida secuencia en que los juicios anunciados en la séptima trompeta se ejecutan en un breve período de tiempo al fin de la Gran Tribulación. Las cuatro primeras plagas son parecidas entre sí y nos recuerdan las del Éxodo. Una nueva diferencia, en éstas, es que las trompetas simbolizan las plagas anteriores a la salida de Egipto y van acompañadas de una llamada al arrepentimiento, mientras que las copas representan la sumersión de los egipcios en el mar Rojo. Las tres últimas tienen que ver: la quinta, con el destronamiento de la Bestia; la sexta, con la invasión de su imperio por las hordas diabólicas que proceden del oriente; y la séptima, con la destrucción de la capital, la Gran Babilonia. Que la voz que sale del santuario es la voz de Dios el Padre, lo confirma el versículo 17, donde el que dice «¡hecho está!» es, sin duda, Él.
2. Comienza (v. 2) la primera de las cuatro primeras plagas sobre los hombres marcados con la señal y el número de la Bestia (comp. con vv. 6, 9, 11, 21, para ver la perversidad de estos hombres). La plaga que esta copa de furor desencadena es semejante a la sexta plaga de Egipto (v. Éx. 9:8–12) y ataca a los malvados de los continentes, mientras que la primera trompeta había afectado a la tercera parte de los árboles y al césped (8:7). Aquí, la copa les produce a los hombres una úlcera maligna (gr. kakón) y dolorosa (gr. ponerón). Corresponde (en los LXX)—gr. hélkos—a lo de Éxodo 9:9–11 (sexta plaga egipcia, como dijimos antes). Recuérdese que la imagen de la Bestia fue erigida en la primera mitad de la última semana de Daniel (13:14–17). Sólo el pequeño y fiel remanente de 13:8 resiste y escapa del castigo. Dice Bartina (ob. cit., pág. 765): «Hay un justo talión, tantas veces observado, entre el tatuaje y la úlcera corpórea».
3. Hay todavía un detalle digno de notarse: Estos malvados que son castigados con la plaga de úlceras, son los mismos que, no sólo habían derramado la sangre de los santos y de los profetas (v. 6), sino que blasfemaban, una y otra vez (vv. 9, 11, 21), el nombre de Dios. En 13:1, 5, 6; 17:3, la blasfemia se atribuye a la Bestia o monstruo que emerge del mar, el Anticristo. Se ve, pues, que estos malvados, rebeldes e impenitentes, al llevar la marca indeleble de su amo (el «hijo de perdición»—v. 2 Ts. 2:3), se comportan tan perdidamente como él.
Versículo 3
En este versículo se describe el efecto producido por la segunda copa: «El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y el mar se convirtió en sangre como de un cadáver, y murió todo ser viviente que había en el mar» (NVI). Así como la primera copa es derramada sobre la tierra, la segunda lo es sobre el mar. La tercera será derramada sobre los ríos y las fuentes de agua dulce, y la cuarta sobre el aire, cubriendo así todo el entorno ecológico. Esta segunda plaga convierte en sangre las aguas del mar, pero es sangre como de cadáver, pereciendo así todo ser que vive en el mar. Puede advertirse la semejanza entre esta plaga y la de la segunda trompeta (8:8, 9), y es análoga a la primera plaga de Egipto (v. Éx. 7:20–25), que mató todos los peces del Nilo y contaminó toda agua potable. Es probable que no sea literalmente
«sangre», sino algo que corresponda en el color y contaminación, con un olor pestilente que obligará a la gente a marcharse lo más lejos posible de las costas. En las trompetas, el mar era el mar Mediterráneo, pero ahora muere toda alma de vida (lit. Gr. pasa psukhé zoés), pues la tierra es afectada universalmente; luego también los mares.
Versículos 4–7
Ahora vemos los efectos producidos por la tercera copa: «El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de agua, y se convirtieron en sangre. Entonces oí que decía el ángel a cuyo cargo estaban las aguas:
Justo eres en estos juicios
tú que eres y que eras, el Santo, por haber juzgado así;
porque derramaron la sangre de tus santos y profetas, y tú les has dado a beber sangre, como se merecen.
Y oí al altar que respondía:
Sí, Señor Dios Todopoderoso
fieles y justos son tus juicios» (NVI).
1. La plaga producida por la tercera copa lleva los efectos de la plaga anterior más lejos, extendiéndolos a las fuentes de aguas, esto es, a las aguas dulces manantes. Se parece, como la plaga anterior, a la primera de las plagas de Egipto. Es notable la sobriedad con que se describe esta plaga, como bien conocida. No se dice aquí (v. 4) que la sangre sea como la de un cadáver, pues no es necesario; el solo hecho de que precisamente las aguas potables (las de los ríos y las fuentes) se conviertan en sangre es ya suficiente para que no puedan beberse; en especial, si se tiene en cuenta la repugnancia de los judíos a beber sangre, dada la estricta prohibición de Dios.
2. El ángel que pronuncia la doxología de los versículos 5 y 6 es aquel a cuyo cargo estaban las aguas (NVI). El original dice textualmente: «el ángel de las aguas». Dice F. F. Bruce (ob. cit., pág. 1.702): «Los diversos elementos y fuerzas naturales están todos colocados bajo el control de sus apropiados ángeles en la literatura judía de este período; cf. los cuatro ángeles que controlaban los cuatro vientos en 7:1, y el ángel del fuego en 14:18». No aparecen aquí los dioses paganos Eolo ni Neptuno.
3. La referida doxología tiene semejanzas con la de 15:3, 4, pues en ambas se ensalzan la justicia y la santidad de Dios. Como en 11:17 (v. el comentario a dicho lugar), a lo de «tú que eres y que eras», no se añade «y que estás viniendo», porque, en realidad, ha llegado ya. No obstante, es posible que se ponga de relieve aquí la misma idea del «YO SOY» de Éxodo 3:14, 15 (v. 11:17, como contraste).
4. La misma ley del talión que hemos observado en la plaga producida por la primera copa puede observarse también aquí, pues se dice explícitamente que quienes derramaron la sangre de santos y profetas (lit.) reciben su merecido, pues sólo pueden beber sangre. «Son dignos», dice el griego; ya han recibido toda su recompensa: un baño de sangre. Los «santos» son los que han permanecido fieles hasta la muerte; los «profetas», los proclamadores del Evangelio. Llama a Dios (v. 5) justo (gr. díkaios) y santo (gr. hósios): santo moralmente, en sus juicios.
5. El altar celeste (v. 7), el único altar que Juan ve en el cielo, responde, como en un canto antifonal, a la doxología del ángel de las aguas, en forma parecida a la de un gran «¡Amén!» El original dice textualmente: «Y oí al altar que decía» (comp. con 6:9; 9:13). ¿De quién es la voz? Tanto 9:13 como Hebreos 13:10 parecerían indicar que es el Señor Jesucristo. Pero las palabras no son propias del Hijo de Dios. ¿Un ángel? ¿Y por qué no, en consonancia con 8:3, 4; 14:8, el altar mismo personificado, identificándose con las súplicas de los santos de 6:9? Así lo entienden Bruce, Grau y Bartina (y están en lo cierto), al apuntar a 6:9–11 para comprender la razón de esto. Dice Bruce: «¿Por qué el altar? Quizás porque fue testigo de la oración de los mártires de 6:10». En lo que se equivoca Bartina es en ver aquí (en 6:9–11) una petición de «pronta justicia para la liberación gloriosa de la Iglesia», ya que, en nuestra opinión, la Iglesia fue arrebatada antes del capítulo 4.
6. El himno, brevísimo, tiene tres partes: (A) «Sí, es cierto»; como si afirmase: «todo cuanto dice el ángel de las aguas es exacto y lo hacemos nuestro»; (B) «el Señor, el Dios, el Todopoderoso» (gr. kúrie ho Theós ho Pantokrátor), tres epítetos que equivalen a los hebreos Jehová Elohim Tsebaoth; (C) «tus castigos son fieles y justos» (lit. verdaderos y justos tus juicios).
Versículos 8–9
Viene ahora la cuarta plaga: «El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, y se le dio al sol el poder de abrasar a los hombres con fuego. Los hombres se tostaban con el intenso calor y maldecían el nombre de Dios, que tenía potestad (gr. exousían, autoridad) sobre estas plagas, pero rehusaron arrepentirse y darle gloria» (NVI).
1. Como ya hemos dicho en el comentario al versículo 3, aunque ahora se menciona solamente el sol, el autor sagrado contempla más bien el efecto atmosférico que se deriva de un aumento sobrenatural del calor del sol, como si se desvaneciera la función que la atmósfera cumple al filtrar el intenso calor que el sol produciría si sus rayos cayesen directamente sobre nuestro planeta sin la mediación de tal «filtro» (comp. con Sal. 11:6). Curiosamente, el efecto de la cuarta copa parece ser el contrario del producido por la cuarta trompeta (v. 8:12), pues entonces fue más bien el oscurecimiento de la luz solar lo que se produjo, no el aumento de su calor.
2. Los hombres (v. 9) se abrasan con el tremendo calor producido por esta plaga y reconocen que el castigo viene de Dios, pero lejos de «arrepentirse para darle gloria» (lit.), blasfeman de su nombre (comp. con Ro. 1:21). Son los mismos malvados de los versículos 2, 5 y 6. Ello implica que los buenos, los fieles creyentes (y los animales) no sufrirán esta plaga.
Versículos 10–11
Llegamos ya a la quinta plaga: «El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia, y su reino quedó sumido en tinieblas. Los hombres se mordían la lengua de dolor y maldecían al Dios de los cielos por causa de sus dolores y de sus llagas, pero rehusaron arrepentirse de sus maldades» (NVI)
1. Después de herir los cuatro elementos: tierra, mar, aguas debajo de la tierra y aire atmosférico, la ira de Dios se abate ahora sobre el trono de la Bestia. Al ser el Anticristo (la Bestia de 13:1 y ss.) el jefe del nuevo Imperio Romano (¿la Comunidad Europea?), el trono de la Bestia habrá de estar, naturalmente, en Roma (sin dogmatizar).
2. La plaga producida por esta quinta copa es parecida a la de la novena plaga de Egipto (v. Éx. 10:21–23), y sus efectos son un combinado de los producidos tras de los toques de las trompetas cuarta y quinta (8:12; 9:2). Pero hay un detalle que no debe perderse de vista: La oscuridad afecta únicamente al reino de la Bestia (comp. con Éx. 10:23b «mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones»).
3. La severidad del castigo y la magnitud del dolor se manifiestan en el morderse la lengua. Según Kittel (citado por Bartina, ob. cit., pág. 769), «morderse la lengua» es sinónimo de exasperación y alucinación. En todo caso, es corriente entre quienes sufren un dolor muy agudo, morder algo, y aun morderse a sí mismos (los labios, la lengua, los brazos), como si la producción de un dolor distinto aliviase el rigor del que se está padeciendo. El texto da a entender que la propia plaga de las tinieblas, y no sólo los dolores y úlceras producidos por las otras plagas, ocasiona un dolor agudo especial, por lo que algunos opinan que ese dolor podría ser producido por una ceguera purulenta y contagiosa, efecto, a su vez, de estas especiales tinieblas. Me parece más probable la opinión de Bruce, quien afirma (ob. cit., pág. 1.703): «Difícilmente por causa de la oscuridad, sino por causa del continuo dolor de la plaga anterior, agravado por las tinieblas».
4. Habrá observado el lector que, una y otra vez, se repite que los hombres no se arrepienten, sino que continúan blasfemando de Dios. «Las Escrituras—dice Walvoord (ob. cit., pág. 235)—refutan paladinamente la idea de que los malvados se arrepentirán enseguida cuando se vean confrontados con la amonestación de las catástrofes como juicio de Dios.» Es algo parecido a lo que le ocurría al Faraón con las plagas de Egipto: Una y otra vez se repite en el Éxodo la frase: «Y el corazón de Faraón se endureció» u otra similar (v. Éx. 7:13, 14, 22; 8:15, 19, 32; 9:7) hasta que llegamos (Éx. 9:12) a esta otra terrible frase: «Pero Jehová endureció el corazón de Farón». ¡Nótese que esto sucede después que el Faraón ha endurecido su propio corazón siete veces! De la misma manera, cuando la gracia de Dios cae una y otra vez sobre un inconverso, y no produce la bendición que debería producir, la gracia rechazada se torna juicio condenatorio (comp. con He. 6:8).
Versículos 12–16
La sexta copa va a producir efectos sumamente misteriosos, como misteriosa es, a primera vista, la advertencia del Señor en el versículo 15. Vamos a ver aquí: 1) El efecto de la copa sexta (vv. 12–14); 2) La admonición del Salvador (v. 15); 3) La convocación de las tropas enemigas de Dios y de su pueblo para la batalla de Harmaguedón (o Armagedón, según suele escribirse—v. 16—).
1. Dicen así los versículos 12–14 en la NVI: «El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates, y su agua se secó para preparar así el camino a los reyes que vienen del oriente. Luego vi tres espíritus malignos (lit. inmundos) que parecían ranas; salieron de la boca del dragón, de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta. Son espíritus demoníacos que realizan señales milagrosas y se dirigen hacia los reyes del mundo entero, a fin de reunirlos para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso».
(A) Ahora le toca su turno al río Éufrates, llamado aquí «el gran río», como en Génesis 15:18; Deuteronomio 1:7 y Josué 1:4. Su importancia estriba, más que en su caudal de agua, en ser como la frontera oriental del territorio que Dios había prometido al pueblo de Israel. Aunque su nombre no se menciona en Isaías 11:15 y Zacarías 10:11, la predicción que se halla en dichos lugares es la misma que aquí. En tiempos de Juan, el Éufrates era también la frontera natural entre el imperio romano y las tribus indómitas del oriente.
(B) El secado del río Éufrates tiene aquí por objeto «preparar el camino de los reyes del oriente» (v. 12b). Esto tenía, para Juan y sus lectores, un precedente en el paso del mar Rojo y del río Jordán a pie enjuto. Hay quienes han visto en esta avalancha de hordas enemigas atravesando el Éufrates una invasión de partos y escitas, «enemigos natos de Roma, que hostigarían y castigarían a los ejércitos de la bestia» (Bartina, ob. cit., pág. 770). Pero el propio Bartina rechaza esta opinión, y alega que «también los reyes de todo el mundo reciben las plagas que les corresponden (v. 19). Sería más justo—dice—considerar todo el pasaje (16:12–16) como una alianza de los reyes de la tierra con la bestia para tomar parte en la lucha definitiva contra la obra de Cristo». No hay, en efecto, ninguna razón para considerar este pasaje de otra manera que como una profecía de lo que los gobiernos del Lejano Oriente (en especial, China—v. el comentario a 9:16—) van a llevar a cabo antes de la batalla de Armagedón (gr. Harmaguedón).
(C) El río Éufrates es llamado (v. 12) «el río el grande el Éufrates» (lit.). Su prominencia especial se debe a dos causas: (a) Ser el límite del antiguo imperio de Roma; (b) ser también el límite oriental de la tierra que Dios prometió a Abraham (v. Gn. 15:18; Dt. 1:7; Jos. 1:4 en todos estos lugares dicho río es llamado «grande»). También hemos de repetir que Isaías 11:15 y Zacarías 10:11 predicen el futuro evento que aquí comentamos, pero sin mencionar el nombre del río. Walvoord apunta al creciente poder de los países del Lejano Oriente (Japón, China, India, etc.), como evidente amenaza para irrumpir sobre el Oriente Medio. De cierto que tanto Japón como China se nos presentan ya hoy (en 1989) como enormes potencias en todos los órdenes: demográfico, militar, técnico y político.
(D) Juan vio (v. 13) salir de las respectivas bocas del dragón, del Anticristo y del falso profeta, «tres espíritus inmundos como sapos» (versión de S. Bartina). Tanto la rana como el sapo son batracios, y el vocablo griego es, en efecto, bátrakhoi. Para los hebreos, todo animal acuático que no tuviese escamas era inmundo (v. Lv. 11:10–12). La identificación de estos espíritus inmundos es sumamente fácil con el texto sagrado a la vista (v. 14): No son otra cosa que demonios que han de tomar posesión de los líderes de las naciones, quienes por medio de una propaganda seductora y satánicamente organizada, hipnotizarán a sus respectivos pueblos para lanzarlos contra el pueblo de Dios. El reciente ejemplo de Hitler es una prueba de lo que el diablo puede llevar a cabo mediante un perverso personaje político. En el caso que comentamos, la «trinidad satánica» echará por sus bocas los espíritus demoníacos que harán presa en las mentes de la humanidad impía. Pero, ¿por qué se parecen esos espíritus inmundos a los sapos o a las ranas? Creo que F. F. Bruce está en lo cierto cuando asocia este detalle con la segunda plaga de Egipto (v. Éx. 8:2 y ss.).
(E) El versículo 14b dice expresamente que estos espíritus inmundos, salidos de las bocas de Satanás, del Anticristo y del Falso Profeta, hacen señales (comp. con 13:12–15), es decir, portentos que sobrepasan las fuerzas naturales del hombre y, por tanto, aparecen como milagros a los sentidos alucinados y a las mentes hipnotizadas de las masas impías. Con estos milagros (mejor dicho, seudomilagros), que parecen confirmar la verdad y el pragmatismo del sistema diabólico, será fácil persuadir a los líderes de los gobiernos del mundo para que unan sus fuerzas y se dispongan a dar el golpe de gracia—así pensarán ellos—al pueblo de Dios. Pero el texto sagrado no dice que se van a reunir «para la batalla de su (de ellos) gran día», sino «del gran día del Dios Todopoderoso», pues es Dios, no ellos, quien va a ganar la batalla.
(F) Esta batalla es, sin duda, el preludio de la gran batalla en cuyo clímax se producirá la Segunda Venida del Señor. El griego dice pólemon, guerra, en contraposición a mákhe, batalla, como puede verse en Santiago 4:1, donde concurren ambos términos. Es, pues, toda una «guerra mayor» (comp. con Dn. 11:44, 45). ¿Cómo puede ser esto, cuando todo el mundo estará bajo el dominio del Anticristo? Hay quienes ven aquí una «reunión de ejércitos» para inmediatamente antes de la Segunda Venida. Pero es más probable la opinión de Walvoord, de que refleja un conflicto entre las naciones mismas, al final de la Gran Tribulación, cuando el imperio del Anticristo comenzará a desintegrarse rápidamente, para de nuevo juntarse, también rápidamente, a fin de combatir contra Jesucristo y sus ejércitos cuando Su gloria comience a manifestarse desde los cielos en el dia de Jehová (Zac. 14:1–3). El final del versículo 14 hace significativo el hecho de que interviene la omnipotencia de Dios.
2. A primera vista, el versículo 15 parece un inciso fuera de lugar: «¡Mirad que vengo como un ladrón! Feliz aquel que esté velando y guarde junto a sí sus ropas, para que no tenga que salir desnudo y se vea expuesto a la pública vergüenza» (NVI).
(A) Que no es un inciso fuera de lugar, sino una admonición muy en su punto dentro del presente contexto, lo advertirá todo el que se percate de que estamos ante un escenario de guerra. Dice Bartina (ob. cit., pág. 771): «El soldado que está en campaña frente a un ejército enemigo acampado y expectante lleva puestas continuamente las armas y está en una situación de alerta continua … Si se descuida muellemente, caerán de improviso sobre él los adversarios y le vencerán. Si consigue escapar, será a costa del ridículo más pronunciado en sus virtudes militares». De manera parecida se expresa Bruce (ob. cit., pág. 1.703), quien añade: «Según la Mishnáh, el capitán del templo en Jerusalén rondaba de noche su recinto y, si algún miembro de la guardia del templo era sorprendido durmiendo en su puesto, se le despojaba de sus ropas, las cuales eran quemadas, y él era despedido desnudo y en confusión».
(B) Aunque el texto no lo dice, no cabe duda de que es Dios quien habla (comp. con 3:3; Mt. 24:43; Lc. 12:35–40; 1 Ts. 5:2–4; 2 P. 3:10). El contraste entre los tomados por sorpresa y los fieles que velan se expresa en la bienaventuranza que aparece a continuación (la tercera del libro, después de las de 1:3 y 14:13). Un vistazo a 3:3, 18; 19:8 nos ayudará a entender las metáforas de este versículo 15. A la luz, en especial, de 19:8, parece ser que las ropas simbolizan aquí rectitud de conducta, no la justicia imputada (comp. con 1 Co. 3:15). Se trata, pues, de los que han escapado de la muerte, pero siguen fieles (¿advertencia a los que dan un pobre testimonio?), quizás porque residían en partes alejadas de los límites del gran imperio del Anticristo, o porque han estado escondidos (comp. con Mt. 24:16).
3. El versículo 16 dice literalmente: «Y los reunió (gr. sunégaguen, de donde procede «sinagoga») en el lugar que es llamado en hebreo Harmaguedón». Har significa, en hebreo, «monte»; Maguedón es la forma con que el hebreo Meguiddó (v. Zac. 12:11) es vertido por los LXX en 2 Crónicas 35:22.
«Meguiddó—dice Bartina—es un tell o montaña artificial imponente». La llanura circundante había sido escenario de grandes batallas (v. Jue. caps. 4 y 5; 2 R. 9:27; 23:29, 30; 2 Cr. 35:20–24), por lo que llegó a ser símbolo de duelo nacional (v. Zac. 12:11). Aquí también murieron Saúl, Ocozías y Josías. Aunque el valle mide 21 km por 28, no cabrían allí todos los ejércitos, pero lo que se indica en el texto es que será el área central del conflicto bélico. El versículo 14:20 nos daba unos 300 km. Y, al tiempo de la Segunda Venida, parte de los ejércitos estará en Jerusalén (Zac. 14:1–3). Todos los intentos antimilenaristas han fracasado en cuanto a lugar y tiempo. Hay quien ha llegado a interpretarlo como ¡la Primera Guerra Mundial!
4. La porción de 9:14 y ss. parece, a primera vista, contradecir lo que aquí se afirma. La explicación más probable es que las siete copas siguen rápidamente a las trompetas y que allí se predicen ya los últimos resultados de la gran invasión que tiene lugar ahora (v. el paralelismo de la sexta trompeta con la sexta copa). Quizá se trata, de no años ni meses, sino de días en la rapidez de los sucesos. D. Pentecost (Eventos del Porvenir, págs. 261–272) apoya con abundante argumentación la secuencia de acontecimientos en esta forma: (A) La federación de los diez estados, capitaneados por la Bestia. (B) La federación del norte (Rusia y sus aliados). (C) La invasión desde el Oriente. (D) Intervención desde el sur (las potencias del norte de África). Ya antes de la Primera Guerra Mundial, escribía Moorehead: «Las vastas hordas de Asia intervendrán en la batalla, decisiva y avasalladora, del gran día de Dios». Esta especie de intuición, casi profética, es tanto más admirable cuanto que, a comienzos del presente siglo XX, nadie podía imaginar el potencial de la China actual.
5. Resta por decir que el detalle más importante del versículo 16 es el sujeto (implícito) del verbo «reunió», que no es otro que «el Dios, el Todopoderoso» (lit.) del versículo 14, que sirve de antecedente gramatical, siendo el versículo 15 una admonición parentética del Señor Jesucristo. Esto muestra, una vez más, que, aun cuando los hombres piensen que son ellos los que tienen la iniciativa en el desarrollo de los acontecimientos de la historia, no son otra cosa que instrumentos en las manos de Dios para el cumplimiento de los propósitos divinos, meros «peones de ajedrez» en las manos del Gran Gobernador del Universo.
Versículos 17–21
Entre la apertura del sexto sello y la del séptimo hubo un gran paréntesis, seguido de un silencio de media hora al abrirse el séptimo sello (v. 6:12–8:1). Igualmente, hubo un gran paréntesis entre el toque de la sexta trompeta y el de la séptima (v. 9:13–11:15). Pero entre la sexta copa y la séptima no hay ningún intervalo, porque hemos llegado ya al final. Dicen los versículos 17–21 en la NVI: «El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y salió del santuario una potente voz que decía: ¡Hecho está! (gr. guégonen, se ha hecho). Luego se produjeron relámpagos, estruendos, truenos y un espantoso terremoto. No había ocurrido nunca un terremoto como aquél desde que el hombre existe sobre la tierra; tan tremendo era el seísmo. La gran ciudad se escindió en tres partes, y las ciudades de las naciones se derrumbaron. Dios hizo memoria de Babilonia la Grande y le dio a beber de la copa llena del vino de la furia de su cólera. Todas las islas huyeron, y desaparecieron de la vista las montañas. Del cielo cayó sobre los hombres un enorme granizo, del tamaño de un talento cada uno. Y los hombres maldecían a Dios por causa de la plaga del granizo, pues la plaga era terrible en extremo».
1. En los versículos 8 y 9 vimos que la cuarta copa produjo sus efectos en el sol y, de rechazo, en la atmósfera de la tierra. ¿Por qué se menciona ahora el aire? Sencillamente, porque no se trata ahora del aire como «atmósfera», sino, como opinan W. Smith, Walvoord y Davidson, del aire como «región» en la que domina el diablo (Ef. 2:2; 6:12). Al salir al paso de una posible objeción, dice Walvoord: «El hecho de que Satanás ha sido arrojado del tercer cielo, no significa que no tenga ya gran poder en el cielo atmosférico, que es el que aquí se considera. Está también claro en nuestra época moderna que el control del aire, también en cuanto espacio, se ha hecho más y más importante en los asuntos militares» (ob. cit., pág. 240).
2. Es la segunda vez que, en este capitulo (v. 17b), leemos: «salió del santuario una potente voz» (v. el v. 1). Como en otros lugares, es la voz de Dios. Lo que Dios dice ahora está expresado en el original en una sola palabra: Guégonen (lit. ha sido hecho; el verbo está en pretérito perfecto, no en aoristo). La frase equivale a un «¡Se acabó!», como dice Bartina. Se baja el telón de la historia general del mundo. En efecto, los resultados catastróficos que son efecto de la séptima copa son finales, como puede verse por el versículo 19, que resume lo que se nos va a declarar en detalle en los capítulos 17 y 18, y por el versículo 20, que parece ser un anticipo de 21:1.
3. El superlativo cataclismo del versículo 18 simboliza bien, como hemos visto en otros lugares, que la ira de Dios ha llegado a su consumación. Así lo hace ver (v. 19b) la frase cumulativa «la copa del vino del furor de la ira de Él» (lit.). Junto con los conocidos fenómenos que anuncian una extraordinaria visitación de Dios (rayos, relámpagos, truenos, terremoto), tenemos aquí otros especiales:
(A) Se nos dice (v. 18b) que el terremoto producido en esta ocasión será el mayor de la historia de la humanidad (cosa que no se dice en 8:5—tras de la apertura del séptimo sello—, ni en 11:19—tras del toque de la séptima trompeta—). ¡Grande ha de ser el terremoto, cuando va acompañado de la convulsión de todo el planeta!
(B) «La gran ciudad se escindió en tres partes» (v. 19). Los autores se muestran perplejos sobre la identidad, en este versículo, de la «gran ciudad». Bartina (ob. cit., pág. 773) se muestra seguro de que es Roma, «la Gran Babilonia» (en sentido espiritual), pues no hay evidencia de que la antigua Babilonia vaya a ser reedificada. El contexto del versículo 19, a la luz de los capítulos 17 y 18, apunta claramente a Roma, a la cual Dios va a dar su merecido (comp. con 17:4–9; 18:4–6). Otros autores, como Walvoord (ob. cit., pág. 240) y Davidson (ob. cit., págs. 330, 331), opinan que es Jerusalén (a la vista de 11:8; Zac. 14:4), pero los cambios topográficos que allí se efectuarán no significan que la ciudad misma vaya a ser escindida, máxime cuando va a ser el centro del reino milenario. Otros, en fin, como Bruce y L. Morris, opinan que esta ciudad es como una especie de «símbolo de la ciudad mundial» (Bruce), o que «representa al hombre civilizado, el hombre en una comunidad organizada, pero un hombre que planea sus asuntos aparte de Dios» (Morris, en Revelation, pág. 195).
(C) «Las ciudades de las naciones se derrumbaron» (v. 19b). La conjetura más probable es que se trata de las respectivas capitales de las naciones que están bajo el dominio directo del Anticristo. Mención especial se hace de Babilonia la Grande (v. 19c), ya que es la capital del imperio del Anticristo, y cuya caída veremos en detalle en los capítulos 17 y 18.
(D) «Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados» (v. 20. Lit.). Como ya hemos apuntado anteriormente, este versículo podría ser anticipo de 21:1, aunque también podría indicar la magnitud del terremoto mencionado en el versículo 18, elemento que ocasiona grandes cambios topográficos o, al menos, contribuye grandemente a ellos. Dichas frases tienen, por otra parte, sentido simbólico. Dice Bartina (ob. cit., págs. 773, 774): «Para indicar la inconsistencia de alguna cosa o persona, la fuerza de un castigo o la gravedad de una situación, son corrientes en la Biblia las frases alguien no fue hallado en su lugar o las islas se movieron (Sal. 46:4; Ez. 26:18; 38:20; Nah. 1:5). En la plaga del sexto sello, las islas sólo se mueven (6:14). Aquí huyen, y los montes desaparecen».
(E) El versículo 21 menciona la caída de un granizo del peso como de un talento. El talento representa aquí el peso de cien libras, es decir, de unos 45 kilos. ¡Algo enorme! Esto nos recuerda la plaga de granizo en Egipto (Éx. 6:23–25) y en Bet-Jorón (Jos. 10:11). Aun cuando bien podría tratarse de una hipérbole, al indicar el mayor peso que una persona de fuerza normal puede llevar, no puede descartarse el sentido estrictamente literal. Por el tono del propio versículo 21, parece deducirse que esta plaga del granizo ataca las cosechas más bien que a los hombres. Dice Bartina (ob. cit., pág. 774): «La plaga de pedrisco es ya grave en sí objetivamente, porque en un momento puede asolar la cosecha de un año. Tanto más si se trata de una granizada excepcional».
4. El final de este mismo versículo 21 nos ofrece un triste final del capítulo 16: En lugar de arrepentirse ante esta demostración excepcional y, por supuesto, sobrenatural de la majestad y de la ira de Dios, los hombres odian y maldicen a Dios. «Están maduros para la ruina», comenta Bartina. Es interesante la observación de Barchuk de que estos malvados, por ser blasfemos, son apedreados por Dios conforme a Levítico 24:16, pero ya hemos hecho notar que la plaga parece afectar a las cosechas más bien que a las personas.
5. Con todas estas catástrofes punitivas, quedarán demostradas ciertas verdades teológicas fundamentales: (A) El justo juicio de Dios en todo lo que acontece; (B) La salvación, enteramente gratuita, de los creyentes; (C) La intrínseca perversidad de la humanidad inconversa, la cual no se arrepiente ante ningún juicio divino, ni aun cuando le sea presentado el lago de fuego y azufre.
Este capítulo trata de la «Babilonia religiosa», de la que se nos dan: I. Su descripción (vv. 1–7). II. Su interpretación (vv. 8–18).
Versículos 1–7
Antes de comenzar el comentario de este capítulo, conviene recordar a los lectores que los sucesos referidos en los capítulos 4 al 18 del Apocalipsis no guardan orden cronológico. Por eso, lo que se describe en los capítulos 17 y 18 antecede, en su mayor parte, a los efectos llevados a cabo por las siete copas de la ira de Dios. Más aún, como advierte Walvoord, «es probable que los sucesos del capítulo 17 ocurran al comienzo de la Gran Tribulación». En efecto, una ojeada a 6:9 y ss. sobra para confirmarnos en dicha opinión.
Como también hemos apuntado en otros lugares, la ciudad que tenemos a la vista en los capítulos 17 y 18 es, sin duda, Roma como centro gubernativo, tanto político como militar y económico, del Imperio del Anticristo, así como, en el capítulos 17, centro religioso de la Iglesia apóstata. El presente capítulo es muy difícil y no se puede dogmatizar sobre algunos detalles, pero la explicación que el ángel nos da en los versículos 8–18 ayuda enormemente a entender lo que el texto sagrado nos dice en estos versículos (1–7) de la primera sección. Dicen así esos versículos en la NVI:
«Uno de los siete ángeles que tenían las siete copas vino hacia mí y me dijo: “Ven y te mostraré el castigo de la gran prostituta que está sentada sobre muchas aguas. Con ella fornicaron los reyes de la tierra; y los habitantes de la tierra quedaron intoxicados con el vino de su fornicación”. Entonces el ángel me llevó en el Espíritu a un desierto. Allí vi a una mujer sentada sobre una bestia de color escarlata, la cual estaba cubierta de nombres blasfemos y tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata y deslumbraba de joyas de oro, de piedras preciosas y de perlas. Llevaba en la mano una copa de oro, llena de cosas abominables y de las inmundicias de su fornicación. En su frente estaba escrito este título:
MISTERIO: BABILONIA LA GRANDE,
LA MADRE DE LAS PROSTITUTAS
Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA.
Vi que la mujer estaba ebria de la sangre de los creyentes, de la sangre de los que dieron testimonio de Jesús. Cuando la vi, quedé grandemente sorprendido. Entonces me dijo el ángel: “¿De qué te sorprendes? Yo te explicaré el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva encima, y que tiene siete cabezas y diez cuernos”».
1. Como puede verse por el versículo 1, el título de todo el capítulo 17 podría ser «la Iglesia apóstata». Es presentada como gran ramera (gr. porné), puesto que los reyes de la tierra (v. 2) han fornicado con ella, y los habitantes de la tierra han sido seducidos por ella. No se la llama adúltera (gr. moikhé) porque no representa al verdadero pueblo de Dios. Además, como hace notar Walvoord (ob. cit., pág. 244): «El simbolismo del adulterio espiritual no se usa de ordinario con respecto a las naciones paganas, que no conocen a Dios, sino siempre acerca del pueblo que lleva exteriormente el nombre de Dios, mientras, en realidad, está adorando y sirviendo a otros dioses». De ahí, la admonición de Santiago (Stg. 4:4) contra las «almas adúlteras». Por consiguiente, se trata aquí del contubernio de la Iglesia apóstata con los poderes políticos de todos los tiempos, pero, en especial, del final de los tiempos. Las «muchas aguas» (final del v. 1) representan la muchedumbre de los paganos o gentiles, lo mismo que el
«mar» de 13:1.
2. Lo abominable de esta mujer se confirma por el modo con que nos es presentada en el versículo 3:
«Sentada sobre una bestia de color escarlata …»; es decir, sostenida y apoyada por el propio Anticristo, al par que ella misma, durante la primera parte de la Gran Tribulación, dirige y controla, hasta cierto punto, al Anticristo, así como un jinete dirige, espolea o frena a su cabalgadura. Basta leer 13:1 y ss., para percatarnos de que tal cabalgadura es el mismo personaje que allí veíamos. Pero, ¿por qué tuvo que ser llevado Juan en espíritu (es decir, en éxtasis) al desierto para ver a esta mujer? ¿Acaso es la misma mujer de 12:6? ¡Ciertamente, no! Lo más probable es que aquí «desierto» (sin artículo en el original) indique un lugar retirado desde el cual, sin el ruido de la gran urbe y sin el tráfago de las gentes, pueda contemplar el vidente la descripción que el ángel le hace de la gran ramera.
3. El modo como la mujer va vestida y aderezada coincide de modo sorprendente con la pompa ostentosa de los altos dignatarios de las Iglesias oficiales, no sólo de Roma, sino también de la llamada Ortodoxia y, aunque en menor grado, de la Iglesia Anglicana (tanto más cuanto más «alta»). La «púrpura cardenalicia» es ya una frase proverbial. Lo mismo puede decirse del aderezo de oro, perlas y piedras preciosas que con tiaras, mitras y pectorales han estado cubiertos (en especial, hasta el Concilio Vaticano II).
4. El elemento más sorprendente es la copa, o cáliz, de oro (v. 4b) en la mano de la mujer. Esta copa está llena de abominaciones. El brebaje que esta mujer ofrece a los poderes políticos de las naciones y a sus pueblos respectivos es una mezcla de religión e idolatría, de símbolos espirituales y ritos paganos, de cátedra pontifical y de tribuna sociopolítica, de evangelio y filosofía humanista. Los amilenialistas de todos los colores ven en esta mujer a la Roma pagana, por lo que la perspectiva futurista de todo el pasaje (y de casi todo el libro) les pasa desapercibida. Así se explica que el propio papa Juan XXIII hiciera acuñar una medalla en cuyo anverso estaba impresa su propia efigie, y en el reverso la mujer de Apocalipsis 17, ¡exactamente como aquí se la describe!
5. Según hace notar Walvoord (ob. cit., pág. 246), el vocablo «misterio» que, en la NVI como en la AV inglesa, aparece en mayúsculas, como si fuese parte del título de la mujer, no significa tal cosa, sino que el título mismo es misterioso, algo secreto (comp. con 16:19; 18:2). El misterio está en que, aquí, el epíteto «Babilonia la Grande» no representa políticamente una nación o ciudad, sino una organización religiosa que corresponde, en este sentido, a lo que la Babilonia histórica era en el sentido religioso. Y añade, en el mismo lugar: «Han hecho notar muchos escritores que los ritos inicuos y paganos de Babilonia penetraron solapadamente en la Iglesia de los primeros siglos y fueron responsables, en gran parte, de las corrupciones incorporadas en el Catolicismo Romano, de las que se separó el Protestantismo en la Edad Media». Aunque ya hemos ofrecido, en otros lugares, algunos datos acerca de este particular, vamos a dar aquí algunos detalles:
(A) Génesis 10 marca ya, con Nimrod, el comienzo de la perversidad politicorreligiosa con la fundación de Babel, que es el nombre hebreo de Babilonia. Génesis 10:10 menciona Erec, donde 3.000 a. de C. había ya ziggurats o torres escalonadas de ladrillos—más bien, adobes secados al sol, unidos con argamasa—. Cerca de Ur, fue descubierta por Woolley una de fines del tercer milenio a. de C.—ésta, de ladrillos cocidos y con base de adobes secados.
(B) Babel fue un alarde de orgullo y rebeldía contra Dios, como se ve por la rebelión narrada en Génesis 11. Dios, al confundir las lenguas, la llamó Babel, es decir, «confusión» (Gn. 11:9). Llamada después Babilonia, tuvo gran prominencia bajo Hammurabi (1728–1686 a. de C.) y alcanzó su mayor gloria bajo Nabucodonosor II (que reinó desde el 605 hasta el 562 a. de C.).
(C) Su historia ha sido descifrada en miles de tablillas cuneiformes. En dichos materiales se nos dice que la mujer de Nimrod, Semíramis, fue la jefa o suma sacerdotisa de la religión mistérica, llena de arcanos o secretos religiosos (por tanto, sagrados) que formaban parte del culto a los ídolos. Según la leyenda, concibió y dio a luz milagrosamente un hijo llamado Tammuz, al que tuvieron por Salvador de Babilonia, un falso Mesías. Así surgieron las estatuas de Semíramis con el niño Tammuz en sus brazos, surgió también una casta sacerdotal, agua sagrada («bendita») para rociar, y una especie de orden religiosa de «vírgenes» dedicadas a la prostitución sagrada (parecido a los ritos satánicos).
(D) Tammuz fue muerto por una fiera y fue resucitado, en anticipación satánica de Jesucristo (v. Ez. 8:14, donde mujeres israelitas están endechando a Tammuz). En Jeremías 7:18, se habla de «tortas a la reina del cielo». En Jeremías 44:17–19, 25, dicen: «ofreceremos incienso a la reina del cielo». No hace falta andar muy lejos para ver sorprendentes semejanzas en el culto catolicorromano a María, la madre de Jesús. Babilonia, la mujer perversa, se encuentra en Zacarías 5:1–11; especialmente, en los versículos 7 y 8. Este culto pasó a Pérgamo (posible alusión a esto en 2:13), entre otras ciudades de Asia.
(E) Los sacerdotes de Babilonia llevaban coronas en forma de cabeza de pez (como las mitras de los obispos), en reconocimiento a Dagón, el dios pez, y llevaban sobre esa especie de mitra el título de «guardián del puente»; el equivalente en Roma fue el de Póntifex Máximus, «sumo pontífice», usado por el César y, luego, por el emperador en los años finales del Imperio Romano, y de ahí pasó al obispo de Roma.
(F) Babilonia estaba asentada «sobre Sinar» (lit. Gn. 10:10; 11:2), pero esta Babilonia de los capítulos 17 y 18 de Apocalipsis está sentada sobre siete montes (v. 9). Walvoord (ob. cit., pág. 248) termina de este modo su magnífica exposición de los versículos 1–5 del presente capítulo:
Ofrece un triste comentario sobre el cristianismo contemporáneo el hecho de que está mostrando un deseo presuntuoso de regresar a Roma, a pesar de la evidente apostasía de Roma del verdadero cristianismo bíblico. De hecho, el liberalismo moderno ha superado con ventaja a Roma en su desviación de la teología de la Iglesia primitiva, así que tiene poco que perder con su regreso al romanismo. La apostasía, observada hoy en su forma latente, florecerá en su forma definitiva, en esta futura superiglesia, que englobará de forma manifiesta a toda la cristiandad en el período que seguirá al arrebatamiento de la Iglesia.
(G) Como hace notar W. M. Smith (ob. cit., pág. 1.516), «Babilonia fue la que conquistó el reino de Judá, la teocracia (2 R. 24; 25, etc.). Con Nabucodonosor, rey de Babilonia, comenzaron los tiempos de los gentiles (Jer. 27:1–11; Dn. 2:37, 38). Babilonia ocupa un amplio lugar en las profecías de las naciones en el Antiguo Testamento (Is. caps. 13; 14; 47; Jer. 50; 51)».
6. El versículo 6 parece dar la razón a los amilenialistas, pues dice que «la mujer estaba ebria de la sangre de los creyentes, de la sangre de los que dieron testimonio de Jesús» (NVI). Es cierto que los emperadores romanos se cebaron en la sangre de los creyentes cristianos, ya que persiguieron a muerte a cuantos se resistieron a dar culto al emperador como si fuese Dios. Pero, ¿era eso bastante para que Juan se quedase grandemente sorprendido? ¿No se debía más bien su sorpresa a que, bajo la inspiración divina, estaba contemplando el futuro de una institución eclesiástica que, bajo pretexto de pureza doctrinal y unidad religiosa, había de perseguir a muerte (¡la Inquisición!) a los verdaderos creyentes, obedientes a Dios y a Su Palabra más que a los hombres, aun cuando éstos se llamen «representantes de Dios en la tierra» y «Vicarios de Cristo»?
7. Al ver el asombro de Juan, el ángel pasa a explicarle lo que ha visto (v. 7 y ss.). La descripción requiere un cuidadoso análisis que veremos luego. Baste por ahora con decir que «las siete cabezas y los diez cuernos» (frase con que termina el v. 7) nos sirven para identificar, una vez más, al Anticristo (comp.con 13:1 y ss.).
Versículos 8–18
Ahora el ángel va a dar a Juan la interpretación del misterio. «Le explica sólo lo inaccesible», dice Bartina. El ángel le presenta primero (v. 8) un resumen del capítulo 13. Después (vv. 9–12), le explica el significado de las siete cabezas y de los diez cuernos. Le hace luego (vv. 13, 14) un resumen de la batalla de Armagedón. A continuación, le explica el significado de las muchas aguas que están bajo el dominio de la Gran Ramera (v. 15). Finalmente (vv. 16–18), tenemos la destrucción de la Iglesia apóstata a manos del Anticristo y de los líderes de las naciones de su Imperio. Como puede verse, la interpretación de esta sección no sigue una línea cronológica. Es aquí donde solamente el premilenialismo puede ofrecer una explicación coherente.
1. Dice el versículo 8 en la NVI: «La bestia que has visto era antes y ya no es ahora (lit. era y no es), y subirá del Abismo para ir a su propia destrucción. Los habitantes de la tierra cuyos nombres no estén registrados en el libro de la vida desde la creación del mundo, quedarán atónitos cuando vean la bestia, porque era antes, no es ahora y, con todo, aún vendrá». La última frase dice literalmente: «Pues era, y no es, y se hará presente».
(A) Que la bestia de que aquí se habla es el Anticristo, no cabe duda alguna a la vista del versículo 11. La expresión «subirá del Abismo» ha dejado perplejos y confusos a muchos autores, ya que el Anticristo no sube, en 13:1, del Abismo, sino del mar. Una rápida comparación con 9:11; 11:7 y 13:3 nos ayudará a encontrar la solución, que es, con la mayor probabilidad, la siguiente: El Imperio Eomano histórico existió durante unos seis siglos aproximadamente hasta su caída en la segunda mitad del siglo v de nuestra era. Durante muchos siglos, ha quedado privado de su existencia («era y no es»). Sin embargo, al final de los tiempos, volverá a hacerse presente, según completa la frase última del v. 8 la secuencia anterior. Se dice que «subirá del Abismo», porque se presentará en el escenario del futuro gracias al poder recibido de manos del rey del Abismo (v. 13:1–3), el propio Satanás, el dragón de 12:3–13:2. «Irá a la destrucción», porque, en fin de cuentas, será derrotado y destruido por el Cordero (v. los vv. 11 y 14, así como 13:10 y 19:19–21).
(B) La segunda parte del versículo 8 guarda una estrecha semejanza con 13:8 e incluso ayuda a traducirlo correctamente, como lo hicimos en su lugar. Aquí se especifica que la causa principal del asombro de los habitantes de la tierra será ver rediviva la Bestia que creían fenecida para siempre (comp. con 13:3). El futuro «se presentará» (gr. paréstai, de la misma raíz que parousía) del final del versículo indica que el Anticristo está aún por venir. Y el asombro subirá de punto si la Bestia surge de donde menos se esperaba. Dice Davidson (ob. cit., pág. 347): «Es probable que haya de venir del lado menos esperado».
2. Viene ahora (vv. 9–12) la explicación de las siete cabezas y de los diez cuernos de la Bestia: «Esto exige una mente con sabiduría. Las siete cabezas son siete colinas sobre las que se asienta la mujer. Son también siete reyes. Cinco han caído, uno está, el otro no ha llegado todavía; pero cuando venga, ha de permanecer por un poco de tiempo. La bestia que era antes y no es ahora, es un octavo rey. Pertenece a los siete y está marchando a su destrucción. Los diez cuernos que viste son diez reyes que no han recibido aún la dignidad regia, pero que durante una hora recibirán autoridad como reyes, junto con la bestia» (NVI). Ésta es otra porción que solamente con una perspectiva futurista y premilenial tiene su explicación.
(A) Nótese que el ángel advierte que lo que va a explicar requiere «una mente que tenga sabiduría» (lit). La sabiduría se necesita, en especial, para saber distinguir el primer grupo de ocho reyes (vv. 9–11) del segundo de diez reyes (v. 12).
(B) La segunda frase del versículo 9 es clarísima: «Las siete cabezas son siete colinas sobre las que se asienta la mujer». Roma ha sido llamada siempre «la ciudad de las siete colinas», las cuales tenían en latín los nombres siguientes: Palatium, Velia, Cermalus, Oppius, Cispius, Fagutal y Suburra.
(C) La cosa quedaría resuelta así de fácil si no fuese porque el texto sagrado añade que las siete cabezas «son también siete reyes». Walvoord (ob. cit., pág. 251–254) aporta una larga cita de J. A. Seiss, en la que éste sostiene que Apocalipsis 17:9 no se refiere a las siete colinas de Roma, sino que significa
«siete montes regios», y toma «monte» en sentido metafórico y arguye incluso que el griego óre no significa «colinas» sino «montes». De esta manera, la «Ramera» de Apocalipsis 17 «no incluiría en forma alguna sólo al papado, como mantienen todos los “intérpretes respetables”» (el énfasis es de Seiss), sino a todos los «defensores de la falsedad organizada en religión», comenzando por Nimrod y siguiendo por Egipto, Asiria, Babilonia, Grecia, Roma, etc. (a) Me extraña que Walvoord tenga por «convincente» esta explicación. Para comenzar, el griego designa con el vocablo óros toda clase de promontorio, ya sea un «monte» propiamente dicho, sea un «cerro o colina» (como puede verse en cualquier buen diccionario griego).
(b) Extender lo de los «montes regios» hasta incluir a Nimrod, etc., equivaldría a sembrar más confusión que inteligencia del pasaje, y me atrevería a calificar de arrogante la opinión de Seiss frente a «todos los “intérpretes respetables”», como los llama él irónicamente.
(c) Lo que ocurre aquí, sin duda alguna, es que «las siete cabezas» tienen un doble simbolismo: Primero, por su prominencia física, son aptas para simbolizar las siete colinas de Roma; segundo, por su prominencia política, son aptas para significar un grupo, en su totalidad (¡el número siete!), de siete reyes. En su puntuación más probable, el versículo 9, en el texto crítico del Nuevo Testamento Griego, ha de traducirse literalmente y leerse del siguiente modo:
«Aquí, la mente que tenga (o tiene) sabiduría. Las siete cabezas son siete montes (o colinas), donde la mujer está sentada sobre ellos. Y son siete reyes». El simbolismo es, pues, doble, aprovechando el hecho físico de que las colinas sobre las que Roma está asentada son, efectivamente, siete.
(D) De ahí el interés del ángel en poner de relieve (v. 11) que la bestia … es ella misma un octavo, y es de los siete. Esto podría parecer un obstáculo para la identificación del Anticristo como un monarca del futuro, de los últimos tiempos. De ahí que autores como Walvoord, siguiendo a Seiss, Davidson y W. Scott, se nieguen a ver en los reyes del versículo 10 a los emperadores romanos anteriores a Domiciano. Pentecost es más cauto, pues se limita a exponer las tres opiniones principales acerca del significado de estos reyes. En mi opinión, el comentario más sensato de este versículo procede de la pluma de F. F. Bruce (ob. cit., pág. 1.704):
Cinco de los cuales han caído: Si contamos desde el primer emperador, éstos serían Augusto (27 a. de C-14 d. de C.), Tiberio (14–37), Gayo (37–41), Claudio (41–54) y Nerón (54–68). Uno está: Probablemente, Vespasiano (69–79), los tres emperadores Galba, Otón y Vitelio, que gobernaron en rápida sucesión en Roma durante los 18 meses entre la muerte de Nerón y la captura de Roma por las tropas de Vespasiano el 21 de diciembre del 69, difícilmente pueden entrar en la cuenta desde el punto de vista de las provincias orientales. En ellas, la autoridad de Vespasiano fue indiscutible desde su proclamación en Alejandría el 1 de julio del 69 … El otro no ha llegado todavía … ha de permanecer por un poco de tiempo: Tito, el sucesor de Vespasiano, reinó solamente dos años (79–81).
Y, pasando de inmediato al comentario del versículo 11, dice con enorme buen sentido:
En cuanto a la bestia que era y no es, es un octavo: Aquí tenemos de nuevo la oscilación entre el imperio (la bestia) y el emperador (una de las cabezas) que personificó su poder en un tiempo (cf. 13:3, 12). Al final, el poder del imperio perseguidor quedará personificado por el imperial Anticristo, que pertenece a los siete, posiblemente en el sentido de ser como una reencarnación de uno de ellos. Los comentaristas desde el siglo segundo en adelante hallaron natural identificarlo con Domiciano (81–96), sucesor de su hermano Tito, y considerarlo como un segundo Nerón. Pero Juan no está pensando en Domiciano (cuya fama tradicional como perseguidor de la Iglesia descansa sobre muy modesta base histórica), sino en un potentado demoníaco, Nero redivivus … Va a la perdición: Cf. 19:20. El Anticristo es designado «el hijo de perdición» en 2 Tesalonicenses 2:3.
(E) Por consiguiente, este «octavo» rey (v. 11), que es, o procede (gr. ek) de los siete, no es otro que el Anticristo que, por una parte, empalma con los antiguos perseguidores del cristianismo y, como dice Bruce, viene a ser «como una reencarnación de uno de ellos», y, por otra parte, ocupa su puesto prominente sobre los diez reyes que han de venir (v. 12). En efecto, como hace ver Bruce en el mismo lugar, estos diez reyes del versículo 12 «no pueden ser identificados con ninguno de los caracteres históricos». Aunque no podamos pasar del terreno de una muy probable conjetura, cabe suponer que estos diez reyes, que no son sucesivos, sino simultáneos, representan las naciones—con sus líderes—del nuevo Imperio Romano (la Comunidad Europea, con su centro en Roma). Estos diez cuernos son los mismos que los de la Bestia de 13:1, y han de ser interpretados, si somos consecuentes, de la misma manera. De ellos dice el texto sagrado que «no han recibido aún la dignidad regia», es decir, no han llegado aún al poder, porque no les ha sido dado, no por la Bestia (puesto que lo van a recibir con ella, no por ella), sino—como siempre en Apocalipsis—por la sabia permisión de Dios.
(F) El texto sagrado especifica que estos diez reyes, que van a gobernar simultáneamente y junto con la Bestia, ejercerán su poder «durante una hora», símbolo de un espacio de tiempo breve, aunque no tan breve como la «media hora» de 8:1. El texto sagrado se refiere aquí (como se echa de ver por el contexto posterior) a cierto tiempo dentro de los tres años y medio de la segunda parte de la Gran Tribulación, ya que es en este tiempo cuando se ha de llevar a cabo la guerra que se anuncia a continuación.
3. Viene ahora (vv. 13, 14) un resumen anticipado de la batalla de Armagedón: «Todos ellos (los diez reyes) tienen la misma intención: entregar a la bestia su poder y su autoridad. Harán la guerra al Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes—y con Él estarán sus llamados, escogidos y fieles seguidores» (NVI).
(A) En este versículo se ve que los diez reyes aludidos en el versículo 12 van a servir de puente entre el pluralismo nacional de la época anterior a la Gran Tribulación y la dominación absoluta y exclusiva del Anticristo. Como dice Walvoord (ob. cit., pág. 255): «Son una fase de la transmisión de poder de los varios reinos al de la bestia misma». Quizás es esta brevedad la que el texto sagrado da a entender con lo de «una hora» (v. 12), pues si se refiriese a todo el espacio de los tres años y medio de esta segunda parte de la Gran Tribulación, no cabe duda de que lo expresaría en la forma acostumbrada en Daniel y Apocalipsis, ya fuese contando por años, por meses (42) o por días (1.260).
(B) Es de notar la completa unanimidad de estos diez reyes en su plan de entregar el poder al Anticristo (v. 13a): «Éstos tienen una sola intención» (gr. gnómen). Esta unanimidad para el mal contrasta con la que vemos en la primitiva Iglesia (Hch. 4:32) para el bien. Le van a conferir al Anticristo (v. 13b) su poder (gr. dúnamin), esto es, sus fuerzas militares, económicas, etc., y su autoridad (gr. exousían), es decir, su potestad política nacional e internacional.
(C) En el versículo 14 vemos que … éstos (con la bestia al frente—v. 13:7) pelearán con el Cordero» (lit.), pero, al contrario de 13:7, será el Cordero quien los vencerá a ellos, junto con los suyos, quienes son apellidados aquí «llamados, escogidos y fieles». Como interpretación más probable de estas expresiones, da Bartina (ob. cit., pág. 786) la siguiente: «Porque los llamados a filas, que están con Él son todos escogidos guerreros y fieles a su Señor» (comp. con 19:14).
(D) Pero la razón principal por la que el Cordero va a vencer al Anticristo y a sus huestes no es precisamente lo selecto de las tropas con que el Señor Jesucristo cuenta, sino porque Él mismo es «Señor de señores, es decir, soberano de los poderes terrenos, por altos que éstos sean, y rey de reyes» (comp. con 19:16), esto es, rey supremo sobre los reyes y los reinos del Universo entero. Además, esos títulos designan atributos propios de la Deidad, como puede verse por 1 Timoteo 6:15, que recoge el testimonio del propio Antiguo Testamento (v. por ej., Deuteronomio 10:17; Salmos 136:3:, donde tales títulos se aplican a Jehová.
4. En el versículo 15 se nos ofrece la explicación de las muchas aguas que están bajo el dominio de la Gran Ramera: «Luego me dijo el ángel: “Las aguas que has visto, donde está sentada la prostituta, son pueblos, multitudes, naciones y lenguas”» (NVI). En efecto, las aguas del mar (v. el comentario a 13:1) significan, en la Biblia, las muchedumbres y, en especial, las gentes paganas en su oposición a Dios y a su Ungido, el Mesías. Se pone aquí de relieve el gran poder (espiritual, moral, político, económico) que la Iglesia apóstata ejerce y, especialmente, ejercerá al fin de los tiempos con el apoyo del Anticristo y sus fuerzas. «La Iglesia apóstata—dice Ryrie—será ecuménica.» Este mismo poder de la Roma religiosa se pone aquí para que se aprecie mejor el contexto posterior (vv. 16–18), donde se describe su vergonzosa caída y destrucción, a manos precisamente de los mismos poderes que la sustentaban, y a los que ella servía de principal mentor.
5. Llegamos ya (vv. 16–18) a la caída de la Babilonia religiosa, la Roma eclesiástica de los últimos tiempos: «La bestia y los diez cuernos que has visto, aborrecerán a la prostituta. La conducirán a la ruina y la dejarán desnuda; se comerán su carne y la abrasarán con fuego. Pues Dios ha puesto en sus corazones eso, para que lleven a cabo el designio divino poniéndose de acuerdo (comp. con el v. 13) en entregar a la bestia su poder de gobernar, hasta que las palabras de Dios se hayan cumplido. La mujer que has visto es la gran ciudad que ejerce su soberanía sobre los reyes de la tierra» (NVI).
(A) El apoyo que el Anticristo y los líderes de las naciones a su servicio han prestado a la Babilonia religiosa, y el afecto que le han mostrado, se tornan ahora desprecio, odio y persecución. «La dejarán convertida en un desierto (gr. eremoménen, participio de pretérito), es decir, vacía de riquezas y arruinados sus habitantes, y desnuda, esto es, despojada de sus joyas y de sus vestidos suntuosos» (v. 4). Más aún, «se comerán su carne por medio del robo y del pillaje, y la abrasarán con fuego», consumiéndola por completo.
(B) Llegamos así, de acuerdo con la profecía de Daniel 9:27; 11:36–39, al final de la primera mitad del período de la Gran Tribulación, tiempo en que el Anticristo ha salido con careta de paz, pactando con el pueblo judío y con la religión apóstata. Pero todo ello, tanto la falsa paz de la primera mitad de la última semana de Daniel, como la ruina de la Babilonia religiosa, ha sido controlado, y hasta planeado (comp. con Hch. 2:23) por Dios (v. 17): «Porque Dios dio (esto es, puso) en los corazones de ellos (de la bestia y de los diez reyes—v. 16—) llevar a cabo el designio (gr. gnómen, ¡el mismo vocablo del v. 13!) de Él» (Dios), no sólo en el castigo y destrucción de la Roma eclesiástica apóstata, sino también (v. 17b) «en llegar a una misma decisión (de nuevo, gnómen) y en dar el reino de ellos a la bestia» (lit.). Como puede verse, el verbo «dar» tiene aquí distintos matices y sentidos: De parte de Dios es una mera permisión; de parte de los diez reyes, una verdadera y cordial donación.
(C) Para que mejor se muestre la dirección y el control de Dios en todo este asunto, el texto sagrado especifica el límite puesto por el mismo Dios al triunfo arrogante de la Bestia sobre la Ramera (v. 17c):
«Hasta que se hayan cumplido (futuro de la voz pasiva) las palabras de Dios» (lit.), es decir, los oráculos proféticos divinos sobre el castigo de la Gran Ramera (comp. con Mt. 24:35).
(D) Finalmente, el ángel designa de nuevo a la Gran Ramera, a fin de que Juan no tenga duda alguna sobre su identificación: «La mujer que has visto (no hay otra en todo el capítulo que la descrita en los vv. 1–7) es la gran ciudad (no como ciudad literal, pues entonces no sería un «misterio»—v. 5—, sino como sistema religioso) que ejerce su soberanía (lit. su realeza) sobre los reyes de la tierra» (NVI). En efecto, la Roma religiosa de los últimos tiempos estará montada sobre el Anticristo (v. 3b), no sólo para ser sostenida por el poder político mundial de la Bestia, sino también para dirigir ella misma la estrategia del Anticristo en los planes políticos y religiosos a escala mundial.
Continúa en este capítulo el tema de la destrucción de Babilonia la Grande, pero ahora no se trata ya de la Roma religiosa, sino de la Roma política, social y, sobre todo, mercantil. Siguiendo la división de Ryrie, podemos dividir el capítulo en cuatro partes: I. Tenemos primero el anuncio de la destrucción (vv. 1–3). II. Luego, la apelación al pueblo de Dios, todavía remanente en la ciudad, a salir de ella (vv. 4–8).
III. Viene después la angustia que sienten los mercaderes de la tierra ante la ruina de la ciudad (vv. 9–19).
IV. Termina el cuadro escénico con las aclamaciones celestes ante la ruina de la ciudad nefanda (vv. 20– 24).
Versículos 1–3
Cambia la escena, pues la visión es diferente: Desciende del cielo otro ángel, del cual se describen: 1. Su especial autoridad y tremenda gloria (v. 1); 2. Sus palabras, pronunciadas con voz poderosa (vv. 2, 3).
1. Dice así el versículo 1 en la NVI: «Después de esto (una vez más, metá taúta), vi a otro ángel que bajaba del cielo. Tenía una gran autoridad, y la tierra quedó iluminada con su resplandor (lit. gloria)».
(A) La expresión misma «Después de estas cosas», en el uso del Apocalipsis, denota que media cierto intervalo de tiempo entre el cumplimiento de la ruina de la Roma apóstata y el de la Roma política y, especialmente, mercantil.
(B) Se describe al ángel actual como de «gran autoridad», aunque no se explica a qué se extiende dicha autoridad ni se describe el poder con que la ejerce.
(C) Sin embargo, tanto su autoridad como su poder quedan manifiestos por el resplandor del que va cubierto, con el cual queda iluminada la tierra que Juan contempla. Dice Bartina (ob. cit., pág. 790): «A mayor gloria, mayor excelencia en el ser. Este ángel iluminó toda la tierra que veía Juan. Estaba en el negro escenario del capítulo precedente, en que había visto en el desierto, a escala de perspectivas cósmicas, a la bestia escarlata y a la mujer que sobre ella cabalgaba».
2. Este nuevo mensajero de Dios anuncia con voz poderosa la ruina de la Babilonia politicomercantil (vv. 2, 3): «Con una poderosa voz, gritó:
“¡Cayó! ¡Cayó Babilonia la Grande!
Se ha convertido en morada de demonios
y en guarida para todo espíritu maligno (lit. inmundo), en guarida de toda clase de aves inmundas y detestables.
Porque todas las naciones han bebido del vino enloquecedor de su fornicación. Los reyes de la tierra fornicaron con ella, y los mercaderes de la tierra se enriquecieron con su excesiva fastuosidad”» (NVI).
(A) Hay en este capítulo ciertas frases que parecerían referirse a la misma Babilonia del capítulo 17; por ej. «… del vino del furor de su fornicación» (v. 3—lit.—comp. con 17:2); pero es de notar que el vocablo porneía tiene, además de su sentido literal, sexual, el de «comerciar» (que también se aplica a lo sexual) tanto en el terreno religioso espiritual (la Babilonia eclesiástica) como en el terreno politicomercantil (la Babilonia político comercial). Seiss llega a encontrar esta duplicidad incluso en la repetición del verbo «cayó, cayó» (v. 2). No hace falta acudir a una base tan frágil, cuando hay suficientes elementos para forjar un argumento más fuerte. Dice J. Walvoord (ob. cit., pág. 259):
Conforme al versículo 9, los reyes de la tierra, así como los mercaderes, harán duelo por el final de la Babilonia del capítulo 18. No se ve ninguna lamentación conectada con la destrucción de la mujer en el capítulo 17. La destrucción de Babilonia en el capítulo 18 debería compararse con el anuncio anterior en 16:19, donde la gran ciudad es escindida y caen las ciudades de los gentiles. Este suceso ocurre tardíamente en la gran tribulación, justamente antes de la segunda venida de Cristo, en contraste con la destrucción de la ramera del capítulo 17, que parece preceder a la gran tribulación y prepara el camino para la adoración de la bestia (13:8).
(B) La «fuerte voz» (lit) con que grita este ángel, conspicuo ya por su autoridad y gloria extraordinarias (v. 1), demuestra que el mensaje que anuncia es también de importancia extraordinaria. Las metáforas con que se describe la caída de la Babilonia politicomercantil en el versículo 2 nos recuerdan expresiones semejantes en Isaías 13:21 y ss.; 34:11, 13–15; Jeremías 50:39; 51:37, Sofonías 2:14 y ss. La ruina de Babilonia se pone de relieve comparándola a «morada» (gr. katoiketérion) de demonios y «jaula» (gr. phulaké) de aves inmundas. Para la equivalencia de «demonios-aves», pueden verse Isaías 34:11–15, Mateo 13:32. De ahí que se llame «inmundas» (gr. akathártou) a estas aves, no sólo porque no eran legalmente comestibles, sino también porque equivalen aquí a demonios. Las metáforas son muy expresivas. Dice Bartina (ob. cit., pág. 790):
Lo que era bullicio de vida humana es ahora un montón de ruinas malditas. Según una creencia, que aparece en época bíblica, los demonios habitaban los sitios desamparados (Mt. 12:43–45; Lc. 11:24–26). Los espíritus impuros demoníacos veían reducida su presencia en el mundo a un círculo local más o menos estrecho (Mr. 5:1–13). Se le puede llamar muy bien cárcel (phulaké), en cuanto una parte de su penar consiste en estar como encadenados a un lugar limitado.
(C) En el versículo 3 se da la razón de esta aparatosa caída de la Roma politicocomercial de los últimos tiempos. Tres son las causas que la han provocado: (a) Con sus directrices inmorales, anticristianas y ateas, había emborrachado (gr. pépokan, en pretérito perfecto—acción duradera—) a todas las naciones con el vino enloquecedor de un comercio idólatra e inmoral que promovía la prosperidad material; (b) En efecto, los reyes de la tierra se habían enriquecido haciendo pactos con ella mientras eran cómplices de su fornicación al imponer a sus súbditos los cultos idolátricos y las inmoralidades que la Bestia les proponía; (c) Quienes, más que nadie, se enriquecían con esta fornicación de la Babilonia politicomercantil, eran «los comerciantes de la tierra», bien agarrados a las ubres de la urbe para extraer (gr. ek) el poder de su fastuosidad (lit.).
Versículos 4–8
A continuación del anuncio de la caída de la Babilonia mercantil, Juan oye otra voz procedente del cielo. Esta vez es para invitar al pueblo de Dios, remanente todavía en la ciudad (el anuncio de la caída en los versículos 2, 3 está proyectado a un futuro inmediato—es proléptico—), a salir de ella a tiempo. Dicen los versículos 4–8 en la NVI: «Luego oí otra voz del cielo, que decía:
“Salid de ella, pueblo mío,
para que no os hagáis cómplices de sus pecados, ni recibáis ninguna de sus plagas;
pues sus pecados se han apilado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus crímenes.
Retribuidle conforme a lo que ella dio; pagadle el doble de lo que sus hechos merecen.
Mezcladle el doble en la copa en que ella mezcló.
Dadle de tortura y de duelo
tanto como ella se dio de gloria y de lujo. En su corazón se jacta, diciendo:
Estoy en mi trono como reina; no soy viuda, ni experimentaré el luto jamás.
Por esto, en un día la alcanzarán todas sus plagas:
muerte, luto y hambre.
Será consumida por el fuego
porque poderoso es el Señor Dios que la juzga”».
1. En esta sección, hallamos primero (v. 4) la apelación que se hace a los creyentes que hayan sobrevivido a la persecución de la Bestia, a que salgan de ella a tiempo. Los motivos para salir de allí son dos: (A) Si se quedan allí, se harán cómplices (gr. sunkoinonésete, lit. tendréis comunión con) de los pecados de la Roma idólatra e inmoral (comp. con 2 Co. 6:14–17; 1 Jn. 2:15–17); (B) Si se quedan allí, les alcanzarán también a ellos las plagas que van a ser derramadas sobre ella.
2. Con frases tomadas de Jeremías 51:9, se designa a continuación el motivo por el que dichas plagas van a descender sobre la ciudad: Sus pecados se han acumulado, sin solución de continuidad (gr. ekolléthesan, se apegaron, el mismo verbo de Lc. 15:15 y Gn. 2:24—en los LXX—), hasta formar una pila que llega hasta el cielo. Han llegado, en realidad, hasta la presencia del mismo Dios, para «traerle a la memoria» las iniquidades de la ciudad. La séptima copa (16:17–21) va a ser derramada, y la necesidad de salir de allí se hace cada vez más apremiante (comp. con Gn. 19:15–22).
3. La voz procedente del cielo da a continuación (v. 6) a los agentes destructores la orden de empuñar el pico demoledor: (A) Hay que abonarle (gr. apódote, verbo que indica el pago de una deuda) el doble de lo que ella dio, como en la parábola de los talentos o, mejor, como tenía que hacer el ladrón, restituyendo el doble—conforme mandaba la Ley—(v. Éx. 22:4, 7, 9; Is. 40:2; Jer. 16:18), y aun el cuádruplo, en casos de excepcional gravedad, «exigitivamente según justicia (2 R. 12:6) o libremente por compensación excedente (Lc. 19:8)» (Bartina, ob. cit., pág. 792). (B) El mismo castigo doble se expresa por medio de otra figura: «Mezcladle, es decir, preparadle en el vaso, el doble de lo que ella mezcló». Es la misma figura que hemos visto en 14:10, donde el original tiene el mismo verbo kerágnumi, mezclar.
4. Se presenta después (v. 7) una lista—compendiada—de los pecados que han merecido tal castigo:
(A) Se glorificó a sí misma; (B) Vivió en lujo desmesurado (gr. estreníasen, se jactó de su molicie depravada—v. 17:2—) a costa de la explotación inicua (vv. 11–14); (C) Se jactó además de tres cosas que denotaban su altanería y su autosuficiencia: (a) De ser la emperatriz de todos los pueblos, firmemente asentada en su trono; (b) De no ser viuda, es decir, destituida del apoyo de las naciones sometidas o aliadas, las cuales, como buenas «hijas», habían de venir en auxilio de la «madre»; (c) De estar convencida de que su pretendido estado de seguridad perdurará indefinidamente, de forma que nunca tendrá que hacer duelo ni lamentación como quien ha perdido la corona, los bienes o los parientes.
5. En castigo de esta jactancia (comp. con el castigo de David por censar al pueblo), unida además a sus muchas y grandes iniquidades, la voz anuncia (v. 8) que todo aquello que ella tiene por seguro (vida larga, disfrute de ayuda y prosperidad indefinidamente prolongada) se acabará en un solo día, puesto que en un solo día la alcanzarán todas sus plagas: muerte, luto, hambre e incendio devorador (gr. en purí katakauthésetai. Lit. será enteramente abrasada con fuego). Al colocar en cabeza de los castigos la expresión «en un solo día», se pone de relieve en el original la rapidez de la visitación punitiva, como en Daniel 5:5 («en aquella misma hora») con respecto a la Babilonia de antaño, y en Lucas 12:20 («esta noche»), cuando el rico insensato lo perdió todo en una sola noche. Dice Caird: «Cuando es el tiempo del juicio de Dios, baja directamente sin avisar» (The Revelation of St. John the Divine, pág. 224), quien añade, en el mismo lugar: «El castigo es simplemente permitir que el crimen siga su curso destructivo» (comp. con Gá. 6:7–10). Ciertamente, el castigo comprende los tres azotes más terribles: peste (mortandad), luto (llanto) y hambre, además del azote extraordinario de ser abrasada totalmente.
Versículos 9–19
Se describe ahora la angustia que sienten los reyes y los mercaderes ante la caída de Babilonia, y las endechas con que se lamentan de su destrucción. Viene primero (vv. 9, 10) la lamentación de los reyes. A continuación (vv. 11–17a), las lamentaciones de los comerciantes. Y, finalmente (vv. 17b–19), las de la marina mercante.
1. Dicen así los versículos 9 y 10 en la NVI: «Cuando los reyes de la tierra que fornicaban con ella y compartían su lujo, vean el humo de su incendio, llorarán y se lamentarán por ella. Aterrados a la vista de su tormento, se detendrán a distancia y clamarán diciendo:
¡Ay! ¡Ay, oh gran ciudad,
oh Babilonia, ciudad de poder (lit. Ia ciudad, la fuerte)!
¡En una sola hora ha llegado tu condenación!»
(A) Los reyes que aquí se citan no pueden ser los diez de 17:12, 16, aunque éstos son precisamente los que acabaron con la Roma eclesiástica. Son más bien los de 17:2; 18:3, designados genéricamente como «los reyes de la tierra»; por tanto, en mucho mayor número que los diez de 17:12, 16. Sus lamentos se parecen a las endechas sobre Tiro en Ezequiel 26:16 y ss.; 27:35.
(B) Para que esto se cumpla en la Babilonia politicomercantil, no es menester pensar en una reconstrucción de la Babilonia antigua, según opinan algunos autores (entre ellos, Walvoord, ob. cit., pág. 263). Esto rompería completamente la idea de la Comunidad Europea, con su centro en Roma y bajo el imperio del Anticristo. Hay también autores que ven la Babilonia religiosa en Roma, y la politicoeconómica en la Babilonia literal, reedificada. Otros se fijan únicamente en el sentido simbólico de Babilonia como representación de la perversidad idolátrica. Dice J. Grau (Estudios sobre Apocalipsis, pág. 285): «De ninguna ciudad puede afirmarse que en ella sola pueda haberse encontrado “la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra”. La gran ciudad tiene que entenderse simbólicamente». Opino personalmente que eso se cumple en Roma, como centro representativo de una Iglesia apóstata que ha perseguido a muerte a cuantos no han estado de acuerdo con sus doctrinas y prácticas. Lo de «todos» no pasa de ser una hipérbole de las que Juan hace uso corriente (comp. con Jn. 3:26; 11:48).
(C) En la lamentación de los reyes son de notar los siguientes detalles: (a) Con el verbo griego klaúsosin se designa el lamento vocal, a gritos, a diferencia del verbo dakrúo de Juan 11:35, que denota el llanto silencioso. (b) El verbo kópsontai designa los golpes de pecho que se dan en su lamentación. (c) Los repetidos ayes (gr. ouaí, ouaí), son equivalentes al ulular que tantas veces hemos visto en los Profetas, y son gritos que formaban parte del ritual de lamentación. Todo ello imita—en el más alto grado—el duelo por la pérdida de los seres más queridos. Pero es un lamento totalmente egoísta, como se hace en la quiebra de un negocio. Por eso, se añade (v. 10) que hacían el duelo «desde lejos» (gr. apó makróthen hestekótes), como si temiesen que les alcanzase también a ellos el castigo. «¡Qué triste es la hora del juicio—comenta Walvoord (ob. cit., pág. 263)—, cuando es demasiado tarde para la misericordia!»
2. Vienen a continuación las lamentaciones de los comerciantes (vv. 11–17a): «Los mercaderes de la ciudad llorarán y se lamentarán sobre ella, porque nadie comprará ya sus mercancías—cargamentos de oro, plata, piedras preciosas y perlas; de lino fino, púrpura, seda y escarlata; de toda clase de madera olorosa; objetos de toda clase, hechos de marfil, de madera de mucho precio, de bronce, hierro y mármol; cargamentos de cinamomo y especias, de perfumes, mirra e incienso; de vino y aceite, de flor de harina y trigo, de ganado vacuno y de corderos; de caballos y carruajes; de cuerpos de esclavos y de vidas humanas—. Y dirán: “El fruto que tanto apetecías se ha marchado de ti. Todas tus riquezas y todo tu esplendor se han desvanecido y nunca los recobrarás”. Los mercaderes que le vendían sus mercancías y se enriquecían a costa de ella, se detendrán a distancia, aterrados a la vista de su tormento. Llorarán y se lamentarán, diciendo:
“¡Ay! ¡Ay, oh gran ciudad,
la que se vestía de lino fino, de púrpura y escarlata,
y deslumbraba enjoyada de oro, piedras preciosas y perlas!
¡En una sola hora ha quedado en la ruina toda esa opulencia”» (NVI).
(A) Dos veces más ocurre aquí la frase ya conocida «llorarán y se lamentarán» (vv. 11 y 15), pero el segundo verbo no es el mismo del versículo 9, sino el verbo penthéo, que indica duelo o lamentación en general, pero no especifica lo de «golpearse el pecho» como en el versículo 9.
(B) Nótese la larga lista de objetos en los que los mercaderes de la tierra comerciaban con la gran ciudad: (a) Todo lo que servía para la ostentación (joyas y atuendo): «oro, plata, etc». (v. 12). Para una lista similar, véase Ezequiel 27:12 y ss. (b) El lujo en el atuendo hace pares con el lujo del mueblaje: las maderas más finas y olorosas (v. 12b). (c) Siguen las especias, los ungüentos y lo mejor del trigo, del vino y del aceite (v. 13a). (d) Después, el ganado y los caballos para las carreras o para la guerra (v. 13b). (e) Finalmente, «cuerpos» (gr. sómata). El vocablo griego es el que los LXX usan para designar a los esclavos en Génesis 36:6. Realmente, para los amos paganos, los esclavos eran meramente cuerpos para el trabajo, para los juegos circenses o para los burdeles de prostitución masculina. Y, con los cuerpos, las almas humanas o, mejor, vidas humanas, ya que psukhás no tiene aquí ningún sentido moral ni espiritual, sino que designa probablemente «los esclavos dedicados a las artes liberales, a ser pedagogos, literatos, artistas» (Bartina, ob. cit., pág. 796).
(C) El autor sagrado hace una recapitulación general, en el versículo 14, de los bienes que se han enumerado en los versículos 12 y 13. El original es muy expresivo en su semitismo: El griego opóra, que las versiones traducen por «fruto» o «fruta», significa, en realidad, la tercera estación del año en el cómputo griego, la cual correspondía, para los judíos, al final del verano y comienzo del otoño, cuando los mejores frutos de la tierra estaban ya maduros y sazonados. Pero es probable que sea un semitismo con el que se designa «todo lo que más apetecían los que compraban y vendían», ya que la primera parte del versículo 14 dice literalmente: «y el fruto del deseo de tu alma se alejó de ti». Más aún, el texto sagrado (v. 14b) continúa diciendo: «y todo lo pingüe y espléndido se ha desvanecido (lit. ha perecido, el mismo verbo del final de Jn. 3:16) de ti». Todo lo que representaba la prosperidad y el esplendor de la gran ciudad ha perecido para siempre. El versículo 15 repite la elegía de los mercaderes para que se entiendan mejor sus lamentos por los artículos perdidos.
(D) A continuación (vv. 16, 17a) viene la lamentación de los mercaderes en una endecha que se parece a las de los versículos 10 y 19, pero tiene también muchos elementos específicos, conforme a los objetos preciosos que se han enumerado en los versículos 12 y 13. Como contrapunto a los lamentos del versículo 16, podrían escucharse las palabras de nuestro Salvador en Mateo 6:19–21: «No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre corroen, y donde los ladrones horadan y roban.
Allegad, más bien, tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, ni los ladrones horadan ni roban. Porque donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón» (NVI). La elegía de los comerciantes se fija especialmente en aquello en que más puesto tenían el corazón. ¡Y que todo se haya perdido en un instante …! (v. 17a). Todo esto nos recuerda también al rico de la parábola de Lucas 12:16–21.
3. A las lamentaciones de los comerciantes siguen (vv. 17b–19) las de la marina mercante: «Todo piloto de mar y cuantos viajan por barco, los marineros y cuantos se ganan la vida en el mar, se detendrán a distancia. Cuando vean el humo de su incendio, exclamarán: ¿Hubo jamás una ciudad como esta gran ciudad? Arrojarán polvo sobre sus cabezas, y gritarán llorando y lamentándose:
¡Ay! ¡Ay, oh gran ciudad,
donde cuantos tenían barcos en el mar, se enriquecieron de su opulencia!
¡En una sola hora ha quedado devastada!» (NVI).
Las lamentaciones de la marina mercante se describen aquí con colores e imágenes que parecen tomados de Ezequiel 27:28, 29. En los LXX, se mencionan allí cuatro clases de jefes marinos según el puesto que ocupan: el timonel, los subalternos, cada uno de acuerdo con su rango, los marineros rasos y, finalmente, los cargadores y los pescadores; ¡todos cuantos trabajan, de un modo u otro, en el mar! Todos ellos se paran de pie desde muy lejos; y lo único que se les ocurre decir es que no había otra ciudad semejante a aquélla. Se lamentan, no precisamente por la ruina de la ciudad, sino por lo mucho que ellos mismos han perdido al acabarse el comercio que mantenían con la gran ciudad. Para ellos, por tanto, no había, ni hubo jamás, otra ciudad como aquélla, a juzgar por los beneficios que las transacciones con Roma les habían reportado. Vemos (v. 19) que arrojan polvo (o ceniza) sobre sus cabezas, lo cual era una señal de gran duelo entre los orientales (comp. con Job. 2:12).
Versículos 20–24
En agudo contraste con la inmensa pena de reyes y mercaderes de la tierra, el sagrado texto nos presenta a continuación las aclamaciones del cielo, donde los santos, los apóstoles y los profetas son estimulados a regocijarse por la caída de Babilonia, porque Dios ha vindicado a los Suyos, y ha cargado sobre ella la retribución que se merecía por la sangre vertida. No se les pide ser crueles o vengativos, sino regocijo por el triunfo de la justicia de Dios y de la verdad por la que los mártires dieron su vida. Viene primero (v. 20) el grito de aclamación, probablemente de labios del propio Juan. Después tenemos una acción simbólica del hundimiento definitivo de la Gran Babilonia (v. 21). En tercer lugar, el mismo ángel profiere un oráculo sobre la destrucción de la ciudad (vv. 21b–23a), y da también cuenta de las tres causas principales que motivaron dicha destrucción (vv. 23b, 24).
1. Dice el versículo 20 en la NVI: «¡Regocijaos sobre ella, oh cielos! ¡Regocijaos, santos, apóstoles y profetas! Dios la ha juzgado por el modo con que ella os trató». Nótese que el propio Juan tampoco se deleita precisamente en la ruina de la ciudad, sino en la justicia de Dios (comp. con Is. 26:9). Dice Bruce (ob. cit., págs. 1.705, 1.706): «En los juicios de Dios, rectamente considerados, el pueblo de Dios puede regocijarse de modo apropiado, pero se regocijarán temblando, al recordar que Sus juicios comienzan por los de Su propia casa (1 P. 4:17, siguiendo a Ez. 9:6; Am. 3:2)».
2. A las aclamaciones por la caída de Babilonia, «un ángel forzudo» (lit.) añade una acción simbólica (v. 21): «Entonces un ángel poderoso levantó una piedra grande, del tamaño de una rueda de molino, y la lanzó al mar, diciendo:
Con este mismo ímpetu,
será arrojada la gran ciudad de Babilonia, y no será jamás hallada» (NVI).
Es una escena parecida a la de Jeremías 51:61–64, con la sola diferencia de que la piedra de molino es arrojada al mar, en lugar de al Éufrates. Dice Walvoord (ob. cit., pág. 266): «El simbolismo es el mismo. Representa la destrucción de la gran ciudad, la cual, como una piedra arrojada al mar, no volverá a ser hallada». Por cierto, la frase «de ningún modo será hallada» (lit. Gr. ou me euréthe) se repite siete veces.
3. Pero el ángel no se contenta con arrojar simbólicamente al mar la piedra que representa a Babilonia, sino que pronuncia un oráculo y expresa las razones que han motivado dicha destrucción (vv. 22–24):
«La música de arpistas y músicos cantores, de tocadores de flauta y de trompeta, nunca volverán a escucharse en ti.
Ningún artesano de ningún oficio volverá jamás a encontrarse en ti.
El ruido de la rueda de molino
no volverá jamás a escucharse en ti.
La luz de una lámpara
no volverá a brillar en ti jamás. La voz del esposo y de la esposa no volverá a oírse en ti jamás.
Tus mercaderes eran los magnates del mundo.
Por tus encantamientos fueron seducidas todas las naciones. En ella se encontró la sangre de los profetas y de los santos, y de todos cuantos fueron asesinados en la tierra» (NVI).
(A) Ryrie resume admirablemente el sentido del oráculo de los versículos 22 y 23: «Ni música, ni trabajador, ni maquinaria, ni luz, ni felicidad volverán a hallarse en Babilonia». Expresiones similares pueden verse en Jeremías 7:34; 16:9; 25:10; Ezequiel 26:13. La ciudad que había sido centro y emporio universal de prosperidad, alegría, jolgorio y placeres mundanos, así como de la más abominable idolatría y de la más grosera inmoralidad, ha sido reducida a un silencio sepulcral y se encuentra completamente devastada.
(B) El mismo ángel declara a continuación las razones que motivaron la destrucción de la ciudad: (a) Los mercaderes de Roma habían explotado a la gente y habían corrompido la tierra, convirtiéndose (v. 23c) en magnates sin Dios, que todo lo controlaban con su gran poder y tremenda influencia (comp. con Is. 23:8). (b) Con sus brujerías (drogas, venenos en las copas, etc.) habían engañado, seducido, extraviado, al mundo entero (v. 23d, comp. con Is. 47:12). (c) El mayor crimen era haber vertido mucha sangre inocente (v. 24): «la de los profetas, que habían predicado el Evangelio de salvación y habían amonestado para bien; la de los santos, que habían sellado con su sangre el difícil testimonio durante la Gran Tribulación; y la de todos los degollados (lit.) sobre la tierra», por el mero hecho de obedecer a Dios y creer en Jesús (v. 12:17). Por cierto, en el versículo 24 vemos el plural intensivo «sangres» (gr. haímata); compárese con Juan 1:13, donde hallamos igualmente el mismo plural.
4. Bueno será terminar este capítulo con algunas provechosas consideraciones que nos ofrecen algunos de los más expertos estudiosos del Apocalipsis:
(A) Caird (ob. cit., págs. 230, 231) hace un fino análisis lingüísticohistórico de la frase final del versículo 20 «porque Dios ha juzgado vuestro juicio de ella» (lit.), y dice que el «de ella» (gr. ex autés) sólo puede entenderse a la luz de dos leyes del Antiguo Testamento: (a) la ley de sangre derramada (Gn. 9:5–9), y (b) la ley de falso testimonio (Dt. 19:16–19, comp. con Ap. 11:13). Y añade: «Juan une las dos leyes para expresarlas así: Dios ha impuesto sobre ella la sentencia que ella quiso imponeros. Babilonia ha acusado falsamente a los santos, etc., haciéndoles morir. Pero el caso ha sido llevado al tribunal de Dios … donde Babilonia ha sido hallada culpable de perjurio».
(B) Sobre los versículos 22 y 23, comenta D. Turner, en el Curso de la Academia Cristiana del Aire, Apocalipsis, página 105, col. 1.a: «Todos estos que tuvieron relación con Babilonia, se acaban. No habrá más jazz ni rock and roll, ni pinturas modernistas, ni novelas llamadas realistas, en vez de nombrarlas por su verdadero carácter de inmorales o pornográficas, obscenas. Estas cosas que los espíritus diabólicos han usado como carnada o cebo para atraer y entrampar a la juventud especialmente, ya dejarán de existir, siendo quemadas todas en el fuego de Dios».
(C) Al final de su comentario sobre este capítulo, el Dr. Walvoord (ob. cit., pág. 267) hace notar el paralelismo de esta Babilonia con la Babel de Génesis 11:1–9: Su torre, elevada hasta el cielo, trataba de unir al mundo con un culto y un lenguaje comunes. Dios frustró este plan, confundiendo el lenguaje y esparciendo las gentes. La Babilonia eclesiástica de Apocalipsis 17 proponía una religión universal, una Super-Iglesia apóstata. Ésta es destruida por la Bestia en cumplimiento de la voluntad de Dios (17:16, 17). La Babilonia politicoeconómica de Apocalipsis 18 tiende a dominar el mundo con un Mercado Común y un gobierno mundial. Ésta es destruida por Cristo en su Segunda Venida (19:11–21). El triunfo de Dios, al acabar con la gran ramera de Apocalipsis 17 y con la gran ciudad de Apocalipsis 18, prepara el camino para la Segunda Venida de Cristo y el establecimiento de su reinado glorioso en la tierra. Por su parte, Beasley-Murray (New Bible Commentary, Revelation) explica cómo, a la luz de las antiguas profecías y de las condiciones mundiales de su tiempo—un emperador satánico, una Roma corrompida y un sacerdocio idólatra—, Juan pudo predecir con vivos colores cuál sería la situación durante la Gran Tribulación. Personalmente, veo también otro paralelismo (además del señalado por Walvoord) con Génesis 11, en el sentido de que el triunfo de Dios sobre los rebeldes de Babel, cuando les confundió las lenguas y los esparció así sobre la faz de la tierra, preparó el camino para el llamamiento de Abraham (Gn. 12).
Este capítulo puede dividirse en tres partes: I. El júbilo celeste por el juicio que Dios ha pronunciado y ejecutado sobre Babilonia (vv. 1–6). II. El anuncio del banquete de bodas del Cordero (vv. 7–10). III. La batalla de Armagedón (vv. 11–21).
Versículos 1–6
Llegamos ya al final: «Después de estas cosas», última vez que sale la frase metá taúta del original. En estos versículos tenemos las cuatro únicas veces que el vocablo hebreo Halleluyá ocurre en todo el Nuevo Testamento. Dicen así los versículos 1–6 en la NVI:
«Después de esto, oí como el clamoreo de una gran multitud en el cielo, que exclamaban:
“¡Aleluya!
La salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios, pues son fieles y justos sus juicios.
Ha condenado a la gran prostituta,
que corrompía la tierra con su fornicación.
Ha tomado venganza en ella de la sangre de sus siervos, que ella derramó”. Y de nuevo exclamaron:
“¡Aleluya!
La humareda de ella sube por los siglos de los siglos”.
Los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se prosternaron para adorar a Dios, que estaba sentado en el trono, y exclamaban:
“¡Amén, Aleluya!”
Luego salió del trono una voz que decía:
“¡Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos, cuantos lo reverenciáis,
tanto pequeños como grandes!”
Después oí como el coro de una gran multitud, como estruendo de una cascada inmensa
y como retumbar de fuertes truenos, que exclamaban: “¡Aleluya!
Pues reina nuestro Señor Dios Todopoderoso”».
El himno continúa (vv. 7, 8), pero conviene estudiar aparte esos dos versículos, junto con los versículos 8–10, pues se refieren a un mismo tema: Las bodas del Cordero.
1. El «Después de esto» del versículo 1 no se ha de entender aquí como si entre el final del capítulo 18 y el comienzo del 19 mediase lapso alguno de tiempo. Más bien, el clamoreo del versículo 1 es como la respuesta a la invitación de 18:20 («Regocijaos sobre ella, oh cielos, etc.»). Dice J. Vernon McGee:
«El capítulo 19 marca un cambio dramático en el tono de Apocalipsis. La destrucción de Babilonia, capital del reino de la Bestia, señala el fin de la Gran Tribulación. Lo sombrío da paso al cantar. Hay un pasar de tinieblas a luz, de negro a blanco, de terribles días de juicio a espléndidos días de bendición. Este capítulo hace una definida bifurcación en Apocalipsis, y desemboca en el mayor evento para el mundo: la Segunda Venida de Cristo. Es el puente entre la Gran Tribulación y el Milenio».
2. Varias frases del versículo 1 nos llevan a 7:9, 10, donde se hallan otras iguales o semejantes: «gran multitud», «con gran voz», «la salvación (se debe) a nuestro Dios» (lit.), por lo que es posible que, en este versículo 1, estemos ante la misma multitud. Recordemos que el vocablo hebreo compuesto Hallelú- Yah está formado por el imperativo del verbo hallel, alabar (en segunda persona de plural) y Yah, que es la frecuente abreviatura de Jehová. Tras de esta especie de epígrafe de alabanza, la multitud atribuye a Dios las tres mayores cualidades: salvación (la liberación, como un hecho), gloria (como perfección moral de Dios, la cual resplandece de modo especial en la salvación de Su pueblo) y poder (gr. dúnamis, la capacidad para actuar con toda eficacia). Lo de «el honor» falta en los mejores MSS. La salvación fue mencionada en 7:10; la gloria y el poder, en 4:11.
3. La razón que aquí (v. 2) se da es «porque sus juicios son verdaderos (lit. genuinos, pues Dios es siempre fiel a Sí mismo) y justos (conforme a justicia), en su doble vertiente de «hacer justicia de …» y
«hacer justicia a …». Dice Bartina (ob. cit., pág. 802): «La verdad, en sentido semítico, implica continuidad y fidelidad. Dios es siempre el mismo. Aunque esperó, al fin juzgó a la gran pecadora empedernida, consecuentemente con los inmutables principios de moralidad y bondad que han de regir la conducta del ser libre. Además, el castigo, aunque pareció durísimo, fue merecido, se movió dentro del círculo perfecto de la justicia».
4. A continuación (v. 2b), la multitud específica lo que Dios juzgó y por qué lo juzgó: «Juzgó a la ramera, la grande, que corrompió a la tierra con su fornicación, y vindicó la sangre de sus siervos de la mano de ella» (lit.). Los dos crímenes de mayor calibre de la Gran Ramera habían sido la idolatría (y la inmoralidad con que había corrompido toda la tierra) y la persecución a muerte de los siervos de Dios. Esto muestra la justicia perfecta del castigo que Dios le ha impuesto.
5. El versículo 3, tras repetir el hallelú-Yah, menciona el castigo eterno: destrucción definitiva de la ciudad. Juan oye una frase tomada de Isaías 34:10 y repetida ya anteriormente en Apocalipsis 14:11. La humareda de la destrucción a fuego de la Gran Babilonia subirá al cielo (el verbo está en presente continuativo) por los siglos de los siglos, e indica así que jamás se recuperará de su destrucción (comp. con Gn. 19:28, a la luz de Jud. v. 7, al final). El original dice: «Y el humo de ella está subiendo por los siglos de los siglos», con lo que se da a entender el tormento eterno de sus malvados moradores. Así se responde a la apelación de 6:10: «¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, no juzgas, etc.?» El perfecto eírekan (lit. han dicho) de la primera frase del versículo 3 muestra que las voces son prolongadas y repetidas.
6. La escena del versículo 4 es semejante a la de 4:4–10, pero, en lugar de las alabanzas que se especifican en el capítulo 4, tenemos aquí simplemente un Amén, seguido del tercer Aleluya del capítulo. Como hace notar Walvoord (ob. cit., pág. 269), «el hecho de que los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes son presentados como adorando a Dios en grupo separado de la gran multitud parece confirmar la sugerencia anterior de que la gran multitud son los muertos martirizados de la Gran Tribulación … Si los veinticuatro ancianos representan a la Iglesia, son testigos de estos acontecimientos desde el cielo, aun cuando ellos no han participado del mismo modo». Respecto del Amén, dice Bartina (ob. cit., pág. 803): «El que lo pronuncia viene a decir con ella (con la palabra «amén»): Así es. Acepto lo dicho, y de mi parte lo repito punto por punto (cf. 1:6)».
7. En el versículo 5 se introduce una nueva voz; esta vez, salida del trono. Ello no significa que sea la voz de Dios, ya que esto pugna con el contexto posterior, en el que la alabanza de la voz va dirigida precisamente a Dios. Contra la opinión de Bartina, y siguiendo aquí a Walvoord, tengo por seguro que la voz no procede de Dios, sino de un ángel. Decir que sale del trono equivale a decir que sale del altar (comp. con 14:18; 16:7), con lo que se da a entender que el ángel que la profiere es de los más cercanos a Dios (comp. con Is. 6:1–3). Las palabras de alabanza están sacadas de los Salmos (Sal. 113:1; 115:13; 135:1, 20). La voz invita aquí a todos los siervos (gr. doúloi) de Él (Dios) a seguirle alabando (también este verbo está en presente de continuidad).
8. A esta invitación responde (v. 6) un inmenso coro, cuya magnitud numérica y potencia vocal se pone de relieve mediante la comparación con una gran cascada y una ruidosa tronada. El coro comienza su himno con el cuarto y último aleluya y sigue con dos expresiones, la primera de las cuales («ha comenzado a reinar—gr. ebasíleusen, en aoristo ingresivo—el Señor») aparece ya en 11:15, en una de las fintas espirales a las que Juan nos tiene acostumbrados en este libro; y la segunda frase («el Dios, el Todopoderoso»—lit.—equivalente al hebreo Jehová Tesebaoth) se halla en Amós 3:13; 4:13 (en los LXX). Nueve veces aparece en Apocalipsis (1:8; 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15 y 21:22). Las frases mencionadas muestran bien a las claras que Dios no reina, en la actualidad, de manera efectiva en el mundo, pues el mundo no le conoce ni le obedece, ya que el príncipe y dios de este mundo es el diablo (v. 2 Co. 4:4; Ef. 2:2, como un eco de Jn. 12:31; 14:30). Sólo cuando el diablo sea desposeído de facto de su dominio sobre las naciones, «los reinos de este mundo que a él le han sido entregados» (v. Lc. 4:6), será cuando Dios y su Ungido comenzarán su reinado en el mundo (v. Sal. 2:8 y ss.).
Versículos 7–10
La gran multitud anuncia ahora algo más grande: Las bodas del Cordero, es decir, el banquete de bodas, pues el compromiso nupcial se hizo ya en el cielo. Dicen literalmente dichos versículos:
«¡Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria (a Dios), pues llegaron las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado! Y se le dio que fuese cubierta de lino resplandeciente puro, porque el lino es las acciones justas de los santos. Y me dice (el ángel): Escribe: “Bienaventurados los invitados (en participio de pretérito perfecto) al banquete de las bodas del Cordero”. Y me dice: “Éstas son las palabras verdaderas de Dios”. Y caí delante de sus pies para adorarle. Y me dice: “¡Mira que no! (esto es, ¡no lo hagas!). Consiervo tuyo soy y de tus hermanos los que tienen el testimonio de Jesús; ¡a Dios adora! Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”».
1. Ya hemos indicado anteriormente que el compromiso nupcial de Cristo con Su esposa, la Iglesia, se hizo ya en el cielo, cuando la Iglesia salió al encuentro de su Esposo «en el aire» (1 Ts. 4:17). Aquí la vemos «preparada» (gr. hetoímasen heautén, se preparó a sí misma—comp. con el v. 8—), es decir, ya perfectamente ataviada, y es ahora, tras de la Gran Tribulación, cuando se va a celebrar el banquete de bodas en la tierra. En efecto, el clamoreo del versículo 6 indica bien a las claras que ha terminado la Gran Tribulación, pues los reinos de la tierra, que el diablo había puesto en manos del Anticristo (v. 13:2, al final), han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, como ya se anunció primeramente en 11:15.
2. Antes de pasar adelante, bueno será hacer memoria de la forma en que se celebraban las bodas entre los judíos:
(A) Tres eran los principales elementos en las bodas: (a) Los padres respectivos solían arreglar el contrato matrimonial cuando los futuros contrayentes eran todavía niños, que no podían asumir las responsabilidades propias de adultos. Se pagaba entonces ya la dote correspondiente. (b) Cuando la pareja había llegado a la edad adulta, tenía lugar la ceremonia en que el novio y los amigos («los hijos el tálamo»—según el sentido del original en Jn. 3:29—) que le acompañaban iban a casa de la novia para escoltarla hasta la casa de él (v. Mt. 25:1–13). (c) Después, el novio introducía en su propia casa a la novia y se celebraba el banquete de bodas al que eran invitados los amigos asistentes. Éste fue, por ejemplo, el caso de las bodas de Caná (v. Jn. 2:1–12).
(B) Este simbolismo se cumple perfectamente en relación con Cristo y con su Iglesia: (a) El contrato nupcial fue firmado cuando Cristo redimió a su Iglesia (v. Ef. 5:26, 27). Todo verdadero creyente está unido legalmente a Cristo en matrimonio. (b) La segunda etapa se cumplirá cuando Cristo venga a recoger a su Iglesia. (c) La tercera es la que vemos aquí, en el banquete de bodas, pues es muy significativo el que la esposa no sea llamada aquí numphé, novia, sino guné, mujer ya casada, lo cual da a entender claramente que el novio ya había venido a recoger a la novia y ya se había celebrado la ceremonia nupcial. No es, pues, insisto, la boda, sino el banquete lo que contemplamos aquí. De ahí que deberíamos leer el versículo 7 de la forma siguiente: «Porque el banquete de bodas ha llegado».
3. Queda otro problema de hermenéutica en cuanto al vocablo esposa. Por ejemplo, en Oseas, Israel se describe como la esposa infiel de Jehová, que ha de ser restaurada en el Milenio a su posición de esposa fiel. Las normas de una correcta hermenéutica nos obligan a ver a Israel como ya casada con Jehová, aunque se haya mostrado infiel a su cónyuge. Esto contrasta con lo de Pablo en 2 Corintios 11:2, donde la boda aparece como futura, y ello nos ayuda a distinguir entre los santos de la actual dispensación—la Iglesia—y los demás (los del Antiguo Testamento y los de la Gran Tribulación), los cuales pertenecen a la categoría de invitados al banquete de bodas, como veremos en el versículo 9.
4. Como es ya costumbre en Apocalipsis, se nos dice (v. 8) que a la Iglesia le fue dado estar cubierta de lino resplandeciente limpio (lit.), pero no significa que esta vestidura sea la gracia de la justificación, ya que, a renglón seguido, se nos aclara que este lino es las acciones justas de los santos. Dice Ryrie:
«Las buenas obras de los creyentes constituirán el vestido de boda cuando la congregación de los fieles se unan a Él en matrimonio (cf. 2 Co. 11:2; Ef. 5:26, 27)». Las acertadas referencias que el propio Ryrie hace a dichos lugares aclaran una dificultad que podría presentarse, si comparamos el gr. dikaiómata (acciones justas) de este versículo con Isaías 64:6; pero los LXX (la versión griega, llamada Septuaginta), con muy buen acierto, no vertieron el hebreo tsidqoteynu por dikaiómata, obras justas, sino por dikaiosune, ¡justicia! Con ello tenemos, por una parte, que la justicia cumplida es posible únicamente con base en la justicia imputada; y, por otra, que las acciones justas de los fieles aparecen aquí como lino resplandeciente limpio, porque la Iglesia ha llegado ya a la etapa netamente escatológica, definitiva, y se halla ya glorificada, sin mancha ni arruga ni cosa semejante (Ef. 5:27). Todavía podríamos matizar más, y decir que este rico vestido es, por una parte, divino, pues ha sido dado de gracia (y con esa misma gracia conservado—comp. con 1 Co. 15:10—) y, por otra parte, humano, pues a la cooperación humana se debe también el que se haya conservado limpio. Dice Bartina (ob. cit., pág. 805): «Contrasta grandemente el atuendo y el color de la esposa con los vestidos y el adorno de la gran meretriz». Y, algo más adelante, añade: «La gracia de Dios y el bien obrar del hombre forman … un todo en el camino de la salvación, pero la gracia de Dios es la primera y principal».
5. ¿Quiénes son los invitados al banquete de bodas del Cordero? (v. 9). Los autores antidispensacionalistas (Bartina y Salguero entre los católicos; Grau, Hendriksen, Bruce, etc., entre los evangélicos) dicen que los invitados son los propios miembros de la Iglesia, considerados individualmente. Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.706): «Mientras que la querida comunidad es la Esposa, sus miembros individuales pueden ser considerados como huéspedes de la boda». Esta opinión sufre una grave equivocación. Véase el comentario a Mateo 25:1 y ss. Allí, las diez vírgenes o doncellas (Israel) son invitadas a las bodas, pero está muy claro que no son la novia; de lo contrario, no sería posible el que algunas se quedasen fuera de la sala del banquete. Véase también el comentario a Juan 3:29, donde el propio Juan el Bautista («más que profeta»—según el Señor Jesús—) no se tiene a sí mismo como parte integrante de la «novia», sino solamente como «invitado» especial, por ser algo así como el «padrino del novio». Podemos, pues, asegurar que los invitados, que aquí son proclamados «bienaventurados», son los santos de todas las edades que no pertenecen a la dispensación actual. «Ninguna novia—dice W. R. Newell (The Book of the Revelation, pág. 297) necesita invitación para su propia boda.» Walvoord comenta que, sin embargo, las diferencias no deberían enfatizarse más de lo que la Biblia dice. «Cada uno—añade—tiene sus ventajas peculiares y su sitio particular en el programa divino.»
6. El ángel del versículo 9 parece ser el mismo de 14:13, pero hay que distinguirlo del de 21:5, pues este último da mandamiento de Dios. La frase: «Éstas son las palabras verdaderas (genuinas) de Dios» se repite, con ligeras variantes, en 21:5; 22:6 y sirven de énfasis. Es probable, como sugiere Bartina, que el vocablo griego lógoi, como el hebreo dabar, signifique no sólo lo que Juan ha oído, sino también lo que ha visto en las distintas escenas del Apocalipsis. Que son «de Dios» significa que Él lo ha dicho y lo ha dispuesto, por lo que, como añade Bartina, «tendrán infalible cumplimiento».
7. No es extraño que, ante esta sensacional revelación, Juan se postrase en tierra (v. 10) para adorar al ángel, «no porque creyera que fuera Dios, sino porque representaba a Dios, cuyo legado era» (Bartina, ob. cit., pág. 806). El ángel se lo impide rápidamente, como lo indica la frase elíptica del original: «¡Mira que no!», como si dijese: «¡Ten mucho cuidado y no hagas tal cosa!» Y le explica la razón: «Porque yo soy tan siervo de Dios como tú y tus hermanos …» La frase «¡a Dios adora!», en medio del versículo 10 (comp. con Dt. 6:13; Mt. 4:10; Lc. 4:8), forma un inciso que el ángel ha creído necesario añadir de inmediato, pero el final de la frase anterior es conveniente leerlo junto con la frase posterior, la última del versículo.
8. Prescindiendo del inciso, el versículo 10b dice así: «… Consiervo tuyo soy y de tus hermanos los que tienen el testimonio de Jesús … Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía». Los ángeles, lo mismo que los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento, son legados de Dios (v. 2 Co. 5:18–20), y forman así una especie de corporación que tiene el encargo de dar testimonio de Jesús, porque el espíritu (no el Espíritu Santo), es decir, el núcleo mismo y la intencionalidad de la profecía (y profecía es todo lo que Juan ha visto y oído en las visiones de este libro) «tiene por objeto poner ante nuestra vista la belleza y el encanto de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (Walvoord, ob. cit., pág. 273). Y, como la Escritura está inspirada por Dios, y al Espíritu Santo compete el llevarnos a toda la verdad (Jn. 16:13), Él nos ha de mostrar también lo futuro relacionado con la persona y la majestad de Cristo.
9. Aquí está el clímax del libro del Apocalipsis. «Lo que precede es prólogo, y lo que sigue es epílogo» (Walvoord, ob. cit., pág. 274). Con el Salmo 2 al fondo, vemos el contraste entre el humilde, manso, despreciado y sufriente Cristo del Evangelio, y el triunfante, glorioso, soberano y majestuoso Señor de la Segunda Venida. La escena que viene marca el punto culminante en el que desemboca toda la Historia. ¡Qué pobre es la teología que minimiza la Segunda Venida, y qué limitada es la esperanza cristiana que no la incluya como el glorioso clímax del programa de Dios de exaltar a su Hijo (Fil. 2:9– 11) y poner a toda la creación bajo el control y la soberanía de Cristo!
Versículos 11–21
En esta porción, nos es presentada la Segunda Venida de Cristo (vv. 11–16) y la batalla de Armagedón, donde el Señor derrota completamente a Sus enemigos de los últimos días, arrestando juntamente a los jefes de la rebelión final, el Anticristo y el Falso Profeta, los cuales son los primeros en ir (por cierto, vivos), ¡antes que el diablo!, al infierno (vv. 17–21). Éste es uno de los pasajes más gráficos de la Biblia acerca de la Segunda Venida del Mesías. Merill C. Tenney dice que sigue el modelo de una procesión triunfal romana. Cuando un general regresaba de una campaña victoriosa, tenían una gran parada en la Vía Sacra, la principal calle de Roma, que conducía desde el Foro hasta el templo de Júpiter en el Capitolio. Montado en caballo blanco, el general iba al frente de las tropas, seguidas por los carros que transportaban el botín capturado a los enemigos, y por los prisioneros encadenados, que habrían de ser ejecutados o vendidos como esclavos en los mercados de la ciudad. Los jefes rebeldes eran conducidos a la Prisión Mamertina para ser ejecutados, mientras se ofrecían sacrificios de acción de gracias en el Templo.
Cualquiera puede ver ahora el contraste entre los versículos que vamos a estudiar y el arrebatamiento de la Iglesia, donde no hay evidencia de juicio sobre la tierra, sino encuentro con Cristo «en los aires», mientras que ahora viene con el designio específico de hacer juicio y establecer su justo reinado. Zacarías 14:3, 4 nos lo dice así:
«Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se posarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está enfrente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur».
De acuerdo con esto, Cristo volverá al monte de los Olivos desde el que ascendió a los cielos (v. Hch.
1:11). El momento será dramático al partirse en dos el monte, en prueba del poder y de la autoridad de Cristo. Hoy dicho monte tiene dos picos y entonces (como el Coloso de Rodas sobre la ciudad) Cristo pondrá un pie sobre cada uno hasta transformar el monte en un gran valle que se extenderá al este y al norte desde Jerusalén, y al sur hasta Jericó y el Jordán. Con Mateo 24:27–31 (v. también Zac. 12:10; Jn. 19:37) como fondo, podemos estar seguros de que todos (creyentes e incrédulos) le verán. Se le compara al relámpago porque con su resplandor iluminará el cielo y la tierra, después que el sol habrá sido oscurecido, y la luna no dará luz, y caerán las estrellas, junto con los demás fenómenos aludidos en Mateo y en el propio Apocalipsis, fenómenos que acompañan a toda intervención sobrenatural extraordinaria de Dios.
1. Después de esta introducción, facilitada casi enteramente por el Dr. Walvoord, pasamos ya al análisis de la porción, empezando por los versículos 11–16, que dicen así en la NVI:
«Vi el cielo, que estaba abierto, y ante mis ojos estaba un caballo blanco, y el que lo montaba se llama Fiel y Veraz. Con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos son como fuego llameante, y en su cabeza hay muchas coronas. Lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo Él. Está vestido de un manto teñido en sangre, y su nombre es el Verbo de Dios. Le seguían los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones. Él las regirá con un cetro de hierro. Y Él pisa el lagar de la furia de la cólera del Dios Todopoderoso. En su manto y sobre el muslo, lleva escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES».
(A) Estos seis versículos están dedicados a describirnos la persona y la figura del jinete que monta el caballo blanco y que, como ya dijimos en el comentario a 6:2, no debe confundirse con el que monta el caballo blanco que vemos allí. Juan vio primero el cielo ya abierto (el verbo está en participio de perfecto pasivo) y después vio salir del cielo un caballo blanco símbolo de victoria. Al jinete se le dan varios epítetos, aunque ninguno de ellos, ni todos juntos, pueden agotar la descripción exhaustiva de la personalidad de Jesús. Para que se vea claramente que el blanco no es aquí sólo símbolo de victoria, sino también de santidad (lo que no ocurre en 6:2), se hace notar primeramente que el jinete se llama Fiel (en la misión que se le ha confiado—v., por ej., Lc. 19:10; 2 Co. 1:18–20) y Veraz (consecuente y constante en el cumplimiento de su misión); además, juzga y guerrea con justicia» (lit.): Justa es la causa que defiende, y justos son los medios que emplea para defenderla (comp. con Is. 11:4). El jinete de 6:2 salió venciendo y para vencer, pero ahora el Rey de reyes y Señor de señores viene a triunfar sobre los blasfemos que han usurpado el control sobre el mundo.
(B) En el versículo 12, se no dice que sus ojos son como llama de fuego (lit.), expresión que repite a la letra la de 1:14 y, con pequeñas variantes, la de 2:18. Significa que atraviesa los secretos del corazón y tiene poder para consumir como el fuego (comp. con He. 12:29). En la cabeza de Jesús vio Juan muchas diademas, símbolo de soberanía total y universal; muchas más que las diademas del dragón y del Anticristo (v. 12:3; 13:1), pues le pertenecen todas (v. 5:12, 13), y más duraderas, pues son eternas; no perecen como las del dragón y las de su agente principal, el Anticristo. El que montaba el caballo blanco en 6:2 era un jefe infame. El que monta este otro caballo blanco es el verdadero soberano de la humanidad. «A su presencia se derriten los montes y tiemblan las naciones» (Is. 64:1, 2).
(C) Añade el texto sagrado (v. 12b) que «lleva escrito un nombre que nadie sabe sino sólo Él» (lit.). El verbo griego oíden, que es el que tenemos aquí, expresa un conocimiento obtenido por estudio o por experiencia sensorial (no dice guinóskei, conoce). Comenta S. Bartina (ob. cit., pág. 809): «No se dice que no se pueda leer el nombre del jinete, sino que no se puede comprender. Su sentido profundo queda impenetrable, como lleno de misterios (Mt. 11:27; Jn. 8:55)». Es muy probable, como sugiere el mismo autor, que ese nombre sea, como se dice a continuación (v. 13), «el Verbo de Dios» (comp. con Jn. 1:14). Según H. A. Ironside, el sentido de cada uno de los tres nombres es como sigue: (a) El nombre que sólo Él conoce indica la gloria eterna del Hijo, al que solamente el Padre conoce; (b) el Verbo de Dios alude a su Encarnación (Jn. 1:1, 14, 18); (c) el Rey de reyes y Señor de señores alude a su Segunda Venida.
(D) El jinete lleva (v. 13) un manto (gr. himátion, ¡la clámide del general romano!) salpicado de sangre (lit.), no de la suya propia, sino de la de sus enemigos, como en Isaías 63:1–3. Aunque muchos MSS dicen teñido o bañado (gr. bebamménon), merece mayor aceptación la lectura rerantisménon, rociado, salpicado, que no sólo cuadra mejor con el lugar paralelo de Isaías 63:3, sino también con lo que ocurre en un batalla como ésta. Aunque es posible que esta circunstancia aluda a «otras luchas y otras victorias de este jefe militar» (Bartina), mi opinión es que, como en 14:20, alude a la batalla de Armagedón, que va a ser descrita en los versículos 17–21 y que ya fue mencionada en 16:16. En la segunda parte del versículo 13 se dice literalmente que «ha sido llamado su nombre el Verbo de Dios». El uso del perfecto medio-pasivo del verbo griego kaléo, llamar, indica que ese nombre lo lleva «desde siempre», como traduce Bartina.
(E) El versículo 14 nos presenta a continuación, siguiendo al jinete del caballo blanco, y montados también en caballos blancos, a los ejércitos celestiales (v. 17:14), compuestos probablemente de hombres, no de ángeles. Dice Bartina (ob. cit., pág. 810): «Siendo las dos bestias humanas, parece que es más conveniente que sean vencidas por humanos. Al dragón le encadenará un ángel, como se dirá expresamente (20:1–3)». El atuendo lo confirma también, a la vista del contexto anterior: «vestidos de lino blanco puro» (lit. Comp. con el v. 8). No obstante, un contexto más general de las Escrituras parece exigir que, con Jesús en delegación y autoridad de Jehová Tsebaoth, los ejércitos celestes habrían de comprender también a los ángeles (v. Mt. 16:27; 25:31).
(F) El versículo 15 consta de tres frases que describen el estilo bélico del jinete que actúa como general en jefe de los ejércitos celestes: (a) «De su boca sale una espada afilada (lit. aguda) para herir con ella a las naciones» (v. el v. 21, así como 1:16; 2:16, dependiendo de Is. 11:4). Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.707): «La espada simboliza el poder irresistible de su palabra de juicio y de gracia». No es aquí la mákhaira o espada corta, como machete o daga, de Efesios 6:17 y Hebreos 4:12, sino la rhomphaía o espada larga, para combatir a campo abierto contra el enemigo, y siempre de doble filo. (b) «Él las regirá con un cetro de hierro» (comp. con 2:27; 12:5; Sal. 2:9; Is. 11:4—en este último lugar dice: «herirá la tierra con la vara de su boca»—). (c) «Y Él pisa el lagar de la furia de la cólera del Dios Todopoderoso» (v. 14:19, 20, de Is. 63:2–6, como ya hemos mencionado en el comentario al v. 13). Es ya tarde para esperar misericordia. Cuando la gracia ha sido rechazada, el juicio divino se torna inflexible e irrevocable.
(G) La descripción del jinete del versículos 11 termina aquí (v. 16) con la frase: «En su manto y sobre su muslo (gr. merón) lleva escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES». Dice Newell (ob. cit, pág. 311): «El mismo Fuerte de Jacob (Sal. 132:2, 5—el paréntesis es mío—), que viene llevando escrito sobre el muslo REY DE REYES, en aquel Gran día de Ira, para establecer Su reino, es el que le tocó a Jacob en el muslo la noche en que luchó con Él (Génesis 32), quitándole la fuerza carnal: Pues por la fuerza, ningún hombre prevalecerá; El poder pertenece a Dios». Dios (y, por tanto, el Hijo de Dios) no es solamente Amor (1 Jn. 4:8, 16). En el vestido del jinete brilla la Santidad, y en el muslo la Potencia. Con su título de «Rey de reyes y Señor de señores» (que ya salió en 17:14 del revés: «Señor de señores y rey de reyes»—el sentido es el mismo—), la rebelión contra Dios y contra su Ungido (Sal. 2:1–4) va a ser totalmente destruida. ¡Cómo se aprecia ahora la intimación del mismo Salmo 2:10–12, a fin de llegar a tiempo a la bendición que obtienen los que creen en Él! Hemos dejado para final del comentario a esta porción una observación de Bruce. Aunque todos los MSS leen, en el versículo 16, merón, muslo, dice el mencionado autor (ob. cit., pág. 1.707): «En el supuesto de que en el griego de Juan pueda subyacer un original semita, se ha conjeturado que el hebreo o arameo réguel (pierna) ha sustituido inadvertidamente a un original déguel (bandera o estandarte)».
2. Pasamos ya a los versículos 17–21, donde vemos el resultado de la batalla de Armagedón; no se habla de la batalla misma, sino de la derrota de los enemigos tan pronto como se han puesto en línea de combate contra el jinete celestial y los suyos. Dicen así en la NVI:
«Y vi un ángel de pie sobre el sol, que gritaba con voz poderosa a todas las aves que vuelan en el cenit del firmamento: “Venid y reuníos para el gran festín de Dios, para que comáis la carne de reyes, de generales y potentados, de caballos y de sus jinetes, y la carne de toda clase de gente, de libres y esclavos, de pequeños y grandes”. Entonces vi a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos, reunidos para hacer la guerra contra el jinete del caballo y contra su ejército. Pero fue capturada la Bestia y, con ella, el falso profeta que había realizado las señales milagrosas de su parte. Con estas señales, había embaucado (gr. eplánesen, engañó, extravió) a los que habían recibido la marca de la Bestia y adorado su estatua. Ellos dos (la Bestia y el falso profeta) fueron arrojados vivos al lago de fuego de azufre ardiente. Los restantes fueron matados por la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se hartaron de sus carnes».
(A) Después de la visión del Señor Jesucristo viniendo como general en jefe de las huestes celestiales, Juan ve un ángel de pie sobre el sol, frase que es explicada de muy diversas maneras por los autores. Mientras Walvoord opina que «la imagen es de una luz brillante que habla de la gloria de Dios», Bartina sostiene que el ángel se colocaba sobre el sol, «para que el astro en su marcha le llevara sobre la tierra (Sal. 19:7)». Bruce, por su parte, piensa que el sol ofrece al ángel «un buen punto de vista, desde el que pueda ser oído por todas las aves del aire». Desde un punto de vista excesivamente literalista, hay quienes insisten que la frase indica que el ángel brillaba más que el sol, mientras que su naturaleza espiritual le libra de sufrir daño del tremendo calor del sol (comp. con Sal. 19:6). No parece que la frase indique que el ángel estaba revestido de un extraordinario brillo, como para oscurecer al mismo sol. Personalmente me inclino por la interpretación de Bruce, pues es la más natural y la menos expuesta a fantasías sin base.
(B) El ángel tiene voz grande (lit.). Siete veces se repite en este libro la expresión «a gran voz» (6:10; 7:2, 10; 10:3; 14:15; 18:2 y aquí). El ángel necesita, en verdad, una voz muy potente para que le oigan todas las aves desde los cuatro puntos cardinales. La mención misma de la «gran voz» indica que estamos ante algo importante e inminente. Por su parte, las aves vuelan, como en otras ocasiones ellas mismas o los ángeles, en lo más alto del firmamento, para mejor acechar la presa. El ángel invita a las aves a un gran banquete (gr. deípnon, el mismo vocablo del v. 9), que contrasta grandemente con el banquete de las bodas del Cordero. La imaginería está tomada de Ezequiel 39:17–20, donde las aves de presa y las fieras del campo son invitadas, de acuerdo con el contexto anterior, a contribuir a la tarea de limpiar la tierra de cadáveres, para proteger de la peste a los sobrevivientes. El ángel llama a este banquete «el gran festín de Dios» (NVI). Dice Bartina (ob. cit., pág. 812): «Le llama de Dios por la causa que actualmente se ventila; pero quizás sería más justo ver en estas palabras, como otras veces, un superlativo máximo. Porque es la batalla decisiva». ¿Y por qué no por ser el festín que Dios mismo ha preparado?
(C) El ángel está tan seguro de la victoria de Cristo sobre sus enemigos, que invita (v. 18) a todas las aves al banquete que les van a proporcionar los cadáveres de los caballos y de los jinetes de todas clases («libres y siervos—ciudadanos y esclavos—, pequeños y grandes—según su posición social»—), especificando a los profesionales de la guerra («reyes … generales … guerreros avezados»). Dice Walvoord: «El juicio divino sobre los malvados no tiene acepción de personas ni de posiciones, y es el gran igualador de todos» (ob. cit., pág. 279). En efecto, todos (incluso los caballos) quedan igualados en la ruina común, como en Ezequiel 39:17–20, aunque en Ezequiel el primer plano alude a la invasión de Israel por los enemigos del norte, mientras que aquí Dios pelea contra los ejércitos del mundo entero. Como dice el mismo autor, en el mismo lugar, el verdadero paralelo de Apocalipsis 19:17–19 se halla en Mateo 24:28; y hace notar que, en buena hermenéutica, «semejanza no equivale necesariamente a identidad, mas siempre que vemos aves de presa, hay muerte».
(D) Esto es sólo el preludio de la destrucción de la Bestia y los suyos. Juan los ve a todos ellos, con sus ejércitos, preparados a guerrear contra Cristo y Sus huestes celestiales. La Bestia es la de 13:1–10, y los reyes son los diez reyes de la gran confederación europea y todos los demás que ayudarán a la Bestia en la batalla final. Aunque hayan tenido graves tensiones—y aun batallas—entre sí antes de la Segunda Venida de Cristo, ahora olvidarán sus diferencias (como lo hicieron un día Pilato y Herodes) para batallar contra el Rey de reyes y Señor de señores. Como en el caso de la caída de Roma (cap. 18), no se describe la batalla misma, sino el resultado. Es de tener en cuenta que la guerra se lleva a cabo, no por el poder de las huestes celestiales de Jesucristo, sino por el poder de Su palabra todopoderosa, simbolizada en la espada aguda (vv. 15, 21) que sale de Su boca y cuya naturaleza, distinta de la mákhaira de Efesios 6:17; Hebreos 4:12, ya hemos explicado anteriormente.
(E) Para localizar la batalla, basta con ver el lugar paralelo de 16:14, 16. Allí vemos que la batalla se libra en Armagedón (gr. Harmaguedón), es decir, «la meseta (hebr. ar) de Meguiddó», también llamada «llanura de Jezreel o de Esdrelón». Allí fue donde Barac luchó contra los cananeos (Jue. 4:5), cuando hasta las estrellas pelearon desde sus órbitas; allí también derrotó Gedeón a los madianitas (Jue. 7). Allí murió Josías a manos del Faraón Necao o Neco (2 R. 23:29). Siglos más tarde, en el año 1187 de nuestra era, fueron muertos allí, a manos del sultán Saladino, muchos de los soldados de los pertenecientes a las llamadas «Cruzadas». En 1917, el general inglés Allenby triunfó allí sobre los turcos. Para más información véase W. Smith (ob. cit., págs. 1.518, 1.519).
(F) La mortandad de los enemigos ha sido mencionada proféticamente en la llamada del ángel a las aves del cielo (vv. 17, 18), pero ya en el versículo 19 se pone de relieve el papel principal que en esta guerra juega la bestia, es decir, el Anticristo. Por ello, el énfasis del victorioso resultado de la batalla se pone en la captura del Anticristo y de su falso profeta. En el versículo 20, donde se nos refiere dicha captura, se dan detalles de la principal actividad que el falso profeta había puesto en juego a favor de la causa del Anticristo: los falsos milagros con que había embaucado a cuantos llevaban la marca de la bestia. Ambos personajes nos son bien conocidos por la información que nos da el capítulo 13.
(G) Uno de los datos más interesantes de esta porción es que tanto el Anticristo como el falso profeta son los primeros en ir al infierno (v. 20) a pesar de que el infierno fue creado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). Cuando el diablo sea arrojado allá (20:10), el Anticristo y el falso profeta habrán pasado ya en el infierno más de mil años. La expresión «lago de fuego de azufre ardiente» (v. 20. NVI) es exclusiva del Apocalipsis, donde ocurre cinco veces (aquí y en 20:10, 14, 15; 21:8), aunque con ligeras variantes. Equivale a la guénna de los evangelios (v. por ej. Mt. 10:28), la cual, a su vez, equivale al «fuego eterno» de Mateo 25:41.
(H) El Anticristo y su falso profeta son arrojados vivos (sin más juicio) al infierno. De los restantes combatientes de la gran batalla, pertenecientes a las huestes del Anticristo, únicamente se nos dice (v. 21) que fueron matados por la espada de Cristo y que todas las aves se hartaron de sus carnes. Éstos descendieron muertos al sepulcro para acudir, unos mil años después, al Juicio Final ante el Gran Trono Blanco (20:11 y ss.), antes de ser arrojados igualmente al infierno (20:15; 21:8). Ya hemos dicho que la espada que sale de la boca de Cristo es Su palabra. Esta palabra es como espada de dos filos, pues puede ser palabra de gracia para unos y palabra de juicio contra otros. Con esta observación por delante, podrá entenderse mejor lo que a este respecto dice Bruce (ob. cit., pág. 1.707):
De punta a cabo, Apocalipsis es el libro del triunfo de Cristo. No fue con armas materiales, sino con el poder del Evangelio, como conquistó Cristo el pagano Imperio Romano; con el mismo poder ha continuado conquistando a lo largo de la historia y conquistará hasta el fin. La analogía de la Escritura descarta la idea de que Cristo, después de haber conquistado así durante las precedentes épocas, vaya a cambiar de armas para el final conflicto y recurra a las que Él rechazó el día de la tentación en el desierto.
(I) Después de una porción tan solemne, no queremos (ni debemos) pasar más adelante sin antes hacer algunas reflexiones devocionales, que pido prestadas a la pluma de J. Walvoord (ob. cit., pág. 281):
La Palabra de Dios deja bien claro que Dios amó de tal manera al mundo que dio a su Hijo, y que todos cuantos se apropian la gracia de Dios serán bendecidos inmensamente en el tiempo y en la eternidad. Por otra parte, la misma Palabra de Dios afirma claramente que los que desprecian la misericordia de Dios han de experimentar Su juicio sin misericor|dia. Qué locura es descansar en las porciones de la Palabra de Dios que hablan del amor de Dios, y rechazar las porciones que tratan de Su justo juicio. La presente época revela la gracia de Dios y el juicio suspendido. La época venidera, aunque continuará siendo revelación de la gracia de Dios, ofrecerá evidencia contundente de que Dios trae a juicio toda obra malvada, y que los que desprecian Su gracia han de experimentar Su ira.
Este capítulo, uno de los más importantes del Apocalipsis, puede dividirse del modo siguiente: I. Reclusión de Satanás durante mil años (vv. 1–3). II. El Milenio (vv. 4–6). III. La lucha final: Gog y Magog (vv. 7–10). IV. El Juicio Final (vv. 11–15).
Versículos 1–3
Dicen estos versículos en la NVI: «Y vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del Abismo y con una gran cadena en la mano. Sujetó al dragón, aquella serpiente antigua que es el diablo, o Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al Abismo, lo cerró con llave y puso encima un sello, para impedir que engañase a las naciones por más tiempo, hasta que se cumplieran los mil años. Después de ellos, será puesto en libertad por breve tiempo».
1. Antes de pasar al análisis de estos versículos, conviene decir algo, para información de los lectores, acerca de los sistemas de interpretación de este pasaje:
(A) Los amilenaristas sostienen que la resurrección primera que vemos en los versículos 4c y 6a es espiritual (el nuevo nacimiento). Piensan que el Milenio comenzó con la Primera Venida de Cristo. Satanás fue atado cuando Cristo triunfó sobre él en la Cruz. El reinado de los fieles con el Señor será en el cielo, no en la tierra. Difieren mucho acerca de los detalles. Es la opinión de gran parte de los autores modernos, como Berkhof, Hendriksen, Vos, Grau, Lloyd-Jones y muchos otros, incluidos Agustín de Hipona y los Reformadores del siglo XVI.
(B) Los postmilenaristas, como Elliott, Whitby y Vitringa, dicen que la primera resurrección es la de los principios, la doctrina, el espíritu y el carácter de los santos y mártires ya difuntos; será una resurrección, en parte espiritual, en parte eclesiástica, y en parte nacional para los judíos que serán restaurados como nación y convertidos (v. para toda esta introducción Walvoord, ob. cit., págs. 282–295).
(C) Los premilenaristas sostienen que todo lo que leemos en este capítulo 20 de Apocalipsis, como todo lo que afecta a la historia y a la profecía, ha de entenderse en sentido literal, como se han cumplido en sentido literal las profecías del Antiguo Testamento referentes a la Primera Venida de Cristo. Esto no quiere decir que descartemos los simbolismos en que aparecen recubiertos los hechos a la vista de Juan. Que un ángel ha de bajar del cielo para encerrar al diablo en un abismo y tenerlo recluido allí, de forma que carezca del poder necesario para recobrar por sí mismo la libertad de movimientos y salir del Abismo, es un hecho futuro cuyo cumplimiento literal no se puede negar. Pero que la llave, la cadena, el sello, etc., son simbólicos, en el sentido de que no son como los que conocemos, de naturaleza material, es igualmente evidente, ya que tanto el ángel como el diablo son seres espirituales. Con todo, nada tendría de extraño que el ángel usase medios materiales como signos externos del poder espiritual que ejerce.
Hasta el siglo IV de nuestra era, casi todos los escritores eclesiásticos (entre ellos, Papías, Justino, Ireneo y Tertuliano) fueron premilenaristas.
(D) Existen tres clases de premilenarismo en cuanto al Apocalipsis en general:
(a) La escuela llamada histórica defiende que los capítulos 1 al 19 se han cumplido ya en la historia, pero los capítulos 20–22 son futuros y han de entenderse en sentido literal (así, por ej., E. H. Horne).
(b) La escuela soteriológica comprende algunos premilenaristas de la «Teología del Pacto». Según éstos, el reino político de Cristo y la futura prominencia de Israel están subordinados al aspecto soteriológico (así, entre otros pocos, G. Ladd).
(c) La forma más popular del premilenarismo sostiene que el Milenio es el cumplimiento real y perfecto del reino teocrático, por la promesa hecha a David de que su reino y el trono davídico sobre Israel había de ser eterno, como lo confirma el anuncio de Gabriel a María (v. Lc. 1:32, 33—también Is. 9:6, 7—). Entre los defensores de esta escuela destacan J. N. Darby, H. A. Ironside, C. H. Mackintosh, A. Gaebelein, C. I. Scofield, E. Sauer, W. Newell, L. S. Chafer, J. Walvoord, J. D. Pentecost, Ch. C. Ryrie, Ch. L. Feinberg, W. Smith y muchos otros que alargarían demasiado la lista.
(d) Por la prominencia que todos estos autores dan a Israel, dentro y fuera de la presente dispensación de la Iglesia, a esta línea de pensamiento se la llama, consiguientemente, dispensacionalista. Con esta interpretación, todo encaja perfectamente. Los acontecimientos postreros de los capítulos 19 y 20 se desarrollan en una secuencia que está marcada por los siete «Y vi» de 19:11, 17, 19; 20:1, 4, 11, 12. Nótese también el «cuando» de 20:7. Todo el libro, desde el capítulo 6, se explica admirablemente con un desarrollo en espiral, que es fácilmente identificable.
(e) El Dr. M. Lloyd-Jones, en el casete número 7 de sus estudios sobre el Apocalipsis, hace alarde de su reconocido talento, al encontrar cerca de veinte objeciones (que él estima contundentes) contra la línea premilenarista. Por el tremendo prestigio de que gozaba, y no sólo en la Gran Bretaña, me ha parecido oportuno considerar las más salientes, a las que pueden reducirse las demás. Su argumentación muestra, una vez más, cómo, partiendo de premisas equivocadas, se puede montar todo un tinglado de afirmaciones que, en realidad, carecen de toda base.
Primera objeción: En todo el Nuevo Testamento no aparece indicio alguno del Milenio. ¿Es que no son suficientes las seis veces en que esos mil años se repiten en este capítulo? Tampoco la concepción virginal de Cristo se halla en ningún lugar del Nuevo Testamento, excepto Mateo 1:18. ¿Diremos, por eso, que no tiene base en la Escritura? ¿Y qué diremos de los numerosos pasajes proféticos del Antiguo Testamento que se refieren al futuro reino mesiánico en la tierra, aunque no se le llame de mil años?
Segunda objeción: Hace del Reino de Dios algo terrenal y lo pospone enteramente para el futuro. Me extraña que alguien tan experto en las Sagradas Escrituras como el Dr. Lloyd-Jones no se percatase de que el concepto de «Reino de Dios» o «Reino de los cielos» abarca, como dice E. Trenchard, «muchas provincias». Efectivamente, el «Reino» comprende bendiciones espirituales que están ya al alcance de todos los que cumplen las condiciones de arrepentimiento y fe (v. Mr. 1:15, por ej.), con las que todo creyente entra en la esfera espiritual de dicho Reino, al hacerse súbdito del Rey, pero hay otras promesas benditas de tipo material que se cumplirán únicamente en el reino mesiánico milenario. Recuérdese que Jesús el Mesías nunca es llamado «Rey de la Iglesia», sino «Rey de Israel».
Tercera objeción: Ya no existe ninguna distinción entre judíos y gentiles. No hay distinción en cuanto a la salvación eterna, pero sigue habiéndola en cuanto a la procedencia racial: El judío que se hace cristiano, no por eso deja de ser judío, y lo mismo digamos del gentil. Si, como suelen hacer todos los antidispensacionalistas, entendemos así (como Lloyd-Jones) Gálatas 3:28, ¿acaso diremos que ya han desaparecido todas las diferencias entre esclavo y libre, entre varón y mujer?
Cuarta objeción: Si existiese el Milenio, Cristo no vendría como viene el ladrón. Esta objeción puede valer contra los postmilenaristas, pero no contra los premilenaristas, pues éstos ponen el Milenio después de la Segunda Venida de Cristo.
Quinta objeción, y que al Dr. Lloyd-Jones le parece una de las más contundentes: Si se admite el Milenio en la tierra, tendríamos en este mundo santos ya glorificados conviviendo con otros que estarían todavía en la carne, ¡algunos de ellos, pecadores! El argumento tendría fuerza si los santos ya glorificados conviviesen con pecadores en el cielo, donde no puede entrar nada manchado; pero ¿es que los santos se van a manchar por convivir con pecadores (en su interior, no lo olvidemos) en una tierra purificada, que (incluso físicamente) se hallará en unas condiciones óptimas?
Sexta objeción: El premilenarismo pone dos Segundas Venidas de Cristo y tres resurrecciones.
Ningún premilenarista admite dos Segundas Venidas, ya que, en el arrebatamiento de la Iglesia, no es propiamente Cristo quien viene a la tierra, sino que es la Iglesia la que sube «para recibir al Señor en el aire» (1 Ts. 4:17). No es sino siete años después cuando posa sus pies sobre el Olivete (Zac. 14:4). En cuanto a las resurrecciones, no admitimos tres, sino dos, conforme indica claramente Apocalipsis 20:4–6. Lo que ocurre es que, en la primera, hay varias fases, ya indicadas en 1 Corintios 15:23, 24.
Séptima objeción: Las Escrituras hablan del «último día»; y el último día es último día. El «último día» de que hablan las Escrituras no es otro que el «Día de Jehová», y el Día de Jehová no es un día de 24 horas, sino un determinado período de tiempo (puede ser mil años y algo más) en el que Dios ejecutará sus últimos juicios sobre la humanidad. Basta un ligero repaso a los libros proféticos de la Biblia (en especial, en los Profetas Menores) para percatarse de ello.
2. Pasando ya al análisis de los versículos 1–3, se nos dice (v. 1) que Juan vio un ángel. Son 14 las veces que, en Apocalipsis, Juan ve un ángel (7:2; 8:1; 10:1; 14:6, 8, 9, 15, 17, 18; 17:1; 18:1; 19:17; 20:1; 21:9). El ángel del v. 1 tiene, por delegación divina, la llave del abismo (v. 9:1, 2, 11 y comp. con Lc. 8:31; Ro. 10:7). El abismo es lugar de demonios y espíritus inmundos. Este ángel tiene encomendadas 6 funciones: A) Prender al dragón. B) Atarlo y tenerlo atado por mil años. C) Arrojarlo al abismo. D) Usar una llave para encerrar allí al diablo. E) Sellar la prisión. F) Volver a soltar al diablo al final de esos mil años. No cabe otro lenguaje más apto para indicar la incapacidad del diablo en orden a hacer daño durante ese tiempo. Dicen los amilenaristas que Satanás está atado ya. Cómo se puede sostener eso a la vista de tantos lugares del Nuevo Testamento en contra de tal opinión, es cosa que nunca pude explicarme (v. Hch. 5:3; 2 Co. 4:3, 4; 11:14; Ef. 2:2; 1 Ts. 2:18; 2 Ti. 2:26; 1 P. 5:8).
3. Notará el lector que, como en 12:9, se le dan (v. 2) al diablo los cuatro epítetos que lo identifican perfectamente: «… dragón, aquella serpiente antigua … el diablo … Satanás». Pero dirá alguien: «¿Es que el diablo no está, y ha estado siempre, en el infierno? ¡Pues no! La Palabra de Dios nos asegura que eso no es así: Hasta Apocalipsis 12:8 (comp. con Ef. 6:11, 12), vemos que el diablo y la mayor parte de sus ángeles (excepto los de Jud. v. 6) están ubicados en el cielo atmosférico. Desde allí, será arrojado a la tierra en lo más álgido de la Gran Tribulación (v. Ap. 12:9). Ahora, en el tiempo señalado en el versículo 3 del presente capítulo, es arrojado de la tierra al Abismo (que no es todavía el infierno). Finalmente, en el versículo 10, lo vemos arrojado ya al lago de azufre ardiente, es decir, al infierno.
4. Durante los mil años en que el diablo está en su encierro temporal, no definitivo, tenemos el reino mesiánico milenario en la tierra. La expresión «mil años» se repite seis veces en los versículos 2–7, lo cual es bastante para que su sentido literal sea admitido, teniendo en cuenta que aun lo que sale una sola vez en la Biblia es Palabra de Dios (2 Ti. 3:16) y como tal debe ser acogida, respetada y estudiada sin prejuicios. El vocablo «milenio» procede del latín «millennium», compuesto de mille, mil, y annus, año. El concepto de «milenio», en sentido literal, es defendido, como ya hemos dicho al comienzo de esta porción, por todos los que defienden la condición futura de los versículos 1–10 de este capítulo, no sólo por los dispensacionalistas.
Por aquí se puede echar de ver el doble error que comete D. Macleod (The Spirit of Promise, pág. 55) al enumerar, entre los que añaden al Evangelio un plus de añadidura corruptora, a los que defienden el Milenio. Dice así: «Para los gálatas, era Cristo más la circuncisión. Para el catolicismo medieval, fue Cristo más los sacramentos. Para Wesley, Cristo más una perfección sin pecado. Para el dispensacionalismo, Cristo más un milenio terrenal». Digo que su error es doble, porque: (A) Lo del milenio terrenal no es sólo doctrina de los dispensacionalistas, sino de todos los milenaristas, incluidos los postmilenaristas. (B) Pero el error más grave es pensar que el milenio terrenal es un plus erróneo, una especie de excrecencia nociva que se añade a la cristología, siendo así que, en la trama general de la Escritura, ya desde el Antiguo Testamento, el milenio forma parte integrante de la cristología (v. por ej. Is. 2:1–4; 9:6, 7; 11:1; 30:15–33; capítulos enteros—o considerables porciones de ellos—, como los cap.
35, 44, 49, 60–66; Jer. 23:5, 6; y grandes porciones en todos los demás profetas).
5. No podemos dejar sin analizar algunas expresiones interesantes de los versículos 2 y 3:
(A) El verbo que la NVI vierte por «sujetó», y la Reina-Valera por «prendió» es, en el original, ekrátesen, cuya raíz (krátos) indica que no sólo lo sujetó, sino que lo domeñó, «le pudo», como decimos vulgarmente en España.
(B) «Selló por encima de él» (v. 3. Lit.) es un hebraísmo para indicar que la puerta del Abismo, colocada en la parte superior, no en uno de los lados (como se usa en los domicilios horizontales), quedó sellada con el sello inviolable de Dios. Dice Bartina (ob. cit., pág. 819): «Era propio de los reyes antiguos sellar con su sello las cosas que querían que permanecieran intactas». Éste fue, en efecto, el caso de Daniel 6:17 (v. el comentario a dicho lugar).
(C) El fin de este encarcelamiento del diablo es «para que no engañase (gr. hína me planése, para que no extraviase) más a las naciones» (v. 3b). Como veremos al estudiar los versículos 7–9, el corazón del hombre no habrá cambiado tampoco en este reinado de paz y de prosperidad del Milenio, por lo que Cristo tendrá que gobernar, aun entonces, con cetro de hierro y, al final del Milenio, se descubrirán los perversos pensamientos del corazón humano (comp. con Jer. 17:9).
(D) La expresión «por poco tiempo» (v. 3, al final) significa que, entre el reclutamiento de los últimos enemigos para dar la batalla en la llanura palestinense y su destrucción por obra del fuego bajado del cielo (algo parecido a lo que sucedió en Sodoma y Gomorra), ha de pasar poco tiempo, quizá muy pocos días, dados los medios de transporte que ya tenemos en la actualidad y que, en aquellos días, es de suponer que sean más rápidos todavía.
Versículos 4–6
Estos versículos contienen, de forma muy concisa, lo relacionado con el Milenio. Dicen así en la NVI:
«Vi unos tronos, en los que estaban sentados aquellos a quienes se había dado autoridad para juzgar. Y vi las almas de los que habían sido decapitados por el testimonio que habían dado de Jesús y por la Palabra de Dios. No habían adorado a la bestia, ni a su estatua, ni habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años. (Los restantes muertos no volvieron a la vida hasta que estuvieron acabados los mil años.) Esta es la primera resurrección. Felices y santos son los que toman parte en la primera resurrección. La muerte segunda no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años».
1. El largo versículo 4 puede dividirse en cuatro partes:
(A) En las frases primeras, se nos relata una nueva visión de Juan. Esta vez, contempla unos tronos (comp. con Dn. 7:9), y contempla también a los que se sientan en ellos (comp. con Lc. 22:29–30; Mt. 19:28). El Señor les dijo, en efecto, a los apóstoles que habían de juzgar a las doce tribus de Israel, dándonos así una clave para establecer, dentro de la cronología de los últimos tiempos, el tiempo del juicio sobre Israel, el cual está marcado por las dos parábolas del Señor en Mateo 25:1–30. Este juicio es anterior al de las naciones (Mt. 25:31–46); y éste, a su vez, al de los ángeles caídos de 2 Pedro 2:4 y Judas versículo 6. Como ocurre siempre en Apocalipsis, la autoridad para juzgar les será dada.
(B) Después, Juan ve las almas de los decapitados, etc. Que éstos decapitados son los mismos de 6:9; 12:11; 13:15–17 es evidente, pues todas las características concuerdan. En efecto, estos mártires habían sido decapitados por no someterse a la autoridad tiránica de la Bestia: No la habían adorado a ella ni a su estatua, ni habían recibido su marca, requisito indispensable para poder comprar y vender durante la Gran Tribulación.
(C) Finalmente, se dice de ellos que «vivieron» (lit.), después de haber sido decapitados, lo cual significa (v. 5b, comp. con 1:18; 2:8) que resucitaron, que «volvieron a vivir». Y, ya resucitados, reinaron con Cristo mil años. El autor sagrado lo expresa en aoristo, porque lo ve ya desde el punto de vista del final del Milenio y en el comienzo de la eternidad. Nótense, con respecto a esto, un par de detalles:
(a) Si el reino mesiánico milenario ha de ser terrenal, aunque no proceda de este mundo (éste es el sentido de Jn. 18:36, que los amilenaristas invocan a su favor), éstos han de reinar también en la tierra. Una comparación con 3:21; 5:10 puede llevar a cierta confusión, como parece haber confundido a Bruce, cuando dice (ob. cit., pág. 1.708): «No se dice, ni quizá se insinúa incluso, que la tierra es el lugar donde reinan con Él (Cristo)». La solución está, a mi juicio, en que sus tronos estarán ciertamente en el cielo (v. 4:4; 5:10), pero ellos ejercerán sus funciones regias, durante el Milenio, y cumplirán sus servicios en la tierra, «administrando el reino universal durante mil años», como dice Davidson (ob. cit., pág. 397).
(b) Un análisis de Isaías 65:17–25 nos muestra implícitamente (v. el v. 22) la ausencia de muerte para los fieles que no hayan muerto antes del Milenio—durante la Gran Tribulación (los anteriores a la Gran Tribulación habrán sido arrebatados)—, mientras que Isaías 65:20 nos dice que habrá muerte para los impíos de corazón. Aun así, el pecador que muera a los 100 años de edad será considerado como visitado por una maldición especial.
2. El versículo 5 comienza con un obvio paréntesis, como lo ha hecho la NVI con muy buen criterio. En efecto, si los del versículo 4 aparecen ya resucitados, y los demás no vuelven a la vida hasta después de los mil años, la primera resurrección no puede ser la de los del versículo 5, sino la de los del versículo
4. Para escapar de esta evidencia y, con ello, de la interpretación literal del Milenio, los amilenaristas sostienen que la primera resurrección es espiritual y equivale al «nuevo nacimiento». Acerca de esta curiosa opinión, dice Alford (citado por Newell, ob. cit., pág. 324, nota):
Si, en una porción en la que se mencionan dos resurrecciones—en donde algunos volvieron a la vida los primeros, y «el resto de los muertos» volvieron a la vida sólo al final de un período que se especifica, después de esos primeros—, la «primera resurrección» se puede entender en el sentido de una resurrección «espiritual» con Cristo, mientras que la segunda significa una resurrección literal del sepulcro, entonces se acabó todo significado del lenguaje, y se desvanece la Escritura como testimonio decisivo para cualquier cosa. Si la primera resurrección es espiritual, entonces también lo es la segunda; pero si la segunda es literal, igualmente lo es entonces la primera, lo cual, con toda la primitiva Iglesia, lo mantengo yo.
3. Por cierto, el vocablo griego anástasis, que aparece al final del versículo 5, ocurre unas cuarenta veces en el Nuevo Testamento y, con la sola excepción de Lucas 2:34, siempre significa resurrección corporal, contra el sentido espiritual que le dan aquí los amilenaristas. Por otra parte, la Iglesia habrá sido arrebatada (4:1 y ss., comp. con 1 Ts. 4:17), con lo que la primera resurrección, más que un acontecimiento único, es toda una clase de gloriosas resurrecciones. Aunque hayamos de repetir conceptos ya expresados en otros lugares (v. el comentario a 1 Co. 15:23, 24), insistiremos en que esta primera resurrección (resurrección para vida—Jn. 5:29—) consta de las etapas siguientes:
(A) Primero Cristo, acompañado (con la mayor probabilidad) por los mencionados en Mateo 27:52, 53.
(B) Después, los que hayan participado en el arrebatamiento de la Iglesia (v. 1 Ts. 4:15–17).
(C) Después, los santos no pertenecientes a la Iglesia y que se mencionan específicamente en esta
porción (v. 4) por la razón de que, así como fueron públicamente humillados y maltratados hasta el extremo, también son seleccionados para un triunfo público notable, con ocasión del establecimiento del reino de Cristo en la tierra. En esta etapa se incluyen, a mi juicio, los santos del Antiguo Testamento.
(D) Finalmente, los creyentes que (en opinión de algunos) hayan muerto durante el Milenio. Los que así opinan se apoyan en las razones siguientes: (a) Durante el Milenio existirá la muerte (v. Is. 65:20). (b) Para la segunda resurrección (v. 5a), el texto sagrado usa el mismo verbo que para la primera: ézesan, vivieron, el cual (comp. con Jn. 5:29) se entiende mejor si engloba a creyentes e impíos. (c) En el Juicio Final ante el Gran Trono Blanco, se abre, entre otros libros, el libro de la vida (v. 12), lo cual insinúa, aunque no demuestra (v. el comentario a dicho versículo), que puede haber creyentes que se presenten ante dicho Trono. La razón más fuerte es la segunda, aunque sería demasiado tenerla por contundente.
4. Tres cosas muy buenas se dicen (v. 6) de los que toman parte en la primera resurrección:
(A) Son llamados «felices» o «dichosos» (gr. makários, en singular, puesto que la primera frase del versículo 6 está en singular). Eso significa que se hallan en un estado de inmensa e imperecedera felicidad, en plena y perfecta comunión con Dios; por eso, son llamados también «santos» (gr. háguios, también en singular), puesto que su dedicación a Dios es ahora también perfecta.
(B) «Sobre éstos (v. 6b) la segunda muerte no tiene autoridad» (lit.). En el versículo 14 leemos que
«el lago de fuego es la muerte segunda». Los que han muerto en el Señor no pueden sufrir ningún daño de la muerte segunda, pues el infierno supone condenación eterna, y «para los que están en Cristo Jesús no hay ya ahora ninguna condenación» (Ro. 8:1). La muerte segunda no tiene ninguna autoridad sobre ellos, porque ya no puede reclamarlos una vez que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero.
(C) «Sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él (v. 6c, comp. con 3:21) durante los mil años» (lit.). Muchos MSS omiten el artículo griego ta, los. Estas frases nos llevan a 1:6; 5:10; 22:5 y hasta 1 Pedro 2:9. Dice Newell (ob. cit., pág. 325): «Su reino participa del carácter de Melquisedec del trono de Cristo. La expresión de Dios y de Cristo es muy notable. Quizás Apocalipsis 1:6 arroja luz sobre ello: Él (Cristo) nos ha hecho un reino, sacerdotes para su Dios y Padre. Es oficio de los sacerdotes administrar para otros las cosas pertenecientes a Dios (He. 2:17 y 5:1). ¡Esto nos pone ante un tema maravilloso!» El futuro «reinarán» de los mejores MSS añade nueva fuerza a favor de la interpretación premilenarista.
Versículos 7–10
En estos versículos tenemos la última batalla de la Historia, y la última y definitiva derrota de Satanás. Dicen así en la NVI: «Cuando se hayan cumplido los mil años, Satanás será soltado de su prisión y saldrá a engañar a las naciones de las cuatro esquinas de la tierra—a Gog y a Magog—, a congregarlos para la batalla. Su número será como el de las arenas de la playa. Marcharon a través de lo ancho de la tierra y cercaron el campamento del pueblo de Dios y la ciudad predilecta de Dios. Pero descendió fuego del cielo y los devoró. Y el diablo, que los engañaba, fue arrojado al lago de azufre ardiente, al que habían sido arrojados la bestia y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos».
1. «Cuando se hayan terminado los mil años» (lit.). Es la sexta y última vez que en los versículos 2–7 se designa el Milenio con esa frase. Es entonces, al final de los mil años, cuando el diablo es soltado de su prisión, según ya se nos había indicado en el versículo 3, donde tenemos (también en el v. 5) el mismo verbo y en el mismo tiempo que aquí (gr. telésthe, en aoristo pasivo de subjuntivo). En el versículo 3b se nos decía que esa suelta del diablo había de ser por poco tiempo.
2. Pero siempre que al diablo le queda poco tiempo (comp. con 12:12c), no lo desaprovecha de ninguna manera, ni pierde una décima de segundo. ¡Si tan diligentes fuésemos nosotros para el bien! Sale a extraviar a las naciones (v. 8) desde las cuatro esquinas (gr. goníais, que también podría traducirse por ángulos o rincones) de la tierra. Un ejército tan grande y tan universal no se habrá conocido ni aun bajo el mando del Anticristo mil años antes. Si la Palabra de Dios no nos asegurase que el corazón (del hombre) es engañoso más que todas las cosas y perverso (Jer. 17:9), sería inexplicable que el diablo pudiese reclutar para su causa perversa un número de soldados como la arena del mar, después de un reinado de paz y justicia durante mil años, con Cristo en el trono, ya sea en persona, ya sea teniendo en la tierra, como lugarteniente suyo, a David o un vástago cualquiera de la dinastía davídica (v. Ez. 34:24; 37:25, entre otros lugares).
3. Supuesta, desde luego, la malicia congénita del corazón humano, ¿es posible que el diablo pueda reclutar tanta gente para su causa, habida cuenta de las condiciones que habrán imperado en la tierra durante el Milenio? Tal posibilidad se explica si nos percatamos de que, en un lapso de mil años y precisamente a causa de las condiciones de paz y prosperidad que habrán reinado, sin interrupción, durante todo ese tiempo, los descendientes de quienes hayan entrado en el reino mesiánico se multiplicarán prodigiosamente en el Milenio, hasta llenar la tierra a rebosar. A pesar de las condiciones tan favorables, se habrán conformado exteriormente a las normas del reino de Cristo, pero, con su inexperiencia de pruebas duras y con la realidad de una fuerte tentación del enemigo, al final del Milenio, serán víctimas fáciles de los engaños de Satanás. «¿Por qué someterse como borregos?», les dirá. «¡Haced uso de vuestra libertad! ¡Escoged vuestros propios caminos!»
4. El autor sagrado impone un epíteto especial a esta inmensa horda de diabólicos enemigos del pueblo de Dios y de la ciudad santa, amada por Dios, Jerusalén. Los llama «Gog y Magog». Los términos están tomados de Ezequiel, capítulos 38 y 39, pero la batalla que aquí (Ap. 20:8, 9) se menciona es distinta de la que es narrada en Ezequiel. Dice Walvoord (ob. cit., págs. 303, 304):
Satanás es prominente en ésta, mientras que no es mencionado en Ezequiel 38, 39. La invasión de Ezequiel viene del norte, mientras que ésta viene de todas las direcciones. La batalla de Ezequiel ocurre probablemente antes de la batalla del gran día de Dios Todopoderoso antes del milenio, mientras que ésta ocurre después que se han terminado los mil años. El número de los que se rebelan contra Dios y siguen a Satanás son descritos como innumerables «como la arena del mar».
Por Ezequiel 38:2, puede verse que Gog es un príncipe, mientras que Magog es un territorio, su territorio. Dice Bartina (ob. cit., págs. 820, 821):
En el Viejo Testamento, Gog es una persona, un príncipe; Magog es el nombre de su tierra. Es una región que está junto a las costas del mar Negro, en el nordeste de Anatolia. Así aparece en el mapa de las naciones del Génesis (Gn. 10:2). Sin embargo, el Apocalipsis parece decir que Magog es también una persona. Puede entenderse del ejército nacional. En todo caso, la tradición rabínica une siempre los dos nombres indistintamente.
Sea como sea, la demarcación territorial de «Magog» no cuenta para nada en Apocalipsis 20:8, pues dichos nombres han sido usados, no sólo en la tradición rabínica, sino también en los oráculos sibilinos, como un «símbolo de los poderes mundanos opuestos a Dios» (Bruce). Barchuk (ob. cit., pág. 372) hace notar que «mientras en 16:14 el demonio va a engañar a los reyes, ahora engaña a las naciones. ¿Por qué? Porque en el reino milenial las naciones son regidas por los santos». Verdaderamente, sin la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo, el corazón no regenerado es siempre igual en toda clase de circunstancias y en la más favorable de las dispensaciones.
5. El versículo 9 nos describe, con toda parsimonia, los preparativos de los enemigos para la lucha contra los santos y contra la capital del reino mesiánico milenario: «Y subieron sobre la llanura de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la ciudad, la amada» (lit.).
(A) Recuérdese que, en la Biblia, ir en dirección hacia Jerusalén es siempre subir, más por el carácter santo de la ciudad que por su situación geográfica (v. Ez. 28:11; Lc. 2:4, entre otros muchos lugares).
(B) La llanura (gr. plátos) es, con la mayor probabilidad, «la de Esdrelón, lugar clásico donde plantaban sus reales los invasores del pueblo de Dios a través de la historia de Israel. A ella se ha hecho referencia en el mismo Apocalipsis (cf. 16:16)» (Bartina). Ello se confirma con la añadidura «de la tierra», término con que, en contextos como éste, se designa a Palestina.
(C) El campamento de los santos. El vocablo griego parembolé designa un cuartel o fortaleza armada, más bien que un conjunto de tiendas de campaña en campo abierto; por lo que es más que probable que el vocablo designe a la propia ciudad amada, como opina Walvoord. A mi juicio, el vocablo santos designa aquí primordialmente a creyentes israelitas (comp. con Dt. 23:14), puesto que Jerusalén será, durante el Milenio, la capital del reino, «pues de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Is. 2:3). La ciudad amada es, pues, Sion (Sal. 78:68; 87:2).
6. Pero, como en otras ocasiones (comp. con 11:5; 19:17–21; 2 R. 7:6, 7; Ez. 38:22; 39:6), la victoria se obtiene sin lucha. Es probable que Cristo permita que los enemigos tengan ya completamente cercada la ciudad. Y ello, por dos razones: (A) Para que la derrota de los enemigos sea más notoria. (B) Para que los propios creyentes atribuyan la victoria únicamente a Dios, no a sus propias fuerzas. En efecto, el texto sagrado (v. 9b) nos dice que «descendió fuego del cielo y los devoró» (NVI). ¡Lo mismo que a Sodoma y Gomorra! ¡Qué contraste con 11:8! Allí se llamaba a Jerusalén (aunque sin nombrarla) simbólicamente Sodoma y Egipto, puesto que entonces era un foco de abominación por obra del Anticristo, pero ahora, en el Milenio, había vuelto a ser la ciudad amada, porque «los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables» (Ro. 11:29).
7. El versículo 10 contiene la prueba más contundente de la eternidad de las penas del infierno: «Y el diablo que los engañaba (o extraviaba—gr. ho planón, en participio de presente), fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también (estaban) la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (lit.).
(A) Nótese el énfasis que se carga sobre el carácter mentiroso de Satanás, «el que los engañaba» (comp. con Jn. 8:44). Así comenzó su propia carrera, engañándose a sí mismo (v. Is. 14:13, 14, pero léase también el comentario a dicho lugar), y continuó engañando desde el principio de la historia de la humanidad, primero a Eva (Gn. 3:1–6) y, después, a miles de millones de hombres y mujeres.
(B) El lago de fuego y azufre es, como en todos los demás lugares de Apocalipsis (vv. 14, 15; 19:20; 21:8), el infierno. Está, pues, claro que el diablo es arrojado, aquí y ahora, al infierno, donde estaban la bestia y el falso profeta. El verbo estaban no aparece en el griego original, por lo que algunas versiones lo suplen de otra manera. Por ejemplo, la New English Bible suple «habían sido arrojados». Como hace notar Walvoord (ob. cit., pág. 304), «es muy significativo que el verbo basanisthésontai esté en tercera persona de plural, lo que indica que el verbo debe entenderse como teniendo por sujetos, no sólo a Satanás, sino también a la bestia y al falso profeta».
(C) Así, pues, en este versículo 10 la Palabra de Dios enseña claramente que los impíos no serán aniquilados, sino que tendrán una existencia eternamente atormentada: «de día y de noche, sin pausa y sin prisa, por los siglos de los siglos», esto es, por toda la eternidad, pues no hay otro modo más explícito para dar a entender que las penas del infierno son eternas, no sólo para el diablo, el Anticristo y el falso profeta, sino también para todos los que mueren sin haber sido reconciliados por la soberana gracia de Dios y mediante la fe (Ef. 2:8) en la Obra del Calvario (v. 15 y 21:8). Continúa diciendo el Prof. J. Walvoord en el mismo lugar: «No hay en el idioma griego otro modo posible de declarar con mayor énfasis el castigo eterno de los perdidos que el usado aquí, al mencionar, tanto día y noche como por los siglos de los siglos». Por su parte, Ironside dice lo siguiente: «Esto prueba que el lago de fuego no es la aniquilación, ni tampoco el purgatorio, porque ni aniquila ni purifica a estos dos enemigos de Dios y de los hombres, después que habrán pasado mil años bajo el juicio de Dios».
Por eso, me resulta alarmante el comentario que F. F. Bruce (ob. cit., pág. 1.708) hace de la última frase del versículo 10 (así como del v. 15): «Serán atormentados por los siglos de los siglos. Comoquiera que la bestia y el falso profeta representan sistemas más bien que personas individuales, la destrucción permanente del mal es lo que evidentemente se significa». Ahora bien—digo yo—, si se niega la personalidad individual del Anticristo y de su falso profeta, la mayor parte del Apocalipsis (v. también 2 Ts. 2:8–10) queda desprovista de sentido. Además, ¿para qué, entonces, tener más miedo al que puede arrojar al infierno que al que mata el cuerpo? (v. Mt. 10:28). Ya sé que se me objetará: «El que mata al cuerpo no le impide al alma vivir eternamente, mientras que la aniquilación destruye al individuo»; pero los mayores criminales podrían decir: «¡Qué más da!»
Versículos 11–15
Llegamos ya a la escena final del drama de la Historia de la Humanidad: El paso del tiempo a la eternidad, cuando el telón de fondo se va a bajar después del Juicio Final. Vemos primero (v. 11) el Gran Trono Blanco y, sentado en él, Dios el Padre. Después (vv. 12, 13) se lleva a cabo el Juicio Final.
Después del Juicio Final, sólo queda la condenación eterna de los impíos (vv. 14, 15).
1. Dice el versículo 11: «Luego vi un grandioso trono blanco y al que estaba sentado en él. Ante la majestad de su rostro, desaparecieron la tierra y el firmamento, y no hubo lugar para ellos» (NVI).
(A) Por la descripción que Juan hace del trono, parece ser que es distinto del mencionado en 4:2 y otros lugares del libro, aunque no puede afirmarse con toda seguridad. Su color blanco es símbolo (en especial, aquí) de santidad, antes que de ninguna otra cosa.
(B) Aunque el sentado (gr. kathémenon, en singular) en el Trono es, sin duda, Dios el Padre, como lo ha sido desde 4:2, no cabe duda de que también el Cordero está sentado ya en ese trono (comp. con 22:1) para juzgar. En efecto, de acuerdo con Juan 5:22, «el Padre ya no juzga a nadie (por sí mismo), sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (NVI). Además de dicho texto, pueden verse también Daniel 7:9 (comp. con Ap. 1:13 y ss.); Mateo 19:28; 25:31; Juan 5:27; Hechos 10:42; 17:31.
(C) La desaparición de la tierra y del firmamento (v. 11b) ante la majestad del rostro del que estaba sentado en el trono indica lo tremendo y solemne del momento (comp. con 6:15–17). Lo de «y no fue hallado lugar para ellos» (lit.) es un semitismo frecuente en la Biblia; lo hemos visto recientemente en 18:14, 21. Esta «desaparición» de la tierra y del firmamento ha de entenderse a la luz de lo que hemos dicho en el comentario a 2 Pedro 3:1013, y de lo que veremos en 21:1.
2. A continuación, Juan ve la escena del Juicio Final (vv. 12, 13): «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y fueron abiertos los libros. También fue abierto otro libro, que es el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados de acuerdo con lo que habían hecho, según está registrado en los libros. El mar entregó los muertos que encerraba en su seno, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y cada persona fue juzgada de acuerdo con lo que habla hecho» (NVI).
(A) Los amilenaristas, en general, sostienen que éste es el único juicio divino, final, escatológico, que le espera a la humanidad, aun cuando la Iglesia de Roma ha sostenido siempre que habrá un juicio particular de cada ser humano inmediatamente después de su muerte; en él se decidirá la suerte eterna de cada persona, y el juicio final sólo servirá para dar publicidad a lo ya decidido y para que, ante todo el mundo, quede patente la justicia de Dios con respecto a los individuos y a las naciones.
(B) Sin embargo, todo diligente estudioso de la Palabra de Dios hallará que son cinco los juicios escatológicos profetizados: (a) El juicio de obras del creyente (miembro de la Iglesia) ante el tribunal (gr. béma), no trono, de Cristo, inmediatamente después del arrebatamiento de la Iglesia (v. Ro. 14:10; 1 Co. 3:12–15; 2 Co. 5:10); (b) El juicio de Israel, previo al juicio de las naciones, en la Segunda Venida del Señor (v. Mt. 25:1–30); (c) El juicio de las naciones, descrito en Mateo 25:31–46; (d) El juicio de los ángeles caídos, después del Milenio (v. 2 P. 2:4; Jud. 6; Ap. 20:7–10); (e) El juicio delante del Gran Trono Blanco, o Juicio Final, del que nos estamos ocupando en esta porción.
(C) Al pasar ya al análisis de los versículos 12 y 13, vemos primero a los muertos, es decir, a los que habían estado muertos, pero están ahora resucitados con sus cuerpos de carne, no glorificados como los de los creyentes; por lo que bien se les puede llamar todavía muertos, ya que no vuelven a la verdadera vida, sino a la muerte segunda. Los hay grandes y pequeños, es decir, desde la ínfima clase social hasta los más altos potentados de la tierra, pues ni la muerte ni el juicio de Dios hacen acepción de personas. Están de pie delante del trono, como reos en una audiencia judicial.
(D) Una vez presentes los reos, se abren los libros (v. 12b), esto es, se presentan los documentos que constituyen el sumario, el pliego de cargos contra los delincuentes. En estos libros (muchos, ya sea que haya uno para cada persona, ya sea que estén clasificados por materias) se hallan todas las obras (gr. érga) de los encausados. Aunque todos los inconversos sufrirán la misma condenación, serán diferentes los grados de condenación, de acuerdo con el número y gravedad de los pecados (v. por ej. Jn. 19:11b). Al final del versículo 13, se repiten los cargos.
(E) Podría parecer extraño que, además de los libros donde constan las obras que merecen distinto grado de condenación, se abra también el libro de la vida. Hay varias razones para ello: (a) Si, como dimos por probable, los creyentes del Milenio son juzgados en este juicio, sus nombres constarían en el libro de la vida, por lo que su apertura estaría sobradamente justificada; (b) Es probable que este libro se abra para mostrar que los nombres de los acusados no figuran en él (v. 15); (c) En esta misma línea, W. Newell ofrece una consideración devocional de gran efecto (ob. cit., págs. 331, 332):
En el Salmo 69:25–28, que Pedro cita en Hechos 1:20 refiriéndose a Judas (y que el contexto muestra que incluye a los malvados de Israel que hicieron entonces causa común en el odio a Cristo):
«Sean borrados del libro de la vida, y no sean inscritos con los justos» (Sal. 69:28). En estas terribles palabras, vemos que aun cuando Cristo «se dio a sí mismo en rescate por todos» y «gustó la muerte por todos»—dando así a la entera raza humana un lugar potencial en el libro de la vida—, este hecho, empero, no les constituye eternamente «inscritos con los justos»… Habían rehusado al que es «la propiciación por los pecados del mundo entero», así que pierden ese potencial beneficio del rescate que todos los hombres tenían, y jamás serán «inscritos para vida» (v. Is. 4:3 y Dn. 12:1) … Hay el misterio del pecado del hombre que escoge apostatar, pero hay también el misterio de la gracia de Dios, que preserva a los elegidos.
(F) El versículo 13 nos describe al mar, la muerte y el Hades, personificados, dando, es decir, devolviendo los muertos que yacían en ellos. Se les presenta como a unos carceleros que tenían encerrados bajo llave a los muertos, pero no tienen más remedio que soltarlos para que acudan al gran Juicio Final. Se menciona especialmente el mar, porque allí los muertos no habían hallado sepultura propiamente dicha. La muerte y el Hades sirven de mención general, como sustitutos del sepulcro. Asimismo aparecen juntos en el versículo 14 como arrojados al infierno. Para ser más precisos, la muerte representa aquí al sepulcro, mientras que el Hades representa siempre la «región de las sombras», estado, más bien que lugar señalable, de las almas o espíritus de los difuntos, hasta que los creyentes del Antiguo Testamento fueron hechos perfectos (v. He. 11:40) mediante la redención efectuada por el Señor Jesucristo.
3. Tras del juicio viene la sentencia de condenación o, mejor dicho, su inmediata ejecución (vv. 14, 15): «Entonces la muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. El lago de fuego es la muerte segunda. Todo aquel cuyo nombre no estaba registrado en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego» (NVI).
(A) De nuevo vemos que la muerte y el Hades aparecen personificados. Recordemos lo que dice Pablo en 1 Corintios 15:26: «El último enemigo en ser puesto fuera de combate será la muerte» (NVI). Como enemigo, pues, de la humanidad y, por ello, personificada en la figura de un criminal, la muerte recibe su justo castigo siendo arrojada al infierno. Y, sin muerte, tampoco hay Hades. Al acabarse así la muerte, por haberse acabado completamente el pecado, que es el que la trajo al mundo (Gn. 2:17b; Ro. 5:12), solamente quedará la vida, vida eterna para todos los salvos. Es cierto que el infierno es llamado aquí (v. 14b) «la muerte, la segunda» (lit.), pero no será «muerte» en el sentido en que solemos entender el vocablo: «cesación de la vida física», sino en el sentido de estar siempre muriendo sin acabar jamás de morir: muerte eterna, en contraste con la vida eterna (con Mt. 25:46).
(B) El versículo 15 declara explícitamente que «si alguien (esto es, todo el que) no fue hallado inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago del fuego» (lit.). Es una enseñanza terrible, que incluso muchos evangélicos tratan de explicar en términos de destrucción final de los malvados, pero es una enseñanza bíblica y, por tanto, debe admitirse como «provechosa … para corrección» (2 Ti. 3:16). El griego epanórthosis comporta la idea de «volver a poner recto desde arriba» lo que se había torcido. Nada como la perspectiva de una eternidad en los tormentos del infierno, para adquirir, o recuperar, el recto concepto de la fealdad del pecado, de la santidad y justicia de Dios, y de la seriedad de la muerte del Hijo de Dios en la Cruz del Calvario.
El Apocalipsis no termina con la espantosa suerte de los réprobos, sino con la bendita felicidad de los elegidos. Por eso, los dos últimos capítulos del libro están dedicados enteramente a la descripción del cielo. En el presente capítulo tenemos: I. La presentación de los nuevos cielos y de la nueva tierra (v. 1);
II. El descenso de la Nueva Jerusalén (v. 2); III. La perfecta comunión con Dios en la Nueva Ciudad (vv. 3, 4); IV. La renovación final de todas las cosas (vv. 5, 6); V. Las bendiciones de los victoriosos, en contraste con el funesto destino de los malvados (vv. 7, 8); VI. La descripción genérica de la Novia Celestial (vv. 9–11); VII. La descripción de los muros, de las puertas y de las dimensiones de la Ciudad (vv. 12–17); VIII. La belleza ornamental de la Ciudad (vv. 18–21); IX. La luz de una Ciudad Celeste, en la cual no hay templo (vv. 22–24); X. El libre acceso a la Ciudad (vv. 25–27).
Versículo 1
Dice este versículo en la NVI: «Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y ya no existía ningún mar».
1. Ya en 20:11 vimos que la tierra y el cielo desaparecieron ante la presencia del que estaba sentado en el trono. Ahora Juan tiene una nueva visión: «Y vi …», dice escuetamente el original. Desaparecidos (comp. con 2 P. 3:7, 10, 12) los antiguos cielos y tierra, Juan contempla «un cielo nuevo (kainón, reciente) y una nueva tierra (kainén—también reciente—). El original no usa el adjetivo neón … neán, para indicar, a mi juicio, que los nuevos cielos (¿nuestra galaxia?, ¿nuestro sistema solar?) y la nueva tierra no son algo que sale enteramente de la nada después que los anteriores han sido aniquilados, sino que, más bien, son efecto de la profunda transformación que el fuego ha obrado en ellos, reduciéndolos a cenizas, de donde, como el mito del ave fénix, han salido, por obra del poder omnímodo de Dios, los nuevos cielos y la nueva tierra, limpios totalmente de pecado, en los que imperará para siempre la justicia.
2. Los nuevos cielos y la nueva tierra habían sido ya profetizados por medio de Isaías (Is. 65:17; 66:22), pero en conexión, no con la eternidad, sino con el Milenio. Esto ha producido confusión en algunos autores, por no percatarse del doble plano de dichas profecías, al poner dentro de la misma perspectiva sucesos separados históricamente entre sí por muchos siglos. Algo parecido ocurre con hechos profetizados acerca de la Primera y de la Segunda Venida de Cristo (v. Is. 61:1, 2; Mal. 4:5, 6—en sentido inverso—), o acerca de la resurrección para vida y para condenación (v. Dn. 12:2; Jn. 5:29) o del Día de Jehová, que incluye tanto hechos que han de suceder antes del Milenio como la destrucción a fuego de los actuales cielos y tierra (v. 2 P. 3:10–13).
3. Juan hace constar que, en la renovación de los cielos y de la tierra, ya no existirá ningún mar. ¿Por qué? Porque el mar, en la Biblia, suele ser símbolo de varias cosas, a cuál más siniestra: (A) Es símbolo de inseguridad, con sus tempestades y demás peligros que confrontan al navegante; (B) Es símbolo de los monstruos marinos, incluida la Bestia de Apocalipsis 13:1 y ss.; (C) Es símbolo de maldad, traición y rebelión, por lo que es comparable a las multitudes que se agitan contra Dios. Inseguridad y maldad quedan excluidas para siempre de la Ciudad Celestial (vv. 4, 8). Lo cierto es que Apocalipsis 21:1 alude a la eternidad, no al Milenio, pues en éste hay frecuentes menciones a cuerpos acuáticos (Sal. 72:8, Is. 11:9, 11, Ez. 47:10, 15, 17, 18, 20; 48:28 Zac. 9:10; 14:8).
Versículo 2
Dice dicho versículo en la NVI: «Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo desde Dios, ataviada como una novia acicalada minuciosamente para recibir a su esposo».
1. Prescindo de muchos detalles que, acerca de los dos últimos capítulos del Apocalipsis, pueden verse explicados en mi libro Escatología II, págs. 305 y ss. Me limitaré, pues, a lo que es propio de un comentario exegético-devocional, más bien que de un tratado amplio de Escatología.
2. La nueva Jerusalén es llamada aquí «la Ciudad Santa», no sólo por ser la ciudad en la que Dios estableció su morada especial (v., por ej., Mt. 4:5; 27:53), sino, en especial, porque ahora ya no hay nada inmundo en ella, en contraste con lo que la Jerusalén terrenal habrá sido durante el reinado del Anticristo (v. 11:8).
3. Juan la ve bajando del cielo. El verbo está en participio de presente, y da a entender que es algo que está sucediendo ante los ojos mismos de Juan. La misma expresión se halla en 3:12, y esta repetición es notable, pues favorece a la idea sostenida por muchos autores de que la nueva Jerusalén existía ya antes de ahora en el cielo (comp. con Jn. 14:2) y se hallará, durante el Milenio, en torno a la tierra, como un satélite girando en su órbita, siendo retirada de la escena durante la destrucción de la primera tierra y el primer cielo, para descender después a la nueva tierra y posarse allí para siempre.
4. El texto sagrado añade que la nueva Jerusalén bajaba desde Dios (gr. apó tou Theoú), esto es, del lado de Dios y enviada por Él, con lo que se da quizás a entender que, hasta el momento actual de empezar su descenso, se hallaba en el cielo empíreo (comp. con Gá. 4:25, 26 y, especialmente, con He. 12:22–24). Estas dos referencias nos ayudarán a identificar a la «novia» que se menciona a continuación.
5. La preparación exquisita de la novia, de la que se dice aquí que está minuciosamente acicalada (NVI. Gr. kekosmeménen—de donde procede el vocablo castellano «cosmético»—, en participio de pretérito perfecto medio-pasivo) para su marido, se entiende comparando este lugar con 19:7, 8; Efesios 5:27. El participio medio-pasivo da a entender, con la mayor probabilidad, que la iniciativa de este acicalamiento es obra de la gracia (comp. con Ef. 5:26, 27), tanto justificante como santificante, pero que no ha de descartarse la respuesta que la voluntad humana, ya libertada (v. Jn. 8:32 y ss.), da a la gracia santificante y al poder del Espíritu (v. 19:8b, comp. con 1 Co. 15:10, al final).
6. ¿Quién es, en realidad, la novia? Las opiniones acerca de la precisa identidad de la novia son tres:
(A) La novia es la Iglesia. Ésta es la opinión más corriente, pero necesita mucha matización. (B) La novia es la nueva Jerusalén israelita. Esta es la opinión sostenida por el pastor inglés J. Speed-Andrews en su libro The Fulfilling of a Plan, pág. 29. (C) La novia es la ciudad de todos los redimidos, como se ve claramente en Hebreos 12:22–24. Por tanto, incluye también, por sinécdoque, a la Iglesia, aunque no se identifica totalmente con ella. Citando a Grant, dice Walvoord (ob. cit., pág. 313):
¿Por qué no ha de ser (la nueva Jerusalén) la novia-ciudad, tomando prestado el nombre de la novia-iglesia, cuya mansión es, aunque haya también en ella otros ocupantes?… La ciudad celestial, el tabernáculo de Dios, no permite que uno solo de los redimidos se quede fuera de ella, sino que tiene sus puertas abiertas de par en par para todos.
Versículos 3–4
En estos versículos se nos da una idea de lo que será en el cielo nuestra íntima comunión con Dios.
Dicen así en la NVI:
«Y oí una voz potente, procedente del trono, que decía: “Ahora Dios comparte su morada con los hombres y vivirá con ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Ya no habrá muerte, ni desgracia luctuosa (gr. pénthos, lamentación), ni lamentos (gr. kraugué, grito de llanto—como en He. 5:7—) ni trabajos (gr. pónos, trabajo duro, penoso—generalmente, con dolor—; de dicho vocablo viene «pena»), porque el antiguo orden de cosas (lit. las primeras cosas—no es el mismo vocablo de 2 Co. 5:17—) ya pasó”».
1. Ésta es la última de las 21 veces en que se menciona, en este libro, la expresión «gran voz» o «voz potente». Como en las demás ocasiones, indica que es muy importante la revelación que sigue.
2. Lo que esta gran voz va a declarar ahora es introducido por un ¡he aquí! (lit.), que presta mayor solemnidad todavía a la declaración. Ésta se compone de una parte (v. 3) que consta de afirmaciones, y otra (v. 4) que consta de negaciones.
(A) El versículo 3 dice literalmente: «He aquí la tienda de campaña (gr. skené) de Dios con los hombres, y acampará (gr. skenósei, el mismo verbo de Jn. 1:14) con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos». Muchos MSS, aunque no los más importantes, añaden: «(siendo) Dios de ellos». Aparte de esta última posible variante, hay algunos detalles dignos de mención:
(a) En la primera frase, es de notar la preposición con (gr. metá, preposición de compañía), que refuerza el hecho, ya de sí admirable, de que Dios extienda, por decirlo así, la lona de Su tienda de campaña, Su morada celeste (¡la shekináh!), a fin de que allí se cobije también todo Su pueblo, como viviendo para siempre en una misma mansión. Hemos de recordar que, durante la peregrinación de Israel por el desierto, Dios moraba especialmente en Su tabernáculo, el cual estaba ubicado en medio del campamento y rodeado de todas las tiendas de campaña en las que cada familia israelita tenía su propia morada. Así es como también el Verbo de Dios, al hacerse hombre, acampó (gr. eskénosen, puso su tienda de campaña) entre nosotros (Jn. 1:14), ya que el cuerpo humano se llama tabernáculo en 2 Co. 5:1, 4; 2 P. 1:13, 14). En la mansión celestial eterna habrá un solo tabernáculo, donde nuestro Padre del Cielo vivirá con los Suyos para siempre, como en medio de una gran familia. Dice el Talmud (Pirke Abboth, III, 3): «Cuando dos se sientan y entre ellos hay palabras de la Torah, la shekináh reposa entre ellos» (comp. con Mt. 18:20).
(b) El original dice, en la segunda parte del versículo: «y ellos serán sus pueblos». En efecto, el plural griego laoí está mejor atestiguado en los MSS. No obstante, esta variante no reviste gran importancia. Lo importante es que la frase, repetida 21 veces en la Escritura, según cómputo de J. B. Smith (A Revelation of Jesús Christ, pág. 283), es siempre expresión del pacto de Dios con Su pueblo. Esta vez, la renovación del pacto es definitiva y gloriosa, pues no sufrirá ya ninguna violación.
(B) Al ser ya perfecta la comunión, «bajo un mismo techo», de que disfrutarán los hijos de Dios con su Padre Celestial, desaparecerá, por eso mismo, enteramente y para siempre, de la escena todo aquello que era resultado de la primera ruptura de la comunión con Dios. En el cielo no habrá nada de lo que causa aflicción, pena, dolor o molestia. Dice el versículo 4: «Él (Dios) enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Ya no habrá muerte, ni desgracia luctuosa, ni lamentos ni trabajos (se entiende, penosos), porque el antiguo orden de cosas ya pasó» (NVI).
(a) «Toda lágrima» significa «cada una, una por una». En realidad, no habrá lágrimas que enjugar, pues todas se habrán derramado en este mundo, no en el cielo. La frase es una figura para poner de relieve la ausencia de motivos para llorar: ya no habrá ningún pesar, ningún accidente, ninguna mala noticia, ninguna traición, ningún fracaso, ni persecución, envidia, celos, ambiciones insatisfechas, etc.
(b) Al estar ya completamente redimidos (v. Ro. 8:18–24), estaremos libres de todo aquello que nuestro Redentor cargó sobre sí (v. Is. 53:4; 2 Co. 5:14, 21; 1 Ti. 2:6; He. 2:14). Sin muerte (comp. con 20:14; 1 Co. 15:26), tampoco habrá enfermedad (que es como el prólogo de la muerte) ni dolor (que es índice de nuestra fragilidad física y psíquica).
(c) Al no haber ya muerte, ni dolor ni enfermedad, no habrá de qué lamentarse, ni habrá trabajo que resulte penoso. Habrá pasado el orden de cosas actual, en que todas esas calamidades imperan, para volver, con creces, a la felicidad que se perdió en el Paraíso. Dice Bartina (ob. cit., pág. 828): «Se cumplirá en grado sumo definitivo lo profetizado por los videntes viejotestamentarios (Is. 25:8; 35:10; 65:17–19)». Se han de tener en cuenta los dos niveles de estas profecías.
Versículos 5–6
En consonancia con lo que la voz grande ha declarado al final del versículo 4, viene luego la confirmación que el propio Dios añade. El mismo Dios seguirá hablándole a Juan hasta el versículo 8 inclusive. Dicen los versículos 5 y 6 en la NVI: «El que estaba sentado en el trono dijo: “¡Estoy haciendo nuevas todas las cosas!” Luego añadió: “Escríbelo, pues estas palabras son fidedignas y verdaderas”. Y aún me dijo más: “Ya está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que esté sediento, yo le daré a beber gratis de la fuente del agua de la vida”».
1. Ya no es ahora un ángel el que habla, por muy grande que pueda ser la voz que le habló anteriormente a Juan. Ahora le habla el mismo Dios, «el que estaba sentado en el trono». La declaración «estoy haciendo» (en participio de presente) es como si indicase que la creación de nuevos cielos y nueva tierra (v. 1) comporta múltiples cambios al hacer nuevas (gr. kainá, recientes en su modo de existir y en el carácter que poseen, adecuado a la condición del Paraíso recuperado) todas las cosas.
2. La segunda parte del versículo 5 parece indicar que Juan se ha quedado tan asombrado de la declaración que acaba de oír de labios de Dios mismo que ha dejado la pluma a un lado. Por lo que la voz de Dios dice: «¡Escribe!» (gr. grápson, en aoristo de imperativo, indicando urgencia). Ésta es la duodécima vez que Juan recibe, en Apocalipsis, la orden de escribir, siendo las otras once: 1:11, 19; 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14; 14:13 y 19:9.
3. El mensaje que a Juan se le manda escribir en este versículo 5b es: «Estas palabras son fieles y verdaderas» (gr. pistoí kai alethinoí, combinación que ha salido ya en 3:14, 19 (aplicado a Jesucristo) y volverá a salir en 22:6 (aplicado a las palabras de Dios como aquí). Todo lo que Dios dice y hace lleva la impronta de su infalibilidad, de su veracidad y de su fidelidad.
4. El que está sentado en el trono sigue (v. 6) hablándole a Juan, y le dice ahora: «¡Ha sido hecho!» (lit. Gr. guégonan, en pretérito perfecto). Esta expresión salió ya en 16:17, con una pequeña variante al final (gr. guégonen). Dice Bartina (ob. cit., pág. 829): «Es una expresión que sólo puede pronunciar Dios, porque indica la determinación de los acontecimientos de la historia del mundo y de la eternidad». A esta declaración, Dios mismo añade las siguientes garantías:
(A) «Yo soy el Alfa y la Omega.» Vimos ya esta frase en 1:8 y la volveremos a ver, de boca de Jesucristo, en 22:13. Alfa y Omega son la primera y la última letras del alfabeto griego, lengua en la que está escribiendo Juan. Esta declaración, como en 1:8 y 22:13, puede interpretarse de distintas maneras: (a)
«Yo soy la Verdad completa». En hebreo habría dicho: Aní emeth, teniendo en cuenta que el hebreo emeth contiene la primera, la de en medio y la última de las letras del alfabeto hebreo; (b) «Yo soy el creador y consumador de todo». En este sentido, la frase es equivalente a la que sigue (comp. con He. 12:2 «… autor y consumador»); (c) «Yo soy el Amo y Señor de todos los acontecimientos de la historia, de punta a cabo». Al conectar esta frase y la siguiente («el Principio y el Fin»), Walvoord da la interpretación más plausible, por ser la más natural: «La referencia es a la obra llevada a cabo a lo largo de todo el drama de la historia del hombre antes del estado eterno» (ob. cit., pág. 316).
(B) «El Principio y el Fin»; es una frase equivalente, en cierto modo, a la anterior. En la misma línea que Walvoord, comenta Bartina (ob. cit., pág. 829): «No tanto en sentido filosófico o escolástico, cuanto en el sentido concreto de la historia de la salud. Así como Dios la empezó graciosa y omnipotentemente, así la ha continuado y así la acabará, coronándola espléndidamente».
5. Y, junto a estas garantías, tres promesas consoladoras, de las que la primera se halla en el versículo 6b, y las otras dos en el versículo 7, que veremos en la siguiente sección. La primera promesa es la siguiente: «Yo al que tenga sed le daré de (gr. ek) la fuente del agua de la vida gratis (gr. doreán, de regalo)». Esta promesa nos recuerda las de Isaías 55:1; Juan 4:10, 13, 14; 7:37–39; la hallamos también, en forma similar, en 22:17. La invitación a beber del agua viva (comp. con Jer. 2:13) es al que tenga sed: sed de felicidad, de justicia, de verdad, etc.; en una palabra, a toda persona íntimamente insatisfecha. ¿Y quién no lo está?
Versículos 7–8
En estos versículos tenemos las bendiciones del hombre de fe, en contraste con el destino funesto de los incrédulos: «El que venza heredará todo esto, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los viles, los asesinos, los sexualmente inmorales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los que obran la mentira, tendrán su lugar en el lago de fuego de azufre ardiente. Ésta es la muerte segunda» (NVI).
1. Tenemos aquí dos bendiciones que, en realidad, se funden en una, y están reservadas para «el que venza». Ocho veces, con ésta, son las que, en Apocalipsis, ocurre (en nominativo o en dativo) la expresión griega ho nikón (en participio de presente: el que vence, o el que venza). La repetición se explica en un libro donde domina la lucha por mantenerse firme en la fe (comp. con 1 Jn. 5:4), por muy dura que sea la aflicción que cause física y moralmente la persecución sufrida precisamente por causa de esa misma fe. La frase ocurre, además de aquí, en 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21.
2. Lo que Dios promete al que venza, al hombre de fe contra viento y marea, es que «heredará estas cosas», es decir, todas las que se han dicho y se dirán acerca de la felicidad eterna. El texto no dice «todas», pero se sobrentiende, especialmente por la frase siguiente: «(Yo) seré para él Dios, y él será para mí hijo» (lit.). Esta idea se repite mucho en el Antiguo Testamento; en general, con respecto a Israel (v., por ej., Éx. 4:22; Dt. 14:1; Os. 1:10), pero se repite de modo especial en 2 Samuel 7:14, dentro del pacto que hizo Dios con David. Véanse también Romanos 8:17; 1 Corintios 3:22, en que se confirma esta herencia universal, reservada a los creyentes (1 P. 1:4).
3. Esta bendita suerte de los elegidos contrasta con el funesto destino de los malvados (v. 8):
(A) Figuran en primer lugar los cobardes. Cuando Juan escribía esto, los cristianos se hallaban en medio de una de las más feroces persecuciones de los primeros siglos del cristianismo: la de Domiciano. Los cobardes eran los que se avergonzaban de confesar públicamente a Cristo como Señor, prefiriendo así la vida temporal a la eterna (en contraste con 12:11).
(B) Los incrédulos (gr. apistoís) van en segundo lugar. El vocablo designa, más bien que a los incrédulos en general (todos los de la lista lo son, pues se condenan realmente por su incredulidad comp. con Jn. 8:24), a los infieles; probablemente, infieles a la palabra que un día dieron de ser discípulos de Cristo, haciendo así una falsa profesión de fe. Se entendería mejor así el que vayan detrás de los cobardes, además de que el término resultaría más específico.
(C) Siguen los abominables. ¿Quiénes son éstos? La Palabra de Dios los señala en Job. 15:16 («se bebe la iniquidad como agua»); Salmos 14:1 (el que vive como si Dios no existiera); Tito 1:15, 16 (los de sucia conciencia). Especialmente abominables son los hipócritas (v. Mt. 7:22, 23).
(D) Los homicidas. La gravedad de este pecado se pone de relieve ya en Génesis 9:6. Pero también es homicida el que se quita la vida a sí mismo, el que odia a su hermano (1 Jn. 3:15) y el que provoca directamente el aborto, pues toda vida humana es sagrada, ya desde el vientre de la madre (v. Sal. 139:16).
(E) El griego pórnois (de donde viene «pornografía», etc.) designa, en general, a los que están dados a cualquier clase de inmoralidad sexual.
(F) Vienen después «los que practican artes mágicas» (NVI. Lit. los hechiceros. Gr. pharmákois, vocablo bien conocido). Por si alguien cree que esto tiene que ver poco con nuestros días, voy a copiar de mi libro Escatología II (pág. 347) lo siguiente:
Si vamos a la Biblia, hallamos la conexión de la hechicería con la magia, la adivinación y el espiritismo, todo lo cual era abominable a YHWH (v., por ej., Éx. 22:18; Lv. 19:26, 31; 20:6, 27; Dt. 18:11–14; 2 R. 9:22; Is. 19:3; Dn. 1:1, 2; Hch. 8:9–11). En nuestros días, la hechicería primitiva sigue vigente en muchas tribus de Asia, África y América. Lo verdaderamente lamentable es el auge que el ocultismo, el espiritismo y el satanismo están cobrando en nuestros días entre las gentes que se tienen por más civilizadas. Más aún ni los propios creyentes son impermeables al esoterismo, revestido de múltiples formas, algunas aparentemente suaves. Hemos de estar, pues, alertados, ya que también éstos irán al infierno.
(G) Siguen los idólatras, entendiendo por tales no sólo a los que adoran imágenes de metal, madera, yeso, mármol, etc., sino también a todos los que entronizan en su corazón un sucedáneo del único Dios verdadero: dinero, carne, joyas, etc. El ídolo principal de todos los tiempos y de todos los hombres es Mamón: el dinero (v. Mt. 6:24; Col. 3:5; 1 Ti. 6:9, 10).
(H) Finalmente, cerrando la procesión, todos los mentirosos. Se entiende aquí por «mentirosos», no sólo los que dicen mentiras, sino especialmente (en sentido bíblico) aquellos cuya vida es una mentira, pues la peor de todas las mentiras es una vida de farsa, hipócrita, inconsecuente, como la de los que viven amando y haciendo la mentira (22:15), en agudo contraste con los que siguen y practican la verdad, y andan en la verdad (v. Ef. 4:15; 1 Jn. 1:6; 2 Jn. 4; 3 Jn. 4).
4. Con respecto a la lista precedente, bueno será hacer un par de observaciones:
(A) Como es costumbre en el original del Nuevo Testamento, en una lista cualquiera de personas, cosas, vicios, etc., es de notar el énfasis de colocación, por el que el lector toma nota de lo primero y de lo último con mayor atención que la que le suscitan los elementos intermedios Por esa razón, por ejemplo, vemos a Bernabé y a Saulo en cabeza y al final respectivamente de la lista de Hechos 13:1. Podemos, pues, conjeturar que Juan tiene aquí por los peores malvados a los cobardes y a los mentirosos, de acuerdo con la forma en que hemos explicado el sentido de dichos vocablos.
(B) No es ésta la única lista de malvados que aparece en el Nuevo Testamento. Listas similares se hallan incluso en Apocalipsis (v. 27 y 22:15), pero ésta es bastante comprensiva para darse cuenta de las muchas puertas por las que se va al infierno: «al lago que está ardiendo con fuego y azufre, el cual es la muerte, la segunda» (lit.). Es muy de notar que el texto sagrado no dice aquí, como dice de los que vencen (v. 7), que heredarán—ellos, el cielo; éstos, el infierno (comp. con Mt. 25:34: «preparado para vosotros»; 41: «preparado para el diablo y sus ángeles»—, sino que ésa es «la parte de ellos»: la porción que su perversidad les ha proporcionado. ¡Funesto destino! Y, de la misma manera que el que guarda toda la ley, pero ofende en un punto, se hace culpable de todos (Stg. 2:10), así también de poco importa que alguien tenga un solo vicio de los enumerados en la lista del versículo 8. ¡Con una puerta basta para entrar al infierno!
Versículos 9–11
Llegamos ahora a una descripción, un tanto genérica, de la Jerusalén Celestial: «Uno de los siete ángeles que llevaban las siete copas anchas llenas de las siete últimas plagas, se dirigió hacia mí y me habló así: “Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero”. Y me transportó en el espíritu a un grande y elevado monte, y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios.
Resplandecía con la gloria de Dios, y su brillo era como el de una joya de las más valiosas, como un jaspe claro y brillante como el cristal» (NVI).
1. El ángel que ahora se dirige a Juan es «uno de los que llevaban las siete copas anchas llenas de las siete últimas plagas». Este dato se hace constar únicamente para identificar al ángel, puesto que ahora las copas ya han sido vaciadas, al haberse llevado a cabo todas las plagas.
2. Así como un ángel le había mostrado (17:1 y ss.) la ruina de Babilonia, así otro le va a mostrar ahora la gloria de la nueva Jerusalén. El ángel compara la Ciudad a una «novia, la esposa del Cordero», y da así a entender que su belleza es como la de una novia ataviada para su esposo el día de las bodas (v. 2). Se trata de una figura retórica, ya que, a tono con el versículo 2, la nueva Jerusalén no es novia ni esposa, sino la residencia eterna de los santos en el cielo. L. S. Chafer (Systematic Theology, vol. IV, pág. 131) opina que se habla así por el papel central que allí ocupa la Iglesia, conforme a Hebreos 12:22–24.
3. Discuten los autores si se trata todavía, o no, de una especie de retrospección milenial. Al no haber en Apocalipsis un orden cronológico estricto, sólo un estudio atento del contenido puede sacarnos de dudas. Los que opinan que es una retrospección, piensan que Juan vuelve a considerar la nueva Jerusalén descendiendo a la tierra en el Milenio y permaneciendo suspendida sobre ella como residencia de los resucitados. Así piensan W. Kelly, A. Gaebelein y E. Bennett. Este último apela a 22:2 («… para la sanidad de las naciones»), a fin de probar su aserto. En cambio, Walvoord opina que, después de los tremendos acontecimientos anteriores, ahora se habla ya del estado eterno (vv. 7 y 8) y de la nueva Jerusalén, establecida en la nueva tierra. Aporta las siguientes razones:
(A) Porque desde el capítulo 19, parece ser que todo se sucede por orden cronológico; un salto atrás rompería ahora la estructura del libro.
(B) La descripción del versículo 9 es idéntica a la del versículo 2. Si allí se trata del estado eterno (y ése es, sin duda, el caso), también aquí.
(C) Las profecías sobre el Milenio no concuerdan con los detalles de esta ciudad en la tierra. Basta con leer Ezequiel capítulos 40 al 48, al hablar del nuevo Templo, así como de los límites y divisiones de la Tierra Santa.
(D) Siguiendo a W. Hoste, opina que las referencias a las naciones, los reyes de la tierra y la «curación» a la que alude 22:2, tienen una explicación satisfactoria dentro del estado eterno. Igual opina
F. O. Ottman. Pentecost por su parte, añade que el versículo 25 va contra la situación descrita en Isaías 30:26, 60:19, 20, y que el versículo 27 no puede aplicarse al Milenio, ya que, durante el Milenio, habrá no salvos y, por tanto, internamente inmundos y abominables.
4. La descripción de la ciudad nos plantea, como en la mayor parte de este libro, un problema de hermenéutica: ¿Qué es simbólico y qué no lo es? Juan dice lo que vio. ¿Vio solamente símbolos que le fueron interpretados por otros personajes, o por él mismo bajo divina inspiración? ¿O vio las realidades, y las expresó él mismo bajo símbolos? (v. por ej. 5:5, 6). Dejo al lector que opine por su cuenta. Una cosa segura es que los materiales descritos en los versículos siguientes son de diferente naturaleza que la de los que conocemos. Los hechos más importantes son: (A) Que Juan vio una ciudad; (B) que estaba habitada por santos de todas las épocas; (C) que Dios estará presente en ella de una manera especial. Si no hay otros inconvenientes, podemos aceptar las características físicas que se nos describen.
5. Como la nueva ciudad es muy alta, según veremos más adelante, el ángel le lleva (v. 10) a un monte muy alto (gr. óros méga kai hupselón, monte grande y alto), desde donde pueda Juan contemplar la ciudad como a vista de pájaro. Juan es transportado en espíritu, es decir, en un éxtasis, como en otras ocasiones. Igual que en el versículo 2 (v. también 3:12), se dice aquí: «la ciudad santa, Jerusalén (no se añade ahora “nueva”), bajando (lit., en participio de presente, lo mismo que en el versículo 2) del cielo desde Dios». Se nota, con la repetición de las frases del versículo 2, el interés del escritor sagrado en poner de relieve que es una ciudad celestial.
6. La primera impresión que Juan recibe al ver la ciudad (v. 11) es la de una espléndida iluminación. El texto sagrado dice que «resplandecía con la gloria de Dios». Puesto que Dios habita en medio de ella, la gloria de Dios se manifiesta en ella con todo su esplendor (comp. con Is. 58:8; 60:1, 2, 19). Recordemos que la gloria de Dios es, en realidad, la suma de Sus infinitas perfecciones manifestándose al exterior, con lo que se refleja, de algún modo, lo que Dios es. Después (v. 23) veremos que toda esa luz proviene de la «lumbrera que es el Cordero». El brillo que la ciudad adquiría con tal resplandor era semejante al jaspe cristalizado y centelleante. Dicho jaspe es, dice, «una joya de las más valiosas»; sin embargo, en la nueva Jerusalén es un material común (v. 19). Caird hace notar la referencia, en 4:3, 6, al «jaspe cristalino», lo cual denota la íntima comunión con Dios: «una impresión del ser de Dios mismo», dice. En efecto, el cielo será una ciudad transparente, en la que no hay nada que ocultar, ni noche que pueda oscurecer la visión (comp. con 1 Ts. 5:5–8).
7. Con respecto a la frase «la lumbrera es el Cordero», el Prof. J. Walvoord hace la consideración siguiente: «El creyente en Cristo no genera la luz de Cristo, pero debería reflejar y transmitir su gloria, sin hacer borrosa la belleza y el encanto de Cristo» (ob. cit., pág. 320). J. D. Pentecost, por su parte (Eventos del Porvenir, pág. 441), transcribe, a este propósito, un fragmento de un bello himno que, vertido al castellano, dice así:
La Esposa no mira sus vestidos, Sino el rostro de su Esposo amado. Contemplaré, no la gloria,
Sino a mi Rey lleno de Gracia. No la corona otorgada por Él, Sino sus manos traspasadas. El Cordero es toda la gloria De la tierra de Emanuel.
Versículos 12–17
A continuación se describen los muros de la ciudad (v. 12a), sus puertas (vv. 12b, 13), cimientos (v.
14) y dimensiones (vv. 15–17). Esta escena causa profunda impresión. Es difícil alegorizar todos los detalles. En todo caso, puesto que el hecho de la existencia de la ciudad no puede negarse, ¿por qué no aceptarlos en su sentido literal, mientras no conste lo contrario?
1. El primer detalle es el de los muros (v. 12a). De ellos se dice únicamente que la ciudad «tenía una muralla grande y elevada» (gr. méga kai hupselón, los mismos adjetivos que se aplican al monte en el v. 10). Sus medidas se darán después (v. 17). El muro fuerte y alto es símbolo de exclusión de todos cuantos no son dignos de entrar allí, aunque los moradores de la ciudad serán innumerables.
2. De sus puertas, dicen los versículos 12b, 13: «Con doce puertas, y con doce ángeles en (gr. epí, sobre) las puertas. Sobre los dinteles de las puertas estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Había tres puertas hacia el este, tres hacia el norte, tres hacia el sur y tres hacia el oeste» (NVI).
(A) Como la muralla tiene la forma de un cuadrado, le tocan tres puertas por cada lado. Ya desde ahora, se repite insistentemente el número doce en esta porción y aun en el capítulo 22. Sólo en los versículos 12–16, se repite siete veces dicho número. Otras tres veces vuelve a ocurrir, formando un conjunto de diez, en los versículos 21 y 22:2, además de la enumeración de doce piedras preciosas en los versículos 19 y 20. Las medidas son igualmente múltiplos de doce: Tanto la largura como la anchura y la altura de la ciudad son de 12.000 estadios (v. 16); y la altura de la muralla es de 144 (12x12) codos (v. 17). La razón de esta insistencia es, a mi juicio, doble:
(a) Según vemos en el versículo 14, «la muralla de la ciudad descansa sobre doce cimientos; y sobre ellos están escritos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero». Esto nos lleva a Efesios 2:20. Teniendo en cuenta que los doce apóstoles eran israelitas, vemos de nuevo (comp. con 12:1, 2, 5) que la Iglesia se sostiene sobre Israel, no viceversa (v. Ro. 11:18).
(b) La nueva Jerusalén ha sido comparada en el versículo 3 a una gran tienda de campaña en la que Dios acampará con los hombres. Esto nos conduce a la disposición del campamento de los israelitas en el desierto y, en medio de ellos, el tabernáculo de Dios, frente al cual, y en cuadro, acampaban las 12 tribus de Israel; tres frente a cada uno de los lados. Jamieson-Fausset-Brown, en su Comentario a toda la Biblia (II, pág. 829), dicen sobre el versículo 14: «Josué, tipo de Jesús, eligió a doce hombres … que llevasen doce piedras al otro lado del Jordán con ellos, como Jesús escogió a doce apóstoles. Él es la principal piedra del ángulo … Pedro no es la única piedra apostólica».
(B) Los doce ángeles que están (v. 12b) sobre las doce puertas (lit.) hacen de centinelas, guardianes y defensores (comp. con Is. 62:6).
(C) En los versículos 12b y 13, vemos que «sobre los dinteles de las puertas estaban escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. Había tres puertas hacia el este, etc.». La comparación con Ezequiel 48:31–34 podría hacernos pensar que estamos aún en el Milenio, pero no se olvide lo que tantas veces hemos dicho acerca del doble (y aun triple) nivel cronológico de las profecías que apuntan al final de los tiempos.
3. Ya hemos mencionado el versículo 14 al aludir a la insistente repetición del número doce en este capítulo. Queda únicamente por notar el vocablo cimientos (gr. themelíous), el mismo de Efesios 2:20; sale también tres veces en 1 Corintios 3:10–12. Estos pilares, llamados cimientos (comp. con 3:12; Gá. 2:9; 1 Ti. 3:15) no deben confundirse con la única «principal piedra del ángulo» que es Cristo (1 P. 2:6) y que, en Efesios 2:20, se distingue claramente de los cimientos.
4. En los versículos 15–17 se nos dan las dimensiones de la ciudad: «El ángel que hablaba conmigo llevaba como medida una caña de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad está asentada como un cuadrado, de tanta largura como anchura. Midió la ciudad con la caña y halló que tenía 12.000 estadios de largura, y que era de tanta anchura y altura como largura. Midió su muralla y tenía 144 codos de altura según las medidas humanas que el ángel estaba empleando» (NVI).
(A) La caña de medir era un instrumento muy usado en la antigüedad, según han descubierto los arqueólogos en bajorrelieves de Mesopotamia. Aquí la caña es de oro, como lo merece una ciudad de oro (v. 18). Las medidas son colosales, y el propio texto sagrado nos dice que el valor matemático de las medidas es el usado por los hombres (v. 17).
(B) Se hace notar (v. 16) la forma cuadrada de la ciudad. Dice Bartina (ob. cit., pág. 833): «Entre los griegos, el cuadro era una figura perfecta y un símbolo de perfección. Las más importantes ciudades del Oriente antiguo tenían una planta cuadrangular, como Babilonia y Nínive». También la Biblia prefiere el cuadrado, pues el círculo tenía que ver con la adoración del sol. Por eso, la forma redonda de las obleas que se usan en la misa y en la comunión en la Iglesia de Roma es de origen pagano.
(C) No hay por qué descartar el sentido literal de dichas medidas. Las cifras totales varían: (a) según se entiendan como de perímetro (Bartina da 2.131 km de perímetro) o de lado, como parece ser el sentido obvio del texto; (b) según el estadio que se emplee como módulo (180 o 200 metros de longitud); (c) según la forma que se le atribuya a la ciudad (cúbica o piramidal).
(a) Si las medidas se han de entender de lado, más bien que del perímetro, y el estadio se considera como de 200 m tendríamos 2.400 km de lado (12.000x200). Esto nos da ya una superficie de 5.760.000 km cuadrados (2.400x2.400). Al ser también la altura de 2.400 km tenemos como resultado, si la ciudad es un cubo, la fantástica cifra de 13.824.000.000 de kms. cúbicos.
(b) Opino, sin embargo, siguiendo a W. M. Smith (ob. cit., pág. 1.523), J. F. Walvoord (ob. cit., pág. 323), el rabino converso M. Trezzi (en conversación privada) y otros autores, que la forma de la ciudad no es cúbica, sino piramidal, con lo que su volumen queda en unos 6.912.000.000 de km cúbicos. Copio de mi libro Escatología II, pág. 318:
Las razones a favor de una forma piramidal son las siguientes: A) Su belleza arquitectónica es mucho mayor; B) Se entiende mejor que el río de agua viva y pura salga del trono de Dios y del Cordero (22:1); C) Si el muro de la ciudad tiene unos 64 m de altura, este tamaño, que sería enorme para una ciudad normal, resulta pequeñísimo en comparación de la altura; pero ya no es tan desproporcionado si la ciudad, en lugar de tener estructura cúbica, la tiene piramidal.
(c) McGee ofrece una alternativa diferente a la discusión de si la ciudad es cubo o pirámide. Podría ser—según él—una ciudad transparente (v. 21) «hacia dentro», al contrario que nosotros, que vivimos sobre la superficie exterior del planeta. La policromía que así resultaría es indescriptible.
(D) En cuanto a las medidas de la muralla, leemos (v. 17) que tenía 144 codos de altura según las medidas humanas que el ángel estaba empleando. Había en la antigüedad dos tipos de codo: el ordinario y el llamado «regio». El ordinario tenía 45 cm el regio, 52 cm y medio. Tomando como medida el codo ordinario, la altura de la muralla vendría a ser de unos 65 m. Según el codo regio, sería de más de 75 m.
(E) Queda por hacer una conveniente observación: Recordemos que la ciudad, la nueva Jerusalén, quedará asentada sobre la nueva tierra. De lo contrario, las puertas no tendrían razón de ser.
Versículos 18–21
Pasamos ahora a la belleza ornamental de la ciudad: «La muralla estaba hecha de jaspe; y la ciudad, de oro puro y bruñido como un cristal. Los cimientos de las murallas de la ciudad estaban decorados con toda clase de piedras preciosas: el primer cimiento, de jaspe; el segundo, de zafiro; el tercero, de calcedonia; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de sardónice; el sexto, de cornalina; el séptimo, de crisólito; el octavo, de berilo; el noveno, de topacio; el décimo, de crisopraso; el undécimo, de jacinto; el duodécimo, de amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada puerta, hecha de una sola perla. La avenida de la ciudad es de oro puro, como cristal transparente» (NVI).
1. Teniendo en cuenta la descripción general de la ciudad (v. 11) como de jaspe cristalino, y añadiéndose ahora (v. 18) los elementos de oro puro y su apariencia («como») de cristal, podemos ver los tres conceptos que, bajo esas imágenes, trata de transmitirnos el texto sagrado: (A) El jaspe indica la belleza valiosa de toda la ciudad; (B) El oro, su pureza y suntuosidad; (C) El aspecto cristalino tiende a poner de relieve la transparencia, por la cual, como dice Walvoord (ob. cit., pág. 325), «la ciudad está diseñada para transmitir la gloria de Dios en la forma de una luz sin obstáculos».
2. Una mirada a lugares como Éxodo 28:17–20; Isaías 54:11, 12; Ezequiel 28:13 nos ayudará a comprender el significado de las piedras preciosas que se mencionan en los versículos 19 y 20. No están de acuerdo los autores en cuanto a la naturaleza precisa de cada una de las piedras preciosas que aquí se mencionan. Govett, citado por W. M. Smith (ob. cit., pág. 1.523), ha intentado una comparación con los colores del arco iris a partir de la quinta piedra, en la forma siguiente:
sardónica—rojo cornalina—anaranjado crisólito—amarillo berilo—verde-mar
topacio—amarillo (en lugar del azul) crisopraso—verde dorado (en lugar del índigo) jacinto—violeta
Queda la amatista (rosado).
3. Caird, por su parte, dice que cada piedra era símbolo de un signo del zodíaco y que Juan, para desprestigiar la astrología, los pone al revés: Aries es la amatista; Tauro, el jacinto. Y así sucesivamente, hasta llegar a Piscis, que es el jaspe.
4. En todo caso, y partiendo de la base de que desconocemos totalmente la naturaleza precisa de los materiales celestiales de la ciudad, sólo podemos asegurar que el texto sagrado trata de presentarnos un espectro de colores que añada nueva belleza a la ya grandísima belleza de la nueva Jerusalén.
5. La avenida principal (gr. plateía, de donde viene «plaza») de la ciudad, de la que veremos más detalles en 22:2, es descrita en el versículo 21b como «de oro puro, como cristal transparente» (NVI). No quiere decir que sea la única calle o avenida de la ciudad (comp. con 11:8), sino que es la principal. Véase también la explicación que hemos ofrecido en el punto 1 de esta sección, sobre el material de que está hecha toda la ciudad.
Versículos 22–24
De la ornamentación de la ciudad, pasamos a su iluminación: «No vi santuario (gr. naón) en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su santuario. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios le da luz, y el Cordero es su lámpara. Las naciones caminarán a su luz (lit. por medio de su luz), y los reyes de la tierra traerán a ella su esplendor (lit. su gloria)» (NVI).
1. Hasta ahora, habíamos leído acerca del santuario celestial, pero aquí se nos dice que en la nueva Jerusalén no hay santuario; de haberlo, Juan lo habría visto. ¿Por qué esta aparente anomalía? La razón es muy sencilla: Pasado ya el tiempo de la lucha entre el bien y el mal, la cual se prolongó hasta después del milenio (20:7–9), no hará falta el sacerdocio de intercesión que veíamos en el altar celeste del incienso (v., por ej., 8:3, 5; 9:13; 11:1), ni candelabros que den luz, ya que el Cordero será la lumbrera de la ciudad; ni habrá límite entre lo sagrado y lo profano en una ciudad enteramente santa. Toda ella será un grandioso tabernáculo (v. 3), con la presencia totalmente accesible del Dios Todopoderoso—irradiando santidad—por medio del Cordero.
2. A esta ciudad, como observa Tucker, «se la reconoce por las cosas que faltan en ella: ni templo, ni sacrificio, ni sol, ni luna, ni oscuridad, ni abominación». Copiando de Anderson Scott, dice W. Smith (ob. cit., pág. 1.523): «Lo que ahora hay que apartar del mundo para Dios … allá se ha expandido hasta abarcar todo el ámbito de la experiencia y actividad humanas. La presencia de Dios ya no ha de buscarse; se conoce, se percibe, universal y penetrándolo todo como la luz del día». Puesto que Cristo es la luz del mundo (Jn. 1:7–9; 3:19; 8:12; 12:35), Dios hará que también Sus hijos sean luz y que se cumpla a perfección en ellos el andar en la luz (1 Jn. 1:5–7). La gloria esplendorosa del Dios que es luz reverberará de tal forma en toda la ciudad, que no hará falta ya más recurrir a la ayuda de ninguna luz creada. Que el Cordero será su lumbrera significa, a mi juicio, que Jesucristo servirá de reflector a la luz de Dios, puesto que la esencia divina continuará siendo invisible (v. 1 Ti. 6:16 y el comentario a 22:4); pero «el que ve a Cristo, ve al Padre» (Jn. 14:9). Adelantándome ya al comentario de 22:4, me temo, si lo entiendo bien, que Newell (ob. cit., pág. 354) sufra una gran equivocación al decir: «Aquí, por fin, Dios, que es Amor, se revela a los santos de esa bendita ciudad directamente». ¿Visión beatífica?
3. El versículo 24 tiene algunas dificultades que han confundido a muchos intérpretes. Que las naciones, o los gentiles, caminarán a la luz de la gloria de Dios, es cosa clara. Quizá se quiere poner de relieve con esto que, en este tabernáculo que tanto nos recuerda el del desierto, los gentiles tienen su ciudadanía en pie de igualdad con los israelitas. Pero, ¿qué sentido tiene el que los reyes de la tierra hayan de traer a ella su gloria (v. 24b), la gloria y el honor (ten dóxan kai ten timén, lo glorioso y lo valioso) de los gentiles (v. 26)? Dice Walvoord (ob. cit., pág. 327): «La implicación es que el honor y la gloria son introducidos y no se les deja fuera de las puertas». Bartina (ob. cit., págs. 841, 842) menciona tres posibles soluciones:
1.a Se habla de una Iglesia total, parte eterna, parte temporal. Así se expresa por ejemplo, Bonsirven. Ve, pues, que los gentiles se suman a la Iglesia y van entrando en varias etapas … Estamos en el tiempo.
2.a Se trata de un artificio expresivo literario. Los profetas hablaron de los dones que los gentiles llevarían a Jerusalén (Is. 60:3, 5, 11; Sal. 72:10, 15). Para demostrar que ésta es la Jerusalén definitiva, se ha de hablar del acatamiento de los pueblos … 3.a Aún podría buscarse una explicación puramente simbólica. La nueva Jerusalén será feliz, tendrá paz … La vida de la ciudad no será inerte, sino espléndida y gloriosa, más que la de cualquier capital del mundo.
He de confesar que ninguna de estas explicaciones me satisface. A mi juicio, lo que aquí se declara llanamente es que todo lo de este mundo que tiene algún valor imperecedero: arte, sabiduría, literatura; en fin, todo lo bueno, bello, sabio—verdadera sabiduría—de este mundo tendrá cabida en el cielo. No seremos espíritus desencarnados, ni estaremos para siempre sumidos en una especie de sopor extático. En 22:3, 5 se dice que «serviremos … y reinaremos». Así, pues, para una perfecta ética, no habrá que dar de lado a la lógica (el pensamiento) ni a la estética (el sentimiento).
Versículos 25–27
Los últimos versículos del capítulo 21 ponen de relieve la total seguridad de la Ciudad Celestial:
«Ningún día quedarán cerradas sus puertas, porque allí no habrá noche. La gloria y el honor de las naciones serán traídos a ella. Nada impuro entrará jamás allí, ni el que cometa abominación o mentira, sino sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero» (NVI).
1. Como la lumbrera que es el Cordero no se ha de apagar jamás, en el cielo no habrá noche, al no haber nunca oscuridad. Pero el texto del versículo 25 dice algo más: «Ningún día quedarán cerradas sus puertas, PORQUE (gr. gar) allí no habrá noche». De noche se cerraban ya en la antigüedad las puertas de las ciudades (v. por ej. Jos. 1:7), no sólo porque todas las actividades ciudadanas quedaban paralizadas durante la noche, sino porque así se evitaba la entrada de fugitivos y criminales. En el cielo, no habrá este motivo para cerrar las puertas, pues no habrá allí criminales (v. 27).
2. Ya hemos mencionado el versículo 26, en conexión con el versículo 24b, por lo que no es necesario añadirle ningún comentario.
3. El versículo 27 nos dice expresamente quiénes entrarán en el cielo y quiénes no entrarán.
(A) Se nos dice primero quiénes no entrarán: En la ciudad celestial no entrará nada impuro (NVI), es decir, nada profano (gr. koinón; lit. común, que es como se designaban, por ejemplo, los alimentos prohibidos en la Ley de Moisés—v. Hch. 10:14, 15—). Todo lo que haya en el cielo será sagrado y, por tanto, puro y limpio. En concreto, se nos dice que no entrará «el que hace abominación y mentira»; así se resume la lista del versículo 8. Los impíos, como otrora las inmundicias, serán quemados fuera de la ciudad.
A continaución (v. 27b), se declara quiénes entrarán: No se hace referencia (ni hace falta) a determinados grupos de personas, sino que, en consonancia con el tono general del Apocalipsis, se mencionan los elegidos en general: «los inscritos (participio de perfecto medio-pasivo) en el libro de la vida del Cordero» (comp. con 3:5; 13:8; 17:8; 20:15). Este es el momento de que cada lector se pregunte a sí mismo: ¿Estoy inscrito en ese libro? Si estás seguro (por los frutos los conoceréis») de que has puesto en el Señor Jesús toda tu confianza, y tu vida está dando testimonio de que has nacido de nuevo, de cierto estás inscrito en ese libro, y nada ni nadie podrá borrarte de allí (comp. con Jn. 10:28; Ap. 3:5, 12). Si no es así, aún estás a tiempo (v. 22:17). Pero es urgente, porque no sabes cuánto es el tiempo que te queda.
En este capítulo, donde se cierra la revelación escrita, tenemos: I. Las bendiciones con que culmina la vida eterna en el cielo (vv. 1–5). Todo lo demás es una especie de epílogo, donde hallamos: II. Unas palabras de consuelo (vv. 6–17); III. Unas palabras de admonición (vv. 18, 19), y: IV. Un anuncio final de la Pronta Venida del Señor, seguido de la bendición con que Juan cierra su relato de la gran revelación (vv. 20, 21).
Versículos 1–5
En estos versículos, encontramos «las delicias de la Nueva Jerusalén», como titula el Dr. Ryrie esta sección.
1. La primera de dichas delicias es el río de agua viva (vv. 1, 2a): «Luego, el ángel me mostró el río del agua de la vida, claro como el cristal, que fluye del trono de Dios y del Cordero y desciende por en medio de la gran avenida de la ciudad» (NVI).
(A) El río de agua de vida (lit.), esto es, del agua viva, divina (comp. con Jer. 2:13; Jn. 7:37–39; Ap. 7:17; 21:6; 22:17) entraña la realidad de la vida divina trinitaria, como se ve por la descripción que se nos hace de su origen: «Sale del trono (único trono) de Dios (el Padre) y del Cordero (el Hijo)», con lo que es muy probable (en especial, a la vista de Jn. 7:39) que en este río esté representado el Espíritu Santo vivificante, que procede del Padre y del Hijo, como dice expresamente el Credo Niceno- Constantinopolitano.
(B) La frase «claro como el cristal» expresa la pureza suma del agua, en la que no cabe turbiedad ni agitación malsana.
(C) A pesar de que hemos dado la lectura que hace la NVI, es más probable, como lo hace notar la puntuación del texto crítico de las Sociedades Bíblicas Unidas, que la primera parte del versículo 2 no vaya unida al versículo 1 (falta en el texto el kai copulativo), sino que forme un todo con lo que sigue del versículo 2. Así está en nuestra Reina-Valera. Por tanto, con esta puntuación, que es más probable que la de la NVI, el versículo 1 queda así: «Y me mostró un río de agua de vida, claro cual cristal, saliendo (en participio de presente; gr. ekporeuómenon—¡el mismo verbo de 15:26, aplicado al Espíritu Santo!—) del trono de Dios y del Cordero» (lit.). Este río no debe confundirse con el de Ezequiel 47:1, 12 ni con las aguas vivas de Zacarías 14:8. Eso pertenecía al Milenio.
2. La segunda delicia es el árbol de la vida (v. 2): «En medio de la gran avenida de ella (de la ciudad), y a uno y otro lado del río, el árbol de la vida (sin artículos en el original), que produce doce frutos, dando su fruto conforme a cada mes, y las hojas del árbol (son) para curación de las naciones» (lit.).
(A) Por la descripción, algo imprecisa, que nos hace el texto de la ubicación del río, así como del árbol de la vida, podemos colegir, como más probable, lo siguiente: Tenemos la gran avenida de la ciudad; por en medio de la gran avenida, a todo lo largo de ella, fluye el río; y a ambos lados del río, siempre dentro de la gran avenida, está el árbol (mejor dicho, los árboles—pues están a ambos lados del río) de la vida. Aunque se dice de los frutos del árbol, no del árbol mismo, que son doce, podemos conjeturar que son también doce los árboles, con lo que tendríamos una composición de bellísima y simétrica factura.
(B) El hecho de que el árbol de la vida produzca frutos cada mes no significa que los árboles ni, por tanto, los frutos sean diferentes, sino que su fruto no falta nunca; es de fruto perenne. Dice Bartina (ob. cit., pág. 844): «El árbol de la vida (xúlon zoés) da fruto continuo, del cual todos pueden fácilmente comer. Es símbolo del don de la inmortalidad. Ha vuelto el Paraíso (Gn. 2:9; 3:22)».
(C) A muchos ha confundido lo de «las hojas del árbol son para curación (gr. therapeían, de donde procede «terapéutica») de las naciones», como si esto implicase la posibilidad de enfermedades en el cielo. Pero, aparte de su valor simbólico, el vocablo griego puede muy bien entenderse en sentido de «preservación», más bien que de «curación».
3. La tercera delicia es que ya no habrá allí nada que esté bajo la maldición de Dios (v. 3). El griego katáthema significa, no la maldición misma (gr. katára—v. Gá. 3:13—), sino un objeto retenido en un lugar como perjudicial. A mi juicio, hay aquí una alusión a Génesis 3:17–19, donde Dios maldice, no a Adán, sino a la tierra por causa de él. En un contexto donde predomina la idea del Paraíso recuperado, se entiende la alusión, una vez más, al Paraíso perdido.
4. La cuarta delicia será el servicio continuo que rendiremos a Dios en el cielo (v. 3b): «El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus siervos (gr. doúloi, esclavos, en el sentido de servidores a tiempo completo) le rendirán culto» (NVI). Con muy buen acuerdo ha vertido la NVI el verbo latreoúsousin por «rendirán culto», pues dicho verbo es de carácter sacerdotal, cultual (comp. con 7:15 y He. 10:2; 12:28; 13:10, entre otros muchos lugares). De esta forma se comprende que el griego doúloi no rebaja en nada la dignidad de los hijos de Dios en el cielo, cuando el propio Mesías es presentado en Isaías 42:1 y ss.; 52:13 como el «siervo de Jehová» (hebr. ebed YHWH) por antonomasia. Además de una continua adoración, habrá en el cielo otros servicios que ahora no podemos adivinar.
5. La quinta delicia, nos habla de una comunión muy íntima con Dios (v. 4), que ya quedaba implícita en 21:3. Ahora se nos dice que: «Y verán su rostro (el de Dios)». Este es uno de los lugares que la Iglesia de Roma, y muchos evangélicos mal informados, entienden como si en el cielo se pudiese ver la figura (o la esencia) misma de Dios el Padre. Repetidas veces hemos dicho en este comentario que «ver el rostro de Dios», como otras expresiones similares, significa «disfrutar de su favor, tener íntima comunión con Él». En el cielo, llega a su grado más alto esta comunión íntima con Dios, pero nunca pierde la esencia divina su carácter invisible (v. 1 Ti. 6:16). W. Scott (ob. cit., pág. 441) lo entiende del rostro de Cristo, lo cual es muy improbable.
6. La sexta delicia, que ya se ha mencionado varias veces en este libro (v. 2:17; 3:12; 7:3; 14:1, por ejemplo), es que llevarán en la frente el nombre de Dios (v. 4b). Dice Bartina (ob. cit., pág. 845): «El nombre divino lucirá en sus frentes, porque siempre serán posesión de Dios (cf. 13:16, 17)».
7. La séptima delicia es una repetición, con ligeras variantes, de lo que ya vimos en 21:23, pero aquí aparece más personalizada (v. 5): «Y no habrá ya noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara y de luz de sol, pues el Señor Dios (Jehová Elohim—habría dicho en hebreo—) irradiará su luz (gr. photísei) sobre ellos» (lit.).
8. La octava delicia (ocho es el número de la perfección escatológica) es (v. 5, al final): «Y reinarán por los siglos de los siglos». Aquí vemos el trasfondo bíblico del proverbio: «Servir a Dios es reinar». En efecto, en el versículo 3 hemos visto a los habitantes de la Nueva Jerusalén «sirviendo» a Dios como sacerdotes; ahora los vemos dominando como «reyes». Como Cristo continuará por toda la eternidad siendo «Rey de reyes y Señor de señores», sus redimidos correinarán con Él también por toda la eternidad. Dice Walvoord (ob cit., pág. 332): «La idea de que el reino de Cristo debe cesar con el Milenio, basada en 1 Corintios 15:24, 25, es un malentendido. Lo que cambia es el carácter de Su reino».
Versículos 6–17
Todo lo que sigue hasta el final del Apocalipsis viene a ser como un epílogo. En estos versículos tenemos: 1) Una garantía de las visiones que Juan ha referido en este libro (vv. 6–9); 2) Un último anuncio (aunque volverá a resumirlo en el v. 20) que Jesús hace de su próxima venida (vv. 10–17).
1. Dicen los versículos 6–9 en la NVI: «Y me dijo el ángel: “Estas palabras son fidedignas y verdaderas (gr. pistoí kai alethinoí, combinación ya bien conocida). El Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que tienen que suceder en breve (gr. en tákhei, con rapidez). ¡Mirad que vengo enseguida! (gr. takhú, rápidamente). ¡Feliz el que guarda las palabras de la profecía contenida en este libro!” Yo, Juan, soy el que escuché y vi estas cosas. Y después que las oí y las vi, caí de hinojos para prosternarme a los pies del ángel que había estado mostrándomelas. Pero él me dijo: ¡No lo hagas! (la misma expresión de 19:10). Soy un consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas y de todos los que guardan las palabras de este libro. ¡Adora a Dios!»
(A) Se acabó la revelación propiamente dicha. El ángel que comunicó a Juan lo último y más importante de dicha revelación, repite ahora (v. 6), con ligeras variantes, lo que ya vimos en 1:1; con lo que el libro acaba como empezó en cuanto a garantizar la completa verdad y la total credibilidad de su contenido. Como las enseñanzas de Apocalipsis son, casi en su totalidad, enseñanzas proféticas, «el Dios de los espíritus de los profetas, es decir, el que, en tiempos pasados, comunicó a sus siervos el espíritu de profecía, ha enviado su ángel para mostrar, con el mismo espíritu profético, a sus siervos, a todos los redimidos, lo que no tardará en suceder» (comp. con 2 P. 3:9).
(B) La frase del versículo 7 «¡Y he aquí que vengo enseguida!» (lit.) puede entenderse como dicha directamente por el propio Señor Jesucristo o, más probable, por el ángel mismo en calidad de embajador del Señor. La frase es pronunciada, no para que la oigan los que ya están en el cielo, sino aquellos a quienes el libro había de ser leído. Se refiere, pues, a la Venida de Cristo para recoger a Su Iglesia. Y la misma voz que ha pronunciado dicha frase continúa diciendo: «¡Dichoso (gr. makários, como en toda bienaventuranza) el que guarda las palabras de la profecía contenida en este libro!» Ésta es la sexta de las siete bienaventuranzas que aparecen en Apocalipsis, y es semejante a la primera (1:3), con la notable diferencia de que aquí no dice «… el que lee», puesto que ya ha leído; sólo queda «guardar», es decir poner por obra lo que Dios ha dicho (comp. con Mt. 13:4; 1 Ts. 5:20).
(C) Como notario excepcional, Juan pone (v. 8) su firma y rúbrica en garantía de que su testimonio es fidedigno: «Yo (el pronombre es enfático en el griego), Juan, soy el que oye y ve estas cosas» (lit. Comp. con 1:1, 4, 9). El testimonio de una de las columnas (Gá. 2:9) de la primitiva Iglesia no podría menos de llevar la más profunda convicción al ánimo de los lectores.
(D) Como en 19:10, Juan hace ademán de prosternarse en adoración, al ver en él a un embajador de Dios (vv. 8, 9). Pero el ángel se lo impide de nuevo. No debe extrañarnos la reacción de Juan por la tremenda impresión que estas revelaciones le han producido. Dice Bartina (ob. cit., pág. 856): «Juan … se postró reverentemente en tierra (épesa), según la costumbre oriental, para adorar o acatar al ángel, enviado por Dios para estas revelaciones. El celeste mensajero corta de raíz todo asomo de adoración que pudiera ponerle incluso aparentemente en rango superior a Jesucristo». Por su parte, Jamieson-Fausset- Brown hacen notar que el ángel actúa «al contrario que el diablo (que dijo): ¡Póstrate y adórame! (Mt. 4:9)».
2. Los versículos 10 y 11 deben leerse juntos para entender mejor su sentido: «Luego añadió: “No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo de su cumplimiento está cerca. Deja que el malvado continúe en sus maldades, y el vil, en sus vilezas; el justo, que continúe por el camino de la rectitud, y el santo, por el camino de la santidad» (NVI).
(A) El rollo de 5:1 y ss. estaba sellado, porque no se conocía su contenido, y nadie podía descubrirlo ni ponerlo por obra, excepto Dios y el Cordero, pues tienen la suficiente autoridad, el conocimiento pleno futuro y el poder omnímodo para llevar a cabo los oráculos contenidos en él. Pero ahora, el futuro está profetizado, revelado en toda su integridad. Por si fuera poco, el tiempo de su total cumplimiento está cerca; así que, no hay por qué volver a sellar el libro. Dice Bartina (ob. cit., pág. 857):
Lo que debía permanecer secreto se sellaba (5:1; 10:4). Se prohíbe a Juan cifrar, mantener oculto o ininteligible, sellar las cosas de este libro profético … Por el contrario, a Daniel se le mandó mantener secreta la revelación mesiánica, la del final, porque en su tiempo quedaba todavía muy lejos (Dn. 8:26; 12:4, 9). Aquí, en cambio, como la realización de las profecías está cerca, se han de consignar claramente.
(B) El versículo 11 ha confundido a muchos, lectores y autores. Walvoord (ob. cit., págs. 334, 335) lo entiende del modo siguiente:
No quiere decir que los hombres queden inmóviles ante las profecías de este libro, sino más bien que, si estas profecías se rechazan, Dios no tiene ya más que decir. Los impíos han de continuar en su maldad y ser juzgados por el Señor cuando venga. Lo mismo pasa, al lado opuesto, en los justos: que continúen santificándose. No hay neutralidad posible. Hay un sentido también en el que las decisiones presentes fijan el carácter; viene un tiempo en que el cambio será imposible. Las elecciones presentes se harán permanentes en su carácter.
De manera parecida habla Swete, citado por W. Smith (ob. cit., pág. 1.524):
No sólo es cierto que las tribulaciones de los últimos días tenderán a fijar el carácter de cada individuo de acuerdo con los hábitos que ya ha formado, sino que llegará un tiempo en que será imposible el cambio—cuando no se ofrecerá ninguna oportunidad más para el arrepentimiento por una parte, o para la apostasía por la otra.
No puedo estar de acuerdo con estos autores. Mientras el Señor no ha llegado todavía, y mientras hay vida consciente en la persona, siempre queda tiempo para ser convicto de pecado y recibir, por fe en el Señor, la salvación. A eso viene, en realidad, la invitación del versículo 17. Estoy completamente de acuerdo con Caird, cuando dice con respecto a las frases del versículo 11:
No hay ningún determinismo en esas palabras. Más bien, es una clara llamada al lector para que ponga su vida en orden mientras hay todavía oportunidad para el cambio.
En efecto, se podrá hablar de dificultad para cambiar, dado lo breve del tiempo que queda, pero no puede hablarse de imposibilidad.
3. Los versículos 12–16 contienen un urgente mensaje del Señor Jesucristo. Dicen así en la NVI:
«¡Mirad que vengo pronto! La recompensa viene conmigo, y yo le daré a cada uno de acuerdo con lo que haya hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Dichosos son los que lavan sus túnicas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad.
Fuera se quedan los perros, los que practican las artes mágicas, los sexualmente inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la falsedad. Yo, Jesús, he enviado mi ángel para daros este testimonio destinado a las iglesias. Yo soy el Vástago y la Estirpe de David, y el brillante Lucero de la mañana».
(A) El versículo 12 comienza repitiendo al pie de la letra la primera frase del versículo 7. Allí teníamos el primer alerta de la Segunda Venida de Cristo. Ahora se introduce por segunda vez con la misma expresión: «He aquí que vengo pronto» (lit. Gr. Idoú érkhomai takhú), lo cual indica un futuro inminente. La repetición, pues, tiene carácter de urgencia. Pero aquí el Señor añade que trae la recompensa para darle a cada uno de acuerdo con lo que haya hecho. Es un juicio de obras. Con esto se echa de ver que Jesús está hablando ahora del momento, ya inminente, en que vendrá a recoger a los Suyos. La recompensa se dará en el tribunal de Cristo (v. 2 Co. 5:10, 11).
(B) El versículo 13 repite los epítetos que ya hemos visto en 1:8, 17; 21:6, y nos muestra que Cristo posee la misma naturaleza divina y las mismas perfecciones que el Padre. Los tres pares de epítetos connotan la misma verdad: Cristo es el comienzo y fuente de todo, como también el final y la consumación de todo.
(C) El versículo 14 comienza con la séptima y última de las bienaventuranzas del Apocalipsis. Algunos MSS tienen «guardan sus mandamientos» (así lo tradujo Reina en 1569), en lugar de «lavan sus túnicas». Los vocablos son parecidos en griego, ya que plúnontes tas stolás—«que lavan las túnicas»—es parecido a poioúntes tas entolás—«que hacen los mandamientos»—. Está mucho mejor atestiguada la lectura que trae la NVI: «lavan las túnicas». La diferencia es importante, pues, como dice Walvoord, «la obediencia de los mandamientos no es la base sobre la cual se otorga la vida eterna. Es don de Dios a todos los que creen (Jn. 5:24)» (ob. cit., pág. 336, citando de W. Scott). En este sentido de justicia imputada, vimos ya la frase en 7:14. Este pasaporte es, de suyo, suficiente para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas de la ciudad (NVI).
(D) El versículo 15 enumera (por tercera vez. V. 21:8, 27) los excluidos de la ciudad. El énfasis (como en 21:8) recae sobre los que practican la mentira. La lista es parecida a la de 21:8, y coinciden cinco de los grupos. Lo de «y todo el que ama y practica la falsedad» (NVI), del final del versículo 15, es una excelente explicación de lo que significan los mentirosos del final de 21:8. Tenemos ahora un grupo que no se hallaba en 21:8. ¿Quiénes son «los perros» que encabezan aquí la lista? Por supuesto, no se trata de animales, sino de personas de carácter vil, corruptor (comp. con Fil. 3:2). Dice Bartina (ob. cit., pág. 859):
Son … los canes (hoi kúnes), como las bestias que infestaban las poblaciones y eran odiados de los orientales. Merodeaban por las ciudades, igual que las personas corruptoras, y eran echados fuera de las murallas (Dt. 23:18; Mt. 7:6; Mr. 7:27; Fil. 3:2). Son los paganos, con todo su cortejo de vicios, y también los malos cristianos (cf. 2 P. 2:22). En sentido más técnico, son los dedicados a la prostitución sagrada masculina (Dt. 23:18, 19).
(E) En el versículo 16, Jesús mismo atestigua el origen divino e inspirado de este mensaje (comp. con el v. 8). Son frases semejantes a las del prólogo del libro. El propio Señor Jesucristo pone ahora su firma y rúbrica a todo lo que ha revelado por medio del ángel que envió (gr. épempsa—envié—, en aoristo). Así, el Rey de reyes y Señor de señores pone todo el peso de su divina autoridad sobre lo que leemos en el Apocalipsis (comp. con 1:1 «revelación de Jesucristo»). Los títulos que aquí se atribuye a sí mismo los hemos visto en 2:28; 5:5, y estaban ya profetizados en Números 24:17; Isaías 11:1. Y, por única vez, desde 4:1, sale aquí el vocablo «iglesias». Nótese que Jesús dice literalmente: «Yo, Jesús, envié mi ángel para atestiguaros estas cosas sobre (gr. epí) las iglesias»; es decir, «CON DESTINO A LAS IGLESIAS».
¡Y pensar que el libro del Apocalipsis es el menos leído, estudiado y predicado en las iglesias! Es cierto que lo de las «iglesias» va dirigido primordialmente a las mencionadas en los capítulos 2 y 3, pero sabemos muy bien que todas las iglesias de todos los tiempos, y todos los miembros de cada una de las iglesias, son también destinatarios de este libro, lo mismo que de todos los demás libros de las Sagradas Escrituras.
4. El versículo 17 constituye como una respuesta a la voz de Jesús, seguida de un conciso mensaje evangelístico: «El Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!” Y el que escucha, diga: “¡Ven!” Todo el que esté sediento, venga; y el que lo desee, tome gratis del agua de la vida» (NVI).
(A) Esta respuesta ardiente, conmovedora, la dan el Espíritu y la esposa, es decir, la Iglesia, rogando al Señor que venga, que acelere su Venida, no sólo para que libre a los suyos de quienes les oprimen, sino, sobre todo, para consumar la redención (Ro. 8:16, 23, 26; He. 9:28, al final). Lo dice el Espíritu, por cuanto Él es el alma de la Iglesia (v. Ef. 4:5) y el que intercede en el interior del creyente con gemidos inefables (Ro. 8:26, 27). Él es quien actúa en la comunidad eclesial, tanto en la oración como en la adoración y en la acción (v. Hch. 13:14; 15:28, entre otros lugares).
(B) El autor sagrado pide al que escucha la lectura en público del libro (comp. con 1:3) a que ruegue también al Señor: «¡Ven!» A mi juicio, que es el de otros muchos autores, no cabe duda de que este ruego («¡Ven!») se hace al Señor, no «a todos», contra la opinión de Walvoord.
(C) El versículo 17 se cierra con otro conciso mensaje evangelístico, que contiene dos ofrecimientos equivalentes, aunque el segundo amplía la invitación del primero: (a) «El que tenga sed, venga» (lit.).
¿Quién no estará sediento de salvación, la cual únicamente se halla en Cristo? (Hch. 4:12); (b) «El que quiera, tome gratis el agua de vida» (lit.). Oímos la misma invitación que ya se halla en Isaías 55:1. La vida eterna es un regalo de Dios (Ro. 6:23); no se merece ni se gana con esfuerzos humanos; pero Dios no la niega a nadie que quiera tenerla. Por supuesto, nadie puede quererla sin que antes la gracia de Dios le ilumine los ojos del corazón (v. Ef. 1:18), para que pueda ver su miseria natural, así como el remedio (comp. con Jn. 3:14–16). Dice D. D. Turner (ob. cit., pág. 127, col. 2.a):
Dios convida pero no obliga a nadie a ser salvo en contra de su propia voluntad. El agua de vida es gratuita, pero hay que acercarse a la Fuente. Esperamos que cada lector de estas páginas se haya apropiado ya de la oportunidad de esta invitación, y sepa por experiencia propia lo que es tener al Espíritu Santo en su vida Jn. 7:37–39). Si no lo ha hecho todavía, que venga ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde.
Versículos 18–19
Estos versículos contienen una severísima amonestación a los que se atrevan a quitar o añadir algo a la Palabra de Dios. Dicen así en la NVI:
«Yo advierto a todo el que escuche las palabras de la profecía de este libro: Si alguno les añade algo, Dios le añadirá las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita algo de las palabras de este libro de profecía (lit. del libro de esta profecía), Dios le quitará su parte en el árbol (mejor que “libro”, lectura que no tiene apoyo en los MSS griegos) de la vida y en la ciudad santa, que están descritos en este libro».
1. No es la única vez que, en la Biblia, se amonesta contra las añadiduras o las omisiones con respecto a la Palabra de Dios. Ya en el Antiguo Testamento pueden verse textos similares (v. Dt. 4:2; 12:32; Pr. 30:6; Is. 8:20). En cuanto a las falsificaciones, recordemos las palabras de Jesús contra los fariseos (por ej., en Mt. 15:6 «Así anuláis la Palabra de Dios bajo pretexto de vuestra tradición»—NVI. Comp. con Gá. 1:6–9—).
2. Con esto se muestra que la Palabra de Dios puede ser corrompida o quebrantada ilegítimamente (v. Jn. 10:35) por parte de más lo mismo que por parte de menos. El liberalismo y el modernismo, tanto en el análisis como en la interpretación de las Escrituras, hacen de menos la Palabra de Dios. En cambio, los gálatas, por ejemplo, añadían algo a la Palabra de Dios: fe más circuncisión. Igualmente, la Iglesia de Roma añade muchas tradiciones a la Biblia, teniéndolas por tan autoritativas como las Escrituras. Todos ellos anulan así la Palabra de Dios. El sola Scriptura de la Reforma debe ser, en esto, el lema de todo verdadero creyente cristiano.
3. Es obvio que estas amonestaciones van dirigidas a gente de iglesia, no a los de fuera, ya que los de fuera no reconocen en la Biblia la Palabra de Dios. Sin embargo, sacaría una conclusión falsa quien de esta porción dedujese que un sincero cristiano puede perder la salvación si quita algo de la Palabra de Dios. Como dice Walvoord, eso equivaldría a sacar el texto de su contexto. Y añade (ob. cit., pág. 338):
Esta porción supone que un hijo de Dios no va a entremeterse en estas Escrituras. Es el contraste de la incredulidad con la fe, del intelecto ciego y caído del hombre en contraste con el creyente iluminado y aleccionado por el Espíritu. Aun cuando el verdadero hijo de Dios no comprenda todo el sentido del libro del Apocalipsis, reconocerá en él una declaración de su esperanza y lo que se le ha asegurado de gracia por medio de su salvación en Cristo.
Versículos 20–21
Termina el libro y, con él, la Biblia en estos dos versículos, en los que tenemos: 1) La última declaración que hace el Señor de Su Segunda, y cercana, Venida (v. 20a); 2) La normal reacción de todo creyente, al escuchar esa declaración (v. 20b); y 3) La bendición final del propio autor sagrado (v. 21). 1. En la primera parte del versículo 20, se nos declara el testimonio del mismo Señor Jesús en cuanto a su próxima Venida: «El que da testimonio de estas cosas dice: Sí, vengo pronto». Ésta es la tercera vez que, en este mismo capítulo (vv. 7, 12 y aquí), hace Jesús esta promesa, pero aquí añade un «sí» (gr. nai), que equivale a «¡de seguro que sí!», con lo que se refuerza la afirmación.
2. Juan, en nombre de la Iglesia, contesta a estas palabras del Señor Jesús con una vehemente, y ardiente, plegaria: «¡Amén. Ven, Señor Jesús!» (v. 20b). Es como la súplica de una novia a su amado, que se marchó para un largo viaje, pero con la promesa de volver para casarse con ella. Seiss (citado por Walvoord, ob. cit., pág. 339) lo expone así:
La fantasía lo ha descrito bajo la imagen de una doncella cuyo prometido la dejó para ir de viaje a Tierra Santa, con la promesa de que, a su regreso, la haría su amada esposa. Muchos le decían a ella que jamás volvería a verle. Pero ella creía en la palabra de él, y tarde tras tarde bajaba al solitario puerto y encendía una luz frente a las rugientes olas, para dar la bienvenida al navío que había de devolverle a su amado. Y junto a aquella luz vigilante estaba ella ocupando su puesto cada noche, rogando a los vientos que diesen prisa a las perezosas velas, para que pudiese llegar pronto aquel que lo era todo para ella. Así también aquel bendito Señor que nos ha amado hasta la muerte, se ha marchado a la misteriosa Tierra Santa de los cielos, prometiendo que, a su vuelta, nos tomará como a su dichosa y eterna Esposa. Algunos dicen que se ha ido para siempre y que nunca más lo veremos aquí. Pero su última palabra fue: «¡Sí, vengo pronto!» Y sobre la oscura y caliginosa playa que se hunde en el mar eterno, cada creyente verdadero monta guardia junto a la luz encendida por el amor, mirando y orando y esperando por el cumplimiento de su obra, no contento con otra cosa que con su firme promesa, y llamando constantemente desde el fondo amoroso de su alma: «¡AMÉN! ¡VEN, SEÑOR JESÚS!» Y alguna de esas noches, mientras el mundo está ocupado en sus alegres frivolidades, riéndose de la doncella del puerto, una forma se levantará de las turgentes olas, como otrora en Galilea, a vindicar para siempre toda esa espera y devoción, y traer a ese fiel y constante corazón un gozo, una gloria y un triunfo que nunca tendrán fin.
¡Ah, si cada uno de nosotros, escritor y lectores, se lo dijésemos así al Señor, rubricando con una vida realmente consagrada el anhelo que tenemos de su Venida! Eso es lo que indica Pedro cuando nos dice (2 P. 3:11, 12): «Deberíais vivir una vida santa y piadosa, aguardando con expectación el día de Dios y acelerando su advenimiento» (NVI).
3. Aunque parezca otra cosa, «el libro del Apocalipsis—dice S. Bartina (ob. cit., pág. 865)—tiene forma epistolar y, según el uso corriente, ha de acabar con una bendición». Así hace también Pablo, aun en las epístolas más largas y repletas de doctrina. Según los MSS más fidedignos, la bendición final del libro dice así literalmente: «La gracia del Señor Jesús (sea) con todos». La NVI traduce, en lugar de «con todos», «con el pueblo de Dios», y añade el «Amén» que figura en muchos MSS. Así, pues, mientras el Antiguo Testamento termina (en nuestras versiones, no en la Biblia Hebrea) con una maldición (v. Mal. 4:6), el Nuevo Testamento termina con una bendición. De esta manera, la maldición de la Ley de Moisés contrasta con la bendición del Evangelio.
SOLI DEO GLORIA