Este libro es la historia del rey David. En el libro anterior vimos su designación para el trono y su tirantez con Saúl, la cual acabó por fin, con la muerte de su perseguidor. En el actual tenemos su accesión al trono y sus principales actividades durante los 40 años de su reinado. Nos refiere tanto los triunfos de David como los apuros que pasó. I. Sus triunfos sobre la casa de Saúl (caps. 1–4), sobre los jebuseos y los filisteos (cap. 5), con la traída del arca (caps. 6–7) y sus triunfos sobre las naciones vecinas que se le oponían (caps. 8–10), en todo esto la historia marcha del modo que esperábamos del carácter de David.
Pero su nube tiene un lado oscuro. II. Tenemos sus calamidades, cuya causa primera fue su pecado en el asunto de Urías (caps. 11 y 12); vino después el pecado de Amnón su hijo primogénito (cap. 13), después la rebelión de Absalón (caps. 14–19) y la de Seba (cap. 20). Finaliza el libro con la plaga sufrida por Israel por el censo pecaminoso de David (cap. 24), además del hambre, debida a la matanza de los gabaonitas, ordenada por Saúl (cap. 21). Tenemos, en fin, su cántico de liberación (cap. 22) y sus palabras finales, con la enumeración de sus valientes (cap. 23). Hay en esta historia muchas cosas instructivas, pero en cuanto al protagonista, es preciso confesar que su honor brilla más y mejor en sus Salmos que en sus Anales.
Hemos de mirar ahora hacia el sol naciente e inquirir dónde está David y qué está haciendo. I. Le llegan a Siclag noticias de la muerte de Saúl y de Jonatán. Las trae un amalecita que se inventó un cuento para ver de obtener una recompensa (vv. 1–10). II. La tristeza que embargo a David al recibir estas noticias (vv. 11, 12). III. La justicia que ejecutó sobre el falso mensajero (vv. 13–16). IV. La elegía que compuso David en esta ocasión (vv. 17–27).
Versículos 1–10
I. David se establece de nuevo en Siclag, su ciudad actual después de haber rescatado de manos de los amalecitas a su familia y a sus amigos (v. 1); allí estaba presto a recibir a cuantos se adherían a su causa: no hombres oprimidos, amargados y endeudados como antes (1 S. 22:2), sino hombres aguerridos y capitanes de millares, como hallamos en 1 Crónicas 12:1, 8, 20.
II. Allí recibió la noticia de la muerte de Saúl. A primera vista parece extraño que no dejase algunos espías en torno al campamento para que le trajesen pronto las noticias, pero esto mismo indica que no deseaba el trágico final de Saúl ni estaba impaciente por llegar sin trabas al trono.
1. El mensajero se presentó a David como un correo rápido, con gesto de duelo por el rey fallecido y en actitud de súbdito del sucesor. Llegó con los vestidos rotos e hizo reverencia en señal de pleitesía a David (v. 2), contento al imaginarse que era el primero en rendir homenaje al soberano, pero resultó ser el primero en recibir de él la sentencia de muerte en función de juez.
2. Le refiere en general el resultado de la batalla: la derrota del ejército de Israel, la muerte de muchos de sus soldados y, entre los demás, de Saúl y Jonatán (v. 4). Mencionó sólo a Saúl y a Jonatán, porque sabía que David estaría muy ansioso de saber lo que les había ocurrido, pues Saúl era el hombre a quien más temía, y Jonatán era el hombre a quien más amaba.
3. Le da especiales detalles de la muerte de Saúl. Por lo que le pregunta David: ¿Cómo sabes que han muerto Saúl y Jonatán su hijo? (v. 5), a lo que el joven contesta, y pone como evidencia de ello, no sólo que él mismo había sido testigo de vista, sino también instrumento de la muerte de Saúl. No da detalles de la muerte de Jonatán, sino sólo refiere los detalles de la de Saúl, y piensa (como lo entendió David muy bien—4:10—) que sería bienvenido por ello y recompensado como quien trae buenas noticias. El informe que presenta es:
(A) Muy detallado: Que llegó casualmente al lugar donde estaba Saúl (v. 6) y que le halló cuando procuraba quitarse la vida con su misma lanza, ya que ninguno de sus asistentes se atrevía a rematarle por lo cual, Saúl le llamó a él (v. 7). Enterado de que era amalecita (v. 8), esto es, ni de sus súbditos ni de sus enemigos, le pidió por favor (v. 9): Te ruego que te eches sobre mí y me mates. «Por lo cual, añade el joven, me eché sobre él y le maté» (v. 10). Al notar, quizá, que al oír estas palabras hizo David algún gesto de desagrado, añadió para excusarse: «Porque sabía que no podía vivir después de su caída».
(B) Muy improbable. La gran mayoría de los comentaristas opinan que eso era falso y que, aun cuando entraba dentro de lo probable que él estuviese presente, o cercano al lugar, no fue él quien remató a Saúl, pues el texto sagrado no deja lugar a dudas de que Saúl se remató a sí mismo (1 S. 31:4, 5), pero inventó la historia a la espera de que David le recompensase por ello, como a quien le había prestado un buen servicio.
(C) Para confirmar lo que acababa de decir, presentó pruebas irrefutables de la muerte de Saúl: la corona que llevaba en la cabeza y el brazalete que llevaba en el brazo. Estos objetos cayeron en manos de este amalecita. La tradición judía sostiene que este amalecita era hijo de Doeg, el cual, según la misma tradición, era el escudero de Saúl y que, antes de suicidarse, habría dado a su hijo la corona y el brazalete (las insignias de la realeza) para que se las llevase a David y viera así de granjearse su favor.
Versículos 11–16
I. Cómo recibió David estas noticias. Lejos de prorrumpir en transportes de gozo, como esperaba el amalecita, prorrumpió en lamentos; asiendo de sus vestidos, los rasgó (v. 11). Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche (v. 12), no sólo por Israel y por Jonatán el amigo, sino también por Saúl el enemigo. Esto hizo David, no sólo como hombre de honor, sino como hombre de buena conciencia, que había perdonado todo el mal que Saúl le había hecho y no le había guardado rencor. Él sabía antes de que su hijo lo escribiera (Pr. 24:17, 18), que no hay que alegrarse cuando caiga el enemigo, no sea que Jehová lo mire y le desagrade, y que el que se alegra de la calamidad no quedará sin castigo (Pr. 17:5). Por lo que hizo cuando se enteró de la muerte de Saúl, podemos percibir que el temperamento de David era compasivo y benigno y se portaba generosamente incluso con los que le odiaban.
II. La retribución que dio al que le trajo la noticia. En lugar de premiarle, mandó darle muerte, juzgándole por su misma boca (v. 16) como asesino del ungido de Jehová. David obró aquí con toda justicia. El hombre era amalecita como él mismo confesó por dos veces en su narración (vv. 8, 13). También confesó él mismo su crimen, con lo que era evidente su convicción de delito, de acuerdo con todas las leyes, pues se presume que todo reo habla bien de sí mismo y trata de excusarse. Si cometió lo que él mismo dijo, mereció morir por traición (v. 14), al hacer, según su testimonio, lo que el propio escudero de Saúl no se atrevió a hacer lo que es probable que él oyera. Y al jactarse de lo que, con la mayor probabilidad, no había hecho, sólo por agradar a David, mostraba la baja opinión que tenía de él, pues pensaba que se iba a alegrar como él mismo se alegraba, lo cual era una intolerable afrenta contra el que una y otra vez había rehusado extender su mano contra el ungido de Jehová.
Versículos 17–27
Después que David se rasgó los vestidos, lamentó, lloró y ayunó por la muerte de Saúl y de Jonatán, podríamos pensar que ya había rendido suficiente tributo a la memoria de ellos. Pero eso no fue todo; tenemos también el poema que compuso (y fue redactado después) en esta ocasión. Con esta elegía, no sólo trataba de expresar su dolor por la gran calamidad, sino también de imprimir el mismo dolor en la mente de otros y guardarlo en el corazón. Los que no leen la historia, es posible que se informen de los hechos por medio de un poema.
I. La orden que David dio con respecto a esta elegía (v. 18): Ordenó que se enseñara a los hijos de Judá el Arco (lit.). «El Arco» viene a ser el título de la elegía de David, quizá por la importancia que se da en ella al arco de Jonatán, quien aparece especialmente diestro en el manejo del arco (1 S. 18:4; 20:35 y ss.). Del mismo poema se nos dice que está escrito en el libro de Jaser (o Yasar, que significa justo). Este libro era probablemente una colección de poemas o documentos estatales en forma poética. En Josué 10:12–13 hallamos otra referencia a dicho libro, en conexión con otro poema histórico.
II. La elegía en sí. No es propiamente un himno divino, ni dado por inspiración de Dios para ser usado en el culto público, ni hay en él ninguna mención de Dios (lo que, de paso, prueba su autenticidad y su antigüedad). Es una composición humana y, por eso, se inserta, no en el libro de los Salmos, sino en el libro de Jaser, el cual, al ser una colección de poemas ordinarios, no nos ha sido conservado. Esta elegía demuestra que David era:
1. Hombre de espíritu excelente, y ello en cuatro aspectos:
(A) Generoso hacia Saúl, su jurado enemigo. (a) Oculta sus defectos; y aunque no era posible impedir que se publicasen en la narración de su historia, no quiso David que aparecieran en su elegía. La caridad nos enseña a hablar lo mejor posible de los buenos y a callarnos cuando no podemos decir nada bueno de los malos, especialmente cuando se han muerto. El refrán latino dice: De mortuis nil nisi bonum = «De los muertos no se diga nada, sino lo bueno». (b) Publica lo que en él había de bueno (v. 21): que había sido ungido con aceite, con el óleo o aceite sagrado, el cual manifestaba su elevación a la dignidad regia. Dice que era gran hombre de guerra: valiente (vv. 19, 21, 25, 27), victorioso con frecuencia sobre los enemigos de Israel: Adondequiera que se volvía, era vencedor (1 S. 14:47). Aunque su estrella se tornó oscura, brilló al principio con gran resplandor. Poniéndole junto a Jonatán, dice de ambos que eran amados y amables (lit.—v. 23—). Jonatán lo era siempre, y Saúl lo era en conjunción con Jonatán. Tomados ambos a la par, y en cuanto a perseguir al enemigo, no había quien les superase en valentía: eran más ligeros que águilas, más fuertes que leones. En sus buenos tiempos, Saúl había sido un padre afectuoso hacia un hijo que siempre había sido leal a su padre, y, así, inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados, sino bien unidos en la batalla contra los filisteos, y cayeron juntos por la misma causa.
(B) Inmensamente agradecido hacia Jonatán. Hizo gran duelo y lamento por lo que Jonatán había sido para él (v. 26): Angustia tengo por ti, hermano mío (cuñado, por lazos del matrimonio con Mical, y más que hermano—v. Pr. 18:24—), que me fuiste muy agradable. Tenía razón para decir que el afecto que Jonatán le tenía era maravilloso, pues no tenía par. ¡Amar de tal forma a un hombre de quien sabía que le había de quitar de su cabeza la corona, y aun así, ser tan leal a su rival! (a) Ciertamente, nada hay en este mundo que sea tan agradable como un amigo bueno, leal a nuestra persona y a nuestros intereses, y prudente y comprensivo, que amablemente recibe y devuelve el afecto, que nos trata con familiaridad y, al mismo tiempo, con respeto. (b) Nada hay asimismo tan doloroso como la pérdida de un tal amigo; es como perder una parte de sí mismo. Cuanto más amamos a una persona, más nos duele perderla.
(C) Estaba profundamente preocupado por el honor de Dios pues eso es lo que tiene en cuenta cuando teme que las hijas de los incircuncisos (v. 20), que están fuera del pacto de Dios puedan celebrar el triunfo sobre Israel y, de rechazo, sobre el Dios de Israel, pues si ha perecido la gloria de Israel (v. 19), ha quedado malparado el nombre de Aquel que es la gloria de Israel. Las buenas personas sienten en lo más vivo los reproches de quienes reprochan a Dios.
(D) Estaba también profundamente preocupado por el bien público. Si había perecido la gloria de Israel, habían perecido también la belleza, el honor, el orden, la paz y el bienestar de la nación. David se lamenta de todo esto, aun cuando esperaba ser, en las manos de Dios, instrumento para reparar tales pérdidas.
2. También nos muestra la elegía a David como hombre de talento y de fina imaginación poética, así como de piedad. (A) ¡Cuán sublime es la forma en que intenta cerrar los caminos de la fama para tan infausta noticia: No lo anunciéis en Gat! (v. 20). Muchos años después, el profeta Amós repetirá esta frase (Am. 1:10). Le llegaba a lo más hondo del corazón pensar que tal noticia fuese divulgada en voz alta por las ciudades de los filisteos. (B) Igualmente sublime es la forma en que apostrofa a los montes de Guilboa, el teatro en que se había realizado la tragedia: Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, ni seáis tierras de ofrendas (v. 21). Este es el reproche que David lanza sobre aquellos montes, como si, al quedar teñidos con la sangre del ungido de Dios, hubiesen perdido por ello el derecho a recibir el rocío del Cielo y a producir frutos dignos de ser ofrecidos a Jehová.
Saúl ha caído y ahora, por consiguiente, se alza David. I. Guiado por Dios, fue a Hebrón y allí fue ungido rey (vv. 1–4). II. Dio las gracias a los hombres de Jabés de Galaad por haber dado sepultura a Saúl (vv. 5–7). III. Is-bóset, hijo de Saúl, es proclamado rey como rival de David (vv. 8–11). IV. Encuentro bélico entre el partido de David y el de Is-bóset, en el cual: 1. Doce hombres de cada lado lucharon mano a mano, y todos ellos murieron (vv. 12–16). 2. El partido de Is-bóset fue derrotado (v. 17). 3. Asael, del lado de David y sobrino suyo, murió a manos de Abner (vv. 18–23). 4. A petición de Abner, Joab tocó a retirada (vv. 24–28). 5. Abner y los suyos se marcharon a salvo (v. 29). 6. Cómputo de las pérdidas por ambas partes (vv. 30–32). Así que tenemos aquí el relato de una guerra civil en Israel la cual, poco después, terminó con el completo establecimiento de David en el trono.
Versículos 1–7
Después que Saúl y Jonatán murieron, aunque David sabía que había sido ungido para ser rey, no se apresuró a enviar mensajeros por todos los términos de Israel para convocar al pueblo a fin de que todos le juraran homenajes de sumisión. Muchos habían venido en su ayuda, de varias tribus, mientras él permanecía en Siclag, como vemos por 1 Crónicas 12:1–22, y con tales fuerzas bien podía haber conquistado el trono. Pero todo el que haya de gobernar con mansedumbre no subirá al poder por la violencia.
I. En tan crítica coyuntura, David buscó y halló la dirección de Dios (v. 1). No dudaba del éxito, pero aun así, echó mano de los medios adecuados, tanto divinos como humanos. 1. Consultó a Jehová en la forma de costumbre, pues Abiatar estaba con él. Hemos de dirigirnos al Señor, no sólo cuando estamos en apuros, sino también cuando nos sonríen las circunstancias y actúan a nuestro favor las causas segundas. Su pregunta fue: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Aunque Siclag estuviese en ruinas, él no pensaba marcharse de allí sin la dirección de Dios. 2. Dios, conforme a su promesa, le dio las instrucciones precisas, y le indicó que la ciudad a la que había de subir era Hebrón, ciudad muy importante por varias razones: Allí había construido Abraham un altar (Gn. 13:18), allí había recibido la visita de mensajeros celestiales (Gn. 18:1 y ss.), allí habían recibido sepultura los restos de los patriarcas (Gn. 49:29–32), era ciudad sacerdotal y una de las ciudades de refugio; así lo fue para David, como una insinuación de que Dios mismo sería para él refugio y santuario.
II. En su traslado a Hebrón, se preocupó por su familia y sus amigos. 1. Tomó consigo a sus mujeres (v. 2) para que le acompañasen en el reino, así como le habían acompañado en la tribulación. Parece ser que no tenía hijos todavía, pues el primogénito le nació en Hebrón (3:2). 2. También tomó consigo a sus amigos y seguidores (v. 3). Le habían acompañado cuando era un vagabundo, y, por consiguiente, cuando él pudo tener una residencia fija, ellos se establecieron con él.
III. El honor que le prestaron los hombres de Judá: Le ungieron allí por rey sobre la casa de Judá (v. 4). La tribu de Judá se había mantenido con frecuencia como un cuerpo aparte, y así había sido contada en tiempo de Saúl (1 S. 15:4). Por ello los hombres de esta tribu estaban ya acostumbrados a actuar separadamente, y así lo hicieron en esta ocasión. No obstante, no intentaron ungirle por rey sobre todo Israel (comp. con Jue. 9:22), sino sólo sobre la casa de Judá. Tres veces fue David ungido como rey: La primera, en vida de Saúl, como «con derecho a sucesión»; la segunda aquí, sobre una tribu, ya en pleno gobierno; la tercera, sobre todo Israel. Así también el reino del Mesías, el Hijo de David, se establece por grados: Primero, es designado por Dios (Sal. 110:1); después, es manifestado públicamente (Hch. 2:36); finalmente, reinará sobre todo el mundo con cetro de hierro (Ap. 11:15), pues ahora todavía no vemos que todas las cosas le estén sometidas (He. 2:8).
IV. El respetuoso mensaje que envió a los hombres de Jabés de Galaad para darles las gracias por la misericordia que habían mostrado con Saúl. No deja de honrar la memoria de su predecesor, con lo que muestra que no desea la corona por ambición o por enemistad hacia Saúl, sino sólo por designación de Dios. Por eso llama a Saúl «vuestro señor» (v. 5). Pide a Dios que les bendiga y les recompense por ello, así como él mismo les ha de recompensar: «Benditos seáis vosotros de Jehová … Ahora, pues, Jehová haga con vosotros misericordia y verdad, y yo también os haré bien por esto que habéis hecho» (vv. 5, 6). No se contenta con desearles las bendiciones de Dios, sino que pasa de las palabras a los hechos. Los buenos deseos son cosa buena y señales de agradecimiento, pero resultan muy baratos cuando hay posibilidades para hacer algo más.
Versículos 8–17
I. Tenemos aquí otro pretendiente al trono: Is-bóset (o Isbaal, también llamado Isví—1 S. 14:49—), a quien Abner hace rey, surge como rival de David, a quien Dios ha hecho rey. Podría pensarse que David había de llegar al trono sin oposición alguna, puesto que todo Israel sabía cuán manifiestamente le había asignado Dios por rey, pero tal suele ser la oposición de los hombres a los propósitos de Dios, que un hombre tan mal cualificado y preparado como Is-bóset, que ni aun fue considerado apto para ir a la batalla con su padre, es tenido ahora por apto para suceder a su padre en el trono, antes que aceptar pacíficamente a David por rey.
1. Abner fue la persona que levantó a Is-bóset como rival de David, quizá por interés en la sucesión hereditaria o, más aún, por razón de parentesco (ya que Abner era primo hermano de Saúl—v. 1 S. 14:50– 51—) y porque no veía otro modo de conservar el alto puesto que ocupaba como general de las fuerzas armadas. Por lo que vemos, Is-bóset no se habría sublevado por sí mismo si Abner no le hubiese levantado para hacer de él un instrumento que sirviese a sus propios intereses.
2. Mahanáyim, lugar donde primeramente se llevó a cabo el levantamiento, estaba al otro lado del Jordán, donde suponían que David tenía el menor interés por gobernar, y al estar a buena distancia de las fuerzas de David, pensaron que tendrían tiempo suficiente para reagruparse y fortalecerse a sí mismos. Pero, una vez levantada allí la enseña de Is-bóset, se le sometió la mayoría insensata de todas las tribus de Israel (v. 9), con lo que quedó solamente Judá enteramente leal a David.
II. Encuentro armado entre los dos bandos.
1. No parece ser que ninguno de los dos bandos llevase al campo de batalla el grueso de sus fuerzas pues la mortandad fue pequeña (vv. 30, 31). Es probable que David no quisiese pasar de lleno a la ofensiva, y prefiriese esperar a que la cosa se arreglase por sí misma o, más bien, hasta que Dios actuara por él sin dar ocasión al derramamiento de sangre israelita. Es extraño que la mayoría de los israelitas, hombres fuertes, avezados a la guerra y de reconocida sensatez, se aviniesen a someterse durante tanto tiempo a Is-bóset y, por lo que se ve, viesen con indiferencia la marcha de las cosas, como importándoles poco las manos en que se hallase la administración de los asuntos públicos. Se nos dice (v. 10) que Is- bóset era entonces de cuarenta años. Es probable que tengamos aquí, una vez más, un número redondo, pues era mucho más joven que Jonatán, quien, a su vez, era aproximadamente de la misma edad que David (de 30 años a la sazón—v. 5:4—). También se nos dice que reinó dos años. Comparados con los siete años y seis meses del reinado de David en Hebrón (v. 11), parece una anomalía. Se han propuesto dos soluciones: (A) Que la guerra entre Israel y Judá comenzó a los dos años de reinado de Is-bóset. (B) Que Is-bóset tardó cinco años más en rescatar de manos de los filisteos el territorio del norte.
2. El agresor en esta guerra fue Abner. David estaba quieto hasta ver qué es lo que iba a pasar, pero la casa de Saúl, con Abner a la cabeza, lanzó el desafío.
(A) El campo de batalla fue Gabaón. Lo escogió Abner porque caía en la heredad de Benjamín, en la que tenía Saúl la mayor parte de sus amigos; con todo, al responder al reto, Joab, el general y sobrino de David, no se echó atrás, sino que fue a su encuentro junto al estanque de Gabaón (v. 13). La causa de David, al estar fundada sobre la promesa de Dios, no tenía por qué temer la desventaja del terreno. El estanque que se hallaba entre ambos bandos les dio tiempo para deliberar. Abner propuso que el combate se celebrase entre doce hombres de cada lado y Joab aceptó la propuesta.
(B) Parecía como si esta batalla hubiera de comenzar como un deporte, al estilo de los gladiadores romanos, pues dijo Abner (v. 14): Levántense ahora los jóvenes y maniobren delante de nosotros. Joab, como se había entrenado bajo David, tenía la suficiente prudencia para no hacer tal propuesta, pero no se atrevió a rehusarla por pundonor, ya que pensó que mancharía su propia reputación si no aceptaba el reto. Así que respondió: Levántense. El texto sagrado insinúa que los doce hombres de parte de Abner fueron los primeros en salir al campo de batalla (v. 15).
(C) Pero lo que parecía haber comenzado en deporte, terminó en la más sangrienta lucha (v. 16). Se dieron tanta prisa a actuar los veinticuatro hombres, que cada uno agarró de la cabeza a su contrario y le metió la espada por el costado, de forma que todos ellos cayeron a una, esto es, murieron los 24. Por eso, fue llamado aquel lugar Helcat-hazzurim, que significa, con la mayor probabilidad «campo de las dagas» (o «campo de los filos de espada»). Otros autores conjeturan que la verdadera lectura es Helcat-hassid im
= «campo de los costados», al tener en cuenta la extrema semejanza entre las letras hebreas «d» y «r» (D) Al quedar así indeciso el resultado de la batalla, se generalizó la lucha entre los dos bandos, y el ejército de Abner sufrió una completa derrota.
Versículos 18–24
El encuentro entre Abner y Asael. Asael, hermano de Joab y Abisay, y sobrino de David, era uno de los principales comandantes del ejército de David, y era famoso por su agilidad: «Era ligero de pies como una gacela del campo» (v. 18), pero no tenía la experiencia militar de Abner.
I. Se precipitó demasiado en su anhelo de apoderarse de Abner. Le siguió solamente a él, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda (v. 19). Seguramente que, orgulloso de su parentesco con David y Joab, confiado en su agilidad y envalentonado por la victoria de su partido, pensó que ningún trofeo podía ser más apetecible para un joven guerrero que el propio Abner, vivo o muerto, y que de este modo se pondría punto final a la guerra civil, al tener David acceso inmediato al trono y al gobierno sobre todo Israel.
II. Muy generoso se mostró Abner al advertirle del peligro al que se exponía (comp. con 2 Cr. 25:19).
1. Le pidió primero que se contentase con una presa menor (v. 21). 2. Le rogó después que no le pusiera en la necesidad de matarle en propia defensa, lo cual no quería hacer, pero se vería obligado a ello si Asael persistía en su imprudente intento (v. 22).
III. Muy fatal le resultó a Asael su terquedad. Se negó a retirarse, ya que pensó que Abner le hablaba con tanta cortesía porque le tenía miedo; pero, ¿qué le sucedió? Tan pronto como estuvo al alcance de Abner, le asestó éste un golpe mortal con el regatón de la lanza (v. 23), de donde menos pensaba Asael que le podía sobrevenir ninguna herida. Joab y Abisay, en lugar de desanimarse por esta pérdida, se exasperaron aún más y persiguieron a Abner con mucha más furia (v. 24) y le tuvieron a su alcance cuando se ponía el sol.
Versículos 25–32
I. Abner, confiesa implícitamente su derrota y pide humildemente un alto el fuego. Después de reunir el remanente de sus fuerzas en la cima de un collado (v. 25), como si se preparase para un nuevo encuentro, suplica a voces a Joab que el ejército de Judá cese de perseguir a sus hermanos israelitas (v. 26). El que tanta prisa tenía en comenzar la lucha, tiene ahora prisa por verla terminada. Quien pensaba recrearse en el espectáculo de una lucha deportiva (v. 14), que terminó en gran desastre con copioso derramamiento de sangre, está horrorizado ahora que ha salido perdedor. Antes era como si jugase con la espada; ahora dice: «¿Consumirá la espada perpetuamente?» Ahora apela directamente a Joab para que considere las desastrosas consecuencias de una guerra civil: «¿No sabes tú que el final será amargura?» Ruega a Joab que toque a retirada, recordándole que son «hermanos» que no deberían morderse y devorarse unos a otros. ¡Qué bien razonan los hombres cuando les conviene! ¡Qué distinto es cuando las cosas les salen bien! Si Abner hubiese salido vencedor, no estaría quejándose de la voracidad de la espada, ni de lo desastroso de una guerra civil, ni alegaría que los hombres de ambos bandos eran hermanos.
II. Joab, aunque era el vencedor, concede generosamente lo que se le pide y manda tocar a retirada (vv. 27, 28), ya que conoce muy bien la mentalidad de David y la aversión que sentía hacia el derramamiento de sangre.
III. Se retiraron, pues, los dos ejércitos a sus respectivos lugares de los que habían salido, e hicieron de noche la marcha, Abner con los suyos, a Mahanáyim, en el otro lado del Jordán (v. 29); Joab, a Hebrón, donde estaba David (v. 32). Se menciona aquí el funeral de Asael, los demás caídos fueron enterrados en el campo mismo de batalla, pero el cadáver de Asael fue llevado a Belén y enterrado en el sepulcro de su padre (v. 32).
I. Avance gradual de la causa de David (v. 1). II. Aumenta su familia (vv. 2–5). III. Ruptura entre Abner e Is-bóset, y pacto de Abner con David (vv. 6–12). IV. Preparativos para un arreglo (vv. 13–16). V. Intento de Abner de poner a todo Israel bajo el gobierno de David (vv. 17–21). VI. Mientras esto se lleva a cabo, Joab asesina traidoramente a Abner (vv. 22–27). VII. Pesadumbre de David por la muerte de Abner (vv. 28–39).
Versículos 1–6
I. La larga guerra que hubo de sostener David con la casa de Saúl antes de que se completase su asentamiento en el trono (v. 1). La larga persistencia de esta lucha puso a prueba la fe y la paciencia de David. Pero la casa de Saúl se iba debilitando progresivamente, perdía lugares, perdía hombres, se hundía su reputación y su ejército salía malparado en cada encuentro. Mientras que David se iba fortaleciendo. Eran muchos los que desertaban de la casa de Saúl como de una causa perdida. La lucha que se libra entre la gracia divina y la corrupción humana en el corazón de los creyentes santos y pecadores, puede de algún modo compararse al proceso que aquí se nos refiere; hay una larga guerra entre la carne y el espíritu (Gá. 5:17), pero cuando la obra de la santificación progresa en el corazón del cristiano, la corrupción, como la casa de Saúl, se debilita, mientras que la gracia, como la casa de David, se fortalece, hasta llegar a la madurez, a la estatura de un varón perfecto (Ef. 4:13).
II. El aumento de la familia de David. Aquí tenemos una breve información de los seis hijos que le nacieron en Hebrón de seis esposas distintas, en los siete años que reinó allí. David contravino la ley deuteronómica (17:17) contra la multiplicación de esposas del rey, con lo que, además, dio un mal ejemplo a sus sucesores. De los seis hijos que tuvo en Hebrón, tres de ellos dejaron mala fama (Amnón, Absalón y Adonías), mientras que los otros tres no dejaron ninguna fama. El hijo que tuvo de Abigail se llamaba Quiteab (o Quilab = «el padre es poderoso»), pero en 1 Crónicas 3:1 se le llama Daniel («Dios es mi juez»), quizá para conmemorar el juicio de Dios contra Nabal, y a favor de David. Parece ser que su primer nombre era Daniel, mas los enemigos de David le vituperaban al decir: «Es hijo de Nabal, no de David»; pero, conforme crecía, se asemejaba mucho a David, por lo que algunos autores traducen Quileab por «como su padre». Caben pocas dudas de que murió joven; en todo caso, antes que David; de lo contrario, no se explica el que no hiciese valer sus derechos al trono, al ser mayor que Absalón y Adonías. La madre de Absalón era hija de Talmay, rey de Guesur, esto es, un rey pagano. Quizás con este enlace David esperaba fortalecer su posición y sus intereses, pero el resultado de esta unión fue catastrófico, pues le llenó de pesadumbre y vergüenza. La sexta es llamada Eglá, mujer de David, lo que ha inducido a muchos a pensar que fue anteriormente mujer de otro y que el nombre de éste ha sido sustituido (erróneamente o de intento) por el de David.
Versículos 7–21
I. Abner rompe con Is-bóset por una reprensión que éste le dio. 1. Is-bóset acusó a Abner de un crimen tan grande como el de haberse llegado a una de las concubinas de su padre, lo cual era tanto como pretender el trono de Saúl (comp. con 16:22 y 1 R. 2:22), aun cuando el supuesto derecho a heredar las mujeres del padre era contrario a la ley (v. Dt. 22:30). 2. A esta acusación de Is-bóset (v. 7) Abner contestó con gran enojo y le hizo saber: (A) Que no consentía ser reprendido por él (v. 8). Los orgullosos no pueden soportar que les reprendan y, sobre todo, se enojan de que les reprenda alguien que, según ellos, le debería estar agradecido. (B) Que se había de vengar de él (vv. 9, 10). Con la mayor arrogancia le hace saber que, así como le había levantado en alto, así ahora le haría caer. La misma ambición que había llevado a Abner a tomar partido por Is-bóset, le llevaría ahora, en su represalia contra Is-bóset, a tomar partido por David. Si hubiese tomado en cuenta la promesa de Dios a David y hubiese actuado de acuerdo con ella, habría permanecido firme y constante en sus propósitos. 3. Si Is-bóset hubiese sido un hombre de veras, especialmente tratándose de un príncipe, podía haberle respondido que los méritos que alegaba sólo servían para agravar sus crímenes y, por tanto, que se alegraba de poder prescindir de sus servicios. Pero como era consciente de su propia debilidad de carácter, no le respondió palabra.
II. Abner hace pacto con David. Podemos suponer que estaba cansado de mantener la causa de Is- bóset y buscaba una oportunidad para dejarle. Envió mensajeros a David (v. 12), para decirle que se ponía a su servicio. Nótese que Dios puede hallar medios de hacer que sirvan a la causa del reino de Cristo quienes no sienten verdadero afecto por ella y se han opuesto antes vigorosamente a ella. Los enemigos son a veces como un escabel, no sólo para ser pisado, sino para subir por medio de él. Así es como la tierra ayudó a la mujer (Ap. 12:16).
III. David acepta el trato de Abner, pero con la condición de que le consiga la restitución de su esposa Mical (v. 13). De este modo:
1. David mostró la sinceridad de su amor conyugal a su primera y legítima esposa; ni el que ella estuviese casada con otro, ni el que él mismo estuviese casado con otras, le había enajenado el afecto que tenía a Mical. Las muchas aguas no habían apagado aquel primer amor (Cnt. 8:7).
2. También mostró así el respeto que tenía hacia la casa de Saúl, pues no se contenta con los honores del trono sin tener a Mical, la hija de Saúl, compartiéndolos con él, tan lejos estaba de guardar rencor a la familia de su enemigo. Abner le envió recado de que debía pedírsela a Is-bóset, lo cual hizo David (v. 14) con el alegato de que la había adquirido a un precio muy alto y le había sido quitada injustamente.
3. Is-bóset no se atrevió a negársela, sino que se la quitó a Paltiel, con quien Saúl la había casado (v. 15), y Abner la condujo a David, y no dudó de que así sería doblemente bienvenido, pues le traía con una mano la esposa, y la corona con la otra. Paltiel no estaba dispuesto a desprenderse de ella, pero no tuvo más remedio que dejarla partir; al fin y al cabo, él tenía la culpa de su pesadumbre, pues cuando la tomó, sabía que Mical le pertenecía a otro con todo derecho. Si, por algún desacuerdo, se separan la mujer y el marido, que se reconcilien y se reúnan otra vez si esperan la bendición de Dios; que se olviden las antiguas rencillas y vivan juntos en paz y amor, como Dios manda (1 Co. 7:10, 11).
IV. Abner echa mano de su influencia con los ancianos de Israel para traerlos a la causa de David, sabe que el pueblo llano había de seguir el camino que ellos tomasen. Nadie, en este caso, tenía tantos méritos como David, ni tan pocos como Is-bóset, para atraer hombres a su causa. Abner pudo decir a los hombres de Israel: Comparad a los dos príncipes y no dudaréis a quién seguir. Como dice el proverbio latino: Detur digniori = «Dad la corona al que mejor se la merezca». David debe ser vuestro rey. Puesto que Dios ha prometido salvar a Israel por mano de David, es vuestra obligación, en cumplimiento de la voluntad de Dios, así como vuestro interés, para obtener victoria sobre vuestros enemigos, que os sometáis a él; y el oponerse a él es la mayor locura del mundo.
V. David ratifica su pacto con Abner. Abner informa a David de los sentimientos del pueblo y del éxito que ha tenido en la empresa de persuadirles a que sigan a David (v. 19). Llegó ahora con una escolta de veinte hombres y David les hizo un banquete (v. 20) en señal de reconciliación y gozo y como prenda del acuerdo entre ellos; fue un banquete con ocasión de un pacto, como el de Génesis 26:30.
Versículos 22–39
Asesinato de Abner a manos de Joab y la gran pesadumbre de David por ello.
I. Con la mayor insolencia, Joab reprochó a David el haber hecho trato con Abner. Se informó de que Abner acababa de marcharse (vv. 22, 23) después de haber tenido con David una amistosa conversación y una pacífica despedida, y reprochó a David por ello en su cara (vv. 24, 25): «¿Qué has hecho?» Como si David tuviese que darle cuentas por eso. «¿Por qué, pues, le dejaste que se fuese?» como si diese a entender que debía haberlo hecho prisionero. «Ha venido sólo a espiar—viene a decirle—(v. 25), y acabará haciéndote traición.» El texto no nos dice que David le diera respuesta alguna, no por miedo, como Is-bóset con Abner (v. 11), sino por desprecio.
II. Traicioneramente, Joab hizo volver a Abner y, bajo pretexto de tener con él una conversación en privado, le asesinó bárbaramente con su propia mano. Por la frase sin que David lo supiera (v. 26), podemos inferir que Joab llamó a Abner con la pretensión de darle ulteriores instrucciones de parte de David. Con toda inocencia Abner regresó a Hebrón y, halló a Joab que le esperaba en medio de la puerta, se retiró con él aparte y, sin mediar palabra, le asestó Joab una puñalada en el costado, causándole la muerte instantánea (v. 27). Del v. 30 se desprende que Abisay no sólo conocía el propósito de su hermano Joab, sino que de alguna manera le ayudó a cometer el homicidio.
III. Abner había obrado malvadamente al oponerse anteriormente a David, contra los dictados de su conciencia. Después había abandonado y traicionado vilmente a Is-bóset bajo pretexto de consideración hacia Dios y hacia Israel, pero, en realidad, por motivos de orgullo, de revancha y de impaciencia. Mas es igualmente cierto que Joab era un inicuo y, en este caso, obró perversamente. Es verdad que Abner había matado a Asael, por lo que Joab y Abisay querían ahora ser los vengadores de la sangre de su hermano (vv. 27, 30); pero Abner lo había hecho en guerra abierta, en propia defensa y no sin previo aviso; en cambio, Joab ahora había derramado en tiempo de paz la sangre de guerra (1 R. 2:5).
IV. Lo que había en el fondo de esta enemistad de Joab contra Abner agravaba el crimen del primero. Joab era ahora el general de las fuerzas de David; pero si Abner se ponía al servicio de David, es posible que fuese promovido al supremo mando del ejército al ser un oficial más antiguo y más experto en las artes militares. Otra agravante fue el que lo matara a traición y bajo pretexto de hablarle amistosamente (Dt. 27:24). Si le hubiese retado abiertamente, se habría portado como un soldado, pero al asesinarlo a traición, se portó como un villano y un cobarde. Abner estaba ahora a las órdenes de David; de modo que, a través de su costado, Joab fue a herir al propio David. Finalmente, otra agravante fue el hacerlo en la puerta de la ciudad, abiertamente y sin avergonzarse de derramar la sangre en público.
V. David llevó muy a mal el crimen y expresó de muchas maneras su detestación de tan execrable villanía.
1. Se confesó públicamente inocente de tal derramamiento de sangre (v. 28): «Inocente soy yo y mi reino, delante de Jehová, para siempre, de la sangre de Abner, hijo de Ner».
2. Pronunció maldición sobre Joab y sobre su familia (v. 29): «Caiga sobre la cabeza de Joab, etc.». Con todo, mejor que su apasionada imprecación a Dios contra la posteridad de Joab, hubiese sido el castigo inmediato del propio asesino.
3. Ordenó a todos los que se hallaban con él, incluido a Joab, que hiciesen duelo por Abner (v. 31). No alabó al difunto por ser un santo, ni siquiera un hombre honrado, pero dijo de él lo que era verdad (v. 38): «un príncipe y un hombre grande». (A) Que todos hagan por él lamentación. Una pérdida pública debe causar pesadumbre a toda la comunidad puesto que cada individuo de la comunidad la comparte. Así procuró David que se hiciese honor a la memoria de un hombre de mérito, a fin de animar a otros. (B) Que lo lamente especialmente Joab, quien tiene menos corazón, pero más razón, que los demás.
4. El propio David marchó detrás del féretro como jefe del duelo y pronunció la oración fúnebre junto al sepulcro: «Y alzando el rey su voz, lloró junto al sepulcro de Abner» (vv. 31, 32). Puesto que Abner había sido un bravo guerrero en el campo de batalla y podía haber prestado grandes servicios al pueblo en esta crítica coyuntura, David olvida todas las anteriores desavenencias y se duele sinceramente de su pérdida. Las palabras que pronunció junto al sepulcro arrancaron lágrimas de los ojos de todos los presentes (v. 33): «¿Había de morir Abner como muere un villano?»
(A) Habla como quien está apenado de que Abner haya muerto de forma tan insensata, asesinado de improviso, bajo pretexto de amistad. Los hombres más sabios y valientes no disponen de defensa contra la traición. Ver a Abner, quien se tenía por el quicio en torno al que giraban todos los asuntos importantes de Israel, caer insensatamente a manos de un vil rival, como presa de la ambición y de los celos de Joab, basta para desdorar el orgullo de toda gloria humana y debería poner a cualquiera al abrigo de los caprichos de las grandezas mundanas.
(B) Por otra parte, habla como quien se jacta de que Abner no murió como un insensato, pues el texto hebreo dice literalmente: «¿Había de morir Abner como un insensato (¡hebreo, nabal!)?» ¡No! Abner no murió como un criminal, traidor o felón. Los LXX traducen: «¿Es que había de morir Abner conforme a la muerte de Nabal?» Nabal murió como cumplía a su nombre, como un insensato pero la muerte de Abner fue como la que podría acontecer al hombre más sabio y más honesto de este mundo.
5. David ayunó todo aquel día y nadie pudo persuadirle a que comiese cosa alguna hasta después de la puesta del sol (v. 34).
6. Deploraba el que no podía ejecutar a los asesinos (v. 30) sin perjuicio del interés público. David estaba ahora en posición débil y su reino era todavía como una tierna planta; una pequeña sacudida habría bastado para derribarlo. La familia de Joab era muy allegada a la causa de David, como parientes próximos que eran del rey; eran valientes y osados, y enemistarse con ellos en esta coyuntura podía acarrearle fatales consecuencias. David, pues, se contenta, como persona privada, con dejarles en manos de la justicia divina (v. 39): «Jehová de el pago al que mal hace, conforme a su maldad». Pero esto va en descrédito: (A) De la grandeza de David. (B) Y de la bondad de David. Él tenía que haber cumplido con su obligación, y haber confiado en Dios en cuanto a las consecuencias. Como dice el proverbio latino: Fiat justitia ruat coelum = «Hágase la justicia aunque se hunda el firmamento». Si la ley se hubiese cumplido sobre la cabeza de Joab, quizá se habría impedido el asesinato de Is-bóset, el de Amnón y de otros. Perdonar la vida a Joab fue una política carnal y una compasión cruel.
Asesinato de Is-bóset. I. Lo matan dos criados suyos y le llevan la cabeza a David (vv. 1–8). II. David, en lugar de recompensarles los manda ejecutar por lo que habían hecho (vv. 9–12).
Versículos 1–8
I. Extrema debilidad de la casa de Saúl. 1. En cuanto a Is-bóset, eran débiles sus manos (v. 1). Toda la fuerza que le quedaba le venía del apoyo de Abner, y ahora que éste había muerto, no le quedaban ánimos, pues no volvería a recobrarle. Se ve, pues abandonado de sus amigos y a merced de sus enemigos. 2. En cuanto a Mefi-bóset, quien por la línea de su padre Jonatán tenía mejores derechos al trono, sus pies eran débiles, pues era cojo y, por ello, inhabilitado (según las costumbres orientales) para ejercer el oficio de soberano (v. 4). Tenía sólo cinco años cuando murieron su padre y su abuelo, y su nodriza, al enterarse de la victoria de los filisteos, tuvo miedo de que se hicieran también con su joven amo que era el más directo heredero de la corona. Así que huyó con el niño en brazos y, apresurándose más de lo debido se le cayó el niño y quedó cojo de por vida, por habérsele hecho mal la juntura de los huesos que se le rompieron.
II. Asesinato del hijo de Saúl.
1. Quiénes fueron los asesinos: Baaná y Recab (vv. 2, 3). Eran hermanos y siervos ambos de Is-bóset tomados a su servicio, por lo que fue tanto mayor la traición y la villanía que cometieron con él. Además eran benjaminitas, de la misma tribu que su señor. Procedían de la ciudad de Beerot. El texto sagrado nos recuerda que Beerot «se considera como de Benjamín» (v. 2—v. Jos. 18:25—), pero fue Saúl, probablemente, quien persiguió a los habitantes de Beerot que eran gabaonitas (21:1–2), y ellos se refugiaron en Guitáyim, cuya ubicación nos es desconocida; allí se hallaban (v. 3) cuando se escribía la porción que comentamos.
2. Cómo se cometió el asesinato (vv. 5–7). Is-bóset era un haragán, amigo de la comodidad y enemigo del quehacer; y cuando debía haber estado al frente de sus fuerzas en el campo, en esta crítica coyuntura, o al frente de sus consejeros para hacer trato con David estaba en cama echando la siesta, porque su corazón y su cabeza eran tan débiles como sus manos (v. 1). En este momento llegaron a su casa Baaná y Recab traicioneramente, bajo pretexto de recoger víveres para el regimiento. La habitación del rey y la habitación donde se guardaba el grano eran contiguas. Además la portera se había dormido. Todas las circunstancias les fueron favorables para el propósito que abrigaban; así que, sin preocuparse del trigo (por lo que se ve), asesinaron a Is-bóset en su propio lecho y se marcharon.
3. Los asesinos se regocijaron en el triunfo que habían conseguido. Como si hubieran llevado a cabo una acción muy gloriosa, llevaron a David como regalo la cabeza de Is-bóset (v. 8). No es que tuviesen miramiento alguno hacia el honor de Dios o hacia el de David. Sus miras estaban puestas únicamente en hacer fortuna y ver de alcanzar algún alto puesto en la corte de David.
Versículos 9–12
Justa ejecución de los asesinos de Is-bóset.
I. Pronunciamiento de la sentencia. No necesitaban ser convencidos del crimen, pues su propia lengua testificó contra ellos. Tan lejos estaban de negar el hecho que se gloriaban de él. Por tanto, David les echa en cara lo abominable de su acción. Is-bóset se había comportado rectamente con ellos, no les había hecho ningún daño ni intentaba hacérselo. En este sentido llama David a Is-bóset «hombre justo» (v. 11), a pesar de que a él personalmente le había creado injustos problemas. La forma en que habían llevado a cabo el crimen era una circunstancia agravante, pues le habían asesinado en su propia casa y en su lecho, cuando no podía ofrecerles ninguna resistencia. Les cita un precedente de otra traición similar (v. 10): Al que le trajo nuevas de la muerte de Saúl, le mató en Siclag. Ratifica con un juramento la sentencia (v. 9): Vive Jehová que ha redimido mi alma de toda angustia. Se expresa con esta resolución para impedir que nadie interceda a favor de los asesinos, a la vez que indica piadosamente que sólo dependía de Dios en cuanto a llegar a la posesión del trono prometido y que, por eso, no permitía que hombre alguno intentase ayudarle por medio de acciones ilícitas.
II. Ejecución de la sentencia. Inmediatamente ordena David la ejecución, conforme a ley y justicia, de los asesinos (v. 12) ¡Qué horrible decepción y vergüenza para los dos criminales! La misma suerte aguarda a quienes piensen servir a la causa del Hijo de David por medio de prácticas inmorales, por guerra y persecución, por fraude y rapiña, como son los que, incluso bajo capa de religión, asesinan a príncipes, quebrantan solemnes pactos, devastan países y aborrecen a los verdaderos creyentes hasta matarlos creyendo que rinden servicio religioso a Dios (Jn. 16:2). Por mucho que los hombres canonicen tales métodos de servir a la Iglesia y a la causa católica, Cristo les hará saber, en su día, que la cristiandad no se fundó para destruir a la humanidad, y que quienes piensen por ese medio merecer el cielo no escaparán de la condenación en el Infierno.
En este capítulo: I. David es ungido rey por todas las tribus (vv. 1–5). II. Se adueña de la fortaleza de Sion (vv. 6–10). III. Edifica para sí una casa y se fortalece en su reino (vv. 11, 12). IV. Los hijos que le nacieron después de venir de Hebrón (vv. 13–16). V. Sus victorias sobre los filisteos (vv. 17–25).
Versículos 1–5
I. La humilde sumisión de todas las tribus a David, rogándole que asuma las riendas del gobierno de la nación y reconociéndole por rey. Judá se había sometido al gobierno de David hacía algo más de siete años, y la libertad y felicidad que había hallado bajo su administración animó a las demás tribus a someterse también. El recuento de los que vinieron a él de cada tribu, el celo y la sinceridad con que se presentaron a él y la hospitalidad que él les prestó en Hebrón durante tres días cuando en el corazón de todos estaba hacerle rey sobre todo Israel, se nos narran con todo detalle en 1 Crónicas 12:23–40. Aquí tenemos las razones que presentaron para hacer rey a David.
1. Alegaron la relación que tenían con él (v. 1): «Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos»; no le dicen: «tú eres hueso nuestro y carne nuestra; no eres un extraño, descalificado por la ley (Dt. 17:15) para ser rey nuestro», sino lo que es más: «nosotros somos tuyos. Tú estarás tan contento como nosotros en poner fin a esta larga guerra civil; y tú te apiadarás de nosotros, nos protegerás y harás todo lo posible por nuestro bien común». Quienes toman a Cristo por su rey pueden decirle igualmente: «Hueso tuyo y carne tuya somos, pues te has hecho en todo semejante a tus hermanos (He. 2:17); por consiguiente, tú serás nuestro príncipe, y toma en tus manos esta ruina» (Is. 3:6).
2. Los anteriores buenos servicios que había prestado a la nación (v. 2) eran un nuevo motivo para reconocerle como rey. Pero la razón principal era la promesa de Jehová: «Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel».
II. Pública y solemne entronización de David (v. 3). Fue convocada una convención de principales, todos los ancianos vinieron a él; se fijó y selló el pacto, y fue suscrito por ambas partes. David se obligó a protegerles como juez en paz y capitán en guerra; y ellos se obligaron a obedecerle. Jehová fue testigo. Y así es como fue ungido rey por tercera vez. Su promoción al trono se llevó a cabo, no de una vez, sino gradualmente, a fin de que su fe fuese puesta a prueba y, al mismo tiempo, ganase experiencia. De este modo, su reino fue tipo del de Cristo, quien había de llegar a la cima por grados, pues aunque no veamos aún todas las cosas sometidas a Él (He. 2:8), un día las hemos de ver (1 Co. 15:25).
III. Informe general de su edad y del tiempo de su reinado. Tenía treinta años cuando comenzó a reinar, a la muerte de Saúl (v. 4). Ésta era la edad en que los levitas entraban a servir en el ministerio del santuario (Nm. 4:3). También fue a esa edad aproximadamente (Lc. 3:23) cuando comenzó el Hijo de David a ejercer su ministerio público. Es la edad de la madurez vigorosa; como suele decirse, «la flor de la vida». Reinó en total, según el texto sagrado, cuarenta años y medio: siete y medio en Hebrón; treinta y tres en Jerusalén (v. 5). Hebrón había sido famosa (Jos. 14:15) y era una ciudad sacerdotal. Pero Jerusalén iba a ser más famosa: la ciudad regia y la ciudad santa.
Versículos 6–10
Si Salem el lugar donde Melquisedec fue rey, es Jerusalén (como parece probable por el Sal. 76:2) ya era famosa en tiempo de Abraham. Josué halló que era la principal ciudad de la parte sur de Canaán (Jos. 10:1–3). Cayó dentro de la heredad de Benjamín (Jos. 18:28), pero estrechamente unida a Judá (Jos. 15:8). Los hombres de Judá la habían tomado (Jue. 1:8), pero luego los benjaminitas dejaron a los jebuseos vivir entre ellos (Jue. 1:21), y se establecieron y se multiplicaron allí de tal forma que llegó a llamarse ciudad de los jebuseos (Jue. 19:11). Ahora bien, lo primero que hizo David, tan pronto como fue ungido por rey de todo Israel, fue conquistar Jerusalén de las manos de los jebuseos, lo cual no pudo hacer antes porque la ciudad pertenecía a Benjamín, tribu que se había adherido a la causa de Saúl (1 Cr. 12:29).
I. Los jebuseos desafiaban a David y a sus fuerzas. Decían: Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos bastan para rechazarte (queriendo decir: David no podrá entrar acá) (v. 6). Así traducen, poco más o menos (nota del traductor), todas las versiones, tanto inglesas como castellanas, pero el texto hebreo y los LXX favorecen la opinión de Bullinger, según el cual los jebuseos tenían tal confianza en la inexpugnabilidad de la fortaleza, que pusieron en la salida del acueducto a ciegos y cojos que decían: David no entrará (lit.) acá. Es digno de compararse este lugar con Lamentaciones 4:12. Ya sea que confiaran en sus dioses o en la solidez de sus fortificaciones, la arrogancia de los jebuseos (propiamente, yebuseos) no tenía límites.
II. Éxito de David contra los yebuseos. El orgullo e insolencia de éstos, lejos de desanimar a David, le envalentonaron y, al preparar el asalto, dio la siguiente orden: «Cualquiera que combata al yebuseo, que alcance a través del acueducto a los ciegos y a los cojos que David aborrece. Por eso dicen: Ni cojo ni ciego entrarán en la casa» (v. 8, lit.). Al comparar este texto con 1 Crónicas 11:4–6, se ilumina lo oscuro del presente lugar. Por allí vemos que David prometió elevar a un rango militar superior a quien derrotase a los yebuseos; y el primero que subió por el acueducto fue Joab. Por esta razón, Bullinger opina con bastante fundamento (v. también la Biblia de Jerusalén—nota del traductor—) que en 2 Samuel 5:8 hay una elipsis (falta la apódosis) que es preciso rellenar con los datos de 1 Crónicas 11. Otros autores opinan que no se debe modificar el texto de 1 Samuel, aun concediendo que se trata de un versículo muy oscuro en el original mismo.
III. David fija su residencia regia en Sion. Él mismo habitó en la fortaleza y edificó casas en torno suyo, probablemente para sus guardias y ayudantes «desde Miló hacia adentro» (v. 9). Para la referencia de Miló puede verse 1 Reyes 9:15. Es probable que se implique aquí la construcción de la muralla o la reparación de las antiguas fortificaciones. Así que David actuó incansablemente y prosperó en cuanto llevaba a cabo, creció en honor, fuerza y riquezas, y fue más y más honorable a los ojos de sus súbditos, y más y más formidable a los ojos de sus enemigos, porque Jehová Dios de los ejércitos estaba con él (v. 10).
Versículos 11–16
I. Construcción del palacio real de David, apto para la audiencia de la corte y para el homenaje que se le prestaba (v. 11). Hiram, rey de Tiro y hombre muy rico, al enviar su felicitación a David por la accesión de éste al trono de Israel, le ofreció obreros y materiales para que se edificase una casa digna de tal rey. David aceptó agradecido la oferta, y los obreros de Hiram le edificaron una casa a gusto de él. Siempre ha habido grandes artistas y científicos que fueron extraños a los pactos de la promesa. Pero no por eso fue la casa de David mejor o peor, ni más o menos apropiada para ser dedicada a Dios, por haber sido construida por los súbditos de un rey extranjero. En la profecía de Isaías, con respecto a la futura gloria de Sion, leemos: Hijos de extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán (Is. 60:10).
II. El gobierno de David es afianzado (v. 12). 1. Su reino estaba ya tan firme que nada podía sacudirlo. El que lo hizo rey, lo afianzó a él y a su reino, porque había de ser tipo del reinado de Cristo, que no tendrá fin (Lc. 1:32, 33). 2. Fue exaltado a los ojos de amigos y de enemigos. Nunca apareció tan grande como entonces la nación de Israel. Pero Dios no puso a los israelitas como súbditos de David para que él fuese grande, rico y monarca absoluto, sino para que él pudiese mejor conducirles, guiarles y protegerles.
III. Incremento de la familia de David. Son mencionados aquí (vv. 14–16) todos los hijos, once en total, que le nacieron después que se estableció en Jerusalén. A éstos hay que añadir los seis que le habían nacido en Hebrón (3:2, 5). También se nos dice (v. 13) que tomó más concubinas y mujeres de Jerusalén; en otras palabras, formó un harén al estilo de los reyes orientales. ¿Le alabaremos por ello? ¡Ciertamente, no! No podemos alabarle, ni justificarle, ni siquiera excusarle. Quizá pensaba que de esta forma fortalecería sus intereses, multiplicaría sus alianzas e incrementaría la familia real, pero iba claramente contra la ley de Dios (Dt. 17:17). Y aun teniendo tantas mujeres y concubinas, todavía codició la única mujer de su prójimo (cap. 11; v. 12:1–3) y abusó de ella. Una vez que los hombres rompen la barrera, no hay nada que les contenga.
Versículos 17–25
El especial servicio por el que David fue exaltado al trono de Israel fue que salvase a la nación de manos de los filisteos (3:18). Aquí se nos refieren dos grandes victorias que obtuvo contra los filisteos, por las que no sólo contrarrestó la pérdida y la desgracia sufridas en la batalla en que Israel fue derrotado y Saúl halló la muerte juntamente con sus hijos, sino que llegó a la dominación casi total de estos peligrosos enemigos.
I. En ambas acciones los filisteos fueron los agresores. 1. En la primera vinieron a buscar a David (v. 17) porque oyeron que había sido ungido por rey sobre Israel. Pensaban, pues, aplastar su gobierno en la misma infancia, antes de que se afianzara del todo. Se unieron todos para esta empresa, pero fueron quebrantados (v. Is. 8:9, 10). 2. En la segunda volvieron a venir (v. 22) y esperaban recuperar lo que habían perdido en el primer encuentro, ya que su corazón estaba endurecido para la destrucción de ellos mismos (v. 25). 3. En ambas ocasiones se extendieron por el valle de Refaím (vv. 18, 22) que caía muy cerca de Jerusalén. Esperaban hacerse dueños de la ciudad antes de que completara David el trabajo de las fortificaciones. Con el verbo «se extendieron» da a entender el texto que eran muy numerosos.
II. En ambos casos, aunque David era lo bastante valiente para marchar contra el enemigo, no entró en acción sin antes consultar a Jehová (vv. 19, 23) por medio del efod. Su consulta abarcaba dos puntos:
1. En cuanto a su deber: «¿Iré contra los filisteos?» Aquís le había tratado muy bien cuando David se hallaba en apuros, y le había protegido. Parece, pues, preguntar: «En recompensa de aquella fineza, ¿no debería yo buscar las paces con ellos, más bien que hacerles frente en el campo de batalla?» «¡No!», le dice Dios, «son enemigos de Israel; sube, pues». 2. En cuanto al éxito de la campaña. Su conciencia le había inclinado a preguntar: «¿Subiré?» (lit.). Ahora su prudencia le hacía preguntar: «¿Los entregarás en mi mano?» Con esto reconoce su total dependencia de Dios en cuanto a la victoria. «¡Sí!», le responde a esto Dios; «Ve, porque ciertamente entregaré a los filisteos en tu mano». Si Dios nos envía a un lugar con un cometido cualquiera, Él nos protegerá y estará con nosotros. La seguridad que Dios nos ha dado de victoria sobre nuestros enemigos espirituales nos debería animar en nuestras luchas con Satanás y sus huestes de maldad. David tenía ahora a su disposición un grande y animoso ejército; con todo, confió en la promesa de Dios más que en sus propias fuerzas.
III. En el primero de estos encuentros David derrotó a los filisteos a filo de espada (v. 20) y, después de la victoria: 1. Dio al Señor la gloria por el triunfo, pues puso por nombre al lugar: Baal-perasim, que significa «Señor de las roturas» (o de los quebrantamientos), porque, al haber quebrantado Dios a las fuerzas enemigas, fácilmente pudo él obtener la victoria sobre las mismas. 2. Cubrió de vergüenza los ídolos del enemigo. Los filisteos habían traído al campo de batalla las imágenes de sus dioses para que les protegiesen, así como los israelitas habían llevado al campo de batalla el Arca de Jehová; pero, al ser puestos en fuga, no se detuvieron a llevarse las imágenes, porque les resultaban una carga sobre las bestias cansadas (Is. 46:1), por lo que las abandonaron en el campo de batalla, juntamente con el resto del bagaje en manos del vencedor. David y sus hombres hicieron uso del resto del botín pero a las imágenes las quemaron (v. 21), como había ordenado Dios (Dt. 7:5). El obispo Patrick hace notar aquí muy bien que cuando el Arca cayó en manos de los filisteos los consumió, pero cuando estas imágenes cayeron en manos de Israel, no pudieron salvarse a sí mismas de ser consumidas.
En el segundo de estos encuentros Dios concedió a David algunas señales sensibles de su presencia con él, le ordenó que no cayera de frente sobre el enemigo, como la vez anterior, sino que los rodease (v. 23). 1. Dios le ordena que se detenga. Y, como en otro tiempo, Israel se estuvo quieto para ver la salvación de Jehová (Éx. 14:13). 2. Le prometió que Él mismo (Dios) cargaría contra el enemigo por medio de un invisible ejército de ángeles (v. 24): «cuando oigas ruido como de pasos en la cima de las balsameras, entonces te moverás» (comp. con 2 R. 7:6). La gracia de Dios debe despertar en nosotros la prontitud para actuar. El ruido de los pasos era: (A) Una señal para que David se pusiera en movimiento. Bien podemos ponernos en marcha cuando Dios va delante de nosotros. Y (B) Quizás, alarma para el enemigo, a fin de ponerle en desorden y confusión. Al oír como pasos de un ejército que marchaba contra ellos, se retiraron precipitadamente y cayeron en manos de las fuerzas de David que estaban a la retaguardia del enemigo. (C) El éxito de esta estratagema se nos narra brevemente en el versículo 25. David actuó conforme Jehová se lo había mandado, esperó a que Dios se moviese, y sólo entonces atacó al enemigo. Hirió a los filisteos hasta la misma frontera del país de ellos. Cuando el reinado del Mesías comenzó su primera fase, los Apóstoles encargados de abatir el reinado de Satanás hubieron de esperar hasta recibir la promesa del Espíritu (esto es, el Espíritu prometido), el cual vino del Cielo con un estruendo como de un viento recio que soplaba (Hch. 1:4, 8; 2:2), del cual era, en alguna forma, tipo este ruido como de pasos en la cima de las balsameras.
Después de humillar a los filisteos, David se dispone a traer a Jerusalén el Arca, no sólo para tenerla cerca de él, sino también para que añadiese ornamento y fuerza a la nueva fundación. I. Un primer intento que se frustró. El propósito era bueno (vv. 1–2), pero: 1. Cometieron un grave error al transportar el Arca en una carreta (vv. 3–5). 2. Este error fue seguido de otro, y Uzá murió por haber tocado el Arca (vv. 6– 7). 3. Esto aterrorizó a David (vv. 8–9), quien detuvo la marcha y dejó el Arca en casa de Obed-edom (vv. 10–11). II. Tras las bendiciones derramadas sobre la casa de Obed-edom, se reanudó la marcha con gran júbilo y satisfacción (vv. 12–15), y en ella vemos: 1. El buen entendimiento entre David y el pueblo (vv. 17–19). 2. El altercado entre David y su esposa Mical en esta ocasión (vv. 16, 20–23). Y cuando consideramos que el Arca era la señal de la presencia de Dios y, al mismo tiempo, tipo de Cristo, vemos cuán instructivo es este relato.
Versículos 1–5
El Arca estaba alojada en Quiryat-Yearim desde su regreso de su cautividad entre los filisteos (1 S.
7:1, 2). Aunque 1 Samuel 14:18 parece indicar que el Arca fue llevada una vez desde allí, pero no es probable que el Arca fuese transportada en aquella ocasión, sino sólo el efod. Lo que antaño había significado tanto para Israel, era una cosa que los israelitas habían descuidado por muchos años. La visibilidad en sí no es una nota de la verdadera Iglesia. Dios se hace presente, con su gran amor, en medio de sus hijos y dentro de sus almas, incluso cuando faltan las señales exteriores de su presencia. Pero ahora que David está afianzado en su trono, comienza a revivir el honor del Arca.
I. Precisamente porque habían sido muy escasas las menciones del Arca en años recientes, se la describe aquí más ampliamente (v. 2): «el Arca de Dios, sobre la cual era invocado el nombre de Jehová de los ejércitos, que mora entre los querubines». Aprendamos de aquí: 1. A pensar y hablar de Dios altamente, pues su nombre está sobre todo otro nombre (comp. con Fil. 2:9): Jehová Tsebaoth = «Jehová de las huestes» (ángeles y estrellas), que tiene bajo su mando a todas las criaturas del cielo y de la tierra, y, no obstante, condesciende a morar entre los querubines, con lo que reconcilia al mundo con vistas a un Mediador y dispuesto siempre a hacerles bien. 2. A pensar y hablar con honor acerca de las santas ordenanzas, las cuales son para nosotros, como el Arca para Israel, señal de la presencia del Señor entre nosotros (Mt. 28:20) y medios de su gracia de nuestra comunión con Él (Sal. 27:4). Cristo es nuestra Arca.
II. Honroso acompañamiento que tuvo el Arca al ser trasladada. David propuso el traslado (1 Cr. 13:1–3). Todos los hombres escogidos de Israel son convocados a solemnizar la fiesta, a pagar sus respetos al Arca y a dar testimonio de su regocijo por el traslado a Jerusalén. Esto serviría para infundir en el corazón de la juventud de la nación, que escasamente habrían oído hablar del Arca, una gran veneración hacia ella.
III. Grandes expresiones de gozo en el traslado del Arca (v. 5). Así como el culto privado es tanto mejor cuanto más privado es, así también el culto público es tanto mejor cuanto más público es; ciertamente tenemos motivos para regocijarnos cuando se retiran los impedimentos para el libre ejercicio de la religión, y el Arca de Dios halla alegre acogida en la ciudad de David, donde no sólo disfruta de la protección, sino también del estímulo, de los poderes públicos. Para mejor expresar su gozo, danzaban delante de Jehová. El Dr. Lightfoot opina que fue entonces cuando David compuso el Salmo 68, puesto que comienza con la antigua oración de Moisés en el traslado del Arca: «Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos»; también se hace mención aquí (v. 25 del mismo Salmo) de los cantores y músicos que acompañaban, y (v. 27) de los príncipes de varias tribus. Quizás incluso las palabras con que se cierra el Salmo (v. 35): «Temible eres, oh Dios, desde tu santuario», fueron añadidas con ocasión de la muerte de Uzá.
IV. Vemos, sin embargo, un grave error del que fueron culpables en este traslado, pues transportaron el Arca en una carreta tirada por bueyes, cuando debía ser transportada siempre a hombros de los levitas (v. 3, comp. con Nm. 3:29 y ss.). A los coatitas, que tenían a su cargo el Arca, no se les había asignado ninguna carreta «porque llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario» (Nm. 7:9). El Arca no era una carga tan pesada como para que no pudieran llevarla a hombros hasta el monte Sion; por tanto, no necesitaban cargarla en una carreta como si fuese un objeto profano. No tenían excusa en que así lo habían hecho los filisteos sin ser castigados por ello pues los filisteos no conocían el valor, la importancia y el significado del Arca. Los filisteos podían transportarla así impunemente, pero si los israelitas les imitaban, no podían quedar impunes. Poco mejoraban el caso con transportarla en una carreta nueva; nueva o vieja, no era ése el modo que Dios había ordenado.
Versículos 6–11
Uzá es herido de muerte por tocar el Arca durante el traslado a la ciudad de David; fue una trágica experiencia que empañó el gozo de la solemnidad, impidió el avance de la marcha y, de momento ocasionó la dispersión de esta gran asamblea, congregada para asistir con gozo a la fiesta y despedida a sus casas con terror.
I. La culpa de Uzá parece pequeña a primera vista. Él y su hermano Ayó, hijos (o, más probablemente, nietos—v. 1 S. 7:1—) de Abinadab, en cuya casa había estado alojada el Arca por largo tiempo (unos 70 años), acostumbrados a tenerla a su cargo, guiaban la carreta en que el Arca era transportada, siendo éste, quizás, el último servicio que habían de prestarle, puesto que habrían de ser encargados de ello otros levitas cuando el Arca llegase a la ciudad de David. Ayó iba delante (v. 4), a fin de abrir paso y, si era preciso, guiar los bueyes. Uzá iba detrás, muy cerca del Arca. Sucedió que los bueyes dieron una sacudida. Discrepan los autores sobre el significado del verbo hebreo shamat: unos traducen «tropezaron»; otros, «resbalaron»; otros, «cocearon» contra la aguijada, quizá, con que Uzá les aguijaba; otros, en fin, «se atascaron». Por un accidente de una u otra forma, el Arca estuvo en peligro de ser sacudida de la carreta. Entonces fue cuando Uzá le echó mano para sostenerla. Él era levita, pero sólo los sacerdotes podían tocar el Arca. La ley estaba clarísima en este punto (Nm. 4:15) concerniente a los coatitas; habían de transportar todos los utensilios del santuario, pero no podían tocar las cosas santas, pues morirían.
II. El castigo que sufrió por tal ofensa parece muy grande a primera vista (v. 7): «cayó allí muerto junto al Arca de Dios»; ni siquiera el propiciatorio le salvó de la muerte. ¿Por qué se portó Dios tan severamente con él? 1. Tocar el Arca, como hemos visto, estaba vedado expresamente a los levitas, bajo pena de muerte. 2. Dios vio en el corazón de Uzá una cierta presunción e irreverencia. Quizá quiso mostrar delante de toda la asamblea cuán bien podía manejar el Arca, al haber estado por largo tiempo a su servicio. 3. David reconoció después que Uzá había sido castigado por un pecado del que todos eran culpables, esto es, por haber transportado el Arca sobre una carreta. Pero aun en esto tenía Uzá mayor culpa, pues de él y de su hermano parece ser que partió la iniciativa de transportarla de aquella manera. 4. Dios quería inculcar con ello en los israelitas una mayor veneración de las cosas santas y convencerles de que no era el Arca menos digna de respeto por haberse hallado hasta entonces en circunstancias humildes; así aprenderían a regocijarse con temor y a tratar las cosas santas con reverencia y temor santo.
III. David se resintió tremendamente de esta desgracia y no podemos decir que sus sentimientos fuesen del todo apropiados como deberían haber sido.
1. Se disgustó mucho (v. 8): «Se encendió la ira de David» (lit.). Es el mismo vocablo hebreo que se emplea para expresar la ira de Dios (v. 7). Porque Dios estaba airado, David también se airó y se puso de mal humor. Es cierto que la muerte de Uzá eclipsó algún tanto la gloria de la solemnidad, pero el deber de David era someterse a la sabiduría y a la justicia de Dios en el episodio, en lugar de desagradarle lo que Dios hizo. Cuando estamos bajo la ira de Dios, hemos de soportarla con mansedumbre.
2. Le entró miedo (v. 9). Parece ser que le sorprendió lo sucedido, pues dijo: «¿Cómo ha de venir a mí el Arca de Jehová?» Como si Dios fuese tan extremadamente escrupuloso en cuanto a su Arca que mejor era mantenerse a distancia de ella. La reacción apropiada habría sido: «Que venga a mí el Arca, y yo aprenderé de este episodio a tratarla con mayor reverencia». Así que no quiso traer para sí el Arca de Jehová (v. 10) mientras no estuviese en mejor disposición de ánimo.
3. Se preocupó de perpetuar la memoria de este golpe y puso al lugar un nuevo nombre: Peres-Uzá (v. 8), que significa «quebrantamiento de Uzá». Anteriormente, después de derrotar a los filisteos, llamó al lugar «Baal-perasím», esto es, «Señor de los quebrantamientos». Pero ahora era el quebrantamiento de uno de sus amigos. El memorial serviría de aviso a la posteridad para evitar toda precipitación e irreverencia en el trato de las cosas santas.
4. Alojó el Arca en buena casa, la casa del levita Obed-edom que caía cerca del lugar en que había acaecido el desastre, y allí: (A) Fue bien acogida y atendida, y permaneció por tres meses (vv. 10, 11). Obed-edom conocía la matanza que el Arca había llevado a cabo entre los filisteos y los betsemitas. Había visto caer a Uzá por tocarla y se dio cuenta de que el propio David tenía miedo de seguir adelante con ella; sin embargo, le abrió de par en par las puertas de su casa sin temor alguno; sabía que era «olor de muerte para muerte» (2 Co. 2:16) únicamente para quienes la tratasen sin respeto. (B) Obtuvo por ello gran bendición: «Y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa». La misma mano que había castigado la orgullosa presunción de Uzá, recompensó la humilde osadía de Obed-edom e hizo que el Arca fuera para él «olor de vida para vida». El Arca de Dios es huésped con cuya acogida nadie pierde. Buena cosa es vivir en una familia que presta al Arca buena acogida, pues todo será bendición allí.
Versículos 12–19
Segundo intento de traer el Arca a Jerusalén; esta vez, con éxito.
I. La bendición que cayó sobre la casa de Obed-edom era una señal de que Dios estaba reconciliado con su pueblo y de que su ira había cesado. Si Dios estaba en paz con ellos, bien podían seguir gozosamente con su empresa. 1. Era una evidencia de que el Arca no era una carga tan pesada como ellos creían; al contrario, era una bendición para quien estaba cerca de ella. 2. Cristo es también piedra de tropiezo y roca de escándalo (1 P. 2:8) para los desobedientes; pero, para los que creen, es principal piedra del ángulo, escogida, preciosa (1 P. 2:6).
II. Cómo se las arregló David ahora. 1. Ordenó que el Arca fuese llevada a hombros de los levitas, en las barras, como estaba mandado. Esto se halla aquí implícito (v. 13), pero está expreso en 1 Crónicas 15:15. 2. Cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca, David ofrecía sendos sacrificios a Dios (v. 13) para expiar por los anteriores errores. 3. Él mismo asistió a la solemnidad con las más elevadas expresiones de gozo que puedan darse, pues danzaba con toda su fuerza delante de Jehová (v. 14). Su danza no fue premeditada según ciertas normas ni ejecutada con artificio formalista, sino que fue una expresión natural y espontánea de su gran alegría y de la exultación de su corazón. 4. Todo el pueblo acompañó con júbilo al Arca (v. 15). 5. El Arca fue traída a salvo y depositada honrosamente en el lugar preparado para ella (v. 17): Metieron el Arca de Jehová y la pusieron en su lugar en medio de una tienda que David le había levantado. E inmediatamente que fue colocada allí, sacrificó David holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová, en agradecimiento a Dios y con súplica para que continuara su favor.
6. Después de esto, el pueblo fue despedido en medio de general satisfacción. Les despidió David: (A) Con una piadosa oración (v. 18): Bendijo al pueblo en el nombre de Jehová de los ejércitos. Por medio de esta oración mostró su deseo de bienestar para ellos, para que así supiesen que tenían un rey que de veras les amaba. (B) Con un generoso regalo (v. 19). Fue un copioso reparto de víveres, no una menguada distribución de limosnas.
Versículos 20–23
Después de despedir a la congregación, David regresó a su casa para bendecirla (v. 20) con una acción de gracias familiar por esta merced nacional. Nunca había regresado David a su casa con tanta alegría y satisfacción como ahora que había traído el Arca a su vecindad; sin embargo, incluso este día tan jubiloso acabó con cierto malestar, ocasionado por su esposa Mical, a quien desagradó la danza de David delante del Arca, ya que pensaba que su esposo se había degradado con ello.
I. Cuando Mical vio a David en la calle, danzando delante del Arca, le menospreció en su corazón (v. 16). Pensó que este entusiasmo por traer el Arca de Dios a la ciudad era excesivo y muy impropio de un soldado, hombre de estado y monarca tan grande.
II. Cuando él llegó a casa con la mejor de las disposiciones, ella salió a su encuentro para cubrirle de reproches. Vemos:
1. Con qué ironía se burló de él (v. 20): «¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel! ¡Cómo has hecho hoy el necio delante de todas las turbas!» Le desagradaba a Mical el entusiasmo de David por el Arca y tildaba de inmodesta, y hasta de lasciva, su forma de comportarse delante del Arca. Pero estos reproches no tenían ningún fundamento, puesto que no cabe duda que David observó el debido decoro en su danza y, además, sólo se despojó de sus vestiduras regias, pues iba vestido con un efod de lino (v. 14); es decir, no en función de monarca, sino de sacerdote que ministra delante de Jehová. El reproche de Mical era tanto más injusto cuanto que David le había mostrado un afecto tan grande que no quiso aceptar la corona sobre todo Israel sin que antes le fuera devuelta la esposa de su juventud (3:13). Con esto echaba de ver Mical que tenía más de hija de Saúl que de esposa de David y hermana de Jonatán.
2. Cómo reaccionó David ante este reproche de ella. Le dio a entender:
(A) Que su intención había sido honrar a Dios (v. 21): Fue delante de Jehová, esto es, con la atención puesta en Dios solamente. Fuese cual fuese la forma maliciosa en que ella había interpretado el gesto de David, él tenía el testimonio de su conciencia de que lo había hecho sinceramente por la gloria de Dios. Y para que no se meta a juzgar la conducta de su esposo, le recuerda que Dios mismo había retirado su apoyo a la casa de Saúl prefiriéndole a él para hacerle rey sobre Israel, y si le parecían viles y despreciables las expresiones de júbilo que había mostrado en la calle delante del Arca él las tenía por tan apropiadas que estaba dispuesto a repetirlas. «Por tanto, danzaré delante de Jehová». (a) Si somos aprobados delante de Dios, y lo que hacemos en nuestras expresiones de piedad lo hacemos por Él, no hemos de temer las censuras ni los reproches de los hombres. (b) Cuanto más se nos vilipendie y menosprecie por hacer el bien, tanto mayor ha de ser nuestra resolución en continuar fieles al Señor y dispuestos a servirle.
(B) Que su intención incluía su propia humillación (v. 22). «Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos, pensando que no hay nada demasiado bajo a lo que no esté yo dispuesto a rebajarme por el honor de Dios».
(C) Que, lejos de tomar en consideración su reproche, prefería ser honrado delante de las criadas de sus siervos (v. 20), que era lo que precisamente Mical le echaba en cara: «Pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado».
Para Mical fue muy triste la consecuencia de este altercado (v. 23): Y Mical, hija de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte (lit.). Aunque el adverbio «ya» no aparece en el texto hebreo, la posición de la frase al final de todo el episodio da a entender como si Dios la hubiese condenado a la esterilidad, la mayor causa de pesadumbre para una mujer semita. Sin embargo, es más probable que David renunciase a tener relaciones con ella. Lo cierto es que tampoco antes había tenido hijos, lo cual explicaría, hasta cierto punto, como comenta el rabino Hertz, su frialdad de corazón. Ella había reprochado injustamente a David, pero ella tenía un mayor y más duradero reproche. Dios honra a quienes le honran a Él; pero quienes le desprecian a Él y a sus siervos, serán menospreciados.
El Arca de Dios es el cuidado de David como había sido su gozo. I. Su consulta a Natán sobre edificar casa para el Arca, da a entender su intención de construirla (vv. 1–2), y Natán aprueba su intención (v. 3). II. Su conversación con Dios sobre ello en la que: 1. Recibe de Dios un benévolo mensaje acerca de este asunto (v. 4–17). 2. Ofrece a Dios una oración muy humilde en contestación al mensaje divino, y acepta agradecido las promesas de Dios para él, y ora con anhelo para que Dios las lleve a cabo (vv. 18–29).
Versículos 1–3
I. David descansa (v. 1): Estaba el rey asentado en su casa (lit.), tranquilo, sin que nadie turbase su reposo ni le acosase para salir al campo de batalla. Por largo tiempo no había disfrutado de una calma como ésta. Y estaba en su elemento cuando, sentado en su casa, podía meditar en las cosas de Dios y en su Ley.
II. Fue entonces cuando pensó en edificar un templo para el honor de Dios. Había ya edificado una casa para sí y una ciudad para sus siervos; ahora piensa en edificar morada para el Arca. 1. Así podría corresponder agradecido a los honores que Dios le había otorgado. 2. También podría de este modo hacer buen uso de la calma que Dios le concedía. David consideró (v. 2) la opulencia de su propio palacio («yo habito en casa de cedro»), comparada con la modestia de la morada del Arca («el Arca de Dios está entre cortinas»), y pensó que era muy poco apropiado el que él morara en un palacio, y el Arca de Dios en una tienda de campaña. David había estado desasosegado hasta encontrar una morada para el Fuerte de Jacob (Sal. 132:4, 5), y ahora está también desasosegado hasta hallar para el Arca otro lugar mejor. Las personas piadosas no pueden disfrutar con sosiego de sus comodidades mientras ven a la Iglesia de Dios en apuros y bajo densas nubes. Por eso, David no tiene contentamiento en su casa de cedro mientras el Arca no tenga mejor acomodo.
III. Comunica su pensamiento al profeta Natán. Se lo dijo para, por medio de él, conocer la mente de Dios. Era ciertamente una buena obra, pero ya no era tan cierto que fuese la voluntad de Dios el que David hubiese de construirla.
IV. A Natán le pareció buena, en un principio, la idea (v. 3): Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo. Al ver que lo que David se proponía era cosa muy buena, Natán le dio ánimos para que llevase adelante su proyecto. También nosotros debemos hacer cuanto podamos para animar y promover los buenos propósitos y planes de otros, alentándoles con buenas palabras cuando tengamos oportunidad. Natán le dio estos ánimos, no en nombre de Dios, sino de su propia cuenta; no como profeta, sino como hombre bueno y prudente.
Versículos 4–17
Plena revelación del favor de Dios para con David por medio de un mensaje que le fue enviado mediante el profeta Natán. El propósito de este mensaje era quitarle a David de la cabeza la idea de edificar el templo, y por eso le fue comunicado: 1. Por la misma mano que le había animado a llevar a cabo la idea, no fuese que, si el mensaje le era comunicado por medio de otra persona, Natán quedase menospreciado y David se sintiese perplejo. 2. La comunicación le vino a David aquella misma noche, para que Natán no continuase por más tiempo en su equivocación y para que David no siguiera llenándose la cabeza con ideas que nunca había de llevar a la práctica.
I. El propósito de David de edificar para Dios una casa es dado de lado. Dios tomó buena nota de tal propósito, ya que sabe muy bien lo que hay dentro del hombre, y se agradó en él, como vemos por 1 Reyes 8:18: «Bien has hecho en tener tal deseo»; con todo, no le permitió que lo llevase a la práctica:
«¿Tú me has de edificar casa en que yo more? ¡No! Tú no me edificarás casa en que habite (v. el lugar paralelo, 1 Cr. 17:4); tengo designado para ti otro trabajo, que ha de ser llevado a cabo primero». David es un hombre de guerra y debe continuar con sus conquistas para ensanchar las fronteras de Israel. David es también un buen salmista y tiene que preparar salmos para el uso del templo cuando éste haya sido edificado y fijar los turnos de los levitas. Para la edificación del templo, será más apropiado el talento genial de su hijo (aún por nacer), y él dispondrá de mayor cantidad de dinero para los gastos de la obra; por consiguiente, a Salomón le será reservado llevar a cabo esa obra. Cada uno ha de servir conforme al don que haya recibido (v. Ro. 12:3 y ss.; 1 Co. 12:7 y ss.). La edificación del templo iba a ser obra de mucho tiempo y necesitaba la adecuada preparación; pero era algo de lo que jamás se había hablado hasta ahora. Dios le dice a David:
1. Que hasta ahora nunca había tenido una casa edificada para Él (v. 6); un tabernáculo había servido para ello, y podía continuar sirviéndole por algún tiempo más. Dios no tiene en mucho la pompa exterior del culto; la presencia de Jehová era tan segura y eficaz cuando el Arca moraba en una tienda como cuando estuvo en un templo. Cristo, como el Arca, «acampó con nosotros» (Jn. 1:14, lit.) cuando estuvo en este mundo, y verdaderamente pasó por el mundo haciendo el bien (Hch., 10:38), pero pasó como peregrino, pues no tuvo morada de su propiedad hasta que subió a los cielos, a las mansiones de arriba en la casa del Padre (Jn. 14:2), y allí se sentó a su diestra (Sal. 110:1; He. 1:3; 8:1; 10:12). También la Iglesia, como el Arca y como Cristo, es peregrina en este mundo (v. 1 P. 2:11) y mora en una tienda de campaña, porque su estado presente es pastoril y, al mismo tiempo, militar; su ciudad o residencia fija está por venir (He. 11:16; 13:14). En sus Salmos, David llama con frecuencia al tabernáculo «templo» (por ej. Sal. 5:7; 27:4; 29:9; 65:4; 138:2), porque respondía a los objetivos de un templo, aun cuando estuviese hecho de cortinas.
2. Que nunca había dado órdenes ni instrucciones, ni aun la más leve insinuación, a ninguno de los anteriores jefes de Israel, esto es, a ninguno de los jueces (1 Cr. 17:6) o cetros (pues así son llamados los gobernantes, como en Ez. 19:14, y así es llamado el Supremo Cetro, el del Mesías, en Nm. 24:17), en cuanto a la edificación del templo (v. 7).
II. Dios le trae a la memoria las grandes cosas que ha hecho por David. 1. Le levantó desde una condición baja y modesta (v. 8): Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas. 2. Le ha dado éxito y victoria sobre sus enemigos (v. 9): «He estado contigo en todo cuanto has emprendido, para protegerte cuando eras perseguido, y para prosperarte cuando ibas persiguiendo». 3. Le ha coronado, no sólo con poder y dominio sobre Israel, sino también con honor y reputación entre las naciones circunvecinas: Y te he dado un nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra.
III. Al Israel de Dios le es prometido que será establecido felizmente (vv. 10, 11). Esto viene como en un paréntesis, antes de las promesas hechas a David personalmente, para que entienda que todo lo que Dios ha determinado hacer por él lo ha hecho por amor a Israel, a fin de que el pueblo pueda vivir felizmente bajo la administración y gobierno de David, y para que él tenga la satisfacción de ver en lontananza paz sobre Israel (comp. con Sal. 128:6). Dos cosas le son prometidas a Israel: 1. Un lugar tranquilo: Canaán será de ellos, sin que nadie les eche de allí. 2. Un tranquilo disfrute del lugar «… ni los hijos de perversidad (lit.)—con lo que alude especialmente a los filisteos, que habían sido una verdadera plaga para ellos—le aflijan más, como al principio».
IV. La principal razón por la que Dios niega a David el privilegio de erigirle un templo no se halla aquí, pero se repite varias veces en 1 Crónicas 22:8; 28:3: «Porque tú has derramado mucha sangre». Aunque, con toda probabilidad, Dios se refiere aquí a la sangre derramada en defensa de la nación, las manos manchadas de sangre no son las más apropiadas para una función casi sacerdotal de edificar el templo del Dios verdadero. Hay autores que piensan que Dios incluye la muerte de Urías (cap. 11) en lo del «derramar sangre».
V. Vienen a continuación las promesas vinculadas a la familia y a la posteridad de David. Él se había propuesto edificar una casa a Dios; ahora, Dios se propone, y promete, edificar casa a David (v. 11); es decir, una dinastía sin fin (v. 16).
1. Algunas de estas promesas se refieren a Salomón, su inmediato sucesor, y al linaje real de Judá. En cuanto a Salomón, vemos: (A) Que Dios le hará heredero del trono de su padre David. (B) Que le afianzará en el trono: «Afirmaré su reino» (v. 12), «afirmaré para siempre el trono de su reino» (v. 13).
(C) Que le había de usar en la honrosa y excelente obra de edificar el templo, del que David tuvo sólo la satisfacción de intentarlo: «Él edificará casa a mi nombre» (v. 13). (D) Que entrará con él en un pacto de adopción (vv. 14, 15): Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo. No hay cosa mejor para la felicidad nuestra y la de los nuestros que tener a Dios por Padre. La promesa tiene que ver, no con una adopción «de gracia» como es la de los creyentes, sino en sentido impropio de adopción, el mismo nombre que se le impuso (hebreo, Yedidiyah) únicamente significa «escogido», no para el Cielo, sino para el trono. En cuanto a dicha adopción como «hijo», vemos: (a) Que Dios, como Padre, le corregirá (v. 14), pues ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (He. 12:7). (b) Con todo no le había de desheredar (v. 15). La revuelta posterior de las diez tribus y su separación de la casa de David fue, más bien, una corrección y un gran castigo de dichas tribus por su iniquidad, pero la constante adhesión de las dos restantes tribus a la casa de David perpetuó la merced de Dios a su familia la cual, aunque se acortó, no fue cortada del todo, como lo fue la casa de Saúl.
2. Otras promesas se refieren a Cristo, que varias veces es llamado David y, con mayor frecuencia, Hijo de David, a quien apuntaban en último lugar, estas promesas y en quien tuvieron su pleno cumplimiento. Él era de la descendencia de David (Hch. 13:23). La promesa: Yo le seré a él por padre, y él me será a mí por hijo, es expresamente aplicada a Cristo en Hebreos 1:5. Además, el establecimiento de su trono y de su reino para siempre (vv. 13, 16) no puede aplicarse a nadie más que a Cristo y a su reino (Lc. 1:33). La casa y el reino de David se derrumbaron hace muchísimos siglos; sólo el reino del Mesías es eterno (v. 16). (A) Natán comunicó fielmente a David este mensaje (v. 17) y, al prohibirle edificar el templo, tuvo que contradecirse a sí mismo (comp. el v. 17 con el 3). (B) Dios cumplió fielmente, a su debido tiempo, estas promesas a favor de David y de su descendencia.
Versículos 18–29
La solemne alocución que dirigió David a Dios en respuesta al benévolo mensaje que Dios le había enviado.
I. El lugar al que se retiró: «Entró el rey David»; esto es, entró en el tabernáculo donde estaba el Arca, que era la señal de la presencia de Dios; se puso frente al Arca.
II. La postura que adoptó: «Se sentó (lit.) delante de Jehová». La Biblia nos presenta tres posturas de oración: 1. De pie, que es la postura sacerdotal, de mediación. 2. De rodillas, que es postura de sumisión y súplica, como hacía el Apóstol Pablo (Ro. 14:11; Ef 3:14). 3. Postrado, rostro en tierra, como vemos en el propio Señor Jesucristo (Mt. 26:39). La postura de David aquí es postura más bien de adoración (v. Éx. 17:12; 1 S. 4:13; 1 R. 19:4). Dice el comentario de Jamieson, Fausset y Brown sobre este lugar: «En cuanto a la actitud particular, David se sentó, más probablemente, sobre sus talones. Esta era la postura de los antiguos egipcios ante sus santuarios; en el Oriente, ésta es la postura que indica más profundo respeto ante los superiores. Personas de la más alta dignidad se sientan así en presencia de reyes, y es la única actitud asumida por los modernos mahometanos en sus lugares y ritos de devoción». Otros autores piensan (entre ellos, el propio M. Henry) que se sentó primeramente para meditar, antes de levantarse para orar.
III. La alocución (u oración) misma, que rebosa piadosos afectos hacia Dios.
1. Habla muy humildemente de sí mismo y de sus méritos personales. Comienza como quien se ha quedado atónito al oír lo que le ha dicho Dios: «¿Quién soy yo, y qué es mi casa?» (v. 18). Tenía baja opinión: (A) De sus méritos personales: «¿Quién soy yo?»; sin embargo, era un hombre de cualidades excepcionales, extraordinariamente dotado en cuerpo y alma. Pero, cuando se aproxima a Dios, piensa de sí como de alguien indigno de que Dios se fije en él. (B) De los méritos de su familia: «¿Qué es mi casa?» Sin embargo, su familia era de la tribu de Judá, la tribu del cetro. Vimos una reacción similar en Gedeón (Jue. 6:15). De aquí hemos de aprender a considerar todos nuestros éxitos como concesiones gratuitas de Dios.
2. Habla muy altamente de los favores de Dios hacia él: (A) En lo que ha hecho por él: «… ¿para que tú me hayas traído hasta aquí?»; es decir, hasta esta posición de tan gran dignidad y poder. (B) En lo que ha prometido hacer por él. Muchas cosas había hecho ya Dios por él; pero, como si todo ello no fuera nada le promete hacer por él mucho más (v. 19). Debemos reconocer, como lo hace aquí David: (a) Que esto supera toda expectación: «¿Y (es) ésta la ley del hombre, Señor Jehová?» (lit.). Esto puede interpretarse de dos maneras: Primera: «¿Puede el hombre esperar que Dios se porte así con él? ¿Es ésta la manera ordinaria que tienes de tratar con los hombres?» Ha sido puesto tan cerca de Dios, comprado a tan alto precio, ha entrado en pacto y comunión con Dios. ¿Es imaginable todo esto? Segunda: «¿Es así como proceden los hombres, unos con otros?» ¡No! El proceder de Dios está infinitamente por encima del proceder de los hombres (Is. 55:8–9). Al ser infinitamente alto, Dios condesciende hasta lo más bajo. Al ser él el ofendido, nos suplica que nos reconciliemos con él, pues él está en principio, por la obra de la Cruz, reconciliado con nosotros (2 Co. 5:19–20). Donde abundan nuestros pecados, sobreabunda su perdón y su gracia (Ro. 5:20) y, así, los puntos más negros de nuestra vida se convierten en constelaciones de perdón. (b) Que más allá de esto no cabe esperar más (v. 20): «¿Y qué más puede añadir David hablando contigo?» Como si dijese: «¿Qué más puedo pedir, y qué más puedo desear?»
«Pues tú conoces a tu siervo, Señor Jehová. Tú sabes lo que puede hacerme feliz, y lo que me has prometido es más que suficiente para ello.» Así también la promesa de Cristo incluye todos los bienes.
¿Qué más podemos pedir para nosotros en nuestras plegarias que lo que nos ha dicho en sus promesas?
3. Todo lo atribuye a la libre y soberana gracia de Dios (v. 21), tanto las grandes cosas que ha hecho por él como las grandes cosas que ha prometido hacer por él y por su familia.
4. Adora la grandeza y la gloria de Dios (v. 22): «Tú te has engrandecido, Jehová Dios; por cuanto no hay como tú». La condescendencia de Dios para con él y el honor que Dios le había otorgado no habían abatido su veneración pavorosa de la majestad divina; pues cuanto más cerca está alguien de Dios, tanto más le deslumbra el resplandor de su gloria, y cuanto más preciosos somos a sus ojos, tanto más grande debería ser Él a los nuestros.
5. Expresa una gran estima hacia el Israel de Dios (vv. 23, 24). Así como no había ninguno entre los dioses que pudiese compararse a Jehová, así tampoco había ninguna entre las naciones comparable a Israel, si tenemos en cuenta:
(A) Las obras que Dios había llevado a cabo por ellos, desde el momento en que los rescató de la esclavitud de Egipto hasta el presente. La redención de Israel, conforme se describe aquí, era tipo de nuestra redención mediante la obra de Cristo en que: (a) Ellos fueron rescatados de las naciones y de sus dioses, nosotros somos rescatados de toda iniquidad y de toda conformidad con el presente mundo (Ro. 12:1, 1 Jn. 2:17). Cristo vino a salvar a su pueblo de sus pecados. (b) Israel fue rescatado para ser un pueblo de la exclusiva propiedad de Dios, santo y purificado, para obtener Él un alto nombre y hacer por ellos grandes cosas. Lo mismo ocurre con nosotros (1 P. 2:9).
(B) El pacto que había hecho con ellos (v. 24). Este pacto era: (a) Mutuo. Ellos habían de ser el pueblo de Jehová, y Jehová había de ser el Dios de ellos. Todos los intereses de Israel habían de estar centrados en Dios; y todas las perfecciones divinas habían de actuar a favor de Israel. (b) Inmutable:
«Porque tú estableciste …». Es algo fijado en los designios divinos. El mismo Dios que asegura el pacto, asegura también, de su parte, el cumplimiento del pacto.
6. David concluye con humildes peticiones a Dios.
(A) Fundamenta sus peticiones en el mensaje mismo que ha recibido de Dios (v. 27): «Porque tú, Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho esta revelación a tu siervo». Como si dijese: «Tú has tenido a bien hacerme estas grandes promesas; de lo contrario, yo no habría hallado en mi corazón unas peticiones como éstas», demasiado grandes para que yo las haga, pero no demasiado grandes para que tú las concedas.
(B) Su fe y su esperanza alzan el vuelo hasta comprometer a la fidelidad de Dios en el cumplimiento de la promesa (v. 25): «Ahora, pues, Jehová Dios, confirma para siempre la palabra que has hablado … y haz conforme a lo que has dicho». Sea tu promesa firme, como es mi petición osada.
(C) Así afincada la raíz de su fe, brotan de sus labios importantes plegarias: (a) Pide que se cumpla la promesa que acaba de hacerle (v. 25), como si dijese: «No deseo más ni espero menos». Así es como también nosotros hemos de convertir en oraciones las promesas de Dios, y así se tornarán feliz cumplimiento, puesto que en Dios el decir y el hacer no son dos cosas diferentes, como suele ocurrir con los hombres, sino que su Palabra es, por sí misma, eficaz (He. 4:12): «Que sea engrandecido tu nombre para siempre». (b) Éste debería ser el centro y compendio de todas nuestras oraciones, como el Alfa y Omega de nuestras plegarias. Como el mismo Señor Jesucristo nos enseñó, debemos comenzar por «Santificado sea tu nombre» y terminar por «y la gloria por todos los siglos. Amén» (Mt. 6:9, 13). (c) Pide por su casa, a la que la promesa hacía especial referencia; primero, que sea bendecida (v. 29): «Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo»; segundo, que dicha bendición sea permanente (v. 26): «Y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti». Y de nuevo (v. 29): «Para que permanezca perpetuamente delante de ti». Esto tiene pleno cumplimiento en la perfección y total firmeza eterna del reino de Cristo. Cuando fue prometido a María (Lc. 1:33) que el reino del Mesías no tendrá fin, quedó abundantemente respondida esta petición del hijo de Isaí a favor de su descendencia.
Después de haber buscado primero el reino de Dios, Y colocado en su apropiado lugar el Arca de Dios, David, ya bien establecido en el trono, comenzó a extender sus dominios. Aquí tenemos un informe.
I. De sus conquistas, con sus triunfos: 1. Sobre los filisteos (v. 1). 2. Sobre los moabitas (v. 2). 3. Sobre el rey de Sobá (vv. 3, 4). 4. Sobre los sirios (vv. 5–8, 13). 5. Sobre los edomitas (v. 14). II. De los regalos que le fueron traídos y de las riquezas que adquirió de las naciones subyugadas, riquezas que dedicó a Dios (vv. 9–12). III. De su corte: la administración de su gobierno (v. 15) y sus más altos oficiales (vv. 16–18). Con esto tenemos una idea general de la prosperidad del reinado de David.
Versículos 1–8
El quehacer de David ahora es hacer la guerra para vengar a Israel de las molestias causadas por sus enemigos, y para que hagan valer sus derechos, puesto que todavía no habían tomado plena posesión de la tierra que les había sido asignada por la promesa de Dios.
I. Subyugó completamente a los filisteos (v. 1). Por largo tiempo habían oprimido y vejado a Israel. Saúl no llegó a imponerse a ellos, pero David completó la liberación de Israel de las manos de ellos, que Sansón había comenzado mucho antes (Jue. 13:5). Méteg-amá es una frase de muy discutido significado, pero 1 Crónicas 18:1 dice Gat, cuyo sentido ya conocemos. En 2:24 hallamos una referencia al «collado de Amá»; por lo que algunos traducen Méteg-amá por «la brida de Amá», con lo que se daría a entender que allí había una guarnición de filisteos que «frenaba» la expansión de Israel por aquel lado. Al tomarla David de manos de los filisteos, les arrancó la «brida» para frenarles a ellos.
II. Derrotó también a los de Moab (v. 2), y los hizo tributarios suyos. Dividió el territorio en tres partes, dos de las cuales destruyó y conservó la tercera a fin de que los moabitas les sirvieran para cultivar el terreno para Israel. Se cumplía así la profecía de Balaam (Nm. 24:17): «Se levantará cetro de Israel y herirá las sienes de Moab». Los moabitas continuaron siendo tributarios de Israel hasta después de la muerte de Acab (2 R. 3:4, 5). Después se rebelaron y nunca fueron ya sometidos.
III. Derrotó también a los sirios o arameos (Siria es, en hebreo Aram, aunque, con el nombre de Aram, se designa también la Mesopotamia septentrional; por lo que, para precisar bien, se dice «Aram de Damasco» cuando se refiere a Siria). Los sirios se dividían en dos reinos, según el sentido de Aram, como aparece en el título del Salmo 60: Aram de Naharáyim (esto es, de los dos ríos), cuya capital era Damasco (famosa por sus ríos—v. 2 R. 5:12—) y Aram de Sobá, contigua a la primera, pero que se extendía hasta el Éufrates. Éstos eran dos reinos norteños de Israel. 1. David comenzó con los sirios de Sobá (vv. 3, 4).
2. Según iba a establecer su frontera en el río Éufrates, conforme a la promesa hecha a Abraham con respecto a la extensión de su descendencia (Gn. 15:18), el rey de Sobá se le opuso, pero David le derrotó completamente e hizo prisionero a lo mejor de su ejército, y le arrebató también los carros y desjarretó a los caballos de los carros, excepto doscientos que reservó para el tiro de cien carros.
IV. En todas estas guerras: 1. David gozaba de la protección de Dios (v. 6): «Jehová dio la victoria a David por dondequiera que iba». 2. Se enriqueció considerablemente. Tomó los escudos de oro que los siervos de Hadad-ézer traían (v. 7) y mucho bronce de distintas ciudades de Siria (v. 8), a las que tenía derecho por estarle prometidas estas regiones en la profecía hecha a Abraham.
Versículos 9–14
I. El rey de Hamat se muestra obsequioso con David, pues parece ser que aquél se hallaba entonces en guerra con el rey de Sobá. Al enterarse de la victoria que David había conseguido contra su enemigo, le envió su propio hijo como embajador (vv. 9, 10) para solicitar su amistad. Y David no perdió nada al tomar bajo su protección a este joven príncipe, pues la riqueza que adquiría como despojo de los territorios que conquistaba, ahora la obtenía de éste como presente de regalo: «Trajo como obsequio utensilios de plata, de oro y de bronce». Mejor es conseguir las cosas por las buenas que por las malas.
II. La ofrenda que hizo David a Dios de los despojos de las naciones (vv. 11, 12): Lo dedicó todo a Jehová. De este modo coronaba todas sus victorias, pues las hacía brillar mucho más que las de Alejandro Magno y César, quienes buscaban su propia gloria, mientras que David buscaba primeramente la gloria de Dios. Todos los utensilios de metal precioso que llegaban a su mano los dedicaba, es decir, los destinaba a la obra futura de la construcción del templo. David quemaba los dioses de oro de los paganos, puesto que eran algo intrínsecamente malo (v. 5:21), pero dedicaba los utensilios de oro, pues de suyo son éticamente neutrales (comp. con 1 Co. 10:25 26). Así también, en la conquista de un alma mediante la gracia del Hijo de David, todo lo que es contrario a la ley de Dios debe ser destruido, toda concupiscencia ha de ser mortificada y crucificada, pero todo cuanto pueda servir para la gloria de Dios debe ser dedicado a su servicio, aunque cambiando de dueño: lo que antes se usaba para el servicio de uno mismo, debe usarse ahora para el servicio de Dios.
III. La reputación que adquirió, de modo especial, por su victoria sobre los sirios y los aliados de éstos, los edomitas: «Así ganó David fama» (v. 13). Algo extraordinario hubo en esta acción de guerra que le consiguió mucho honor, pero David daba a Dios la gloria de sus victorias.
IV. Su éxito contra los edomitas. Todos ellos le quedaron sometidos (v. 14). Los edomitas, descendientes de Esaú (Edom), continuaron por largo tiempo siendo tributarios de los reyes de Judá, como lo fueron los moabitas de los reyes de Israel, hasta que, en tiempo de Joram, se rebelaron (2 Cr. 21:8) y quebraron el yugo de sobre sus hombros, como había profetizado Isaac (Gn. 27:40). Así que David, mediante estas conquistas:
1. Aseguró la paz para su sucesor, a fin de que éste tuviera tiempo y tranquilidad para edificar el templo.
2. También aseguró riquezas para su hijo, a fin de que tuviese con que cubrir las expensas de la construcción. Dios usa a sus siervos de muy distintas maneras: a unos, en batallas espirituales; a otros, en edificios espirituales; y uno prepara trabajo para el otro (por ej. el evangelista para el pastor), para que Dios tenga la gloria de todo. Todas las victorias de David eran tipo del éxito del Evangelio contra el reino de Satanás, quien fue completamente derrotado por medio de la obra de Cristo.
Versículos 15–18
David no estaba tan inmerso en las batallas que libraba al exterior como para descuidar los asuntos del interior, esto es, la administración del gobierno de Israel.
I. Su cuidado se extendía a todas las partes de su reino (v. 15): «Y reinó David sobre todo Israel».
II. Administró justicia con una imparcialidad a toda prueba: «David administraba justicia y equidad a todo su pueblo». Esto insinúa: 1. Su esmero y diligencia en juzgar, la facilidad con que el pueblo tenía acceso al trono, y la disponibilidad del rey para escuchar todas las apelaciones que se le hiciesen. 2. Su imparcialidad al administrar justicia y su equidad en los procedimientos (v. Sal. 72:1, 2).
III. Guardó buen orden y buenos oficiales en la corte. Al ser David el primer rey que disponía de un gobierno firmemente establecido (ya que el reinado de Saúl fue más breve y turbulento), tuvo la oportunidad de modelar la administración. En tiempo de Saúl únicamente se nos habla de Abner como comandante en jefe del ejército, pero David designó más oficiales (vv. 16–18):
1. Dos jefes militares: Joab, que era jefe de las fuerzas de campo, y Benayahu, que estaba al frente de los cereteos y peleteos, quienes eran, con la mayor probabilidad, una especie de milicia pretoriana o guardias de corps de la corte de David. Éstos eran mercenarios extranjeros que, al haber acompañado a David durante su exilio entre los filisteos, fueron hechos ahora sus guardaespaldas, y asistían al rey en palacio, en la administración de la justicia y en la guarda del orden público.
2. Dos jefes religiosos: «Sadoc, hijo de Ahitub, y Ahimélec, hijo de Abiatar». Así dice el texto hebreo actual, pero, a la vista de 1 Samuel 22:20–23; 1 Reyes 1:8; 2:27, etc., es más probable que haya de leerse: Abiatar, hijo de Ahimélec. Así permitió David que hubiese a un mismo tiempo dos sumos sacerdotes; el primero, en Gabaón; el segundo, junto al Arca, en Jerusalén. Sadoc era descendiente de Eleazar (1 Cr. 6:4–8), mientras que Abiatar era descendiente de Itamar, rama que ostentaba el sumo sacerdocio en tiempos de Elí. Durante la rebelión de Absalón, ambos permanecieron del lado de David (15:24–29; 17:15–22; 19:12). Pero, más tarde, Abiatar se puso de parte de Adonías (1 R. 1:7), mientras que Sadoc permaneció fiel a Salomón (1 R. 1:8), por lo que David ordenó que Sadoc y el profeta Natán ungieran por rey a Salomón (1 R. 1:34). Después de la muerte de David, Salomón depuso de su oficio a Abiatar (1 R. 2:27) y así retornó el sumo sacerdocio a su rama legítima (1 R. 2:35).
3. Dos jefes civiles: Uno, Sisá (o Sausá—v. 1 R. 4:3; 1 Cr. 18:16—) que hacía de secretario, encargado del archivo real y de traer a la memoria del rey los asuntos que habían de ser despachados, otro, Serayá, que hacía de escriba, o redactor de los documentos, órdenes y despachos del rey. Sin embargo, los modernos exegetas opinan que se trata del mismo individuo, al que se atribuyen distintos nombres en los distintos lugares del texto sagrado, como ocurre con cierta frecuencia.
4. Los hijos de David, conforme iban haciéndose mayores, eran nombrados consejeros u oficiales de la corte, según el sentido de 1 Crónicas 18:17, aunque el hebreo dice kohanim = sacerdotes, lo cual podría significar que asistían o sustituían a su padre en las funciones, de algún modo sacerdotales, que competían a David, conforme a 6:13–20. Que no eran propiamente sacerdotes es evidente, por cuanto no eran levitas ni descendientes de Aarón. Así es como todos los creyentes somos hechos para nuestro Dios reyes y sacerdotes (Ap. 1:6).
El favor que David dispensó al hijo de Jonatán en atención a su padre. I. Preguntó si quedaba alguien de la descendencia de Saúl, y halló que quedaba Mefi-bóset (vv. 1–4). II. La favorable acogida que dispensó a Mefi-bóset cuando le fue traído a su presencia (vv. 5–8). III. La generosa provisión que le otorgó para él y para los suyos (vv. 9–13).
Versículos 1–8
I. Investigación de David para ver si había quedado alguien de la arruinada casa de Saúl (v. 1). Esto ocurrió bastantes años después de su accesión al trono, puesto que Mefi-bóset, que tenía cinco años cuando murieron su padre y su abuelo, era lo bastante mayor ahora como para tener, a su vez, un hijo (v. 12). Parece ser que David, llevado de otras preocupaciones, había olvidado su obligación con respecto al pacto hecho con Jonatán, pero ahora, hallándose más tranquilo, recordó la promesa hecha a su gran amigo y cuñado.
1. Buscó una oportunidad para hacer el bien (v. 1): «¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?» No se contenta con hacer justicia, sino que quiere hacer misericordia. Y busca a quien hacerla, porque los más necesitados suelen ser los que menos claman.
2. Es al remanente de la casa de Saúl a quienes quiere David hacer misericordia por amor de Jonatán. Deseaba hacer esto, no sólo porque confiaba en Dios y no temía que algún descendiente de Saúl le hiciese daño, sino porque era de espíritu caritativo y estaba dispuesto a perdonar el daño que le hubiesen ocasionado. De él debemos aprender a devolver bien por mal (Ro. 12:17–21; 1 P. 3:9). Ésta es la manera de vencer al mal y hallar misericordia para nosotros y para los nuestros cuando la necesitamos. Jonatán era amigo íntimo de David, ligado a él con pacto; por eso, quería David hacer misericordia a su casa. Hemos de cumplir a conciencia el favor que hayamos prometido, aun en el caso de que no nos sea reclamado. Dios es fiel con nosotros; no seamos nosotros infieles con nuestros semejantes. Aun cuando no haya entre nosotros y los demás un pacto solemne que nos obligue a esta constancia en el amor, hay una ley de amistad, igualmente sagrada y no menos obligatoria, que nos manda mostrar compasión hacia el atribulado (Job 6:14). El amigo, como el hermano, es nacido para el día de la adversidad. La amistad nos obliga a investigar la situación de los familiares supervivientes de aquellos a quienes amábamos.
3. La misericordia que ha prometido hacer la llama (v. 3) «misericordia de Dios»; es decir: (A) Una misericordia muy grande; y éste parece ser el primer sentido según uso corriente en la Biblia. (B) Una misericordia conforme al pacto entre David y Jonatán, del que Dios había sido testigo (1 S. 20:42). (C) Misericordia a ejemplo de la de Dios, pues debemos ser misericordiosos como Él lo es. Jonatán había comprometido a David a que hiciera con él «misericordia de Jehová, para que yo no muera, y no apartarás tu misericordia de mi casa para siempre» (1 S. 20:14–15).
II. La información que le fue dada a David acerca de Mefi-bóset, hijo de Jonatán. Sibá era un antiguo criado de Saúl y conocía bien la situación actual de la familia. Así que informó al rey de que el hijo de Jonatán estaba vivo, aunque lisiado de los pies (v. 3), por la causa que hemos visto en 4:4 y que estaba en Lodebar (v. 4), al otro lado del Jordán, probablemente con los parientes de su madre.
III. Mefi-bóset es traído a la corte. El rey envió a que lo trajesen (probablemente por medio del mismo Sibá) a Jerusalén lo antes posible. Así relevó a Maquir de una preocupación y quizá le recompensó por lo que había hecho a favor de Mefi-bóset. Parece ser que este Maquir era un hombre de corazón muy generoso y que acogió al hijo de Jonatán, no por desafecto hacia David o su gobierno, sino por compasión al vástago empobrecido y venido a menos de un príncipe de Israel. Parece ser que la bondad que mostró David hacia Mefi-bóset influyó en el buen recibimiento que Maquir hizo a David cuando éste huía de Absalón (17:27).
1. Mefi-bóset se presentó a David y, lisiado como estaba, se postró sobre su rostro delante de David e hizo reverencia (v. 6). David había prestado un homenaje semejante a Jonatán, padre de Mefi-bóset, como a príncipe heredero (1 S. 20:41), pues se inclinó tres veces ante él postrándose hasta la tierra. Ahora que se han vuelto las tornas, Mefi-bóset se presenta ante David de un modo semejante.
2. David le recibió con toda la bondad posible. (A) Le habló como sorprendido de verle, pero contento de que hubiese venido.
(B) Le pidió que no tuviera miedo (v. 7): «No tengas temor». Le asegura que le ha mandado llamar, no para hacerle daño, sino para mostrarle misericordia. (C) Le otorgó toda la hacienda de su abuelo Saúl, la cual había pasado a ser propiedad de David después de la rebelión de Is-bóset. La amistad verdadera es siempre generosa. (D) Aunque con esto ya le proveía de suficiente hacienda como para poder vivir cómodamente, le invitó a comer de la mesa regia siempre, honor que únicamente correspondía a los hijos del rey. David no se avergonzó de sentar a su mesa a un lisiado y, además, nieto de su mayor enemigo, sino que, por amor a su buen padre, lo tomó como a uno de su propia familia.
3. Mefi-bóset aceptó estos favores con gran humildad (v. 8): «¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?» ¡Cómo enaltece esta declaración de Mefi-bóset la magnanimidad de David!
Versículos 9–13
David establece ahora las normas que se habían de observar en todo este asunto de Mefi-bóset. 1. Llama a Sibá para que sea testigo de la donación que hace a Mefi-bóset de la hacienda de Saúl (v 9) la cual era considerable por lo que vemos en 1 Samuel 22:7. De todo ello va a ser amo el hijo de Jonatán. 2. Sibá es constituido mayordomo de Mefi-bóset, encargado de cuidar de su hacienda. Después veremos (16:3) cuán desleal fue Sibá hacia su amo. 3. Puesto que David era tipo de Cristo, quien era Hijo y Señor suyo, su raíz y progenie, esta misericordia que David usó con Mefi-bóset sirve para ilustrar la misericordia y el amor de nuestro Dios y Salvador hacia los hombres caídos en pecado, aun cuando no estaba obligado a ello, como lo estaba David con Jonatán. El hombre estaba convicto de rebelión contra Dios y, como la casa de Saúl, bajo sentencia de ser rechazado por Dios, no sólo empobrecido, lisiado y desvalido por la caída original, sino muerto en delitos y pecados (Ef. 2:1). El Hijo de Dios es enviado por el Padre para hacerse cargo de nuestra situación, y viene a buscar y a salvar loque se había perdido (Lc. 19:10). A los que se humillan delante de Él y se encomiendan a Él les restaura la perdida herencia, les da derechos a un paraíso mejor que el que Adán perdió, y los toma en comunión consigo, los sienta como hijos a su mesa y les sacia con los más exquisitos manjares celestiales.
Guerra que tuvo David contra los amonitas y sus aliados los sirios. I. David envió una embajada amistosa a Hanún, rey de los amonitas (vv. 1, 2). II. Los emisarios de David fueron vilmente ultrajados bajo pretexto de infundadas sospechas de espionaje (vv. 3, 4). III. Ante el esperado resentimiento de David (v. 5), los amonitas se prepararon para hacerle la guerra (v. 6). IV. David llevó la guerra hasta el territorio enemigo y envió contra ellos a Joab y Abisay, quienes se dirigieron a la batalla con gran valentía y confianza en Dios (vv. 7–12). V. Los amonitas, y sus aliados los sirios, fueron completamente derrotados (v. 13, 14). VI. Reunidas de nuevo las tropas enemigas, salieron a pelear contra Israel, pero fueron derrotadas por segunda vez (vv. 15–19).
Versículos 1–5
I. David quiso presentar sus respetos a su vecino el rey de los amonitas (vv. 1, 2), para devolverle el favor que Nahás, padre del rey, había prestado a David (v. 2). David era muy agradecido y, si recibía un favor, sabía corresponder muy bien. Al mismo tiempo, le enviaba el pésame por la muerte de su padre. Es un consuelo para los hijos, cuando se muere el padre o la madre, hallar que los amigos de los padres son también amigos suyos y desean conservar las buenas relaciones con ellos.
II. La gran afrenta que hizo Hanún, rey de los amonitas, a David y a sus embajadores. 1. Dio oídos a la malévola sugerencia de sus príncipes, que le dieron a entender que los emisarios de David, con pretexto de traer un mensaje de condolencia de David, venían como espías (v. 3). Como dice el antiguo refrán, «piensa el ladrón que son todos de su condición». El obispo Patrick hace notar sobre esto que «no hay nada tan bien intencionado que no pueda ser mal interpretado, y eso es lo que sucede con personas que sólo se aman a sí mismas». 2. En consecuencia, afrentó vilmente a los embajadores de David, quienes habían venido desarmados, y confiados en que los amonitas les tratarían con respeto; pero Hanún, un sórdido villano, los trató peor que a bribones y vagabundos, pues les rapó la mitad de la barba, les cortó los vestidos por la mitad hasta las nalgas y los despidió (v. 4), exponiéndolos así al desprecio y a la burla de sus criados.
III. Interés y preocupación de David por sus servidores, que de tal manera habían sido ultrajados. Envió recado de que se dirigieran a Jericó y se quedasen allí, donde, por ser un lugar apartado, no tendrían ocasión de hallarse con mucha gente, hasta que les creciera la barba lo suficiente como para que la otra mitad pudiese ser cortada al mismo nivel (v. 5). Los judíos y, en general, los orientales consideran la barba como un signo de virilidad y madurez; de modo que raparle a uno la barba era grave injuria, pero cortar sólo una mitad era doble insulto. Aprendamos aquí a no resentirnos demasiado de los insultos que recibamos, pues, sin tardar mucho, se volverán contra los que nos los han lanzado, mientras que nuestra buena reputación se recobrará pronto de nuevo, como les pasó a las barbas de estos emisarios. Dios
«exhibirá tu justicia como la luz … Por tanto, guarda silencio ante Jehová, y espera en Él» (Sal. 37:6, 7).
Versículos 6–14
I. La preparación que los amonitas hicieron para la guerra (v. 6). No sintiéndose con fuerzas suficientes para oponerse ellos solos a los israelitas, se vieron obligados a alquilar fuerzas de otros países para que les ayudasen en la empresa.
II. La rápida reacción de las fuerzas de David contra el enemigo (v. 7). Cuando David se enteró de los preparativos militares de los amonitas envió a Job con todo el ejército de los valientes (lit.). Lo más probable es que la frase haya de leerse: «con todo el ejército (esto es, la masa del pueblo) y los valientes», es decir, los guerreros veteranos o profesionales (comp. con 15:18; 20:7). Fue prudente la medida de llevar la guerra al territorio del enemigo, en la puerta misma de la ciudad de ellos, donde había acampado para guardar su frontera. Según 1 Crónicas 19:7, la ciudad era Medebá (la actual Madabá).
III. Por ambas partes se hicieron los preparativos para el encuentro bélico. 1. El enemigo se organizó en dos cuerpos: uno, compuesto de amonitas, quienes, como era de suponer, se apostaron en la puerta de la ciudad; el otro, compuesto de sirios a quienes habían alquilado para esta guerra, los cuales quedaron apostados a cierta distancia en el campo de batalla, para cargar contra los israelitas por el flanco, mientras los amonitas cargaban de frente (v. 8). Joab, como experto general, dividió sus fuerzas del mismo modo: tomó bajo su mando a lo más escogido de las tropas para combatir contra los sirios, y encargó a su hermano Abisay el mando del resto de las fuerzas para luchar contra los amonitas (v. 10).
IV. Breve arenga de Joab antes de la batalla (vv. 11, 12).1. Con toda prudencia concertó con su hermano la forma en que habían de llevar la lucha. En caso, aunque improbable, de que uno de los dos cuerpos se viese obligado a retroceder, el otro cuerpo, a una señal convenida, enviaría un destacamento para ayudarle. Así es como los soldados de Cristo deben fortalecerse las manos unos a otros en su lucha espiritual; el fuerte ha de socorrer y ayudar al débil. Quienes, por la gracia de Dios, salen vencedores de la tentación, deben aconsejar, ayudar y confortar a los débiles y orar por los que son tentados como ellos (Lc. 22:32): «Y tú, cuando te hayas vuelto, fortalece a tus hermanos». 2. Se envalentona a sí mismo y también a su hermano y al resto de las tropas, sin importarle el número de las tropas que había frente a ellos. Lejos de pensar en una retirada, exhorta a cargar contra el enemigo con toda bravura (v. 12):
«Esfuérzate, y esforcémonos, no por la paga, la promoción, el honor o la fama, sino por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; por el bien de la nación, en el cual están implicados el honor y la gloria de Dios». «¡Por Dios y por la patria!», viene a decir Joab. 3. Piadosamente deja el resultado en las manos de Dios: «y haga Jehová lo que le parezca». Si cumplimos en conciencia con nuestro deber, bien podemos dejar, con la mayor confianza y satisfacción, los resultados en las manos de Dios.
V. La victoria que obtuvo Joab contra las fuerzas confederadas de Siria y Amón (vv. 13, 14). Primero, fueron derrotados los sirios por Joab y, luego, los amonitas por Abisay. En realidad, parece ser que los amonitas no llegaron a luchar, sino que, al ver a los sirios derrotados y en retirada, huyeron ellos a su ciudad.
Versículos 15–19
1. Nuevo intento de los sirios por recuperar el honor perdido y oponerse al progreso amenazante de las armas victoriosas de David. 2. El fracaso de este intento por la vigilancia y el valor de David, quien, en batalla campal, derrotó a los sirios (v. 18). El general de éstos murió en el campo de batalla, y David regresó triunfante a casa. 3. Consecuencias de esta victoria sobre los sirios: (A) David ganó nuevos tributarios (v. 19). Los reyes (o reyezuelos) que habían estado sometidos a Hadad-ézer, cuando vieron lo poderoso que David era, fueron lo bastante prudentes para hacer paz con Israel, con el que vieron que no daba resultado mantener guerra, y le sirvieron, como quienes tenían necesidad de ser protegidos por Israel. Así se cumplió, por fin, la promesa hecha a Abraham (Gn. 15:18), y repetida a Josué (Jos. 1:4), de que las fronteras de Israel se extenderían hasta el río Éufrates. (B) Los amonitas perdieron sus antiguos aliados: Y de allí en adelante los sirios no osaron ayudar más a los hijos de Amón.
Las Escrituras son fieles en declararnos las faltas incluso de las personas a las que más aplauden, lo cual es una evidencia de la sinceridad de los escritores sagrados, así como de que no escribieron para favorecer a ninguna persona ni a ningún grupo; y estas narraciones, como el resto de la Biblia, «se escribieron para nuestra enseñanza», a fin de que, «el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co. 10:12) y que las caídas de otros nos sirvan de aviso. Los pecados de los que vemos aquí culpable a David, son pecados muy graves y grandemente agravados. I. Cometió adulterio con Betsabé, la mujer de Urías (vv. 1–5). II Hizo cuanto pudo para que pareciese que Urías era el padre de la prole concebida espuriamente (vv. 6–13). III. Cuando este proyecto fracasó, planeó la muerte de Urías a manos de los amonitas, plan que resultó efectivo (vv. 14–25). IV. Y se casó con Betsabé (vv. 26–27). ¿Es David este hombre? Quien lea esto, se de cuenta de lo que son los mejores hombres cuando Dios los deja de su mano.
Versículos 1–5
I. Gloria de David en la prosecución de la guerra contra los amonitas (v. 1). Rabá, la capital, ofreció fuerte resistencia y allá fue enviado Joab para poner sitio a la plaza. Fue durante este asedio cuando cayó David en pecado. El texto hace notar que era «la época en que salen los reyes a campaña», esto es, la primavera. Si David hubiese salido a campaña, no habría estado ocioso en su palacio y expuesto así a la tentación.
II. Vergüenza para David al dejarse conquistar y ser llevado cautivo por su propia concupiscencia (v. Stg. 1:14–15), hasta cometer adulterio, pecado grave contra el séptimo mandamiento del Decálogo.
1. Obsérvense las circunstancias que concurrieron a ocasionar este pecado: (A) Negligencia en los asuntos de gobierno. Cuando debería haber estado con sus tropas en el campo de batalla, en las luchas de Jehová, encargó a otros este menester, «pero David se quedó en Jerusalén» (v. 1). Si hubiese estado ahora en su puesto al frente de sus tropas, no habría estado expuesto a la tentación. Siempre que nos hallamos fuera del camino de nuestro deber, nos encontramos en el camino de la tentación. (B) Amor a la comodidad y al ocio: «Al caer la tarde, se levantó de su lecho» (v. 2), es decir, de echarse la siesta. El ocio, como dice el refrán castellano, es la madre de todos los vicios. Las aguas estancadas se corrompen fácilmente. La cama de la pereza resulta con frecuencia la cama de la impureza. (C) Unos ojos sin control, al contrario que los de Job (Job 31:1): «Vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando», probablemente limpiándose de alguna polución ceremonial, conforme a la ley (v. el v. 4).
2. Las etapas del pecado. Cuando David vio a la mujer, concibió inmediatamente su concupiscencia y: (A) «Envió a preguntar por aquella mujer» (v. 3), trató quizá de casarse con ella, si no estaba casada.
(B) Su corrupto deseo se tornó más violento y, aunque se le dijo que estaba casada y con quién envió mensajeros que la trajeran (v. 4). (C) Y, cuando llegó, David se acostó con ella, consintiendo ella con toda facilidad, por tratarse del rey, de un rey tan grande y tan bueno y magnánimo.
3. Las agravantes del pecado. (A) David ya tendría unos cincuenta años. (B) Tenía muchas esposas y concubinas. (C) Urías, a quien hizo traición, era uno de sus mejores servidores y soldados que estaba exponiendo su vida en lo más recio de la lucha por el honor y la seguridad del rey y del reino, precisamente en el lugar donde David debería estar. (D) Betsabé, de la que abusó, era mujer de buena reputación. El adúltero no sólo arruina su propia alma, sino también la de su cómplice. (E) David era un rey a quien Dios había encargado la espada de la justicia y la ejecución de los criminales, especialmente de los adúlteros, conforme a la ley de Dios. Sólo tuvo una circunstancia atenuante: que lo cometió una sola vez, pues no era ésa su costumbre, y lo hizo bajo el tremendo influjo de una fuerte pasión; fue sorprendido por la tentación, más bien que bajo el influjo de un plan fríamente calculado. No era de aquellos que, como dice el profeta Jeremías, relinchaban, como caballos bien alimentados, tras la mujer de su prójimo (Jer. 5:8); pero esta vez Dios lo dejó de su mano. Con este ejemplo se nos enseña la necesidad que tenemos de orar cada día: «Padre … no nos metas en tentación» (lit. Mt. 6:13) y de orar para que no entremos en ella.
Versículos 6–13
Podemos suponer que Urías había estado ausente de su mujer por varias semanas. La situación de su mujer iba a sacar a luz las ocultas obras de las tinieblas; y cuando regresase Urías y se diese cuenta de la infidelidad que se había cometido contra él, y por quién, era de esperar: 1. Que llevase a su mujer a los tribunales, conforme exigía la ley, y que fuese ejecutada a pedradas. Esto ya se lo temía Betsabé cuando envió recado a David de que había concebido, insinuando que era su deber hacer lo posible por protegerla. 2. Podía también esperarse que, al no poder proceder contra el rey por una ofensa de esta índole, tratase de vengarse por otros medios, quizás al encabezar una rebelión contra él. Para impedir este doble perjuicio, David intenta un medio de hacer que aparezca Urías como padre de la criatura concebida y, por eso, envía a llamar a Urías para que venga a pasar una noche o dos con su mujer. Veamos:
I. Cómo urdió David el complot. Urías debía abandonar su puesto en el campo de batalla y regresar a su casa, bajo pretexto de interrogarle «por la salud del pueblo y por el estado de la guerra» (v. 7), esto es, cómo iba el asedio de Rabá. Después de conversar con él lo suficiente para cubrir el pretexto, David le envió a su casa para que «se lavara los pies», expresión que indicaba, no sólo la necesidad de higiene, sino también reposo, descanso en cama. Parece ser que Urías, fatigado de la lucha, prefirió dormir a la puerta de palacio, con los de la guardia, antes que ir a casa. No se nos dice si comió o no el presente de la mesa real. Los autores hacen notar la posibilidad de que Urías hubiese oído rumores acerca de las relaciones de su mujer con el rey, y sus sospechas aumentarían ante el frívolo interrogatorio de David y su insistencia en que Urías se fuese a dormir a su casa. Fracasado el proyecto de David aquella noche, al día siguiente invitó a Urías a comer y a beber con él hasta embriagarlo (v. 13). Fue una malvada acción, lo es siempre, sea cual sea el objetivo, embriagar a una persona. Privar de la razón a un hombre es peor que robarle el dinero.
II. Cómo fracasó el plan de David por la firme resolución de Urías de no ir a dormir con su mujer. Ni siquiera la embriaguez le hizo cambiar de propósito. Ya había dicho anteriormente (v. 11): «El Arca, Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en mi casa para comer y beber, y acostarme con mi mujer? Por vida tuya, y por vida de tu alma, que yo no haré tal cosa». No cabe duda de que: 1. Ésta era en sí una resolución generosa y mostraba a Urías como hombre de gran temple, hecho a sacrificar los deleites de los sentidos al provecho del interés de la nación. 2. Su resolución debería haber despertado la conciencia de David y herirle el corazón por el crimen que había cometido.
Versículos 14–27
Cuando fracasó el proyecto de David de aparentar que Urías era el padre de la criatura concebida, y ante la perspectiva de que, andando el tiempo, Urías conocería de cierto la villanía que se había cometido contra él, el diablo puso en el corazón de David eliminarle. Este hombre, tan inocente, tan valiente y tan galante, que estaba dispuesto a morir por el honor de su rey, tiene que morir a manos de su rey. Véase de aquí cómo los deseos de la carne luchan contra el alma y qué destrucción tan enorme causan en esa guerra, cómo ciegan la vista, endurecen el corazón, cauterizan la conciencia y privan de todo sentido del honor y de la justicia a los hombres. El diablo, después de poner, como venenosa serpiente, en el corazón de David el matar a Urías, pone ahora, como astuta serpiente, en la cabeza de David, el medio más sutil de llevar a cabo su plan mortífero.
I. Se envía recado a Joab de que ponga a Urías en el lugar más peligroso de la lucha y lo abandone allí a fin de que muera a manos del enemigo (vv. 14, 15). Este segundo crimen: 1. Fue plenamente deliberado. 2. El recado fue enviado por mano del propio Urías, algo de lo más vil y bárbaro que pueda cometerse, al hacer a la propia víctima causa instrumental inconsciente de su propia muerte. 3. Con ello se abusaba de la valentía y del celo de Urías por su rey y su nación, ya que, en lugar de promoverle y recompensarle por tan preclaras cualidades, se le entregaba tanto más fácilmente a su propia muerte. 4. Muchas otras personas tenían que ser involucradas en el crimen, pues tanto Joab, el general que dio la orden como los compañeros de Urías que tenían que retirarse de él, cuando debían en conciencia estar a su lado y ayudarle, incurrían en culpabilidad por su muerte. 5. Urías no iba a morir solo, los soldados que estaban a su lado, o a su mando, quedaron en el mismo peligro, y es posible que a ellos se refiera el v. 17.
6. Esto servirá de gran gozo y triunfo a los amonitas, los enemigos jurados de Dios y de Israel.
II. Joab ejecuta estas órdenes. En el siguiente asalto contra la ciudad, asigna a Urías el puesto más peligroso y allí muere (vv. 16, 17). Es extraño que Joab se comportara así, solamente con base en una carta, sin conocer el motivo. Pero: 1. Quizá supuso que Urías había cometido algún grave crimen, o: 2. Como Joab había sido culpable de derramar sangre, es de suponer que le agradase bastante ver al propio David caer en el mismo crimen.
III. Consumado el proyecto, Joab envía un despacho a David. Envía a un mensajero que lleve inmediatamente a David informe de la reciente derrota (v. 18) y, si ve que el rey comienza a enfadarse, que le comunique a renglón seguido que «también murió tu siervo Urías heteo» (v. 21). El mensajero comunicó fielmente el informe a David (vv. 22–24). Le dio a entender que el enemigo hizo una salida sobre los sitiadores («salieron contra nosotros al campo»), pero que éstos les hicieron retroceder con gran bravura («aunque les hicimos retroceder hasta la entrada de la puerta»), y concluyó con la mención, de pasada, de que los flecheros tiraron contra tus siervos desde el muro, y murieron algunos de los siervos del rey y, particularmente (ahora viene la tan esperada noticia), murió también tu siervo Urías heteo (v. 24).
IV. David recibe el despacho con mal disimulada satisfacción (v. 25). Según el texto de los LXX, David se enfadó muchísimo al principio e hizo todas las preguntas que Joab había supuesto (vv. 20, 21), pero el texto hebreo no tiene más de lo que aparece en nuestras versiones RV.
V. Poco después, David se casó con la viuda de Urías. Ella se sometió a la ceremonia de hacer duelo por su esposo por el mínimo tiempo que la costumbre permitía (v. 26), y luego la llevó David a palacio, fue su mujer y le dio a luz a un hijo. Todo el asunto de Urías (como se le llama literalmente en 1 R. 15:5), es decir, el adulterio, las falsedades, el asesinato y aun el posterior matrimonio con Betsabé, fue desagradable a los ojos de Dios. Dios aborrece siempre el pecado, pero, sobre todo, el pecado de sus hijos. En efecto, cuanto más cerca de Él están en su profesión de fe, tanto más le ofenden en su pecado. Que nadie, pues, se anime a pecar con el ejemplo de David, porque quienes cometen pecados de la gravedad de los suyos, caen bajo el desagrado de Dios como él cayó. Del emperador Teodosio el Grande cuenta la historia que, al ser reprendido y puesto fuera de comunión por el obispo Ambrosio de Milán por la drástica ejecución de miles de sediciosos llevada a cabo en Tesalónica, alegó que «también David pecó», a lo que replicó Ambrosio: «Pues si has seguido a David en el pecado, síguele también en el arrepentimiento».
El capítulo anterior nos informaba del pecado de David; el presente nos informa de su arrepentimiento. Aunque cayó, no quedó en tierra, sino que, por la gracia de Dios, se recuperó y recobró el favor de Dios. I. Su convicción de pecado se debió a un mensaje de Dios por medio de Natán, quien lo expuso en una parábola por la que obligó a David a condenarse a sí mismo (vv. 1–6), y, al aplicarle la parábola, Natán le culpó del pecado que había cometido (vv. 7–9) y pronunció contra él la sentencia (vv. 10–12). II. Su arrepentimiento y el perdón que Dios le otorgó del pecado, no sin anunciarle la muerte del niño (vv. 13, 14). III. Enfermedad y muerte de éste, y extraña conducta de David en este caso (vv. 15–23), con la que demostró su sincero arrepentimiento. IV. Nacimiento de Salomón y benévolo mensaje de Dios tocante a él, con el que Dios mostró que estaba reconciliado con David (vv. 24–25). V. Toma de la ciudad de Rabá (vv. 26–31), lo cual se menciona como una prueba más de que Dios no trató a David conforme a su pecado.
Versículos 1–14
Parece ser que pasó bastante tiempo desde que David cometió el adulterio con Betsabé antes de llegar a ser convicto de pecado y arrepentirse de él, puesto que, cuando Natán fue enviado a él, ya había nacido el niño (v. 14). ¿Qué habremos de pensar del estado de David durante todo ese tiempo? Podemos suponer que, al quedar interrumpida su comunión con Dios, quedaron suspendidos sus consuelos espirituales y la sinceridad de sus ejercicios de devoción. Sabemos que durante todo ese tiempo no compuso ningún salmo, su arpa quedó desafinada y su alma era como un árbol en invierno, cuando la vida no se manifiesta y solamente aparece en la sanidad de las raíces.
I. El mensajero que Dios le envió. Le envió un profeta—Natán, su fiel amigo y confidente—para que le instruyese y aconsejase (v. 1). Aun cuando Dios permite que los suyos caigan en pecado, no permite que queden tranquilos en él. Nos envía algo o alguien que nos despierte del marasmo y nos busca antes de que nosotros le busquemos; si así no fuese, estaríamos perdidos. Natán era el mismo profeta por medio del cual le había notificado Dios sus intenciones con respecto a él y a su casa (7:4 y ss.); ahora, de la misma mano, le envía este mensaje de enojo.
II. El mensaje que Natán le comunicó.
1. Introdujo el caso mediante una parábola, que a David le pareció consistir en una queja que le presentaban con respecto a uno de sus súbditos que había perjudicado a un prójimo necesitado.
(A) Natán presentó a David el caso de un ricachón que había cometido una villanía contra un honesto y pobre vecino suyo, quien no podía llevarlo a los tribunales por miedo a represalias. El rico tenía numerosas ovejas y vacas (v. 2), pero el pobre no tenía más que una sola corderita (v. 3), carecía, a no dudar, de recursos para comprar otras, además, la corderita era para él y para sus hijos un animalito mimado, hasta el punto de que la tenía como a una hija. El ricachón, en una ocasión en que tuvo que dar una comida a un amigo, en lugar de tomar de su rebaño, variado y copioso, arrebató al pobre con violencia la única cordera que éste poseía, para hacer uso de ella en la comida (v. 4), ya fuese por codicia, por escatimar el hacer uso de su propio rebaño o, más bien, por capricho, por parecerle que aquella corderita tenía que ser tan tierna y delicada al paladar como lo era al afecto del pobre y de sus hijos.
(B) Así mostró Natán a David la gravedad del pecado que había cometido al abusar de Betsabé. Tenía muchas esposas y concubinas; quizás, a cierta distancia, como el rico que guardaba su rebaño en los campos y corrales. El matrimonio es un remedio contra la fornicación; pero el casarse con muchas mujeres no lo es, pues, una vez que se ha transgredido la ley de la unidad, rara vez encuentra barreras la concupiscencia sin freno. Obsérvese que esta mala disposición es comparada, en la parábola, a un caminante (v. 4), porque así se comporta a los principios, pero, con el tiempo, se convierte en un huésped y, finalmente, llega a hacerse el amo de la casa.
(C) Con esta parábola condujo a David al punto de que pronunciase sentencia contra sí mismo, porque, al pensar David que se trataba de un caso real, y al no dudar de que era verdad al oírlo de labios del mismo Natán, pronunció inmediatamente juicio contra el ofensor y confirmó la sentencia por medio de un juramento (vv. 5, 6): (a) Por cometer tal injusticia al llevarse la cordera, debía restituir el cuádruplo (v. 6), conforme a la Ley (Éx. 22:1, Lc. 19:8). (b) Por su tiranía y crueldad en abusar del pobre, debía sufrir la pena de muerte.
2. De la forma más breve y directa, aplicó la parábola a David: «Tú eres ese hombre» (v. 7). Como si dijese: «Tú has hecho algo parecido, y aun mucho peor, a tu prójimo. ¿Merecería morir el que tomó la única cordera de su vecino, y no lo merecerás tú que tomaste la única esposa de tu prójimo?» Ahora habla Natán directamente de parte de Dios, no como un intercesor a favor de un pobre hombre, sino como embajador del gran Dios, con quien no hay acepción de personas.
(A) Dios, por medio de Natán, le trae a la memoria a David las grandes cosas que ha hecho, y ha resuelto hacer, por él, al ungirle por rey y al preservarle su vida para que llegase al trono (v. 7). Le había dado la casa de Judá y la de Israel. Las riquezas del reino estaban a su disposición y todo el pueblo estaba presto a obedecerle.
(B) Le acusa de haber menospreciado la autoridad de Dios con los pecados que ha cometido (v. 9):
«¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová?» (a) Dos veces se menciona el asesinato de Urías:
«A Urías heteo heriste a espada … lo mataste con la espada de los hijos de Amón, de esos incircuncisos que son enemigos de Dios y de Israel». (b) El casamiento con Betsabé es mencionado también dos veces, porque él pensó que no había ningún mal en ello: «Y tomaste por mujer a su mujer» (v. 9); «Y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer» (v. 10). Casarse con ella después de haber abusado de ella y a cuyo marido había matado, era una afrenta contra el carácter sagrado del matrimonio, desecrándolo villanamente, en lugar de paliar su abuso.
(C) Le amenaza con severos juicios contra su familia a causa de este pecado (v. 10): «Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, ni en tus días ni posteriormente». En efecto, el hijo segundo de David, Queilab o Daniel, debió de morir muy joven y no sabemos que muriera de muerte violenta, pero los otros tres primeros hijos, Amnón, Absalón y Adonías, murieron trágicamente, esto aparte de las muchas tragedias sufridas por su posteridad. ¿Pueden acaso convivir la misericordia y la espada? Sí, es posible que quienes sufren grandes y largas tribulaciones no por eso sean excluidos de la gracia del pacto. La razón para estas amenazas es (v. 10): «por cuanto me menospreciaste». En particular se le amenaza: (a) Con que sus hijos le causarán pesadumbre (v. 11): «Yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa». Con que sus esposas le servirán de vergüenza, pues alguien abusará de ellas a plena luz (vv. 11, 12, comp. con 16:22).
3. Entonces David confiesa arrepentido su pecado (v. 13): «Pequé contra Jehová». De ello nos da testimonio inmortal el Salmo 51, que David compuso a raíz de esto. También Saúl había confesado su pecado, pero no estaba sinceramente arrepentido, pues únicamente deseaba conservar su reputación ante el pueblo (1 S. 15:2430), pero el arrepentimiento de David fue sincero. Nótese que, tanto ahora como más expresamente en el salmo, David confiesa haber pecado contra Jehová, porque su pecado contra Urías y contra Betsabé eran primordialmente violaciones de la ley de Dios.
4. Después de esta confesión, Natán le declara que Dios ha perdonado su pecado, pero no sin predecirle también las funestas consecuencias del mismo. Al percibir Natán que David había dicho sinceramente: «He pecado»:
(A) Le asegura, de parte de Dios que su pecado ha sido perdonado (v. 13): «También Jehová perdona tu pecado y lo retira de su ira justiciera; no morirás». No quiere decir que no haya de morir un día, sino que no ha de morir precisamente a causa de este pecado; en especial, no había de sufrir la muerte eterna, por cuanto su pecado había sido perdonado. Con esto le aseguraba que aun cuando la espada no se apartaría jamás de su casa (v. 10), a él no le cortaría, sino que bajaría en paz al sepulcro y que, aunque había de ser castigado dolorosamente en vida, no sería condenado con el mundo (1 Co. 11:32).
(B) Pero, por otro lado, pronuncia sentencia de muerte sobre el niño que le había nacido de Betsabé (v. 14). ¡Misterios de la soberanía de Dios! El padre, tan enormemente culpable, queda con vida, mientras el niño inocente va a morir. (a) David, con su pecado, había deshonrado a Dios: «Por cuanto con este asunto diste ocasión de blasfemar a los enemigos de Jehová» (v. 14). Así dice—nota del traductor—el texto hebreo actual, al que siguen todas las versiones. Pero éste es uno de los 18 textos (en la lista oficial, pues hay otros más) enmendados por los Soferim (los escribas antiguos). El texto primitivo decía: «Por cuanto con este asunto blasfemaste de Jehová». Por respeto al gran David, un escriba interpoló en el texto lo de «los enemigos». En todo caso, uno de los grandes males de los pecados de los creyentes, o de los que profesan la religión cristiana, es que dan a los enemigos de Dios y de la religión oportunidades para endurecerse y blasfemar (Ro. 2:24). (b) Por consiguiente, Dios va a vindicar su honor y mostrar su desagrado contra David por este pecado al hacer que todos vean que, aunque ama a David, odia el pecado de David; y resuelve llevar a cabo esta vindicación mediante la muerte del niño.
Versículos 15–25
Después de comunicar su mensaje, Natán no se detuvo en la corte, sino que se marchó a su casa, probablemente para orar por David, a quien había antes predicado. Es notable que David llamase a uno de los hijos que tuvo de Betsabé, Natán, en honor de este profeta (1 Cr. 3:5), y fue a través de este hijo precisamente como descendió de David el Gran Profeta, Jesucristo (Lc. 3:31). Cuando Natán se retiró, es de suponer que también David se retiró a llorar su pecado y a escribir el Salmo 51, al que antes hemos aludido.
I. Enfermedad del niño (v. 15): «Y Jehová hirió al niño que la mujer de Urías había engendrado de David, y enfermó gravemente».
II. Humillación de David ante esta señal del desagrado de Dios, y la oración que elevó a Dios por la vida del niño (vv. 16, 17): «Ayunó … y pasó la noche acostado en tierra». Esto era una prueba evidente de la sinceridad de su arrepentimiento. Porque: 1. Con esto se ve que estaba dispuesto a sufrir la vergüenza por su pecado, ya que este niño habría sido un continuo memorándum del pecado; por tanto, estaba tan lejos de desear su muerte, como la desean la mayoría de los hombres en tales casos, que oró ardientemente y ayunó para que Dios le conservase la vida. 2. Mostraba también un espíritu tierno y compasivo hacia los pequeñitos; ésta era otra señal de un espíritu contrito y humillado. Un sincero arrepentimiento comporta compasión hacia los demás. David ora fervientemente, pues no quiere que caiga sobre el niño el castigo de su propio pecado.
III. Muerte del niño. «Y al séptimo día murió el niño» (v. 18), es decir, al séptimo día del mensaje de Natán a David, no precisamente cuando el niño tenía siete días de edad (como supone el propio M. Henry).
IV. La sorprendente calma y compostura de David cuando se enteró de que había muerto el niño.
1. Lo que hizo. (A) Dejó a un lado las expresiones de dolor, se bañó y ungió, y mandó que le trajesen ropa limpia para cambiarse y poder así presentarse más decentemente delante de Jehová. (B) Luego «entró en la casa de Jehová (esto es, donde estaba el Arca) y adoró» (v. 20). Lo mismo había hecho Job cuando se enteró de la muerte de sus hijos e hijas (Job 1:20). (C) «Después vino a su casa, pidió que le trajesen de comer, y comió». Tomó su refrigerio, como quien ha encontrado la paz del Señor en el día de su aflicción.
2. La razón que dio de este modo de comportarse. A sus criados les pareció extraño que, después de estar tan afligido durante la enfermedad del niño, tuviese ahora tanta compostura después de la muerte del hijo, y le preguntaron la razón (v. 21), en respuesta a lo cual: (A) David alega que, mientras el niño vivía, creyó que era su deber importunar a Dios para ver de obtener de Él el beneficio de la vida de su hijo (v. 22). Cuando nuestros parientes y amigos están enfermos, hemos de orar por ellos, al saber que la oración eficaz del justo tiene mucha fuerza (Stg. 5:16); mientras hay vida, hay esperanza; y mientras queda esperanza, hay lugar para la oración. (B) Añade que, ahora que el niño ha muerto, piensa que es también su deber quedar satisfecho con los designios de Dios (v. 23): «Ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar?» y añade: (a) «¿Podré yo hacerle volver?»; y, de nuevo, «él no volverá a mí». Los que han muerto están ya fuera del alcance de nuestra oración; ni plegarias, ni lágrimas, ni ayunos les pueden ser de ningún provecho. (b) «Yo voy a él»; en primer lugar, al sepulcro como él; en segundo lugar, a la presencia del Señor como él. Quizá sea demasiado deducir de sólo este texto la inmortalidad del alma y la vida futura, pero la frase, frecuente en el Antiguo Testamento, «ser reunidos a sus padres», aun en casos en que los sepulcros de los hijos están muy lejos de los de los padres, y, sobre todo, las palabras del Señor en Mateo 22:31–32 y paralelos, nos dan plena seguridad de la vida futura y de la misma resurrección como «de algo que estaba ya, de alguna manera, en el texto del Antiguo Testamento». De aquí hemos de sacar dos provechosas consideraciones: Primera, la muerte de nuestros deudos y amigos nos ha de traer a la memoria el hecho inevitable de nuestra propia muerte, así como el pensar en nuestra propia muerte nos ha de aliviar el dolor que nos cause la muerte de los nuestros. Segunda, la muerte de los creyentes nos ha de hacer pensar, sobre todo, en su estado de felicidad eterna junto al Señor; ésta es la esperanza que ha de suavizar nuestra tristeza (1 Ts. 4:13).
V. Nacimiento de Salomón. Aunque el matrimonio de David con Betsabé había desagradado al Señor, no le mandó que se divorciara de ella. No cabe duda de que también Betsabé estaba muy afligida por su pecado y por la muerte de su hijo que era la señal del desagrado de Dios por el pecado. Pero, una vez que Dios le devolvió a David el gozo de su salvación (Sal. 51:12), él consoló a su mujer (v. 24) con el mismo consuelo con que había sido consolado por Dios (2 Co. 1:4): 1. Puesto que, por su providencia, les concedió otro hijo, al cual pusieron por nombre Salomón, que significa pacífico, puesto que su nacimiento fue una señal de que Dios estaba en paz con ellos, por la prosperidad y la paz que había de disfrutar en su reinado, y porque había de ser un tipo de Cristo, el «Príncipe de Paz» (Is. 9:6). David se había sometido humilde y pacientemente a la voluntad de Dios en la muerte del otro hijo, y Dios ahora le compensaba sobradamente con el nacimiento de este otro. Aun cuando en la enumeración de los hijos de David (5:14; 1 Cr. 3:5; 14:4), Salomón aparece en último lugar de los cuatro hijos que tuvo de Betsabé (después del que murió, conforme al relato del presente capítulo), opinan comentaristas expertos que Salomón nació antes que los otros tres, pero que se menciona el último por ser el sucesor de David y, por ende, el más importante, de acuerdo con las normas del hipérbaton (comp. con Hch. 13:1, donde aparece Saulo en último lugar). 2. Puesto que, por su gracia, Dios favoreció de una manera especial a este hijo (vv. 24, 25):
«Al cual amó Jehová … Quien le puso por nombre Yedidyá (esto es, Predilecto), por orden de Jehová». (Nota del traductor. Pienso que es necesario hacer notar que esto no significa nada a favor o en contra de la salvación eterna de Salomón, sino sólo de la predilección de Dios a favor de Salomón «en cuanto a suceder a su padre en el trono».)
Versículos 26–31
Relato de la conquista de Rabá y de otras ciudades de los amonitas. Aunque lo hallamos aquí después del nacimiento de Salomón, ello ocurrió, con la máxima probabilidad, inmediatamente después de la muerte de Urías, quizás en los días en que Betsabé hacía duelo por su marido.
I. Que Dios fue muy benévolo con David al darle este éxito contra sus enemigos. Justamente podría haber hecho que su espada trajese una plaga sobre David, por su pecado, y sobre su reino; sin embargo, no usa su espada para traer plaga, sino que hace victoriosa la espada de David, incluso antes de que éste se arrepienta, a fin de que la benignidad de Dios le guíe al arrepentimiento (Ro. 2:4).
II. Que Joab obró muy honesta y honorablemente pues cuando había tomado la parte baja de la ciudad, que estaba sobre el río Yacob y, por eso, se llamaba «la ciudad de las Aguas» (donde estaba el palacio real y de donde se surtía de agua toda la ciudad), envió recado a David para que viniese en persona a tomar la parte alta de la ciudad, para que obtuviese la gloria y alabanza por ello (vv. 26–28). Una vez cortado el suministro de agua, la ciudad alta no podría resistir por mucho tiempo.
III. Que, en esta ocasión, David fue demasiado orgulloso y severo, en lugar de portarse con humildad, agradecimiento y benignidad.
1. Parece ser que se aficionó mucho a la corona del rey de Amón (v. 30). Como era de extraordinario valor por las piedras preciosas que tenía engastadas en el oro, David mandó que se la pusieran en la cabeza, cuando debería haberla puesto a los pies del Señor y, en esta ocasión, también su boca en el polvo, bajo el peso de su culpa.
2. También parece ser que se mostró muy severo con sus prisioneros de guerra (v. 31). Al tomar la ciudad tras las pérdidas sufridas y un asedio prolongado, ya habría usado de suficiente severidad si hubiese matado a filo de espada a cuantos hallase con las armas en la mano, pero si atendemos a una probable lectura de la preposición hebrea be (como hacen los LXX, la Vulgata Latina, La AV inglesa y la ASV americana, así como la antigua Reina-Valera) mató a todos los habitantes de las ciudades amonitas después de torturarlos cruelmente, conforme a lo que los propios amonitas solían hacer (1 S. 11:2; Am. 1:13). Esta crueldad de David ha sido suavizada por la mayoría de los comentaristas modernos, quienes (es cierto) han tenido que cambiar, no sólo lo preposición be por le, sino también el verbo «pasar por» por «trabajar en». No obstante, es preciso confesar que se trata de un versículo difícil.
El Dios infinitamente justo le había dicho recientemente a David, por medio del profeta Natán, que, para castigarle por su pecado en el asunto de Urías, «haría levantar el mal sobre él de su misma casa» (12:11). Aquí hallamos ya el mal levantándose y siendo seguido de otro mal, y de otro, etc. Adulterio y asesinato fueron los pecados de David, y ahora tendremos estos, o semejantes, pecados en sus hijos (Amnón al violar a su hermana Tamar, y Absalón al asesinar a su hermano Amnón) como comienzo del castigo anunciado por Dios. En este capítulo vemos: I. A Amnón que anhela el estupro de su hermana Tamar y, con la ayuda de su pariente Jonadab, lleva a cabo villanamente su plan (vv. 1–20). II. A Absalón que asesina a Amnón por ello (vv. 21–39). Ambos sucesos llenaron de pesadumbre el corazón de David, tanto más cuanto que, con imprudencia notoria, se hizo inconscientemente cómplice de ambos, al permitir que Tamar fuese a ver a su hermano Amnón, y a Amnón que asistiese al banquete de Absalón.
Versículos 1–20
Relato de la abominable perversidad de Amnón al violar a su hermana. Tenemos razón para pensar que el carácter de Amnón era perverso también en otros aspectos; si hubiese tenido temor de Dios, no se habría entregado a esta vil pasión.
I. El diablo, como espíritu inmundo que es, puso en el corazón de Amnón la pasión carnal hacia su hermana Tamar. La belleza es un lazo para muchos, y así lo fue para Tamar. El deseo de Amnón era: 1. En sí mismo, contra la naturaleza, pues lo que intentaba era un incesto. Tal es el espíritu de rebeldía que anida en la corrompida naturaleza del hombre, que tiende a desear el fruto prohibido; y cuanto más fuertemente prohibido está, tanto más vehementemente es deseado. 2. Para Amnón era una tortura. Tan atormentado estaba por no hallar el medio de violar la virginidad de su hermana, que se angustiaba hasta enfermarse (v. 2).
II. El diablo, como serpiente astuta, puso en su mano el medio de conseguir lo que deseaba. Amnón tenía un primo muy astuto (v. 3).
1. Este primo, y amigo, que se llamaba Jonadab, se dio cuenta de que Amnón enflaquecía y obtuvo de él la confesión de que estaba prendado de Tamar (v. 4): «Hijo del rey», le dice, con lo que da a entender que, como príncipe heredero, tenía poder suficiente para conseguir lo que deseara; por tanto, sólo necesitaba poner en práctica dicho poder.
2. Amnón tuvo la desvergüenza de descubrir a Jonadab su pasión, llamándola falsamente amor («Yo amo a Tamar»), y Jonadab le dijo lo que tenía que hacer para obtener lo que deseaba (v. 5). Amnón, aunque se sentía enfermo, iba y venía sin guardar cama; ahora debía fingirse tan enfermo como para no levantarse del lecho. Los mejores manjares de la mesa del rey no le satisfarán, a no ser que le sean llevados por mano de su hermana Tamar.
3. Siguió Amnón estas instrucciones y así tuvo a Tamar al alcance de su mano. David estaba muy encaprichado de sus hijos, y preocupado si enfermaban; tan pronto como supo que Amnón estaba enfermo, vino a visitarle. Al marcharse el rey (siempre excesivamente indulgente con sus hijos), es de suponer que le diría a su hijo: «¿Necesitas algo que yo te pueda procurar?» «Sí, padre, contestó Amnón;.te ruego que venga mi hermana Tamar, y haga delante de mí dos pastas (u hojuelas) fritas, para que yo coma de su mano» (v. 6). David no vio razón para sospechar nada malo y, por tanto, dio órdenes inmediatas a Tamar para que fuese a casa de su hermano (v. 7) y le asistiese en su enfermedad. Vemos, de paso, que los hijos del rey habitaban en casa propia (v., además, v. 20 y 14:24).
4. Al haber conseguido que viniera su hermana, pide y consigue quedarse a solas con ella (v. 9 esto es, sin criados). Tamar no se imagina todavía los corrompidos deseos que anidan en el corazón de su hermano y, por eso, no tiene escrúpulo en estar sola con él en la alcoba (v. 10). Y ahora Amnón se quita la máscara, deja a un lado la comida y el malvado la llama «hermana» cuando tiene la desvergüenza de pedirle que se acueste con él (v. 11).
III. El diablo, como fuerte tentador, cierra los oídos de Amnón a todas las razones con que su hermana resiste su asalto e intenta persuadirle para que desista de su malvado propósito. 1. Le llama hermano, trayéndole a la memoria el cercano parentesco que hacía ilegal la unión con ella (Lv. 18:9; 20:17), aunque el contexto posterior indica que lo que Tamar le reprochaba era el estupro como «insensatez pecaminosa» (v. 12), ya que el hebreo dice: nebalá (de «nabal»). 2. Le suplica que no la fuerce, ya que ella no está dispuesta a consentir en lo que para ella sería una deshonra, y para él una infamia propia de perversos (v. 13). 3. Como último recurso, le ruega que hable al rey, pues el rey no se la negará para casarse con ella. De la petición de Tamar se deduce: (A) Que ella pensaba que, en un caso tan excepcional, el rey podría dispensar de la ley divina. Aunque esto no era cierto, es preciso tener en cuenta la ofuscación de Tamar en aquel momento de apuro, y el somero conocimiento de la ley que tenían las mujeres. (B) O que, en aquel tiempo, algunas de las leyes mosaicas habían caído en desuso. (C) Quizá Tamar quería dar largas al asunto hasta salir del atolladero en que se hallaba, aun en el caso de que supiera que la unión matrimonial con su hermano era ilegal. «Mas él no la quiso oír.» Todas las razones de Tamar resultaron ineficaces, y al ser Amnón más fuerte que ella, la sujetó y se acostó con ella, violándola (v. 14). Es probable que Amnón fuese anteriormente un joven de vida licenciosa, pues cuesta creer que súbitamente llegase a tal grado de perversidad.
IV. El diablo, como torturador traicionero, inmediatamente convierte en odio el amor que sentía Amnón hacia Tamar (v. 15).
1. La echó de su casa por la fuerza (vv. 15–17). Despedirla de su casa, como si ella hubiese cometido alguna perversidad, la obligó a ella, en defensa propia, a declarar el crimen. De aquí hemos de aprender las terribles consecuencias del pecado (fascina como serpiente, para terminar dejando su veneno). No es un caso excepcional el de Amnón. El pecado, dulce al cometerlo, se vuelve después amargo y odioso y, aun en el caso de que la conciencia del pecador no quede herida, suele ocurrir que lo que con tanta vehemencia se desea, se desprecie y odie una vez conseguido.
2. ¿Y cómo queda la pobre víctima? (A) Se lamentó amargamente de la injuria recibida, pues era una mancha sobre su honra aunque sin desdoro de su virtud. Rasgó su fino vestido (la frase hebrea ketonet passim, como en Génesis 37:3, 23, 32, significa «túnica de mangas largas», más bien que «vestido de diversos colores») en señal de pesadumbre, se puso ceniza en la cabeza, en señal de disgusto de su propia belleza, y finos ornamentos, causa de la detestable pasión que Amnón había concebido hacia ella, y se fue gritando (v. 19), con lo que expresaba en alta voz la humillación que había recibido. Comenta Hummelauer: «Si ella hubiera vuelto silenciosa a su casa, todos la habrían considerado culpable, y parece que Amnón intentaba justamente eso». (B) Se retiró a casa de su hermano (de padre y madre) Absalón, y allí vivió en pena y soledad (v. 20), en señal de su modestia y de su detestación de la impureza. Absalón le habló con ternura, le pidió que no se acongojara por esto, y tramó en su corazón vengarla de la injuria inferida por Amnón.
Versículos 21–29
Lo que dice Salomón (Pr. 17:14) del que comienza la discordia, es aplicable al comienzo de todo pecado, que es como quien suelta las aguas. Una maldad engendra otra.
I. «Luego que el rey David oyó todo esto, se enojó mucho» (v. 21). Pero, ¿era suficiente con enojarse? Su obligación era castigar a Amnón como se merecía (v. Lv. 20:17; Dt. 22:28), y reprenderle hasta avergonzarlo.
II. Resentimiento de Absalón. Resolvió desempeñar ya el oficio de juez en Israel; y puesto que su padre no castigaba a Amnón, él lo va a hacer, no por principio de justicia o por celo de la virtud, sino por espíritu de venganza, ya que se considera a sí mismo afrentado en el abuso cometido con su hermana.
1. Cómo concibió su designio: «Absalón aborrecía a Amnón» (v. 22). El odio de Absalón por el crimen de su hermano habría tenido su justa medida si le hubiese encausado conforme a la ley, para dar así cierta compensación a su hermana y dar ejemplo a otros; pero odiar a su hermano hasta el punto de llegar al asesinato era una gran afrenta a Dios, ofrecer reparar el quebrantamiento del séptimo mandamiento mediante la violación del sexto, como si no fuesen igualmente sagrados. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también dijo: No cometerás homicidio (Stg. 2:11).
2. Cómo ocultó su designio. No le dijo nada a Amnón. Si Absalón hubiese razonado con Amnón quizá le habría convencido de su pecado y le habría conducido al arrepentimiento. Durante dos años enteros Absalón alimentó en su corazón esta raíz de amargura (v. 24). Es posible que, al principio, no intentase matar a su hermano y sólo esperase a tener una ocasión de desgraciarle o causarle algún otro daño; pero, con el tiempo fue madurando su odio (sin descartar la envidia que le tendría como a primogénito) hasta llegar a no contentarse con otra cosa que con asesinarle.
3. Cómo planeó la ejecución de su designio. (A) Absalón tenía una fiesta en su casa de campo como en otro tiempo Nabal, con ocasión del esquileo de las ovejas (v. 23). (B) A esta fiesta invitó al rey su padre y a todos los príncipes de sangre (v. 24), para hacerse así más de respetar de sus vecinos. El rey declinó la invitación para no causarle más dispendio (v. 25). Absalón entonces insistió en que viniese Amnón, con todos los demás hermanos, a la fiesta (vv. 26, 27). De tal manera ocultó Absalón sus planes, que David no vio ninguna razón para sospechar que se intentase algo contra Amnón en esta invitación.
4. Cómo ejecutó finalmente su designio (vv. 28, 29). (A) Quiso Absalón que el banquete fuera opíparo y que se bebiera en abundancia. Pero: (B) Dio órdenes a sus criados, en cuanto a Amnón, para que cuando su corazón estuviese alegre por el vino, le matasen, sin darle tiempo a pedir misericordia. De esta forma hizo a sus criados cómplices de su bárbaro crimen. Así se hizo en presencia de los demás príncipes, con afrenta hacia la justicia pública y a la persona del rey a quien ellos representaban. Cuando Absalón dio la orden, los criados no dejaron de cumplirla, seguros de que, ahora que su amo tenía expedito el acceso al trono, les preservaría de todo castigo. Así es cómo la amenaza de espada, lanzada por Dios contra la casa de David, comenzaba para continuar por largo tiempo. Notemos que así como el adulterio de David con Betsabé tuvo un eco maligno en el incesto de Amnón con Tamar, así también el asesinato de Urías por orden de David lo tuvo en el asesinato de Amnón por orden de Absalón. (C) Todos los demás príncipes al no saber hasta dónde se iba a extender el sangriento designio de Absalón, montaron cada uno en su mula y huyeron (v. 29).
Versículos 30–39
I. El susto que le dieron a David con el informe falso, llegado a Jerusalén, de que Absalón había dado muerte a todos los hijos del rey (v. 30). De momento, esta falsa noticia causó a David tanto dolor como si hubiera sido cierta (v. 31).
II. La rectificación del error, la cual se llevó a cabo de dos maneras: 1. Por medio del sobrino del rey, Jonadab, quien le aseguró: Sólo Amnón ha sido muerto, no los demás, y que Absalón se lo tenía jurado desde el día en que Amnón había violado a Tamar (vv. 32, 33). Es curioso que Jonadab relate tan fríamente todo esto, cuando él era culpable, por lo menos indirectamente, del asesinato de Amnón, pues había sido cómplice en la violación de Tamar. Así resultan esos amigos tan duros como para aconsejar perversidades; el que no fue bastante bueno para impedir el pecado de Amnón, tampoco lo era para impedir su ruina, cuando habría podido impedir ambas cosas. 2. Con la llegada de los demás hijos del rey, quienes confirmaron la noticia de la muerte de Amnón a manos de los criados de Absalón. El informe puso en duelo al rey y a la corte (v. 36). Nunca hay mayor razón para hacer duelo que cuando se ha cometido un crimen.
III. Absalón huyó de la justicia. Ahora tenía tanto miedo a los hijos del rey como ellos lo habían tenido de él; ellos habían huido de la maldad de él, pero él huía de la justicia de ellos. Al temer que no estaría seguro en ninguna parte del territorio de Israel, huyó a refugiarse en casa de su abuelo materno Talmay, rey de Guesur (v. 37), y allí permaneció bajo su protección durante tres años (v. 38).
IV. Tristeza de David por la ausencia de su hijo (v. 39). Después de guardar el luto por la muerte de Amnón, David comenzó a lamentarse de la ausencia de Absalón y pronto comenzó a olvidar el crimen de éste. En lugar de prepararle el debido castigo como a homicida, «el espíritu de David anhela irse hacia Absalón» (lit. según traducción de Brown-Driver-Briggs).
En el capítulo anterior vimos cómo suscitó Absalón el enojo de su padre por el crimen cometido contra su hermano. Ahora veremos las astutas artimañas que se pusieron en juego para reconciliarle con su padre, descritas aquí para mostrar la insensatez de David por no castigarle como se merecía. David pagó muy cara esta indulgencia con la posterior rebelión de Absalón. I. Joab empleó a una astuta mujer de Tecoa para fingir ante el rey un caso que ganase para Absalón un juicio general favorable de su padre (vv. 1–20). II. Al aplicar el caso general a la situación de Absalón Joab obtuvo del rey una orden para que Absalón volviese a Jerusalén, aunque sin serle permitido regresar a la corte (vv. 21–24). III. Finalmente, fue introducido por Joab a la presencia del rey, y David se reconcilió completamente con él.
Versículos 1–20
I. Plan de Joab para acabar con el exilio de Absalón (v. 1). 1. Como alto oficial de la corte, Joab, al ver cómo estaba inclinado el corazón de David, se dispuso a emplear sus buenos oficios. 2. Como amigo de Absalón, primo suyo, se dio cuenta de que David no tardaría en reconciliarse con él y, por ello, pensó que era una buena ocasión de hacerse más amigo del rey y de su hijo si lograba ser buen mediador en el asunto de la reconciliación. 3. Como hombre de estado e interesado en el bien común de la nación, sabía que Absalón era el favorito del pueblo y, si David moría mientras su hijo estaba en el exilio podía ocasionarse una guerra civil, pues es probable que, aun cuando todo Israel estuviese encantado con su persona las opiniones estarían divididas con relación a su caso. 4. Como quien había sido él mismo un criminal en el asesinato de Abner. Todo cuanto pudiese hacer en favor de Absalón, corroboraría el perdón que él mismo había obtenido.
II. La artimaña que usó al exponer al rey un caso semejante, y con tal astucia, que David lo tomó por caso realmente sucedido y pronunció juicio sobre él, como lo había hecho con la parábola de Natán.
1. La persona que empleó para este menester no se cita por su nombre, pero se dice que era una mujer de Tecoa (vv. 2, 4, 9). Se la llama astuta (lit. sabia), es decir, bien conocida por la agudeza de su ingenio y la facilidad de expresión, con lo que aventajaba en esto a la mayoría de sus conciudadanos. Viniendo de labios de esta mujer, cabrían menos sospechas sobre la verdad del caso.
2. La mujer se presentó como si fuese una viuda sin consuelo (v. 2). Joab sabía que una mujer así hallaría fácil acceso al rey, quien siempre estaba presto a consolar a los afligidos.
3. El caso que había de presentar al rey era de tal naturaleza que sólo él podía resolverlo, ya que hasta su propia familia estaba contra ella. Le cuenta al rey que su marido había muerto hacía poco (v. 5); que tenía dos hijos que eran el sustento y el consuelo de su viudez; que uno de ellos, en riña con el otro, le mató, pues no había quien los separase (v. 6); que, por su parte, estaba dispuesta a proteger al asesino, pero toda su familia requería que se vengase la sangre del muerto dando muerte al único hijo que le quedaba, pues eso era lo que la ley mandaba. Al matar al único heredero, sus parientes se harían con la hacienda, con lo que ella quedaría destituida: (A) del sustento: «Apagarán el ascua que me ha quedado, privándome del sostén que necesito en mi ancianidad, y terminarán con todo mi consuelo en este mundo, pues sólo me queda esta ascua».
(B) de la memoria de su marido. «No dejando a mi marido nombre ni descendencia sobre la tierra».
Su familia quedará extinguida, y la hacienda pasará a nombre de otros (v. 7).
4. El rey le promete su favor y protección para el hijo que le queda: (A) Tras la presentación del caso, promete considerarlo y dar órdenes acerca de él (v. 8). (B) La mujer no se contenta con esto sino que pide que pronuncie inmediatamente sentencia a favor de ella. (C) En tal aprieto, el rey le promete protegerla de toda injuria o molestia por parte de sus familiares (v. 10). (D) Todavía no se queda satisfecha la mujer mientras no obtenga también para su hijo perdón y protección. Los padres no se sienten cómodos mientras los hijos no estén a salvo, tanto en este mundo como en el otro: «Que el vengador de la sangre no aumente el daño y no destruya a mi hijo (v. 11), pues estoy perdida si lo pierdo a él; quitarle la vida es como quitármela a mí». Si el rey ha encontrado misericordia después de derramar la sangre de Urías, debe mostrar también misericordia. (E) Esta viuda importuna, como la del Evangelio (Lc. 18:1–5), al ir estrechando al rey cada vez más, obtuvo por fin perdón completo para el hijo, y David lo ratificó con juramento como ella deseaba. Si David hizo bien o mal al proteger a un criminal, no es fácil decirlo. Pero hay lugar para un juicio favorable en la forma en que presentaba el caso la mujer, pues daba a entender que el asesino no había odiado a su hermano anteriormente, sino que lo había hecho en el hervor de la pasión y, por lo que parece, en defensa propia.
5. Juzgado así el caso a favor de su hijo, es ya tiempo de aplicarlo al caso de Absalón, el hijo del rey. Se arroja la máscara y comienza otra escena. El rey se sorprende, pero de ningún modo se disgusta, al ver que esta humilde suplicante se convierte en abogada del príncipe. Ella le pide perdón y paciencia por lo que todavía le queda por decir (v. 12).
(A) Compara el caso de Absalón con el que ella ha fingido ser el caso de su propio hijo, y, por consiguiente, si el rey está dispuesto a proteger al hijo de ella, aunque haya matado a su hermano, mucho más debe proteger a su propio hijo y hacer volver al desterrado (v. 13). Es cierto que el caso de Absalón es muy diferente del que ella ha expuesto, pues Absalón no había matado a su hermano en un momento de furia, sino premeditándolo desde hacía mucho tiempo; además, Absalón no era hijo único, como el de la mujer, pues David tenía muchos más. Pero David se sentía todavía más deseoso que ella de emitir un juicio favorable para su hijo, como lo había emitido para el hijo de ella.
(B) Razona con el rey para persuadirle a que haga volver del exilio a Absalón, le perdone y le restaure su favor. (a) Apela al interés que el pueblo de Israel tenía en él. (b) Apela también a la mortalidad del ser humano (v. 14): «Porque todos hemos de morir. Amnón había de morir algún día aunque Absalón no le hubiese dado muerte; y si Absalón ha de ser ejecutado ahora por haberle matado, no por eso ha de volver Amnón a la vida». (c) Apela a la misericordia y clemencia de Dios hacia los pobres pecadores (v. 14). Aquí tenemos dos grandes ejemplos de la misericordia de Dios con los pecadores: Primero: La paciencia que tiene con ellos. Aunque se quebrante su ley, no por eso quita inmediatamente la vida a quienes la quebrantan. Segundo: La provisión que ha hecho para que sean restaurados a su favor y gracia, pues aunque por el pecado se han desterrado a sí mismos de Dios, no hay que perder la esperanza de que vuelvan a gozar de su favor, pues provee medios para que vuelva a sí el desterrado. Los pobres pecadores quedarían por siempre desterrados de Dios si Dios mismo no proveyese el medio para impedirlo. No es voluntad de Dios que queden desterrados para siempre, pues Él no quiere que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9).
6. Concluye su alocución con grandes cumplidos al rey y fuertes expresiones de la seguridad que ella tiene de que él hará lo que es justo y bueno en el caso real como en el ficticio (vv. 15–17). (A) No habría ella causado esta molestia al rey si no fuese porque el pueblo le había metido miedo. Al referirse así al caso de Absalón, hace saber al rey algo de lo que él no se había percatado antes: que la nación estaba tan disgustada con la severidad del rey con Absalón, que ella tenía realmente miedo de que esto diese ocasión a una insurrección o a un motín general. (B) Apela con gran confianza a la sabiduría y a la clemencia del rey. Lo que esta mujer dijo por cumplido, el profeta lo dijo como promesa para el futuro (Zac. 12:8): «El que entre ellos sea débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David … como el ángel de Jehová delante de ellos».
7. El rey sospecha que la mano de Joab está detrás de todo esto, y así lo confirma la mujer (vv. 18– 20). (A) El rey lo sospechó de inmediato. (B) La mujer lo reconoció honestamente: «Tu siervo Joab, él me mandó». Dice la verdad y nos da ejemplo para hacer lo mismo, de forma que nunca digamos una mentira para ocultar el designio de un plan bien tramado. Es preciso tener el coraje de decir la verdad. No hay nada que necesite una mentira.
Versículos 21–27
I. Se dan órdenes para que vuelva Absalón. Después de recibir la orden del rey: 1. Joab agradece al rey haberle otorgado el honor de emplearle en un asunto tan del agrado de todos (v. 22). 2. No demora cumplir la orden de David, sino que trae inmediatamente a Jerusalén a Absalón (v. 23). No se ve cómo puede quedar justificado David en suspender la ejecución de la antigua ley (Gn. 9:6): «El que derrame sangre de hombre, por el hombre será su sangre derramada». Las leyes divinas nunca fueron promulgadas para que fuesen como frágiles telarañas que atrapan las moscas pequeñas, pero dejan pasar las grandes. Con todo, aunque le permitió volver del destierro le prohibió volver a la corte, para que no viese su rostro (v. 24). Le puso así en una especie de entredicho: (A) Para su propio honor de rey, a fin de que no pareciera que le perdonaba con demasiada facilidad, y (B) para mayor humillación de Absalón.
II. El escritor sagrado aprovecha esta oportunidad para decirnos algo de la persona misma de Absalón. Nada se nos dice de su prudencia, de su piedad o devoción. Todo lo que aquí se nos dice de él es: 1. Que no había en todo Israel ninguno tan alabado por su hermosura como él (v. 25), pobre recomendación de un hombre que no tenía en sí ninguna otra cosa de valor. Hermosos verdaderamente son los que hacen cosas hermosas. En cuerpos hermosos habitan con frecuencia almas impuras y deformes; testigo, el alma de Absalón, manchada de sangre y deformada con la desnaturalizada desafección contra su padre y contra su hermano. En su cuerpo no había defecto, pero en su mente no había otra cosa que heridas infectadas. 2. Que tenía un hermoso pelo, no la cabellera de un nazareo (¡bien lejos estaba él de una vida tan estricta!), sino la de un galán. Se la dejaba crecer hasta que no podía soportar su peso, y sólo consentía en cortarla cuando ya le parecía excesiva su largura; la vanagloria no siente el calor ni el frío, y no se queja de cuanto sirva para alimentarla y satisfacerla, por incómodo que sea. Dice el refrán castellano: «Sarna con gusto no pica». La pesaba cada año, a fin de que se viese cuánto aventajaba a todos en esto, y pesaba 200 siclos, esto es unos dos kilogramos y trescientos gramos; aunque, si se considera el siglo «de peso real» idéntico al siclo de oro (1 S. 17:5), el peso sería de unos tres kilogramos y trescientos sesenta gramos, lo cual no es de extrañar si, como Josefo dice, era costumbre adobarlo con aceite y polvo de oro. Tan hermoso pelo quizá le sirvió de trampa fatal (18:9). 3. Que su familia comenzaba a crecer. Es probable que pasase algún tiempo hasta que tuvo el primer hijo, y en ese tiempo sería cuando, al perder la esperanza de tener descendencia, erigió el monumento que se menciona en 18:18, para que llevara su nombre. Después, sin embargo, tuvo tres hijos y una hija (v. 27).
Versículos 28–33
Por tres años había estado Absalón exiliado en casa de su abuelo materno, y ahora prisionero por dos años en su propia casa; en ambos lugares fue tratado mejor de lo que se merecía; sin embargo, seguía sin humillarse. Incluso pensaba que hacían muy mal en no devolverle su lugar en la corte. Anhelaba ver el rostro de su padre el rey, bajo pretexto de que le amaba, pero, en realidad, era para buscar una oportunidad de suplantarle. Sabe que no puede causar ningún daño a su padre mientras no aparezca reconciliado con él; esta, es, pues, la primera etapa para llevar a cabo su complot; esta víbora no puede volver a morder mientras no haya hallado calor en el seno de su padre. Y consiguió lo que quería, no con promesas de reformarse, sino con insultos e injurias.
1. Consiguió que Joab mediase a su favor precisamente haciéndole daño en sus bienes. Cualquier persona en las circunstancias de Absalón habría enviado a Joab un mensaje de gratitud, pero, en lugar de esto, manda a sus criados que prendan fuego al campo de cebada de Joab (v. 30). Es extraño que Absalón llegase a pensar que, al hacer daño a Joab, conseguiría hacerle interceder por él. Por de pronto, consiguió así hacer venir a Joab (v. 31). Ahora Joab, asustado quizá de la furia y del atrevimiento de Absalón y al temer que pusiera al pueblo en contra de él, no sólo aguanta esta injuria, sino que intercede por él ante el rey (v. 33).
2. Por medio de un insolente mensaje al rey, recobra Absalón su puesto en la corte para ver el rostro del rey, goza de su favor y llega a ser su consejero privado (Est. 1:14). (A) Su mensaje fue altivo e imperioso, muy impropio tanto de un hijo como de un súbdito (v. 32). No apreció el favor que se le había dispensado en llamarle del destierro y dejarle habitar en su propia casa, y eso en Jerusalén. Llega a desafiar la justicia del rey (v. 32): «Si hay culpa en mí, que me haga morir». (B) No obstante, con este mensaje obtuvo lo que deseaba (v. 33). El afecto tan fuerte que David le profesaba le hacía ver en todo esto al rey como si fuesen muestras de gran respeto y un enorme anhelo de conseguir su favor cuando, en realidad, era muy al contrario. Absalón, al llegar a la presencia de su padre, mostró hipócritamente su sumisión: «Inclinó su rostro a tierra delante del rey». Y David selló su perdón con un beso.
Absalón significa «padre de paz», pero no piensa en paz, sino en promover disturbios. La espada anunciada contra la casa de David había actuado hasta ahora entre sus hijos, pero ahora iba a volverse contra su propia persona. Si hubiese hecho justicia con el asesino, habría atado las manos del traidor. En este capítulo comienza la historia de la rebelión de Absalón. I. Las artes de que se valió Absalón para ganarse el afecto del pueblo (vv. 1–6). II. Su abierta confesión de que aspiraba a ser coronado rey en Hebrón, adonde fue con pretexto de un voto, y la gran multitud que se congregó allí a su favor (vv. 7–12).
I. La noticia que de ello fue llevada a David, y la huida de éste de Jerusalén al enterarse de lo ocurrido (vv. 13–18). En esta huida se nos dice: 1. Lo que pasó entre él e Itay (vv. 19–22). 2. La preocupación del país por él (v. 23). 3. Su conversación con Sadoc (vv. 24–29). 4. Sus lágrimas y oraciones en esta ocasión (vv. 30, 31). 5. Los asuntos que trató con Husay (vv. 32–37).
Versículos 1–6
Tan pronto como Absalón es restaurado a su lugar en la corte, ya desea verse en el trono. Si hubiese tenido algún sentido de gratitud, habría procurado comportarse con su padre lo mejor posible, y mostrar así que David había hecho bien en reconciliarse con él; pero, por el contrario, sólo piensa en rebajar su autoridad, arrebatándole el afecto de sus súbditos. Dos cosas son las que más estima el pueblo en un jefe: grandeza y bondad.
I. Absalón aparece grande (v. 1). Había aprendido de su abuelo el rey de Guesur a tener muchos carros y caballos (cosa prohibida a los reyes de Israel), lo cual le hacía aparecer como personaje de gran importancia, mientras que su padre, en su mula, parecía despreciable. El pueblo deseaba un rey como el de las naciones. Ya les había predicho Samuel lo que haría el rey que reinaría sobre ellos (1 S. 8:11):
«Tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro». Y esto es lo que Absalón quería hacer. Cincuenta hombres que corriesen delante de él darían pábulo a su orgullo y excitarían la necia fantasía de la gente. David cree que este alarde tiene por único objeto encumbrar la corte y consiente en ello.
II. Absalón aparece también muy bueno, pero con muy mala intención. Si se hubiese mostrado como un buen hijo y humilde súbdito, habría probado que era digno de futuros honores después de la muerte de su padre. Quienes saben obedecer como es debido, sabrán mandar como es justo. Son verdaderamente buenos los que lo son en su propio lugar, no los que intentan hacer ver lo buenos que serían si ocupasen el lugar de otros.
1. Deseaba Absalón ser juez en la tierra, es decir, rey en Israel (v. 4). El que debió haber sido juzgado y sentenciado a muerte por asesinar a su hermano, tiene la desvergüenza de ambicionar ser juez de los demás. No vemos que Absalón poseyese las cualidades de prudencia, virtud, justicia y conocimiento de las leyes; y, con todo, ambiciona ser juez. Es cosa corriente que los menos aptos para un cargo sean los más ambiciosos, mientras que los mejor cualificados son los más modestos y menos confiados en sí mismos.
2. Tomó un mal camino para el cumplimiento de sus deseos. Quiere ser un juez tal que todo el que tenga algún pleito o negocio venga a él; él tiene que presidir todas las causas. Para ganar el poder que tanto ambiciona, procura meterle en la cabeza al pueblo:
(A) Lo mal que marcha la presente administración, como si los asuntos del reino estuvieran completamente descuidados y nadie se preocupara de ellos (v. 3): «No tienes quien te oiga de parte del rey». Como si dijese: «El rey se está volviendo viejo para el oficio y tan dedicado a sus devociones que no le queda tiempo para los asuntos de gobierno; y sus hijos son tan amigos de la buena vida que, aunque lleven el nombre de príncipes y de jefes, no se preocupan de los asuntos que se les encarga». A todo el que viene con alguna reclamación, se le hace creer que nunca se le hará justicia hasta que Absalón sea el rey o, al menos, el juez supremo de la corte. Éste es el modo de proceder de los ambiciosos y sediciosos: lanzar siempre reproches contra el gobierno que está en el poder.
(B) Lo bien que lo haría él si gobernase. Para que el pueblo pueda decir: «¡Oh, si Absalón fuera rey!», se recomienda a sí mismo: (a) Como muy diligente. (b) Como muy interesado en los casos del pueblo. (c) Como muy humilde y campechano. Siempre que alguien se acercaba a él para inclinarse a él, él extendía la mano, y lo tomaba y lo besaba (v. 5). Nadie tan condescendiente, en apariencia, como él, cuando en su corazón era tan orgulloso como Lucifer. Shakespeare, en su Ricardo II, acto 1, escena 4, pone en boca del rey, acerca de su rival Bolingbroke, palabras que bien pueden aplicarse a Absalón: «¡Cómo penetró en sus corazones con cortesía humilde y familiar! ¡Qué reverencia prodigó a los esclavos! Con el arte de las sonrisas se ganó a los artesanos». El versículo 6 dice que así robaba Absalón el corazón de los de Israel. El verbo «robar» no significa «ganarse el afecto», sino «engañar» (comp. con Gn. 31:20).
Versículos 7–12
Estalla la rebelión de Absalón que por tanto tiempo había estado planeando. El complot estaba listo
«al cabo de cuatro años» (v. 7); contando, probablemente, desde que Absalón volvió de Gesur. El texto hebreo actual y la mayoría de los MSS de los LXX leen: «cuarenta años», pero esto es un error evidente de algún copista. Tanto la versión siríaca, como la arábiga, algunos MSS de los LXX y Flavio Josefo dicen «cuatro años».
I. El lugar que escogió para la convención de su partido fue Hebrón, donde él había nacido y donde había reinado su padre los siete y medio primeros años de su reinado. Todos sabían que Hebrón era una ciudad real. Además, caía en la heredad de Judá, en cuya tribu es natural que pensase tener mayor soporte.
II. La excusa para ir allí y para invitar a sus amigos a que le acompañaran en aquel lugar fue ofrecer a Jehová un sacrificio en cumplimiento de un voto que había hecho cuando se hallaba en el exilio (vv. 7, 8). Con este pretexto: 1. Se marchó del lado de su padre para dirigirse a Hebrón. A David le agradaría saber que su hijo, vuelto a casa, recordaba su voto y estaba dispuesto a cumplirlo. Hasta exultaría de gozo al oír a su hijo decirle que iba a servir (lit.) a Jehová (v. 8). Así que de muy buena gana le permitió ir allá y hacerlo con toda solemnidad. 2. Consiguió llevar consigo un buen número de honestos y bienintencionados ciudadanos (v. 11). Sabía muy bien que no podía incitarles a la rebelión, pues eran inviolablemente fieles a David. Pero los llevó consigo con toda astucia, a fin de que el pueblo creyese que eran de su partido y que habían desertado de David algunos de sus mejores amigos. Cuando la religión sirve de máscara para servir turbios intereses, no es de extrañarse si gente bienintencionada, como lo eran estos acompañantes de Absalón, se ve arrastrada con engaño a dar su nombre y su consentimiento a una causa cuya maldad no sospechan por ignorar las profundidades de Satanás (Ap. 2:24).
III. El proyecto que expuso allí fue ser proclamado rey por todas las tribus de Israel a una señal dada (v. 10). Fueron enviados mensajeros o emisarios (éste es el sentido del «espías» del hebreo) a fin de que en todos los puntos del territorio nacional fuesen acogidas las noticias con satisfacción y aclamaciones de gozo. Incluso habrían quienes dedujesen que había muerto David o, al menos, que había dimitido en manos de su hijo; pero no faltarían quienes, al entender bien el asunto, sintiesen repugnancia contra el pensamiento mismo de tal complot.
IV. La persona a quien con mayor interés llamó a su lado para que le aconsejara fue Ahitófel, consejero de David (v. 12). Comoquiera que en 11:3 se menciona a Eliam como padre de Betsabé y en 23:34 se dice que Eliam era hijo de Ahitófel, varios comentaristas opinan que Ahitófel era abuelo de Betsabé y que, por eso, se había apartado de David desde que éste violó a su nieta. Lo cierto es que Ahitófel se hallaba a la sazón en Guiló, lo que indica que ya no desempeñaba el oficio de consejero del rey. Absalón no pudo hallar mejor instrumento en todo el reino que este experimentado hombre de estado y, además, desafecto al rey. Absalón lo tuvo consigo mientras ofrecía los sacrificios.
V. El texto sagrado añade (v. 12) que la conspiración se hizo poderosa, y aumentaba el pueblo que seguía a Absalón. Todos aquellos a quienes él había halagado durante cuatro años vendrían a nutrir sus filas, después de haber hecho propaganda a favor de su causa. Así que no le faltaban adeptos. Si era cuestión de números, Absalón parecía llevar la ventaja.
Versículos 13–23
I. David se entera de la rebelión de Absalón (v. 13). Ya era mala noticia el que Absalón se hubiese sublevado, pero todavía era peor el que el corazón de todo Israel se fuese tras Absalón. La expresión no significa una totalidad, sino (según el estilo hebreo) una mayoría. Los príncipes astutos procuran ganarse el corazón de sus súbditos, porque, si tienen el corazón, también tendrán su bolsillo y sus brazos a su servicio.
II. David se alarma ante esto y toma las precauciones necesarias. Podemos imaginarnos que se quedaría como herido por un rayo al saber que aquel hijo a quien tanto amaba se había levantado en armas contra él. ¡Hijo ingrato y desnaturalizado! David no reunió consejo, sino que encomendándose únicamente al Dios que le había otorgado la corona y al instinto de su propio corazón, resolvió abandonar inmediatamente Jerusalén (v. 14). Su, al parecer, extraña resolución se explica: 1. Como la de un penitente que se somete a la vara de la justicia correctiva de Dios, o: 2. Como la de un político-militar. Jerusalén era una gran ciudad, pero difícil de defender, pues era demasiado extensa para ser custodiada por una guarnición tan menguada como la que le quedaba. 3. Como la de un benigno pastor de su pueblo, que no quería ver a la ciudad santa hecha escenario de guerra y expuesta a las calamidades de un asedio.
III. Su precipitada fuga de Jerusalén. 1. Se marchó de Jerusalén a pie, mientras su hijo Absalón disponía de numerosos carros y caballos. 2. Tomó consigo a su familia (v. 16): sus mujeres y sus hijos, a fin de protegerles en estas horas de peligro, y para que ellos le sirvieran de consuelo en este día de aflicción. 3. Tomó también consigo a los miembros de su guardia personal, los cereteos y los peleteos, quienes estaban bajo el mando de Benayahu, y los gueteos, bajo el mando de Itay (v. 18). Estos gueteos, de nacimiento filisteos, habían conocido a David durante la estancia de éste en Gat y se habían adherido a él, y abrazada la religión judía, después de haber visto la virtud y piedad de David. Así que le fueron leales en esta aflicción. 4. Con él salieron también de Jerusalén todos cuantos le eran afectos, y se detuvieron en un lugar distante (v. 17), para reagruparse y para que David pasase revista a sus fuerzas. No obligó a nadie a seguirle. Tampoco Cristo quiere alistar en sus filas, sino a voluntarios. 5. Sólo dejó diez mujeres concubinas, para que guardasen la casa (v. 16). De ellas abusaría luego Absalón (16:22), en señal de su derecho al trono y en cumplimiento de la profecía de Natán (12:11, 12).
IV. Conversación de David con Itay, que estaba al frente de los gueteos.
1. David trató de disuadirle de que le siguiera (vv. 19, 20). (A) Quería ponerle a prueba, por ver si le seguía de corazón o si estaba más inclinado hacia Absalón. O, al ser extranjero, no quería mezclarle en este asunto de familia. Así que le pide que se vuelva a Jerusalén y se ponga a las órdenes del nuevo rey (v. 19). Notemos que David llama «rey» a Absalón, y no hay motivo para sospechar que hable así por ironía, sino al responder a la triste realidad del momento. (B) Si era fiel a David, no quiere exponerle a los peligros en que él mismo se encuentra: «Ayer viniste, ¿y he de hacer hoy que salgas errante con nosotros?» (v. 20). Las almas generosas están más preocupadas por el peligro en que puedan hallarse otros por su causa que por el peligro que ellas mismas puedan correr al compartir las aflicciones de otros. Y le despide con una bendición: «Haya contigo misericordia y verdad» (lit.). Así dice el texto hebreo, pero es preferible la traducción de los LXX, pues expresa mejor el sentido del original: «Jehová te muestre amor permanente y fidelidad». Así como David dependía de la misericordia y de la fidelidad para su consuelo y felicidad, así también las desea para sus amigos (v. Sal. 61:7).
2. Pero Itay resuelve valientemente no abandonarle (v. 21): «Vive Dios, y vive mi señor el rey, que o para muerte o para vida, donde mi señor el rey esté, allí estará también su siervo». Tres cosas son de notar aquí: (A) A pesar de que David mismo ha llamado «rey» a Absalón, Itay llama repetidamente a David «mi señor el rey». (B) Nótese el parecido de estas frases con las de Rut a Noemí (Rut 1:16, 17). (C) Mientras el hijo ahora primogénito de David se subleva contra su padre, este extranjero se adhiere a David con todo su corazón. Así, debemos nosotros adherirnos al Hijo de David de todo corazón para que ni la vida ni la muerte nos separe de su amor (Ro. 8:38, 39).
V. El pueblo que sigue a David comparte su aflicción. Cuando él y los que le seguían pasaron el torrente de Cedrón (v. 23), el mismo que Cristo pasó para comenzar sus sufrimientos (Jn. 18:1) al camino que va al desierto, es decir, entre Jerusalén y Jericó, todo el país lloró en alta voz. Ver a un príncipe tal, reducido a esta estrechez, forzado a abandonar su palacio y a huir con temor de perder la vida, con una pequeña escolta, buscar refugio en el desierto, y ver la ciudad de David, la que él mismo conquistó, edificó y fortificó, ser una morada insegura para él mismo, por fuerza había de suscitar el llanto y el lamento de todo el país.
Versículos 24–30
I. Lealtad de los sacerdotes y de los levitas a David y su firme adhesión a su persona y a su causa. Sadoc y Abiatar y todos los levitas están dispuestos, no sólo a acompañarle, sino también a llevar consigo el Arca de Dios, a fin de, por medio de ella, poder consultar a Dios (v. 24).
II. Pero David los despidió para que se volvieran a la ciudad (vv. 25, 26). Abiatar era el sumo sacerdote a la sazón (1 R. 2:35), pero Sadoc era su asistente y tenía el Arca a su cargo mientras Abiatar ejercía sus funciones específicas, por lo que David se dirigió a Sadoc. 1. Está solícito por la seguridad del Arca (v. 25): «Vuelve el Arca de Dios a la ciudad». Como si dijese: «Aquél es su lugar apropiado. De seguro que Absalón, por malo que sea, no le hará ningún daño». 2. Se muestra deseoso de volver a disfrutar de los privilegios de la casa de Dios. 3. Se somete humildemente a la santa voluntad de Dios con respecto al resultado de esta maligna situación. Podemos verle aguardar pacientemente el final de todo esto (v. 26): «Aquí estoy, como un criado que espera órdenes, haga de mí lo que bien le parezca». Todo lo que Dios hace, lo hace bien. Así lo comprende David y no tiene nada que objetar a Dios. Veamos la mano de Dios en todo cuanto ocurre y así no nos quejaremos de nada en lo presente, y veamos todo cuanto ocurre en las manos de Dios y así no tendremos miedo de nada que nos pueda acaecer en lo futuro.
III. La confianza que David pone en que los sacerdotes estarán al servicio de la justa causa, que es la suya propia, del mejor modo posible mientras él está ausente. Llama a Sadoc «el vidente» (v. 27). Un amigo que sea «vidente» en estas aciagas circunstancias, vale más que veinte que sean cortos de vista. 1. Le dice también a quiénes han de enviar para que le traigan noticias: A su hijo (de Sadoc) Ahimaas, y a Jonatán, hijo de Abiatar. Es curioso que el suegro de Saúl se llamase también Ahimaas (1 S. 14:50), y su hijo se llamase Jonatán. 2. El lugar al que ésos han de traer información a David será los vados del desierto (v. 28), y de allí se trasladarán David y los suyos de acuerdo con la información que hayan recibido y el consejo que le den a él.
IV. La melancolía que se apoderó de David y de cuantos le acompañaban cuando subieron la cuesta del monte de los Olivos (v. 30).
1. David mismo iba descalzo, como un prisionero o un esclavo y lloraba. ¡Cómo no iba a llorar al considerar que el que había salido de sus entrañas y había estado tantas veces en sus brazos, había de levantar contra él el calcañar! ¡Cómo vería él aquí las señales del disgusto de Dios por el pecado cometido contra Betsabé y Urías! Su pecado estaba siempre delante de él (Sal. 51:3), pero nunca lo había visto tan claro y tan negro como ahora. Nunca lloró así cuando Saúl le perseguía, pero esta huida de ahora le despertaba la voz de una conciencia gravemente herida, que es lo que hace que las aflicciones se tornen más difíciles de soportar (Sal. 38:4): «Porque mis iniquidades han sobrepasado mi cabeza; como carga pesada gravitan sobre mí».
2. Cuando David rompió a llorar, todos los que le acompañaban lloraron también con él, afligidos por la aflicción de él y al desear compartirla: «Todos … iban llorando mientras subían».
Versículos 31–37
Parece ser que ninguna otra cosa le pareció a David tan peligrosa en el complot de Absalón como el que Ahitófel estuviera con él, porque una buena cabeza, en tales situaciones, vale más que mil manos. Absalón no tenía la experiencia de un político, pero ganó para su causa a uno de enorme experiencia. Por consiguiente si los consejos de éste son frustrados, Absalón está abocado a la derrota y se acabó la rebelión. Eso es precisamente lo que David trata de procurar:
I. Por medio de la oración. Cuando se enteró de que Ahitófel era de los sublevados, levantó el corazón a Dios con esta breve oración: «Entorpece ahora, oh Jehová, el consejo de Ahitófel» (v. 31). Notemos que David oró, no contra la persona de Ahitófel, sino contra el consejo de Ahitófel.
II. Por medio de su prudencia política. En circunstancias difíciles no hemos de contentarnos con orar, sino que hemos de actuar; de no hacerlo así, estamos tentando a Dios. Ahora es cuando escribió David el Salmo 3, como se ve por el título. Hay incluso autores que opinan que, en su adoración en la cumbre del monte (v. 32), David cantó este salmo. Y ahora la providencia de Dios le traía un buen amigo: Husay (que significa «apresurado», o «apresúrate, Jehová») arquita, esto es, de la familia arquí, que vivía al sudoeste de Betel. Esta persona vino a condolerse con David de la aflicción que éste sufría, por lo que venía con los vestidos rasgados y cubierta de tierra su cabeza. Este Husay iba a ser el instrumento por el que el consejo de Ahitófel iba a ser trastornado. David lo envió a la ciudad a presentarse a Absalón y ofrecerle sus servicios como si fuese un desertor de David (v. 34). Hasta qué punto esta mentira que David puso en la lengua de Husay como estratagema de guerra puede justificarse, no se ve fácilmente. Lo único que puede decirse a favor de ella es que Absalón, al rebelarse contra su padre, tiene que sufrir las consecuencias de ello por los medios que sean, aun cuando algunos no parezcan muy honestos, y si es engañado, que lo sea. David recomendó Husay a Sadoc, y, con estas instrucciones de David, Husay se fue a Jerusalén (v. 37), adonde llegó también Absalón con sus fuerzas poco después.
I. Sigamos a David en su melancólica huida. Le veremos: 1. Engañado por Sibá (vv. 1–4). 2. Maldecido por Simeí (vv. 5–14). II. En cambio, vemos a Absalón que entra triunfalmente en la ciudad; y allí le hallamos: 1. Engañado por Husay (vv. 15–19). 2. Aconsejado por Ahitófel para que entre a las concubinas de su padre
Versículos 1–4
Ya vimos con qué benignidad trató David a Mefi-bóset, el hijo de Jonatán, y con qué prudencia encargó a Sibá la administración de la hacienda de su amo, y ofreció también a éste un puesto permanente en la mesa del rey (9:10). Parece ser, no obstante, que Sibá no se contentó con ser administrador de la hacienda de Mefi-bóset, sino que aspiró a ser el amo. Y ahora es cuando piensa que se le presenta la mejor oportunidad para conseguir su propósito. Si puede obtener una concesión de la corona al respecto, sea David o Absalón el que triunfe, a él lo mismo le da con tal de asegurar su presa.
1. Salió al encuentro de David para hacerle un espléndido presente de provisiones, tanto mejor acogido cuanto que llegaba en el momento oportuno (v. 1). David dedujo de esto que Sibá era un hombre muy discreto y generoso, además de ser afecto a la causa de David, cuando lo que se proponía en realidad era hacer su negocio y conseguir que la hacienda de Mefi-bóset pasase a sus amos. Pero, fuese cual fuese la intención de Sibá al traer este presente, lo cierto es que la Providencia hizo que, por este medio, se proveyera espléndidamente a David y a los suyos. Dios puede usar hombres malos para cumplir los buenos designios que tiene para los suyos, de la misma manera que envió carne al profeta Elías por medio de cuervos.
2. Una vez ganado el afecto de David mediante este presente el próximo paso que Sibá planeaba era enemistarle con Mefi-bóset, lo cual hace mediante una falsa acusación, ya que presenta a su amo como ingrato traidor que pensaba recobrar la corona de su abuelo en este río revuelto de la sublevación de Absalón contra David. David había preguntado por Mefi-bóset como si fuese uno de sus familiares, lo que dio a Sibá ocasión para inventar esta falsa historia acerca de él (v. 3). David da crédito a la calumnia sin más investigación, juzga a Mefi-bóset reo de traición, se hace cargo de la hacienda de éste y la transfiere a Sibá. Fue éste un juicio demasiado precipitado por parte de David, que sólo se explica por el estado de tremenda aflicción en que se encontraba. Después se avergonzaría de haber actuado así, cuando la verdad saliera a plena luz (19:29). Al haber obtenido lo que deseaba, Sibá se reiría para sus adentros de la credulidad del rey.
Versículos 5–14
David soporta las maldiciones de Simeí mucho mejor que como había recibido las adulaciones de Sibá. Con lo de Sibá pronunció un falso juicio sobre otra persona; con lo de Simeí pronunció un justo juicio sobre sí mismo. Las sonrisas del mundo son más peligrosas que sus iras.
I. Cuán insolente fue la furia de Simeí y cuán malvada su actitud al aprovecharse de la presente aflicción de David para mejor llenarle de insultos. En su huida, David y los suyos habían llegado a Bahurim, ciudad de Benjamín, en la que (o cerca de la que) vivía Simeí (hebreo, Shimí), quien, al pertenecer a la tribu de Saúl, con cuya caída toda esperanza de promoción a mejores puestos se había acabado para él, abrigaba contra David una implacable hostilidad y le consideraba injustamente como el causante de la ruina de Saúl y de toda su familia. Es probable que le tuviese por culpable de la muerte de Abner, de Is-bóset, de Urías y hasta del propio Saúl.
1. Por qué aprovechó esta ocasión para dar rienda suelta a sus insultos. (A) Porque pensó que ahora podía hacerlo impunemente. (B) Porque ahora le resultaría más penoso a David, ya que añadiría aflicción al afligido y echaría vinagre en las heridas que estaban en carne viva. (C) Porque pensó que la Providencia justificaba estos insultos y que la presente aflicción de David era la prueba de que era un perverso. Es el mismo falso principio en que se basaron los «amigos» de Job para condenarle.
2. Cómo expresó el rencor de su corazón. (A) Arrojaba piedras contra David (v. 6), como si el rey fuera un perro. (B) El versículo 13 añade que iba esparciendo polvo, el cual, probablemente, le caería a sus propios ojos, como le caerían a su misma cabeza las maldiciones que profería contra David. Así, mientras su maldad resultaba odiosa, su impotencia resultaba ridícula y despreciable. (C) Acompañaba con insultos las piedras y el polvo que arrojaba (vv. 7, 8). Lo único que le traía a la memoria era el cargo infundado de haber causado la ruina de la casa de Saúl, precisamente porque con eso él salía perdedor. Nadie tan inocente como David de la sangre de la casa de Saúl. Una y otra vez le había perdonado la vida a Saúl, cuando Saúl trataba de dar muerte a David. Nada tan injusto como acusar a David de la sangre derramada en la familia y los allegados de Saúl, llamándole: (a) hombre de sangre e hijo de Belial (lit.— v. 7—); (b) sorprendido en su maldad (v. 8), como castigado por Dios: Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl. Véase cómo se atreven los malvados a poner al servicio de su rencor y venganza lo que a ellos les parece juicios de Dios contra otros. (c) Depuesto del trono y privado de la corona, en favor de Absalón, por obra de la Providencia justiciera: Jehová ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón. Quiere así quitarle toda esperanza de recuperar el trono.
II. Cuán pacientemente y con qué sumisión a los designios de Dios soportó David los insultos de Simeí. Los hijos de Sarvia, especialmente Abisay, como sobrinos del rey y generales de su ejército, no pudieron aguantar la afrenta (v. 9): ¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Si David les hubiese dado licencia, habrían silenciado pronto aquellos labios maldicientes y le habrían cortado la cabeza a Simeí. Pero el rey no lo consintió: «¿Qué tengo yo con vosotros (lit. ¿Qué a mí y a vosotros), hijos de Sarvia? Déjale que maldiga». De modo semejante hubo de reprender Cristo a sus discípulos cuando, celosos del honor de Él, querían hacer descender fuego del cielo sobre la ciudad que le afrentó (Lc. 9:55). Nótese de paso que la expresión «¿Qué a mi y a ti?» o «¿Qué a mí y a vosotros?» sale en la Biblia once veces: seis en el Antiguo Testamento (Jue. 11:12; 2 S. 16:10, 19:23, 1 R. 17:18; 2 R. 3:13; 2 Cr. 35:21) y cinco en el Nuevo Testamento (Mt. 8:29, Mr. 1:24; 5:7; Lc. 4:34; Jn. 2:4). Según declara el jesuita J. Leal (sobre Jn. 2:4), «esta expresión siempre equivale a una negativa, a veces muy categórica y resuelta, a veces suave e indulgente». Veamos ahora con qué consideraciones conservó David la calma.
1. La principal fue que reconoció merecer esta aflicción; de ahí que la considerase como venida de la mano de Dios: «Déjale que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho» (vv. 10, 11). En cuanto a que era pecado de Simeí, no era de parte de Dios, sino del diablo y de su propio malvado corazón; pero David veía más allá del instrumento de su aflicción, hasta llegar al supremo director de los acontecimientos, y, como Job, cuando se vio despojado de cuanto tenía, reconoció: «Jehová me lo dio, Jehová me lo quitó» (Job 1:21). No hay nada tan eficaz para llevar la calma a un hijo de Dios que se halla en grave aflicción como ver en ella la mano de Dios.
2. También le sirvió para calmarse en la presente aflicción la consideración de otra mayor (v. 11):
«He aquí, mi hijo que ha salido de mis entrañas acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín?»
3. Se consuela con la esperanza de que Dios, de una manera u otra, sacará bien de este mal (v. 12):
«Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy». Hemos de depender de Dios como de un amo que es buen pagador (lo contrario del diablo—v. Ro. 6:23—), pues nos recompensa, no sólo por nuestros servicios, sino también por nuestros sufrimientos. Al fin, David y los suyos pudieron refugiarse en Bahurim y verse a salvo de lenguas malignas.
Versículos 15–23
Absalón se enteró pronto por alguno de sus amigos de Jerusalén de que David había huido de la capital con una pequeña escolta, así que podía tomar posesión de Jerusalén cuando le pluguiera. Así lo hace sin demora (v. 15), extremadamente exaltado sin duda con este primer éxito. Los más celebrados políticos de aquel tiempo eran Ahitófel y Husay. Al primero lo trae Absalón consigo a Jerusalén (v. 15); el segundo le sale al encuentro en la misma ciudad (v. 16); de modo que no puede pensar, sino en tener un éxito completo. Pero ambos resultaron miserables consejeros, porque:
I. Husay no estaba dispuesto a aconsejarle lo más prudente. Era, en realidad, enemigo suyo y había resuelto hacerle traición. 1. Husay le felicitó por su accesión al trono como si Absalón estuviese ya abundantemente satisfecho con el título y con haber tomado posesión de la corona (v. 16): «¡Viva el rey, viva el rey!» 2. Absalón se sorprendió de hallar allí al que se sabía que era íntimo amigo y confidente de David. 3. Husay le aseguró en la creencia de que estaba de todo corazón de su parte. «Es cierto—viene a decirle—que he sido amigo de tu padre, pero ya se pasó su día; ¿por qué no habré de ser también amigo de su sucesor?» Así aparentó tener razón para dar un paso que nunca había pensado dar.
II. Ahitófel aconsejó a Absalón que obrase con perversidad, con lo que le traicionó tan efectivamente como el que lo hacía de intento; pues quienes aconsejan a otros cometer pecado, ciertamente les aconsejan para su mal; y el gobierno que se funda sobre el pecado es como si se edificara sobre la arena.
1. Por lo que dice el texto sagrado, Ahitófel era conocido como político extraordinario; sus consejos eran tenidos por oráculos de Dios (v. 23). Basados en este informe de la fama de Ahitófel como político, observemos: (A) Que hay muchos que descuellan en sabiduría mundana, pero están completamente destituidos de la gracia divina, pues quienes tienden a ponerse a sí mismos como oráculos, son proclives a despreciar los oráculos de Dios. (B) Que, con frecuencia, los más hábiles políticos actúan del modo más necio con respecto a sí mismos.
2. Su política en este caso hizo fracasar su propio intento.
(A) El perverso consejo que dio Ahitófel a Absalón. Al ver que David había dejado a sus concubinas el cuidado del palacio, le aconsejó que se llegara a ellas (v. 21), porque con esto daría seguridades a todo Israel: (a) De que estaba firme en sus pretensiones al trono. El mero hecho de llegarse a las concubinas de su padre era símbolo de que todo lo de su padre le pertenecía a él. (b) De que había resuelto no hacer las paces con su padre bajo ninguna condición. Después de haber desenvainado la espada, arrojaba de sí, con esta provocación, también la funda, con lo que fortalecería las manos de su partido y aseguraría para sí la lealtad de ellos. Así animó Hernán Cortés a sus soldados al quemar las naves, pues no cabía la retirada. Este consejo de Ahitófel, notoriamente perverso, le mostró como oráculo del diablo más bien que de Dios.
(B) Satisfacción de Absalón con este consejo. Estaba enteramente de acuerdo con su perversa y lasciva mente; así que no tardó en ponerlo por obra (v. 22). Con todo, en ello se cumplió la palabra de Dios por medio de Natán, de que, por violar a Betsabé, las mujeres de David serían públicamente violadas (12:11, 12); y, como ya dijimos, no faltan quienes opinan que, al dar este consejo, Ahitófel intentaba vengarse de David por la injuria cometida contra Betsabé, que era nieta suya (11:3; 23:34).
El encuentro entre David y Absalón va a precipitarse rápidamente y va a ser resuelto a filo de espada.
I. Absalón convoca consejo de guerra, en el que Ahitófel aconseja actuar con prisa (vv. 1–4), mientras Husay recomienda calma y deliberación (vv. 5–13). Se aprueba el consejo de Husay (v. 14), por lo que Ahitófel se siente tan ofendido y frustrado que se ahorca (v. 23). II. Aunque con grandes dificultades, son comunicados secretamente a David los planes del enemigo (vv. 15–21). III. David marcha al otro lado del Jordán (vv. 22–24) y allí recibe su campamento víveres de parte de algunos amigos suyos en aquella zona (vv. 27–29). IV. Absalón y sus fuerzas marchan al encuentro de David y los suyos a la región de Galaad al otro lado del Jordán (vv. 25, 26).
Versículos 1–14
Absalón se halla ya en posesión pacífica de Jerusalén; ya es suyo el palacio real. Su buen padre había reinado siete años y medio en Hebrón; solamente sobre la tribu de Judá, y sin ninguna prisa por destronar a su rival; su gobierno estaba apoyado en la promesa de Dios y, por eso, aguardó pacientemente a que llegara su hora. Pero Absalón, no sólo se apresura a llegar desde Hebrón a Jerusalén, sino que está impaciente por destruir a su padre, pues no se contenta con ocupar su trono mientras no le quite la vida. David y cuantos le siguen han de ser exterminados. Nadie se atreve a mencionar los méritos personales de David ni los grandes servicios que ha prestado a la patria. Nadie se atreve a proponer que basta con que sea desterrado. Está fuera de discusión que David debe ser destruido; la cuestión está en cómo ha de llevarse a cabo.
I. Ahitófel aconseja que se le persiga inmediatamente aquella misma noche con rápida maniobra de todo el ejército, de forma que sólo el rey sea muerto y se dispersen sus fuerzas; entonces, los mismos que ahora siguen a David, se adherirán a Absalón. Nada podía ser tan fatal para David como la ejecución de este consejo. Era muy probable que, ante un ataque por sorpresa, especialmente de noche las menguadas fuerzas que le seguían se dispersaran en desorden y confusión, con lo que resultaría sumamente fácil matar al rey solo (v. 2). Compárese con el complot de Caifás contra el Hijo de David: «Nos conviene que un solo hombre muera por el pueblo» (Jn. 11:50).
II. Husay aconseja que no se precipiten demasiado en perseguir a David, sino que se tomen tiempo para reunir fuerzas contra él y prevalecer contra él por medio de la cantidad de tropas, así como Ahitófel había aconsejado prevalecer contra él por medio de la sorpresa. Pero, al dar este consejo, Husay intentaba realmente servir a David y a su causa, a fin de tener tiempo suficiente para enviarle recado acerca de lo que se tramaba en Jerusalén y para que David pudiese también ganar tiempo y reagrupar fuerzas abundantes en la región allende el Jordán, donde es probable que Absalón no tuviera tantos adictos.
1. Absalón invitó cortésmente a Husay a que diera su consejo. El consejo de Ahitófel había parecido bien a Absalón y a todos los ancianos de Israel (v. 4), no obstante, Absalón quiso oír también el consejo de Husay, pues Dios había inclinado su corazón para no actuar inmediatamente (v. 5): «Llamad también ahora a Husay arquita, para que asimismo oigamos lo que él dirá».
2. Husay acompañó con plausibles razones el consejo que dio.
(A) Se opuso al consejo de Ahitófel y mostró los peligros que comportaba: (a) Insistió mucho en que David era buen soldado, hombre valiente y experto en las lides militares, y no tan fatigado y débil como Ahitófel suponía. Su retirada de Jerusalén había de achacarse a su prudencia, no a su cobardía. (b) Los que le seguían, aunque eran pocos en número, eran valientes (v. 8) y esforzados (v. 10), hombres de reconocida bravura y versados en las artes de la guerra. (c) Estaban todos ellos exasperados contra Absalón, amargados por su rebelión (v. 8), acalorados como una osa a la que han quitado sus cachorros y dispuestos a luchar con toda furia; no habría modo de resistirles, especialmente con los soldados bisoños que seguían a Absalón. (d) Sugirió que, probablemente, David y algunos de sus mejores hombres tenderían una emboscada en alguna cueva (v. 9), a lo que David estaba acostumbrado, o en otro lugar, y caerían de improviso sobre las fuerzas de Absalón, y aunque sólo un grupo sufriera la derrota, se desanimarían los demás y correría la voz de que «el pueblo que sigue a Absalón ha sido derrotado».
(B) Ofreció su propio consejo y dio sus razones: (a) Aconsejó lo que sabía que había de halagar al temperamento orgulloso y vanidoso de Absalón, aunque no iba a ser, en realidad, provechoso para su causa. Primero, aconsejó que se hiciese una leva general de todas las tribus de Israel. Segundo, que Absalón marchase a la batalla al frente de todas las tropas, como mejor soldado y más experto político que el propio Ahitófel (v. 11, comp. con vv. 1–3). (b) También aconsejó lo que mejor aseguraba el éxito de la expedición sin correr ningún riesgo, puesto que, si llegaban a reunir un ejército tan numeroso como se prometían a sí mismos, dondequiera que estuviese David, no marrarían el golpe, sino que, de seguro, le aplastarían. Primero: Si la batalla se libraba en pleno campo, acabarían con todos los hombres que le acompañaban (v. 12). Quizá la razón principal por la que agradó a Absalón este consejo fue porque así se quitaría de en medio a muchos de los amigos de David, contra los que abrigaba especial antipatía. Así ganaba Husay un punto muy importante, azuzando el deseo de venganza de Absalón, tanto como su orgullo. Segundo: Si se refugiaba en una ciudad, no había miedo de que se les escapara, pues dispondrían de manos suficientes para, si era necesario, arrastrar la ciudad misma con sogas hasta el arroyo (v. 13).
(C) Con todas estas artes ganó Husay, no sólo la aprobación de Absalón para su consejo, sino también la aprobación unánime de todos los de Israel (v. 14): «El consejo de Husay arquita es mejor que el consejo de Ahitófel».
Versículos 15–21
Husay comunica a los sacerdotes lo que se había acordado en el consejo (v. 15). Pero parece ser que no estaba completamente seguro de que el consejo de Ahitófel hubiese quedado definitivamente orillado y, por eso, tenía prisa en que se comunicase inmediatamente a David lo que se había discutido en consejo (v. 16), «para que no sea destruido el rey y todo el pueblo que con él está». Tan segura guardia había puesto Absalón en todos los accesos a Jerusalén, que resultaba difícil comunicarse con David. 1. Los jóvenes sacerdotes que habían de llevarle el recado se vieron forzados a retirarse en secreto de la ciudad y reunirse junto a la fuente de Roguel (v. 17). 2. Las instrucciones les fueron comunicadas por medio de una criada, que probablemente fue a la fuente bajo pretexto de sacar agua. 3. Aun así, debido a la vigilancia de los guardias de Absalón, fueron descubiertos y fue informado Absalón de los movimientos de los jóvenes (v. 18): «Pero fueron vistos por un joven, el cual lo hizo saber a Absalón». 4. Sabiéndose descubiertos, los sacerdotes se refugiaron en casa de un amigo en Bahurim, lugar en que poco antes había descansado David (16:14). Allí fueron hábilmente escondidos en un pozo (v. 18), el cual, por ser verano, estaría seco. La mujer de la casa extendió ingeniosamente una tela o cortina (quizá la que servía de puerta) sobre el pozo; pondría, sin duda, piedras en los extremos para sujetarla, y tendió sobre ella el grano trillado, de forma que los perseguidores no pudiesen sospechar que allí había un pozo; de lo contrario, lo habrían registrado (v. 19). Preservados de esta manera, llevaron fielmente el recado a David (v. 21) con el aviso, de parte de sus amigos, de que no demorase pasar el Jordán, junto al que parece ser que ahora se hallaba.
Versículos 22–29
I. David y sus fuerzas pasan el Jordán. Pasaron de noche sin que le desertara un solo hombre. Llegados al otro lado, marcharon durante algún tiempo hasta Mahanáyim, a muchos kilómetros de distancia pero era una ciudad estratégicamente bien situada. En ella moraban los levitas que caían dentro de la tribu de Gad. En esta ciudad, que Is-bóset había escogido como capital de su reino (2:8), puso ahora David su cuartel general (v. 24). Aquí tenía tiempo para reunir un buen ejército con que oponerse a los rebeldes y tributarles una calurosa acogida.
II. Ahitófel se suicida (v. 23). Se ahorcó de rabia de que no se hubiese seguido su consejo, pues pensó: 1. Que eso era el mayor desprecio que podía hacerse a su reputación de experto político. 2. Que su vida peligraba, pues, al no seguirse su consejo, se dio cuenta de que estaba perdida la causa de Absalón y entonces, por mucha que fuese la piedad que David mostrase hacia otros ciertamente no le había de perdonar a él, después de haber aconsejado a Absalón que entrase a las concubinas de su padre. Así que, como había orado David (15:31), fue entorpecido el consejo de Ahitófel. Nótese el gran parecido de Ahitófel con Judas (Mt. 27:5).
III. Absalón persigue a muerte a su padre. No contento con haber hecho huir a su padre al último rincón de su reino, resuelve darle caza para exterminarlo del orbe. Absalón nombró jefe de su ejército a Amasá (v. 25), hijo de Itrá. De éste se dice aquí que era «un varón de Israel», aun cuando en 1 Cr. 2:17 se le llama Yéter y se añade que era «ismaelita». Una probable solución a esta aparente contradicción es que su nombre de nacimiento fuese Yéter de raza ismaelita, y que, por haber abrazado la religión judía se le cambiase el nombre por el de Itrá, y apareciese así como «israelita». Otra solución, preferida por los autores modernos, es la discrepancia entre los distintos MSS. Por la relación que se nos da aquí de este Amasá vemos que era primo de Joab y que ambos eran primos de Absalón y sobrinos de David.
IV. Los amigos con que David se encontró en esta remota parte del país. Incluso Sobí, el amonita e hijo (o descendiente) del rey Nahás, se mostró generoso con él. Es probable que David le hubiese ayudado a subir al trono tras la muerte del desgraciado Hanún (10:1 y ss.). Así habríamos de hacer nosotros el bien a todos los hombres, según tengamos oportunidad. Maquir, hijo de Amiel, era el que había mantenido antes a Mefi-bóset (9:4), hasta que David le descargó de este cuidado, por lo que ahora es ayudado él mismo por este hombre generoso, que parece haber sido patrón común de príncipes que se hallaban en desgracia. De Barzilay oiremos más después. Todos estos hombres, compadecidos de David y de sus hombres, ahora que estaban exhaustos después de una marcha tan larga, le trajeron mueblaje para su casa («camas, tazas, vasijas de barro») y provisiones para su mesa («trigo, cebada, etc.») en señal del afecto que le profesaban (vv. 28, 29). Aprendamos de aquí a ser generosos y no encoger el brazo, conforme a nuestras posibilidades, para socorrer a cuantos se hallan en extrema necesidad. Con frecuencia, Dios provee para los suyos consuelo y ayuda de parte de extraños, en casos en que sus propias familias no les prestan ningún apoyo.
Este capítulo pone punto final a la rebelión y a la vida de Absalón y de este modo nos pone a David de nuevo en su trono. I. David se prepara para el encuentro con los rebeldes (vv. 1–5). II. Completa derrota de las fuerzas de Absalón (vv. 6–8). III. Muerte y sepultura de Absalón (vv. 9–18). IV. Le llegan las noticias a David, quien se había detenido en Mahanáyim (vv. 19–32). V. Su amarga lamentación por la muerte de su hijo (v. 33).
Versículos 1–8
David pasó revista al ejército que había reunido, pues de seguro le habían llegado considerables refuerzos de muchos puntos del país, especialmente de las tribus vecinas.
I. El número de sus tropas (v. 1, 2). Josefo dice que eran, en total, unos 4.000. Los dividió en regimientos y compañías, al frente de las cuales puso los jefes más aptos, y dispuso los regimientos, como era corriente, en tres alas: a la derecha, a la izquierda y en el centro. Al mando de dos de ellas puso a sus sobrinos y expertos generales Joab y Abisay, y al mando de la tercera puso a Itay, quien fue preferido a Benayahu por varias razones: era muy afecto a David y a Joab y había contribuido con gran número de efectivos. Buen orden y buena conducta son más útiles en un ejército que buena cantidad.
II. El pueblo convenció a David para que no fuese en persona a la batalla. Los fieles amigos de David, al recordar lo que se les había dicho del consejo de Ahitófel de matar únicamente al rey, no querían exponer su vida. David les había mostrado su afecto ofreciéndose a ir con ellos a la batalla (v. 2), pero ellos le mostraron su afecto oponiéndose a ello. Podía prestarles mejor servicio quedándose en la ciudad con una reserva de soldados, de donde podía enviarlos como refuerzo si los necesitaban. No todos los puestos de verdadero servicio son puestos de peligro.
III. El encargo que David les dio con respecto a Absalón (v. 5). Cuando el ejército estuvo en orden de batalla, dice Josefo que el rey les animó, oró por ellos y les bendijo, pero les pidió con insistencia que no hiciesen ningún daño a Absalón. Absalón quería ver a David solo muerto, conforme al consejo de Ahitófel, pero David quería ver a Absalón vivo, aunque muchos otros hubieran de morir. Cada uno hizo lo que pudo para conseguir su objetivo, y mostró así cuán malo puede ser un hijo para el mejor de los padres, y cuán bueno puede ser un padre para el peor de los hijos, como si fueran un reflejo de la maldad del hombre hacia Dios, y de la misericordia de Dios para con los hombres. ¿Tratar benignamente a un traidor? Y, entre todos los traidores, ¿tratar bien a un hijo traidor? Pero, ¿no era éste un tipo de aquella inmensa misericordia que mostró el verdadero Rey y Redentor de Israel cuando oró por sus perseguidores y ejecutores: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»? (Lc. 23:24). Cuando Dios envía un correctivo a sus hijos, es siempre con la siguiente cláusula: «Trátales benignamente por amor de mí», pues «Él conoce nuestra condición» (Sal. 103:14).
IV. Completa derrota de las fuerzas de Absalón. La batalla se libró en el bosque de Efraín (v. 6), llamado así por alguna acción memorable llevada a cabo allí, aunque caía dentro de la heredad de la tribu de Gad. Quizá tenga que ver con el incidente entre los de Galaad y los de Efraín, cuando Jefté hizo matar a 42.000 hombres de Efraín (Jue. 12:6). David consideró conveniente que sus fuerzas se encontrasen con el enemigo a cierta distancia de Mahanáyim para no traer la guerra a la ciudad que le había prestado refugio y protección. La causa había de decidirse a campo abierto. Josefo dice que la lucha fue muy dura, pero los rebeldes fueron, al fin, completamente derrotados; murieron 20.000 hombres de ellos (v. 7). Véase aquí lo que resulta de conspirar juntamente contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras (Sal. 2:2, 3). Y para que se convenzan de que Dios luchó contra ellos: 1. Han sido derrotados por un ejército muy inferior al de ellos en número. 2. Con la misma huida con que intentaban escapar se expusieron al mayor peligro, porque el espeso bosque de encinas y terebintos obstruía la huida y daba tiempo a los vencedores a alcanzar a los fugitivos.
Versículos 9–18
Tenemos a Absalón ya perdido, agotados sus recursos, dispersas sus fuerzas en fuga y, peor que todo, al final de su vida. Aunque les había sido prohibido a los vencedores hacer daño a Absalón no se atrevió a mirarles a la cara, sino que, al ver que le alcanzaban, clavó espuelas a su mulo y trató de escapar como fuese, encaminándose a su completa destrucción.
I. Quedó colgado del cuello. El texto dice que «se le enredó la cabeza en la encina», debajo de la cual pasó deprisa montado en su mulo (v. 9). Contra lo que generalmente se cree, aun entre los autores, no se dice, ni es probable, que se le enredara la cabellera en las ramas, sino que su cabeza quedó atrapada fuertemente entre dos ramas, con lo que no tuvo más remedio que soltar la brida al mulo para que éste pudiese pasar delante sin estrangularle. Así quedó suspendido entre el cielo y la tierra, como indigno de ambos o como si ambos le abandonasen. También el Señor Jesucristo quedó así cuando le clavaron en la cruz, pero su situación se debía a que Dios le hizo pecado por nosotros, sin haber conocido el pecado personalmente (2 Co. 5:21).
II. Fue encontrado vivo por uno de los siervos de David, quien fue directamente a Joab para decirle en qué postura había encontrado al jefe de la rebelión (v. 10). Joab reprende al hombre por no haber despachado prontamente a Absalón echándole a tierra y matándolo (v. 11). La recompensa que Joab le ofrecía equivalía a un ascenso en la escala militar, además de la suma de dinero («diez siclos de plata»). El hombre le trae a la memoria a Joab la orden de David y, por eso, él no quería obedecer a Joab por mucho dinero que le diera, pues si mataba al hijo del rey, expondría su vida, no sólo porque el rey se había de enterar, sino porque el mismo Joab le echaría a él la culpa de haber desobedecido la orden del rey (vv. 12, 13). En efecto, es cosa corriente que quienes aman la traición, odian al traidor. Joab no pudo negarlo y ya no arguye más contra el hombre.
III. Absalón se ve ahora en la situación más triste posible. Sin poder escapar, ve acercarse la muerte, una muerte horrible por su dolor y su ignominia. 1. Joab le clava tres dardos en el corazón (v. 14), pero le deja todavía vivo, pues los escuderos de Joab acabaron de matarle (v. 15). Aunque Joab quebrantó la orden de David, hizo, en realidad, un buen servicio al país y al mismo rey (demasiado indulgente con los graves crímenes de sus hijos), pues si hubiese dejado a Absalón con vida habría puesto en peligro el bien de la patria y del rey. No ha de olvidarse que Joab conocía bien (v. 14:30–32) el pésimo carácter de Absalón, joven orgulloso, insolente, ingrato y vengativo. 2. Muerto Absalón, Joab tocó a retirada (v. 16) a fin de que no muriera más gente del pueblo, y para que los enemigos que habían sobrevivido a la batalla pudieran volver fácilmente a someterse a David.
IV. El cadáver de Absalón fue enterrado de manera ignominiosa (vv. 17, 18), pues no fue traído a su padre (lo que habría aumentado el pesar de éste), ni fue guardado para ser enterrado decentemente, sino que le echaron en un gran hoyo en el bosque y levantaron sobre él un montón muy grande de piedras (v. 17). Lo mismo se había hecho en el caso de Acán (Jos. 7:26) y del rey de Hay (Jos. 8:29). El hecho de amontonar piedras sobre el sepulcro de Absalón podía dar a entender que ése era el castigo que merecía como hijo rebelde (Dt. 21:18–21). ¿Dónde queda ahora la hermosura de la que tanto se preciaba y por la que era tan admirado? ¿Dónde sus ambiciosos proyectos como castillos en el aire? Perecieron sus proyectos y él con ellos. Para agravar la ignominia de la sepultura de Absalón, el historiador sagrado se retrotrae aquí a la época en que no tenía esperanza de prole, por lo que había erigido una columna (v. 18) como monumento que, a falta de hijos, perpetuara su nombre. Quizás esperaba ser sepultado al pie de dicha columna. ¡Cuánto se preocupan muchas personas de lo que ha de hacerse con sus cuerpos después de muertos, y no se preocupan en absoluto de lo que será de sus almas mientras están vivos! Absalón consiguió que su nombre se perpetuara, pero no para honor, como él pensaba, sino para deshonra y vergüenza.
Versículos 19–33
I. Cómo fue informado David de la muerte de su hijo. Se había quedado en Mahanáyim y por otro lado, las dispersas fuerzas de Absalón habían huido hacia el Jordán, en dirección contraria a la de Mahanáyim, de forma que sus centinelas no pudieron apercibirse del resultado de la batalla hasta que llegó un emisario con las noticias, mientras David esperaba impaciente sentado entre las dos puertas (v. 24).
1. Joab envió un cusita, es decir, un etíope (v. 21) a dar las nuevas a David. La Vulgata Latina conserva el vocablo hebreo Cusí como nombre propio. F. Buck comenta que «Joab quiere mandar a este cusita, puesto que es en un sentido muy especial “siervo del rey” (v. 29) y tiene poco que temer de su reacción».
2. Ahimaas, el joven sacerdote, hijo de Sadoc (uno de los que trajeron a David noticias de los movimientos de Absalón—17:17—), quiso ser el primero en llevar al rey las noticias; esperaba que David las recibiría con gran satisfacción, pero Joab conocía a David mejor que Ahimaas, y sabía que la noticia de la muerte de Absalón serviría para echar a perder lo bueno que contenía el resto de las noticias; por eso, no quería que Ahimaas, a quien profesaba gran afecto, fuese el primero en llegar al rey con las nuevas (v. 20). Sin embargo, tan pronto como el etíope marchó, marchó también Ahimaas tras él, pues insistió en ir el primero y obtuvo de Joab el permiso para correr hacia el rey (vv. 22, 23). Quizá lo hizo por afecto hacia el rey, preparándole mediante una vaga referencia de lo que había ocurrido, antes de que llegase el etíope con la cruda verdad de lo sucedido a Absalón. La razón por la que Ahimaas llegó antes que el etíope no fue precisamente porque fuese más ligero de piernas que éste, como algunos suponen, sino porque corrió por el camino de la llanura (v. 23), el cual, aunque era más largo, era más fácil mientras que el etíope habría escogido marchar en línea recta, a través de valles y montes, por donde no era tan fácil ir deprisa.
3. Ambos fueron descubiertos por el centinela o atalaya que vigilaba desde el terrado que había encima de la puerta exterior; primero, Ahimaas. Cuando lo comunicó al rey, éste dijo: «Si viene solo, buenas nuevas trae» (v. 25). Pero, al ver que venía otro corriendo tras el primero, parece ser que comenzó a sospechar lo peor y no se atrevió a comunicarlo directamente al rey, sino que se lo dijo al portero (v. 26). Sin embargo, el rey no sospechó nada malo con la llegada de este segundo mensajero.
4. Ahimaas llegó gritando: «Paz» (v. 28). Esta palabra, y el hecho de que Ahimaas era hombre de bien (v. 27), animó a David. Llegado al rey, comenzó con una bendición de parte de Jehová, como cumplía a un sacerdote hacerlo, le refirió después la derrota de los enemigos del rey y, preguntado por la suerte que había corrido Absalón, evadió la respuesta con vaguedades. Al bendecir a Dios por la victoria, Ahimaas preparaba a David para recibir con mayor resignación la noticia de la muerte de su hijo. Cuanto más inclinado esté nuestro corazón a dar gracias a Dios por los beneficios que de Él hemos recibido tanto mejor preparados estaremos para soportar las aflicciones que vienen mezcladas con los beneficios. ¡Pobre David! Es tan padre que se olvida de que es rey y, por eso, no puede regocijarse con las nuevas de la victoria mientras no sepa si está bien el joven Absalón (vv. 29, 32). Ahimaas se percató pronto, como lo había insinuado Joab, de que la noticia de la victoria, juntamente con la de la muerte de Absalón, haría que las nuevas no fueran bien acogidas; por eso contestó con evasivas: «Vi yo un gran alboroto cuando envió Joab al siervo del rey (es decir, al etíope) y a mí tu siervo; mas no sé qué era» (v. 29).
5. Inmediatamente llega el etíope (v. 31) y, además de confirmar la noticia de la victoria, que Ahimaas había comunicado, le dijo al rey la verdad de lo sucedido, aunque la dijo tan discretamente que, aun siendo para el rey mala noticia, le insinuaba que Absalón había sido un enemigo del rey y un sedicioso: «Como aquel joven sean los enemigos de mi señor el rey, y todos los que se levanten contra ti para mal». Como si dijese: «¿Preguntas si está bien? Pues sí, está bien enterrado».
II. Cómo recibió David el comunicado. Se olvida de regocijarse en su propia liberación, y se siente abrumado por la triste noticia de la muerte de su hijo (v. 33). Bullinger (Figures of Speech Used in the Bible, p. 193) hace ver cómo expresa aquí el texto sagrado la tremenda pesadumbre de David por medio de la figura epizeuxis (repetición de las mismas palabras en el mismo sentido): «¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!» Estas expresiones resultan tanto más conmovedoras cuanto que la lengua hebrea es sumamente concisa y enemiga de redundancias. Damos fin a este capítulo y hacemos notar que, en la Biblia Hebrea, este v. 33 es el primero del capítulo 19.
Hemos dejado el ejército de David en triunfo y al mismo David en llanto. Ahora tenemos aquí: I. La forma en que Joab le persuade a que vuelva en sí (vv. 1–8). II. También vuelve a su reino después de su accidentado destierro. 1. Los hombres de Israel son los primeros en pedir que vuelva el rey (vv. 9, 10). 2. Los hombres de Judá son invitados por los emisarios de David a que hagan lo mismo (vv. 11–14), y así lo hicieron (v. 15). III. Al llegar el rey al Jordán, es perdonada la traición de Simeí (v. 16–23); es excusada la anterior ausencia de Mefi-bóset (vv. 24–30) y es reconocida la generosidad de Barzilay y recompensada en su hijo (vv. 31–39). IV. Los hombres de Israel se querellan contra los hombres de Judá por no haberles llamado a la ceremonia de la pública restauración del rey (vv. 40–43).
Versículos 1–8
Poco después de que los emisarios llevasen al rey las noticias, llegó Joab con su ejército victorioso.
I. Vemos aquí qué desilusión se llevaron al encontrar al rey que lloraba por la muerte de Absalón, lo que ellos tomaron muy a mal, como si David estuviese disgustado con ellos por lo que habían hecho, cuando esperaban haberlo hallado con muestras de alegría y de gratitud por el buen servicio que le habían prestado (v. 1): Dieron aviso a Joab. La noticia corrió por todo el ejército (v. 2) de que el rey tenía dolor por su hijo. No se pusieron a murmurar contra el rey, porque todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo (3:36), pero lo tomaron como una gran mortificación para ellos: «Se volvió aquel día la victoria en luto para todo el pueblo» (v. 2). «Y entró el pueblo aquel día en la ciudad escondidamente, como suele entrar a escondidas el pueblo avergonzado que ha huido en la batalla» (v. 3). En obsequio a su soberano, no quisieron regocijarse en lo que vieron que tanto le afligía.
II. Pero Joab reprendió clara y vehementemente a David por su actitud indiscreta en esta crítica coyuntura. Nunca había necesitado David ganarse el afecto del pueblo tanto como ahora. Joab alaba el servicio que habían prestado los soldados de David (v. 5): «Estás cubriendo de vergüenza el rostro de todos tus siervos, que hoy han salvado tu vida». Como si dijese: «¿Qué cosa hay tan absurda como amar a tus enemigos y aborrecer a tus amigos?» Y le aconseja que se presente inmediatamente a la cabeza de sus tropas para ofrecerles su bienvenida, su sonrisa, su felicitación por el éxito y su gratitud por el servicio que le habían prestado.
III. David aceptó con toda prudencia y mansedumbre el reproche y el consejo que se le daba (v. 8). Como se hacía en casos similares, después de sacudir de su rostro la tristeza, se ungiría la cabeza y se lavaría la cara para no aparecer ante el pueblo como si estuviese de duelo, y así hizo su aparición en público sentado a la puerta (v. 8). Todo el ejército, es decir, los que le habían sido leales vinieron allí delante del rey a felicitarle por haber quedado sano y salvo tras la refriega; pero Israel, esto es, los que habían apoyado a Absalón, había huido, cada uno a su tienda.
Versículos 9–15
Es extraño que David no volviese inmediatamente a Jerusalén. ¿Acaso no pudo hacerlo, con este ejército victorioso que tenía consigo en Galaad? Sí que podía hacerlo, pero no como un conquistador que se abre paso por la fuerza, sino como un príncipe que vuelve con el consentimiento y la unánime aprobación de su pueblo. Quería volver con honor, como le competía, no a la cabeza de sus soldados, sino en brazos de sus súbditos; porque el príncipe que posee suficiente prudencia y bondad para ganarse el afecto de su pueblo aparece, sin duda, más grande y majestuoso que el que posee solamente la fuerza suficiente para concitarse el terror del país.
I. Los hombres de Israel (esto es, los de las diez tribus) fueron los primeros en hablar de hacerle volver a la capital del reino (vv. 9 10). David les había ayudado anteriormente; había estado al frente de ellos en sus batallas, había sometido a sus enemigos y les había prestado innumerables servicios; por consiguiente, era una gran vergüenza que estuviese exiliado del país quien tantos beneficios le había reportado. Absalón les había decepcionado (v. 10): «Y Absalón, a quien habíamos ungido sobre nosotros (es significativo que no digan «como rey»), ha muerto en la batalla». Como si dijesen: «Estábamos neciamente cansados del cedro, y escogimos para que reinase sobre nosotros una rama de dicho cedro; pero no hay nada que esperar de dicha rama. Absalón ha muerto, y a punto hemos estado todos nosotros de morir con él. Volvamos, pues, a nuestro anterior vasallaje y devolvamos al rey a su casa». Es probable que toda la discusión entre ellos se centrase, no en si habían de hacer volver al rey o no (todos estaban de acuerdo en que había que hacerlo), sino de quién era la culpa de que no se hubiese hecho antes.
II. Los hombres de Judá no estaban tan decididos como los demás. David había recibido noticias de la buena disposición en que se hallaban hacia él las demás tribus, pero no tenía ninguna noticia de Judá, y no quería regresar a la capital mientras no conociese la disposición de su propia tribu. Para que su regreso a casa no encontrase ningún estorbo:
1. Encargó a Sadoc y Abiatar, los principales sacerdotes, que fuesen a los ancianos de Judá y les incitasen a enviar una invitación al rey para que regresase a su casa, la cual era la gloria de la tribu de Judá (vv. 11, 12). Quizás eran tan conscientes de la gran provocación que habían hecho a David al adherirse a Absalón, que temían invitarle a volver, pues habían perdido la esperanza de que les mostrase de nuevo su favor. Por eso, él comisiona a sus agentes para que den toda clase de seguridades a los ancianos de Judá, diciéndoles (v. 12): «Vosotros sois mis hermanos; mis huesos y mi carne sois (comp. Ef. 5:30). ¿Por qué, pues, seréis vosotros los últimos en hacer volver al rey? No temáis que sea severo con vosotros, cuando sois mis huesos y mi carne».
2. Tenía especial interés en que diesen un comunicado similar a Amasá, quien había sido general de Absalón, pero era sobrino suyo, lo mismo que Joab (v. 13). Le reconoce como a próximo pariente y le promete que, si se pone ahora de parte suya, le nombrará capitán general de todas sus fuerzas en lugar de Joab. Es cierto que, con esto, David daba un buen paso político, puesto que Amasá influiría decisivamente para devolverle el afecto de los vencidos (vv. 13, 14) y, por otra parte, Joab se estaba volviendo demasiado insolente y altivo, pero no fue tan prudente al hacer que dicho nombramiento se hiciese público tan pronto, pues ocasionó el asesinato de Amasá a manos de Joab (20:10).
3. De momento, consiguió David lo que quería, pues obtuvo la cordial sumisión de todos los hombres de Judá (v. 14), de forma que le invitaron a volver. La providencia de Dios, por medio de la persuasión efectuada por los sacerdotes y por medio del interés personal de Amasá, inclinó a los de Judá a tomar esta resolución. David no se movió de su lugar hasta que recibió esta invitación, y entonces regresó hasta el Jordán (v. 15), que era el sitio convenido para encontrarse con él.
Versículos 16–23
David, en su huida, recordaba a Jehová especialmente desde la tierra del Jordán (Sal. 42:6), y ahora era esta región favorecida, más que ninguna otra, con la gloria de su regreso triunfal. Los de Judá se habían reunido en Guilgal (v. 15) y, junto con mil hombres de Benjamín (v. 17), cruzaron el vado para pasar a la familia del rey (v. 18). Dos personas de especial interés en toda la narración salieron al encuentro de David en los bancos del Jordán; ambas, aunque de diverso modo, habían abusado de la credulidad y de la mansedumbre del rey cuando éste huía de Absalón.
I. Sibá, quien, al acusar a su amo, había obtenido del rey concesión para hacerse con la hacienda de Mefi-bóset (16:4), había abusado de la credulidad de David, al inducirle a actuar en perjuicio del hijo de su gran amigo Jonatán. Ahora se apresura a presentarse al rey (v. 17), a fin de obtener su favor y adelantarse a Mefi-bóset, quien pronto vendrá a presentar sus excusas y descubrir al rey la verdad (v. 26).
II. Simeí, que de forma tan perversa e insolente le había maldecido y le había arrojado piedras y polvo (16:5–8, 13), piensa que le es de todo punto necesario hacer las paces con David. Para ganarse el favor del rey, Simeí: 1. Vino con buena compañía: con los hombres de Judá. 2. Trajo consigo un regimiento de hombres de Benjamín, y ofreció al rey sus propios servicios y los de sus hombres. 3. Se apresuró a llevar a cabo el objetivo que le había traído a la presencia de David. Y lo hizo públicamente. La ofensa había sido en público; por tanto, también la sumisión debía hacerse en público. Confiesa su delito: Yo tu siervo reconozco haber pecado (v. 20), y le pide perdón al rey: No me culpe mi señor de iniquidad (v. 19); es decir, «no me trates como lo merece mi culpa». Abisay quien había estado dispuesto a arriesgar su vida y pasar a dar muerte a Simeí, cuando éste maldecía a David (16:9), pidió a David que castigase a Simeí con la muerte, como se merecía (v. 21), pero David rechazó con desagrado esta petición (v. 22): «¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia (la misma expresión de 16:10), para que hoy me seáis adversarios?» Cuanto menos no sigamos los consejos de quienes son de espíritu vengativo y quieren que nos comportemos con la misma dureza. Es una gloria para los reyes el perdonar a los que humildemente se rinden. Como dice el proverbio latino: Satis est prostrasse leoni = «Le basta al león tener a su víctima abatida». El gozo que sentía ahora David le inclinó a perdonar al culpable. No sólo esto, sino que, con la experiencia del favor de Dios al restaurarle el trono, cuando había atribuido a su propio pecado la exclusión del mismo, se sentía tanto más inclinado a mostrar misericordia con Simeí. Así que éste obtuvo su perdón firmado y rubricado con juramento (v. el comentario a 1 R. 2:8–9).
Versículos 24–30
El día del regreso de David fue un día de despertar recuerdos. Entre otras cosas, después del caso de Simeí, viene el de Mefi-bóset.
I. También Mefi-bóset hijo (esto es, nieto) de Saúl descendió a recibir al rey (v. 24). Vino entre la muchedumbre y, en prueba de la sinceridad de su gozo por el regreso de David, se nos dice que había estado haciendo duelo por el destierro del monarca: No se había lavado los pies, ni se había cortado la barba, ni se había lavado los vestidos (señales todas ellas de duelo) desde el día en que el rey salió. Así demostraba su sincero pesar por la aflicción del rey y la miseria del reino.
II. Cuando el rey llegó a Jerusalén, Mefi-bóset vino a recibirle (v. 25); y cuando el rey le preguntó por qué, siendo él como uno de los de su familia, se había quedado atrás sin acompañarle en el exilio Mefi- bóset le explicó el caso con toda claridad. 1. Se quejó de que Sibá, su siervo, que debería haber sido su amigo, había sido su enemigo de dos maneras: (A) Le había impedido ir con el rey, llevándose el asno que debía haber preparado para su amo (v. 26) y se había así aprovechado de la cojera de Mefi-bóset. (B) Le había calumniado delante del rey de querer aprovecharse de la insurrección de Absalón para reclamar el derecho a la corona (v. 27). 2. Reconoció agradecido el gran favor que le había hecho David cuando tanto él como toda la casa de su padre se hallaban a merced del nuevo rey (v. 28). 3. Dejó el asunto en manos del rey, y se encomendó a la sabiduría del rey y a su capacidad para discernir entre la verdad y la mentira, y reconoció que no tenía ningún derecho a reclamar la protección del rey.
III. Ante esta explicación David revoca la orden de transferir a Sibá la hacienda de Mefi-bóset y confirma lo que había establecido anteriormente (9:10), ya que la frase: «He determinado que tú y Sibá os dividáis las tierras» (v. 29), parece dar a entender que Mefi-bóset tendría el título de propiedad, y Sibá el arriendo de las tierras, de modo que ambos se beneficiaran equitativamente de la hacienda. Discuten los autores: 1. Sobre la sinceridad de Mefi-bóset. Mientras algunos le llenan de elogios, y dicen que era «el hijo digno de Jonatán», otros piensan que su conducta no estuvo exenta de malicia y astucia. 2. Sobre la solución que ofreció David. Unos piensan que su sentencia fue injusta contra Mefi-bóset y que no debió haber favorecido al calumniador Sibá. Otros opinan que debió investigar el asunto más a fondo. Otros, que obró con gran prudencia política, pues, por una parte, no quería enajenarse la confianza de Sibá y por otra, dudaba algún tanto de la completa sinceridad de Mefi-bóset.
IV. Mefi-bóset abandona todas sus pretensiones a la hacienda, pues le basta con ver que el rey ha vuelto sano y salvo (v. 30): «Deja que él (Sibá) las tome todas (las tierras), pues que mi señor el rey ha vuelto en paz a su casa». ¿Fue este gesto pura generosidad? ¿Fue ardid astuto para seguir gozando de la confianza y del favor de David? La respuesta depende de la forma como se enjuicie lo dicho en el punto anterior.
Versículos 31–39
Barzilay, el galaadita, que tenía una posición civil y económica acomodada en Roguelim no lejos de Manaháyim era el hombre que, con toda la gentileza y generosidad de aquella región, había prestado muy buenos servicios a David cuando éste se hallaba exiliado, y huía de Absalón. Si éste hubiera triunfado, es seguro que Barzilay habría padecido por su lealtad, pero ahora ni él ni los suyos salían perdiendo por ello.
I. El gran respeto de Barzilay a David como a su legítimo soberano (v. 32): Había dado provisiones al rey cuando estaba en Mahanáyim. Dios le había dado gran hacienda, «porque era hombre muy rico» y, por lo que vemos, tenía un gran corazón para disponer de su hacienda y hacer el bien, pues, ¿de qué sirve una gran hacienda si no es para eso?
II. La amable invitación que le hizo David para que viniera a la corte (v. 33): «Pasa conmigo». Le invitó: 1. Para tener el placer de su compañía y el beneficio de su consejo. 2. Para tener la oportunidad de devolverle las atenciones que había tenido Barzilay con él: «Yo te sustentaré conmigo en Jerusalén».
III. Respuesta de Barzilay a esta invitación, en la que:
1. Admira la generosidad del rey al hacerle este ofrecimiento, no da importancia al servicio que él le había prestado antes y alaba la forma en que el rey le correspondía ahora.
2. Declina la invitación, y pide al rey que acepte sus excusas por rechazar tan generoso ofrecimiento, ya que: (A) Es demasiado viejo y no se siente con fuerzas para un traslado, especialmente a la corte. (B) Ve próxima su muerte (v. 37) y prefiere ser sepultado cerca de sus padres. Bueno es pensar a menudo en ese último viaje, para mejor disponer todas nuestras cosas y usar el tiempo que nos queda en el servicio de Dios y el provecho del prójimo.
3. Desea que el rey dispense a su hijo Quimam el favor que le ofrece a él: «Que pase él con mi señor el rey, y haz a él lo que bien te parezca». El favor que David dispense a Quimam lo toma Barzilay como hecho a él mismo.
IV. David se despide de Barzilay. 1. Le envía de regreso a su país con un beso y una bendición (v. 39), señales de gratitud por el trato amable que le había dispensado y de promesa de guardarle afecto y de orar por él; también le promete estar a su disposición para todo aquello en que pueda servirle en lo futuro (v. 38): «Todo lo que tú pidas de mí, yo lo haré». 2. Toma consigo a Quimam y deja a Barzilay la decisión de aconsejarle la forma en que quiere que se trate a su hijo (v. 38): «Pues pase conmigo Quimam, y yo haré con él como bien te parezca». Por otros datos que poseemos, podemos deducir que Barzilay pidió para su hijo un lugar en la campiña de Jerusalén (1 R. 2:7), y después leemos de un lugar que se llamaba «Guerut-Quimam» (Jer. 41:17); es decir, «habitación, o albergue, de Quimam», cerca de Belén; con toda probabilidad, concedida a Quimam, no de las tierras de la corona, sino del patrimonio personal de David.
Versículos 40–43
David llegó al Jordán acompañado y asistido únicamente por los hombres de Judá; pero cuando llegó hasta Guilgal, su primera etapa en este lado del río, la mitad del pueblo de Israel (v. 40), es decir de sus ancianos y jefes, habían venido a rendir homenaje (besarle la mano—comp. con Sal. 2:12—), pero se encontraron con que llegaban demasiado tarde para asistir a la solemnidad de su primera entrada. Esto ocasionó una disputa entre ellos y los hombres de Judá, la cual fue el comienzo de una posterior sublevación. Aquí tenemos:
1. La querella que los hombres de Israel presentaron al rey contra los hombres de Judá (v. 41), de que habían efectuado la ceremonia de pasar al rey al otro lado del Jordán sin notificarles a ellos lo que se iba a celebrar, como si ellos no fueran igualmente afectos al rey, cuando el propio David sabía que ellos habían hablado de hacerlo antes de que los hombres de Judá ni siquiera pensaran en ello (v. 11).
2. La excusa que dieron los hombres de Judá (v. 42). (A) Apelan a su especial relación con el rey:
«Porque el rey es nuestro pariente», esto es, de la misma tribu. Por eso, en un asunto de mera ceremonia, como era éste, reivindicaban su precedencia. (B) Negaban la insinuación de que buscaban su propio interés en lo que habían hecho: «¿Hemos nosotros comido algo del rey? ¡No! Nos hemos sustentado a nuestras expensas. ¿Hemos recibido de él algún regalo? ¡No! No hemos intentado aprovecharnos de su regreso; habéis llegado con tiempo suficiente para compartir los beneficios de su vuelta».
3. Los hombres de Israel vuelven a la carga en defensa de su queja (v. 43), alegan que ellos tenían en el rey diez partes, mientras Judá tenía sólo dos: la suya y la de Simeón, cuya heredad caía dentro de los límites de los de Judá; por ello, se quejan de nuevo de que no se les notificara la ceremonia del paso del Jordán con el rey. El v. 43 (y el capítulo) termina así: «Pero las palabras de los hombres de Judá fueron más violentas que las de los hombres de Israel». Con ello el autor sagrado carga sobre los de Judá la responsabilidad mayor por la disensión que, al paso del tiempo, daría lugar a la ruptura en dos del reino. Era muy peligrosa la arrogancia de los de Judá, en su afán de monopolizar el cuidado y el servicio del rey.
Tan pronto como termina una de las calamidades de David, surge otra. I. Antes de que llegue a Jerusalén, Seba encabeza una nueva rebelión (vv. 1, 2). II. Lo primero que hace David, al llegar a Jerusalén, es condenar a sus concubinas a perpetua reclusión (v. 3). III. Amasá, a quien el rey encarga la formación de un ejército contra Seba, es demasiado lento en sus movimientos, lo cual asusta a David (vv. 4–6). IV. Mientras el ejército de David avanza para tomar posiciones contra el enemigo, uno de sus generales asesina bárbaramente al otro (vv. 7–13). V. Seba queda, por fin, encerrado en la ciudad de Abel-bet-maacá (vv. 14, 15), donde los ciudadanos le entregan en manos de Joab, con lo que es aplastada su rebelión (vv. 16–22). VI. El capítulo concluye con una breve referencia a los oficiales de alto rango de David (vv. 23–26).
Versículos 1–3
David, en medio de sus triunfos, tiene que ver su reino perturbado de nuevo.
I. Se rebelan contra él sus súbditos, por instigación de un perverso (lit. hijo de Belial), a quien siguieron en lugar del hombre escogido por Dios. No nos ha de extrañar, mientras vivimos en este mundo, que el fin de un conflicto sea el comienzo de otro. Cuando se quiebra un hueso necesita cierto tiempo para unirse. El cabecilla de esta rebelión es Seba, benjaminita de nacimiento (v. 1), que vivía en el monte de Efraín (v. 21). Tanto él como Simeí eran de la misma tribu que Saúl, y ambos guardaron el antiguo resentimiento de aquella casa. La ocasión de esta nueva sublevación fue la insensata disputa que vimos al final del capítulo anterior, entre los ancianos de Israel y los de Judá, sobre la ceremonia de pasar el Jordán con el rey. La proclama de Seba (v. 1), quien probablemente era uno de los notables de la tribu y había tomado parte en la rebelión de Absalón, venía a decir: «Si el rey aguanta ser monopolizado por los hombres de Judá, allá se las compongan ellos; nosotros pondremos otro rey para nuestras tribus». Los disgustados israelitas respondieron a esta llamada y abandonaron a David, siguiendo a Seba (v. 2). Las reyertas de palabra llevan a la subversión de la paz, y son muchos los males que se derivan de interpretar mal lo que se dice o se escribe, y de sacar conclusiones que nunca pasaron por las mentes de los que iniciaron la discusión. Los de Judá habían dicho: «El rey es nuestro pariente». «Con eso, insinúan los de Israel, dais a entender que nosotros no tenemos parte en David»; cosa que los de Judá no habían querido decir.
II. Son recluidas de por vida sus concubinas, ya que se vio obligado David a ello, por cuanto habían sido profanadas por Absalón (v. 3). Así que quedaron, como dice el texto, «en viudez perpetua». La reclusión no era gran castigo para ellas, pues la vida de las concubinas de un harén oriental ya es, de suyo, una vida de encierro, pero el mayor castigo fue que «nunca más se llegó a ellas David», lo que añadía a su situación un desprecio absoluto (comp. con 6:23).
Versículos 4–13
Caída de Amasá, justamente cuando había comenzado a elevarse. Había sido general de Absalón, pero se adhirió después a David con la promesa que éste le hizo de nombrarle capitán general dei ejército en lugar de Joab.
I. Amasá recibe el encargo de organizar las fuerzas armadas para aplastar la rebelión de Seba, y se le ordena que lo haga en el plazo de tres días (v. 4). Sea porque los de Judá fueron remisos en obedecerle o, más probable, porque él no era tan hábil como David creía, lo cierto es que se detuvo más tiempo del que le había sido señalado (v. 5).
II. Ante este retraso de Amasá, David encarga a su otro sobrino Abisay, el hermano de Joab, que tome consigo las fuerzas que formaban la guardia del rey y persiga a Seba (vv. 6, 7), pues nada peor puede ocurrir que darle tiempo a organizarse y, según David, Seba puede hacer más daño que Absalón, puesto que le arranca de cuajo, sin ambages, diez tribus. Es probable que David comisionase a Abisay, en lugar de a Joab, para mortificar a éste por lo de Absalón. Aunque afrentado con este nombramiento, Joab sigue con su hermano.
III. Cerca de Gabaón, Joab se encuentra con Amasá (v. 8), a quien asesina bárbaramente (vv. 9, 10).
1. Lo hizo astutamente y a traición, sin que mediase provocación por parte de Amasá. Se ciñó el manto para que no le impidiera los movimientos, y sobre el manto se puso el cinto a fin de tener más a mano la daga que llevaba en una vaina demasiado ancha para que, cuando bien le pareciese, se le cayese con un pequeño golpe, como casualmente, y pudiera recogerla sin sospechas, pues parecería que la iba a volver a la vaina. 2. Lo hizo bajo pretexto de amistad, de modo que Amasá no se pusiera en guardia. Le llamó hermano e hizo ademán de besarlo. 3. Lo hizo con desvergüenza, no en un rincón ni a oscuras, sino en pleno día y a la cabeza de las tropas. 4. Finalmente, lo hizo con desprecio (y hasta con desafío) hacia David y hacia la comisión que había encargado a Amasá. Joab no podía olvidar que Amasá había estado al servicio de Absalón.
IV. Joab toma de inmediato el mando de las fuerzas y, con su hermano Abisay (reducido al papel de segundón, a pesar de la orden de David—v. 6—), se pone en persecución de Seba. Sabía que la mayor parte del ejército estaba dispuesta a seguirle a él más bien que a Amasá, quien antes había estado en el bando de Absalón y, por ello, era tenido aún por traidor. ¿Quién de los hombres de Judá no preferiría luchar por su rey de siempre y bajo las órdenes de su general de siempre? (v. 11). Pero uno no puede menos de asombrarse de que un asesino tenga la suficiente cara para perseguir a un traidor. El cadáver de Amasá es retirado a un lado del camino y cubierto con una vestidura para distraer la curiosidad de los viandantes, y prosigue la marcha contra Seba. Los malvados se consideran seguros en su perversidad si logran ocultarla a los ojos del mundo. Con tal de que quede oculta, para ellos es como si no la hubieran cometido.
Versículos 14–22
I. El cabecilla de la rebelión, después de haber pasado por todas las tribus de Israel con esperanza de recabar su apoyo para el triunfo de su causa, se halla con que los de Israel tras pensarlo bien, no le siguen y, quizás, hasta se ríen de él, por lo que, seguido de los de su clan, se refugia en Abel-bet-macá (llamada en 2 Cr. 16:4 «Abel-máyim»), ciudad bien fortificada y situada en el límite norte del país (v. 14).
II. Joab, con las fuerzas bajo su mando, lanza un ataque a la ciudad, la sitia y levanta contra ella baluarte, al mismo tiempo que se pone a derribar la fuerte muralla de la ciudad (v. 15). Estos preparativos hicieron ver a los habitantes de la plaza la seriedad de la situación y se sintieron hondamente preocupados, como se ve por las palabras de la mujer en vv. 18, 19.
III. Esta mujer «sabia» (v. 16), esto es, astuta y experta (comp. con 14:2), lleva el asunto a buen puerto, satisface los deseos de Joab y, al mismo tiempo, salva de la destrucción a la ciudad.
1. Su trato con Joab, a fin de que éste levante el sitio, bajo promesa de que Seba le será entregado. Parece ser que ninguno de los hombres de la ciudad se atrevió a parlamentar con Joab, pero esta mujer, con su prudencia y astucia, salvó a la ciudad. Las almas no conocen discriminación de sexos. Aunque el hombre sea la «cabeza», no se sigue de ahí que tenga el monopolio del cerebro y, por ello, no debería tampoco, por cualquier ley sálica, tener el monopolio de la corona. Muchos corazones masculinos, y más que masculinos, se han hallado en pechos femeninos; ni es menos valioso el tesoro de la sabiduría por hallarse alojado en vasos más frágiles. En el diálogo de esta anónima heroína y Joab:
(A) Ella consigue ser escuchada y atendida por Joab (vv. 16, 17).
(B) Razona con él a favor de la ciudad, y lo hace con gran ingenio, pues le dice: (a) Que esta ciudad es famosa por su sabiduría, pues eso es lo que viene a significar el v. 18. (b) Que sus habitantes eran de antiguo pacíficos y fieles en Israel (v. 19). (c) Que la ciudad era como una madre en Israel, importante dentro de la heredad de Jehová, no sólo por ser como una metrópoli (= ciudad madre) en posición, fuerza y número de habitantes, sino también por ser como guía y nodriza de las ciudades y aldeas circunvecinas.
(d) Que todos los habitantes de la ciudad esperaban que Joab ofreciese la paz antes de comenzar el ataque, como lo requería la ley (Dt. 20:10).
(C) Joab y esta abogada de la ciudad pronto se ponen de acuerdo en que la cabeza de Seba sea el pago por la preservación de la ciudad. Joab (vv. 20, 21) viene a decirle: «Nuestro ataque no es contra la ciudad, sino contra el traidor que se ha refugiado entre vosotros; entregadlo, y se acabó el asunto». ¡Cuántos males se impedirían si las partes contendientes llegasen a tiempo a un mutuo entendimiento! La única condición para la paz era que el traidor se rindiese o fuese entregado. Así pasa en el trato de Dios con el alma, cuando se halla asediada por la convicción de pecado y la aflicción consiguiente: el traidor es el pecado; la acariciada concupiscencia es el cabecilla de la rebelión; que este cabecilla sea mortificado, que la transgresión sea arrojada, y todo marchará bien.
2. Su trato con los conciudadanos. Con la misma prudencia que había mostrado en su conversación con Joab, les persuadió a que se le cortase la cabeza a Seba. Cumplido este requisito, levantó Joab el asedio y regresó con sus fuerzas a Jerusalén trayendo consigo el trofeo de la paz, que es mucho más valioso que el de la victoria.
Versículos 23–26
En estos versículos hallamos una lista de los principales oficiales de la corte de David. La lista ofrece muy pocos cambios, comparada con la de 8:16–18, pero se pone aquí por tres razones: 1. Para hacer ver que Joab ha recobrado el mando supremo del ejército. 2. Para que se observe el cambio de lugares.
Benayá (o Benayahu) ocupa ahora el segundo lugar, en lugar del quinto en la lista anterior, quizá para mostrar los buenos servicios que había prestado con sus fuerzas de mercenarios. En cambio, los sacerdotes, que anteriormente figuraban en tercer lugar, se ven aquí en el sexto, lo que parece indicar que el aspecto militar predominaba en la actual situación. 3. Adoram (o Adoniram—v. 1 R. 4:6; 5:14—) ocupaba el nuevo cargo como jefe de los exactores de tributos, pues sólo al final de su reinado es cuando comenzó a exigir tributos o contribuciones. Algunos autores opinan que su cargo consistía en supervisar los trabajos forzados. Desde luego, en 1 Reyes 5:14 le vemos haciendo levas de hombres para dichos trabajos. Es posible que ejerciese ambos cargos.
La fecha de los acontecimientos narrados en este capítulo es incierta. Hay opiniones para todos los gustos. Me inclino a pensar que sucedieron en la forma que están colocados aquí, después de la rebelión de Absalón y de la de Seba y hacia el final del reinado de David. Sin embargo, no se puede descartar (nota del traductor) la opinión de los que piensan que el hambre de que aquí se habla es posterior al encuentro de David con Mefi-bóset (9:1 y ss.), pues el versículo 7 nos dice que perdonó el rey a Mefi- bóset hijo de Jonatán, etc. pero, con toda probabilidad, el hambre ocurrió antes de la rebelión de Absalón, ya que tanto Simeí (16:7) como Mefi-bóset (19:28) parecen aludir a la matanza de los cinco hijos de Merab hija de Saúl y de los dos hijos de Rizpá y Saúl (vv. 8, 9). Tenemos aquí: I. La venganza de los gabaonitas: 1. Por medio del hambre que sobrevino al país (v. 1). 2. Por medio de la muerte de siete descendientes de Saúl (vv. 2–9). Con todo, se cuidó de que se diese decente sepultura a los cadáveres de los ahorcados, juntamente con los huesos de Saúl y de Jonatán (vv. 10–14). II. Se hace luego mención de ciertos gigantes filisteos, muertos en diversas batallas (vv. 15–22).
Versículos 1–9
I. El crimen que Saúl había cometido contra los gabaonitas. Como hace notar el texto sagrado (v. 2), los gabaonitas eran «del resto de los amorreos» y, por medio de una astuta estratagema, habían hecho un tratado de paz con Israel y les había sido sellado con juramento (Jos. 9:15), aunque, en castigo del engaño con que habían procedido, se les destinó a ser leñadores y aguadores de Israel (Jos. 9:23, 27), privándoseles de tierras y de libertad. Saúl, bajo pretexto de celo por el honor de Israel, para que no se dijera que había sangre extranjera entre los hijos de Israel, trató de exterminarlos del país y, con este propósito, mató a muchos de ellos. Tal vez creyó que, por medio de este castigo a los gabaonitas, podía expiar su lenidad hacia los amalecitas. Lo que hizo que este crimen de Saúl fuese especialmente grave fue que, no sólo derramó sangre inocente, sino que, con ello, quebrantó un solemne juramento por el que la nación entera se había comprometido a conservarles la vida.
II. Por este crimen de Saúl vemos a la nación castigada mucho tiempo después, con un hambre severa. 1. Incluso en el país de Israel, tierra que manaba leche y miel, y durante el glorioso reinado de David, hubo hambre, con gran escasez de provisiones, durante tres años consecutivos que nos recuerdan los años de sequía en tiempos de Elías. 2. David consultó a Jehová acerca de este castigo. Aunque él mismo era profeta, hubo de consultar al Señor para conocer con certeza la mente de Dios en este asunto. A pesar de que David había sido lento en la investigación, Dios fue rápido en la respuesta: «Es por causa de Saúl». El tiempo no borra las marcas del pecado, ni podemos prometernos impunidad por la demora de los juicios de Dios.
III. Para apartar del país azotado por el hambre la ira de Dios, es preciso vengar en la casa de Saúl el pecado cometido por él contra los gabaonitas.
1. David, probablemente por instrucciones recibidas de Dios, pregunta a los gabaonitas qué satisfacción demandan por el crimen cometido contra ellos (v. 3). El verbo hebreo por «dar satisfacción» es kipper = borrar, expiar, forma Piel (intensiva) del verbo kaphar = cubrir. Por la frase de David («para que bendigáis, etc.») deducimos que, a raíz del crimen de Saúl habían pronunciado contra Israel una maldición, que ahora surtía sus efectos, y habían de ser reparados por medio de una bendición (retractación de la maldición anterior).
2. Los gabaonitas demandan que siete descendientes de Saúl sean ejecutados, y David cumple esta demanda. (A) Ellos no quieren plata ni oro (v. 4) como compensación. Tampoco piden libertad, cuando tenían una magnífica oportunidad para descargarse de su servidumbre; aunque el pacto había sido roto por la otra parte, ellos no quieren quebrantarlo por su parte. (B) No reclaman otra sangre que la de la casa de Saúl, y ellos mismos se encargarán de la ejecución (v. 6), a fin de que, si en algo faltan, no se eche la culpa a David ni a su casa. (C) No lo hacen por pura venganza (de ser así, lo habrían demandado antes), sino por amor al pueblo de Israel al que ven castigado con aquella terrible plaga. (D) Dejan al arbitrio de David señalar las personas que ellos iban a ajusticiar. David señala siete descendientes de Saúl; conserva con vida a Mefi-bóset, hijo de Jonatán, para no quebrantar un pacto (v. 7), con excusa de vengar el quebrantamiento de otro. (E) La designación del lugar, tiempo y modo de la ejecución añadieron solemnidad al acto por el cual se daba satisfacción a los perjudicados y a la justicia de Dios. (a) Los señalados fueron ahorcados delante de Jehová (v. 6), es decir, como «anatemas» bajo la maldición especial del desagrado de Dios, pues la ley había dicho: «Maldito por Dios es el colgado» (Dt. 21:23; Gá. 3:13). (b) Fueron ajusticiados en Guibeá de Saúl, para mostrar que morían por el pecado de Saúl.
Versículos 10–14
I. Los dos hijos y los cinco nietos de Saúl no sólo fueron ajusticiados, sino que «murieron juntos» (v. 9), es decir, los siete a la vez, ya fuese que los colgasen encadenados o, más verosímil, puesto que el hebreo dice textualmente «cayeron juntos», es probable que, como opina Bressan, al lado de cada uno se pusiera un gabaonita espada en mano; así que, dada una señal, las siete espadas atravesaron a un mismo tiempo a las siete víctimas y las colgaron después. Además quedaron los cadáveres expuestos hasta que terminase la plaga (v. 10) sobre el país. Los ajusticiaron como en sacrificio, aunque no fueron consumidos rápidamente y por fuego, sino lentamente por efecto de los elementos atmosféricos.
II. Rizpá, la madre de dos de ellos, quedó velando los cadáveres durante mucho tiempo. Tuvo que ser para ella una gran aflicción ahora que era anciana, ver ejecutados de esta forma tan terrible a sus dos hijos, los cuales, según podemos suponer, habían sido el consuelo y el apoyo de ella. Nadie sabe lo que le espera en el futuro, y hemos de dar gracias a Dios por ello, para no acumular los temores del mañana sobre las aflicciones de hoy: «Le basta a cada día su propio mal» (Mt. 6:34). Aun cuando ella no podía verlos decentemente enterrados, quería verlos decentemente atendidos. No intenta violar la sentencia ejecutada sobre ellos de que estuviesen suspendidos hasta que lloviera. No descuelga ni se lleva los cadáveres, aunque podrían hallar excusas para el corazón de una madre los propios escribas en la ley, sino que se somete pacientemente. Vestida de saco, como iría, en señal de duelo, tomó otro saco y lo tendió sobre el peñasco para que le sirviera de colchoneta, más bien que de tienda de campaña. Allí estuvo velando para espantar a las aves de rapiña y a las fieras del campo. Así quería dar a entender a todos que sus hijos habían muerto, no por sus pecados personales, sino por los de su padre y, por eso, su cariño no había menguado por el fatal destino que a sus hijos había cabido. Ya que no pudo librarlos de la muerte, quiere librarlos del abandono.
III. El solemne sepelio de los huesos de los ahorcados, junto con los huesos de Saúl y de Jonatán (vv. 13, 14), en el sepulcro familiar. Tan lejos estaba David de desaprobar la conducta de Rizpá que, tan pronto como se enteró de lo que hacía Rizpá (v. 11), procuró que se honrase de alguna manera a la casa de Saúl y, en especial, a estas ramas de ella. Así mostraba que no había entregado las víctimas por enemistad o venganza personal, sino porque se había visto obligado a hacerlo por el bien público. 1. Procuró que fuesen traídos los restos de Saúl y de Jonatán del lugar en que los hombres de Jabés de Galaad los habían enterrado decentemente, aunque en forma privada (v. 12), debajo de un árbol (1 S. 31:13). 2. Junto con los restos de ellos, enterraron los de los recientemente ahorcados (vv. 13, 14), puesto que, una vez que había cesado la ira de Dios, ya no había que considerarlos como bajo el anatema. Cuando llovió sobre ellos agua del cielo (v. 10), esto es, cuando Dios envió agua para regar la tierra, fueron quitados de allí, por cuanto era manifiesto que Dios era de nuevo propicio a la tierra (v. 14).
Versículos 15–22
Tenemos ahora el relato de algunas luchas con los filisteos las cuales ocurrieron, probablemente, inmediatamente después de la conquista de Rabá (12:30), ya que, en el lugar paralelo de 1 Crónicas 20:4– 8, se narran en dicho contexto histórico.
I. David en persona luchó con uno de los gigantes de los filisteos cuando éstos volvieron a hacer la guerra a Israel (v. 15). Aunque ya entrado en años, no quiso dispensarse de luchar, pero halló que ya no era el joven que hizo frente a Goliat, sino que pronto se halló extenuado. Percatado de ello, uno de los gigantes, de nombre Isbí-benob, fuerte y bien armado, trató de matar a David (v. 16), pero Dios no lo permitió pues Abisay vino en ayuda de su tío y soberano y mató al filisteo (v. 17). Por el v. 22 deduce M. Henry (nota del traductor) que, aun cuando Abisay ayudó de algún modo a David, fue éste quien mató al filisteo, pero el texto no da pie para eso, por lo que es mucho más probable que fuese Abisay quien lo matara. En todo caso, David aun hallándose extenuado, no huyó; le faltaron las fuerzas, pero no la bravura, y entonces Dios le envió el socorro en tiempo de necesidad. Así Cristo, en su agonía, fue confortado por un ángel. En las luchas espirituales, aun los mayores santos se fatigan a veces; Satanás entonces les ataca furiosamente, pero quienes no se acobardan y resisten al diablo (Stg. 4:7), serán aliviados y resultarán «más que vencedores» (Ro. 8:37).
II. El resto de los gigantes cayó a manos de los ayudantes de David.
1. Saf murió a manos de Sibecay, uno de los valientes de David (v. 18; 1 Cr. 11:29). 2. Otro, que era hermano de Goliat, fue muerto por Elhanán, que es mencionado en 23:24. 3. Otro, que era más bien deforme, pues tenía seis dedos en cada mano y en cada pie (v. 20) y que era de tal insolencia que desafió (o vilipendió) a Israel, aun después de ver caer a los otros gigantes, murió a manos de Jonatán, hijo de Simá (que es, probablemente, abreviación del Samá de 1 S. 16:9). Este Simá o Samá tenía otro hijo llamado Jonadab (13:3), conocido por su astucia, mientras que su hermano lo era por su bravura. Estos gigantes eran sin duda, del clan de Anac, clan que, por fin, era exterminado, después de ser tan temido. Es insensato el fuerte que se gloría en su propia fortaleza. Los ayudantes de David eran de estatura normal y de fuerza similar a la de los demás hombres, pero, con la ayuda de Dios, abatieron a un gigante tras otro. Los enemigos más poderosos son, con frecuencia, reservados para las últimas luchas. David comenzó su gloria triunfal con la victoria sobre un gigante y la concluyó (o la continuó) con la victoria sobre cuatro. Al menos, a él se atribuye esta victoria (v. 22), aunque, a la vista de 12:28, vemos que era costumbre atribuir al rey las victorias conseguidas por sus ayudantes. También la muerte es un enemigo gigantesco, como un hijo de Anac; pero, mediante Aquel que mató a la muerte y murió por nosotros, podemos decir con el Apóstol: «Sorbida es la muerte con victoria» (1 Co. 15:54).
Este capítulo es algo así como un salmo o un cántico de alabanza; lo hallamos después inserto entre los salmos de David (Sal. 18), con ligeras variaciones. Aquí lo tenemos compuesto para su arpa; después fue entregado al jefe de los músicos para el servicio del santuario y para nuestra propia edificación. El autor sagrado, después de referirnos en este libro y en el anterior (especialmente al final del capítulo precedente) las muchas ocasiones en que David fue librado o preservado de las manos de sus enemigos, pensó que era muy apropiado insertar aquí este cántico o poema sagrado como memorial de todo lo que nos había referido con anterioridad. Muchos piensan que David lo compuso cuando ya era muy viejo, como un repaso general de los muchos favores y de las grandes preservaciones con que Dios le había bendecido, desde la primera hasta la última. En nuestras alabanzas y acciones de gracias a Dios deberíamos mirar hacia el pasado, para no consentir que el tiempo borre o diluya nuestros sentimientos de gratitud a Dios por los favores recibidos de su mano. I. Prefacio o título del salmo (v. 1). II. El salmo, o cántico, mismo, en el cual David: 1. Da gloria y alabanza a Dios. 2. Pone en Dios su esperanza, su consuelo y su protección; y halla materia para ambos aspectos: (A) En la experiencia de los favores recibidos hasta entonces. (B) En la expectación de los que esperaba recibir en lo futuro.
Versículo 1
I. Ha sido el patrimonio de gran número de hijos de Dios tener gran número de enemigos y estar en inminente peligro de caer en manos de ellos. David era un hombre amado y escogido por Dios, pero hubo muchos que le odiaron y buscaron su ruina. Que no se asombren los amados de Dios si el mundo los aborrece (v. Jn. 15:18, 19).
II. Quienes confían en Dios en el cumplimiento de su deber, hallarán en Él socorro inmediato en los mayores peligros. Es cierto que nunca nos veremos completamente libres de enemigos hasta que vayamos al Cielo, pero podemos estar contentos de que Dios preserva para su reino celestial a los que son suyos (2 Ti. 4:18).
III. Los que han recibido señaladas mercedes de la mano de Dios, deben darle por ellas la merecida alabanza. Cada nuevo favor en nuestra mano debería poner un nuevo cántico en nuestros labios, en alabanza y acción de gracias a nuestro Padre de los cielos.
IV. No debemos demorar el agradecer a Dios los beneficios que nos otorga. David compuso este cántico, «el dia que Jehová le había librado».
Versículos 2–51
I. David adora a Dios y le alaba por sus perfecciones infinitas. No hay nadie que pueda comparársele (v. 32): «¿Quién es Dios, sino sólo Jehová?» Todo lo demás que es adorado como deidad no es sino pretensión vana y falsedad inútil: «¿Y qué roca (hebreo, tsur) hay fuera de nuestro Dios?» (v. 32b). Los dioses ajenos están muertos, pero «Jehová vive» (o ¡Viva Jehová!—v. 47—). Dios acabará la obra que comenzó (Fil. 1:6), y su Palabra es firme, por lo que podemos confiar en ella.
II. Cómo se gloría en el hecho de que Jehová es su Dios y en la relación que guarda con Él, en lo que pone el fundamento de todos los beneficios que ha recibido de Él: «Clamé a mi Dios» (v. 7); «No me aparté impíamente de mi Dios» (v. 22). «Y, si es mi Dios, es mi roca» (vv. 2, 3—lit. por el segundo
«fortaleza» en nuestra Reina Valera, aunque David usa selá en el v. 2 y tsur en el 3, para evitar repeticiones—). Por eso, es «el que me ciñe de fuerza y quien despeja mi camino» (v. 33). Es «la roca en la que me refugio y en la que pongo mi confianza y edificó mi esperanza», viene a decir en el v. 3. Él es
«el Dios de mi salvación» (v. 47). David se refugió más de una vez en una roca (1 S. 24:2), pero su principal refugio era Dios: Su «fortaleza o baluarte» (v. 2); su «torre de salvación» (v. 51, lit.), tan alta que ningún enemigo puede escalarla ni abatirla. Cristo es llamado «cuerno (lit.) de salvación» (Lc. 1:69) pues el cuerno es símbolo de fuerza y poder. También David llama a Dios «cuerno (lit.) de mi salvación» (v. 3). «Me veo cargado, ¿voy a hundirme? ¡No! Jehová es mi apoyo (v. 19), por el que me tengo en pie».
¿Estoy a oscuras, perdido en las tinieblas de la duda y de la ansiedad? «Tú eres mi lámpara, oh Jehová; mi Dios alumbrará mis tinieblas, y disipará la niebla de la ansiedad y de la desesperación» (v. 29). Si de veras tomamos al Señor por nuestro Dios, todas estas cosas, y muchas más, será él para nosotros, y tendremos todo lo que necesitemos y podamos desear (Sal. 23:1).
III. Cómo se beneficia de su comunión con Dios. Si Él es mío: 1. «En Él confiaré» (v. 3). 2.
«Invocaré a Jehová» (v. 4), porque «es digno de ser alabado». 3. «A Él le daré gracias públicamente: Yo te confesaré entre las naciones» (v. 50).
IV. El informe detallado que nos ofrece de las grandes cosas que ha hecho Dios por él. Este aspecto ocupa la mayor parte del cántico. Da a Dios la gloria, no sólo de sus liberaciones, sino también de sus éxitos.
1. Engrandece la gran salvación que, con tanta frecuencia, ha llevado a cabo Dios a su favor. Al exaltar esta salvación, hace la observación de que:
(A) El peligro del que fue librado era muy grande y amenazador. Los enemigos «se levantaban contra él» (vv. 39, 49), «le aborrecían» (v. 41). Le libró Dios «del varón violento» (v. 49). Aunque algunos piensan que se refiere aquí a Saúl, es más probable que se refiera a sus enemigos en general, ya que, de lo contrario, la transición de lo general a lo particular sería demasiado abrupta. Tan fiera era la oposición de sus enemigos que describe los ataques de ellos como «ondas de muerte y torrentes de perversidad» (v. 5), «lazos del Seol» y «trampas de muerte» (v. 6). Se veía tan impotente como un pájaro en la trampa y un cadáver en el sepulcro.
(B) Que su liberación era en respuesta a su oración: «En mi angustia invoqué a Jehová» (v. 7). Aquí nos dejó David un buen ejemplo para que, cuando nos veamos afligidos y atribulados, invoquemos a Dios hasta importunarle, como clama a sus padres un niño pequeño cuando está asustado.
(C) Que Dios se manifestó de una manera singular y extraordinaria a favor de él y en contra de sus enemigos. En este punto toma prestadas las expresiones que leemos del descenso de la majestad de Dios sobre el monte Sinaí (vv. 8, 9, etc.).
(D) Que Dios le mostró particular favor y benignidad en estas liberaciones (v. 20): «Me libró porque puso en mí su complacencia». Su liberación no provenía de la providencia general de Dios, sino del pacto de amor de Dios hacia él. En esto era tipo de Cristo, a quien Dios sostuvo, porque en él tenía su alma contentamiento (Is. 42:1).
2. Engrandece los grandes éxitos con que Dios le había favorecido. No sólo le había preservado, sino que le había prosperado. Le había bendecido: (A) Con plena libertad de movimientos (v. 20): «Me sacó a lugar espacioso» (lit. ancho). «Anchura» es una metáfora que significa liberación, de la misma manera que «estrechura» indica peligro (v. Sal. 118:5). (B) Con talento militar. Aunque se había criado como pastorcillo, se instruyó bien en las artes de la guerra y se adaptó a la vida de fatigas y peligros que la guerra comporta. El mismo Dios que le llamó para que luchara las batallas de Jehová, le cualificó para este servicio. (C) Con victorias sobre sus enemigos, no sólo sobre Saúl y Absalón, sino sobre los filisteos, moabitas, amonitas, sirios y otros pueblos vecinos, a los que sometió e hizo tributarios de Israel. Estas victorias son descritas en los vv. 38–43. (D) Con promoción a gran honor y poder (v. 33): «Despeja mi camino» de obstáculos (lit. hizo perfecto mi camino); es decir, le dio éxito en todas sus empresas y (v. 34) le sostuvo en las alturas, esto es, en las difíciles fortalezas que ocupó. Así que la bondad, la gracia y la misericordia de Dios le engrandecieron (v. 36), sacándole del aprisco hasta llevarle al trono de Israel.
V. Las reflexiones que hace sobre su propia integridad, reconocida por Dios en las grandes liberaciones que le otorgó (vv. 21–25). David alude aquí especialmente a su modo de conducirse con Saúl, Absalón, Is-bóset y Seba, así como con todos los demás que, o se oponían a que ascendiese al trono de Israel, o querían destronarle. Le acusaban falsamente y malentendían sus palabras, pero tenía el testimonio de su propia conciencia de que no era un ambicioso ni sanguinario como le llamaban. Su conciencia era testigo de que: 1. Había guardado los caminos de Jehová (v. 22). Dondequiera se hallaba, los decretos de Dios estaban delante de él (v. 23), y hacía de la ley de Dios la norma de su vida. 2. De que se había guardado de la maldad, no apartándose de los mandamientos divinos (vv. 22, 23, 24). El rabino Hertz opina que, al comparar las palabras de este cántico, en que David atestigua su inocencia, con la angustiosa convicción de pecado del Salmo 51, «resulta evidente que estas palabras no pudieron ser compuestas después del crimen cometido contra Urías, por el que David busca allí expiación». David se extiende aquí sobre sus victorias contra el pecado, porque en ellas halla mayor consuelo y alegrías que en sus victorias sobre Goliat y todas las huestes de los incircuncisos filisteos.
VI. La expectación consoladora con que David avizora ulteriores favores de parte de Dios. Así como al mirar hacia atrás lo hace con agrado y agradecimiento, así también al mirar hacia delante lo hace con gozo y esperanza, seguro de que la bondad de Dios tiene en reserva ulteriores favores para él y para su descendencia, así como para todos los santos.
1. Para todos los buenos hijos de Dios (vv. 26–28). Aprovecha la oportunidad para declarar la norma con la que Dios trata a los hombres:
(A) Trata con misericordia y justicia al que es misericordioso, recto y limpio, pues imita la conducta de Dios: «Seréis santos, porque yo soy santo» (Lv. 11:44; 19:2; 20:7, 26; 21:8; 1 Ts. 4:7; 1 P. 1:15, 16). Aquí está el secreto de la verdadera felicidad y de la genuina libertad.
(B) Trata con rigidez y severidad al que es perverso y altivo. Perverso (v. 27) es sinónimo de
«tortuoso» o «torcido», lo mismo en castellano que en hebreo, como puede verse por Deuteronomio 32:5 («generación torcida y perversa»), ya que aquí (2 S. 22:27b) dice literalmente: «Y con el perverso te harás tortuoso», esto es, lo enredarás en sus propios enredos. Dice Teodoreto, al comentar el Salmo 18:26, que es paralelo de 2 Samuel 22:27: «A todos los que se han apartado de la senda recta y caminan por la opuesta, tú les preparas el final de camino que se merecen». Y el experto judío Davidson comenta:
«Si un hombre atraviesa por sendas opuestas a la justicia, hallará que la Providencia, tarde o temprano, lo atravesará a él».
2. Para sí mismo. David pudo prever que su poderío había de aumentar en lo futuro y más pueblos se someterían a él (vv. 45, 46. Sin embargo, los futuros hebreos de estos versículos—nota del traductor— pueden muy bien traducirse por presentes y aun por pretéritos—v. 8:9 y ss., episodio al que parece aludirse aquí).
3. Para su descendencia (v. 51): «A David y a su descendencia para siempre». David había sido designado por Dios y ungido por orden de Dios; por eso, no dudaba de que Dios usaría de misericordia con su ungido, así como con su posteridad, conforme a la promesa de 7:15, 16. De esa promesa depende, con una mirada profética hacia el Hijo de David, cuyo reino no había de tener fin (Lc. 1:33). De esta forma concluye su cántico de gozos y esperanzas, como deberíamos hacer también nosotros, con la mira puesta en el gran Redentor.
El historiador sagrado se dirige ahora hacia la conclusión del reinado de David y nos refiere aquí: I. Una especie de «testamento espiritual», así como en 1 Reyes 2:1–9 hallamos su «testamento político». II. Una relación de los «valientes» o «adalides guerreros bravos y experimentados» de David.
Versículos 1–7
Especie de testamento de David, después de haber dejado su corona en las sienes de Salomón, y sus tesoros en el templo que iba a ser edificado.
I. Se nos describe aquí a David: 1. En la modestia de su origen (v. 1): «El hijo de Isaí». 2. En la altura de su elevación posterior: «El varón que fue levantado en alto», como quien ha sido escogido por Dios para ser grande como rey y como profeta, pues era: (A) «El ungido del Dios de Jacob», puesto así al servicio del pueblo de Dios en sus intereses públicos, para protección del país y administración de la justicia entre ellos. (B) «El dulce cantor de Israel», puesto así al servicio de los intereses religiosos del pueblo. Dice F. Buck: «Este elogio quiere exaltar los méritos de David, que con sus cantos y salmos formó y desarrolló la vida religiosa de su pueblo».
II. También se nos describe aquí su comunión con Dios.
1. Lo que Dios le había dicho, tanto para su instrucción y aliento como rey, como para uso igualmente de sus sucesores. Veamos quién y qué hablaba por medio de él.
(A) Quién hablaba: «El Espíritu de Jehová» (comp. 2 P. 1:21), «El Dios de Israel», «La Roca de Israel» (vv. 2, 3). En los términos «Dios», «Roca» (comp. con Mt. 16:18; 1 P. 2:5 y ss.) y «Espíritu» ven algunos una insinuación trinitaria. David confiesa aquí paladinamente que, en esta composición y, por supuesto, en sus Salmos, hablaba inspirado por el Espíritu Santo, quien habló por medio de los profetas. Estas palabras honran grandemente el libro de los Salmos y lo recomiendan para usarlo en nuestras devociones, ya que sabemos que son enseñanzas del Espíritu Santo.
(B) Qué hablaba. Parece ser que se distingue aquí entre lo que el Espíritu de Dios habló por medio de David, lo cual incluye sus Salmos, y lo que la Roca de Israel habló a David sobre lo concerniente a él y a su familia. Quienes tienen por oficio enseñar a otros lo que deben hacer, deben aprender ellos mismos lo que deben hacer y ponerlo por obra. Ahora bien, lo que aquí se dice (vv. 3, 4) puede considerarse:
(a) Como aplicado a David y a su familia regia; y así tenemos en primer lugar, el deber de los magistrados. Dios está hablando a un rey, no para halagarlo con alabanzas por su alto cargo y la grandeza de su poder, sino para declararle cuál es su deber: Ha de ser justo el que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios (v. 3). Lo mismo digamos de los jefes subalternos. Recuerden los que mandan, que no están puestos para domeñar bestias, sino para dirigir personas. Gobiernan sobre hombres que tienen sus necedades y debilidades, y no hay más remedio que aguantarlas y corregirlas lo mejor que puedan. No es bastante con que ellos mismos no hagan el mal, sino que no deben consentir que los demás lo hagan. Han de gobernar en el temor de Dios, esto es, con la reverencia debida al supremo Señor (Ef. 6:9). También deben promover en los súbditos el mismo temor de Dios, sin el cual una sociedad pacífica y próspera no puede subsistir. El que así gobierna será como la luz de la mañana (v. 4). La luz es dulce, agradable; así que el que cumple con su deber tendrá en su cumplimiento el consuelo y la satisfacción; su gozo dará testimonio de la paz de su conciencia. La luz resplandece, y un buen gobernante es ilustre, esto es, brillante y limpio, según la etimología de dicho término. La justicia y la piedad del príncipe son su brillo y su honor. La luz es una bendición, pues hace ver las cosas como son y nos precave de los peligros y obstáculos que se cruzan en nuestro camino (Sal. 119:105); por eso, no hay en la sociedad bendiciones más grandes ni más extensas que las que proporciona un príncipe que gobierna en el temor de Dios. Es una luz que brota como el alba después de las tinieblas de la noche (Is. 58:8), lo que es así más apreciada.
(b) Como aplicado a Cristo, el Hijo de David, toma así las palabras de David como una profecía, pues, aunque el verbo hebreo está en participio, que indica un tiempo presente, los términos en que se expresa David son aplicables a Cristo mejor que a ningún otro gobernante: Él es el Sol que resplandece en una mañana sin nubes (comp. Lc. 1:78, 79), pues es la luz del mundo (Jn. 8:12, etc.), y como la lluvia que hace brotar la hierba (v. 4), pues Él es el Verbo, Palabra personal de Dios, que cumple el destino del Padre (Is. 55:10, 11), y también es renuevo y fruto de la tierra (Is. 4:2). Es posible que Dios, por medio de su Espíritu, otorgase a David un presagio de esto, para consolarle en medio de las muchas calamidades de su familia y de la melancólica perspectiva de la futura degeneración de su descendencia.
2. A continuación vemos el buen uso que hizo David de todas estas cosas que Dios le dijo y cómo meditó sobre ellas devotamente, por lo que responde en el versículo 5, y expone:
(A) Su problema familiar: «Aunque no es así mi casa para con Dios» y «Aunque todavía no haga Él (Dios) florecer toda mi salvación y mi deseo» (v. 5). La familia de David no estaba con Dios tan a buenas como vemos en los vv. 3, 4, ni como deseaba David; no era tan buena ni tan feliz; no lo había sido en vida de él, y preveía que no lo había de ser después que él muriera; su descendencia no iba a ser tan piadosa ni tan próspera como cabría esperar de la posteridad de un padre como David. Ésta era la preocupación que anidaba en el corazón de David, cuyo mayor deseo era que sus descendientes tuviesen temor de Dios y le fuesen fieles.
(B) Su gran consuelo a pesar de todo: «Sin embargo, Él (Dios) ha hecho conmigo pacto perpetuo» (v. 5). Cualesquiera sean las aflicciones que un hijo de Dios tenga en perspectiva, siempre tiene un consuelo u otro con que contrapesarlas (2 Co. 4:8, 9). Dios ha hecho con nosotros un pacto de gracia en Cristo, y aquí se nos dice: (a) Que es un pacto perpetuo, desde toda la eternidad en los consejos de Dios, y hasta toda la eternidad en su continuidad y sus consecuencias. (b) Que es un pacto ordenado en todas las cosas, admirablemente ordenado para la gloria de Dios, el honor del Mediador, la santidad y el consuelo de los creyentes. (c) Que el pacto será guardado, pues los favores prometidos son seguros si se cumplen las condiciones del pacto (Sal. 103:17, 18). (d) Que es toda nuestra salvación. Ninguna otra cosa nos puede salvar, pues ninguna es suficiente; y de esto solo depende nuestra salvación; ninguna otra cosa es necesaria. (e) Por consiguiente, Él debe ser todo nuestro deseo.
3. Finalmente, vemos predicho el fatal destino de los perversos o impíos (vv. 6, 7); lit. hijos de Belial. Serán arrojados afuera como espinos, rechazados, abandonados por peligrosos. (A) Como instrucción para los magistrados, a fin de que usen su poder en el castigo y supresión de la impiedad y de toda maldad. Que extirpen a los autores de iniquidad (Sal. 101:8). O: (B) Como advertencia a los mismos magistrados y, en especial, a los hijos y sucesores de David, para que se guarden de ser hijos de Belial (como lo fueron muchos de ellos) ya que entonces ni la dignidad de su oficio ni su parentesco con David les había de librar de ser arrancados y arrojados lejos por los justos juicios de Dios.
Versículos 8–38
I. El catálogo que el historiador sagrado nos ha dejado registrado aquí de los «valientes» de David, tiene por objeto poner de relieve: 1. El honor de David, quien los tenía bien entrenados en las artes de la guerra y les había dado ejemplo de bravura con su conducta. 2. El honor de los mismos valientes quienes habían intervenido eficazmente en la accesión de David al trono, en su protección personal y en el éxito de sus hazañas militares. 3. La emulación generosa que la lectura de esta porción puede suscitar en las generaciones posteriores. 4. Lo mucho que la religión verdadera contribuye a infundir bravura en el corazón de los hombres. Con sus Salmos y sus ofrendas para el servicio del santuario David promovió grandemente la piedad entre los magnates de la nación (1 Cr. 29:6), y cuando se hicieron famosos por su piedad, se hicieron también famosos por su valentía.
II. Estos hombres valientes se dividen en tres clases:
1. Los tres primeros, que habían llevado a cabo las mayores hazañas y por eso, habían ganado la más alta reputación, son Adino (v. 8), Eleazar (vv. 9, 10) y Samá (vv. 11, 12). Se detallan aquí las hazañas de este bravo triunvirato. Se señalaron en las guerras de Israel con sus enemigos, especialmente con los filisteos. (A) Adino mató a 800 en una sola ocasión. (B) Eleazar desafió a los filisteos así como los filisteos habían desafiado antes, por medio de Goliat, a los de Israel, pero lo hizo con mayor bravura y mejor éxito que los filisteos, porque cuando los hombres de Israel se habían acobardado y se habían alejado, no sólo se mantuvo en su puesto, sino que se levantó e hirió a los filisteos en quienes puso Dios un terror igual al que la bravura de este valiente les había inspirado. Se le cansó la mano hasta quedarse pegada a la espada; es decir, se le crispó la mano, al ser incapaz de flexión. Así es como nosotros deberíamos conservar, en el servicio de Dios, nuestra resolución de ánimo a pesar de la debilidad y fatiga del cuerpo, «cansados, pero todavía persiguiendo» (Jue. 8:4); crispada la mano, pero sin soltar la espada.
(C) Samá se encontró con una banda de forajidos, también filisteos, y los derrotó completamente (vv. 11, 12). Pero obsérvese en este episodio, como en el anterior, la frase: «Y Jehová dio una gran victoria». También es de observar (nota del traductor) la nueva información, y aun corrección, que nos suministra el lugar paralelo de 1 Crónicas 11:10 y ss., donde vemos cierta variación en nombres, cifras, lugares, tiempo y actitudes. La frase misma «los que le ayudaron … para hacerle rey» (1 Cr. 11:10) nos hace sospechar que podría bien tratarse de la batalla que se nos refiere en 1 Samuel 17.
2. Los tres siguientes se distinguieron en bravura y rango de los otros treinta que siguen después, pero no llegaron al nivel de los tres primeros (v. 23). De este segundo triunvirato sólo se nombra a Abisay y Benayá, a quienes ya conocemos por referencias anteriores.
(A) Se narra una valiente hazaña de estos tres juntos. Asistían a David cuando éste se encontraba en apuros en la cueva de Adulam (v. 13), con él sufrieron las penalidades y por eso fueron después preferidos por él. Cuando David y sus hombres, que tan bravamente habían actuado contra los filisteos, se vieron obligados a refugiarse en cuevas y fortalezas por la persecución de Saúl, los filisteos establecieron una guarnición en Belén (v. 14).
(a) Con qué vehemencia expresó David su anhelo de beber del agua del pozo de Belén. Era el tiempo de la siega y hacía mucho calor; tenía sed y el agua andaba escasa; por eso dijo: «¡Quién me diera de beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!» (v. 15). Con aquella agua había refrescado sus fauces muchas veces en su juventud. Lo mismo habría podido calmarle la sed cualquier otra agua, pero el agua del pozo de Belén tenía para él un gusto especial.
(b) Con qué bravura se aventuraron estos tres hombres (Abisay, Benayá y otro que no se nombra) a cruzar por en medio del campamento de los filisteos, metiéndose en la boca del lobo para tomar agua del pozo de Belén sin que David lo supiera (v. 16). Sin duda, se quedaron atónitos los filisteos si llegaron a verles, y el mismo asombro, además de la protección de Dios, les dejó parados sin hacer ningún daño a los bravos intrusos. ¡Cuánto estimaban a su príncipe y con qué placer se atrevían a correr los mayores riesgos y vencer las mayores dificultades por servirle! ¿Y no estaremos nosotros dispuestos a servir a nuestro Señor Jesucristo y obedecer toda insinuación de su voluntad que nos sea declarada mediante su Palabra, su Espíritu y su Providencia? ¡Cuán poco temieron ellos a los filisteos! ¿Y temeremos nosotros al «qué dirán» los hombres?
(c) Con qué abnegación se abstuvo David de beber del agua de Belén: «No quiso beberla» (vv. 16, 17) sino que «La derramó para Jehová» (v. 16) como una ofrenda de libación, porque para él equivalía a la sangre de los varones que fueron con peligro de su vida (v. 17), y la sangre no se podía tomar, porque «en la sangre está la vida» (Lv. 17:10–14; 1 S. 14:33), y estos hombres habían expuesto su vida por traer el agua. De esta manera mortificaba David su insensato deseo y daba a Dios la gloria y el honor debidos.
(B) Se narran otras bravas acciones de dos de estos tres en otras ocasiones. Abisay mató con su lanza, en una sola batalla, a 300 hombres (vv. 18, 19). Benayá, por su parte llevó a cabo varias hazañas: (a) Mató a los dos hijos de Ariel de Moab (v. 20. Así ha de leerse la frase, al suplir el vocablo «hijos» que falta, por elipsis, en el hebreo). (b) También mató a un león en un foso. También David había hecho lo mismo (1 S. 17:34), pero quizá la hazaña de Benayá revestía especial dificultad porque se enfrentó con el león en un foso y estaba nevando. No se nos dice si lo hizo en propia defensa como Sansón, o para que no hiciese daño a nadie. (c) En otra ocasión cuyas circunstancias no se declaran, mató a un egipcio en combate desigual, pues el egipcio era hombre de gran estatura e iba armado de una lanza, mientras que Benayá sólo llevaba un palo, y aun así le atacó con el palo, le quitó la lanza de las manos y le mató con su propia lanza (v. 21). Por estas y otras bravas acciones David le nombró jefe de su guardia personal (v. 23).
3. Inferiores a estos dos grupos de tres, pero todavía dignos de especial mención, fueron los treinta y uno siguientes (vv. 24–39). El total de treinta y siete (v. 39) se obtiene añadiendo a los 31 de la lista los tres de los vv. 8–12, Abisay y Benayá (vv. 18–23) y Joab, que era el comandante en jefe del ejército de David. Se les cita por sus nombres y sus lugares de origen, que sirven así de apellidos, como ocurre con muchos de los apellidos que hoy tenemos. De todos los puntos del país, los más valientes eran escogidos para asistir al rey. Lo mismo había hecho Saúl (1 S. 14:52). Algunos de los nombrados en esta lista se hallan después como capitanes de las divisiones que David dispuso para cada uno de los doce meses del año (1 Cr. 27). Son de notar en la lista algunos aspectos notables: (A) Comienza por Asael y termina con Urías; al menos estos dos habían muerto y ambos tenían algo especial: Asael era hermano de Joab y Abisay y, por tanto, sobrino de David. Murió por su propia necedad. Urías fue un valiente y hombre de honor, y murió por la criminal pasión de David. (B) Jamieson, Fausset y Brown suponen que estos nombres constituyen «una legión de honor, compuesta del número fijo de treinta, y cuando quedaban vacantes, se llenaban con nuevos nombramientos», por lo que es probable que, al hacerse esta lista, los muertos fuesen ya «siete». (C) ¿Por qué no se nombra a Joab? ¿Fue, quizá, porque su nombre se había hecho odioso, tras lo que leemos en 1 Reyes 2:5–6, 28–34?
También Cristo, el Hijo de David, tiene sus «valientes» quienes como los de David, han recibido la benéfica influencia dei ejemplo de Cristo, luchan bravamente contra los enemigos espirituales de su reino y, con la fuerza que Él les da, son más que vencedores (Ro. 8:37). Los apóstoles fueron los inmediatos asistentes de Cristo y sufrieron grandemente por Él, como les había anunciado, por el testimonio que dieron de la resurrección del Señor y por la proclamación de su Evangelio. Por eso son citados con todo honor en el Nuevo Testamento, especialmente en Apocalipsis 21:14. En general, todos los buenos soldados de Cristo tienen sus nombres preservados con mayor garantía que los de la presente lista, pues los nombres de éstos están escritos en la tierra, pero los nombres de los creyentes están escritos en los cielos.
Las últimas palabras de David fueron buenas, pero algunas de sus últimas obras, como las que vemos en este capítulo, no fueron buenas, aunque se arrepintió y terminó bien. Tenemos aquí: I. Su pecado de orgullo al censar al pueblo (vv. 1–9). II. Su convicción de pecado y su arrepentimiento (v. 10). III. El juicio que Dios ejecutó por dicho pecado (vv. 11–15). IV. El cese del castigo (vv. 16, 17). V. La erección de un altar en señal de la reconciliación de Dios con él y con el pueblo (vv. 18–25).
Versículos 1–9
I. La orden que David dio a Joab de censar al pueblo de Israel y de Judá (vv. 1, 2). Dos cosas aquí parecen extrañas:
1. La pecaminosidad de este censo. ¿Qué mal había en él? (A) Hay quienes piensan que la falta estuvo en censar también a los menores de veinte años que tenían talla y fuerzas suficientes para llevar armas, y ésta fue la causa de que el censo resultase ilegal (1 Cr. 27:23, 24). (B) Otros opinan que el pecado estuvo en no requerir el medio siclo que se pagaba para el servicio del santuario siempre que se censaba al pueblo como rescate de su persona (Éx. 30:12). (C) Otros dicen que David lo hizo con el objeto de imponer un tributo a la nación, a fin de enriquecer su tesoro. Pero no hay ninguna razón para pensar esto, pues nunca fue David amigo de imponer tributos. (D) O que la falta estuvo en que no había recibido orden de Dios para hacer este censo. (E) Hay incluso quienes opinan que fue una afrenta a la antigua promesa que Dios había hecho a Abraham de que su descendencia sería innumerable como las estrellas del cielo y la arena que está a la orilla del mar (Gn. 15:5; 22:17). (F) La opinión más probable es que David hizo el censo con espíritu de vanidad y arrogancia, y ser además la usurpación de un derecho divino, pues sólo Dios tenía derecho a conocer el número de posesiones y ordenar censos, como verdadero rey de un país que se regía, al fin y al cabo, por «teocracia». Algo semejante es lo que hizo después Ezequías al mostrar sus tesoros a los embajadores de Babilonia (Is. 39:1–8).
2. También parece extraña la causa primera de este censo, según aparece en el texto (v. 1). No es extraño que «volviese (una alusión, sin duda, al cap. 21) a enojarse Jehová contra Israel». Pero que, en medio de su desagrado, incitase a David a hacer el censo es muy extraño. En todo caso, estamos seguros de que Dios no puede ser el autor del pecado, ni puede siquiera tentar al pecado (Stg. 1:13). Por otra parte, en 1 Crónicas 21:1 se nos dice claramente que «Satanás incitó a David a que hiciese censo». Satanás, el adversario se lo sugirió a David para pecar, como le puso a Judas en el corazón el entregar a Cristo (Jn. 13:2). Dios, como Justo Juez, se lo permitió con el objeto de que David aprendiera una buena lección y para que de este pecado de David pudieran aprender los príncipes de este mundo que, cuando se ciernen sobre su país los juicios de Dios, tengan motivo para sospechar que sus pecados son la causa de la calamidad y puedan así arrepentirse y reformarse. La razón por la que, en este capítulo, el texto da a entender que fue Dios quien movió (lit.) a censar al pueblo, es que los judíos no podían concebir aún que otro poder (el del diablo) pudiese actuar por su cuenta contra la voluntad de Dios (comp. con Job, cap. 1), mientras que cuando se escribió, varios siglos después, el 1 Crónicas 21 la intervención del diablo ya no causaba desasosiego a la mentalidad judía. Bullinger (ob. cit., p. 5) sugiere que aquí hay una elipsis, pues falta el sujeto del verbo «movió», ese sujeto se suple con base en 1 Crónicas 21:1. Sin embargo, la mayoría absoluta de los autores opinan que el sujeto implícito es «Jehová», en clara conformidad con el contexto anterior.
II. Joab se opuso a esta orden de David. Incluso él se dio cuenta de la insensatez y vanagloria de David al dar semejante orden. No había ningún motivo para este censo, ya que no había necesidad de imponer un tributo ni organizar una distribución de funciones; todos estaban tranquilos y felices. El deseo de Joab (v. 3) era que el número de los israelitas aumentara más y más y que el rey, aunque viejo, tuviese tiempo para verlo y quedar satisfecho. Pero, ¿por qué se complace en esto mi señor el rey?, dice Joab. Como si dijese: «¿Qué necesidad hay de hacer esto?» Dice el proverbio latino: Pauperis est numerare pecus = Al pobre compete contar su ganado. Comenta agudamente F. Buck: «La protesta de Joab podría entenderse en el sentido de que temiese una rebelión y resistencia de parte de las tribus contra la demasiada organización y centralización que bajo el rey se estaba haciendo». No es, pues, que Joab viese en el censo precisamente un pecado (no tenía tantos escrúpulos de conciencia), sino una mala medida política.
III. A pesar de todo, se pone por obra la orden de David (v. 4): «La palabra del rey prevaleció». Joab, aunque con repugnancia, se puso a dar ejecución a una tarea que no le agradaba, y tomó a los capitanes del ejército para que le ayudasen. La cifra total fue comunicada al rey en Jerusalén (v. 9): «Y fueron los de Israel 800.000 hombres fuertes que sacaban espada, y los de Judá quinientos mil hombres». La diferencia entre estas cifras y las que vemos en 1 Crónicas 21:5 es explicada sabia y brevemente por el Dr. C. C. Ryrie en su The Ryrie Study Bible, nota a 1 Crónicas 21:5, del modo siguiente: «Los 800.000 de Israel en 2 Samuel 24:9 quizá no incluyen los 300.000 enlistados en 1 Crónicas 27, lo que harían un total (como aquí) de 1.100.000. Los 470.000 de Judá quizá no incluyen los 30.000 de 2 Samuel 6:1, con lo que tendríamos un total (como aquí) de 500.000. O tal vez la cifra de Crónicas representa un número redondo». Una explicación más detallada puede verse en el comentario de Jamieson-Fausset-Brown. M. Henry reserva para el comentario a 1 Crónicas 21:5 una explicación diferente: Joab dejó sin censar dos tribus (1 Cr. 21:5, 6) considerables: Leví y Benjamín, y quizá no fue exacto en su cuenta porque no lo hacía con gusto, lo cual explicaría la diferencia entre las cifras de aquí y las de 2 Samuel 24:9. Un dato que no puede pasar desapercibido (nota del traductor) es la frase que hallamos en 1 Crónicas 27:24:
«Joab, hijo de Sarvia, había comenzado a contar; pero no acabó»; por lo cual, «el número no fue puesto en el registro de las crónicas del rey David». Con esta mala gana de hacer el censo, no es extraño que las cifras no resulten claras. No se nos dice si la cifra comunicada al rey halagó su vanidad o la mortificó.
Versículos 10–17
I. Reflexión sabia de David, su arrepentimiento y la confesión de su pecado en haber censado al pueblo. Cuando le fue comunicado el resultado, quizás aquella misma noche, se despertó su conciencia. 1. Quedó convicto de pecado en su corazón (v. 10) «Le pesó en su corazón» antes de que viniera a él el profeta Gad. 2. Confesó a Dios su pecado y pidió sinceramente perdón por él. Reconoció que había obrado muy neciamente, pues es cosa sumamente necia obrar contra la voluntad de Dios.
II. La justa y necesaria corrección que sufrió por su pecado. Quizá durmió mal, acosado por su conciencia, y se levantó muy de mañana con el propósito de hablar con su confidente el profeta Gad acerca de ello. Pero fue Gad el que, instruido por Dios, fue a ver a David (vv. 11 y ss.) para decirle que el castigo era inevitable, aunque todavía sin definir la naturaleza del mismo.
1. Tres cosas se suponen ciertas: (A) Que David debe ser castigado por su pecado. De las siete cosas que más aborrece Dios, la primera es la altivez (Pr. 6:17) o soberbia. (B) El castigo debe ser conforme a la culpa. (C) Debe ser un castigo compartido por todo el pueblo, a causa de la condición corporativa, solidaria del pueblo de Israel. Por eso, leemos (v. 1) que se enojó Jehová contra Israel como en el caso de Acán, etc. David abrió las compuertas del pecado, y todo el pueblo sufrió la inundación.
2. En cuanto a la clase de castigo que va a ser enviado:
(A) Se le dice a David que escoja con qué vara quiere ser azotado (vv. 12, 13). Su Padre de los cielos se ve obligado a imponerle un correctivo, pero para mostrar que no lo hace de buen gusto, le da a David la opción de escoger entre guerra, hambre o peste, a fin de que pueda soportar con mayor paciencia el azote, al ser uno que él mismo ha escogido. El profeta le aconseja que piense bien, para que pueda él dar respuesta al que le ha enviado.
(B) David ruega que se descarte el castigo de la guerra; en cuanto a los otros dos, deja la elección en manos de Dios, aunque es probable que insinuara (vv. 14, 15) su preferencia por la peste. (a) Pide no caer en manos de hombres (v. 14). (b) Se pone en manos de Dios: «Caiga ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas». David deja en manos de Dios escoger entre hambre y peste, y Dios escoge lo más breve, para poder mostrar más prontamente su voluntad de reconciliación. Pero otros opinan que, con sus palabras, dio David a entender que prefería la peste. Esta clase de castigo era, por otra parte, más general, pues a él estaba expuesto David, y también su familia, lo mismo que el más humilde y pobre de sus súbditos, mientras que él y su familia podían librarse mejor del hambre y de la espada; por lo que, consciente de su culpa, David escoge la peste. No obstante, como hombre sinceramente arrepentido David se pone en manos de Dios porque sabe que sus misericordias son grandes (v. 14); «son nuevas cada mañana» (Lm. 3:23). Los verdaderos creyentes, aunque se hallen bajo el enojo de Dios, no tienen sino buenos pensamientos acerca de Él: «Aunque Él me mate, en él esperaré» (Job 13:15).
(C) Dios envía, pues, la peste (v. 15), que duró desde la mañana hasta el tiempo señalado; es decir, según la opinión más probable, desde la mañana de aquel día hasta la tarde del tercer día; Dios acortó el plazo por la oración de David (v. 17).
III. Dios acorta benignamente el tiempo del castigo, cuando ya se iba a extender la plaga en la capital (v. 16): «El ángel extendió su mano sobre Jerusalén para destruirla». Quizás había allí mayor maldad y, especialmente, mayor orgullo (que era el pecado castigado en esta ocasión) que en cualquier otro lugar del país y por eso estaba extendida sobre la gran ciudad la mano del ángel exterminador; pero entonces
«Jehová se arrepintió del estrago» y dijo al ángel: «Basta ya, detén tu mano». Es de notar que el ángel estaba junto a la era de Arauna jebuseo, esto es, en el monte Moria. Observa el Dr. Lightfoot que en el preciso lugar en que una contraorden del Cielo previno a Abraham de matar a su hijo, este otro ángel, por una especie de contraorden, fue prevenido de destruir Jerusalén.
IV. David confiesa de nuevo su pecado en esta ocasión (v. 17). Una vez que Dios le abrió los ojos, vio al ángel con la mano extendida para destruir, le vio después envainar la espada por la orden recibida de detener su mano y dijo a Jehová: «Yo pequé, yo fui quien cometió el pecado … Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre». Como si dijese: «Mío es el crimen, mía debe ser la cruz». De este modo intercede por su pueblo, ya que siente en su corazón las amargas lamentaciones de los israelitas: «Pero estas ovejas, ¿qué culpa tienen de ello?» Que esto nos traiga a la memoria la gracia del Señor Jesús, quien se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, dispuesto a que la mano de Dios pesara sobre Él, a fin de que nosotros escapásemos del castigo. Fue herido el pastor para que las ovejas hallasen la salud (Is. 53:5, 6).
Versículos 18–25
I. David recibe la orden de erigir un altar en el lugar en que estaba el ángel cuando él lo vio (v. 18). Esto fue para dar a entender a David:
1. Que Dios estaba ahora completamente reconciliado con él, porque «si Jehová le hubiera querido matar, no habría aceptado de sus manos un sacrificio» (Jue. 13:23) y, por consiguiente, no le habría ordenado levantar un altar. Cuando Dios nos anima a que le ofrezcamos sacrificios espirituales (Ro. 12:1; He. 13:15, 16), es evidente que está reconciliado con nosotros. 2. Que por medio del sacrificio se hace la paz entre Dios y los pecadores, especialmente mediante la propiciación que es Cristo (1 Jn. 2:2), de quien eran tipo todos los sacrificios de la Ley. 3. Que cuando Dios detiene benignamente la mano de sus castigos, deberíamos reconocerlo con gratitud y alabanza.
II. La compra que David hizo de aquel terreno. El terreno (una era) pertenecía a un jebuseo llamado Arauna, quien, aun cuando era pagano de nacimiento; no hay duda de que era prosélito de la religión judía y, por ello, se le permitía, no sólo vivir entre los israelitas, sino también poseer terreno propio en una ciudad (Lv. 25:29, 30). Aunque una era parecía un terreno de poca dignidad, era un terreno de labor, con lo que quedaba dignificada.
1. David fue en persona a tratar con el propietario. Véase la justicia de David, pues no quería obtener de balde ni siquiera el uso de este terreno, a pesar de que el propietario era un extranjero y él era el rey de Israel; además había recibido de Dios la orden de levantar allí un altar. Dios aborrece el robar para ofrecer holocausto. Véase su humildad también, pues, aunque era el rey no envió a otro sino que fue él en persona (v. 19), sin perder por ello ningún honor. Cuando lo vio Arauna, «se inclinó delante del rey, rostro a tierra» (v. 20). Los hombres verdaderamente grandes nunca serán menos respetados por ser humildes, sino que se les respetará y se les amará más.
2. Cuando Arauna se enteró de lo que traía a David allá (v. 21), le ofreció generosamente, no sólo el terreno para erigir el altar, sino también los bueyes para el holocausto, y otras cosas que podían serle útiles para el sacrificio (v. 22); todo esto, gratis y acompañado de una oración: «Jehová tu Dios te sea propicio» (v. 23). Esto lo hizo: (A) Por su espíritu generoso. Era un súbdito, pero tenía corazón de príncipe. (B) Porque estimaba altamente a David, aunque era el hombre que había conquistado la ciudad de manos de los jebuseos, y Arauna era un jebuseo. (C) Porque tenía afecto a Israel y deseaba ardientemente que cesara la plaga; y el que cesara precisamente en su era, resultaba un honor muy grande para él.
3. David insistió en pagar el precio justo por la era y así lo hizo (v. 24). No quería ofrecer a Dios una cosa que no le costase nada. Le pagó a Arauna cincuenta siclos de plata por la era y los bueyes usados para el sacrificio, pero le pagó además (v. 1 Cr. 21:25) seiscientos siclos de oro por el terreno adyacente, para edificar sobre él el templo (2 Cr. 3:1), con lo que le facilitó la tarea a su hijo Salomón. Cerca de allí el Hijo de David iba a ser sacrificado.
III. Erección del altar y ofrecimiento de sacrificios sobre él (v. 25): Holocaustos para la gloria de la justicia de Dios, y ofrendas de paz para la gloria de su misericordia.