La historia de Israel nos lleva a los campamentos y a los concejos y cortes de los gobernantes; de esta forma nos instruye en el conocimiento de Dios. El libro de Job nos conduce a las escuelas donde se disputa sobre Dios y su Providencia. Pero el libro de los Salmos nos guía hasta el santuario, donde, lejos de políticos y filósofos, podemos tener comunión directa con Dios, al levantar el corazón hasta Él. Así podemos estar en el monte con Dios.
I. Título del libro. Se le llama los Salmos; con este título se alude a él en Lucas 24:44. 1. Los hebreos lo llaman tehillim, alabanzas, porque muchos salmos son de alabanza; pero el vocablo castellano proviene del griego psalmós, que significa toda composición métrica a propósito para ser cantada, especialmente con el acompañamiento del «salterio»; en este sentido, pueden ser históricos, doctrinales, de súplica o de alabanza. Aunque el canto suele expresar gozo, el objeto de estas composiciones es venir en ayuda de la memoria y expresar otros afectos o sentimientos, aunque no sean de gozo. Los sacerdotes tenían melodías de júbilo y de duelo, y la institución divina de cantar salmos tiene este objetivo más amplio, pues se nos exhorta no sólo a alabar a Dios, sino también a «enseñarnos y a amonestarnos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en nuestros corazones al Señor con salmos, himnos y cánticos espirituales (Col. 3:16)». 2. También se le llama el Libro de los Salmos, pues así es citado por S. Pedro (Hch. 1:20). Es una colección de salmos inspirados por Dios.
II. Autor del libro. El autor principal es el Espíritu Santo: son cánticos espirituales. El redactor humano de gran número de ellos fue David el hijo de Isaí, por lo que se llama «el dulce cantor (lit. salmista) de Israel» (2 S. 23:1). Algunos que no llevan expreso su nombre son citados como de él en otros lugares, como el Salmo 2 (Hch. 4:25) y los Salmos 96 y 105 (1 Cr. 16). Un salmo se dice expresamente que es la oración de Moisés (Sal. 90); el redactor de algunos fue Asaf, según se insinúa en 2 Crónicas 29:30, donde se habla de alabar a Jehová con las palabras de David y de Asaf vidente. Otros, en fin, fueron redactados mucho más tarde como el Salmo 137, en el tiempo de la cautividad de Babilonia.
III. Su objeto. No cabe duda de que tienen por objeto: 1. Servir de ayuda en los ejercicios de piedad y excitar en el corazón del creyente los devotos afectos que debemos albergar hacia Dios como nuestro Creador, Señor, Gobernador, y Bienhechor. El libro de Job ayuda a demostrar nuestros principios básicos sobre las perfecciones de Dios y de su Providencia, pero éste nos ayuda a elevarnos a Dios en alabanzas y profesiones de dependencia de Él. Otras porciones de la Escritura muestran que Dios está infinitamente por encima de los hombres, pero éste nos muestra que hay medios de guardar la comunión con Él en medio de las diversas condiciones de la vida cotidiana. 2. Mostrar las excelencias de la religión revelada de la mejor forma en que puede ser recomendada a los hombres. Hay en los Salmos poco o nada de la ley ceremonial. Aunque los sacrificios y ofrendas habían de continuar aún por varios siglos, son presentados aquí, sin embargo, como cosas a las que Dios da un valor muy relativo, y hasta nulo, en comparación con el sacrificio interior del corazón (Sal 40:6; 51:16). Pero los aspectos espirituales y morales de la ley que, de algún modo, habían de permanecer en vigencia, se hallan aquí enaltecidos y recomendados. Y Cristo, que es centro y corona de la religión revelada, es aquí claramente aludido en tipo y profecía, en sus padecimientos y la gloria que había de seguírsele, así como en su reinado triunfal en el mundo.
IV. Su utilidad. Toda Escritura es útil (v. 2 Ti. 3:16, 17) para llevar luz a nuestro entendimiento, pero este libro es de singular utilidad para infundir en nuestro corazón vida divina, poder espiritual y santo fervor. 1. Es útil para el canto en los cultos, ya en comunidad o en privado, especialmente cuando se traducen de acuerdo con las normas métricas, el ritmo y la rima de los idiomas respectivos. Son poemas divinos, que nunca se pasan de moda. 2. Es también útil para que lo lean los ministros de Dios, pues contiene verdades excelentes y normas concernientes a lo que se debe, o no se debe, hacer. 3. Es de gran utilidad para que lo lean y lo mediten todas las personas buenas. Las experiencias de los salmistas son de gran provecho para nuestra enseñanza, nuestra precaución y nuestro aliento. Al decirnos lo que pasaba entre su alma y Dios, nos permite saber lo que podemos esperar de Dios, y lo que espera Dios de nosotros. Si nos familiarizamos con los salmos de David, sea cual sea el asunto que nos lleve al trono de la gracia, hallaremos palabras aptas para revestirlo y sanas expresiones que están fuera de todo reproche. De sumo provecho es tomar un salmo determinado, meditar y orar sobre él y ofrecer a Dios nuestras propias meditaciones, conforme surgen de las expresiones que hallamos allí. No es solamente nuestra devoción la que encuentra ayuda y estímulo con este libro, al enseñarnos cómo alabar y glorificar a Dios, sino también nuestra conducta entera halla aquí una dirección segura, pues nos enseña cómo ordenar nuestro camino, con lo que, en fin de cuentas, nos será mostrada la salvación de Dios (Sal. 50:23). Para los judíos del Antiguo Testamento, los Salmos cumplían todos estos objetivos, pero todavía pueden sernos de mayor utilidad aún a los cristianos, pues, así como los sacrificios de Moisés eran figura y sombra del sacrificio de Cristo, así también los salmos de David quedan explicados y hechos más inteligibles mediante el evangelio de Cristo, el cual nos introduce dentro del velo.
Los siete salmos llamados «penitenciales» han sido, de modo especial, objeto favorito de la devoción de muchos. Se reconocen como tales los Salmos 6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143. El libro se divide en cinco partes las cuales concluyen cada una de ellas con «Amén y Amén» o «Aleluya». La primera parte concluye con el Salmo 41; la segunda, con el 72; la tercera, con el 89; la cuarta, con el 106; y la quinta, con el 150.
Este es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal, y pone ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra: I. La santidad y la dicha de una persona piadosa (vv. 1–3). II. La pecaminosidad y la miseria del malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6).
Versículos 1–3
El salmista comienza por el carácter y la condición del piadoso.
1. El Señor conoce por su nombre a los que son suyos (Nm. 16:5; 2 Ti. 2:19), pero nosotros hemos de conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las normas que escoge para su conducta:
A) El hombre piadoso (v. l) no anda en consejo de malos, etc. Se pone primero esta parte de su carácter, porque apartarse del mal es el primer paso por el que comienza la sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores, de los que el mundo está lleno. Se describen aquí por medio de tres epítetos: malos, pecadores, escarnecedores. Primero son malvados, carentes de temor de Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre muestra ser pecador, en abierta rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a las comisiones y así se endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores se hacen escarnecedores, desprecian todo lo sagrado, y se burlan de la piedad y toman a broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal deseo. La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos criterios son tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente, no anda según los consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni toma el camino de ellos, ni se sienta para participar en el corro de los burladores, lo cual equivaldría a asociarse con quienes promueven el reino del diablo.
B) En cambio, el piadoso, para hacer el bien, se somete a la dirección de la Palabra de Dios, y se familiariza con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su voluntad, y del único camino hacia la dicha en Él: En su ley medita de día y de noche (comp. Jos. 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia del hombre piadoso, como el autor del Salmo 119. El verbo hebreo para meditar significa literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes cosas que la Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y experimentar en la vida el sabor y el poder de ellas.
2. Seguridad que se da al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios. El salmo comienza literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo ashrey es plural). La bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap. 22:14), sino que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre dichoso. Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas producen efectos reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por naturaleza, todos somos olivos silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos injertados por un poder de arriba celestial. Nunca crece por sí mismo un buen árbol; es plantío de Jehová para ser árbol de justicia y en ello ha de ser glorificado Dios (Is. 61:3). Es plantado junto a los medios de gracia, llamados aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante de fuerza y vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios como en su conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y su hoja no cae. Su follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En cuanto a los que muestran solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto alguno, las hojas mismas, al fin, se marchitarán y caerán; pero si la Palabra de Dios gobierna el corazón, la profesión se conservará siempre verde y fresca; tales laureles no se marchitan.
Versículos 4–6
1. Se describe ahora el carácter de los malvados (v. 4): (A) En general, son el reverso de los justos tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces de Sodoma que inutilizan la tierra. (B)
En particular, mientras los justos son como árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que arrebata el viento son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el amo de la era quiere ver lejos de allí, puesto que para nada sirve.
2. Se describe luego el destino final de los malvados (v. 5): No se argüirán en el juicio, es decir, serán hallados culpables, y no tendrán lugar alguno en la congregación de los justos, pues ninguna cosa manchada ha de entrar en la Nueva Jerusalén. En este mundo, no es cosa difícil para los hipócritas, bajo la máscara de una plausible profesión de fe, penetrar en la congregación de los justos y permanecer allí sin ser descubiertos ni perturbados (v. 1 Jn. 2:19), pero a Dios no se le puede engañar, aunque puedan ser engañados sus ministros.
3. La razón que se da de este final tan distinto de los buenos y los malos (v. 6). Jehová conoce, es decir, aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por lo que les hace dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra la senda de los malos la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la perdición (Ro. 6:23).
Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos poseer de un santo temor de la porción del malvado y de una santa diligencia en presentarnos a Dios aprobados en todo, y busquemos su favor de todo corazón.
Es este un salmo mesiánico y regio (como también los Sal. 18, 20, 21, 45, 72, 89, 101, 110, 132 y 144). Bajo el tipo del reino de David (dispuesto por Dios, opuesto por muchos, pero prevaleciendo al fin), se profetiza aquí el reino del Mesías, el Hijo de David (v. Hch. 4:25–27; 13:33; He. 1:5). En él nos predice el Espíritu Santo: I. La oposición que había de hacerse al Reino del Mesías (vv. 1–4). II. La represión y el castigo de tal oposición (vv. 4, 5). III. La erección del reino de Cristo a pesar de dicha oposición (v. 6). IV. La confirmación y el establecimiento del reino mesiánico (v. 7). V. La promesa de su ampliación y éxito (vv. 8, 9). VI. Un llamamiento y una exhortación a los reyes y príncipes a que se sometan voluntariamente a ser súbditos de este reino (vv. 10–12).
Versículos 1–6
Tenemos una gran lucha entre el reino de Cristo y los que se oponen a Él. Vemos:
I. La tremenda oposición que se hace al Mesías y a su reino (vv. 1–3). Habría de esperarse que una bendición tan grande para este mundo fuese universalmente bienvenida y acogida. Sin embargo, no hubo jamás una doctrina o una escuela de filósofos, ni gobierno alguno de este mundo, que haya sufrido una oposición tan violenta como la doctrina y el gobierno de Cristo. Las naciones y los pueblos, las cortes y los países, van a veces por caminos opuestos, pero aquí les vemos a todos unidos contra Cristo. Aunque su reino no es de este mundo ni entra dentro de su programa el debilitar los intereses terrenos, reyes y pueblos se alzan inmediatamente en armas. Así como los filisteos con sus jefes, tanto como Saúl y sus cortesanos, se oponían a que David accediese al trono, así también Herodes y Pilato, gentiles y judíos, extremaron su violenta oposición contra Cristo y su obra benéfica (Hch. 4:27).
1. «Se levantan … contra Jehová y contra su ungido» (v. 2), esto es, contra toda religión en general y contra el cristianismo en particular. El gran autor de nuestra religión es llamado aquí el ungido (hebr. Meshiaju) de Jehová, tipificado en el ungido David. Musitan o rumorean (v. 1. El mismo verbo que en 1:2), aquí con rabia, en violenta y malvada oposición al reino del Mesías, métodos para suprimir o impedir los avances de dicho reino en el mundo.
2. «Conspiran juntamente, etc.» (v. 2). Es una oposición combinada, confederada, para ayudarse y animarse unos a otros. Si Jehová y su Mesías les hiciesen ricos y grandes en este mundo, y si contemporizasen con sus violencias e injusticias, les darían la bienvenida; pero, al frenar sus concupiscencias y sus pasiones corrompidas, no quieren que ese hombre reine sobre ellos (Lc. 19:14). Cristo tiene para nosotros ligaduras y cuerdas: vínculos morales que nos unen a Él y conducen a nuestra dicha, porque son cuerdas humanas, cuerdas de amor (Os. 11:4). ¿Por qué se oponen los hombres a la ley de Dios para seguir sus propios caminos, cuando son cosas vanas? No pueden presentar ninguna razón válida para oponerse a una causa tan justa y a un gobierno tan bueno y generoso. Tampoco pueden esperar éxito alguno al oponerse a un rey tan poderoso.
II. La tremenda derrota que les espera a los rebeldes coligados. El perfecto reposo de la Mente Eterna ha de ser nuestro consuelo bajo todo lo que amenace perturbar nuestra mente. Nosotros somos zarandeados en la tierra y en el mar, pero Él se sienta (lit. v. 4) en los cielos, donde tiene listo su trono para el juicio.
1. Los vanos intentos de los enemigos de Cristo no merecen otra cosa que el ridículo: Dios (hebr.
Adonay = el Señor Soberano) se reirá de ellos.
2. Serán justamente castigados (v. 5). Aunque Dios desprecia la impotencia de ellos, también está airado contra la perversidad de ellos. Los enemigos pueden enfurecerse contra Dios, pero no le pueden hacer daño. Son ellos los que se hacen daño a sí mismos al oponerse al establecimiento del reino de Dios.
3. Son indudable e, ineludiblemente, derrotados; todos sus planes (vv. 1–3) se vienen al suelo: «Yo mismo—dice Jehová—he instalado (lit. ungido) a mi rey sobre Sion, mi santo monte» (v. 6). Jesucristo es Rey, y Dios se complace en llamarle su Rey, porque Él le ha nombrado, le ha ungido con el Espíritu Santo (Is. 61:1) y a Él solo ha entregado la administración del gobierno y el juicio; en Él tiene el Padre todas sus complacencias.
Hemos de cantar estos versículos con santa exultación, triunfantes en Cristo, a la vez que oramos con fervor: «Venga tu reino», pues Dios realmente reina cuando las gentes se someten al gobierno de Cristo.
Versículos 7–9
Veamos ahora lo que el Mesías mismo va a decir de su reino.
1. El reino del Mesías está fundado sobre un decreto eterno de Dios el Padre (v. 7). No ha sido una súbita resolución, ni la prueba de un experimento, sino el resultado de los consejos de la sabiduría divina.
2. El decreto se publica para conocimiento y satisfacción de todos los que son llamados a someterse al rey como súbditos, y para dejar sin excusa a los que no quieren que Cristo reine sobre ellos. Cristo presenta aquí un doble título para su reino:
(A) El título de herencia (v. 7): «Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy». En Hebreos 1:5 se cita esta Escritura para mostrar que Cristo tiene más excelente nombre que los ángeles, y lo tiene por herencia (He. 1:4). «El Padre ama al Hijo, y todas las cosas las ha entregado en su mano» (Jn. 3:35). Siendo el Hijo, e Hijo único, es el heredero de todas las riquezas del Padre.
(B) El título de mutuo acuerdo (vv. 8, 9), que consiste en que el Hijo se compromete a tomar las riendas del gobierno que Jehová pone en sus manos. Dice Arconada: «Pídemelo no es condicional, ni propiamente exhortativo, sino, como el imperativo de 110:2, equivale a un futuro enérgico, y es forma poética de indicar el innato derecho propio del “Hijo de Jehová” y la facilidad de poseer cuanto a Él pertenece».
3. Se le prometen al Mesías las naciones hasta los confines de la tierra (v. 8); no sólo los judíos, sino también los gentiles. Gran parte del mundo de la gentilidad recibieron el Evangelio cuando fue predicado por primera vez, pero esta Escritura tendrá cumplimiento final y pleno cuando los reinos de este mundo pasen a ser los reinos de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. 11:15). Es entonces cuando con cetro de hierro (v. 9) quebrantará a los que no se le sometan por amor. Esto se cumplió en parte cuando fue destruida Jerusalén por el poder romano y, cuando más tarde, fue establecida la religión cristiana con la destrucción oficial del paganismo, pero no se cumplirá plenamente hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Co. 15:24, 25. V. Sal. 110:5, 6).
Al cantar esto, y orar por ello, hemos de glorificar a Cristo como al Hijo de Dios y Señor legítimo nuestro, y tomar aliento con esta promesa de que el reino del Mesías será establecido triunfante de toda oposición.
Versículos 10–12
Aplicación práctica de esta enseñanza concerniente al reino del Mesías, al exhortar el salmista a los reyes y jueces de la tierra a que dejándose de cosas vanas (v. 1), sean sensatos (v. 10) y se sometan de buena gana al gobierno de Cristo. El que tiene poder para destruirlos muestra que no se complace en su destrucción, puesto que les exhorta a tomar una actitud que puede conducir a su felicidad. Lo que se dice a ellos, se dice a todos. Así que somos exhortados:
1. A reverenciar a Dios (v. 11), pues toda nuestra adoración, así como nuestra conducta, ha de comenzar por un santo temor de Dios; es cierto que nos hemos de alegrar en el Señor (Fil. 4:4), pero hemos de alegrarnos con temblor (v. 11b), es decir, con sentido de nuestra responsabilidad. Nuestra salvación se ha de llevar a cabo con temor y temblor (Fil. 2:12), frase que significa: con respeto y sentido de la responsabilidad.
2. A dar nuestra acogida a Jesucristo y someternos a Él (v. 12), pues este es el núcleo del cristianismo. (A) Hemos de besar al Hijo (v. 12, lit.) con el gesto del vasallo que besa la mano de su señor y, además, con el gesto del amor sincero al que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros (v. Gá. 2:20) y nos sigue amando (Ap. 1:5; participio de presente en el original). (B) Las razones que respaldan este mandato divino: (a) La ruina segura de quienes rechacen a Cristo (v. 12a), ya que perecerán al enojarle; (b) la felicidad de quienes se sometan a Él (v. 12b), ya que son dichosos todos los que en Él se refugian (lit.). Dichosos verdaderamente son los que, al haber recibido a Cristo, tienen en Él su refugio y patrón en el día de la ira, pues mientras el corazón de los otros desfallezca de miedo, el corazón de ellos exultará de gozo.
Al cantar esto, y orar sobre ello, hemos de sentir el corazón lleno de un santo temor de Dios y, al mismo tiempo, de una alegre confianza en Cristo, en cuya mediación podemos consolarnos y animarnos a nosotros mismos, así como unos a otros.
Así como el salmo anterior nos mostraba la dignidad regia del Mesías Redentor, así el presente nos muestra la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David, quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalón. Aquí David: 1. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1, 2). II. No obstante, confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4 5). IV. Triunfa sobre sus temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los hijos de Dios (v. 8).
Versículos 1–3
El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos la clave para interpretarlo mejor: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida, subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejarnos de Él. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12:11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalón y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién, sino a Él, deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios:
I. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1, 2). Mira en torno de sí, como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios». Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía como lo habían hecho de la aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus servidores y súbditos también Dios le había desamparado a él y había abandonado su causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de él. Al final de los versículos 2, 4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa pausa. Esta señal—nota del traductor—servía, no sólo para hacer una pausa, sino especialmente como indicación litúrgica y musical.
II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanta mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza». Si, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para alegrarse y corazón para regocijarse.
Versículos 4–8
David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, al mirar en torno suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.
1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todosuficiente.
(A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a Él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Jehová».
(B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del Arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sion, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.
(C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Jehová me sostenía». (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Al haber encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y al estar seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.
(D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, y los había dejando confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), versículo 7.
2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante:
(A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, o acampen en derredor de mí». Cuando David huía de Absalón, le pidió a Sadoc que volviese el Arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S. 15:26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado.
(B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío».
(C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6:16; 2 Cr. 32:7; Sal. 55:18; Ro. 8:31; 1 Jn. 4:4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Jehová» (v. 37:39; Jon. 2:9; Ap. 7:10; 19:1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: «Sobre tu pueblo SEA tu bendición». También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la Biblia Hebrea—y en otras versiones—de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en aquéllas forma el versículo 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de ocho).
David era también predicador y muchos salmos suyos son doctrinales, no sólo devocionales. La mayor parte de este salmo es como un sermón. I. Comienza con una breve oración (v. 1) y se pone a predicar: II. Se dirige a los hijos de los hombres, es decir, a los hombres en su condición pecadora, y 1. Les reprende, en nombre de Dios, por el deshonor que dan a Dios y el daño que se hacen a sí mismos (v. 2). 2. Pone delante de ellos la dicha que proporciona la piedad, a fin de animarles a ser piadosos (v. 3). 3. Les exhorta a que consideren sus caminos (v. 4). III. Les anima a servir a Dios y poner su confianza en Él (v. 5). IV. Refiere sus propias experiencias de la gracia de Dios que obra en él (vv. 6–8). En cuanto a la numeración de versículos, tenemos aquí el mismo caso que en el salmo anterior (nota del traductor).
Versículos 1–5
El título del salmo nos da a conocer que David, tras componer este salmo por divina inspiración, lo entregó al director de música de la congregación, para ser cantado sobre Neguinoth es decir (con la mayor probabilidad), con acompañamiento de instrumentos de cuerda. Para la constitución de las distintas clases de cantores, véase 1 Crónicas 25.
I. David se dirige a Dios (v. 1). El que Dios se digne escuchar nuestras oraciones y las responda se debe, no a nuestro esfuerzo ni a nuestros méritos, sino únicamente a su gracia. A dos cosas apela aquí David: 1. A la justicia de su causa. «Dios de mi justicia» (v. 1) «no equivale aquí a Dios justo, sino al Dios que conoce mi justicia y conforme a ella me trata» (Arconada). Lo dice con humildad, pues la humildad no se opone a la verdad. 2. A la experiencia que tenía del socorro divino: «En mi angustia me diste espacio» (lit.); es decir, cuando me hallaba en aprieto, en estrechura, me sacaste a libertad, a lugar amplio. Apoyado en estas dos cosas, clama confiadamente: «Ten misericordia de mí y oye mi oración».
II. Luego se dirige a los hombres, a fin de convencerles de pecado y exhortarles a volverse a Dios.
1. Se esfuerza en convencerles de la insensatez de su impiedad (v. 2): «Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo volveréis mi honra (lit. gloria) en infamia?» Los que profanan el nombre de Dios, así como los que ridiculizan su Palabra y sus otros medios de gracia, convierten en infamia la honra y gloria que Dios se merece, aun cuando profesen externamente una piedad cuyo poder no conocen. Además, se hacen daño a sí mismos, pues van en busca de la vanidad y de la mentira, es decir, de cosas sin consistencia alguna; en el contexto presente, en busca de objetivos que están abocados al fracaso más rotundo. Todos los que aman las cosas mundanas, van en busca de vaciedades engañosas. No se puede negar—nota del traductor—que la primera parte del versículo ofrece cierta dificultad, por lo que los LXX vertieron: «…
¿hasta cuándo (estaréis) endurecidos de corazón?» Sin embargo, si atendemos a una expresión similar del Salmo 3:3, es muy probable que lo que David declara es: «… ¿hasta cuándo deshonraréis al que es mi gloria?»
2. Les muestra el peculiar favor que Dios muestra a los piadosos (implícitamente se refiere a sí mismo, como se ve por el contexto), la protección especial que les otorga y los singulares privilegios que les confiere (v. 3). Es tremendo el peligro en que se precipitan los que ofenden a uno de los pequeñuelos que creen en Dios (Mt. 18:6). Dios dice que quien les toca a ellos es como si tocara la niña de su ojo (Zac. 2:8); y Él hará que los perseguidores lo sepan tarde o temprano. «Y ellos serán míos, dice Jehová de los ejércitos, mi propiedad personal en el día que yo actúe» (Mal. 3:17).
3. Les amonesta contra el pecado (v. 4): Temblad y no pequéis». El verbo hebreo ragaz indica conmoción, ya física, ya psíquica (sea de miedo o de ira), mientras que el verbo jatá = pecar significa
«errar el blanco». En este contexto, Arconada sugiere la siguiente interpretación: «Temed ir contra la voluntad de Jehová, que me favorece, porque hará inútiles vuestros conatos de contradicción». La cita de Pablo, en Efesios 4:26, se apoya en los LXX, y viene a significar, según la autorizada opinión de W. Hendriksen: «Que vuestra ira no sea pecaminosa». Un buen medio para no pecar al estar airados es refrenar la lengua y meditar, como expresa la 2.a parte del versículo 4: «Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad». Una persona reflexiva lleva camino de ser una persona sabia y prudente. Es conveniente examinar nuestra conciencia al acostarse para ver en qué hemos fallado durante el día y arrepentirnos de ello.
4. Les aconseja que tomen conciencia de sus deberes para con Dios (v. 5): «Ofreced sacrificios de justicia, es decir, con el rito debido y las indispensables condiciones internas, y confiad en Jehová, puesto que quien cumple con sus deberes para con Dios, puede estar seguro de la protección divina». Cuando la piedad es sincera, por proceder de un corazón recto, bien se puede confiar en la gracia y en la providencia de Dios.
Versículos 6–8
1. El insensato deseo de los mundanos (v. 6): «Muchos son los que dicen: ¿Quién nos mostrará el bien?» De qué clase de bien hablan se colige por el final del versículo 7. Se gozaban en el incremento de sus cosechas de cereales y de vino. Todo lo que deseaban era la abundancia de los bienes de este mundo, para abundar en los deleites de los sentidos. Preguntan por un bien que pueda verse y palparse, pero no muestran interés por las cosas que no se ven y sólo se perciben por la fe. Así como se nos enseña a rendir culto de adoración a un Dios invisible (Jn. 4:24; 1 Ti. 6:16; etc.), así también se nos enseña a buscar bienes invisibles (2 Co. 4:18). Con los ojos de la fe podemos ver cosas más lejanas que las que podemos ver con los ojos de la cara. Lo que los mundanos desean es un bien exterior, presente, pequeño y perecedero: buena comida, buena bebida, buen negocio y buena hacienda; y ¿qué son todas estas cosas comparadas con un buen Dios y un buen corazón? Cualquier bien puede servir a los deseos de la mayoría de los hombres, pero los espíritus selectos no se alimentan de bazofia; los hijos de Dios tienen, por su gracia, más refinado el gusto espiritual.
2. La sabia elección que hacen los piadosos. David, y los pocos piadosos que estaban de su parte, elevaban a Dios esta oración (v. 6b): «Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro» (v. Nm. 6:26; Sal. 31:16; 80:3, 7, 19). David y sus amigos escogen por bien suyo y meta de su felicidad el favor de Dios; éste es el bien que, según ellos sabiamente valoran, es mejor que todos los bienes de la vida terrenal. Aun cuando David habla solamente de sí en los versículos 7 y 8, en esta oración del versículo 6 habla también en nombre de otros, como Cristo nos enseñó a orar: «Padre nuestro». Todos los hijos de Dios se acercan al trono de Dios con las mismas peticiones y parecidos problemas, y en esto todos son uno, pues todos aspiran al favor de Dios como al sumo bien. Aprendamos a orar por otros así como por nosotros mismos, porque en el favor de Dios hay bastante para todos y nunca tendremos de menos por compartir con otros lo que tenemos. Lo que constituye el motivo del regocijo de David es precisamente eso (v. 7): «Tú diste alegría a mi corazón». Cuando Dios pone gracia en el corazón, pone también alegría, no superficial, sino sólida y sustancial. Bien puede David terminar el salmo (v. 8) con esta frase: «En paz me acostaré y asimismo dormiré; porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado» (v. Sal. 3:5). Se acuesta y duerme tranquilo, porque se sabe sostenido y protegido por Dios. Así hemos de hacer nosotros. Y cuando llegue el último sueño, el sueño de la muerte, podremos decir con el buen Simeón: «Ahora, Soberano Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya, conforme a tu palabra, en paz» (Lc. 2:29), seguros de que Dios acogerá en su seno a nuestra alma. Sigamos el consejo del mismo David en otro lugar (Sal.37:5): «Encomienda a Jehová tu camino y confía en Él; y Él actuará». Si ponemos en manos de Dios nuestros asuntos, bien podemos dejar también en sus manos el resultado.
Este salmo es una oración, dirigida solemnemente a Dios en horas en que el salmista era puesto en aprieto por la maldad de sus enemigos. I. David habla con Dios y le promete orar con la esperanza de ser oído (vv. 1–3). II. Da a Dios la gloria, y toma para sí el consuelo, por la santidad de Dios (vv. 4–6). III. Declara su resolución de practicar con diligencia el culto público de adoración a Dios (v. 7). IV. Ora, en efecto: 1. Por sí mismo, para que Dios le guíe (v. 8). 2. Contra sus enemigos, para que Dios los destruya (vv. 9, 10). 3. Por todo el pueblo de Dios, para que Dios les conceda gozo y los guarde a salvo (vv. 11, 12).
Versículos 1–6
El salmo comienza (v. 1 en la Biblia Hebrea) con la inscripción: «Al músico principal (es decir, al director de música); sobre Nehilot (que viene a significar: para acompañamiento de flauta). Salmo de David» En los versículos 1–6 (de nuestras versiones), David ora a Dios:
1. Como a un Dios que escucha las oraciones, así lo ha sido Él desde el momento en que los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová (Gn. 4:26), y así continúa tan dispuesto a escuchar oraciones como siempre lo estuvo. David le invoca bajo el nombre de Jehová (vv. 1, 3, 8, 12), el Ser Supremo, Eterno, Salvífico, al que debemos la más rendida oración y el más absoluto amor, y como a «Rey mío y Dios mío» (v. 2), al que había jurado homenaje de pleitesía y bajo cuya regia protección se había puesto. Creemos que el Dios a quien oramos es no sólo Dios, sino también Rey, y lo hemos de tener en cuenta en nuestras plegarias.
(A) La forma en que David ora aquí puede avivar nuestra fe y nuestra esperanza en todas las invocaciones que dirigimos a Dios (v. 1): «Escucha, oh Jehová, mis palabras». Muchas veces, los hombres no quieren o no pueden oírnos; nuestros enemigos son tan altivos que no quieren, y nuestros amigos están tan lejos que no pueden; pero Dios, a pesar de la altura de su trono en los cielos, puede y quiere. «Considera mi lamento», añade David. El vocablo hebreo indica meditar o musitar, respira, ya lamentos, ya amenazas (v. 1:2; 2:1). La meditación y la oración vocal deberían ir juntas (19:14).
(B) Cuatro cosas promete aquí David (y lo mismo debemos hacer nosotros): (a) Que va a orar, a tomar conciencia de que debe orar. La seguridad que Dios nos ha dado de su disposición a escuchar las oraciones debería confirmarnos en nuestra resolución de vivir y morir orando. (b) Que orará de mañana (v. 3). Es nuestro deber orar por la mañana, pues es el tiempo más apropiado, ya que entonces estamos frescos y vivaces al despertar con las energías renovadas por el sueño y sin turbar todavía con los pensamientos de los quehaceres del día. (c) Que dirigirá fijamente su oración a Dios, como da a entender el hebreo, lo mismo que un arquero que dirige su flecha al blanco. (d) David velará (« … y esperaré») con anhelo hasta recibir la deseada respuesta. El hebreo dice literalmente: «y miraré hacia arriba», como quien espera que se le responda de lo alto (85:8; Hab. 2:1); con gratitud, si se le concede su petición; con paciencia, si se le difiere, y orar siempre, en todo caso, sin desfallecer, como mandó el Señor.
2. Como a un Dios que odia el pecado (vv. 4–6). David toma nota de esto. El Dios con quien nos las habemos es clemente y misericordioso, pero también es puro y santo; aunque está dispuesto a escuchar las oraciones, no las escuchará si ve iniquidad en nuestro corazón (66:18). Dios no se complace en la maldad, aun cuando ésta se cubra con el manto de la piedad. Conozcan, pues, los que se deleitan en el pecado que Dios no se deleita en ellos. Dios los aborrece y los destruirá. Dos clases de pecadores señala aquí David en particular (vv. 5, 6): los insensatos engañadores y los crueles opresores. A éstos abomina especialmente Jehová, pues el juicio será sin misericordia para aquel que no haga misericordia (Stg. 2:13). La inhumanidad del hombre es lo más opuesto a la misericordia de Dios.
Versículos 7–12
En estos versículos, David presenta tres caracteres:—el suyo mismo, el de sus enemigos y el de todo el pueblo de Dios, y termina con sendas oraciones la descripción de cada carácter.
1. Da primero cuenta de sí y ruega por sí mismo (vv. 7, 8). (A) Está firmemente decidido a mantenerse en íntima comunión con Dios y asiduo en el cumplimiento de sus deberes religiosos: «Entraré en tu casa, en los atrios de tu santuario, para adorarte allí con otros adoradores fieles». Aunque David oraba muchas veces solo, en secreto (vv. 2, 3), era también constante y devoto en su asistencia al santuario. Asegura que a la mucha bondad de Dios debe el poder acudir al santuario, y sentir allí santo temor ante la infinita distancia que nos separa de nuestro Creador. (B) Ruega anhelante a Dios (v. 8) que le guíe y le preserve en el camino del deber: «Allana tu camino delante de mí». Parafrasea Arconada:
«Que tu actuar providencial, Señor, conforme siempre a justicia, que premia al bueno y castiga al malo, luzca ante mí con experiencia vivencial».
2. Da luego cuenta de sus enemigos y ora contra ellos (vv. 9, 10). Había dicho antes (v. 6) que Dios abomina al hombre sanguinario y engañador. Ahora añade: «Señor así son mis enemigos: en la boca de ellos no hay sinceridad; no son de fiar, puesto que no cabe fidelidad en la boca de ellos». «Además, añade (v. 10) merecen la destrucción por la multitud de sus transgresiones, con las que han llenado la medida de su iniquidad y madurado para su propia ruina. Mira que se han rebelado contra ti. Si sólo fuesen enemigos míos, estaría dispuesto a perdonarles pero se rebelan contra Dios, contra su majestad y gobierno; no se arrepienten, continúan haciendo el mal; deben perecer para que no sigan obrando inicuamente». La oración de David no brota de un espíritu de venganza, sino del espíritu de profecía, por el que sabemos que quienes se rebelan contra Dios, caerán destruidos por sus mismos planes.
3. Da finalmente cuenta del pueblo de Dios y ora por ellos, concluye con la seguridad de que obtendrán las bendiciones divinas: son justos (v. 12), porque han puesto en Dios su confianza (v. 11) y, por ello, están seguros del poder y de la todosuficiencia de Dios, ya que confían así en la protección divina. «En ti se regocijen; tienen motivo y corazón para regocijarse. ¡Llénales de un gozo inefable y glorioso!» (v. 1 P. 1:8). Todos los que tienen la garantía de las promesas de Dios han de tener también la garantía de nuestras oraciones a favor de ellos. La gracia sea con todos los que aman sinceramente a Cristo. «Como con un escudo lo rodearás de tu favor» (v. 12b). Un escudo, en la guerra, sólo protege un lado, pero el favor de Dios protege a los suyos por todos los lados, de forma que, mientras ellos se guardan bajo la protección divina, están completamente seguros y deben estar también enteramente satisfechos.
David fue un profeta llorón como Jeremías, y este salmo constituye una de sus lamentaciones; fue redactado en tiempo de gran apuro. El que esté afligido o enfermo recite o cante este salmo. Comienza con quejas dolientes, pero acaba con alabanzas fervientes. De tres cosas se queja aquí el salmista: 1.
Enfermedad del cuerpo. 2. Turbación de la mente. 3. Insultos de sus enemigos. Aquí él: I. Derrama sus quejas delante de Dios, pide a Dios que retire su ira y le ruega fervientemente que le devuelva su favor (vv. 1–7). II. Se asegura a sí mismo una pronta respuesta de paz para su plena satisfacción (vv. 8–10). Este salmo es como el libro de Job.
Versículos 1–7
También este salmo está dirigido al músico principal, o director de música del santuario, en Neguinoth, es decir, para instrumentos de cuerda, y sobre Sheminith = «sobre la octava» (esto es, para cantarlo una octava más alta o baja; o—según Ryrie—sobre una lira de ocho cuerdas). Como dice la inscripción, es un salmo de David (v. 1, en la Biblia Hebrea). Los versículos 1–7 (en nuestras versiones) hablan el lenguaje de un corazón realmente humillado bajo providencias severas, y de un espíritu quebrantado y contrito bajo graves aflicciones.
1. Cómo presenta a Dios sus quejas. Las expone delante de Dios. ¿A quién habría de ir con sus quejas un hijo, sino a su padre? Se queja de enfermedad corporal (v. 2): «Mis huesos se estremecen». Sus huesos y su carne estaban, como los de Job, afectados por la enfermedad. Se queja también de turbación de ánimo (v. 3): «Mi alma también está muy turbada», lo cual le causa mayor dolor que la debilidad y dolor de sus huesos. Triste cosa es para un hombre tener doloridos a un tiempo los huesos y el alma. «¿Y tú, oh Jehová, ¿hasta cuándo?» Hemos de dirigirnos al Dios viviente en tiempos como éstos, pues Él es médico de cuerpos y almas, y no a los asirios ni al dios de Ecrón.
2. Cómo le afectan estas aflicciones. Le pesan demasiado, pues está consumido a fuerza de gemir (v. 6). David era demasiado valiente y considerado como para dolerse así de una aflicción exterior, pero cuando el pecado comenzó a cargar pesadamente sobre su conciencia, se lamentó y lloró en secreto y aun su espíritu rehusó el consuelo. Los verdaderos penitentes lloran en su retiro. David lloraba en la noche sobre su cama mientras meditaba en su corazón y solamente le veía el ojo de quien es todo ojos. Sus ojos se habían envejecido, de tanto llorar a causa de sus angustiadores (v. 7), los cuales se alegraban de sus aflicciones y sacaban de sus lágrimas conclusiones falsas.
3. Cómo ora a Dios en esta situación tan triste. Lo que más teme es la ira de Dios; por eso ruega (v. 1): «Jehová, no me reprendas en tu enojo, aunque lo tengo merecido, ni me castigues con tu ira». Puede soportar bien la reprensión y el castigo, si Dios, al mismo tiempo, alza sobre él la luz de su rostro y hace, mediante su Santo Espíritu que pueda sentir el gozo y la alegría de su misericordia; la aflicción del cuerpo le resultará tolerable si disfruta de consuelo en el alma (v. 4). Lo que más desea como supremo bien, y lo que para él supondría la restauración de todo bien es el favor y la amistad de Dios. Ruega a Dios que tenga misericordia de él y le mire con compasión, que le perdone los pecados y que ejercite su poder para proporcionarle alivio: «Sáname, oh Jehová» (v. 2), «Sálvame» (v. 4). También ora para que le retorne su favor: «Vuélvete, oh Jehová» (v. 4), esto es: «Recíbeme de nuevo en tu favor y reconcíliate conmigo». Ora en general para que le libre de todo mal: «Libra mi alma, esto es, mi persona» (v. 4).
4. Cómo presenta razones para apoyar sus peticiones, a fin de moverse a sí mismo, no para mover a Dios. Apela a su propia miseria, a la misericordia divina y a la gloria de Dios (v. 5): «Porque en la muerte no queda recuerdo de ti».
Versículos 8–10
¡Qué súbito cambio para bien vemos aquí! El que tanto se quejaba, lloraba y se sentía sin remedio (vv. 6, 7), piensa y habla aquí de modo muy agradable.
1. Se aparta de los malvados y se fortalece contra los insultos de ellos (v. 8): «Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad». Los malvados le habían provocado al decirle: «¿Dónde está tu Dios?» (v. 3:2), considerándose victoriosos al ver el desánimo y la desesperación de él; pero ahora tenía razones para contestar a quienes le reprochaban, pues Dios le había consolado el ánimo y pronto iba a completar su liberación. Por eso dice: «Apartaos de mí». Como si dijese: «Nunca daré oído a vuestros consejos ni a vuestras amenazas; vosotros deseabais que yo maldijera a Dios y me muriese, pero yo le bendeciré y viviré». Cuando Dios ha hecho por nosotros grandes cosas, hemos de ponernos a pensar qué podemos hacer por Él.
2. Se asegura a sí mismo de que Dios le era, y le había de ser, propicio, a pesar de las presentes amenazas de ira bajo las que se veía. Confía en obtener una respuesta favorable a la oración que está ahora pronunciando. Se da cuenta de que Dios le escucha mientras está hablando y, por consiguiente, se expresa con aires de triunfo: «Jehová ha oído …» (v. 8); «Jehová ha escuchado …» (v. 9); «Ha acogido Jehová mi oración» (v. 9b).
3. Tras esta seguridad, David pasa rápidamente a contemplar la futura derrota de sus enemigos (v. 10). Los ve avergonzados, aterrados, huyendo confundidos. Ellos se alegraban al ver a David afligido (vv. 2, 3), pero, como suele suceder, el mal que desean a David se vuelve contra ellos mismos.
Por el título y el texto de este salmo, parece que lo compuso David con referencia a las maliciosas imputaciones que hacían contra él sus enemigos. En vista de ello, David, I. Suplica el favor de Dios (vv. 1, 2). II. Apela delante de Dios a su inocencia (vv. 3–5). III. Ruega a Dios que sostenga en alto su causa y juzgue a sus perseguidores (vv. 6–9). IV. Expresa su confianza en que Dios lo hará (vv. 10–16). V. Promete dar a Dios la gloria por su liberación (v. 17).
Versículos 1–9
El título del salmo (v. 1 en la Biblia Hebrea) contiene dos términos sumamente oscuros. Shiggayón, que sólo aparece aquí y en Habacuc 3:1, es, según Ryrie, «quizá un canto extático». Según Arconada, correspondería entonces a nuestro ditirambo. De Kush el benjaminita no sabemos nada. Dice Ryrie:
«Probablemente era uno de los escuderos de Saúl enviados a matar a David». Lo cierto es que David, ante tal abuso, recurre a Dios con ánimo tranquilo, sin permitir a su arpa notas disonantes. Las injurias que recibimos de los hombres, en vez de provocar nuestras pasiones, han de servir para avivar nuestras devociones.
1. Se pone bajo la protección de Dios (v. 1): «Sálvame de todos los que me persiguen y líbrame del poder y de la maldad de ellos, para que no cumplan el deseo que abrigan contra mí». Apela: (A) A su relación con Dios (v. 1): «Jehová Dios mío». Como si dijese: «Tú eres mi Dios, ¿a quién acudiré sino a ti?» (B) A su confianza en Dios: «En ti he confiado» (v. 1). Como si dijese: «No he confiado en brazo de carne, sino en ti» (v. Jer. 17:5–8). (C) A la perversidad y a la furia de sus enemigos y al peligro inminente en que se veía de ser devorado por ellos (v. 2): «No sea que desgarren mi alma como león y me destrocen sin que haya quien me libre». Como si dijese: «Si tú no me libras, nadie me podrá librar».
2. Protesta solemnemente de su inocencia en cuanto a las cosas de que le acusan y, mediante una tremenda imprecación, apela a Dios, que escudriña los corazones, con respecto a su inocencia (vv. 3–5). David no tenía en la tierra tribunal al que acudir, pero tenía en el Cielo un tribunal divino, con un justo Juez sentado en él, a quien él llama su Dios (vv. 1, 3). Le acusaban de planes siniestros contra la corona y la vida de Saúl, pero él lo niega terminantemente (v. 4): «He libertado al que sin causa era mi enemigo». La Providencia le había puesto a Saúl a merced de él, y había entre los seguidores de David quienes le exhortaban a que le matara y aun estaban dispuestos a despacharlo ellos mismos, pero David se lo impidió, tanto cuando le cortó la orla del manto a Saúl (1 S. 24:4 y ss.), como cuando le quitó la lanza (1 S. 26:12), para mostrarle lo que podía haber hecho con él. «Si fuese culpable, dice (v. 5), persiga el enemigo mi alma y alcáncela; huelle en tierra mi vida, y mi honra ponga en el polvo. Muerte e infamia estoy dispuesto a soportar si soy culpable.»
3. Teniendo a favor de su inocencia este testimonio de su conciencia, ruega humildemente a Dios que se muestre a favor suyo en contra de sus perseguidores y respalda cada petición con un motivo apropiado:
(A) Ruega a Dios que manifieste su ira contra sus enemigos (v. 6): «Señor, ellos se enojan injustamente contra mí; enójate tú justamente contra ellos y hazles saber que estás airado; levántate, oh Jehová, en tu ira; álzate en contra de la furia de mis angustiadores».
(B) Ruega a Dios que mantenga en alto su causa: «Apréstate (lit. despierta) a defenderme en el juicio que has convocado para que se me haga justicia» (v. 6); «vuélvete a sentar en lo alto, para que se reconozca universalmente que el mismo Cielo está a favor de la causa de David, puesto que es justa y legítima» (v. 7). «Júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia, y pronuncia a mi favor veredicto de absolución (v. 8); así te rodeará la congregación de los pueblos (lit.) y reconocerá la justicia de mi causa y la legitimidad de mi regio título» (v. 7).
(C) Ruega, ahora ya más tranquilo, (a) para que la intervención de la providencia divina haga cesar la maldad de los inicuos (v. 9); no aboga por la destrucción del pecador, sino por el cese del pecado. Así hemos de orar nosotros, aborrecer el pecado, pero amar a los pecadores por quienes Cristo murió (v. 1 Ti. 1:15); (b) para que el justo quede afianzado: protegido, asegurado, establecido. Así como hemos de orar para que disminuya el mal, así también hemos de orar para que aumente el bien.
Versículos 10–17
Después de haber dejado en manos de Dios su apelación por medio de la oración y de una solemne profesión de su inocencia, comienza ahora David con una afirmación de confianza, esta especie de meditación que sigue a continuación.
1. Confía David hallar en Dios a su poderoso Protector y Salvador, así como al abogado de su inocencia oprimida (v. 10): «Mi escudo (es decir, mi defensa) está en Dios». Todos los que son hijos de Dios tienen en Él defensa y segura protección. En dos cosas asienta David su confianza: (A) En el favor singular que Dios dispensa a cuantos son sinceros: «Salva a los rectos de corazón»: les salva y preserva de los males presentes en tanto en cuanto es para el bien de ellos. (B) En el respeto general que Dios tiene a la justicia y a la equidad (v. 11): «Dios es juez justo, y no sólo obra siempre justamente, sino que también protege a los justos (v. 10), y está airado contra el impío todos los días, pues no puede menos de castigar la impiedad».
2. David confía igualmente en la destrucción de todos sus perseguidores, a menos que se arrepientan (v. 12). La destrucción de los pecadores sólo puede detenerse mediante su conversión (v. Ez. 33:11–16), y las amenazas de ruina a los impíos van así presentadas con benévolas insinuaciones de misericordia. Mientras prepara sus instrumentos de muerte, Dios de a los pecadores amonestaciones con respecto al peligro que corren y les concede tiempo y espacio para que se arrepientan, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9). De entre todos los pecadores, los perseguidores son el blanco preferido de la ira divina, pues ellos desafían de modo especial a Dios, sin percatarse de que no pueden ponerse fuera del alcance de sus dardos, con lo que ellos mismos preparan su ruina y se destruyen a sí mismos (vv. 14–16). Se describe aquí al malvado como fatigándose en cavarse su propia fosa. Es triste que el hombre malo trabaje para el diablo, y cobre salario de muerte, cuando podría obtener gratis el don de la vida eterna (Ro. 6:23).
Este salmo es una solemne meditación sobre la gloria y la grandeza de Dios. Empieza y termina con el mismo reconocimiento de la excelencia transcendente del nombre de Dios. Para probar la gloria de Dios, el salmista cita ejemplos de su bondad con el hombre, pues la gloria de Dios es su bondad majestuosa. Dios debe ser glorificado: I. Por darnos a conocer su persona y su gran nombre (v. 1). II. Por hacer uso de los más débiles hijos de los hombres para que sirvan a sus designios (v. 2). III. Por hacer que hasta los cuerpos celestes estén al servicio del hombre (vv. 3, 4). IV. Por hacer al hombre señor de las criaturas del mundo terrestre, y ponerle así en un nivel ligeramente inferior al de los ángeles (vv. 5–8).
Este salmo se aplica en el Nuevo Testamento a Cristo y a la obra de la redención que llevó a cabo; el honor que los niños pequeños le tributan (v. 2, comp. con Mt. 21:16), y el honor que Él otorga a los hijos de los hombres, tanto en su humillación, cuando fue hecho un poco menor que los ángeles, como en su exaltación, al ser coronado de gloria y honor. Comparar los versículos 5 y 6 con 1 Corintios 15:27 y Hebreos 2:6–8.
Versículos 1–2
El salmo va dirigido, como en otras ocasiones, al director de música del santuario, sobre Guittit, que no sabemos exactamente qué significa (¿sobre la guerra?). El salmo es de David, y en él se propone dar al nombre de Dios la gloria que se merece. Dos cosas admira David aquí:
1. La forma manifiesta en que despliega Dios su gloria (v. 1). Se dirige a Dios con toda humildad y reverencia, como al Señor Soberano de su pueblo: «¡Oh Jehová, Señor nuestro …!» (hebr. Jehová Adoneynu). Si de veras creemos que Dios es nuestro Soberano, hemos de reconocerle y obedecerle como súbditos suyos. (A) Con qué esplendor brilla la gloria de Dios incluso en este mundo de abajo: «¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!» Las obras de la creación y de la providencia muestran y proclaman al mundo entero que hay un Ser infinito (Ro. 1:19, 20). Sin letras ni sonido de palabras, se ve y se oye en la creación el nombre de Dios. (B) Con cuánto mayor esplendor brilla en el mundo de arriba:
«Has puesto tu gloria (lit. alabanza) sobre los cielos». (a) Dios es infinitamente más glorioso y excelente que las más nobles criaturas y las que más esplendorosamente brillan. (b) Mientras que en la tierra sólo oímos y alabamos el excelente nombre de Dios, los ángeles y los espíritus bienaventurados ven arriba su gloria y la alaban, pero, aun así, Él está exaltado muy por encima de la bendición y alabanza de ellos. (c) Al exaltar al Señor Jesús a la diestra de Dios, siendo el Hijo el resplandor de la gloria del Padre y la fiel representación de su ser real (He. 1:3), Dios ha puesto su gloria por encima de los cielos, muy por encima de todos los principados y potestades.
2. El poder con que lo proclama por medio de las más débiles criaturas (v. 2): «Por boca de los niños y de los que maman, afirmas tu fortaleza», esto es, la perfecta alabanza de tu fortaleza (Mt. 21:16). Esto insinúa la gloria de Dios: (A) En el reino de la naturaleza. El interés que tiene Dios en los niños pequeños (quienes, cuando vienen a este mundo, son más desvalidos que los animales), la especial protección que les da y la provisión que la naturaleza les suministra, todo ello debería ser reconocido por cada uno de nosotros, para gloria de Dios, como un gran ejemplo de su poder y de su bondad; tanto más cuanto que todos nos hemos beneficiado de ello. (B) En el reino de la Providencia. En el gobierno del mundo terrestre, Dios hace uso de los hijos de los hombres. (C) En el reino de la gracia, que es el reino del Mesías. Aquí podríamos ver aludidos de alguna manera a los apóstoles, quienes al ser considerados casi como bebés en erudición, «hombres sin letras y del vulgo» (Hch. 4:13), bajos y despreciables, por medio de la locura de su predicación, habían de echar abajo el reino del diablo, del mismo modo que fueron derribadas con el sonido de cuernos de carnero las murallas de Jericó. El Evangelio es llamado el brazo del Señor y el bastón de su fuerza, pues estaba designado a obrar maravillas, no de la boca de filósofos, oradores, políticos o estadistas, sino de un grupo de pobres e iletrados pescadores. Oímos a los niños clamar: «Hosanna al Hijo de David», mientras los principales sacerdotes y los fariseos no le reconocían como a tal. A veces la gracia de Dios se manifiesta maravillosamente en algunos niños, enseña conocimiento y hace entender el mensaje a los destetados y recién retirados de los pechos (Is. 28:9). El poder de Dios se manifiesta muchas veces en su Iglesia por medio de instrumentos débiles y humanamente ineptos.
Versículos 3–9
David continúa aquí engrandeciendo el honor de Dios al exponer los honores que Dios ha otorgado al hombre, especialmente a Jesucristo Hombre. Las condescendencias de la gracia divina exigen nuestras alabanzas tanto como la exigen las elevaciones de la gloria divina. Véase aquí:
1. Lo que le induce a admirar el condescendiente favor de Dios hacia el hombre, que es la consideración del brillo y de la influencia de los cuerpos celestes que están a la vista de los hombres (v. 3): «Cuando veo tus cielos, y aquí en particular, la luna y las estrellas». Nótese que no se menciona el sol. Es nuestro deber considerar los cielos. No podemos menos de verlos por nuestra posición erecta; en esto, entre otras cosas, nos distinguimos de los brutos animales, los cuales están formados para mirar hacia abajo, mientras el hombre está formado para mirar hacia arriba. «Los cielos son los cielos de Jehová» (115:16), no sólo porque Él los hizo, sino porque en ellos especialmente brilla su gloria y se alza su trono: Son obra de sus dedos. Crearlos fue para Dios como un juego de niños; no necesitó para ello extender el brazo, como se nos dice al hablar de la salvación de su pueblo. Aun las luces inferiores: la luna y las estrellas, muestran la gloria y el poder del Padre de las luminarias (Stg. 1:17) y nos suministran materia de alabanza a Dios. Cuando consideramos la gloria de Dios que brilla en el mundo de arriba, bien podemos admirarnos de que Dios se fijase en una criatura tan baja como es el hombre. Y cuando consideramos la gran utilidad de los cielos para los hombres de la tierra, bien podemos exclamar: Señor, ¿Quién soy yo para que hayas puesto a mi servicio los astros del cielo?
2. Cómo expresa su admiración (v. 4): «Señor, ¿qué es el hombre (hebr. enosh = el ser humano en su debilidad física y moral) para que de él te acuerdes, para que tomes nota de él, de sus actos y de sus quehaceres? ¿Qué es el hijo del hombre para que lo visites (lit.), como un amigo visita a otro amigo, complacido en conversar con él e interesado en sus cosas?» Esto se aplica:
(A) A la humanidad en general. Aunque el hombre es como un gusano (Job 25:6), Dios le respeta y le muestra en abundancia su benevolencia; el hombre es, muy por encima de todas las criaturas de este mundo de abajo, el favorito de la Providencia (v. 1 Co. 9:9), hasta el punto de que ha sido hecho un poco inferior a los ángeles (v. 5), ya que, por su cuerpo, es semejante a las bestias que perecen y está confinado a la tierra, pero, por su alma espiritual e inmortal, es semejante a los ángeles, que son puros espíritus. Por un poco de tiempo, los hijos de Dios son inferiores a los ángeles, mientras su alma espiritual está como encerrada en vasos de barro, pero los hijos de la resurrección serán como ángeles (gr. isángueloi. Lc. 20:36), no inferiores a ellos. El hombre está dotado de nobles y maravillosas facultades: «Lo coronaste de gloria y de honra». La razón del hombre es su corona de gloria; no debe profanar esa corona mediante el mal uso de ella ni perder el derecho a ella por obrar en contra de sus dictados. Dios ha puesto todas las cosas bajo los pies del hombre, para que pueda servirse, no sólo del utillaje, sino también de los productos y de las vidas de las criaturas inferiores. David especifica algunos animales inferiores: ovejas, bueyes, aves, peces (vv. 7, 8), de los que puede servirse el hombre, aunque algunos de ellos son físicamente mucho más fuertes que él.
(B) Al Señor Jesucristo en particular, como sabemos por Hebreos 2:6–8, donde el autor de la epístola, para demostrar el soberano dominio de Cristo sobre los cielos y la tierra, declara que Él es el hombre, el Hijo del Hombre, a quien Dios ha coronado de gloria y honor y le ha hecho señorear sobre las obras de sus manos. Tenemos motivos para tener humildemente recta estima de nosotros mismos y admirar con gratitud la gracia de Dios en que: (a) Jesucristo asumió la naturaleza del hombre y, en esa naturaleza, se humilló (Fil. 2:6–8). Al tomar la forma de esclavo y renunciar a la pompa de su divina majestad, se hizo menor que los ángeles. (b) En esa misma naturaleza, fue exaltado para ser proclamado Señor de todo lo creado. Dios el Padre le ensalzó porque Él mismo se había humillado (Fil. 2:9–11). Todas las criaturas han sido puestas de derecho bajo sus pies, y lo serán de hecho cuando haya puesto a todos sus enemigos por escabel de sus pies (He. 2:8; 10:13, comp. con 1 Co. 15:27).
En este salmo: I. David alaba a Dios por haber salido en defensa de su causa y haberle concedido la victoria sobre los enemigos de su país (vv. 1–6), y convoca a otros para que se unan a él en los cantos de alabanza (vv. 11, 12). II. Ruega a Dios que le proporcione todavía ulteriores ocasiones de alabarle (vv. 13, 14, 19, 20). III. Exulta de gozo con la seguridad de que Dios ha de juzgar al mundo (vv. 7, 8), ha de proteger a su pueblo oprimido (vv. 9, 10, 18) y ha de llevar a la ruina a sus implacables enemigos (vv. 15– 17).
Versículos 1–10
El salmo es de David y va dirigido (v. 1 en la Biblia Hebrea) al director de coro, sobre Muth-labbén
(«¿muerte de un hijo?»), indicación musical de significado incierto. En estos versículos vemos que:
1. David alaba a Dios por los favores y obras maravillosas que ha llevado a cabo recientemente para él y su reino (vv. 1, 2). El gozo santo es la vida de la alabanza agradecida, así como la alabanza agradecida es el lenguaje del gozo santo (v. 2: «Me alegraré y me regocijaré en ti». Los triunfos del Redentor son también triunfos de los redimidos (v. Ap. 12:10; 15:3, 4; 19:5).
2. Reconoce el poder omnímodo de Dios, al que ningún enemigo, ni aun el más fuerte o el más astuto, puede hacer frente (v. 3). Todos sus enemigos se ven forzados a emprender la retirada, y aun la retirada les llevará a la destrucción, sin que les salve la huida más que la lucha. La presencia del Señor y la gloria de su poder son suficientes para destruir a los enemigos de Dios y de su pueblo.
3. Da a Dios la gloria de su justicia al aparecer en favor de él (v. 4): «Porque has mantenido mi derecho y mi causa, esto es, mi justa causa; cuando ha sido llevada a tu tribunal, te has sentado en el trono juzgando con justicia».
4. Recuerda y anota con gozo las victorias del Dios de los cielos sobre todos los poderes del infierno y celebra con alabanzas esos triunfos (v. 5): «Reprendiste a las naciones, les diste pruebas evidentes del desagrado con que las miras, destruiste al malvado, hasta borrar en el olvido incluso su nombre.
5. Exulta de gozo ante la destrucción de los enemigos y el derribo de sus ciudades (v. 6).
6. Halla en Dios consuelo para sí mismo y para otros. Se satisface: (A) Con el pensamiento de la eternidad de Dios (v. 7): «Jehová permanecerá para siempre», mientras que en este mundo no hay nada durable; aun las ciudades más populosas y mejor fortificadas serán destruidas y dadas al olvido. (B) Con el pensamiento de la soberanía de Dios tanto en el gobierno como en el juicio: «Ha dispuesto su trono para juicio», su sabiduría es infinita y son inmutables sus designios. (C) Con el pensamiento de la justicia de Dios en la administración de su gobierno (v. 8): «Él juzgará al mundo con justicia», a todas las personas y todos los casos, y con toda rectitud, sin excepciones ni favoritismos. (D) Con el pensamiento del singular favor que Dios dispensa a su pueblo y la especial protección que le concede (v. 9): «Jehová será ciudadela (lugar alto y fuerte) para el oprimido, lugar fuerte para el tiempo de angustia». (E) Con el pensamiento de la satisfacción y tranquilidad mental de quienes han puesto en Dios su refugio (v. 10):
«En ti confiarán los que te conocen, como yo te conozco, y verán, como yo lo he visto, que no desamparas a los que te buscan». Cuanto más se confía en Dios, mejor se le conoce. Quienes saben que es un Dios de sabiduría, poder y bondad infinitos, confiarán en Dios aunque los mate (Job 13:15, aunque—nota del traductor—dicha traducción es improbable. V. el comentario a tal lugar). Quienes saben que es un Dios de inviolable verdad y fidelidad se regocijarán y descansarán en sus ricas promesas.
Versículos 11–20
1. Después de alabar a Dios, David invita a otros a que se unan a él en alabanzas al Señor (v. 11):
«Cantad alabanzas a Jehová, que habita en Sion». Así como la especial residencia de su gloria es el Cielo, así también la especial residencia de su gracia es la Iglesia, de la que Sion era tipo (v. Gá. 4:26). Así que han de tomar buena nota de la justicia de Dios al vindicar la sangre de su pueblo Israel aquellos que les agredieron bárbaramente, haciéndoles guerra sin cuartel (v. 12).
2. Después de haber cantado alabanzas a Dios por los favores y las liberaciones del pasado, David ora fervientemente para que Dios se muestre a favor de él en el futuro, pues todavía no se le han acabado los sinsabores (v. 13): «Ten misericordia de mí, Jehová; mira mi aflicción que padezco a causa de los que me aborrecen». La experiencia que tenía del socorro de Dios en los apuros pasados le da confianza para esperar que le socorra en el aprieto presente: «Levántame de las puertas de la muerte». El Dios que ha tenido compasión de nosotros y nos ha salvado de la muerte espiritual y eterna, nos da ánimo para esperar su ayuda en medio de los más graves aprietos en que podamos encontrarnos. David no ora llevado de un motivo egoísta, sino que quiere servirse de esta liberación para proclamar todas las alabanzas de Dios en las puertas de la hija de Sion (v. 14). Esta última expresión, que equivale a una personificación de Sion, es única en los Salmos, aunque ocurra en Isaías 1:8; Miqueas 1:13 y Zacarías 2:14.
3. Por medio de la fe, David prevé y anuncia la ruina segura de todos los malvados. Dios ejecuta sobre ellos su juicio cuando se ha colmado la medida de sus iniquidades, pues se hunden en el pozo que ellos mismos han excavado (7:15). Los borrachos se matan a sí mismos; los pródigos se hacen a sí mismos mendigos; los amigos de riñas y disputas atraen violencia contra sí mismos. Con estos juicios, se revela desde el cielo la ira de Dios contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Ro. 1:18). Por eso añade David (v. 17): «Los malos serán trasladados al Seol, como cautivos a la cárcel, todas las gentes que se olvidan de Dios». El olvido de Dios es el fundamento de la impiedad de los malvados.
4. David anima al pueblo de Dios a esperar la salvación, la perfecta liberación, aunque se demore (v. 18). Los necesitados pueden pensar (y otros lo pueden pensar de ellos) que Dios se ha olvidado de ellos y que ha perecido la expectación que tenían del socorro divino; pero el verdadero creyente es también paciente; la visión es para el tiempo señalado (comp. con Dn. 8:26). «El Señor no retarda su promesa» (2 P. 3:9); por tanto, nuestra esperanza no se verá defraudada.
5. David concluye con una oración para que Dios humille a los altivos, quebrante su poder y haga fracasar todos sus malvados planes (v. 19): «¡Levántate, oh Jehová, no triunfe el hombre!» Como si dijera; «¡Despierta, ponte en movimiento, ejercita tu poder, pronuncia sentencia contra todos esos altivos y osados enemigos de tu nombre, de tu causa y de tu pueblo, no triunfe el hombre, que no se gloríe el malvado de pisotear tu honor y de prevalecer contra los intereses de tu reino!» Es cosa muy de desear, tanto para la gloria de Dios como para la paz y el bienestar de los pueblos, que los hombres se tengan en lo que son, meros hombres: criaturas dependientes, cambiantes, mortales y responsables ante Dios.
La versión de los LXX une este salmo con el noveno y hace de ambos uno, pero en la Biblia Hebrea son dos salmos distintos; el tema y el estilo son diferentes ciertamente. En este salmo, I. David se queja de la maldad de los inicuos y se percata de la demora que Dios muestra en aparecer contra ellos (vv. 1– 11). II. Ora a Dios a fin de que lo haga para alivio de su pueblo, y se consuela con la esperanza de que lo hará a su debido tiempo (vv. 12–18).
Versículos 1–11
En estos versículos David descubre:
1. Un gran amor a Dios y un ferviente deseo de la comunión con él (v. 1): «¿Por qué estás lejos, oh Jehová, como a quien no le importan las indignidades que se cometen contra tu nombre y las injurias que se hacen a tu pueblo?» ¡No juzguemos por las apariencias! Nos alejamos de Dios con nuestra incredulidad, y luego nos quejamos de que Dios se aleja de nosotros.
2. Un gran odio al pecado y gran indignación contra los pecadores. Al contemplar a los transgresores, se apena, se asombra y presenta ante su Dios la maldad que cometen con altivez y descaro. Las invectivas satíricas contra los malos suelen hacer más mal que bien, a no ser que las presentemos únicamente a Dios en oración, pues sólo Él les puede poner remedio y hacer mejores. La gran maldad del inicuo se compendia aquí en pocas palabras (v. 2): «Con arrogancia el malo persigue al pobre». ¡Arrogancia y persecución! La primera es la causa de la segunda, tanto en el Estado como en la Iglesia. Tras comenzar con esta descripción, el salmista inserta una breve plegaria, como un paréntesis, y dice: «¡Queden (lit. quedarán) atrapados en la trama que han urdido!» (v. 2b).
(A) El pecador se gloría arrogantemente de su poder y de sus éxitos. «Se jacta de los antojos de su alma» (v. 3), esto es, se jacta de que puede llevar a cabo lo que desea. La segunda parte de este versículo—nota del traductor—es algún tanto confusa en el original, pero la única versión que, al ser fiel al hebreo, encaja bien en el contexto, es la que da la Reina-Valera 1977: «El codicioso maldice (y) desprecia a Jehová». Véase cómo la arrogancia lleva a la persecución, y la avaricia lleva a la blasfemia.
(B) El pecador echa de sí todo pensamiento de Dios (v. 4): Ni le busca ni piensa en Él. La altivez conduce a la irreligión. Los hombres no buscan a Dios porque piensan que no le necesitan y que sus propias manos les bastan. Menosprecian orgullosamente los mandamientos de Dios (v. 5): «Tus juicios los tiene muy lejos de su vista», y piensa que son pura abstracción sin realidad alguna. Confían tanto en sí mismos que no temen que su prosperidad pueda tener jamás fin ni mengua (v. 6): «Dice en su corazón: No seré inquietado jamás; nunca me alcanzará el infortunio». Son como Babilonia: «Para siempre seré señora» (Is. 47:7. Comp. Ap. 18:7). Quienes de esta forma se creen más lejos de la ruina, son los que más cerca están de ella.
(C) Para satisfacer su orgullo y su codicia, y para oponerse a Dios y a la religión, oprimen y explotan a cuantos tienen al alcance de la mano. Hablan con malvada amargura (v. 7): «Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude». Como Caín, «se sienta en acecho cerca de las aldeas; para matar a escondidas al inocente. Sus ojos están acechando al desvalido, etc.». (vv. 8, 9). «Se encoge y se agacha» (v. 10), no por estar avergonzado de lo que hace, sino para mejor cazar a los incautos; ni por temor a la ira de Dios, pues se imagina que Dios no se da cuenta de sus crímenes (v. 11), sino para que no se descubran sus planes y sus intenciones. Los que tienen poder y autoridad tienen también la obligación de proteger al inocente y proveer para el pobre, pero éstos destruyen precisamente a los que deberían ser objeto de su protección.
Versículos 12–18
Tras la precedente presentación de la inhumanidad e impiedad de los opresores, David se dirige ahora a Dios. Veamos:
I. Qué es lo que le pide. 1. Que Dios mismo haga acto de presencia (v. 12): «(Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano, manifiesta tu poder y providencia en los asuntos de este mundo de abajo, y confunde a los que dicen que tienes tapado el rostro» (v. 11). 2. Que se manifieste a favor de su pueblo: «No te olvides de los pobres, de los oprimidos y desvalidos. Sus opresores, en su presunción, dicen que los has olvidado, y ellos mismos en su desesperación, están tentados a decir lo mismo. Manifiéstate Señor, para que se vea que ambos están en un error». 3. Que se manifieste contra sus perseguidores (v. 15):
«Quebranta tú el brazo del inicuo, quítale el poder, haciendo que no reine el hombre impío, ni enrede en sus mallas al pueblo» (Job 34:30).
II. A qué apela para avivar su propia fe en estas peticiones:
1. Apela a la grave afrenta que estos orgullosos opresores hacen al propio Dios (v. 13): «¿Por qué desprecia el malo a Dios?» Sí, le desprecia, puesto que le dice en su interior: «Tú no lo inquirirás; no nos tomarás jamás cuenta de lo que hacemos». No se puede causar mayor afrenta al honor de un Dios justo y poderoso. Los malos desprecian a Dios porque no le conocen. ¿Y por qué permite Dios que le desprecien de ese modo? Porque el día de rendir cuentas no se retrasará.
2. Apela al conocimiento que Dios tiene de todos los males que los opresores llevan a cabo (v. 14):
«Tú lo has visto, etc.».
3. Apela a la dependencia que los pobres y oprimidos tienen de Él (v. 14b): «A ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano. En tu poder, sabiduría y bondad confían. ¡No les abandones, protégeles!»
4. Apela a la relación que el propio Dios ha tenido a bien establecer con ellos: (A) Como un gran Dios (v. 16): «Jehová es Rey eternamente y para siempre (es decir, continuamente)». Como si dijera:
«Señor, haz que todos los que te rinden tributo y homenaje como a su Rey, hallen en tu gobierno el beneficio y el refugio». (B) Como un buen Dios, pues Él es el protector de los desvalidos y de los huérfanos (v. 14).
5. Apela finalmente a la experiencia que el pueblo de Dios tiene de la prontitud con que el Señor se manifiesta a favor de ellos (v. 16b): «De su tierra han sido barridos los gentiles»; las siete naciones cananeas están ahora, por fin, desarraigadas del suelo de Palestina, lo cual es un consuelo y un aliento para esperar que Dios quebrantará del mismo modo el brazo de los opresores israelitas que, en muchos aspectos, son peores que los mismos gentiles. Dios había oído la oración y conocía el deseo de los humildes y oprimidos (vv. 17, 18); les había hecho justicia, por lo que sus clamores no habían sido en vano. «Así, pues—viene a decir—tú vas a escucharles también ahora, pues eres el mismo de siempre, con el mismo poder y la misma bondad». Él prepara los corazones para la oración encendiéndoles el deseo santo y fortaleciéndoles la fe sincera; y luego acepta benévolamente sus plegarias. Pondrá, pues, fin a la furia de los opresores, a fin de que no vuelva (n) más a infundir terror al hombre (hebr. enosh = el ser humano en su debilidad congénita) hecho de arcilla (lit. de la tierra), destinado a fenecer como heno (Is. 51:12). El que nos protege es el Dios del Cielo, mientras que el que nos persigue no es más que un hombre de la tierra.
En este salmo, David se ve acechado por una tentación de desconfiar de Dios (probablemente, en el contexto de 1 S. 18:11 y 19:10), y sale triunfador. I. Cómo presenta la tentación (vv. 1–2). II. Cómo la resiste, al considerar el dominio y la providencia de Dios (v. 4), su favor hacia los justos, y la ira para la que son reservados los impíos (vv. 5–7). Cuando los hijos de Dios se hallen bajo la amenaza de los enemigos de Dios y de su Iglesia, les será de gran provecho meditar en este salmo.
Versículos 1–3
La inscripción («Al músico principal. Salmo de David») forma parte del versículo 1 en la Biblia Hebrea lo mismo que en nuestras versiones; por lo que se corresponden los números de los versículos respectivos. En estos versículos, vemos:
I. La firme resolución de David de poner su confianza en Dios (v. 1): «En Jehová he confiado». Antes de dar cuenta de la tentación que le induce a desconfiar de Dios, el salmista declara su decisión de confiar en Él, pase lo que pase.
II. Su firme oposición a la tentación: «¿Cómo decís a mi alma (es decir, a mí), que escape al monte cual ave?», es decir, con la mayor premura (¡volando!—como solemos decir—). Esto se lo sugieren a David sus bien intencionados amigos, apoyados en dos razones aparentemente muy fuertes: 1. Los enemigos lo tenían todo preparado para darle muerte (v. 2), por lo que su vida peligraba gravemente; 2. Su presencia entre los suyos no servía de nada útil (v. 3): «Si se socavan los fundamentos de la sociedad,
¿qué podrá hacer el justo?» Los asuntos del Estado se hallaban en situación caótica, debido a la inquina de Saúl contra David y a la consiguiente mala administración de su gobierno. En esta situación—piensan los consejeros de David—¿qué puede hacer David?
Versículos 4–7
Dicen que cuando se sacude un árbol, se le hace que arraigue más profunda y rápidamente. El consejo de los amigos de David, que implicaba desconfianza en Dios, le hace adherirse con tanta mayor fuerza a sus primeros principios. Lo que sacude la fe de muchos es ver la prosperidad de los malvados a pesar de sus impiedades, y las aflicciones que con frecuencia sufren los piadosos. De ahí puede surgir el mal pensamiento: «De seguro que de nada sirve buscar a Dios». Pero, a fin de suprimir tal pensamiento, David considera:
1. Que hay un Dios en el Cielo (v. 4): «Jehová está en su santo templo»; aquí, en el cielo (2:4; 9:8; 18:7), desde el que todo lo ve y lo gobierna (18:7, comp. con Mi. 1:2; Hab. 2:20).
2. Que este Dios es el Rey del Universo. El Señor tiene en el Cielo, no sólo su residencia, sino también su trono, desde el que dispone sus poderes sobre la tierra (Job 38:33). ¡Veamos, por fe, a Dios en su trono: en su trono de gloria y de gobierno, dando a todos leyes, motivaciones y deseos; en su trono de juicio; y en su trono de gracia, al que todos los suyos tienen libre acceso por su misericordia y por su gracia! Entonces no tendremos motivo alguno para sentirnos desanimados por el orgullo y el poder de los opresores, ni por las aflicciones que puedan sobrevenir a los buenos.
3. Que este Dios conoce perfectamente el verdadero carácter de cada individuo humano: «Sus ojos ven, sus párpados escudriñan a los hijos de los hombres». No sólo los ve, sino que los atraviesa con su mirada, pues no sólo conoce lo que dicen y hacen, sino también lo que piensan y planean, aun cuando aparenten otra cosa.
4. Que si aflige a los buenos es para ponerlos a prueba (v. 5a) y, por consiguiente, para su bien (comp. Stg. 1:12); «para, a la postre, hacerles bien» (Dt. 8:16).
5. Que, por mucho que los impíos puedan prosperar y prevalecer, están siempre bajo la ira de Dios y, tarde o temprano, perecerán (vv. 5, 6): «Su alma (de Dios) aborrece al que ama la violencia. Sobre los impíos hará llover calamidades (lit. trampas)». En esta última frase puede notarse una doble metáfora, a fin de presentar vivamente lo ineludible del castigo de los malvados. Será como trampas que los atrapen y los tengan sujetos, presos, hasta que llegue el día de la cuenta. Y hará llover, de la misma manera que un repentino aguacero sorprende a veces al viajero en un día de verano, además de esas trampas, fuego, azufre y viento abrasador; esto último parece aludir a la destrucción de Sodoma y Gomorra.
6. Que, aunque las personas buenas puedan hallarse rodeadas de adversidades, Dios, no obstante, les reconoce como hijos suyos y está a favor de ellos, y esta es la razón por la que Dios juzgará con toda severidad a los perseguidores y opresores, puesto que aquellos a quienes persiguen y oprimen son muy amados de Dios (v. 7b): «Los rectos contemplarán su rostro (de Dios)», es decir, disfrutarán de su favor.
El salmo es de David, pero no puede determinarse la ocasión que le indujo a redactarlo; lo único que se deduce del texto es que se queja de la deslealtad y falta de sinceridad, ya sea de sus enemigos o de sus falsos amigos. I. Le pide a Dios ayuda, pues no puede fiarse de ningún ser humano (vv. 1, 2). II. Predice la destrucción de sus arrogantes y amenazadores enemigos (vv. 3, 4). III. Se asegura a sí mismo y asegura a otros de que, por mal que marchen las cosas de momento (v. 8), Dios preservará y protegerá a su pueblo (vv. 5, 7), y les cumplirá las promesas que les ha hecho (v. 6).
Versículos 1–8
En este salmo, como en otros que hemos visto el título forma el primer versículo por lo que tiene 9 versículos en la Biblia Hebrea. Sobre lo de Sheminith, véase lo dicho en el comentario al título del Salmo
1. El salmo nos provee de buenos pensamientos para malos tiempos.
I. Veamos aquí qué es lo que hace que los tiempos sean malos y cuándo podemos decir que lo son. La escasez de dinero, el fracaso del negocio, las desolaciones de la guerra, etc., hacen que los tiempos sean malos. Pero la Escritura achaca la maldad de los tiempos a causas de otra naturaleza (2 Ti. 3:1): «… en los últimos días vendrán tiempos difíciles». ¿Por escasez de dinero, quiebra del negocio o desolación de una guerra? ¡No! El Apóstol lo atribuye a la maldad de los hombres en un grado no conocido anteriormente. De esta maldad se queja David aquí. Los tiempos son malos:
1. Cuando hay una general decadencia de la piedad y de la honestidad entre los hombres (v. 1): «… se acabaron los compasivos; … han desaparecido los leales de entre los hijos de los hombres». Obsérvese cómo se colocan juntas estas dos cualidades: la compasión (hebr. jasid = el piadoso para con Dios y los hombres) y la lealtad (hebr. emunim = los fieles). Donde no hay sincera piedad, no se puede esperar lealtad. Se dice aquí de estas personas que han cesado y que han caído (lit.). Los verdaderamente buenos han sido quitados de en medio, y los que sólo lo parecían han degenerado hasta dejar de ser lo que parecían.
2. Cuando los hombres son tan desvengonzados como para planear contra sus prójimos los peores males y, no obstante, son tan viles como para cubrir sus designios con plausibles profesiones de amistad (vv. 2, 3). Pueden besar para matar. Es la imagen perfecta del diablo, mentiroso y homicida (Jn. 8:44)
¡Ciertamente son pésimos los tiempos cuando ha desaparecido del todo la sinceridad!
3. Cuando los pecadores arrogantes han llegado a tal nivel de impiedad como para decir: «Por nuestra lengua prevaleceremos contra toda causa virtuosa; nuestros labios por nosotros (lit. son nuestros) y podemos decir lo que nos venga en gana; ¿quién va a ser amo nuestro? (v. 4). Injustas y jactanciosas pretensiones, porque ¿quién nos hizo la boca, en cuya mano está nuestro aliento y el aire que respiramos?
¿Y quién sino Él es el que tiene plena autoridad, señorío y dominio sobre nosotros, para mandarnos y para juzgarnos? (Comp. Éx. 5:2).
4. Cuando los pobres y necesitados se hallan bajo opresión y abuso. Esta maldad se insinúa en el v. 5, donde Dios mismo toma nota de la opresión de los pobres y del suspiro de los menesterosos.
5. Cuando abunda la maldad hasta tal punto que cunde descaradamente bajo la protección o la vista gorda de los que están en autoridad (v. 8). «Porque la vileza es exaltada entre los hijos de los hombres.»
II. Cuando los tiempos son tan malos, sirve de consuelo pensar:
1. Que tenemos un Dios a quien acudir para pedirle que salga a favor nuestro y nos compense de los males que nos afligen. Con esto comienza precisamente David (v. 1): «Salva oh Jehová …»
2. Que Dios tomará cuentas de seguro a los orgullosos y desleales; que castigará y refrenará su insolencia. Los hombres no pueden descubrir a menudo la falsedad de los aduladores, ni humillar la altivez de los que hablan con arrogancia; pero el Dios justo arrancará los labios lisonjeros (v. 3). Así lo pide el salmista con toda confianza.
3. Que Dios llevará a cabo, a su debido tiempo, la liberación de sus hijos oprimidos y les resguardará de los malignos designios de quienes les persiguen (v. 5b): «Ahora me levantaré, dice Jehová». Cuando los opresores se hallen en el pináculo de su orgullo e insolencia, cuando digan: «¿quién va a ser amo nuestro?» (v. 4), entonces es la hora de Dios para hacerles saber, a costa de ellos, que está por encima de ellos. Y cuando los oprimidos están en el fondo de su aflicción y desespero entonces es también la hora de Dios para salir a favor de ellos, como salió a favor de Israel cuando los israelitas se sentían más abatidos, y el faraón se sentía más exaltado. «Ahora me levantaré, dice Jehová». Y añade Dios: «(le) pondré a seguro (lit.), es decir, le protegeré, le salvaré, le restauraré de forma que no pierda nada por lo que haya sufrido, le cumpliré lo que él anhela» (v. 5).
4. Que, aun cuando los hombres sean desleales, Dios es fiel (v. 6): Las palabras de Jehová son palabras sinceras (lit. puras), como plata refinada, es decir, acrisolada siete veces, esto es, perfectamente.
5. Que Dios se reservará de seguro un remanente suyo, por malos que sean los tiempos (v. 7): «Tú, Jehová, nos guardarás; de esta generación nos preservarás para siempre». En tiempos de general apostasía, el Señor conoce a los que son suyos y les concederá gracia para que preserven su integridad.
También este salmo es de David, salmo de lamentación amarga que acaba con profesión de confianza y alabanzas a Dios. Tampoco se sabe con ocasión de qué particular aflicción fue compuesto. I. David se queja de que Dios tarda en prestarle auxilio (vv. 1, 2. Nótese ese cuádruple «¿Hasta cuándo?» en dos versos). II. Ruega fervientemente a Dios que considere su caso y venga en su auxilio (vv. 3, 4). III. Se asegura a sí mismo de obtener respuesta de paz y, por tanto, concluye el salmo con notas de gozo y triunfo, pues sabe que su liberación es tan segura como si ya estuviese realizada (vv. 5, 6).
Versículos 1–6
David, en su aflicción, derrama aquí su alma delante de Dios.
1. Siempre causa alivio al ánimo turbado dar suelta a sus pesares especialmente ante el trono de la gracia, donde estamos seguros de hallar a uno que es afligido en las aflicciones de su pueblo (Is. 63:9). Allá tenemos acceso libre mediante la fe, literalmente «libertad de palabra» (gr. parrhesía). David llegó a pensar que Dios se había olvidado de él. No es que una buena persona pueda dudar de la omnisciencia, de la bondad y de la fidelidad de Dios, pero en un momento de enfado y temor puede oscurecerse la mente y, cuando surge de una alta estima y de un ferviente deseo del favor de Dios, aunque no exima de culpabilidad, puede perdonarse y excusarse, pues una segunda reflexión llevará a la retractación y al arrepentimiento. Su mente estaba llena de preocupación por lo que él creía el olvido de Dios (v. 1), la congoja le llenaba el corazón cada día (v. 2). El pan de aflicción es algunas veces el pan cotidiano del santo. Nuestro Señor mismo fue «varón de dolores» (Is. 53:3). La insolencia de sus enemigos añadía nuevo pesar a la amargura de David. De ahí ese, cuatro veces repetido, «¿Hasta cuándo?» y ese «para siempre» del versículo 1. Como si dijese: «¿Cuándo se va a acabar esto? ¿Va a durar indefinidamente?» Es una tentación muy corriente, cuando una aflicción dura mucho, pensar que no se va a acabar nunca; entonces la desconfianza se convierte en desesperación, y quienes por largo tiempo han estado sin gozo, comienzan, a la larga, a estar sin esperanza.
2. Sus quejas sirven de pábulo a sus plegarias (vv. 3, 4). Nunca nos debemos permitir ninguna queja sino la que podamos derramar en presencia de Dios y la que nos lleve a ponernos de rodillas. David pide a Dios que mire, que considere su caso, que le responda en cuanto al objeto de sus quejas, y que le alumbre los ojos, no los de la cara, sino los del corazón (Ef. 1:18). Los ojos de la fe por medio de la cual pueda ver por encima, y a través, de las cosas que se perciben con los sentidos. Como si dijera: «Señor, ayúdame a ver más allá de mis presentes apuros y a prever un feliz resultado de ellos». Si no hay lumbre para sus ojos, se siente cercano a la muerte. Pero no es sólo por escapar del sueño de la muerte por lo que pide alivio, sino también para que no se alegre su enemigo y diga: «Lo vencí; ha caído; he prevalecido contra él y contra su Dios» (v. 4).
3. Sus plegarias se cambian pronto en alabanzas (vv. 5, 6): «… Mi corazón se alegrará … Cantaré a Jehová … ». ¡Qué cambio tan sorprendente en tan pocas líneas! Al comienzo del salmo, tenemos a David desanimado, acongojado, presto a hundirse en la melancolía y la desesperación; pero al final le vemos regocijándose en Dios y exaltado en alabanzas al Señor. Véase el poder de la fe y el poder de la oración, y cuán bueno es acercarse a Dios. «En otros momentos de apuro—parece decir David—he confiado en la misericordia de Dios y nunca me ha fallado; por eso, también en medio de la presente aflicción, cuando parece que Dios esconde de mí su rostro, cuando hay fuera conflictos y dentro temores (2 Co. 7:5), he confiado en la misericordia de Dios y ella ha sido para mí ancla en la tormenta, con cuya ayuda, aunque he sido zarandeado, no he sido anegado.» La fe en la misericordia de Dios llenaba el corazón de David de gozo en la salvación que Dios le concedía (v. 5), pues el gozo y la paz vienen por el creer (Ro. 15:13).
«… en quien creyendo … os alegráis» (1 P. 1:8). Por eso, termina David y dice (v. 6): «Cantaré a Jehová; cantaré en recuerdo del bien que me ha hecho en otras ocasiones y, aunque nunca llegase a recobrar la paz que entonces tuve siempre cantaría igualmente sus alabanzas».
Nota del traductor: Para información de nuestros lectores, es de notar que algunos autores, para mantener mejor la unidad del salmo, rechazan el brusco cambio que nuestras versiones efectúan en el versículo 5. Así por ejemplo, Arconada traduce los versículos 5 y 6 del modo siguiente: «No vaya a decir mi enemigo: «Le pude» (v. 4 en nuestras versiones), ni mis contrarios vayan a regocijarse si llegare a caer, cuando yo a tu bondad me he confiado. Mi corazón pueda regocijarse en tu salvación, pueda yo
cantar a Jehová: “Me ha sido benéfico”». Ligeramente distinta es la traducción de la Biblia de Jerusalén. Sin embargo, el texto hebreo, aunque no de una forma decisiva, favorece a nuestras versiones, como lo reconoce la Nueva Biblia Española.
También este salmo es de David, pero no se sabe en qué ocasión fue redactado. El Apóstol, al citar parte de este salmo (vv. 2b, 3) para probar que tanto judíos como gentiles están bajo pecado (Ro. 3:9–12) y que todo el mundo queda bajo el juicio de Dios (Ro. 3:19), nos lo hace entender, en general, como una descripción de la depravación de la naturaleza humana. En todos los salmos desde el 3 hasta el presente (exceptuando el 8), David ha venido quejándose de los que le odiaban y perseguían. Ahora señala el camino de estas malas corrientes hasta lo que es su fuente: la general corrupción de la naturaleza, y ve que no sólo sus enemigos, sino también todos los hombres, están corrompidos. Aquí tenemos: I. La declaración de culpabilidad de un mundo perverso (v. 1). II. La prueba de esta declaración (vv. 2, 3). III. Una seria amonestación a los pecadores, y especialmente a los perseguidores, a causa de ello (vv. 4–6).
IV. Una oración de fe por la salvación de Israel y una gozosa expectación de dicha salvación (v. 7).
Versículos 1–3
El pecado es la enfermedad endémica de la humanidad, y aquí se ve la malignidad de tal enfermedad.
1. Véase su malignidad (v. 1) en dos cosas:
(A) El desprecio que hace del honor de Dios, pues siempre hay algo de ateísmo práctico en el fondo de todo pecado: Dice el necio (hebr. nabal = el insensato malvado) en su corazón: No hay Dios. No es un ateo teórico; en la Biblia no se presenta el caso de alguien que niegue seriamente la existencia de Dios; se trata de personas que viven como si Dios no existiera (v. Sal: 10:4, 11, 13); son los que no buscan a Dios (v. 2) ni le invocan (v. 4). En este sentido, necio se opone a sabio, el cual teme a Dios, guarda sus mandamientos y se aparta del mal.
(B) El rebajamiento que hace de la dignidad misma del hombre, pues estos necios son los hombres que se han corrompido y hacen obras abominables. De tal forma han degenerado de su estado original que se han podrido (v. 3 lit.), ya que no sirven ni honran a Dios, se hacen daño a sí mismos y perjudican de diversas maneras al prójimo. De éstos son los que profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes, descalificados en cuanto a toda obra buena (Tit. 1:16).
2. Véase cuán endémica es esta enfermedad pues ha infectado a la raza entera de Adán. Dios mismo se constituye aquí en testigo de vista (vv. 2, 3): «Jehová miró desde los cielos, echó desde allí un amplio vistazo sobre los hijos de los hombres, para ver si había alguno sensato (hebr. maskil = persona de discernimiento), que comprendiese su deber y su interés, que buscase a Dios y anduviese rectamente en su presencia. El v. 3 nos da el resultado de esta investigación divina: Todos se desviaron (Is. 53:6), la apostasía es universal, de forma que no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno, mientras la gracia de Dios no haya producido en el corazón un cambio radical y completo (Jn. 3:3). Cuando Dios acabó de crear el mundo, incluido el hombre, vio que todo era muy bueno (Gn. 1:31); pero, algún tiempo después, miró sobre la obra del hombre y vio que todo era muy malo (Gn. 6:5).
Versículos 4–7
En estos versículos, el salmista se esfuerza:
1. En convencer a los pecadores de la maldad y del peligro del camino en que se hallan, por muy seguros que se crean en tal camino. Les muestra tres cosas que, al parecer, ellos no quieren ver: su maldad, su insensatez y su peligro.
(A) Su maldad. Ésta se describe con cuatro ejemplos: (a) «Hacen iniquidad» (v. 4a), como si su negocio fuese hacer el mal (hebr. aven). (b) «Devoran al pueblo de Dios como el hambriento devora su plato favorito, como si comiesen pan». Hacer el mal es para los pecadores como su comida y bebida. (c) «A Jehová no invocan.» ¿Qué cosa buena puede esperarse de quienes viven sin oración? (d) «De los planes del desvalido hacen burla» (v. 6), es decir, se burlan de la confianza que los buenos ponen en Dios.
(B) Su insensatez: No comprenden (v. 4); no tienen conocimiento (hebr. yadu—conocimiento íntimo, experimental).
(C) Su peligro (v. 5): «Allí temblarán de espanto». Se han dado muchos casos de perseguidores arrogantes y crueles que no sólo han llenado de terror a otros, sino también a sí mismos.
2. También se esfuerza el salmista en consolar al pueblo de Dios pues disfrutan de la presencia del Señor (v. 5b): «Porque Dios está con la generación de los justos». Además, gozan de la protección de Dios (v. 6b): «Jehová es su refugio» (lit.). Cuando David tuvo que huir a causa de la rebelión de su hijo Absalón, se consolaba con la seguridad de que Dios haría volver su cautividad, es decir, cambiaría la situación en que se hallaba. Aquí, su perspectiva es mucho más amplia. Al comienzo del salmo, se había lamentado de la universal corrupción de la humanidad y, tras la melancolía que tal perspectiva le producía, desea la salvación que, al final de los tiempos, había de salir de Sion (v. 7)—en primer lugar salvación del pecado, la cual había de ser llevada a cabo por el Redentor del que se esperaba que había de venir de Sion, para apartar de Jacob la impiedad (Ro. 11:26)—. Sin embargo—nota del traductor—, no está claro que el versículo haya de tomarse en sentido puramente escatológico. Por supuesto, tampoco puede referirse a la liberación de la cautividad de Babilonia, pues ésta no podía venir de Sion, a la sazón en ruinas.
Éste es uno más de los salmos de David. El objeto de este breve, pero excelente salmo es mostrarnos el camino del Cielo y convencernos de que, si queremos ser felices de veras, hemos de ser santos y honestos. Cristo, quien es Él mismo el camino (Jn. 14:6) y en quien hemos de andar nuestro camino (Col. 2:6), nos mostró también el mismo camino cuando dijo: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt. 19:17). En este salmo, I. Mediante una pregunta (v. 1), se nos instruye e incita a buscar el camino. II. Mediante la respuesta a dicha pregunta, se nos exhorta, en el resto del salmo (vv. 2– 5) a andar por ese camino. III. Mediante la seguridad que se nos concede al final del salmo de que iremos a salvo por tal camino, se nos anima a andar por él (v. 5).
Versículos 1–5
I. Una pregunta muy seria y grave concerniente al carácter de un ciudadano de Sion (v. 1): «Jehová,
¿quién habitará en tu tabernáculo? Hazme saber quiénes irán al Cielo». No pregunta por el nombre de los que se han de salvar, pues sólo el Señor conoce a los que son suyos, sino por la descripción de su carácter, como si dijese: «¿Qué clase de personas son las que has de reconocer como tuyas y a las que vas a coronar con especiales y eternos favores?» Todos y cada uno debemos hacernos a nosotros mismos esta pregunta: «Señor, qué haré para heredar la vida eterna?» (Lc. 18:18) «¿Qué debo hacer para ser salvo?» (Hch. 16:30). 1. Obsérvese a quién va dirigida la pregunta: A Dios mismo. 2. Cómo está expresada en el lenguaje del Antiguo Testamento. (A) Por tabernáculo podemos entender la Iglesia militante, tipificada por el santuario levantado por Moisés en el desierto y, por ello, hecho como para el desierto, sin ostentación y movible. Allí se manifiesta Dios a su pueblo y allí les sale al encuentro, como lo hacía entonces en el tabernáculo del testimonio, llamado también el tabernáculo de reunión. (B) Por monte santo podemos entender la Iglesia triunfante, y alude al monte Sion, sobre el que había de levantarse el templo de Salomón. A todos nos concierne saber quiénes han de habitar allí, para asegurarnos de que tendremos allí un lugar entre ellos.
II. Una respuesta muy clara y concreta a dicha pregunta sobre el carácter de un ciudadano de Sion.
1. Ha de ser sincero e íntegro en su religión: Anda en integridad, conforme a la condición del pacto abrahámico (Gn. 17:1 «Anda delante de mí y sé perfecto o—hebr. tamim, la misma palabra que aquí—);
«así tendrás en Dios al Shadday, al Todosuficiente» (v. el comentario a Gn. 17:1). El íntegro, o cabal (Job. 1:1, 8 «tamim») es aquél que es lo que profesa ser, sano de corazón, que puede presentarse a Dios aprobado (2 Ti. 2:15) en todo lo que hace. Su ojo es quizá débil, pero es sencillo, de visión única; tendrá todavía sus manchas (la descripción de Ef. 5:27 es de carácter escatológico), pero no se pinta; es un israelita, no sin pecado, sino sin engaño (Jn. 1:47; 2 Co. 1:12). No hay verdadera piedad sin sinceridad.
2. Ha de ser concienzudamente honesto y justo en todos sus asuntos, fiel y honrado con todos con los que trata: «hace justicia». Considera que no puede haber un contrato bueno ni realmente provechoso cuando se hace con base en una mentira, y que el que perjudica a su prójimo, aun cuando parezca astuto, y hasta plausible, se demostrará, a la larga, que se ha hecho a sí mismo la mayor injuria posible.
3. Ha de esforzarse en hacer a sus prójimos todo el bien que pueda, y tener sumo cuidado en no hacer daño a nadie; de modo especial, ha de salvaguardar la reputación de su prójimo (v. 3). Ha de echar a buena parte todo lo que vea en los demás. Si le cuentan algo malo de su prójimo, lo rechazará si le es posible o lo guardará en secreto hasta su muerte. Su amor cubrirá multitud de pecados (Sal. 32:1; Pr. 10:12; Stg. 5:20; 1 P. 4:8).
4. Ha de apreciar a los hombres y evaluarlos por su virtud, no por lo que aparenten ante el mundo. No ha de pensar que los hombres pierden algo de su piedad por ser pobres o de baja condición social; sólo ha de menospreciar a los que son viles en la presencia de Dios, y honrar a los que temen a Jehová. Tal persona reconoce que la verdadera piedad, dondequiera se halle, honra al hombre y hace brillar su rostro más y mejor que lo que pueden hacerlo la riqueza, el talento o el prestigio humano.
5. Ha de preferir siempre tener buena conciencia por encima de cualquier interés o ventaja materiales, de forma que, si ha prometido bajo juramento hacer algo, ha de atenerse a ello sin cambiar, aunque de ello se le siga después algún perjuicio para sus intereses materiales (v. 4b).
6. Finalmente, no ha de tratar de incrementar sus ingresos por medio de prácticas injustas (v. 5):
«Quien su dinero no dio a usura, para vivir a expensa de las labores y fatigas de otros». No es que se quebrante la ley de la justicia ni la de la caridad por prestar con un provecho similar al que recibe el que toma dinero a préstamo, lo mismo que el amo de una finca que cobra dinero del arrendatario, ya que el dinero puede incrementarse, mediante el trabajo y el comercio, lo mismo que el fruto que se le saca al suelo. Pero un ciudadano de Sion ha de prestar a los pobres sin exigirles interés, de acuerdo con sus posibilidades, no ha de ser riguroso ni severo con quienes han sido reducidos a tal estado por los avatares de las circunstancias. Tampoco admitirá cohecho contra el inocente; si está empleado en la administración de la justicia pública, no se dejará sobornar por ningún medio para hacer algo con que salga perjudicada una causa justa.
III. El salmo concluye con una ratificación de este carácter del ciudadano de Sion. Tal persona será como el propio monte Sion, que no puede ser removido. Todo miembro vivo de la Iglesia está, como la Iglesia misma, edificado sobre una roca, contra la que no pueden prevalecer los poderes de la muerte (Mt. 16:18) «del Hades», no «del Infierno» como traducen equivocadamente muchos): «El que hace estas cosas, no vacilará jamás» (lit. no será sacudido por siempre v. 5b).
Este salmo tiene dentro algo de David, pero mucho más de Cristo. Empieza con unas expresiones de devoción, propias de David, pero que también pueden aplicarse a Cristo, y termina con una confianza tal en la resurrección que sólo puede aplicarse a Cristo, y no a David, como los Apóstoles Pedro y Pablo hacen notar (Hch. 2:24; 13:36). I. David se expresa en el lenguaje de todo buen creyente al profesar su confianza en Dios (v. 1), su contentamiento en Él (v. 2), su afecto al pueblo de Dios (v. 3) y su adhesión al verdadero culto a Dios (v. 4). II. Se regocija luego en la suerte que le ha caído por ser Jehová su porción (vv. 5, 6), y por tener en Él su gran consejero (comp. con Is. 9:6), que le habla incluso al interior de su persona (v. 7). III. Habla finalmente como tipo de Cristo y, por tanto, con el lenguaje de Cristo mismo, a quien el resto del salmo es expresamente aplicado (Hch. 2:25 y ss.). En concreto, habla, 1. De la especial presencia de Dios con el Redentor en sus servicios y sufrimientos (v. 8). 2. De la resurrección que el Redentor mismo esperaba para sí y de la gloria que se le había de seguir, por la que pudo llevar a término gozosamente su empresa (vv. 9–11).
Versículos 1–7
El salmo es de David, y es llamado mikhtam de David. El vocablo hebreo mikhtam, que también aparece a la cabeza de los salmos 56–60, es de significado incierto. Según Ryrie, «parece derivarse de un verbo que significa “cubrir” y podría indicar salmos que tratan sobre la protección (cubrimiento) de los enemigos, o salmos recitados en silencio (cubierta la boca por los labios)». Arconada, en cambio se inclina a favor de la interpretación sugerida por los LXX, quienes traducen el vocablo hebreo por el griego stelographía, que significaría «para inscribirlo en una estela». Vamos con el estudio del salmo.
1. David comienza aquí como si volase a buscar la protección de Dios (v. 1): «Vela sobre mí, oh Dios, porque en ti me he refugiado» (lit.). Como si dijese: «Presérvame de todo mal, especialmente de la muerte y del pecado, al que estoy continuamente expuesto, porque en ti, y en ti sólo, me refugio como en el único que me da confianza y seguridad». Esto (si quitamos lo del «pecado») es aplicable a Cristo, cuando dijo (Jn. 12:27): «Padre, sálvame de esta hora», y confiaba que Él le había de librar (comp. con He. 5:7).
2. Reconoce su solemne dedicación a Dios como a Dios suyo (v. 2): «Oh, alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor (hebr. Adonay) y, por ello, a ti me he acogido desde siempre y para siempre» (comp. 11:1). Y, como motivo principal de esta dedicación suya a Dios, añade: «No hay para mí bien (alguno) fuera de ti». Como si dijera: «Todo verdadero bien mío está en ti o subordinado a ti».
3. Como consecuencia de esta complacencia absoluta en Dios, la extiende también a todos los que son hijos de Dios: «Para los santos que están en la tierra y para los excelentes (lit.) es toda mi complacencia». Si Dios es nuestro, debemos, en atención a Él, extender nuestra benevolencia a los que son suyos, a los santos en la tierra, pues lo que se les hace a ellos, Él se agrada en tomarlo como hecho a El mismo, habiéndoles constituido recipiendarios de Dios. Quienes han sido renovados por la gracia de Dios y dedicados a la gloria de Dios, son santos en la tierra. Cristo se deleita en estos santos en la tierra, a pesar de las debilidades de ellos, la cual es una buena razón para que también nosotros tengamos en ellos nuestra complacencia (Jn. 17:19).
4. Detesta el culto de todos los dioses falsos y toda comunión con sus adoradores (v. 4): «Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otros dioses», no sólo por el castigo que atraen sobre sí de parte del verdadero Dios a quien rechazan, sino también por la decepción que han de experimentar por parte de los falsos dioses a quienes se adhieren. «No ofreceré yo sus libaciones de sangre», dice David, con lo que da a entender así su firme propósito de no participar de los sacrificios de los idólatras, no sólo porque los ídolos son pura mentira, sino también porque las ofrendas mismas que les hacen son bárbaras, probablemente con sacrificios humanos. En el altar de Dios, comoquiera que allí se hacía expiación por medio de la sangre, beber la sangre estaba estrictamente prohibido, y las libaciones eran de vino; pero el diablo prescribía a sus adoradores beber la sangre de los sacrificios, a fin de instruirles en la crueldad. David no quiere ni tomar en sus labios los nombres de tales dioses falsos.
5. Repite la solemne elección que ha hecho de Jehová como de su porción, del lote que le ha tocado en suerte (v. 5) por herencia, del mismo modo que la porción del territorio que a cada tribu le había tocado en el reparto de la Tierra Prometida. La copa, más bien que el cáliz del que se sacaban las suertes, es la copa de vino del banquete (comp. 23:5). Da David la gloria de todo ello a Dios, quien le garantiza la suerte. Y al aludir a las cuerdas de agrimensor que se usaban para distribuir las heredades, añade (v. 6):
«Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos (lit. delicias) y es heredad de preciosidad la que cayó sobre mí» (lit.). El Cielo es nuestra heredad. No puede ser más hermosa: allí está nuestra casa, nuestro reposo, nuestro bien eterno, y hemos de mirar a este mundo como se mira el país por el que cruza el camino por el que vamos de viaje. Los que tienen razón para decir: Dios es mi porción, ¿qué más pueden desear?
6. Al ponderar David la excelencia de la porción que le ha cabido en suerte, no puede menos que bendecir a Jehová, que fue su consejero en la elección que hizo, y con el que mantiene comunión íntima incluso por la noche (v. 7): «Bendeciré a Jehová que me aconsejó (lit.); aun en las noches me amonestan mis riñones)» (lit., es decir, mi conciencia, ya que los riñones eran símbolo de lo que hoy llamaríamos lo más íntimo del ser en sentido de «lo subconsciente», así como el corazón lo era de la vida consciente). Si la porción de Dios es nuestro deleite, que sea también Dios quien se lleve la alabanza por ello. Cuando David se retiraba del mundo y se entregaba a la meditación y al descanso nocturnos, su propia conciencia (también llamada «riñones» en Jer. 17:10) le seguía instruyendo (17:3) y amonestando (eso significa el verbo hebreo) con respecto a los deberes que surgían de la elección que había hecho. Todo esto puede aplicarse, de modo eminente, a Cristo, quien siempre hacía lo que agradaba al Padre, pues en todo miraba la gloria de Dios como el sumo bien y la suprema meta. Al leer o cantar estos versículos, podemos aplicárnoslos también a nosotros mismos, y renovar nuestra elección de Dios como Dios nuestro, con santa complacencia y satisfacción.
Versículos 8–11
Estos versículos fueron citados por el Apóstol Pedro en su primer sermón el día de Pentecostés, en que fue derramado el Espíritu Santo sobre todos los ocupantes del Aposento Alto (Hch. 2:25–28); expresamente dijo que aquí habla David de Cristo y, en particular, de su resurrección de entre los muertos. En alas del espíritu de profecía, el rey cantor y profeta fue llevado más allá de la consideración de su propio caso, a fin de predecir la gloria del Mesías. El Nuevo Testamento nos provee de una llave para introducirnos en el misterio de estas líneas.
1. Estos versículos han de aplicarse con toda certeza a Cristo; de Él habla aquí el rey-profeta, como lo hicieron muchos otros profetas del Antiguo Testamento, anunciando de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos (1 P. 1:11). David predice aquí:
(A) Que Cristo había de sufrir y morir. Al decir (v. 9b) «Mi carne … reposará confiadamente», especialmente a la vista del contexto posterior (v. 10), se insinúa que ha de dejar el cuerpo, no sólo que ha de morir, sino también que ha de ser sepultado y permanecer por algún tiempo en las garras de la muerte.
(B) Que había de ser apoyado maravillosamente por el poder divino (comp. con He. 9:14; 12:2) en sus sufrimientos y en su muerte, hasta poder asegurar (Jn. 19:30): «Consumado está». Dice (v. 9a): «Se alegró, por tanto, mi corazón y se gozó mi gloria (lit.)», es decir, su lengua, como se ve, no sólo por comparación con 30:12 donde sale el mismo vocablo, sino también por Hechos 2:26. (Nota del traductor: Sin duda, se llama «gloria» a la lengua por metonimia, ya que con ella glorificamos a Dios. Me resulta extraño que las versiones católicas modernas, como la de los jesuitas—Arconada—, la Nueva Biblia Española y la Biblia de Jerusalén, traduzcan—contra las evidencias señaladas—«entrañas», lit. «hígado», en hebreo kabed, y corrijan así innecesariamente el texto masorético, que dice kabod = gloria.) Ahora bien, tres eran las cosas que sostuvieron a Cristo para que llevase a cabo gozosamente la obra de la redención:
(a) El respeto que tenía a la voluntad y a la gloria del Padre en todo lo que llevó a cabo (v. 8a): «A
Jehová he puesto siempre delante de mí».
(b) La seguridad que tenía de la presencia de su Padre en medio de sus padecimientos (v. 8b):
«Porque está a mi diestra, no seré zarandeado». Como si dijese: « Está presente para ayudarme, al alcance de la mano en tiempo de necesidad».
(c) La perspectiva de un glorioso resultado de sus padecimientos (Is. 53:11; Fil. 2:9–11; He. 12:2). El Espíritu Santo le infundió el valor necesario para soportar el tormento y el vituperio de la Cruz «por el gozo puesto delante de sí». Así descansó con esperanza, y eso tornó glorioso su descanso (comp. Is. 11:10; Jn. 13:31, 32).
(C) Que había de ser librado a través de sus padecimientos y rescatado, mediante la resurrección, de los poderes de la muerte (v. 10): «Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción» (v. el comentario—en preparación—a Hechos 2:24, y la nota marginal en la Reina-Valera 1977. Nota del traductor).
(D) Que habría de ser abundantemente recompensado por sus grandes padecimientos (v. 11): «Me mostrarás la senda de la vida», es decir, me llevarás a la resurrección a través del oscuro valle de la muerte. Por la confianza que tenía en esto, pudo decir antes de expirar: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc. 23:46).
2. Al ser Cristo la Cabeza del cuerpo que es la Iglesia (Col. 1:24), estos versículos pueden aplicarse, en su mayor parte, a todos los verdaderos creyentes, quienes están animados y guiados por el Espíritu de Cristo; y, al leerlos o cantarlos, podemos animarnos y edificarnos a nosotros mismos y unos a otros, después de haber dado a Cristo la gloria que se le debe. El creyente moribundo, lo mismo que el moribundo Cristo, puede dejar gozosamente el cuerpo, en la confiada expectación de una segura resurrección: «Mi carne también reposará confiadamente».
Al hallarse David en grave apuro y gran peligro, debido a la maldad de sus enemigos, se dirige en oración a Dios en este salmo, y busca refugio en Él. I. Apela a Dios con respecto a su propia integridad (vv. 1–4). II. Ruega a Dios que le sostenga en ella y que le preserve de la malevolencia de sus enemigos (vv. 5–8, 13). III. Describe el carácter de sus enemigos, para, basándose en ello, rogar a Dios que le proteja (vv. 9–12, 14). IV. Se consuela con la esperanza de su futura dicha (v. 15).
Versículos 1–7
Este salmo es una oración; hay tiempo para alabar y tiempo para orar. David era ahora perseguido, probablemente por Saúl (comp. 1 S. 23:25 y ss.). Se dirige a Dios en estos versículos, tanto para apelar en favor de su propia causa (v. 1): «Oye, oh Jehová, una causa justa», como para pedir que le escuche (v. 1):
«Está atento a mi clamor»; y, de nuevo (v. 6): «Inclina a mí tu oído, escucha mi palabra». David hablaba sinceramente (v. 1): «Escucha mi oración hecha de labios sin engaño». Nos servirá de gran consuelo, cuando nos sobrevenga algún apuro, tener en movimiento las ruedas de la oración, pues así podremos acudir con mayor confianza al trono de la gracia. Su fe le animaba a esperar que Dios tomaría nota de sus oraciones (v. 6): «… por cuanto tú me oyes, … inclina a mí tu oído».
1. David dirige su apelación a la corte de los cielos: «Señor, presta atención a la justicia de mi causa, porque Saúl está tan dominado por la pasión y el prejuicio que no querrá escucharme. Así que de tu presencia proceda mi vindicación (v. 2). Los hombres me persiguen y quieren acabar conmigo como con un malhechor. Señor, a ti apelo». La sinceridad no teme el escrutinio de Dios, conforme a los términos del pacto de gracia (v. 3): Me has puesto a prueba y nada inicuo hallaste. Por su propia conciencia, que es la voz de Dios en el interior, David sabía que Dios le había puesto a prueba (v. 3): Tú has probado mi corazón, me has inspeccionado de noche (comp. con 16:7; Job. 31:14). Dios le había puesto también a prueba en las ocasiones que había tenido, una y otra vez, de matar a Saúl. Estaba resuelto a no propasarse, ni de palabra (v. 3): «He resuelto que mi boca no ha de propasarse; lo he decidido con la ayuda de tu gracia». Y, del mismo modo que se había refrenado de hablar sin consideración, también se refrenaba de obrar con violencia (v. 4): «En cuanto a las obras humanas (las que, por su perversidad, acostumbran hacer los hombres), por la palabra de tus labios (por la dirección de tu palabra pura y santa, en obediencia a tus mandamientos), yo me he guardado de las sendas de los violentos». Tales eran sus perseguidores.
2. Pide experimentar la buena obra de Dios en él, como evidencia de la buena voluntad de Dios hacia él y para continuar disfrutando de la benevolencia de Dios hacia él: (A) Ora para que Dios efectúe en él su obra de gracia (v. 5): «Sustenta mis pasos en tus caminos. Señor, por tu gracia, me he guardado de las sendas de los violentos; con esa misma gracia, haz que sea guardado en tus caminos». (B) Ruega a Dios que le conceda algunas señales de su favor (v. 7): «… tú que salvas a los que se refugian a tu diestra (al poder de tu brazo, y no necesitan de ningún otro poder—Jer. 17:5 y ss.—), y los libras de los que se levantan contra ellos». Los que confían en Dios tendrán muchos enemigos, pero tienen un amigo que puede más que todos los enemigos: uno con Dios es siempre «mayoría». La liberación de Dios es siempre una maravilla, una proeza (1 P. 2:9 «… las virtudes—gr. aretás = proezas—). A esto se refiere David al comienzo del versículo 7: «Muestra tus maravillosas misericordias. Reserva para mí las proezas de tu misericordia; no me prives de las gracias comunes, pero otórgame las gracias especiales que concedes a los que se refugian a tu diestra».
Versículos 8–15
1. Veamos lo que pide aquí David:
(A) Ser protegido él mismo (v. 8): «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas». Los hombres protegen como pueden (y para eso nos ha provisto Dios con la barrera de los párpados) las pupilas de sus ojos, pues si ellas se dañan sobreviene la ceguera. Si nosotros guardamos la ley de Dios como las niñas de nuestros ojos (Pr. 7:2), podemos esperar que Dios nos guarde como la niña de su ojo, pues, por Zacarías 2:8, nos dice que «el que toca a los suyos, toca a la niña de su ojo». Ruega también David que Dios le guarde con la misma ternura con que la gallina protege bajo sus alas a los polluelos (v. 8b, comp. con Mt. 23:37, donde Cristo emplea esa comparación). El símil expresa una protección solícita y amorosa (Sal. 36:8; 57:2; 61:5; 63:8; 91:4. V. también Dt. 32:11. La imagen frecuente en el Antiguo Testamento es la del águila, mientras que en el Nuevo Testamento predominan la de la paloma y la de la gallina). También podría entenderse, como hacen algunos, en alusión a las alas de los querubines de sobre el propiciatorio. M. Henry—nota del traductor—lo da como alternativa posible. Dice Arconada: «La tendencia cúltica pone esta frase en relación con las alas de los querubes del Arca (Briggs, Weiser)».
(B) Que fracasarán todos los intentos de sus enemigos de inducirle al pecado o de ponerle en aprieto (v. 13): «¡Levántate, oh Jehová! ¡Ven en mi ayuda, y queden frustrados los planes de mis enemigos!» Cuando Saúl perseguía a David, ¡cuántas veces se le escapó la codiciada presa, cuando pensaba que la tenía segura! Así también, cuando Cristo resucitó, ¡cuán decepcionados quedaron sus enemigos, quienes creían que, después de darle muerte, habían triunfado sobre Él!
2. Veamos también a qué apela David, a fin de animar su propia fe en esas peticiones:
(A) A la maldad de sus enemigos (v. 9): «De mis enemigos que buscan mi vida». Estos enemigos le tenían cercado (v. 11) a él y a los que le acompañaban: «Han cercado ahora nuestros pasos; tienen puestos sus ojos para echarnos por tierra». Velan con sumo interés, para ver cómo pueden hacernos el mayor daño posible hasta abatirnos del todo. Y tienen el corazón completamente endurecido (v. 10):
«Envueltos están con su grosura (frase que, en el uso bíblico, equivale al endurecimiento del corazón)». El jefe y promotor de esta persecución sañuda era el bárbaro y sanguinario Saúl (v. 12): como león que desea hacer presa, y como leoncillo que está en su escondite. Muy bien le cuadran estas frases a Saúl, quien buscaba a David «por las cumbres de los peñascos de las cabras monteses» (1 S. 24:2) y «en el desierto de Zif» (1 S. 26:2), donde los leones solían buscar su presa.
(B) Al poder que Dios tenía sobre ellos para controlarlos y frenarlos (vv. 13, 14). Tratándose de un guerrero como David, es muy apropiada la imagen de la espada (comp. con Ap. 19:15) en la mano (se supone que es la diestra, aunque el hebreo no la especifica) de Jehová, para postrar a los enemigos de David.
(C) A la prosperidad material de los enemigos (v. 14). Éstos son hombres mundanos, imbuidos de los criterios perversos del mundo, amadores de riquezas y placeres temporales, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de bienes que tú les reservas (lit. y con tu tesoro llenas el vientre de ellos). Esos bienes, al ser puramente materiales llenan el vientre (1 Co. 6:13), pero no pueden llenar el alma; sin embargo, aun esos mismos bienes de los que ellos disfrutan voluptuosa y pecaminosamente, les vienen de Dios. Tales bienes son los que dejan en herencia a sus hijos en tal abundancia que todavía sobra para sus pequeñuelos, es decir, para los hijos de sus hijos.
(D) A la dependencia que él mantiene con respecto a Dios como a su porción y fuente de su felicidad.
«Ellos tienen su porción en esta vida en las cosas del mundo—viene a decir David—, pero en cuanto a mí (v. 15), en justicia contemplaré tu rostro (lit.)—“en justicia” = haciendo lo que es justo, ya desde la mañana—(v. Sal. 101:89); al despertar, me saciaré de tu semblante.» Este versículo puede entenderse de dos maneras: (a) Conforme al corriente uso bíblico «ver el rostro de Dios» es disfrutar de su comunión y de su favor, simbolizado en la luz del día, mientras que la noche simboliza la prueba y el infortunio, aunque en el vocablo «despertar» pueda verse una «alusión velada» (Biblia de Jerusalén) a la resurrección. Esta es la opinión del traductor. En cambio, Arconada y el propio M. Henry entienden la primera parte del versículo como indicación de la visión de Dios en la gloria del cielo; y lo de
«despertar», como referencia explícita a la resurrección, de acuerdo con lugares como Daniel 12:2.
Este salmo lo hemos visto ya en 2 Samuel 22:1 y siguientes. Esa fue la primera edición de él. Aquí lo tenemos revisado y reavivado, con pequeñas alteraciones, y a propósito para el uso litúrgico. Es un salmo de acción de gracias por las muchas liberaciones que Dios había otorgado a David. La poesía es de fino estilo; las imágenes, atrevidas; las expresiones, elevadas; y cada palabra es apropiada y llena de sentido; con todo, la piedad sobrepasa con mucho a la calidad literaria del poema (en efecto, como poema métrico—3 más 3—aparece en la Biblia Hebrea, mientras que en 2 Samuel 22, está en prosa, como puede verse por la acentuación. Nota del traductor). Todos los sentimientos santos y puros tienen aquí su expresión en alto vuelo: fe, amor, gozo, esperanza, alabanza, etc. I. David canta victoria en Jehová (vv. 1– 3). II. Engrandece a Dios por las liberaciones que le ha concedido (vv. 4–19). III. Toma ánimo y consuelo en el hecho de que Dios ha salido en defensa de su integridad (vv. 20–28). IV. Da a Dios la gloria que le pertenece por todas sus realizaciones (vv. 29–42). V. Se anima a sí mismo con la expectación de lo que todavía ha de hacer Dios a favor suyo y de los suyos (vv. 43–50).
Versículos 1–19
El salmo lleva una larga inscripción, que forma el versículo 1 en la Biblia Hebrea, en la que, por tanto, el salmo tiene 51 versículos, en lugar de 50. Solamente es de notar aquí que David es llamado, en esta inscripción, el siervo de Jehová, como lo fue Moisés. Mayor honor era para David ser el siervo de Jehová que el rey de Israel; y así lo llamaba Dios mismo (2 S. 3:18; 7:5, 8).
I. David canta victoria por el apoyo que recibe de su Dios y expresa el amor que tiene a su ayudador (v. 1): «Te amo, oh Jehová, fortaleza mía». El verbo hebreo indica un afecto entrañable, y la frase es como un epígrafe que compendia el contenido de todo el salmo. El interés en el amado es el deleite del amante y, por eso, David se detiene con gusto en pulsar esta cuerda de su lira (v. 2): «Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador, etc. ¡Todo lo que necesito en la presente situación!»
II. Se dispone luego a engrandecer a Dios por las liberaciones que ha llevado a cabo a favor suyo, a fin de estar mejor dispuesto para continuar sus alabanzas.
1. Cuanto más inminente y amenazador es el peligro del que fuimos librados, tanto mayor es el favor de la liberación. David recordaba ahora las fuerzas de sus enemigos sueltas contra él y las llama (vv. 4, 5): «cuerdas (lit.) de muerte», «torrentes de maldad» (hebr. beliyaal), «ligaduras del Seol», «lazos de muerte», epítetos sinónimos que se acumulan para dar mayor expresividad.
2. Cuanto mayor ha sido nuestro anhelo, en oración, de que Dios nos librase, y cuanto más directa ha sido la respuesta de Dios a nuestras oraciones, tanto mayor es la obligación que tenemos de ser agradecidos. Así era en el caso de David. Hallamos en él un hombre orante, y en Dios un Dios escuchante de las oraciones de los suyos.
3. Cuanto más maravillosa es la manifestación de Dios en cualquier liberación, tanto mayor es dicha liberación; así eran las liberaciones llevadas a cabo en favor de David, por lo que él describe con la mayor magnificencia la manifestación de la presencia y de las perfecciones de Dios en esas liberaciones (vv. 7 y ss.). En ellas, muy poco es lo que se ve de los hombres, y mucho lo que se ve de Dios, quien llegó a sacudir la tierra y hacerla temblar, etc. (v. 7), expresiones simbólicas de una actuación extraordinaria por parte de Dios, propias del lenguaje apocalíptico. Las imágenes son de una belleza imponente: La ira de Dios era tan «ardiente» que salía humo de su nariz y fuego de su boca; los carbones expresan los relámpagos salidos de la densa nube (v. 8). Siempre en la misma línea antropomórfica, Dios inclinó los cielos (v. 9), es decir, abrió la bóveda celeste, y al inclinar parte de ella como una especie de compuerta, descendió teniendo densas nubes por pedestal. Es conocida la imagen del Dios «Jehová que está sentado entre querubines» (por ej. Sal. 80:1; 99:1), los cuales aparecen también, como aquí, en movimiento (comp. con Ez. 10). Cabalgando sobre un querubín, vemos a Dios volando sobre las alas del viento (v. 10). Todo ello, para mostrar su disposición a defender la causa de los suyos y llevarles rápidamente liberación. Aquí, como en la obra de la redención de la humanidad, no envió un ángel, sino que vino Él mismo en persona. ¿Qué oposición, qué obstrucción, podía encontrar quien de esta manera tan majestuosa se aprestaba a librar a su siervo? Venía envuelto en tinieblas (v. 11) y, sin embargo, desde la oscuridad de su escondedero hace brillar la luz de la salvación (Is. 45:15). Su gloria es invisible (v. 1 Ti. 6:16); no sabemos el camino que toma, incluso cuando viene a nosotros por sendas de misericordia, pero, aunque sus designios sean secretos, son benévolos. Como en el caso de Josué 10:10 y ss. y Jueces 5:20 (cántico de Débora), Dios lanzó contra los enemigos de David todo el aparato eléctrico de una gran tormenta (vv. 12–14). El escenario es parecido al que contempló Moisés en el Sinaí.
4. Cuanto mayores son las dificultades que se cruzan en el camino de la liberación, tanto más gloriosa es (vv. 16, 17). David aparece aquí asaltado por sus enemigos, que se aprovecharon de su situación digna de lástima (v. 18a), hasta tenerle como hundido en lo profundo del mar (v. 16b), pero, como en la liberación de los israelitas a través del mar Rojo, Dios, con un resoplido del aliento de su nariz, dividió las aguas hasta poder verse el fondo del mar (v. 15) y, del aprieto y estrechura en que le tenían sus enemigos, Dios sacó a David de allí, a pesar de que sus enemigos eran más fuertes que él (v. 17).
5. Lo que realmente coronó la magnificencia de la liberación de David fue la libertad que Dios le otorgó (v. 19): De aquel como «fondo del mar» (v. 15), en que David se hallaba por la persecución de sus enemigos Dios le sacó a lugar espacioso, espacio de libertad, donde no sólo podía moverse a su gusto, sino también prosperar en él. Ello no se debió a ningún mérito ni esfuerzo de David, sino únicamente a la libre y soberana gracia de Dios: «Me libró porque me amaba» (v. 19b).
Al leer y cantar estos versículos, bien podemos aplicarlos al Hijo de David, Jesucristo: Los dolores de la muerte le rodearon: en su apuro, oró y lloró a gritos (He. 5:7); Dios hizo que la tierra temblara como con dolores de parto (Hch. 2:24, a la luz de Mt. 27:51–53), que se quebrasen las rocas y que Él saliese, por la resurrección, a un lugar espacioso, pues Dios se había deleitado en Él y en su obra.
Versículos 20–28
1. David, ya consolado, reflexiona sobre su integridad personal y se regocija en el testimonio de su conciencia de que se ha comportado con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal (2 Co. 1:12). Sus liberaciones lo evidenciaban, y éste era el gran consuelo que sacaba de ellas, pues testificaban de su inocencia ante los hombres y le exoneraban de los crímenes de que era acusado falsamente. Esto es lo que él llama «retribución conforme a su justicia» (vv. 20, 24). Con gran satisfacción recuerda aquí él este testimonio de su conciencia (vv. 21, 23). Aun cuando seamos conscientes de más de un tropezón y de algunos malos pasos dados, si nos recuperamos por medio del arrepentimiento y continuamos por el camino del deber, no nos será computado como un apartamiento de Dios, puesto que no ha sido un apartamiento malicioso. David había conservado su vista fija en la norma de los mandamientos de Dios (v. 22): «Pues todos sus preceptos (lit. juicios) estuvieron delante de mí».
2. Toma de aquí ocasión para sentar las normas del gobierno y del juicio de Dios, a fin de que conozcamos no sólo lo que Dios espera de nosotros, sino también lo que nosotros podemos esperar de Él (vv. 25, 26). Los que se muestran misericordiosos con el prójimo, hallarán misericordia con Dios (Mt. 5:7). Dondequiera encuentra Dios un hombre recto hallará éste un justo Dios.
3. De ahí toma ocasión David para consolar a los humildes (v. 27): «Porque tú salvas a la gente humilde, que es perjudicada y lo soporta con paciencia, pero humillas los ojos altivos», los de quienes piensan de sí mismos altamente (comp. Ro. 12:3) y miran a los demás por encima del hombro, como suele decirse, y menosprecian a los pobres y piadosos (v. también Lc. 1:51–54). David también toma ocasión para animarse a sí mismo (v. 28): «Tú encenderás mi lámpara, me conservarás la vida y me protegerás de mis enemigos, Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas (comp. con 27:1), de forma que no me sorprenda la muerte y pueda así yo seguir teniendo oportunidades de servirte a ti y a los intereses de tu reino en medio de los hombres».
Versículos 29–50
1. David vuelve la vista atrás con gratitud para recordar las grandes cosas que Dios había hecho por él. Cuando nos ponemos a alabar a Dios por algún favor, hemos de aprovechar la ocasión para considerar los muchos otros favores con que Dios nos ha rodeado durante toda nuestra vida. Muchas eran las circunstancias que habían contribuido al progreso de David, y él reconoce la mano de Dios en todas ellas a fin de enseñarnos a que hagamos lo mismo. (A) Dios le había dado pericia y talento en los asuntos militares, para los que no había sido criado, ya que su vida era pastoril, y sus habilidades e inclinaciones estaban orientadas hacia la poesía, la música y la vida contemplativa (v. 34): «Quien adiestra mis manos para la batalla». (B) Dios le había dado fuerzas físicas para arrostrar las tareas y fatigas de la guerra (vv.32, 39): «Dios es el que me ciñe de poder», «me ceñiste de fuerzas para la pelea», de forma que podía entesar bien un arco de bronce (v. 34). Cuando Dios destina a una persona para un servicio determinado, también la equipa bien para dicho servicio. (C) También le había concedido Dios gran agilidad, no para huir de sus enemigos, sino para caer sobre ellos (vv. 33, 36): «Quien hace mis pies como de ciervas»
«Ensanchaste el camino debajo de mis pasos», equivalente a «Alargaste mis pasos debajo de mí», en lo que es de considerar que, mientras que los que alargan demasiado los pasos corren el peligro de pisar mal, los pies de David no habían resbalado (v. 36b). (D) Dios le había dado gran valentía. Aunque delante de él acampasen ejércitos, no se echaba para atrás, sino que los desbarataba; ni los muros le detenían, pues con su Dios estaba dispuesto a asaltarlos (v. 29); y, una vez en lo alto, Dios le sostenía en pie (v. 33b).
(B) Dios le había protegido y guardado a salvo en medio de los mayores peligros (v. 35): «Me diste asimismo el escudo de tu salvación». Así fue librado de las contiendas del pueblo (v. 43) y en especial del varón violento (v. 48) en el que aludía sin duda a Saúl, que más de una vez le arrojó la jabalina. (F) Dios le había prosperado en todas sus cosas (vv. 32, 35): «Quien hace perfecto mi camino», «Tu diestra me sustentó, y tu benignidad me ha engrandecido». Mientras que los que son abandonados por Dios, pronto son vencidos (v. 42), los que son favorecidos por Dios, son elevados por encima de los que se levantan contra ellos (v. 48). (G) Dios le había llevado hasta el trono, y no sólo le había protegido y le había conservado con vida, sino que le había hecho grande y respetable (v. 43): «Me has hecho cabeza de naciones; pueblo que yo no conocía me sirve».
2. David dirige también sus ojos hacia arriba en humilde y reverente adoración a la gloria y a las perfecciones de Dios. Se esfuerza, en sus alabanzas, por engrandecer a Dios, por bendecirle y exaltarle (v. 46). Le da honor. (A) Como al Dios viviente (v. 46): «Vive-Jehová» (traducción más probable). Los dioses de los paganos eran dioses muertos, pero el Dios verdadero vive para siempre y no dejará de proteger a quienes confían en Él; más aún, porque Él vive, también ellos vivirán, pues Él es la vida de ellos. (B) Como al Dios perfecto en todo. No sólo es perfecto en su persona, sino también en todo lo que hace (v. 30): «En cuanto a Dios, perfecto es su camino». Lo que Dios comienza a edificar, también tiene poder para concluir (Fil. 1:6). (C) Como al Dios fiel: «Y acrisolada la palabra de Jehová» (v. 30), esto es, sus promesas se cumplen plena y puntualmente (comp. 12:7; 19:8; 119:140). David lo había experimentado bien en muchas ocasiones y lo menciona aquí, pues lo mismo que ponía dulzura en la Providencia, ponía honor en la promesa. (D) Como al protector y defensor de su pueblo. Así lo había sido para David mismo (v. 46): «¡Bendita sea mi roca, y enaltecido sea el Dios de mi salvación! Con su poder y gracia soy salvo; pero no sólo yo: Escudo es a todos los que en Él se refugian (v. 30. lit.); a todos los resguarda y protege, pues quiere y puede hacerlo».
3. David mira asimismo hacia delante con esperanza segura de que Dios seguirá haciéndole bien. Espera que sus enemigos serán completamente subyugados (v. 44, donde los verbos hebreos están en imperfecto—futuro—, pero su mejor traducción es en presente continuativo. Nota del traductor). David termina el salmo lleno de agradecimiento (v. 49), con la esperanza segura de que las victorias que le concede a él y las bendiciones que le otorga se extenderán también a su descendencia para siempre (v. 50), incluido el Ungido por antonomasia, el «Hijo de David». Dice Arconada «El final del salmo hace ver que en el ánimo agradecido del poeta estaba presente la profecía de Natán, cuyas mismas palabras emplea (2 S. 7:15–16)».
Dos libros excelentes hay, que el gran Dios ha publicado para instrucción y edificación de los hombres; de los dos trata este salmo, y recomienda el estudio diligente de ambos. I. El libro de la creación, en el que fácilmente podemos leer el poder y la deidad del Creador (vv. 1–6). II. El libro de la revelación o de la Escritura, que nos da a conocer la voluntad de Dios en cuanto a nuestros deberes. El salmista nos muestra la excelencia y utilidad de este segundo libro (vv. 7–11) y nos enseña el modo de aprovecharnos de él (vv. 12–14).
Versículos 1–6
Como otros salmos de David, también éste va dirigido al director de música del santuario. Los primeros versículos de este salmo son como un complemento de los primeros del salmo 8, ya que en él se cantan, en bellas imágenes (vv. 4–6), las excelencias del sol, astro que no se menciona en el Salmo 8.
De las cosas que podemos ver cada día, el salmista nos lleva en estos versículos a la consideración de las cosas invisibles de Dios, cuya gloria brilla con gran resplandor en los cielos visibles, llenos de astros cuya estructura, belleza y orden son maravillosos. Este ejemplo del poder divino sirve no sólo para mostrar la insensatez de los ateos, quienes, aun viendo el cielo, dicen: «No hay Dios»; y al ver el efecto, dicen: «No hay una causa suprema», sino también para mostrar la necedad de los idólatras y la vanidad de sus imaginaciones, pues, aun cuando los cielos cuentan la gloria de Dios, ellos otorgan esa gloria a las luminarias del cielo, cuando esas mismas luces les instan a dar gloria solamente a Dios que es el Padre de las luces (Stg. 1:17). Veamos:
1. Qué es lo que las criaturas nos dan a conocer. De muchas maneras nos son útiles y provechosas, pero en ninguna cosa tanto como en esta de declarar la gloria de Dios que anuncia la obra de sus manos (v. 1). Lisa y llanamente nos hablan de esa obra: toda moción y sucesión llena de orden ha de tener un comienzo y un motor; esas cosas no pudieron hacerse a sí mismas, pues esto implica una contradicción en sus mismos términos; tampoco pudieron ser producidas por una casual ordenación de átomos, pues eso constituye un absurdo que ni merece discutirse; debieron, pues, tener un Creador, quien no puede ser otro que la Mente Eterna infinitamente sabia, buena y poderosa. De la excelencia de la obra podemos inferir fácilmente la infinita perfección del gran artífice. Del brillo de los astros celestes podemos colegir que el Creador es Luz (1 Jn. 1:5); su inconmensurable extensión nos habla de su inmensidad; su altura y distancia, de la trascendencia y soberanía del Hacedor; su influencia sobre la tierra y el mar del dominio, la providencia y la beneficencia universal de Él, y todo ello declara su poder omnímodo.
2. Qué son algunas de esas criaturas que nos dan a conocer la obra de Dios. (A) El firmamento—la vasta extensión del aire y del éter, las esferas y órbitas de los planetas y las estrellas llamadas fijas—. El hombre tiene sobre las bestias esta ventaja en la estructura misma de su cuerpo en que, mientras ellas están formadas para mirar hacia abajo, adonde han de ir a parar finalmente, el hombre ha sido formado erecto, para mirar hacia arriba, adonde sus pensamientos deberían elevarse ahora y adonde su espíritu ha de marchar después, a las manos de Dios (Ec. 12:7). (B) La constante y regular sucesión del día y de la noche (v. 2), los cuales van pasándose fielmente el mensaje de gloria del Dios que en un principio separó la luz de las tinieblas (Gn. 1:4). No sólo se glorifica Dios con esta constante revolución de los astros, sino que nos beneficia a nosotros pues, así como la luz de la alborada nos incita a poner mano al quehacer cotidiano, las sombras de la noche nos invitan al reposo de nuestro trabajo. (C) De manera especial es declarada la gloria de Dios por la luz y la influencia benéfica del sol, ya que, de entre todos los cuerpos celestes, él es el más conspicuo en sí mismo y el más útil para este mundo de abajo, el cual sería sin él un desierto y una cárcel oscura. En los cielos puso Dios tabernáculo para el sol (v. 4). Los cuerpos celestes son llamados huestes de los cielos y, por eso, es muy apropiado que se diga de ellos que viven en tiendas de campaña, como los soldados en sus campamentos. Esa gloriosa criatura que es el sol no fue hecha para estar ociosa, sino que «de un extremo de los cielos es su salida, y su órbita llega hasta el término de ellos» (v. 6); y así un día y otro, sin retrasos ni intermitencias, hasta tal punto que se puede predecir con toda seguridad a qué hora y minuto saldrá y se pondrá en cada día del año. El esplendor con que se presenta: (a) «como esposo que sale de su tálamo» (v. 5), finamente vestido y ricamente adornado, con rostro radiante y placentero llena de placer a todos los que por él son contemplados y le contemplan (no en su rostro, que es demasiado brillante para mirarle de cara, sino en el brillo que despide); (b) «se alegra cual atleta corriendo su carrera», como gran campeón que sostiene firme su zancada y se alegra al llegar a su meta sin fatiga.
3. A quién se hace esta declaración de la gloria de Dios. Se hace a todos los lugares de la tierra (vv. 3, 4). Los astros no hablan un idioma particular (v. 3), sino un lenguaje universal (v. 4): «Por toda la tierra salió su pregón, y hasta el extremo del mundo su lenguaje». Todos los pueblos pueden y deben escuchar a estos predicadores naturales, pero inmortales, hablar a cada uno en su propio idioma las maravillosas obras de Dios. Un detalle digno de observación: En estos seis primeros versículos, sólo ocurre, y una sola vez—al comienzo—, el nombre de Dios (hebr. El abreviatura de Elohim), mientras que en el resto del salmo—siete veces—ocurre solamente el nombre de Jehová. Observa Arconada: «A El pueden y deben conocerle todos los hombres; a Yahvé, el pueblo de Israel».
Versículos 7–14
La gloria de Dios (esto es, su bondad hacia los hombres) aparece mucho en las obras de la creación, pero mucho más en, y por, la divina revelación. La Sagrada Escritura, así como es la norma de nuestros deberes para con Dios, y la pauta de lo que hemos de esperar de Él, es para nosotros de mucho mayor beneficio y utilidad que el día o la noche, que el aire que respiramos y que la luz misma del sol.
I. El salmista da cuenta de las excelentes propiedades y de los grandes servicios de la Palabra de Dios; lo hace en seis frases (vv. 7–9), en cada una de las cuales se repite el nombre Jehová. Aquí tenemos seis títulos diferentes atribuidos a la Palabra de Dios, los cuales abarcan todo el conjunto de la revelación divina: preceptos, promesas e, implícitamente, el mismo Evangelio.
1. «La ley de Jehová es perfecta» (v. 7a). Perfectamente libre de toda corrupción, perfectamente llena de todo bien (como un alimento integral) y perfectamente apropiada para el efecto al que fue destinada (2 Ti. 3:17). Nada se le puede añadir; nada se le debe quitar. Sirve para restaurar, o reanimar (lit. convertir) el alma; es decir, para hacerla volver a sí misma (Lc. 15:17 «vuelto en sí»), a Dios y al deber.
2. «El testimonio de Jehová es fiel» (v. 7b), es decir, fiable, seguro duradero: fundamento indefectible de consuelos verdaderos, y base segura de esperanzas confortantes y duraderas. Incluso al sencillo, hasta al más humilde analfabeto, con tal de que sea consciente de su propia simpleza y esté dispuesto a dejarse enseñar, le puede hacer sabio (con saber de salvación—2 Ti. 3:15—, que es el que de veras importa) la Palabra de Dios (25:9).
3. «Los mandamientos de Jehová son rectos» (v. 8a), exactamente de acuerdo con las eternas normas y los principios del bien y del mal. Porque son rectos, su observancia alegra el corazón. La ley, vista en las manos de Cristo, produce alegría; y cuando está escrita en nuestro corazón, pone allí el fundamento de un gozo perpetuo, al restaurarnos una mente sana.
4. «El precepto de Jehová es puro» (v. 8b), como la luz sin mezcla de tinieblas (v. 1 Jn. 1:5).El
«precepto», es decir, lo que Dios prescribe para casos particulares, nos dirige en el camino del deber y, así, nos alumbra los ojos, pues ése es el medio ordinario que usa el Espíritu Santo para ese menester (Ef. 1:18).
5. «El temor de Jehová es limpio» (v. 9a); el respeto confiado que la Palabra de Dios nutre en los hijos de Dios es limpio, puro y, por tanto, incorruptible, «permanece para siempre», pues emana de la voluntad de Dios para que el hombre limpie con él su camino (Sal. 119:9). El tiempo nunca podrá alterar la naturaleza del bien y del mal.
6. «Los juicios (lit.; es decir, decretos o sentencias) de Jehová son verdad» (v. 9b), pues lo que Dios quiere se ajusta siempre a la verdad: «Tu palabra es verdad» (Jn. 17:17); por eso, los juicios de Dios son todos justos, y configuran una sola pieza la Palabra, la verdad y la justicia de Dios.
II. Expresa luego el gran valor que daba a la Palabra de Dios, y el gran provecho que esperaba sacar de ella (vv. 10, 11). Estimaba los mandamientos de Dios más que toda la riqueza de este mundo; al fin y al cabo, el oro es de la tierra, terrenal, pero la gracia y la justicia son del cielo, celestiales. El oro, aunque sea mucho y fino, sólo sirve para las cosas del cuerpo y para lo que tiene que ver con el tiempo; pero la gracia es para el alma y para lo que tiene que ver con la eternidad. La Palabra de Dios cuando se recibe en el alma, es más dulce que la miel y que el destilar de los panales. Los placeres de los sentidos son engañosos, se acaban pronto y nunca llegan a satisfacer del todo; pero los de la piedad son sustanciales y duraderos, y nunca hay peligro de excederse en ellos. Además, la Palabra de Dios instruye al hombre (v. 11) en el camino del deber, y le orienta para que sepa en cada momento lo que debe hacer y lo que debe evitar. «En guardar (los mandamientos, etc., de Dios) hay gran galardón.» No sólo hay galardón por guardarlos, sino también en guardarlos, pues la obediencia misma es ya un galardón gozoso para el que la ejercita con gozo.
III. El aprecio que David tiene a la Palabra de Dios, le lleva ahora al arrepentimiento y a la oración.
1. Lo que ha dicho sobre la excelencia de la Palabra de Dios le da ocasión para reflexionar arrepentido sobre sus pecados, ya que «por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Ro. 3:20).
«Si el mandamiento es santo, justo y bueno (Ro. 7:12), ¿quién podrá descubrir sus propios errores?—
dice David—(v. 12). Yo no puedo, si es que alguien puede.» De la rectitud de la ley divina aprende David a llamar a sus pecados errores. El pecado, en su acepción genérica (hebr. jet), viene a significar «errar el blanco», desviarse de la meta que nos ha fijado Dios, quien conoce mucho mejor que nosotros la maldad de nuestros pecados.
2. Esto le lleva a orar contra el pecado. Viéndose incapaz de conocer en detalle todas sus transgresiones, David clama a Dios: «Señor, absuélveme de los (errores) que me son ocultos». Pueden ser ocultos a los ojos del mundo, y aun a los propios ojos, pero no lo son a los ojos de Dios. Después de pedir perdón por los pecados que le hayan podido pasar desapercibidos, ruega a Dios que le preserve de la insolencia (v. 13), es decir, de los pecados cometidos con gran soberbia, como da a entender el plural intensivo hebreo zedim (comp. con Nm. 15:30, 31) y que consisten realmente en violaciones plenamente deliberadas de la Ley (comp. Nm. 15:30, 31 con He. 10:26–31). Si la presunción no se enseñorea de él, David sabe que su pecado será perdonado por medio del sacrificio, ya que por el pecado de la insolencia o presunción no era aceptado ningún sacrificio.
3. Finalmente, David aprovecha la ocasión para rogar humildemente a Dios que acepte sus pensamientos y afectos, que acaba de expresar en su presencia (v. 14). En efecto, si nuestros actos y servicios no son aceptables a Dios, ¿de qué nos aprovechan?
Este salmo es una oración a favor del rey. En él podemos observar, I. Qué es lo que piden a Dios para el rey (vv. 1–4). II. Con qué seguridad lo piden. El pueblo celebra la victoria (v. 5); también el rey la celebra (v. 6) y, luego, la celebran juntos rey y pueblo (vv. 7, 8). Concluye el salmo con una oración a Jehová para que responda a los suyos el día en que le invoquen (v. 9).
Versículos 1–5
También este salmo va dirigido al director de música del santuario y también es titulado salmo de David, a pesar de que en él se exhorta a orar por el rey, es decir, el propio David. También el Apóstol Pablo rogaba a sus amigos que orasen por él. Siempre es muy apropiado decir a nuestros amigos que están dispuestos a orar por nosotros lo que desearíamos que pidiesen a Dios para nosotros.
1. Qué es lo que se les exhorta a pedir a Dios para el rey (v. 1): «Jehová te responda (lit.) en el día de la angustia» y (v. 5): «Conceda Jehová todas tus peticiones». No eran pocos los días de angustia por los que pasaba David, días de aflicción, de desilusión, perplejidad y depresión. Ni la corona que llevaba en la cabeza ni la gracia que tenía en el corazón le eximían de apuros y aflicciones. Las oraciones que a nuestros amigos rogamos no son para que nosotros nos eximamos de orar, sino para que secunden y respalden nuestras propias oraciones. «El nombre del Dios de Jacob te defienda», de aquel Jacob que luchó con Dios y prevaleció (Gn. 32:24–28). Los mejores favores son los que proceden del santuario de Dios (v. 2), donde Dios, mediante el fuego que consume el sacrificio, muestra hacer memoria de las ofrendas y aceptarlas (v. 3). La señal que tenemos de que Dios acepta nuestros sacrificios espirituales (Ro. 12:1; He. 13:15, 16) es que el Espíritu Santo encienda en nuestro corazón un santo fuego de verdadera devoción, con la que haga que nos arda el corazón dentro de nosotros (Lc. 24:32). Y continúan (v. 4): «Te de conforme el deseo de tu corazón, etc». Sabían que David sólo deseaba lo que era santo y bueno y agradable a los ojos de Dios; por eso, piden a Dios que cumpla los deseos y planes de David (sin duda, se refieren a los planes militares de David).
2. La confianza que tenían en que Dios había de responder favorablemente a estas peticiones en favor de su buen rey (v. 5): «Nosotros nos alegramos de tu victoria (lit. salvación). Nosotros, los súbditos nos regocijaremos en la preservación y en la prosperidad de nuestro rey, y alzaremos pendón, para desplegarlo con aire de triunfo, en el nombre de nuestro Dios». Aunque no pueda deducirse de la letra del salmo, estas oraciones por David podrían acomodarse al Hijo de David, en quien fueron abundantemente respondidas: Él tomó a su cargo la obra de la redención, en guerra con los poderes de las tinieblas. En el día de su angustia, cuando su alma estaba en exceso afligida, Dios le escuchó y le libró, no de la cruz, sino del miedo que tenía a la cruz (He. 5:7), enviándole socorro desde el santuario celestial.
Versículos 6–9
1. El piadoso David canta victoria por el interés que tenía en las oraciones de los buenos (v. 6):
«Ahora reconozco que Jehová da la victoria a su ungido, puesto que ha enfervorizado el corazón de los descendientes de Jacob para que oren por él; Jehová le responde desde sus santos cielos». Desde aquellos cielos de los que el santuario era tipo (He. 9:23), y desde el trono que había preparado en el cielo y del que era tipo el propiciatorio. Dios le respondía «con la potencia de su diestra victoriosa»; no con letras, ni con palabra salida de los labios, sino con su mano derecha, con el poder salvador de su diestra. Él dará a entender que le oye mediante lo que lleva a cabo por él.
2. Su pueblo puede cantar victoria en Dios y en la relación que mantienen con Él, así como en la revelación que les ha hecho de sí mismo. Los hijos de este siglo confían en las causas segundas y piensan que todo va bien si prosperan en las cosas terrenales; «confían en carros y en caballos», y creen que cuantos más puedan llevar al campo de batalla, más seguros estarán de tener éxito en sus guerras. «Pero— dicen los israelitas—nosotros no tenemos carros ni caballos en los que confiar, ni los necesitamos, ni pondríamos nuestra esperanza de éxito en ellos aunque los tuviésemos, sino que del nombre de Jehová nuestro Dios nos acordamos». Los que confiaban en sus carros y caballos son abatidos, sus carros y caballos, en lugar de salvarles, les ayudaron a hundirse e hicieron de ellos una presa más fácil y más rica para el vencedor (2 S. 8:4). Pero los que confían en el nombre de Jehová Dios, no sólo quedan en pie y no ceden terreno, sino que se lanzan al ataque, ocupan el terreno de los enemigos y triunfan sobre ellos.
3. Concluyen su plegaria por el rey con un «¡Hosanna!» (v. 9). Quienes se benefician de los buenos príncipes y magistrados deben orar por ellos (v. 1 Ti. 2:1 y ss.), ya que, como todas las demás personas y cosas, son para nosotros lo que Dios quiere que sean, ni más ni menos. Nota del traductor: El versículo, según el texto hebreo, puede traducirse de dos maneras: (A) «¡Salva, oh Jehová! ¡Respóndanos el rey el día en que le invoquemos!» (entendiendo por «rey»—con mayor probabilidad—Dios); (B) «¡Salva, oh Jehová, al rey! ¡Respóndenos el día en que te invoquemos!» Gramaticalmente, la primera versión parece tener una ligera ventaja; pero el contexto favorece a la segunda.
Así como el salmo anterior era una oración por el rey, a fin de que Dios le protegiera y le prosperara, este otro es un salmo de acción de gracias por el éxito con que le había bendecido Dios. Aquí se le exhorta al pueblo, I. A felicitar al rey por sus victorias y por el honor que ha obtenido (vv. 1–6). II. A confiar en el poder de Dios para llevar a feliz término la destrucción de los enemigos de su reino (vv. 7– 13).
Versículos 1–6
Tenemos aquí otro salmo de David, dirigido también al director de música del santuario. David expresa aquí su gozo en el poder y en la salvación de Dios, no en el poder ni en el éxito de su ejército. También exhorta a sus súbditos a que se regocijen con él y den a Dios toda la gloria por las victorias que ha obtenido. Ellos felicitan al rey (v. 1), y dicen: «El rey se alegra en tu poder, oh Jehová; también nosotros». Dan a Dios toda la alabanza por las cosas que constituían el motivo del regocijo del rey (v. 2):
«Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios». Y continúan (v. 3):
«Porque te le adelantaste (lit) con bendiciones venturosas». El salmista reconoce aquí que estas bendiciones le fueron dadas como concedidas de antemano. Cuando las bendiciones de Dios vienen antes, y se muestran más ricas, de lo que imaginábamos, cuando se nos dan antes de orar por ellas, antes de estar dispuestos para recibirlas, e incluso cuando temíamos lo contrario, entonces podemos decir con toda verdad que Dios se nos adelantó con ellas. «Corona de oro fino has puesto sobre su cabeza» (v. 3b). Y añaden (v. 4): «Cuando marchó en una expedición peligrosa, vida te demandó y no sólo se la diste, sino también largo curso de días eternamente y para siempre; es decir, no sólo le prolongaste la vida más de lo que esperaba (hipérbole), sino que también le aseguraste vida perpetua en su posteridad dinástica mesiánica (v. 2 S. 7:29). «Gran gloria le da tu salvación, mucho mayor que la que pueden obtener los reyes vecinos, quienes no tienen un Dios que pueda salvar.» La gloria que todo hijo de Dios ambiciona poseer es ver la salvación de Jehová. Dios le había concedido la satisfacción de ser canal de bendición para toda la humanidad, como a Abraham (Gn. 12:2), ya que el versículo 6b puede también traducirse:
«Bendiciones has hecho de él para siempre», ya que en el Hijo de David habían de ser bendecidas para siempre todas las familias de la tierra. Véase cómo el espíritu de profecía se va elevando gradualmente aquí hasta llegar a lo que es exclusivo de Cristo, pues nadie fuera de Él es hecho bendición para siempre.
Versículos 7–13
Después de haber exhortado al pueblo a mirar atrás con gozo y alabanza por lo que Dios había hecho a favor de su rey y de ellos mismos, el salmista les exhorta a mirar hacia delante, con fe, esperanza y oración, para ver lo que Dios estaba todavía dispuesto a llevar a cabo por ellos: «El rey se alegra en tu poder, oh Jehová»—habían dicho con gratitud al principio—(v. 1–9); «el rey confía en Jehová»—dicen ahora animosos—(v. 7). El gozo y la confianza que tenemos en Cristo nuestro Rey es el fundamento de todo nuestro gozo y de toda nuestra confianza.
1. Confían en la estabilidad del reino de David (v. 7b): «Y con la gracia del Altísimo, no por sus méritos o por sus propias fuerzas, no ha de vacilar».
2. Confían en la destrucción de todos los implacables e impenitentes enemigos del reino de David. El éxito con que Dios había bendecido hasta ahora las armas de David era como arras y primicias del reposo que le había de dar de todos sus enemigos de alrededor. Odiaban éstos a David porque Dios le había escogido «según su corazón», es decir, de su propia elección, no como Saúl que había sido elegido por el pueblo. También odiaron a Cristo porque odiaban la luz. Pero en ambos casos, era un odio sin motivo así como era un odio hacia Dios mismo (Jn. 15:23, 25). La lucha contra David era una lucha contra Jehová, por lo cual no habían de prevalecer (v. 11): «Si intentan el mal contra ti y fraguan maquinaciones, no prevalecerán», puesto que están fraguando «cosas vanas» (2:1). No podrán escapar de la mano de David (v. 8), tanto de la izquierda como de la derecha (es decir, de su acción completa), porque David tiene el respaldo de Dios (v. 9). Por muy bien que planeen sus maquinaciones y por muy bien que disimulen sus intenciones, no les valdrá; y sus descendientes desaparecerán de la tierra (v. 10).
3. Con esta confianza, ruegan a Dios (v. 13) que se manifieste a favor de su ungido, y actúe de inmediato con su omnímodo poder de Jehová de las huestes; lo cual provocará, una vez más, cánticos de alabanza a Jehová por parte del pueblo.
Este salmo es bien conocido por las referencias que el Nuevo Testamento hace a él. Literalmente, es aplicable a David; pero típicamente, con sentido profético, es aplicable a Cristo. En él vemos, I. Su humillación (vv. 1–21). Se mezclan las quejas (vv. 1, 2, 6–8, 12–18) con los consuelos (vv. 3–5, 9, 10) y con las oraciones (vv. 11, 19–21). II. Su exaltación, para la gloria de Dios (vv. 22–25), para salvación y gozo de su pueblo (vv. 26–29) y para la perpetuación de su reino (vv. 30, 31). Al cantar este salmo, hemos de tener fijo el pensamiento en el Señor Jesucristo.
Versículos 1–10
El autor del salmo es David, como consta en la inscripción. Está dirigido al director de la música del santuario, sobre ayyéleth ashajar, que significa literalmente «sobre el costado de la aurora», lo cual, en opinión de Ryrie, se refiere probablemente al nombre de una melodía. Los LXX leyeron eyaluth en lugar de ayyéleth y tradujeron «sobre el auxilio de la aurora», lo que equivaldría a una petición de auxilio rápido (v. 19).
1. Vemos primero (vv. 1, 2) una amarga queja del abandono de Dios. (A) Esto, aplicable en sentido literal a David, puede aplicarse igualmente a cualquier otro hijo de Dios que se considere desamparado de Dios, sin auxilio y sin respuesta, pero clamando, una y otra vez: «¡Dios mío, Dios mío!», con el deseo ferviente de que Dios vuelva a mostrarle su rostro. Para una persona verdaderamente piadosa, no hay aflicción tan severa como el sentimiento de este desamparo espiritual. Gritar: «Dios mío, ¿por qué estoy enfermo? ¿Por qué estoy pobre?» daría motivo para sospechar descontento y hasta mundanidad, pero ese
«Por qué (mejor aún, ¿para qué, según se ve por las preposiciones griegas que aparecen en los evangelios) me has desamparado?» es el lenguaje de un corazón que sólo halla su dicha en la comunión con Dios. Cuando se nos debilita la fe de la seguridad, hemos de vivir por la fe de la adhesión. (B) Tiene su plena aplicación a Cristo, quien, con las palabras de dicho versículo, derramó su alma delante de Dios cuando pendía de la cruz (Mt. 27:46; Mr. 15:34). Es más que probable que repitiera todo el salmo. Puede verse el comentario a los citados lugares de los evangelios. Baste decir que, habiendo sido Cristo hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21), Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento (Is. 53:10).
2. Al amargo clamor por el desamparo, siguen palabras de ánimo (vv. 3–5): «Pero tú eres santo, no eres injusto ni infiel en ninguno de tus actos. Aun cuando no vengas inmediatamente en socorro de tu siervo, tú le amas y le guardas el pacto, tú que habitas entre las alabanzas de Israel, es decir, tú que has tenido a bien manifestar tu gloria y tu gracia con tu presencia especial entre tu pueblo en el santuario donde ellos te dirigen sus alabanzas. Allí estás siempre dispuesto a recibir su homenaje, pues del tabernáculo de reunión has dicho: “Este es mi reposo para siempre”». Aunque parezca que Dios se hace, a veces, el sordo por algún tiempo, se complace, sin embargo, tanto en las alabanzas de su pueblo que, a su debido tiempo, hará que cambien el tono y digan: «Espera en Dios porque aún he de alabarle» (42:5; 43:5). El salmista cobra ánimo de las experiencias que los antiguos habían tenido del provecho obtenido mediante la fe y la oración (vv. 4, 5): «En ti esperaron nuestros padres … Clamaron a ti, y fueron librados; así que, a su debido tiempo, también me librarás a mí, ya que todos los que confiaron en ti no fueron avergonzados de haber esperado en ti; nadie que te busca, te busca en vano. Y tú eres siempre el mismo».
3. El salmista se queja a continuación del desprecio que recibe de los hombres. Esta queja no es tan amarga como la que pronunció sobre el desamparo de Dios, pero no deja de afectar profundamente a toda alma generosa y santa (vv. 6–8). En comparación con Dios, el hombre no es más que como un gusano, pero el siervo de Jehová (ya sea Israel o Cristo) llegó a ser gusano (Is. 41:14) y no hombre (v. Is. 53:2), oprobio de los hombres y despreciado del pueblo (v. Is. 49:7; 53:3). Si no hubiese llegado a ser un gusano, no le habrían tratado como le trataron. Fue tildado de blasfemo, de comilón y bebedor, de quebrantador del sábado, de falso profeta, de enemigo del César, y hasta de socio del príncipe de los demonios. Fue despreciado del pueblo como hombre vil, de ilegítimo linaje, oriundo de un lugar sin reputación, loco, impostor, con seguidores de baja ralea. David fue tentado algunas veces a desconfiar de Dios pero en Cristo se cumplieron plenamente las palabras del versículo 8: «Se encomendó a Jehová; líbrele Él, etc.».
4. Pero también aquí toma ánimo en Dios (vv. 9, 11): «Los hombres me desprecian, pero tú eres el que me sacó del vientre». David y otros hijos de Dios nos han dado ánimo con esto de que Dios no es sólo el Dios en quien esperaron nuestros padres (v. 4), sino también el Dios de nuestra infancia, el que cuidó de nosotros tan pronto como fuimos concebidos. El que se preocupó de nosotros cuando no podíamos valernos por nosotros mismos, no nos abandonará cuando nos cerque la angustia.
Versículos 11–12
I. Tenemos profetizados los sufrimientos de Cristo. Es cierto que David se vio muchas veces en apuros y cercado de sus enemigos, pero muchos de los detalles que aquí se especifican nunca se cumplieron en David y, por tanto, han de entenderse de Cristo en las profundidades de su estado de humillación.
1. Le vemos desamparado de sus amigos (v. 11): «La angustia está cerca … no hay quien ayude». Lo mismo en el día de su victoria sobre el diablo en la cruz (Col. 2:15), que en el día futuro de la gran batalla contra sus enemigos (Ap. 19:13 y ss.), Él solo pisa el lagar (Is. 63:3), sin ayuda de ningún otro ser humano. El día de su crucifixión, todos sus discípulos le habían abandonado y habían huido.
2. Aquí es rodeado e insultado por sus enemigos, los cuales, por su fuerza y por su furia, son comparados a los famosos toros de Basán (v. 12); tales eran los principales sacerdotes y los ancianos que perseguían a Cristo; otros son comparados a los perros (v. 16), sucios, voraces y empeñados infatigablemente en derribarle. Había una banda de malhechores que le cercaban, puesto que los principales sacerdotes y los ancianos celebraban consejo para hallar los mejores medios de hacerse con Él sin alarmar al pueblo. Abrieron sobre Él su boca como leones (v. 13) ansiosos de devorarle.
3. Lo tenemos luego ya crucificado (v. 16b): «Horadaron mis manos y mis pies», cuando le clavaron en el madero de la cruz. El texto masorético actual dice «como un león» (hebr. kaari) en lugar de
«horadaron» (hebr. karu). Opina Bullinger—nota del traductor—que se trata de un caso de elipsis del verbo («quebrar»), y cita como ejemplo Isaías 38:13: «… como un león molió todos mis huesos».
4. Le vemos muriendo en medio de horribles dolores y terrible angustia (vv. 14, 15), porque estaba hecho pecado, no sólo víctima por el pecado, sino responsable del pecado (2 Co. 5:21): Se siente derramado como agua, derritiéndosele el corazón como la cera, tan seca la lengua que se le pega al paladar; el vigor de su cuerpo ha perdido su frescor como un tiesto. En fin, presto para yacer en el polvo de la muerte. El pecador había perdido su derecho a la vida y, por ello, era menester que la vida de la víctima fuese ofrecida como rescate para Él. Cristo cumplía así la sentencia dictada contra Adán (Gn. 3:19): «pues polvo eres, y al polvo volverás». ¡Cuán diferente—nota del traductor—es la descripción que el Salmo 22 (y los evangelios) nos hacen de Cristo moribundo, de la que se suele representar en los
«crucifijos» (imagen plácida, pacífica, casi sin dolor)!
5. Le vemos desnudado. La vergüenza por la desnudez fue consecuencia inmediata del pecado (Gn 3:7); por eso, el Señor Jesucristo fue despojado de sus ropas al ser crucificado, a fin de que nosotros fuésemos cubiertos con el manto de su justicia y no pueda verse la vergüenza de nuestra desnudez. Aquí se nos dice: (A) Cómo padeció su cuerpo cuando quedó al desnudo (v. 17): «Contar puedo todos mis huesos». Como al cordero pascual, ningún hueso se le había roto (Jn. 19:36), mas todos se le habían descoyuntado (v. 14) de tal manera que podían contarse. Pero su vista no movía a piedad, sino a curiosidad y a desprecio, a los transeúntes (v. 17): «Entretanto, ellos me miran y me observan»; es decir, no retiran de mí los ojos. (B) Qué hicieron con sus vestidos (v. 18): «Repartieron entre sí mis vestidos, a cada soldado una parte, y sobre mi túnica, sin costura, echaron suertes. Esta circunstancia se cumplió puntualmente (Jn. 19:23, 24), no porque añadiese tormento a los padecimientos de Cristo, sino como un gran ejemplo del cumplimiento de las Escrituras en Él.
II. Cristo, en su agonía del huerto, había orado para que pasara de Él la copa del dolor. De este detalle es aquí tipo la oración de David. Llama a Dios su fortaleza (v. 19), es decir, su fuerza, su auxilio. Y repite lo que ya le había dicho en el versículo 11: «No te alejes de mí». El Padre le oyó (He. 5:7), le libró de su miedo y le capacitó para consumar la obra de la Redención. El salmista llama aquí a su vida o alma (hebr. nephesh), «su única» (v. 20b) que equivale a «favorita» o «querida» (inglés, darling), precisamente por ser única (comp. Gn. 22:2; Sal. 35:17), como si dijese: «Mi vida es mi única vida y, por tanto, mi vergüenza será mayor si la descuido». Pide ser librado de la espada, es decir, de la muerte violenta; en el caso de Cristo puede interpretarse como la espada de la ira de Dios, la espada flameante que impedía el acceso al árbol de la vida (Gn. 3:24). A la metáfora de la espada, une la de las fauces del león, que podría representar el poder de Satanás, el viejo (y siempre joven) enemigo de Dios y del hombre, y la de los cuernos de los búfalos (v. 21), que podrían representar los enemigos que le cercaban (comp. con el v. 12). La oración de Cristo fue oída, pues el Padre no permitió que su Santo viese la corrupción (Hch. 2:27), sino que, al tercer día, le resucitó de los muertos y lo levantó del polvo de la tierra lo cual fue un ejemplo del favor de Dios mucho mayor que si le hubiese permitido bajar de la cruz, pues esto último habría obstaculizado su obra, mientras que la resurrección la coronaba.
Versículos 22–30
Así como las primeras palabras de queja del salmo fueron usadas por Cristo mismo en la cruz, así también las primeras palabras de triunfo son expresamente aplicadas a Él (He. 2:12), como dichas por Él (v. 22): «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré». Cinco cosas se nos dicen aquí de la satisfacción y del triunfo de Cristo en sus sufrimientos:
1. Que había de tener una congregación (la Iglesia) en el mundo. Esa es lo que aquí se insinúa. El profeta había dicho: «Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá descendencia» (Is. 53:10). Mediante la declaración del nombre de Dios y la proclamación del eterno evangelio en toda su sencillez y pureza muchos habrían de llegar a obtener la salvación en Él y por Él. Los que aquí (v. 22) son llamados sus hermanos, porque Él había de ser, como hombre, el Primogénito (Ro. 8:29), entraban a tener con Él una relación amorosa e íntima; no habían de ser sólo judíos, sino también gentiles, pues todos tienen un mismo origen (He. 2:11) y todos estaban destinados a formar un solo rebaño y un solo cuerpo (Jn. 10:16; 11:52; Ef. 2:16). Los temerosos de Jehová (v. 23) serían descendientes de Israel, al menos en sentido espiritual («descendencia toda», v. 23; comp. Ro. 9:6–8; Gá. 3:29, etc.).
2. Que, en esa congregación, Jehová habría de ser alabado y glorificado (vv. 22, 23), precisamente en nombre del Redentor y por la obra de la redención. Por eso se dice del mismo Cristo que había de alabar a Jehová en medio de la congregación.
3 Que todos los verdaderamente humildes tendrían en Cristo plena satisfacción (v. 26). Los que abundan en oración, abundarán también en gratitud: «Alabarán a Jehová los que le buscan», puesto que por medio de Cristo, el «camino», es fácil hallar al Padre; por lo que la propia esperanza de hallarle es ya motivo seguro para alabarle mientras todavía le buscan. La última frase del versículo 26 alcanza una mejor versión en modo optativo (y en 2.a persona de plural masculina): «¡Viva vuestro corazón para siempre!» Observa Arconada que ésta era la «exclamación con que el oferente (del sacrificio) animaba a los invitados a participar en el santo regocijo. Tal vez precedería una unción con bálsamo perfumado a los participantes en el banquete (23:5; Lc. 7:46). Al presentarse el óleo con que se ungía la estatua divina en los ritos egipcios, se decía: «Alégrese tu corazón».
1. Que el reino de Cristo (se trata del reino mesiánico—nota del traductor—) se había de extender a todos los confines de la tierra (vv. 27, 28). Ya ahora, el reino de Dios hace presa, no sólo en los judíos, quienes por muchos siglos habían sido los únicos que habían invocado a Jehová como a su Rey, sino entre los creyentes de extracción gentil y, virtualmente, hasta los confines de la tierra. «Pero ahora todavía no vemos que todas las cosas le estén sometidas» (He. 2:8). Es para el futuro reino mesiánico la promesa de que «la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Is. 11:9). Es entonces cuando se acordarán, y se volverán, se convertirán, a Jehová todos los confines de la tierra (v. 27). Una seria reflexión es el primer paso, y un buen paso, para una buena conversión. El hijo pródigo volvió primeramente en sí, y después volvió a su padre. Entonces serán todos admitidos a la comunión con Dios y con las congregaciones que le sirven y adoran: «Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti» (comp. con Is. 66:23), «Porque de Jehová es el reino» (v. 28). En efecto:
(A) El reino de la naturaleza es del Señor Jehová, y su providencia rige las naciones (v. 28b), las cuales han de someterse totalmente en el reino mesiánico (Sal. 2:7–12) y, con ellas, la naturaleza misma gozará de paz absoluta (Is. 11:1–10).
(B) El reino de la gracia pertenece al Señor Jesucristo, quien, como Mediador perpetuo entre Dios y los hombres, no sólo es cabeza sobre todas las cosas para la Iglesia (Ef. 1:22), sino también gobernador futuro de las naciones (2:8, 9): «Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; se postrarán delante de Él todos los que descienden al polvo» (v. 29), entendiendo en esta última frase no los que yacen en el sepulcro (idea totalmente ajena al Antiguo Testamento), sino los pobres (más exactamente, los campesinos), como se ven en los textos de Qumrán e incluso por Salmos 113:7. Ricos y pobres, hasta los que escasamente pueden conservar juntas la vida y el alma, según el sentido de la última parte del versículo, adorarán a su Rey y Libertador (72:12). Al ver que no podemos conservar la vida a nuestra propia alma, seremos prudentes en encomendar nuestra alma por medio de la fe, al Señor Jesucristo, quien puede salvarnos y conservar nuestra alma viva para siempre.
2. Que la Iglesia de Cristo y, especialmente, el reino de Dios entre los hombres, han de continuar a lo largo de los siglos: «La posteridad le servirá; esto será contado de Jehová hasta la postrera generación» (v. 30). El texto original dice literalmente: «… será hablado de Jehová a la generación»; probablemente, habría de suplirse el vocablo «venidera», en lugar de «postrera», por analogía con 102:18, que es una porción similar a la de los versículos 30 y 31 del presente salmo. De generación en generación (v. 102:12), se transmitirá este evangelio eterno de Cristo (v. 31).
Al leer y cantar este salmo, hemos de cantar victoria en el nombre de Cristo, regocijarnos en los honores que otros le prestan y en la seguridad de que habrá un pueblo que le alabe en la tierra cuando nosotros le estemos alabando en el cielo.
En este breve, pero delicioso salmo, bien conocido de los creyentes, I. El salmista reconoce en Jehová a su pastor (v. 1). II. Narra sus experiencias de las bondades que ha tenido para él este divino pastor (vv. 2, 3, 5). III. Infiere de aquí que no ha de faltarle ninguna cosa buena (v. 1), que no tiene por qué temer ninguna cosa mala (v. 4) y que Dios nunca le abandonará en el camino de la misericordia, por lo que él resuelve no abandonar jamás a Dios en el camino del deber (v. 6).
Versículos 1–6
1. Por ser Jehová su pastor, infiere David que no le ha de faltar ninguna cosa que sea realmente buena para él (v. 1). También David fue pastor en su juventud. En 78:70, 71, nos dice Asaf que Dios sacó a David de los apriscos del rebaño; de detrás de las ovejas lo trajo». Sabía, pues, por experiencia la preocupación y el afecto que un buen pastor siente hacia su rebaño. Recordaba la necesidad que de un tal pastor tienen las ovejas y que una vez había arriesgado la vida propia por salvar la de un cordero. Con esto ilustra el cuidado y el interés que tiene Dios por los suyos; y a esto parece referirse nuestro Salvador cuando dice: «Yo soy el buen pastor» (Jn. 10:11). Él trae las ovejas al redil y las provee de todo lo necesario. Debemos conocer la voz de tal pastor y seguirle. Al considerar David que Jehová es su pastor, bien puede decir con toda confianza: «Nada me faltará», es decir, «de nada careceré». Si no tenemos algo que desearíamos tener, podemos concluir o que nos es dañoso o que lo tendremos a su debido tiempo.
2. Al considerar la bondad con que Jehová, como buen pastor, cuida de él, infiere David que no tiene motivos para temer ningún mal en medio de las mayores dificultades y de los más graves peligros en que se pueda encontrar (vv. 2–4). Véase aquí la dicha de los santos como ovejas del prado de Dios:
(A) Están bien situadas: «En lugares de delicados pastos me hará descansar» (v. 2a). De la mano de Dios nuestro Padre tenemos el pan de cada día. La mayor abundancia es para el perverso un pasto seco, sin gusto, cuando sólo busca en él el placer de los sentidos; en cambio, para el hijo de Dios, que gusta la bondad de Dios en todo lo que disfruta, es un pasto delicado, delicioso, aun cuando tenga poca cosa del mundo (37:16; Pr. 16, 17). Dios hace que sus santos puedan reposar, pues les da paz de conciencia y contentamiento de corazón, cualquiera sea la suerte que les quepa en este mundo; el alma de los buenos descansa a gusto en el Señor, y eso hace que todos los pastos les resulten frescos y deliciosos.
(B) Van bien conducidas: «Junto a aguas de reposo me pastoreará» (v. 2b). Quienes se alimentan de la bondad de Dios, la dirección de Dios han de seguir: Él les dirige los ojos, el camino y el corazón, hacia su amor. Dios provee para su pueblo, no sólo pasto y descanso, sino también refrigerio y placer santo. Dirige a los suyos, no a las aguas estancadas, que se corrompen y recogen suciedad, ni a las aguas bravías y encrespadas del mar, sino a las aguas silenciosas de los arroyos, porque las aguas de reposo que, sin embargo, fluyen silenciosas sin cesar, son las más aptas para representar la comunión espiritual de quienes caminan sin cesar hacia Dios, pero lo hacen en silencio. «Me guiará por sendas de justicia» añade David (v. 3b), por el camino del deber, en el que me instruye por medio de su Palabra, y me conduce por medio de su providencia. El camino del deber es el camino del verdadero placer, pero en estas sendas no somos capaces de caminar, a menos que El nos guíe a ellas y nos guíe en ellas.
(C) Van bien cuidadas cuando algo anda mal: «Confortará (o restaurará) mi alma» (v. 3a). Cuando, después de cierto pecado, su propio corazón hirió a David, y cuando después de otro pecado más serio, Natán fue enviado a decirle: «Tú eres ese hombre», Dios le restauró el alma. Aun cuando permita Dios que los suyos caigan en pecado, no permite que yazcan tranquilos en el pecado. «Aunque pase por valle de sombra de muerte», es decir, por un valle tenebroso, expuesto al asalto de fieras y ladrones, no temeré mal alguno» (v. 4). Hay aquí cuatro palabras que atenúan el terror: (a) No se trata de muerte, sino de sombra de muerte, sombra sin cuerpo, figura sin realidad; ni la sombra de una serpiente pica, ni la sombra de una espada mata. (b) Es valle de sombra, bastante profundo como para ser tenebroso, pero los valles son también fructíferos, como lo es aun la misma muerte para los piadosos hijos de Dios (Fil. 1:21). (c) Es un pasar, como un corto paseo. (d) Y es un pasar por el valle, no se perderán en el valle, sino que saldrán a salvo al monte de especias aromáticas que hay al otro lado. No hay allí mal alguno para el hijo de Dios, pues ni la muerte puede separarnos del amor de Dios (Ro. 8:38). El buen pastor, no sólo conduce, sino que escolta, a sus ovejas a través del valle. Su presencia las anima: «porque tú estarás conmigo». La vara y el cayado del final del versículo no son sinónimos. La vara es un palo recio que el pastor de Palestina usa todavía para defenderse a sí mismo y a sus ovejas, mientras que el cayado es un báculo más largo, no tan recio, curvado muchas veces en un extremo, que el pastor usa para conducir a las ovejas y para apoyarse él mismo en el suelo. Por Levítico 27:32, vemos que el pastor contaba las ovejas bajo la vara (Hebr. shábet).
3. De los beneficios que la munificencia de Dios le ha concedido infiere David la constancia y perpetuidad de las misericordias de Jehová (vv. 5–6): «Aderezarás mesa delante de mí en presencia de mis adversarios; tú me provees de todo lo necesario para mi alma y para mi cuerpo, no sólo en el tiempo, sino por toda la eternidad: alimento conveniente, una mesa bien preparada, bien llena la copa: mi copa está rebosando, de forma que no sólo tengo para mí, sino también para mis amigos». «Ungiste mi cabeza con aceite, como buen anfitrión» (v. Lc. 7:46). Al principio había dicho (v. 1): «Nada me faltará»; pero ahora habla de forma positiva (v. 6): «Ciertamente la bondad y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida». Dice Ryrie: «David se ve a sí mismo, no sólo como a un huésped-para-un-día, sino como recipiendario del pacto de Dios: de la bondad perpetua suya». «Me seguirán», dice David, como el agua de la roca seguía al campamento de Israel por el desierto (1 Co. 10:4). «Me seguirán todos los días de mi vida, porque al que Dios ama, le ama hasta el final y hasta el extremo» (Jn. 13:1). «Ciertamente será así: la bondad y la misericordia que me han seguido hasta aquí, me seguirán también en adelante hasta el final». «La casa de Jehová» significa comúnmente el santuario; a veces, toda la Tierra Prometida (Jer. 12:7; Os. 8:1; 9:8, 15; Zac. 9:8). Dice Arconada: «Aquí creemos que es un rasgo alegórico, como las demás comparaciones del salmo, y que equivale a estar oculto bajo las alas o protección de Yahvé (17:8)». En todo caso, era tipo de la casa de nuestro Padre en el Cielo, en la cual hay muchas mansiones (Jn. 14:2).
Es éste un salmo de tono marcial y triunfante, en una especie de diálogo de los levitas. Es probable que fuese compuesto con ocasión del traslado del Arca a Jerusalén (2 S. 6). En él observamos: I. El dominio de Dios sobre el mundo por medio de su providencia (vv. 1, 2). II. Las cualidades que se requieren de los verdaderos adoradores de Jehová (vv. 3–6). III. Concluye el salmo con un himno coral al Rey de la gloria (vv. 7–10). En la Iglesia, los vv. 7–10 han sido referidos a la ascensión del Señor a los cielos, pero se trata más bien de una profecía acerca del regreso del Señor Jesucristo como Rey de la gloria para establecer en el monte Sion su reino mesiánico (Is. 24:23; Ap. 14:1).
Versículos 1–2
I. No hemos de pensar que sólo los cielos pertenecen al Señor y que esta tierra, al ser una parte insignificante del Universo, es tenida en menos por Dios, el cual no tiene interés en ella. ¡No, no es así! También la tierra es de Jehová y cuanto hay en ella (v. 1). 1. Cuando Dios la dio a nuestros primeros padres, se la entregó como arrendatarios, reservándose Él la verdadera propiedad. Las minas, las bestias del campo, los frutos de la tierra, nuestras casas y haciendas, y aun todas las mejoras que el hombre ha introducido mediante su ingenio y su esfuerzo, todo es del Señor de los cielos. En comparación con el reino de la gracia, todo esto es considerado como cosa vacía, vanidad de vanidades; pero en el reino de la providencia es algo lleno: «… y la plenitud de ella», dice lit. el hebreo del versículo 1. 2. Suya es, de manera especial, la parte habitable de la tierra: «El mundo, y los que en él habitan» (v. Pr. 8:31). Nosotros no somos dueños de nuestro cuerpo ni de nuestra alma: Somos de Cristo (1 Co. 3:23).
II. La tierra es de Dios por su indiscutible título de Creador de cuanto existe (v. 2): «Porque Él la fundó sobre los mares y la afianzó sobre los ríos». Él la creó y acomodó para uso del hombre. La materia es suya, pues la hizo de la nada; la forma también es suya, pues la hizo conforme a los eternos designios de su mente. Continúa conservándola, ya que la afianzó, de forma que, aun cuando las generaciones se suceden unas a otras, la tierra siempre permanece sin alterar su estado general ni cambiar su órbita (v. Ec. 1:4). Firme fundó la tierra, y firme sigue (Sal. 119:90).
Versículos 3–6
Desde este mundo y de cuanto lo llena, la meditación del salmista se eleva, de pronto, a las grandes cosas del mundo superior, cuyo fundamento no está en los mares ni en los ríos.
1. Esta tierra es el escabel de los pies de Dios; aquí estaremos por algún tiempo, muy poco, pues hemos de ir en breve a otro lugar, y «¿Quién subirá al monte de Jehová?» (v. 3). Es cierto que el monte de Jehová es Sion, pero ya hemos dicho que tipifica al Cielo y, en este sentido, hemos de preguntarnos:
¿Quién subirá al Cielo para disfrutar de la gloria de Dios, después de haber disfrutado aquí de su gracia y de su comunión por medio de la oración, la palabra sagrada y las ordenanzas? Un alma que considere su propia naturaleza: su origen, su inmortalidad, etc., tras considerar la tierra y cuanto la llena, quedará insatisfecha y se dirá: «¿Qué haré para subir al lugar santo, al santo monte donde Dios habita, y permanecer en aquel lugar dichoso, donde Dios extiende su propia morada sobre los suyos?» (Ap. 21:3).
2. Al responder a esa pregunta, el salmista enumera las cualidades del pueblo de Dios, de los que tendrán comunión con Él en gracia y en gloria. Son: (A) Limpieza de manos: limpias de todo lo que ofende a Dios, hace daño al prójimo y contamina al propio sujeto; es limpieza exterior. (B) Pureza de corazón: la limpieza interior de un corazón sincero, hecho nuevo por la gracia mediante la fe, y conforme a la imagen y la voluntad de Dios (v. Mt. 5:8). (C) No haber alzado a lo vano su alma (lit.). Alzar el alma equivale a dirigir el afecto hacia algo: «lo vano» (es decir, lo vacío e inconsistente; hebr. shav). Esta expresión designa primordialmente los ídolos (31:7; Jer. 18:15), pero también puede significar lo efímero de la vida humana (89:7). (D) No haber jurado con engaño (v. 4); es decir, no haber defraudado al prójimo mediante un acto religioso. Resume el salmista y dice (v. 6): «Tal es la generación de los que le buscan». En toda generación hay un remanente al que son contadas las cosas de Jehová (22:30). Como es al monte de Jehová adonde tenemos que subir, es menester un esfuerzo especial en buscar a Dios, pues es
«cuesta arriba». Hemos de poner toda diligencia en buscar el rostro de Dios, como Jacob (v. 6. Comp. Gn. 32:30), es decir, en lucha con Dios, hasta prevalecer como Jacob, que por eso se le cambió el nombre por el de Israel. Los que así buscan a Dios, recibirán toda clase de bendiciones de Jehová (v. 5) y, en especial, la justicia, tanto forense como interior, del Dios que salva (comp. 27:9).
Versículos 7–10
Hallamos ahora ciertas repeticiones, que son usuales en los cánticos. Se demanda una y otra vez la entrada del Rey de la gloria, las puertas deben ser abiertas de par en par. «¿Quién es ese Rey de la gloria?
¡Jehová el fuerte y valiente! ¡Jehová el poderoso en batalla!» (vv. 8, 10).
1. Esta espléndida entrada que aquí se nos describe, se refiere con toda probabilidad al solemne traslado del Arca desde casa de Obed-edom al tabernáculo que le había preparado David en Jerusalén (2 S. 6). Mejor que «puertas eternas», habría de traducirse «portones seculares», esto es, antiguos, al aludir quizás a la resistencia ofrecida por los yebuseos (v. 2 S. 5:6–12).
2. Puede aplicarse a Cristo, de quien el Arca, con su propiciatorio, era tipo. Nótese, sin embargo— nota del traductor—, que se trata de una acomodación. Así ha de entenderse todo lo que M. Henry dice a continuación. Las puertas del Cielo le debían ser abiertas a Cristo, esas puertas que bien pueden llamarse eternas. Nuestro Redentor las halló cerradas, pero, al haber hecho, mediante su sangre, expiación por el pecado y obtenido así el título que le daba derecho a entrar en el santuario (He. 9:12), como quien tiene autoridad, demandó la entrada, no sólo para sí mismo, sino también para nosotros, porque, en calidad de pionero, ha entrado allá por nosotros, y a abierto el reino de los cielos a todos los creyentes. Podemos aplicarlo también a la entrada de Cristo en el alma por medio de la Palabra y del Espíritu, para poner allí su santuario, pues somos su templo. La presencia de Cristo en las almas es como la del Arca en el templo, pues las santifica.
camino del deber (vv. 4, 5), el favor de Dios (v. 16), liberación de nuestras aflicciones (vv. 17, 18), preservación de nuestros enemigos (vv. 20, 21) y la salvación del pueblo de Dios (v. 12). III. A qué hemos de apelar en nuestras oraciones: a nuestra confianza en Dios (vv. 2, 3, 5, 20, 21), al aprieto en que nos vemos y a la maldad de nuestros enemigos (vv. 17, 19), a nuestra sinceridad (v. 21). IV. Qué preciosas promesas tenemos para animarnos en nuestras oraciones: de dirección e instrucción (vv. 8, 9, 12), de los beneficios del pacto (v. 10) y del gozo en la comunión con Dios (vv. 13, 14).
Versículos 1–7
En este salmo, David expresa su deseo de Dios y su dependencia de Él. Es frecuente en él comenzar sus salmos con tales expresiones, no para mover a Dios, sino a sí mismo hacia Dios.
1. Expresa su deseo de Dios (v. 1): «A ti, oh Jehová, levantaré mi alma». Al dar culto a Dios hemos de levantar hacia Él nuestra alma. La oración es levantar el corazón a Dios. Sursum corda = «Arriba los corazones», es una frase que se ha usado desde antiguo para invitar al pueblo de Dios a dirigirse a Él en oración.
2. Expresa también su dependencia de Dios (v. 2): «Dios mío, en ti confío». Su conciencia le daba testimonio de que no tenía confianza en sí mismo ni en ninguna otra criatura. Le agrada hacer esta profesión de fe en Dios: «No sea yo avergonzado de esta confianza que he puesto en ti, que no me muevan de ella el miedo ni el halago y que no quede, al final, decepcionado de haber dependido en todo de ti, sino guarda mi depósito, lo que te he encomendado (2 Ti. 1:12). Quedarán avergonzados los que se rebelan sin causa» (v. 3). Cuanto más débil es la tentación que induce a los hombres a pecar, tanto mayor es la corrupción que manifiestan y tanto menor la excusa que tienen. Los peores transgresores son los que pecan por gusto al pecado.
3. Pide a Dios dirección en el camino del deber (vv. 4, 5). Una y otra vez ruega a Dios que le enseñe:
«Muéstrame … enséñame, no buenas palabras, ni cultas disertaciones, sino tus caminos, tus sendas, tu verdad; los caminos por los que vienes hacia mí (tus designios, tus preceptos, tus promesas), los cuales son siempre misericordia y verdad (v. 10), y los caminos por los que quieres que yo vaya a ti: encamíname en tu verdad y enséñame (v. 5). En casos dudosos, hemos de orar fervientemente que Dios nos haga ver claro lo que quiere que hagamos; «enséñame tus sendas» (v. 4). Y añade: «Porque tú eres el Dios de mi salvación» (v. 5). Si Dios nos salva, también nos enseña y nos guía; el que da salvación también dará instrucción. «En ti he esperado todo el día» (v. 5b), es decir, en todo tiempo. ¿De quién, sino de su amo, ha de esperar dirección un criado, pues está para servirle en todo tiempo?
4. Apela a la infinita misericordia de Dios, sin recurrir a ningún supuesto mérito suyo personal (v. 6):
«Acuérdate, oh Jehová, de tus piedades (es decir, de tu compasión) y de tus misericordias, que son perpetuas, son las mismas desde siempre».
5. Pide fervientemente el perdón de sus pecados (v. 7): «De los pecados de mi juventud, la edad pasional e irreflexiva, y de mis transgresiones, aun en la edad madura, no te acuerdes; acuérdate, más bien, de tus misericordias (v. 6), que hablan a mi favor, no de mis pecados, que hablan en contra mía». Cuando Dios perdona, también olvida (algo que nos cuesta mucho a los humanos olvidar, cuando nos han ofendido), lo cual es una expresión que significa remisión completa y absoluta.
Versículos 8–14
Las promesas de Dios aparecen aquí mezcladas con las oraciones de David. Muchas peticiones vemos al comienzo del salmo, y muchas otras al final; pero aquí, a la mitad del salmo, se extiende en meditar sobre las promesas. Las promesas de Dios no sólo son el mejor fundamento de la oración, ya que nos dice qué hemos de pedir, sino que son ya una respuesta presente a la oración. Hágase la plegaria conforme a la promesa, y así podrá leerse la promesa como respuesta a la plegaria; y hemos de creer que la oración será oída, porque la promesa ha de ser de cierto cumplida. Pero, en medio de las promesas, hallamos una petición que parece venir de modo abrupto, inesperado, pues habríamos de pensar que seguiría al versículo 7, cuando la vemos en el versículo 11: «En atención a tu nombre (lit.), oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande y, por tanto, estoy perdido si no se interpone tu infinita misericordia para perdonarme». Veamos ahora las grandes y preciosas promesas que hay en estos versículos:
1. Estas promesas son seguras para los que, aunque hayan sido grandes pecadores, guardan ahora, de modo habitual, la Palabra de Dios. Aunque, conforme a la debilidad congénita, quebranten alguna vez (v. 1 Jn. 1:8, 10) el mandamiento de Dios, se arrepienten sinceramente y confiesan a Dios su pecado (1 Jn. 1:9) y se mantienen adheridos a Dios como a su Dios, sin quebrantar el pacto ni continuar voluntariamente en el pecado (1 Jn. 3:6–10). Estos son los que temen a Jehová (v. 12 y, de nuevo, en el v. 14), es decir, los que respetan la gloria majestuosa de Dios, le adoran con reverencia, se someten a su autoridad y le obedecen con gozo.
2. Dos cosas que ratifican y confirman todas las promesas: (A) Las perfecciones de la naturaleza de Dios. Damos a una promesa el valor que tiene el carácter personal del que la hace. Por consiguiente, bien podemos depender de las promesas divinas, pues bueno y recto es Jehová (v. 8) y, por ello, sabemos que será tan bueno como su Palabra. (B) La conformidad que existe entre todo lo que dice y hace, con las perfecciones de su naturaleza (v. 10): «Todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad»; es decir, todos los designios divinos, todas sus promesas y providencias, son misericordia y verdad; son como Él, que es bueno y recto.
3. Qué promesas son ésas:
(A) Que Dios les instruirá y dirigirá en el camino del deber. En esto insiste de manera especial, pues es respuesta a las oraciones de David (vv. 4, 5): «Muéstrame tus caminos; enséñame tus sendas, etc.». Deberíamos fijar nuestros pensamientos en las promesas que se refieren a los casos concretos, presentes, actuales. (a) «Él enseñará a los pecadores el camino», pues son pecadores y, por tanto, necesitan instrucción. Si desean ser enseñados, Él les mostrará el camino de la reconciliación con Dios, que es también el camino a una bien fundada paz de conciencia, y el camino hacia la vida eterna (Hch. 13:48:
«… los que habían sido puestos en orden, en dirección a la vida eterna» lit.). (b) «Encaminará a los humildes (hebr. anawim), es decir, a los desconfiados de sí mismos y de las cosas temporales, a los que tienen corazón de pobre (Mt. 5:3) y sólo dependen de Dios, de quien esperan ser enseñados y guiados, en la justicia (lit.), es decir, en la norma que han de seguir para obrar con rectitud. (c) «Al hombre que teme a Jehová, le enseñará el camino que ha de escoger»; si atiende bien a la voluntad de Dios, escogerá el camino que Dios haya escogido. Los dos caminos se juntan, puesto que el que teme a Dios, escoge lo que a Dios agrada.
(B) Que Dios le facilitará el camino (v. 13): «Gozará él de bienestar, y su descendencia heredará la tierra» (v. Mt. 5:5, y comp. con v. 9, en el que traducimos el vocablo anawim—repetido en la 2.a parte del v. 9—por «mansos», conforme a la versión hebrea del Nuevo Testamento en Mt. 5:5). El que se deja enseñar por el Señor, verá que «su yugo es cómodo, y su carga es ligera» (Mt. 11:30), pues «sus mandamientos no son gravosos», esto es, no son pesados (1 Jn. 5:3). También sus descendientes se beneficiarán de las oraciones de sus progenitores, cuando éstos se hayan marchado.
(C) Que Dios les admitirá a lo íntimo de la comunión con Él (v. 14): «El secreto (es decir, el trato íntimo) de Jehová es para los que le temen». Éstos son los que, guiados por el Espíritu Santo, penetran hasta las profundidades de Dios (1 Co. 2:10), en contraposición a los satanistas de Apocalipsis 2:24. Por eso dijo el Señor Jesús (Jn. 7:17): «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios».
Versículos 15–22
David, animado por las promesas en las que venía meditando, concluye el salmo, como lo había comenzado, con expresiones de dependencia de Dios y deseos santos hacia Él.
1. Expone ante Dios la calamitosa situación en que se halla. Sus pies están en la red (v. 15), como metidos en un cepo, de forma que no ve cómo salir de la dificultad; se halla (v. 16) solo (hebr. yajid, que significa: solitario, desvalido, sin compañía) y afligido, pues no puede fiarse de sus criados ni aun de sus propios hijos. «Las angustias de mi corazón se han aumentado», añade (v. 17); le asedian la melancolía y la depresión.
2. Expresa su dependencia, en medio de esta aflicción, únicamente en Dios (v. 15): «Mis ojos están siempre vueltos hacia Jehová». Quienes tienen los ojos vueltos hacia Jehová, no tendrán por mucho tiempo los pies en la red. Repite después su expresión de dependencia en Dios (v. 20): «No sea yo avergonzado, porque en ti confié»; y de nuevo (v. 21): «Porque en ti he esperado» (entiéndase como presente continuativo, ya que no ha cesado de esperar).
3. Ruega fervientemente a Dios que le ayude, le alivie y socorra: «Mírame y ten misericordia de mí» (v. 16). Los hombres más santos estarían perdidos si no tuviesen un Dios de infinita misericordia (v. Is. 6:5). Expone su miseria, que le hace objeto propio de la misericordia, ya que «misericordia» significa «un corazón inclinado hacia la miseria». «Sácame de mis congojas» (v. 17); como si dijese: «Yo no veo ninguna salida de ellas, pero tú la tienes y la conoces». «Perdona todos mis pecados; no me conformo, sino con un perdón completo» (v. 18). «Mira mi aflicción y mis trabajos … Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado» (vv. 18, 19). Como si dijese: «¡Considera cuán abatido me hallo, y cuán crueles son mis enemigos, y líbrame de manos de ellos!» Interpone su condición de hombre recto y temeroso de Dios (v. 21): «Integridad y rectitud me guarden». Aun cuando se había reconocido pecador delante de Dios, sin embargo, en cuanto a sus enemigos, tenía el testimonio de su conciencia de que no les había hecho, ni pensaba hacerles, ningún perjuicio. En los peores tiempos y momentos, la sinceridad es la mejor seguridad.
4. Termina con el ruego a Dios de que extienda su misericordia a todo el pueblo (v. 22): «Redime, oh Dios, a Israel de todas sus angustias». A pesar de que David se hallaba en grave aprieto, no olvida las angustias del resto del pueblo; por eso, pide por ellos con el mismo fervor con que había pedido por sí mismo. Resulta curioso observar—nota del traductor—que este último versículo cae ya fuera del orden alfabético del salmo, pues se inicia con la letra pe, mientras que la última letra del alfabeto hebreo, el tau, encabeza el versículo 21. Es, pues, como un apéndice. Piensa Arconada que «se trata de una adición litúrgica posterior, como otras veces (34:23; 51:20–21)». Sea como sea, ello no quitaría nada a la inspiración divina de tal versículo.
En este salmo, David se pone a sí mismo a prueba ante Dios y ante su propia conciencia, y da en ambos tribunales testimonio de su integridad (vv. 1, 2), y alega para ello: I. Su constante atención a Dios y a su gracia (v. 3). II. Su arraigada antipatía contra el pecado y contra los pecadores (vv. 4, 5). III. Su sincero afecto a las ordenanzas divinas (vv. 6–8). IV. Una vez probada su integridad, David, 1. Predice el funesto final de los malvados (vv. 9, 10); 2. Y se encomienda a la misericordia y a la gracia de Dios, con una resolución de mantenerse en su integridad y en su esperanza en Dios (vv. 11, 12).
Versículos 1–5
Es probable que David compusiera este salmo cuando era perseguido por Saúl (o por Absalón), a quien presenta como malvado que le acusaba de muchos crímenes que no había cometido. En esto era David tipo de Cristo, quien fue acusado, sin motivo alguno, de muchos crímenes. Véase lo que hace David en este caso:
1. Apela a la sentencia justa de Dios (v. 1): «Júzgame, oh Jehová. Sé tú el que juzgue entre mí y mis acusadores». Él no puede justificarse a sí mismo contra el cargo de pecado; reconoce que su iniquidad era grande y que estaba perdido, a no ser que Dios, en su infinita misericordia, le perdonase; pero sí puede justificarse del cargo de hipocresía. Es un consuelo para todos los que son sinceros en su piedad, saber que Dios mismo es testigo de su sinceridad.
2. Se somete insistentemente al escrutinio de Dios (v. 2): «Escudríñame … pruébame … examina», como se prueba esmeradamente el oro en el crisol, para ver si tiene los requeridos quilates. Tan sincera era su devoción hacia su Dios, que deseaba tener como una ventana en su pecho, a fin de que cualquiera pudiese ver el interior de su corazón.
3. Testifica solemnemente sobre su sinceridad (v. 1): «Porque yo en mi integridad he andado». Como si dijese: «Mi conducta ha estado de acuerdo con lo que profeso ser, y formado ambas cosas una sola pieza». Las pruebas de su integridad le animaban a confiar en Dios como en su justo Juez (v. 1): «He confiado asimismo en Jehová; no resbalaré» (lit.). Quienes son sinceros en su piedad pueden confiar en que, con la gracia de Dios, no resbalarán (comp. 73:2); es decir, no apostatarán de su fe.
(A) Tenía constantemente en consideración a Dios y su gracia (v. 3): «Tu misericordia está delante de mis ojos». Y la norma de su vida era la palabra de Dios: «Y ando en tu verdad, esto es, en tu ley, porque tu palabra es verdad» (Jn. 17:17, comp. con Ef. 6:14; 3 Jn. 3).
(B) No tenía comunión con las infructuosas obras de las tinieblas ni con los obradores de tales iniquidades (vv. 4, 5). La diligencia en evitar las malas compañías es una buena prueba de nuestra integridad y, al mismo tiempo, un buen medio para conservarnos en ella: «No me he sentado con hombres hipócritas, ni entré … aborrecí … nunca me senté» (comp. con 1:11). La compañía de los hipócritas es la más peligrosa de todas y la que más se ha de evitar. Tales malhechores aparentan ser amigos de aquellos a quienes quieren enredar en sus trampas, pero lo disimulan. Aunque a veces no podamos evitar la compañía de los malos, al menos no hemos de ir con ellos, sino aborrecer sus reuniones. Así como los buenos, cuando se juntan y están de acuerdo, se estimulan mutuamente a ser mejores, así también los malos, cuando se reúnen, se hacen peores y cometen peores fechorías.
Versículos 6–12
I. David menciona, como una prueba adicional de su integridad, su sincero afecto hacia las ordenanzas divinas.
(A) Era muy concienzudo en su preparación para las santas ordenanzas: «Lavaré en inocencia mis manos» (v. 6). En nuestra preparación para acudir a los cultos, no sólo hemos de estar libres del pecado de hipocresía (de lo que es testimonio simbólico el lavarse las manos; v. Dt. 21:6), sino también hemos de esmerarnos en arrepentirnos de todo otro pecado (v. también Éx. 30:19; Sal. 24:4; 73:13).
(B) También era muy diligente en observar con respeto y atención la celebración de tales ordenanzas (v. 6b): «Y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová», con esto alude quizás a la costumbre de los sacerdotes de andar en torno del altar mientras se ofrecía el sacrificio, aun cuando aquí el verbo hebreo es probable que solamente implique asistencia a la celebración de dicha ordenanza.
(C) En esta asistencia a los oficios del santuario, todo su interés estaba centrado en la alabanza y la acción de gracias al Señor (v. 7).
(D) Lo hacía con santo gozo (v. 8): «Jehová, la habitación de tu casa he amado (es decir amo); el tabernáculo donde te ha placido manifestar tu residencia en medio de tu pueblo y recibir su homenaje; el lugar de la morada de tu gloria» (Éx. 40:34).
2. Después de haber presentado las pruebas de su integridad, David ora fervientemente que Dios le preserve de caer bajo el destino fatal de los impíos (vv. 9, 10): «No juntes con los pecadores mi alma, etc». Como si dijese: «Ellos son hombres sanguinarios, sedientos de sangre y culpables de sangre derramada, en cuyas manos está el mal, y aunque su diestra está llena de sobornos, no por eso van a salir mejor parados al cometer tales injusticias por dinero, pues ¿qué provecho sacará el hombre de ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt. 16:26 y paral.). David no quiere en forma alguna tener el mismo destino que les espera a tales malhechores.
3. Con humilde y santa confianza, David se encomienda a la gracia de Dios (vv. 11, 12): «Mas yo andaré en mi integridad, hagan lo que hagan otros». Y ruega que la gracia divina le capacite para ello y, asimismo, le proporcione el consuelo que comporta el cumplimiento del deber (v. 11b): «Redímeme, rescátame de las manos de mis enemigos, y ten misericordia de mí». Atestigua que sus pies se han mantenido en lugar llano (v. 12. Lit.), es decir, en lugar seguro donde poder cumplir las promesas que ha hecho en los vv. 6 y 7. Y, como ya lo había dicho en 22:25, promete, cuando se vea libre del asedio de sus enemigos, bendecir a Jehová en las congregaciones (v. 12b).
Hay quienes piensan que David redactó este salmo antes de subir al trono, y hay versiones que añaden: «antes de ser ungido». Pero David fue ungido tres veces (1 S. 16:13; 2 S. 2:4; 5:3). Los judíos sostienen que lo escribió cuando ya era viejo, con ocasión del gran servicio que le prestó Abisay al socorrerle contra el ataque del gigante (2 S. 21:16, 17). Nada se sabe de cierto, pero lo importante es que, en él, da expresión David a los sentimientos piadosos con que los hijos de Dios acuden a su Padre, especialmente en tiempos de apuro. I. El coraje y la santa osadía de la fe de David (vv. 1–3). II. El placer que sentía en la comunión con su Dios y los beneficios que experimentaba en ella (vv. 4–6). III. Su deseo de Dios, de su favor y gracia (vv. 7–9, 11, 12). IV. Lo que esperaba de Dios y el ánimo que da a otros para que esperen también en Dios (vv. 10, 13, 14).
Versículos 1–6
1. Con qué fe tan viva canta David victoria en su Dios y se gloría en su santo nombre. (A) «Jehová es mi luz» (v. 1). Los súbditos decían que David era la antorcha de Israel (2 S. 21:17). Y por cierto que era una lámpara que ardía y alumbraba (Jn. 5:35); pero él confiesa que su luz no es propia como la del sol, sino prestada como la de la luna, ya que Jehová era su luz, metáfora que aquí significa protección y ayuda (comp. 4:7; 36:10; 43:3; 44:4; Is. 60:1), en el mismo sentido en que la luz expulsa la ansiedad que causan las tinieblas con sus peligros reales o imaginarios. (B) «Y mi salvación, en el que me siento seguro y a salvo de todo peligro». (C) «Jehová es el baluarte de mi vida, no sólo el protector de mi vida expuesta a peligros, sino también la fuerza de mi debilidad».
2. Con qué valentía tan indomable se enfrenta con sus enemigos; no hay bravura como la que la fe proporciona. Si Dios está con él, ¿quién podrá estar contra él? «De quién temeré?… ¿De quién he de atemorizarme? Véase cómo describe el asalto y el fracaso de sus enemigos (v. 2): «Cuando se abalanzaron sobre mí los malhechores para comerse mi carne, mis adversarios y los que me son hostiles, tropezaron y cayeron» (lit.). No dice que él los matase o los hiriese y que por eso habían caído, sino que, por la intervención divina protectora, se habían debilitado y aturdido de tal forma que tropezaron y cayeron sin que los tocase mano de hombre. Así se explica la confianza con que habla en el versículo 3:
«Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón». No hay huestes que puedan hacernos daño, si Jehová de las huestes nos protege. «Aunque contra mí se levante guerra, en medio de ésta yo estoy confiado» (v. 3b. Lit.). Bien puede estar confiado, pues Dios le esconderá y ocultará (v. 5), no en el desierto de En-gadi (1 S. 23:29), sino en lo reservado de su morada, en su tabernáculo. No lo esconderá en un lugar subterráneo, sino bien alto, sobre una roca, donde no sólo no le puedan alcanzar los dardos de sus enemigos, sino también donde estará exaltado para dominarlos y reinar sobre ellos, pues «allí levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean» (v. 6).
3. Con qué fervor ora a fin de mantener íntima y constante comunión con Dios en la celebración de los servicios del santuario (v. 4).
(A) Lo único que desea es: «reposar en la casa de Jehová todos los días de mi vida» (v. 4). Los sacerdotes tenían su residencia en los atrios del templo, y allí habría deseado David tener también su morada habitual. Todos los buenos hijos de Dios desean vivir en casa de su Padre ¿en dónde, si no, habrían de vivir? ¿Pensamos que alabar a Dios será la bendición de nuestra eternidad? Entonces, de seguro que habríamos de hacer de ello la ocupación primordial de nuestra vida terrenal.
(B) Con qué interés desea eso: «Una sola cosa he pedido a Jehová y la buscaré con empeño» (lit.). Si necesitásemos pedir a Dios una sola cosa, debería ser ésta. David tenía puesto el corazón en ella más que en ninguna otra. Quería vivir en la casa de Jehová «para contemplar la deleitosidad (lit.) de Jehová y para inquirir en su templo». Lo amable, lo hermoso, lo deleitoso de Dios es su santidad (110:3. Por eso, la frase «la hermosura de la santidad» significa la belleza de los sagrados atavíos con que los sacerdotes se vestían y oficiaban en el santuario—nota del traductor—), y también lo es su bondad (Zac. 9:17). La armonía de todas las perfecciones divinas es la hermosura de su naturaleza. En la casa de Jehová no había de pasar apuros; allí estuvo escondido durante seis años Joás, descendiente de David, no sólo preservado de la espada, sino reservado para la corona (2 R. 11:3). Los falsos amigos de Nehemías también pensaban que estaría seguro si se escondía en el templo (Neh. 6:10). Con todo, la seguridad de los buenos creyentes no está en el templo del Señor, sino en el Señor del templo y en una constante comunión con Él.
Versículos 7–14
En estos versículos David expresa:
1. Sus deseos y aspiraciones hacia Dios, y lo hace por medio de muchas peticiones. Ya que no puede vivir de continuo en la casa de Jehová, al menos hallará, mediante la oración, un camino que le de acceso al trono de la gracia (v. 7): «Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo, pues sale del fondo de mi corazón». Si oramos con fe, sin duda nos responderá Dios. David apoya su petición en el precepto de buscar el rostro de Dios (v. 8): «Cuando tú dices: Buscad mi rostro, responde mi corazón: Tu rostro buscaré, oh Jehová». Es de notar que las tres primeras palabras están ausentes (por elipsis comprensible) del original y, para que se vea la solicitud con que David está presto a buscar el rostro de Dios, el original dice textualmente: «A ti (o de ti) ha dicho mi corazón: “Buscad mi rostro”. Tu rostro, oh Jehová, buscaré». Es como si su corazón le estuviese predicando continuamente el mensaje del Señor (v. 24:6; 105:4; Am. 5:6) de buscarle. Aquí, como se ve al comparar este versículo con el siguiente, buscar el rostro de Jehová equivale a pedirle auxilio. Parece reconocer que no merece este socorro, pero, confiado en la ayuda que otras veces le ha prestado: Mi ayuda has sido (v. 9) le ruega: «No rechaces con ira a tu siervo … No me dejes ni me desampares; no retires de mí las operaciones de tu poder, pues quedaré desvalido, ni me retires las señales de tu buena voluntad hacia mí, pues quedaré desconsolado». Y más tarde (v. 11): «Enséñame, oh Jehová, tu camino. Dame a entender el sentido de tus providencias, a fin de poder caminar rectamente y con seguridad, sin perplejidades». Pide ser guiado por senda llana (lit. v.
26:12), donde no haya peligro de resbalar o tambalearse, a causa de sus enemigos, o mejor, de los que le observan acechándole. Pide también (v. 12) que no le entregue a la voluntad de sus enemigos, pues se han levantado contra él testigos falsos y los que respiran crueldad (comp. con Hch. 9:1). Sabe muy bien que sólo Dios puede sacarle de este grave aprieto.
2. Su dependencia de Dios y su plena confianza en Él: «Aunque (falta la partícula, pero ése es el sentido de la frase) mi padre y mi madre me abandonasen, los más íntimos allegados que tengo en este mundo y de los que con mayor motivo habría de esperar ayuda y consuelo, con todo, Jehová me recogerá (o cuidará de mí)». Creía también y esperaba ver la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes (v. 13). El texto hebreo del versículo 13 comienza así literalmente: «A menos que (esta partícula está muy puntuada en el texto masorético, lo cual indica que su sentido es muy problemático—nota del traductor—
) hubiese yo creído que, etc». Es cosa segura que se trata de un caso de elipsis, por lo que las versiones suplen al principio: «Habría yo desmayado (o desesperado). «La tierra de los vivientes» no es aquí el Cielo, como se ha interpretado desde antiguo, sino este mundo, en oposición a los que bajan al Seol (116:6; 142:5). Ciertamente puede acomodarse devocionalmente al Cielo, donde se halla el lugar de los que viven para siempre, pues este mundo es más bien la tierra de los que mueren. No hay nada como la esperanza de la vida eterna para preservarnos de desmayar ante las calamidades del tiempo presente.
David termina el salmo expresando su confianza en Dios. No se dirige a otras personas; es una autoexhortación que resume el tema de todo el salmo; «Espera en Jehová; ten valor y esfuércese tu corazón (el verbo está en 3.a persona del singular—nota del traductor—; por lo que hay quienes traducen:
«y Él—Dios—reforzará tu corazón») y espera (lit.) en Jehová». Quienes esperan en Dios tienen buen motivo para ser valientes.
En la primera parte de este salmo, David, con tono de lamento, pide a Dios que le libre del acoso de sus enemigos (vv. 1–3), para los que predice el justo castigo de Dios por la maldad de ellos (vv. 4, 5). En la segunda parte, David prorrumpe en un cántico de acción de gracias al Señor por la liberación obtenida (vv. 6–8), y termina con una oración profética a favor del pueblo de Dios (v. 9).
Versículos 1–5
Vemos aquí a David ocupado en una ferviente oración.
1. Ruega a Dios que le escuche y le responda en el aprieto en que se encuentra (vv. 1, 2): «A ti clamaré (es decir, estoy clamando) oh Jehová, roca mía (denotando su fe en el poder protector de Dios), como quien se halla en grave aprieto, presto a hundirse, a menos que tú acudas enseguida con el oportuno socorro; no te desentiendas de mí (lit. no te hagas el sordo a mí), semejante a los que bajan a la fosa (hebr. bor); si tú me dejas, estoy perdido. Estoy alzando mis manos hacia tu santo templo (lit. hacia el oráculo de tu santidad), para recibir de allí una respuesta de paz». Vemos aquí que el Lugar Santísimo es llamado «oráculo» porque allí estaba el propiciatorio, y Jehová que mora entre los querubines, se dirigía desde allí a su pueblo (Nm. 7:89). Esto era tipo de Cristo, y a Él es a quien hemos de levantar nuestros ojos, nuestras manos y nuestro corazón, puesto que mediante Él nos vienen de parte de Dios todos los bienes de que disfrutamos.
2. Mediante una imprecación (o mejor, predicción) declara el final funesto de los malvados, a la vez que pide no correr la misma suerte que ellos (vv. 3, 4): «No me arrebates juntamente con los malos, y con los que hacen iniquidad. Atiéndeme, Señor, desde tu santo lugar, y no me dejes a merced de ellos ni de mí mismo, no sea que yo llegue a usar para mi salvaguardia los mismos medios engañosos y traicioneros que ellos usan para mi ruina». «Dales conforme a sus obras (v. 4), como se merecen.» No es éste un lenguaje de pasión o venganza, sino más bien de profecía y de aborrecimiento del pecado. Con todo, estas expresiones están todavía muy lejos del espíritu del Nuevo Testamento (comp. con Mt. 5:44–48; Ro. 12:19–21; 1 P. 3:9, etc.).
3. Predice la destrucción de sus enemigos, por haber éstos despreciado a Dios (v. 5): «Por cuanto no consideran las acciones de Jehová ni la obra de sus manos, Él los derribará y no los edificará» (nótese el contraste con Jer. 24:6). Aquí tenemos, no una imprecación, sino un anuncio. Los hombres niegan o ponen en duda el ser y las perfecciones de Dios por no considerar debidamente las obras de Dios, las cuales declaran su gloria.
Versículos 6–9
1. David prorrumpe ahora en acción de gracias a Dios. Con fe había orado: «Oye la voz de mis ruegos» (v. 2); y con la misma fe le da gracias, porque «oyó la voz de mis ruegos» (v. 6). Quienes oran con fe, podrán regocijarse en la esperanza. Lo que obtenemos con la oración, lo hemos de llevar con gratitud.
2. Se anima a sí mismo a esperar que Dios completará todo lo que está haciendo a su favor. Este es el método correcto para adquirir la paz: comenzar con alabanza, la cual está al alcance de nuestras manos. Declara luego (v. 7) su experiencia de los beneficios que le ha reportado su dependencia de Dios: «En Él confió mi corazón y fui socorrido. Confié en su poder y en su promesa, y no he quedado decepcionado, pues Dios me ha dado a su debido tiempo, no sólo el socorro que le pedí, sino también la gracia de confiar en Él, lo que me ha ayudado a sostenerme y me ha preservado de desmayar (27:13). Por lo que exulta de gozo mi corazón».
3. Se satisface con el interés que todos los buenos tienen en Dios (v. 8): «Jehová es la fortaleza (es decir, la fuerza) de su pueblo; no sólo mía, sino de todo creyente». Así es como tenemos comunión con todos los santos en todas las cosas santas, ya que Dios es nuestra fuerza así como la de ellos, pues Jesucristo es Señor de ellos y nuestro (1 Co. 1:2).
4. Concluye con una breve, pero ferviente, oración por el pueblo de Dios (v. 9). Ora por Israel, no como pueblo suyo, sino de Dios, y pide a Dios: (A) Que les salve de sus enemigos; (B) Que les bendiga con toda clase de bienes; (C) Que los apaciente: que los nutra y dirija; y (D) Que los conduzca para siempre: que les preserve de todo mal, no sólo para el momento presente, sino a lo largo de los siglos, hasta el fin.
Es probable que David compusiera este salmo con ocasión de una tempestad de truenos, relámpagos y lluvia, así como el salmo 8 era una meditación a la luz de la luna, y el salmo 19 otra meditación en una mañana soleada. I. Convoca primero a los grandes del mundo a dar gloria a Dios (vv. 1, 2). II. Para convencerles de la bondad del Dios a quien debían adorar, hace notar su poder en los truenos, los relámpagos y la lluvia de una tempestad (vv. 3–9), su dominio soberano sobre el Universo (v. 10), y las bendiciones especiales que otorga a su pueblo (v. 11).
Versículos 1–11
I. David demanda a los grandes de la tierra que rindan homenaje al gran Dios, aunque la expresión
«hijos de Dios» apunta, con la mayor probabilidad—nota del traductor—a los ángeles; no carece, sin embargo, de probabilidad la opinión de que podría aplicarse (a la vista del v. 2b) a los sacerdotes en la celebración de sus servicios en el templo y englobar quizás a toda la congregación de Israel. «Dad a Jehová la gloria y el poder» (v. 1b) no quiere decir que se le haya de dar a Dios algo que no tiene, sino el reconocimiento de que a Él le pertenecen, como expresa explícitamente la primera parte del versículo 2 (comp. con Ap. 4:11; 5:13). Como si dijese: «Dadle vuestras coronas; arrojadlas a sus pies (Ap. 4:10); ponedlo todo en manos de Él, a fin de que, al usarlo vosotros, lo hagáis para alabanza de su nombre». Lo que se dice aquí a ellos (v. 2b): «Adorar a Dios», a todos se dice, pues es la suma y el compendio del evangelio eterno (Ap. 14:6, 7). El verdadero culto a Dios consiste en rendirle la gloria debida a su nombre. «En la hermosura majestuosa de su santidad» (comp. con 1 Cr. 16:29) es una expresión de la belleza del santuario y de los servicios celebrados en Él con el ceremonial y los bellos ropajes con que los sacerdotes se vestían. Cuando las reuniones que celebramos los creyentes congregados en la presencia del Señor se contemplan con los ojos de la fe, se palpa la belleza que hay en la santidad.
II. Las buenas razones que David usa al hacer esa demanda:
1. La majestad y autosuficiencia que se implican en el nombre de «Jehová» Nada menos que 18 veces se repite este nombre en el salmo (¡en sólo 11 versículos!)
2. Su soberanía sobre todas las cosas. El salmista declara aquí el dominio de Dios:
(A) En el reino de la naturaleza. En los maravillosos efectos de las causas naturales y en las operaciones de los poderes de la naturaleza. El que truena es el Dios de la gloria (v. 3); tanto es así que al trueno se le llama aquí «voz de Jehová» nada menos que siete veces (vv. 3, 4—dos veces—, 5, 7, 8, 9). Todo el que oye el trueno debe reconocer que es «la voz de Jehová con majestad» (v. 4b. Lit.). Si su voz es tan terrible, ¿qué será su brazo? Esa voz de Jehová, que es el trueno, es tan fuerte que quebranta y desgaja los cedros del Líbano (v. 5), los cuales eran ejemplo de derechura, robustez y altura entre todos los cedros del país. Por supuesto, se ha de entender que, con la voz del trueno, iban los demás elementos de la tempestad: el rayo, el huracán y hasta las sacudidas de la tierra que hacían temblar los montes (v. 6) y el desierto (v. 8); fenómenos todos que, a lo largo de la Biblia, expresan simbólicamente una actuación extraordinaria del poder de Dios (esto explica su mención—o de señales análogas—en varios lugares de Ap. y hasta en Hch. 2:20). «Siryón» (v. 6b) es el nombre sidonio del monte Hermón (Dt. 3:9), en la frontera de Israel. No faltan eruditos que opinan que se ha perdido una primera parte del versículo 7, al constar sólo de un estico. «Voz de Jehová que corta (lit.; hebr. jotseb—participio—) llamas de fuego» (v. 7), refiriéndose gráficamente al zigzaguear de los relámpagos. El versículo 9 resulta algún tanto dudoso en la forma en que nos ha llegado. El texto actual dice literalmente en su primera parte: «Voz de Jehová que hace parir (acelera el parto) a las ciervas y desnuda los bosques. El sentido es: La tempestad que Dios envía causa tal terror a los animales del bosque que huyen espantados de allí, dejándolo «desnudo», es decir, sin animales.
(B) En el reino de la providencia (v. 10): «Jehová está entronizado sobre el diluvio, y se sienta Jehová como rey para siempre». Las olas y mareas, las agitaciones y revoluciones de este mundo, por grandes y terroríficas que sean, no perturban en modo alguno el poder y el reposo de la Mente Eterna, ni son capaces de sacudir ninguno de los designios de Dios. La administración de su reino se ajusta a sus eternos designios. Nada lo expresa mejor que el vocablo «diluvio», el cual aparece únicamente aquí y en los capítulos 6 al 11 del Génesis, como hace notar Ryrie. Por consiguiente, David parece referirse aquí a la mayor catástrofe que hasta entonces había experimentado la humanidad.
(C) En el reino de la gracia. Aquí es donde más resplandece el brillo de la gloria de Dios (v. 9b): «En su templo, todo proclama su gloria». Allí, donde su pueblo se reúne para cantar sus alabanzas, todo proclama la gloria del Señor. Todas las obras de Jehová le alaban, pero sólo sus santos le bendicen (145:10), es decir, sólo ellos pueden expresar conscientemente, y poner en palabras con sentido, las alabanzas que, de forma callada e inconsciente, le tributa la naturaleza. El versículo 11 parece una aclamación comunitaria. Dice Arconada: «Pudo cantarla el pueblo, pudo ser pronunciada por los sacerdotes a modo de bendición o puede tratarse de una consideración redaccional del autor del salmo». La «fuerza» sirve para dar vigor al pueblo de Dios, a fin de que puedan dedicarse a toda obra buena y hacer frente a todo mal; la «paz» es el conjunto de bienes que Dios dispensa a los suyos.
Es éste un salmo de acción de gracias por las grandes liberaciones que Dios había concedido a David.
No sabemos en qué ocasión lo redactó (M. Henry piensa—nota del traductor—que fue cuando dedicó David su casa de cedro). I. Alaba a Dios por haberse recobrado, al parecer, de una enfermedad (vv. 1–3).
I. Convoca a otros para que también alaben a Dios (vv. 4, 5). III. Se reprocha a sí mismo el haber confiado en otro tiempo en su propia seguridad (vv. 6, 7). IV. Recuerda las oraciones y quejas que había proferido en su apuro (vv. 8–10). V. Se estimula a sí mismo a ser muy agradecido a Dios por el cambio favorable que ahora experimenta (vv. 11, 12).
Versículos 1–5
Entre los judíos era costumbre laudable, no expresamente mandada, pero permitida y aceptada, cuando construían una casa, dedicarla a Dios, según el significado del verbo empleado en Deuteronomio 20:5. Así lo hizo David cuando quedó edificada su casa y tomó posesión de ella (2 S. 5:11). El título del salmo dice textualmente: «Salmo, un cántico de la dedicación de la casa, de David». Ha de leerse—nota del traductor—conforme a la forma en que el título aparece en nuestra Reina-Valera, según la puntuación que hago, clarísima en el vocablo hebreo «leDavid» = Salmo de David, no «Casa de David». La casa en cuestión es, sin duda alguna, la de Jehová, es decir, el templo. Esto no obsta para que, en sentido devocional, dediquemos también nuestras casas al Señor, a fin de que Él las bendiga, juntamente con los miembros de nuestra familia, como pequeños santuarios, donde se bendice, se ora y se sirve al Señor.
I. David da gracias a Dios por haberle recobrado la salud (o haberle librado de cualquier otro peligro de muerte): «Te ensalzaré, oh Jehová. (v. 1). Te alabaré y pondré muy en alto tu nombre, oh Señor, pues a ti clamé (v. 2), y no sólo me oíste, sino que me sanaste; sanaste mi cuerpo destemplado, mi mente intranquila y mi espíritu turbado. Había llegado a tal extremo, oh Señor, que me veía ya a las puertas de la muerte, casi entre los muertos (v. 3), pero tú hiciste subir mi alma del Seol, no dejaste que bajara allá cuando me hallaba ya “con un pie en la sepultura”». Una vida rescatada del sepulcro debería ser vivida en continua acción de gracias a nuestro Padre.
2. Convoca a otros a que se unan a él en las alabanzas a Dios (v. 4): «Cantad a Jehová, vosotros sus santos (hebr. jasidim, sus devotos, sus verdaderos adoradores—22:24—, todos los justos: 97:12), y celebrad la memoria de su santidad (lit.)», es decir, el recuerdo de su santo nombre. Ciertamente es digno de toda alabanza el Dios cuya ira dura sólo un momento, mientras que su favor dura toda la vida (v. 5); por eso, continúa el versículo con imágenes de extraordinaria belleza, «en la tarde pernoctará el llanto (lit.), como huésped viajero que se queda alojado una sola noche, pero a la mañana gritos (lit.) de júbilo que perdura» (comp. v. 11). Viene a la mente—nota del traductor—la definición que daba nuestra Teresa de Ávila de esta vida: «Es una mala noche en una mala posada».
Versículos 6–12
Viene ahora una referencia de David a tres estados diferentes por los que había pasado, y a la forma en que había reaccionado su corazón hacia Dios en cada uno de ellos.
1. «En mi prosperidad, cuando yo estaba sano, tranquilo y sin problemas, pues Dios me había dado reposo de todos mis enemigos, dije yo (enfático en el original): No seré jamás zarandeado; me hallo a salvo de todo peligro por mi propia situación». Pensaba que su prosperidad estaba tan fija y segura como una montaña (v. 7): «Porque tú, Jehová, con tu favor me afianzaste como monte fuerte». No hace de ese
«monte» su cielo, como hacen los mundanos, quienes ponen en su prosperidad material toda su felicidad, sino meramente un «monte»; todavía es tierra, aunque un poco más alta que el nivel ordinario.
2. Pero, de pronto, le sobrevino la aflicción y entonces (v. 8): «A ti, oh Jehová, clamé, y al Señor (hebr; Adonay), a mi Soberano Dueño, supliqué». Clamó ansiosamente en petición de alivio y socorro. Su monte había sido sacudido y, con el monte, él, ya que Dios había escondido su rostro, y David quedó desconcertado (v. 7b). Si Dios esconde su rostro, el hombre queda turbado y desconcertado, aun cuando no le suceda ninguna otra calamidad; cuando se pone el sol, de cierto viene la noche; la luna y todas las estrellas del firmamento juntas no pueden tornar la noche en día. Cuando fue sacudido su monte, alzó David su mirada por encima de los montes. «¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración», dice Santiago (Stg. 5:13). Al esconderse el rostro de Jehová, se hizo más vehemente la plegaria de David (v. 9): «¿Qué provecho sacas de mi muerte (lit. de mi sangre) cuando descienda a la sepultura?»—dice, con lo que da a entender que de buena gana moriría, si de ello se le hubiese de seguir a Dios o a su país algún beneficio (comp. con Fil. 2:17), pero no veía cómo podía seguirse ningún bien de su muerte en el lecho de la enfermedad, en vez de morir en el lecho del honor. «¿Te alabará el polvo?», añade; es decir, el sepulcro. ¡No! Ni le pueden alabar, ni pueden declarar la verdad de Dios los muertos.
3. A su debido tiempo, Dios le sacó del aprieto y le restauró a su anterior prosperidad. Sus oraciones fueron respondidas y su lamento fue cambiado en danza (v. 11). ¿Y cuáles eran sus sentimientos al ver el dichoso sesgo que había tomado ahora su situación? Nos lo dice: «A fin de que (final; o: «de forma que» consecutivo) mi alma (lit. mi gloria; probablemente, mi lengua que ensalza tu gloria) te cante y no esté callada» (v. 12. Paralelismo de sinonimia). Sus quejas se han convertido en alabanzas, con intención de que éstas continúen por siempre. De aquí hemos de aprender a acomodarnos a las diferentes circunstancias en que nos pone la providencia de Dios.
Es probable que David compusiese este salmo cuando era perseguido por Saúl, ya sea en lo de Queilá, o en el desierto de Maón cuando Saúl iba por una ladera del monte, y David y los suyos iban por la otra (1 S. 23:13, 26). Es una mezcla de plegarias, alabanzas y profesiones de confianza en Dios. I. David expresa su gozosa confianza en Dios y, con esta confianza, ruega ser librado del apuro presente (vv. 1–8). II. Se queja de la deplorable condición en que se halla, pero sigue orando para que Dios se manifieste a favor de él y en contra de sus perseguidores (vv. 9–18). III. Concluye el salmo con alabanzas y expresiones de triunfo, da gloria a Dios y se anima a sí mismo, y también a otros, a poner su confianza en Dios (vv. 19–24).
Versículos 1–8
Vemos que la fe y la oración deben ir de la mano. David, en su apuro, ora fervientemente a Dios para que le socorra y alivie; que, como Justo Juez, le libre de sus perseguidores, no sólo por misericordia, sino también por justicia. También ora que le libre cuanto antes, no seá que, si se demora demasiado su liberación, desfallezca su fe: «… líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte y ciudadela para salvarme». Dios es una ciudadela inexpugnable para los que ponen su confianza en Él. Y añade (v. 3): «… Por tu nombre me guiarás y me encaminarás». Quienes están decididos a seguir la dirección de Dios, bien pueden orar con fe de que de cierto la han de conseguir.
2. En su oración, glorifica a Dios al repetir su profesión de total confianza en Él y de absoluta dependencia de Él: «En ti, oh Jehová, he confiado, no en mí ni en ninguna otra criatura; no sea yo confundido jamás, no quede yo decepcionado por faltarme la ayuda que me has prometido» (v. 1). «Sé tú mi roca» (v. 2); «Tú eres mi roca» (v. 3). Dice Delitzsch: «Esta es la lógica de toda oración de fe». Si creemos firmemente que Dios es nuestra fuerza y nuestro apoyo en todas las circunstancias, bien podemos orar con toda confianza que nos ayude y socorra. En virtud de la misma lógica de la fe, David dice a Dios (v. 5): «En tus manos encomiendo mi espíritu», ya que sabe que su vida y todos sus asuntos en este mundo estaban así en buenas manos. El hecho de que el Señor Jesucristo repitiese esa misma frase (Lc. 23:46) demuestra que tenía en su mente este salmo cuando se hallaba expirando en la cruz.
3. David desecha toda complicidad con los idólatras, pues a ellos se refiere en el versículo 6:
«Aborrezco a los que esperan en vanidades ilusorias (lit. ídolos de inutilidad)»
4. Declara enfáticamente que Dios es su única esperanza (v. 6): «Mas yo (enfático en el hebreo) en Jehová he esperado» y, por eso, se goza y se alegra en su misericordia (v. 7).
5. Se anima a conservar esta esperanza, basado en las experiencias que del favor de Dios ha tenido recientemente (vv. 7, 8): «… Porque has visto mi aflicción, sabio, condescendiente y compasivo para darte cuenta del aprieto en que se hallaba tu siervo, has conocido mi alma en angustias, esto es, en estrechura, con tierno interés por mí. No me has dejado encerrado (lit. ¡Este es el verdadero significado del verbo griego “enkatélipes” del grito de Jesús en Mt. 27:46; Mr. 15:34!) en manos del enemigo, sino que pusiste mis pies en lugar espacioso, con libertad de movimientos», en contraste con el «encerrado» de la primera parte del versículo.
Versículos 9–18
En los versículos anteriores, David había apelado a la justicia de Dios; aquí apela a su misericordia, pues su propia miseria es terrible, lo cual hace de su caso un objeto apropiado de la misericordia divina.
1. Su queja del aprieto en que se encuentra (v. 9): «Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy en angustia». Sus aflicciones le habían convertido en «varón de dolores». Hemos de pensar que su situación era de veras grave, ya que, por su natural alegre y fuerte, por su genio musical y su osadía para las aventuras más peligrosas, David no era inclinado al desánimo ni a la aprensión. Sin embargo, le vemos aquí apocado y pesimista, debido a la inquina de sus enemigos y a la insinceridad de muchos de sus amigos. Al leer los versículos 9–13, parece que estamos escuchando los lamentos mismos de Job o de Jeremías.
2. Su confianza en Dios en medio de su aflicción. Todo aparecía oscuro y deprimente en derredor de él: «Mas yo en ti confío, oh Jehová» (v. 14) dice él. Eso es bastante para impedir que se hunda. Sus enemigos le habían despojado de la reputación que tenía entre los hombres, pero no le habían podido arrebatar su confianza en Dios. «Yo digo: Tú eres mi Dios, pues yo te he escogido por Dios mío, y tú me has prometido ser mi Dios». «En tu mano están mis tiempos, mi destino y las circunstancias todas de mi vida» (v. 15). Si se une esto con lo de «tú eres mi Dios» (v. 14b), tenemos una fuente perfecta de consuelo. Si Dios tiene en sus manos nuestro destino, puede ayudarnos; y si es nuestro Dios, querrá ayudarnos; y entonces, ¿qué podrá desanimarnos?
3. Sus peticiones a Dios, con esa fe y esa confianza que muestra. Nuestras oportunidades y nuestras circunstancias están en las manos de Dios y, por consiguiente, Él sabe cómo escoger lo mejor y más oportuno y conveniente para nuestra liberación; debemos, pues, estar dispuestos a esperar el tiempo que Dios tenga señalado. Cuando David tuvo a Saúl a merced de su mano en la cueva, los que estaban con David le dijeron: «He aquí el día de que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, etc.» (1 S. 24:4). «¡No!, vino a decir David, no ha llegado el día de mi liberación mientras ésta no pueda ser llevada a cabo sin pecado y yo voy a esperar hasta ese día, pues ése será el tiempo de Dios, que es el mejor tiempo.» Ahora pide David en especial que Dios tape la boca a los que reprochan y calumnian al pueblo de Dios (v. 18): «Enmudezcan los labios mentirosos, que profieren insolencias contra el justo, con soberbia y menosprecio». Es de suponer que ellos no consideraban pecado decir una mentira deliberada, si eso podía servir para exponer a una persona piadosa al odio y al menosprecio.
Versículos 19–24
1. David reconoce la bondad de Dios hacia su pueblo en general (vv. 19, 20). Dios es bueno para todos (145:9), pero es especialmente bueno para su pueblo Israel. Aquí son descritos como objeto especial de su bondad los que le temen y los que esperan en Él, los que reverencian su majestad y dependen de su gracia; de esta bondad se nos dice aquí (v. 19) que la ha guardado para ellos y se la ha mostrado, como quien tiene mucho dinero en el banco, y mucho también a mano. Si lo que nos está reservado en los almacenes del pacto sempiterno no lo tenemos a mano, es culpa nuestra por falta de fe. Dios es protector poderoso de su pueblo (v. 20): «En lo secreto de tu presencia los esconderás de la conspiración del hombre». La providencia de Dios los esconde, como en un pabellón sagrado, para tenerlos a salvo de la malvada persecución de sus enemigos, y tiene muchos medios para hacerlo. Así escondió Jehová a Baruc y a Jeremías cuando el rey envió a prenderlos (Jer. 36:26).
2. David agradece a Dios la bondad que ha tenido para con él en particular (vv. 21, 22): «Porque ha hecho admirable su misericordia para conmigo, ya que ha hecho por mí mucho más de lo que yo esperaba». Una preservación especial demanda una gratitud también especial. En el interior de David había temores («Decía yo en mi inquietud …»), pero Dios le resultó mejor y más fiel que sus temores. Aunque flaqueaba la fe de David, no flaqueó la promesa de Dios: «Pero tú oías la voz de mis ruegos».
Menciona esta debilidad de su fe, para mejor poner de relieve la admirable fidelidad de Dios, y hacer así que resaltase como admirable la misericordia de Dios para con él.
Con ocasión de esto, exhorta y anima a todos los creyentes (vv. 23, 24): «Amad a Jehová, todos vosotros sus santos». Aunque se supone que los fieles han de amar a su Dios, se les ha de exhortar a que le amen más y mejor, y a que den pruebas sinceras de tal amor. Con ese amor, y espoleados por la promesa de Dios de que les ha de guardar y recompensar, les anima a ser fuertes y valientes en el servicio del Señor (v. 24): «Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón» (v. 27:14). Cualesquiera sean las dificultades que hayamos de arrostrar en nuestra vida, puede tomar aliento nuestro corazón, al saber que el Dios en quien esperamos, en quien confiamos, fortalecerá, mediante esa confianza, nuestro corazón.
Este salmo, como dice Ryrie, es probablemente una secuela del salmo 51. Aquí vemos: I. La gracia del perdón (vv. 1, 2), con la protección y la dirección que Dios otorga al perdonado (vv. 7, 8). II. El deber del hombre: en confesar sus pecados (vv. 3–5), orar a Dios (v. 6), comportarse como es propio de una persona sensata (vv. 9, 10) y regocijarse en Jehová (v. 11).
Versículos 1–6
Este salmo de David es llamado, en su título, maskil, que, con la mayor probabilidad, significa
«contemplación», y viene a ser una «meditación sapiencial», como la llama Arconada, o, como escribe Ryrie, «probablemente significa poema contemplativo o didáctico». Y, verdaderamente, en ninguna otra cosa tenemos mayor necesidad de ser enseñados que en la naturaleza de la genuina felicidad o bienaventuranza. Esta felicidad no consiste en la posesión de los bienes de este mundo, sino en el favor de Dios: su perdón, su gracia, sus bendiciones espirituales (Ef. 1:3). Cuando leemos aquí (v. 1):
«Bienaventurado aquel a quien es perdonada su transgresión», es como si se nos dijera: «El perdón del pecado es el fundamento de toda bendición del pecador, pues es el privilegio fundamental del que fluyen todos los demás ingredientes de su verdadera felicidad». Veamos lo que David dice aquí:
1. En cuanto a la naturaleza de la remisión del pecado. (A) Es el perdón de la transgresión (hebr. pesha, rebelión, como puede verse por el verbo correspondiente—Is. 1:2: «… se rebelaron»—). Sin embargo, cuando hay verdadero arrepentimiento, también la rebelión es perdonada y su castigo es cancelado, de forma que ya no pesa sobre el pecador la mano de Dios (v. 4). (B) Es una «cobertura» del pecado (hebr. jattah), de la misma forma en que se cubre la desnudez, para que no aparezca nuestra vergüenza (Ap. 3:18). Cuando es perdonado el pecado, es cubierto con la justicia de Cristo (2 Co. 5:21).
(C) Es no imputarse la iniquidad (hebr. avón) (v. 2), no tenerse en cuenta al pecador su maldad. No nos es imputada nuestra iniquidad al ser hechos justicia de Dios en Cristo (2 Co. 5:21), puesto que «Jehová cargó sobre Él la iniquidad (hebr. avón) de todos nosotros» (Is. 53:6).
2. En cuanto al carácter de aquellos cuyos pecados han sido ya perdonados: «En cuyo espíritu no hay engaño» (lit. Comp. con Jn. 1:47 donde los traductores del Nuevo Testamento al hebreo han vertido por remiyáh—el mismo vocablo que sale aquí—el griego dólos). No dice: «no hay pecado», sino «no hay engaño»; esto es, no hay doblez, sino sinceridad, pues, ¿quién hay sin pecado, excepto Cristo? (Ro. 3:9, 10; Jn. 8:46; 2 Co. 5:21 «no conoció pecado»; He. 4:15). El pecador perdonado está de acuerdo con Dios (1 Jn. 1:9 «confesamos» gr. homologomen = lit. decimos lo mismo que Dios) en su profesión de arrepentimiento—odio al pecado—y fe—recepción del Salvador y complacencia en Él—. Estos dos primeros versículos están citados por Pablo en Romanos 4:7, 8. «Mientras callé, se consumieron mis huesos» (v. 3), añade David, en alusión al tiempo en que no confesaba su pecado (lo hizo tras la reprensión del profeta Natán, v. 2 S. 12:13 y comp. con v. 5 del presente salmo). Callan el pecado los que, consciente o inconscientemente, silencian su convicción y desvían la atención a otras cosas, sin descargar su conciencia mediante una confesión digna de un arrepentido, o prefieren languidecer en su iniquidad antes que adoptar el único remedio establecido por Dios para hallar el descanso espiritual y la genuina paz de la conciencia.
3. En cuanto al uso que, por fin, hizo David de ese medio establecido por Dios (v. 5): «Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad». El pecador inconverso necesita creer para ser salvo (Hch. 16:31), pero el creyente pecador ha de confesar (arrepentido, por supuesto) su pecado para ser perdonado (1 Jn. 1:9).
4. En cuanto a la pronta disposición de Dios a perdonar el pecado a quienes de veras se arrepienten de él (v. 5b): «Dije: Confesaré mis transgresiones (lit. mi rebelión; hebr. peshaí) a Jehová, y tú perdonaste la maldad (hebr. avón) de mi pecado (hebr. jattatí)». Como si dijese: «Tan pronto como te confesé mi pecado, tú me perdonaste y hallé así la paz para mi alma». Así fue como el padre del pródigo vio y reconoció a su hijo cuando aún estaba lejos y corrió a su encuentro para sellar con un beso el más absoluto perdón (Lc. 15:20). «Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado» (v. 6). Toda persona piadosa es una persona orante. Tan pronto como Saulo fue convertido, dice el propio Dios: «¡Mira, está orando!» (Hch. 9:11). Quienes sinceramente abundan en oración, hallarán en tiempo de apuro el beneficio que de ella se obtiene (v. 6b): «Ciertamente en la inundación de muchas aguas (lo cual siempre es una terrible amenaza) no llegarán éstas a él».
Versículos 7–11
1. Sigue David dirigiéndose a Dios y expresa la confianza que tiene en Él y lo que de Él espera (v. 7):
«Tú eres mi refugio (lit. escondedero para mí); cuando por fe acudo a ti, tengo toda la razón posible para sentirme cómodo y fuera del alcance de cualquier mal que merezca tal nombre; tú me guardarás de la angustia, de su aguijón y de sus golpes, en la medida en que sea conveniente para mí, especialmente de la angustia en que me hallaba cuando guardaba silencio» (v. 3). Cuando Dios nos ha perdonado los pecados, pronto volveremos a estar en deuda como antes si Él nos deja de su mano; por consiguiente, cuando hayamos recibido el consuelo del perdón, hemos de volar hasta el trono de la gracia de Dios para ser preservados de volver a caer. «No sólo me guardarás, dice ahora David, sino que con cánticos de liberación me rodearás; cantando te alabaré por la admirable liberación que me has proporcionado» (v.
7b). En el versículo 8, David cita—respuesta divina a su oración—palabras de Dios como se ve por el singular (tres veces repetido), que contrasta con el plural del versículo 9 («No seáis … »). Esta es la opinión de Arconada, a la que el traductor se adhiere sin dudar, contra lo que opinan otros autores. Nótese el tono de todo el versículo: «Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos», y compárese con 25:8 y 73:24, por ejemplo. M. Henry cita, en favor de su punto de vista (que son palabras de David a otros), Lucas 22:32 y Eclesiastés 1:1, y dice que es muy propio de los recién convertidos hacer de predicadores. Esto es muy cierto, pero en opinión del traductor no tiene validez para el versículo que comentamos.
2. Se dirige después a sus compatriotas, y a los demás hombres, con esta amonestación (v. 9): «No seáis como el caballo o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se pueden dominar (lit. no se acercan a ti)». Es un honor y una dicha para nosotros tener entendimiento, pues así somos capaces de razonar y ser gobernados por la razón. Donde hay gracia renovadora (Ro. 12:2) de la mente, no hay necesidad del cabestro y del freno de la ley. David ofrece esta precaución para que los hombres no se causen a sí mismos muchos dolores mediante su impiedad (v. 10). Añade a continuación una palabra de consuelo para los fieles hijos de Dios: «Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia», es decir, le protege y consuela por todos los lados.
Este es un salmo de alabanza. El anónimo salmista, I. Convoca a los justos a que alaben a Dios (vv. 1–3). II. Les provee de materia para la alabanza a Jehová: 1. Por su justicia, bondad y verdad, conforme se manifiestan en su palabra y en todas sus obras (vv. 4, 5); 2. Por su poder, que se manifiesta en la obra de la creación (vv. 6–9); 3. Por la soberanía de su providencia en el gobierno del mundo (vv. 10, 11, 13– 17); y 4. Por los especiales favores que otorga a su pueblo escogido (vv. 12, 18–22).
Versículos 1–11
1. Vemos el gran deseo del salmista de que Dios sea alabado. El gozo santo es el corazón y el alma de la alabanza (v. 1): «Alegraos, oh justos, en Jehová». Así concluía el salmo anterior (32:11), y así comienza éste. «Aclamad (lit. alabad con gratitud) a Jehová (v. 2); es decir, celebrad su nombre, hablad bien de Él y dadle la gloria que a su nombre es debida». La alabanza con gratitud va acompañada de santo gozo y es muy apropiada para ser gozosamente cantada (v. 3): «Cantadle cántico nuevo, el mejor que podáis hallar, el cántico de los redimidos» (40:3; 144:9; Is. 42:20; Ap. 5:9; 14:3). La Palabra de Dios exhorta a cantar con acompañamiento de instrumentos, tanto de cuerda, como de viento y de percusión (Sal. 150); aquí (vv. 2, 3), con arpa, salterio y decacordio. El salmista expresa dos cualidades que ha de tener el canto sagrado: (A) Ha de hacerse bien, como quien canta para Dios ¿qué diríamos de alguien que se atreviese a cantar desmanadamente delante de un gran rey de la tierra? (B) Ha de hacerse con júbilo, con el afecto de un corazón caliente de piedad y devoción. Lo que se canta para el Señor ha de tener lo mejor de nuestra cabeza y de nuestro corazón. Esta es la alabanza que les va bien a los rectos (v. 1) es decir, la conveniente de labios del pueblo de Dios.
2. El alto concepto que el salmista tenía de Dios y de sus infinitas perfecciones (vv. 4, 5). Dios se nos da a conocer: (A) En su Palabra; en su revelación escrita, en todo lo que nos ha hablado en muchos fragmentos, de muchas maneras y, especialmente, en su Hijo (He. 1:1, 2). (B) En sus obras, y todas ellas son hechas con fidelidad. La copia que vemos en todas las obras de Dios está totalmente de acuerdo con el original, el designio existente en la Mente Eterna, sin la menor variante. En sus obras se manifiesta Dios como amante de la justicia y del derecho (v. 5). Es también un Dios de inagotable bondad: «De la misericordia (hebr. jesed, gracia amor misericordioso) de Jehová está llena la tierra»; es decir, está llena de pruebas y ejemplos de la bondad de Dios, pues se extiende a todos y a todo. ¡Qué pena, que esta tierra que está tan llena de la bondad de Dios, esté tan vacía de alabanzas a Él, y que al ser tantos los que viven de su bondad, sean tan pocos los que viven para su gloria!
3. La convicción que tenía del omnímodo poder de Dios, evidenciado en la creación del mundo. Cuando decimos: «Creo en Dios», añadimos: «Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra»; así se nos enseña aquí a alabarle.
(A) Dios creó el mundo, con todas las cosas que hay en él. (a) Con qué facilidad: Todas las cosas fueron hechas por la palabra de Jehová y por el aliento de su boca (v. 6). Cristo es la Palabra de Dios; el Espíritu es su Aliento; así que Dios Padre hizo el mundo, así como también lo gobierna y lo redime, por medio del Hijo y del Espíritu. «Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y quedó firme» (v. 9. Lit.), es decir, tuvo consistencia (comp. Col. 1:17; He. 1:3). Para los hombres, decir y hacer son dos cosas diferentes, pero para Dios son una misma cosa. (b) Con qué efectividad: «… así fue; … quedó firme». Lo que Dios hace, lo hace según un plan perfecto y para un efecto determinado que no falla.
(B) Dos cosas se mencionan en particular, de entre todo lo que Dios creó: (a) «los cielos y todo el ejército de ellos» (v. 6), es decir, el sol, la luna y las estrellas, que—así como los ángeles—son llamados
«las huestes celestiales»; (b) «las aguas del mar, con sus abismos» (v. 7) donde queda el agua guardada como en un depósito. Dice Arconada: «Es nombre plural poético (abismos) del abismo primordial o masa ingente de agua que quedó, por voz de Dios (Gn. 1, 9–10), en torno, debajo y dentro de la tierra, como en una caja de caudales».
(C) El uso que ha de hacerse de la creación, de este mundo hecho por Dios (v. 8): «Tema (esto es, preste reverencia) a Jehová toda la tierra; teman delante de Él todos los habitantes del mundo»; esto es, que todos los hombres le rindan culto y le den gloria (95:5, 6).
4. La satisfacción que el salmista tenía en la soberanía y en el dominio de Dios (vv. 10, 11). Con los ojos de la fe, hemos de ver a Dios en su trono. (A) Frusta los planes de sus enemigos: Jehová frustra el plan de las naciones, etc. (v. 10). (B) Cumple sus propios designios: Pero el consejo de Jehová permanecerá para siempre, etc. Durante las multiseculares vueltas de los tiempos, Dios no cambia sus medidas, sino que en todo acontecimiento, incluso en los que más nos toman por sorpresa, se cumple el eterno designio de Dios.
Versículos 12–22
1. Hemos de dar a Dios la gloria por su providencia ordinaria para con todos los hombres:
(A) Todos los hombres están bajo su mirada, no sólo en su exterior, sino también en lo más recóndito del corazón de ellos, con todas sus motivaciones, incluidas las que escapan al nivel consciente de la propia persona (vv. 13, 14). No sólo los ve, sino que los observa atentamente desde lo alto. No es extraño, pues Él modeló el corazón de cada uno; por eso, conoce a fondo todas sus acciones (v. 15. Comp. 139:1, 14).
(B) Todos los poderes de las criaturas dependen de Él, y sin Él no sirven para nada (vv. 16, 17). Toda la fuerza del más numeroso y mejor equipado ejército, de nada sirve sin la ayuda de Dios: ni salva la multitud de soldados (v. 16a), ni el vigor y la bravura de los más valientes (v. 16b), ni el vigor y la rapidez de movimientos de los caballos (v. 17). En la antigüedad, se estimaban tanto los caballos de guerra, que Dios prohibió que los reyes de Israel aumentaran para sí caballos (Dt. 17:16), no fuese que se sintiesen tentados a confiar en ellos y menospreciaran la ayuda que debían esperar de Dios. David inutilizó en cierta ocasión los caballos del enemigo (2 S. 8:4), pero aquí todos los caballos del mundo son declarados inútiles (v. 17) para salvar sin la ayuda de Dios.
2. Hemos de dar a Dios también la gloria por sus gracias especiales (v. 12): «Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová». Señal de gran prudencia es haber escogido por Dios a Jehová, y tener la dicha de haber sido escogidos por Dios para ser el pueblo de su heredad, al que protege, cultiva y mejora, como hace un hombre con la heredad que le ha caído en suerte o ha recibido de sus mayores (v. Dt. 32:9). Dios mira a todos los hombres con ojos de observación (vv. 14, 15), pero a quienes le temen los mira con ojos de favor y complacencia. Mientras que aquellos que ponen su confianza en armas y ejércitos, en carros y caballos, perecen decepcionados en sus ilusiones, el pueblo de Dios, bajo la protección de su Padre Celestial, está a salvo, pues Él los librará de bajar al sepulcro, aun cuando parezca que no hay más que un paso entre ellos y la muerte (1 S. 20:3). Y si no los libra de la muerte corporal los librará de la muerte espiritual y eterna, de modo que siempre vivirán para alabarle, tanto en esta vida como en la otra. Les sostendrá la vida en tiempo de hambre (v. 19). Cuando fracasen los medios naturales, Dios hallará un medio u otro para socorrerles. Hemos de observar los caminos de su providencia y acomodarnos a ellos (v. 20): «Nuestra alma espera en Jehová», en su misericordia (v. 22), «porque en su santo nombre hemos confiado» (v. 21b), y en ese nombre, en Dios, se alegrará nuestro corazón (v. 21a). Nuestra esperanza en Dios no ha de sustituir, sino reanimar y alentar, nuestra oración; por eso concluye el salmo con una breve, pero fervorosa e inteligente plegaria (v. 22): «Sea tu misericordia, oh Jehová, sobre nosotros, según esperamos en ti». Como si dijese: «Haz que tengamos siempre el consuelo y el beneficio de tu misericordia, no conforme a nuestros méritos, sino conforme a la esperanza que tenemos en ti, según las promesas que nos has hecho en tu Palabra y según la fe que has obrado en nosotros mediante tu Espíritu y tu gracia».
Este salmo fue redactado con ocasión de una circunstancia que se menciona en el título. Aquí David,
I. Alaba a Dios por la experiencia que él y otros habían tenido de su bondad (vv. 1–6). II. Anima a todas las personas piadosas a confiar en Dios (vv. 7–10). III. Nos da un buen consejo a todos los lectores: que tomemos conciencia de nuestros deberes para con Dios y para con los hombres (vv. 11–14). IV. Para dar mayor fuerza a este consejo, pone delante de nosotros el bien y el mal, la bendición y la maldición (vv. 15–22). Como el Salmo 25, también éste es un salmo alfabético, esto es, acróstico, aunque en ambos falta la letra vau, y el último versículo comienza por la letra pe.
Versículos 1–10
Este es uno de los ocho salmos (7, 34, 52, 54, 56, 57, 59 y 142) en cuyo título se alude a la persecución que David sufrió por parte de Saúl. En esta ocasión, David huyó de Judá y fue a refugiarse en Gat, donde se puso al servicio del rey Aquís, llamado aquí Abimélec por ser el título común de los reyes de aquel país, lo mismo que Agag de los amalecitas, y Faraón de los egipcios (v. 1 S. 21:11–16). En el mismo título se nos dice que David cambió su juicio (lit. su conducta), esto es, se fingió loco, por lo que Aquís lo echó, y él se fue.
1. David comienza el salmo prorrumpiendo en alabanzas a Dios (vv. 1, 2): «Bendeciré a Jehová en todo tiempo, en cualquier ocasión, próspera o adversa; su alabanza estará de continuo en mi boca». Esa alabanza le sale del corazón, gloriándose de la relación que le une a Dios, de su interés en Él y de lo que espera de Él: «En Jehová se gloriará mi alma».
2. Convoca a otros a que se unan a él en las alabanzas a Dios, por la experiencia que él tiene de la bondad de Jehová (v. 2b): «Lo oirán los humildes (lit.; hebr. anawim) y se alegrarán». No podemos hacer a Dios más grande de lo que es, pero si le adoramos como al infinitamente grande, Él se agrada en tener en cuenta el engrandecimiento que le tributamos; y esto lo hemos de hacer también comunitariamente, porque las alabanzas de Dios suenan mejor en concierto (nótese en Mt. 18:19 el verbo griego symphonésosin, se ponen de acuerdo—lit. unen sus voces ¡sinfonía!—). «Engrandeced a Jehová conmigo, etc.».—dice David—(v. 3).
(A) David había experimentado que Jehová es un Dios que escucha las oraciones (v. 4): «Busqué a Jehová en mi apuro, demandé su favor, le pedí auxilio, y Él me escuchó, respondió inmediatamente a mi oración y me libró de todos mis temores, tanto de la muerte que temía como del miedo que tenía a la muerte». Lo primero lo hace mediante la operación de su providencia; lo segundo, mediante la operación de su gracia en nuestro interior.
(B) Además de él, muchos otros habían buscado a Dios («mirado hacia Él») y fueron alumbrados (v. 5), es decir, quedaron radiantes, con el rostro sereno, en lugar del sonrojo que sube a la cara cuando uno se avergüenza (v. 5b). Para animar a otros, David se refiere a sí mismo en el versículo 6: «Este pobre clamó y le escuchó Jehová, etc.». (comp. v. 4). Los que temen a Jehová están defendidos por «el ángel de Jehová que acampa (comp. con Jn. 1:14) alrededor de ellos» (v. 6). Ésta fue la experiencia de Jacob (Gn. 32:2, 3), la del pueblo de Israel para llevarles hasta el país de Canaán (Éx. 23:20 y ss.), la de todos cuantos ponen en Jehová su esperanza (Sal. 91:9–13).
(C) David invita a todos a paladear las dulzuras de la bondad de Dios (vv. 8, 9: «Gustad y ved cuán bueno es Jehová, etc.».—comp. con 1 P. 2:3). Y, para animarnos a buscar a Dios y adorarle reverentemente, nos asegura que, mientras los potentados, los ricos (según traduce la Septuaginta; el hebreo dice: «los leones jóvenes») llegan a empobrecerse y a pasar hambre, los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien (v. 10); nada les faltará (v. 9b, comp. con 23:1). Dios les dará gracia suficiente para cada ocasión (84:11; 2 Co. 12:9). Ésta era la experiencia del Apóstol después de haberlo dejado todo para seguir a Cristo (Fil. 4:11, 18).
Versículos 11–12
En la segunda parte del salmo, David toma el papel de maestro, pues «hijos» (v. 11), en este contexto, equivale a «discípulos» (comp. Pr. 4:1 y en general, en todos los lugares de los caps. 1 al 7); más aún, cuando en esta época David no tenía aún hijos propios. Va a enseñarles, ante todo, «el temor de Jehová», lo cual es un gran acierto, pues por ahí comienza y en ello se basa, la sabiduría (hebr. jokhmá) y también el conocimiento (hebr. dáat. v. Job 28:28; Sal. 111:10; Pr. 1:7; 9:10).
1. Supone David que todos desean tener larga vida y disfrutar de dicha y prosperidad en ella (v. 12), y les dice cuál es el camino para obtener la felicidad (vv. 13, 14): (A) Es menester guardar la lengua, cosa difícil, pero necesaria (v. la insistencia de Santiago en esta materia—Stg. 1:26; 3:2–12; 4:11, 12; y con razón, pues dice el refrán que «más mató la lengua que la espada»—). (B) Es menester apartarse del mal (v. 14, comp. con 37:27; Job 1:1, 8; 28:28, etc.), de las obras malas y de los malhechores. (C) Pero no basta con apartarse del mal, sino que hay que obrar además el bien (v. Stg. 4:17), ya que el designio de nuestra vida es positivo; si hay que apartarse del mal no es para estar ociosos, sino para servir a Dios y a nuestros hermanos; en ese servicio amoroso consiste la verdadera libertad (Gá. 5:13). (D) Es menester también buscar la paz, corriendo tras ella, en lo que se echa de ver el esfuerzo que, con frecuencia, se necesita para mantener la paz y evitar guerras, disputas, disensiones (comp. con Ro. 12:18; 14:19; He. 12:14).
2. David pone delante de todos el bien y el mal, la bendición y la maldición (vv. 15–22. Comp. Dt. 30:15 y ss.; Is. 3:10, 11).
(A) «Decid al justo que le irá bien» (Is. 3:10). Los justos gozan del favor especial de Dios: «Los ojos de Jehová están sobre los justos» (v. 15), para guiarles y protegerles, como los padres que no pierden de vista a sus hijos pequeños a fin de preservarles de todo mal, y cuyos oídos están atentos al clamor de ellos (v. 15b), a cualquier grito de dolor ante un peligro inminente o por haber sufrido algún accidente (vv. 17, 18). Dios guarda a los suyos, de forma que no se les quiebre ningún hueso (v. 20). Quien tiene quebrantado el corazón («contrito» equivale a «triturado»), no tendrá huesos quebrantados, sino que hasta los que hayan sido quebrantados se regocijarán (v. 51:8, 17). Sí, muchas son las aflicciones (lit. los males) de los justos (v. 19). El Salmo 132:1 menciona los desvelos (lit. las aflicciones) de David (nota del traductor: el contexto expresa claramente que se trata del interés que David tenía en edificar el Templo). Pero Dios ha prometido librar a los justos de todas sus angustias (vv. 17, 19) y los salvará (v. 18), de forma que, aunque permita que se hallen en aprieto, no sufrirá que se arruinen, sino que los rescatará (v. 22) de su aflicción.
(B) «¡Ay del impío! Mal le irá, etc.». (Is. 3:11), por muy dichoso que se tenga él en su prosperidad material, porque está la ira de Jehová contra los que hacen el mal (v. 16); «Matará al malo la maldad» (v. 21). Su condenación no se hará de esperar, lo mismo si mueren en un lecho de dolor que si mueren en un lecho de honor. El mal (o maldad) que mata al malo es, en este versículo, el mismo vocablo hebreo que en el versículo 19 se usa para expresar las aflicciones de los justos; pero hay un abismo entre el significado que tiene en el versículo 19 y el que tiene en el versículo 21; allí es una desdicha física, que no afecta a la bondad del que la padece—más aún, sirve para aquilatarla—, mientras que en el versículo 21 connota una maldad moral, que arruina al que la comete.
En este salmo, David apela al justo Juez de cielos y tierra contra los enemigos que le odiaban y perseguían. Parece ser que lo escribió a raíz de la persecución que sufría de parte de Saúl (v. 1 S. 24:15).
I. Se queja a Dios de las injurias y ataques con que le acometieron sus enemigos (vv. 1–3). II. Da testimonio de su inocencia y de que nunca les provocó en modo alguno (vv. 7, 19), sino que, por el contrario, se portó con ellos como si fueran amigos (vv. 12–14). III. Ora a Dios que le proteja y le libre (vv. 17, 22–27). IV Profetiza la destrucción de sus perseguidores (vv. 4–6, 8).V. Se promete a sí mismo ver días mejores (vv. 9, 10) y promete a Dios alabarle agradecido (vv. 18, 28).
Versículos 1–10
1. David presenta a Dios su caso, y pone de relieve la maldad y el furor incansable de sus perseguidores, quienes buscaban afanosamente su vida (v. 4) como quienes van persiguiendo una alimaña nociva para acabar con ella de una vez. No se conformaban con menos que con darle muerte.
2. Apela a Dios e interpone el testimonio de su inocencia y de la justicia de su causa. Si le hubiese perjudicado un súbdito, habría podido apelar al rey, como apeló San Pablo al César; pero, al ser el rey mismo quien le perseguía, tenía que apelar al Juez y Soberano de cielos y tierra (v. 1): «Pleitea, oh Jehová, con los que contra mí contienden, etc.».
3. En su oración ruega a Dios que pelee a favor de él contra sus perseguidores, de forma que éstos queden inhabilitados para hacerle daño y no puedan seguir adelante con sus malvados planes. Si Dios es amigo nuestro, no importa cuántos y cuán poderosos sean nuestros enemigos.
4. Predice y contempla la destrucción de sus enemigos, no con ánimo de venganza, sino porque lo tienen merecido. Serán como el tamo que se lleva el viento (v. 5. Comp. 1:4); su camino será tenebroso y resbaladizo (v. 6). Aun cuando se entienda todo esto en forma de imprecación, el Dr. Ryrie hace notar que «la imprecación no va contra el propio Saúl (pues David le había perdonado la vida), sino contra los que fomentaban la insana envidia de Saúl hacia David.
5. La perspectiva de su liberación, de la que no dudaba después de haber encomendado a Dios su causa (vv. 9, 10). (A) Esperaba tener ese consuelo: «Entonces mi alma se alegrará en Jehová, etc.». Más que en su liberación y comodidad, se iba a alegrar en Dios y en su favor. (B) Promete darle a Dios la gloria por ese favor (v. 10): «Todos mis huesos dirán: Jehová, ¿quién como tú, etc.?»
Versículos 11–16
De dos graves pecados acusa aquí David a sus enemigos: de perjurio e ingratitud.
1. De perjurio (v. 11). Cuando Saúl quería prender a David bajo pretexto de traición, a fin de acabar con él, se levantaron testigos malvados (lit. violentos, más bien que «mentirosos»), dispuestos a declarar, de todos modos, en falso: «de lo que no sé (esto es, de lo que ni siquiera le había pasado por las mientes) me preguntan, esto es, me culpan». Esto se cumplió igualmente en Cristo, de quien David era tipo, como puede verse en Mateo 26:60.
2. De ingratitud. Llamemos «ingrato» a un hombre, y ya no le podemos llamar cosa peor. De esta clase eran los enemigos de David (v. 12): «Me devuelven mal por bien». Merecía ser bien tratado, no sólo por el pueblo en general, sino especialmente por aquellos que con mayor furia le odiaban. Aunque no se le menciona por su nombre, se adivina aquí a Saúl, quien reconoce haber obrado así (1 S. 24:18). Véase:
(A) Con qué ternura y afecto cordial se había portado con esos enemigos durante las aflicciones de ellos (vv. 13, 14). David había orado por ellos. A la oración había añadido el ayuno y el lamento, vestido de saco, como quien hace duelo por un amigo, por un hermano, y aun por su madre (lit. luto de madre, lo que ha hecho que algunos lo entiendan, según Arconada, «sin tanta razón», por la madre que llora al hijo, o viceversa). La última parte del v. 13—nota del traductor—que literalmente dice: «Y mi oración se volvía a mi seno» (RV 1960), no se ha de entender como una oración que Dios «devuelve» sin responderla, sino en el sentido de que «se volvía y revolvía en su pecho», es decir, la andaba repitiendo continuamente, como aclaran la mayoría de las versiones (v. Ia RV 1977).
(B) Con qué vileza, insolencia y brutalidad se portaban con David sus enemigos (vv. 15, 16): «Pero ellos se alegraron en mi adversidad (lit. en mi tambalearme, lo que denota un peligro de caer que no se declara) … crujieron contra mí sus dientes (aquí, en señal de satisfacción)». David les servía de entretenimiento en su aflicción y hasta de refrán en boca de ebrios. Tal fue el caso del Señor con los soldados del pretorio y ante Herodes, y tal ha sido muchas veces el caso de las mejores personas. Los apóstoles fueron hechos espectáculo al mundo (1 Co. 4:9).
Versículos 17–28
1. David describe la gran injusticia, la malicia y la insolencia de sus perseguidores, y alega esto ante Dios como un motivo por el que esperaba que le protegiese de ellos. Le aborrecían sin causa (v. 19) precisamente por lo que deberían haberle amado y honrado. No le hablaban paz (v. 20), es decir, no le guardaban la más elemental cortesía, sino que le trataban mal. Como los hermanos de José (Gn. 37:4), no podían hablarle pacíficamente; más aún, precisamente contra los mansos, la gente más tranquila de la tierra, tramaban engaños, trampas en que hacerles caer. Guiñaban el ojo (v. 19) y ensanchaban contra él su boca (v. 21), signos de burla y desprecio, al tiempo que decían: «Ja, ja (hebr. heaj, heaj), nuestros ojos lo han visto», acusándole falsamente de algún crimen. Contrasta con el comienzo del versículo 22: «Tú lo has visto …». Apela a Dios contra ellos, al Dios a quien pertenece la venganza (Dt. 32:35; Ro. 12:19; He. 10:30), el cual todo lo ve, y le urge a que salga en su defensa para hacerle justicia (v. 23). Además de a la justicia, apela al poder y a la soberanía de Dios: «Dios mío y Señor mío» (hebr. Elohay vadonay), así como a Jehová el Dios del pacto (hebr. Jehová Elohay): «Jehová Dios mío» (v. 24).
2. Ora fervientemente a Dios para que se manifieste a favor de él y de sus amigos, actuando y no como un espectador (v. 17): «Señor ¿hasta cuándo verás ésto? Rescata mi alma de sus destrucciones, mi preciada vida (lit. mi única) de los leones». «Al tener una sola vida—viene a decir—necesito mayor protección y sería tanto mayor mi vergüenza si la echase a perder». David desea que su inocencia quede manifestada a todos, a fin de que sus enemigos queden cubiertos de vergüenza y confusión (v. 26), al ver que eran falsas las acusaciones que hacían contra él. No obstante las malas artes que se ponían en juego para denigrar a David y hacerle odioso a los ojos del pueblo, había también quienes estaban a favor de su justa causa (v. 27), y por ellos pide a Dios a fin de que puedan cantar, alegrarse y alabar a Jehová por la protección que prestaba a su siervo y la complacencia que tenía en él.
3. El favor que esperaba obtener por medio de la oración prometía disfrutarlo por medio de la alabanza (vv. 18, 28), y darle gracias en medio de la gran asamblea del pueblo (v. 18) y entonarle sus alabanzas «todo el día» (v. 28), lo cual «supone—dice Arconada—la costumbre religiosa en todo oriental de orar públicamente a Dios determinadas horas del día».
I. La pecaminosidad del pecado y los daños que causa (vv. 1–4). II. La bondad de Dios y su inclinación a favorecer: 1. A todas sus criaturas en general (vv. 5, 6); 2. De manera especial, a su pueblo (vv. 7–9). III. Con esto, se anima el salmista a orar por todos los santos (v. 10), por sí mismo en particular (v. 11) y para conseguir la victoria sobre sus enemigos (v. 12). Si, al cantar este salmo, se enfervoriza nuestro corazón en el amor a Dios y el odio al pecado, lo cantaremos con gracia y entendimiento.
Versículos 1–4
En el título del salmo, David es llamado «el siervo de Jehová», esto es, alguien llamado, y comprometido, a obedecer en todo a Dios, en contraste con los impíos, que se rebelan contra la santa voluntad de Dios. En estos versículos, David expone la raíz y los frutos de la impiedad.
1. Aquí tenemos la raíz de amargura, de la que brota toda maldad de los impíos (v. 1): «La transgresión dice (como un «oráculo», según el hebreo) al impío dentro de su corazón (hebr. libó, mejor que libí = mi corazón): No hay por qué tener miedo (hebr. pajad) a Dios delante de sus ojos» (Ésta es la única traducción, con algún sentido, de este difícil versículo—nota del traductor. Comp. con 14:1; 53:1—
). Toda maldad dimana de cierto «ateísmo práctico», según la táctica del avestruz. El impío se lisonjea (v. 2) con el pensamiento de que su iniquidad no será hallada. Esto le lleva a una tremenda inversión en la forma de ver las situaciones y las cosas: Al pecar, piensa que actúa sabiamente y a su favor, sin acertar a ver (pues, en el fondo, no quiere) el mal y el peligro de sus malvadas obras; llama «mal» al bien y «bien» al mal (v. Is. 5:20); llama «libertad» a su libertinaje; «astucia», a sus fraudes; «justicia», a la persecución que emprende contra los buenos. Pero día llegará en que su iniquidad será hallada (contra lo que él piensa—v. 2—).
2. Tenemos también aquí las ramas malditas que brotan de esa raíz de amargura. El pecador desafía a Dios (v. 3): «Las palabras de su boca son iniquidad y fraude, decidido como está a obrar el mal, aun cuando intente cubrirlo bajo capa de pretextos aparentemente plausibles. Se han extinguido las chispas de virtud, se han derrumbado sus mal cimentadas convicciones y los buenos comienzos han quedado en nada: «Ha renunciado a ser cuerdo y hacer el bien. Maquina maldad sobre su cama» (vv. 3, 4). Quienes cesan de hacer el bien, pronto comienzan a practicar el mal. Y al obrar ellos mismos el mal, no les desagrada en modo alguno el verlo en otros: «No aborrece el mal» (v. 4b), sino que, por el contrario, se agrada en él y se queda satisfecho cuando ve a otros tan malos como él.
Versículos 5–12
Después de mirar en derredor suyo con la pena que causa el ver la maldad de los impíos, David mira ahora hacia arriba con el gozo y el consuelo que produce el ver la bondad de Dios.
I. Sus meditaciones sobre la gracia de Dios.
1. Las transcendentes perfecciones de la naturaleza divina (v. 5): «Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes». Por malo que sea el mundo, nunca pensemos mal de Dios ni de su providencia, sino aprovechemos la oportunidad de admirar la paciencia de Dios en soportar a cuantos le provocan tan desvergonzadamente con sus maldades; más aún, en hacerles el bien, puesto que «hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos» (Mt. 5:45). Su amor misericordioso es siempre fiel, y su fidelidad es siempre amorosa, como lo manifiesta el repetido binomio «jesed veemet» = misericordia y verdad, o «jesed veemunah» = misericordia y fidelidad, como es el caso aquí, y que corresponden al binomio «gracia y verdad» de Juan 1:14, etc. La misericordia de Dios llega tan alto que no le alcanzan los cambios atmosféricos (y aun lo de «nubes» podría traducirse como «firmamento» o «cielo empíreo»). La justicia de Dios (v. 6) es como los montes de Dios (expresión superlativa) y sus juicios, esto es, los castigos que impone su justicia vindicativa, son como el gran abismo (el mismo vocablo hebreo de Gn. 1:2), fijos e inescrutables, sobre los cuales no puede extenderse la corta plomada de nuestra débil inteligencia.
2. El cuidado y la beneficencia universales de la providencia de Dios (v. 6b): «Oh Jehová, a hombres y animales socorres». No solamente les proteges de todo mal, sino que les proporcionas cuanto es menester para el sostenimiento de su vida.
3. El especial favor que Dios dispensa a su pueblo: (A) Su carácter (v. 7): Son aquellos a quienes de tal manera atrae la misericordia preciosa de Dios, que acuden presurosos a ampararse bajo la sombra de sus alas (comp. con Rut 2:12). (B) Su privilegio (v. 8): «Serán completamente saciados de la abundancia (lit. grasa) de tu casa». Sus necesidades quedan satisfechas; sus deseos, cumplidos; sus capacidades, llenadas. En el Dios Todosuficiente tendrán siempre bastante: todo cuanto pueda desear o recibir un alma iluminada y ensanchada. Un alma santa aun cuando siempre desee más de Dios, nunca desea más que a Dios «Todo lo he recibido y tengo abundancia», dice Pablo (Fil. 4:18). Su gozo será perfecto y constante (v. 8b): «Y tú los abrevarás del torrente de tus delicias». Los llama «tus delicias», no sólo porque vienen de Él como de su fuente, sino también porque terminan en Él como en su centro o meta. De esas delicias hay un torrente de aguas vivas, siempre lleno, siempre fluyente, porque lleva dentro de sí mismo el manantial (comp. con Jn. 7:37–39). Los placeres de los sentidos son como agua fétida de estanque putrefacto, los de la fe son como agua pura clara como el cristal (comp. con Jer. 2:13; Ap. 22:1). Y continúa (v. 9): «Porque de ti brota el manantial de la vida, en tu luz vemos la luz». Al tener a Dios se tiene el manantial del agua de vida, y al tener al que es luz (1 Jn. 1:5), se tiene la santidad: los ojos santos, puros, ven a Dios (Mt. 5:8) y en Él ven todo lo que es luz. Esa luz divina que brilla en la Escritura (119:105) y especialmente en el rostro de Cristo (2 Co. 4:6), contiene toda gracia y toda verdad.
II. Sus plegarias, intercesiones y expresiones de triunfo, basadas en estas meditaciones.
1. David intercede por todos los santos (v. 10). (A) Las personas por las que ora son las que conocen a Dios, esto es, las que, por la constante experiencia de su comunión con Dios, son rectas de corazón, sinceras en su profesión de fe y fieles tanto a Dios como a los hombres. (B) La bendición que para esas personas pide es que se prolongue sobre ellas la misericordia (los favores generosos) de Dios, así como la justicia de Dios, que no es otra cosa aquí que su fidelidad pactada.
2. Pide para sí mismo ser preservado en su integridad y en su prosperidad (v. 11): «Que el pie del orgullo (esto es, del orgulloso) no me alcance, ni la mano de los impíos me empuje». Nótese el matiz de los verbos «alcanzar» como quien viene pisándole los talones a uno, y «empujar» como el que quiere apartar a uno del camino recto en que se mueve, o del camino cómodo en que se halla tranquilo. El peligro que aquí se avizora es el de la muerte, como lo prueba la unión con el versículo 12. Dice Arconada: «La súplica del salmista tiende a pedir la propia conservación de la vida contra los posibles conatos de quitársela por parte de los perversos, que aún no han sido derribados allá (hebr. sham), con todo lo que ello implica».
Este salmo es acróstico, es decir, alfabético, pues cada dos líneas sucesivas se comienza por una letra del alfabeto hebreo excepto en los versículos 7, 20 y 34, en que se agrupan tres líneas bajo una sola letra, y en otras tres ocasiones en que son cinco las líneas que se agrupan bajo una sola letra (vv. 14, 15; 25, 26; 39, 40). En este salmo de exhortación sapiencial David, I. Nos prohíbe impacientarnos ante la prosperidad de los malvados (vv. 1, 7, 8). II. Nos aporta muy buenas razones para ello: 1. El carácter escandaloso de los malvados (vv. 12, 14, 21, 32), a pesar de su prosperidad; y el carácter honorable de los justos (vv. 21, 26, 30, 31). 2. La inminente ruina de los malvados (vv. 2, 9, 10, 20, 35, 36, 38) y la salvación y preservación con que los justos están protegidos de todos los malvados planes de los impíos (vv. 13, 15, 17, 28, 33, 39, 40). 3. La especial misericordia que Dios tiene reservada para todos los buenos y el favor que les dispensa (vv. 11, 16, 18, 19, 22–25, 28, 29, 37). III. Prescribe muy buenos remedios contra el pecado de envidiar la prosperidad de los impíos y anima grandemente a hacer uso de dichos remedios (vv. 3–6, 27, 34).
Versículos 1–6
1. Se nos precave aquí contra el descontento ante la prosperidad y los éxitos de los malhechores (v. 1): «No te impacientes … ni tengas envidia …». Podemos imaginarnos que David se había predicado a sí mismo esta exhortación. No hay sermón que tenga tantas posibilidades de llevar fruto como el que nos hemos predicado antes a nosotros mismos. Cuando miramos en derredor nuestro, vemos el mundo lleno de malhechores y obradores de iniquidad que prosperan y tienen éxito en sus negocios. Esto nos tienta a impacientarnos y tener envidia, como si Dios hiciese la vista gorda al permitir que tales hombres prosperen florecientes. Estamos tentados a tener envidia de la forma en que se enriquecen, aun cuando lo hagan por medios ilícitos, y de los placeres de que disfrutan; hasta llegamos a desear el sacudirnos el freno de la conciencia para disfrutar también nosotros de los mismos placeres que ellos. Pero si miramos hacia delante con los ojos de la fe, no hallaremos motivo para envidiar la prosperidad de los malvados, pues su ruina está ya a las puertas (v. 2). Florecen, sí, pero como la hierba, de la cual nadie tiene envidia, pues pronto se marchitarán. La prosperidad material es algo que se desvanece rápidamente, como la vida terrenal a la cual está confinada.
2. Se nos aconseja luego vivir una vida de confianza en Dios; esto nos preservará de impacientarnos ante la prosperidad de los malhechores. Si buscamos el bien de nuestra alma, hallaremos pocos motivos para envidiar a quienes tanto mal procuran a su alma. Tenemos aquí tres excelentes preceptos y tres preciosas promesas:
(A) Hemos de poner en Dios nuestra esperanza en cuanto al camino del deber; así hallaremos en este mundo consuelos y ventajas que el pecado no puede dar (v. 3). Se nos pide confiar en Jehová y hacer el bien. No podemos confiar en Dios si estamos inclinados a vivir como nos plazca. Se nos promete que tendremos en este mundo todo lo necesario para subsistir (v. 3b): «Habita tu tierra y pace en la fidelidad» (lit., es decir aliméntate de las promesas fieles de Dios—v. Is. 14:30—). Dios no niega el pan al que practica la justicia (v. 25; Mt. 6:33). Hay quienes leen: «Serás alimentado por fe», del mismo modo que leemos: «El justo por fe vivirá» (Nota del traductor: el vocablo hebreo emunah significa, en efecto, tanto fe como fidelidad).
(B) Hemos de hacer de Dios el deleite de nuestro corazón, y así tendremos lo que nuestro corazón desea (v. 4). Se nos mandaba (v. 3) hacer el bien, y a este mandamiento sigue el de poner nuestra delicia en Jehová, lo cual es un privilegio tanto como un deber. Y este delicioso deber lleva aneja una promesa:
«Y Él te concederá los deseos (lit.) de tu corazón». No nos promete satisfacer los apetitos del cuerpo, sino concedernos los deseos del corazón, todo aquello a lo que aspira lo más íntimo de nuestro ser. ¿Cuáles son los deseos de una buena persona? Conocer y amar a Dios, vivir para Él, agradarle y agradarse en Él.
(C) Hemos de hacer de Dios nuestro guía y someternos en todo a sus direcciones e instrucciones; entonces, todos nuestros asuntos, aun los que nos parecen más intrincados y difíciles, tendrán buen resultado (vv. 5, 6). El deber es muy sencillo; y si lo cumplimos bien, nos facilitará y hará cómoda la existencia misma: «Encomienda a Jehová (lit. haz rodar hasta Jehová) tu camino (esto es, todas tus empresas, todos tus asuntos)» (comp. 55:22; Pr. 16:3). Así como extendió Ezequías ante Dios las cartas de Senaquerib (2 R. 19:14; 2 Cr. 32:17), así hemos de extender ante Dios nuestros problemas, asuntos y deseos, seguros de que los dejamos en buenas manos y satisfechos plenamente de lo que resulte, pues todo lo que Dios hace está bien hecho. Pero hemos de seguir la Providencia sin forzarla, y suscribir lo que dice la Sabiduría Infinita sin prescribirle lo que ha de hacer. La promesa es deliciosa: «Él actuará» (lit. hará, obrará). Todo lo que le hayas encomendado, Él lo hará prosperar, si no para tu gusto, ciertamente para tu bien. Él hallará medios de sacarte de tus apuros, de desvanecer tus temores y de cumplir tus deseos. «Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía» (v. 6), es decir, hará que se manifieste que eres persona honesta y que tus asuntos marchen bien, por muy oscuro que haya sido el cariz que hayan tomado tus negocios. Si nos esmeramos en guardar una buena conciencia, bien podemos dejar a Dios el cuidado de preservarnos un buen nombre.
Versículos 7–20
I. Aquí se inculcan y remachan los anteriores preceptos. 1. Estemos tranquilos y seamos pacientes, si creemos en Dios (v. 7): «Guarda silencio ante Jehová y espera en Él»; esto es, quédate tranquilo con todo lo que Dios haga, y ten la seguridad de que todo cooperará para tu bien (Ro. 8:28), aunque no sepas cómo ni cuándo. «Guarda silencio», no un silencio de resentimiento, sino de sumisión. 2. No descompongamos nuestras emociones ante el espectáculo de la prosperidad en medio de la maldad: «No te alteres con motivo del que prospera en su camino (v. 7) … Deja la ira, depón el enojo (v. 8)», al ver que prospera el que hace maldades, que no te estimule ello a imitar su maldad: «No te excites (lit. no te inflames) en manera alguna a hacer lo malo»; es decir, no les envidies en su prosperidad, no sea que te sientas tentado a seguir el mismo camino que ellos para enriquecerte, o a recurrir a medios violentos para deshacerte de su preponderancia.
II. Se repiten y recalcan las anteriores razones.
1. Los justos no tienen motivo para envidiar la prosperidad material de los malvados (v. 9): «Porque los malhechores serán destruidos» por algún azote repentino de la justicia divina en medio de su prosperidad. La condición de los justos, incluso en esta vida, es, en todo y por todo, mejor y más deseable que la de los malvados (v. 16). En verdad, lo poco del justo vale más que las muchas riquezas del impío (comp. Pr. 15:16, 17; 16:8; 28:6), porque viene de mejor mano, de la mano de un amor especial, no meramente de la mano de una providencia ordinaria. «Los que esperan en Jehová heredarán la tierra» (v. 9; comp. v. 11 y Mt. 5:5), esto es, disfrutarán de las bendiciones incluidas en el pacto. Comenta Arconada: «Este principio, aplicable al orden personal, familiar, social, nacional e internacional, pudiera ser aquí una vislumbre de la futura época mesiánica (Mt. 5, 4)». También «se recrearán con abundancia de paz» (v. 11b), de esa paz que el mundo no puede dar (Jn. 14:27). «Conoce Jehová los días de los íntegros» (v. 18), esto es, cuida especialmente de ellos por medio de su providencia, aun en los momentos más amargos y difíciles, que por eso se cuentan aquí por «días» (comp. Gn. 47:9; Job 14:1), pero tampoco quedará sin recompensa la obra de un solo día.
2. Los justos no tienen motivo para impacientarse ante los posibles éxitos que los malvados obtengan en sus planes contra los justos, ya que: (A) Sus maquinaciones se volverán contra ellos, pues terminarán en el fracaso y en el ridículo (vv. 12, 13). Son orgullosos e insolentes, pero Dios los contempla con desprecio, pues ve que sus intentos van a quedar fallidos. Los hombres tienen ahora su día, pero el día de Dios es el que dará el juicio decisivo. (B) Sus intentos acabarán en su propia destrucción (vv. 14, 15): «Su espada entrará en su mismo corazón». Todo lo que ellos han preparado para derribar al pobre y para matar al justo (v. 14), se volverá contra ellos. (C) Los que no sean repentinamente quitados de en medio, quedarán inhabilitados para hacer el mal, pues les serán inutilizados los instrumentos de su maldad: «Su arco será quebrado» (v. 15b); más aún, «sus brazos serán quebrados» (v. 17), de forma que no podrán seguir adelante con sus perversas maquinaciones.
Versículos 21–33
I. Qué se requiere de nosotros como camino para nuestra felicidad. Si queremos obtener las bendiciones de Dios:
1. Hemos de tomar conciencia de nuestro deber de dar a cada uno lo suyo, porque «el impío toma prestado y no devuelve» (v. 21). Esto es lo primero que Dios demanda de nosotros: hacer justicia (v. Mi. 6:8), y demos a cada uno lo que le pertenece.
2. Hemos de estar prestos a amar misericordia; a todas las obras de caridad, compasión, beneficencia, etc. (v. 21b), pues así como es una prueba de la bondad de Dios el poner el bien en nuestras manos, así es una prueba de nuestra bondad poner nuestro corazón donde está el bien de nuestras manos, a fin de dar y prestar a otros.
3. Hemos de apartarnos del pecado y empeñarnos en la práctica de una piedad seria y sincera (v. 27):
«Apártate del mal y haz el bien» (com. 34:14; Is. 1:16, 17).
4. Debemos abundar en buena conversación y usar nuestra lengua para glorificar a Dios y edificar al prójimo. Es parte del carácter del justo el que su boca derrama sabiduría (v. 30), pues de la abundancia de un buen corazón hablará la boca lo que es bueno y útil para edificar a otros.
5. Hemos de tener nuestra voluntad enteramente sometida a la voluntad y a la palabra de Dios (v. 31):
«La ley de su Dios está en su corazón». En vano pretenderíamos que Dios es nuestro Dios, si su ley no está dentro de nuestro corazón para hacer de ella la norma de nuestra conducta.
II. Qué se nos promete, bajo estas condiciones, como ejemplos de nuestra dicha.
1. Que tendremos la bendición de Dios, y que esta bendición será la fuente dulce y segura de todos nuestros consuelos y gozos temporales (v. 22): «Los que Dios bendice heredarán la tierra» (v. lo dicho en la sección anterior).
2. Que Dios dirigirá y dispondrá todos los asuntos de ellos en la forma que más convenga para la gloria de Dios (v. 23): «Por Jehová son afianzados los pasos del hombre (hebr. guéber, esforzado, guerrero, etc. Aquí, el que se esfuerza en cumplir con los requisitos del pacto), y Él (Jehová) aprueba su camino». Señal de esta aprobación es el éxito que Dios le concede y la protección con que le rodea, pues le guía paso a paso y así le conserva en continua dependencia de la dirección divina.
3. Que Dios le preservará de quedar tendido en el suelo si cae en pecado o sufre algún grave apuro (v. 24): «Cuando cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano». Una persona piadosa podrá caer en pecado, pero la gracia de Dios le hará recobrarse mediante el arrepentimiento, a fin de que no quede postrado en el pecado. Podrá, por algún tiempo, perder el gozo de la salvación, pero le será luego restaurado, pues Dios le extenderá su mano y le levantará por medio de su Santo Espíritu. Aunque la hoja se marchite, la raíz quedará salva y sana; ya llegará la primavera después del invierno.
4. Que no nos faltará lo necesario para la vida (v. 25): «Joven fui y ya he envejecido, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando el pan». A pesar de las muchas vicisitudes por las que puede pasar un hombre ya envejecido, David declara su personal experiencia, fruto de la observación (no sólo como hombre, sino aún más como rey interesado por el bien de sus súbditos), de no haber visto a ninguna persona piadosa y, por tanto, honesta y trabajadora, que se viese reducida a la extrema necesidad.
5. Que Dios no nos abandonará, sino que nos protegerá amorosamente en nuestras dificultades y estrecheces (v. 28): «Porque Jehová ama la rectitud y no desampara a sus santos. Para siempre serán guardados». Dios se deleita en hacer justicia y en los que hacen justicia.
6. Que dispondremos de las suficientes comodidades en este mundo, y mucho más cuando salgamos de él: Tendremos para siempre una morada (hebr. shikhón—morarás—, vocablo de la misma raíz que shekinah), ya en este mundo (v. 27), sin ser cortado (lit.), como la descendencia de los impíos (v. 28b). Por tercera vez se repite que «los justos heredarán la tierra» (el país pactado). No obstante, en este mundo no tenemos ciudad permanente (He. 13:14); morada perpetua nos está reservada en el Cielo (Jn. 14:2, 3).
7. Que no llegaremos a ser presa de nuestros adversarios que buscan nuestra ruina (vv. 32, 33).
Versículos 34–40
El salmista concluye aquí su sermón, y nos dice:
1. Que el deber en que aquí insiste es el mismo que ha declarado anteriormente (v. 34): «Espera en Jehová y guarda su camino». Si nos esmeramos en guardar el camino de Dios, bien podemos poner gozosamente nuestra confianza en Él y encomendarle nuestro camino (v. 5), pues hallaremos en Él un buen Amo, lo mismo para sus criados que trabajan que para los que esperan sus órdenes y sus dones.
2. Las razones con que refuerza esa exhortación son también similares a las anteriores, basadas en la cierta destrucción de los malvados y en la segura salvación de los justos.
(A) Vemos, por fin, la miseria de los malvados, por mucho que hayan prosperado algunos años: «El final de los perversos es cortado» (v. 38b, literalmente), aunque también puede significar la posteridad, conforme al doble sentido del vocablo hebreo ajarit. Si se admite dicha versión literal, tenemos paralelismo con la primera parte del versículo; si se admite la versión de ajarit por «posteridad», hay paralelismo antitético con el versículo anterior, aunque también allí aparece el vocablo ajarit, con lo que tendríamos un contraste entre el final pacífico lleno de tranquilidad y consuelo, de los justos, y el final terrible, repentino, de los malvados. A este final rápido aluden los versículos 35 y 36.
(B) En cambio, vemos la dicha y bendición de los justos; al menos en su fin terrenal. Aun en el caso de que hayan carecido de heredad en este mundo, les está reservada mansión en los cielos: dignidad, honor, verdadera riqueza, en la Nueva Jerusalén, de la que Canaán era tipo. Que todos tomen buena nota de esto (v. 37): «Considera al íntegro y mira al justo. Fíjate en el resultado de su conducta (He. 13:7) y hallarás que su fin es paz». No es el justo el que se ha procurado su salvación; es obra de la iniciativa libre y amorosa—soberana—de Dios: «La salvación de los justos viene de Jehová» (v. 39, comp. con Jon. 2:9 y Ef. 2:8—«y esto no proviene de vosotros, pues es don de Dios»). El versículo 40 dice literalmente: «Les ayudará Jehová y los libertará; los libertará de los perversos y los salvará, porque en Él se han refugiado». El que se refugia bajo las alas del Todosuficiente, no sólo hallará en Él ayuda y libertad, sino también segura salvación.
Este es uno de los salmos llamados penitenciales; está lleno de pesar y lamentación desde el comienzo hasta el final, por lo que su carácter penitencial resalta todavía más que en los salmos 6 y 32. No hay duda de que David tiene aquí ante su vista sus pecados y sus aflicciones, por lo que su redacción es posterior a la época en que ocurrieron los acontecimientos narrados antes de 2 Samuel 13. Se lamenta aquí David, I. Del desagrado de Dios y de su propio pecado que provocó el desagrado de Dios hacia él (vv. 1–5). II. De su debilidad corporal (vv. 6–10). III. De la falta de amabilidad de sus amigos (v. 11). IV. De las injurias que le hicieron sus enemigos; apela a su amistoso comportamiento con ellos, pero confiesa también sus pecados contra Dios (vv. 12–20). V. Finalmente, concluye el salmo con una ferviente oración a Dios, a fin de que se digne otorgarle su presencia y su ayuda (vv. 21, 22).
Versículos 1–11
El título de este salmo es «Para hacer recordar» (el verbo está en la forma causativa activa Hiphil— nota del traductor—). La misma expresión aparece en el título del salmo 70.
1. Pide a Dios que aparte de él su ira (v. 1): «Jehová, no me reprendas en tu furor …». Aun cuando Dios nos reprenda y castigue, es posible que no lo haga con enojo y furor, pues eso es como hiel y ajenjo en medio de la aflicción. Quienes deseen escapar de la ira de Dios, han de orar por ello más que por cualquier otra aflicción que puedan sufrir, y estar contentos con soportar cualquier otra aflicción que les pueda sobrevenir, si ésta procede del amor, no de la ira, de Dios.
2. Se lamenta amargamente de las manifestaciones del desagrado de Dios contra él (v. 2): «Porque tus saetas (comp. Dt. 32:23; Job 6:4; Lm. 3:12, 13; Ez. 5:16) se han clavado en mí, y sobre mí está pesando tu mano». Bajo estas metáforas expresa el salmista la enfermedad que le aflige, como lo aclara, ya sin metáforas, el v. 3: «Nada hay sano en mi carne, etc.». La amargura que le causaba la enfermedad no era lo peor; desfallecía su corazón (v. 8) y gemía quejumbrosamente, al tiempo que olvidaba su bravura de soldado, su dignidad de rey y el gozo del dulce cantor de Israel.
3. Reconoce su pecado como causa de todos sus males y gime bajo el peso de su culpa más que por el peso de cualquier otra aflicción (v. 3): «No hay reposo en mis huesos, a causa de mi pecado». A ello se debe la indignación de Dios (v. 3a), que David reconoce como justificada y bien merecida, pues continúa (v. 4): «Porque mis iniquidades han sobrepasado mi cabeza, como las bravías olas del mar sobre una persona que se está hundiendo; como carga pesada gravitan sobre mí más de lo que puedo soportar». El pecado impide a los hombre elevarse y avanzar. «Hieden y supuran mis llagas», continúa David, como una herida infectada a la que no se ha prestado el necesario cuidado; y eso, «a causa de mi locura» (v. 5). Los pecados son heridas (Is. 1:6); heridas mortales y dolorosas. Aun la más leve herida de éstas si se descuida, puede tener fatales consecuencias cuando falta el arrepentimiento.
4. David gime a causa de sus aflicciones y da salida a sus penas derramando sus quejas en la presencia del Señor: (A) Su mente se hallaba turbada, su conciencia estaba dolorida y no encontraba reposo para su espíritu, pues ¿quién puede soportar un espíritu herido? Se veía encorvado, abatido en gran manera (v. 6), debilitado y molido (v. 8). (B) Estaba enfermo y débil de cuerpo, con una llaga semejante a la de Ezequías, con fiebre e inflamación (v. 7): «Porque mis lomos están ardiendo de fiebre, y nada hay sano en mi carne». La enfermedad puede destemplar el cuerpo más fuerte y vigoroso. David era famoso por su valentía, pero cuando Dios contendió con él por medio de la enfermedad y de la impresión que su ira hizo en la mente de él, su corazón desfallecía y se hizo más débil que el agua. (C) Sus amigos se portaban muy mal con él (v. 11): «Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi llaga y mis allegados (sus parientes) se han alejado», a pesar de que seguramente su enfermedad nada tenía de infecciosa.
5. En medio de sus quejas, se consuela con el pensamiento de que Dios toma nota de sus aflicciones lo mismo que de sus oraciones (v. 9): «Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto». Como si dijese: «Tú conoces las bendiciones por las que suspiro y el peso que me abate».
Versículos 12–22
1. David de queja ahora del poder y de la perversidad de sus enemigos, los cuales, al parecer, no sólo aprovecharon la ocasión de su debilidad corporal y mental para insultarle, sino que vieron en ello la oportunidad para hacerle daño. Muchas cosas tiene que decir contra ellos, y las presenta como razón por la que Dios habría de manifestarse a favor el él, como decía en otro lugar: «Mira mis enemigos» (24:19). Aquí dice de ellos: «Tienden lazos … hablan iniquidades … maquinan engaños» (v. 12). En estas tareas se muestran «activos y poderosos y … aborrecen mi causa (v. 19), se aprovechan de cualquier desliz mío (vv. 16, 17), lo aumentan y divulgan con toda insolencia, y se alegran de mis fallos. No sólo son injustos, sino también ingratos, pues yo no les he hecho ningún mal; me pagan mal por bien (v. 20. Comp. con 109:4, 5); me son contrarios por seguir yo lo bueno». Le odiaban precisamente por la amabilidad que les dispensaba y por la devoción y obediencia a su Dios; le odiaban a él porque odiaban a Dios y a cuantos son imitadores de Dios.
2. Se consuela con la reflexión sobre su apacible y piadosa conducta bajo todas las injurias e indignidades que le eran hechas. Si tenemos celo por el bien, ¿quién es el que nos podrá hacer daño? (1 P. 3:13). Esto es lo que hizo David aquí: Se mantuvo tranquilo y no se descompuso por ninguna de las injurias que le fueron hechas y dichas (vv. 13, 14), en lo cual fue tipo de Cristo, quien fue como una oveja que delante de sus trasquiladores está muda (Is. 53:7), quien cuando le maldecían, no respondía con maldición (1 P. 2:23). David se mantenía en comunión con su Dios por medio de la fe y de la oración. Sus amigos, que deberían haber estado a su lado y a favor de la causa, se apartaban de él (v. 11); pero Dios es un amigo que nunca nos abandonará si ponemos nuestra esperanza en Él: «Tú responderás, Jehová Dios mío» (v. 15).
3. David se siente a punto de resbalar, zozobrar y caer (vv. 16, 17), no sólo bajo el peso de su enfermedad, sino también ante el mal trato que recibe de sus enemigos. Son acentos parecidos a los de Asaf en el Salmo 73:2 y ss. Aun las personas buenas, si persisten en considerar la aflicción en que se hallan, se ven tentados a resbalar, cuando se habrían mantenido firmes en su posición si hubiesen tenido fija su atención en Dios. Aun cuando delante de los hombres podía justificarse, delante de Dios David se ve obligado a condenarse a sí mismo (v. 18): «Por tanto, confieso mi maldad, y me contrista mi pecado». Esto le ayudaba grandemente a permanecer en silencio bajo las reprensiones de la Providencia y los reproches de los hombres.
Concluye con una ferviente oración a Dios, a fin de que le otorgue su presencia y su favor (vv. 21, 22): «No me desampares, oh Jehová. Aun cuando mis amigos se alejen de mí y aunque merezco ser desamparado por ti, Dios mío, no te alejes de mí, conforme al temor de mi incrédulo corazón, sino apresúrate a ayudarme, oh Señor, salvación mía».
Parece ser que David se hallaba en gran aprieto cuando compuso este salmo, pues le resulta difícil seguir el consejo que ha dado a otros (Salmo 37) de guardar silencio ante el Señor y esperar en Él sin impacientarse. I. Declara la lucha que sentía en su pecho entre la gracia y la corrupción, entre la pasión y la paciencia (vv. 1–3). II. Medita sobre la fragilidad de la vida humana y ruega a Dios que le instruya acerca de ello (vv. 4–6). III. Pide a Dios que le perdone sus pecados, retire de él sus aflicciones y le alargue la vida hasta que esté debidamente preparado para morir (vv. 7–13).
Versículos 1–6
David dirige este salmo a Yedutún (hebr. Iduthún), uno de los directores de coro que él había nombrado para el servicio del santuario (1 Cr. 16:41; 25:1–3). Reflexiona aquí sobre los sentimientos de su corazón en medio de las aflicciones que sufre.
1. Recuerda el pacto que había hecho con Dios. Siempre que nos sentimos tentados a pecar, hemos de recordar los solemnes votos que hemos hecho de no cometer algún pecado particular en el que nos vemos prestos a caer.
(A) Trae a la memoria la resolución que había hecho de ser cauto y circunspecto en su conducta (v. 1): «Velaré sobre mis pasos». Después de decidir velar sobre nuestros pasos, debemos recordar a menudo tal resolución.
(B) Trae también a la memoria la especial resolución que había hecho de abstenerse de pecar con la lengua. No resulta fácil a veces impedir que se introduzca en nuestra mente un mal pensamiento, pero en el caso de que tal cosa suceda, hemos de frenar la lengua, como David, a fin de que no salga al exterior el mal pensamiento: «Pondré a mi boca un freno», dice él. La vigilancia en el hábito es el freno en la cabeza; la vigilancia en el acto es la mano en el freno. Es como la mordaza que se le pone a un perro feroz y sin domesticar. Con una rápida decisión se impide que una palabra corrompida salga de la boca, y así se le pone freno o mordaza. Cuando David se hallaba en compañía de los impíos (v. 1b), se cuidaba de decir cosa alguna que sirviese para que ellos se endurecieran o blasfemaran.
2. Conforme a este propósito, estaba dispuesto a pasar prontamente a poner por obra su resolución (v. 2): «Enmudecí, guardé silencio y me callé» (la frase siguiente—nota del traductor—es traducida en versiones antiguas, también en la RV 1960: «aun respecto de lo bueno», lo cual como afirma M. Henry que sigue dicha lectura, indicaría una debilidad de David, al no ser capaz de hablar ni lo bueno, pero el gran Diccionario de Brown-Driver-Briggs lo traduce como «a causa de lo bueno», es decir, a causa de la felicidad de los impíos, como dicen el texto y el margen en la RV 1977).
3. Cuanto menos hablaba, más pensaba y se enardecía de dolor e ira (vv. 2, 3). Había puesto mordaza a su lengua, pero no pudo ponerla a su corazón. Nótese que quienes se hallan con el ánimo impaciente y airado no deben avivar el fuego mediante una meditación prolongada, porque, mientras permiten que sus pensamientos se fijen en las causas de sus calamidades, el fuego del descontento recibe más combustible y arde con mayor furia. Por consiguiente, si queremos impedir las explosiones de una pasión sin freno, hemos de impedir primero la continuación de unos pensamientos pertinaces.
4. Cuando, por fin, se decidió a hablar (v. 3b), lo hizo con buen objeto (más bien que con enfado, como opinan algunos).
(A) Pide a Dios que le haga ver la brevedad de la vida (v. 4): «Hazme saber, Jehová, mi fin …». No pide a Dios que le haga saber cuándo va a morir, sino que le haga percatarse de la fragilidad y brevedad de la vida, como se ve por el contexto. Este pensamiento es siempre útil. Para el impío, el fin de la vida es el fin de todos su placeres; para el piadoso, es el fin de todos su dolores. Cuando consideramos la muerte como algo muy distante, estamos tentados a prorrogar la necesaria preparación para este último momento en este mundo; pero, si consideramos cuán corta es la vida terrenal, nos veremos espoleados a obrar el bien, no sólo con todas nuestras fuerzas, sino también con toda premura posible.
(B) Medita a continuación sobre esa brevedad de la vida con el ruego implícito de que Dios le alivie la carga de sus pecados y de sus aflicciones (v. 5): «He aquí, diste a mis días la largura de un palmo». Observa Arconada: «El palmo hebreo no era como el nuestro (distancia que va entre meñique y pulgar de la mano extendida, unos veinte centímetros), sino la distancia entre los cuatro dedos (excluido el pulgar) de la mano cerrada y plana (unos siete centímetros); por lo tanto, la imagen significa un tiempo mucho más corto de lo que podríamos imaginar». No necesitamos, pues, grandes conocimientos de matemáticas para medir nuestra vida, ya que su fin está en la punta de cuatro dedos de la mano. Nuestro tiempo es corto; así lo ha hecho Dios y así lo sabe él: «El tiempo de mi vida es como nada delante de ti» (v. 5b). No es extraño que este versículo finalice con una pausa (hebr. selah), pues bien merece la pena pararse a reflexionar sobre una verdad tan tremenda. Como prueba de la vanidad de la vida del hombre sobre la tierra, David menciona (v. 6) tres cosas:
(a) La vanidad de nuestros goces y de nuestros honores, pues incluso cuando más majestuoso pueda aparecer a la vista de los hombres, no es más que como una sombra que pasa, un vano alarde.
(b) La vanidad de nuestras penas y de nuestros temores, pues «en vano se afana» (lit. en vano obran tumultuosamente), es decir, actúa apresurada y estrepitosamente, tanto por afán de conseguir lo que desea como por escapar de lo que teme, y son frecuentemente sus temores fruto únicamente de su fantasía y, por ello, pura vanidad.
(C) La vanidad de sus preocupaciones y fatigas: «Amontona riquezas y no sabe quién las recogerá».
¡Cuán gráfica y persuasivamente lo expresó el Señor en la parábola del rico necio! (Lc. 12:16–21). Las riquezas son como el estiércol que se emplea para abonar los campos: si se amontona, huele que apesta; pero si se distribuye, sirve para fertilizar la tierra.
Versículos 7–13
En estos versículos, el salmista vuelve los ojos y el corazón hacia el Cielo. Cuando uno se percata de que no puede hallarse satisfacción sólida en las criaturas, está preparado para hallarla en la comunión con Dios; y a Él deberían conducirnos los desengaños que sufrimos en este mundo. Vemos aquí:
1. Su dependencia de Dios (v. 7). No espera conseguir la felicidad en las cosas de este mundo y, por eso, le dice a Dios: «Y ahora, Señor, ¿qué puedo yo esperar? Nada de las cosas de los sentidos ni del tiempo; no tengo nada que desear, nada que esperar, de las cosas de la tierra. Mi esperanza está en ti». No podemos echar cuentas de tener siempre buena salud, prósperos negocios, muchos y buenos amigos, etc., pues todo eso es tan incierto y caduco como nuestra existencia en este mundo.
2. Su sumisión a Dios y su gozosa aquiescencia a la voluntad de Dios (v. 9): «Tú lo hiciste». Como si dijera: «Esto no ocurrió por casualidad, sino por designio tuyo». En todos los acontecimientos, hemos de decir: «Este es el dedo de Dios», cualesquiera sean los instrumentos de que se valga.
3. Su deseo de Dios y la plegaria que le dirige:
(A) Para que le perdone su pecado y le preserve de la confusión (v. 8). Antes de pedir: «Retira de mí tus golpes» (v. 10), dice: «Líbrame de todas mis transgresiones» (v. 8); perdonándole la culpa, puede esperar que le libre del castigo que se merece por su pecado. Y añade: «No me pongas por escarnio del insensato» (v. 8b). Los malvados son insensatos (aquí aparece, una vez más, el vocablo hebreo nabal, como en 14:1; 53:1).
Lo peor es que piensan que son listos cuando hacen escarnio de los buenos, lo cual es precisamente su mayor locura.
(B) Para que retire de él su aflicción, pues se halla muy deprimido a causa de ella (v. 10): «Retira de mí tus golpes; estoy consumido bajo la dureza de tu mano». Su enfermedad le había debilitado hasta tal punto que su ánimo estaba decaído, su fuerza se hallaba exhausta, y su cuerpo se había vuelto macilento. Nuestras malas obras nos atraen la aflicción, por lo que somos castigados con nuestra propia vara. Es el yugo de nuestras rebeliones, aunque haya sido atado por su mano (Lm. 1:4). No obstante, los golpes de la disciplina de Dios son para nuestro bien (v. 11): «Castigando sus pecados, corriges al hombre» (comp. He. 12:6–11). La belleza del hombre: todo lo que él más aprecia; ya sea la vida, la comodidad, los placeres, las riquezas, las fuerzas y la misma hermosura del cuerpo, todo ello queda consumido por la mano de Dios, que hace la labor de la polilla (comp. Os. 5:12).
(C) Ruega a Dios que escuche su oración y le de un poco de respiro ante la brevedad de la vida. Ahora se ve como forastero y huésped (v. 12, comp. con 1 P. 2:11), lo mismo que sus antepasados, y reconoce así que se halla de paso en este mundo y que va de viaje a otro mundo mejor, no piensa que estará en su propia casa hasta que llegue al hogar celestial. Pero antes necesita recobrarse un poco (v. 13):
«Déjame y tomaré fuerzas, antes que me vaya y perezca». Como si dijera: «Haz que me recupere de esta enfermedad, que recobre la energía de mi cuerpo y de mi mente, para que, con el ánimo calmado, pueda prepararme mejor para el momento en que tenga que marcharme de este mundo».
Parece ser que David redactó este salmo con ocasión de su liberación por el poder y la bondad de Dios, de alguna gran aflicción bajo la cual estaba en peligro de quedar aplastado; es probable que se hallase en un estado de turbación mental, acuciado por la conciencia de pecado y del desagrado de Dios contra él a causa de dicho pecado. En este salmo, I. David hace mención del favor que le ha dispensado Dios al librarle de su grave aprieto, y le tributa alabanzas con gratitud (vv. 1–5). II. De aquí toma ocasión para hablar proféticamente de la obra de la redención por medio de Cristo (vv. 6–10). III. Esto le anima a rogar a Dios favor y gracia para sí y para sus amigos (vv. 11–17).
Versículos 1–5
1. Vemos el grave apuro en que se había encontrado el salmista.
2. Vemos también el refugio que buscó en Dios y su confianza firme en que le había de sacar de aquel aprieto (v. 1): «Pacientemente esperé» (lit. Esperando esperé—hebraísmo de énfasis—). No esperaba alivio de ninguna otra parte, sino de Dios; la misma mano que desgarra curará; la misma que hiere vendará (Os. 6:1); de no ser así, no habría remedio. David esperó pacientemente, lo cual insinúa que el alivio no vino pronto; sin embargo, él no dudaba de que había de venir y, por eso, decidió continuar creyendo y esperando, y orando, hasta que llegase. Esto podría también aplicarse a Cristo, quien, tanto en Getsemaní como en la cruz, continuó orando en su agonía al que le podía librar de la muerte, fue oído y librado de su temor (He. 5:7, conforme al sentido, ya que no según la letra, del original).
3. Su consoladora experiencia de la bondad de Dios hacia él en su aflicción, la cual queda aquí mencionada para alabar y honrar a Dios, y para animar y estimular a otros: «Se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor». Quienes, en su piedad, han sido presa de la melancolía y han hallado alivio a ella por la gracia de Dios, pueden aplicarse a sí mismos estos sentimientos de David, pues han sido extraídos también de un horrible pozo (v. 2). El favor de Dios es completo cuando los pies quedan firmemente asentados sobre una roca, y se ven alzados con tan estupenda elevación tanto como antes se habían visto hundidos en las voraces fauces de un pozo hondísimo. «Puso luego en mi boca—prosigue David—un cántico nuevo de alabanza a nuestro Dios» (v. 3. Lit.). Como si dijera: «Me dio nuevos motivos para regocijarme y como un nuevo corazón para expresar mi regocijo con un cántico que fuese como un nuevo himno de alabanza a Él».
4. La experiencia de David había de animar a muchos a esperar en Dios; a ese fin, dice a continuación: «Verán esto muchos, y temerán y confiarán en Jehová» (v. 3b). Hay un temor santo y reverente de Dios que no sólo es compatible con la confianza en Él, sino que es el sólido fundamento de dicha confianza. No le temerán para huir de Él, sino para echarse en sus brazos, cuando se hallen en los más graves aprietos, sin dudar de que le encontrarán tan presto a ayudarles a ellos como le encontró David en su terrible aflicción. El salmista invita a otros a poner en Dios su esperanza como él lo hizo, y declara dichosos a quienes así actúen (v. 4): «Dichoso el varón (lit. guerrero, valiente) que puso en Jehová su confianza y no se volvió a los soberbios» (lit.), es decir (con la mayor probabilidad), no se va con altivos y rebeldes, que se apartan de Dios para ir en pos de la mentira, esto es, de los ídolos. David se siente embargado de emoción y gratitud al recordar las múltiples maravillas que Dios ha obrado a favor de él (v. 5); tantas que—dice—«no es posible enumerártelas» (traducción más probable que la de «No hay nadie comparable a ti»). Esas maravillas que Dios hace a nuestro favor son el producto de los benignos designios para con nosotros en la mente de Dios: la infinita sabiduría de Dios al servicio de su infinito amor (Jer. 31:3; 1 Co. 2:7), «pensamientos de paz y no de desgracia» (Jer. 29:11). Cómo se unen los anillos de esa áurea cadena es, por ahora, un gran misterio para nosotros, pero llegará un día feliz en que se rasgue el velo y podamos contemplar la beatífica realidad. Al presente, hemos de contentarnos con añadir un largo etcétera a la enumeración agradecida de los favores que de Dios hemos recibido y adorar después las cuatro dimensiones de su amor en Cristo (Ef. 3:18, 19), sin esperanza alguna de hallarles el límite.
Versículos 6–10
Después de extasiarse ante las maravillas que obra Dios a favor de los suyos, es llevado extrañamente a predecir aquella maravilla de maravillas que es la obra de nuestra redención por medio de nuestro Señor Jesucristo. Estos versículos son citados, a tal efecto, en la Epístola a los Hebreos 10:5 y ss., como puestos en boca del Salvador.
1. Vemos primero la absoluta insuficiencia de los sacrificios legales para hacer expiación por el pecado a fin de obtener nuestra paz con Dios: «Sacrificio y ofrenda no deseaste» (lit.), es decir, no quisiste que el Redentor los ofreciese. Algo tenía que ofrecer, pero no eso (He. 8:3). Incluso cuando la ley acerca de los sacrificios estaba en toda su vigencia, puede decirse que Dios no los requería ni los aceptaba por lo que eran en sí mismos, puesto que no tenían fuerza alguna para quitar los pecados (He. 10:4) ni, por tanto, para satisfacer a la justicia de Dios. La vida de una oveja o de un buey, que tiene mucho menos valor que la vida de un hombre (Mt. 12:12), no podía en modo alguno equivaler al precio requerido para nuestra redención (v. 1. P. 1:18–20). Ni podía quitar el miedo al pecado al pacificar la conciencia, ni remover el poder del pecado al santificar la naturaleza. Todo su valor consistía en su referencia al sacrificio de Jesucristo, del que eran figura y sombra, símbolos en que poner a prueba la fe y la obediencia del pueblo de Dios. Pero había de llegar la sustancia, la realidad, que es Cristo, capaz de dar a Dios la gloria, y a los hombres la gracia, que aquellos sacrificios no podían por sí mismos dar.
2. La designación del Señor Jesús para la obra y el oficio de Mediador: «Me horadaste los oídos» (lit.), expresión que alude, por una parte, a Éxodo 21:6, donde le son horadados los oídos al siervo que se queda libremente con su amo (comp. con Fil. 2:7, 8) y, por otra, a Isaías 50:4, 5, donde el oír conecta con el obedecer, si tenemos en cuenta que, en hebreo, se usa el mismo vocablo para ambos verbos. Es bien sabido—nota del traductor—que el autor de Hebreos tomó de los LXX la cita correspondiente, con lo que Hebreos 10:5 dice literalmente: «Mas me preparaste (un) cuerpo». El sentido no varía, ya que, si el oído es el instrumento para recibir el mandato de Dios, el cuerpo es el medio exterior con que cumplirlo (v. 2 Co. 5:10 «por medio del cuerpo». Lit.). Un rabino converso me hizo notar que el cuerpo del feto tiene la forma de una oreja.
3. Su consentimiento voluntario a la obra que se le encomendó (v. 7): «Entonces dije: Yo voy» (lit.). Como si dijese: «Puesto que no deseas sacrificio, ni ofrenda, ni holocausto, ni expiación (v. 6), aquí me tienes a mí, decidido a entrar en liza con los poderes de las tinieblas y mirar por el interés de tu gloria y de tu reino, antes que dejar sin hacer la obra de la redención. Aquí me tienes dispuesto a ser enviado al mundo cuando se cumpla la plenitud de los tiempos (v. Mr. 1:15). Para todos los santos del Antiguo Testamento seré «el que viene» (Mt. 11:3; Lc. 7:19, 20; He. 10:37. Lit.)».
4. El motivo por el que vino a dar cumplimiento a esta obra: «En el rollo (alude a la forma en que se escribían los documentos) del libro (es decir, de la Escritura Sagrada) está escrito de mí». ¿Qué es lo que estaba escrito de Él?—nota del traductor—(A) El texto masorético actual hace aquí un corte; por lo que nuestras versiones le hacen seguir, por ello, de punto y coma. Se referiría entonces a lo anterior, con lo que se insinúa más claramente el sentido mesiánico (el cual aparece, ya de manifiesto, en He. 10:5–7). (B) Otras versiones modernas hacen desaparecer dicho corte, y unen la frase con lo que sigue, y traducen así:
«Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad» (Biblia de Jerusalén. De modo parecido, la versión de Arconada en La Sagrada Escritura de la B.A.C., la Nueva Biblia Española y la de Las Buenas Nuevas). (C) La New International Version propone una tercera lectura, como alternativa a la que aparece en nuestras versiones RV: «He venido con el rollo escrito para mí. El hacer tu voluntad, etc.». Si se adopta la segunda lectura, el sentido mesiánico sólo se sabría con el texto de Hebreos 10:5–7 a la vista.
5. El gozo con que tomó a pechos esta empresa. Habiéndose ofrecido voluntariamente a ella, no le volvió después la espalda, ni se desanimó por lo arduo de la obra, sino que la llevó a cabo gozoso y satisfecho: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón». Esta frase no está citada literalmente en Hebreos 10:7, pero el gozo con que Cristo cumplió la voluntad del Padre en la obra de la redención queda registrado en Isaías 53:11; Hebreos 12:2 «por el gozo puesto delante de Él …».
6. La proclamación del Evangelio en medio de todo el pueblo: «… en la gran congregación … a la gran asamblea» (vv. 9, 10). El mismo que, como sacerdote, llevó a cabo por nosotros la obra de la redención, la proclamó, como profeta; primero, por sí mismo; después, por medio de sus apóstoles; ahora, y por los siglos, mediante su Palabra y su Espíritu (He. 2:3, 4). Lo que proclama es la justicia de Dios (vv. 9, 10), así como su fidelidad y salvación (explanación de justicia), y repite de forma inversa, en el estilo siguiente, bajo los sinónimos misericordia y verdad, el tan conocido binomio. Véase cómo repite:
«He proclamado … no refrené mis labios … No encubrí … He publicado … No oculté …». (comp. con Hch. 20:20, 21, 27).
Versículos 11–17
Después de haber meditado sobre la obra de la redención y hablado de ella en la persona del Mesías, el salmista habla ahora en su propio nombre.
1. Esto puede animarnos a suplicar el favor de Dios y a ponernos bajo la protección de su gracia (v. 11): «Jehová, Tú que no escatimaste a tu propio Hijo (Ro. 8:32), no retengas, no escatimes tu compasión (lit.) hacia mí, porque ¿no nos darás también con Él todas las cosas? Tu misericordia y tu verdad me guarden (es decir, me preserven) siempre».
2. También nos puede animar, con respecto a nuestros pecados, el que Jesucristo, mediante la obra de la cruz, nos haya descargado de ellos (2 Co. 5:19), cosa que ni sacrificios ni ofrendas podían hacer. El salmista ve en sus pecados males, los peores males, y en mayor número que los cabellos de su cabeza (v. 12). La vista de sus pecados le oprimía de tal forma que le debilitaba los ojos y el corazón: «no puedo levantar la vista … y mi corazón me falla», dice literalmente. Con qué acentos tan apasionados clama (v. 13): «Dígnate, oh Jehová, librarme». En casos de esta naturaleza, cuando se juega el destino de un alma inmortal, toda tardanza es peligrosa; por eso, añade: «Jehová, apresúrate a socorrerme».
3. Asimismo puede animarnos a confiar en la victoria sobre nuestros enemigos espirituales, quienes buscan la destrucción de nuestra alma (v. 14)—aun cuando el salmista se refiere al peligro de su vida—. Si Cristo ha triunfado sobre ellos, seremos por medio de Él más que vencedores. Con esta fe, podemos orar, como David, con humilde osadía: «Sean avergonzados y confundidos a una … Vuelvan las espaldas y avergüéncense … (v. 14) Queden consternados en pago de su afrenta» (v. 15). Cuando un hijo de Dios es llevado hasta el borde mismo del pozo, Satanás grita: ¡Ja, ja!», y piensa que ya ha ganado la partida, pero queda consternado cuando ve un tizón arrebatado del incendio (Zac. 3:2).
4. El salmista anima también a todos los que buscan a Dios a que se unan al gozo del que él disfruta y a las alabanzas que tributa a Jehová (v. 16).
5. Finalmente, cuantos se hallan afligidos y necesitados a pesar de ser hijos de Dios, como David, pueden confiar en la ayuda y liberación que Dios presta sin falta a los suyos (v. 17): «Aunque yo estoy afligido y necesitado, Jehová pensará en mí». De una Mente Eterna que, por ello está eternamente pensando en cada uno de nosotros, bien se puede esperar confiadamente la ayuda y la liberación que necesitemos.
La misericordia y la verdad de Dios han sido siempre el consuelo y el sostén de los santos cuando éstos han experimentado la enemistad traicionera de los hombres. David encontró muy crueles a sus enemigos pero halló en Jehová un Dios lleno de gracia y compasión hacia él. I. Aquí se consuela y anima en su comunión con Dios en medio de su enfermedad, recibe por fe y echa mano de las promesas de Dios (vv. 1–3) y eleva su corazón en oración (v. 4). II. Presenta la animosidad de sus enemigos contra él (vv. 5–9). III. Deja su causa en las manos de Dios (vv. 10–12), y el salmo concluye así con una doxología (v. 13). ¿Está alguien afligido de alguna enfermedad? Cante el comienzo de este salmo. ¿Está alguien perseguido por algún enemigo? Cante la última parte.
Versículos 1–4
El salmo es de David y va dirigido al principal director de música. Vemos en él:
I. Las promesas de Dios de socorrer y animar a los que tienen piedad de los pobres; más exactamente, de los débiles en cuanto a la salud.
1. David menciona a estas personas, y aplica el caso, ya sea (A) A sus amigos que se portaban compasivamente con él. Las provocaciones de sus enemigos y el estado mismo de su salud hacían que sus verdaderos amigos le mostrasen tanto más el afecto que le tenían. (B) También, aun cuando con menor probabilidad, podría aplicarse al propio David, quien había tenido siempre consideración con los pobres y había procurado que fuesen aliviados; y, por tanto, estaba seguro de que Dios, conforme a su promesa, había de fortalecerle y consolarle en su enfermedad.
2. En sentido más general, podríamos hacer una aplicación a nosotros mismos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt. 5:7). La misericordia, compasión o piedad que de nosotros se espera es que tengamos consideración de los pobres o afligidos, ya sea en su cuerpo, en su mente o en su hacienda. Hemos de percatarnos de su aflicción e investigar su situación, simpatizar con ellos y juzgarlos con caridad. Tales personas obtendrán bendición ya en la tierra, pues esta rama de la piedad tiene promesa de vida incluso durante el paso por este mundo y suele ser recompensada con bendiciones temporales. A los que así se diferencian de los que tienen duro el corazón, Dios los distinguirá de los que lo pasan duramente. Jehová lo guardará y le dará vida (v. 2); es decir, le preservará del mal y le reavivará cuando haya caído en alguna enfermedad. La buena voluntad de un Dios que nos ama es suficiente para tenernos a salvo de la mala voluntad de todos los que nos odian, sean hombres o demonios; esa buena voluntad nos la podemos prometer si hemos tenido consideración de los débiles y hemos procurado aliviarles. El versículo 3 explicita lo que significa el vocablo hebreo dal:Jehová; lo sustentará sobre el lecho del dolor; le sostendrá el ánimo y le aliviará la enfermedad. Y añade, dirigiéndose a Dios: Tornarás su postración (lit. estar acostado) en mejoría; una expresión muy significativa, que alude al cuidado de los que alimentan a los enfermos y velan por ellos, incluso hasta hacer que el lecho les resulte menos incómodo. El lecho de postración será así lecho de mejoría. Dios no ha prometido que estarán exentos de enfermedades, ni que la enfermedad se detendrá ante las puertas de la muerte; pero sí ha prometido que les dará gracia para soportar con paciencia la aflicción y esperar con gozo el resultado. El alma podrá así estar tranquila, por medio de la gracia, mientras el cuerpo yace dolorido.
II. La oración de David, instruido y animado por estas promesas (v. 4): Yo dije: Jehová … Sana mi alma; es decir, mi persona. Pero es cierto que el pecado es la enfermedad del alma; esa enfermedad se cura con el perdón mediante la gracia vivificadora y renovadora. Habríamos de desear esta curación espiritual con mayor interés que la curación del cuerpo.
Versículos 5–13
David se queja frecuentemente de la conducta insolente de sus enemigos hacia él, precisamente cuando está enfermo: Mis enemigos hablan mal contra mí. En efecto,
1. Sus enemigos le deseaban la muerte, pues decían unos con otros: ¿Cuándo se morirá, y perecerá su nombre? No sólo le desean la muerte, sino también que perezca su nombre, es decir, que se extinga toda su familia. Un agravio más que le hacen es la hipocresía con que le tratan (v. 6): Y si vienen a verme, hablan mentira. Le decían que le deseaban que se mejorase, pero en su interior le deseaban la muerte. Nos quejamos, y justamente, de que no hallamos sinceridad en nuestros días y de que escasamente hallamos un amigo en quien confiar; pero parece ser que los días antiguos no eran mejores que los actuales. Entre los comentarios malignos que sus enemigos hacen está el de que la enfermedad que padece es como un castigo de Dios, pues el hebreo para lo de «enfermedad incurable» (v. 9) es «cosa de Belial»; como si dijese: Ha debido de cometer uno de los odiosos crímenes y Dios se lo hace pagar. Los que en voz alta hablaban mentira delante de él (v. 6), después se reunían afuera para murmurar (propiamente, susurrar) en voz baja contra él (v. 7). Los murmuradores y detractores se hallan, en la lista que hace Pablo (Ro. 1:29–30), entre los peores criminales. Pero había, entre sus enemigos, uno muy especial en quien había depositado toda su confianza (v. 9). Parece ser que el salmista alude aquí a Ajitófel, que había sido el principal consejero de David y algo así como su ministro de Estado, el cual comía a la mesa del rey y muy cerca de él. No obstante, este traidor alzó contra él su pie (v. 9), es decir, le puso la zancadilla, pues dio al rebelde Absalón un consejo sagaz y atinadísimo que, por la providencia de Dios, fue trastornado. Nuestro Salvador, el Hijo de David, se apropió a sí mismo este versículo (Jn. 13:18, 26), ya que Ajitófel era tipo de Judas, como David lo era de Cristo. Pero, ¿qué diremos de nosotros mismos, cuando pecamos contra nuestro Dios y Padre, mientras comemos diariamente de su pan?
2. Cómo soportó David esta insolente y mala voluntad de sus enemigos contra él. No les dijo nada, sino que se volvió hacia Dios en oración (v. 10): Mas Tú, Jehová, ten piedad de mí, ya que ellos no la tienen; hazme levantar, para que así se frustren las esperanzas de ellos. Ellos le deseaban la muerte, pero él espera que Dios le haga levantar del lecho de postración. Lo de «y les daré su merecido» es interpretado por algunos como «devolver bien por mal», según la costumbre de David (v. 7:4; 35:13), pero es más probable que, en este caso, se refiera a castigarles como se merecían, pues se oponían a que David fuese rey, yendo así contra el designio de Dios mismo. El versículo 12 significa que Dios le sustentaba por su integridad (a pesar de sus pecados, David era un pecador arrepentido), pero también es verdad que toda integridad humana es obra de Dios, pues por su gracia somos los que somos (1 Co.15:10). Si Dios nos dejara de su mano, no sólo caeríamos, sino que ya no podríamos levantarnos. Esto tiene aplicación a la persona más santa que haya existido, exista o haya de existir. El salmo concluye con una doxología solemne, o alabanza a Dios, a Jehová, el Dios de Israel (v. 13). Este versículo no forma, en realidad, parte del salmo, sino que fue añadido por el compilador para terminar así el Libro I de los Salmos. De manera similar concluyen los demás Libros de los Salmos. Así se nos enseña a hacer de la alabanza a Dios el Omega del que es el Alfa, el fin del que es el principio de toda obra buena.
Si el libro de los Salmos es como algunos lo han descrito, un espejo de piadosos y devotos afectos, este salmo merece, de manera especial, tal definición. Deseos ardientes; santas esperanzas; temores reverentes; gozos y pesares, se hallan aquí en contraste y hasta en conflicto, pero el sentimiento que sale vencedor es la confianza plena en Dios. Podemos decir igualmente que el conflicto es entre el sentido y la fe, al poner el sentido la objeción, y la fe la respuesta. I. Comienza la fe con santos deseos hacia Dios y la comunión con Él (vv. 1–2). II. Se queja el sentido de la oscuridad y nublado de la presente condición, agravada por el recuerdo de anteriores gozos (vv. 3–4). III. Acalla la fe esta queja con la seguridad de un buen resultado final (v. 5). IV. Renueva el sentido sus quejas del estado presente de oscuridad y melancolía (vv. 6–7). V. La fe sostiene el corazón, sin embargo, con la esperanza de que alboreará la luz del día (v. 9). VI. El sentido repite sus lamentos (vv. 9–10), pero, VII. La fe tiene la última palabra (v.11) , para silenciar las quejas del sentido. Del título no podemos concluir quién compuso el salmo, pues aunque nuestras versiones traduzcan «de los hijos de Coré», es más probable que, al ser masquil un término más bien musical, deba traducirse «para los hijos de Coré», que eran los principales cantores del Templo (2 Cr. 20:19).
Versículos 1–5
El santo amor a Dios es la vida y el alma de toda verdadera religiosidad. Aquí tenemos algunas expresiones de dicho amor.
I. Un santo amor sediento, amor con alas, elevándose rápidamente al Cielo en santos deseos hacia el Señor y hacia el recuerdo de su nombre (vv. 1, 2): «Mi alma jadea, tiene sed de Dios, de nada menos que de Dios, pero más y más de Él».
1. Así expresa el autor del salmo su vehemente deseo de Dios, como lo hacía David cuando se veía privado de las oportunidades de acudir a la presencia de Dios en el santuario, allá junto al Jordán. Nótese que, a menudo, Dios nos enseña el valor de sus mercedes mediante la falta de ellas, y estimula el apetito de los medios de gracia al acortar las posibilidades de disfrutar de ellos.
2. ¿Por qué va jadeante y de qué tiene sed? Busca jadeante a Dios, tiene sed de Dios, no del culto de Dios, sino del Dios del culto. Las almas que de veras viven no pueden hallar descanso en ninguna otra cosa, sino sólo en Dios (v. 2b): ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios? Quiere presentarse delante de Dios, como el siervo delante del amo. Ir a la presencia de Dios es el deseo del justo, tanto como el temor del malvado.
3. El grado de este deseo es mucho más alto que el que tenía David del agua del pozo de Belén. Lo compara al jadear de un ciervo; o, más bien, de una cierva, pues el verbo está en forma femenina y, como comenta Arconada, «se ha dicho que la cierva, cuando cría, tiene más sed que el ciervo». La sed de la cierva se aumenta cuando corre presurosa al huir de los cazadores, como parece indicarse en este caso.
II. Un santo amor en lamento por la aparente retirada de Dios (v. 3): «Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche durante esta forzada ausencia del santuario de Dios». Incluso el regio profeta era un plañidero profeta cuando echaba de menos el consuelo de la casa de Dios. No tenía otro apetito que las lágrimas, ya que se le había ido el apetito de todo alimento. Los enemigos le gastaban bromas todos los días, pues le preguntaban (v. 3b): ¿Dónde está tu Dios? Como estaba ausente del santuario, daban por sentado que había perdido a su Dios. Se equivocan los que piensan que, al robarnos nuestras Biblias, privarnos de nuestros ministros e impedirnos reunirnos en asamblea con otros hermanos, nos han privado de nuestro Dios. Sabemos dónde está Dios y dónde podemos hallarlo, aun en el caso de que no sepamos dónde se halla su Arca ni dónde poder hallarla. Dondequiera estemos, hay un camino que lleva derechamente al Cielo. Al no presentarse inmediatamente Dios a librar al autor del salmo, sus enemigos concluían que Dios le había abandonado. Pero también en esto se equivocaban. El hecho de que un creyente haya perdido a todos los demás amigos no significa que haya perdido a su Dios. No obstante, con este concepto tan bajo de Dios y de los suyos no hacían más que añadir aflicción al afligido. A un alma devota, nada le produce mayor pesar que el intento de sacudir la confianza que tiene en Dios. El salmista, en su forzado destierro del santuario, recuerda los días en que iba con la multitud, conduciéndola a la casa de Dios entre voces de alegría y alabanza (v. 4). Todas las circunstancias que antaño añadían gozo a la solemnidad le causaban ahora mayor pena al estar impedido de ir al santuario.
III. Un santo amor con esperanza (v. 5): ¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí? Aunque su gran pesar no eran sin motivo, no por eso estaba bien que se excediera y no guardase los límites debidos hasta el punto de abatir completamente su ánimo. Mediante una figura literaria, entabla diálogo con su propio corazón, y se pregunta, para alivio propio, por la causa de tal desasosiego. Nuestras inquietudes se desvanecerían, en la mayoría de los casos, si escudriñásemos a fondo los motivos que tenemos para estar intranquilos: «¿Por qué estoy abatido? ¿Hay algún motivo verdaderamente inquietante? ¿No tienen otros mayores motivos y, sin embargo, no hacen tantos aspavientos? ¿Acaso no tenemos motivos, en toda ocasión, para estar animados?» Una fe confiada en Dios es un soberano antídoto contra toda depresión de ánimo y desconfianza en la Providencia. Por consiguiente, cuando nos regañamos a nosotros mismos por nuestras depresiones, hemos de animarnos a esperar en Dios, cuando un alma se abraza a sí misma se hunde; en cambio, cuando se ase del poder y de las promesas de Dios, conserva la cabeza encima del agua. Espera en Dios, porque aún he de alabarle (v. 5b); experimentaré tal cambio en mi espíritu, que no me faltará corazón para alabar a Dios.
Versículos 6–11
Las quejas y los consuelos se turnan aquí, como el día y la noche en el curso de la naturaleza.
1. El salmista se queja de la depresión de su espíritu, pero se consuela con el pensamiento de Dios (v. 6). Tenía el alma abatida y va a decírselo a Dios: Dios mío, mi alma está abatida en mí. Había recordado con frecuencia a Dios, y eso le había consolado, por eso, recurre ahora al mismo expediente. Se halla ahora en la tierra del Jordán, etc. Pero adondequiera iba, su devoción a Dios iba con él. Se acordaba de Dios en todos aquellos lugares y a Él levantaba el corazón, para mantener una secreta comunión con Él. Ni la distancia ni el tiempo le hacía olvidar lo que tan íntimamente llevaba en el corazón.
2. Se queja de las señales del desagrado de Dios hacia él, pero se consuela con la esperanza de que Dios le devuelva su favor a su debido tiempo.
(A) Veía que sus aflicciones provenían de la ira de Dios, y eso le desanimaba (v. 7): «Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas». El escenario en el que se movía le sugería poderosamente la magnitud de la tribulación que le aquejaba. El deshielo repentino de las alturas del Hermón producía enormes aludes de nieve que descendían con estrépito de truenos. Todo este despliegue de las fuerzas de la naturaleza le hacía pensar en el alud de la presente tribulación que le abrumaba. Que no se extrañen las almas piadosas cuando son ejercitadas por Dios con diversas pruebas y tribulaciones. Dios sabe muy bien lo que hace, y ellas lo sabrán también después.
(B) Esperaba que su liberación vendría por obra de la misericordia de Dios (v. 8): «Pero de día mandará Jehová su misericordia». Después de la tempestad vendrá la calma, y la perspectiva de ésta le sostenía cuando un abismo llamaba a otro abismo en prolongado eco. Ve el favor de Dios como la fuente de todo el bien por el que suspiraba. No dice el texto que Jehová enviará su misericordia, sino que la mandará, es decir, le dará orden de que acuda en socorro del salmista. Es una orden libre, pero soberana, de Dios. No podemos pretender que la merecemos, sino que se nos otorga por pura gracia de la regia soberanía de Dios. Al ordenar a su misericordia que acuda en ayuda del salmista, Dios ordena también a las olas y a las ondas del versículo 7 que cedan y se apacigüen. Esto lo hará Dios de día, pues la misericordia de Dios hará alborear el día en el alma a cualquier hora. Pero también por la noche estará con él el cántico de Dios, y con Dios la oración del salmista; se cierra así continuamente el circuito espiritual entre Dios y el alma devota. Llama a Jehová «el Dios de mi vida», pues en Él vivimos, y nos movemos y existimos (Hch. 17:25, 28). Así que, ¿a quién acudir en oración, sino a Él?
3. Se queja de la insolencia de sus enemigos, pero se consuela en que Dios es su amigo (vv. 9–11). No prorrumpe en expresiones irreverentes, sino que derrama sus lágrimas en silencio, y por esto no podemos hacerle ningún reproche; es un hombre amante de su país y de su Dios, y se ve forzado al destierro de su patria y del santuario; perseguido como si fuese un enemigo de ambos. Pero de nuevo vuelve el salmista a recordarse a sí mismo que no tiene motivos para seguir abatido (v. 11). Podemos quejarnos a Dios, pero no podemos quejarnos de Dios. Repite el reproche que le hacían sus enemigos para desanimarle y hacerle perder la confianza en Dios (v. 10), pero su consuelo está en que Dios es su roca (v. 9), una roca donde edificar y donde refugiarse. A esta roca podía apelar, seguro de alcanzar audiencia. Por eso repite lo que había dicho en el versículo 5, y concluye con lo mismo (v. 11). Su fe sale vencedora y obliga a sus enemigos a abandonar el campo de batalla. Gana la victoria al repetir lo que había dicho antes, regañándose a sí mismo por su depresión y animándose a confiar totalmente en el nombre de su Dios. De mucho nos servirá pensar una y otra vez nuestros buenos pensamientos y, si no alcanzamos a la primera lo que deseamos, quizá lo conseguiremos a la segunda.
Es muy probable que este salmo se compusiese en la misma ocasión que el anterior y, al no tener título, puede considerarse como un suplemento de él; al reaparecer la enfermedad, el salmista echa mano del mismo remedio que en la vez anterior, porque lo tenía consignado en su diario con un «dio resultado». Cristo mismo, en Getsemaní, oró por segunda y por tercera vez «diciendo las mismas palabras» (Mt. 26:44). En este salmo, el salmista I. Apela a Dios con respecto a las injurias recibidas de sus enemigos (vv. 1, 2). II. Ora a Dios que le devuelva el favor de acudir a las santas solemnidades y promete mejorar su actuación en ellas (vv. 3, 4). III. Hace lo posible por acallar el tumulto de su espíritu con una viva esperanza y confianza en Dios (v. 5).
Versículos 1–5
El salmista apela aquí a Dios, por fe y oración, como a su juez, su fuerza, su guía, su gozo y su esperanza.
1. Como a su juez (v. 1): Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa. Había quienes le odiaban y perseguían. Los llama «gente maligna» (lit. nación sin piedad). También se les llama «hombres engañosos e inicuos», pues, aun cuando en el original aparece en singular, no cabe duda de que tiene un sentido colectivo. En cuanto al desagrado de Dios hacia él, dice: «Júzgame, pues yo sé que saldré absuelto; defiende mi causa, pues es justa; ponte de mi parte y manifiéstate en tu providencia a mi favor.
2. Como a su fuerza todosuficiente: «Tú eres el Dios de mi fortaleza» (más exactamente, de mi protección). El salmista se veía destituido de fuerzas y de amigos, «como enlutado por la opresión del enemigo» (v. 2), pero encuentra en Dios su fortaleza y su protección. Le atenaza, con todo, una terrible duda: Si Dios era su protector, ¿por qué le había desechado? Al no obtener respuesta a su oración anterior, llega a concluir que Dios le había desechado. ¡Tremenda equivocación! Dios no desecha jamás a los que confían en Él, cualesquiera sean las melancólicas aprensiones que puedan sufrir en una situación determinada.
3. Como a su guía fiel (v. 3): «Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte y a tus moradas». Su corazón no está puesto en comodidades, riquezas ni honores humanos, sino en Sion y en el Templo, morada de Dios. El plural es una amplificación que expresa la dignidad del santuario como morada de Jehová. Para obtener esta gracia, pide luz a fin de disipar la oscuridad espiritual en que está sumido, y verdad contra los engaños del enemigo. Quitados los obstáculos, volverá a gozar de los antiguos beneficios. Hemos de orar a Dios que es la luz (1 Jn. 1:5) y al espíritu de la verdad (Jn. 14:17; 15:26; 16:13), quien suple la falta de la presencia corporal de Cristo, para guiarnos a toda verdad y conducirnos por el camino del cielo.
4. Como a su gozo sobreabundante. Si Dios nos guía hasta su santuario, si nos restaura los antiguos favores, sabremos, como el salmista, lo que debemos hacer (v. 4): «Entraré en el altar de Dios, al Dios (que es) la alegría de mi gozo» (lit.). Nótese así el énfasis del original. Los que se acercan a Dios, han de ir a Él como a su gozo sobreabundante no sólo como al objeto de una futura bienaventuranza, sino como a un gozo actual, y no común, sino extraordinario y sobreabundante, pues supera con mucho a todos los gozos de este mundo.
5. Como a su esperanza nunca fallida (v. 5). Aquí, como antes, el salmista se regaña a sí mismo por su depresión y desconfianza: «¿Porqué te abates, alma mía?» E inmediatamente se calma con la fe expectante que tenía de dar gloria a Dios: «Espera en Dios, porque aún he de alabarle» (más exactamente, «te daré gracias»). Muy notable es la frase con que acaba el salmo (v. también 42:5, 11). Dice literalmente: «Salvaciones de mi rostro y Dios mío». El plural de hebreo es, sin duda, un plural intensivo para denotar una «gran salvación». «De mi rostro» podría señalar el cambio de un rostro que expresa luto y duelo, triste y ceñudo, en un rostro lleno de gozo y alegría por la gran salvación que Dios le otorga, «su Dios».
Este salmo tiene la misma inscripción que el 42, y tampoco sabemos quién ni cuándo lo compuso. Se ve que fue con ocasión de alguna pública calamidad, ya presente o amenazante. Según el doctor A. Cohen, «la alusión a la voz del blasfemo (v. 17) recuerda lo que se narra de Senaquerib, rey de Asiria, en Isaías 37:6, 23, y la opinión más aceptable es que el salmo fue escrito durante la invasión que acaeció durante el reinado de Ezequías». En el salmo se exhorta a Israel: I. A reconocer con gratitud, para gloria de Dios, las grandes cosas que Jehová había hecho por sus antepasados (vv. 1–8). II. A exhibir un memorial de su actual calamitoso estado (vv. 9–16). III. A protestar de que, a pesar de la actual calamidad, continuaban en su integridad y en su adhesión a Dios (vv. 17–22). IV. A dirigir una petición al trono de la gracia para obtener socorro y alivio (vv. 23–26).
Versículos 1–8
En estos versículos, Israel, aunque amenazado de opresión, recuerda sus días triunfales. Esto se menciona aquí: (A) Como una circunstancia agravante de la presente aflicción. El yugo de la servidumbre ha de pesar por fuerza tremendamente sobre los cuellos cuyas cabezas estaban desde antiguo acostumbradas a llevar la corona de la victoria, y las señales del desagrado de Dios se hacen más gravosas a los que han estado por mucho tiempo acostumbrados a las señales del favor de Dios. (B) Como estímulo a esperar que Dios ha de volver a hacer por ellos lo que hizo antaño por sus padres. De esta forma, el salmista mezcla oraciones y esperanzas con el recuerdo de anteriores favores divinos.
1. El recuerdo de las grandes cosas que Dios había hecho anteriormente por ellos (v. 1): «Nuestros padres nos han contado la obra que hiciste en sus días». Nótese que dice «la obra», pues hay una perfecta y admirable armonía en todas las obras de Dios, de forma que las muchas ruedas forman como una sola (Ez. 10:13); muchas obras forman una sola. Es una deuda que cada época tiene con la posteridad el guardar un como registro de las maravillas que Dios ha llevado a cabo y transmitir a la siguiente generación el conocimiento de ellas. Los niños deben prestar atención a lo que sus padres les refieran de las maravillosas obras de Dios. Cuán maravillosamente plantó Dios a Israel en Canaán al principio (vv. 2, 3). Esto no se debía a mérito alguno de ellos, sino al favor y a la gracia soberana de Dios: «… tu diestra, y tu brazo y la luz de tu rostro, porque los amabas (mejor, porque te complacías en ellos)». No entraron en la tierra por la fuerza de las armas, aunque disponían de muchos y valientes guerreros, sino que los plantó allí Dios como planta el agricultor una viña de la que espera sacar fruto. También la Iglesia fue plantada en el mundo, no de una vez, sino, como Israel en Canaán poco a poco, y no por el poder o la estrategia de los hombres (ya que Dios escogió lo necio y lo débil para avergonzar a los sabios y fuertes, 1 Co. 1:27, 28), sino por la sabiduría y el poder de Dios; el recuerdo de esto ha de servir de consuelo y sostén a los que gimen bajo la tiranía anticristiana. «Tú mismo nos salvabas de nuestros enemigos y cubrías de vergüenza a los que nos aborrecían» (v. 7). Así lo atestiguaban los éxitos de los jueces contra las naciones que oprimían a Israel. Más de una vez, los perseguidores de la Iglesia y quienes la odian han sido avergonzados por el poder de la verdad (Hch. 6:10).
2. El buen uso que hicieron de este memorial de las grandes cosas que Dios había hecho a favor de sus antepasados. Habían escogido a Jehová por su Dios y Rey (v. 4). El salmista habla por sí mismo: «rey mío y Dios mío», pero el favor que pide es por toda la nación. A Jehová habían apelado siempre en tiempo de apuro y Él les había librado: «quien decretabas las victorias de Jacob». Las decretaba como quien tiene autoridad y poder para que su pueblo venciera. Y así como reconocían que no les había salvado su espada ni su brazo (v. 3), tampoco pensaban que su arco ni su espada les habían de salvar en lo futuro (v. 6, leyendo como futuros los pretéritos, según hacen muchas versiones; también pueden traducirse por presente continuativo, que es lo más probable). El versículo 8 resume bien esta actitud del pueblo: «En Dios nos gloriábamos todo el día (es decir, siempre), celebrando para siempre tu nombre».
Versículos 9–16
El pueblo de Dios se queja a Él ahora de la miserable condición en que se hallaban, bajo el poder de sus enemigos y opresores.
1. Carecían de las señales corrientes del favor de Dios hacia ellos y de su presencia entre ellos (v. 9):
«nos has desechado y nos has hecho avergonzarnos, sin saber nosotros por qué». Cuando los hijos de Dios se sienten abatidos, están tentados a pensar que Dios los ha rechazado y abandonado; pero es una equivocación.
2. Habían sido derrotados por sus enemigos en el campo de batalla (v. 10): «Nos hiciste retroceder delante del enemigo». Esta fue la queja de Josué cuando fueron rechazados por el enemigo en Hay (Jos. 7:8). Se habían desanimado y estaban confusos ante la falta de la ayuda prometida a sus antepasados.
3. Se ven abocados a la muerte y al destierro (v. 11): «Nos entregas como ovejas al matadero y nos has esparcido entre las naciones». Mataban a un israelita como se mata a una oveja, sin escrúpulos. El pueblo de Dios se veía como un objeto de compraventa entre las naciones, con la agravante de que Dios no había obtenido con ello ningún beneficio (v. 12): «Has vendido a tu pueblo de balde; no exigiste ningún precio». Con ello insinúan que de buena gana habrían sufrido la humillación, si esto hubiese redundado en favor de la gloria de Dios.
4. Se ven cargados de afrenta y de toda clase de ignominia. También en esto ven la mano de Dios:
«Nos pones por afrenta de nuestros vecinos, etc». (vv. 13 y ss.). Los paganos, los extraños al pacto de Dios y a sus promesas, hacían de ello su «proverbio», es decir, el tema de sus cantos de burla. La afrenta era constante e incesante (v. 15): «Cada día mi vergüenza está delante de mí, y la confusión cubre mi rostro». El sentido de la humillación que padecían podía detectarse fácilmente en el rostro de ellos.
Además, la afrenta que el pueblo sufría redundaba en desprecio de Dios, ya que el verbo hebreo para el
«deshonra» del versículo 16 habría de traducirse mejor por «blasfema» (comp. con 2 R. 19:3).
Versículos 17–26
Al verse en esta aflicción, opresión y afrenta, el pueblo de Dios se dirige ahora a Él,
1. En forma de apelación a su propia integridad, y alegan que, aunque habían sufrido tantas vejaciones, se habían mantenido fieles a su Dios y a su deber (v. 17): «Todo esto nos ha sobrevenido, todo esto tan malo que ya no puede ser peor, y no nos habíamos olvidado de ti ni habíamos abandonado tu culto; y, aun cuando no podemos negar que hemos obrado neciamente, sin embargo no hemos obrado falsamente, no habíamos faltado a tu pacto ni seguido a otros dioses. El apuro en que se habían visto era terrible (v. 19): «Para que nos quebrantases en el lugar de chacales, entre hombres peores que las mismas fieras (o, mejor, al convertir el país en lugar de desolación donde merodean las fieras), y nos cubrieses con sombra de muerte, esto es, con densas tinieblas (comp. con 23:4). Pero, aunque nos has entregado al matadero, no se ha vuelto atrás nuestro corazón (v. 18): no hemos apartado secretamente de ti nuestra devoción, ni se han apartado de tus caminos, de seguir tu ley nuestros pasos». Mientras nuestros apuros no nos aparten de nuestro deber para con Dios, no deberíamos permitir que nos apartasen de nuestro consuelo en Dios, pues Él no nos dejará si nosotros no le dejamos a Él. Y continúa el salmista en nombre de todo el pueblo (vv. 20–22): «Si nos hubiésemos olvidado del nombre de nuestro Dios bajo pretexto de que Él se había olvidado de nosotros, o, en nuestra aflicción, hubiésemos alzado nuestras manos hacia un dios ajeno, por ver si él nos ayudaba, ¿no demandaría Dios esto? Porque Él conoce los secretos del corazón. Al conocer incluso los pensamientos, ¿cómo no habría de pedirnos cuentas de ello?» Todas aquellas adversidades las habían sufrido, no sólo sin haber sido desleales con su Dios, sino precisamente por ser el pueblo de Dios, por ser leales a su Dios y a su ley (v. 22): «Pero por tu causa nos matan cada día, porque somos tuyos, nos llamamos con tu nombre, invocamos tu nombre y no queremos servir a otros dioses».
2. En forma de petición, con referencia a la presente aflicción, de que Dios se digne salvarles:
«Despierta … Despierta» (v. 23); «Levántate, ven en nuestra ayuda» (v. 26). Se habían quejado (v. 12) de que Dios los había vendido; ahora (v. 26) piden que Dios los rescate; pues de Dios no se puede apelar a nadie, sino a Él mismo. Se habían quejado (v. 9): «nos has desechado», pero ahora piden (v. 23): «no nos deseches para siempre». Las expresiones son conmovedoras: «¿Por qué duermes, Señor?» (v. 23). El sentido es figurado, como en 78:65: «Entonces despertó el Señor como si se hubiese dormido», pero es aplicable literalmente a Cristo (Mt. 8:24), cuando estaba dormido en la barca mientras sus discípulos se amedrentaban bajo la tempestad, y le despertaron diciendo: «Señor, sálvanos, que perecemos». Su apelación está basada en la humillación que al presente sufren (v. 25): «Porque nuestra alma está hundida en el polvo, nos sentimos humillados como no se puede estar más, nos vemos como gusanos miserables que se arrastran por el suelo, despreciados y despreciables, expuestos a las pisadas de nuestros enemigos; nuestro cuerpo está postrado hasta la tierra, a merced del enemigo; somos incapaces de levantarnos por nosotros mismos, y de recobrarnos de nuestra aflicción. Rescátanos por tu amor compasivo».
Este salmo hace referencia, en un primer plano, a unas bodas de un rey hebreo con una princesa extranjera (ya sea de Salomón con la hija del Faraón, o de Acab con Jezabel, según lo insinúa la referencia a Tiro (v. 12) y el carácter guerrero que resultaría impropio del pacífico Salomón). En un plano más elevado, se refiere al Rey Mesías, como lo reconoce incluso el Targum, y su futura obra de redimir a Israel, lo cual viene a sustituir a la interpretación alegórica del matrimonio entre Jehová e Israel. Quizá Cristo tenía este salmo en mente cuando habló de la solemnidad de unas bodas regias en Mateo 22:2; 25:1. Hebreos 1:8 aplica a Cristo el versículo 6 de este salmo. El prefacio habla de la excelencia del propio salmo (v. 1). El salmo habla: I. Del regio novio, aplicable a Cristo: 1. La excelencia de su persona (v. 2). 2. La gloria de sus victorias (vv. 3–5). 3. La justicia de su gobierno (vv. 6, 7). 4. El esplendor de su corte (vv. 8, 9). II. De la regia novia, aplicable a la Iglesia—en sentido acomodaticio—: 1. La obtención de su consentimiento (vv. 10, 11). 2. La solemnidad nupcial (vv. 12–15). 3. El fruto de este matrimonio (vv. 16, 17).
Versículos 1–5
El título tiene dos expresiones propias de este salmo: 1) «Sobre lirios», lo cual indica una melodía especial en la que había de cantarse el poema; 2) «Canción de amores», porque el tema del salmo es el amor nupcial o tema del poema mismo. No se pierda de vista lo dicho en la introducción al salmo. Todo lo que sigue será una aplicación «devota» (nota del traductor).
I. El prefacio (v. 1) declara:
1. La dignidad del tema: es «un bello canto» (lit. buena palabra). Se refiere a un rey, a Jesucristo, su reino y su gobierno. 2. La excelencia de la composición. Es la confesión oral, con la boca de la fe, de lo que le bulle (única vez que el verbo hebreo ocurre en toda la Biblia) en el corazón con respecto al rey y a su esposa. La mejor ocasión para hablar de Cristo y de las cosas de Dios es cuando la gracia de Dios hace que el corazón nos hierva de devoción. No dice: «Voy a recitar lo que he oído de otros», sino: «Voy a recitar el poema»; lit. lo que yo hago, al tener en cuenta que el vocablo «poema» significa «hechura» (v. Ef. 2:10). Y añade: «Mi lengua es (mejor, sea) como pluma de escribiente muy ligero». Como si dijese:
«¡Ojalá sea mi poema digno del tema que refiere!» Llamamos a los redactores de la Biblia «hagiógrafos» o «escritores sagrados», pero son como plumas en manos del Espíritu Santo que les ha inspirado.
II. En los versículos siguientes (2–5), el Señor Jesús es presentado:
1. Como extremadamente hermoso y amable en sí mismo. Estamos ante un cántico nupcial y, por tanto, las excelencias de Cristo están representadas mediante la belleza del regio novio (v. 2): «Eres el más hermoso de los hijos de los hombres, más que cualquiera de ellos». Se había propuesto (según la traducción más probable) hablar del rey, pero inmediatamente se dirige al rey. Los que de veras admiran y aman a Cristo, no se contentan con hablar bien de Él, sino que van a Él y se lo dicen.
2. Como el gran favorito del Cielo: «La gracia se derramó en tus labios» (comp. con Lc. 4:22). Si bien el sentido literal indica que su hablar estaba lleno de gracia, podemos acomodar el sentido a que la gracia de Dios, de la que Jesús estaba lleno (Jn. 1:14 y ss.) se refleja en su Palabra, en su promesa, en su Evangelio. Por Él se nos ha dado a conocer la voluntad de Dios hacia nosotros y la buena obra que Dios ha comenzado, y prosigue, en nosotros. El evangelio de gracia está en sus labios, pues la salvación comenzó a ser anunciada por medio del Señor (He. 2.3), y de Él la recibimos. Él tiene palabras de vida eterna. «Por tanto, por todas estas cualidades y por haber sido hecho depositario de la divina gracia para beneficio de la humanidad, vemos que Dios te ha bendecido para siempre y ha hecho para ti una bendición perpetua, de forma que en ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra».
3. Como victorioso sobre todos sus enemigos. El regio esposo tiene que rescatar de su cautividad a su novia a punta de espada, así como conquistarla, hacer conquistas para ella y, después, casarse con ella.
(A) Sus preparativos para la guerra (v. 3): «Cíñete la espada al muslo, héroe guerrero» (versión más probable). La Palabra de Dios es la espada del Espíritu. Con las promesas de esa Palabra, y con la gracia contenida en esas promesas, se persuade a las almas a someterse a Cristo y a hacerse súbditos leales suyos. Mediante el evangelio de Jesucristo se convirtieron muchos judíos y gentiles.
(B) Su expedición a esta guerra santa: «Cabalga prósperamente en tu gloria majestuosa» (v. 3b, versión más probable). Así es como un gran rey entra en el campo de batalla con toda pompa y magnificencia. Jesús aparece en su evangelio sumamente grande y excelente, radiante y feliz, con el honor y la majestad de que le ha investido el Padre. Pero en su persona y en la presentación de su evangelio, Cristo no tenía nada de gloria ni de majestad externas, nada con que encandilar ni espantar a los hombres, pues tomó sobre sí la forma de esclavo; toda su gloria y majestad era espiritual.
(C) La causa gloriosa en la que estaba comprometido (v. 4): «Por la causa de la verdad, de la mansedumbre y de la justicia», las cuales estaban en cierto modo, hundidas y perdidas entre los hombres, y Cristo las vino a rescatar. El evangelio mismo es verdad, mansedumbre y justicia y ordena y manda mediante el poder de la verdad y de la justicia, pues el cristianismo tiene estas cosas, incontestablemente, de su lado; por otra parte, ha de imponerse por medio de la mansedumbre y de la gentileza (v. 1 Co. 4:12, 13; 2 Ti. 2:25). Cristo se muestra en el Evangelio en su verdad, mansedumbre y justicia; éstas son su gloria y majestad, y a causa de éstas ha de prosperar. Los hombres llegan a creer en Cristo porque es veraz y verdadero, a aprender de Él porque es manso (Mt. 11:29. La mansedumbre de Cristo es de tremenda fuerza, 2 Co. 10:1) y a someterse a Él porque es justo y gobierna con equidad.
(D) El éxito de su expedición (v. 4b): «Tu diestra te enseñará a realizar proezas». En orden a la conversión y a la sumisión de las almas a Él tienen que ser llevadas a cabo grandes proezas: el corazón ha de ser compungido, la conciencia ha de ser alertada, y el terror del Señor tiene que abrir el camino a las consolaciones del Señor. El versículo siguiente describe estas proezas (v. 5): «Agudas son tus saetas … [hundiéndose] en el corazón de los enemigos del rey». Quienes por naturaleza eran sus enemigos, son heridos de esta manera, a fin de que sean sometidos y reconciliados. Las convicciones son como saetas de un arco, las cuales penetran profundamente en el corazón que hieren y hacen que la gente caiga a los pies de Cristo y se someta a sus leyes y a su gobierno.
Versículos 6–9
Aquí tenemos al regio esposo que llena de juicio su trono, y de esplendor su corte.
1. Llena de juicio su trono. Es Dios el Padre quien dice al Hijo (v. 6): «Tu trono es el trono de Dios eternamente y para siempre», como vemos por Hebreos 1:8, 9, donde se cita de aquí para demostrar que Cristo tiene un nombre más excelente que los ángeles. En cuanto a su gobierno, es de observar, (A) Su eternidad: es eterno y perpetuo (lit.). Perdurará en la tierra y, cuando el reino sea entregado a Dios el Padre (1 Co. 15:24), el trono del Redentor continuará por toda la eternidad (Ap. 22:1). (B) Su equidad (v. 6b): «Cetro de justicia es el cetro de tu reino», pues está en todo de acuerdo con el designio eterno y la voluntad de Dios, que son la norma y razón eternas del bien y del mal. (C) Su establecimiento y elevación (v. 7): «Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo (nótese que Cristo, como Mediador, llama al Padre su Dios, Jn. 20:17), con óleo de alegría, por todo cuanto has hecho y has sufrido por la causa de la justicia y por la destrucción del pecado». Por haberse humillado hasta lo más profundo, Dios lo ensalzó hasta lo más alto (Fil. 2:8, 9). Su unción designa aquí el poder y la gloria a que fue ensalzado: es investido de todas las dignidades y de la autoridad plena del Mesías.
2. Llena de esplendor y magnificencia su corte. (A) Su vestimenta, cuando aparece vestido de gala, hace impresión, no por su pompa—que podría infundir espanto a los espectadores—, sino por lo agradable de los perfumes (v. 8): «Mirra, áloe y casia son todos tus vestidos». Tan impregnados están de perfumes todos sus vestidos que, como dice Cheyne, «es como si fuesen una masa de preciosos perfumes»; éstos eran algunos de los ingredientes que Dios había designado para la unción sagrada, y cuya receta no debía usarse para el uso común (Éx. 30:23 24); esta unción era tipo de la unción de Cristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote. (B) Se dice que sus palacios son de marfil, que entonces eran tenidos por los más magníficos. Las mansiones celestiales son mejores que los palacios de marfil. «Hijas de reyes están entre tus ilustres (mejor, entre tus favoritas, lo que alude a las mujeres del harén oriental, cuya magnificencia dependía en gran manera del número, belleza y ornamentación de las mujeres). Todos los creyentes son hijos del Rey de reyes y nacidos de arriba, del Cielo. La Iglesia puede compararse aquí a la reina misma—la reina consorte con la que Cristo se ha desposado con pacto eterno—. Ella está a su diestra con oro de Ofir (v. 9). Ella es la esposa del Cordero, cuyas gracias, que son sus ornamentos, se comparan al lino fino, limpio y resplandeciente (Ap. 19:8); aquí se comparan, por su pureza, al oro de Ofir, que era el más refinado y costoso, ya que debemos nuestros adornos espirituales, lo mismo que nuestra redención, no a cosas corruptibles sino a la sangre preciosa del Hijo de Dios.
Versículos 10–17
Esta última parte del salmo se dirige a la regia novia, que está a la diestra del regio novio. El mismo Dios que le dice a su Hijo: «Tu trono es eterno y para siempre», le dice a la Iglesia lo siguiente:
1. Le dice lo que se espera de ella, lo cual debe ser tenido en consideración por todos los que entran en relación con el Señor Jesús: «Oye, hija, y mira y pon atento oído; esto es, sométete a las condiciones de tus esponsales y estate dispuesta a cumplirlas»
(A) Ha de renunciar a todo lo demás: «Olvida tu pueblo y la casa de tu padre, conforme a las leyes matrimoniales». Esto nos muestra: (a) Cuán necesario era para los que se convertían del judaísmo o del paganismo a la fe de Cristo purificarse de la vieja levadura (1 Co. 5:7) y no introducir en la profesión del cristianismo ni las ceremonias del judaísmo ni las idolatrías del paganismo, pues eso convertiría el cristianismo en una religión híbrida como era la de los samaritanos. (b) Cuán necesario es para todos nosotros, cuando nos adherimos a Cristo, «odiar», es decir, poner en segundo lugar, a padre, madre, etc. y todo lo que más queremos en este mundo, para dar prioridad al amor que le debemos a Cristo como a nuestro regio esposo. «Y se prendará el rey de tu hermosura» (v. 11), lo que insinúa la mancha que sería para su belleza mezclar con su profesión cristiana los antiguos ritos y costumbres, ya sean judíos o paganos. La hermosura de la santidad, tanto en la Iglesia como en los creyentes individuales, es de gran precio a los ojos de Cristo.
(B) Ella debe reverenciarle, amarle, honrarle y obedecerle (v. 11b): «E inclínate ante Él, porque Él es tu Señor». Debemos postrarnos en adoración a Cristo, por ser nuestro Dios y nuestro Señor, pues ésta es la voluntad de Dios que todos honren al Hijo como honran al Padre (Jn. 5:23).
2. Le dice los honores que están destinados para ella:
(A) «Y la hija de Tiro (esto es, la ciudad de Tiro), los más ricos del pueblo, implorarán con un presente tu favor» (v. 12. Lit.). La versión judía lee: «Y, oh hija de Tiro (con lo que alude a Jezabel), etc.» (Es posible, pero menos probable, en mi opinión, esta versión. Nota del traductor.) La ciudad de Tiro, por medio de sus magnates, trae presentes a la regia novia, que, probablemente, procede de allí. Los fieles hijos de Dios, que forman la esposa de Cristo, son magníficos intercesores a favor, no sólo de sus hermanos espirituales, sino también de sus familiares y amigos que todavía son del mundo. Por eso disfrutan de muchas bendiciones en la casa de un creyente el cónyuge y los hijos no creyentes (v. 1 Co. 7:14).
(B) Ella misma entrará resplandeciente de majestad en su palacio (v. 13): «Toda gloriosa entra la hija del rey en su morada». La gloria de la Iglesia es espiritual, la verdadera gloria, que es la del espíritu, no la de la posición social ni de los ornamentos externos; es la genuina gloria a los ojos de Dios y como arras de la gloria eterna en el Cielo. Aunque lo principal de su gloria reside en el interior, también su vestido es de brocado de oro (v. 13b), porque el creyente no se ha de contentar con ser santo, sino que ha de aparecer como tal a los ojos del mundo, tanto en sus palabras como en sus obras, que han de ser como el oro. Como decía un piadoso maestro de escuela a sus alumnos: «No importa que seáis poco, con tal que seáis oro».
(C) Sus nupcias se celebrarán con muchos honores y gran regocijo (vv. 14, 15): «Con vestidos bordados es llevada al rey». Ninguno es llevado a Cristo, sino los que son conducidos a Él por el Padre (Jn. 6:44). Nadie más es llevado al rey como para entrar en el palacio del rey (v. 15).
(D) La prole de este matrimonio también será ilustre (v. 16): «En lugar de tus padres serán tus hijos» (hijos varones, en el original). Es decir, la dinastía fundada por sus antecesores (los del rey; aquí, el hebreo indica que el poeta se dirige al rey) no se acabará con él, sino que se perpetuará en su descendencia. En sentido acomodado (nota del traductor), tiene doble aplicación: (a) En lugar de la economía del Antiguo Testamento, el cual se ha hecho viejo e inservible (v. He. 8:13), estará la Iglesia del Nuevo Testamento, injertada en el mismo olivo (ésta es la aplicación del propio M. Henry); (b) en lugar de nuestros padres en la fe (los Apóstoles y santos doctores de la primitiva Iglesia), serán los nuevos creyentes que van añadiéndose a los «hijos» de la Iglesia misma (ésta es la tradicional interpretación católica).
(E) La alabanza de esta unión matrimonial será perpetua entre las alabanzas tributadas al regio novio (v. 17): «Haré perpetua la memoria de tu nombre (la del novio, como indica el hebreo)». El Padre le ha dado el nombre que es sobre todo nombre (Fil. 2:9), y aquí promete hacerlo perpetuo (comp. con 72:17), y hará que no falten ministros de Dios en cada época, quienes mantengan en alto el nombre de Cristo mediante la predicación del evangelio.
Este salmo nos anima, I. A hallar consuelo en Dios cuando el horizonte aparece oscuro y amenazador (vv. 1–5). II. A mencionar, para alabanza suya, las grandes cosas que ha hecho a favor de los suyos contra sus enemigos (vv. 6–9). III. A asegurarnos de que el Dios que ha glorificado su nombre, lo volverá a glorificar aún (vv. 10, 11). Al cantar este salmo, hemos de animarnos a esperar que, mediante Cristo, seremos más que vencedores. Se cuenta que Lutero, cuando oía malas noticias decía: «¡Vamos a cantar el salmo 46!» La inscripción «sobre Alamot» significa probablemente que había de cantarse con acompañamiento de instrumentos de tono alto.
Versículos 1–5
El salmista nos enseña con su ejemplo:
1. A triunfar en Dios y en su presencia entre nosotros, especialmente cuando hemos tenido experiencias recientes de su manifestación a favor nuestro (v. 1): «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza» (lit.). ¿Nos hallamos en apuros? Él es un auxilio siempre presto (lit. un auxilio hallado cuando había necesidad de Él en tan grave aprieto) y bien probado, así como se llama a Cristo una piedra probada (Is 28:16).
2. A triunfar sobre los mayores peligros: Dios es nuestra fuerza y nuestro auxilio, el Dios Todosuficiente para nosotros; «Por tanto, no temeremos» (v. 2). Es nuestro deber, así como nuestro privilegio, estar libres de temor; es evidencia de una conciencia limpia, de un corazón honesto y de una fe viva en Dios, en su providencia y en sus promesas, el no temer «aunque la tierra sea removida, etc.» (vv. 2, 3). Ni terremotos ni inundaciones, ni guerras ni persecuciones, aunque todos los poderes del mundo conspiren contra la Iglesia han de hacernos temer, pues al fin y a la postre, todo ha de conducir al bien de los que aman a Dios (Ro. 8:28). Aunque sean sacudidos los cielos y la tierra, la ciudad de Dios no será conmovida pues Dios está en medio de ella (vv. 4, 5); Dios la ayudará al clarear la mañana; después de la noche llena de peligros vendrá el alborear de la liberación obrada por Dios. Mientras la Iglesia se mantenga fiel a Dios no habrá poder humano que pueda prevalecer contra ella (comp. con Is. 12:6).
Versículos 6–11
Estos versículos glorifican a Dios como a Rey de las naciones y como a Rey de los santos.
1. Como a Rey de las naciones. Él frena la furia y quebranta el poder de las naciones que se oponen a Él y a sus intereses en el mundo (v. 6): Las naciones, es decir, los paganos, bramaban cuando subió David al trono, lo mismo que al establecerse el reino del Hijo de David (comp. 2:1). Los reinos se tambaleaban llenos de indignación y se alzaban de forma tumultuosa para oponerse a Dios, pero lanza Dios su voz, la voz de sus truenos, y se derrite la tierra; los reinos se tambalean ahora de modo diferente, llenos de confusión y consternación. Ese derretirse de los ánimos de los enemigos se describe en varios lugares (v. por ej. Jue. 5:4, 5 y comp. con Lc. 21:25, 26). Cuando le place, puede causar gran estrago y desolación entre las naciones (v. 8): «Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamiento en la tierra». Era cosa de ver y asombrarse, de observar e investigar (66:5; 111:2). La guerra es una tragedia que de ordinario destruye el escenario en el que se desarrolla. David llevó la guerra al país de los enemigos ¡y qué desolaciones causó allí! Y cuando place a Dios envainar su espada, pone fin a las guerras y corona de paz a las naciones (v. 9), a veces para que, al menos, tengan algún respiro después de consumirse unas a otras en prolongadas guerras. La total destrucción de Gog y Magog se describe proféticamente mediante la quema de las armas en el fuego (Ez. 39:9, 10), lo cual insinúa la paz perfecta y la total seguridad que la Segunda Venida del Señor traerá a la tierra cuando vaya a establecer su reino mesiánico. El final de una guerra es obra de Dios, y lo habríamos de considerar con gratitud y admiración.
2. Como a Rey de los santos y, en cuanto tal, hemos de reconocer que grandes y maravillosas son sus obras (Ap. 15:3). Él hace y hará grandes cosas. Que se calmen sus enemigos y dejen de amenazar, y que reconozcan el poder de Dios, infinitamente sobre el de ellos; que no se enfurezcan más, porque toda su furia es en vano. El que se sienta en los Cielos, se ríe de ellos (2:4); y, a pesar de toda la maldad impotente de ellos, Dios será enaltecido en la tierra, entre las naciones, y no sólo en la Iglesia y en los Cielos. No tiemble más el pueblo de Dios, que sepa, para consuelo suyo, que Él es Dios (v. 10). Todos los creyentes deben sentirse triunfadores por estas dos razones: (A) Tienen consigo la presencia de un Dios de poder, de infinito poder (v. 11): «Jehová de las huestes está con nosotros». El Dios Soberano del Universo está con nosotros, está de nuestra parte, actúa con nosotros y por medio de nosotros, y ha prometido que nunca nos abandonará. Muchas y malignas huestes pueden estar contra nosotros, pero no tenemos por qué temerlas, si Jehová de las huestes está con nosotros. (B) Están bajo la protección del Dios del pacto, quien no sólo tiene poder para ayudarles, sino que se ha comprometido, en su honor y fidelidad, a ayudarles. Es el Dios de Jacob (v. 11b); no sólo de la persona de Jacob, sino del pueblo de Jacob.
El objeto de este salmo es estimularnos a alabar a Dios. En él, I. se nos instruye sobre el modo de hacerlo, pública, alegre e inteligentemente (vv. 1, 6, 7). II. Se nos provee de material para la alabanza: 1. La majestad de Dios (v. 2). 2. Su dominio soberano y universal (vv. 2, 7–9). 3. Las grandes cosas que ha hecho, y hará, por su pueblo (vv. 3–5). Sobre la ocasión de su redacción, se han hecho muchas suposiciones, pero nada se sabe de cierto.
Versículos 1–4
El salmista, con el corazón lleno de grandes y buenos pensamientos acerca de Dios, trata de estimular a cuantos le rodean a que canten las divinas alabanzas.
1. Quiénes son convocados a alabar a Dios: «Pueblos todos, etc.». Así que puede tomarse como una profecía de la conversión de los gentiles y de su entrada en la Iglesia (comp. con Ro. 15:11).
2. Qué es lo que se le pide que hagan: «Batid palmas», como quienes no pueden contener su entusiasmo; «aclamad a Dios con gritos de júbilo»; no para que Dios les oiga, sino para hacer que lo oigan todos los que los contemplan. Han de regocijarse en Dios, en su poder y en su bondad para que puedan unirse a ellos quienes les ven y participen del mismo regocijo.
3. Qué es lo que se nos propone como materia de nuestra alabanza (v. 2): «Porque Jehová el Altísimo es temible—es decir, causa pavor—; Rey grande sobre toda la tierra, con cuidados especiales para su pueblo. Esto lo había hecho Dios por ellos, como lo atestigua su establecimiento en Canaán, y su continuación allí hasta el día en que esto se escribía. El reino del Mesías ha de establecerse sobre toda la tierra, sin estar confinado únicamente a la nación de Israel. «Él nos elegirá nuestras heredades» (v. 4). Había escogido el país de Canaán para que fuese la heredad de Israel y, al fijar su santuario en medio de ellos, lo había convertido en «la gloria (más exactamente, el orgullo, comp. Am. 6:8) de Jacob». Espiritualmente, puede aplicarse: (A) A la dicha de los santos, por haber escogido Dios mismo para ellos una herencia incorruptible (1 P. 1:4). (B) A la fe y sumisión de los santos a Dios. Éste sabe mucho mejor que yo lo que me conviene y, por tanto, sólo quiero lo que Él haya dispuesto para mí».
Versículos 5–9
¿No habrían de alabar los súbditos a su rey? Dios es nuestro Rey y, por tanto, debemos alabarle. El versículo 7 parece sugerir un determinado modo de alabar a Dios: «Cantad con destreza». El hebreo dice:
«Cantad un masquil», lo que, con la mayor probabilidad, indica una determinada melodía, la que, por supuesto, había de ser cantada con todo esmero, como se merece Aquel a quien se dirige el canto. A Dios hemos de cantarle con entendimiento (1 Co. 14:15), como llevados del Espíritu Santo (Ef. 5:19) y, por tanto, del mejor modo que nos lo permitan nuestra voz y nuestro oído.
1. Hemos de alabar a Dios en su ascender (v. 5): «Sube Dios entre aclamaciones», lo cual puede referirse: (A) a la subida del Arca al monte Sion, pues al ser el Arca la señal visible de la presencia de Dios entre ellos, bien se le podía aplicar el verbo «subir» adondequiera fuese puesta después de estar en medio de ellos; (B) con mayor probabilidad, a la subida de Dios mismo a su morada celestial después de haber intervenido en el campo de batalla a favor de su pueblo; (C) en sentido acomodado, a la ascensión del Señor Jesús a los cielos, después de haber consumado su obra de redención en la tierra (Hch. 1:9).
2. Hemos de alabar a Dios en su reinar (vv. 7, 8): «Se sentó Dios sobre su santo trono», sobre su trono celestial, desde el que lo gobierna todo. Obsérvese la extensión del gobierno de Dios: todos nacen bajo su feudo; incluso los paganos, que sirven a otros dioses, están gobernados por el Dios verdadero, nuestro Dios, lo quieran o no. Véase también la equidad de su gobierno: el trono en que se sienta es santo y desde allí da leyes, órdenes, decretos, garantías, sentencias, etc., en las que, podemos estar seguros, no se halla injusticia alguna.
3. Hemos de alabar a Dios cuando le vemos honrado por los príncipes de los pueblos, de todos los pueblos de la tierra, como pueblo (o, mejor, con el pueblo) del Dios de Abraham (v. 9). Dice el doctor Cohen: «La mención de Abraham une la profecía sobre el futuro con la promesa hecha en el pasado de que había de llegar a ser padre de una multitud de naciones (Gn. 17:4)». Y, citando a Maclaren, continúa:
«La obliteración de la distinción entre Israel y las naciones mediante la incorporación de éstas, de forma que los pueblos lleguen a formar parte del pueblo del Dios de Abraham, flota ante la vista profética del cantor, como el objetivo final de la gran manifestación que Dios hace de sí mismo». «Los escudos de la tierra» (v. 10) designan simplemente los reyes y príncipes de los respectivos pueblos; con el término
«escudos» (hebreo, maguinney) se designan, en Oseas 4:18, los gobernantes. Como aplicación espiritual, podemos señalar que esos «escudos», enseñas de dignidad real (v. 1 R. 14:27, 28), se rinden ante el Señor Jesús, de la misma manera que se ofrecen a un conquistador, soberano o persona notable, las llaves de una ciudad. Cuando los príncipes de este mundo hacen lo posible para que se protejan y prosperen los intereses de la religión cristiana, es entonces grandemente enaltecido el Señor Jesucristo.
Este salmo es, como los dos anteriores, un cántico triunfal; y es muy probable que, como en ellos, se conmemore aquí la preservación de Jerusalén de la invasión de las fuerzas asirias en tiempo del rey Ezequías. Jerusalén es alabada aquí, I. Por su relación con Dios (vv. 1, 2). II. Por el cuidado que Dios tenía de ella (v. 3). III. Por el terror que infundía a sus enemigos (vv. 4–7). IV. Por el placer que proporciona a sus amigos, quienes se deleitan en pensar, 1. En lo que Dios ha hecho, hace y hará por ella (v. 8). 2. En las benévolas manifestaciones que de sí mismo hace en, y a favor de, aquella ciudad santa (vv. 9, 10). 3. En la provisión eficaz que se ha hecho para la seguridad de la ciudad (vv. 11–13). 4. En la seguridad que tenemos de la perpetuidad del pacto de Dios con los hijos de Sion (v. 14).
Versículos 1–7
Lo que aquí se dice en honor de Jerusalén.
1. De Sion se dicen, por boca de Dios, mayores gentilezas que las que jamás haya dicho Él de ningún otro lugar de la tierra: «Éste es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré porque la (a Sion) he preferido» (132:14). Es «la ciudad del gran Rey» (v. 2), del Rey de toda la tierra, quien se complace en declarar su presencia especial en este lugar. «Grande es Jehová en Jerusalén» (v. 1). Por eso se la llama
«su monte santo» (lit. el monte de su santidad), y «santidad a Jehová» se escribirá en todo el mueblaje del santuario (Zac. 14:20, 21). Dios era tenido por refugio seguro, no sólo en el santuario, sino en las calles y en los palacios de Jerusalén. En razón a esto, Jerusalén y, en especial, el monte Sion, sobre el que estaba edificado el templo, eran universalmente amados y admirados, «hermoso por su situación, el gozo de toda la tierra» (v. 2). Agradable tiene que ser, en todos los aspectos, la situación, cuando la Infinita Sabiduría la ha escogido para lugar de su santuario; y lo que, en realidad, lo hacía hermoso era el ser el monte de la santidad, porque no hay belleza como la de la santidad. El monte Sion estaba en el lado norte de la ciudad y así la resguardaba de los fríos vientos que soplaban de aquel lado.
2. También se nos dice que los reyes de la tierra temblaron de miedo ante Jerusalén. Los judíos tenían gran motivo para temer a sus enemigos, «porque los reyes de la tierra conspiraron» (v. 4). Pasaron, avanzaron juntos, y no dudaban de que pronto se harían dueños de aquella ciudad que debiera ser el gozo, pero se había convertido en la envidia, de toda la tierra. No obstante, la sola vista de Jerusalén les llenó de consternación y les calmó la furia, del mismo modo que la vista de las tiendas de Jacob habían atemorizado a Balaam impidiéndole maldecir a Israel (Nm. 24:2): «Y apenas la vieron, se maravillaron, se turbaron, se apresuraron a huir» (v. 5). No es que hubiese algo en Jerusalén que infundiese terror a los espectadores, pero la vista de ella les trajo a las mientes lo que habían oído acerca de la especial presencia de Dios en aquella ciudad y de la protección divina de que disfrutaba. Se reconocieron entonces incapaces de contender con el Omnipotente, y les tomó allí el temblor; dolor como de mujer que da a luz (v. 6). El miedo que allí les entró es comparado a los dolores de parto de una mujer; y la derrota sufrida a la vista de Jerusalén es comparada al quebrantamiento de las grandes naves de Tarsis (v. 7), cuando son atacadas de súbito por una tremenda tormenta.
Versículos 8–14
1. Que nuestra fe en Dios quede afianzada con esto (v. 8): «Como lo habíamos oído respecto de la providencia de Dios en el pasado, así lo hemos visto en nuestros días. Hemos oído que Dios es Jehová de las huestes; y que Jerusalén, que es la ciudad de nuestro Dios, está bajo su cuidado especial; y ahora lo hemos visto: hemos visto el poder de nuestro Dios; hemos visto su bondad; hemos visto su cuidado e interés por nosotros, y que Él es como un muro de fuego en torno de Jerusalén y la gloria en medio de ella».
2. Que sirva de ánimo a nuestra esperanza en la estabilidad y en la perpetuidad de la Iglesia: «Por lo que hemos visto, comparado con lo que habíamos oído, en la ciudad de nuestro Dios, podemos concluir que Dios la establecerá para siempre (v. 8. Aunque quizá pueda traducirse mejor como oración exclamatoria: «¡Que Dios la afiance para siempre!»)
3. Que nuestra mente se llene de buenos pensamientos acerca de Dios: «Por lo que hemos oído y visto, y por lo que esperamos, hemos de pensar en la bondad de Dios siempre que nos hallamos en medio de su templo» (v. 9).
4. Glorifiquemos a Dios por las grandes cosas que ha llevado a cabo a favor nuestro, y mencionémoslas en su honor (v. 10): «Conforme a tu nombre, oh Dios, así es tu loor hasta los confines de la tierra», no sólo en Jerusalén. Tan lejos como llega su nombre, llega su alabanza, o, al menos, debería llegar y, al final, ha de llegar, cuando todos los confines de la tierra le alabarán (22:27; Ap. 11:15). Por «tu nombre» ha de entenderse la reputación de Dios como poderoso Libertador, pues Él es el único que puede librar sin que nadie se lo impida.
5. Que todos los miembros de la Iglesia se consuelen, y sepan que el Dios que librará a Jerusalén, no permitirá que su Iglesia sea destruida (v. 11): «Alégrese el monte de Sion, en especial los sacerdotes y levitas que sirven en el santuario—y todos los que pertenecemos a la Jerusalén de arriba (Gá. 4:26)—así como las hijas de Judá, es decir, las aldeas al sur de la ciudad que estaban amenazadas por el invasor. Que todos celebren la gran liberación llevada a cabo por los juicios de Dios, esto es, por el castigo infligido al enemigo».
6. Observemos diligentemente los ejemplos y evidencias de la belleza, de la fuerza y seguridad de la Iglesia, y transmitamos fielmente nuestras observaciones a los que han de venir después de nosotros (vv. 12, 13): «Andad alrededor de Sion … contad sus torres, etc.». Como si dijesen: «Ved que lo que el enemigo consideraba como débiles defensas, son, por la gracia de Dios, baluartes inexpugnables, para que contéis a la generación venidera las maravillas que Dios ha hecho a favor de su pueblo». Esto tiene aplicación a la promesa del Señor con respecto a su Iglesia de que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella (Mt. 16:18).
7. Cantemos victoria en nuestro Dios y en la seguridad que tenemos de su benevolencia (v. 14). Hemos de contar a las generaciones venideras que así es nuestro Dios eternamente y para siempre, es decir (de acuerdo con los dos vocablos distintos—olam y ed—), lo será para siempre y lo es constantemente. Y, al ser nuestro Dios, es nuestro guía. Las dos últimas palabras de este salmo (hebreo, al muth) han sido, y son, materia de grandes discusiones. Literalmente significan: «sobre la muerte», que algunos interpretan como «hasta más allá de la muerte», pero muchos lo consideran hoy como una indicación musical, parecida a las que figuran en los salmos 9 (muth-labbén) y 46 (alamoth), por lo que es probable que debiera estar al comienzo del salmo 49, más bien que al final del 48.
Este salmo, como el que sigue, es una especie de sermón. En la mayoría de los salmos, vemos al salmista que ora o alaba; aquí vemos que predica. I. En el prefacio, se propone despertar de su falsa seguridad a los mundanos (vv. 1–3) y consolarse a sí mismo y a todas las personas piadosas cuando llegue la adversidad (vv. 4, 5). II. En el resto del salmo, 1. se esfuerza en convencer a los pecadores de su necedad en confiar en las riquezas de este mundo, y les muestra, (A) que no pueden, con todas sus riquezas, salvar de la muerte a sus amigos (vv. 6–9). (B) Que tampoco pueden salvarse de la muerte a sí mismos (v. 10). (C) Que no pueden asegurarse a sí mismos la dicha en este mundo (vv. 11, 12). Mucho menos, (D) pueden asegurarse la dicha para la vida futura (v. 14). 2. Se esfuerza en consolarse a sí mismo y a todas las personas piadosas, (A) en contra del temor de la muerte (v. 15); (B) en contra del temor al poder y a la prosperidad de los malvados (vv. 16–20).
Versículos 1–5
Estos versículos forman la introducción del salmista a su discurso sobre la vanidad del mundo y su incapacidad para hacernos felices.
1. Primero demanda atención: «Oíd esto, pueblos todos; escuchad, habitantes todos del mundo, etc. (vv. 1, 2), pues esta doctrina no es exclusivamente para los depositarios de la revelación divina, sino que la misma luz natural la atestigua. Todos los hombres pueden y, por tanto, deben considerar que sus riquezas no les servirán de nada el día de su muerte. Los pobres están en el mismo peligro que los ricos; aquéllos, por un desordenado deseo de las riquezas mundanas; éstos, por un desordenado deleite en las mismas riquezas. Mi boca hablará sabiduría (v. 3)». Lo que va a decir el salmista es apropiado para hacer sabios e inteligentes a los que reciben su enseñanza. Él mismo había digerido lo que iba a declarar.
2. Se anima a prestar atención también él mismo (v. 4): «Inclinaré mi oído al proverbio», es decir, a la expresión poética de un oráculo. El hebreo mashal puede traduciarse por «parábola», pero es el mismo vocablo que designa los proverbios de Salomón. No se llaman así precisamente porque sean oscuros y en sentido figurado, sino por ser instructivos en materias profundas e importantes. Quienes se dedican a enseñar a otros, deben aprender primero ellos mismos.
3. Promete hacer el tema lo más claro posible, pues, a pesar de ser un «enigma», es decir, un pronunciamiento sobre un problema enigmático, lo pondrá al alcance de todos mediante la música: «con el arpa». Al ser un tema que afecta a lo más profundo de nuestro ser, la música le hace llegar adonde los razonamientos no serían capaces de penetrar. Es cosa bien conocida que muchos son movidos al arrepentimiento y a la fe en el Señor por medio de un himno o de un solo musical cuando no habían experimentado el menor movimiento del corazón al oír un gran sermón.
4. Comienza aplicándose a sí mismo el sermón (v. 5): «¿Por qué he de temer, etc.?» El contexto explica cuáles eran esos temores: «Los días de adversidad» son aquellos en los que «le rodea la iniquidad de los que le suplantan» (hebreo, aquebay; de donde viene «Jacob»); es decir, de los que le persiguen y vienen «pisándole los talones». El que confía en Dios, no en las riquezas, no tiene por qué temer a quienes no pueden hacerle daño real. ¡Teman los que no tienen fe! No hay cosa más temible que poner el corazón en algo que por fuerza se ha de dejar en la tierra, pero los que tienen a Dios consigo, no tienen por qué temer a la muerte (23:4).
Versículos 6–14
1. Descripción del espíritu y del camino de los mundanos, cuya porción está en esta vida (17:14). Una persona puede poseer abundantes riquezas temporales y, no obstante, sacar provecho espiritual de ellas si su corazón se ensancha con amor, gratitud, obediencia y generosidad para emplear las riquezas al servicio de Dios y en aliviar las necesidades ajenas; por consiguiente, no son las riquezas mismas las que hacen mundano al hombre, sino el apegar el corazón a ellas como a valores primordiales, y así es como se describe aquí a los mundanos (v. 6): «Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan»; dependen de ellas como de la fuente de su dicha y seguridad. Su oro es su esperanza (Job 31:24) y así viene a ser su dios. Así explica nuestro Salvador la dificultad de salvarse los ricos (Mr. 10:24): «¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas!» (v. 1 Ti. 6:17).
«Dan sus nombres a sus tierras» (v. 11), y así espera perpetuar su memoria; pero ¡frágil honor es el que descansa en un mero nombre! Además, lo más frecuente es que cambien de nombre las fincas cuando cambian de dueño. «Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas» (v. 11a). El único consuelo que le queda al rico mundano es que sus propiedades quedarán en manos de sus descendientes de generación en generación, sin pasar jamás a manos ajenas.
2. Demostración de la necedad que esta mentalidad comporta. En general (v. 13), «Este su camino es locura». Dios mismo declara necio al rico que pensaba almacenar bienes para mucho tiempo (Lc. 12:19, 20). El amor de las cosas mundanas es una enfermedad que la llevamos todos en la sangre, hasta que la cura la gracia de Dios. Pero, por grandes que sean los bienes que un rico posea, no puede salvar con ellos la vida de su mejor amigo, ni comprar una prórroga para el caso en que es inminente la ejecución de la sentencia de muerte (vv. 7–9). La vida eterna es una joya demasiado cara como para que pueda comprarse con las riquezas de este mundo. No somos redimidos con cosas corruptibles como la plata y el oro (1 P. 1:18, 19). Cristo hizo por nosotros lo que todas las riquezas del mundo juntas no podían hacer; Él se merece, pues, de nosotros mayor estima que ninguna otra cosa. Cristo hizo por nosotros lo que ningún hermano o amigo podía hacer; por tanto, los que aman a su padre o a su hermano, etc., más que a Él, no son dignos de Él. Hay personas ricas y sabias, políticos y potentados, que pueden hacer mucho bien, pero nada pueden ante la muerte; otras personas son necias e ignorantes quizá no hacen mucho mal, pero también serán arrebatadas por la muerte lo mismo que las personas sabias y ricas, que no pueden permanecer en su opulencia (v. 12). Por muy alta que sea su posición, por muy grande que sea su poder, por altos que sean los honores que se le rindan, por variados que sean los placeres de que disfrute, no permanecerá; todas esas cosas, como su misma vida, son sombras huidizas. Su condición, a la hora de la muerte, será miserable en extremo. Mientras un hijo de Dios puede, con santa osadía preguntar a la orgullosa muerte: «¿Dónde está tu aguijón?», la muerte puede preguntar al orgulloso pecador: «¿Dónde está tu riqueza y tu pompa?» La belleza de la santidad es la única que el sepulcro, que consume toda otra belleza, no puede tocar ni empañar.
Versículos 15–20
Aquí se da una buena razón a un buen pueblo.
1. Por qué no deben temer la muerte. No deben abrigar tal temor, si, como el autor del salmo, tienen una perspectiva consoladora aun más allá de la muerte (v. 15). La fe en la victoria sobre el sepulcro y en la segura entrada del Cielo constituye el gran soporte y gozo de los hijos de Dios en la hora de la muerte. Esperan:
(A) Que Dios redimirá sus almas del poder del sepulcro lo cual incluye: (a) La preservación del alma de bajar al sepulcro con el cuerpo. El sepulcro tiene poder sobre el cuerpo, en virtud de la sentencia dictada por Dios en el Paraíso (Gn. 3:19), y es lo bastante cruel para ejecutar dicha sentencia (Cnt. 8:6); pero no tiene tal poder sobre el alma. Tiene poder para silenciar, encarcelar y consumir el cuerpo; pero el alma entonces se mueve, actúa y conversa con mayor libertad que antes, pues es inmaterial e inmortal. Cuando la muerte quiebra la opaca linterna del cuerpo, no extingue la luciente candela que brilla en su interior. (b) La reunión del alma con su cuerpo en la resurrección. «Pero Dios redimirá mi alma del poder del Seol» (v. 15, lit.). Sin embargo—nota del traductor—, es muy improbable que el salmo aluda a la resurrección o a la inmortalidad del alma. Dice el doctor Cohen: «Los comentaristas modernos no ven en el versículo ninguna alusión a la doctrina de la inmortalidad … El salmista expresa su confianza en que, al revés que los necios, quienes se fían en sus riquezas como si éstas pudiesen salvarles de todo lo que puede ponerles en peligro la vida, él será protegido por Dios de una muerte prematura».
(B) Que Dios lo tomará consigo, pues Él redime las almas para recibirlas (31:5, en tus manos encomiendo mi espíritu, Tú me has redimido). Dios los recibirá en su favor y los admitirá en su reino, en las mansiones que tiene preparadas para ellos (Jn. 14:2, 3), aquellas moradas eternas (Lc. 16:9).
2. Por qué no deben temer la prosperidad ni el poder de los malvados de este mundo.
(A) Supone que es muy fuerte la tentación de envidiar la prosperidad de los pecadores, al ver cómo se enriquecen, cómo aumenta la gloria (o mejor, la fortuna) de sus casas y se sienten alabados por los demás (vv. 16, 18). Por mucho que en vida bendiga a su alma (v. 18, lit.), su dicha es pasajera, mientras que los hijos de Dios se bendicen a sí mismos en el Dios de la fidelidad (Is. 65:16), teniéndose por dichosos al saber que Él es el Dios de todos ellos. La gente mundana se bendice a sí misma en la riqueza del mundo, y se cree dichosa cuando tiene tal riqueza en abundancia. Aplauden en sí mismos lo que Dios condena, y hablan paz a sí mismos cuando Dios les declara la guerra. El salmista viene a decirle al creyente: «El mundano se enaltece a sí mismo, pero tú que, al revés de él, no hablas bien de ti mismo, sino que obras bien para ti mismo al asegurar tu eterno bienestar, serás loado, si no por los hombres, sí por Dios, lo que constituirá tu perpetuo honor».
Sugiere lo que basta para quitar a la tentación su fuerza, y es observar el final de los pecadores prósperos (73:17): «Cuando muera se da por supuesto que irá a otro mundo, pero no se llevará nada de cuanto por largo tiempo ha ido amontonando» (v. 17). La gracia es gloria celeste que ascenderá con nosotros, pero ninguna gloria terrena descenderá tras nosotros. «Irá a reunirse con sus antepasados, que nunca más verán la luz» (v. 19); con aquellos antepasados malvados, cuyos dichos aprobó y cuyos pasos siguió, aquellos que no atendieron ni escucharon a Jehová (Zac. 1:4). Un necio, un malvado, por muchos honores que aquí reciba, es realmente despreciable como cualquier animal bajo el sol, «semejante es a las bestias que perecen» (v. 20); más aún, mejor es ser una bestia que un hombre que se hace a sí mismo como una bestia.
Este salmo, como el anterior, es un salmo de instrucción, no de oración ni de alabanza. Dios se dirige aquí, por medio del salmista, a los que tenían un falso concepto de la religión, para hacerles ver que no se complace en los sacrificios del culto ni en el cumplimiento externo de la ley, mientras no se cumple de corazón lo que Él ha ordenado. Aquí tenemos: I. La gloriosa manifestación del Soberano que da leyes y convoca a juicio (vv. 1–6). II. La exhortación a los adoradores de Dios, para que conviertan sus sacrificios en oraciones (vv. 7–15). III. La reprensión a los que albergan la pretensión de que adoran a Dios, pero viven en desobediencia a sus mandatos (vv. 16–20); se les lee la sentencia (vv. 21, 22), y se amonesta a todos a que consideren su conducta tanto como sus devociones (v. 23). Es un salmo de Asaf.
Versículos 1–6
Es probable que Asaf, el principal director de música del santuario, no sólo pusiera música a este salmo, sino que lo compusiera él mismo aun cuando no puede asegurarse, ya que el título no indica necesariamente autoría. En tiempo de Ezequías, alababan a Jehová «con las palabras de David y de Asaf vidente» (2 Cr. 29:30).
1. Convocación general, por orden del Rey de reyes (v. 1): «El Dios de los dioses, Jehová (o Dios, el Dios Jehová) ha hablado y ha convocado a la tierra». El Soberano del Universo, Todopoderoso y fiel cumplidor de sus promesas, convoca a todos con esta proclamación solemne que ya se sugiere en esa acumulación de nombres divinos.
2. Reunidos ya los convocados, el Juez toma asiento. Así como cuando dio Dios la Ley a Israel en el Sinaí, leemos que «resplandeció desde el monte de Parán» (Dt. 33:2), así también cuando viene a reprender a Israel por su hipocresía, se dice aquí:
(A) Que ha resplandecido desde Sion (v. 2); como ahora estaba establecido el oráculo en Sion, desde allí eran pronunciados sus juicios sobre aquel pueblo provocador; y Dios, cuya morada está en Sion, puede ser considerado como resplandeciendo desde Sion. También desde Jerusalén había de comenzar a ser predicado el Evangelio (Lc. 24:47); Hch. 1:8). Sion es llamada aquí (v. 2) dechado de hermosura (lit. perfección de hermosura), no sólo por ser el monte santo, donde estaba el santuario, sino incluso por su situación geográfica (comp. con 48:2).
(B) Que vendrá, y no callará, sino que mostrará su desagrado hacia ellos, hasta que, un día, sea derribado el muro de separación de la ley ceremonial. Esto lo va a declarar ahora. A los que no quieren dar oídos a su ley, les hará escuchar su juicio.
(C) Que su manifestación será majestuosa y terrorífica: «Fuego consumidor hay delante de Él, y tempestad poderosa le rodea» (v. 3). El fuego de sus juicios abrirá el camino a las reprensiones de su Palabra, a fin de que los pecadores de Sion se alarmen de sus pecados. Cuando el evangelio de Cristo había de ser proclamado en el mundo, dijo Él que había venido a echar fuego en la tierra (Lc. 12:49). El Espíritu fue dado en lenguas como de fuego y acompañado de un viento recio que soplaba (Hch. 2:2, 3), y cuando el Señor Jesús venga de nuevo a juzgar, se nos dice que vendrá en llama de fuego (2 Ts. 1:8).
(D) Que así como en el monte Sinaí vino con decenas de millares de sus santos, es decir, de sus ángeles, en esta ocasión convoca a los cielos desde arriba, y a la tierra, para que sean testigos de este solemne proceso (v. 4).
3. Convocación a los acusados (v. 5): Juntadme mis santos. El vocablo hebreo es jasiday, porque Dios había hecho su pacto con Israel como una señal de su especial amor misericordioso (hebreo, jesed) hacia ellos. Al disfrutar de tan singular privilegio, su responsabilidad era también singular; por eso, la cuenta que se les pide va acompañada de especial severidad a causa de la infidelidad de ellos. Por el pacto de la redención (v. 2 Co. 5:19), Dios extiende su propósito de reconciliación a todo el mundo, no sólo al pueblo de Israel. Todos los creyentes son ahora linaje escogido, regio sacerdocio y nación santa (1 P. 2:9, comp. con Éx. 19:6).
4. Se predice el resultado de este solemne proceso (v. 6): «Los cielos declararán su justicia»; los mismos cielos que han sido convocados a testificar en el proceso (v. 4), los mismos cielos que cuentan la gloria de Dios, es decir, el poder y la sabiduría del Creador (19:1), van a declarar ahora la justicia de Dios, porque Dios mismo es el Juez (v. 6b). Y, como en 19:3, los cielos no necesitarán palabras para que en todas partes se oiga su voz.
Versículos 7–15
Dios se dirige aquí a los que, en su religión, ponían todo el énfasis en la observancia exterior de la ley ceremonial, y pensaban que eso bastaba.
1. Presenta primero sus credenciales como Dios del pacto con Israel (v. 7): «Yo soy Dios, el Dios tuyo» (comp. con Éx. 20:2).
2. Expresa su relativo menosprecio de los sacrificios legales (v. 8). Lo cual puede ser considerado:
(A) En su relación con la ley misma. Los israelitas creían que Dios les habría de estar agradecido y satisfecho por la multitud de sacrificios que le ofrecían sobre el altar; pero Dios les declara que no necesitaba tales sacrificios. ¿Para qué los quería, si era el Dueño Soberano de todos los animales? (vv. 9, 10). La infinita autosuficiencia de Dios muestra nuestra completa insuficiencia para añadir nada a lo que ya es suyo. Además, no podía sacar ningún provecho de aquellos sacrificios: «¿He de comer yo carne de toros, etc.?» (v. 13). Es absurdo pensar que el Espíritu Infinito necesite alimentarse de carne y sangre, como lo necesita nuestro cuerpo. ¡No! La alabanza, la obediencia y el amor al prójimo (v. Ro. 12:1; He. 13:15, 16) son los sacrificios en que Dios se complace. (B) En su relación con el Evangelio, cuando cesarán todos los sacrificios ceremoniales, ya que el sacrificio del Calvario será suficiente, de una vez por todas, para hacer expiación por los pecados (v. He. caps. 9 y 10).
3. Les instruye explícitamente sobre la clase de sacrificios que, ante todo, requiere de ellos: Los sacrificios de oración y alabanza que aún bajo la Ley, tenían la precedencia sobre los holocaustos y demás sacrificios legales y que, ahora, en la dispensación de la gracia, los han sustituido completamente. Aquí (vv. 14, 15) les muestra lo que es bueno y lo que Jehová requiere de ellos y le es aceptable. También para nosotros tienen aplicación estas demandas, pues, (A) Hemos de confesar nuestros pecados y arrepentirnos de ellos (v. 1 Jn. 1:9), lo que el salmo (v. 23) llama «ordenar el camino», pues «Dios no desprecia el corazón contrito y humillado»; ese es el verdadero «sacrificio para Dios» (51:17). (B) Hemos de dar gracias a Dios por los beneficios que de Él recibimos: «Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias». (v. 14, mejor que «de alabanza»), y esto «agradará a Jehová más que sacrificio de buey, o becerro con cuernos y pezuñas» (69:30, 31). (C) Hemos de tomar conciencia de la obligación que tenemos de cumplir nuestros votos al Altísimo (v. 14b), lo cual no se limita a lo que, a este respecto, mandaba la Ley (v. Lv. 7:16), sino que se extiende a todas nuestras obligaciones del pacto que nos liga a Dios. (D) Hemos de orar a Dios constantemente pero Dios se refiere a continuación (v. 15) a circunstancias especiales: «invócame (cuando hayas cumplido las condiciones del versículo 14) en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás».
Versículos 16–23
Después de instruir a su pueblo, por medio del salmista, sobre el método correcto de rendirle adoración, pasa Dios ahora a reprender a los malvados.
1. El cargo que les imputa. (A) Les acusa de usurpar las funciones y los privilegios de la religión (v. 16): «¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes?», le dice al malvado. Esto es un reto a los que aparentan ser piadosos, pero son en realidad profanos, para mostrar que no están debidamente cualificados para declarar a otros la ley que ellos mismos no cumplen. Esta es la hipocresía de la que el Señor acusaba a los escribas y fariseos (v. por ej. Mt. 23 y comp. con Ro. 2:21, 22), pero también tiene aplicación a todos los que profesan la piedad, pero practican la iniquidad, especialmente cuando son ministros de Dios y predicadores del Evangelio. (B) Les acusa de transgredir las leyes y preceptos de la religión (v. 17):
«Pues tú aborreces la corrección». Les gustaba instruir y corregir a otros, pues esto les nutría el orgullo, pero aborrecían ser ellos mismos corregidos, pues esto les proporcionaba humillación así que, para no verlas, se echaban a la espalda las palabras de Dios. (C) A continuación, especifica sus peores y más frecuentes crímenes: (a) el robo y el adulterio (v. 18); (b) la persistencia en los pecados de la lengua (vv. 19, 20). La frase del versículo 20: «Tomas asiento y hablas contra tu hermano» puede entenderse de dos maneras (nota del traductor): 1) como para hacer de juez, cuando no se tiene tal autoridad para juzgar a otros; ésta es la opinión del propio M. Henry; 2) para indicar que la difamación era un acto deliberado y bien calculado; así la explica el rabino doctor Cohen. Que lo de «hermano» se ha de tomar literalmente, no en el sentido amplio de «prójimo», lo prueba el doctor Cohen por el paralelismo de la segunda parte del versículo: «Contra el hijo de tu madre dices infamias».
2. La prueba del cargo que les hace (v. 21): «Estas cosas hacías». El Dios que conoce, no sólo los hechos, sino también las intenciones del corazón, puede expresarse categóricamente: Los hechos eran demasiado evidentes para ser negados, y demasiado pecaminosos para ser excusados.
3. La paciencia del Juez, y el abuso que el pecador hace de esa paciencia: «Y yo he callado». Como si dijese: «Yo no te he parado los pies ni te he castigado, sino que te he permitido seguir tu curso; te he concedido prórroga, sin ejecutar de inmediato la sentencia que tus maldades merecían». Sin embargo, el texto hebreo admite otra traducción, aunque menos probable: «¿Y había yo de haber callado?» La paciencia de Dios es tanto más de admirar por el mal uso que el pecador hace de ella. Los pecadores suelen tomar el silencio de Dios por consentimiento, y la paciencia por connivencia y, por eso, cuanto más tardan en ser castigados, tanto más se les endurece el corazón.
4. La amable advertencia que les hace (v. 22): «Entended ahora esto los que os olvidáis de Dios; considerad que Dios conoce vuestros pecados y toma buena nota de ellos, que la despreciada paciencia se volverá furiosa ira, pues si no consideráis esto ni mejoráis con ello vuestra conducta, os despedazará como un león (comp. con Os. 5:14), y no habrá quien os libre».
5. A todos se nos dan luego las instrucciones necesarias para que evitemos ese fatal destino. (A) El fin primordial del hombre es dar gloria a Dios, y aquí se nos dice que «el que ofrece el sacrificio de acción de gracias le glorifica, le honra» (v. 23), ya sea judío o gentil, pues esos son los sacrificios espirituales en los que Dios se complace (v. He. 13:15, 16). Esos son los sacrificios que surgen del fuego del altar de un corazón que arde en afectos de sincera devoción. (B) El fin del hombre es también, en conjunción con la glorificación de Dios, llegar a ser feliz en íntima comunión con Él, y aquí se nos dice que al que ordena su camino, esto es, al que rectifica su conducta, le será mostrada la salvación de Dios. Vemos aquí un giro gramatical frecuente en hebreo, pues, al ser Dios el que habla, habríamos de esperar leer: «mi salvación». Buena es la expresión de gratitud, pero mejor es la vivencia de gratitud.
Este salmo sobresale entre todos los salmos penitenciales, pues expresa, mejor que ningún otro, la preocupación y los deseos de un pecador arrepentido. Aquí, I. David confiesa su pecado (vv. 3–6). II. Ora fervientemente para que le sea perdonado (vv. 1, 2, 7, 9). III. Pide paz para su conciencia (vv. 8, 12). IV. También pide gracia para no volver a pecar (vv. 10, 11, 14). V. Ruega a Dios que le conceda libre acceso a Él (v. 15). VI. Promete hacer todo cuanto pueda por el bien de otras almas (v. 13), y por la gloria de Dios (vv. 16, 17, 19). Y, finalmente, concluye con una oración por Sion y Jerusalén (v. 18). Los que sienten en su conciencia el peso de algún pecado muy grave deberían suplicar el perdón de Dios, con mirada de fe hacia el Mediador y Abogado Jesucristo, y recitar una y otra vez este salmo. La inscripción nos dice que David lo compuso «cuando después que se unió a Betsabé, vino a él Natán el profeta».
Versículos 1–6
El pecado del que David se lamenta en este salmo es la bien conocida y triste historia de la loca perversidad que cometió con la mujer de su prójimo Urías. Este pecado de David se nos es referido con todo detalle como seria advertencia a todos, de que el que piensa estar firme, mire que no caiga (1 Co. 10:12). El arrepentimiento que aquí expresa fue producido mediante el ministerio de Natán, quien fue enviado por Dios para que le convenciese de este pecado. Todos los que han sido alcanzados por algún pecado grave deberían tener por el mayor de los favores el que se les reprendiese lealmente, y por el mejor de los amigos al que les corrigiese sabiamente. Que el justo me hiera será para mí un perfume excelente. Una vez convicto de su pecado, David derramó su alma delante de Dios en petición de gracia y misericordia y, bajo la inspiración divina, expresó en este salmo los sentimientos de su corazón en esta circunstancia. Tenemos aquí:
I. La humilde petición de David (vv. 1, 2). Su oración es como una explanación de aquella otra que el Salvador puso en boca del publicano de la parábola (Lc. 18:13): «Dios, sé propicio a mí, pecador». David no trata de contraponer sus buenas obras a este terrible crimen, ni piensa que sus buenos servicios a Dios puedan expiar por sus ofensas, sino que acude a la infinita misericordia de Dios y a ella únicamente se confía en busca de perdón y de paz (v. 1): «Ten piedad de mí, oh Dios».
1. Cuál es el alegato para que Dios tenga piedad de él: «Ten piedad de mí … conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades, etc.». Como si dijese: «No tengo ninguna otra cosa a la que apelar; pido misericordia en atención únicamente a tu gran misericordia, la cual es libre y soberana, conforme a la infinita bondad de tu divina naturaleza, que te inclina a tener compasión del miserable que no merece sino la condenación.
2. Qué cosa es la que principalmente demanda de la compasión de Dios: «Borra mis delitos», de la misma forma que se borra o cancela una deuda en un libro de cuentas una vez que el deudor la ha pagado o el acreedor la ha perdonado. Dice después (v. 2): «Lávame a fondo de mi maldad y límpiame de mi pecado». Natán había asegurado a David que, una vez que estaba arrepentido, Dios había perdonado su pecado: «Jehová perdona tu pecado; no morirás» (2 S. 12:13). No obstante, ruega: «Lávame, límpiame, borra mis delitos». Dios le había perdonado, pero él no podía perdonarse a sí mismo; por eso, importuna a Dios una y otra vez para que le perdone.
II. La confesión penitencial que David expresa (vv. 3–5).
1. Sincera y libremente confiesa delante de Dios su culpa (v. 3): «Porque yo reconozco mis delitos». Anteriormente había visto que éste era el único medio de poner paz en su conciencia (32:4, 5). Natán le había dicho: «Tú eres ese hombre». Y él había respondido: «He pecado» (2 S. 12:7, 13).
2. Tiene de su pecado un sentimiento tan profundo que piensa en él continuamente con pena y vergüenza (v. 3b): «Y mi pecado está siempre delante de mí».
(A) Confiesa su grave transgresión de la ley divina (v. 4): «Contra ti, contra ti solo he pecado». Y, en consecuencia, declara la justicia de Dios cuando sentencia al pecador (v. 4b): «Así que eres justo cuando sentencias, e irreprochable cuando juzgas». Los mejores hombres, cuando pecan, deben dar el mejor ejemplo de arrepentimiento. Los verdaderos penitentes justifican a Dios precisamente condenándose a sí mismos. Lo más notable de este versículo es que, al haber pecado directamente contra Urías y su mujer Betsabé, diga a Dios: «contra ti solo he pecado»; pero está en total conformidad con la mentalidad bíblica de que todo pecado, aun contra el prójimo, es, ante todo y primordialmente, una ofensa a Dios, por ser una transgresión de su santa ley.
(B) Confiesa su congénita corrupción (v. 5): «Mira que en maldad he sido formado, etc.». David habla en el Salmo 139:14, 15 de la admirable estructura de su organismo, pero aquí dice que fue formado (o, más exactamente, que fue dado a luz) en iniquidad, para dar a entender que, desde su nacimiento, estaba inclinado al pecado. No es así como salió el hombre de las manos de Dios, pero, desde la caída original, cada uno de nosotros viene a este mundo con una naturaleza corrompida, degenerada de su prístina pureza y rectitud. Esto es lo que llamamos pecado original, porque es tan antiguo como el origen del pecado primero y porque es el origen de todas nuestras actuales transgresiones. Es algo que nos inclina, desde la cuna, a ir contra la ley de Dios.
III. David reconoce asimismo la gracia de Dios (v. 6), no sólo como un buen deseo, o buena voluntad, de la sinceridad que hemos de albergar en lo íntimo de nuestro ser («tú amas la verdad en lo íntimo»), sino también como buena obra que Él lleva a cabo en nuestro interior («y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría»). La verdad y la sabiduría contribuyen grandemente a hacer de un hombre un buen hombre. Lo que Dios requiere de nosotros lo obra Él mismo en nosotros (comp. Fil. 2:13) y lo obra en la forma normal de iluminar el entendimiento para ganar la voluntad. David era consciente de que su corazón estaba ahora recto con respecto a Dios, pues estaba arrepentido y, por tanto, no dudaba de que era aceptado por Dios y esperaba que Dios le capacitaría para hacer buenas sus resoluciones y, para ello, le haría conocer, en lo que Pedro llama «el hombre oculto del corazón» (1 P. 3:4, lit.), la sabiduría necesaria para discernir y evitar en lo sucesivo los designios del tentador.
Versículos 7–13
1. Véase aquí lo que David pide. Si en todas estas, muchas, peticiones que hace, añadiésemos al final:
«en el nombre de Jesús», serían tan evangélicas como las que más.
(A) Ruega a Dios que le limpie de sus pecados y de la contaminación que ha contraído con ellos (v. 7): «Purifícame con hisopo». La expresión alude a la ceremonia legal de purificar a quien ha tenido contacto con un cadáver (Nm. 19:6) o al leproso (Lv. 14:4). Con un ramo de hisopo se rociaba a la persona con agua o con sangre (o con ambas), y así era descargada de las restricciones que la contaminación comportaba. Así es como David desea ser purificado para disfrutar de los privilegios que comporta una comunión con Dios no obnubilada por el pecado. Esto se cumple perfectamente en la dispensación de la gracia pues es la sangre de Cristo, llamada en Hebreos 12:24 «la sangre del rociamiento», la que purifica nuestras conciencias de obras muertas (He. 9:14), es decir, de culpas que nos separan de la comunión con Dios como por el contacto de un cadáver, de manera semejante a la separación de los atrios de la casa de Dios en la dispensación de la ley, por el contacto antedicho.
(B) Ruega también que, al ser perdonados sus pecados, tenga el consuelo que el perdón efectúa. No pide ser consolado mientras no haya sido perdonado, pero, una vez que el pecado, la amarga raíz de la tristeza, ha sido arrancada, puede pedir con fe (v. 8): «Hazme oír gozo y alegría». El dolor de un corazón verdaderamente quebrantado por el pecado bien puede compararse al de un hueso quebrantado (comp. 38:9; 42:11). Y el mismo Espíritu que golpea y hiere, también cura y venda.
(C) Pide perdón completo y efectivo. Aquí es donde pone su mayor interés, pues es el fundamento de su consuelo (v. 9): «Oculta tu rostro de mis pecados; cúbrelos, escóndelos de tu vista para que así queden expiados; que no te provoquen a tratarme según me merezco; están delante de mí, pero haz que estén detrás de ti, a tu espalda, y borra todas mis maldades de tu libro de cuentas; que desaparezcan como se desvanece una nube por los rayos del sol» (Is. 44:22).
(D) Pide gracia santificante. Su gran preocupación es ver cambiada su naturaleza corrompida; por eso, ruega (10): «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu firme (esto es, que sepa resistir los embates de la tentación) dentro de mí». Pide firmeza y constancia, pues había experimentado antes gran inconstancia e inconsistencia en sí mismo.
(E) Ruega que continúe la buena voluntad de Dios hacia él y que progrese en él la buena obra de Dios (v. 11): «No me eches de delante de ti como si me aborrecieses, como un cortesano que ha incurrido en el desagrado de su soberano y es excluido de su presencia, y no retires de mí tu santo Espíritu». Estamos perdidos si Dios retira de nosotros el Espíritu Santo. David conocía bien esto por la triste experiencia de Saúl. ¡Cuán miserable y criminal se volvió cuando se retiró de él el Espíritu de Jehová! Por eso ruega a Dios con tanto interés que no le suceda a él lo mismo.
(F) Ora finalmente para que le sean restaurados los consuelos divinos y la continua comunicación de la gracia divina (v. 12): «Devuélveme el gozo de tu salvación». Un hijo de Dios no conoce otro gozo verdadero y sólido sino el gozo de la salvación de Dios, gozo en Dios su Salvador y en la esperanza de la vida eterna, «y en espíritu de nobleza (o mejor, de pronta devoción o dedicación) afiánzame». Como si dijese: «Dejado a mí mismo, estoy abocado a caer, ya sea en el pecado o en la desesperación; Señor, sostenme; mi propio espíritu no es suficiente».
2. A continuación, David promete (v. 13): «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos». Él mismo había sido transgresor y, por eso, podía hablar a los transgresores por su propia experiencia y al haber hallado el favor de Dios por la vía del arrepentimiento, podía enseñar a otros los caminos de Dios y los peligros que hay que evitar para no transgredir (comp. con Lc. 22:32). «Y los pecadores se convertirán a ti.» Los pecadores arrepentidos son los más aptos para ser predicadores convencidos.
Versículos 14–19
1. David ora que Dios le libre de un pecado especial, del derramamiento de sangre (v. 14), crimen que él mismo había cometido recientemente al asesinar a Urías con la espada de los hijos de Ammón; y promete que, si Dios le libra, su lengua cantará la justicia de Dios, la fidelidad de Dios a su promesa de perdonar al pecador creyente y arrepentido. Dios ha de tener la alabanza por la gracia del perdón y por la gracia de prevenir del pecado. Y, al sentirse insuficiente incluso para cantar por sí mismo las divinas alabanzas, añade (v. 15): «Señor, abre mis labios, no sólo para enseñar e instruir a los pecadores, sino también para que pueda mi boca publicar tus alabanzas, una vez que por tu amor se haya ensanchado mi corazón». La culpa le había cerrado los labios y, por eso, tenía poca confianza para dirigirse a Dios. A los que tienen atada la lengua por causa del pecado, la seguridad del perdón de Dios parece decirles: Efatá— Ábrete—; y, cuando se abren los labios, ¿qué otra cosa habrían de hablar, sino las alabanzas de Dios?
2. David ofrece el sacrificio de un corazón contrito. Sabía que el sacrificio de animales no tenía en sí ningún valor delante de Dios (v. 16). Como esta clase de sacrificios no pueden satisfacer por el pecado, tampoco pueden satisfacer a Dios, sino en la medida en que su ofrecimiento expresa la devoción interior que a Dios se debe. Pero David sabía cuán acepto es a Dios el sincero arrepentimiento (v. 17): «Sacrificio es para Dios un espíritu quebrantado». No es obra liviana la que aquí se insinúa, sino la más honda, pues se trata del quebrantamiento del espíritu, no en desesperación, sino en humillación propia y detestación del pecado; un corazón rendido y sometido en obediencia a la Palabra de Dios; un corazón enternecido, como el de Josías, tembloroso ante la Palabra de Dios. El quebrantamiento del cuerpo (no de los huesos) de Cristo fue el único sacrificio capaz de expiar el pecado, pues ningún otro sacrificio puede quitar el pecado; pero el quebrantamiento de nuestro corazón a causa del pecado es un sacrificio de reconocimiento y alabanza. El Midrás hace notar que, mientras la fractura de un miembro descalifica a un animal para el sacrificio, el quebrantamiento del espíritu humano es aceptable para Dios.
3. David termina este salmo con una intercesión por Sion y Jerusalén. Nota del traductor: Es opinión común que estos versículos (vv. 18, 19) son una añadidura, probablemente colectiva, efectuada entre los años 587 (fecha de la destrucción de los muros de Jerusalén) y 450 antes de C. (fecha en que comenzaron a restaurarse bajo Nehemías). No es que el redactor (inspirado por Dios) añada lo de los sacrificios como para contrarrestar la impresión desfavorable que los versículos 16 y 17 pudiesen haber causado con respecto a los sacrificios legales, pues Él mismo dice «sacrificios de justicia», es decir, ofrecidos con rectitud de intención y por motivos justos, condiciones indispensables para ser aceptados por Dios.
David estaba embargado de tristeza cuando dijo a Abiatar (1 S. 22:22): «Yo he ocasionado la muerte a todas las personas de la casa de tu padre», las cuales fueron ejecutadas por Saúl tras la malvada información que le dio Doeg. En este salmo, David, I. Riñe a Doeg por lo que ha hecho (v. 1). II. Le acusa (vv. 2–4). III. Pronuncia sentencia contra él (v. 5). IV. Predice el júbilo de los justos ante la ejecución de la sentencia (vv. 6, 7). V. Se consuela con la misericordia de Dios (vv. 8, 9).
Versículos 1–5
1. David arguye razonablemente con su orgulloso y malvado interlocutor (v. 1). Doeg era, por su oficio, un potentado (hebreo, guibor—el mismo vocablo de Is. 9:6—), pues era uno de los servidores más encumbrados de Saúl. De esto se jactaba, no sólo del poder que tenía para hacer el mal, sino del mal que hacía en virtud de tal poder, de ahí la significación de «tirano» que dicho vocablo comporta aquí. Resulta incierto—dice el propio M. Henry—(nota del traductor) cómo cuadran aquí las palabras que siguen: «El amor misericordioso (hebreo, jesed) de Dios dura siempre (lit. todo el día)». La razón más probable es la que apunta el rabino Dr. Cohen: Dios (hebreo, Él) es el verdaderamente Fuerte, en comparación con el cual el poder del mayor potentado es como nada. Sin embargo, no es de despreciar la razón que M. Henry da como la más probable: «Dios está continuamente haciendo el bien, y quienes le imitan tienen alguna razón para gloriarse de ello; pero tú estás continuamente haciendo el mal y al ser así tan poco semejante, y aun contrario, a Él, te jactas, sin embargo, en hacer el mal».
2. Presenta contra él un cargo muy grave en el tribunal del Cielo (vv. 2–4). Le acusa de perversidad, tanto de lengua como de corazón. De cuatro cosas le acusa: (A) Maldad. Su lengua maquina destrucción (v. 2, lit.), pues no sólo punza como una aguja, sino que corta como navaja afilada. (B) Falsedad, pues obra el mal con lengua engañosa (v. 4) y ama la mentira (v. 3) y trama engaños (v. 2b), al decir parte de verdad, pero no toda la verdad. No nos salvará de la culpa de mentir el que podamos decir: «Había algo de verdad en lo que dije», si lo hacemos aparecer de muy distinta manera de como era la cosa. (C) Mala voluntad, pues los engaños que trama su lengua los maquina en realidad su malvado corazón. (D) Amor al pecado (v. 3): «Amas el mal más que el bien»; es decir, «no amas el bien, sino el mal» (éste es el sentido de la frase). Como si dijese: «Prefieres agradar a Saúl y dices una mentira, antes que hablarle la verdad a Dios». Son del espíritu de Doeg quienes, en lugar de alegrarse por tener la oportunidad de hacer un favor al prójimo, se alegran cuando hallan la ocasión de hacer el mal a un semejante.
3. Le lee la sentencia y le anuncia el castigo que va a recibir de Dios por su iniquidad (v. 5): «Tú destruiste a los sacerdotes de Jehová hasta exterminarlos; por tanto, Dios te destruirá para siempre». Doeg es condenado aquí: (A) Al destierro: «Dios te asolará y te arrancará de tu morada». Justamente era privado de los privilegios que comportaba vivir en el país del pueblo escogido de Dios, por haberse portado tan cruel y bárbaramente con los ministros de Dios. (B) A la destrucción: «Y te desarraigará de la tierra de los vivientes». Como un árbol arrancado de cuajo del suelo en el que se había criado, perecerá, en contraste con los justos de los que se habla a continuación.
Versículos 6–9
David se hallaba, al tiempo en que Doeg cometía su fechoría, presa de tristeza e inquietud; con todo, le vemos aquí que canta victoria en medio de la tribulación:
1. Por la caída de Doeg. Los justos verán la caída de Doeg y podrán hablar de los justos juicios de Dios: Verán y temerán (v. 6); es decir, reverenciarán la justicia de Dios. Se reirán de Doeg, no con la risa de los necios, sino semejante a la de Aquél que está sentado en el Cielo (2:4). El malvado aparecerá en ridículo por la necedad de su pecado (v. 7): «He aquí el hombre que no hizo de Dios su fortín» (lit.). Lo que causó la ruina de Doeg fue: (A) Que no edificó sobre roca: No hizo de Dios su fortín o refugio. Miserablemente se engañan quienes piensan que pueden apoyarse en su poder y en sus riquezas sin Dios y sin religión. (B) Que edificó sobre arena. Pensaba que sus riquezas no corrían peligro de perderse: «Sino que confió en la multitud de sus riquezas».
2. Por su propia estabilidad y firmeza (vv. 8, 9). «Este potentado—viene a decir David—ha sido arrancado de cuajo, pero yo estoy como olivo verde, bien plantado y arraigado, firme y floreciente (comp. 1:3); él ha sido arrancado de su morada (v. 5), pero yo estoy en la casa de Dios (v. 8)». ¿Qué hemos de hacer para ser como olivos verdes? (A) Hemos de vivir una vida de fe y santa confianza en Dios y en su gracia (v. 8b): En la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre. (B) Hemos de vivir una vida de gratitud y gozo en el Señor (v. 9): «Te alabaré eternamente por lo que has hecho, pues me has cumplido tu promesa». (C) Hemos de vivir una vida de expectación y humilde dependencia de Dios (v. 9b): «Esperaré en tu nombre, porque es bueno, delante de tus santos». La actitud de aguardar pacientemente en lo futuro, cuando hemos experimentado con frecuencia la bondad de Dios en el pasado, ha de ser mantenida en la presencia de los fieles devotos (hebreo, jasidim) y percibida por ellos, aunque también debería ser percibida, para mayor testimonio, por los que no son devotos.
Este salmo viene a ser una versión revisada del salmo 14; aquí aparece el nombre de Dios como Elohim, sin excepción, como es frecuente en el Libro II de los Salmos. Las variantes corresponden, con la mayor probabilidad, a las nuevas circunstancias en tiempo de la redacción. Dios, por medio del salmista.
I. Nos muestra lo malos que somos (v. 1). II. Lo demuestra en base a su sabiduría infinita y al perfecto conocimiento que tiene de todas las cosas (vv. 2, 3). III. Inspira terror a los perseguidores, que son los peores pecadores (vv. 4, 5). IV. Inspira ánimos a los perseguidos de entre sus hijos (v. 6).
Versículos 1–6
1. El hecho del pecado ¿Está demostrado? Sí, Dios es testigo de ello. Toda la pecaminosidad del corazón y de la vida de los hombres está al descubierto en su presencia.
2. La culpabilidad del pecado. Es lo que hace de este mundo el mal mundo que es, un mundo enteramente apartado de Dios (v. 3).
3. La fuente del pecado ¿Cómo es que los hombres son tan malos? De cierto es porque no tienen temor de Dios. Las malas prácticas de los hombres fluyen de sus malos principios.
4. La insensatez del pecado. El que alberga pensamientos corrompidos es un insensato. Los ateos, ya lo sean en teoría o en la práctica, son los mayores insensatos del mundo. Los que no buscan a Dios no entienden; son como los brutos animales, pues el hombre se distingue del animal bruto, no tanto por los poderes de su razón cuanto por su capacidad para la religión. De los que hacen iniquidad (v. 4) bien se puede decir que no tienen conocimiento al no conocer a Dios.
5. La suciedad del pecado. Los pecadores se han corrompido (v. 1); su naturaleza está echada a perder; y cuanto más noble es una naturaleza, tanto más vil se hace cuando se corrompe.
6. El fruto del pecado. Véase a qué grado de barbaridad conduce a los hombres; cuando el corazón se les endurece por el engaño del pecado, se vuelven crueles con sus hermanos de raza, y aun de familia (v. 4b): Que devoran a mi pueblo como si comiesen pan; como si se hubiesen vuelto, no sólo animales, sino animales de presa.
7. El miedo y la vergüenza que acompañan al pecado (v. 5). Los que no temen a Dios suelen tener miedo incluso donde no hay nada que espante. Estas palabras, ausentes en el Salmo 14, fueron añadidas, al parecer, para aplicarlas al caso referido en 2 Reyes 7:6. El miedo estaba fundado en que Dios había esparcido los huesos del agresor (lit. del que acampa contra ti). No sólo había dispersado las fuerzas, sino también los huesos de los cadáveres del enemigo.
8. La fe de los santos y la esperanza y el poder que tienen tocante a la curación de este gran mal que es el pecado (v. 6). Vendrá un Salvador, que traerá una gran salvación (lit. salvaciones—plural de intensidad—), salvación completa; comenzará por la salvación del pecado.
La llave de este salmo pende de la puerta misma, pues el título nos dice la ocasión en que fue redactado cuando los habitantes de Zif, de la tribu de Judá (tipos de Judas el traidor) traicionaron a David ante Saúl; le informaron a éste del paradero de David y le dieron la oportunidad de echarle mano. Lo hicieron dos veces (1 S. 23:19; 26:1) y queda registrado para perpetua infamia de ellos. Aquí David, I. Se queja a Dios de la maldad de sus enemigos y pide socorro contra ellos (vv. 1–3). II. Se consuela con la seguridad del favor y de la protección de Dios y con que sus enemigos quedarán confundidos, y él será libertado (vv. 4–7).
Versículos 1–3
1. El gran apuro en que se hallaba David. Los zifeos vinieron de su propia voluntad a informar a Saúl del paradero de David, con la promesa de entregarlo en sus manos. Nunca puede ningún hombre hallarse a salvo mientras no haya llegado al Cielo ¡Cuán traidores eran estos zifeos!
2. Oración de David a fin de que Dios le socorra y proteja (vv. 1, 2). David no tiene ninguna razón en qué apoyarse, sino en el nombre de Dios, y ningún otro poder en qué sostenerse sino en la fuerza de Dios, y de estas dos perfecciones divinas hace su refugio y confianza. Incluso en su huida, cuando no tenía oportunidad para dirigirse solemne y tranquilamente a Dios, elevaba continuamente su corazón a Dios (v. 2): Escucha mi oración, que me sale del corazón, y da oídos a las palabras de mi boca (lit.).
3. Su alegato se basa en el carácter de sus enemigos (v. 3): Eran extranjeros, es decir, enemigos de David, pues el hebreo zarim admite éste y otros significados. Este versículo es citado en 86:14, donde se lee zedim = orgullosos. En todo caso, eran peores que los filisteos; y también se nos habla de hombres violentos; ahora se refiere, sin duda, a Saúl y sus seguidores. Saúl, como rey, debería haber usado su poder para proteger a todos sus buenos súbditos; pero, en lugar de eso, abusaba de su poder para destruirlos. Saúl y los suyos no se contentaban con menos que con dar muerte a David (v. 3). No han puesto a Dios delante de sí—añade David (v. 3c)—; es decir, deberían haber tenido en cuenta que Dios castiga la maldad y la violencia, pero se han negado a considerar la justicia y el poder de Dios, y que, al luchar contra los buenos hijos de Dios, estaban luchando contra el mismo Dios.
Versículos 4–7
La fe de David en su oración.
1. Estaba seguro de que tenía a Dios de su parte (v. 4): He aquí, Dios es el que me ayuda. Aunque hombres y demonios se conjuren para destruirnos, no prevalecerán mientras Dios sea el que nos ayuda; el Señor está con los que sostienen mi vida (comp. 118:7); es probable que la frase sea un modismo hebreo, según sugiere Arconada, para significar que el Señor (hebreo, Adonay) era «el gran sostenedor de su alma» (lit.).
2. Al estar seguro de que Dios estaba de su parte, no dudaba de que sus enemigos caerían delante de él (v. 5): «Él devolverá el mal a los que me acechan. Es decir, Dios hará que caiga sobre la cabeza de ellos el mal que traman contra mí». David no les va a devolver mal por mal, pero sabe que Dios lo hará, pues Él es el vengador de los suyos; suya es la venganza. Y añade: «Destrúyelos por tu verdad». No es ésta una maligna imprecación, sino una oración de fe en la fidelidad de Dios a su propio carácter de Juez Supremo y Universal.
3. Promete dar a Dios las gracias por todas las experiencias que había tenido de la bondad de Dios con él (v. 6): «De todo corazón te ofreceré sacrificios; alabaré tu nombre (mejor, daré gracias a tu nombre), oh Jehová». Un corazón lleno de gratitud, y unos labios por los que rebosa al exterior dicha gratitud, son los sacrificios que Dios acepta.
4. Habla de su liberación como cosa hecha (v. 7): «Porque me has librado de toda angustia, y mis ojos han visto la ruina de mis enemigos» Es lo que se llama un «pretérito profético». Al tener en cuenta que el hebreo de la última frase dice literalmente: Y mi ojo ha visto en mis enemigos, no hace falta introducir el vocablo «ruina»; ni siquiera el de «derrota»; basta con el de «fracaso» o «retirada», a la vista de 1 Samuel 23:27, 28, cuando Saúl se retiró de perseguir a David simplemente porque le dieron la noticia de que los filisteos habían hecho una irrupción en el país. Todo lo que David deseaba era verse a salvo de la persecución de Saúl y cuando vio que Saúl retiraba sus fuerzas, vio cumplido su deseo.
Muchos expositores opinan, en conformidad con la propia tradición judía, que David compuso este salmo con ocasión de la rebelión de su hijo Absalón, y que el enemigo especial que se portó traidoramente con él era Ajitófel, como en 41:9, al ser así David, en esta ocasión, tipo de Cristo en sus sufrimientos, y Ajitófel de Judas, pues ambos fueron traidores y se ahorcaron. Pero no hay en este salmo ninguna cosa que sea aplicada a Cristo en el Nuevo Testamento. David: I. Ora que Dios le muestre su favor y expone su tristeza y sus temores (vv. 1–8). II. Ora que Dios manifieste su desagrado contra sus enemigos, y alega la gran perversidad y la traición de ellos (vv. 9–15, 20, 21). III. Se anima a sí mismo con la seguridad de que Dios se manifestará a favor de él, a su debido tiempo, en contra de sus enemigos, se consuela con esta esperanza y anima a otros a confiar en Dios (vv. 16–19, 22, 23).
Versículos 1–8
1. David ora. La oración es buen remedio para toda herida y buen alivio a todo espíritu que gime bajo una pesada carga: «Escucha, oh Dios, mi oración» (v. 1). E insiste: «No te retraigas a mi súplica. Atiéndeme y respóndeme» (vv. 1b–2a). Si en nuestras oraciones abrimos a Dios nuestro corazón y le exponemos sinceramente nuestro caso, tenemos razón para esperar que El no esconderá de nosotros su persona, ni sus favores ni sus consuelos; pero es preciso orar con perseverancia, como David, sin desfallecer.
2. David llora, pues también en esto era tipo de Cristo, varón de dolores y experimentado en quebranto (Is. 53:3), y también de lágrimas a gritos (v. He. 5:7). «Clamo en mi oración y me desasosiego», dice David (v. 2b). Le quitan el sosiego «los gritos del enemigo» (v. 3), es decir, las amenazas, así como las calumnias, que lanzaban contra él Absalón y sus seguidores, hasta soliviantar al pueblo para que se rebelase contra un rey tan bueno como David, y le sacasen de su palacio y de su ciudad, como hicieron después con Jesús los principales sacerdotes y aun toda la multitud cuando gritaban ante Pilato: «¡Fuera con ése … Crucifícale crucifícale!» (Lc. 23:18, 21). «Sobre mí vierten la iniquidad», dice David, esto es, sobre mí maquinan un malvado plan tras otro (más bien que, por todos los medios tratan de hacerme odioso).
3. David tiembla en gran consternación. Podemos suponer que de verdad temblaba al estallar la conspiración de su hijo Absalón y ver la general defección del pueblo. David era hombre valiente y osado, que en muchas ocasiones se había señalado por su bravura, pero en esta ocasión, ante tan grande y tan inminente peligro, desfalleció su corazón (vv. 4, 5). Los «terrores de muerte» significan algo más que el simple temor a la muerte; expresan el terror que inspira una muerte violenta y horrible. La fe de David le había hecho decir, viéndose rodeado de enemigos: «No temeré lo que pueda hacerme el hombre», pero ahora el miedo le tiraniza y agarrota; pues aun los mejores no están libres de temores, ya que no siempre está su fe al mismo alto nivel de fortaleza y confianza en Dios ¡Cómo deseaba David, en esta ocasión, poder escapar al desierto! (vv. 6, 7). Desea alas, no de halcón, sino de paloma, pues no quiere volar para caer sobre la presa, sino para poder escapar de aquellas aves de presa que eran sus enemigos. La paloma vuela despacio y bajo, y busca refugio donde resguardarse; así querría David volar ahora, para escapar del viento borrascoso, de la tempestad (v. 8); compara el tumulto que ha surgido en la ciudad a una tormenta borrascosa y amenazante. Con tal de poder descansar, volaría adonde fuese, aun al desierto (vv. 6, 7).
Versículos 9–15
David se queja aquí de sus enemigos, cuyo perverso complot le había llevado, si no al final de su fe, sí al final de sus ánimos.
1. La forma en que describe a sus enemigos. Eran de lo peor de los hombres, y la descripción que hace de ellos coincide con lo que sabemos de Absalón y sus cómplices en la revuelta. David no ve en la ciudad santa otra cosa que violencias y discordias (v. 9), iniquidad, malicia e insidias en medio de ella (vv. 10, 11); y la violencia y el fraude no se apartan de sus plazas (v. 11. Mejor, de su amplia plaza; es decir, la plaza principal de la ciudad, donde se llevaban a cabo las transacciones en los negocios) ¿Así se porta Jerusalén, el cuartel general de los sacerdotes de Jehová? ¿Es esto lo que le han enseñado? ¿Es posible que Jerusalén sea tan ingrata con David, su ilustre fundador, hasta el punto de no permitirle residir allí? Se queja, en especial, de uno de los líderes de la conspiración, que había estado muy ocupado en fomentar celos contra él, en denigrar su persona y su gobierno y en soliviantar la ciudad. ¿Quién era el más activo en todo esto? (vv. 12–14): «No un enemigo jurado, como Simeí, ni alguno de los que de antaño me aborrecían, lo cual habría soportado, puesto que no podía esperar mejor cosa de ellos, sino tú, un hombre de mi categoría (lit.), mi amigo y mi familiar, etc.». La paráfrasis caldea nombra explícitamente a Ajitófel como la persona aludida aquí. En la Iglesia, como en Israel de antiguo, siempre ha habido, hay, y habrá una mezcla de buenos y malos. No debemos extrañarnos de hallar muchas personas que, tras profesar gran interés por las cosas de Dios y gran amistad hacia los hijos de Dios, nos decepcionan y nos llenan de tristeza al ver que estaban faltas de sinceridad y fe genuina. David mismo, a pesar de ser hombre sabio y experimentado, sufrió amargas decepciones, lo cual debe hacernos más tolerables las nuestras.
2. Oración de David en contra de ellos. David ora: (A) Que Dios se digne dispersarlos, confundiendo sus lenguas (v. 9), como hizo en Babel, a fin de que no puedan ponerse de acuerdo unos con otros (comp. 2 S. 17:1–14). Con frecuencia, Dios destruye a los enemigos de la Iglesia dividiéndolos, pues no hay mejor medio de destruir a un grupo o a una nación que dividiéndolos. (B) Que Dios los destruya de la misma forma que destruyó a Coré y a sus cómplices (v. Nm. 16:30): «Que la muerte les sorprenda; desciendan vivos al Seol» (v. 15). Comenta el profesor Davison: «Esta súbita y completa destrucción es deseada, no con espíritu de crueldad, sino como una señal segura de visitación divina».
Versículos 16–23
En estos versículos:
1. David persevera en su resolución de invocar a Dios, ya que está bien seguro de que no le buscará en vano (v. 16): «En cuanto a mí, aunque ellos tomen la ruta que mejor les plazca y sean sus guardas la violencia y la discordia, la mía será la oración; en ella he hallado siempre consuelo y, por tanto, en ella permaneceré; a Dios clamaré, a Él me encomendaré, y Jehová me salvará». (Nótese el contraste: a Dios—hebreo, Elohim: Dios como Hacedor y Juez de todos—clamaré y Jehová:—Dios como misericordioso favorecedor de los suyos—me salvará). Piensa orar por la tarde (comienzo del día hebreo—v. Gn. 1:5 y ss), por la mañana y al mediodía. Esta era la costumbre de Daniel (Dn 6:10), y el mediodía era una de las horas de oración de Pedro (Hch. 10:9). Quienes piensan que no pueden pasar sin tres comidas al día para el cuerpo, deberían pensar que menos se puede pasar sin tres solemnes oraciones al día para el alma, y habrían de tenerlas como un refrigerio, no como una obligación.
2. Él mismo será librado y no tendrá de qué temer. Comienza gozándose en su esperanza (v. 18): Él redimirá (lit. ha redimido—pretérito profético—) en paz mi alma; esto es, la librará. David está tan seguro de su liberación como si ya se hubiese efectuado. Con los ojos de la fe se ve a sí mismo rodeado, como lo estuvo Eliseo, de caballos y carros de fuego y, por eso, canta victorioso: «… aunque contra mí haya muchos» (comp. 2 R. 6:16, 17).
(B) Sus enemigos serán abatidos. (a) David los describe aquí para que se vea el motivo por el cual esperaba él que Dios los abatiría (v. 19): Por cuanto ellos no se enmiendan ni temen a Dios. El original dice a la letra: Los cuales no tienen cambios, etc. El Doctor Cohen propone esta interpretación: «Estos hombres han disfrutado de una continua serie de éxitos sin fracasar jamás; por consiguiente no les pasaba por la mente la idea de una retribución» (punitiva). El mismo M. Henry explica así el sentido del original:
«No tienen cambios (no tienen aflicciones ni interrupción en el curso constante de su prosperidad; no tienen cruces para vaciarlos de una vasija a otra), por eso no temen a Dios». Actúan traicioneramente (v. 20), sin consideración a los más sagrados y solemnes pactos. Son hipócritas, que fingen amistad mientras traman el mal (v. 21). Nótese el contraste entre «mantequilla» y «aceite» en los labios, por una parte, y
«guerra» y «espadas desenvainadas» en el corazón, por otra. (b) David predice su ruina (v. 19): Dios oirá y los humillará luego. Ellos eran traidores y sanguinarios, engañaban y defraudaban a otros; justo era, pues, que Dios los abatiese.
3. Se anima a sí mismo y a todos los buenos a encomendarse a Dios y tener confianza en Él. «Pero yo (enfático en el original) en ti confiaré—termina diciendo—(v. 23b); en tu providencia, poder y favor, no en mi prudencia, fuerza ni méritos; mientras los sanguinarios y engañadores son abatidos en la mitad de sus días, yo viviré por fe en ti.» Y esto es lo que quiere que hagan los demás (v. 22): «Echa sobre Jehová tu carga, quienquiera seas tú y cualquiera sea tu carga». Los LXX traducen: Echa sobre el Señor tu ansiedad (de donde lo cita el Apóstol Pedro—1 P. 5:7—). En efecto, la ansiedad, esto es, la preocupación desmedida es una carga en el corazón que abate al hombre (Pr. 12:25). Echar sobre Dios nuestra carga es mantenernos firmes en su providencia y en su promesa. Si así lo hacemos, está prometido: (A) Que Él nos sostendrá. No nos ha prometido preservarnos de cargas, sino ayudarnos a llevarlas; (B) Que nunca permitirá que los justos sean sacudidos por las pruebas hasta el punto de faltar a sus obligaciones con Dios ni que pierdan el consuelo que tienen en Él.
De este y de otros salmos deducimos que, incluso en las horas de los mayores apuros y adversidades, David nunca colgaba en los sauces su arpa, sino que siempre estaba a tono para cantar las divinas alabanzas. Compuso este salmo estando en peligro inminente. I. Se queja de la mala voluntad de sus enemigos, y pide misericordia para sí mismo y justicia contra ellos (vv. 1, 2, 5–7). II. Confía en Dios, y está seguro de que le tenía de su parte y de que tendría oportunidad de alabarle y darle gracias mientras viviera (vv. 3, 4, 8–13).
Versículos 1–7
David se echa por fe, en este salmo, en las manos de Dios, aun cuando en su miedo e insensatez se había echado en manos de los filisteos (1 S. 21:10, 11). El salmo es llamado, como algunos otros, mictam (probablemente, término musical), para ser cantado sobre la tonada de «la paloma silenciosa de los que están distantes». El Targum lo parafrasea así: «Concerniente a la comunidad de Israel, asemejada a una paloma silenciosa cuando están lejos de sus ciudades, se arrepienten y alaban al Señor del Universo».
1. David se queja a Dios de la mala voluntad de sus enemigos, para mostrar el motivo que tenía para tenerles miedo (v. 1): «Otórgame tu favor, oh Dios» (lit.). Tal petición incluye todo lo bueno que podamos pedir ante el trono de la gracia. Suplica el favor de Dios, ya que entre los hombres no halla favor. Al huir de las crueles manos de Saúl, cayó en las crueles manos de los filisteos. Los enemigos son muchos; se apoyan en su número para devorarle o pisotearle (vv. 1, 2). Son, pues, muy crueles y conspiran unidos: se reúnen (v. 6); aunque enfrentados entre ellos mismos, conspiran juntos contra David, como Herodes y Pilato contra el Hijo de David. Lo hacen con astucia y engaño: «se esconden», como un león en su madriguera, para acecharle: «miran atentamente mis pasos», a fin de hallar algo de qué acusarle; por eso dice (v. 5): «Todos los días ellos retuercen mis palabras»; las tuercen (en la rueda, la rueca o el potro) para retorcerlas, y tratar de sacar de ellas lo que no hay (esta es la idea del verbo hebreo). Todo su empeño era atraparle a David el alma, es decir, la vida. No está claro—nota del traductor—lo que significa la última palabra (hebreo, marom) del versículo 2. Puede traducirse de dos maneras: «con altivez» u, «oh Altísimo».
2. Se anima a sí mismo en Dios y en sus promesas, poder y providencia (vv. 3, 4): «En el día en que temo cuando me sobrecoge el miedo hasta el punto de huir despavorido (v. 1 S. 21:11), yo en ti confío, y sólo así puedo silenciar mis temores». David resuelve hacer de las promesas de Dios materia para sus alabanzas (v. 4): «En Dios alabaré su palabra, no sólo la obra que ha llevado a cabo, sino la palabra que ha hablado». Hay quienes entienden por «su palabra» su providencia, cada acontecimiento que Él ordena o permite, como si dijese: «Cuando hablo bien de Dios, hablo bien con Él de todo lo que hace». Con la mayor probabilidad, sin embargo, «su palabra» significa su promesa de salvar a los justos (v. 130:5). Al confiar en Dios de esta manera, bien puede desafiar a todos los poderes adversos (v. 4b): «En Dios he confiado, no temeré; ¿qué puede hacerme la carne? (lit. Es decir, el hombre mortal, impotente. Comp. Jer. 17:5). Así como no debemos poner nuestra confianza en brazo de carne cuando se pone a nuestra disposición, así tampoco debemos tener miedo de un brazo de carne cuando se extiende contra nosotros.
3. Prevé y predice la caída de los que luchan contra él (v. 7): «Según su iniquidad, ¿habrá escape para ellos?» Ellos piensan escapar de los juicios de Dios como escapan de los castigos de los hombres por medio del fraude, la violencia, la injusticia y la traición, pero, ¿van a escapar de veras? No, ciertamente no escaparán. La iniquidad no puede ser una seguridad para el pecador.
Versículos 8–13
Varias son las cosas con que David se consuela en el tiempo de su miedo y sus apuros:
1. Se consuela en que Dios tomaba nota muy especial de sus huidas (lit. su vagar, esto es, su vida errante de un lado para otro). David era por ahora un joven de menos de treinta años; no obstante, había hecho muchos traslados: de casa de su padre a la corte, de allí al campamento, y ahora iban a caza de él como de una perdiz en los montes; pero se consolaba con el pensamiento de que Dios se percataba de todos sus movimientos y contaba todos los pasos que daba entre fatigas de noche y de día. Mientras andaba errante, iba con frecuencia llorando; por eso añade: «Pon mis lágrimas en tu redoma». Como si dijese: «No dejes que se evaporen y desvanezcan, ni que desaparezcan de tu vista, sino presérvalas una por una y tenlas en cuenta en tu libro, en tu “libro de recuerdo”» (Mal. 3:16). Dios tiene redoma y libro para las lágrimas de los suyos y para los pecados de los malvados. Observa a los suyos con ternura y compasión, es afligido en sus aflicciones (v. Is. 63:9) y conoce a sus almas en la adversidad. Pablo recordaba las lágrimas de Timoteo (2 Ti. 1:4), y Dios no se olvidará de las penas de su pueblo, sino que los consolará conforme a la medida del tiempo en que los afligió y hará que quienes sembraron con lágrimas recojan con gozo. Lo que se siembra como lágrima brota como perla.
2. Se consuela en que sus oraciones tendrán poder para derrotar y desbaratar a sus enemigos, así como para obtener él mismo consuelo y ánimo (v. 9): «Retrocederán, pues, mis enemigos el día en que yo clame; no necesito más armas que oraciones y lágrimas; esto sé, que Dios está por mí, esto es, de mi parte: para defender mi causa, protegerme y librarme; y si Dios está por mí, ¿quién puede estar contra mí hasta prevalecer?» (comp. Ro. 8:31). El mejor modo de triunfar en esta lucha es hacerla de rodillas (Ef. 6:18).
3. Se consuela en que su fe en Dios le pondrá a salvo de todo miedo al hombre (vv. 10, 11). Aquí repite, con mayor entusiasmo, lo que había dicho (v. 4): «En Dios alabaré su palabra; es decir, dependeré con toda firmeza de su promesa en atención a quien la hizo. En Dios he confiado, sólo en Él y, por consiguiente, no temeré, ¿qué puede hacerme la carne? (lit. v. 11), aunque muy bien sé lo que haría si pudiera» (vv. 1, 2).
4. Hace memoria de que está ligado a Dios por voto (v. 12): «Te debo, oh Dios, los votos que te hice—no como una carga que me pesa y deseo quitarme de encima, sino como un emblema del que me glorío—. Habríamos de considerar como motivo de gozo los votos que hemos hecho a Dios—y renovar junto a la Mesa del Señor los votos que le hicimos en nuestro bautismo—; y los pronunciados en diversas ocasiones, bajo convicción o bajo corrección, para cumplirlos cuanto antes.
5. También se consuela con el pensamiento de que todavía tendrá más oportunidades de dar gracias a Dios (v. 12b): «Te ofreceré sacrificios de acción de gracias». Esto formaba parte del cumplimiento de sus votos; pues es muy apropiado el que los votos de acción de gracias acompañen a las súplicas de favor y gracia, y cuando se ha recibido el favor ha de ser estimado como se merece, precisamente mediante la gratitud (v. 13): «Porque has librado (de nuevo, el pretérito profético) mi alma (es decir, mi vida) de la muerte, que estaba a punto de agarrarme». Si Dios nos ha librado del pecado, ya sea, mediante la gracia preveniente, de cometerlo, ya sea, mediante la gracia del perdón, de su castigo, tenemos motivos para reconocer que ha librado de la muerte nuestra alma, pues la muerte es la paga del pecado (Ro. 6:23). Sigue diciendo (probablemente, en pregunta, no para pedir información, sino como declaración enfática del resultado): «¿No (has librado) mis pies de tropezar?» Se apoya en lo que Dios ha hecho por él, para darle gracias de lo que todavía ha de hacer por él, y toma por sucedido lo que está por suceder. La última frase del salmo puede traducirse en forma afirmativa o mejor, al continuar la pregunta. «Andar delante de Dios en la luz de los que viven» equivale a llevar una vida iluminada por la presencia de Dios, en contraste con la oscuridad de una vida pecaminosa, que no es más que el preludio de las tinieblas del averno o del Seol.
Este salmo se parece mucho al que le precede, fue redactado en ocasión similar, cuando David estaba en gran peligro de la vida, así como de caer en pecado; comienza como el anterior y la pauta que sigue es también la misma. I. Comienza con oración y queja, pero también con alguna seguridad de obtener respuesta a su oración (vv. 1–6). II. Concluye con gozo y alabanza (vv. 7–11).
Versículos 1–6
El título del salmo tiene un vocablo nuevo: Al-tashheth = «No destruyas», el cual se repite en los dos salmos siguientes y en el 75. Es, sin duda, el nombre de un cántico, del que quizá se encuentra una alusión en Isaías 65:8. Dicho título cuadra muy bien con el incidente al que el salmo se refiere. David no quiso destruir a Saúl cuando tenía una buena oportunidad para hacerlo y sus servidores estaban prestos a matar a Saúl (v. 1 S. 24:4–6). Aquí David:
1. Se sostiene con fe y esperanza en Dios, y en oración a Él (vv. 1, 2): «Otórgame tu favor, oh Dios, otórgame tu favor» (v. 1). Repite dos veces lo que había dicho al comienzo del salmo precedente. Para encomendarse al favor de Dios, profesa aquí:
(A) Que depende única y absolutamente de Dios (v. 1b): «Porque en ti se ha refugiado mi alma» (lit.). A los pies del trono de la gracia, profesa humildemente la total confianza que tiene en su Dios, y añade: «Y en la sombra de tus alas me ampararé como se amparan los polluelos bajo las alas de la gallina cuando las aves de presa se van a lanzar sobre ellos hasta que pasen las desdichas». Confiaba en que sus calamidades terminarían bien a su debido tiempo, y se consolaba en la bondad de la naturaleza de Dios, quien está presto a socorrer y proteger a su pueblo, como la gallina está presta, por su instinto, a amparar y resguardar a sus polluelos.
(B) Que todo su deseo es hacia Dios (v. 2): «Clamaré al Dios Altísimo, a fin de obtener socorro y alivio; al que es Altísimo levantaré mi alma en clamor de oración, al Dios que me favorece» (mejor, que lo lleva a cabo para mí).
(C) Que todo lo espera de Dios (v. 3): «Él enviará de los cielos y me salvará, etc.». Quienes hacen de Dios su único refugio y vuelan a Él por medio de la fe y de la oración, pueden estar seguros de que serán protegidos y librados, del modo y en el tiempo que a Dios plazca. Ni amparo ni ayuda halla en esta tierra, mire a donde mire; pero lo espera todo eso del Cielo. Quienes elevan su corazón a las cosas de arriba pueden esperar de allí todo bien (v. 3b): «Dios enviará su misericordia y su verdad» = su amor y su fidelidad. Con eso tenemos bastante para ser dichosos (25:10).
2. Expone el poder y la maldad de sus enemigos (v. 4): «Mi vida está entre leones». Describe sus malvadas maquinaciones contra él (v. 6) y muestra también el resultado: «Red han tendido a mis pasos, para poder atraparme y para que no pueda yo escapar de sus manos; cavaron una fosa delante de mí, a fin de que me hunda en ella tomándome de improviso». Pero veamos lo que sale de ahí: (A) A David le causa algún quebranto: «Se ha abatido mi alma». Pero: (B) Ellos quedan destruidos: «En ella han caído ellos mismos».
3. Ora a Dios para que Él y su gran nombre sean glorificados (v. 5): Pase lo que pase con respecto a mis cosas, «¡álzate, oh Dios, sobre los cielos! ¡Sobre toda la tierra sea tu gloria! ¡Que todos los habitantes de la tierra lleguen a conocerte y alabarte!» Así deberíamos llevar dentro del corazón el deseo de la gloria de Dios y estar preocupados de ella más que de cualquier otra cosa o circunstancia que pueda afectarnos a nosotros. Cuando David estaba en medio de su mayor apuro y calamidad, no dijo: ¡álzame!, sino ¡álzate! Del mismo modo, el Hijo de David, al estar su alma en la mayor turbación, oró y dijo:
«Padre, sálvame de esta hora». Pero añadió enseguida: «Padre, glorifica tu nombre» (Jn. 12:27, 28).
Versículos 7–11
¡Cuán extrañamente cambia ahora el tono! La oración y las quejas de David se cambian de repente, en virtud de la fe, en alabanzas y acciones de gracias. Obsérvese:
1. Cómo se prepara para esos actos de devoción (v. 7): «Firme está mi corazón, oh Dios; mi corazón está firme» (lit. Comp. 51:12). Antes estaba abatido (v. 6); ahora está preparado para lo que venga, pues está confiado en Jehová (112:7; Is. 26:3).
2. Cómo se estimula a sí mismo (v. 8): «Despierta, gloria mía», esto es, la lengua (pues la lengua es nuestra gloria sobre los brutos animales, especialmente cuando se emplea en las divinas alabanzas) o, más bien, el alma, el soplo salido del pecho de Dios (v. también 7:6; 16:9; 30:13).
3. Cómo se complace, y hasta se gloría, en esta obra de alabanza. Resuelve darle gracias (mejor que alabarle) entre los pueblos y cantar de Él entre las naciones (v. 9). Esto insinúa; (A) Que estaba dispuesto a hacer que la tierra resonara con sus cánticos sagrados, a fin de que todos se diesen cuenta de lo mucho que se sentía deudor a la bondad de Dios. (B) Que deseaba persuadir a otros a que se unieran a él en las alabanzas y acciones de gracias a Dios. Poco podía sospechar David que, en efecto, a lo largo de todos los siglos, las iglesias harían uso de sus salmos para alabar a Dios.
4. Cómo se provee de material para dicha acción de gracias (v. 10): «Porque grande es hasta los cielos tu misericordia y hasta el firmamento tu verdad». Y, a continuación, termina el salmo y repite (v. 11) lo que había dicho en el versículo 5. Comenta Delitzsch: «Mayores palabras de oración que éstas nunca salieron de labios humanos. Dan a entender que el cielo y la tierra tienen una historia mutuamente entretejida, y que el bendito y glorioso final de ella será el amanecer de la divina gloria sobre ambos».
Hay quienes opinan que Saúl, antes de comenzar a perseguir a David por la fuerza de las armas, le formó proceso por curso legal, en el que David fue condenado por traidor sin ser oído, y declarado por el gran concejo como «lobo fuera de ley», a quien cualquiera podía matar y nadie debía proteger. En este caso, se comprende bien la vehemente invectiva de David contra los jueces inicuos. Sin embargo, no hace falta recurrir a tal conjetura para comprender la indignación de David en este salmo. Aquí David: I. Describe el pecado de los jueces (vv. 1–5). II. Impreca y predice su ruina (vv. 6–9), la que había de redundar. 1. En consuelo de los santos (v. 10) y 2. En gloria de Dios (v. 11).
Versículos 1–5
De dos cargos culpa aquí David a los jueces inicuos:
1. De corrupción en su gobierno. Formaban un gremio, por lo que podía esperarse de ellos que no fuesen capaces de aceptar soborno; con todo, parece ser que sí lo eran, puesto que el hijo de Cis podía hacer por ellos lo que no pudo el hijo de Isaí (1 S. 22:7). A estos jueces que así abusaban del derecho y oprimían a los inocentes, se dirige David aquí (v. 1): «¿De verdad pronunciáis justicia, oh dioses?» (lit.). Los llama «dioses»—nota del traductor (v. Jn. 10:34, comp. con 82:66—) por la facultad de juzgar, autoridad delegada del único que puede juzgar: Dios (comp. Mt. 7:1). No obstante, el vocablo hebreo elem es oscuro, y ya Kimchi lo tradujo por «compañía». Tendríamos así el «gremio de justicia», al que parece aludir M. Henry. Cualquiera sea la traducción, vale la invectiva de David, como si dijese: «No, no juzgáis con justicia; vuestra conciencia misma os está gritando que no respondéis a la confianza que en vosotros se ha depositado como magistrados de la nación, pues (v. 2) de corazón maquináis iniquidades; hacéis pesar la violencia de vuestras manos en la tierra». Cuanto más empeñado está el corazón en una acción mala, tanto mayor es la maldad de tal acción (Ec. 8:11). ¿Y cuál era esa maldad? Que empleaban la balanza de la justicia, que tiene que ser una balanza justa (comp. Job. 31:6), para hacer que la violencia tuviese mayor peso que la equidad. Lo hacían en balanza falsa, pero bajo color de justicia, que es aún peor.
2. De corrupción en su naturaleza. Esta era la raíz de amargura de la que brotaba la hiel y el ajenjo (v. 3): «Torcidos están los impíos desde la matriz (lit. enajenados); enajenados de la vida de Dios (Ef. 4:18), y de sus principios, poderes y goces. Bien se les llama torcidos desde la matriz, de nacimiento; por lo que no se puede esperar de ellos otra cosa, sino el que obren traicioneramente (Is. 48:8). Se extravían de Dios tan pronto como nacen (es decir, tan pronto como pueden); la insensatez que está ligada al corazón de ellos aparece con el primer funcionamiento de su razón. Tres ejemplos se dan aquí de la corrupción de su naturaleza: (A) Falsedad. Pronto aprenden a decir mentiras y, para ello, doblan sus lenguas como sus arcos (v. Jer. 9:3). (B) Mala intención. Su veneno (su mala voluntad) es como veneno de serpiente (v. 4), el cual nace con la serpiente misma y no puede menos de hacer daño, de lo cual no cabe curación: ni la serpiente puede ser sanada de él ni los que son mordidos por ella. (C) Mala conciencia. De la misma manera que el áspid se hace el sordo a las artes del encantador (vv. 4, 5), así estos jueces inicuos se hacen el sordo a la voz de la conciencia hasta que la tienen cauterizada (1 Ti. 4:2), es decir, insensible. Acerca de esta clase de áspid sordo hay una leyenda según la cual cuando mediante la música u otro modo de encantamiento, se trata de hacerlo inofensivo, pega un oído al suelo y se tapa el otro con la cola, con lo que ya no puede oír la voz del encantador y así hace fracasar la intención de dominarlo.
Versículos 6–11
En estos versículos tenemos:
1. Las oraciones de David contra sus enemigos, que son los enemigos de Dios y de su pueblo. (A) Ora que queden incapacitados para obrar más mal (v. 6): «Oh Dios, rompe sus dientes en sus bocas». No precisamente para que no coman, sino para que no devoren a otros (3:7). No pide que les rompa el cuello, sino los dientes; que vivan y se arrepientan, pero que no puedan hacer daño a otros. (B) Ora que fracasen los planes de ellos (v. 7): «Cuando disparen sus saetas, sean hechas pedazos» (ésta es la traducción más probable). No pide que se vuelvan contra ellos, sino que se conforma con que no den en el blanco. (C) Ora que ellos y sus afanes y negocios paren en nada: «Sean como aguas que se escurren y se quedan en nada durante la estación seca (v. 7), como la babosa que se deslíe (v. 8), y alude a la creencia popular de que el rastro que deja la babosa (o limaco) es la disolución de su propia sustancia; y como el feto abortivo (v. 8b).
2. David predice luego la ruina de sus enemigos (v. 9): «Antes que vuestras ollas sientan la llama de los espinos, verdes o quemados, que los arrebate la tempestad», con lo que alude a lo que suele suceder en el desierto cuando un viajero, como dice el Dr. Cohen, recoge espinos como combustible con el que cocer su comida, pero surge de repente un ventarrón que los esparce antes de que ardan lo suficiente. Del mismo modo pide David que los juicios de Dios sorprendan a los impíos en medio de su jolgorio. Dos cosas se promete el salmista como efecto de la destrucción de los malvados: (A) Que los santos se animen con ello (v. 10): «Se alegrará el justo cuando vea la venganza» (lit.), esto es, el castigo de Dios. La prosperidad y el éxito de los impíos son desaliento para los justos, les entristecen el corazón y, a veces, son una fuerte tentación pues les hace dudar del fundamento en que se apoyan (73:2, 13). Pero cuando ven el castigo de Dios, se alegran al ver confirmada su fe en la providencia de Dios y en la justicia con que gobierna el mundo. (B) Que los pecadores queden convictos y convertidos con ello (v. 11):
«Entonces dirán los hombres (hebreo, Adán = la humanidad en general): Ciertamente hay galardón para el justo». No cabe duda de que muchos lo dirán con plena convicción, pues, en contraste con los jueces inicuos, los hombres declararán que «hay un Dios que juzga en la tierra». No es un hombre, por poderoso que sea, no es un héroe de leyenda, no es un ángel, sino el Dios Todopoderoso y Justo quien juzga en el mundo. Nota del traductor: En la última línea del salmo tenemos el hecho extraño, insólito, de un participio en plural (shofetim = que juzgan), con lo que concuerda con Elohim = Dios. El propio rabino Dr. Cohen hace notar lo «insólito» del caso. Sin forzar la máquina, y supuesta la revelación del Nuevo Testamento, podemos compararlo con Juan 5:22; 16:8, con lo que tenemos tres que juzgan.
Este salmo es de la misma naturaleza y tiene el mismo objetivo que los seis o siete salmos precedentes; todos ellos están llenos de las quejas de David acerca de la mala voluntad de sus enemigos y de sus crueles planes contra él; igualmente contienen las oraciones y profecías contra ellos, así como el consuelo y la confianza que tenía en Dios como en su Dios. El primero es el lenguaje de la naturaleza y puede ser permitido; el segundo, el del espíritu profético, con miras a Cristo y a los enemigos de su reino, y por tanto no ha de tomarse como precedente; el tercero es el lenguaje de la gracia de la fe, y cada uno de nosotros debería imitarlo. En este salmo: I. Ora a Dios que le defienda y le libre de sus enemigos (vv. 1– 7). II. Prevé y predice la destrucción de sus enemigos (vv. 8–17).
Versículos 1–7
Saúl envió un grupo de su guardia a poner cerco a la casa de David, a fin de echarle mano y matarle (v. 1 S. 19:11). Sucedió cuando empezaron de nuevo sus hostilidades contra David, quien poco antes había escapado a duras penas de la jabalina de Saúl. Estos primeros estallidos del furor maligno de Saúl no pudieron menos de turbar a David e infundirle terror y tristeza, a pesar de lo cual conservó su comunión con Dios y su compostura de ánimo, de tal modo que nunca estuvo bajo de forma para orar y alabar a Dios.
1. Ruega David ser librado de las manos de sus enemigos (v. 1): «Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío. Tú eres mi Dios y puedes librarme; eres mi Dios, bajo cuya protección me he puesto; ponme a salvo (lit. ponme en alto) de los que se levantan contra mí ¡Líbrame! ¡Sálvame!» Ora (v. 4): «Despierta para venir a mi encuentro; es decir, para ayudarme. Toma nota de mi caso y ejercita tu compasión y tu poder para librarme». De modo semejante se dirigieron los discípulos al Señor en medio de la tormenta, cuando le despertaron y le dijeron: Maestro, sálvanos, que perecemos. Con el mismo empeño habríamos de orar nosotros cada día para ser defendidos y librados de nuestros enemigos espirituales, de las tentaciones de Satanás y de la corrupción de nuestro corazón, todos los cuales hacen guerra a nuestra vida espiritual.
2. Suplica ser librado. Nuestro Dios nos permite que apelemos a Él, no para moverle, sino para movernos a nosotros mismos. Así lo hace David aquí.
(A) Apela al mal carácter de sus enemigos (v. 2). Son obradores de iniquidad y, por tanto, no sólo enemigos suyos, sino también de Dios; son sanguinarios y, por tanto, no sólo enemigos suyos, sino de toda la humanidad.
(B) Apela a la mala voluntad que tienen contra él y al inminente peligro que corría por culpa de ellos (v. 3): Están acechando mi vida, buscan una oportunidad para hacerme daño; se han juntado, se han coligado contra mí. Se dan prisa a poner por obra sus planes (v. 4): «Sin delito mío corren y se apostan, con la mayor rapidez y furia, para mi mal». Hace notar en particular la brutal conducta de los emisarios de Saúl (v. 6): «Vuelven a la tarde (como los perros en el Oriente, al caer el día, en busca de desperdicios por las calles), para consumar su obra de iniquidad en las tinieblas, y desbarran a boca llena (v. 7)». Aquí deja a un lado la comparación con los perros, y presenta a sus enemigos borbotando palabras maliciosas, mortíferas como espadas, hasta quebrantarle los huesos (42:10), pues tienden a manchar su reputación.
(C) Apela a su inocencia, no en cuanto a Dios (pues nunca dejaba de confesarse culpable ante Él), sino en cuanto a sus enemigos, pues nunca les había hecho ningún mal: «No por falta mía ni pecado mío, oh Jehová; tú lo sabes bien» (v. 3). Y de nuevo (v. 4): «Sin delito mío». La inocencia de los piadosos no les pone a salvo de la malignidad de los impíos. Aun cuando nuestra inocencia no nos ponga a salvo de problemas y apuros, sí que nos sostendrá y consolará grandemente bajo esos apuros. Si somos conscientes de nuestra inocencia, podemos apelar a Dios con humilde confianza y rogarle que mantenga en alto nuestra causa contra los que se oponen a nosotros.
(D) Apela a que sus enemigos son mundanos y ateos, y se jactan de poder conspirar contra David y de menospreciar a Dios (v. 7): «Porque dicen: ¿Quién lo oye?» (con lo que aluden ciertamente a Dios. V. 10:11; 94:7).
3. Se encomienda a sí mismo, y encomienda su causa, al justo juicio de Dios (v. 5): «No tengas misericordia de ninguno de los pérfidos traidores». Y, para mayor énfasis, añade un Selah. Aunque él mismo había transgredido, era un transgresor arrepentido y no había persistido obstinadamente en lo que había cometido. Por eso podía apelar a Dios de esa manera.
Versículos 8–17
1. David se anima ahora, con respecto al poder amenazador de sus enemigos, con la piadosa resolución de esperar en Dios. El versículo 9—nota del traductor—en su primera frase ofrece un súbito cambio de persona, pues dice literalmente: «¡Su fuerza! En ti esperaré!» La llamada Versión Autorizada inglesa, que M. Henry usa, así como la judía, traducen: «A causa de su fuerza, te aguardaré», con lo que la traducción resulta algo forzada. Creo que es mejor traducir literalmente, como acabo de hacer. Aguardar a Dios en momentos de peligro y dificultad es una muestra de sabiduría y buen cumplimiento del deber, pues Él es nuestro refugio (lit. nuestra torre alta). David espera que Dios sea para él un Dios de amor misericordioso (v. 10): «Mi Dios me saldrá al encuentro con su misericordia (hebreo, jesed), esto es, con las bendiciones de su bondad y los dones de su misericordia, superará mi expectación». Todos los favores que tiene Dios en reserva los tiene reservados para nosotros y está dispuesto a conferírnoslos. Aquí hay varias cosas que David prevé y predice con respecto a sus enemigos:
(A) Prevé que Dios los expondrá al ridículo, pues al ridículo se habían expuesto ellos (v. 8): «Ellos piensan que Dios no los oye (v. 7), mas tú, Jehová, te reirás de ellos por su necedad al pensar que el que plantó el oído no puede oír, y te burlarás de todas las naciones que viven sin Dios en el mundo». Dios hará de ellos un monumento perenne de su justicia (v. 11) «No los mates de repente, para que mi pueblo no lo olvide». Así Caín, aunque era un asesino, no fue muerto, sino sentenciado a ser un fugitivo vagabundo. Y continúa: «¡Dispérsalos con tu poder y abátelos, para que no vuelvan a reunirse con intención de hacer el mal, oh Señor (hebreo, Adonay, no Jehová), escudo nuestro!» A continuación, expone el cargo contra ellos (v. 12): «Por el pecado de su boca, por la palabra de sus labios, y por la maldición y mentira que profieren, queden prendidos en su insolencia, esto es, en su orgullo y autosuficiencia». Saúl y los suyos pensaban que tenían en sus manos el gobierno de todas las cosas, pero deben aprender que hay Uno más alto que ellos y es el que de veras gobierna en Jacob (v. 13b) y aun hasta los confines de la tierra, pues todas las naciones caen dentro del territorio de su reino. Su gran pecado era que iban a la caza de David para hacer presa en él; su castigo será ser reducidos a una pobreza tan extrema que irán como perros vagabundos en busca de desperdicios con los que satisfacer su hambre.
(B) Predice así que se verán forzados a vagabundear en busca de alimento (vv. 14, 15). «Ladrarán como perros». Cuando iban en busca de David, también ladraban como un perro furioso que embiste; pero ahora ladrarán como perros hambrientos que aúllan como lobos. Quienes se arrepienten sinceramente de sus pecados gimen como palomas, pero los que endurecen su corazón ladran como perros. Y si no se sacian, pasan (toda) la noche (hebreo, yalinu); se sobrentiende, buscando algo que comer; de forma que, si la gente les echa algo de comer, no es por buena voluntad, sino para quitárselos de encima. Lo que hace desdichado a un hombre no es la pobreza, sino el descontento.
2. David abriga esperanzas de alabar a Dios, de que la providencia de Dios le concederá materia para alabarle, y de que la gracia de Dios producirá en él un corazón dispuesto a la alabanza y la gratitud (vv. 16, 17). (A) Quiere alabar el poder y la misericordia de Dios; ambos serían el tema de su cántico. El poder sin la misericordia sólo infunde miedo; la misericordia sin poder es un sentimiento incapaz de prestar ayuda eficaz; pero el poder con el que puede ayudarnos, y la compasión por la que quiere ayudarnos, serán justamente objeto de alabanza eterna para todos los santos. David quiere alabarle y darle gracias de antemano, porque había hallado en Él, más de una vez, su defensa y su refugio en días de apuro. (B)
Quiere alabarle de mañana, cuando se siente seguro y aliviado después de una noche en que sus enemigos le han buscado sin darle caza; y quiere alabarle cantando en voz alta (así lo da a entender el original), como quien está tan impresionado por el poder y la misericordia de Dios, y tan decidido a glorificarle, que no se avergüenza de hacerlo en voz alta y en público, a fin de que también otros se sientan estimulados a imitarle.
Este salmo comienza con un aire de derrota para terminar con clamor de victoria. Alude a la guerra narrada en 1 Crónicas 19:6–19. Vemos que David era tan devoto en su adversidad como en su prosperidad. Aquí: I. Reflexiona sobre el estado de humillación nacional durante bastantes años (vv. 1–3).
II. Toma nota del feliz cambio que se había operado recientemente (v. 4). III. Ora a Dios que Israel se vea libre de sus enemigos (v. 5). IV. Canta victoria con la esperanza de sus triunfos (vv. 6–12)
Versículos 1–5
El objetivo general del salmo. Es un mictam, término musical, y tiene por objeto enseñar. Está acomodado a la tonada de «lirio de testimonio» (hebreo, shushán eduth). Los levitas tenían a su cargo enseñar al pueblo dicho salmo y, por medio de él, estimularle a confiar en Dios y cantar victoria en Él. En estos versículos, con los que empieza el salmo, tenemos:
1. Un memorial melancólico de las muchas desdichas y decepciones que Dios les había hecho sufrir durante varios años. (A) Se queja de cosas duras que les había hecho ver (v. 3); es decir, sufrir, mientras los filisteos y otros malos enemigos de Israel se habían aprovechado de su desventajosa situación. (B) Reconoce que el desagrado de Dios es la causa de todas las cosas duras que han experimentado (v. 1):
«Oh Dios, tú nos has desechado, nos quebrantaste; te has airado y, en esa ira, nos has maltratado; de lo contrario, no habrían podido nuestros enemigos prevalecer contra nosotros». (C) Se lamenta de los malos efectos y de las terribles consecuencias del infortunio de los últimos años. Toda la nación estaba convulsa (v. 2): «Hiciste temblar la tierra». El pueblo estaba consternado (v. 3b): «Nos hiciste beber vino de aturdimiento; estábamos como borrachos que no saben lo que se hacen ni cómo puede ser compatible esa situación con las promesas de Dios» (comp. con Is. 51:17, 22; Jer. 25:15 y ss., donde se habla del cáliz de la ira de Dios). Cuando disfrutamos de los favores de Dios es bueno recordar las pasadas desdichas, pues ese recuerdo puede servir para estimular nuestro gozo y nuestra gratitud.
2. Una nota agradecida del ánimo que Dios les había dado con la esperanza de que, aunque las cosas habían marchado mal por largo tiempo, ahora comenzarían a enmendarse (v. 4): «Has dado a los que te temen una bandera (lit.), para que sea desplegada por la causa de la verdad: por la verdad de la promesa que cumplirás y en defensa de la verdad de la equidad» (45:4). Esta bandera era el gobierno de David, así como su establecimiento y ampliación sobre todo Israel. Unía a todos los israelitas, del mismo modo que la bandera nacional une a los soldados mientras infundía terror a los enemigos, contra los que constituía un perenne desafío. Cristo, el Hijo de David, había de ser por pendón a los pueblos (Is. 11:10); por bandera a los que temen a Dios; en Él se glorían y toman ánimos, como en el centro de su unidad; en su nombre y por su poder libran batalla con los poderes de las tinieblas, y bajo su mando triunfa la Iglesia de todos sus enemigos.
3. Una humilde petición de misericordia (v. 1): «¡Vuélvete a nosotros! ¡Sonríenos, ponte en paz con nosotros y, en esa paz, tendremos paz! ¡Repara las grietas (de nuestra tierra), porque se desmorona! (v. 2b); no sólo las grietas hechas por nuestros enemigos, sino también las que hemos hecho entre nosotros mismos con nuestras desdichadas divisiones». Así es como podían ser preservados de caer en manos de sus enemigos (v. 5): «Para que se libren tus amados, salva con tu diestra y con los hombres de quienes te place hacer los instrumentos de tu diestra y óyeme». El pueblo de Dios en oración puede tomar las liberaciones generales de la iglesia como respuestas a sus oraciones en particular.
Versículos 6–12
Aquí David se regocija en la esperanza y ora con esperanza (v. 6): «Dios ha hablado por su santidad (lit. Comp. 89:35); ha dado su palabra y no le mentirá a David» (Las frases siguientes—nota del traductor—, hasta el final del versículo 8 se han de entender como dichas por Dios como aliado y jefe de las huestes de Israel; así lo sugiere el original).
1. David (con Dios—véase la nota anterior—) se regocija con la perspectiva de dos cosas:
(A) El cumplimiento de la promesa de Dios, hecha por su santidad, de llevar a cabo la unión de su reino bajo su único cetro, pues David no duda de que todo el reino es suyo como lo es de Dios; está tan seguro de ello como si lo tuviese ya en su mano: «Repartiré a Siquem (ciudad agradable en el monte Efraín), y mediré el valle de Sucot, como posesión mía. Mío es Galaad y mío es Manasés, pues ambos se hallan enteramente reducidos a mi dominio (v. 7)». Efraín había de proporcionarle soldados para su guardia personal, del mismo modo que el yelmo protege la cabeza del soldado, mientras que Judá era el cetro (Gn. 49:10) de Dios, puesto en manos de David, de la tribu de Judá. Mejor que David, podemos decir nosotros con palabras de Pablo: «Todo es nuestro, y nosotros de Cristo» (1 Co. 3:22, 23).
(B) La conquista de las naciones vecinas, que tanto habían vejado a Israel, que todavía eran muy peligrosas y se oponían a David (v. 8). Los moabitas fueron hechos siervos de David (jofaina para lavarse), como vemos por 2 Samuel 8:2. Edom pasará a ser posesión suya, como lo simboliza el echar sobre ella el calzado (v. Rt. 4:7). En cuanto a los filisteos, hasta ahora habían cantado victoria sobre él, pero pronto se verían obligados a cambiar de tono.
2. Sin embargo, la guerra no ha terminado aún. La capital de Edom (Petra) era una ciudad fortificada (v. 9) por su magnífica situación. Y David pregunta aquí: «¿Quién me conducirá hasta ella?» Como si dijese: «Su situación es de difícil acceso, especialmente para un ejército, ya que se necesita atravesar por entre montes y peligrosos desfiladeros». Sin embargo, David confía en que Dios, que ha hablado por su santidad, podrá y querrá conducirle victorioso hasta ella (v. 10): «¿Quién sino tú, oh Dios, etc.?» Al mismo tiempo, vuelve a tomar nota del desagrado que anteriormente le había mostrado Dios en los extraños designios de su providencia: «que nos has desechado, y no sales ya, oh Dios, con nuestros ejércitos». Al mismo tiempo que reconocen la justicia de Dios en lo pasado, esperan en la misericordia de Dios para lo futuro.
3. Ora con esperanza (v. 11): «Danos socorro contra el enemigo». Aunque tienen esperanza en la victoria, todavía se ven en peligro, pues la guerra no ha terminado todavía, a pesar de que ellos llevan ya la mejor parte. Saben muy bien que, por excelente que sea la victoria ya lograda, aún están en sumo peligro si Dios no les presta su ayuda. Por eso añade: «Porque vana es la ayuda de los hombres, pero con Dios haremos proezas, etc.» (vv. 11, 12). Tengamos en cuenta que, aun cuando Dios haga todas las cosas por nosotros, hay algo que hemos de hacer nosotros. La esperanza en Dios debe ser acicate, no freno, de bravura. Quienes cumplen con su obligación bajo el mando de Dios, pueden hacerlo con valentía, puesto que ¿qué necesidad tienen de temer los que tienen a Dios de su parte?
En este salmo, como en muchos otros, David comienza con oraciones y lágrimas pero termina con cánticos de alabanza. Probablemente hace referencia al tiempo de la revuelta de Absalón. I. David invoca a Dios ya que antes le había protegido (vv. 1–3). II. Invoca a Dios porque Dios ha provisto bien para él (vv. 4, 5). III. Alaba a Dios porque está seguro de que Dios continuará dispensándole su favor (vv. 6–8).
Versículos 1–4
1. La íntima comunión de David mediante la oración en el día de su apuro y angustia (v. 2): «Pase lo que pase, clamaré a ti, como quien no te dejará marchar a menos que le bendigas». Esto lo hará desde el confín de la tierra, es decir, desde el más remoto y oscuro rincón del país. «Aunque mi corazón desmaye—viene a decir—, no está tan hundido ni tan cargado como para no levantarse a ti en oración.
¡No! Precisamente porque está desmayado, por eso clamaré a ti, pues por ese medio se sostendrá y será aliviado.» El llanto debe avivar la oración, no matarla.
2. La petición especial que hace a Dios cuando su corazón desmaya y está próximo a hundirse (v. 2b):
«Llévame a la roca inaccesible para mí; es decir, a la roca que está demasiado alta para mí a no ser que tú me levantes hasta ella; a la roca en cuya cima me hallaré más lejos del alcance de mis apuros y más cerca de la serena y tranquila región. Levántame tú, pues yo no puedo hacerlo por mi propia fuerza o sabiduría». La roca es Cristo; quienes están en ella, están a salvo.
3. Su deseo y expectación de una respuesta de paz. Ruega con fe (v. 1): «Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende; esto es, permíteme tener el consuelo de saber que me oyes (20:6) y, a su debido tiempo, haz que tenga lo que te pido».
4. El fundamento de esta expectación y la apelación que emplea para reforzar su petición (v. 3):
«Porque tú has sido mi refugio; en ti he hallado una roca más alta que yo; por tanto, confío en que me conducirás a esa roca».
5. Su resolución de continuar en el camino de su deber para con Dios y de su dependencia de Él (v. 4). David estaba ahora exiliado del santuario y esto era lo que más tristeza le causaba, pero está seguro de que Dios, en su bondadosa providencia, le hará volver. Habla de habitar en ese santuario para siempre, porque el tabernáculo era tipo y figura del Cielo (He. 9:8, 9, 24; Ap. 21:3). Quienes viven en el santuario de Dios, en cuanto que es la casa del deber, durante su breve siempre de esta vida vivirán en el tabernáculo que es la casa de la gloria, durante un eterno siempre. Y añade (v. 4b): «me refugiaré en el escondedero de tus alas» (lit.) como los polluelos se refugian bajo las alas de la gallina para hallar calor y protección.
Versículos 5–8
1. Con qué placer vuelve la vista David hacia lo que Dios había hecho por él en el pasado (v. 5):
«Porque tú, oh Dios, has oído mis votos». Dios es testigo de todos nuestros votos, de todos nuestros buenos propósitos y de todas nuestras solemnes promesas de obediencia. Las oraciones que Dios le había oído y respondido favorablemente le animan a orar ahora (v. 1): «Oye, oh Dios, mi clamor, etc. Tú has oído mis votos y les has dado respuesta favorable, pues (v. 5b) me has dado la herencia que otorgas a los que temen tu nombre». No necesitamos desear mejor herencia que la de aquellos que temen a Dios.
2. Con qué seguridad mira hacia delante para la continuación de su vida (v. 6): «Prolongarás la vida del rey» (lit. añadirás días a los días del rey). Sin embargo—nota del traductor—es más probable la versión de nuestra Reina-Valera, en optativo («Añade, etc.»), como lo hace también la versión judía inglesa. En todo caso, David esperaba que, así como por la vía del deber había de habitar siempre en el tabernáculo de Dios (v. 4) así había de permanecer por largos días delante de Dios por la vía del consuelo.
3. Con qué santa importunidad suplica a Dios que le guarde siempre bajo su protección (v. 7b):
«Designa a la misericordia y la verdad, para que lo preserven (al rey. lit.) ¡Que sean ellas algo así como sus ángeles custodios!» (57:4). David está seguro de que Dios le prolongará la vida y, por eso, ruega que Dios se la preserve; no pide que le asigne una fuerte guardia personal, ni un castillo fortificado, sino que le prepare la misericordia y la verdad para su preservación. No necesitamos para estar seguros ninguna otra cosa, sino la protección de la misericordia y de la verdad de Dios.
4. Con qué alegría promete alabar y dar gracias a Dios (v. 8): «Así cantaré tu nombre para siempre, cumpliendo mis votos cada día». La alabanza que tributaba a Dios ya era en sí misma el cumplimiento de sus votos.
No hallamos en este salmo ningún detalle por el que podamos colegir cuándo y por qué compuso David este salmo, pero la circunstancia más apropiada sería la revuelta de Absalón. Aquí David: I. Halla placer en profesar su confianza en Dios y su dependencia de Él (vv. 1–7). II. Anima grandemente a otros a confiar igualmente en Dios, no en criatura alguna (vv. 8–12).
Versículos 1–7
1. David profesa su dependencia de Dios, y sólo de Dios, para todo bien (v. 1): «Solamente en Dios descansa (o espera en silencio) mi alma. Por muchas que sean las dificultades o los peligros que me salgan al encuentro, y aunque Dios esté enojado conmigo y sufra yo alguna decepción en las esperanzas que tengo puestas en Él, mi alma—no obstante—espera a Dios en silencio; no digo nada en contra de lo que Él hace, sino que aguardo tranquilamente lo que Él hará; yo sé que de Él viene mi salvación y, por tanto, aguardo pacientemente hasta que llegue lo que Él ha de hacer, pues su tiempo es el mejor tiempo».
2. El fundamento y el motivo de esta dependencia (v. 2): «Solamente Él es mi roca y mi salvación; es mi torre alta» (lit.). Como si dijese: «Toda criatura es insuficiente; son nada sin Él; por tanto, miraré, por encima de ellas, hacia Él».
3. El provecho que saca de esta confianza en Dios: «Si Dios es mi fuerza y mi poderoso libertador, no resbalaré, no vacilaré, mucho; quizá sea sacudido, pero no seré hundido» (v. 2b). En poco tiene todos los intentos de sus enemigos: «¿Hasta cuándo, etc.?» (vv. 3, 4). Como si dijese: «¿Cuándo os convenceréis de vuestro error? ¿No se va a acabar nunca vuestra mala voluntad?» En el fondo de esta mala voluntad había envidia; les enojaba el que David prosperase y, por eso, intentaban obstaculizar su promoción y echaban mano de calumnias: «Aman la mentira; con su boca bendicen (me lisonjean en mi cara), pero maldicen en su corazón». Eran unos hipócritas. Es peligroso poner nuestra confianza en hombres tan falsos como éstos; pero Dios es fiel y David se anima a continuar esperando en Dios (vv. 5–7): «Si Dios quiere salvar mi alma, puede hacer conmigo cuanto le plazca respecto a todo lo demás y yo me conformaré con lo que Él disponga, ya que sé que todo ha de redundar en mi salvación» (v. Fil. 1:19). Repite (v. 6) lo que había dicho de Dios (v. 2), como quien tiene fijo el pensamiento en algo: «Solamente Él es mi roca y mi salvación; no resbalaré». Aquí ya no añade «mucho», porque, con esta confianza en Dios, sabe que no titubearán sus pies ni mucho ni poco. Y, de la misma forma que su fe va ganando grados, también su gozo en Dios aumenta hasta estallar en gritos de victoria (v. 7): «En Dios está mi salvación y mi gloria, etcétera».
Versículos 8–12
Aquí tenemos la exhortación que hace David a otros a que confíen en Dios y esperen en Él.
1. Aconseja a todos a esperar en Dios (v. 8) como lo hace él. A todos se les invita a confiar en Dios, pues Él es la esperanza de todos los términos de la tierra (65:5): «Esperad en Él, depended de Él, pues Él actuará a vuestro favor con su sabiduría y su bondad, su poder y su promesa, su providencia y su gracia. Hacedlo en todo tiempo y derramad delante de Él vuestro corazón». Esta expresión parece aludir a las ofrendas de libación hechas en el santuario ante Jehová. Cuando confesamos arrepentidos nuestros pecados, nuestro corazón es derramado como una libación ante Jehová (v. 1 S. 7:6). Pero aquí se refiere a la oración, la cual, si es como debe ser, es como derramar el corazón ante Dios, pues ante Él hemos de poner nuestros problemas y nuestros deseos, y lo hemos de hacer con humilde libertad y hemos de someter pacientemente nuestra voluntad a la suya. «Dios es nuestro refugio» (v. 8b), no sólo mi refugio, como en los versículos 2, 5 y 7, sino un refugio para todos cuantos acudan a Él para ampararse en la sombra de sus alas.
2. Nos advierte que seamos cautos para no poner nuestra confianza donde no es debido. No confiemos en los hombres, pues son (v. 9) como soplo que se desvanece en el aire y como una mentira, pues todo su poder y riqueza son engañosos e inestables. Pesándolos a todos juntos en la balanza, serán más leves que un soplo; es decir, el platillo en el que se les ponga subirá enseguida, aun cuando en el otro platillo no haya más que un soplo. Sobre todos ellos puede escribirse: «TEKEL: Has sido pesado en balanza, y fuiste hallado falto de peso» (Dn. 5:27). No confiemos en las riquezas de este mundo, que muchas veces se ganan mediante la violencia y la rapiña; especialmente, no pongamos el corazón en ellas (v. 10); este es el mayor peligro, cuando aumentan.
3. Da una buena razón para que pongamos en Dios nuestra confianza (vv. 11, 12): «Una vez … dos veces, expresión idiomática para significar repetición, hemos oído, pues Dios lo ha dicho, y lo ha dicho de muchas maneras (por sus obras, su providencia y su palabra). A algunos Dios les habla dos veces y no le oyen ni una; pero a otros les habla una vez y le oyen dos (comp. Job. 33:14). Y ¿qué es lo que Dios ha dicho y lo hemos oído? Que de Dios es el poder; es Omnipotente, lo puede todo; con Él, todo es posible. Además, es un Dios de amor infinito. Aquí el salmista se dirige a Dios (v. 12): «Y tuya, oh Señor, es la misericordia (hebreo, jesed)». Es misericordioso de una manera especial, pues es el Padre de misericordias (2 Co. 1:3). Nunca ha hecho, ni hace ni hará ningún mal a ninguna de sus criaturas:
«Porque tú pagas a cada uno conforme a su obra» (v. 12b, comp. con Pr. 24:12).
Este salmo, en su brevedad, tiene tanto fervor y tan viva devoción como cualquier otro de los salmos de David. Así como las cartas más dulces de Pablo fueron las redactadas en prisión, así también los salmos más dulces de David fueron lo que, como éste, se redactaron en el desierto. I. Su deseo hacia Dios (vv. 1, 2). II. Su estima de Dios (vv. 3, 4). III. Su satisfacción en Dios (v. 5). IV. Su secreta comunión con Dios (v. 6). V. Su gozosa dependencia de Dios (vv. 7, 8). VI. Sus victorias obtenidas, por medio de Dios, contra sus enemigos; y su seguridad de quedar a salvo a pesar de la malignidad de sus adversarios (vv. 9– 11).
Versículos 1–2
El título nos dice cuándo fue redactado el salmo: cuando David estaba en el desierto de Judá; esto es, probablemente, en los vados de que se nos habla en 2 Samuel 15:28. Incluso en Canaán, a pesar de ser una tierra fértil y bien poblada, había desiertos, lugares menos fértiles y menos poblados que otros. Así pasa en el mundo, y aun en la Iglesia, pero no en el Cielo; allí el desierto florecerá como la rosa. Los mejores y más amados hijos de Dios pueden, a veces, estar confinados en un desierto. Hay salmos apropiados para un desierto y hemos de dar gracias a Dios de que el desierto en que nos hallamos es el desierto de Judá, no el desierto del Pecado. En estos versículos, David se anima a asirse de Dios:
1. Mediante una fe viva y activa (v. 1): «Oh Dios, mi Dios eres tú». Hemos de reconocer que hay un Dios y que hablamos a alguien que existe realmente y está presente con nosotros cuando decimos: ¡oh Dios!, que es una palabra muy seria ¡lástima que muchas veces se use como una exclamación banal, innecesaria!
2. Mediante afectos piadosos y devotos: (A) Resuelve buscar a Dios, su favor y su gracia: «Tú eres mi Dios y, por tanto, de madrugada te buscaré, porque ¿no consultará el pueblo a su Dios? (Is. 8:19). Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela (esto es, todo mi ser ansía tener comunión contigo) aquí, en tierra (mejor que, cual tierra) seca y árida donde no hay agua». (B) Anhela gozar de Dios ¿qué es lo que tan apasionadamente desea? ¿Cuál es su petición? (v. 2): «Verte como te contemplaba en el santuario, para ver tu poder y tu gloria». Anhela salir del desierto, no para volver a los placeres y las comodidades de la corte, sino para tener acceso al santuario; y no para ver allí a los sacerdotes ni las ceremonias del culto, sino para ver el poder y la gloria de Jehová. No podemos ver la esencia de Dios, pero, por fe, podemos contemplar su gloria y experimentar su actuación, que es efecto de sus infinitas perfecciones. Eran preciosos aquellos momentos que David pasaba en comunión con Dios en el santuario; era para él una delicia pensar una y otra vez en ellos.
Versículos 3–6
¡Cuán pronto se convierten en alabanzas y acciones de gracias las quejas y oraciones de David!
Aunque estaba en un desierto, su corazón se ensanchaba al bendecir a Dios.
1. Por qué bendecía David a Dios (v. 3): «Porque mejor es tu amor misericordioso que la vida», tanto como la vida eterna supera a la temporal. Tenemos mejores provisiones y posesiones que las que la riqueza de este mundo nos puede proporcionar; y en el servicio de Dios y en comunión con Él, tenemos mejores ocupaciones y goces que los que podemos tener en los negocios y conversaciones de este mundo.
2. Cómo, y por cuánto tiempo, quiere bendecir a Dios (v. 4): «Así, como he comenzado a hacerlo, te bendeciré durante toda mi vida; los actuales afectos devotos no son cosa de un momento, no pasarán como nube mañanera, sino que irán de más en más como el sol mañanero». Alabar a Dios debe ser la primordial ocupación de nuestra vida entera. «En tu nombre alzaré mis manos» (v. 4b). Hacia el santuario alzaba David sus manos (v. 28:2). En todas nuestras oraciones hemos de comenzar, como nos enseñó el propio Señor, y decir: «Santificado sea tu nombre»; y terminar con la afirmación de: «tuya es la gloria».
3. Con qué placer y deleite desea bendecir a Dios (v. 5): «Como de meollo y de enjundia será saciada mi alma, no sólo como de pan que nutre suficientemente, sino de lo más escogido y delicioso de la carne» (v. Is. 25:6).La comunión con Dios sacia al alma devota (36:8, 65:4), pues dentro del alma devota hay algo que sólo se sacia en la comunión con Dios. «Y con labios de júbilo te alabará mi boca», añade David. Cuando se cree con corazón agradecido, se hace también con la boca confesión agradecida; en ambos casos, para gloria de Dios. No es que la confesión de la boca sea aceptable sin la entrega del corazón (Mt. 15:8), sino que de la abundancia del corazón ha de hablar la boca (45:1). Los labios de alabanza han de ser labios de júbilo.
4. Cómo se ocupa en pensar en Dios cuando más retirado está del santuario (v. 6): «Te bendeciré … cuando me acuerdo de ti en mi lecho». Dios estaba en todos sus pensamientos, lo cual es lo contrario de lo que ocurre en el caso de los malvados (10:4). Pensar en Dios era algo que siempre tenía a la mano; es decir, cuando se ponía a pensar, hallaba ya su mente ocupada en Dios. Y estos pensamientos permanecían fijos en Él; no sólo se acordaba de Dios, sino que meditaba en Él (v. 6b). Los pensamientos acerca de Dios no han de ser pensamientos pasajeros, que pasan a través de la mente, sino permanentes, que habitan en la mente. David iba ahora de una parte a otra, sin rumbo fijo, pero, adondequiera que iba, llevaba consigo su devoción a Dios. Cuando huye el sueño de nuestros ojos (ya sea por dolor del cuerpo o por preocupación del alma), nuestro espíritu puede descansar si pensamos en Dios. Una hora de piadosa meditación puede, a veces, hacernos más bien que una hora de sueño (v. 4:4; 16:7; 17:3; 119:62).
Versículos 7–11
David expresa aquí su confianza en Dios y su gozosa expectación de Él (v. 7): «En la sombra de tus alas me regocijaré». Es una expresión frecuentemente usada en los salmos (17:8; 36:7; 57:1; 61:4; 91:4), y en ningún otro lugar de la Escritura, excepto Rut 2:12; su sentido, ya explicado, es el de los polluelos que se refugian y resguardan bajo las alas de la gallina. Es deber nuestro el regocijarnos en la sombra de las alas de Dios, es decir, en recurrir a Él por medio de la fe y de la oración, de la misma manera que los polluelos recurren, por instinto, a la madre en momentos de peligro.
1. Cuál era el fundamento de la confianza que tenía David en Dios: (A) Sus anteriores experiencias del poder de Dios a favor de él (v. 7): «Porque has sido mi socorro cuando otras ayudas y otros ayudadores me han faltado, por eso me regocijaré en la salvación que tú me otorgas y continuaré confiando en ti con santo gozo». (B) La presente y firme sensación interior que experimentaba de que la gracia de Dios le llevaba y sostenía en todos sus pasos (v. 8): «Está mi alma apegada a ti (expresión fuerte; el mismo verbo hebreo de Gn. 2:24), como en un arrobamiento espiritual o mística unión contigo, mientras tu diestra me sostiene, en respuesta al fervor con que me uno a ti».
2. Las victorias que David entreveía en esta esperanza: (A) Que sus enemigos habían de perecer (vv. 9, 10). Había quienes le buscaban para destruirle (v. 9); no se contentaban con arrebatarle la corona, sino que intentaban por todos los medios quitarle la vida. Pero David veía, por fe en Dios, que los que así le perseguían habían de caer en las honduras de la tierra, es decir, en el Seol. Su enemistad hacia David había de acarrearles la muerte. El arma que querían usar contra él (la espada) sería el instrumento de la destrucción de ellos, y sus cuerpos habían de ser pasto de los chacales, los cuales se cebarían en los cadáveres insepultos de los enemigos de David. (B) Que él saldría, al fin, victorioso (v. 11) y volvería a ocupar el trono para el que tres veces había sido ungido: «El rey se alegrará en Dios». La vuelta de David había de ser el consuelo de sus amigos: «Será alabado cualquiera que jura por él» (por David), esto es, que le presta juramento de pleitesía y vasallaje; o, más probable, que jura por Él (Dios), con lo que se compromete solemnemente en algo que es digno de tal juramento y se hace con la más pura intención; ese tal será alabado, al ser premiado con una manifestación de la salvación que Dios otorga. Los que de todo corazón abrazan la causa de Cristo, se gloriarán también en su victoria. Si sufrimos con Él, también reinaremos con Él (v. Ro. 8:17). Con esta victoria, quedarían refutados totalmente los enemigos de David (v. 11b): «Porque la boca de los que hablan mentira será cerrada», especialmente la boca de los que juran en falso, por el nombre de Dios para engañar y defraudar. Estos quedarán reducidos en el Seol al más completo silencio.
Todo el salmo hace referencia a los enemigos de David, a sus perseguidores y calumniadores. I. Ora a Dios que le preserve de los malvados planes que tramaban contra él (vv. 1, 2). II. Los presenta tales cuales son: malvados, perversos (vv. 3–6). III. Predice, mediante el espíritu de profecía, la destrucción de ellos (vv. 7–10).
Versículos 1–6
En estos versículos, David expone ante Dios el peligro en que se halla y la mala voluntad de sus enemigos.
1. Pide a Dios con insistencia que le preserve (vv. 1, 2): Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento; es decir, otórgame lo que te pido: Guarda mi vida del terror del enemigo. Escóndeme de la conjuración de los malvados, de los males que secretamente traman contra mí, de la conspiración (mejor, del alboroto) de los que hacen iniquidad, de los que unen sus fuerzas para llevar a cabo el mal que han tramado contra mí».
2. Se queja de la mala voluntad y de la gran perversidad de sus enemigos.
(A) Son muy despectivos en sus calumnias y reproches (vv. 3, 4). Los describe con atuendo militar, con espada y arco, arqueros que apuntan atinadamente y disparan súbita, secreta y certeramente al ave inocente que no se percata del peligro. Su lengua es como espada afilada, arma peligrosa, mortífera; sus palabras amargas son como saetas: calumnias infames, motes oprobiosos, etc. El blanco de sus saetas es el inocente, el justo. Cuanto mejor es una persona, tanto más es blanco de la envidia de los malvados, y tanto peores son las cosas que dicen de él. Asaetean a escondidas, a fin de que sus víctimas no se aperciban de ello y no puedan escapar a tiempo del peligro, porque en vano se tiende la red a la vista del ave. Y le tiran de improviso, sin avisar ni dar la oportunidad de defenderse. Nada temen, esto es, ni a Dios ni a los hombres; tan seguros están de obtener éxito.
(B) Están muy resueltos a llevar a cabo sus malignos proyectos (v. 5): «Obstinados en su inicuo designio, calculan en su interior y luego consultan unos con otros sobre el mejor y el más efectivo medio de hacer el mayor mal posible sin ser notados». Dicen: ¿Quién podrá verlo? Es decir, los lazos que tienden quedarán, según ellos, ocultos a la vista de todos. En el fondo de toda maldad hay prácticamente una falta de fe en la omnisciencia de Dios.
(C) Se muestran muy hábiles en la ejecución de sus proyectos (v. 6): «Inventan maldades; se toman grandes cavilaciones y fatigas para tratar de hallar una u otra iniquidad de la que culparme; cavan hondo e investigan cosas muy pasadas, las revuelven y las retuercen hasta el máximo, a fin de hallar algo de qué acusarme». La mitad del trabajo que se toman algunos para condenarse les bastaría para salvarse.
Versículos 7–10
1. Los juicios de Dios sobre estos malignos perseguidores de David. El castigo responde al pecado.
(A) Le tiraban a David secreta y súbitamente a fin de herirle de improviso pero Dios los herirá con saeta (v. 7) pues ha templado al fuego sus saetas (7:13) y las dispondrá contra sus rostros (21:12). Y las saetas de Dios acertarán con más precisión, volarán con mayor rapidez y herirán más hondo que las saetas de ellos. (B) Las lenguas de los malvados se habían cebado en David, pero Dios hará que sus propias lenguas los hagan caer (v. 8). A los que les gusta maldecir, les caerá la maldición. A veces, la maldad oculta de los hombres sale a la luz pública porque ellos mismos la confiesan, y entonces su propia lengua los hace caer.
2. El influjo que estos juicios habrán de tener sobre otros: (A) Todos los que los vean menearán la cabeza (lit.—El mismo verbo de 22:7—) en señal de escarnio más que de asombro. (B) Servirá de lección a todos (v. 9). Les entrará temor de Dios (al contrario del «nada temen»—v. 4—) y evitarán seguir la conducta de los malvados; más aún, anunciarán la obra de Dios, es decir, declararán que es Dios quien decide en última instancia y que obra con toda justicia al castigar a los malvados. Dedo de Dios es éste (Éx. 8:19). (C) En especial, tomarán buena nota de ello los justos (v. 10). Se alegrarán de confiar en Dios, al verse seguros en esa fe no precisamente por ver la ruina de sus semejantes; y se gloriarán al ver que Dios es glorificado, que su palabra se cumple y que la causa del inocente ha salido triunfante (63:12).
Tanto este salmo como el siguiente tienen como fondo, según Delitzsch, el capítulo 37 de Isaías. El salmista alude a una reciente liberación del país de un peligro inminente. Según Arconada, es «un himno a Dios próvido» y opina que no hay motivo para negar que fue compuesto por David. Se nos exhorta aquí a dar a Dios la gloria por su poder y bondad, que se muestran, I. En el reino de la gracia (v. 1), al escuchar la oración (v. 2), al perdonar el pecado (v. 3), al saciar de bien a los suyos (v. 4), al protegerlos y sostenerlos (v. 5). II. En el reino de la providencia, al afianzar las montañas (v. 6), al calmar el mar (v. 7), al preservar la sucesión normal del día y de la noche (v. 8) y al hacer fértil la tierra (vv. 9–13).
Versículos 1–5
El salmista no presenta aquí ante el trono de la gracia ningún asunto de su personal interés, sino que se dirige a Dios en nombre de toda la congregación. Veamos:
I. Cómo da gloria a Dios (v. 1): 1. Con humilde gratitud: «La alabanza te espera (lit.), oh Dios, en Sion» (comp. 62:1. Lit.); espera en la expectación del favor deseado, espera hasta que llegue, a fin de que sea recibido con gratitud tan pronto como llegue; espera contenta con tu santa voluntad y depende de tu favor. 2. Con sincera fidelidad: «Y a ti se cumplirán los votos, es decir, se te ofrecerán los sacrificios que se te han prometido». Mejor es no prometer que prometer y no cumplir.
II. Por qué le da gloria.
1. Por escuchar la oración (v. 2). La alabanza te espera; ¿por qué está con tanta expectación? (A)
«Porque Tú estás presto a otorgarnos lo que te pedimos: Tú oyes la oración. Tú puedes responder toda petición que te hagamos, pues puedes hacer por nosotros mucho más de lo que podemos pedir o pensar (Ef. 3:20), y Tú respondes a toda oración de fe, ya sea al conceder lo pedido o al cambiarlo por otra cosa mejor». (B) Porque, por esa razón, estamos prestos a recurrir a Él cuando nos vemos en algún aprieto.
«Por eso, porque eres un Dios que escucha las oraciones, a ti vendrá toda carne, es decir, toda la humanidad». Nota del traductor: Después de «toda carne», debe colocarse punto y conectar la frase siguiente con el versículo 3.
2. Por perdonar el pecado. En esto, ¿qué Dios como Él? (Mi. 7:18). «Nuestras iniquidades llegan hasta el cielo, prevalecen contra nosotros, nuestra conciencia nos acusa y no tenemos excusa que presentar; con todo, nuestras rebeliones Tú las perdonas, de forma que no venimos a condenación a causa de ellas».
3. Por la amable acogida que presta a los que se refugian en Él, y por el consuelo de que disfrutan quienes tienen comunión con Él. Primero debe ser purgada la iniquidad (v. 3), y después ya podemos tener comunión con Dios y habitar en sus atrios (v. 4), pues:
(A) Serán bendecidos. No sólo será bendecida la nación (33:12), sino también el hombre, el individuo, sea quien sea, que Tú escoges y atraes a Ti, para que habite en tus atrios. Entrar en comunión con Dios es conversar con Él como con alguien a quien amamos y estimamos. Equivale a habitar en sus atrios, como habitaban los sacerdotes y los levitas, quienes vivían en los atrios del templo como en su propia casa; también equivale a ser constantes en los ejercicios de devoción. Entramos en comunión con Dios, no por recomendación de algún mérito nuestro, sino por libre elección de Dios: «Bienaventurado el que Tú escoges, y así lo distingues de los demás que son dejados a sí mismos».
(B) Quedarán satisfechos. Aquí el salmista cambia de persona. No dice: «Será saciado» (el que Tú escoges), sino: «Seremos saciados del bien de tu casa», con lo que podemos aplicarnos a nosotros mismos esta promesa. Dios tiene una magnífica casa. Hay en dicha casa abundancia de bienes: todas las bendiciones, todos los consuelos del pacto eterno; hay suficiente para todos y para cada uno; está ya todo dispuesto, siempre dispuesto; y todo ello es gratis, de balde, sin dinero y sin precio (Is. 55:1).
4. Por las operaciones de su poder a favor de ellos (v. 5): «Con obras que causan espanto nos respondes en justicia, oh Dios de nuestra salvación» (lit.). Si tomamos el capítulo 37 de Isaías como fondo, se entiende mejor lo portentoso de la actuación de Dios a favor de su pueblo. Con todo, Dios no obra en esto con arbitrariedad, sino en justicia, porque el bien debe triunfar sobre el mal. Jehová es un Dios que salva (Is. 45:15).
5. Por el cuidado que tiene de su pueblo, y aun de los extraños, ya que Él es (v. 5b) esperanza de todos los términos de la tierra, pues no es sólo Dios de los judíos, sino también de los gentiles.
Versículos 6–13
Su poder y soberanía como Dios de la naturaleza.
I. Él establece la tierra para que se quede firme (119:90). «Tú, el que afianza los montes con su fuerza» (de Dios), ceñido de poder (v. 6. Comp. 93:1). Los collados antiguos (lit. perpetuos) están firmes (Hab. 3:6), pero el pacto de Dios con su pueblo es todavía más firme (Is. 54:10).
II. Él apacigua el mar y lo sosiega (v. 7). El mar, cuando se alborota, produce gran estruendo, pero cuando le place a Dios, impone silencio a las olas y las sosiega como en plácido sueño (107:29). Así dio el Señor Jesús una prueba de su divino poder al mandar a los vientos y al mar y ellos le obedecieron. Con el mismo poder con que calma el bramido de las olas, calma también Dios el tumulto de las naciones. Como dice Cheyne: «El Dios de la naturaleza y el Dios de la historia es uno mismo».
III. Él regula la marcha del sol de forma que todos los habitantes de la tierra tengan ocasión de cantar las proezas de Dios; en especial, cuando Dios humilla a los arrogantes y protege a los débiles. Ésta parece ser la interpretación que, con el fondo de Isaías 37, mejor explica el sentido del versículo 8b: «Tú haces alegrar las puertas (lit. las salidas) de la aurora y del ocaso», es decir, el recorrido entero del sol en su marcha diaria. Dios es quien esparce la luz del amanecer y el que corre las cortinas del ocaso, para que, al desaparecer la luz del sol, brillen las estrellas y la luna.
IV. Él riega la tierra y la hace fértil. Fácil es de observar lo mucho que depende la fertilidad de la tierra de la influencia de los cielos; cuando el cielo se vuelve de bronce, la tierra se vuelve de hierro. Aquí se describen (vv. 9–13) la común bendición de la lluvia y las fructíferas estaciones del año. Así se muestra:
1. Cuánto en la tierra se debe al poder y a la bondad de Dios. El Dios que hizo la tierra, la visita con sus cuidados (v. 9). El que hizo que se descubriera lo seco de entre la reunión de las aguas (Gn. 1:9, 10), hizo también que lo seco fuese regado para que diese fruto. Así también nuestro corazón está seco y estéril a menos que Dios lo visite con la lluvia de sus bendiciones y el rocío de su gracia. Se llama a la lluvia el río de Dios (v. 9b), porque desciende de una fuente celestial. Este río de Dios es el que enriquece la tierra, la cual sería sin él muy pobre cosa. Las riquezas de la superficie de la tierra son mucho más provechosas para el hombre que las que se hallan en sus entrañas, pues podemos vivir sin plata ni oro, pero no sin pan ni verduras.
2. Cuántos bienes se derivan de la lluvia, tanto para la tierra misma como para el hombre que vive en ella. (A) A la tierra misma, la lluvia en su sazón le da una nueva faz. Los surcos se empapan de agua, los terrones que el arado aparta se mantienen en alto y a su debido nivel a fin de que el agua corra entre ellos, la tierra se ablanda y Dios bendice sus renuevos, es decir, el fruto que brota de la tierra bien regada. El tiempo de la cosecha es la culminación de las labores del hombre y del fruto de la tierra; es entonces cuando Dios corona el año con sus bienes (v. 11). Con la lluvia tardía, los campos se cubren de abundancia (lit. grosura), destilada—según bella imagen del salmista—al paso (tus sendas; no «tus nubes») de Dios al visitar a la tierra. El aspecto de la tierra da gozo (v. 12). (B) Al hombre que vive en la tierra, le proporciona ésta el alimento de cada día (Job 28:5). Cada grano de cereal que sale de la tierra ha sido preparado por Dios para beneficio del hombre. La producción del trigo es asemejada por el Señor Jesús a la resurrección de los muertos (Jn. 12:24), con lo que se enfatiza el poder de Dios. El grano y el ganado son los grandes bienes del campo, y ambos se mantienen de la divina bondad que riega la tierra. Dice Arconada: «Las metáforas (del v. 13), bellísimas, se hacen aún más vívidas en la hipotiposis, (es decir, descripción de una cosa por medio del lenguaje) de exultación y alegría con que los prados se visten de rebaños y los valles se cubren de mieses, para vitorear y cantar al Dador de tal belleza».
Este es un salmo de acción de gracias. Se invita aquí a todos a alabar a Dios, I. por las pruebas generales de su poder soberano en toda la creación (vv. 1–7). II. Por las señales especiales de su favor para con el pueblo (vv. 8–12). III. Finalmente, el salmista alaba a Dios por sus personales experiencias de la bondad de Dios hacia él, especialmente por contestar a sus oraciones (vv. 13–20).
Versículos 1–7
1. En estos versículos, el salmista convoca a todos los pueblos a alabar a Dios (v. 1): «Aclamad a Dios toda ta tierra». (A) Esto indica la gloria que se debe a Dios porque es bueno para todos (145:9). (B) El deber del hombre de alabar a Dios; esto es parte de la ley de la creación y, por tanto, se exige a todas las criaturas. (C) Es también una predicción de la conversión de los gentiles a la fe de Cristo; llegará el día en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero. (D) El salmista quiere ser pródigo en alabar a Dios y desea que paguen a Dios el tributo de adoración todas las naciones de la tierra y no sólo la tierra de Israel. Hemos de ser fervientes y celosos en publicar las alabanzas de Dios como quienes no se avergüenzan de su Maestro. Esto se implica en el verbo que indica alabar con clamor, con gritos de júbilo.
2. Había convocado a toda la tierra a aclamar a Dios (v. 1) y ahora predice (v. 4) que lo harán: «Toda la tierra te adorará». Le cantarán y salmodiarán a su nombre, es decir, a Él. Dice a su nombre porque nada podemos añadir a la gloria esencial de Dios, sino sólo a su gloria externa, a la declaración de su gloria por la que Él se da a conocer.
3. Se nos invita después (v. 5) a venir y ver las obras de Dios, pues ellas mismas le alaban, lo hagamos nosotros o no; y la razón por la que no le alabamos más y mejor es porque no observamos dichas obras con la debida atención y el espíritu apropiado. Veamos, pues, las obras de Dios, y hablemos de ellas no sólo a otros, sino también a Él (v. 3): «Decid a Dios: ¡Cuán pavorosas son tus obras!» (lit.).
(A) Las obras de Dios son tan portentosas en sí mismas que infunden pavor, un asombro profundo y religioso; y así habría que considerarlas. Uno de nuestros deberes primordiales para con Dios es un temor reverencial a su Providencia. (B) Esas obras infunden también pavor, con frecuencia, a los enemigos de Dios, y los fuerza a someterse a Él: «Por la grandeza de tu poder se someterán a Ti tus enemigos» (v. 3b); es decir, se verán obligados, de grado o por fuerza, a hacer las paces con Dios bajo las condiciones que Él imponga. (C) Esas obras son beneficiosas para el pueblo de Dios (v. 6). Cuando Israel salió de Egipto, Dios convirtió el mar en tierra seca delante de ellos, lo cual les animó a marchar por el desierto bajo la conducción y guía de Dios; y, cuando entraron en Canaán, para darles ánimo en las guerras que se avecinaban, dividió delante de ellos las aguas del Jordán, y por el río pasaron a pie seco. Los gozos de nuestros padres son también nuestros, y debemos considerarnos partícipes de ellos juntamente con nuestros antepasados. (D) Con sus obras portentosas, Dios se enseñorea de las naciones (hay quienes aplican el versículo 7 a la época de los Jueces—nota del traductor—): «Él señorea con su poder para siempre, sus ojos atalayan sobre las naciones». Su brazo se impone sobre todos, por lo que el salmista está seguro de que los rebeldes no levantarán cabeza (v. 7c). Esta frase podría traducirse también, y quizá mejor, en imperativo: «¡No se enaltezcan los rebeldes!», los que desafían a Dios como Senaquerib (Is. 37:23).
Versículos 8–12
Dos razones se nos dan aquí por las que deberíamos bendecir a Dios: 1. La protección que ordinariamente nos dispensa a todos (v. 9): Él es quien preservó la vida a nuestra alma, es decir, a nuestra persona, y no permitió que nuestros pies resbalasen. Él nos dio el ser y nos lo conserva por un acto constante de su poder creador. No es la existencia, sino la felicidad, lo que merece el nombre de vida.
2. La especial liberación de grandes apuros y angustias. Vemos: (A) Cuán graves eran esos apuros (vv. 11, 12). No se dice expresamente cuál es el apuro al que el salmista se refiere, pero es probable que aluda a la invasión de Senaquerib: «Nos metiste en la red, como una prisión merecida por nuestros pecados, pusiste sobre nuestros lomos pesada carga, un peso que nos aplastaba». Y ¿hay algo tan peligroso como el fuego y el agua? «Pasamos por el fuego y por el agua», que son siempre símbolo de serios peligros (v. Is. 43:2). ¿Cuál fue este peligro? Lo dice en la frase precedente (v. 12a): «Hiciste cabalgar a hombres (lit. al hombre, al mortal débil y vulgar—hebreo, enosh—) sobre nuestra cabeza», lo cual es imagen del soldado caído en el campo de batalla, mientras caballos y jinetes pasan sobre él atropellándolo. (B) Cuán bondadoso fue el designio de Dios al sacarlos de tal peligro (v. 10): «Tú nos probaste, oh Dios, nos refinaste como se afina la plata». Por medio de las aflicciones, somos probados como la plata y el oro en el crisol. Las gracias que Dios nos otorga, al ser ejercitadas con la prueba, se vuelven más fuertes y activas, y así podemos mejorar nuestro carácter como se mejora la plata cuando es refinada al fuego y se ve libre de la escoria; esto nos será de gran beneficio, pues así somos hechos partícipes de la santidad de Dios (He. 12:10). (C) Cuán glorioso fue el resultado; las aflicciones y angustias de la Iglesia terminan bien, «Pasamos por el fuego y el agua; pasamos, no nos quedamos allí, no perecimos en las llamas ni en la inundación». Por grandes que sean las tribulaciones de los santos, bendito sea Dios de que hay una salida: «Pero nos sacaste a abundancia, en contraste con las privaciones que habíamos sufrido».
Versículos 13–20
Después de haber exhortado a todos a bendecir a Dios, el salmista se exhorta ahora a sí mismo:
1. En sus devociones para con Dios (vv. 13–15), (A) mediante sacrificios costosos (v. 13): «Entraré en tu casa con holocaustos». Quiere que sus sacrificios sean ofrecidos en público y en el lugar destinado por Dios. Cristo es nuestro templo, al que hemos de llevar nuestros dones espirituales para que Él los santifique. Los sacrificios que el salmista promete son los mejores, los holocaustos, en los que la víctima era completamente consumida sobre el altar, y de los mejores animales (v. 15), de animales engordados… con sahumerio de carneros; es decir, con el olor suave, agradable, del incienso añadido en la combustión del animal. El incienso simboliza aquí la intercesión de Cristo, sin la cual lo mejor y más engordado de nuestros sacrificios no sería aceptado por Dios. (B) Mediante el cumplimiento concienzudo de sus votos. Esta era la resolución del salmista (vv. 13, 14): «Te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios y profirió mi boca, cuando estaba angustiado» (nota del traductor: Hay quienes opinan que estas frases aluden a la enfermedad y recuperación del rey Ezequías).
2. En las declaraciones a sus amigos (v. 16). Convoca a todos los temerosos de Dios a que vengan a escuchar el gran favor que Dios le ha dispensado: «Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma», es decir, a mi vida cuando estaba en peligro. ¿Y qué es lo que Dios había hecho por su alma? (A) Le había infundido amor a la oración y, mediante su gracia, le había ensanchado el corazón para el ejercicio de ese deber (v. 17): «A Él clamé con mi boca». Dios nos ha dado permiso y mandato para orar, así como ánimos y corazón parar orar. Al clamar a Dios, le enaltecemos de veras, pues se complace y se siente honrado con las humildes plegarias de los suyos. Al mismo tiempo que procuramos nuestro bienestar verdadero, estamos procurando su gloria (v. 17b): «Y fue ensalzado con mi lengua». El original dice literalmente: «Y había alta alabanza bajo mi lengua»; es decir, consideraba con mi mente cómo ensalzar y engrandecer su nombre. Cuando tenemos oración en la boca, debemos tener alabanza en el corazón. (B) Había operado en él un gran miedo al pecado como a un enemigo de la oración (v. 18): «Si en mi corazón hubiese acariciado yo la iniquidad, el Señor no me habría escuchado»; esto es, «si yo hubiese amado el pecado y me hubiese permitido cometerlo, Dios no escucharía mi oración ni podría yo esperar respuesta de paz en ella». (C) Le había concedido benignamente respuesta de paz a sus oraciones (v. 19). Al escuchar Dios su oración, le dio una señal de su favor. Por eso concluye (v. 20):
«Bendito sea Dios». Lo que obtenemos mediante la oración, hemos de llevarlo con alabanza y gratitud. Y para que nadie pensara que le fue otorgada la liberación en consideración a algún valor o mérito que tuviese su oración, lo atribuye todo a la misericordia de Dios, como si dijese: « No fue mi oración la que me obtuvo la liberación, sino la misericordia de Dios, que no me fue retirada».
Aquí tenemos, I. una oración por la prosperidad de Israel (v. 1). II. Una oración por la conversión de los gentiles (vv. 2–5). III. Una feliz perspectiva de tiempos gloriosos cuando Dios se digne llevar a cabo tal obra (vv. 6, 7).
Versículos 1–7
El salmista fue elevado aquí a recibir el espíritu de profecía acerca del ensanchamiento del Reino de Dios.
I. Comienza con una oración por el bienestar y la prosperidad del pueblo escogido (v. 1): «Dios tenga misericordia de nosotros y nos bendiga». Nuestro Salvador, al enseñarnos a decir «Padre nuestro», dio a entender que debíamos pedir con otros y por otros así el salmista no dice: «Dios tenga misericordia de mí y me bendiga», sino «de nosotros y nos bendiga». Aquí se nos enseña, 1. que toda nuestra felicidad procede del favor de Dios y con Él se incrementa; por eso, lo primero que pide es el favor de Dios. 2. Nos bendiga; es decir, nos otorgue interés en sus promesas y nos conceda todos los bienes contenidos en ellas.
1. «Haga resplandecer su rostro hacia nosotros» es una petición basada en la bendición sacerdotal de Números 6:24 y ss., con la diferencia de que allí la preposición es «sobre», mientras que aquí la preposición es «hacia», lo que da la impresión de un contacto más próximo con el resplandor de la luz divina. También podría traducirse por «con».
II. De ahí pasa a una oración por la conversión de los gentiles (v. 2): «Para que sea conocido en la tierra tu camino», es decir, la forma en que te conduces con nosotros, a fin de que también ellos te alaben y glorifiquen. Es como si añadiese: «Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino».
1. Estos versículos, que apuntan a la conversión de los gentiles, pueden tomarse: (A) Como oración que expresa el deseo de los santos del Antiguo Testamento, quienes desearían así que se extendieran a todos los privilegios de que ellos disfrutaban. Obsérvese entonces cuán diferente del de sus padres era el espíritu de los judíos en tiempo de Cristo y de sus apóstoles, pues aquellos pedían que el nombre de Dios fuese conocido en todas las naciones, mientras que éstos se enfurecían al ver predicado a los gentiles el evangelio de la salvación (v. Hch. 13:45). (B) Como profecía de que había de suceder lo que pide.
2. Tres cosas son las que aquí pide con referencia a los gentiles:
(A) Que se extienda a ellos la revelación divina (v. 2): «Que sepan ellos, como lo sabemos nosotros, lo que es bueno y lo que pide Jehová de nosotros (Mi. 6:8); que sean bendecidos y honrados con los mismos estatutos y preceptos justos, que son la alabanza de nuestra nación y la envidia de nuestros vecinos» (Dt. 4:8). Si Dios nos da a conocer su camino y andamos en él, nos mostrará su salud salvífica (50:23). Quienes conocen por experiencia propia lo agradable de los caminos de Dios y los consuelos de su salvación, no pueden menos de desear y orar que sean conocidos por otros en todas las naciones.
(B) Que sea establecido entre ellos el culto divino, como sucede donde se recibe y abraza la revelación divina (v. 3) «Te den gracias (lit.) los pueblos, oh Dios. Que tengan materia para la alabanza y corazón para la gratitud; no sólo algunos pueblos, sino todos ellos». Tanto interés tiene el salmista en esto, que lo repite en el versículo 5. Es una oración, (a) para que les sea predicado el Evangelio y entonces tendrán motivo suficiente para alabar y dar gracias a Dios, como por un día de primavera tras una larga y oscura noche. (b) Que se conviertan y sean traídos a la Iglesia de Dios, donde tendrán disposición y oportunidad para alabar a Dios. (c) Que puedan ser incorporados a las asambleas solemnes, a fin de que puedan alabar a Dios con una sola mente y una sola boca.
(C) Que sea reconocido entre ellos el gobierno de Dios (v. 4): «Alégrense y gócense las naciones». El gozo que desea a las naciones es un santo gozo, porque se han de gozar en que Dios juzga a los pueblos con equidad y guía (lit. el mismo verbo de 78:14) las naciones de la tierra (lit. en la tierra). Se alegrarán al ver que el Dios de Israel es un juez justo, cuyos juicios son todos conforme a la más estricta verdad y justicia, no como los juicios de los jueces humanos.
III. Concluye con una gozosa perspectiva de todos los bienes que han de sobrevenir cuando Dios lleve a cabo esto, cuando las naciones se conviertan y alaben a Jehová con gratitud.
1. El mundo de aquí abajo les sonreirá y ellos disfrutarán de los productos de la tierra (v. 6): «La tierra dará su fruto». Es cierto que Dios da lluvia de los cielos y estaciones fructíferas a las naciones, incluso cuando éstas yacen en las tinieblas (Hch. 14:17); pero cuando se convierten, la tierra incrementa sus frutos en mayor medida.
2. El mundo de arriba les sonreirá también, lo cual es mucho mejor: «Nos bendecirá Dios el Dios nuestro» (v. 6). Y de nuevo (v. 7): «Nos bendecirá Dios». Recibimos de veras el fruto de la tierra como un favor cuando, con él, nos da nuestro Dios la bendición.
3. Con eso, todo el mundo se sentirá inclinado a seguir el ejemplo de ellos (v. 7): «Y le temerán, es decir, le rendirán culto, todos los confines de la tierra». (Este sentido—profético—es más probable que el de petición.)
De este salmo dice Davidson: «Cuando quiera fuese compuesto, inspirado por cualesquiera reminiscencias de historia del pasado o expectaciones de renovada prosperidad, el salmo queda como un monumento de la fe invencible y de las esperanzas inextinguibles de Israel, y como una profecía de glorias espirituales, en parte realizadas y en parte por venir». Y el doctor Cohen añade: «El tema básico es la marcha triunfal de Dios a través de la historia pasada de Israel como esperanza de su Realeza sobre todo el mundo en el futuro». M. Henry opina que lo compuso David con ocasión de la traída del Arca desde casa de Obed-edom hasta el tabernáculo que le había preparado en Sion, «pues las primeras palabras son la oración que usaba Moisés cuando se trasladaba el Arca» (Nm. 10:35). También Arconada da como posible eso mismo: «La ocasión podría ser la traslación del Arca a Sion (2 S. 6:1), o quizá su vuelta, después de la victoria contra los ammonitas (2 S. 10)». Aquí David, I. comienza con una oración contra los enemigos de Dios (vv. 1, 2) y a favor de su pueblo (v. 3). II. De ahí procede a alabar a Dios, lo que se lleva el resto del salmo. Alaba: 1. La grandeza y bondad de Dios (vv. 4–6). 2. Las portentosas obras que Dios había llevado a cabo por su pueblo antiguamente, cuando les guió a través del desierto (vv. 7, 8), y los asentó en Canaán (vv. 9, 10), les dio la victoria sobre sus enemigos (vv. 11, 12) y los libró de las manos de sus opresores (vv. 13, 14). 3. La presencia especial de Dios en medio de su pueblo (vv. 15–17). 4. Se predice la Ascensión de Cristo (v. 18) y la salvación de su pueblo por medio de Él (vv. 19, 20). 5. Las victorias que Cristo había de obtener sobre sus enemigos y los favores que había de otorgar a su Iglesia (vv. 21–28). 6. El ensanche de su Iglesia al entrar en ella los gentiles (vv. 29–31). III. Concluye el salmo con humilde reconocimiento de la gloria y de la gracia de Dios (vv. 32–35).
Versículos 1–6
1. David ora que Dios se manifieste en su gloria: (A) Para confusión de sus enemigos (vv. 1, 2):
«Levántese Dios, como Juez que va a pronunciar sentencia y, tras ocupar el campamento como un general, la va a ejecutar, y sean esparcidos sus enemigos. Levántese Dios como el sol cuando resplandece con toda su fuerza y serán esparcidos los hijos de las tinieblas, como huyen las sombras de la noche delante del sol naciente». De esta forma comenta David la oración de Moisés, y no sólo la repite aplicándola a sí mismo y a su tiempo, sino que la amplía para enseñarnos el modo de hacer buen uso de las oraciones de la Biblia. Aunque hemos de orar por nuestros enemigos en cuanto que son nuestros enemigos, hemos de orar contra los enemigos de Dios en cuanto tales, esto es, contra la enemistad de ellos hacia Dios y contra los intentos con que se oponen al Reino de Dios. (B) Para consuelo y gozo de su pueblo (v. 3): «Alégrense los justos, que están ahora tristes, gócense delante de Dios y salten de alegría» (versión más probable).
2. Alaba a Dios por sus gloriosas manifestaciones:
(A) Como a un Dios infinitamente grande (v. 4): «Exaltad al que cabalga sobre los cielos. Yah (abreviatura de Jehová) es su nombre». Él es la fuente de todos los movimientos de los cuerpos celestes, así como el que cabalga en su carroza como jefe supremo para pasar revista a sus tropas. En la abreviatura
«Yah», vemos una alusión a Éxodo 15:2.
(B) Como a un Dios benigno, misericordioso y compasivo. Al ser un Dios de infinito poder, usa todo su poder para aliviar a los que se hallan en apuros (vv. 5, 6): los huérfanos, las viudas, los cautivos los desamparados, etc. hallan en Él al Dios Todosuficiente. El que cabalga sobre los cielos se gloría en ser padre de los huérfanos. El Altísimo respeta y ama a los bajísimos. Los huérfanos, por quienes Él cuida y para quienes provee, tienen completa libertad para llamarle Padre y apelar a la especial relación que tienen con Él como Guardián (10:14, 18; 146:9). Él patrocina a las viudas; les da consejo y consuelo, y defiende la causa de ellas y endereza los entuertos que contra huérfanos y viudas se cometen (Pr. 22:23). Así es Dios en su santa morada (v. 5b). Que vayan ellos a la santa morada de Dios, a su Palabra y a sus ordenanzas; allí le hallarán y hallarán consuelo en Él. El versículo 6 puede entenderse de dos maneras: (a) En sentido general, alude a la providencia de Dios que protege a los débiles y confunde a los agresores;
(b) en sentido especial, alude a los israelitas, que estaban desamparados en Egipto y Dios proveyó para ellos casa en Canaán, mientras los rebeldes egipcios vieron su país devastado por las plagas. Así lo entienden autores como el rabino Cohen y el jesuita Arconada.
Versículos 7–14
Los favores recientes deberían traernos a la memoria favores del pasado y reavivar nuestra gratitud a Dios por ellos. El salmista procura que no se olvide:
1. Que Dios mismo fue el guía de Israel a través del desierto (v. 7). No fue un viaje, sino una marcha, pues fueron como soldados, como un ejército con sus banderas.
2. Que Dios manifestó en el Sinaí su gloriosa presencia entre ellos (v. 8). Ningún otro pueblo vio la gloria de Dios ni oyó su voz como Israel (Dt. 4:32, 33). Nunca tuvo pueblo alguno una ley como la que fue promulgada y mandada al pueblo de Israel. Aquel Sinaí, vasto monte, tembló delante de Dios, ante la manifestación pavorosa de la majestad de Dios (comp. He. 12:18–21, así como Jue. 5:4, 5; Dt. 33:2; Hab. 3:3). Por otra parte, esta manifestación del poder de Dios hubo de fortalecer la fe de ellos, pues el Dios que así hacía temblar las montañas, bien podía remontar todos los obstáculos que se opusieran a ellos durante su marcha por el desierto.
3. Que proveyó abundantemente para ellos, tanto en el desierto como en Canaán (vv. 9, 10):
«Abundante lluvia esparciste, oh Dios (lo cual puede entenderse de todas las provisiones que les procuró durante su marcha por el desierto); a tu heredad exhausta Tú la reanimaste» (esto podría referirse a las ocasiones en que la tierra de Canaán se vio afectada por la sequía). Obsérvese cómo el Salmo 78 (vv. 24 y 27) habla del maná y de las codornices como de algo que Dios hizo llover. Esto puede aplicarse también a todo en sentido espiritual: El Espíritu de gracia y el Evangelio de la gracia son la lluvia abundante con la que Dios reanima su heredad y de la que se espera el fruto debido (Is. 45:8).
4. Que Dios les dio con frecuencia la victoria sobre sus enemigos (v. 11) «El Señor daba palabra», como general de sus ejércitos. Él levantó jueces para ellos, les dio autoridad e instrucciones y les aseguró el éxito. «Había gran multitud de mujeres que transmitían las buenas nuevas» (comp. Éx. 15:20; 1 S. 18:6). «Huyeron, huyeron reyes de ejércitos, sin tener que disparar un arco ni desenvainar una espada, y la que se quedaba en casa repartía los despojos» (v. Jue. 5:30), esto es, las mujeres de los combatientes se enriquecían con el botín que traían los maridos. El versículo 14, que termina literalmente: «… nevaba en el Salmón», es oscuro, pues alude a un hecho que no nos ha sido transmitido. Dice Cohen: «Es posible que hubiese allí una fuerte tempestad de nieve que condujo a la derrota del enemigo, similar a la granizada que esparció el ejército en Bet-jorón (Jos. 10:11).
5. Que desde una baja y mísera condición en Egipto habían sido elevados a gran esplendor y prosperidad (v. 13): «Mientras reposabais en los apriscos, escena idílica de tranquilidad tras la conquista de Canaán (no es una reprensión como en Jue. 5:16), las alas de la paloma estaban cubiertas de plata, y sus plumas con la amarillez del oro». Este difícil versículo halla buen comentario en la prestigiosa pluma de Delitzsch: «Todo brillará y resplandecerá con plata y oro. Israel es la tórtola de Dios (74:9) y, conforme a ello, la nueva prosperidad es comparada al reverbero del sol en las alas de una paloma». Así también, comenta el doctor Hammond, «bajo el reinado de Cristo, los idólatras paganos que adoraban la madera y la piedra y se entregaban a las más viles concupiscencias, habían de ser elevados de tan detestable condición al servicio de Cristo y a la práctica de las virtudes cristianas, que son las mayores bellezas interiores en este mundo».
Versículos 15–21
Aquí David alaba al Dios de Sion de un modo especial (comp. 9:11). Sion fue el monte escogido por Dios (132:13 y ss.) con preferencia a todos los demás.
1. Lo compara con los montes de Basán, especialmente con el Hermón (de casi 3.000 m de altura). A pesar de su gran elevación (este es el significado de la frase «monte de Dios») y de la de otros montes más elevados y fructíferos que Sion, tenía la preeminencia sobre ellos el monte donde Dios había querido que fuese edificado su Templo y la ciudad santa y, por eso, los demás montes no tenían motivo para estar celosos de él (vv. 15, 16).
2. Lo compara también con el Sinaí, del que había hablado antes (v. 8). La segunda parte del versículo 17 admite únicamente la siguiente versión: «El Señor está entre ellos (los carros); el Sinaí está en el santuario». Dice Davidson: «toda la sacralidad del Sinaí, y aún más, se halla en el santuario, donde Dios ha establecido, no un lugar donde hacer alto por algún tiempo, como en el Sinaí, sino una morada permanente, para habitar allí por siempre».
3. La gloria del monte Sion era el Rey que Dios ha establecido «sobre Sion, su santo monte» (2:6). De su Ascensión habla aquí el salmista según la alusión expresa de Efesios 4:8: «Subiste a lo alto» (v. 18. Comp. 47:5, 6). Se habla de la Ascensión de Cristo como de un gran honor que se le confirió. Entonces se rubricó su triunfo sobre las puertas del Infierno. «Condujiste cautivos»; es decir, trajo en triunfo los cautivos que había tomado; así solían hacer los grandes conquistadores y los generales victoriosos (Col. 2:15). Condujo los que habían estado bajo miserable cautividad, para que, hechos cautivos de Cristo, disfrutaran de la verdadera libertad (Gá. 5:1, 13). Tras quebrantar completamente el poder de Satanás y del pecado, Cristo nos ha hecho más que triunfadores (Ro. 8:37). La frase siguiente: «Tomaste dones entre (lit.) los hombres» (v. 18b), que da a entender el tributo que los cautivos depositaban a los pies del conquistador, parece ir en contra de la cita correspondiente en Efesios 4:8, donde Pablo se aparta tanto del texto hebreo como del de los LXX, pero es de notar que el verbo hebreo laqaj significa también «recibir para dar». Así Cristo nos da lo que ha recibido: al haber recibido el poder de dar la vida eterna, la da a todos los que el Padre le ha dado a Él (Jn. 17:2). La referencia a los que se resistían (v. 18c) podría aludir a las naciones paganas (Cohen) o a 2 Samuel 5:6; 1 Crónicas 11:5 (Arconada).
4. La gloria del Rey de Sion es que Él es Salvador y bienhechor de todos los que a Él se adhieren, y fuego consumidor para todos los que persisten en rebelarse contra Él (vv. 19–21). Aquí tenemos ante nosotros el bien y el mal, la vida y la muerte, la bendición y la maldición (Mr. 16:16). Tantos y tan grandes son los dones que nos otorga la munificencia de Dios, que bien podemos decir que Dios nos colma (lit. carga) con ellos (aunque la versión más probable—nota del traductor—es: «Bendito sea el Señor; día tras día lleva nuestra carga, el Dios que es nuestra salvación»). Los que persisten en la enemistad contra Él irán de cierto a la ruina (v. 21): «Ciertamente herirá Dios la cabeza de sus enemigos»—de Satanás, la serpiente antigua, según la promesa de Génesis 3:15. «La testa cabelluda del que camina en sus pecados» podría ser una alusión a la larga cabellera de Absalón o, con mayor probabilidad, a la costumbre de los antiguos guerreros de no cortarse el pelo mientras no volvieran victoriosos de la guerra.
Versículos 22–31
En estos versículos tenemos tres cosas:
1. La promesa que Dios hace de redimir a su pueblo y de la victoria que ellos obtendrán sobre sus enemigos (vv. 22, 23): «El Señor ha dicho, ha asegurado, aunque los enemigos se escondan en los montes o en lo profundo del mar, de Basán haré volver, haré volver de las profundidades del mar (lit.), para someterlos a castigo, humillación y destrucción, de forma que tu pie (el de su pueblo) se enrojecerá de sangre de tus enemigos y de ella la lengua de tus perros, como lo hicieron con la sangre de Acab. Tales frases quizá nos repugnen, pero eran proverbiales para expresar una justa venganza.
2. La bienvenida que el pueblo de Dios da a estos gloriosos descubrimientos de su gracia (vv. 24–28):
«Aparece tu cortejo, oh Dios, el cortejo de mi Dios, de mi Rey, en santidad». Una fe activa hace de Dios nuestro Dios y Rey. Cuando el pueblo ve el cortejo (lit. las salidas) de Dios, todo se organiza en procesión triunfal, a fin de bendecir a Dios por las victorias conseguidas. De los levitas se esperaba que condujesen tales procesiones (los cantores … los músicos) y a los lados («en medio de las doncellas» mejor que «en medio, las doncellas»), van doncellas con panderos. El salmista parece aludir al ejemplo de María y otras mujeres israelitas cuando celebraban la liberación de Israel tras el paso del mar Rojo (Éx. 15:20). Hombres y mujeres reciben por igual los beneficios de la redención y son por igual profetas para cantar las proezas de Dios (1 P. 2:9). Se invita a bendecir a Dios (v. 26) a todos los que son de la fuente (lit.) de Israel, es decir, a todos los descendientes de Jacob, pero se destacan cuatro tribus: Benjamín, la menor (en cantidad, más aún que en edad) de las tribus que, junto con Judá, representaba al reino del sur. Se dice que Benjamín abría marcha (lit. les conducía o gobernaba), porque de esa tribu salió Saúl, el primer rey de Israel. Zabulón y Neftalí representaban al reino del norte; se les menciona en lugar de Efraín porque, en opinión de Cohen, fueron objeto de especial alabanza en el cántico de Débora (Jue.5:18). El poder del que dispone el pueblo de Dios ha sido mandado (no «enviado», sino «ordenado») por Dios, y a Dios pide el salmista que corrobore lo que ha hecho por su pueblo (comp. Fil. 1:6). Toda nuestra fuerza viene de Dios, y su gracia completa lo que comenzó. El que esto sea un hecho no obsta para que pidamos a Dios que corrobore lo que ya está hecho. Los versículos 28 y 29 deben leerse del modo siguiente: «Tu Dios ha mandado tu fuerza; corrobora esa fuerza, oh Dios, que has producido a favor nuestro desde tu templo en Jerusalén, adonde los reyes te llevarán presentes». Desde su templo, donde se manifiesta especialmente su poder, Dios obra a favor de su pueblo, y allí se le presentan tributos en reconocimiento de sumisión (v. 76:12).
3. El salmista pide luego que Dios continúe y corrobore las hazañas que ha llevado a cabo en favor de su pueblo; ya lo había hecho en los versículos 28 y 29; ahora (vv. 30, 31), con más fuerza. Nota del traductor: La mayor parte del salmo ha resultado dificilísima a los comentaristas antiguos, incluido M. Henry. Por eso, ha sido necesario apartarse de su comentario y seguir a los mejores modernos, tanto judíos como cristianos. El versículo 30 comienza literalmente: «Reprende a la bestia del cañaveral», es decir, al hipopótamo, símbolo de Egipto, el enemigo típico de Israel; los toros, con sus becerros de los pueblos, son los jefes de las naciones paganas, enemigas de Israel, que conducen a sus súbditos, y todos ellos que se someten al Divino Conquistador, humillados y dispuestos a pagarle tributo. La última frase del versículo 30 puede ser un pretérito profético: «Ha dispersado, etc.», o un imperativo, como aparece en nuestras versiones; siempre resulta una oración muy apropiada en este mundo tan agitado por toda clase de violencias. Menciona en especial a Egipto y a Etiopía (v. 31), como países de los que menos podría esperarse tributo y sumisión. Egipto, el enemigo tradicional de Israel vendrá a rendir tributo a la soberanía del Dios de Israel (comp. Is. 19:25). Etiopía, que antaño extendió sus manos contra el Israel de Dios (2 Cr. 14:9), ahora se apresurará a extender sus manos hacia el Dios de Israel, en oración y le pedirá perdón y benignidad: paz con Dios.
Versículos 32–35
Después de orar por los gentiles, el salmista los invita ahora a venir y unirse a los devotos israelitas en alabanzas a Dios, e insinúa que su incorporación a la Iglesia será para ellos motivo de gozo y de alabanza (v. 32): «Reinos de la tierra, cantad a Dios». ¿Por qué?
1. Porque su dominio es supremo y soberano (v. 33): «Al que cabalga sobre los cielos de los cielos, que son desde la antigüedad» (comp. v. 4). Desde antiguo, más aún, desde la eternidad, ha preparado su trono; se sienta en el circuito de los cielos y dispensa al mundo de abajo los beneficios de su poder y de su bondad.
2. Porque su majestad es terrible y pavorosa: «He aquí dará su voz, poderosa voz». Esto puede entenderse en general, referido al trueno, que es llamado voz de Jehová con potencia y con gloria (24:3, 4) o, en particular, al trueno con que habló Dios a Israel en el monte Sinaí.
3. Porque su poder es infinito (v. 34): «Reconoced el poder de Dios». Tuyo es el reino y el poder y, por tanto, tuya es la gloria. Hemos de reconocer su poder: (A) En el reino de la gracia: «Sobre Israel es su magnificencia»; muestra su cuidado soberano en salvar y proteger a su pueblo. (B) En el reino de la providencia: «Y su poder está en los cielos», de donde viene el trueno de su poder.
4. Porque allí resplandece la gloria de su santuario y por los prodigios que lleva a cabo allí (v. 35):
«Temible eres, oh Dios, desde tu santuario». Dios debe ser adorado y admirado con reverencia y santo temor por todos los que le rinden culto en sus santos lugares y reciben allí sus oráculos. Y no hay ninguna otra perfección divina tan temible para los pecadores como su santidad.
5. Por la gracia que otorga a su pueblo: El Dios de Israel, Él da fuerza y vigor a su pueblo», algo que los dioses de las naciones, al ser vanidad y mentira, no podían dar a sus adoradores; ¿cómo podían ayudarles cuando no se podían ayudar a sí mismos? Pero, si es el Dios de Israel el que da fuerza y vigor a su pueblo, hay que decir: «Bendito sea Dios». Si todo procede de Él, todo debe ir a Él.
A pesar del título, es poco probable que David mismo compusiera este salmo. La hipótesis más aceptable es la que ve en él la mano de Jeremías, quien pudo usar un núcleo davídico, del que forma parte la porción citada por Pablo en Romanos 11:9 y siguientes. Aquí el salmista, I. se queja del gran aprieto en que se halla y ruega a Dios con insistencia que le alivie y socorra (vv. 1–21). II. Impreca los juicios de Dios contra sus perseguidores (vv. 22–29). III. Concluye con voces de júbilo y alabanza, en la seguridad de que Dios le ayudará y socorrerá, así como al pueblo (vv. 30–36).
Versículos 1–12
En estos versículos, David (o Jeremías) se queja de su angustia.
1. Su queja es muy amarga y la presenta ante Dios, a la espera que le alivie de un peso que le resulta demasiado gravoso.
(A) Se queja del profundo impacto que sus aflicciones han hecho en su espíritu (vv. 1, 2): «Las aguas de la aflicción, esas amargas aguas, me llegan hasta el cuello; no sólo amenazan la vida, sino que me turban la mente, de forma que no puedo disfrutar de la comunión de Dios como solía». El espíritu del hombre sostendrá su debilidad, pero, ¿qué haremos cuando el espíritu está herido? Este era aquí el caso del salmista. Esto apunta a los sufrimientos que padeció Cristo en su alma y a la agonía interior que sufrió cuando dijo: Ahora está turbada mi alma, y, Mi alma está extremadamente triste; pues fue su alma la que ofreció el sacrificio por el pecado.
(B) Se queja de la prolongación de sus congojas (v. 3): «Cansado estoy de llamar». Clamaba a su Dios, y cuanta más muerte tenía a la vista, tanto mayor vida había en su oración, a pesar de que tardaba en obtener respuesta de paz (v. 3b): «Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios». No obstante, esta apelación a Dios es una indicación de que había resuelto no ceder en su fe ni en su oración. Estaba enronquecida (lit., seca) su garganta, pero no su corazón; desfallecían sus ojos, pero no su fe. Así también nuestro Señor Jesús gritó desde la cruz: «¿A qué fin me has desamparado?» No obstante, al mismo tiempo, continuó y apeló a su relación con Él: «¡Dios mío, Dios mío!»
(C) Se queja de la mala voluntad y de la multitud de sus enemigos, de su injusticia y crueldad y del mal trato que le dan (v. 4): «Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa» (comp. Jn. 15:25). Como si dijera: Nunca les hice el menor daño para que me trataran con tanto encono. No sólo eran numerosos estos enemigos, sino también poderosos. «¿Y he de pagar lo que no robé?» Esto tiene una plena aplicación a Cristo, pues Él pagó por lo que no debía: pagó nuestra deuda y sufrió por nuestras ofensas. La gloria externa de Dios sufrió mengua por la culpa del hombre, pero la muerte de Cristo, quien no conoció pecado, restauró con creces la gloria de Dios.
(D) Se queja del poco afecto que le muestran sus amigos y parientes (v. 8): «He venido a ser un forastero para mis hermanos; se avergüenzan de mí». Esto se cumplió también en Cristo, cuyos hermanos no creían en Él (Jn. 7:5), que vino a lo que era suyo, a su patria, a sus paisanos, y los suyos no le recibieron (Jn. 1:11), y que fue abandonado por sus discípulos.
(E) Se queja del desprecio y de los reproches con que estaba cargado de continuo. En esto especialmente apuntan a Cristo sus quejas, pues por nosotros se sometió a la mayor vergüenza y se despojó a sí mismo de toda majestad. El salmista hace notar aquí las circunstancias agravantes de las indignidades cometidas contra él (vv. 9–12). Le ridiculizan precisamente por aquello con que se había humillado a sí mismo y había honrado a Dios. Los detalles cuadran bien en la historia de Jeremías. Si el celo por la casa de Dios se entiende con relación a Israel (v. sin embargo, la cita de Jn. 2:17), ejemplos de ellos se hallan en Jeremías 11:15; 12:7; 23:11. Cuando el salmista lloraba y ayunaba, les servía a los enemigos de pretexto para insultarle (v. 10); cuando se vestía de sayal en señal de duelo, se burlaban de él (v. 11), por mortificarse de aquel modo. Incluso las personas más serias, los que se sentaban a la puerta, de quienes menos podía esperarse, hablaban contra él. Llegó a servir de copla y refrán para los bebedores (v. 12). Véase cuál es la suerte de los buenos en este mundo: los que son la alabanza de los sabios, son la burla de los necios. Pero quienes tienen buen discernimiento de las cosas y de las personas, pueden fácilmente menospreciar el ser de este modo menospreciados.
2. Su confesión de pecado es muy seria (v. 5): «Dios, Tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos». Como si dijera: Tú conoces de qué soy culpable y de qué no soy. Esta es la genuina confesión de un buen creyente, quien sabe que no puede prosperar ningún intento de cubrir sus pecados y, por tanto, es una medida de sabiduría reconocerlos, pues están abiertos y desnudos a los ojos de Dios. Él conoce la corrupción de nuestra naturaleza: la insensatez que está ligada a nuestro corazón. Conoce nuestras transgresiones, aun las más ocultas a la vista de los demás y a nuestra propia conciencia. Todas ellas están ante los ojos de Dios y nunca las echa a su espalda mientras no son perdonadas por habernos arrepentido de ellas.
3. Sus súplicas son muy insistentes: «Sálvame oh Dios (v. 1) sálvame de hundirme, de desesperarme; no sean avergonzados por causa mía los que en ti confían … no sean confundidos por mí los que te buscan» (v. 6). Esto insinúa el miedo que tenía de que, si Dios no se manifestaba pronto a favor de él, se desanimarían los buenos y eso daría ocasión a sus enemigos para cantar victoria contra él. Si Jesucristo no hubiese sido reconocido y aceptado por el Padre en sus sufrimientos, todos los que buscan a Dios y esperan en Él habrían quedado confundidos y avergonzados; pero tenemos confianza con Dios y nos acercamos libre y osadamente al trono de la gracia.
4. Su apelación es muy poderosa (vv. 7, 9): «Señor, arroja lejos mi afrenta, porque por amor de ti la he sufrido (v. 7)». Quienes sufren afrentas por hacer el bien, pueden con humilde confianza dejarlo en manos de Dios, quien exhibirá la justicia de ellos como la luz (37:6). «Los denuestos de los que te insultaban cayeron sobre mí.» Los que, de un modo o de otro, menosprecian el culto de Dios cubren también de denuestos a los que tienen verdadero celo por la casa de Dios. Este fue el caso del Señor Jesús en su amor al Padre y a su santo templo. (A) Fue una prueba de su amor al Padre el que el celo de su casa le consumía (Jn. 2:17), cuando los compradores y vendedores vilipendiaban el templo por lo que los sacó de allí Jesús a fuerza de azotes. (B) Fue también una prueba de su amor a Dios el que, por agradar al Padre, se negó a sí mismo y sobre Él cayeron los vituperios de los que a Dios vituperaban (Ro. 15:3), dejándonos así su ejemplo.
Versículos 13–21
A pesar de las burlas de los que hacían escarnio de él por orar y ayunar, el salmista resolvió seguir orando (v. 13): «Pero yo a ti oraba, oh Jehová».
1. Cuáles eran sus peticiones: «Escúchame» (v. 13); de nuevo (v. 16): «Respóndeme»; «Apresúrate, óyeme» (v. 17); «sácame del lodo y no sea yo sumergido, no me dejes pegado al fango, sino ponme sobre una roca (40:2), sea yo libertado de los que me aborrecen, como un cordero de las garras de un león (v. 14). Aunque he venido al fondo de las aguas (v. 2), no me anegue la corriente de las aguas (v. 15), no me trague el abismo de la desesperación, ni el pozo cierre sobre mí su boca, porque entonces estoy perdido». Pide que Dios le mire y no esconda de él su rostro (vv. 16, 17).
2. A qué apela para corroborar dichas peticiones: (A) A la misericordia y a la verdad de Dios (vv. 13, 16). (B) A su propia angustia y aflicción: «Porque estoy angustiado (v. 17) y, por tanto, necesito tu favor; así me llegará a su tiempo y también sabré agradecerlo y estimarlo como es debido. Tú sabes mi afrenta, mi con fusión y mi oprobio (v. 19); el escarnio ha quebrantado mi corazón y estoy acongojado» (v. 20), dice con toda sinceridad, pues el que conoce lo que vale un buen nombre no puede sobrellevar fácilmente el que se mancille su reputación. Pero cuando consideramos que es un gran honor el que se nos deshonre por causa de Dios y se nos tenga por dignos de sufrir por su nombre (Hch. 5:41), no tenemos por qué padecer ningún quebrantamiento de corazón. (C) Apela a la insolencia y crueldad de sus enemigos (v. 18): «Líbrame a causa de mis enemigos» (v. 19): «Delante de ti están todos mis adversarios. Tú sabes el peligro en que estoy por causa de ellos y que son también enemigos tuyos en todo lo que planean y hacen contra mí». Pone un ejemplo de la crueldad de ellos (v. 21): «Me pusieron hiel (o, veneno; el vocablo hebreo indica el jugo amargo—parecido al ajenjo—de una planta) en mi comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre (sin duda, en alguna mezcla desagradable). El doctor Cohen hace notar que el lenguaje es figurado, como cuando decimos «echar sal en las heridas». (D) Apela a la poca benignidad de sus amigos, de quienes está decepcionado (v. 20b): «Esperé quien se compadeciese de mí y no lo hubo». Le fallaron todos como los arroyos en verano. Esto tuvo cumplimiento en Cristo, pues en sus sufrimientos fue abandonado de sus discípulos.
Versículos 22–29
Estas imprecaciones no son oraciones de David contra sus enemigos, sino profecías de la destrucción de ellos, aplicables a los enemigos de Cristo, como lo profetizó él mismo entre sollozos y se cumplió en menos de cuarenta años después de su muerte. Los dos primeros versículos de esta sección son aplicados expresamente por Pablo a los juicios de Dios sobre los judíos incrédulos (Ro. 11:9, 10), por lo que toda la sección apunta por ese lado.
1. Los juicios que habían de sobrevenir a los que crucificaron a Cristo; no a todos ellos, pues hubo quienes se arrepintieron y hallaron perdón (Hch. 2:23, 37–41; 3:14, 15), sino a los que se endurecieron en la infidelidad y en el rechazo del Evangelio, y continuaron en la enemistad contra los discípulos y seguidores de Cristo (v. 1 Ts. 2:15, 16). Aquí se predice:
(A) Que así como ellos habían obrado traicioneramente, también fuesen traicionados por otros que, al aparentar ser amigos, abusarían del hospedaje que se les prestase (v. 22): «Que se convierta su mesa en una trampa, etc.». Así como le dieron a Cristo hiel y vinagre, también ellos habrían de ser pagados con la misma moneda.
(B) Que aquellos ojos que se deleitaban al contemplar la agonía del salmista quedasen ciegos (v. 23). En sentido espiritual, que nunca tuviesen el consuelo de conocer aquella paz que el Evangelio de Cristo otorga a los creyentes. Su gran pecado era que se negaban a confesar que eran ciegos (Jn. 9:41), por lo que era imposible su curación. Su castigo tuvo cumplimiento cuando se negaron a ver el peligro en que incurrían rebelándose contra las autoridades romanas.
(C) Que habían de caer bajo la gran indignación de Dios (v. 24): «Derrama sobre ellos tu ira, etc.».
(D) Que su lugar y su nación habían de quedar completamente desolados (v. 25), precisamente lo que más temían y por lo que perseguían a Cristo (Jn. 11:48). También esto se cumplió cuando los romanos asolaron el país y, por culpa de ellos (los judíos incrédulos), Sion fue arada como un campo (Mi. 3:12). El templo era el lugar del que, más que de otra cosa, estaban orgullosos, pero les fue dejado en desolación (Mt. 23:38): «En sus tiendas no habite nadie» (v. 25b), lo cual se cumplió durante muchos años de un modo misterioso en toda Palestina y, especialmente, en Jerusalén.
(E) Que su ruina había de ser total hasta ser aplastados por el peso de sus iniquidades (v. 27): «Pon maldad sobre su maldad, que sus infamias se acumulen hasta que no puedan soportar su peso, y no entren en tu justicia, esto es, que no participen en los beneficios de la divina gracia que otorga perdón a los pecadores arrepentidos». No es que Dios excluya a nadie, de antemano, de la gracia y del perdón, pero hay un pecado imperdonable: «el rechazo del perdón», como dice H. Kung. El Evangelio de Cristo no excluye a nadie, sino únicamente a los que, por su incredulidad, se niegan a recibirlo, con lo que se excluyen a sí mismos.
(F) Que serían excluidos de la fuente de la felicidad (v. 28): «Sean borrados del libro de la vida» (comp. Éx. 32:32; Fil. 4:3; Ap. 3:5), es decir, sean excluidos de los privilegios que comporta el pertenecer al pueblo de Dios. Así fue como el pueblo escogido, en su mayor parte, llegó a ser como no-pueblo, mientras los gentiles que habían sido no-pueblo, llegaron a ser pueblo de Dios (Ro. 9:25, 26; 1 P. 2:10).
2. Cuál es el pecado por el que habían de caer sobre ellos estos terribles castigos (v. 26): «Porque persiguieron al que Tú heriste, y comentan el dolor del que Tú llagaste». En Cristo se cumplió esto a la letra, pues plugo a Jehová quebrantarlo, y fue considerado como azotado, herido de Dios y abatido; por eso escondían de Él su rostro los hombres (Is. 53:3, 4, 10). Le persiguieron con un furor que llegaba hasta los cielos, cuando gritaban: «¡Crucifícale, crucifícale!»
3. Lo que el salmista piensa de sí mismo en medio de todo esto (v. 29): «Pero en cuanto a mí, afligido y miserable, etc.». «Esto es lo peor de mi caso, en cuanto a las aflicciones que padezco, aun cuando estoy inscrito con los justos, no bajo la indignación de Dios como lo están ellos».
Versículos 30–36
Aquí el salmista, como tipo de Cristo y como ejemplo para los cristianos, concluye con santo gozo y alabanza un salmo que había comenzado con quejas y protestas por sus aflicciones.
1. Se pone a alabar a Dios (vv. 30, 31): «Alabaré el nombre de Dios, no sólo con el corazón, sino también con cántico, lo ensalzaré con acción de gracias» (lit.). Y esto agradará a Jehová, por medio de Cristo, que es el Mediador de nuestras alabanzas lo mismo que de nuestras oraciones, más que el más valioso de los sacrificios legales (31), sacrificio de buey. Esto es una insinuación de que, en la era del Evangelio, se había de poner fin, no sólo a los sacrificios de expiación, sino también a los de alabanza y acción de gracias que estaban instituidos en la ley ceremonial; en lugar de ellos, habían de ser aceptados los sacrificios de alabanza y de beneficencia (He. 13:15, 16). Es un gran consuelo para nosotros el que humildes y agradecidas alabanzas complazcan a Dios más que los más costosos y pomposos sacrificios que jamás hayan existido.
2. Estimula a otras personas buenas a regocijarse en Dios y seguir buscándole (vv. 32, 33): «Lo verán los oprimidos y se gozarán». Verán: (a) Cuán presto está Dios a escuchar a los pobres cuando claman a El y a darles lo que le piden. (b) La exaltación de nuestro Salvador, pues de Él ha estado hablando el salmista, y de sí mismo como tipo de Cristo.
3. Convoca a todas las criaturas a alabar a Dios (v. 34): A los cielos, a la tierra, al mar y a todo lo que se contiene en ellos. Todo el Universo debe alabar a Dios por los favores que dispensa a su Iglesia y a su pueblo escogido (vv. 35, 36), pues Dios salvará a Sion, el santo monte, donde se le rendía culto, y reedificará las ciudades de Judá. En su sentido literal, el lenguaje se parece al de Isaías 65:9. En sentido típico, puede aplicarse al fruto de la redención llevada a cabo por el Salvador, quien verá descendencia y vivirá por largos días (Is. 53:10), con todos los que aman su nombre (v. 36), hasta que se complete el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
Este salmo es una copia, casi palabra por palabra, de 40:13–17. El salmista ora aquí que Dios envíe, I. socorro, a él mismo (vv. 1, 5). II. Confusión a sus enemigos (vv. 2, 3). III. Gozo a sus amigos (v. 4).
Versículos 1–5
El título «para conmemorar» (hebreo, lehazkir), lo mismo que en 38, ha de entenderse, como bien explica el doctor Cohen, en sentido técnico, en conexión con Levítico 2:2 («para memorial»), por lo que es posible que el título indique que el salmo se había de cantar durante la celebración de esta clase de sacrificio. En todo caso, es cierto que se había de cantar en el templo, como se ve por 1 Crónicas 16:4 («para que recordasen», hebreo, lehazkir).
1. David ruega aquí a Dios que se apresure a socorrerle, pues se siente afligido y menesteroso (vv. 1, 5). Se halla en situación poco menos que desesperada, por lo que pide a Dios que acuda a librarle (v. 1). De nadie espera alivio y socorro, pues dice (v. 5): Ayuda mía y mi libertador eres tú. Te has comprometido a serlo de todos los que te buscan, de ti pues, dependo y de nadie más; así lo he palpado con frecuencia; eres Todosuficiente; así que date prisa en venir».
2. Ora que Dios llene de confusión el rostro de sus enemigos (vv. 2, 3): «Sean avergonzados y confundidos, etc. Que sean traídos al arrepentimiento, tan llenos de vergüenza como para buscar tu nombre (83:16); que se percaten de su insensatez en luchar contra los que tú proteges. No obstante, que sus proyectos contra mí queden frustrados y ellos se sientan humillados (Neh. 6:16).
3. Ruega a Dios que llene de gozo el corazón de sus amigos (v. 4). Hagamos del servicio a Dios nuestro gran negocio, y del favor de Dios nuestro gran placer y deleite, pues eso es buscarle y amar su salvación. Estemos entonces seguros de que, a no ser que lo impidan nuestras culpas el gozo del Señor llenará nuestra mente, y las alabanzas del Señor llenarán nuestra boca. Todos los que albergan buenos deseos con respecto al consuelo de los santos y a la gloria de Dios, no pueden menos de decir de corazón un gran «amén» a esta oración, a fin de que los que aman la salvación de Dios puedan decir continuamente: Engrandecido sea Dios (v. 4c).
Este salmo carece de título; por lo que no se puede asegurar quién ni con qué motivo u ocasión lo compuso. Unos piensan que lo redactó David; otros, que Jeremías. Lo único cierto es que lo compuso un anciano que había sufrido muchas pruebas y había pasado por muchas dificultades. I. Comienza el salmo con una oración para que Dios le libre y le salve (vv. 2, 4), que no le deseche (v. 9) ni se aleje de él (v. 11) , y que sean confundidos sus enemigos (v. 13). Apela a su confianza en Dios (vv. 1, 3, 5, 7), a la experiencia que tenía del socorro de Dios (v. 6) y de la mala voluntad de sus enemigos contra él (vv. 10, 11). II. Concluye el salmo igualmente con oraciones de fe (vv. 14 y ss.). Nunca había estado más firme su esperanza (vv. 16, 18, 20, 21). Nunca se había extendido tanto en sus gozosas acciones de gracias (vv. 15–19, 22–24). El salmista está en un éxtasis de gozosa alabanza.
Versículos 1–13
I. El salmista ruega que nunca se vea avergonzado en su recurso al favor de Dios, ni decepcionado en lo que de Dios espera su fe. Todo creyente puede acudir osadamente al trono de la gracia con esta petición.
1. El salmista profesa su confianza en Dios y repite su profesión de tal confianza, a la cual apela para que Dios le socorra. Alabamos a Dios al decirle (si lo decimos de veras) la confianza que tenemos en Él (v. 1): «En ti, Jehová, me he refugiado; en ti sólo. Hagan otros lo que hagan, yo escojo por ayudador mío al Dios de Jacob». Y añade: «Sé para mí una roca de refugio» (v. 3). Y de nuevo (v. 7b): «Tú eres mi refugio fuerte». Esto es: «A ti huyo, seguro de estar a salvo en ti y bajo tu protección. Si tú me proteges, nadie puede causarme daño, porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud» (v. 5). Como si dijera: «Siempre he esperado en ti y nunca lo he hecho en vano».
2. Su confianza en Dios está fundada en su propia experiencia (vv. 5, 6): «Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud; desde que fui capaz de discernir entre mi mano derecha y mi mano izquierda, dependí de ti, pues en ti me he apoyado desde el seno materno». El que fue nuestra ayuda desde el nacimiento debería ser nuestra esperanza desde la juventud. Si hemos recibido de Dios tantos beneficios antes de que pudiésemos prestarle ningún servicio, no deberíamos perder el tiempo cuando estamos en condiciones de prestárselo. Y añade: «De las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; tú fuiste el que me elegiste para que entrase en tu pacto de gracia (comp. Jer. 1:5; Lc. 1:15; Gá. 1:15). Por tanto, tengo motivos para esperar que me protegerás; tú que me has ayudado hasta ahora, no me dejarás caer; tú que me socorriste cuando yo no podía valerme a mí mismo, no me abandonarás ahora que estoy tan desvalido como entonces; por eso, en ti se inspira siempre mi alabanza».
3. Sus peticiones a Dios son:
(A) Que no sea avergonzado jamás (v. 1), que no quede decepcionado por no obtener el favor que esperaba.
(B) Que sea librado de la mano de sus enemigos (v. 2): «Socórreme y líbrame en tu justicia. Puesto que eres un Dios justo y Juez del mundo, que mantienes en alto la causa de los oprimidos, haz que pueda escapar de un modo u otro. Inclina tu oído hacia mí (lit.), escucha mi oración, y sálvame de mi angustia» (v. también v. 4). «Tú has dado mandamiento para salvarme (v. 3); es decir, has prometido hacerlo y son tan eficaces tus promesas que bien se las puede llamar, como aquí, mandamientos.» «Muchos son los que tienen puestos los ojos en mí (v. 7): Como prodigio (es decir, como motivo de asombro) he sido a muchos, ya que se asombraban de que alguien que de tal modo confiaba en Dios se viese desamparado (comp. Is. 52:14)»
(C) Que pueda hallar siempre descanso y seguridad en Dios (v. 3): «Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente». Quienes hallan en Dios su morada, pues viven una vida de comunión con Dios, confían en Él y acuden continuamente a Él en oración de fe, pueden prometerse un refugio tan fuerte y seguro que nunca ha de derrumbarse ni ser demolido por ningún poder invasor (v. 7). Así, pues, sea llena mi boca de tu alabanza (v. 8), como ahora lo está con mis quejas, y entonces no me avergonzaré de mi esperanza, sino que serán ellos quienes queden avergonzados de su insolencia».
(D) Que no lo deseche ahora en su vejez ni lo desampare cuando se le acaben las fuerzas (v. 9). Obsérvese aquí: (a) La debilidad de la vejez: Se acaban las fuerzas. En la juventud, el cuerpo y la mente, la vista y la voz, los brazos y las piernas, son fuertes, pero, ¡hay! todo ello se debilita en la vejez. (b) Lo que vale la presencia y la ayuda de Dios en medio de la debilidad de la vejez: No me deseches … no me desampares. Ser desechado y desamparado por Dios es algo digno de temerse en todo tiempo, pero especialmente en la vejez, cuando nos abandonan las fuerzas, porque es Dios quien da fuerza a nuestro corazón. Pero los fieles siervos de Dios pueden estar seguros de que no les desechará Dios en la vejez, ni los desamparará cuando se les acaben las fuerzas, pues es un Amo que no despacha a sus siervos cuando se hacen viejos. Con esta confianza vuelve el salmista a orar (v. 12): «Oh Dios, no te alejes de mí; Dios mío, acude pronto en mi socorro, no sea que perezca antes de que venga el auxilio».
II. Ruega que sus enemigos queden avergonzados de los siniestros planes que traman contra él (vv. 10, 11, 13): «Son mis enemigos … acechan mi alma, conspiran juntos … son los adversarios de mi alma. Dicen: Dios lo ha desamparado; perseguidle y prendedle». En esto, las premisas de ellos eran falsas. No todos los que son considerados por otros como abandonados de Dios, o aun ellos mismos se consideran así, lo están. Y, si las premisas son falsas, por fuerza ha de ser falsa la conclusión que se saca. El que parece abandonar por un momento, no tardará en proteger con amor eterno: «Sean avergonzados, perezcan los adversarios de mi alma, es decir, los que me amenazan de muerte (comp. 35:4). Si no quieren ser confundidos para arrepentirse y así salvarse, que sean confundidos para perpetua deshonra, y así se arruinen».
Versículos 14–24
Vemos aquí al salmista en un santo transporte de gozo y alabanza, que brota de su fe y esperanza en Dios; lo advertimos en el versículo 14, en el que se nota un rápido y admirable cambio de voz; todos sus temores quedan silenciados, todas sus esperanzas quedan elevadas, y todas sus oraciones quedan convertidas en acciones de gracias: «Que digan mis enemigos lo que quieran en su intento de conducirme a la desesperación, en cuanto a mí, esperaré siempre, en cualesquiera circunstancias, por nublado y oscuro que esté el día; viviré en esperanza y esperaré hasta el fin».
1. Su corazón está afianzado en fe y esperanza: «Vendré a los hechos poderosos, a favor mío, del Señor Jehová, iré a su santuario para ofrecer sacrificio de acción de gracias por ellos, y haré memoria de tu justicia, por la que perdonas y salvas, que es sólo tuya, pues tú eres el único Salvador». Espera que Dios no le abandonará en su vejez, sino que será para él el mismo hasta el fin (vv. 17, 18). «Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud». La buena educación que le habían dado sus padres, la atribuye a Él (comp. Is. 54:13) y, en agradecimiento, desde su juventud hasta ahora, ha manifestado las maravillas de Dios. Los que han recibido el bien cuando eran jóvenes, han de hacer el bien cuando avanzan en edad, y comunican lo que han recibido. Vuelve a pedir a Dios que no le desampare en la vejez (v. 18) precisamente para poder continuar anunciando a la siguiente generación la fuerza y el poder de Dios. Si aprovechamos bien el tiempo de nuestra juventud en el servicio de Dios, lejos de abandonarnos, Dios hará de nuestra vejez los mejores días de nuestra vida. Es deber de los discípulos de Cristo, cuando se vuelven viejos, enseñar a los jóvenes, a la generación siguiente, lo que de Dios han aprendido por su propia experiencia, y dejar tras sí un solemne testimonio del poder, de la bondad y de la verdad de Dios en sus promesas, lo mismo que en sus advertencias. Espera que Dios le levantará del presente desconsuelo (v. 20): «Tú que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida». No dice: «que me has cargado de muchas angustias», sino: «que me has hecho ver», como hace un padre bondadoso con su hijo. Si, en medio de las pruebas, vemos la mano de Dios en la forma en que debemos verla, podemos estar seguros de que Él nos librará de ellas a su debido tiempo. Y continúa (v. 20): «Y no sólo restaurarás, sino que aumentarás mi grandeza, dándome a la postre, como a Job, mayores bienes que los que perdí». A veces Dios hace que las angustias y aflicciones de los suyos contribuyan al aumento de su grandeza, como le pasó a José antes de ser elevado a gobernador de todo Egipto, y su sol brilla mejor después de salir de las nubes. También espera la confusión de sus enemigos (v. 24).
2. Veamos ahora cómo se ensancha su corazón de gozo y alabanza, cómo se regocija en la esperanza y canta en esperanza, pues en esperanza fuimos salvos (Ro. 8:24). «Mi lengua—dice—hablará también de tu justicia todo el día» (v. 24, comp. v. 15). La justicia de Dios incluye muchas cosas: la rectitud de su naturaleza, la equidad de sus bondadosas y providenciales disposiciones, las justas leyes que nos ha dado para que sean nuestra norma de vida, las justas promesas que nos ha declarado para que dependamos de ellas, y la eterna justicia que Su Hijo nos ha provisto para nuestra justificación. La justicia y la salvación de Dios van juntas (v. 15), y los hechos de salvación de Dios son tantos que nos resultan innumerables (v. 15b, comp. con 40:5; 139:17, 18). Pero, precisamente por ser innumerables, dan materia constante para alabar a Dios (vv. 18, 19). Esto es alabar a Dios: reconocer que sus perfecciones y realizaciones son tan excelsas (v. 19b) que no podemos llegar a ellas, y tantas que no podemos enumerarlas; oh Dios, ¿quién como tú? (v. 19c). Nadie en el cielo ni en la tierra; ni ángel, ni rey ni nadie. Dios es incomparable; y si no reconocemos que lo es, no podemos alabarle como se debe. «Oh Dios mío; tu verdad cantaré a ti, etc.» (v. 22b). Dios se da a conocer mediante su Palabra, y su Palabra es verdad (Jn. 17:17); si alabamos su verdad, le alabamos a Él; «oh Santo de Israel» (v. 22c). Esta frase ocurre frecuentemente en Isaías, pero en los Salmos sólo ocurre aquí, en 78:41 y 89:18. «Denota—dice Kirkpatrick—que Dios en su carácter de Dios Santo ha entrado en pacto con Israel, y su santidad se ha comprometido a redimir a su pueblo.» Su honor supremo consiste en ser «el Santo»; y el honor de su pueblo consiste en que es «el Santo de Israel». El salmista quiere expresar su gozo y exultación con música sagrada (v. 22): «con las cuerdas del salterio… con el arpa». David era un virtuoso en estos instrumentos, y quería emplear lo mejor de su talento musical en las alabanzas divinas, no sólo para su propia edificación, sino también para hacer impacto en los demás. «Mis labios se alegrarán cuando cante a ti, sabe que en ninguna otra cosa pueden ser mejor empleados, y mi alma, la cual redimiste, pues nunca te alabaré suficientemente por esa inmensa bondad; mi lengua, etc.» (vv. 23, 24). No es verdadera música la que hacemos al Señor cuando cantamos sus alabanzas, si no lo hacemos de corazón. El servicio de labios, por bien elaborado que esté, es un trabajo perdido, si en él no ponemos el corazón y el alma.
Dice Arconada de este salmo: «Este bello poema es una oración profética, única en el Salterio, por el rey Mesías y su reino. Su autor sería Salomón, según reza el título; pero, según el versículo 20, su autor sería David, quien habla e intercede por su hijo Salomón, y a David se lo atribuye el Midrás». El salmista:
I. Comienza con una breve oración por su sucesor (v. 1). II. Pasa inmediatamente a una larga predicción de las glorias de su reinado (vv. 2–17). III. Concluye con alabanza al Dios de Israel (vv. 18–20).
Versículo 1
Este versículo es una oración por el rey y por el hijo del rey.
1. La podemos aplicar a Salomón: «Oh Dios, da tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey; hazle un buen hombre y un buen rey. (A) Es la oración de un padre por su hijo; quizá, de un padre moribundo, como los patriarcas por sus hijos. Salomón aprendió a pedir para sí, como su padre había pedido para él, no que Dios le diese riquezas ni honores, sino un corazón sabio y entendido. Los padres no pueden dar la gracia a sus hijos, pero pueden conducirlos, mediante la oración, al Dios de la gracia. (B) Es la oración de un rey por su sucesor. David había ejecutado derecho y justicia en su reinado, y ruega ahora que también su hijo lo haga. Este mismo interés deberíamos tener nosotros por los que nos han de suceder en la familia o en el cargo. (C) Es la oración de los súbditos por su rey. Parece ser que David redactó este salmo para uso del pueblo, a fin de que, al cantarlo, pidiesen por Salomón. Quienes deseen disfrutar de una vida pacífica y sosegada, deben orar por los reyes y las demás autoridades (1 Ti. 2:2), para que Dios les de su juicio y su justicia.
2. También la podemos aplicar a Cristo; no es que nuestro gran intercesor necesite que intercedamos por Él; pero: (A) Es una oración del pueblo de Dios para que envíe al Mesías. (B) Es una expresión de la satisfacción que todos los verdaderos creyentes sienten por la autoridad que el Señor Jesús ha recibido del Padre: «Que tenga toda la autoridad en el cielo y en la tierra, y que sea el Señor nuestra justicia; que sea el gran albacea de la divina gracia para todos los que son suyos».
Versículos 2–17
Esta es una profecía de la prosperidad y perpetuidad del reinado de Cristo bajo el tipo del reinado de Salomón, como una apelación para dar mayor fuerza a su oración del versículo 1: «Dale tu juicio … y tu justicia», y como una respuesta de paz a su oración. Que esta profecía ha de referirse al reinado del Mesías está claro, puesto que hay en ella muchas porciones que no se pueden aplicar al reinado de Salomón. El reinado de que aquí se habla ha de durar tanto como el sol, mientras que el reinado de Salomón no duró más de cuarenta años. Por eso, hasta los expositores judíos lo entienden del reinado del Mesías.
1. Había de ser un gobierno justo (v. 2): «Él juzgará a tu pueblo con justicia» (comp. Is. 11:4). Todas las leyes del reino de Cristo concuerdan con las normas eternas de equidad. La paz de su reino estará fundada en la justicia (v. 3).
2. Había de ser un gobierno pacífico (v. 3): «Los montes llevarán paz al pueblo, y los collados justicia». El Doctor Hammond ve en los montes los tribunales superiores de la judicatura en el reino de Salomón, y en los collados los tribunales inferiores; pero es más probable que con ello se quiera significar que la paz y la justicia serán conspicuas, fácilmente discernibles, como los montes y los collados. Habrá abundancia de paz y de justicia (v. 7). Salomón significa «pacífico», y pacífico había de ser su reinado. Pero la paz es, de modo especial, la gloria del reinado de Cristo; pues, en la medida en que se recibe a Cristo, se obtiene la reconciliación con Dios (Ro. 5:1), con nosotros mismos, y unos con otros, hasta el punto de que se acaban todas las enemistades; pues Él es nuestra paz (Ef. 2:14).
3. Que los pobres y los necesitados habrían de ser protegidos, de modo especial, en este gobierno:
«Juzgará … a tus afligidos (v. 2); a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso» (v. 4). Vuelve a insistir en esto en los versículos 12, 13, y da a entender que Cristo mantendrá en alto la causa de los oprimidos (v. Is. 61:1). «Librará al menesteroso que clame contra la opresión que padece, tendrá misericordia de los que se acojan a su protección y les salvará la vida (lit. el alma) que es todo lo que ellos desean. Cristo es Rey de los pobres hombres.
4. Los orgullosos opresores tendrán que rendir cuentas (v. 4): «Y aplastará al opresor». El diablo es el gran opresor (comp. con Is. 14:17), pero Cristo lo aplastará y hará pedazos su reino. Tan preciosa es a los ojos de Cristo la sangre de los pobres (v. 14) que ni una gota será derramada mediante el engaño o la violencia de Satanás o de sus agentes, sin que se pidan cuentas por ella. Cristo es un Rey que, aun cuando exhorte a sus súbditos algunas veces a resistir hasta la sangre por Él, no por eso es derrochador de esa sangre.
5. Que la verdadera religión florecerá bajo el gobierno de Cristo (v. 5): «Te temerán mientras duren el sol y la luna». Salomón edificó el templo, pero no duró más de cuatro siglos; por tanto, esto ha de referirse al reino de Cristo. La fe en Cristo establecerá y preservará el temor de Dios; por consiguiente, éste es el evangelio eterno que es proclamado. Y, así como el gobierno de Cristo promueve la devoción a Dios también promueve la justicia y la caridad entre los hombres (v. 7): «Florecerá en sus días la justicia». La ley de Cristo, escrita en el corazón, dispone a los hombres a ser honestos y justos, y a dar a cada uno lo suyo; dispone también a los hombres a vivir en amor y, de este modo, tiende a producir abundancia de paz. Tanto la santidad como el amor serán perpetuos en el reino de Cristo y nunca decaerán, pues los súbditos de tal reino temerán a Dios mientras duren el sol y la luna.
6. Que el gobierno de Cristo ofrecerá grandes ventajas a todos sus fieles súbditos (v. 6): «Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada». Esto suele ser imagen del efecto que produce un gobierno justo (v. 2. S. 23:4). No dice: «sobre la hierba arrancada», sino sobre la hierba que se corta para que crezca mejor.
7. Que el reino de Cristo se ensanchará muchísimo. Vemos aquí:
(A) La extensión de su territorio (v. 8): «Dominará de mar a mar, etc.» En un pasaje mesiánico, como es éste, la frase cubre todo el orbe entonces conocido. El territorio se extenderá, pues, a los países
(a) De los moradores del desierto (v. 9), que raramente se enteran de las noticias, pero se enterarán de las buenas noticias del reino de Cristo y vendrán de buena gana a postrarse ante Él y someterse a su yugo; (b) De los que eran enemigos suyos y habían luchado contra Él; éstos lamerán el polvo (v. 9b), frase que expresa la postura del que tiene el rostro tocando al suelo.
(B) La dignidad de sus tributarios. No sólo reinará sobre los moradores del desierto, sino también sobre los que moran en palacios (v. 10): «Los reyes de Tarsis (la antigua Tartesos del sudoeste de España, 48:8) y de las islas (lit. Esto es, de las costas del mar Mediterráneo) le traerán presentes como a su Soberano. Esto se cumplió a la letra en Salomón (v. 2 Cr. 9:23, 24), pero mejor aún en Cristo, de lo que fue un anticipo la visita de los magos (Mt. 2:11).
8. Que será honrado y amado por todos sus súbditos (v. 15): «Vivirá». Sus súbditos dirán de corazón:
«¡Viva el rey!», y con buen motivo, pues Él dijo: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis». Se le ofrecerán presentes. Aun cuando podrá vivir sin ellos, pues no necesita los presentes ni los servicios de nadie, se le dará del oro de Sabá. El mejor debe ser servido con lo mejor. Se orará por Él continuamente. El pueblo oraba por Salomón, y esto ayudó a que él y su reino fuesen para ellos una bendición tan grande. Pero, ¿cómo puede esto aplicarse a Cristo? Él no necesita nuestras oraciones ni puede obtener ningún beneficio de ellas. Pero los santos del Antiguo Testamento oraban sin cesar por su venida, pues le llamaban «el que había de venir». Y ahora que ha venido, debemos orar por el éxito de su Evangelio y por el crecimiento de los que creen en Él, así como por el advenimiento del futuro reino mesiánico, del que el mismo Señor nos enseñó a orar: «Venga tu reino», hasta que se manifieste lo que ahora está únicamente en los designios ocultos del Padre (Hch. 1:6, 7). A las oraciones han de ir unidas las alabanzas (v. 15c): «Todo el día se le bendecirá» (Nota del traductor: Todas las frases del versículo 15 pueden traducirse por imperativo u optativo).
9. Que durante su gobierno habrá un maravilloso aumento, tanto de víveres como de bocas. La tierra será muy fructífera (v. 16). Con sólo un puñado de grano que se siembre en la cumbre de los montes, de donde no podría esperarse gran cosecha, el fruto resultante, al ondear las mieses por la fuerza del viento, hará ruido como el Líbano, es decir, como el crujir del follaje de los cedros del Líbano. Esto es aplicable a la semilla del Evangelio, la cual, sembrada en el suelo estéril de la gentilidad, había de producir abundante cosecha. Los campos estaban prestos para la siega (Mt. 9:37; Jn. 4:35). Las ciudades se harán muy populosas (v. 16c): «Y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra, por su número y por su verdor» (comp. con 1 R. 4:20).
10. Que su gobierno será perpetuo, para honor del Rey y dicha de los súbditos. El Señor Jesús reinará para siempre (Lc. 1:33), y de Él sólo puede entenderse esto, no de Salomón. Sólo Cristo será temido de generación en generación, mientras duren el sol y la luna (v. 5). (A) Su nombre perdurará para siempre (v. 17). Así como los nombres de los reyes de este mundo perduran en sus sucesores hereditarios, el de Cristo perdurará en Él mismo. (B) La dicha del pueblo será universal: «Benditas serán en Él todas las naciones»; será una verdadera bendición, y, al mismo tiempo, perpetua bendición, por ser benditos en Él, que es Rey óptimo, máximo y eterno.
Versículos 18–20
1. El salmista se alarga aquí en acciones de gracias por la profecía y la promesa (vv. 18, 19). Tan segura es cada palabra de Dios que tenemos suficiente motivo para dar gracias por lo que ha dicho, aun cuando no se haya cumplido todavía. Hemos de reconocer que Dios merece ser alabado por todas las grandes cosas que ha llevado a cabo a favor del mundo: «Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel» (v. 18). Aquí se nos enseña a bendecir el nombre de Cristo y a bendecir a Dios en Cristo: (A) Como al Jehová que existe por Sí mismo y es Todosuficiente y Soberano del Universo; (B) Como al Dios de Israel, en pacto con ese pueblo y adorado por él; (C) Como al único que hace maravillas (v. 18b) en la creación y en la providencia y, especialmente, en esta obra de la redención, que sobrepuja a todas sus demás obras.
2. Ora fervientemente para que se cumpla la profecía y la promesa: «Y toda la tierra sea llena de su gloria» (v. 19b). El salmista cierra su oración con el doble sello de «Amén y amén». E incluso parece como si David cerrara aquí (v. 20) su vida con esta oración. Es posible que fuese éste el último salmo que redactó, aunque no sea el último suyo en el Salterio. Con él «terminan las oraciones de David, hijo de Isaí». Téngase, sin embargo en cuenta—nota del traductor—que los versículos 18, 19 no forman parte del salmo, sino que son una doxología aneja a cada Libro del Salterio. El doble «Amén» es la respuesta de la congregación. La nota del versículo 20 es, con la mayor probabilidad, una añadidura del compilador de la colección, a fin de separar los «Salmos de David» de los de Asaf, que siguen a continuación.
Este salmo, así como los diez siguientes, lleva en el título el nombre de Asaf. Si fue él quien los redactó, con razón se llaman salmos de Asaf. Si fueron dirigidos a él como a principal director de música del santuario, también la preposición hebrea admite esta interpretación. Cabe una tercera alternativa: Asaf pudo ser el compilador de cierto número de himnos, a los que sus descendientes añadieron otros más. Este salmo nos refiere la grave tentación que sufrió el salmista al ver la prosperidad de los impíos. Comienza con un sagrado principio, gracias al cual no perdió pie (v. 1). Luego nos dice: I. Cómo le vino la tentación (vv. 2–14). II. Cómo salió de la tentación (vv. 15–20). III. Cómo sacó provecho de la tentación (vv. 21– 28).
Versículos 1–14
El salmo comienza de manera abrupta: «Ciertamente es bueno Dios con Israel». Aunque toda la humanidad recibe muchos beneficios de la munificencia divina (v. Hch. 14:17), hemos de reconocer que es, de manera muy especial, bueno para Israel.
El salmista nos refiere luego la tentación de envidia que sufrió al ver la prosperidad de los inicuos.
I. En primer lugar, sienta el principio que resolvió adoptar mientras luchaba con la tentación (v. 1). Cuando Job entró en una tentación como ésta, tomó como principio inamovible la omnisciencia de Dios:
«Mas Él conoce mi camino» (Job. 23:10). El principio de Jeremías es la justicia de Dios: «Justo eres tú, oh Jehová, para que yo dispute contigo» (Jer. 12:1). El principio de Habacuc es la santidad de Dios:
«Muy limpio eres de ojos para ver el mal» (Hab. 1:13). El del salmista aquí es la bondad de Dios «para con los limpios de corazón» (v. 1b). Los limpios de corazón pueden estar seguros de que, cualesquiera sean las pruebas y tentaciones que sufran, verán el rostro, es decir, el favor de Dios (Mt. 5:8).
II. Pasa luego a relatar la sacudida que sufrió su fe en la bondad de Dios hacia Israel, por la fuerte tentación de pensar que los limpios de corazón del pueblo de Israel no son más dichosos que los demás y que Dios parece portarse mejor con los impíos que con ellos.
1. Habla de ello como de un tremendo peligro de ser abatido por dicha tentación (v. 2): «Pero en cuanto a mí», aunque estaba satisfecho con la bondad de Dios hacia Israel, casi se deslizaron mis pies; el enemigo estuvo a punto de pisarme los talones. ¿Por qué? «Porque tuve envidia de los arrogantes.» Hay tormentas que ponen a prueba las más fuertes anclas. Muchas almas preciosas que tienen vida eterna estuvieron alguna vez en ese «casi», en el que a duras penas escaparon con vida.
2. La tentación (v. 3b): «Viendo, dice, la prosperidad de los impíos». Parece como si no compartieran las angustias y calamidades comunes de esta vida: «No pasan trabajos como los otros mortales (aun los más santos y sabios), ni son azotados como los demás hombres (v. 5), sino que parece como si disfrutaran de un privilegio singular que les exime de la común suerte de penas y sinsabores. Parecen llevarse la mejor parte de los consuelos y comodidades de esta vida. Viven tan tranquilamente que los ojos se les saltan de gordura» (v. 7). Hay muchos que tienen en sus manos muchos bienes de este mundo, aunque no tengan en el corazón ningún bien del cielo. Son impíos y, sin embargo, alcanzaron riquezas (v. 12). Y hasta parecen morir en paz. Esto es lo primero que menciona, pues es lo que más extraño le resulta (v. 4):
«Porque no hay congojas para su muerte» (lit. según la versión más probable). No sufren muerte violenta; ni siquiera les aterra su conciencia. No se puede juzgar de la suerte de los hombres en la otra vida por la forma en que salgan de esta vida. Hay quienes pueden morir como corderos y tener su lugar entre los cabritos.
(A) Describe en detalle el mal carácter de tales personas. Al hacer mal uso de los bienes materiales que poseen, se les endurece el corazón en la impiedad y les vuelve orgullosos y arrogantes. Al vivir tranquilos, la soberbia les rodea como un collar (v. 6); se jactan de su insolencia como si fuese un buen ornamento. No hay nada malo en llevar un collar, pero cuando sirve para jactarse de un vicio, cesa de ser verdadero adorno. Y así como aparece su orgullo en lo que llevan, también se echa de ver en lo que hablan: «Hablan con altanería (v. 8b, comp. 2 P. 2:18). Les hace más opresores de sus semejantes que son pobres (v. 6b): «Se cubren de vestido de violencia», es decir, la violencia ha llegado a ser su traje de cada día (v. también v. 8). Su insolencia llega hasta el punto de que les parece que lo saben todo, lo de los cielos y lo de la tierra, y que no necesitan que nadie les enseñe nada (éste parece ser el sentido del v. 9).
(B) Describe también la influencia perniciosa que la conducta y el bienestar de los impíos han ejercido sobre muchos israelitas (vv. 10–14). Al verles tan atrevidos y sin ser castigados, mi pueblo se vuelve hacia ellos como al partido triunfante, y bebe a grandes sorbos de sus aguas; se vuelven blasfemos y altaneros como ellos; no quieren perderse ni una gota de lo que a los impíos les hace tan felices—al parecer—y tan tranquilos. Llegan así, como todos los impíos, a dudar de la omnisciencia de Dios (v. 11) y se sienten tentados a echar de sí toda religión, pues los impíos lo pasan bien sin ser turbados (12); por lo que sacan esta consecuencia (vv. 13, 14): Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, etc.
Versículos 15–20
Cómo guardó el salmista sus pies de caer.
1. Reacciona a tiempo y se niega a hablar como aquellos del pueblo que habían sido seducidos a echar de sí la religión, vencidos por la misma tentación que a él le había acometido (v. 15). Ganó la victoria gradualmente. Después del primer impacto de la tentación sobre él, frenó su lengua para no hablar como los otros, al ver que, de lo contrario, daría mal ejemplo a quienes le estimaban como a hombre de excelente reputación y, por eso mismo, su mal ejemplo habría causado enorme daño a la fe de sus prójimos. Si había llegado a pensar mal, al menos siguió el consejo de Proverbios 30:32: «Pon el dedo sobre tu boca». Debemos pensar dos veces antes de hablar una vez, ya que, por una parte, hay cosas que se pueden pensar pero no se deben decir; y, por otra parte, los segundos pensamientos pueden corregir los errores de los primeros. Nada hay que cause tanto escándalo a la generación de los hijos de Dios como decir que es en vano servir a Dios.
2. Previó la ruina de los impíos. Al principio le resultó muy laborioso desenredar la madeja de sus pensamientos (v. 16). No acertaba a dar con la solución del problema que la felicidad de los impíos le presentaba. Su razón no alcanzaba a tanto, «hasta que, entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos» (v. 17). En la quietud de la casa de Dios, con los pensamientos que aquel lugar le suscitaba, trayéndole a la memoria porciones de la Santa Biblia que, en lo recio de la tentación, había olvidado, y moviéndole a orar para que Dios le diese luz, comprendió, por fin, que los impíos eran dignos de lástima más que de envidia, pues estaban atesorando ira para el día de la ira (Ro. 2:5). El santuario debe ser el recurso de toda alma que se siente tentada. Todo va bien si termina bien; pero lo que termina mal, nunca ha sido verdadero bien. La prosperidad de los malos es corta e insegura. Los lugares altos en que los pone la Providencia resultan deslizaderos y precipicios hacia una completa ruina (v. 18). Esta ruina es segura, grande, rápida, repentina, total y definitiva (vv. 18, 19): «como sueño del que despierta» (v. 20). ¡Qué terrible despertar! Por eso, lejos de ser envidiados, deben ser menospreciados como sombras o fantasmas (v. 20b) que no tienen consistencia y pasan rápidamente (el mismo vocablo de 39:6). Dios los evalúa como lo que son: sombras sin realidad verdadera. Les pasa como al rico necio de Lucas 12:19, 20.
Versículos 21–28
Se nos refiere ahora el beneficio que el salmista obtuvo de la tentación que había sufrido y que había estado a punto de hacerle caer.
1. Aprendió a pensar humildemente de sí mismo y acusarse ante Dios (vv. 21, 22): «Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas»; era como la «espina en la carne» de Pablo (2 Co. 12:7). El salmista reconoce que era su ignorancia lo que le había perjudicado (v. 22): «Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti». Las bestias no alcanzan a ver más allá del breve espacio que contemplan (el suelo que pisan) y del tiempo presente en el que se mueven; nunca llegan a ver lo venidero. Así se ve él.
2. Aprovechó esta oportunidad para reconocer su dependencia de la gracia de Dios (v. 23): «Con todo, yo siempre estoy contigo». No se siente dejado de la mano de Dios en la tentación, como antes se había imaginado. «Me tomaste de la mano derecha.» No se había dado cuenta antes de que, si los pies casi se le habían deslizado (v. 2), no había llegado a caer porque Dios le sostenía de la mano. Si así somos sostenidos por Dios en nuestra vida espiritual, no tenemos motivos para quejarnos de las tentaciones, como tampoco de las adversidades.
3. Se animó a esperar que el mismo Dios que le había preservado de caer en la tentación, le preservaría también para su reino celestial (2 Ti. 4:18): «Me has guiado según tu consejo (o, tu propósito) y me recibirás después en gloria»; es decir—con la mayor probabilidad—me darás una posición honorable, en lugar de la humillación que ahora sufro de parte de los arrogantes. En efecto— nota del traductor—, como hace notar el Doctor Cohen, el vocablo «gloria» (hebreo, kabod), nunca dice en la Biblia referencia al más allá de la tumba. Por otra parte, el verbo laqaj (v. 68:18) significa primordialmente «tomar», en el sentido de llevar a una persona a su destino, al lugar que se le ha asignado (v. por ej. Gn. 48:1; Éx. 14:6). Entre los muchos modernos que niegan el carácter escatológico de este salmo, está mi antiguo profesor M. García Cordero, famoso escriturista. «El salmista—dice M. Henry— se daba cuenta de que había pagado muy caro seguir sus propios pensamientos durante la tentación y, por tanto, resuelve tomar el consejo de Dios en lo futuro. Si Dios nos conduce por el camino del deber, también nos hará comprender después todas las oscuridades de su providencia que ahora nos dejan perplejos, y nos aliviará del dolor que nos ocasionó alguna fuerte y amenazadora tentación.»
4. Con ello, se sintió avivado para tener una comunión más estrecha con Dios, y se confirmó y consoló en la elección que había hecho (vv. 25, 26). Aquí tenemos el aliento de un alma santificada por Dios y que encuentra en Él su reposo: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?» (v. 25. Lo de «sino a ti» no está en el original, pero se sobrentiende). Escasamente podemos hallar en los salmos otro versículo que mejor exprese los sentimientos devotos de un alma hacia Dios. Sólo Dios puede hacer verdaderamente dichosa a una persona. Como escribe nuestra Teresa de Ávila (más conocida como
«Santa Teresa de Jesús»): «Quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta». Y si eso es así, a Él hemos de acudir. No sólo deben ir a Él nuestros deseos, sino que en Él tienen que terminar, y no desear más que a Dios, pero desear cada vez más y más de Él: «Estando contigo—añade—, nada me deleita ya en la tierra» (v. 25b); no sólo en los cielos, de los que no hemos visto nada, sino ni aun en la tierra, donde están nuestros parientes y amigos, nuestros negocios y nuestros intereses, hay cosa que nos pueda dar verdadero placer. Es cierto que mis poderes físicos y mentales («mi carne y mi corazón») desfallecen (v. 26) por la edad y por la enfermedad, pero en Dios puedo hallar fuerzas y descanso seguro: «Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (v. 26b).
5. Estaba plenamente convencido de la miserable condición de los inicuos. Esto lo había aprendido en el santuario y nunca lo iba a olvidar (v. 27): «Porque, he aquí, los que se alejan de ti, esto es, los que se convierten en extraños para Dios por su maldad, de la que no se arrepienten, perecerán» (hebreo, yobedu; de la misma raíz que el «Abadón» = Destrucción, de Ap. 9:11).
6. Estaba muy animado a adherirse a Dios y confiar en Él (v. 28). El acercarnos a Dios es efecto del acercarse Él a nosotros (Ro. 10:20). Es entonces cuando se realiza el feliz encuentro que nos trae la gran bendición. Aquí tenemos una gran verdad: Que es bueno acercarse a Dios, pero es esencial, vital, aplicarlo personalmente: «es bueno para mí» (lit. o, es mi bien, pues de las dos maneras se puede traducir). Si los malvados, a pesar de toda su prosperidad, han de perecer y ser destruidos, pongamos entonces nuestra confianza solamente en Dios y no en ellos (v. 146:3–5); en Él y no en nuestra prosperidad material; confiemos en Dios y no nos inquietaremos por la prosperidad de los malvados ni les tendremos miedo.
Este salmo se compuso con ocasión del asolamiento de Jerusalén y de la destrucción del templo. Su lenguaje se parece mucho al de las Lamentaciones de Jeremías. La mención de Asaf ha quedado explicada en el comentario al título del Salmo 73. Aquí el salmista: I. Apela en sus quejas a las calamidades que el pueblo sufre, a fin de reavivar los deseos de ellos en oración (vv. 1–11). II. Recuerda lo que Dios ha hecho en otros tiempos en favor de su pueblo para estimular la fe de ellos en la oración (vv. 12–17). III. Concluye con diversas peticiones a Dios para que les de liberación (vv. 18–23).
Versículos 1–11
1. El desagrado de Dios hacia su pueblo fue la causa amarga de todas sus calamidades. Por eso apelan a Dios y dicen (v. 1): «¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre?» Hablan el lenguaje de la melancolía y de la depresión. El pueblo de Dios no debe pensar que, por hallarse abatidos, están desechados, ni de que porque los hombres los pisotean, Dios los rechaza. Esta apelación muestra que lo que más sentían y temían era que Dios los desechara. Dicen (v. 1b): «¿Por qué se ha encendido tu furor (v. Lm. 2:3 y ss.), es decir, por qué es tan visible tu furor al echar humo (lit.), de tal forma que todos nuestros vecinos lo notan?» Apelan a la relación íntima que tienen con Él: «Somos las ovejas de tus pastos. Que los lobos molesten a las ovejas no es de extrañar, pero ¿hubo jamás algún pastor tan enfadado con sus ovejas? Acuérdate de tu congregación (v. 2), de nosotros, que somos el pueblo que tú escogiste para dar ante el mundo testimonio de tu gloria y ser la tribu, esto es, la nación de tu herencia (comp. con Dt. 32:7 y ss.; Jer. 10:16), de la que has recibido culto de adoración como de ninguna otra nación del mundo. Recuerda también este monte de Sion, donde has habitado, que ha sido residencia y mansión escogida por ti y en la que has tenido tus complacencias. Somos tu congregación, la que adquiriste desde tiempos antiguos, la que redimiste (Éx. 15:13, 16) con muchos portentos cuando se formó primeramente al salir de Egipto, y tú la redimiste de la esclavitud. ¿Vas, Señor, a abandonar ahora a un pueblo que compraste a tal precio y te resultó tan querido?» Mucho mayor es el motivo que tenemos nosotros de esperar que Dios no ha de desechar a los que compró con la sangre de Su Hijo (Hch. 20:28). «Levanta (lit.) tus pasos, esto es, apresúrate a venir para reparar las desolaciones … que el enemigo ha hecho en el santuario (v. 3), en tu santuario; porque, si tú no las reparas, serán perpetuas e irreparables.»
2. Se quejan de los ultrajes y de la crueldad de sus enemigos, pero sólo por lo que han hecho con el santuario y las sinagogas, es decir, los lugares de reunión que tenían además del templo. El templo era la morada del nombre de Dios y, por eso, el santuario (v. 7) o lugar santo. En él habían cometido los enemigos muchas y grandes impiedades (v. 3), pues lo habían destruido con absoluto desprecio de Dios y aun afrentándole adrede. «Tus enemigos vociferan en medio de las asambleas» (v. 4), donde asistían los fieles israelitas con humilde y reverente silencio. «Han puesto sus banderas bien visibles», en el templo mismo, de forma que se ven desde todos los lugares. Esta osadía con que los enemigos desafiaban a Jehová les llegaba a los israelitas a lo más hondo. «Pues con hachas y martillos han quebrado todas sus entalladuras» (vv. 5, 6), con el mismo desdén con que los leñadores cortan leña en el bosque. Más aún, «Han prendido fuego a tu santuario … echándolo a tierra» (v. 7, comp. 2 Cr. 36:19). Más tarde, los romanos no dejaron piedra sobre piedra (Mt. 24:2), y Sion, el monte santo, fue arado como campo por orden de Tito el hijo del emperador Vespasiano. Se queja también el salmista de la desolación de las sinagogas. El propósito del enemigo era la destrucción completa y definitiva de todo (v. 8).
3. Todas estas calamidades quedaban muy agravadas por el hecho de que no se veía ninguna perspectiva de alivio ni podían predecir cómo ni cuándo acabarían las desolaciones: «Ellos han puesto sus banderas bien visibles (v. 4), pero nosotros no vemos ya nuestras enseñas (v. 9); ni nuestras banderas ni nuestras señales (lit.), esto es, los indicios de vida religiosa, cúltica, comunitaria (v. Lm. 2:6). No existen ya profetas para decirnos cuánto tiempo durará todo esto y para animarnos en nuestro desconsuelo. No es que falten hombres que ejercen el oficio de profetas, sino que tampoco reciben ya visión de Jehová (Lm. 2:9; comp. Ez. 7:26). ¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?» (v. 10). Esto es lo que más les duele, más aún que la afrenta que reciben del angustiador. «¿Por qué retraes tu mano, en lugar de extenderla para librar a tu pueblo y destruir a tus enemigos?»
Versículos 12–17
Dos cosas sirven para sosegar la mente de los que aquí se lamentan por aquella situación de ruina y desolación:
1. Que Dios es el Dios de Israel, el Dios que ha pactado con su pueblo (v. 12): «Pero Dios es mi Rey desde tiempo antiguo». Esto viene aquí como una apelación en su oración a Dios, y como un estímulo para su fe y su esperanza, a fin de animarles en su expectación de liberación, al considerar los días del tiempo antiguo (comp. 77:5). Se mencionan aquí varias cosas que Dios había hecho a favor de su pueblo como su rey desde tiempo antiguo, las que les animaban a encomendarse a Él y depender de Él.
(A) Que había dividido las aguas del mar delante de ellos cuando salieron de Egipto, no por la fuerza de Moisés o de su vara, sino con su fuerza divina; y que el que había llevado a cabo eso, podía hacer cualquier cosa.
(B) Que había destruido al Faraón y a su ejército. Faraón era como el Leviatán; los egipcios eran como monstruos marinos fieros y crueles. Dios los aplastó, a pesar del poder y los resortes de que disponían, y los ahogó a todos ellos en el mar Rojo. Esto era tipo de la victoria de Cristo sobre Satanás y su reino, conforme a la primera promesa de que la descendencia de la mujer había de aplastar la cabeza de la serpiente. Esta providencia era para ellos como pábulo de su fe y de su esperanza, a fin de animarles en las otras dificultades que les habían de salir al encuentro en el desierto.
(C) Dios había alterado de dos maneras el curso de la naturaleza, tanto al sacar corrientes de agua de la roca como al convertir en roca las corrientes (v. 15). Había desleído en agua la roca: Abriste la fuente y el torrente de una roca, de una bien sólida y dura roca. Que no se olvide jamás esto, pero recordemos especialmente que la roca era Cristo, y que las aguas que salen de Él son bebida espiritual (v. Jn. 4:10 y ss.; 1 Co. 10:4). También había congelado, en cierto modo, las aguas secando ríos impetuosos; es a saber, el Jordán, precisamente cuando se desbordaba por sus orillas. El que había hecho tales cosas podía también ahora librar a su pueblo oprimido.
2. Que el Dios de Israel es el Dios de la naturaleza (vv. 16, 17). Él es quien ordena la sucesión regular de las estaciones, así como del día y de la noche. Es el Soberano tanto del espacio como del tiempo. Él es quien abre los párpados de la aurora, y quien descorre las cortinas tras el ocaso: «Tú estableciste la luz y el sol» (lit.). El vocablo hebreo maor = luminaria, puede designar la luna (Gn. 1:16) o, en sentido colectivo—según Cohen—: «las luminarias, en particular el sol». Y añade (v. 17): «Tú trazaste todos los confines de la tierra (esto es, los ríos y las montañas que, con mucha frecuencia, se han convertido en fronteras de las naciones) y los diferentes climas, el verano y el invierno, lo cual incluye las zonas frías y las tórridas o, más bien, las diferentes estaciones del año». El que tuvo tal poder para fijar, y después preservar, el curso de la naturaleza mediante el movimiento diurno y anual de los cuerpos celestes, de seguro tiene también el poder de salvar, tanto como de destruir. El que es fiel a su pacto con el día y con la noche, de cierto cumplirá a su pueblo las promesas hechas. Su pacto con Abraham y su posteridad es tan firme como el pacto con Noé y sus hijos (Gn. 8:21).
Versículos 18–23
Aquí el salmista, en nombre de toda la congregación, pide a Dios con la mayor urgencia que se manifieste a favor de ellos en contra de sus enemigos y ponga fin a la presente miserable situación
¡Levántate, oh Dios, defiende tu causa! (v. 22).
1. Los perseguidores de Israel son los enemigos jurados de Dios: «Señor, no sólo nos han afrentado a nosotros, sino que, directa y osadamente, han afrentado y blasfemado tu nombre» (v. 18). El salmista insiste mucho en esto: «Nosotros no nos atrevemos a contestar a las afrentas de ellos; contéstales tú, Señor. Recuerda que es un pueblo insensato el que ha blasfemado tu nombre (vv. 18, 22b) y lo hace cada día». Los que afrentan e injurian a Dios son insensatos, como es el que dice: «No hay Dios» (14:1; 53:1). A veces, son tenidos por genios de su tiempo los que niegan a Dios y ridiculizan la religión y las cosas santas; pero, en realidad, son los mayores insensatos. No esconden en su pecho sus pensamientos blasfemos, sino que los anuncian a los cuatro vientos: «No olvides las voces de tus enemigos» (v. 23). No es menester hacerle a Dios a la memoria lo que tiene que hacer, pero necesitamos hacerlo para mostrar nuestra preocupación por su honor y nuestra fe en que ha de vindicar nuestra causa.
2. Los perseguidos son el pueblo de su pacto. Han caído en las garras de las fieras (v. 19). «Los rincones de la tierra están llenos de moradas de violencia» (v. 20b). Por «rincones», dice literalmente el texto «lugares oscuros», porque en ellos iban los israelitas a refugiarse de la persecución del invasor. Todo es violencia donde no hay temor de Dios, pues el que no teme a Dios carece de verdadera humanidad. El salmista apela a Dios: «Es tu tórtola la que va a ser devorada por las fieras, como un ave inocente e indefensa que es acometida por aves de rapiña» (v. 19). La Iglesia debe ser como una tórtola por su inocencia y mansedumbre, por su duelo en el día de la aflicción y por su fidelidad y la constancia de su amor. El salmista parece decir: «Señor, te va el honor en socorrer a los débiles; en especial, a tus hijos ¿no cumplirás ahora las promesas que les hiciste bajo pacto? Manifiéstate, Señor, a favor de los que alaban tu nombre y en contra de los que blasfeman de él».
Este salmo es totalmente distinto del anterior. Dice Cohen: «El tono cambia abruptamente al pasar del salmo precedente al presente. Aquí tenemos un cántico de acción de gracias por la liberación del peligro. Puede compararse con los salmos 46 al 48 que nos refieren el fracaso de la invasión asiria de Judea por Senaquerib y es posible que narre el mismo incidente». El salmista: I. Alaba a Dios por todo lo que ha llevado a cabo en favor del pueblo (v. 1). II. Introduce a Dios que promete su poderosa intervención (vv. 2, 3). III. Increpa a los impíos, y les hace ver que Dios es soberano Juez y que los malvados apurarán la copa de su furor (vv. 4–8). IV. Promete alabar a Dios y hacer justicia (vv. 9, 10).
Versículos 1–5
1. El salmista da gracias a Dios y le alaba por las grandes cosas que ha hecho por él en particular, y por el pueblo de Israel en general (v. 1): «Gracias te damos, oh Dios, gracias te damos, y tu nombre está cerca» (lit.). Dios había mostrado su «cercanía» al pueblo de Israel con la humillante derrota que había infligido a sus enemigos. «Proclaman (mejor que «proclamamos») los hombres tus maravillas». Es decir, todos se han enterado de lo que Dios ha hecho a favor de su pueblo.
2. Ahora (vv. 2, 3) es Dios quien toma la palabra: «Al tiempo que yo señale, juzgaré rectamente». Dios tiene «su tiempo» y nunca llega un minuto antes ni un minuto después de lo que su Providencia ha dispuesto. Dios siempre llega a tiempo y obra a su debido tiempo; y, cuando le llega su tiempo de juzgar, juzga rectamente: hace que la justicia triunfe sobre la violencia; no es como los jueces humanos, que están expuestos al error y al soborno.
3. En la misma línea, Dios promete que su gobierno será eficaz. Dice Cohen: «Cuando parece que la sociedad humana está a punto de derrumbarse, ya que sus fundamentos—la justicia—han sido sacudidos Dios los refuerza». Este es el sentido del versículo 3. Todo el tinglado de la sociedad se vendría abajo, si Dios no sostuviera sus cimientos. En particular, el pueblo de Israel habría sido derrotado, devastado y destruido, si Dios no hubiese hecho el portento de que el ejército enemigo se hubiese disuelto por sí solo y huido vergonzosamente.
4. Es ahora el salmista el que dice (v. 4) a los arrogantes (hebreo holelim): No os comportéis con arrogancia; y a los impíos (hebreo reshaim): No levantéis el cuerno (lit.); es decir, no os comportéis como animales que alzan desafiantes sus testas cornudas, llenos de confianza en su propio poder. Es muy probable que el salmista tuviese en su mente la conducta de Senaquerib (Is. 37:23). Prosigue en el mismo tono en el versículo 5. Inútil es enorgullecerse contra Dios y negarse a doblar la cerviz ante Él. «Antes quebrado que inclinado», es la divisa del arrogante. Pero quienes se niegan a inclinarse ante el gobierno benéfico de Dios, de cierto serán quebrantados por la vara de hierro de su poder.
Versículos 6–10
1. Aquí vemos dos grandes verdades acerca del gobierno de Dios en el mundo.
(A) Que solamente de Dios reciben los reyes su poder (vv. 6, 7) y, por ello, a Dios solo da el salmista la alabanza que por eso le corresponde. Vemos extrañas revoluciones en los Estados, en los reinos, en los gobiernos de una nación y llegamos a sorprendernos de la súbita caída de unos y de la súbita elevación de otros. Pero esos cambios de situación no vienen del oriente, ni del occidente ni del desierto (v. 6), sino de Dios (v. 7). «El desierto—dice Cohen—es la frontera sur de la Tierra Santa. El norte no se menciona por ser considerado por los antiguos como región de tinieblas.» En otras palabras, los hombres no podían esperar alivio, ni ayuda ni promoción ni de la riqueza y sabiduría de los orientales, ni de las numerosas fuerzas de los occidentales, ni de Egipto y Arabia, que caían al sur. Ni todas las fuerzas reunidas podían elevar a un hombre sin intervención de la causa primera que es Dios. No cabe, pues, otro recurso que confiarse al que es infinitamente sabio, bueno y poderoso. Si Él humilla a uno y enaltece al otro (v. 7b), hemos de pensar que obra justamente, pues es justo Juez.
(B) Que solamente de Dios reciben todos su merecido (v. 8): «En la mano de Jehová hay una copa para dar de beber a los hombres. En los padecimientos de Cristo se ve una copa (Mt. 20:22; Jn. 18:11), copa de aflicción, no por sus culpas, sino por nuestros pecados. Es copa de vino espumoso (lit.), lleno de mixtura; es decir, de especias que emborrachan e intoxican, y tornan impotentes, física y mentalmente, a quienes lo beben. Al acomodar el sentido del versículo, podemos decir que la copa de aflicción que pone Dios en manos de los suyos lleva mezcla de compasión y de gracia, mientras que la que pone en manos de los malvados lleva mezcla de maldición y desgracia. Algunas gotas de la amargura de esta mezcla pueden caer en la copa de los buenos, pues todos comparten las comunes calamidades. Pero estas calamidades son únicamente el vehículo por el que se trasvasa la maldición, de forma que la parte superior del líquido de la copa recibe muy poca cosa del trasvase, mientras que el fondo es pura ira de Dios allí sedimentada, y ese fondo es el que beben y apuran los impíos (v. 8b), de tal modo que no queda en la copa ni una gota de la ira de Dios.
2. Vemos después dos inferencias prácticas de tales verdades: (A) El salmista está dispuesto a alabar a Dios y darle la gloria en nombre del pueblo, cantando alabanzas al Dios de Jacob (v. 9), e incluye entre otros motivos, el privilegio, como representante de toda la nación, de anunciar las maravillas de Dios (como en el versículo 1). (B) También está dispuesto, como representante de Dios y por poder que Dios le ha delegado, a hacer justicia (v. 10), de modo que sea quebrantado el poderío de los pecadores, mientras es exaltado el poderío (en ambos casos, el hebreo dice «los cuernos», es decir, los instrumentos del poder agresivo y destructivo) de los justos, aquí representados por Israel, mientras los pecadores están representados por Asiria.
Este salmo se parece mucho al anterior y pudo haber sido compuesto a raíz de circunstancias similares. Los LXX añaden: «Cántico sobre (o, hacia) los asirios», de donde se puede conjeturar que se redactó a raíz de la derrota de los asirios en tiempo de Ezequías. I. El salmista se congratula de la dicha del pueblo al tener tan cerca a su Dios (vv. 1–3). II. Celebra la gloria del poder de Dios (vv. 4–6). III. Infiere de ahí cuántos motivos tienen todos para temer ante Él (vv. 7–9). IV. Y cuánta razón tiene su pueblo para confiar en Él y pagarle sus votos (vv. 10–12).
Versículos 1–6
El salmista canta aquí victoria en Dios, la fuente y el centro de todas nuestras victorias.
1. En la revelación que Dios les hizo de Sí mismo (v. 1). Es el honor y el privilegio de Judá y de Israel que en ellos es conocido su nombre, y dondequiera es conocido Dios, su nombre es grande.
2. En las señales de la presencia especial de Dios en sus ordenanzas (v. 2). Dios era conocido en toda la tierra de Judá y de Israel, pero en Salem (esto es, Jerusalén), en Sion, estaba su tabernáculo y su habitación. Allí tenía su corte y celebraba sus audiencias de oración y recibía el homenaje de su pueblo por medio de sus sacrificios. Era el lugar que había escogido.
3. En las victorias que habían obtenido sobre sus enemigos (v. 3): «Allí quebró las saetas del arco, el escudo, la espada y las armas de guerra».
(A) Aquí hay arco, saetas, escudos, espadas; y todo ello, listo para la batalla; pero todas las armas son quebradas e inutilizadas. Las quebró Dios en el tabernáculo y morada de Sion. Ocurrió en el campo de batalla y, sin embargo, se dice que las quebró en el santuario, porque allí estaba, por decirlo así, el cuartel general de Dios, y desde allí daba Dios las órdenes en respuesta a las plegarias que el pueblo le dirigía en aquel lugar. Los éxitos de la Iglesia evangelizante se deben, en su mayor parte, a las plegarias de la Iglesia orante.
(B) Esta victoria redundaba muchísimo en honor inmortal para el Dios de Israel (v. 4): «Glorioso eres tú y majestuoso al descender (o, al volver) desde los montes de caza», es decir, al regresar de los montes en que había tratado a los asirios como trata un león a su presa. Los enemigos se creían fuertes y numerosos («fuertes de corazón», v. 5), pero todos ellos fueron derrotados y puestos en fuga sin que ninguno de ellos tuviese ocasión de blandir las armas (v. 5b). En lugar de llevarse botín, quedaron despojados de todo lo que habían traído (v. 5) y dormidos, con el sueño del que no hay ya despertar (v. 13:4). Tendidos en el campo de batalla, duermen su sueño; no el sueño de los justos, sino el de los malvados, quienes resucitarán para vergüenza y confusión perpetua (Dn. 12:2; Jn. 5:29). A los fuertes de corazón les faltó el ánimo, y a los fuertes de manos les faltó la fuerza.
Versículos 7–12
Esta victoria proporcionó:
1. Terror a los enemigos de Dios (vv. 7–9): «Tú, temible (en el sentido de infundir pavor) eres tú». Que aprendan todos de aquí a reverenciar llenos de santo pavor al gran Dios de Israel. «¿Y quién podrá estar en pie delante de ti cuando se encienda tu ira?» Pueblo de Dios son los humildes de la tierra (v. 9, comp. con Sof. 2:3; 3:12), los «anarrim Jehová», remanente puro de Israel. Aunque ellos, humildes y mansos (ambos conceptos están incluidos en el término hebreo), están expuestos a la violencia y a la opresión, Dios se levantará para juzgar y para salvar a los humildes. El Dios justo parece guardar silencio por mucho tiempo, pero, tarde o temprano, hará oír su juicio (v. 8). Y, cuando eso suceda, cundirá en la tierra un espanto paralizante «La tierra se espantó y quedó suspensa» (v. 8b).
2. Consuelo al pueblo de Dios (v. 10): «Ciertamente el furor del hombre te reportará alabanza (mejor, acciones de gracias); te ceñirás del resto de la ira». Nota del traductor: Esta parece ser la más probable versión de este difícil versículo. Otras versiones aceptables pueden verse en la Nueva Biblia Española, la Biblia de Jerusalén y la Nueva Versión Internacional (en prensa, la edición castellana). Y la interpretación que más se acerca al contexto es la siguiente: El furor de los enemigos (aquí, los asirios) de Dios y de Israel da ocasión a Dios para ejercitar su justicia y su poder omnímodo, por lo que su actuación portentosa a favor de Israel le reporta acciones de gracias de parte de su pueblo; y de los últimos e inútiles esfuerzos del furor humano («el resto de la ira»), Dios hace para sí un ceñidor u ornamento, y hace que se conviertan en monumentos de su gloria. Caben otras interpretaciones, pero se basan en correcciones del texto masorético.
3. Un deber para todos (vv. 11, 12). Que todos se sometan a este gran Dios y se conviertan en leales súbditos suyos. (A) Primero se dirige la exhortación al pueblo de Israel (v. 11): «Haced votos y cumplidlos a Jehová vuestro Dios». El pueblo de Dios, sus hijos, han de ser los primeros en rendirle homenaje y cumplirle los votos que le han hecho. (B) Después hay referencia a las naciones limítrofes de Israel: «Todos los que están alrededor de Él (Dios), traigan ofrendas (es decir, presentes) al Temible, esto es, al que es digno de ser temido». No es que Dios necesite presentes materiales que le traigan, pero las oraciones y alabanzas y, especialmente, los corazones, son los presentes que deberíamos ofrecer a nuestro Dios y Señor. Él corta (v. 12) el espíritu (lit. Es decir, ya sea el orgullo o la vida) de los príncipes o gobernadores, tan fácilmente como se corta una flor de su tallo o un racimo de uvas de la vid. En especial, se hace de temer, se convierte en el «Temor» (lit.) personificado, para los reyes de la tierra, quienes pueden así escarmentar en la cabeza ajena de Senaquerib.
Este salmo comienza con frases quejumbrosas, pero termina con expresiones de aliento y esperanza. Parece ser que fue compuesto en la cautividad de Babilonia; se notan ideas similares a las de la oración de Habacuc 3. I. El salmista se queja de la profunda impresión que producen en el ánimo de los cautivos las angustias que sufren (vv. 1–10). II. Se anima a sí mismo con la esperanza de que todo concluirá bien, al recordar las antiguas manifestaciones de Dios en ayuda y socorro de su pueblo (vv. 11–12).
Versículos 1–10
Tenemos aquí el retrato vivo de un buen hombre en estado de gran melancolía. Las personas devotas de carácter depresivo pueden ver aquí su rostro como en un espejo. Sin embargo, parece ser que las penas y los temores habían desaparecido ya cuando redactó el salmo, pues los verbos están en pretérito, y así los pone desde el principio del salmo para dar a entender que su angustia no desembocó en desesperación.
1. Su oración melancólica: «Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé» (v. 1). Así se desahogó y ganó algún alivio; y entonces vemos que tomó el camino correcto para obtenerlo (v. 2): «Al Señor busqué en el día de mi angustia». Quienes tienen angustiada la mente no deben tratar de sorber ni de menospreciar la angustia, sino de calmarla por medio de la oración.
2. Su pesadumbre melancólica. «Mi mano estaba extendida de noche y no reposaba, cuando era tiempo de reposo; mi alma rehusaba ser consolada» (v. 2. Lit.). Se negaba a dar oídos a los que intentaban consolarle. Quienes, al estar apenados, rehúsan el consuelo, afrentan en cierta manera a Dios.
3. Sus obsesiones melancólicas. Cuando se acordaba de Dios, sólo veía su justicia, su ira, su majestad pavorosa y, así, Dios le resultaba aterrador, sin dejarle descansar (vv. 3, 4): «Me acordaba de Dios y gemía; cuando meditaba en ello, desmayaba mi espíritu. Sujetabas los párpados de mis ojos» (lit.). Sus pensamientos acerca de Dios, en lugar de confortarle y proporcionarle descanso, le daban terror y le impedían dormir. La melancolía se ceba en quienes padecen obsesiones de esta clase.
4. Sus reflexiones melancólicas (vv. 5, 6): «Consideraba los días de antaño, los años de los tiempos antiguos, etc. Y los comparaba con los días presentes; la antigua prosperidad sólo me servía para agravar mi actual calamidad, pues no veo los portentos que vieron mis antepasados». Es un tópico manido decir que todo tiempo pasado fue mejor. No permitamos que el recuerdo de los consuelos que hemos perdido nos impidan ser agradecidos por las bendiciones que nos quedan. Particularmente se acordaba de sus cánticos de noche, pero ahora estaba fuera de tono y ese recuerdo sólo le servía para derramar su alma dentro de sí (42:4—sentido dudoso—. Comp. Job. 35:10).
5. Sus temores melancólicos (vv. 6b–10): «Meditaba en mi corazón y mi espíritu inquiría», es decir, buscaba una respuesta satisfactoria a sus aprensiones: «¿Desechará el Señor para siempre, como lo hace ahora? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? Etc.». Este es el lenguaje de un alma desconsolada, algo que les suele suceder incluso a los que temen a Jehová (Is. 50:10). Los hijos de Dios, en un día nublado y oscuro, pueden verse tentados a sacar conclusiones negras, desesperadas, acerca de su propio estado espiritual, así como acerca del estado general de la Iglesia y de los intereses de Dios en el mundo. Pero no debemos ceder ante tales tentaciones, sino dejar que la fe las responda desde las Escrituras:
«¿Acaso ha desechado Dios a su pueblo? ¡En ninguna manera!» (Ro. 11:1). «¿Ha cesado para siempre su misericordia?» ¡No! «La misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen» (103:17). «¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?» ¡No! «Es imposible que Dios mienta» (He. 6:18). «¿Ha encerrado en su ira sus compasiones?» (v. 9b). ¡No! «Sus compasiones no se han agotado. Nuevas son cada mañana» (Lm. 3:22, 23). Por tanto, «¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín, etc?» (Os. 11:8, 9). De repente, se corrige a sí mismo con ese Selah, como si dijese: «Para aquí, no sigas» y, a continuación, añade: «Ésta es mi debilidad: Pensar que la diestra del Altísimo pudo cambiar» (v. 10. Lit.). En este momento, comienza su recuperación.
Versículos 11–20
Recobrándose, trata el salmista de reavivar de nuevo sus recuerdos y ahora, sí, va por el buen camino:
«Me acordaré de las obras de Yah, no de su majestad pavorosa ni de su ira, sino de las obras que llevó antaño a cabo a favor del pueblo (vv. 11, 12), de donde puede inferir un final feliz para la presente oscura situación. El recuerdo de los portentos de Dios a favor de los suyos es el mejor antídoto contra la desconfianza en sus promesas, porque Dios no puede cambiar. Dos cosas, en general, satisfacen al salmista:
1. Que el camino de Dios es santo (v. 13. Lit. en santidad). Tiene, pues, finales santos para todo lo que hace o permite, pues todo es para bien de los que le aman (Ro. 8:28). Su camino está de acuerdo con sus santas y fieles promesas.
2. Que el camino de Dios es poderoso: se abre paso por entre las aguas profundas, y cierra después su sendero sin dejar rastro (v. 19). Toda la sección siguiente (vv. 14–20), resumen de lo que Jehová hizo con su pueblo desde la salida de Egipto hasta la entrada en Canaán, es una prueba de que no hay dios tan grande como el Dios de Israel (v. 13b). Jehová fue siempre delante de su pueblo con el amor y el cuidado de Buen Pastor (v. 20). Moisés y Aarón guiaron al pueblo, el primero en calidad de gobernador, el segundo en calidad de sumo sacerdote: las dos grandes ordenanzas del magisterio y del ministerio. Moisés y Aarón no podían hacer nada sin Dios; pero Dios lo hizo por medio de ellos, como por medio de la columna de nube y de fuego.
Este salmo constituye un resumen de la historia de Israel desde los tiempos de Moisés hasta después del exilio de las diez tribus del norte. I. Prefacio en el que recomienda a las generaciones venideras el estudio del salmo (vv. 1–8). II. La historia misma. El objetivo general del salmo aparece en los versículos 9–11. En cuanto a los detalles particulares, vemos: 1. Las obras portentosas que Dios llevó a cabo en favor de su pueblo (vv. 12–16). 2. La ingratitud con que correspondieron a los favores de Dios, sus murmuraciones y su desconfianza, y cómo afrentaron a Dios con sus idolatrías, una vez llegados a Canaán, a pesar de la paciencia que Dios había tenido con ellos (vv. 17–20, 56–58). 3. Cómo les castigaba Dios en el desierto por sus pecados (vv. 21–55) y, ahora, cuando se llevaron el Arca los filisteos (vv. 59– 64). Cuán benignamente les perdonó Dios y se volvió a ellos, compasivo, a pesar de las provocaciones de ellos, estableciéndolos felizmente en la tierra y dándoles, en David, un rey de su elección, aunque posteriormente permitió que el reino del norte (v. 67, José, Efraín) fuese desgajado de Judá y, después, llevado al exilio (vv. 65–72).
Versículos 1–8
Estos versículos contienen el prefacio de la historia que se nos refiere después.
1. El salmista demanda atención (v. 1): «Escucha, pueblo mío, mi enseñanza» (lit. mi ley). El salmista, en función de profeta, habla de parte de Dios, con lo que puede dirigirse a Israel como pueblo suyo y dar a sus enseñanzas el nombre de leyes, aun cuando es más probable que sólo intente identificarse con el pueblo y transmitirle instrucción (comp. con Pr. 1:8, donde ocurre el mismo vocablo: «la enseñanza, hebreo torat—de tu madre»—).
2. Da varias razones por las que deben prestar atención:
(A) Las cosas que va a decir son de mucho peso; por eso las va a exponer en forma de oráculo enigmático («parábola … arcanos»—los mismos términos hebreos de 49:4—). No son «arcanos» porque estén ocultos, sino porque requieren la más seria consideración.
(B) Son monumentos de la antigüedad (v. 3): «Que nuestros padres nos las contaron». Son cosas ciertas; relatos verídicos. El honor que debemos a nuestros padres nos obliga a prestar atención a las buenas enseñanzas que de ellos hemos recibido.
(C) Estas enseñanzas deben ser transmitidas a la posteridad (v. 4): «No las ocultaremos a sus hijos, como no nos las ocultaron nuestros padres». Habría de esperarse—dice Cobb—que dijese: «a nuestros hijos», pero desea enfatizar el curso de la tradición y no su deber personal hacia sus propios hijos». Lo que hemos de transmitir a los hijos no es sólo hacienda y conocimientos, sino especialmente las verdades de Dios y el ejemplo de una conducta santa. Nótese que:
(a) La ley de Dios se dio con el encargo especial de enseñarla diligentemente a los hijos (v. 5), conforme lo preceptuaba Deuteronomio 6:7, 20, y los hijos, respectivamente, a sus hijos, etc. Así también la Iglesia de Dios, no es cosa de una sola época—como lo fue el Imperio Romano—, sino hasta la consumación de los siglos (Mt. 28:20).
(b) Las providencias de Dios concernientes a ellos. Dios dio a Israel su ley, no sólo para que sus preceptos fuesen norma de las generaciones venideras, sino para que pusieran en Dios su confianza al recordar sus obras portentosas (vv. 6, 7). Sólo quienes están resueltos a observar los mandamientos de Dios, pueden esperar con plena confianza la salvación de Dios.
(c) Se les advierte a estas generaciones futuras que tomen buena nota de esto, a fin de que no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde, etc. (v. 8). Que no piensen que, por ser hijos de Abraham según la carne, ya son hijos de Dios en el espíritu (Jn. 8:33; Mt. 3:9).
Versículos 9–39
En estos versículos:
1. El salmista observa las reprensiones que Israel atrajo sobre sí por conducirse traicioneramente con Dios (vv. 9–11). Se alude a Efraín como cabeza del reino del norte que, al rebelarse contra David, y no guardar el pacto con él (2 S. 5:2 ss.), tampoco guardaron el pacto con Dios, sino que fueron siempre como «novilla indómita». Éste es el sentido más probable de este—según Cohen—«difícil versículo». M. Henry—nota del traductor—opina que se hace referencia a la derrota sufrida frente a los filisteos, cuando estos se llevaron el Arca (1 S. 4:10, 11), ya que Siló caía en la tribu de Efraín. En todo caso nótese que el olvido de las obras de Dios está en el fondo de nuestra desobediencia a las leyes de Dios.
2. De aquí toma ocasión el salmista para consultar los precedentes. En estos versículos, la narración es muy notable, pues refiere una especie de lucha entre la bondad de Dios y la maldad del hombre.
(A) Dios obró grandes cosas a favor de su pueblo Israel cuando los reunió por primera vez e hizo de ellos una nación (v. 12): «A la vista de sus padres hizo portentos». Hizo una avenida seca en medio del mar Rojo y por allí los condujo y les dio ánimos, aunque las aguas estaban a los lados como montones (v. 13). Les proveyó de guía a través de las sendas, no pisadas antes, del desierto (v. 14), por medio de una nube, que resplandecía con fuego por la noche, con lo que la oscuridad les resultaba menos atemorizadora y menos peligrosa (v. Zac. 2:5). «Hendió las peñas en el desierto y les dio a beber raudales de agua, no destilada, gota a gota, por medio de un alambique, sino en forma de grandes corrientes (vv. 15, 16). Dios no escatima, pues es rico en misericordia.
(B) Cuando Dios comenzó a bendecirles de esta manera, ellos empezaron a afrentarle (v. 17): «Pero aún volvieron a pecar contra Él». Sobrellevaron las miserias de su esclavitud mejor que las dificultades de su liberación, y nunca murmuraron de sus capataces tanto como lo hicieron de Moisés y Aarón. «Se rebelaron contra el Altísimo» (v. 17b). En el desierto, dijeron e hicieron lo que sabían que le había de provocar (v. 18): «Pues tentaron a Dios en su corazón», (a) Desearon o, más bien, exigieron lo que Dios sabía que no les convenía: «pidiendo una comida para saciar su apetito desordenado». Dios les había dado el maná, alimento sano, agradable y abundante. Pero esto no les satisfacía. (b) Retaron a Dios a que les diese carne, con lo que desconfiaban de que tuviese poder para darles lo que ellos apetecían (vv. 19, 20) ¡Qué injuria tan grande a Dios al decir (v. 19b): «¿Podrá poner mesa en el desierto?»! Tanto valor dieron estos epicúreos a una mesa opípara, que llegaron a pensar que Dios no tenía bastante poder para prepararla en el desierto. Pero, ¿qué es más, preparar una buena mesa en el desierto, cosa que cualquier potentado es capaz de hacer, o sacar agua de una roca, cosa que ningún magnate de este mundo es capaz de hacer? Digamos siempre a Dios, como a Cristo el leproso del Evangelio: «Señor, si quieres, puedes».
(C) Dios se resintió justamente de esta provocación y les mostró su gran desagrado (v. 21): «Por esto, lo oyó Jehová, y se indignó». Se resintió «por cuanto no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación» en la que ya había comenzado a obrar para ellos (v. 22). No obstante, en su gran bondad y paciencia, Dios abrió los cielos e «hizo llover sobre ellos maná … trigo de los cielos» (vv. 23, 24). Las nubes que, de ordinario llueven agua para que crezca el trigo en la tierra, en esta ocasión llovieron trigo; así se llama al maná por su semejanza con una semilla (Éx. 16:31). Cada uno (este es el sentido del hebreo ish aquí), hombres y mujeres, niños y mayores, comió pan de los fuertes, es decir, de los ángeles (v. 103:20), de quienes dice también el Targum que se alimentan de maná. Lo curioso es que Dios les mostró su resentimiento, no precisamente negándoles lo que le pedían, sino dándoseles en tal abundancia que les salió por las narices (Nm. 11:20). Los versículos 26–29 condensan el relato de la forma en que Dios les proveyó de codornices y que puede leerse en el capítulo 11 de Números. Es de notar que muchos israelitas comieron de las codornices sin que les hiciesen daño, pues no era el alimento lo que les dañó, sino el apetito insaciable de la carne.
(D) Los castigos que Dios les propinó no sirvieron para reformarles más de lo que habían servido sus beneficios (v. 32): «Con todo esto pecaron aún»; murmuraron y se quejaron contra Dios y contra Moisés tanto como siempre. Duros son de veras los corazones que no se derriten con los favores de Dios ni se quebrantan con sus castigos.
(E) Al persistir ellos en sus pecados, prosiguió Dios en sus castigos; pero éstos fueron de distinta naturaleza pues no los llevó a efecto de pronto, sino lentamente (v. 33): «Entonces consumió sus días como un soplo, y sus años en tribulación». Fueron condenados a pasar treinta y ocho tediosos años en el desierto, años inútiles pues en ellos no dieron un paso de avance hacia Canaán, sino que les hizo volver y anduvieron vagando de acá para allá como en un laberinto. Los que continúan pecando han de esperar continuar sufriendo. Y la razón por la que pasamos nuestros días tan en vano y con tantas aflicciones, viviendo con tan pocos consuelos y sin propósito aparente, es porque no vivimos por fe.
(F) Bajo estos castigos, ellos fingieron arrepentirse, pero no eran sinceros en su confesión. De labios para fuera, su profesión era plausible (vv. 34, 35): «Si los hacía morir entonces buscaban a Dios». Asustados clamaban a Dios e imploraban misericordia y prometían que se habían de reformar para bien:
«se volvían solícitos en busca suya». Pero no eran sinceros en su profesión (vv. 36, 37): «Pero le lisonjeaban con su boca como si pensaran que con buenas palabras podían hacerle revocar su sentencia. Se derretían al sol, pero se congelaban en la sombra: «Con su lengua le mentían, pues sus corazones no eran rectos con Él». Dice Maclaren: «Tal buscar a Dios, que no es en modo alguno buscarle propiamente, sino sólo buscar el escapar del castigo, ni cala hondo ni dura largo».
(G) No obstante, Dios se apiadó de ellos y puso fin a los castigos con que les había amenazado y en parte había ejecutado (vv. 38, 39): «Pero Él, misericordioso (mejor, compasivo), perdonaba la maldad y no los exterminaba». Les perdonó la vida hasta que se levantó otra generación que entrase en la Tierra Prometida. Aunque ellos no se acordaban correctamente de que Dios era su roca, Dios se acordó de que eran carne (v. 39), esto es, mortales e inclinados al pecado y al error. Cuán fácilmente pudo aplastarlos, al ser ellos un soplo que se va y no vuelve (v. 39b). Ellos merecían morir, pero Dios es, ante todo, un Dios compasivo (Éx. 34:6, 7) y no quiso destruirlos.
Versículos 40–72
El tema y objetivo de esta sección son los mismos que los de la precedente, y muestra los beneficios que Dios otorgaba a Israel, las provocaciones que de Israel recibía, los castigos que les daba por sus pecados y la compasión que, al fin, tenía de ellos.
1. Se mencionan de nuevo los pecados de Israel en el desierto (vv. 40, 41): «¡Cuántas veces se rebelaron contra Él en el desierto, etc.!» Dios las llevaba por cuenta (Nm. 14:22): «Me han tentado ya diez veces». Con sus provocaciones le dieron más pesar que furor, pues los miraba como un padre a sus hijos. Le causaban pesar, pues le obligaban a afligirles, lo cual hacía Él de mala gana. Después de humillarse ante Él, volvían a tentar a Dios (v. 41), prescribiéndole las pruebas que tenía que darles de su poder y de su presencia entre ellos y los métodos que había de seguir para guiarles y proveer para ellos. Grave presunción es tratar de poner límites (probable sentido literal del «provocaban», v. 41b) al Santo de Israel (v. 71:22), pues, al ser el Santo, hará lo que más conviene para nuestro bien. Le ponían límites precisamente porque no se acordaban de su mano, de sus anteriores beneficios (v. 42). Hay ciertos días marcados con especiales liberaciones y que jamás deberían ser olvidados.
2. Los favores de Dios a Israel: Este catálogo de obras portentosas que Dios llevó a cabo por ellos comienza más alto, y continúa más largo, que antes (vv. 12 y ss.).
(A) Comienza por la liberación de Egipto y las plagas con las que Dios obligó a los egipcios a que dejasen salir a los israelitas. Se especifican aquí algunas de esas plagas, las que más alto hablan del poder de Dios y de su amor a Israel: La conversión de las aguas en sangre. Los egipcios se habían emborrachado con la sangre del pueblo de Dios, incluso con la de sus niños recién nacidos, y ahora Dios les dio a beber sangre, como se merecían (v. 44); las moscas y las ranas que los devoraban y destruían (v. 45); las orugas y langostas que consumían sus frutos (v. 46); el granizo y la escarcha que destruyeron las viñas y los higuerales (v. 47); las tormentas cargadas de rayos que acababan con el ganado (v. 48). Pero la muerte de los primogénitos fue la última y más grave de las plagas, y la que ocasionó la liberación de Israel (vv. 51, 52). Fue la primera en la intención de Dios, pero la última en la ejecución (Éx. 4:23), pues si Faraón hubiese cedido ante las primeras plagas, no habría enviado Dios ésta. Una vez salidos de Egipto, Dios les guió como guía un pastor a sus ovejas, después de sepultar en el mar Rojo a sus enemigos (vv. 52, 53). El mar que para Israel fue una avenida, fue para los egipcios un cementerio.
(B) Siguió Dios conduciendo a su pueblo hasta las fronteras de su tierra santa (v. 54), a este monte; es decir, a la tierra donde se hallaba el monte Sion (como opina Arconada), o a una tierra montañosa (como opina Cohen), que ganó su diestra. Hallaron en la tierra a los cananeos, pero Dios les echó de allí delante de Israel (v. 55) y les repartió la tierra por heredad entre las distintas tribus.
3. Los pecados de Israel después de su asentamiento en Canaán (vv. 56–58). Los hijos fueron tan rebeldes como sus padres (v. 57) y trajeron a sus nuevas mansiones sus antiguas corrupciones. A veces, parecían dedicados a Dios, pero luego se apartaban, le enojaban con sus lugares altos y le provocaban a celos con sus imágenes de talla (v. 58). La idolatría fue el pecado que más se les pegó y en el que siempre recaían, aunque a menudo pareciese que se arrepentían de él.
4. Los castigos de Dios por tales pecados. La idolatría hizo que Dios aborreciese a Israel en gran manera (v. 59) y dejase su morada en Siló (v. 60), abandonándolo todo, incluso su gloria (el Arca. V. 1 S. 4:21) en manos del enemigo (v. 61). Los versículos 62–64 detallan lo que ocurrió en aquel desgraciado enfrentamiento con los filisteos. La viuda de Fineés o Pinjás, en lugar de lamentar la muerte de su marido, murió ella misma después de ponerle por nombre a su hijo recién nacido Icabod (1 S. 4:19 y ss.).
5. Sin embargo, Dios no se quedó inactivo, sino que tuvo compasión de Israel y celo por su propia gloria y, como quien se despierta del sueño en que cayó, como un hombre dominado por el vino, pero con las fuerzas renovadas, se dispuso a castigar severamente a los enemigos de Israel y suyos.
(A) «Hirió a sus adversarios por detrás, etc.» (v. 66). M. Henry—nota del traductor—ve aquí una alusión a los «tumores» de 1 Samuel 5:6. Cohen sin embargo, lo interpreta de las vergonzosas derrotas infligidas a los filisteos por Saúl y David, en las que les hicieron huir y, por tanto, hiriéndoles por detrás, por la espalda.
(B) Dios proveyó un nuevo lugar para su Arca, la cual ya no volvió más a Siló, en la tribu de Efraín (v. 67). Las ruinas de Siló quedaron como perpetuos monumentos de la justicia divina: «Andad ahora a mi lugar en Siló … y ved lo que le hice» (Jer. 7:12). El traslado del Arca no significó su retirada. La perdió Siló, pero no la perdió Israel. Así también, Dios tiene siempre a su Iglesia en el mundo, aun cuando algún lugar u otro vea retirado su candelero. Dios no escogió la tribu de Efraín (v. 67b), a la que perteneció Josué, sino que escogió la tribu de Judá (v. 68), de la que surgió Jesús, que es mayor que Josué. Quiryat-yearim, adonde fue trasladada el Arca, tras ser rescatada de manos de los filisteos estaba en la tribu de Judá. De allí fue trasladada al monte de Sion, al cual amó Dios. Allí es donde edificó su santuario (v. 69) cual lugar tan firme como la tierra que cimentó para siempre. Fue Salomón quien edificó el templo pero se dice que fue Dios quien lo edificó, porque «si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican (127:1). No obstante, trono y altar llegaron a desaparecer, aunque ambos llegarán después a ser firmemente establecidos: el trono, en la posteridad de David (89:36, 37, comp. con Lc. 1:33); el altar (He. 13:10), en la Iglesia de Cristo, contra la cual no prevalecerán los poderes del Averno (Mt. 16:18).
(C) Estableció en Israel la monarquía, y eligió a David por rey (vv. 70, 71), por lo cual se le llama «según el corazón de Dios», es decir según la elección de Dios (no según el carácter santo de Dios, como suele interpretarse). No se menciona a Saúl, porque no lo eligió Dios, sino el pueblo. David descendía de la noble tribu de Judá, pero era un sencillo pastorcito, no un entendido escriba, ni un sagrado sacerdote, ni un experto militar. Fue sacado de los apriscos, como Moisés, pues Dios se complace en honrar a los humildes que son diligentes y suele hallar los más apropiados para los puestos de responsabilidad en su pueblo en quienes han pasado sus primeros años en la soledad y la contemplación. Al Hijo de David le echaron en cara su oscuro origen: «¿No es éste el carpintero?» Fue un gran honor el que otorgó Dios a David, al elegirle para el trono de Israel, para gobernar al pueblo escogido de Dios; con ello, le daba no sólo un gran privilegio, sino también una grave responsabilidad, que él desempeñó con la integridad de su corazón y la pericia de sus manos (v. 72), no buscaba, en general, otra cosa que la gloria de Dios y el bien del pueblo. ¡Dichoso el pueblo que disfruta de tal gobierno!
Este salmo se parece al 74 y alude a la misma situación: la destrucción de Jerusalén y del templo a manos de los babilonios. I. El salmista refiere la deplorable situación en que se hallaba en este tiempo el pueblo de Dios (vv. 1–5). II. Pide a Dios socorro y alivio (vv. 6, 7, 10, 12), que les sean perdonados sus pecados (vv. 8, 9) y que obtengan liberación (v. 11). III. Apela a la disposición del pueblo para alabar siempre a Dios (v. 13).
Versículos 1–5
1. El salmista se queja aquí, en representación del pueblo, de los ultrajes cometidos por los enemigos contra los lugares sagrados (v. 1) y contra los sagrados habitantes de la tierra de Israel (vv. 2–4). Han invadido la heredad de Dios, etc. Los ultrajes cometidos contra la religión nos deberían doler más que los cometidos contra nosotros. En 78:55 había mencionado como el gran favor de Dios a Israel el que echó las naciones delante de ellos, pero véase qué cambio ha producido el pecado: Ahora las naciones invadían la heredad de Dios y reducían a escombros a Jerusalén. Los habitantes de Jerusalén quedaban sepultados bajo las ruinas de sus casas y a merced de las aves y de las bestias de presa. El santuario estaba profanado, al entrar los gentiles en él y derribarlo. El pueblo mismo de Dios lo había profanado con sus pecados y, por eso, Dios permitió que lo profanase el enemigo con su insolencia. Corría la sangre como agua por todas las avenidas de Jerusalén hasta desembocar en el exterior de la ciudad (v. 3). Habían llegado a ser escarnecidos y burlados de sus vecinos (v. 4). Cuando los que profesan ser el pueblo de Dios degeneran de lo que fueron sus padres, no pueden esperar otra cosa que el escarnio y la burla de la gente.
2. Pero les asusta más la ira de Dios contra ellos (v. 5). Esto es lo que ellos ven en el furor de sus enemigos: «¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Estarás airado para siempre?» Esto da a entender que nada deseaban tanto como el que Dios se reconciliase con ellos, y entonces sería frenado el furor de sus enemigos.
Versículos 6–13
Las peticiones que elevan aquí a Dios son muy apropiadas al actual estado de la congregación.
1. Oran a Dios que retire de ellos su ira y la vuelva contra los que les perseguían y oprimían (v. 6). Esta oración es, en realidad, una profecía, en la que la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Ro. 1:18). La razón por la que los hombres no invocan a Dios es porque no le conocen, no saben que puede y quiere socorrerles. Los que persisten en la ignorancia de Dios y no reconocen el valor de la oración son impíos que viven sin Dios en el mundo. Estos (v. 6) han consumido a Jacob (v. 7). No sólo habían oprimido, sino consumido, a Jacob; no sólo habían invadido la tierra santa, sino que la habían devastado. Por eso piden: «No sólo refrénalos, sino derrama tu ira sobre ellos (v. 6), por el mal que han perpetrado».
2. Oran por el perdón de sus pecados, en los que reconocen la causa de todas sus desgracias (v. 8):
«No recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados», que, según algunos, se remontan hasta la fabricación del becerro de oro. Si los hijos cortan, por medio del arrepentimiento, las consecuencias del pecado de sus padres (v. Éx. 20:5; Lm. 5:7), pueden orar con fe para que no sea recordado contra ellos. Cuando Dios perdona el pecado, lo borra y ya no se acuerda de él. Piden que Dios les perdone, no porque ellos lo merezcan, sino en atención al nombre mismo de Dios (v. 9).
3. Oran a Dios para que ponga pronto fin a la angustia que padecen (v. 8b): «Vengan pronto tus compasiones a nuestro encuentro». Si la compasión de Dios no se interpone pronto para prevenir la completa ruina de su pueblo, están perdidos. Desean que Dios se apresure a socorrerles y librarles (vv. 8, 9), porque se sienten muy abatidos, es decir, caídos muy abajo (según el sentido del verbo hebreo) en fuerzas y posibilidades. Lo que, en realidad, les está hundiendo son sus pecados (v. 9b); por eso insisten en el perdón de los pecados. Si reconocemos en Dios el Dios de nuestra salvación, no le buscaremos en vano. Para poder responder a los gentiles, cuando éstos les digan: «¿Dónde está vuestro Dios?» (v. 10), necesitan que Dios se manifieste a favor de su pueblo y en contra de sus enemigos. Así podrán responder al enemigo: «Está en medio de nosotros, y lo podéis reconocer por lo que está haciendo a nuestro favor».
4. Piden a Dios venganza de la sangre israelita que ha sido derramada (v. 10), conforme a la antigua ley (Gn. 9:6); así será reconocido Dios entre los gentiles como el Dios de las venganzas (94:1), es decir, el Dios a quien pertenece la venganza (Ro. 12:19). La infamia con que los enemigos han deshonrado a Dios merece que Dios les devuelva siete veces más (v. 12) por lo que han hecho (comp. Gn. 4:15; Sal. 12:7). Opina Cohen que el número siete pudo comenzar a significar algo completo, por el parecido entre sheba = siete, y sabá = satisfacer o llenar.
5. Piden a Dios que les halle una salida para el rescate de los pobres prisioneros (v. 11): «Llegue delante de ti el gemido de los cautivos». Los israelitas que habían caído en manos del enemigo estaban recluidos en prisión y, al no poder hacer que se escuchasen sus voces, tenían que contentarse con expresar en gemidos su triste situación. Prometen pagar con alabanzas las respuestas a sus oraciones (v. 13). No sólo se comprometen a dar gracias (lit.) a Dios de inmediato, sino que prometen cantar sus alabanzas de generación en generación.
No se sabe de cierto cuándo y por qué motivo fue compuesto este salmo, pero la opinión más probable, según Cohen, es que lo compuso alguien que vivía en Judea antes de la cautividad de Babilonia y que su oración es por las diez tribus del norte que ya estaban en el destierro. El salmista, I. Suplica señales de la presencia de Dios entre ellos y a favor de ellos (vv. 1–3). II. Se queja del castigo bajo el que se hallaban (vv. 4–7). III. Compara las desolaciones presentes a una vid que había florecido pero estaba ahora destruida (vv. 8–16). IV. Concluye con una oración a Dios para que se digne mostrarles su favor y les prepare a ellos para recibir sus favores (vv. 17–19).
Versículos 1–7
El salmista se dirige aquí a Dios en oración, con referencia al presente lamentable estado de Israel.
1. Ruega a Dios que muestre su favor a Israel, como Pastor bajo cuyo cuidado y conducción estaba Israel (vv. 1, 2): «Tú que pastoreas a José como a un rebaño, que lo has llevando a los mejores pastos y lo has defendido de los mayores peligros. Tú que estás sentado entre querubines desde donde recibes peticiones y das instrucciones, resplandece, esto es muestra tu gloria esplendorosa (50:2), con la que das luz a tu pueblo y aterras a tus enemigos». Gran consuelo da orar al Dios que se sienta en el trono de la gracia (He. 4:16). Pide a Dios que preste oídos al clamor de su pueblo; al clamor de sus miserias y al clamor de sus plegarias: «Despierta tu poder, etc.» (v. 2). Parecía dormido (comp. con 79:65). Se menciona a Efraín, Benjamín y Manasés, pues estas tres tribus descendían de Raquel. Por eso, la presenta Jeremías 31:15 llorando por sus hijos, las tribus llevadas al destierro por Asiria. Comenta Kirkpatrick:
«Benjamín debe ser considerado como perteneciente al Reino del Norte para obtener diez tribus, ya que Simeón estaba inmerso en Judá y no entra en la cuenta. Las principales ciudades de Benjamín, Betel, Guilgal y Jericó, pertenecían al Reino del Norte». Las tres tribus formaban, durante la marcha por el desierto, el escuadrón del lado occidental, es decir, el que iba inmediatamente detrás del santuario; así que, delante de ellos se alzaba el poder del Arca de Dios para dispersar a sus enemigos.
2. Se queja del desagrado de Dios. Dios estaba airado, y esto es lo que más teme el salmista (v. 4), y que está airado precisamente contra la oración de su pueblo. Que Dios esté airado contra los pecados de su pueblo y contra las oraciones de sus enemigos, nada tiene de extraño; pero que esté airado contra la oración de su pueblo, es de veras muy extraño. Pero si está airado contra las oraciones de su pueblo podemos estar seguros de que oran mal (Stg. 4:3). Dios esconde su rostro ante oraciones insinceras o mal hechas (Lm. 3:44). Las señales del desagrado de Dios eran las lágrimas que constituían su único alimento (comp. 42:3), y el escarnio de que les cubrían sus enemigos (vv. 5, 6).
3. Ruega a Dios con insistencia para que restaure al pueblo a su anterior condición de paz y bendición (v. 7, comp. con Nm. 6:25). Le invoca como a Dios de las huestes, que debería entrar en batalla contra los enemigos de Israel. Este es el meollo de su oración, pues lo repite al final del salmo (v. 19), como si dijese: «Señor, vuélvenos a ti por la vía del arrepentimiento y entonces, sin duda, te volverás a nosotros por la vía de la liberación». Obsérvese, (A) Que no hay salvación posible, a no ser por el favor de Dios (Ef. 2:8). (B) Que no es posible obtener el favor de Dios sin arrepentimiento (Hch. 2:38). (C) Que sólo se puede ser salvo cuando Dios nos sale al encuentro (Ro. 10:20). En frase de Pascal: «No me buscarías si no me hubieses encontrado». Pero a los que ya son suyos de hecho o por derecho, dice:
«Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros». (Mal. 3:7). Nótese que la oración del salmista es por una conversión de tipo nacional. Sólo una santidad nacional puede asegurar una felicidad nacional.
Versículos 8–19
El salmista presenta ahora su apelación a favor del Israel de Dios y urge así su caso ante el trono de la gracia. Israel es comparado a una viña (Is. 5:1–7); aquí, a una vid (vv. 8, 14, 15. También la Iglesia, Jn. 15:1 y ss.). La raíz es Cristo (Ro. 11:18). Los pámpanos son los creyentes (Jn. 15:5), débiles y necesitados de sustentación y savia. La vid no tiene, al principio, un aspecto demasiado atrayente que digamos, pero se extiende rápidamente, y su fruto es excelente. Tenemos motivos para agradecer a Dios el que haya plantado tal vid en medio del desierto de este mundo y que la haya preservado hasta el día de hoy.
1. Vemos cómo fue plantada la vid del Antiguo Testamento. Fue sacada de Egipto (78:52). Ya Jacob había comparado a José a una vid fructífera (Gn. 49:22). La vid pasó a ser emblema de Israel (Is. 5:1; Jer. 2:21; Os. 10:1), de forma que su figura se imprimió en las monedas durante el tiempo de los Macabeos, y sobre el pórtico del Templo de Herodes colgaba un colosal racimo de oro.
2. Cómo se extendió y floreció. (A) La tierra de Canaán estaba muy poblada. Al principio, no eran tan numerosos como para poder llenarla (Éx. 23:29). Pero en tiempo de Salomón, Judá e Israel eran numerosos como la arena de la orilla del mar. Israel tenía, no sólo abundancia de hombres, sino también de guerreros valerosos. (B) Extendieron sus conquistas hasta los países vecinos (v. 11): «Extendió sus vástagos hasta el mar (el Mediterráneo), y hasta el río (el Éufrates) sus renuevos (Gn. 15:18). Pero es de observar que lo que se menciona de esta vid son sus raíces, su sombra, sus vástagos y sus renuevos, pero no se dice una palabra de su fruto, porque lsrael sólo daba fruto abundante para sí mismo (Os. 10:1); así que cuando Dios fue a buscar fruto en su viña, sólo halló agraces (Is. 5:2). Y, si una vid no da fruto, no hay planta tan inútil como ella (Ez. 15:2, 6).
3. El salmista parece culpar a Dios de la desolación de su propia viña (vv. 12 y ss., comp. con 89:40 y ss.), como si dijese: «Señor, tú has hecho grandes cosas por esta vid ¿Vas a dejar que se eche a perder, después que tú mismo le diste el ser? ¿Por qué abriste brecha en sus vallados?» Por muy buena razón: Porque se había vuelto sarmiento de vid extraña (Jer. 2:21). Y, tan pronto como abrió Dios brecha en sus muros, entraron las fieras, las tropas de los enemigos de Israel y de Dios, como animales salvajes («el puerco montés … la bestia del campo») que destrozan cuanto encuentran a su paso (v. 13). Pero nótese que, sólo cuando Dios abrió brecha en sus vallados, pudieron los enemigos penetrar y destruir. Se describe (v. 16) el deplorable estado de Israel: «Le han prendido fuego y la han talado»; el pueblo de Dios es tratado como espinos y zarzas, cuyo fin debe ser el servir de combustible, no como plantas de provecho y merecedoras de protección y cuidado.
4. Lo que demanda de Dios en consecuencia. (A) Que tenga compasión de su viña y la proteja (vv. 14, 15): «Mira desde el cielo, desde ese lugar de buena perspectiva, desde ese lugar de dominio, desde el que puedes enviar alivio efectivo, y considera, mira bien, y visita, con visita de gracia, no de castigo, esta viña, que tú plantaste por ti y para ti, por lo que bien puede confiarse a ti y a tu cuidado». Por «vástago», el original dice «hijo», y alude a lo de «Israel es mi hijo» (Éx. 4:22). (B) Que perezcan castigados por Dios (v. 16b) los que han devastado la viña (así lo interpreta Arconada); o, si se traduce en indicativo, como lo hace la versión inglesa judía, perecen (los israelitas) por la reprensión de tu rostro (así lo interpreta Cohen). (C) Que la mano de Dios (v. 17) proteja al pueblo que plantó la diestra de Jehová (comp. v. 15), hombres mortales, frágiles, que no han llegado a la madurez (comp. 8:4) o, tal vez, al rey— quien sea—. (D) Que Dios les conserve la vida (v. 18b): «Danos vida»—en imperativo, como es frecuente aun en casos en que el verbo está en futuro, como aquí. «E invocaremos tu nombre». No podemos invocar a Dios como es debido, a no ser que Él nos de vida (Ef. 2:1 y ss.). Hay comentaristas, tanto cristianos como judíos, que aplican todo esto al Mesías, el Hijo de David, Salvador y Guardián de la viña de Dios (comp. con 1 P. 2:25). Él es el hombre de la diestra de Dios, al que Dios ha jurado por su diestra (así dice la paráfrasis caldea), al que ha exaltado con su diestra y al que ha sentado a su diestra (He. 10:12), pues todo el poder y autoridad de Dios le han sido dados. La estabilidad y constancia de los fieles creyentes se deben por entero a la gracia y a la fuerza que hay depositada a favor nuestro en Jesucristo (68:28).
Este salmo se compuso, con la mayor probabilidad, con ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos en el séptimo mes (Lv. 23:24; Nm. 29:1). El salmo nos ayuda, I. A cantar las alabanzas de Dios por lo que Él es para su pueblo (vv. 1–3) y por lo que ha hecho por él (vv. 4–7). II. A instruirnos y exhortarnos unos a otros con respecto a los deberes que tenemos para con Dios (vv. 8–10), sobre el peligro de rebelarnos contra Él (vv. 11, 12) y la felicidad de que gozaríamos si nos mantuviésemos en estrecha comunión con Él (vv. 13–16).
Versículos 1–7
Cuando el pueblo de Dios se reúne en el día de la fiesta solemne (v. 3), se les debe decir que tienen algo que hacer, pues no estamos en la iglesia para dormir ni para holgazanear.
1. Se estimula a los adoradores de Dios a que cumplan con su deber y se les enseña, con el canto de este salmo, a hacerlo con gozo y en conciencia (vv. 1–3). Hemos de ver entonces en Dios el Dios de Jacob y nuestra fuerza (v. 1). Como al Dios de nuestra fuerza hemos de orar a Él y cantarle como al Dios de toda la posteridad del Jacob que luchó con Dios y prevaleció. Hemos de hacerlo con todas las expresiones de santo júbilo. Había de hacerse entonces con pandero, cítara, arpa y trompeta (vv. 2, 3). Al cantar a Dios en aclamación (v. 1b), en voz alta, expresamos nuestra ferviente devoción en las divinas alabanzas. Ningún tiempo está fuera de lugar para alabar a Dios, pero hay ocasiones especiales designadas, no para salir al encuentro de Dios (Él siempre está cerca de nosotros), sino para encontrarnos los unos con los otros, a fin de alabar juntos al Señor.
2. Se les instruye acerca de tal deber: «Porque estatuto es de Israel, ordenanza del Dios de Jacob» (v. 4), instituida por el Dios que rescató a todos los descendientes de Jacob de la esclavitud de Egipto. Por eso (v. 5), lo constituyó como testimonio en José, no precisamente como representante del Reino del Norte, sino de todo Israel, pues José fue constituido por su padre heredero de las promesas de bendición (Gn. 49:22–26). En el versículo 6 cambia súbitamente de persona—habla Dios: «Aparté sus hombros de debajo de la carga». Que lo recuerden en ese día: Dios los había sacado de la casa de esclavitud, quitándoles de los hombros las pesadas cargas que los egipcios les imponían, de los cestos en que llevaban los ladrillos y otros materiales. Nuevo cambio de persona (de la tercera a la segunda) en el versículo 7: «Clamaste y te libré». La mención del trueno es imposible que se refiera—dice Cohen—al Sinaí, ya que el versículo trata del rescate de los israelitas de Egipto. Ha de verse, pues, a la luz de 18:11 y ss. Pasa luego a mencionar la rebelión del pueblo en Meribá (v. 7b). Quizá se menciona este incidente a causa de las libaciones de agua que se ofrecían en la Fiesta de los Tabernáculos. Si en las solemnidades de los judíos se les exhortaba a recordar su rescate de Egipto, mucho más deberíamos nosotros recordar, en nuestros cultos dominicales, la gloriosa redención obrada a nuestro favor mediante el sacrificio de Cristo.
Versículos 8–16
Dios, por medio del salmista, habla aquí a Israel, y también, en ellos, a nosotros.
1. Demanda diligente y seria atención a lo que va a decir: «Oye, pueblo mío, lo que te voy a decir con la mayor solemnidad (comp. Dt. 6:4), y te amonestaré, es decir, te haré una seria advertencia. No te contentes con oír de cualquier manera ¡Oh Israel, si quisieras escucharme!»
2. Les lleva a la memoria la obligación que tienen para con Él por ser «Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto» (v. 10). Este mismo es el prefacio a la promulgación del Decálogo; por eso, es un motivo poderoso para que observen los mandamientos de Dios.
3. Les da un resumen, tanto de los preceptos como de las promesas que les había dado antaño cuando salieron de Egipto. El gran mandamiento era que no habían de tener otros dioses (v. 9). La gran promesa consistía en que Jehová era un Dios Todosuficiente, cercano a ellos (Dt. 4:7); si ellos se adherian a Él, sólo a Él, Él sería su poderoso protector y gobernador, al que siempre podrían acudir como a bienhechor amoroso y munificentísimo: «Abre tu boca y la llenaré» (v. 10c). Así como los jóvenes cuervos abren el pico en petición urgente de alimento y sus progenitores les llenan el buche, así también los que sirven al Dios verdadero pueden abrir la boca en oración a su Padre Celestial, seguros de que les cumplirá sus deseos legítimos y satisfará sus necesidades.
4. Les acusa de haber menospreciado la autoridad de Dios (v. 11): «Pero mi pueblo no oyó mi voz, se hizo el sordo y no me quiso obedecer». Jehová estaba dispuesto a ser su Dios, pero ellos no estaban dispuestos a ser su pueblo.
5. A continuación, Dios se justifica en los castigos que inflige a su pueblo (v. 12): «Los entregué, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron según sus propios consejos». Dios a nadie fuerza a obedecerle; amonesta a todos y les hace ver que el pecado es destructivo, de modo que el que persevera en el pecado, va por el camino de su propia ruina (Ro. 6:23). La dureza del corazón resulta siempre un enemigo mucho más peligroso y opresor que todos los enemigos que nos puedan atacar desde fuera. Si Israel hubiese obedecido a Dios, ningún enemigo exterior habría sido capaz de oprimirles ni subyugarles (vv. 13–16).
(A) Dios continúa testificando de la buena voluntad que aún alberga hacia ellos (v. 13). Veía cuán triste era el caso de ellos, cuán segura su ruina, al ser dejados a sus propios consejos, y siente compasión de ellos, y muestra la repugnancia con que les había dejado a merced de la insensatez y dureza de sus corazones: «¡Oh, si me hubiese escuchado mi pueblo!» (v. Is. 48:18). De manera semejante se lamentó el Señor Jesús de la obstinación de Jerusalén (Lc. 19–42). Las expresiones son muy emotivas, e indica cuán fuerte es el deseo de Dios de que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9).
(B) Los grandes beneficios que Dios tenía reservados para su pueblo y que les habría dispensado si ellos le hubiesen sido obedientes (v. 14): «En un momento habría yo derribado a sus enemigos». En Dios, y sólo en Él, hay que confiar para ganar la victoria contra nuestros enemigos. Con sólo volver su mano (v. 14b), los que odian a Jehová se le habrían sometido (v. 15) y, a pesar de todos los intentos de los enemigos, les habría sido para siempre (lit.), ya sea la humillación de los enemigos, ya sea la prosperidad y seguridad de Israel, pues habrían dispuesto de todo lo mejor, de lo mejor del trigo, y con miel de la peña les saciaría (comp. Dt. 32:13).
(C) Obsérvese que lo único que Dios requería de ellos era que le escuchasen (vv. 8, 13), como un discípulo al maestro como un criado al amo, como un hijo a su padre, y que anduviesen en los caminos de Dios (v. 13b). La obediencia es el camino hacia la felicidad, así como el pecado es el camino hacia la desgracia y la destrucción.
Nota del traductor: La última frase del versículo 5: «Oían una lengua (hebreo, sefat = lenguaje) desconocida», merece un breve comentario. El original dice literalmente: «Lenguaje (que yo) no conocía (comencé) al oír (éste es el único modo de traducir este imperfecto)». Habla, pues, el salmista como representante de Israel al tiempo de la salida de Egipto. Dice Kirkpatrick: «Comenzó (Israel) a oír al Dios a quien todavía no había aprendido a conocer como al que se revela Dios de la redención, hablándoles (a Israel) en las portentosas obras de la liberación de Egipto». Estaría, pues, implicado aquí todo lo que leemos ya en el capítulo 3 del Éxodo: «lenguaje de Dios, desconocido para Israel». Todas las demás interpretaciones (v. Arconada) resultan absurdas u oscuras.
Este salmo es parecido al 58 y semejante al oráculo de Isaías 3:13 y ss. Dios, como Supremo Juez, llama a cuentas a los administradores de la justicia en Israel, los cuales no desempeñan su cargo con la equidad necesaria. Tenemos aquí, I. La dignidad de la magistratura y su dependencia de Dios (v. 1). II. Las obligaciones de los jueces (vv. 3, 4). III. Los males que ocasionan los malos jueces (vv. 2, 5). IV. La sentencia que contra ellos pronuncia Dios (vv. 6, 7). V. El deseo y la oración de todos los buenos de que el reinado de Dios se extienda a toda la tierra (v. 8).
Versículos 1–5
1. Supremo poder de Dios sobre todos los concejos y tribunales del mundo (v. 1): «Dios se levanta, con lo que asume una posición de poder en la reunión de Dios, es decir, convocada por Dios (hebreo, El, con que se designa al Todopoderoso); en medio de los jueces (lit. dioses) juzga» (v. la explicación en el comentario al Salmo 58). Es muy poco probable que el vocablo designe a los ángeles, una vez que los aquí interpelados son criticados por Dios y sentenciados a muerte (v. 7). Sin duda, se refiere a los jueces injustos, quienes, como capacitados para juzgar, participan del divino privilegio de hacer juicio y justicia (comp. con Mt. 7:1). Que consideren esto los magistrados y tengan temor de Dios, pues Dios está con ellos en los juicios (Dt. 1:17; 2 Cr. 19:6). Que los súbditos también consideren esto y se consuelen, pues los buenos jueces están bajo la dirección de Dios, y los malos jueces están bajo el freno de Dios.
2. Encargo que se da a todos los magistrados de que hagan el bien con el poder que se les ha conferido y del que tendrán que rendir cuentas al que se les confirió (vv. 3, 4): «Defended al débil y al huérfano, a los que no tienen medios de fortuna ni pueden defenderse a sí mismos. Los magistrados tienen que ser, en general, como padres de los necesitados. Deben administrar justicia imparcialmente, haciendo justicia al afligido y al menesteroso (v. 3b) y librándolos de mano de los impíos (v. 4), ya que ellos no pueden escapar por sus propios medios.
3. Cargo que se hace contra los malos magistrados (vv. 2, 5): Juzgan injustamente, contra las normas de la equidad y los dictados de la conciencia. Obrar injustamente es malo, pero juzgar injustamente es peor, porque es obrar el mal bajo la capa del bien. Se les dice con toda claridad que su deber, por oficio, era proteger y librar a los pobres; pero ellos juzgan injustamente, pues no saben, no entienden (v. el contraste con 1 R. 3:9), es decir, no están cualificados para ejercer debidamente su oficio. El terrible resultado de este pecado era que, por este injusto proceder de los malos jueces, toda la vida ciudadana se tambaleaba: «tiemblan todos los cimientos de la tierra».
Versículos 6–8
1. La dignidad del oficio de magistrado es reconocida por Dios (v. 6): «Yo (enfático en el original) dije: Vosotros sois dioses (hombres investidos de una prerrogativa divina), y todos vosotros hijos del Altísimo». Al participar, en cierto modo, de la naturaleza divina, deberían conformar su modo de juzgar al de su Padre Celestial. Dios había delegado en ellos, con el poder de juzgar, el poder de regir la sociedad mediante la justicia y su producto, que es la paz pública. A pesar de estos privilegios, en cierto modo
«divinos», estos jueces se habían comportado tan mal que a continuación se les sentenció a morir como (los demás) hombres (v. 7). Y así como los príncipes caen bajo el juicio de Dios, también vosotros caeréis.
2. El Dios de los Cielos y Dueño del Universo es ensalzado (v. 8). Comoquiera que los jueces de la tierra son injustos, el salmista pide a Dios que actúe como Juez Soberano y juzgue no sólo a Israel, sino a toda la tierra, ya que al ser el dueño de todas las naciones tiene también el derecho de juzgarlas y gobernarlas a todas. Los cristianos podemos repetir esta oración, y pedir que venga el reino de Dios y, para ello, que venga de nuevo el Mesías a juzgar a toda la tierra, ya que se la han prometido como posesión suya (2:8).
Éste es el último de los salmos que llevan en el título el nombre de Asaf. Hay quienes opinan que el trasfondo es la conjuración contra Josafat (2 Cr. 20). Otros piensan que hace referencia a todas las confederaciones de las naciones vecinas contra Israel, desde la primera hasta la última. El salmista apela aquí: I. Al conocimiento de Dios, y le presenta los planes y esfuerzos de los enemigos para destruir a Israel (vv. 1–8). II. A la justicia de Dios mediante una urgente petición para que Dios haga fracasar los planes enemigos (vv. 9–18).
Versículos 1–8
I. Como el pueblo de Dios se hallaba en gran peligro, el salmista pide a Dios que se manifieste a favor del amenazado Israel (v. 1): «Oh Dios, no guardes silencio, sino defiéndenos contra los que nos están haciendo un daño evidente». A veces, Dios permanece callado, como si desease permanecer neutral, pero espera que clamemos a Él en oración y consultemos su palabra, así como que sigamos el curso de los acontecimientos que dispone o permite su providencia.
II. Una exposición de la gran alianza de las naciones vecinas en contra de Israel. El salmista pide a Dios que deshaga tal coalición.
1. La coalición es contra el Israel de Dios y, por tanto, contra el Dios de Israel. Odiaban a los adoradores del Dios verdadero porque odiaban al Dios verdadero y al culto que se le rendía (v. 5):
«Contra ti han concertado alianza, dice el salmista, puesto que se han conjurado contra tus protegidos (lit. tus escondidos; v. 3b). Se les llama «escondidos» (en Dios), porque Dios los cubre para protegerles de los peligros (v. 27:5; 31:20). También nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3). Así que los enemigos intentan destruir a los que Dios trata de proteger: «Rugen tus enemigos» (v. 2, comp. 2:1). Sus clamores son ruidosos. Esta es una razón poderosa para que Dios no guarde silencio. Los enemigos son insolentes y altivos (v. 2b): «Alzan cabeza» con gesto desafiante como si pudiesen prevalecer contra el Altísimo.
2. Los enemigos obran astuta y secretamente (v. 3). Por muchas e inveteradas que sean las rivalidades entre ellos mismos, se confabulan de corazón a una contra Dios (v. 5). No se contentan con nada sino con la destrucción completa de Israel, hasta que se borre del libro de la historia el nombre mismo de Israel (v. 4): «Venid y destruyámoslos para que no sean nación, y no haya más memoria del nombre de Israel». El deseo secreto de muchos malvados es que la Iglesia de Dios deje de existir y que desaparezca del mundo la religión verdadera. Así como le han cerrado el corazón, también querrían que fuese extirpada del orbe.
3. «Pero el que se sienta en los cielos se ríe de ellos» (2:4). Se mencionan aquí las naciones que entraban en esta coalición: Iban en cabeza los descendientes de Abraham y de Lot, aliados de sangre de Israel, aliados en coalición contra Israel. No hay vínculos naturales que el espíritu de persecución no pueda romper. Los filisteos y los asirios, enemigos jurados de Israel, servían de brazo (Is. 33:2), es decir, prestaban su asistencia a los descendientes de los parientes de Jacob, quienes eran los líderes de la coalición.
Versículos 9–18
El salmista ora ahora por la destrucción de estas fuerzas coligadas y, en nombre de Dios, la predice.
Esta profecía puede aplicarse a todos los enemigos de la Iglesia.
1. La derrota de anteriores coaliciones puede servir de apelación en las oraciones a Dios, porque el Dios que antes derrotó a los enemigos de su pueblo es siempre el mismo y no cambia (vv. 9 y ss.):
«Hazles como a Madián, un ejército numeroso, derrotado por su propio miedo más que por los 300 hombres de Gedeón, como a Sísara, derrotado por Dios mediante una mujer (Jue. 4:15) y muerto por otra. Fueron hechos como estiércol para la tierra (v. 10b), ya que sus cadáveres quedaron insepultos en el campo de batalla. Querían apoderarse de los dominios de Dios (v. 12), es decir, de la tierra de Canaán, posesión especial de Dios, pero arrendada por suertes a las tribus de Israel.
2. Ora a Dios que los ponga como remolinos de viento (comp. con Is. 17:13) y como hojarasca delante del viento (v. 13, comp. con 1:4; 35:5), a fin de que estén en continuo movimiento sin asiento fijo y mareados en sus proyectos, hasta que perezcan en su impiedad. Cuando la hojarasca es traída y llevada por el viento, llega, al fin, a descansar en algún rincón, pero el salmista pide no sólo que sean llevados por el viento, sino también consumidos por el fuego (v. 14). De seguro que no podrán escapar a la constante persecución de Dios (v. 15) los que sañudamente perseguían al pueblo de Dios.
3. Declara las buenas consecuencias de la confusión de los enemigos (vv. 16–18). Habían hecho todo lo posible por avergonzar al pueblo de Dios, pero la vergüenza se volvía contra ellos mismos (v. 17). Sin embargo esta vergüenza podía ser un comienzo de conversión, y esto es lo que desea el salmista (v. 16):
«Llena sus rostros de vergüenza para que busquen tu nombre, oh Jehová». Lo que con mayor vehemencia deberíamos desear y pedir a Dios es que los enemigos suyos y perseguidores nuestros sean traídos al arrepentimiento, y la única confusión que debemos desearles es la que puede dar pasó a su conversión. Pero, si las esperanzas que se han puesto en su arrepentimiento resultan fallidas, que sean confundidos y perezcan (v. 17), no por puro deseo de venganza, sino para que se muestre que Jehová tiene poder sobre toda la tierra (v. 18).
Este salmo contiene los piadosos anhelos de un alma devota hacia Dios, por lo que es muy apto para meditarlo o cantarlo en domingo. El salmista expresa con gran devoción su afecto: I. A las ordenanzas de Dios (v. 1), su deseo de ellas (vv. 2, 3), su convicción de la dicha que tienen los que disfrutan de ellas (vv. 4–7), y su gozo personal en ellas (v. 10). II. Al Dios de las ordenanzas: sus deseos hacia Él (vv. 8, 9) su fe en Él (v. 11) y la dicha de los que ponen su confianza en Él (v. 12).
Versículos 1–7
1. La admirable belleza que el salmista veía en las instituciones sagradas (v. 1): «¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!» Habla en plural para designar los distintos edificios del templo o, quizá, por su dignidad (43:3). ¡Cuán amable es el santuario para los que son santos! Las almas devotas ven una belleza especial e inefable en la santidad.
2. Sus anhelos de volver a participar del disfrute de las ordenanzas de Dios o, más bien, de Dios en ellas (v. 2). Era el deseo de todo su ser: cuerpo, alma y espíritu (comp. con 1 Ts. 5:23). Era un intenso deseo, deseo ardiente (hasta desfallecer—según indica el 2.o verbo de la primera parte del versículo 2), que le hacía cantar, no al santuario, sino al Dios vivo. Las instituciones sagradas quedan vacías si en ellas no hallamos a Dios.
3. De la misma manera que los pájaros hacen nidos donde criar sus polluelos, así quería el salmista tener su nido cerca de los altares de Jehová (v. 3). Como hace notar Bullinger (también Cohen), en el versículo 3 hay una elipsis: Después de «sus polluelos», hace falta suplir: Así también yo hallo mi casa cerca de tus altares, etc. Quienes se sienten a gusto en la casa de Dios, no pueden menos de desear que también sus hijos se sientan a gusto allí, como los polluelos en los nidos que sus madres y padres fabrican para ellos. ¿Dónde mejor que allí podemos estar tanto nosotros como los nuestros?
4. Su reconocimiento de la dicha de que disfrutan los que ejercen su ministerio en el templo (v. 4), los sacerdotes y levitas que tenían mejores oportunidades que los demás para alabar continuamente a Dios (v. 4b). Dichosos los habitantes del Cielo que no cesan día y noche de alabar a Dios (Ap. 4:8). Y dichosos los habitantes de las naciones en las que hay completa libertad para dar culto a Dios (vv. 5–7) y que llevan en el corazón el deseo de recorrer los caminos que conducen al santuario (éste parece ser el sentido del v. 5). Estas personas remontan todos los obstáculos, todas las dificultades que impiden a otros el asistir a los servicios religiosos (v. 6): Aunque pasen fatigas por llegar, a sus ojos son como un refrigerio; así cambian psicológicamente en lugar de fuentes el valle de lágrimas; aunque atraviesen por un desierto, para ellos es como un lugar que la lluvia cubre de bendiciones (mejor que «los estanques»). En lugar de rendirse ante las dificultades del viaje, cuanto más se aproximan a Jerusalén, más fuertes y alegres se sienten (v. 7):
«Van de fuerza en fuerza (cada uno); es visto delante de Dios en Sion» (lit.), esto es, ninguno de los peregrinos ha desfallecido ni abandonado el viaje. Así debe correr el creyente hacia la meta puesta delante de sí (v. Fil. 3:14).
Versículos 8–12
1. El salmista ruega ahora a Dios que le escuche y acepte su oración. Pide (vv. 8, 9) que Dios le escuche y ponga sus ojos en el rey, a quien llama «nuestro escudo», es decir, el defensor de la nación, el ungido de Dios. Invoca a Dios bajo dos gloriosos títulos: Jehová Dios de las huestes que tiene todas las criaturas bajo su mando, y el Dios de Jacob, el Dios que ha hecho pacto con su pueblo Israel.
2. Apela al amor que tiene a las ordenanzas de Dios y a su dependencia de Dios.
(A) Los atrios de Dios eran su lugar favorito (v. 10): «Porque mejor es un día en tus atrios, asistiendo a los servicios religiosos, lejos de todos los quehaceres seculares, que mil fuera de ellos ocupado en cualquier otro asunto. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, ejercer el oficio más bajo de los levitas, que habitar, aunque fuese como gran magnate, en las moradas de iniquidad. Prefiero ser portero en la casa de Dios antes que príncipe en lugares donde reina la maldad; antes permanecer en el umbral (como indica el hebreo) del templo, como un mendigo (comp. con Hch. 3:2), que en un palacio como un potentado.
(B) Dios era su esperanza, su gozo y su todo (v. 11): «Porque sol y escudo es Jehová Dios. En este mundo estamos en tinieblas, pero si Jehová es nuestro Dios, Él será para nosotros sol que ilumina y da vida, que guía e instruye. Estamos en continuo peligro, pero Él será escudo que nos defienda y proteja. Gracia y gloria dará Jehová. Gracia significa la buena voluntad de Dios hacia nosotros, así como la buena obra que lleva a cabo en nosotros, gloria significa el honor que nos otorga al darnos la adopción de hijos, así como la herencia que nos tiene preparada en el Cielo (v. 1 P. 1:4, 5). Dios nos dará gracia en este mundo como preparación para la gloria, y gloria en el otro mundo como perfección de la gracia; ambas son don libre y soberano de Dios. Ningún bien retraerá de los que andan rectamente (lit.). Esta es una promesa que comprende muchísimo y es una seguridad tan grande de paz y consuelo para los creyentes, que, cualquier cosa que deseen como algo que necesitan pueden tener la certeza de que la obtendrán, a no ser que la infinita sabiduría de Dios vea que no es realmente un bien para nosotros o que la infinita bondad de Dios nos la vaya a dar en otro momento más apropiado y conveniente para nosotros. Dichoso el hombre que en ti confía (v. 12). Verdaderamente son dichosos los que disfrutan de los privilegios de la casa de Dios. Pero si no podemos ir a la casa de Dios, siempre podemos ir por fe al Dios de la casa, y hallar en Él dicha y seguridad.
Este salmo refleja la reacción de los cautivos de Babilonia al regresar a su país y contemplar aquella desolación, y tener ante sí la magnitud de la empresa que la reconstrucción suponía. Estaban como Noé en el Arca; entre la vida y la muerte; entre la esperanza y el miedo. Al ser así las cosas: I. Aquí tenemos la paloma enviada en oración. Las peticiones contra el pecado y la ira (v. 4) y para obtener misericordia y gracia (v. 7). II. Tenemos después la paloma que vuelve con una ramita de olivo de paz y buenas nuevas: el salmista espera su vuelta (v. 8) y luego enumera los favores a Israel, de los que, por el espíritu de profecía, había dado seguridad a otros, y, por el espíritu de fe, obtenía seguridad él mismo (vv. 9–13).
Versículos 1–7
Puesto aquí el pueblo de Dios en una condición muy baja y débil, se les enseña cómo deben dirigirse a Dios.
1. Deben reconocer con gratitud las grandes cosas que Dios ha hecho por ellos (vv. 1–3). Dios se había mostrado propicio hacia el país al hacer volver a los cautivos (v. 1) y no les había tratado según se merecían, sino que les había perdonado todos los pecados (v. 2). El permitirles volver de la deportación era una señal del favor de Dios y de que estaba reconciliado con ellos. Dios había levantado (lit.) la iniquidad del pueblo, como quien quita de encima un peso intolerable, y había cubierto, ocultándolos de su vista, todos los pecados de ellos.
2. Se les enseña a pedir a Dios gracia y misericordia con respecto a la angustia presente; esto se infiere de lo anterior: «Tú has tratado bien a nuestros padres; trátanos bien a nosotros, pues somos los hijos del mismo pacto». (A) Piden que les restaure la gloria nacional que antes poseían (v. 4):
«Restáuranos (o, vuélvete a nosotros, o ambas cosas), oh Dios de nuestra salvación». (B) Piden que cesen las señales del desagrado de Dios: «Y haz cesar (lit. quiebra) tu ira de sobre nosotros». Nótese el orden: «Primero, restáuranos; después haz cesar tu ira de nosotros». (C) Piden que se manifieste la buena voluntad de Dios hacia ellos (v. 7): «Muéstranos, Jehová, tu misericordia, tu amor misericordioso; haznos saber que nos amas y que tu amor es inagotable». (D) Piden que Dios complete la obra que ha comenzado: «Y danos tu salvación», es decir, haz que la restauración que has comenzado sea completa.
3. Se les enseña a que rueguen humildemente a Dios para que les alivie de las presentes angustias (vv. 5, 6): «¿Estarás enojado contra nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de generación en generación? No estuviste airado contra nuestros padres para siempre, sino que pronto te volviste del furor de tu ira; ¿por qué has de estar airado para siempre contra nosotros? ¿No volverás a darnos vida, esto es, a reavivarnos?» (80:18). Dios había otorgado un poco de vida en su servidumbre a los cautivos (Esd. 9:8). El retorno de la cautividad había sido como una resurrección de entre los muertos (v. Ez. 37:11–14).
«Ahora, Señor—vienen a decir—¿no nos reavivarás otra vez y alzarás otra vez tu mano (Is. 11:11; v. el comentario a dicho lugar) para recobrar el remanente?» (comp. 126:1, 4; Hab. 3:2). Si Dios es la fuente de todos nuestros beneficios, también ha de ser el centro de todos nuestros gozos.
Versículos 8–13
Aquí tenemos una respuesta a las oraciones y expectaciones del pueblo.
1. En general, es una respuesta de paz. El salmista (v. 8) está como un vigía a la expectativa de lo que Dios va a hablar, como si dijese: «¡Guarda la compostura, alma mía! ¡Calla humildemente para escuchar a Dios y estar a la expectativa de lo que Él disponga! Ya he hablado bastante; ahora escucharé lo que Dios diga y acataré sus designios, porque hablará paz a su pueblo, lo que más les convenga (comp. Est.
10:3)». Tarde o temprano nos manifestará por medio de su Espíritu de su Palabra y de sus ministros, lo que va a concedernos y lo que requiere de nosotros, para que no volvamos a la locura, es decir, a los errores que nos condujeron al desastre.
2. Se enumeran luego los detalles particulares de la respuesta de paz. Nos ofrece una agradable perspectiva del estado floreciente de la congregación (literalmente, de Israel, pero aplicable a la Iglesia) en los últimos cinco versículos del salmo los cuales describen la paz y la prosperidad con que Dios bendijo a los que habían regresado de la cautividad, cuando, por fin, se asentaron en su tierra. Pero puede también tomarse como una promesa para todos los que temen a Dios y obran justicia, de que serán dichosos, y como una profecía del reino mesiánico con todas las ricas bendiciones que tal reino comportará.
(A) Su ayuda siempre a mano (v. 9): «Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen». Cuando la fabricación de ladrillos es doble de lo que se puede soportar, entonces llega Moisés. Cuando la tribulación se acerca demasiado, también se acerca la salvación, pues Dios es para los suyos socorro siempre presente en tiempo de aflicción.
(B) Honor seguro (v. 9b): «Para que habite la gloria, es decir, la presencia gloriosa de Dios, que había sido retirada (Is. 10:1 y ss.), en nuestra tierra; que el servicio de adoración a Dios quede restablecido y afianzado entre nosotros; pues esa es la gloria del país. Cuando se marcha esa gloria, Icabod, estamos perdidos; cuando vuelve la gloria Cabod, estamos salvados».
(C) El mutuo abrazo de la gracia de Dios y de la rectitud del hombre (vv. 10, 11). Estos versículos admiten tres interpretaciones complementarias: (a) Cuando el pueblo se vuelve a Dios, Él se vuelve a ellos con su misericordia: se encuentran y se besan la verdad del hombre y la misericordia de Dios. Si la verdad brota de la tierra, esto es (como dice el doctor Hammond), del corazón del hombre, el terreno apropiado para esa planta, entonces la justicia (esto es, la misericordia) de Dios mirará desde los cielos, como mira el sol al fruto de la tierra con su benéfico influjo. Éste es el sentido primordial. (b) Cuando los que gobiernan y los gobernados obran justamente, hay paz en la nación y en las familias (Is. 32:17): la rectitud y la dicha son buenas compañeras. (c) Nuestra salvación está dispuesta de modo tan admirable que Dios puede tener compasión de los pobres pecadores y estar en paz con ellos, sin hacer violencia a su verdad ni a su justicia. Esta interpretación hace honor a la verdad, pero no a la letra de estos versículos.
(D) Gran abundancia de todo lo que se puede desear (v. 12): «Yahveh dará ciertamente lo que es bueno» (lit.), todo lo que Él sabe que es bueno para nosotros, como la lluvia benéfica para la tierra, y nuestra tierra dará su cosecha, correspondiendo a la lluvia de las bendiciones divinas» (v. por contraste, He. 6:8).
(E) Guía segura por el buen camino (v. 13): «Si Israel es fiel a Dios la justicia irá delante de Él (Dios) “como un heraldo que va anunciando la salvación de su pueblo” (—como dice Kirkpatrick—, el cual traduce la segunda parte del versículo del modo siguiente:) y (nos) pondrá en el camino de sus pisadas» (lit. y hará para camino sus pisadas. Comp. con 1 P. 2:21).
Este salmo lleva por título «Oración de David». Quizás es una oración que él usaba y recomendaba su uso a otros, especialmente para días de aflicción. El salmista: I. Da gloria a Dios (vv. 8–10, 12, 13). II. Pide a Dios la gracia de que escuche sus oraciones (vv. 1, 6, 7), le preserve, le salve y tenga piedad de él (vv. 2, 3, 16), le conceda gozo, gracia y fuerzas, y honor (vv. 4, 11, 17). III. Apela a la bondad de Dios (vv. 5, 15) y a la mala voluntad de sus enemigos (v. 14).
Versículos 1–7
1. Peticiones que el salmista hace a Dios. (A) Comienza y dice: «Inclina, Jehová, tu oído y escúchame» (v. 1), con lo que pide audiencia benigna a sus peticiones. Bien se dice que Dios inclina su oído a nuestras oraciones, porque es una admirable condescendencia de Dios el que se digne tomar nota de criaturas tan miserables como nosotros, y de oraciones tan defectuosas como las nuestras. Como había dicho en 25:1, también aquí (v. 4b) dice: «A ti, oh Señor, levanto mi alma». En toda oración, ha de elevarse el alma en alas de la fe y de santos deseos. (B) Pide que Dios le tome bajo su protección especial (v. 2): «Guarda mi alma … salva a tu siervo, presérvame de todo peligro y, sobre todo, del gran mal del alma que es el pecado, y sálvame así». A todos los que Dios salva, también los preserva con su poder para la herencia celestial (1 P. 1:4, 5). (C) Pide a Dios que le mire con ojos de piedad y compasión (v. 3):
«Otórgame tu favor, Señor (comp. 57:1), porque a ti clamo todo el día» (lit.). (D) Pide a Dios consuelo interior (v. 4): «Alegra el alma de tu siervo», y dame tu liberación (comp. 90:15). Sólo Dios puede poner alegría en el corazón y hacer que se alegre el alma y, así como es deber de los que sirven a Dios servirle con alegría, así también es su privilegio ser llenos de todo gozo y paz en el creer (Ro. 15:13) y en el orar con fe, ya que la oración es la nodriza del gozo espiritual.
2. Las apelaciones con que corrobora estas peticiones: (A) Apela a su íntima relación con Dios: «Tú eres mi Dios, a quien me he entregado y de quien dependo, pues soy tu siervo que en ti confía» (v. 2). (B) Apela a la aflicción que padece (v. 1b): «Porque estoy afligido y menesteroso». (C) Apela a la buena voluntad de Dios hacia todos los que le buscan (vv. 4, 5): «A ti, Señor, levanto mi alma con deseo y expectación, porque tú, Señor, eres bueno y perdonador». (D) Apela a la buena obra de Dios en él (v. 2):
«Guarda mi alma, porque soy piadoso (hebreo, jasid». No lo dice con jactancia, sino con gratitud a Dios, que tiene especial providencia de quienes le aman (comp. con Is. 38:3; Ro. 8:28). Es como si dijera:
«Mira que soy piadoso y, sin embargo, estoy afligido y menesteroso. Pero (v. 7), en el día de mi angustia te invoco, porque tú me respondes». Bien van las cosas cuando el día de la aflicción encuentra rodando las ruedas de la oración, pues nunca dan vueltas en vano.
Versículos 8–17
Aquí el salmista, al proseguir en su oración:
1. Da gloria a Dios (v. 8): «Ninguno hay como tú entre los dioses, Señor, ni obras que sean como las tuyas» (lit.), lo cual era una gran prueba de que no había nadie como Él. También le alaba como a fuente de todo ser y, por tanto, como a centro de toda alabanza (v. 9): «Todas las naciones que hiciste de uno solo, derivan de ti su ser (Hch. 17:24–28) y dependen constantemente de ti, por consiguiente, vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre». ¿Cuál es el motivo principal? (v. 10). «Porque, como hacedor de las naciones, tú eres grande y, para demostrar tu grandeza, eres hacedor de portentos (comp. 72:17; 77:13 y ss.); así que solamente tú eres Dios y, al revés que los hombres, quienes, al ser miserables criaturas, son tan crueles e inmisericordes (v. 14), tú, Señor (v. 15), eres un Dios lleno de compasión y favorecedor, tardo para la ira y abundante en amor misericordioso y verdad» (lit. comp. Éx. 34:6). Los hombres son malignos, Dios es benigno; los hombres son falsos, Dios es fiel y veraz; los hombres son vengativos, Dios es lleno de compasión. La primera parte del versículo 16 está tomada de 25:16; la segunda, de 116:16. Como hace notar Cohen, hijo de tu sierva denota el esclavo que es parte de la familia por nacimiento dentro de la casa, lo cual le vincula al amo con mayor fuerza que el esclavo que ha sido comprado. Tiene otra buena razón para alabar y dar gracias (vv. 12, 13) a Dios por el hecho de que, en el pasado, ya le había salvado cuando estaba a punto de perecer (comp. con 56:13). Bien puede llamarle: «Señor (no, Jehová) Dios mío» (v. 12).
2. Pide insistentemente a Dios piedad y gracia. Se queja de la mala voluntad de sus enemigos, quienes no cejan en la implacable y conjunta conspiración que han tramado contra él (v. 14), gente orgullosa y violenta que no sólo tratan de darle muerte a él, sino que no tienen ningún temor de Dios: «no te tuvieron presente» (de 54:3, casi a la letra). Las peticiones del salmista son:
(A) Que obre Dios en él por medio de su gracia (v. 11): «Enséñame, Jehová, tu camino» (de 27:11); es decir, el camino que me has designado para andar en él (comp. Ef. 2:10); cuando yo dude sobre lo que debo hacer, dime claramente: éste es el camino, para que yo camine en tu verdad (comp. 26:3). Podría pensar alguien que el orden debería ser: «Enséñame tu verdad, para que yo ande en tu camino»; pero todo viene a lo mismo; es el camino de la verdad el que Dios enseña y el que debemos escoger para andar en él (119:30). Cristo es el camino y la verdad y la vida (Jn. 14:6) y el camino nuevo y vivo (He. 10:20), y hemos de aprender de Cristo, así como a andar en Él (Col. 2:6–7). «Haz uno, esto es, íntegro—no dividido—, mi corazón para temer tu nombre» (v. 11b. Lit.). Como si dijese: «Hazme sincero en mis prácticas religiosas; los hipócritas son de doble corazón; haz que el mío sea uno y entero para Dios, sin dividirlo entre Él y el mundo» (comp. Mt. 6:22–24).
(B) Que le muestre señales de su favor hacia él (vv. 16, 17). Tres cosas pide aquí: (a) Que vuelva su rostro hacia él (lit.), como a uno a quien se ama, para tener así paz y consuelo. (b) Que le de completa liberación y salvación (v. 16b): «Da tu fuerza a tu siervo y salva al hijo de tu sierva; pon fuerzas dentro de mí, a fin de que pueda valerme, y pon tu fuerza misma a favor de mí, a fin de que pueda escapar a salvo de las manos de los que traman mi ruina». (c) Que Dios le preserve su buena reputación (v. 17):
«Obra por mí una señal para bien (lit.), de forma que la vean los que me aborrecen y sean avergonzados de su enemistad contra mí, como tendrán motivo cuando se den cuenta de que tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste» (comp. 35:4).
«Este breve poema—dice Cohen—es uno de los más notables en el Salterio. Tanto en el tono como en su perspectiva es profético, en el sentido de que proclama la esperanza de un universal Reino de Dios con Sion por metrópoli». Aquí Sion: I. Es preferida al resto de la tierra de Canaán, como coronada de especiales señales del favor de Dios (vv. 1–3). II. Es preferida a cualquier otro lugar o país del mundo, como llena de hombres más eminentes y de mayor abundancia de bendiciones divinas (vv. 4–7).
Versículos 1–3
Aquí vemos el objeto o asunto del salmo; Sion y el templo edificado sobre el monte Moria. Tres cosas son de notar en alabanza del templo: 1. Que está fundado sobre el monte santo (v. 1). Está construido en un lugar elevado: «Acontecerá en lo postrero de los tiempos que será asentado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes» (Is. 2:2). Está firmemente asentado sobre montañas y collados perpetuos, pues antes se derrumbarán los montes y desaparecerán los collados, que el pacto de Dios con su pueblo sea anulado (Is. 54:10). La santidad es el cimiento y la solidez de la Iglesia; ella es la que la mantiene o impide que se hunda; no está su solidez en haber sido edificada sobre un monte, sino sobre un monte santo; sobre la promesa de Dios. 2. Que Dios ha expresado un afecto particular por él (v. 2): «Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob, ya sean en Jerusalén ya sea en cualquier otra parte del país». 3. Que hay en la Palabra de Dios muchas cosas concernientes a esto (v. 3):
«Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios». Dios había dicho del templo: «Porque ahora he elegido y santificado esta casa para que esté en ella mi nombre para siempre» (2 Cr. 7:16). Mejores cosas se dicen de ella para el futuro: «De Sion saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Is. 2:3). Sin embargo, son todavía mayores las cosas que se dicen de la Iglesia: «Es la esposa de Cristo (Ef. 5:26, 27), comprada con la sangre de Cristo (Hch. 20:28), y es linaje escogido, regio sacerdocio, nación santa (1 P. 2:9) y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt. 16:18).
Versículos 4–7
Habla ahora el mismo Dios y hace de Sion una especie de metrópoli del mundo, centro del futuro reino mesiánico.
1. Ráhab, nombre poético de Egipto, y Babel (lit.), es decir, Babilonia, los dos primeros grandes imperios de la civilización y grandes enemigos de Israel, así como otros enemigos del pueblo de Dios: Filistea, Tiro y Etiopía, llegarán al conocimiento del verdadero Dios, hasta el punto de que sus habitantes serán tenidos por ciudadanos nativos de Sion (v. 4). Todos estos extranjeros y enemigos de Israel y de Dios serán conciudadanos de los santos (Ef. 2:19). Será como un «nuevo nacimiento», según lo ve insinuado Cheyne en el texto. Más aún todos los demás ciudadanos del mundo serán tenidos también (v. 5) por nativos de Sion, y así constará en el registro de la ciudad (v. 6).
2. Los cánticos de Sion serán cantados con aire de gozo triunfal por todos los cantores y músicos. Todos ellos dirán: Todas mis fuentes están en ti (v. 7). En vez de «tañedores» habría de leerse «los que danzan» o «mientras danzan». El sentido de la última línea resulta algún tanto oscuro. El sentido más probable, según Arconada, es: Las fuentes de la salvación de los tiempos mesiánicos (Is. 12:3) o de la nueva vida (36:10), como las aguas que manan del nuevo templo (Ez. 47:1), están en Sion. O simplemente (Cohen): Sion será la fuente única de la felicidad de los pueblos, aunque también podría ser el comienzo, las primeras palabras, de un cántico. Gran honor de Sion será, como lo es de la Iglesia, que Dios sea servido y adorado con cánticos de júbilo: una obra buena, hecha con gozo (comp. con 68:25). Nota del traductor: Toda esta sección (vv. 4–7) está redactada al margen del comentario de M. Henry, quien no acierta a ver el carácter escatológico del salmo.
Este salmo es una lamentación y no concluye, como suelen acabar los salmos melancólicos, con la menor insinuación de consuelo ni gozo, sino que, de principio a fin, está envuelto en pena y tristeza. El salmista expresa aquí: I. La gran depresión de ánimo que está sufriendo (vv. 3–6). II. La ira de Dios, que es la causa de dicha depresión (vv. 7, 15–17). III. La perversidad de sus enemigos (vv. 8, 18). IV. Su oración a Dios (vv. 1, 2, 9, 12). V. Las explicaciones que, humilde y reverentemente, pide a Dios (vv. 10, 12, 14).
Versículos 1–9
Las primeras palabras del salmo son las únicas que indican un poco de consuelo, pues, antes de comenzar sus quejas, llama a Jehová «Dios de mi salvación», lo cual insinúa que, por mal que le fuesen las cosas, todavía esperaba de Dios la salvación y dependía de Él como del autor de toda salvación.
1. Vemos primero a un hombre de oración. Su único consuelo es haber orado; pero se queja de que, a pesar de su oración, todavía está en aflicción: «De día he clamado en la noche delante de ti» (lit.); en otras palabras, su clamor diario se prolongaba hasta la noche (v. 1), lo hacía «tendiendo hacia Jehová sus manos» (v. 9), como quien quería asir de Él con el anhelo de alcanzar su favor y con el temor de no conseguirlo. Y esto, «cada día» (v. 9). A Dios dirigía su oración, y de Él deseaba y esperaba respuesta (v. 2): «Llegue mi oración a tu presencia, para ser aceptada por ti».
2. Era un hombre de dolor y pesadumbre; por lo que algunos le hacen aquí tipo de Cristo. Clama: «Mi alma está saturada de males» (v. 3). También Cristo dijo: «Ahora está turbada mi alma» (Jn. 12:27). Y, en su agonía: «Mi alma está abrumada de una tristeza mortal» (Mt. 26:38), como aquí el salmista, pues dice: «Mi vida está al borde del Seol» (v. 3b).
3. Se consideraba moribundo, como si el corazón se le fuese a quebrar de tristeza (v. 5):
«Abandonado entre los muertos, como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, de quienes no te acuerdas ya para protegerme ni para proveer para mí. Me has puesto en el hoyo más profundo (lit. v. 6); tanto mi situación, como mi condición y mi ánimo no pueden estar más bajos; estoy en tinieblas, en los abismos». De esta forma tan tremenda pueden ser afligidas las buenas personas por efecto de la melancolía y la debilidad de su fe.
4. Lo que le da el mayor motivo de queja es el desagrado de Dios hacia él (v. 7): «Sobre mí pesa tu ira y (me) oprimen (lit. aprietan hacia abajo) tus olas» (comp. 42:7b). La mano de Dios pesaba fuerte contra él, de forma que estaba a punto de hundirse y desfallecer.
5. Otra circunstancia agravante de sus dolores era que sus amigos le habían abandonado. Cuando estamos afligidos, sirve de algún consuelo tener cerca de nosotros a quienes nos aman y simpatizan con nosotros; pero este buen hombre no gozaba de este consuelo (v. 8): «Has alejado de mí mis conocidos, esto es, mis amigos íntimos; me has puesto por abominación (como un leproso; comp. 31:12) a ellos; no sólo se avergüenzan de mí, sino que tienen asco de mí y me miran, no sólo con menosprecio, sino con aborrecimiento».
6. Considera su caso sin remedio, deplorable (vv. 8, 9): «Encerrado estoy y no puedo salir, como un prisionero que no tiene escape». Así que gime y dice: «Mis ojos enfermaron a causa de mi aflicción; se nota en ellos lo mucho que sufro en cuerpo y alma». Sin embargo, el llanto no ha de impedir la oración:
«Mis ojos enfermaron … pero te invoco, Jehová, cada día».
Versículos 10–18
1. El salmista pide humildemente alguna explicación a Dios acerca del deplorable estado en que se halla (vv. 10–12): «¿Obrarás portentos por los muertos, devolviéndoles la vida? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? En la mentalidad del Antiguo Testamento, los únicos capaces de alabar a Dios son «los vivientes», es decir, los que viven en este mundo. El salmista acumula todos los epítetos posibles para describir el estado de los difuntos: «sombras» (v. 10b. Lit.); «sepulcro» (hebr. québer) y «tártaro» (hebr. abaddón, lugar de destrucción), en el versículo 11; «tinieblas» (hebr. jóshekh) y «tierra del olvido» (v. 12), donde se olvida y se es olvidado.
2. Decide continuar insistentemente en la oración, al ser diferida la liberación (v. 13): «Mas yo a ti he clamado, todavía no estoy muerto, he hallado consuelo en ello y por tanto, continuaré orando, y de mañana mi oración se presenta delante de ti (lit. sale a tu encuentro)». Insinúa así que se levanta a orar antes que de ordinario, como si dijese: «Mi oración no espera hasta que me vea animado por un comienzo de tu compasión, sino que se anticipa con fe y expectación aun antes de que amanezca».
3. Pide a Dios explicación por su tardanza en escucharle (v. 14): «¿Por qué, Jehová, desechas mi alma? ¿Qué es lo que te provoca a tratarme así? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?» Ninguna cosa causa a un hijo de Dios tanto pesar como el que Dios le oculte su rostro, y de ninguna otra cosa tiene tanto miedo como de que Dios le deseche. Cuando se nubla el sol, se oscurece la tierra; pero si el sol dejase de alumbrar del todo ¡en qué calabozo se convertiría la tierra! «Me han abrumado tus terrores», continúa (v. 15b), y alude a las aflicciones con que Dios le aterra. De nuevo ve la ira de Dios y que pasa, como en oleadas, sobre él (v. 16). Por lo que parece, padece una enfermedad crónica desde la juventud (v. 15). Muchas veces, Dios aflige de esta manera a quienes prepara para servicios eminentes. Concluye el salmo, repitiendo sus frases melancólicas (v. 18): «Has alejado de mí al amigo (lit. al que ama) y al compañero, y mis amigos íntimos son las tinieblas». Dice Cohen: «Así termina esta patética historia de agonía, sin expresión alguna de esperanza. No obstante, aunque no se escuche la nota de esperanza en el último versículo, se puede insinuar, en la convicción que corre a lo largo del salmo, que el paciente está todo el tiempo en las manos de Dios. Si Él hirió, también Él puede sanar».
Muchos salmos que comienzan con quejas y oraciones, terminan con gozo y alabanza, pero éste comienza con gozo y alabanza y termina con quejas y peticiones. No se sabe cuándo y por qué fue compuesto, pero «las circunstancias—dice Cohen—apuntan al tiempo del derrumbamiento nacional ante los babilonios». I. El salmista, en la parte gozosa del salmo, da gloria a Dios, y menciona sus actos de amor misericordioso y de fidelidad (v. 1) y su pacto (vv. 2–4), pero con mayor extensión en los versículos siguientes, donde: 1. Adora la gloria y las perfecciones de Dios (vv. 5–14). 2. Se complace en la dicha de los que son admitidos a la comunión con Dios (vv. 15–18). 3. Funda todas sus esperanzas en el pacto de Dios con David, como tipo de Cristo (vv. 19–37). II. En la parte melancólica del salmo, se lamenta del presente calamitoso estado del príncipe y de la familia real (vv. 38–45), pide a Dios explicación de esta anomalía (vv. 46–49) y concluye con una oración para que Dios remedie la situación (vv. 50, 51).
Versículos 1–4
El salmista tiene una queja muy amarga que exponer en la segunda parte del salmo, con respecto a la deplorable condición de la familia real, sin embargo comienza el salmo con expresiones de alabanza.
¡Que nuestras quejas se conviertan en alabanzas!
1. Pase lo que pase, el Dios eterno es amoroso y fiel (v. 1). Sus misericordias son inagotables, y su fidelidad es inviolable; y esto debe ser materia de nuestro gozo y de nuestras alabanzas: «Las misericordias de Jehová cantaré perpetuamente, con cántico de alabanza en su honor, con cántico de gozo para mi solaz, con cántico instructivo para edificación de otros».
2. Pase lo que pase, el pacto eterno es firme y seguro (vv. 2–4): «Todo parece ahora negro, con amenaza de completa extirpación a la dinastía de David, pero digo, y tengo para ello la garantía de la Palabra de Dios, que para siempre será edificada misericordia». Si la misericordia, el amor misericordioso de Dios, está edificada para siempre, el tabernáculo caído de David será levantado un día (Am. 9:11). Dios lo juró a David (v. 3); hizo el pacto y lo cumplirá. El pacto fue de confirmar para siempre su descendencia y edificar su trono por todas las generaciones (v. 4), lo cual no se cumplió en la persona de David, pero se cumplirá en la persona del Hijo de David (v. Lc. 1:32, 33).
Versículos 5–14
Esta porción está llena de alabanzas a Dios. Vemos aquí:
1. Dónde, y por quién, ha de ser alabado Dios: «Celebrarán los cielos tus portentos, Jehová» (v. 5). Las obras de Dios son portentos incluso para aquellos que están acostumbrados a contemplarlas una y otra vez, pues cuanto más y mejor se conocen, tanto más son de admirar y alabar. «Y la asamblea de tus santos ángeles, tu fidelidad» (v. 5b. Lit.). Lo de «ángeles» no está en el original, pero se añade para mayor claridad, por paralelismo con «cielos» (comp. con Job 15:15). Los mismos ángeles (v. 7), que rodean el trono de Dios (Jer. 23:18, 22), tiemblan de pavor reverente ante la gloriosa majestad de Dios.
¡Cuánto más deberíamos temblar nosotros, miserables mortales, pecadores, cuando nos acercamos a Dios, aun en secreto! La confianza (He. 4:16) no debe oscurecer la reverencia.
2. En qué consiste alabar a Dios. Consiste en reconocer que no hay nadie como Él (v. 6): «¿Quién en los cielos se igualará a Jehová? ¿Quién entre los hijos del poder (lit.) será semejante a Jehová?» «Los hijos del poder» equivale a «los hijos de Dios»; aquí, como en 29:1, los ángeles. Insiste en el versículo 8:
«¿Quién como tú, etc.?» (comp. Is. 40:25). Entre los hombres es frecuente hallar que quienes mayor poder tienen para quebrantar su palabra, son los menos cuidadosos en guardarla, pero Dios es fuerte y fiel; puede hacer cuanto quiera, pero nunca quiere nada injusto.
3. De qué debemos dar gloria a Dios en nuestras alabanzas.
(A) Del dominio que ejerce Dios sobre las más ingobernables criaturas (v. 9): «Tú tienes dominio sobre la braveza del mar». Esto es un evidente acto de omnipotencia; por eso se preguntaban los hombres: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?», cuando Jesús calmó la tempestad.
(B) De las victorias que Dios ha conseguido contra los enemigos de su pueblo (v. 10): «Tú quebrantaste a Ráhab (Egipto) como a herido de muerte», como a quien ya no puede levantar cabeza. El recuerdo del quebrantamiento de Egipto era un consuelo para Israel frente al poder presente de Babilonia pues Dios es siempre el mismo.
(C) Del incontestable derecho de propiedad que tiene sobre todas las cosas (vv. 11, 12), pues todo lo ha creado Él y lo sostiene: los cielos y la tierra y todo lo que contienen: las riquezas del mundo y los habitantes del mundo. Especifica: (a) Los puntos más remotos del orbe (v. 12): «El norte y el sur, el mundo de un extremo al otro, tú los creaste». (b) Los puntos más altos del orbe (v. 12b): «El Tabor y el Hermón, los dos montes más altos de Palestina, saltan de júbilo a tu nombre, testifican jubilosamente tu infinita grandeza». El Tabor es el monte de Galilea en cuya cima se supone que el Señor se transfiguró.
(D) Del poder y la justicia, de la misericordia y la fidelidad, con que Dios gobierna el mundo y tiene las riendas en los asuntos de los hombres (vv. 13, 14), pero nunca puede hacer nada injusto, a pesar de ser Omnipotente: «Tienes un brazo potente … Justicia y juicio son el cimiento de tu trono, etc.». Siempre hace lo que es mejor para su pueblo y lo que concuerda con la palabra que ha hablado: «Misericordia y verdad van delante de tu rostro (v. 14b); al ser la verdad tan buena como tu palabra, y al ser la misericordia mejor que tu palabra».
Versículos 15–18
Después de haber ensalzado las grandezas del Dios de Israel, el salmista muestra ahora las bendiciones del Israel de Dios. Así como no hay nadie como Jehová (vv. 6, 8), tampoco hay ningún pueblo como el suyo (vv. 15–18), puesto que:
1. Les han sido hechos gloriosos descubrimientos y les han sido llevadas alegres noticias (v. 15):
«Dichoso el pueblo que conoce la aclamación gozosa (lit.); andará, Jehová, a la luz de tu rostro» (v. Nm. 6:25). Lo primero se refiere al sonido de la trompeta (hebreo, teruah, cuando se tocaba el sofar, el cuerno del carnero) para aclamar al rey, así como a los gritos de júbilo de los peregrinos que llegaban a Jerusalén.
También el Evangelio es una proclamación gozosa, sonido de victoria, de libertad y de comunión con Dios. ¡Dichoso el pueblo que lo escucha y lo recibe! Lo segundo es parte de la bendición sacerdotal (v. el comentario a Nm. 6:25). El favor de Dios es luz que anima y guía al creyente por el camino del bien.
2. Nunca les falta materia de gozo (v. 16). Así también los que se regocijan en Jesucristo siempre tienen bastante para contrarrestar las penas y aflicciones; por consiguiente, su gozo es completo (1 Jn. 1:4).
3. Su relación con Dios es su mayor honor y dignidad (v. 16b): «Y en tu justicia será enaltecido, es decir, la alta posición de Israel se debe al cumplimiento del pacto que Dios ha hecho con su pueblo». No se debe esto a la fuerza ni al mérito de Israel, sino al favor y a la buena voluntad de Dios (v. 17). Nótese cómo el salmista cambia súbitamente de persona («su … nuestro») para incluirse a sí mismo como miembro de una nación que disfruta de tal bendición. La expresión (lit.): «nuestro cuerno es exaltado» (comp. 75:4) tiene aquí el sentido, según Cohen, de levantar retadoramente la cabeza enfrente de sus enemigos.
4. Su relación con Dios es también su protección y seguridad (v. 17): «Porque de Jehová es nuestro escudo (el rey, comp. con 84:9) y del Santo de Israel es nuestro rey» (lit. Comp. 71:22). Si el poder procede de Dios, también procederá de Él la protección de su pueblo. ¿Quién podrá, entonces, hacernos daño?
Versículos 19–37
Ya había mencionado antes el salmista el pacto que había hecho Dios con David y su descendencia (vv. 3, 4); pero ahora vuelve a ampliar el mismo tema. Ciertamente apunta a Cristo, pues en Él se cumplió mejor que en David. Los consuelos de nuestra redención fluyen del pacto de la redención; todas nuestras fuentes están ahí (Is. 55:3). «Os daré las misericordiosas y fieles promesas hechas a David» (Hch.
13:34).
I. La seguridad que tenemos de la verdad de la promesa, lo cual puede animarnos a construir sobre ella (v. 19): «Entonces hablaste en visión a tus santos» (lit. a tus devotos). La promesa a David, a la cual se alude aquí, fue dada en visión a Natán el profeta (2 S. 7:12–17), y fue otorgada a David con juramento (v. 35). Eso fue ya suficiente; no necesitó jurar dos veces, como lo hizo David (1 S. 20:17), puesto que su palabra y su juramento son dos cosas inmutables (He. 6:17, 18).
II. La elección de la persona a la que es otorgada la promesa (vv. 19, 20). David era el rey según la elección de Dios, lo mismo que Cristo, por lo que ambos son llamados reyes de Dios (2:6). David era poderoso. Dios le enalteció y ordenó a Samuel que le ungiese. Pero esto se aplica mejor a Cristo, pues: 1. Él es poderoso, capaz de efectuar una salvación completa. 2. Como David, también Él fue escogido del pueblo (v. 19c), pues participó de nuestra carne y de nuestra sangre (He. 2:14). 3. Dios lo ha hallado; es decir, es un salvador provisto por Dios (Jn. 3:16). 4. Como a David (v. 20b), Dios lo ha ungido también a Él (Is. 61:1) y le ha constituido sacerdote, profeta y rey, le ha investido de todo poder y autoridad, y le ha resucitado de entre los muertos y lo ha sentado a su diestra. Él es el Ungido por excelencia (hebreo, Mesías; griego, Cristo).
III. Las promesas hechas a su escogido: a David como tipo, y a Cristo como el antitipo:
1. Con referencia a él mismo, como rey y siervo de Dios, se le promete aquí:
(A) Que Dios estaría con él y le fortalecería en sus empresas (v. 21): «Mi mano le sostendrá siempre,
nunca le faltará mi apoyo, y mi brazo lo fortalecerá a fin de que pueda superar todas las dificultades».
(B) Que saldría victorioso de todos sus enemigos (vv. 22, 23): «No lo sorprenderá el enemigo, etc.». Cristo salió fiador de nuestras deudas y, por eso, Satanás y la muerte pensaron que podían hacer presa en Él; pero Cristo satisfizo las demandas de la justicia de Dios y, así, no pudieron sus enemigos sorprenderle:
«Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí» (Jn. 14:30b). «Sino que quebrantaré delante de Él a sus enemigos» (v. 23); el príncipe de este mundo será arrojado, los principados y poderes serán despojados y Cristo será la muerte de la muerte misma, y la destrucción del sepulcro (Os. 13:14, 1 Co. 15:55).
(C) «Mi verdad (lit. mi fidelidad) y mi misericordia estarán con Él» (v. 24). Estuvieron con David y están con Cristo, pues Dios hizo buenas todas sus promesas a Él. Pero eso no es todo: La misericordia y la fidelidad de Dios, esto es, su gracia y su verdad, nos vienen con Cristo (Jn. 1:14 y ss.); y todas las promesas de Dios son en Él Sí y Amén (2 Co. 1:20). Así que todo pobre pecador que espere el beneficio de la misericordia y de la fidelidad de Dios, ha de saber que están en Cristo y a Él debe apelar para conseguirlas (v. 28): «Para siempre le conservaré mi misericordia; en el canal de la mediación de Cristo correrán para siempre todos los arroyos de la bondad divina para con nosotros. Y, así como la misericordia de Dios fluye hasta nosotros por medio de Él, también por medio de Él es firme la promesa de Dios a nosotros: «y mi pacto con Él será estable» (v. 28b), tanto el pacto de la redención hecho con Él (2 Co. 5:19), como el pacto de la gracia hecho en Él (Ef. 1:4 y ss.; 2:5–10).
(D) Que su reino sería grandemente ampliado (v. 25): «Pondré su izquierda sobre el mar, y sobre el gran río su diestra». El reino de David se extendía hasta el Mediterráneo y el mar Rojo, hasta el río Eufrates y el río de Egipto. Pero es en el reino del Mesías donde tendrá esto su pleno cumplimiento, y en mayor extensión, cuando los reinos de este mundo vengan a ser de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. 11:15).
(E) Que llamará a Dios su Padre, y Dios le tendrá por hijo, le nombrará su primogénito (vv. 26, 27); como llamó a su pueblo (Éx. 4:22), llama también a su rey y, con él, al antitipo: Cristo. Esto es una alusión a las palabras del mensaje de Natán que se referían a Salomón (pues también él era tipo de Cristo, lo mismo que David): «Yo le seré por Padre y él me será por Hijo» (2 S. 7:14), y así la relación será mutua y reconocida por ambas partes: «Él me invocará y dirá: Mi padre eres tú» (v. 26). Así lo hizo Cristo, en los días de su vida mortal, cuando clamó a Él con clamor y lágrimas en Getsemaní, y así nos enseñó a nosotros a dirigirnos a Dios: «Padre nuestro, etc.». Es asimismo prerrogativa de Cristo ser el primogénito de toda creación (Col. 1:15) y, como tal, el heredero de todo (He. 1:2, 6).
2. Con referencia a su posteridad. Los pactos de Dios siempre incluyen a la posteridad de aquellos con quienes pacta (vv. 29, 36): «Estableceré su descendencia para siempre y, con ella, su trono». Esto tiene diferente aplicación según se entienda de Cristo o de David.
(A) Si se aplica a David, por descendencia hay que entender sus sucesores: Salomón y los siguientes reyes de Judá. Se supone que pueden degenerar; en tal caso, han de esperar que Dios los castigue; pero, aunque sean corregidos, no serán desheredados. Esto se refiere a aquella parte del mensaje de Natán que dice: «Si él hiciese el mal, yo le castigaré … pero mi misericordia no se apartará de él» (2 S. 7:14, 15). Hasta ese punto durarán la descendencia y el trono de David. La familia de David continuó siendo una familia distinguida hasta que vino el Hijo de David cuyo trono había de durar para siempre (Lc. 1:27, 32; 2:4, 11).
(B) Si lo aplicamos a Cristo, por descendencia ha de entenderse sus seguidores, sus súbditos fieles, los creyentes, la posteridad que Dios le ha dado (Is. 53:10; He. 2:13). Ésta es la descendencia que perdurará para siempre y, en medio de ella, su trono como los días de los cielos (vv. 29, 36). Hasta el fin tendrá Cristo en el mundo un pueblo que le sirva y le honre. El reino de la gracia durará hasta el fin de los siglos, y el reino de la gloria durará por toda la eternidad. Pero también habrá pecados durante el reino de la gracia. Se supone que sus hijos pueden dejar la ley de Dios (v. 30) por omisión, y profanar sus estatutos (v. 31) por comisión. Ha habido, y hay, muchas corrupciones en la Iglesia, así como en el corazón de los que son sus miembros. Pero también se les dice lo que se les espera (v. 32): «Entonces castigaré con vara sus transgresiones, etc.». El ser discípulos de Cristo no les va a excusar de tener que rendir cuentas. Pero obsérvese lo que la vara de Dios es para el pueblo de Dios:
(a) Es una vara, no es un hacha ni una espada, puesto que es para corrección, no para destrucción.
(b) Es una vara en las manos de Dios: «Yo castigaré, etc.», no otra persona.
(c) La continuación del reino de Cristo se hace segura por la promesa inviolable y por el juramento de Dios, a pesar de todo eso: «Mas no retiraré de él mi misericordia, etc.». (v. 33). Las aflicciones que sufre el pueblo de Dios, no sólo están de acuerdo con el pacto amoroso de Dios, sino que fluyen precisamente de él. En atención a Cristo, y por medio de Él, se nos dispensa la misericordia de Dios. Dice Dios: … No retiraré de él mi misericordia» (v. 33). «No mentiré a David» (v. 35). «No desmentiré mi fidelidad. No profanaré (o, violaré) mi pacto» (vv. 33, 34. Lit.). Lo que se dice y se jura a David y a Israel y, como antitipos, a Cristo y a su Iglesia, es que Dios tendrá un pueblo suyo en el mundo mientras duren el sol y la luna (vv. 36, 37): «Su descendencia durará para siempre, como las luminarias del firmamento, para brillar en el mundo y, cuando el mundo este se haya acabado, para brillar eternamente en el firmamento del Padre» (comp. con Dn. 12:3).
Versículos 38–52
1. Tenemos ahora una queja melancólica de la presente situación deplorable de la familia de David, y el salmista no sabe cómo conciliarla con el pacto que Dios había hecho con David: «Tú has dicho que no retirarás tu misericordia, pero tú desechaste y menospreciaste a tu ungido» (v. 38). Muchas veces, no es fácil conciliar las providencias de Dios con sus promesas y, sin embargo, las obras de Dios cumplen su Palabra y nunca la contradicen.
(A) La casa de David parece haber perdido todo su interés en Dios. Dios se había complacido en su ungido, pero ahora estaba airado con él (v. 38b).
(B) El honor de la casa de David estaba por el suelo: «Has profanado su corona hasta la tierra, para ser pisoteada» (v. 39b).
(C) Estaba expuesta a ser presa de todos sus vecinos (v. 40): «Abriste brecha en todos sus vallados, en todo lo que le servía de defensa y especialmente, en el muro de protección que tú le habías construido con tu pacto y tus promesas; has destruido sus fortines … Es la burla de sus vecinos (v. 41b), quienes cantan victoria al verla caer tan bajo desde un honor tan alto. Todos sacan partido de su desgracia: Has exaltado la diestra de sus enemigos (v. 42), no sólo dándoles poder, sino inclinándoles a ejercitarlo contra la casa de David».
(D) Ella es incapaz de valerse por sí misma, porque «embotaste el filo de su espada (v. 43), de forma que no puede llevar a cabo lo que siempre pudo y, lo que es peor, embotaste su ánimo y le quitaste el valor, no lo sostuviste en la batalla» (v. 43b).
(E) Estaba a punto de acabar del todo y sin gloria (v. 45): «Has acortado los días de su juventud», refiriéndose al último rey de Judá, del cual dice Kirkpatrick: «Joaquín tenía solamente 18 años (2 R. 24:8) o según 2 Crónicas 36:9, solamente 8, cuando subió al trono y reinó sólo tres meses y diez días. La flor de su vida la pasó en el destierro, confinado en prisión en la que estuvo vestido de ignominia» (2 R. 25:29). Cuando la posteridad degenera, cae en desgracia, y su gloria queda manchada de iniquidad. ¡Cuán inclinados estamos a poner la gloria y la dicha de la Iglesia en algo exterior y pensar que, cuando las cosas van mal en este aspecto, es que no se cumplen las promesas! Pero nuestro Maestro nos advirtió que su reino no es de este mundo.
2. Ante esto, el salmista se dirige patéticamente a Dios y le dice (v. 46): «¿Hasta cuándo, Jehová?
¿Te esconderás para siempre?» Lo que más les apenaba es que Dios mismo les había dejado por largo tiempo en la oscuridad. Les parecía una noche eterna cuando Dios se retiró: ¿Te esconderás para siempre?
(A) Apela a la brevedad y vanidad de la vida (v. 47): «Recuerda cuán breve es mi tiempo» (lit. cuán huidiza cosa soy), por lo que soy incapaz de soportar tu ira. ¿Habrás creado en vano a todo hijo de hombre? (o: ¡Para qué vanidad has creado a los hijos de Adán!) Cuando se considera que el hombre es mortal y que su vida es corta, si no hubiese otra vida, podría pensarse que el hombre había sido creado en vano. Pero al haber otra vida, podemos pensar que quienes viven pocos años, pero en ellos glorifican a Dios y practican el bien, no sólo viven en comunión con Dios aquí, sino que vivirán eternamente en comunión con Él en el cielo. Además, toda la vanidad del hombre en la tierra se debe a su propia culpa.
(B) Apela también a la universalidad de la muerte (v. 48): «¿Qué hombre vivirá sin ver la muerte? El rey mismo no está exento de ella. Señor, ya que él está bajo la fatal necesidad de morir, no permitas que toda su vida sea miserable. No dejes que baje al sepulcro por las miserias de una vida triste y deshonrosa, hasta que llegue su tiempo». Nos interesa, sobre todo, asegurar nuestra dicha al otro lado de la tumba para que, cuando muramos, seamos recibidos en las moradas eternas.
(C) La siguiente apelación la toma de la bondad de Dios hacia David (v. 49): «Señor, ¿dónde están tus antiguas misericordias que juraste a David en tu fidelidad? (lit.) ¿Vas a dejar de cumplir lo que prometiste? La inmutabilidad y la fidelidad de Dios nos aseguran que Dios no desechará a los que ha elegido y con los que ha entrado en pacto.
(D) La última apelación se basa en la indignidad hecha al ungido de Dios (vv. 50, 51): «Los que nos escarnecen son enemigos tuyos; ¿y no vas a manifestarte contra ellos? Han deshonrado los pasos de tu ungido». Reflexionaban sobre todos los pasos que el rey había dado en el curso de su administración o, más bien, sobre los pasos que había dado en su marcha humillante hacia el destierro.
3. El salmo concluye con una nota de alabanza por ser la forma acostumbrada de terminar cada Libro del Salterio, no porque el autor del salmo haya abandonado su tono de lamentación.
El título atribuye este salmo a Moisés y son muchos los autores, aun entre los modernos, que admiten dicha autoría por la notable semejanza de pensamiento y fraseología con Deuteronomio 33. Tenemos en Números 14 la historia a la que parece referirse este salmo. Es probable que Moisés compusiera esta oración para que el pueblo la usase diariamente en sus tiendas, o los sacerdotes en el tabernáculo, durante la peregrinación por el desierto. I. Moisés reflexiona sobre la brevedad de la vida humana (vv. 1–6). II. Se somete a sí mismo y al pueblo a la justa sentencia de Dios contra ellos (vv. 7–11). III. Se encomienda a sí mismo, y al pueblo, a Dios, y ora para que les otorgue su gracia y su perdón (vv. 12–17). Al cantarlo, podemos aplicarlo a los años de nuestra peregrinación por el desierto de esta vida. Nos provee también de meditaciones y oraciones muy apropiadas para la solemnidad de un funeral.
Versículos 1–6
Este salmo lleva por título «Oración de Moisés». Moisés enseñó al pueblo a orar y les puso en la boca palabras que pudiesen usar al dirigirse al Señor. En estos versículos se nos enseña:
1. A dar a Dios la alabanza por los cuidados que dispensa a su pueblo en todo tiempo (v. 1): «Señor, tú nos has sido por refugio de generación en generación». Apelan a la benevolencia que desplegó Dios con sus antepasados. Canaán había sido tierra de peregrinación para sus padres los patriarcas, quienes habían vivido allí en tiendas; pero entonces Dios era su refugio y morada y, adondequiera iban, allí estaban como en casa, tranquilos y seguros, en Él. Egipto había sido por muchos años país de esclavitud, pero incluso allí era Dios el refugio de ellos.
2. A dar a Dios la gloria de su eternidad (v. 2): «Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo (comp. Pr. 8:26), como se da a luz a un niño (esto es lo que sugiere el original, comp. con Dt. 32:18), tú ya eras; desde el siglo y hasta el siglo (la forma más expresiva para designar en hebreo la eternidad), tú eres Dios». Contra todas las penalidades que surgen de nuestra condición mortal, hemos de tomar ánimo y consuelo en la inmortalidad de Dios.
3. A reconocer el absoluto y soberano dominio de Dios sobre el hombre, y su poder para disponer de él como le plazca (v. 3): «Reduces al hombre hasta convertirlo en polvo, y dices: Volved (a mí; o, más probable, al polvo; comp. Gn. 3:19), hijos de los hombres (lit., hijos de Adán). El término hebreo para
«hombre», al comienzo del versículo es enosh, que indica la fragilidad del ser humano. Los creyentes hemos de consolarnos con el pensamiento de que, aunque nuestros cuerpos hayan de volver al polvo, resucitarán después en gloria para nunca más morir.
4. A reconocer la infinita desproporción que hay entre Dios y el hombre (v. 4): «Porque mil años delante de tus ojos, una longevidad que jamás alcanzó ningún ser humano, son como el día de ayer que pasó (citado en 2 P. 3:8); menos aún: como una de las vigilias—una tercera parte—de la noche, es decir, tres horas». Entre un minuto y un millón de años hay alguna proporción, pero entre el tiempo y la eternidad no hay ninguna. Recuerden esto los que objetan sobre la tardanza del Señor en volver.
5. A ver la fragilidad del hombre y su vanidad aun en medio de su mejor estado (vv. 5, 6); consideremos bien la vida humana y veremos que es la vida de un moribundo: «Los arrebatas como con torrente de aguas. Tan pronto como nacen, comienzan a morir, y cada día nos va acercando a la muerte. Somos arrastrados como con un torrente y, no obstante, somos como un sueño, que es imagen de la muerte. En otro sentido, podemos decir que, como quienes sueñan, pensamos grandes cosas de nosotros mismos hasta que la muerte nos despierta, y el tiempo pasa sin que nos demos cuenta, como les pasa a los que sueñan; somos como la hierba o la flor de un día (vv. 5, 6, comp. con Job 14:2): lozanos en la mañana de la juventud, y marchitos en la tarde de la vejez; a veces, la guadaña de la muerte nos corta en plena juventud y aun en la infancia, pues la Parca no avisa cuando viene.
Versículos 7–11
En los versículos anteriores, Moisés se había quejado de la brevedad y fragilidad de la vida humana. Pero ahora enseña al pueblo de Israel a confesar delante de Dios que es justa la sentencia de muerte que por el pecado ha caído sobre ellos.
1. Les enseña a reconocer que la ira de Dios es la causa de todas sus miserias: «Con tu furor somos consumidos, y con tu ira somos trastornados» (v. 7). «Todos nuestros días marchan a su ocaso a causa de tu ira» (v. 9). Estamos acostumbrados a considerar la muerte como un efecto de la fragilidad de nuestra naturaleza, pero no es así; si el hombre hubiese continuado en su primitiva inocencia, no habría existido tal fragilidad. La muerte es efecto del pecado: «El pecado entró en el mundo … y por med io del pecado la muerte» (Ro. 5:12).
2. Les enseña a confesar sus pecados (v. 8): «Pusiste nuestras culpas delante de ti; nuestras faltas ocultas, a la luz de tu rostro» (lit.). Dios veía todo lo que hacían y todo lo que pensaban y lo tenía en cuenta. La mirada de Dios es una luz que lo descubre todo, por muy escondido que lo tengamos en el corazón.
3. Les enseña a que se consideren como quienes se acercan deprisa al sepulcro (v. 9); que no piensen en tener una vida larga y próspera, pues nuestros días se pasan como un suspiro. En efecto, ¿cuánto dura nuestra vida? Moisés mismo da testimonio (v. 10) de que, entonces como ahora, el término medio de longevidad, aun en países de los llamados «desarrollados», apenas pasa de los 70 años; y, en los más robustos, hasta ochenta años; y su orgullo, molestias y vanidad (lit.). A la objeción de que precisamente Moisés y Aarón llegaron a vivir 120 años, responde Maclaren: «La longevidad de ciertas personas conspicuas de aquel tiempo no garantiza la conclusión de una mayor media de longevidad, y la generación que cayó en el desierto no pudo obviamente haber vivido más del límite señalado por el salmista».
4. Les enseña, con todo esto, a tener un respeto pavoroso a la ira de Dios (v. 11): «¿Quién conoce el poder de tu ira?» El salmista habla aquí como quien tiene miedo a la ira de Dios y está atónito ante la grandeza del poder de ese enojo de Dios: ¿Quién conoce? Como si dijera: ¡Cuán pocos se dan cuenta de la intensidad de la ira de Dios, suscitada por el pecado! Quienes tienen en poco el pecado, también tienen en poco la ira de Dios y la muerte en la cruz de nuestro Salvador.
Versículos 12–17
Ahora vienen las peticiones de esta oración de Moisés, fundadas en las anteriores consideraciones.
Por cuatro cosas se les enseña aquí a orar:
1. Por un santo uso de los años que Dios nos concede (v. 12): «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que entre la sabiduría en nuestro corazón». Como si dijera: «Señor, enséñanos a darnos cuenta de la brevedad de la vida terrenal y poner así suma diligencia en emplear lo mejor posible los días que nos concedas». Cada día es de suma importancia. Quienes deseen aprender esta aritmética, deben orar para que Dios les imparta la necesaria instrucción.
2. Para que Dios retire de ellos su ira (v. 13): «Vuélvete, oh Jehová, reconcíliate con nosotros, y arrepiéntete (lit. comp. con Éx. 32:14) con respecto a tus siervos; envíanos de nuevo noticias de paz para consolarnos de esas otras tan malas noticias; pueblo tuyo somos todos nosotros (Is. 64:9); ¿cuándo cambiarás el modo de conducirte con nosotros?» En contestación a esta oración y tras la profesión que ellos hicieron de arrepentimiento, en Números 14:39, 40, Dios, en el capítulo siguiente (Nm. 15:1 y ss.), prosiguió con las leyes concernientes a los sacrificios, lo cual era señal de que se había arrepentido con respecto a sus siervos, pues si a Dios le hubiese placido matarles, no les habría mostrado tales cosas (comp. Jue. 13:23).
3. Por consuelo y gozo al devolverles Dios su favor (vv. 14, 15). Ruegan a Dios que tenga misericordia de ellos, pues no pueden presentar ningún mérito de su parte: «De mañana, cuando todavía florecemos (v. 6), sácianos de tu misericordia, no sólo para que podamos disfrutar de paz interior, sino para cantar y alegrarnos, con esas señales de tu favor, no solamente por algún tiempo, sino todos nuestros días, aunque hayamos de pasarlos en un desierto. Alégranos a la medida de los días en que nos afligiste; que los días de nuestro gozo en tu favor sean tantos como los de nuestra tristeza por tu desagrado.
4. Por el progreso de la obra de Dios entre ellos (vv. 16, 17): «Manifiéstese a tus siervos tu obra, que se vea que todo lo que tu providencia lleva a cabo es para bien de tu pueblo, y tu gloria, a sus hijos; que tengan ellos, como la tenemos nosotros, una evidencia de tu poder salvífico y benéfico a favor de tu pueblo, pues así es como mejor brilla el esplendor de tu gloriosa majestad». Quizás, en esta oración, distinguían entre ellos y sus hijos como había hecho Dios mismo en Números 14:31, 32: «Pero a vuestros niños … yo los introduciré (en Canaán) … En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto». Señor, vienen a decir, que se manifieste en nosotros tu obra, para llevarnos al arrepentimiento y a mejor humor y, luego, que se manifieste tu gloria en nuestros hijos, cumpliéndoles a ellos la promesa de la que nosotros nos hemos hecho indignos. «Descienda el favor del Señor, nuestro Dios, sobre nosotros y afianza (lit.) en nosotros la obra de nuestras manos, esto es, bendice nuestros quehaceres cotidianos; afianza (el mismo verbo de la frase anterior) la obra de nuestras manos.» La repetición de la frase muestra el gran interés que el autor del salmo-oración tiene en que Dios bendiga lo que ellos hagan. La obra de Dios por nosotros y en nosotros (v. 16), no nos descarga de la obligación de emplear bien nuestras fuerzas para servirle y honrarle, al tiempo que afianzamos nuestra elección (v. 2 P. 1:10).
Este salmo no lleva título; no se conocen ni su autor ni la ocasión en que fue compuesto. Tampoco puede asegurarse si el salmista se dirige a un individuo o a la nación. Vemos: I. La exhortación del salmista a tomar a Dios por refugio y fortín (vv. 1, 2). II. Las promesas, en nombre de Dios, a los que a Él se adhieren sinceramente: 1. Serán guardados especialmente por el Cielo (vv. 1, 4). 2. Serán librados de la mala influencia de los poderes de las tinieblas (vv. 3, 5, 6) mediante una especial preservación (vv. 7, 8).
1. Estarán bajo el cuidado de los ángeles santos (vv. 10–12). 4. Triunfarán sobre sus enemigos (v. 13). 5. Serán los favoritos especiales de Dios (vv. 14–16).
Versículos 1–8
1. Una gran verdad de amplitud general: Todos los que viven una vida de comunión con Dios, están continuamente a salvo bajo su protección y, por tanto, pueden gozar siempre de una gran serenidad mental (v. 1). El verdadero creyente habita al abrigo del Altísimo, está en la morada de Dios, vuelve a Dios y en Él descansa como en el lugar de su reposo permanente; sirve de corazón a Dios y le adora dentro del velo. Tales privilegiados moran bajo la sombra del Omnipotente; Él les sirve de refugio y cobertura.
2. La aplicación que de esto hace el salmista para sí mismo (v. 2): «Diré de Jehová, digan otros lo que digan, Él es mi refugio y mi fortín». Los idólatras llamaban a sus ídolos mauzzim, fortines inexpugnables (Dn. 11:39), pero en eso se engañaban a sí mismos, pues sólo los que hacen de Jehová su fortín están a salvo de todo ataque. Por eso, puede el salmista decir con toda seguridad: Mi Dios, en quien confío.
3. El gran ánimo que da a otros para que hagan lo mismo, no sólo por la experiencia que él tiene, sino también por la firmeza de la promesa de Dios (vv. 3 y ss.): «Él te librará, etc.». Se promete aquí:
(A) Que los verdaderos creyentes serán preservados de peligros inminentes que podrían serles fatales (v. 3). Esta promesa se extiende: (a) A la vida natural y se cumple con frecuencia cuando somos preservados de muchos peligros que nos amenazan muy de cerca. (b) A la vida espiritual, que, por la gracia de Dios, está protegida de las tentaciones de Satanás.
(B) Que Dios mismo será su protector (v. 4): «Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro», lo que alude a Deuteronomio 32:11 (comp. Mt. 23:37). Con su instinto maternal, la gallina no sólo protege a sus polluelos, sino que los llama cuando los ve en peligro para que vengan a protegerse bajo sus alas; no sólo los pone a seguro, sino que les conserva el calor. Dios se complace en compararse a un ave por el sumo cuidado con que protege a los suyos. Plumas y alas, aun extendidas con toda ternura, son débiles y frágiles; por eso se añade: «Escudo y adarga es su verdad»: la fidelidad a su promesa es una fuerte defensa. Dios está dispuesto a proteger a su pueblo como una gallina a sus polluelos, pero tiene poder para ello como un guerrero bien armado.
(C) Que no sólo los guardará del mal, sino también del temor del mal (vv. 5, 6). Con su gracia, Dios nos guarda del temor desconfiado (de ese temor que comporta castigo; 1 Jn. 4:18) en medio de los mayores peligros. La sabiduría te preservará de tener miedo sin motivo, y la fe te preservará de tener un temor desordenado. No temerás ni aun a las saetas, y sabrás que, aun en el caso de que te alcancen, no te pueden hacer daño; si alguna vez llegan a quitarte la vida natural, lejos de perjudicar a tu vida espiritual, le servirán de perfección y corona.
(D) Que serán preservados, en las calamidades comunes, del daño que a otros puedan ocasionar (v. 7): «Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra, ya sea de peste o a espada (comp. Éx. 12:23), mas a ti no llegará». Cuando vemos morir a muchos en torno nuestro, aun cuando ello pueda servirnos de aviso para estar preparados a morir, no tenemos por qué estar atemorizados, pues no estamos ya sujetos a esclavitud, como muchos, por temor a la muerte (He. 2:15). «Sólo (lit.) con tus ojos mirarás, etc.» (v. 8). Quizás aluda a Éxodo 14:31.
Versículos 9–16
Más promesas con el mismo objetivo que las anteriores.
1. El salmista asegura a los creyentes que están bajo la protección de Dios, y habla por su propia experiencia.
(A) Describe el carácter de quienes tendrán el beneficio y el consuelo de tales promesas: Son los que han puesto a Jehová por refugio; al Altísimo, por morada (v. 9), pues al permanecer en el amor, permanecen en Dios (1 Jn. 4:16). Es nuestro deber tener a Dios por morada, para vivir así en Él como en nuestra mansión; eso es lo que Él desea y a eso nos invita, como a quien le entregan la llave del piso o de la casa.
(B) Para animarnos a hacer de Dios nuestra habitación y esperar hallar en Él refugio y satisfacción, el salmista da a entender, en un inciso («que es mi refugio»; lit.), el consuelo y beneficio que él había hallado allí. Como si dijese: «Allí hay sitio para ti, como lo hay para mí».
(C) Las promesas son seguras para cuantos han hecho del Altísimo su habitación (v. 9b). Les pase lo que les pase, nada puede dañarles (v. 10): «Aunque te sobrevengan angustias o aflicciones, no habrá en ellas verdadero mal, pues procederán del amor de Dios y, así, estarán santificadas; vendrán, no para tu daño, sino para tu bien; y, aunque ninguna disciplina parece al presente ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después, etc.» (He. 12:11).
(D) El Señor de los ángeles, el que les dio el ser y les ordena lo que han de hacer, les dará orden acerca de ti (vv. 11–13), de que te guarden en todos tus caminos, es decir, en las diversas actividades de la vida cotidiana. El tentador (Mt. 4:6, Lc. 4:10, 11) citó dichos versículos del salmo, para incitar al Señor Jesús a que se echara desde el pináculo del templo, pero el salmo ciertamente no da esas seguridades a quien se expone a un peligro temerariamente y sin necesidad, ya que eso no es confiar en Dios, sino tentar a Dios. El salmista cita los animales que simbolizaban los mayores peligros («el león … el áspid … el dragón») para incluir en ellos todo peligro posible. Cristo ha quebrantado la cabeza de la serpiente infernal (Gn. 3:15) y ha despojado a nuestros enemigos espirituales (Col. 2:15). Puede aplicarse al cuidado especial de la Providencia para que no nos dañen las fieras (comp. Job 5:23) y aun para que hallemos los medios de domesticarlas (Stg. 3:7).
2. El salmista introduce después a Dios mismo, habla a los santos palabras de consuelo, y declara la misericordia que les tiene reservada (vv. 14–16). Obsérvese:
(A) A quiénes pertenecen dichas promesas; se describen mediante tres señales: (a) Los que han puesto en Dios su amor (v. 14); le aman quienes le conocen bien. (b) Los que conocen su nombre (v. 14b). No podemos conocer perfectamente su naturaleza, pero se nos ha dado a conocer por su nombre y por sus obras. (c) Los que le invocan en oración (v. 15), y guardan con Él una correspondencia constante.
(B) Cuáles son las promesas que Dios hace a los santos: (a) Que, a su debido tiempo, los librará de su angustia (v. 14); «lo libraré», y, de nuevo (v. 15), con lo que denota una doble liberación: de la angustia y en la angustia. (b) Por tanto, que si no pone fin de inmediato a sus aflicciones, estará presente y muy cerca de ellos mientras pasan por las dificultades. (c) Que responderá a sus oraciones: «Me invocará y yo le responderé mediante los actos de mi providencia y los auxilios de mi gracia, fortaleciendo el vigor de su alma» (138:3), como le respondió a Pablo con gracia suficiente (2 Co. 12:9). (d) Que los enaltecerá y dignificará: «Le pondré en alto, a salvo de todo peligro y por encima de la zona tempestuosa, en una roca sobre las olas» (Is. 33:16). Mediante la gracia de Dios, podrán contemplar desde allí, con santo menosprecio y activa indiferencia, las cosas de este mundo, mientras contemplan con santa ambición y concentrado interés las cosas del mundo de arriba. (e) Que tendrán lo suficiente para vivir en este mundo (v. 16): «Lo saciaré de vida larga; continuará en este mundo hasta que haya llevado a cabo la obra para la que vino al mundo y esté completamente maduro para el Cielo. Una persona puede morir joven y, sin embargo, morir llena de días. (f) Que tendrán vida eterna en el otro mundo, con lo que se coronan las demás bendiciones: «Le mostraré mi salvación» (v. 16b). No es probable, sin embargo, que se refiera al otro mundo—nota del traductor—, sino al especial cuidado de la Providencia en los asuntos y peligros de este mundo, pues la vida de ultratumba estaba fuera del objetivo del autor del salmo.
Éste es un salmo cultual. Según Arconada, «lo cantaban los levitas durante la libación del vino que acompañaba a la inmolación del cordero el sábado por la mañana». Por eso: I. Se recomienda aquí la acción de gracias y la alabanza, que son quehaceres del día de reposo (vv. 1–3). II. Las obras de Dios, que dieron ocasión al sábado, se proclaman aquí como grandes e inescrutables en general (vv. 4–6). En particular, con referencia tanto a las obras de la providencia como de la redención, el salmista canta a Dios sobre su misericordia y su juicio, con una triple contraposición: 1. Los impíos perecerán (v. 7), pero Dios es eterno (v. 8). 2. Los enemigos de Dios serán cortados, pero el salmista será enaltecido (vv. 9, 10).
1. Los enemigos del salmista serán confundidos (v. 11), pero todos los rectos de corazón serán fructíferos y florecientes (vv. 12–15).
Versículos 1–6
El día de reposo debe ser un día, no sólo de santo descanso, sino también de santo quehacer. El quehacer propio del sábado es alabar a Dios y darle gracias; cada día de reposo debe ser un día de acción de gracias. Un escritor judío lo refiere al reino mesiánico y titula este salmo: Salmo o cántico para la era venidera, la cual será día de reposo toda entera.
1. Se nos convoca y exhorta aquí a alabar a Dios (vv. 1–3): «Bueno es dar gracias (lit.) a Jehová». Cosa buena es alabar a Dios; buena en sí, y buena para nosotros. (A) Cómo hemos de alabar a Dios (v. 2): Anunciando su misericordia y su fidelidad. No sólo hemos de proclamar la grandeza, la majestad, justicia y santidad de Dios, que enaltecen a Dios, pero nos infunden pavor, sino también su misericordia y fidelidad, ya que su bondad es su gloria (Éx. 33:18, 19; 34:6, 7), y con eso proclama Él su nombre. Su misericordia y su verdad son los grandes soportes de nuestra fe y de nuestra esperanza, y los grandes estímulos de nuestro amor y de nuestra obediencia. Esto se hacía entonces, no sólo con cantos, sino también con acompañamiento de instrumentos de música (v. 3). (B) Cuándo hemos de alabar a Dios:
«Por la mañana … y cada noche» (v. 2), no sólo en día de sábado, sino todos los días; y no sólo en pública asamblea, sino también en secreto y en familia. Hemos de comenzar y terminar cada día con alabanzas a Dios.
2. El salmista mismo nos sirve aquí de ejemplo (v. 4): «Por cuanto me has alegrado, Jehová, con tus obras. En las obras de tus manos me gozo». Por el recuerdo gozoso de lo que Dios ha hecho por nosotros, podemos contemplar una gozosa perspectiva de lo que ha de hacer en el futuro. No podemos comprender la grandeza de las obras de Dios y, por tanto, debemos admirarlas con reverente adoración. «Las obras de los hombres son pequeñas y triviales, pero tus obras, Señor, son grandes e inconmensurables, ya que tus designios son muy profundos y, por ello, inescrutables» (v. 5). La grandeza de las obras de Dios nos debe llevar a la consideración de la profundidad de sus designios.
3. Se nos amonesta a no menospreciar las obras de Dios, mediante la descripción de los que no les prestan atención (v. 6): «El hombre bruto, al que dominan sus instintos animales (comp. 73:22) no conoce, no comprende, y el necio (hebreo, khesil) no entiende esto» (lit.). Quienes no perciben las obras de Dios ni le dan, por ellas, la gloria que les corresponde, son necios y brutos de verdad.
Versículos 7–15
El salmista había dicho (v. 4) que de las obras de Dios obtenía gozo, y aquí lo muestra.
1. Canta victoria sobre los enemigos de Dios (vv. 7, 9, 11). Cuando florecen, como la hierba (tan densa, tan verde, tan crecida), los obradores de iniquidad (con pompa, poder y prosperidad), podría pensarse que era una señal manifiesta del favor de Dios; pero es precisamente todo lo contrario: «La cómoda indolencia de los necios los echará a perder» (Pr. 1:32b). Su prosperidad es para ser destruidos eternamente (v. 7b). Al ser enemigos de Dios, han de perecer sin remedio (v. 9), pues nadie puede endurecer su corazón contra Dios y prosperar. El salmista podrá contemplar con satisfacción la derrota de sus enemigos (v. 11); si no hallan en ella ocasión para arrepentirse, a nadie deben culpar de su propia ruina.
2. Canta victoria en Dios, en su gloria y en su gracia.
(A) En su gloria (v. 8): «Mas tú, Jehová, para siempre eres Altísimo» (lit. excelso, puesto en alto),
para pronunciar juicio: castigo para los malvados, vindicación de los justos.
(B) En su gracia: en su favor y los frutos de éste (v. 10): «Pero tú has levantado mi cuerno como el cuerno del búfalo». Dios le ha dado tremendas fuerzas, poder humanamente invencible. Luego enumera los distintos favores que Dios le ha dispensado:
(a) «Soy ungido con aceite fresco (esto es, nuevo)». El aceite se usaba en ocasiones de júbilo como símbolo de alegría (23:5; 45:7). Dios le da al salmista continuos motivos para estar contento. Todo creyente tiene motivos fundados para estar alegre (Ro. 15:13); el gozo es el segundo efecto del fruto del Espíritu Santo (Gá. 5:22).
(b) «El justo Florecerá como la palmera» (v. 12), la cual tiene cuerpo esbelto y bellas ramas («palmera» es, en hebreo, tamar, lo que explica que sea un nombre bello para una bella mujer); siempre está verde, y su fruto, los dátiles, es muy agradable. En cambio, los impíos florecen como la hierba (v. 7), pero para perecer. Se ha dicho que la palmera «sub póndere crescit» = crece bajo el peso; es decir, cuanto más la aprietan, mejor crece; así crece y prospera el justo bajo sus cargas y tribulaciones, y da frutos de santificación. Está prometido que darán fruto incluso en la vejez (v. 14). Otros árboles, cuando se hacen demasiado viejos, cesan de dar fruto, pero en los árboles de Dios la fuerza de la gracia no decae con la falta de las fuerzas naturales. Muchas veces, los últimos días de los santos son los mejores días, y su obra la mejor que han hecho en su vida.
(c) «Crecerá como el cedro en el Líbano» (v. 12b). Cuando Dios da verdadera gracia, también da creciente gracia. Los árboles de Dios crecen más y más, como los cedros del Líbano, famosos por su altura y esbeltez; siempre hacia el Cielo y prestos para buenos usos. Los santos son presentados como
«árboles de justicia» (Is. 61:3, comp. Sal. 1:3).
(d) Son «plantados en la casa de Jehová» (v. 13). Los árboles de justicia no crecen por sí mismos; son plantados; y no en suelo común, sino en la casa de Jehová. No es corriente que los árboles sean plantados en una casa pero de los árboles de Dios se dice que son plantados en su casa, porque de su gracia, de su Palabra y de su Espíritu es de donde ellos reciben la savia y la virtud que los conserva vivos y los hace fructíferos.
Este breve salmo presenta el honor del reino de Dios entre los hombres. Alude al reino de la Providencia, por el que Dios gobierna el mundo, y al reino de la gracia, por el que asegura la salvación de su pueblo. No lleva título. Se desconoce su autor y la ocasión en que fue compuesto: I. Jehová es rey majestuoso (vv. 1, 2). II. Tiene mayor poder que ninguna fuerza creada (vv. 3, 4). III. Tanto su Palabra como su casa son santas y dignas de adoración (v. 5).
Versículos 1–5
«Jehová reina» (v. 1). Éste es el cántico de la Iglesia glorificada (Ap. 19:6). Como hace notar Bullinger—nota del traductor—todos los salmos que comienzan así, terminan con la nota de santidad y son, sin duda alguna, escatológicos. Es, por tanto, incorrecto, aplicarlos a la era presente. Dice Cohen:
«Los antiguos comentaristas daban a estos salmos una interpretación mesiánica, relativa a un mundo reformado en el futuro». Y tenían razón. Este es, pues, el sentido que daremos al comentario siguiente.
1. Dios reina gloriosamente: «se viste de majestad».
2. Dios reina poderosamente: No sólo se viste de majestad, como un príncipe en su corte, sino también de poder, como un general en el campo de batalla. Tiene, pues, con qué sostener su majestad y hacerse de temer. «Se ciñó a sí mismo», no lo ciñó otra persona, ya que ni su fuerza ni su poder para administrarla se derivan de otro. Y aunque Dios se ciñe de majestad y poder, condesciende a cuidar de este mundo y de sus asuntos.
3. Dios reina eternamente (v. 2): «Firme está tu trono desde siempre (lit.); desde la eternidad eres tú (enfático en el hebreo)». La administración entera de su gobierno está fundada en los designios eternos de Dios. Al ser Dios eterno, también lo son su trono y todas las disposiciones que emanan de Él, ya que en la mente eterna sólo puede haber pensamientos eternos.
4. Dios reina triunfalmente (vv. 3–4): «Alzaron los ríos su fragor, que es su voz». Con lo que alude a las «recias olas del mar» (v. 4), dice el Midrás: «Las olas son las naciones» (comp. con 2:1, 2). Comenta Arconada: «El sentido escatológico del salmo favorece esta interpretación: en las ultimidades de la historia, las naciones se opondrán a Jehová y a su Mesías. Esos pueblos enemigos suelen representarse por ríos desbordados (Jer. 47:1), por torrentes impetuosos (Jer. 46:7) o por el estruendo de muchas aguas (Is. 17:12)». En acomodación devocional, podemos aplicarlo a las tentaciones del exterior y a los tumultos que sentimos en nuestro interior, pero si el Señor reina en nuestro corazón, aun los vientos y el mar le obedecerán. En medio de toda esta tormenta, viene de arriba un ancla inamovible (v. 4): «Jehová en las alturas es más poderoso». El poder de los enemigos de la Iglesia es como el estruendo de las muchas aguas (v. 4b). Es mayor el ruido que la sustancia: «Faraón rey de Egipto no es más que ruido» (Jer. 46:17). La soberanía ilimitada y el poder irresistible del gran Jehová animan muchísimo al pueblo de Dios, con respecto a todos los ruidos y dificultades que les salen al paso en este mundo (46:1, 2).
5. Dios reina con justicia y santidad (v. 5). Todas sus promesas son inviolablemente fieles: «Tus testimonios son muy fidedignos». Tan grande como el poder para proteger a los suyos es su fidelidad a las promesas que ha hecho con respecto a la seguridad y al triunfo de ellos. la Iglesia de Dios está en la casa de Dios. La santidad de esa casa es su hermosura, su fuerza y seguridad. Es precisamente la santidad de la casa de Dios la que la asegura contra las muchas aguas y el estruendo de dichas aguas. Donde hay pureza, habrá también paz.
Este salmo contrasta con el anterior y con los que le siguen, pues trata de la triste realidad que nos presenta el mundo de hoy, lejos de la victoria total del bien en la era escatológica. No se conoce el autor ni la ocasión en que fue compuesto. Dos cosas presenta aquí el salmista: I. Convicción y terror para los perseguidores del pueblo de Dios (vv. 1–11), les muestra el peligro al que se exponen y la insensatez que muestran. II. Consuelo y paz para los perseguidos (vv. 12–23), les asegura, con base en la promesa de Dios y en la propia experiencia del salmista, que sus aflicciones tendrán un final feliz.
Versículos 1–11
1. Solemne apelación a Dios contra los crueles perseguidores de su pueblo (vv. 1, 2).
(A) Los títulos que le dan a Dios para estimular su fe en la apelación que le hacen: «Jehová, Dios de las venganzas» (v. 1); «Juez de la tierra» (v. 2). Él es el Juez, el Supremo y único verdadero Juez del Universo, del cual proceden todos los juicios de los hombres. El Dador de la ley pronuncia sentencia sobre cada persona, conforme a sus obras, según las normas de dicha ley. Sus decisiones no admiten apelación a otro tribunal superior, porque no lo hay. No sólo tiene poder para hacer justicia, sino que a su misma naturaleza pertenece el hacerla, pues es el Dios de las venganzas, que no permitirá que la fuerza prevalezca contra la verdad y el bien. Esta es una buena razón para que no debamos vengarnos nosotros mismos, pues Dios ha dicho: «Mía es la venganza» (Ro. 12:19). Así que el que se venga usurpa una prerrogativa que es exclusiva de Dios.
(B) Qué es lo que le piden a Dios. Le dicen: «Señor, muéstrate; hazles saber que eres Jehová y que estás dispuesto a mostrarte fuerte a favor de aquellos cuyo corazón es recto contigo». Los enemigos pensaban que Dios estaba vencido porque lo estaba su pueblo. «Da a los soberbios su merecido por la insolencia con que te insultan a ti, más aún que por las injurias que le han hecho a tu pueblo».
2. Se quejan humildemente a Dios de la soberbia y la crueldad de los opresores (v. 3): Son impíos; son (v. 4) hacedores de iniquidad; por eso aborrecen y persiguen a los que hacen el bien, pues eso les avergüenza y les condena. Son arrogantes y se jactan de sí mismos y del mal que hacen (v. 5): A tu pueblo, Jehová, quebrantan, etc. Son también inhumanos, pues hacen sufrir a los que no pueden valerse por sí mismos: a la viuda, al extranjero, a los huérfanos (v. 6); «¿Hasta cuándo seguirán obrando así?» (vv. 3, 4).
3. El cargo de ateísmo práctico que se les hace (v. 7): «Y dicen: No lo ve Yah (abreviatura de Jehová), no se entera el Dios de Jacob». Pero el que piense que Jehová, el Dios viviente, no ve, o que el Dios de Jacob no se entera de las injurias hechas a su pueblo, sólo merece los nombres de bruto y necio (v. 8. Lit. Los mismos términos hebreos de 92:6). Dios ve y se entera de todo lo que hacemos. «Comprended a tiempo, pues mientras hay vida, hay esperanza. Las obras de la creación (v. 9), la formación del cuerpo humano, prueban que hay Dios y que posee de manera infinita y trascendente todas las perfecciones que puedan hallarse en las criaturas: El que plantó la oreja, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?» Los dioses de los paganos tenían ojos y no veían, orejas y no oían; nuestro Dios no tiene ni ojos ni orejas y, sin embargo, ve y oye, pues de Él nos vienen esas facultades. «El que amonesta a las naciones (v. 10),
¿no castigará a su propio pueblo que conoce la ley revelada por Dios?» El mismo verbo hebreo se emplea para amonestar, corregir e instruir, porque la corrección tiene por objeto instruir, y no es efectiva la instrucción que no va acompañada de corrección. «Él, que enseña al hombre el conocimiento (lit.),
¿carecerá de conocimiento?» Esta última frase no está en el texto, pero se sobrentiende. ¿Cómo va a carecer de sabiduría el que ha dado al hombre la luz de la razón y de la revelación, y le ha mostrado en qué consiste la verdadera sabiduría y el entendimiento? (v. Job 28:23, 28). Dios se entera incluso de lo que pensamos (v. 11): «Jehová conoce los pensamientos de los hombres, que ellos (los hombres, ya que “ellos” es masculino, mientras que majsheboth = pensamientos, es femenino) son insustanciales (lit. vanidad, soplo o vapor)». Los buenos pensamientos son palabras secretas para ser conocidas de Dios, pero los malos son vanidades insustanciales que provocan a Dios.
Versículos 12–23
El salmista profiere ahora palabras de consuelo a los santos que sufren. Lo hace basado en las promesas de Dios y en su propia experiencia.
1. Basado en las promesas de Dios, las cuales no sólo les preservan de la calamidad, sino que les aseguran la verdadera dicha (v. 12): «Dichoso el hombre a quien tú, Yah, corriges». Aquí el salmista eleva la mirada por encima de los instrumentos de aflicción, y se fija en las manos de Dios, con lo que el castigo cambia de color. Los enemigos quebrantan al pueblo de Dios (v. 5); pero Dios, mediante ese quebranto, corrige a su pueblo, como un padre al hijo en quien tiene su deleite; los perseguidores son sólo la vara con que los corrige. Aquí se promete:
(A) Que el pueblo de Dios obtendrá bienes de sus sufrimientos. Cuando Dios les castiga, les enseña (v. 12b), y dichoso es el hombre que recibe esta disciplina divina, pues nadie enseña como Dios. Cuando somos castigados, hemos de orar ser instruidos, y ver en la ley de Dios el mejor expositor de su Providencia. No es el castigo mismo el que hace bien, sino la enseñanza que le acompaña y explica.
(B) Que el pueblo de Dios obtendrá paz de sus sufrimientos (v. 13): «Para hacerle descansar (no física, sino mentalmente, comp. Is. 7:4) en los días de aflicción». Dice Cohen: «El hombre que ha aceptado la instrucción de Dios no perderá ánimos ni fe en los días de prueba, porque está convencido de que llegará el día de dar cuentas».
(C) Que verán la ruina de los que eran instrumentos de sus padecimientos (v. 13b).
(D) Que, aunque se hallen abatidos, no quedarán abandonados (v. 14). Les pase lo que les pase, Dios no los desechará, no los borrará de su pacto ni les retirará su protección. El Apóstol Pablo se consolaba grandemente con esto (Ro. 11:1).
(E) Que, por mal que marchen ahora las cosas, se han de arreglar un día (v. 15): «El juicio será vuelto a la justicia», es decir, los tribunales de justicia volverán a dictar sentencia de forma justa y equitativa, y abundarán los rectos de corazón que busquen la justicia. Todo esto será obra de Dios a favor del pueblo, para que Israel recobre su prosperidad. Esta misma esperanza nos ha de consolar cuando parezca que las cosas marchan mal en contra nuestra.
2. Basado en sus experiencias y observaciones personales.
(A) Él y sus amigos habían estado oprimidos por crueles tiranos que disponían del poder necesario para abusar de los buenos ciudadanos. Eran malignos y hacedores de iniquidad (v. 16). Se entregaban a toda clase de impiedad e inmoralidad, de forma que su tribunal era inicuo (v. 20). La iniquidad es suficientemente atrevida aun en el caso de que las leyes humanas la persigan, pues raras veces resultan efectivas, pero ¡cuánto más insolente y dañina es cuando está respaldada por la ley! Estos obradores de iniquidad condenaban la sangre inocente (v. 21b) haciendo agravio bajo forma de ley (v. 20b), lo mismo que hicieron contra Daniel (Dn. 6:7) para echarle al foso de los leones. Así han sido tratados con frecuencia los mayores bienhechores de la humanidad, bajo capa de ley y justicia, como si fueran los peores malhechores.
(B) La opresión que sufría pesaba gravemente sobre ellos. El salmista se veía a sí mismo, si no fuese por la ayuda de Dios, morando en el silencio de la tumba (v. 17, comp. con 115:17), estaba «en las últimas» sin saber qué decir ni hacer. El Apóstol había recibido, en un caso similar, dentro de sí respuesta (lit.) de muerte (2 Co. 1:8, 9). El salmista decía: «Mi pie resbala» (v. 18, comp. con 38:16; 73:2). Una multitud de pensamientos contradictorios le dejaban perplejo, sin saber en qué iba a parar aquello ni qué medidas tomar.
(C) En su apuro, buscó ayuda, socorro y alivio (v. 16): «¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Tengo algún amigo que se preste, por amor, a socorrerme?» Miraba en derredor y no veía a ninguno. Cuando Pablo fue llevado ante el tribunal de Nerón, ninguno estuvo a su lado (2 Ti. 4:16). Le gritaban al Señor (v. 20): «¿Se aliará contigo el tribunal inicuo?» Como si dijese: «¿Es posible que estos inicuos puedan resguardarse bajo el pretexto de que administran la justicia en nombre de Jehová?» Sólo cuando está a favor de la equidad y de la justicia puede decirse que un tribunal es aliado de Dios. El tribunal inicuo no puede en modo alguno tener comunión con Dios.
(D) Hallaron socorro y alivio en Dios, y sólo en Él. Por eso, habla el salmista de la ayuda de Jehová (v. 17), cuando se pone en Él la confianza y se espera de Él el alivio. «Si no fuera por eso, dice, nunca habría podido conservar el dominio de mí mismo; pero al vivir por fe en Él, he podido conservar la cabeza por encima del agua.» El socorro que recibimos se lo debemos no sólo al poder de Dios, sino a su misericordia (vv. 18, 19): «Tu misericordia, Jehová, me sustenta. Tus consolaciones alegran mi alma cuando son muchas las preocupaciones dentro de mí. Cuando se agolpan en mi mente los pensamientos inquietantes, sólo el consuelo que tú me ofreces sirve para aquietar mi mente y dar paz a mi alma». Las consolaciones de Dios llegan hasta el alma, no sólo hasta la imaginación y le dan la paz y el gozo que no pueden darle las sonrisas del mundo, ni pueden quitarle los enfados del mundo.
(E) Dios es, y siempre será, Justo Juez, protector del derecho y castigador del mal; de esto tenía el salmista la seguridad y la experiencia (v. 22): «Cuando nadie quiera, o no pueda, o no se atreva a defenderme, Jehová es mi baluarte, para preservarme de la maldad de mis apuros, para no hundirme bajo su peso ni ser arruinado por ellos; y es la roca de mi refugio, en cuyas hendiduras puedo cobijarme y encima de la cual puedo asentar mis pies para estar fuera del alcance de todo peligro».
Para la exposición de este salmo, podemos tomar prestado mucho material a Hebreos 3 y 4, pues allí se dice expresamente (He. 4:7) que la exhortación de los versículos 7 y 8 tiene vigor en el presente. El autor y la ocasión se desconocen. Lo de Hebreos 7 («por medio de David») no significa otra cosa, sino que la cita se halla en el Salterio de David, no precisamente que David compusiera este salmo. Al cantar un salmo como este («hímnico, litúrgico y procesional»—como dice Arconada—), hemos de procurar: I. Hacer melodía a Jehová (vv. 1, 2) como a nuestro gran Dios (vv. 3–5) y nuestro gran bienhechor (vv. 6, 7). II. Tomar aviso y enseñanza para nosotros mismos y para otros; aquí, en concreto, a escuchar la voz de Dios (v. 7) y no endurecer nuestro corazón como lo hicieron los israelitas en el desierto (vv. 8, 9), para no caer bajo la ira de Dios ni perder el reposo prometido, como les pasó a ellos (vv. 10, 11).
Versículos 1–7
Aquí el salmista, como en otros lugares, se estimula a sí mismo y estimula a otros a alabar a Dios.
1. Cómo ha de ser alabado Dios. El cántico de alabanza ha de ser ruidoso, de aclamación (vv. 1, 2). El gozo espiritual es el corazón y el alma de la alabanza agradecida. Al mismo tiempo que cantamos con júbilo a la roca de nuestra salvación (v. 1b), hemos de decir con humilde reverencia y santo pavor (v. 6):
«Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor» como es propio de quienes se percatan de la infinita distancia que media entre nosotros y Dios. Con júbilo y alegremente hemos de aclamarle con cánticos (vv. 1, 2). Hemos de alabar a Dios conjuntamente, unánime y concertadamente, en las asambleas de la congregación; «ante su presencia» (v. 2), es decir, en su santuario.
2. Por qué ha de ser alabado.
(A) Porque es un gran Dios (v. 3), Soberano del Universo. (a) Tiene gran poder: «Es Rey grande sobre todos los dioses», los cuales no tienen realidad ninguna (comp. 96:4, 5). No hay motivo alguno para tomar aquí «dioses» en el sentido de ángeles o jueces. (b) Tiene grandes posesiones; suyo es todo, porque Él lo hizo todo (vv. 4, 5). ¡Cuán grande es el Dios que creó el Universo y lo gobierna! También puede aplicarse al Señor Jesucristo, por quien todas las cosas fueron hechas (Jn. 1:3) y por medio del cual habían de ser reconciliadas (Col. 1:20).
(B) Porque es nuestro Dios. No sólo tiene dominio sobre nosotros como lo tiene sobre el resto de la creación, sino que tiene relación especial con nosotros (v. 7): «Él es nuestro Dios; nosotros somos el pueblo de sus pastos (comp. 74:1; 79:13) y el rebaño de su mano, que se halla bajo su cuidado y conducción». Los creyentes somos sus ovejas, y Él es nuestro Buen Pastor (Jn. 10). Ante Dios, como ante nuestro Hacedor y Señor hemos de arrodillarnos (v. 6). Los idólatras se arrodillan ante dioses que ellos mismos han hecho, nosotros nos arrodillamos ante un Dios que nos ha hecho a nosotros. Por eso, puede ser la roca de nuestra salvación (v. 1b).
Versículos 7–11
La última parte del salmo es una exhortación a los que cantan salmos evangélicos, para que vivan vidas evangélicas.
1. La obligación de todos los que son pueblo de los pastos y ovejas de la mano de Dios es que oigan su voz (v. 7c), pues dice Jesús (Jn. 10:27): «Mis ovejas oyen mi voz». Si le llamamos Señor y Maestro, hemos de hacer lo que Él nos diga, pues creer equivale a obedecer (v. Jn. 3:36).
2. El pecado contra el que se les amonesta es el endurecimiento del corazón (v. 8): «Si oís mi voz, no endurezcáis vuestro corazón, porque la semilla que se siembra en roca, nunca puede producir fruto perfecto.
3. El ejemplo de los israelitas en el desierto.
(A) «No endurezcáis vuestro corazón, como en Meribá, etc. Tened cuidado, no pequéis como ellos hicieron, para que no seáis excluidos del descanso eterno, así como ellos lo fueron del reposo en Canaán.» Con tanta frecuencia provocaron a Dios con su desconfianza y sus murmuraciones, que todo el tiempo de su peregrinación por el desierto puede llamarse día de tentación o Masá, nombre que se le dio a aquel lugar (Éx. 17:7), pues tentaron a Dios al decir: ¿Está Jehová con nosotros o no? Cuanto mayores y más numerosas son las experiencias que tenemos del poder y de la bondad de Dios, tanto más grave es nuestro pecado si desconfiamos de Él.
(B) El cargo que, en nombre de Dios, se hace a los incrédulos israelitas (vv. 9, 10). Su pecado era la incredulidad; tentaron a Dios y lo pusieron a prueba (Nm. 14:3, 4). Este pecado es llamado rebeldía (Dt. 1:26, 32). Una agravante de este pecado es que habían visto las obras de Dios (v. 9b): los milagros para sacarles de Egipto, el maná, las codornices, el agua de la roca, ya en el desierto, eran evidencias plenas de la presencia de Dios entre ellos. Pero ellos eran «un pueblo de corazón extraviado, que no conocía los caminos de Dios» (v. 10), es decir, no aprendían por qué actuaba Dios con ellos de aquel modo. La incredulidad y la dureza de corazón de los hombres son efecto de su ignorancia del carácter y de las obras de Dios. Veían las obras de Dios (v. 9, comp. 103:7) y, sin embargo, no conocían los caminos de Dios. La causa de esta ignorancia era el extravío de su corazón. Cuando se oscurece el corazón se hacen vanos los pensamientos (v. Ro. 1:21). Un corazón errante saca fuera de sí al hombre (comp. Lc. 15:17). Los pecados del pueblo de Dios, especialmente la desconfianza, no sólo le enojan, sino que le apesadumbran; pero véase la paciencia y la bondad de Dios: Está disgustado con la nación durante cuarenta años (v. 10) y, sin embargo, la siguiente generación entró triunfante en Canaán.
(C) La sentencia que pronuncia contra ellos por su pecado (v. 11): «Por tanto juré en mi furor que no entrarían en mi reposo», es decir, en la Tierra Prometida, tierra de reposo después de su larga peregrinación por el desierto (v. Dt. 12:9). No es que Dios esté sujeto a las mismas pasiones que tenemos nosotros, pero su justo enojo contra el pecado es una prueba inequívoca de la malignidad del pecado y de la santidad de Dios y de la ley divina. Si tuviésemos ideas claras sobre el pecado y la santidad de Dios, justamente nos enojaríamos contra nosotros mismos. Con razón aplica Hebreos 4:1 la seria advertencia de estos versículos a los creyentes del Nuevo Testamento, pues nosotros tenemos mayor responsabilidad al haber obtenido mejor revelación por medio del Hijo (He. 1:1 y ss.).
Este salmo se compuso para ser cantado en la traslación del Arca. Se desconoce el autor. Tenemos aquí, I. Una invitación a todos a que alaben a Dios y le adoren como al Dios grande y glorioso (vv. 1–9).
II. Una notificación a todos para que reconozcan el gobierno y el juicio universal de Dios, lo que debería ser materia de gozo universal (vv. 10–13).
Versículos 1–9
1. Se nos invita aquí a todos a honrar a Dios:
(A) Con cánticos (vv. 1, 2). Tres veces se nos exhorta en estos vv. a cantar a Jehová a bendecir su nombre, a hablar bien de Él a Él, y a proclamar cada día (v. 2b) sus obras salvíficas. Es un cántico nuevo (de Is. 42:10), por el anuncio de cosas nuevas (Is. 42:9, comp. con 2 Co. 5:17), lo que exige nuevos afectos y nuevas expresiones de dichos afectos.
(B) Con mensajes (v. 3): «Proclamad entre las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas». Esto era como una profecía de la proclamación del Evangelio a todo el mundo, hasta los últimos confines de la tierra (Hch. 1:8). «Proezas maravillosas» llama Pedro (1 P. 2:9) a la salvación que Dios ha llevado a cabo en nosotros.
(C) Con servicios religiosos (vv. 7–9). Hasta entonces, aun cuando todos los que, en cualquier país, temían a Dios y obraban justicia, eran aceptados por Él, sin embargo las ordenanzas instituidas por Dios eran privilegio de la religión judía. A toda la tierra se la convoca ahora a rendir adoración ante Jehová, ofrenda agradable de los gentiles (Ro. 15:16), pues al llevarle al Señor alguna ofrenda, hemos de ofrecernos primero a nosotros mismos al Señor (comp. 2 Co. 8:5).Todo lo que llevemos al Señor (vv. 7, 8) procede de Él; sin embargo, Él se digna aceptarlo de nuestra mano. Hemos de adorar a Dios en la hermosura de la santidad (v. 9), es decir, con santos atavíos (la hermosura de las vestiduras sacerdotales, usadas en el santuario; comp. 29:2). Aunque la santidad interior es algo «hermoso»—nota del traductor—
, no es eso lo que el texto indica.
2. De Dios se dicen aquí cosas muy gloriosas (v. 4): «Grande es Jehová y digno de suprema alabanza, temible sobre todos los dioses». Aun siendo un cántico nuevo, continúa proclamando la grandeza y la bondad de Dios. Jehová es de temer, no los dioses falsos (comp. 95:3). «Honor y majestad delante de Él» (v. 6), es decir, en su presencia, donde los serafines se cubren el rostro, incapaces de soportar su resplandor (Is. 6:2). «Poder y belleza (lit.) en su santuario» (v. 6b), cualidades aplicadas al Arca del pacto (v. 78:61). dice Maclaren: «La fuerza y la belleza están, con frecuencia, separadas en un mundo desordenado, con lo que ambas están mutiladas; pero, cuando son perfectas, están indisolublemente unidas. Los hombres llaman fuertes y hermosas a muchas cosas que nada tiene que ver con la santidad, pero los arquetipos de ambas excelencias se hallan en el Santuario, y toda fuerza que no tenga allí sus raíces es debilidad, así como toda hermosura que no refleje “la hermosura de Jehová nuestro Dios”, no es sino una máscara para ocultar la fealdad».
Versículos 10–13
Instrucciones que se dan a quienes vayan a predicar el Evangelio a las naciones.
1. Se les ha de decir que Dios se ha constituido en Rey, ha llegado al trono (v. 1). Éste es, según Cohen, el sentido del hebreo, lo mismo que en los demás lugares en que aparece esta expresión (93:1; 97:1, etc.). El Señor Jesucristo tuvo sobre su cruz el título de Rey de los judíos, lo cual dio ocasión a la frase (usada primero por Justino Mártir): Regnavit a ligno Deus, Dios reinó desde el leño (esto es, desde la cruz). Que fue constituido Juez Universal, lo anunció Pedro a los gentiles en casa de Cornelio (Hech. 10:42).
2. Se les ha de decir que Dios ha restablecido las condiciones en que el mundo ha de permanecer firme, porque Él tiene las riendas en su mano. El pecado ha producido en el mundo el desorden, pero la redención pone las cosas en su sitio (2 Co. 5:17) al renovarlas. Si el cristianismo fuese aceptado y observado por todos, el orden y la paz reinarían en todos los Estados del mundo.
3. Se les ha de decir que el gobierno de Dios es justo (v. 13). Cristo dijo: «Para juicio he venido a este mundo» (Jn. 9:39; 12:31) y declaró que todo juicio le había sido encomendado a Él (Jn. 5:22, 27). Gobierna en la conciencia y en el corazón de los hombres por medio del Espíritu y el poder de la verdad. Cuando le preguntó Pilato si era rey, le contestó Cristo: «Tú lo dices: Yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad» (Jn. 18:37).
4. Se les ha de decir que se acerca la Segunda Venida de Cristo y juzgará a los pueblos con justicia (v. 10b). La primera parte del v. está tomada de 93:1; la segunda, de 9:8. Dice Cohen: «Al combinar estas dos citas, parece ser que el objetivo del salmista era sugerir un paralelismo entre el universo físico y el orden social, pues la estabilidad de ambos órdenes depende igualmente de la voluntad de Dios». Entre la redacción de este salmo y la 1.a Venida del Mesías ocurrieron muchas revoluciones y muchos cambios de todo orden; sin embargo, vino al tiempo señalado; así que podemos estar seguros de que, por muchas revoluciones y cambios que acontezcan, también vendrá a su debido tiempo la segunda vez.
5. Se les ha de decir, finalmente, que se regocijen en el Mesías con la perspectiva de su próxima venida (vv. 11, 12): «Alégrense los cielos y gócese la tierra … el mar … el campo … los árboles del bosque, etc.». El sentido es: (A) Que los días del Mesías serán días de gozo. Cuando Samaria recibió el Evangelio había gran gozo en aquella ciudad (Hch. 8:8) y, cuando el eunuco etíope fue bautizado, siguió gozoso su camino (Hch. 8:39). (B) Que el deber de cada uno de nosotros es dar la bienvenida al Mesías, pues, aun cuando viene a juzgar, su juicio es ocasión de gozo para los creyentes (comp. Is. 11:4). (C) Que toda la creación tendrá motivos para regocijarse en el establecimiento del reino mesiánico incluso el mar y el campo. En primer lugar, habrá gozo en el cielo, gozo delante de los ángeles de Dios.
«Este salmo—dice Cohen—desarrolla el tema del último versículo del salmo precedente. Nos refiere los efectos que resultan cuando Dios ejerce su juicio sobre el mundo: el desmayo que produce en los malvados, y la luz que concede a los justos.». I. Infunde terror a los enemigos (vv. 2–7). II. Infunde consuelo a sus súbditos leales (vv. 8–12). III. Su reino produce gozo en toda la humanidad (v. 1).
Versículos 1–7
Lo que, en el salmo precedente, se decía con respecto a las naciones (96:1), se repite aquí de nuevo (v. 1) y se convierte en el tema de todo el salmo y del siguiente. «Jehová reina» (v. lo dicho sobre 93:1).
1. «Regocíjese la tierra» (v. 1, de 96:11). No sólo el pueblo de Israel, no sólo la hija de Sion, ha de alegrarse en el Mesías Rey de los judíos, sino toda la tierra y la multitud de las islas y zonas costeras del Mediterráneo (v. 72:10), todas las cuales se han de beneficiar del reinado del Mesías, ya que los efectos de su gobierno tendrán alcance universal. «Nubes y oscuridad alrededor de Él» (v. 2). Estos fenómenos (v. por ej. 18:9 y ss.) muestran el contexto de poder y soberanía en que Dios se mueve. «Justicia y juicio son el cimiento de su trono» (comp. con 89:14). En el fondo, son detalles que indican el carácter escatológico del salmo.
2. Aunque el gobierno del Mesías será motivo de gozo para todos, infundirá terror a los malvados, quienes se le habrán sometido por la fuerza (vv. 3–5, 7) tanto como a los que haya derrotado antes de llegar al trono (v. 3): «Abrasará a sus enemigos» (comp. 50:3) el fuego que va delante de Él. Aun los montes (v. Mi. 1:4) se derretirán con tal fuego. Si lo más sólido de la tierra se derrite ante la presencia de Dios, ¿cómo podrán resistirle los impíos? ¿Quién podrá contradecir lo que los cielos proclaman? (v. 6).
¿Quién podrá oponerse al reinado del Mesías, cuando todos los pueblos vean su gloria? (v. 6b, comp. con Is. 35:2; 40:5). Especialmente confundidos quedarán los idólatras (v. 7): «los que sirven a imagen de talla, los que se jactan en naderías (lit. Comp. 96:5). Postraos ante Él dioses todos» (lit.). Nótese que todo aquello en que el hombre pone la prioridad de su afecto y de su interés es un ídolo, un «dios» de dinero, de carne, de diversión, etc., que ocupa en el corazón el lugar del verdadero Dios.
Versículos 8–12
1. Los motivos que se exponen para que Sion se regocije en el gobierno del Redentor: (A) Dios es glorificado, y todo lo que redunda en honor de Dios, redunda también en gozo de su pueblo (vv. 8, 9). (B) Dios guarda, custodia, las almas (es decir, las personas) de sus devotos (hebr. jasidaiv)» (comp. 4:3). Dios les preserva la vida y, si llega el momento en que han de dar la vida por Él, Él les preserva el alma, a la que no pueden llegar los que matan el cuerpo (v. Mt. 10:28). (C) Aunque de momento se muevan en la oscuridad y en aflicción, los justos pueden consolarse en que la luz y la alegría están sembradas (lit.) para ellos (v. 11). Dice Hertz: «Es posible que la luz esté al presente escondida como la semilla en la tierra, pero es seguro que ha de brotar. Sigan, pues, los justos odiando el mal». Y M. Henry comenta:
«Los súbditos del reino de Cristo han de esperar tribulación en este mundo, pero han de saber, para consuelo suyo, que hay luz sembrada para ellos. Lo que se siembra brota a su debido tiempo; aunque, como la semilla en invierno, haya de yacer por largo tiempo bajo los terrones, volverá con aumento rico y abundante». Antes de partir de este mundo, dijo Jesús a sus Apóstoles: «Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn. 16:20).
2. Las normas que se dan para que Sion se alegre. Ha de ser un gozo limpio y santo (v. 10): «Los que amáis a Jehová, aborreced el mal» (lit.). Los que aman la venida del Señor, han de aborrecer el pecado. Donde no hay verdadero odio al pecado, no puede haber amor genuino a Dios (comp. Pr. 8:13). Y el gozo que comenzó con el amor de Dios, ha de terminar también en Dios (v. 12): «Alegraos, justos, en Jehová, y dad gracias al memorial de su santidad» (lit. comp. con 30:4), es decir, al nombre que nos recuerda constantemente que Jehová es santo.
Este salmo continúa con el tema de los dos salmos precedentes. En la versión caldea, lleva el título de «salmo profético». Presenta: I. La gloria del Redentor (vv. 1–3). II. El gozo de los redimidos (vv. 4–9).
Versículos 1–3
Otra vez se nos invita a cantar un cántico nuevo (v. 1, comp. con 96:1), ante las maravillas obradas por Dios. No hay obra tan grande y portentosa como la de nuestra redención. Cuanto más se la conoce, más se la admira. Aquí vemos:
1. Las victorias que su diestra ha conseguido (v. 1b). Nuestro Redentor superó todas las dificultades que se oponían en el camino de nuestra redención. Por su propio poder, sin ayuda ajena, obtuvo la victoria contra los poderes de las tinieblas (Col. 2:15) y, sin ayuda ajena, triunfará de sus enemigos antes de inaugurar el reino mesiánico (Is. 63:3).
2. El descubrimiento, no sólo de su salvación, sino de su justicia, que es la que ha llevado a cabo la salvación, a las naciones (v. 2). La publicidad de su intervención a favor de sus elegidos llegó entonces a conocimiento de todos (v. Is. 52:10), y el Evangelio de la salvación debe llegar también a conocimiento de todos (Hch. 1:8; 10:36).
3. El cumplimiento de las profecías y de las promesas del Antiguo Testamento (v. 3): «Se ha acordado (hebr. Zacar) de su misericordia y de su fidelidad para con la casa de Israel». Para ver hasta qué punto estaba este pensamiento en la mente de los judíos piadosos, basta con leer Lucas 1:54, 72. No era algo que ellos mereciesen, sino un efecto de la libre y soberana misericordia de Dios.
Versículos 4–9
El establecimiento del reino mesiánico es considerado aquí como motivo de gozo y alabanza.
1. Todos los hombres deben regocijarse, pues todos se benefician, o pueden beneficiarse, del establecimiento de dicho reino (vv. 4–6). Una y otra vez se les invita a que canten y vitoreen al nuevo Rey con todos los medios posibles de expresión: no sólo con la voz, sino con toda clase de instrumentos de música, y no sólo con la suave melodía del arpa y del salterio, sino también al toque marcial de trompetas y clarines, como lo requiere esta ocasión especial.
2. Se invita igualmente al resto de la creación a unirse a este regocijo de los hombres (vv. 7–9). Ya lo hemos visto en 96:11–13. Es curiosa la expresión (v. 8): «Los ríos batan las manos», descriptiva del estrépito de las olas al romper contra el acantilado (comp. Is. 55:12). Véase de qué forma altera la venida de Cristo el sentido de tales fenómenos. El rugir y bramar de las olas y su estruendo al estrellarse contra las rocas, ya no es motivo de temor, sino señal de gozo. Es posible que el poeta latino Virgilio tuviese en cuenta esto cuando escribió su Égloga IV, y señaló el nacimiento de un niño celestial del seno de una virgen, el cual restauraría la «edad de oro»:
«Una nueva raza desciende del alto cielo;
Tu influjo borrará toda mancha de corrupción y librará de alarmas al mundo.»
Muchas otras cosas dice de este tan anhelado niño, cosas que el escritor español Luis Vives considera aplicables a Cristo; y concluye, como el salmista aquí, con la perspectiva del gozo de toda la creación:
«Véase cómo esta era prometida hace que todos se regocijen». Y, si todos se regocijan, ¿por qué no nosotros?
Este salmo, también de autor desconocido, repite el tema de los salmos 93 y 97. Es el tercero de los que empiezan con la fórmula: «Jehová reina». Es, pues, como los otros, escatológico. I. Invitación a todos a honrar a Jehová (vv. 1–5). II. Cómo se le honraba en el Antiguo Testamento (vv. 6–9).
Versículos 1–5
Dado el carácter escatológico del salmo, es inútil sacar ninguna aplicación para el presente—nota del traductor—, excepto que estemos preparados, como «hijos de luz», para la Venida del Señor (v. 1. Ts.5:1–9). El apóstol Juan dice expresamente (1 Jn. 5:19) que «el mundo entero yace en el poder del Maligno». Es el diablo el que reina en el mundo ahora; Cristo sólo reina en el corazón de los que le obedecen; reinará efectivamente cuando venga a gobernar con cetro de hierro (2:9); ante este anuncio, dice el salmista (v. 1) «tiemblen los pueblos» ya que, entonces Jehová estará, desde Sion, encumbrado sobre todos los pueblos, lo cual no quiere decir que el gobierno futuro del Mesías esté circunscrito a Sion (comp. 48:1, 2). Dice Oesterley: «Decir que “aquí está el tono del exclusivismo judío” es simplemente una mala interpretación de todo el objeto del salmo; Dios está aquí entronizado sobre todos los pueblos como Dios de Israel, no hay duda, pero también como el Dios de todos los pueblos; el tono no es de exclusivismo, sino de universalismo». De este reino:
1. El salmista afirma dos cosas: (A) Dios preside en los asuntos religiosos (v. 1): «Está sentado sobre los querubines», para dar sus decretos mediante los oráculos que allí pronuncia. Este era el honor de Israel, que tenían entre ellos la Shekinah o presencia especial de Dios: Jehová es grande en Sion (v. 2); allí era conocido y adorado (76:1, 2); en Sion, las perfecciones de la naturaleza divina se mostraban con mayor brillo que en cualquier otro lugar de la tierra. Por eso, se exhorta a todos a alabarle agradecidos allí donde su nombre aparece, no sólo grande, sino también temible (v. 3, comp. con 111:9). (B) Con respecto a los asuntos civiles, lo que hacía en Jacob (v. 4) sirve de pauta para todo tiempo en que Dios ejerce su gobierno: «ama la justicia y establece la rectitud». Los monarcas humanos o no aman la justicia o no tienen poder suficiente para hacer valer el derecho, por eso, si se imponen es con despotismo, pero «el Rey Divino—dice Cohen—hace que su poder sea controlado por la justicia que Él ama». El pronombre «tú» está enfático en el hebreo en la segunda frase del versículo 4. El gobierno de Israel era una teocracia; también el reino mesiánico será teocrático.
1. Al juntar estas dos cosas, vemos cuán grande era la dicha de Israel por encima de la de cualquier otra nación (v. 5): «Exaltad a Jehová nuestro Dios y postraos ante el estrado de sus pies». Tres veces (vv. 3, 5, 9) se repite que el Dios de Israel es santo.
Versículos 6–9
La felicidad de Israel durante el gobierno de Dios se muestra aquí en algunos detalles de su administración, con especial referencia a los que habían sido los más útiles gobernadores del pueblo— Moisés, Aarón y Samuel—; en el caso de los dos primeros, porque con ellos había comenzado a funcionar la teocracia o gobierno de Dios; en el tercero porque con él terminó, en gran medida, tal forma de gobierno.
1. La comunión que tales personajes tenían con Dios. Entre todas las naciones de la tierra, ninguna otra pudo producir tres hombres como éstos, los cuales tenían gran poder intercesor y a quienes Dios conocía por su nombre (Éx. 33:17). Aunque Samuel no era sacerdote, se le cuenta entre los que invocaron su nombre (v. 6b). También se les menciona por su obediencia: «Guardaban sus testimonios y el estatuto que les había dado» (v. 7b). De Moisés se dice con mucha frecuencia que hizo conforme a todo lo que Dios le había mandado. Todos ellos prevalecieron admirablemente con Dios en oración. Dios obraba milagros a petición de ellos y tenía con ellos especial trato (v. 7).
2. Los buenos oficios que desempeñaron en beneficio de Israel. Intercedieron por el pueblo y obtuvieron de Dios muchas respuestas de paz. Recuérdese especialmente la oración de Éxodo 32:11–14. Moisés es incluido entre sus sacerdotes (v. 6), porque, aunque no había sido ungido como sacerdote, tenía acceso al Tabernáculo y él fue el que consagró sumo sacerdote a su hermano Aarón. En cuanto a la intercesión de Aarón, véase Números 17:11 y ss. Y, para ver un ejemplo de la oración de Samuel, ver 1 Samuel 7:8. El perdón de Dios al pueblo, en respuesta a las oraciones de estos tres grandes intercesores, se menciona en el versículo 8. «Jehová Dios nuestro, tú les respondías; fuiste para ellos un Dios perdonador». Eso no obsta para que Dios vindicase su propia santidad aplicándoles el correctivo que necesitaban: «y vengador de sus maldades».
3. El salmista finaliza el salmo con una exhortación, parecida a la del v. 5, para que el pueblo exalte a Jehová y se postre ante Él, «porque Jehová nuestro Dios es santo» (v. 9). Nótese el detalle de la postración reverencial, unida a la intimidad que comporta la expresión «nuestro Dios». El tener acceso libre y familiar al trono de la gracia (He. 4:16) no debe disminuir el respeto que debemos a nuestro Dios, pues es fuego consumidor (He. 12:29).
Este salmo se canta con mucha frecuencia en los servicios y con mucha razón. Dicen los judíos que se compuso para ser cantado durante las ofrendas de acción de gracias (y así debe traducirse el título).
I. Se nos invita a alabar y servir a Dios con gozo (vv. 1, 2, 4).
II. Se nos provee de materia de alabanza y gratitud al considerar lo que es Dios en sí y en relación con nosotros (v. 3), así como su misericordia y fidelidad (v. 5).
Versículos 1–5
1. Fuerte invitación a adorar a Dios. En todos los servicios religiosos, sea en asamblea, en familia o en privado, debemos acudir a Dios con respeto, pero también con alegría y gratitud «Gritad (lit.) alegres a Dios» (v. 1). Con este santo gozo, servimos (v. 2) a Dios. Al gozo han de acompañar la alabanza, la bendición y la acción de gracias: «Entrad por sus puertas con acción de gracias, etc.» (v. 4). Hemos de considerar como un gran favor el que se nos admita a su servicio, el tener ordenanzas instituidas por Él y oportunidades continuas de asistir a esas ordenanzas.
2. La materia de la alabanza y la acción de gracias, así como los motivos para hacerlo, son muy importantes (vv. 3, 5). Es menester conocer lo que es Dios en sí y para nosotros. El conocimiento es la madre de la devoción y de la obediencia: los sacrificios a ciegas nunca agradan al Dios que ve. Conozcamos, pues, estas seis cosas con respecto al Dios Jehová: (A) Que Jehová es Dios (v. 3), el único Dios vivo y verdadero Ser infinitamente perfecto y autosuficiente, que tiene en sí mismo la fuente de su ser y de todo ser, Espíritu eterno, incomprensible e independiente, primera causa y último fin de todo. (B) Que es nuestro Creador: «Él nos hizo y no nosotros (a nosotros mismos)». Él nos dio el ser: es el autor de nuestro cuerpo y el Padre de los espíritus. Nosotros no pudimos hacernos a nosotros mismos, por la sencilla razón de que para hacer algo, es preciso existir ya de antemano. (C) Que, por consiguiente, somos suyos. Los masoretas escribieron en hebreo lo con alef, lo que significa «no», pero los judíos lo leen con vau, lo que significa «a Él» (pertenecemos), con lo que la frase significa (y así lo traducen las versiones judías): «Él nos hizo, y suyos somos». Al unir las dos versiones, tenemos sentido completo: «Puesto que Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos, no somos nuestros (comp. con 1 Co. 6:19), sino de Él». (D) Que Él es nuestro Supremo Soberano y Gobernador: «Pueblo suyo somos». (E) Que Él es nuestro Bienhechor munificentísimo: Nosotros somos las ovejas de su prado, a las que Él, como Buen pastor, guía y alimenta. (F) Que es un Dios de infinita misericordia y fidelidad (v. 5).
Si tenemos en cuenta la pregunta del versículo 2b: «¿Cuándo vendrás a mí?», se puede aventurar la hipótesis de que David compuso este salmo a raíz del incidente de Uzá (comp. con la pregunta de David en 2 S. 6:9). Como dice Cohen «su pregunta indicaba que, antes de que Jerusalén pudiera tener el privilegio de albergar el Arca, la ciudad debía ser preparada para ello mediante una completa erradicación del mal». En efecto, en el salmo parece palparse un eco de este propósito o voto de David. I. Objetivo general del voto de David (vv. 1, 2). II. Sus detalles (vv. 3–5, 7, 8), así como su decisión de favorecer y estimular a los virtuosos (v. 6).
Versículos 1–8
David establece aquí la norma, para sí y para otros, de lo que ha de ser un buen magistrado y un buen padre de familia.
1. Principal objetivo del salmo (v. 1): «Misericordia y justicia cantaré, es decir, ensalzaré» (comp. 89:14). David alaba estas cualidades y quiere que sean los principios que regulen todas las actividades de su gobierno. En contraste con las terribles injusticias que Saúl había cometido contra él, él desea, al subir al trono, que la justicia y la misericordia sean las normas de su gobierno.
2. La resolución general que David tomó de comportarse diligente y concienzudamente en su casa y en su corte (v. 2). Tenemos aquí:
(A) Un buen propósito en cuanto al modo de comportarse en general, y especialmente en su casa, donde estaba lejos de las miradas de la gente, pero todavía bajo la mirada de Dios. Quiere entender y explicar (lit. prestar atención a) una integridad cabal (v. 2. Mejor que «perfección»); es decir, comportarse sabia e íntegramente (comp. con Job. 1:1, etc.), como dice en la última frase del mismo versículo.
(B) Una buena oración: «¿Cuándo vendrás a mí?» (V. lo dicho en la introducción al salmo). Cuando una persona tiene casa propia, es cosa buena y de alabar el que desee que Dios venga a morar con él. El Señor contestó esta oración y leemos con frecuencia que Dios estaba con David.
3. Su resolución particular de no practicar el mal (v. 3): «No pondré delante de mis ojos ninguna cosa injusta; no buscaré ni haré, sino lo que sea para gloria de Dios y bien del pueblo».
4. Su ulterior resolución de no conservar malos criados ni tener a su cargo servidores viciosos. No quiere que se le pegue nada de los que se extravían (v. 3b), sino sacudirse de encima toda maldad.
«Corazón tortuoso (v. 4, comp. con Pr. 11:20) se apartará de mí; no conoceré al malvado (lit.), es decir, no tendré intimidad con él». Pasa a mencionar en detalle diversos vicios que no ha de soportar: (A) Difamación, vicio corriente en los palacios de los reyes, y altanería (v. 5), actitud que pone en peligro la estabilidad de la nación. (B) Fraude, engaño y mentira (v. 7), que tantos daños causan, tanto en la corte como en el resto del país.
5. Su resolución de poner en cargos de confianza a personas buenas y honestas (v. 6): «Mis ojos pondré en los fieles (en los que son de fiar) de la tierra». Es menester buscar bien por todo el reino a fin de que el rey se rodee de hombres honrados a carta cabal; y, en esto, los mejores deben ser preferidos y ascendidos. Saúl escogía a los aptos para combatir (1 S. 14:52); David, a los aptos para servir (v. 6b).
6. Su resolución de extender su celo a la reforma de todo el país (v. 8), especialmente a la ciudad de Jehová, es decir, Jerusalén: «Cada mañana, al sentarse para administrar justicia (v. Jer. 21:12), exterminaré, etc.». David quiere hacer en su reino «limpieza general» a fin de que, no sólo se afiance el trono y disfrute de paz el país, sino que, ante todo, se mantenga el honor de Dios y la moralidad del pueblo.
Ni del título ni del texto del salmo se puede colegir quién lo compuso ni en qué ocasión. La opinión más probable lo sitúa en la época de la deportación. La epístola a los hebreos (He. 1:10–12) aplica a Cristo los vv. 25 y 26 de este salmo, lo cual no es motivo para tener por «mesiánico» el salmo entero.
Aquí tenemos: I. Los lamentos del salmista (vv. 1–11). II. El consuelo que obtiene, 1. De la eternidad de Dios (vv. 12, 24, 27); 2. De su fe en que Dios, a su debido tiempo, enviará liberación para él y para Israel (vv. 13–22, 28).
El título del salmo es «Oración del que sufre». Es, pues, una oración puesta en las manos de los afligidos. Pónganla éstos no en sus manos, sino en su corazón y preséntenla a Dios. Cuando nos hallamos decaídos, debemos orar «derramando nuestro lamento delante de Jehová», lo cual insinúa el permiso que Dios nos otorga para ir a Él con toda libertad para exponerle nuestras cuitas. Es un pensamiento que debe tranquilizar nuestra alma.
1. El salmista ruega humildemente a Dios que tome nota de su aflicción y de la súplica que le dirige en su aflicción (vv. 1, 2): «Llegue a ti mi clamor y, con él, mi alma». Si oramos con fe, con fe podemos decir a Dios: «Señor, escucha mi oración; escúchala y contéstala; otórgame el alivio que necesito y busco en el día de mi angustia».
2. Se lamenta del estado al que ha sido reducido por su aflicción. Nótense los símiles que emplea para presentar de manera vívida su condición: (A) Sus días se consumen en el humo (v. 3. Lit.), como un enfermo consumido por la fiebre. (B) Así que sus huesos (su cuerpo) están quemados cual tizón (v. 3b).
(C) Su corazón está marchito como el heno (v. 4), que se ha secado y encogido con el calor del sol. Aquí, el corazón representa la fuente del vigor físico. (D) Estas angustias le han quitado el apetito (v. 4b): «Y me olvido de comer mi pan». (E) Al estar mal nutrido, se ha quedado en la piel y los huesos (v. 5, comp. con Job 19:20). (F) Como todos los afectados de melancolía, buscaba la soledad como el pelícano (v. 6), ave solitaria, sombría y austera. (G) Se ve a sí mismo como búho entre ruinas (v. 6b). Dice Cohen: «Los árabes llaman al búho “madre de las ruinas”, porque hace su casa en lugares desolados y edificios abandonados». (H) Se desvela y gime como gorrión solitario (v. 7), que ha perdido a su pareja y queda triste en el tejado de la casa). (I) Sus amigos le han abandonado, pero sus enemigos están cerca de él para insultarle (v. 8), y se mofan de su situación (comp. 42:5). (J) En señal de duelo, llora y se echa ceniza en la cabeza. Ese es el sentido, como en 80:5. (K) Es muy bella la imagen del versículo 11: «Mis días son como sombra que se alarga». Dice Cohen: «Las sombras se alargan al atardecer, cuando el sol está a punto de ponerse. Se da cuenta (el salmista) de que su vida pronto va a ser devorada por la oscuridad de la muerte».
Versículos 12–22
A continuación, se nos ofrecen muchos y grandes consuelos con los que contrarrestar las quejas precedentes.
1. Somos mortales, y nuestros consuelos son consuelos de moribundo, como lo son nuestros bienes terrenales, pero nuestro Dios es eterno (vv. 11, 12): «Mis días son como sombra … Mas tú, Jehová, permaneces entronizado (lit.) para siempre, y tu nombre (lit.), etc.» (comp. con Lm. 5:19, donde aparece la variante de «tu trono», en lugar de tu nombre»). La eternidad de Dios, Rey del Universo, es la mejor garantía de que se han de acabar nuestros sufrimientos.
2. Sion está ahora en grave aprieto (v. 13), pero pronto llegará el día de ser aliviada y socorrida. Lo garantiza el amor de Dios hacia ella. La esperanza de la liberación se basa en el amor y el poder de Dios. Sion estaba ahora en ruinas y, con Sion, el templo construido en ella. El salmista ofrece tres poderosas razones para que Dios se apresure a socorrer a Sion: (A) «Tus siervos aman sus piedras, etc.». Lejos de haberse olvidado de Sion, los exiliados están pensando constantemente en su reconstrucción. Las ruinas y el polvo mismo de la desolación, lejos de desanimar a los buenos israelitas, les incitaban a desear con mayor ardor el verla de nuevo reedificada, tan hermosa como antes: «bella por su situación» (48:2). (B) Las naciones paganas temerán el nombre de Jehová, etc.» (vv. 15, 16). Será tremendo el efecto que producirá en el mundo entero la reconstrucción de Jerusalén (comp. con Is. 59:19; 60:3), lo cual redundará en gloria y honor para el Dios de los judíos. (C) Servirá de gran estímulo y ánimo para la generación venidera (v. 18); será una nueva era de prosperidad, una nueva vida para Israel.
3. Las oraciones del pueblo de Dios parecen ahora no ser tenidas en cuenta, pero pronto se demostrará que no era ese el caso (v. 17): «Habrá considerado la oración de los desvalidos». El vocablo hebreo usado aquí para «desvalido» es muy elegante, pues significa «brezo», un arbusto muy humilde, como el hisopo de la pared (v. 1 R. 4:33). Así también éstos se hallaban en miserable estado, enriquecidos con bendiciones espirituales, pero destituidos de bienes temporales. Si consideramos nuestra bajeza, nuestra tibieza espiritual y los muchos defectos de nuestras oraciones, tendremos motivos para sospechar que nuestras oraciones serán recibidas con desdén en los cielos, pero aquí se nos asegura de lo contrario, pues tenemos un Abogado con el Padre.
4. Los cautivos gimen bajo la opresión de los que los llevaron prisioneros, como ovejas llevadas al matadero, pero aquí se les dice que hay quien cuida de ellos (vv. 19, 20): «Jehová miró (pretérito profético) desde lo alto de su santuario celestial … para escuchar el gemido de los cautivos, para soltar (lit.) a los sentenciados a muerte». Dios toma nota no sólo de las oraciones de los afligidos, que es el lenguaje de la gracia, sino también de sus gemidos, que es el lenguaje de la naturaleza (v. Hch. 12:6). Si Dios, mediante su Providencia, declara su nombre, nosotros debemos, mediante nuestro reconocimiento, declarar su alabanza (v. 21), que habría de ser el eco de su nombre. Esta alabanza que aquí se menciona va a ser expresada, no sólo por el pueblo de Israel, sino también, con la mayor probabilidad, por los pueblos mencionados en el v. siguiente. En otras palabras, como hace notar Cohen, «el regreso a Sion será el preludio del reconocimiento universal de Dios, en cumplimiento de la profecía de Isaías 2:2 y ss.». Y Kirkpatrick añade: «Podría preguntarse: ¿Pero no quedó el acontecimiento por debajo de las expectaciones del profeta y del salmista?… La respuesta es doble. La significación espiritual del regreso para la historia del mundo no podría exagerarse; y la profecía combina constantemente en una sola perspectiva una figura cercana y otra remota, y dibuja el resultado final, sin indicar los pasos por los que ha de cumplirse».
Versículos 23–28
1. El peligro inminente en que se hallaba el salmista de que su enfermedad le llevara al sepulcro. Vuelve aquí (vv. 23 y ss.) a su lamento por su condición personal, como había hecho al comienzo del salmo. «Debilitó (Dios)—dice—mi fuerza en el camino»; se entiende, en el camino de esta vida. El salmista teme que al ser acortados sus días, no pueda disfrutar de la dicha de ver a Sion reedificada.
2. Esta consideración le hace prorrumpir en una oración (v. 24): «Dios mío, no me cortes en la mitad de mis días» (comp. 55:23), es decir, en la flor de la vida, cuando pueden esperarse todavía muchos goces y servicios. Y, como en los versículos 11 y 12, contrasta lo huidizo de su vida con la eternidad de Dios.
3. Refuerza su oración y apela a la eternidad del Mesías prometido, como lo sabemos por la cita que Hebreos 1:10–12 hace de los versículos 25–27. Al considerar los cambios y los peligros de esta vida, sirve de gran consuelo recordar que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por siempre (He. 13:8). Cuando pensamos en lo efímero de nuestra vida terrenal y en la partida de nuestros parientes y amigos, hemos de recordar también que Dios es un Dios que vive eternamente y, por tanto, si es nuestro Dios, en Él tendremos vida eterna y feliz. El cielo y la tierra, símbolos de permanencia a pesar de las vicisitudes de la historia, perecerán (v. 26) un día; se envejecerán, se gastarán, como una vestidura. La última frase del versículo 26 dice textualmente: «Como un vestido los harás pasar y pasarán». Dice Cohen: «La idea aquí no es de un nuevo mundo que sustituya al antiguo». Esto no quiere decir que tal idea no sea bíblica (v. Is. 65:17; 66:22; 2 P. 3:13; Ap. 21:1).
4. No es fácil decidir si el último versículo del salmo forma parte de la oración del salmista: «Habiten … se consolide», como traduce Arconada, o indica una súbita seguridad (¿profética?) que el salmista abriga acerca de un próspero retorno de los cautivos a Sion, y de la consolidación de su establecimiento en el país reedificado delante de Dios, es decir, con el restaurado favor de Dios, como traducen nuestras versiones y la versión autorizada judía. Esto último es más probable, a la vista de 69:36, que contiene fraseología similar.
«Este salmo pide más devoción que exposición», dice M. Henry. Cohen hace notar: «Tenemos en este poema una de las más gozosas composiciones del Salterio». A pesar del título, aun los exegetas más conservadores están de acuerdo en que fue compuesto después del regreso de Babilonia. El salmista, I. Comienza expresando sus emociones personales (vv. 1–5) para dar paso. II. A consideraciones generales sobre el carácter de Dios (vv. 6–18). IIÍ. Termina con una exhortación a los ángeles, a las obras de Dios en general y, finalmente, a sí mismo, a alabar y bendecir a Dios (vv. 19–22).
Versículos 1–5
El salmista habla aquí consigo mismo, y no es necio el que así habla con su propio interior. Veamos:
1. Cómo se estimula a sí mismo a bendecir y alabar a Dios (vv. 1, 2): «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser (comp. 1 Ts. 5:23: “todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo»”) su santo nombre (comp. 33:21), etc.». Es Jehová quien debe ser bendecido, y es toda la persona la que ha de emplearse en esta bendita tarea.
2. Cómo se provee a sí mismo de materia abundante para bendecir agradecido a Dios: «Ven, no olvides ninguno de sus beneficios» (v. 2b):
(A) «El que perdona todas tus iniquidades» (v. 3). El verbo está en presente (participio) para indicar que ha perdonado, perdona y perdonará todas las culpas. Esto se menciona en primer lugar, porque, al perdonar el pecado, Dios retira de nosotros lo que nos privaba de toda bendición y nos otorga de nuevo su favor, que es la fuente de todas las demás bendiciones.
(B) «El que sana todas tus dolencias» (v. 3b), las enfermedades graves, agravadas todavía más por las miserables condiciones del exilio. Nuestras culpas son capitales, pero Dios nos salva la vida al perdonarlas; nuestras enfermedades eran mortales, pero Dios nos salva la vida al curarlas. Estas dos cosas van juntas (comp. Stg. 5:15), porque la obra de Dios es perfecta; Él no obra por mitades; si quita la culpa del pecado mediante su gracia perdonadora, también quebranta el poder del pecado mediante su gracia renovadora.
(C) «El que rescata de la fosa (del sepulcro) tu vida» (v. 4). Dios no permitió que el salmista muriera en la cautividad, sino que le otorgó el privilegio de regresar a su patria (comp. Job 33:24, 28). Son muchos los peligros fatales de los que Dios nos rescata, pero es, ante todo, de agradecer, el sacrificio de su vida en el Calvario, mediante el cual obtuvo para nosotros eterna redención (He. 9:12).
(D) «El que te corona (comp. 8:5) de amor misericordioso (hebr. jesed) y de compasiones (hebr. rajamim). No sólo nos salva de todo mal y nos preserva de toda ruina, sino que nos hace verdadera y totalmente dichosos, al concedernos todo lo que puede servir para nuestro bien. ¿Qué mejor corona y mayor dignidad puede haber que ser el favorito protegido de Dios?
(E) «El que sacia de bien tu boca» (v. 5). El vocablo hebreo edey significa «ornamentos» o «atavíos» (así en Éx. 33:4–6), no «boca». Quizá la mejor traducción es la que da Kirkpatrick: «El que te adorna completamente de cosas buenas». «En este caso—dice Cohen—se describe el pueblo más bien que el salmista. Sion había sido despojada de todo esplendor por el invasor, pero ahora es restaurada totalmente su prístina belleza».
(F) «De modo que te rejuvenezcas como el águila» (v. 5b). Si esto se aplica también a la nación, querría decir que Israel era, en el destierro, como una persona prematuramente envejecida, pero ahora había recobrado su juventud de antes. El águila es un ave que puede alcanzar una edad de hasta cien años con una vitalidad diariamente renovada (comp. Is. 40:31). Cuando Dios, mediante las gracias y los consuelos de su Espíritu, hace que los suyos se recuperen de sus enfermedades y los llena de vida y gozo nuevos, como arras de la vida y del gozo eternos, bien puede decirse que vuelven a los días de su juventud (Job 33:25).
Versículos 6–18
I. Ciertamente Dios es bueno para todos (145:9), pues hace justicia y juicios (lit., es decir, sentencias con las que castiga a los opresores) a todos los oprimidos (v. 6).
II. De manera especial, es bueno para Israel, puesto que:
1. A Israel se reveló de manera especial (v. 7): «Sus caminos notificó a Moisés, en respuesta a la oración de éste (v. Éx. 33:13); es decir, los atributos divinos que disponen y gobiernan los asuntos humanos, y a los hijos de Israel sus obras portentosas, con que los sacó de Egipto y los condujo por el desierto». La revelación divina es uno de los mayores favores divinos, pues Dios nos restaura a Él mismo al revelarse a sí mismo a nosotros, y nos da todo bien al darnos conocimiento.
2. Nunca fue severo con su pueblo, sino siempre lleno de ternura y compasión, y presto a perdonar:
(A) Así lo es por naturaleza (v. 8): «Compasivo y favorecedor es Jehová (lit.); lento para la ira (lit. largo de narices, ya que la ira, en el sentido semita, bíblico, tiene que ver con las fosas nasales—v. por ejemplo, 18:8—) y abundante en amor misericordioso». Todo el versículo está basado en Éxodo 34:6. El Señor tiene mucha paciencia con los que le provocan (comp. 2 P. 3:9) y difiere el castigo a fin de darnos tiempo para arrepentirnos. Aunque no deja de indicar su desagrado contra nosotros a causa de nuestros pecados, ya sea por medio de los reproches de nuestra conciencia o de las reprensiones de su Providencia, no nos tiene aterrorizados (v. 9), sino que, en lugar del espíritu de esclavitud, nos da el espíritu de adopción.
(B) Así lo hemos hallado por experiencia (v. 10): «No ha hecho con nosotros conforme a nuestros pecados ni nos ha retribuido conforme a nuestras iniquidades» (lit.). Dios imponía, e impone, a su pueblo castigo por sus rebeldías, pero siempre es menos severo de lo que las culpas merecen, pues no desea la muerte del malvado, sino que se arrepienta y que viva (v. Ez. caps. 18 y 33).
3. El salmista habla ahora (vv. 10 y ss.) en plural. No dice: «tus iniquidades, etc.» (vv. 3 y ss.), sino
«nuestros pecados, etc.». Para dar a entender, de algún modo, la magnitud del perdón de Dios y de su misericordia con nosotros, dice: «Porque como la altura de los cielos sobre la tierra (una distancia inmensa, inconmensurable), así es de grande (lit. sobrepuja) su amor misericordioso hacia los que le temen» (v. 11). La bóveda del cielo dista tanto de este diminuto punto en el espacio, que es nuestro planeta, que resulta insignificante la diferencia de altura entre el más alto rascacielos y la más humilde cabaña. Así también la misericordia de Dios cobija por igual al más piadoso de los santos y al más criminal de los pecadores. «No hay nadie demasiado malo para el perdón de Dios; sólo puede haber quienes se creen demasiado buenos para tal perdón» (comp. con Jn. 9:39–41). Lo mismo expresa el salmista con otra figura (v. 12): «Cuanto está lejos el oriente del occidente (distancia también inconmensurable es la de los puntos cardinales), hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones». Tan lejos las pone Dios de nosotros al perdonarlas, que ya no les queda tiempo ni camino para volver.
4. Para dar razón de la compasión que Dios tiene con nosotros, el salmista acude a dos motivos: (A) Las entrañas paternales de Dios (v. 13), con lo que estamos ya cerca del concepto novotestamentario (por ej., Mt. 5:45, etc.). Como Padre que es, Dios nos instruye, soporta, cuida, compadece, consuela, restaura, perdona; y, sobre todo, (B) Lo que a nosotros nos resulta difícil respecto de otros, nos comprende (v. 14):
«Conoce nuestra formación» (lit.), el vocablo (yetser) es de la misma raíz que el verbo usado en Génesis 2:7 (yatsar, modelar como un alfarero o yotser; comp. con Jer. 18:2 y ss.). Y, en la misma línea, prosigue: Se acuerda de que somos polvo» (v. 14b, comp. con Gn. 3:19). El conocimiento de nuestra fragilidad congénita mueve a Dios a tener compasión de nosotros.
5. Precisamente al tener en cuenta nuestra fragilidad, que el salmista describe por medio de otra imagen familiar (vv. 15, 16, comp. con Job 14:2; Sal. 90:5, 6; Is. 40:6), Dios, en su misericordia, ha hecho pacto perpetuo con los que le temen, y alivia así nuestra frágil condición: «En cuanto al hombre, … florece como la flor del campo» (v. 15). La flor del jardín familiar, la del invernadero, vive por más tiempo gracias a los especiales cuidados que recibe, pero la del campo, no sólo está destinada a marchitarse, sino que está expuesta a los fríos vientos y a las pezuñas de los animales de la selva. La vida del hombre no sólo se va desgastando por sí misma, sino que está expuesta a mil accidentes diversos. Dios tiene en cuenta esto y se compadece del hombre. Su misericordia no tiene límites ni en su volumen ni en su tiempo: abarca a todos los que le temen, y perdura desde la eternidad y hasta la eternidad (vv. 17–18), al sobrepasar la vida de cada uno y las de todos juntos. Pero sólo los que toman conciencia de los preceptos de Dios pueden disfrutar del beneficio de sus promesas.
Versículos 19–22
I. Vemos ahora una declaración de la providencia universal de Dios (v. 19). Hemos visto que ha puesto en seguro la dicha de su pueblo, y lo ha hecho mediante su promesa y su pacto, pero el orden del mundo y de la humanidad en general lo gobierna por medio de su providencia: «Jehová estableció en los cielos su trono, trono de gloria y de gobierno, pero aunque el trono de Dios está en el cielo, y allí tiene su corte y recibe nuestras audiencias («Padre nuestro que estás en los cielos»), su soberanía domina sobre todo, de todo toma nota y en todo interviene de una manera u otra» (comp. Job. 9:24).
II. El deber que todas las criaturas tienen de alabar a Dios: Si todas están bajo el dominio de Dios, todas deben prestarle homenaje.
1. Los ángeles deben alabarle (v. 20). No es que ellos necesiten que nosotros les estimulemos a hacerlo, pues lo hacen continuamente; pero el salmista expresa sus altos pensamientos acerca de Dios al considerarle infinitamente digno de la adoración de los ángeles.
2. Los cuerpos celestes, las huestes de los astros que, como fuerzas de la naturaleza, cumplen los propósitos de Dios (104:4; 148:3), han de alabarle a su modo también. Aunque algunos comentaristas entienden este versículo como un paralelismo del anterior, es más probable que haya de entenderse de los astros.
3. Todas las obras de Dios (v. 22), en general, han de alabarle; esto incluye a toda la creación, en todos los lugares de su señorío, esto es, en los cielos y en la tierra (comp. 145:10). Cada una ha de alabarle a su modo: lo inanimado, al ostentar las bellezas que Dios ha ido derramando; los hombres y los ángeles, como portavoces conscientes del resto de la creación.
4. El salmista termina el salmo con la misma frase con que lo empezó (v. 22c, comp. con v. 1). No dice para sí: «Ya está bien, alma mía; ya has bendecido al Señor; siéntate y descansa», sino: «Bendice, alma mía, a Jehová, más y más». Como una más de todas las obras de Dios, siente en su interior el urgente impulso de unirse al coro de la creación entera en las alabanzas al Creador.
Es probable que este salmo fuese compuesto por la misma mano que la del anterior, pues ambos comienzan y terminan de la misma manera. El estilo parece diferente, pero es porque el tema es también distinto. El uno se fija especialmente en la revelación de la gloria de Dios en la historia del hombre; el otro, en la revelación de Dios en las obras de la naturaleza. En el uno, se alaba a Dios como al Dios de la gracia, en el otro, como al Dios de la naturaleza. El salmista alaba: I. El esplendor de la majestad divina en el mundo de arriba (vv. 1–4). II. La creación del mar y de la tierra (vv. 5–9). III. La provisión que Dios hace para el mantenimiento de todas las criaturas; para cada una, según su naturaleza peculiar (vv. 10–18, 27, 28). IV. El curso regular del sol y de la luna (vv. 19–24). V. La ornamentación del mar (vv. 25, 26).
VI. El soberano poder de Dios sobre todas las criaturas (vv. 29–32). VII. Concluye con una firme resolución de continuar alabando a Dios (vv. 33–35).
Versículos 1–9
1. El salmista fija su mirada en la gloria divina que brilla en el mundo de arriba, del cual, aunque pertenece a las cosas invisibles, nos da evidencia la fe. Véase con qué reverencia y santo pavor comienza su meditación (v. 1): «… Jehová, Dios mío, te has mostrado extraordinariamente grande; te has vestido de gloria y majestad». Los príncipes se muestran grandes:
(A) En sus ropas. ¿Y cuáles son las ropas de Dios? «Estás vestido de honor y majestad (lit.). El que se cubre de luz como de vestidura» (vv. 1, 2). Dios habita en luz inaccesible (1 Ti. 6:16).
(B) En sus palacios y pabellones. ¿Y cuál es el palacio y el pabellón de Dios? «Extiende los cielos como una cortina» (v. 2b). Así lo hizo al principio de la creación cuando hizo el firmamento, que en hebreo equivale a «expansión», algo que se extiende (Gn. 1:7). Se cubre de luz y, sin embargo, por compasión hacia nosotros, habita detrás de una cortina. Su pabellón es tan amplio que cubre y llena los cielos y la tierra. Aunque el agua y el aire son cuerpos fluidos, Dios los retiene tan seguros y firmes en sus lugares como lo está una habitación con vigas y traviesas.
(C) En sus carrozas, las cuales añaden mucho a la magnificencia de su presentación en público, pero Dios pone las nubes por su carroza (v. 3). Descendió en una nube, como en carroza, al Sinaí, para dar la Ley; y después al Tabor, para proclamar el Evangelio (Mt. 17:5), y anda sobre las alas del viento (v. 3c), lo cual indica un caminar suave, pero firme; aunque también puede indicar los remolinos de viento.
(D) En su escolta y séquito de servidores. También aquí destaca Dios infinitamente sobre todos los reyes y príncipes de este mundo (v. 4): «El que hace a los vientos sus mensajeros, y a las llamas de fuego sus ministros». Ésta es la única traducción posible—nota del traductor—de este versículo. Los LXX vertieron el vocablo hebreo malakaiv por «ángeles» en un contexto que no trata de ellos en forma alguna, y sobre esta equivocación «providencial», basó el autor de la epístola a los Hebreos un nuevo argumento a favor de la superioridad de Cristo (He. 1:7).
2. Luego dirige el salmista su mirada hacia abajo, al poder de Dios que brilla en la tierra y en el mar.
(A) «Él fundó la tierra sobre sus cimientos» (v. 5), sobre bases invisibles—así concebían los antiguos la estructura del orbe—tan firmes que nadie las puede mover (v. 5b), a pesar de que la colgó sobre la nada (Job 26:7). A pesar del daño que ha sufrido por el pecado del hombre y la maldad del diablo, continuará firme hasta que de paso a la nueva tierra.
(B) Al mar le ha puesto un límite que no traspasará (v. 9). (a) Ya le puso límites al principio de la creación, cuando mandó: «Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco» (Gn. 1:9). A este mandato de Dios se le llama aquí «reprensión», como si las aguas se hubiesen resistido en un principio a esta orden (según lo refiere una leyenda rabínica) o porque estaba disgustado de que la tierra cubierta de agua no fuese lugar apropiado para ser morada del hombre. La orden de Dios fue acompañada de gran poder, por lo que se añade (v. 7b) que «al sonido de tu trueno se apresuraron (a huir) las aguas». Algo parecido se dice en 77:16, aunque en contexto distinto: «Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron y temieron». (b) Las sigue manteniendo dentro de los límites que les puso (v. 9). Se les prohíbe traspasar dichos límites. Una vez volvieron a cubrir la tierra durante el diluvio. Dios les dio este permiso para castigo de la corrompida raza humana, pero ya no volverán a cubrir la tierra (v. 9b, comp. con Gn. 9:11–16).
Versículos 10–18
1. Dios provee de agua fresca a todos: «Tú eres el que saca de las fuentes los arroyos, los cuales se deslizan mansamente entre los montes» (v. 10). Éstos dan de beber, no sólo a los hombres, sino a todas las bestias del campo (v. 11), porque donde Dios pone vida, pone también medios de vida.
2. Provee igualmente de alimento, tanto a los hombres como a las bestias, al regar los montes desde las alturas o, como dice a la letra el hebreo, «desde tus cámaras superiores» (v. 13), con lo que alude a los aposentos del versículo 3. Así es cómo, según expone en detalle la sección siguiente (vv. 14 y ss.), del fruto de tus (de Dios) obras (no, «sus»), se sacia la tierra (v. 13b), ya que la vegetación de toda clase es fruto del suelo, del sol y de la lluvia.
(A) Para el ganado hay hierba (el mismo vocablo hebreo de Gn. 1:11 y ss.) abundante (v. 14), aunque tampoco les falta el necesario alimento a los demás animales que no se alimentan de hierba. Las plantas para uso del hombre (v. 14b), significa, de acuerdo con el contexto, que están a su servicio «para que las cultive » (comp. con Gn. 3:18–19), aunque es cierto que de ellas se ha de mantener también de acuerdo con Génesis 3:18, aunque no exclusivamente, desde el Diluvio (v. Gn. 9:3). Entre los productos del campo más importantes para el hombre, el versículo 15 menciona el pan, el vino y el aceite (comp. Jue. 9:13; Ec. 10:19; Jer. 31:12). Dependemos totalmente de Dios en todo lo necesario para nuestro mantenimiento. Dice el Dr. Cohen: «El judaísmo no considera como un vicio el beber vino por el hecho de que su abuso lleve a la intoxicación. Lo que se pide es moderación, no abstinencia; y antes de beber vino, se ha de pronunciar una bendición». Así lo hacía el Señor Jesucristo—nota del traductor—, quien no se defendió de la acusación de «bebedor» y llevó a cabo su primer milagro ¡para convertir el agua en vino, en muchísimo vino!
(B) La Providencia provee de alimento, no sólo a hombres y bestias, sino también a los propios vegetales (v. 16): «Los árboles de Jehová, es decir, los cedros (como ejemplo más notable) que Él plantó, en contraste con los que el hombre planta para su alimento o adorno, se llenan de savia, sin necesitar que los riegue el hombre. Esto es aplicable, como lo vemos en 92:12–14, a los justos, quienes, por la gracia de Dios, no por el esfuerzo humano, están plantados en la casa de Jehová y florecen en los atrios de nuestro Dios. También éstos están llenos de la savia que produce frutos aceptables a Dios y útiles para el servicio del prójimo.
3. También tiene Dios cuidado en que hombres y animales tengan moradas en que habitar y cobijarse. A los hombres les ha dado razón y discreción para que construyan edificios para sí y para las bestias que tienen a su servicio; pero Él provee directamente de cobijo a otras criaturas: (A) A las aves; algunas anidan en los arbustos de junto a las aguas (v. 12) y allí cantan; otras anidan en árboles altos como los cedros (v. 17); en su copa (o, mejor, en su cima) hace su casa la cigüeña (v. 17b), pues no sólo anida en las copas de los árboles, sino, preferentemente, en lo alto de torres y campanarios. Dios alimenta a todos los pájaros (Mt. 6:26) y su cantar (v. 12) en honor del Creador debería servir de vergüenza a nuestro silencio. (B) Entre otros animales que no habitan bajo tejado construido por manos humanas, el salmista menciona las cabras monteses (lit. escaladores) o gamuzas, que tienen por morada las hendiduras rocosas de las altas montañas (lit. mejor que «los riscos») y los safanes (mejor que «conejos»; comp. con Lv. 11:5; Pr. 30:26) que tienen sus madrigueras entre las peñas. Cada animal busca cobijo en el lugar apropiado para cada uno, según les conduce el instinto puesto por Dios. Y, si Dios provee de esta manera para las criaturas inferiores, ¿acaso no será Él mismo amparo y cobijo para los suyos?
Versículos 19–30
Se nos exhorta y enseña aquí a alabar y enaltecer a Dios:
1. Por la constante sucesión del día y de la noche y del influjo del sol y de la luna sobre las estaciones del año. Los paganos los adoraban como a deidades, por lo que la Biblia aprovecha todas las ocasiones para mostrar que los dioses que ellos adoraban son criaturas del único Dios verdadero (v. 19). Se menciona primero la luna porque el día comenzaba al venir la noche. (A) «Traes las tinieblas y se hace de noche» (v. 20). La noche es oscura, negra; sin embargo, contribuye a la belleza de la naturaleza y sirve de contraste, de sombra, a la luz del día. Protegidos por la oscuridad de la noche, los animales de la selva corretean, y los leones se abalanzan tras la presa (vv. 20b–21), porque de día se les asusta o se les espanta. (B) La luz del amanecer estimula a los hombres a comenzar sus quehaceres, mientras las bestias se recogen a descansar (vv. 22, 23). Mientras las fieras se recogen en sus guaridas con miedo, el hombre sale a trabajar confiado, como quien tiene dominio sobre el mundo animal.
2. Así como la tierra está llena de las criaturas (heb. quinyanejá, del verbo qanah, adquirir—v. Gn. 4:1—, en conexión con el Hacedor, que en hebreo es qoneh), así también el grande y anchuroso mar (vv. 24–26). Dios le ha asignado su lugar y ha hecho que resulte útil al hombre, no sólo para la navegación, sino para su sustento por la abundancia y variedad de peces.
3. Por la provisión que ha hecho para todos los seres vivientes de este mundo (vv. 27–28). Dios es bienhechor munificente para todos: «Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo». Hasta las criaturas más bajas y despreciables lo reconocen de alguna manera pues atrapan el alimento tan pronto como Dios se lo da como alargándoles su mano y saben muy bien cuándo es el tiempo oportuno para tomarlo (comp. con 145:15, 16).
4. Por el poder absoluto y el soberano dominio que ejerce sobre todas las criaturas, al hacer que se perpetúen las especies, mientras van desapareciendo los individuos de cada una (vv. 29, 30): «Les retiras el aliento (lit. el espíritu), dejan de existir, y vuelven al polvo de donde salieron, como el hombre, con la diferencia de que el hombre posee un espíritu que no desciende a la tierra, sino que vuelve a Dios» (Ec. 12:7). Aunque una generación desaparezca, otra surge por la continua creación de Dios mediante su Espíritu (v. 30; no «soplo»; comp. con Gn. 1:2), con lo que se renueva la faz de la tierra; en el reino vegetal, a la aparente muerte del invierno sigue la nueva vida de la primavera.
En medio de este discurso, o poema, el salmista estalla en un canto de asombro y alabanza (v. 24):
«¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría».
Versículos 31–35
El salmista concluye su meditación con:
1. Alabanzas a Dios (v. 31): «Sea la gloria de Jehová para siempre». Esta gloria perdurará hasta el final de los tiempos en las obras de la creación y de la providencia; perdurará por toda la eternidad en la felicidad y adoración de los santos y de los ángeles. La gloria humana se desvanece, pero la gloria de Dios se engrandece más y más: «¡Alégrese Jehová en sus obras!» (v. 31b). Nosotros, a veces, hacemos cosas en las que, al volverlas a mirar, no nos complacemos, sino que desearíamos no haberlas hecho. Pero Dios siempre se alegra en sus obras, porque están hechas con infinita sabiduría. Y, como Dios de infinito poder, «mira a la tierra, y ella tiembla, como incapaz de soportar la mirada del Soberano Hacedor (quizá se aluda a los terremotos); toca los montes y humean (quizá se aluda a las erupciones volcánicas)».
¿Quién, pues, se atreverá a desafiar a Dios? (v. 1 Co. 10:22). Al depender de Dios como Creador y Conservador de nuestro ser, deberíamos seguir alabando a Dios mientras nos dure el ser, como esperamos hacerlo, por toda la eternidad, en el Cielo.
2. Gozo para sí mismo (v. 34): «Que le sea agradable (el vocablo se usa para las ofrendas de olor suave; comp. con Jer. 6:20, Os. 9:4) mi meditación» (comp. 19:14), pues él la ofrece a Dios de corazón, y se goza con ello: «Yo tengo mi gozo en Jehová». Así como Jehová se alegra en sus obras (v. 31b), el salmista se alegra en su Hacedor.
3. Terror para los malvados (v. 35): «Sean barridos de la tierra los pecadores, y los impíos dejen de existir, como una nota discordante en el bello mundo de la creación». Así, pues, más que una imprecación, es, como dice Kirkpatrick, «una solemne oración por la restauración de la armonía de la creación». Acabados los impíos, o convertidos en piadosos, la creación resplandecerá en toda su belleza.
El salmista termina el salmo como lo comenzó («Bendice, alma mía a Jehová»), pero añade una palabra, que ocurre aquí por primera vez, y únicamente en el Salterio, pero ha pasado a ser popular, tanto en las sinagogas como en las iglesias cristianas: Aleluya (hebr. halleluyah, alabad a Yah). Según Graetz,
«era el término usado por los levitas, al oficiar en el templo, como señal para que la congregación se uniese a ellos en las alabanzas a Dios».
Este largo salmo fue compuesto, con la mayor probabilidad, después del regreso de la cautividad de Babilonia. Como el 78, nos ofrece una vista retrospectiva de lo que Dios hizo con Abraham y sus descendientes hasta el tiempo en que los israelitas tomaron posesión de la Tierra Prometida. Tras el prefacio (vv. 1–7), vemos: I. El pacto de Dios con los patriarcas (vv. 8–11). II. Su cuidado de ellos mientras iban peregrinando (vv. 12–15). III. Un resumen de la historia de José con su promoción a primer ministro de Egipto (vv. 16–22). IV. El incremento de Israel en Egipto y su liberación de Egipto (vv. 23– 38). V. El cuidado que tuvo de ellos en el desierto y su asentamiento en Canaán (vv. 39–45).
Versículos 1–7
I. Invitación a glorificar el nombre de Dios.
(A) Hemos de darle gracias (v. 1), como a quien siempre ha sido nuestro munificentísimo bienhechor.
(B) Hemos de invocar su nombre (v. 1), pues de Él dependemos para recibir todo favor. Orar por nuevos favores es reconocer los favores ya recibidos.
(C) Demos a conocer sus obras (v. 1b), para que otros se unan a nosotros en las divinas alabanzas. Pregonemos todas sus obras maravillosas (v. 2), como hablamos de las cosas que nos llenan de gozoso asombro. Deberíamos hablar de ellas estando en casa y andando por el camino (Dt. 6:7).
(D) Cantemos salmos (v. 2) en honor de Dios, como gozándonos en Él y deseemos dar testimonio de ese gozo y trasmitirlo a la posteridad, como pasaban de mano en mano antiguamente, en poemas y romances, los hechos memorables, cuando escaseaban los escritos.
(E) Gloriémonos en su santo nombre (v. 3, comp. con 33:21), no en nuestras propias realizaciones, sino en el que obra en nosotros y por nosotros (Jer. 9:23, 24).
(F) Busquémosle (v. 4); pongamos en Él nuestra felicidad, busquemos su poder, es decir, su gracia, la fuerza de su Espíritu para obrar en nosotros lo que es bueno, agradable y perfecto (Ro. 12:1), lo cual no podemos hacer nosotros por nuestras propias fuerzas, sino por la fuerza derivada de Él; busquemos su rostro mientras estamos en este mundo, y lo conseguiremos cuando vivamos en el otro mundo (v. Ap. 22:4), y aun entonces lo buscaremos en progresión infinita y eternamente satisfechos.
(G) «Alégrese el corazón de los que buscan a Jehová (v. 3b), pues saben que han hecho bien, ya que no se le busca en vano. Y, si tienen motivo para alegrarse los que le buscan ¡cuánto más los que le hallan!
2. Algunas razones para animarnos a cumplir esos deberes.
(A) Consideremos lo que ha dicho, así como lo que ha hecho, para comprometernos a seguirle. Recordemos las maravillas de su Providencia a favor nuestro (v. 5) y de los que nos han precedido—de los portentos a favor de su pueblo—(las plagas de Egipto) y de los juicios ejecutados contra los egipcios (Éx. 6:6; 7:4).
(B) Consideremos la relación con su pueblo (v. 6): «Oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo; hijos de Jacob, sus escogidos, en el sentido que a continuación se expresa». Como si dijese: «Sois hijos de padres piadosos ¡no degeneréis! ¡Seguid las pisadas de aquellos cuyos honores y privilegios habéis heredado!»
Versículos 8–24
Aquí se nos exhorta, al alabar a Dios, a echar una mirada retrospectiva a los orígenes de Israel.
Podemos aplicarlo a los orígenes de la Iglesia; hallaremos abundante materia de alabanza y acción de gracias en las historias de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, como el salmista la halla en las historias del Génesis y del Éxodo.
I. La promesa de Dios a los patriarcas, de que había de dar la tierra de Canaán en herencia a su posteridad, lo cual era tipo de la promesa de vida eterna, hecha en Cristo a todos los creyentes. En todas las obras maravillosas que hizo Dios por Israel, se acordó para siempre de su pacto (v. 8), y para siempre se acordará. En un lugar paralelo (1 Cr. 16:15), el texto masorético lo expone como un deber del pueblo:
«Acordaos siempre de su pacto» (aunque es, sin duda, un error de los masoretas). Se llama «pacto» porque se requiere algo de parte de los recipiendarios como condición para el cumplimiento de la promesa. Véase en Hebreos 6:13, 14 a quiénes juró por sí mismo. El pacto mismo (v. 11): «A ti te daré la tierra de Canaán». Los patriarcas tenían derecho a ella, no por la providencia, sino por la promesa; y su descendencia había de entrar a poseerla como porción o suerte de su heredad, por natalicio, que es título bien seguro; les había de llegar como un favor de Dios, no por sus méritos. El Cielo es nuestra heredad (Ef. 1:11). «Y ésta es la promesa que Él nos hizo, la vida eterna» (1 Jn. 2:25; comp. con Tit. 1:2).
II. Sus providencias con los patriarcas mientras aguardaban el cumplimiento de la promesa, por donde vemos el interés que Dios muestra por su pueblo en este mundo mientras aguardamos la entrada en la Canaán Celestial, pues estas cosas les sucedieron a ellos como ejemplos (v. 1 Co. 10:6) y estímulos para todos los herederos de la promesa, a fin de que vivan por fe como ellos vivieron.
1. Fueron protegidos y resguardados prodigiosamente y, como lo expresa la tradición judía, reunidos bajo las alas de la divina majestad. Esto es lo que se nos declara en los versículos 12–15. Estuvieron expuestos a muchos peligros, pero a los tres famosos patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob, les fueron hechas grandes promesas; una y otra vez les dijo Jehová que Él sería su Dios. Aun en este mundo, no les faltó nada, pero, a fin de que se mostrase que hacía por ellos cosas extraordinarias, les ejercitó también con extraordinarias pruebas:
(A) Abraham fue llamado por Dios cuando no era más que uno solo (Is. 51:2). Véase cuán pocos eran al principio.
(B) Eran forasteros en todos los lugares y, por tanto, expuestos a los abusos de los nativos. Su religión misma era bastante para que se les considerase como moteada ave de rapiña que concita la enemistad y la persecución de otras aves de rapiña (v. Jer. 12:9).
(C) No estaban asentados en un lugar fijo (v. 31): «Andaban de nación en nación, de una parte del país a otra, de un reino a otro pueblo; de Canaán a Egipto, de Egipto al país de los filisteos, forzados por el hambre. Pero eran guardados por una especial providencia de Dios (vv. 14, 15). No podían valerse a sí mismos. Sin embargo:
(D) A nadie se le permitió hacerles daño, pues aun los mismos que les odiaban se veían con las manos atadas y no podían hacer lo que querían (v. Gn. 26:11; 35:5). Dice Arconada: «Llama a los patriarcas ungidos, en sentido amplio de escogidos por Dios como instrumentos de su obra de salvación, y profetas, porque transmitían a otros la palabra de Dios que ellos recibían». Por eso, Abraham es llamado por Dios mismo «profeta» en Génesis 20:7.
2. También fueron alimentados prodigiosamente por Dios. Para poner a prueba su fe, Dios quebrantó todo sustento de pan (v. 16b) en la tierra donde vivía Jacob con sus hijos y nietos, pero pronto vino en socorro de ellos, por cuanto estaban allí y dependían de su promesa y, por eso, no podía permitir honrosamente el que les faltara lo más indispensable para vivir. Así como impidió que un Faraón les hiciese daño, así también suscitó otro Faraón que les hiciese el bien, al promover a José a gobernador del país, como vemos en el resumen que los versículos 16–22 nos ofrecen.
(A) Muchos años antes de que comenzase el hambre, le envió delante de ellos (v. 17), precisamente para que les remediase el hambre. No fue a Egipto como un emisario, sino como esclavo (v. 17b), esclavo de por vida, sin perspectiva humana de recobrar la libertad.
(B) Todavía descendió más abajo, pues de esclavo pasó a encarcelado (v. 18), por causa de una infame calumnia. Dice el hebreo (v. 18b): «En el hierro entró su alma», frase poética, sumamente expresiva de los sufrimientos de la cárcel.
(C) Allí continuó, sin que se le entablara proceso, hasta la hora en que se cumplió su predicción (v. 19)—quizá la de sus propios sueños (Gn. 37:5–11), más bien que la de los sueños de 40:8 y ss.—y le acreditó el dicho (lit.) de Jehová, implícito en los sueños. Ese mismo «dicho de Jehová», según otra versión del verbo hebreo, «le puso a prueba». Su fe hubo de ser puesta a prueba duramente cuando, en lugar de verse inmediatamente promocionado, se vio encarcelado (y, sin duda, durante varios años). Llega siempre la hora en que la palabra de Dios viene en auxilio de los que confían en Él (Hab. 2:3). «Envió el rey y le soltó» (v. 20). No sólo eso, sino que lo puso por señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones (v. 21, comp. con Gn. 45:8). Así quedó José en disposición de instruir (más bien que
«reprimir») a los grandes de Faraón, es decir a los altos funcionarios de la corte, y de enseñar sabiduría a los ancianos (v. 22), esto es, a los consejeros del rey.
3. En Egipto se multiplicaron en gran manera (v. 24), según la promesa hecha a los patriarcas, después que Jacob vino a Egipto (v. 23) con sus hijos y nietos.
Versículos 25–45
Tras la historia de los patriarcas viene la historia del pueblo de Israel, luego que llegó a ser nación.
1. Su aflicción en Egipto (v. 25): «Cambió el corazón de los egipcios, que les habían acogido y protegido, para que aborreciesen a su pueblo y tramasen astutamente el mal contra sus siervos (v. 25). La bondad de Dios con su pueblo exasperaba a los egipcios contra ellos. Se dice que Dios cambió el corazón de los adversarios de su propio pueblo, como una manera de expresar los admirables designios de la Providencia de Dios a fin de provocar así el éxodo de Israel de Egipto. En Éxodo 1, podemos ver los astutos planes del Faraón para acabar con los niños varones de los israelitas.
2. Su liberación de Egipto, la cual, para que no la olvidasen, figura siempre como prólogo a los diez mandamientos (Éx. 20:2; Dt. 5:6).
(A) Los instrumentos de que se sirvió Dios para tal liberación (v. 26): «Envió a su siervo Moisés (así llamado desde Éx. 14:31) y a su hermano Aarón». A1 primero lo escogió para ser el primer magistrado de la nación; al segundo, para ser el primero, y sumo, sacerdote.
(B) Los medios para llevar a cabo la liberación fueron las plagas de Egipto (vv. 27–36). Casi todas se especifican aquí, aunque no en el mismo orden en que sucedieron: (a) La plaga de tinieblas (v. 28), que fue una de las últimas, aunque aquí se menciona la primera, quizá por la importancia que los egipcios, adoradores del sol, daban a las tinieblas. El texto hebreo dice en la segunda parte del versículo: «Y no fueron rebeldes a la palabra de Él», expresión extraña que tal vez se ponga aquí en contraste con lo sucedido en Meribá (Nm. 20:24; 27:14). La mayoría de los MSS de los LXX suprimen el «no» y resuelven la dificultad al aplicar la frase a los egipcios (como lo hacen la mayoría de las versiones). La Nueva Versión Internacional encabeza la frase con una interrogación: «¿Acaso no habían sido rebeldes a sus palabras?» no muy conforme con las reglas gramaticales del hebreo; todo esto es nota del traductor).
(b) La conversión de las aguas del Nilo (que los egipcios adoraban) en sangre (v. 29), con la consiguiente muerte de los peces; ésta fue, en realidad, la primera plaga (v. Éx. 7:14 y ss.). (c) En tercer lugar, viene la que fue segunda plaga (Éx. 8:1 y ss.). (d) A continuación, la cuarta y la tercera plagas (Éx. 8:20 y ss.; 8:12 y ss.). (e) Sigue la plaga de granizo (vv. 32, 33, comp. con Éx. 9:18 y ss.), con los destrozos que causó en el arbolado. (f) Con la omisión de las plagas quinta y sexta, pasa a la octava (vv. 34, 35, comp. con Éx. 10:4 y ss.). (g) Concluye con la que dio el golpe final, la muerte de los primogénitos (v. 26, comp. con Éx. 11:1 y ss.).
(C) Los beneficios que acompañaron a esta liberación. Se habían empobrecido y, sin embargo, salieron enriquecidos, pues los sacó con plata y oro (v. 37). La vida les había resultado amarga; estaban quebrantados de cuerpo y espíritu; sin embargo, cuando Dios los sacó, no hubo en sus tribus ninguno que flaqueara, ni de enfermedad, ni de cansancio (comp. Is. 5:27). Habían sido perseguidos e insultados, pero salieron con honor (v. 38). Sus años se habían pasado en la tristeza y las penalidades de la esclavitud pero los sacó con gozo (v. 43).
(D) El cuidado especial que tuvo de ellos en el desierto (vv. 39–42). «Extendió una nube por cubierta» (v. 39, comp. con Éx. 13:21), no sólo como sombrilla, sino también como lienzo pomposo. Las nubes son presentadas, a veces, como pabellón de Dios (v. 18:11); aquí es pabellón de Israel. Y «para alumbrar la noche», la columna era de «fuego» (comp. con Éx. 14:20). También los alimentó, no sólo con el pan necesario, sino también con manjares exquisitos (v. 40), conforme le «pidieron». Y, para apagar su sed, «abrió la peña y fluyeron aguas» (v. 41).
(E) Su entrada, por fin, en Canaán (v. 44): «Les dio las tierras de los gentiles y, así, heredaron las labores de los pueblos, es decir, el fruto de los trabajos de los pueblos que habitaban la región: las casas que habían edificado y las plantaciones que habían hecho antes de que llegasen los israelitas.
(F) Los motivos por los que Dios llevó a cabo todo esto a favor de ellos: (a) Porque quería cumplir las promesas que les había hecho (v. 42): «Porque se acordó de su santa palabra (de la palabra garantizada por su santidad) dada a Abraham su siervo», y no podía permitir que cayese de esa palabra ni una jota ni una tilde (v. Dt. 7:8). (b) Porque quería que ellos cumpliesen los preceptos de su palabra, a fin de que quedasen ligados al mejor beneficio que pudo concederles. Habiéndoles dispensado tantos beneficios, bien podían recibir con todo gozo sus estatutos y cumplir sus leyes (v. 45), pues estaban designadas para el mayor bien de ellos, por lo que debían ser no sólo obedientes, sino agradecidos, a la voluntad de Dios. Y el aleluya con que concluye el salmo puede entenderse como un agradecido reconocimiento de los favores de Dios.
Hemos de glorificar a Dios, no sólo mediante el reconocimiento de sus bondades, sino también mediante la confesión de nuestras maldades. Es opinión común que este salmo es un complemento del anterior y que fue redactado por la misma persona a fin de poner de relieve la infidelidad de Israel en agudo contraste con la fidelidad de Dios. I. Tenemos, en primer lugar, una especie de prólogo que expresa alabanzas a Dios (vv. 1, 2), consuelo para su pueblo (v. 3), y deseo de que Dios les conceda más favores (vv. 4, 5). II. Sigue luego la narración, y menciona los pecados de Israel, agravados por los grandes beneficios recibidos de Dios. Sus provocaciones junto al mar Rojo (vv. 6–12), sus deseos desordenados (vv. 13–15), sus motines (vv. 16–18), su adoración del becerro de oro (vv. 19–23), sus murmuraciones (vv. 24–27), sus abominaciones en Baal-Peor (vv. 28–31), sus querellas contra Moisés (vv. 32, 33) y su seguimiento de las costumbres paganas de los cananeos (vv. 34–39). A esto sigue el relato de los castigos con que Dios les afligió, aunque los salvó de la destrucción total (vv. 40–46). III. El salmo concluye con oración y alabanza (vv. 47, 48).
Versículos 1–5
1. Bendigamos a Dios (vv. 1, 2). Démosle gracias por su bondad, y gloria por su grandeza, por suspoderosas obras. Por mucho que las ensalcemos, nunca será bastante.
2. Bendigamos al pueblo de Dios, teniéndole por dichoso (v. 3). Pueblo de Dios son los que mantienen principios sanos. Los que guardan el derecho, esto es, observan lo prescrito, y practican la justicia con los demás en todo tiempo, es decir, de modo constante.
3. Bendigámonos a nosotros mismos en el favor de Dios, pongamos en Él nuestra dicha y busquémosla, en consecuencia, con toda seriedad (vv. 4, 5). Así como hay en el mundo un pueblo que es el pueblo de Dios de una manera especial, así también hay favores especiales que Dios otorga a ese pueblo, y que son deseados por todas las almas piadosas: «Visítame con tu salvación, para ver la dicha de tus escogidos, cuando vuelvan a ver la prosperidad» (vv. 4, 5). El salmista desea participar en la alegría del pueblo al que pertenece, cuando vengan tiempos mejores.
Versículos 6–12
Viene ahora una confesión de los pecados, muy apropiada ahora que el pueblo pasaba por apuros. Así debemos justificar a Dios en todo lo que nos envía para corregirnos, y reconocer que ha hecho bien, pues nosotros habíamos obrado mal.
1. El pueblo de Dios reconoce, en su aflicción, que han sido culpables delante de Dios (v. 6): «Hemos pecado con (lit.) nuestros padres, hemos hecho iniquidad, hemos obrado malvadamente». Es de notar aquí: (A) La idea de solidaridad nacional en los pecados individuales. No es pecado de imitación («como»), sino de complicidad («con»). (b) En un solo versículo (comp. con 1 R. 8:47) entran los tres vocablos hebreos que, con distinto matiz, designan el pecado; jatá, el pecado en general equivalente a «errar el blanco»; avén, iniquidad, maldad, y reshá, perfidia o rebeldía. Hay una gradación de menos a más: error, maldad, rebeldía.
2. Se lamentan del pecado desafiante de sus padres cuando estaban siendo formados como nación.
(A) La extraña estupidez de Israel en medio de los favores que Dios les dispensaba (v. 7): «No entendieron tus maravillas». Pensaban que las plagas de Egipto eran sólo para sacarlos de Egipto, mientras que tenían por objeto principal instruirles y convencerles; no sólo para obligarles a salir de la esclavitud de Egipto, sino para curarlos de la inclinación a la idolatría de Egipto. Perdemos los beneficios de la Providencia por falta de entendimiento. Y así como su inteligencia era obtusa, así también su memoria era oscura (v. 7b): «No se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias».
(B) Su perversidad brotaba de su estupidez (v. 7c): «Se rebelaron junto al mar, en el mar Rojo, pues desconfiaron de Dios en su desespero y desearon no haber salido de Egipto» (v. Éx. 14:11, 12). Como si el poder que Dios había ejercitado a favor de ellos careciese de amor y compasión; hasta llegar a decir que los había sacado para matarlos en el desierto.
(C) La gran salvación que obró Dios a favor de ellos a pesar de sus provocaciones (vv. 8–11). Hizo en el mar una avenida para que pasasen por él a pie enjuto y se interpuso entre ellos y los que les perseguían, librándoles así de una muerte segura. El mar Rojo fue para ellos una avenida, mientras para los egipcios fue un cementerio (Éx. 14:30). Les hizo este gran favor a pesar de que no se lo merecían, pues el desmerecimiento de ellos no iba a alterar las promesas de Dios ni impedirle que las cumpliera, como dijo Moisés en su oración de Números 14:17–19: Yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor … perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia». El poder del Dios de la gracia al perdonar el pecado y salvar a los pecadores es tan grande y tan digno de admiración como el poder del Dios de la naturaleza al dividir las aguas del mar Rojo.
(D) La gran impresión que esto hizo en ellos a la sazón (v. 12): Entonces creyeron a sus palabras, reconocieron que Dios estaba de veras con ellos y que, por compasión a ellos, no para matarlos, los había sacado de Egipto; y cantaron su alabanza con el cántico que compuso Moisés en aquella ocasión (Éx. 14:31; 15:1 y ss.).
Versículos 13–33
Aquí tenemos un resumen de la historia de las provocaciones de Israel en el desierto, y este resumen es todavía resumido por el apóstol en la aplicación que hace a los cristianos (1 Co. 10:5 y ss.).
1. La causa de su pecado fue el olvido de las palabras y de las obras de Dios (v. 13). No tuvieron en cuenta lo que había hecho por ellos: «Pronto olvidaron (lit. se apresuraron a olvidar) sus obras; no aguardaron a su consejo, es decir, no esperaron a que Dios les revelase el designio que tenía con respecto a ellos». Esperaban impacientemente entrar pronto en Canaán y, como tardaban en entrar, pensaron que nunca entrarían allá. De nuevo leemos (vv. 21, 22): «Olvidaron al Dios de su salvación, etc.». Quienes olvidan la salvación de Dios, pronto olvidan al Dios de la salvación. No tenían paciencia para esperar a que llegase el tiempo de Dios y pensaron como el mal siervo de Mateo 24:48: «Mi Señor se tarda en venir».
2. Se mencionan aquí muchos de sus pecados, junto con las señales del desagrado de Dios a causa de ellos.
(A) Querían comer carne (v. 14), pero no creían que Dios pudiese proporcionársela. Estaban a poca distancia de Canaán, pero no tuvieron paciencia para esperar a entrar para poder comer carne. «Él les dio lo que pidieron, pero lo dio enojado y con maldición, pues envió, no vigor, sino extenuación a sus vidas» (v. 15, lit.). Leemos en Números 11:33 que hirió Jehová al pueblo con una plaga muy grande, cuando aún estaba la carne entre los dientes de ellos. El nombre que le puso al lugar aquel (Kibrot-hattaavá, sepulcros de concupiscencia) quedó como memorial perpetuo de aquel pecado y de su castigo.
(B) Se querellaron del gobierno que Dios había establecido para Israel, tanto en lo civil como en lo religioso: «tuvieron envidia de Moisés el jefe de la nación y generalísimo del campamento, y de Aarón, el santo de Jehová, esto es, el designado por Dios para ejercer el sumo sacerdocio» (v. 16). Parece ser que Coré, de la tribu de Leví, aspiraba a ese cargo, mientras Datán y Abiram, de la tribu de Rubén, primogénito de Jacob, aspirarían a la suprema magistratura. Se nos dice en los versículos 17 y 18 el desagrado que esto causó a Dios. Tenemos en Números 16:32, 35, los detalles de esta historia. Los que se rebelaron contra la autoridad civil fueron castigados por medio de la tierra, que se los tragó. Los que se rebelaron contra la autoridad religiosa fueron castigados por medio del fuego, y fueron sacrificados a la justicia divina al intentar usurpar el derecho de ofrecer sacrificios.
(C) Fabricaron y adoraron un becerro de oro, y esto en Horeb, donde se había dado la Ley y donde Dios había dicho expresamente (Éx. 20:4, 5): «No te harás imagen … No te postrarás ante ellas». Pero ellos hicieron ambas cosas (v. 19): «Hicieron un becerro en Horeb, se postraron ante una imagen de fundición». De esta manera hicieron afrenta a las dos luces que Dios puso para iluminar el camino de la conducta humana: (a) La luz de la razón, pues cambiaron su gloria (la de Dios, aunque los antiguos escribas, por un falso sentido de reverencia, cambiaron la terminación del vocablo hebreo para que significase la gloria de ellos) por la imagen de un buey (comp. con Ro. 1:23), del buey Apis, uno de los ídolos egipcios, que come hierba (v. 20), lo cual no puede ser más grosero y escandaloso. (b) La luz de la revelación, que les fue hecha, no sólo en las palabras que Dios les habló, sino también en las cosas que obró a favor de ellos (vv. 21, 22). Por ello, Dios trató de exterminarlos, y de cierto lo habría hecho, de no haberse interpuesto Moisés su escogido delante de Él (v. 23), es decir, en la brecha entre Dios y el pueblo, «como un soldado—dice Cohen—que, con peligro de su vida, ocupa el puesto en que el enemigo ha hecho una brecha en los muros de la ciudad» (v. Éx. 32:9–14). Véase el poder de la oración y véase también aquí, en Moisés, un tipo de Cristo, escogido de Dios, en quien Dios tiene sus complacencias y que vive siempre para interceder por nosotros (He. 7:25).
(D) Dieron crédito al informe que del país de Canaán dieron los malos espías, en contra de la promesa de Dios (v. 24b), y trataron de escoger un capitán que les condujese de regreso a Egipto, y acusaron vilmente a Dios de querer llevarlos a la tierra prometida para que fuesen presa de los cananeos (Nm. 14:2, 3). Y, cuando se les hizo a la memoria el poder y la promesa de Dios, lejos de escuchar la voz del Señor, intentaron apedrear a los que les decían la verdad (Nm. 14:10). También esto desagradó grandemente a Dios, pues juró en su enojo que no habían de entrar en su reposo (Nm. 14:28; Sal. 95:11) y que había de aventar su estirpe entre las naciones y esparcirlos por las tierras (v. 27, comp. con Ez. 20:23).
(E) Fueron también culpables de un gran pecado en el asunto de Baal-peor; éste fue el gran pecado de la nueva generación, cuando estaban a punto de entrar en Canaán (v. 28): «Se unieron al Baal de Peor» (Nm. 25:1–3), deidad pagana adorada en Peor, con lo que se prostituyeron espiritual y corporalmente. Quienes tantas veces habían participado del altar del Dios viviente, comieron ahora los sacrificios de los muertos, es decir, ofrecidos a dioses muertos. De esta forma, provocaron la ira de Dios con sus acciones (v. 29). Dios los castigó con una plaga que se llevó por delante, en poco tiempo, a 24.000 de estos desvergonzados pecadores. Dios estimuló a Pinjás, el futuro sumo sacerdote, para que usase su poder al servicio de la nación, suprimiese drásticamente el pecado y librase del contagio al resto del pueblo. En su celo por el Dios de las huestes, ejecutó a Zimrí y a Cozbí, algo que agradó tanto a Dios que se detuvo la plaga (v. 30). A Pinjás le fue contado para justicia (v. 31. Lit.), lo mismo que a Abraham (comp. con Gn. 15:6), de generación en generación, pues Dios estableció con él el pacto del sacerdocio perpetuo (Nm. 25:13). Es cierto que, por algún tiempo (no sabemos por qué), el sumo sacerdocio pasó a la rama de su tío Itamar en la época de los Jueces, pero volvió a la rama de Eleazar, en tiempo de Salomón, en la persona de Sadoc.
(F) Sus continuas murmuraciones hasta el final mismo de sus andanzas por el desierto, pues en el último año de su peregrinación por el desierto, irritaron a Dios en las aguas de Meribá (v. 32), como vemos en Números 20:3–5, y le fue mal a Moisés por causa de ellos, pues perdió la paciencia y habló inconsideradamente (v. 33), pues dijo: «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?» (Nm. 20:10). Dios mostró su desagrado contra este pecado y no permitió que Moisés ni Aarón entrasen en Canaán a causa de la forma en que obraron en esta ocasión. Si tan severamente trató a Moisés por unas palabras inconsideradas, ¿qué castigo no merecerá el pueblo por haber hablado tantas veces palabras perversas? Dios les quitó a Moisés en un tiempo en que más lo necesitaban, con lo que su muerte fue un castigo mayor para ellos que para él.
Versículos 34–38
1. La narración concluye con el relato de la conducta de Israel en Canaán, que fue muy parecida a la que mostraron en el desierto, y de la forma que Dios les trató, que, como siempre, fue una mezcla de justicia y de misericordia.
(A) Continuaron con su provocación a Dios. Cuando estuvieron asentados en Canaán, se corrompieron con costumbres paganas y dejaron a Dios. No exterminaron a los pueblos que Jehová les dijo (v. 34). Se prometieron a sí mismos que, no obstante, no se habían de unir a ellos en ninguna amistad peligrosa; pero lo que leemos a continuación (v. 35) es que se mezclaron con los gentiles y aprendieron sus obras (lit.). Este pecado tuvo como consecuencia otros muchos y les atrajo los juicios de Dios contra ellos. Cuando se unieron a los gentiles en algunos de sus servicios idolátricos, poco pensaban que iban a ser culpables del horrendo y bárbaro crimen de sacrificar sus hijos y sus hijas a los demonios (hebr. shedim, comp. con Dt. 32:17), y derramar esa sangre inocente … en sacrificio a los ídolos de Canaán (vv. 37, 38). El término shedim es, según Cohen, «el asirio shedu, nombre dado a los enormes ídolos, en forma de toros alados, colocados a la entrada de los templos asirios». Véase cómo se contaminaron a sí mismos y, por culpa de ellos, la tierra misma fue contaminada (vv. 38, 39).
(B) Dios los castigó entregándolos en manos de sus enemigos (vv. 40–42). ¿Qué otra cosa podían esperar? Tan enfadado estaba con ellos que abominó su heredad (v. 40b). Esto es lo peor del pecado, el que provoca la repugnancia de Dios; y cuanto más cercanos están a Dios en lo que profesan ser, tanto más abominables se hacen a Dios en lo que realmente son, como un estercolero puesto junto a nuestra misma puerta. El castigo correspondió al pecado: se habían mezclado con los gentiles y aprendido sus obras (v. 35), pero los gentiles los odiaron y oprimieron (v. 42); justamente usó Dios a sus enemigos como a instrumentos para corregir a su pueblo. De esta forma, los apóstatas pierden el amor y todo lo bueno que hay del lado de Dios, y no ganan nada del lado de Satanás (comp. Ro. 6:23).
(C) Dios les aliviaba de vez en cuando, pero volvían a sus pecados y Dios volvía a castigarles. Esto se refiere al tiempo de los Jueces cuando Dios suscitaba libertadores como Gedeón, Jefté y Sansón, pero ellos recaían en la idolatría (v. 43). Predominaba la compasión de Dios y oía su clamor (comp. con Éx. 3:7), cuando estaban ellos en angustia (v. 44); se acordaba de su pacto con ellos y se arrepentía (lit.) conforme a la muchedumbre de sus misericordias (v. 45, comp. con 90:13; Éx. 32:14). Aunque Dios no es hombre para que se arrepienta como para cambiar de mentalidad (1 S. 16:29), pero en su gracia o en su justicia, cambia de procedimiento (1 S. 16.35). Por malos que ellos fuesen, Él no iba a quebrantar sus promesas. Así que, no sólo frenó el resto de la ira de sus enemigos, sino que suscitó en el corazón de esos mismos enemigos compasión hacia ellos (v. 46, comp. con 1 R. 8:50). Grande es, en verdad, el poder de Dios para convertir en corazones de carne los corazones de piedra (comp. Ez. 36:26, aunque en otro contexto).
2. Concluye el salmo con oración y alabanza. (A) Oración para que sea completa la liberación del pueblo—probablemente, del exilio en Babilonia, a lo que parecen apuntar los vv. 43c y 46—y, recogidos así de las naciones, puedan dar gracias (lit.) al nombre de Jehová y cantar victoria en alabanza de Él (v. 47). (B) La alabanza o doxología del versículo 48 es una añadidura posterior y cierra el Libro IV del Salterio de forma semejante al cierre de los otros tres Libros anteriores (v. Sal. 41, 72 y 89), aunque con otra añadidura, peculiar de este salmo: «Y diga todo el pueblo: Amén, aleluya».
El salmista observa aquí algunos ejemplos de la providencia de Dios a favor de los hombres en general, y especialmente en las aflicciones que sufren, pues es Dios de todos los hombres (1 Ti. 2:5). Había quienes no pertenecían a la congregación de Israel, pero eran adoradores del verdadero Dios; incluso quienes adoraban a las imágenes tenían algún conocimiento del Supremo Numen, al que, cuando se veían en apuros, alzaban la mirada por encima de todos sus falsos dioses. y de éstos se preocupaba Dios, cuando ellos oraban en sus aflicciones. I. El salmista especifica algunas de las calamidades comunes de la vida humana y muestra el socorro de Dios a los que sufren bajo ellas cuando acuden a Él en oración: 1. Exilio y dispersión (vv. 2–9). 2. Cautividad y encarcelamiento (vv. 10–16). 3. Diversas enfermedades (vv. 17–22). 4. Peligros en el mar (vv. 23–32). II. Especifica algunos sucesos concernientes a naciones y familias, en los que las personas piadosas han de ver la mano de Dios, con gozoso reconocimiento de sus bondades (vv. 33–43).
Versículos 1–9
1. Llamamiento general a todos a dar gracias a Dios (v. 1, comp. con 106:1).
2. Llamada particular a los redimidos de Jehová (comp. con Is. 62:12), la cual puede aplicarse de algún modo a los hijos de Dios que estaban dispersos, por quienes Cristo murió a fin de congregarlos en uno (Jn. 11:52). Pero aquí se trata de una liberación temporal (vv. 2, 3), llevada a cabo cuando clamaron a Jehová (v. 6), frase que se repite como un estribillo en los versículos 13, 19 y 28. (A) Estaban en un país enemigo, pero Dios los redimió de allí (v. 2). (B) Estaban dispersos como si fuesen desechados, pero Dios los congregó de todas las tierras a las que habían sido arrojados (v. 3). Dios conoce quiénes son los suyos y dónde ha de encontrarlos. (C) Eran presa del desconcierto, sin rumbo fijo ni lugar de descanso (v. 4): «Anduvieron errantes por el desierto, etc.», pero Dios los dirigió por camino derecho (v. 7), para que viniesen a ciudad habitable: por la vía rápida y a lugar donde pudiesen morar. (D) Iban a perecer de hambre (v. 5), pero Dios los sació (v. 9, comp. con Jer. 31:25). El mismo Dios que nos ha conducido por la vida nos ha provisto también hasta hoy del alimento necesario. Por todos estos favores, ellos (así como nosotros, deben corresponder con gratitud (v. 8): «Den gracias a Jehová por su amor misericordioso, por su bondad hacia ellos, y por sus obras maravillosas para con los hijos de los hombres, para con todos. También este versículo se repite como estribillo en los versículos 15, 21 y 31.
Versículos 10–16
La bondad de Dios con los cautivos. Se dice de ellos que estaban sentados (lit.) en tinieblas, lo que indica desconsuelo (comp. con Is. 42:7) pero podría tomarse también a la letra, pues los calabozos estaban en completa oscuridad; y en sombra de muerte (comp. 23:4), lo que insinúa grave peligro. Sus padecimientos eran físicos y morales (v. 10b), y todo ello era el castigo por haber transgredido la ley de Dios (v. 11), pensamiento que se repite en los versículos 17 y 34; pero el propósito, siempre amoroso, de Dios en esta aflicción, a pesar de que ellos despreciaron ese plan (v. 11b), era humillarles (lit.) el corazón (v. 12), es decir, llevarlos a la «contrición», para que invocasen al Señor (v. 13), pues el deber del afligido es orar (Stg. 5:13). Quienes no parecen tener tiempo para orar cuando están libres lo tienen en abundancia cuando están en prisión; allí ven claramente la necesidad que tienen de Dios, aunque antes pensasen que podían pasarlo bien sin Él. Dios los libró de la aflicción y de la prisión (vv. 13b, 14). A los que estaban atados, les rompió las ataduras; a los que estaban en hierros, les desmenuzó los cerrojos de hierro (vv. 14–16). No se contentó con abrir las puertas, sino que las quebrantó para que no volviesen a ser encerrados (comp. con Is. 45:2).
Versículos 17–22
Las enfermedades corporales son también calamidades propias de esta vida, que nos dan oportunidades de experimentar la bondad de Dios.
1. Si no tuviésemos pecado, no tendríamos enfermedad. Toda enfermedad es fruto del pecado común, y muchas enfermedades son efecto de los pecados personales. El pecador es un insensato; no sólo va contra sus intereses espirituales, sino también contra los materiales pues daña su salud corporal mediante la intemperancia y pone en peligro su vida al dar rienda suelta a sus concupiscencias. Los que se aficionan en extremo a la comida que perece (Jn. 6:27), cuando enferman les repugna, y los manjares que antes anhelaban, ahora les dan náuseas (v. 18). Y cuando el apetito se pierde, la vida está próxima a irse:
«Llegaron hasta las puertas de la muerte» (v. 18b, comp. con 9:13). Así que (v. 19), clamaron a Jehová en su angustia (comp. Stg. 5:14). La oración es buen remedio contra la enfermedad.
2. La recuperación de la enfermedad se debe a la bondad y al poder de Dios, y a Él hemos de estar agradecidos por ello. «Envió su palabra y los sanó» (v. 20). Cristo curaba muchas veces con solo su palabra. La Palabra y el Espíritu curan la enfermedad espiritual, el pecado. La palabra de Dios es siempre eficaz (He. 4:12, comp. con Sal. 147:15–18). Muchas veces, esta palabra de Dios llega por medio de un mensajero humano (v. 2 R. 20:4, 5). Los que así se ven libres de la enfermedad deben dar gracias (lit.), ofrecer sacrificios de acción de gracias (lit. comp. 116:17) y publicar sus obras con júbilo (vv. 21, 22). La lengua, las manos y el corazón han de contribuir a esta alabanza.
Versículos 23–32
El salmista convoca ahora para dar gracias y gloria a Dios a los que han sido librados de los peligros del mar. Aunque los israelitas no se dedicaban, en general, al comercio marítimo, sí lo hacían sus vecinos los tirios y sidonios, y a ellos parece que va dirigida esta parte del salmo. Dice Arconada: «La situación es más bien fenicia por el viaje comercial por el ancho océano, las muchas aguas, en lugar del cabotaje costero».
1. El poder de Dios se manifiesta de manera especial en el mar (vv. 23, 24). De manera muy gráfica se describen las maravillas que Dios obra en los mares, no sólo por la abundancia de peces de tan variadas especies que allí habitan, sino también por las tremendas tempestades que allí se levantan (vv. 23–26). Las profundidades del versículo 24 pueden aludir a lo misterioso de los abismos; al hiperbólico «descenso a los abismos» del versículo 26 (comp. con Hch. 27:20; 2 Co. 11:25, 26), y a la intervención de Dios al apaciguar la tempestad.
2. Especialmente gráfica es la descripción de las angustias que sufren los marineros y pasajeros de las naves. Incluso los más avezados al oficio, con aquel subir y bajar (v. 26. Se refiere a los marineros no a las olas), se deslíen de miedo (comp. con Éx. 15:15, donde ocurre el mismo verbo hebreo), se tambalean como borrachos y se hallan «en las últimas», sin que de nada les valga su pericia (v. 27). Claman entonces a Jehová, etc. (v. 28). Tenemos el dicho de: «El que quiera aprender a orar, que se haga a la mar», pero yo diría: «Los que hayan de hacerse a la mar, aprendan a orar». Los que viven en comunión con Dios, tienen siempre su ayuda cuando la necesitan, de forma que cuando se hallan «en las últimas» de su vida, no se hallan «en las últimas» de su fe. En respuesta a la oración, Dios calma la tempestad (v. 29), devuelve a los marineros la alegría (al apaciguarse las olas) y los guía a puerto (v. 30). Tanto Arconada como Cohen observan que el vocablo para «puerto» recibe en asirio, y en el Talmud, el significado de «ciudad». También en lo espiritual, después de las tempestades de esta vida, nos protege y guía nuestro Padre, hasta llevarnos al deseado puerto de los cielos.
Versículos 33–43
Después de glorificar a Dios por el alivio providencial otorgado a personas que se hallaban en apuros, el salmista le glorifica ahora por los cambios sorprendentes que con frecuencia efectúa en la naturaleza y en los asuntos de los hombres.
1. Pone algunos ejemplos de estos cambios: (A) Cambia en secano las tierras más fértiles, y en oasis de fertilidad los desiertos (vv. 33–35). Gran parte de las comodidades de esta vida dependen del suelo, cuya fertilidad original es estropeada por el pecado (v. 34b), aunque la bondad de Dios rectifica estos malos efectos (v. 35). (B) Levanta y hace prosperar a familias necesitadas, mientras empobrece a otras que estaban en abundancia y prosperidad: Los que estaban hambrientos van a vivir en lugares fértiles. Allí se establecen y fundan ciudades (v. 36). Pero, aunque la Providencia les de buen cobijo, ellos deben usar las manos para sembrar y plantar (v. 37). El trabajo del hombre ha de esperar la bendición de Dios, así como la bendición de Dios corona el trabajo del hombre (v. 38). Vemos, en cambio, a otros que al subir demasiado deprisa descendieron rápidamente hasta hundirse en la nada (v. 39). Los altos son abatidos, y los bajos son enaltecidos (vv. 40, 41). Ordinariamente, Dios abate a los que se ensalzan a sí mismos y les hace andar errantes en un desierto sin camino (v. 40b), con lo que alude, al parecer, a los gobernantes de las naciones invasoras (comp. con Job 12:21, 24). Esto nos enseña que no se ha de envidiar a los príncipes ni despreciar a los pobres, pues Dios tiene muchos modos de cambiar la situación de unos y otros.
2. Cambios tan sorprendentes como éstos sirven: (A) De solaz a los santos, pues ellos observan con placer estos cambios (v. 42). Gran consuelo es para toda persona buena ver cómo maneja Dios a los hombres del mismo modo que un alfarero a sus vasijas de barro, y contemplar cómo hace prosperar a los virtuosos otrora despreciados, y abatidos a los viciosos otrora envidiados (comp. con Job 22:19). (B) De silenciador a los pecadores, los cuales, al ver cómo en el pecado llevan la penitencia y cuán justamente obra Dios al quitarles los dones de los que tanto han abusado, no tienen palabras que proferir en defensa propia (v. 42b). (C) De satisfacción a los verdaderos sabios (v. 43), quienes ven en todos los asuntos de los hombres la mano de Dios (Os. 14:10). La meditación sobre el modo como obra la Providencia de Dios contribuye muchísimo a la buena formación del creyente.
Este salmo está formado por dos porciones de otros salmos. Los versículos 1–5 están tomados de 57:7–11; y los versículos 6–12, de 60:5–12. «Parece claro—dice Cohen—que la selección y combinación se hicieron para el uso litúrgico en especiales circunstancias … Figura el nombre de David a la cabeza del salmo porque los dos salmos que le sirven de fuentes se atribuyen a David.» El salmista: I. Da gracias a Dios por los favores recibidos (vv. 1–5). II. Ora a Dios para que otorgue sus favores al país (vv. 6–13). La forma en que en un salmo determinado se combinan fragmentos de otros salmos nos insinúa que es también conveniente reunir versículos de varios salmos para cantarlos en los cultos.
Versículos 1–5
Podemos aprender aquí, de alguien experto en la materia, a cantar las divinas alabanzas.
1. Hemos de alabar a Dios con corazón bien dispuesto (lit. firme). Los pensamientos que tienden a vagar por muchos lados han de ser recogidos y puestos a trabajar en esa tarea importante y solemne (v. 1).
2. Hemos de alabar a Dios con toda el alma (v. 1b, «sí, alma mía», pues ése es el significado aquí, como en 57:8, del vocablo kabod, gloria).
3. Hemos de alabar a Dios con devoción atenta (v. 2): «Despiértate, salterio y arpa, etc.». Hemos de estimularnos a alabar a Dios del modo más esmerado y vivo, no de una forma rutinaria y descuidada. La devoción férvida es la que honra a Dios.
4. Hemos de alabar a Dios públicamente (v. 3), como quienes no se avergüenzan de reconocer las obligaciones que tienen para con Él.
5. En nuestras alabanzas, hemos de enaltecer la misericordia y la verdad de Dios (v. 4). No podemos ver ahora más allá de los cielos y de las nubes, todavía nos queda por ver en el Cielo mucho más de la misericordia y de la verdad de Dios.
Versículos 6–13
Nuestras plegarias deben ser comunitarias en el sentido de que siempre hemos de tener en el corazón los intereses y problemas de la congregación (v. 6). Si son los amados de Dios, también deben ser nuestros amados (comp. 1 Jn. 5:1), por lo que debemos orar por su liberación. Una fe activa puede regocijarse en lo que Dios ha dicho, incluso antes de que Dios actúe, pues en Él no son dos cosas distintas el decir y el hacer, aun cuando lo sean en nosotros. Pueden observarse algunas pequeñas variantes con respecto al Salmo 60, del que están tomados los últimos ocho versículos de este salmo (véase el comentario a los salmos 57 y 60 para otros detalles). 1. En el versículo 9, se lee a la letra: «Sobre Filistea daré vítores», mientras que en 60:9 dice (lit.): «Filistea, ¡da vítores por causa mía!» Comenta Maclaren:
«La invitación a Filistea, que probablemente es un sarcasmo, se transforma aquí en plena expresión de triunfo». 2. En el versículo 10, Cohen hace notar que el vocablo hebreo para «fortificada», es diferente del de 60:10 (mibtsor en el 108; matsur en el 60). 3. En el versículo 11, no aparece aquí explícito el pronombre «tú», mientras que sí lo está en 60:11. Hay muchas otras variaciones de menor importancia, aunque interesantes para los hebraístas. Para los versículos 12 y 13—nota del traductor—M. Henry hace aplicaciones que omitió en el Salmo 60 y ponemos a continuación: «Hemos de buscar la ayuda de Dios, y renunciar a toda confianza en las criaturas (v. 12, comp. con Jer. 17:5 y ss.): «Porque vana es la ayuda del hombre. Así lo es y, por consiguiente, estamos perdidos si tú no nos ayudas; así lo comprendemos y, por eso, de ti dependemos para que nos socorras, y tenemos buenos motivos para hacerlo». Hemos de poner lo que está de nuestra parte, pero nada podemos de nosotros mismos; solamente con Dios haremos proezas (v. 13).
Nota del traductor: Este salmo ha sido vehementemente criticado por las terribles maldiciones de los versículos 6–19, que, aun dentro de la mentalidad del Antiguo Testamento, suenan demasiado mal, especialmente si se acepta la autoría de David. Si se hace un cuidadoso análisis del texto, es menester— como advierte Bullinger—rellenar una elipsis al final del versículo 5, lo cual, como en otros lugares, se hace al añadir el verbo decir, del modo que veremos en su lugar. Esto significa que el comentario de M. Henry a dichos versículos 6–19 no nos sirve, pues lo supone en boca de David. Cohen hace notar que el salmista dice en el versículo 28: «Maldigan ellos, pero bendice tú», «y es natural entender sus palabras como referentes a las imprecaciones que se hallan en el salmo. Serían extraordinarias (Cohen quiere decir “asombrosas”) si procediesen de los labios de alguien que se había entregado precisamente a una orgía de maldiciones». I. El salmista clama y pide auxilio (vv. 1–5). II. Imprecaciones de sus enemigos (vv. 6–19).
III. Apela él a la bondad de Dios (vv. 20–31).
Versículos 1–5
El inefable consuelo de todos los buenos es que, quienquiera esté contra ellos, Dios está por ellos.
1. El salmista apela aquí al juicio de Dios (v. 1): «No calles, sino de tu presencia proceda mi vindicación (17:2). No difieras hacer justicia, pues a ti apelo». El título que da aquí a Dios es: «Oh Dios de mi alabanza, esto es, el Dios a quien he alabado en el pasado por los favores que me ha concedido». En esa experiencia se apoya para acudir de nuevo a Él.
2. Se queja de sus enemigos. (A) «Son malvados, que se deleitan en hacer el mal (vv. 2–5). (B) Son engañadores (v. 2) en sus protestas de buena voluntad, mientras a mi espalda hablan contra mí con lengua mentirosa. (C) Son injustos, pues pelean contra mí sin motivo (v. 3); nunca les provoqué. (D) Son ingratos, pues me odian (v. 3) en pago de mi amor (v. 4) y me devuelven mal por bien» (v. 5). Cuanto más bien les hacía, más mal tramaban contra él.
3. Resuelve continuar en oración (v. 4b), no sólo para mantenerse en comunión con Dios, sino también para interceder por sus enemigos. Así lo sugiere la semejanza con 35:13, y la letra del original, pues dice: «Y yo (soy) oración» (comp. con 120:7: «Yo (soy) paz». Lit.). A pesar de ser adversarios suyos y tramar toda clase de males contra él, él continuaba orando por ellos. Así lo hizo el Señor en la cruz (Lc. 23:34) y así debemos hacer nosotros con quienes nos odien y hagan el mal, no pecando contra el Señor en cesar de orar por ellos (1 S. 12:23).
Versículos 6–19
Como ya insinuamos en la introducción del salmo, al final del versículo 5 es preciso añadir el gerundio «diciendo». Todo lo que sigue hasta el versículo 19 inclusive, ha de entenderse como puesto en boca de los enemigos del salmista. Las imprecaciones que dirigen contra él son terribles:
1. Piden que sea entregado a un juez sin conciencia, impío, y que un acusador (hebreo, satán) inclemente (comp. con Zac. 3:1) esté a su diestra; uno de sus peores adversarios (v. 4, donde sale el vocablo yisteneni, de la misma raíz).
2. Piden que sea condenado en el juicio, de forma que esto sea una prueba de que es realmente culpable y, por eso, su oración no ha sido oída por Dios, sino «tenida por pecado» (v. 7).
3. Piden que sea cumplida en él la sentencia de muerte (v. 8) de forma que se le acorte la vida y pase a otro el oficio que, según ellos (vv. 16 y ss.), tan injustamente desempeñó. Con el empleo, se llevarán también sus posesiones (ése es el sentido del vocablo en Is. 15:7), con lo que su viuda y sus hijos quedarán, no sólo huérfanos, sino en la miseria con todas las terribles consecuencias que estos implacables enemigos contemplan y desean: sus hijos mendigarán, su hogar quedará desolado (v. 10), el acreedor se apoderará de lo poco que les quede, y extraños gozarán de los frutos del trabajo ajeno (v. 11), que nadie se apiade de ellos (v. 12) y que, finalmente, su posteridad quede exterminada en la segunda generación (v. 13). Dice Kirkpatrick: «Un israelita, con su fuerte sentimiento de solidaridad familiar, anhelaba sobrevivirse en sus descendientes; y la extinción de la familia era tenida por la más terrible de las calamidades».
4. Para justificar las terribles imprecaciones que lanzan contra él, se basan: (A) En la injusta e infundada excusa de que no hacía sino pagar los crímenes de sus antepasados (vv. 14, 15), de acuerdo con Éxodo 20:5, y piden que esos pecados no se borren de la memoria de Dios ni del registro que Dios guarda de las acciones humanas (comp. con 51:1b). (B) En la falsa imputación de que había abusado de su cargo para perseguir a los afligidos y menesterosos (v. 16). Esto es lo que hizo Simeí contra David (2 S. 16:7, 8). (C) En la también falsa imputación de que él acostumbraba maldecir a los pobres, hasta el punto de serle la maldición como el vestido de cada día (vv. 17, 18); por lo que piden que sus maldiciones se vuelvan contra él, y lo cubran como la ropa diaria (v. 19).
Versículos 20–31
1. El salmista reacciona contra estas calumniosas acusaciones y comienza su defensa. Expone ante Dios lo que ellos desean. El versículo 20 dice literalmente: «Esta (es) la obra (que) mis adversarios (demandan) de Jehová y los que hablan el mal contra mi alma».
2. A continuación, pide a Dios: «Favoréceme en atención a tu nombre» (v. 21) y, más detalladamente, en el versículo 26: «Ayúdame, Jehová Dios mío; sálvame conforme a tu amor misericordioso». Pide (v. 28): «Maldigan ellos, pero bendice tú». Si Dios nos bendice, no nos ha de importar que nos maldigan los hombres.
3. Expone ante Dios su triste situación (vv. 22–25). (A) Está pobre (lit.) y necesitado, con el corazón herido (v. 22), no por conciencia de pecado, sino por la maldad de sus enemigos. (B) Se siente cerca de la muerte («Me voy»), como la sombra cuando se alarga (lit. Comp. 102:11), y sacudido como la langosta (v. 23), que uno se sacude cuando se le pega al vestido. (C) Se siente sumamente débil (v. 24): Las piernas le flaquean y todo su cuerpo está macilento por falta de aceite, tan importante en la dieta de los orientales. Aun así, es mejor tener un cuerpo macilento por el ayuno si el alma está ganando salud, que estar bien cebados, como Israel y tener el alma rebelde (Dt. 32:15).
4. Pide a Dios que sus enemigos sean avergonzados (v. 28), vestidos de ignominia (v. 29), cubiertos de confusión como de un manto (v. 29b), de forma que su insensatez quede a la vista de todos, pues el manto era la vestidura exterior. Si esa confusión les lleva al arrepentimiento, no hay duda de que el salmista se verá satisfecho, pues eso es lo que debemos pedir a Dios con respecto a nuestros enemigos.
5. Apela a la gloria de Dios y al honor de su nombre, como ya lo había hecho en el versículo 21. Allí había dicho: «Líbrame, porque tu amor misericordioso es bueno». Y esto es lo que quiere alabar (lit. dar gracias) en gran manera con su boca (v. 30), es decir, en voz alta y públicamente. Y añade que tendrá buen motivo para ser agradecido a Dios, pues Dios estaba a su diestra, no para acusarle, sino para protegerle (v. 31) y librarle de los que le juzgaban, es decir, querían que se le condenara a muerte.
Este salmo es claramente mesiánico, y los mismos judíos así lo entendieron, pues cuando Jesús propuso a los fariseos una pregunta sobre las primeras palabras del salmo, prefirieron no responder, pues veían que, si decían la verdad, se volvería contra ellos mismos (Mt. 22:41 y ss.). Aquí Cristo, como Redentor nuestro, ejerce los oficios de profeta, sacerdote y rey. I. Su oficio profético (v. 2). II. Su oficio sacerdotal (v. 4). III. Su oficio regio (vv. 1, 3, 5, 6, 7).
Versículos 1–4
Hay quienes han llamado a este salmo «el credo de David», pues en él se hallan casi todos los artículos de la fe cristiana. Si David, por fe en el Mesías que había de venir, alabó así a Dios y se solazó a sí mismo, ¡cuánto más hemos de alabarle nosotros, al cantarlo, después de cumplirse gran parte de lo que aquí se predice! Cosas gloriosas se dicen aquí de Cristo.
1. Es el Señor de David. Hemos de tomar buena nota de esto, pues el propio David nos lo hace observar (Mt. 22:43): «David en el Espíritu le llama Señor».
2. Es constituido Señor Soberano por el consejo y el decreto del mismo Dios (v. 1): «Jehová le dijo: Siéntate a mi diestra como rey», pues la frase indica en el invitado una dignidad semejante a la del que invita (comp. 1 R. 2:19; Ef. 1:20; Col. 3:1; He. 1:3, 13; 8:1; 10:12; 1 P. 3:22 entre otros lugares). Además, sentarse es postura de reposo, de gobierno y de juicio.
3. Todos sus enemigos han de servir un día de escabel de sus pies. Dice Cohen: «Es una metáfora que indica la decisiva derrota de los enemigos, que tiene su origen en la costumbre de poner el pie el vencedor sobre el cuello del general, o del rey, vencido» (Jos. 10:24). La frase se aplica a Cristo en 1 Corintios 15:25; Efesios 1:22; Hebreos 2:8; 10:13, y está claro que esto se refiere al futuro.
4. Ha de tener en este mundo un reino cuya capital será Sion (v. 4), desde donde Dios mismo extenderá el cetro poderoso (lit. el cetro de tu fuerza) del Mesías. Allí ocupará el trono de su padre David (Lc. 1:32, 33). «Domina en medio de tus enemigos» (v. 2b), son palabras del «oráculo» (lit. «Oráculo de Jehová a mi Señor» (v. 1) de Dios al Mesías. Esto no significa que ya comience a reinar, sino que le da al futuro rey la certeza de que la victoria será suya.
5. Ha de tener gran número de voluntarios, enrolados en sus filas como soldados. Nota del traductor: El versículo 3 es muy difícil y se ha vertido e interpretado de muchísimas maneras. El hebreo dice concisa y textualmente: «Tu pueblo (se ofrece) voluntariamente (v. Jue. 5:2) en el día de tu proeza (o, de tus fuerzas movilizadas), en adornos de santidad, desde el seno, desde el alba; para ti el rocío de tu juventud». Con estos elementos textuales a la vista, y el análisis del contexto, la Reina-Valera ofrece una espléndida versión, semejante a la V. A. judía, la New International Version y la New American Standard Translation. La Nueva Biblia Española y la Biblia de Jerusalén corrigen el texto hebreo y marchan por derroteros completamente distintos. Los detalles más interesantes para nuestro estudio son los siguientes:
(A) Es su pueblo, los suyos, los que se ofrecen voluntariamente (lit. [son] voluntariedades) para seguir al Mesías. Cristo no quiere soldados forzados.
(B) Que se le ofrecerán en el día de su proeza. Esto puede entenderse de dos maneras: (a) En un día (o fecha) determinado, cuando el Mesías derrote definitivamente a sus enemigos (v. Ap. 19:14–21). Esto—en opinión del traductor—cuadra bien, no sólo en el contexto de este salmo, sino también en el del Salmo 2. (b) En una época entera. Dice el doctor Ryrie sobre este versículo. «El sentido es éste: durante el Milenio, el pueblo de Dios se enrolará voluntariamente en torno al Mesías, quien los guiará con vigor constantemente renovado».
(C) Los adornos de santidad, o santos atavíos (comp. 29:2; 96:9) nos recuerdan que Israel era un reino de sacerdotes; también lo es la Iglesia (1 P 2:9; Ap. 1:6), aunque las armas de nuestra milicia son espirituales, como lo son los sacrificios que ofrecemos a Dios (Ro. 12:1; He. 13:15, 16). Vestidos de santidad interior, no de atavíos exteriores, hemos de ministrar, no por delegación en una casta, como el Israel de antaño y la Iglesia Romana de hogaño, sino todos y cada uno de los creyentes. La santidad es la librea de los soldados de Cristo.
(D) La mención del rocío nos lleva a Miqueas 5:7, donde se dice del «remanente de Jacob» que será como rocío de Jehová. Dice Cohen: «El rocío cae al rayar el alba, la cual es llamada poéticamente su madre. Es una metáfora de frescura y se aplica bellamente a los jóvenes del reino que llenan las filas del ejército». Alegra mucho ver a los jóvenes recibir a Cristo y estar dispuestos a servirle de todo corazón y con todo el vigor de su juventud.
6. No sólo será rey, sino también sacerdote (v. 4). Jehová lo juró (hizo de ello un decreto inalterable) y no se arrepentirá, es decir, no revocará el edicto. Cristo es sacerdote para siempre (comp. con He. 5:6; 6:20; 7:17, 21, 24), y aunque ofreció su sacrificio una sola vez (He. 9:28; 10:12), vive siempre para interceder (He. 7:25), que es la función primordial del sacerdote. Y es sacerdote, no según el orden de Aarón, pues Cristo no era de la tribu de Leví, sino según el orden de Melquisedec, anterior y superior (y a perpetuidad) al de Aarón, como comenta el autor de Hebreos en el capítulo 5.
Versículos 5–7
Aquí tenemos a nuestro gran Redentor:
1. Derrota a sus enemigos (vv. 5, 6) completamente.
(A) El Señor (hebr. Adonay), el Soberano de cielos y tierra, está a la diestra del Mesías para asegurarle la victoria, y aplastará (lit. aplastó, pretérito profético) a los reyes que se le opondrán. Esto se refiere especialmente a la batalla de Armagedón (Ap. 19:15), donde se menciona expresamente la ira del Dios Todopoderoso.
(B) Siempre con el poder de Jehová, el Mesías (como vemos por todas las referencias del Nuevo Testamento, especialmente Jn. 5:20, 27) juzga a las naciones (v. 6), es decir, pronuncia sentencia contra ellas, y ejecuta la sentencia, como declara expresamente el resto del versículo. Cohen hace notar que, en lugar del verbo ordinario shafat, el texto usa din que, aquí, como en todas partes, no significa oír una causa, sino pronunciar sentencia en un caso ya decidido (comp. Gn. 49:16). Y añade: «En el presente pasaje, las naciones quedan convictas como culpables de agresión, y Dios va a ejecutar su juicio sobre ellas». No es un juicio sumarísimo, que da paso a una ejecución militar sin pruebas suficientes, sino un caso bien probado y examinado en el tribunal de Dios, al que nada se le oculta y quien es infinitamente justo.
2. Anima a los suyos (v. 7). El sujeto de los verbos de este versículo ya no es Dios, sino el propio Mesías. «Beber del arroyo» no indica ninguna humillación; no puede aplicarse, sin violentar el texto, a la copa amarga que el Salvador hubo de apurar. La imagen es la del conquistador que persigue a sus enemigos derrotados y, cansado y sediento, se para un momento a refrescarse de paso en un arroyo, a fin de continuar su persecución con renovado vigor. No se puede pasar por alto el hecho de que el verbo en futuro (yarim), no está en forma Qal, sino Hifil, por lo que significa literalmente «hará levantar la cabeza» (señal de victoria final). La victoria del Mesías no es sólo para sí, sino también para todos los redimidos. Dice Arconada: «Él y los suyos irán con la cabeza erguida». M. Henry comenta devocionalmente: «Cuando murió, inclinó la cabeza (Jn. 19:30), pero luego la levantó, por su propio poder, en la resurrección».
Este salmo, de autor anónimo, fue redactado, con la mayor probabilidad, tras el retorno de Babilonia. Está dispuesto en forma de acróstico y comienza cada medio versículo con una letra del alfabeto hebreo, menos los versículos 9 y 10, que contienen tres letras cada uno. El salmista, al exhortar a los demás a alabar y dar gracias a Dios: I. Se pone a sí mismo por ejemplo (v. 1). II. Saca de las obras de Dios materia de alabanza y acción de gracias (vv. 2–9). III. Como el modo más aceptable de alabar a Dios, recomienda un santo temor a Él y una concienzuda obediencia a sus mandamientos (v. 10).
Versículos 1–5
1. El salmista, después de la invitación general (del cantor oficial) a alabar a Dios: «Aleluya» (hebr. Hallelu-Yah = Alabad a Yah), continúa él en primera persona: «Daré gracias (lit.) a Jehová con todo el corazón» (v. 1) y lo va a hacer en la asamblea y como miembro de toda la familia israelita (v. 1b). Debemos alabar a Dios en público y en privado, en la iglesia y en familia.
2. Luego nos recomienda las obras de Jehová como el tema apropiado de nuestras meditaciones cuando estamos alabándole: (A) Las obras de Dios son grandes (v. 2), como lo es Él. No hay en ellas nada vil ni trivial, pues son producto de su sabiduría y de su poder infinitos. (B) Son dignas de meditarse por cuantos en ellas se complacen (v. 2b). Quienes se complacen en las obras de Dios no se contentarán con una visión transitoria y superficial de las mismas, sino que las escudriñarán con todo esmero y diligencia. Al estudiar la historia natural y la historia política, descubrimos el esplendor y la majestad (comp. 104:1, donde se dice que Dios se ha vestido de esos atributos) de su obra (v. 3), donde vemos un vocablo diferente del versículo 2, con lo que da a entender que su Providencia (hebr. paaló, en lugar del maasey del v. 2) con respecto a los hombres revela dichas cualidades. (C) La eterna característica de esta «obra» es su justicia (v. 3b). (D) Sus obras portentosas son memorables esto es, dignas de recordarse (v. p. ej., Éx. 12:14). Mucho de lo que nosotros hacemos merece únicamente el olvido, pero toda obra de Dios es digna de buen recuerdo. (E) En ellas Dios muestra su carácter; clemente y misericordioso (Éx. 34:6; Sal. 103:8). Da alimento a los que le temen, pues se acuerda para siempre de su pacto con los patriarcas (v. 5). Hace notar Cohen que el vocablo usado aquí para «alimento» significa de ordinario la presa de las fieras, pero lo escogió el salmista para conservar el acróstico.
Versículos 6–10
1. El salmista da ahora gloria a Dios por las grandes cosas que ha hecho a favor de su pueblo Israel (v. 6): «El poder de sus obras (hebr. maasaiv) manifestó a su pueblo, dándole la heredad de las naciones», es decir, de los habitantes de Canaán, a quienes desposeyó de su país para entregarlo a su pueblo. «Redención ha enviado a su pueblo», dice después (v. 9), refiriéndose, tanto al Éxodo como al regreso de la cautividad de Babilonia, con lo que se muestra una vez más la fidelidad de Dios a su pacto (v. 9b). Estas redenciones eran tipo de la gran redención, que, en la plenitud de los tiempos, había de llevarse a cabo por el Señor Jesucristo.
2. También glorifica el salmista a Dios por la estabilidad de su Palabra y de sus obras, con lo que nos asegura de lo que todavía ha de llevar a cabo en el futuro. (A) Lo que Dios ha hecho, nunca se deshará por sí mismo, ni lo desharán los hombres o los demonios (v. 7), pues se apoya en la verdad y en la justicia, no en la arbitrariedad. (B) Lo que Dios ha dicho, nunca lo va a desdecir (vv. 7b, 8): «Todos sus preceptos son fidelidades (lit.), establecidos (afianzados) a perpetuidad y eternamente (con validez eterna), pues han sido dados por Dios sobre las normas de la verdad (el vocablo hebreo es de la misma raíz que las fidelidades del v. 7) y de la rectitud, de lo que es recto, sin torceduras. La verdad y el bien son las bases sobre las que actúa la omnipotencia de Dios.
3. Finalmente, da gloria a Dios por el establecimiento de los primeros principios en que debe apoyarse la verdadera religión. Puesto que las obras de Dios han mostrado que su nombre (Dios mismo) es santo y temible (que infunde un santo pavor), el principio capital (hebr. reshith; el mismo vocablo de Gn. 1:1) de la sabiduría verdadera es el temor reverencial de Jehová (v. 10). Sin temor de Dios, el hombre no tiene base sólida para ser sabio. La frase se repite en Proverbios 1:7; 9:10 con algunas variantes que examinaremos allí. Y así como la sabiduría engendra buen entendimiento, así también el temor de Dios se muestra en la obediencia de sus preceptos, pues todos los que lo practican (lit.) demuestran tener ese buen entendimiento. Gran motivo tenemos para alabar por siempre a Dios (v. 10c), por haber puesto así a los hombres en tan buen camino hacia la felicidad.
Este salmo se parece al anterior en dos detalles importantes: está también redactado en forma acróstica, y desarrolla el tema del último versículo del salmo 111: el temor de Dios es el camino hacia la prosperidad verdadera. El salmista describe: I. El carácter de la persona recta (v. 1). II. Las bendiciones de los rectos (vv. 2–9). III. La miseria de los malvados (v. 10).
Versículos 1–5
Como en el salmo anterior, vemos primero el llamamiento general que el levita cantor encargado de comenzar el servicio hacía a todos para alabar a Dios: Hallelu-Yah = «Alabad a Yah», pero, en lugar de pasar él mismo a dar gracias al Señor (comp. con 111:1), va a describir:
1. El carácter de aquellos a quienes llama «dichosos». (A) Tal es el que teme a Jehová y se deleita (v. 1. Comp. con 1:2; 111:2) en gran manera en los mandamientos de Dios y muestra así que su temor no es el del esclavo, sino el del hijo. Los lleva en el corazón y, por eso, no le resultan gravosos, pesados (v. 1 Jn. 5:3; comp. con Mt. 11:30). (B) Llama «dichoso» y «bendito» (v. 2b) al recto, al que en todo procede con rectitud, sin hipocresía, leal hacia Dios y los hombres. No hay verdadera religión sin sinceridad. (C) Una muestra de esta rectitud es su beneficencia (v. 5): Está dispuesto a hacer favores (lit.) y a prestar al necesitado, pues es favorecedor, compasivo y justo (v. 4b. Lit.). A veces, hay más caridad en prestar que en dar, pues así se estimula al prójimo a ser honrado y trabajador.
2. La dicha de los que poseen ese carácter recto. (A) Su posteridad será poderosa en la tierra (v. 2). Además de ser ellos mismos bendecidos abundantemente por Dios, sus descendientes gozarán también de las bendiciones a que sus padres se hicieron, de algún modo, acreedores con sus virtudes (comp. 25:13).
«Poderosa» significa aquí «próspera» (el vocablo hebreo fue escogido aquí para que tuviese cabida en el acróstico). (B) Además de la prosperidad material, serán bendecidos con prosperidad espiritual, lo cual es mucho mejor, pues la gracia es mejor que el oro, y la justicia permanece para siempre (v. 3b). (C) Tendrán consuelo en las aflicciones, pues, aun cuando participen de las calamidades comunes a todos los hombres, el Señor será para ellos luz (v. 4, comp. con 97:11; Mi. 7:8); más aún, puesto que ellos participan del carácter de Dios («favorecedor, compasivo y justo»; v. 4b), también ellos serán hijos de luz (1 Ts. 5:5), como el Dios que es luz (1 Jn. 1:5). (D) Tendrán la sabiduría necesaria para administrar con tino los asuntos de la vida diaria: «Gobierna sus asuntos con juicio» (v. 5b), es decir, con tacto, rectitud y consideración.
Versículos 6–10
1. La satisfacción y estabilidad de los santos (v. 6): «No será zarandeado jamás», puesto que: (A) Disfrutará de una buena y segura reputación, pues sus obras le habrán ganado un recuerdo duradero (v. 6b). Cuando el Señor se manifieste, tendrán alabanza, gloria y honra (1 P. 1:7). Se recordará, sobre todo, su generosidad (v. 9): «Reparte, da a los pobres». Emplea su dinero en causas dignas. (B) Aunque sufra adversidades, no le quitarán la calma, pues su confianza en Dios le ayudará a sobrellevarlas con fortaleza de ánimo (vv. 7b, 8). Quien teme a Dios, no teme a nadie ni nada más. La fe en Dios es el remedio más eficaz para afianzar el ánimo. No es extraño que tal hombre pueda mirar a sus adversarios (v. 8b. Lit.) con mirada de superioridad y victoria (comp. con 92:11).
2. La insatisfacción y miseria de los malvados (v. 10). Dos cosas les atormentarán: (A) La felicidad de los rectos. Les irritará ver (el mismo verbo del v. 8b) que aquellos a quienes odiaban, tenían en poco y trataban de arruinar, son los favoritos del Cielo y les miran con dominio (49:14). (B) Su propia miseria, pues lo que tanto deseaban y de lo que se habían apoderado por medios injustos, perecerá, les será arrebatado.
Este salmo es el primero de los que se cantaban en varias fiestas judías. Dice Arconada: «Se recitaban divididos en dos partes: 113, 114 antes de beber la segunda copa, 115–118 después de llena la cuarta, hacia el fin de la cena». Comienza y termina con «aleluya». Aquí: I. Se nos urge a alabar a Dios (vv. 1– 3). II Se nos da materia para alabarle (vv. 4–9).
Versículos 1–9
1. La invitación a glorificar a Dios se hace aquí: (A) Con mucha insistencia (vv. 1–3): «Alabad … Alabad … Sea bendito … Sea alabado …». (B) Con gran extensión. Aunque la expresión «siervos de Jehová» (v. 1) parezca referirse al pueblo de Israel, el versículo 3 no deja lugar a dudas de que el llamamiento es dirigido a todos los habitantes del orbe; y con toda razón, pues en todo el orbe brillan las pruebas del poder, la bondad y la sabiduría de Dios.
2. Se nos instruye a continuación sobre los motivos de tal alabanza.
(A) La excelsitud de Dios (vv. 4, 5, comp. con 99:1–3). Frente a Dios, las naciones le son como la gota de agua en un cubo, como menudo polvo en las balanzas … Como nada son todas las naciones delante de Él (Is. 40:15, 17). Su gloria, que los cielos declaran (19:1) está sobre los cielos (v. 4b), pues los cielos sólo pueden ofrecernos una pobre impresión de la transcendente gloria de Dios.
(B) La condescendencia de Dios (vv. 6–9). Este mismo Dios que está entronizado en lo alto (lit. que está en lo alto para habitar), como dice el v. 5b, se humilla (v. 6. Lit. baja) a mirar. Aunque su gloria está sobre los cielos (v. 4b), a nadie desestima (Job 36:5). Al considerar las infinitas perfecciones de Dios y su plena autosuficiencia para ser, vivir y ser feliz, ciertamente debería llenarnos de asombro la condescendencia de Dios al bajarse a mirar, a ocuparse con amor de sus criaturas y, sobre todo, a encarnarse en una naturaleza humana como la nuestra (Fil. 2:5–8), para buscar y salvar lo perdido (Lc. 19:10). Su mirada, que todo lo ve y lo cuida, nos enseña que este mundo no está gobernado por el curso de la naturaleza, sino por el Dios de la naturaleza, quien se deleita en hacer cosas que no esperábamos de Él. Él levanta del polvo (donde se sentaba en señal de duelo; comp. Is. 47:1) al pobre (hebreo, dal, el que se ha empobrecido por enfermedades o reveses de la fortuna), y al menesteroso (hebreo, ebyón) alza del muladar (la basura sobre la que estaba sentado Job. V. Job 2:8), para hacerlos sentar con los príncipes (vv. 7, 8, citados de 1 S. 2:8). Dios se fija en lo pequeño (v. Lc. 1:48; 1 Co. 1:27, 28). Recuérdense, entre otros, los casos de José (de la cárcel, al gobierno), de Gedeón (del trillo, al liderato), de Saúl (de buscar asnas, al trono), de David (de pastorcillo, a rey), de los apóstoles (de pescadores de peces, a pescadores de hombres), etc. En cuanto a las mujeres, casi siempre han sido antes estériles las madres de los grandes personajes de la Biblia (v. 9, comp. con 1 S. 2:5): Sara, Rebeca, Raquel, Ana la madre de Samuel, la madre de Sansón, y así hasta llegar a Elisabet la madre del Bautista (Lc. 1:7). En todas ellas se fijó especialmente Dios, para quitarles el oprobio entre los hombres (Lc. 1:25).
De este salmo dice Cohen: «Desde el punto de vista de la poesía, este salmo es una lírica de extraordinaria belleza. En construcción y lenguaje, está entre los más hermosos del Salterio. Puede ser considerado como un comentario sobre los últimos versículos del salmo precedente y suministra la suprema ilustración histórica de la tesis que allí se sostiene. Los israelitas nunca deben olvidar: I. Que fueron sacados de la esclavitud (v. 1). II. Que Dios puso su tienda de campaña entre ellos (v. 2). III. Que dividió delante de ellos las aguas del mar Rojo y del Jordán (vv. 3, 5). IV. Que la tierra tembló al ser dada la Ley, cuando Dios descendió al Sinaí (vv. 4, 6, 7). V. Que Dios les dio agua de la roca (v. 8).
Versículos 1–8
El salmista recuerda aquí los días de antaño y los portentos que los antepasados refirieron (Jue. 6:13).
1. Dios sacó a Israel, con mano fuerte y brazo extendido, de la casa de esclavitud (v. 1): «Israel salió de Egipto, no de una forma clandestina, sino en marcha notoria y triunfal. De un pueblo extraño (lit.), es decir, de lengua extraña». Comenta Kirkpatrick: «La tiranía de los opresores parecía agravarse por la barrera que la diferencia de lenguaje ponía entre ellos y sus víctimas».
2. Dios mismo estableció su constitución estatal y religiosa (v. 2): «Judá vino a ser su santuario, aun después de la división del reino tras la muerte de Salomón, pero Israel (el reino del norte, aun cuando aquí son equivalentes en el paralelismo poético) siguió siendo dominio de Jehová, y Jehová siguió siendo su Rey». En el santuario les dio señales especiales de su presencia entre ellos, y de ellos esperó especiales señales de su homenaje y devoción, en adoración a Él y obediencia a su santa Ley.
3. El mar Rojo fue dividido delante de ellos, para librarles a ellos y destruir a sus enemigos; y el Jordán, al entrar en Canaán (v. 3). Campean las figuras poéticas de interrogación y prosopopeya, cuando el salmista se dirige al mar, al Jordán y a los montes: «¿Qué te pasó?» (v. 5. Lit. «¿Qué a ti?»). La respuesta se halla en el versículo 7: «A la presencia de Jehová, etc.». Cuando Dios decide salvar a su pueblo, no hay elemento creado que se le resista. Esto puede aplicarse: (A) A la plantación del Evangelio en el mundo: ¿Qué les pasó a los poderes de las tinieblas, cuando les fue arrebatado su dominio sobre los hombres? (v. Mr. 1:34). ¿Qué les pasó a los oráculos paganos, que se quedaron sin voz al empuje del cristianismo? ¿Qué les pasó y, en especial, qué les pasará a los perseguidores del pueblo de Dios, cuando busquen refugio bajo los montes y las peñas? (Ap. 6:16; comp. con Os. 10:8; Lc. 23:30). (B) A la obra de la gracia en el corazón humano. ¿Qué es lo que le pasa a un corazón compungido, es decir, penetrado por el punzón del mensaje (Hch. 2:37), para dejar la corriente del pecado (Ef. 2:2; 1 P. 4:3, 4) y que toda la persona sea un hombre nuevo? A la presencia de Dios y a su obra en la mente y el corazón del hombre se debe el derribo de argumentos y de toda altivez y el cautiverio de todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Co. 10:5).
4. La tierra tembló y se estremeció cuando Dios descendió al Sinaí para dar su ley. Los montes brincaron como carneros y las colinas como ovejitas (vv. 4 y 6. Lit.), cuando son asustadas o cuando juguetean. El salmista cambia, en el versículo 7, su interrogación en apóstrofe: «A la presencia de Jehová, ¡tiembla tierra!» (lit.).
5. Dios les proveyó de agua, cambiando la peña en estanque (v. 8). El mismo poder infinito que convirtió las aguas en un muro para que Israel pasara a pie enjuto (Éx. 14:22), convirtió la roca en fuente de aguas para Israel. Así como fueron protegidos con milagros, así también fueron alimentados por milagros. «Y aquella roca era Cristo». (1 Co. 10:4), el dador del agua viva (Jn. 4:10 y ss.; 7:37–39).
Muchas versiones antiguas, especialmente los LXX y la Vulgata Latina, unen este salmo con el que le precede; pero en el hebreo es un salmo distinto. En él se nos enseña a dar gloria: I. A Dios, no a nosotros (v. 1). II. A Dios, no a los ídolos (vv. 2–8). Y hemos de darle gloria: 1. Confiando en Él, en sus promesas y bendiciones (vv. 9–15). 2. Bendiciéndole (vv. 16–18).
Versículos 1–8
1. Aquí se excluye para siempre la jactancia (v. 1). No permitamos que la opinión de nuestros propios méritos tenga cabida en nuestras oraciones ni en nuestras alabanzas, sino que tanto las unas como las otras se centren en la gloria de Dios. Todo el bien que hacemos es hecho con el poder de su gracia, y todo el que tenemos es un regalo de su pura misericordia; por tanto, Él debe tener toda nuestra alabanza. Todos nuestros cánticos deben ir acompañados de esta melodía: «¡No a nosotros, Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da toda la gloria!» (v. 1). Éste debe ser el fin supremo y último de todas nuestras oraciones, por lo que lo puso el Señor en la primera petición del Padre nuestro: «Santificado sea tu nombre». La segunda parte del versículo apela al amor y a la verdad de Dios, ya que tales atributos sufrirían mengua si Dios no los ejercitase en los momentos de apuro de su pueblo.
2. Se silenciará así, de una vez por todas, el improperio de los paganos, quienes decían de los israelitas: «¿Dónde está ahora su Dios?» (v. 2). «Ahora» no es aquí adverbio de tiempo; equivale a «que lo digan»). A esto responde el salmista:
(A) «Nuestro Dios está en los cielos» (v. 3), donde nunca han estado los ídolos de los paganos; en los cielos y, por tanto, oculto a nuestra vista; es espiritual, incorpóreo (Jn. 4:24); pero, aunque es inaccesible, se le conoce por sus obras; tiene el poder de hacer cuanto quiere (v. 3b), mientras que los ídolos son figuras inertes.
(B) Vuelve contra ellos mismos la pregunta, pues viene a decir: «¿Y en qué consisten vuestros dioses?» Son meras imágenes de madera, recubierta de plata u oro (v. 4, comp. con Hab. 2:19), y son hechura de manos humanas (comp. con Dt. 4:28; Is. 44:10–20; Hch. 19:26). «Un artífice lo hizo, no es Dios», dice Oseas del becerro de oro (Os. 8:6). Los pintores y escultores les hacían boca, ojos, orejas, narices, manos y pies, pero de nada les servían, pues, al ser figuras inertes, ni podían dar oráculos (v. 5); los falsificaban sus sacerdotes; ni podían ver (v. 5b) las postraciones ni las necesidades de sus adoradores; tampoco podían oír (v. 6) las oraciones que se les dirigían, aunque las hiciesen en voz muy alta (v. 1 R. 18:27–29); ni podían oler (v. 6b) el perfume del incienso por muy fuerte y suave que fuese; ni podían palpar (v. 7) los dones que se les presentaban; mucho menos, dar dones a quienes los pidiesen. De nada les sirven los pies, pues no andan (v. 7b) y, por tanto, no pueden dar un paso para aliviar a quienes les piden socorro. Ni aun pueden dar con su garganta sonidos inarticulados (v. 7c).
(C) El salmista prorrumpe a continuación (según la versión más probable del futuro hebreo) en una imprecación: «¡Como ellos sean los que los hacen! ¡Todo el que en ellos confía!» Ciertamente merecen quedar privados de sus facultades quienes ponen su confianza en esas figuras inertes, que no ayudan a nadie ni pueden ayudarse a sí mismas. Dice Maclaren: «Los hombres hicieron dioses a su propia imagen y esos ídolos, una vez hechos, los hicieron a ellos a imagen suya». Al adorar a esta especie de muñecos de madera y metal, los hombres se hacen cada vez más estúpidos, se apartan de todo lo que es espiritual y se van hundiendo cada vez más en el fango de los sentidos corporales.
Versículos 9–18
1. Ahora se nos exhorta a todos (aunque a Israel en directo) a poner nuestra confianza en Dios y a no dejar que esa confianza sea sacudida por los improperios que se nos dirijan en medio de nuestras adversidades y aflicciones (v. 9). Así como es una insensatez confiar en los ídolos es prueba de gran sabiduría confiar en el Dios vivo, pues Él es ayuda y escudo, socorro y defensa, de los que confían en Él (comp. 33:20; Dt. 33:29). El hebreo dice, en el versículo 9b: «¡Él es su auxilio y su escudo!» El cambio de persona se debe a que esta parte del versículo constituye la respuesta coral a la invitación hecha por el director del canto en la primera parte. Lo mismo ha de leerse en los versículos 10 y 11. Como en 118:2–4 y 135:19–21 (aquí, con la adición de Leví), se invita a tres clases de oyentes: a los israelitas en general, a los sacerdotes en particular y probablemente, a los gentiles piadosos que venían al templo de Jerusalén para adorar al verdadero Dios (1 R. 8:41; Is. 66:6). De seguro que el Dios viviente les oirá a todos y les responderá.
2. Se nos anima grandemente a confiar en Dios, porque Jehová se acordó de nosotros (v. 12). Todos nuestros consuelos se derivan de los pensamientos que Dios tiene acerca de nosotros. Él se ha acordado de nosotros, aunque nosotros nos hemos olvidado de Él. Y, de lo que ha hecho por nosotros, podemos inferir: «Nos bendecirá». Ha prometido hacerlo así. De ello está seguro el salmista. Bendecirá (vv. 12, 13) a los tres grupos de personas, a las que exhortó antes (vv. 9–11) a confiar en Jehová (comp. Hch. 10:34, 35); «a los pequeños y a los grandes» no indica diferencia de edad ni de estatura, sino de posición social: los pobres y los ricos. El versículo 14 se traduce mejor en optativo «Jehová os acreciente a vosotros y a vuestros hijos», «una oración—dice Cohen—de especial significado para los que regresaron a fijar de nuevo su residencia en Judea, quienes eran entonces muy pocos numéricamente». Las bendiciones de Dios van siempre en aumento para los que las reciben con gratitud (comp. con Pr. 4:18), y en eso se ve que ellos son el linaje que Jehová ha bendecido (Is. 61:9).
3. Se nos estimula a alabar a Dios con el ejemplo del salmista, quien concluye con una resolución de perseverar en sus alabanzas a Dios. Él hizo los cielos y la tierra; el Cielo es su morada, desde la que rige los destinos de los hombres; la tierra la ha dado a los hombres para que la dominen, la trabajen y la utilicen (Gn. 1:26, 28; Sal. 8:6–8) y decidan en ella su destino como personas. Y aquí, en esta tierra, es donde hemos de alabar a Dios para siempre (v. 18, comp. con 86:12), es decir, mientras vivamos, pues los muertos, los que bajan al silencio (v. 17, comp. con 94:17), es decir, al Seol, ya no pueden alabar a Dios. Recordemos que las ideas del Antiguo Testamento sobre las realidades de ultratumba distaban mucho de la revelación del Nuevo Testamento a este respecto.
Éste es un salmo de acción de gracias, en el que un individuo, no la nación de Israel, recuerda su experiencia personal del poder salvador de Dios. I. El gran apuro en que se veía (vv. 3, 10, 11). II. La oración que elevó a Dios en dicha situación (v. 4). III. La respuesta de Dios a su oración (vv. 1, 2, 5, 6, 8).
IV. Su agradecimiento a la bondad de Dios (vv. 1, 2, 7, 9, 13–19).
Versículos 1–9
1. El salmista declara aquí en general su experiencia y su piadosa resolución (vv. 1, 2), que luego detallará a lo largo del salmo. «Ha escuchado la voz de mis súplicas», dice. «Ha inclinado a mí su oído cuantas veces le he invocado en mi vida» (mejor, literalmente: «Y, por eso, en (todos) mis días le invocaré»). Gran condescendencia es de parte de Dios el inclinar su oído para escuchar nuestras oraciones. Por eso, el salmista comienza de modo abrupto: «Amo (a Él), porque Jehová escucha» (lit.). De ahí su resolución (v. 2b. Lit.). ¿Por qué hemos de espigar en otro campo, cuando tan bien hemos sido tratados en éste?
2. A continuación, refiere en detalle su experiencia: (A) Estaba en gran apuro (v. 3, comp. con 18:4); se veía ya atrapado por la muerte, no sabemos por qué causa. (B) Entonces elevó a Dios una breve oración (v. 4), cuyo resultado aparece en los versículos 5–7, donde, tras la ya bien conocida descripción del carácter de Dios (v. Éx. 34:6; Sal. 111:4; 112:4, etc.) y de su amor a los «sencillos» (19:7), da testimonio de la bondad de Dios hacia él (v. 6b), dialoga consigo mismo (v. 7): «¡Vuelve, alma mía, a tus sosiegos (plural de intensidad), pues Jehová ha sido benéfico hacia ti» (lit.). (C) En tres breves, pero expresivas, frases condensa los detalles de su liberación: (a) Dios ha librado (comp. con 56:13) su vida de la muerte; (b) sus ojos, de las lágrimas, y (c) sus pies, de resbalar (comp. con 73:2). Gran favor de Dios es ser librado de la muerte, pero también es grande ser librado de la depresión de ánimo y del resbalón del pecado, que suele ser, con frecuencia, fruto de la depresión (v. 8). (D) Por eso, renueva su propósito de vivir devotamente: «delante de Jehová» (v. 9, comp. con Gn. 17:1), en la tierra de los vivientes (contraste con el v. 3), es decir, en esta vida, pues es (a) tierra de bendiciones por las que debemos estar agradecidos, (b) tierra de oportunidades, de las que hemos de sacar provecho.
Versículos 10–19
La Septuaginta (los LXX) y otras versiones antiguas (entre ellas, la Vulgata Latina) hacen de estos versículos un salmo aparte—el 115—. Aquí el salmista hace profesión:
1. De su fe (v. 10): «Mantuve mi fe, aun cuando decía: Estoy afligido en gran manera». El apóstol cita, en 2 Corintios 4:13, la primera parte de este versículo, basado en los LXX, pero muy oportunamente, porque también él mantenía bien su fe en medio de las aflicciones a las que se refiere. El versículo 11, cuya primera frase está tomada de 31:22, da a entender que el salmista había sido presa del pánico (esto es lo que significa aquí «apresuramiento»), al faltarle el apoyo de quien más lo esperaba, por lo que, convencido de la futilidad de toda ayuda humana sentencia: «Todo hombre es mentiroso», es decir, falaz: no es fiable, su ayuda es vana (60:11, comp. con Jer. 17:5). De aquí saca Pablo su frase de Romanos 3:4, y a esta luz hay que entenderla.
2. De su gratitud (vv. 12 y ss.). Dios le había colmado de favores y beneficios; más de los que había pedido y esperado cuando se veía afligido (v. 10). Sabía que no podía dar a Dios nada que guardase alguna proporción con lo que de Él había recibido; por eso dice (v. 12): «¿Qué pagaré, etc.?», como si dijese: «¿Cómo podré demostrar, con algo que le sea aceptable, que le estoy sumamente agradecido?»
(A) «La copa de salvación» (v. 13) parece aludir a la ofrenda de libación que vemos en Números 15:5, 7, 10, aunque también podría—menos probablemente—aludir a la del sacrificio pascual, memorial de la salvación de Egipto. Esto es lo primero que ofrece en agradecimiento por el gran beneficio que Dios le ha concedido. También nosotros hemos de levantar la copa de salvación, pues Dios nos ha librado de la muerte eterna, gracias a la copa de aflicción (Jn. 18:11), que Cristo bebió por nosotros, y así hemos de invocar el nombre de Jehová (v. 13b), es decir, proclamar que Él es nuestro Salvador.
(B) A continuación (v. 14, repetido en v. 18, y comp. con 22:17), promete cumplir a Jehová los votos que hizo cuando se halló en extremo peligro, y lo hará delante de todo su pueblo para testificar públicamente que le debe la vida a Dios. El versículo 15 se entiende bien en este contexto, a la luz de 72:14. El sentido no es que a Dios le agrada, sino que le duele (le pone gran precio) la muerte de sus piadosos, por lo cual se apresura a librarles de ella, pues no quiere ponerla de balde en manos de sus enemigos.
(C) Para el futuro, y animado por la experiencia del pasado, apela a su continua dependencia de Dios (v. 16), con acentos parecidos a los de 86:16. Compárese la segunda parte del versículo con el versículo 3, para entender lo de las «ligaduras» (el verbo «soltar» está en perfecto, es decir, pretérito). De dos maneras se hace el hombre «siervo de Dios»: (a) Por nacimiento («Soy hijo de tu sierva», nacido en tu casa); gran beneficio es haber nacido de padres cristianos. (b) Por redención, esto es, por compra personal: «Señor, tú has soltado mis ligaduras; así que soy tu siervo, tanto para servirte como para ser protegido por ti; las ligaduras que me has soltado me ligarán a ti más fuertemente».
(D) Finalmente (vv. 17–19), promete ofrecer a Dios sacrificio de acción de gracias (lit.), conforme se describe en Levítico 7:11 y siguientes y según la exhortación del Salmo 107:22. Como en el versículo 13, lo hará invocando el nombre de Jehová, esto es, proclamará públicamente que Dios es su Salvador de los peligros y apuros en que se ha encontrado, en los atrios del templo, a los que tenían acceso todos los israelitas, pues sólo los sacerdotes podían entrar en el santuario propiamente dicho, en medio de ti (como centro religioso, más bien que geográfico), oh Jerusalén. Así tratará de dar mayor prestigio a la verdadera devoción.
«El más breve de los salmos es uno de los más grandes», dice Kirkpatrick. «Dudo, dice M. Henry, si la razón por la que lo cantamos con tanta frecuencia es por su brevedad; pero, si lo comprendiésemos y considerásemos rectamente, lo cantaríamos con mayor frecuencia por su dulzura. Aquí tenemos: I. Un solemne llamamiento a todas las naciones para alabar a Dios (v. 1). II. Una sugerencia de la materia apropiada para tal alabanza» (v. 2).
Versículos 1–2
Hay gran cantidad de Evangelio en este salmo. El apóstol (Ro. 15:11) nos ha provisto de una clave para entenderlo, al citarlo como prueba de que el Evangelio había de ser predicado a los gentiles, mientras era piedra de tropiezo para los judíos. No había motivo de tal escándalo, cuando ellos mismos habían cantado tantas veces (v. 1): «Alabad a Jehová, naciones todas; loadle (es un verbo distinto en el original), todos los pueblos». Algunos escritores judíos confiesan que este salmo se refiere al reino del Mesías; uno de ellos, en su fantasía, llega a afirmar que consiste de dos versículos porque en los días del Mesías, Dios había de ser glorificado por dos clases de pueblos: por los judíos, conforme a la ley de Moisés; y por los gentiles, conforme a los siete preceptos de los hijos de Noé, con lo que habría una sola Iglesia, así como estos dos versículos constituyen un solo salmo.
1. La vasta extensión de la Iglesia del Evangelio (v. 1). Aquí se convoca a todas las naciones a alabar al Señor, lo cual no era posible en el Antiguo Testamento, porque, a menos que el pueblo de una nación se hiciesen judíos y se circuncidaran, no eran admitidos conjuntamente a las divinas alabanzas. Pero el Evangelio de Cristo, por mandato suyo, ha de ser predicado a todas las naciones y, derribado el muro de separación, los que estaban lejos son puestos cerca (v. Ef. 2:13, 14). Los vocablos del original para «naciones» y «pueblos» son los mismos de 2:1, con lo que podemos concluir que también los que han sido enemigos del reino de Cristo pueden llegar a ser súbditos obedientes de tal reino. El Evangelio del reino había de ser proclamado a todo el mundo para testimonio a todas las naciones (Mt. 24:14; Mr. 16:15). Las buenas nuevas, enviadas a todas las naciones, habían de estimularlas a alabar a Dios; y el poder de la gracia del Evangelio les daría corazón para alabarle.
2. Las inescrutables riquezas de la gracia del Evangelio (v. 2), que deben ser la materia de nuestra alabanza. En el Evangelio, esos dos más celebrados atributos de Dios, su amor misericordioso (hebreo, jesed) y su verdad (hebreo, émeth, equivalente a emunah = fidelidad) resplandecen con el mayor brillo en sí mismos y para el mayor beneficio nuestro. A ellos corresponde el binomio «gracia y verdad», corriente en el Nuevo Testamento desde Juan 1:14, 17. Por esa verdad y por esa misericordia, habrían de glorificar los gentiles a Dios, según dice Pablo en Romanos 15:8, 9. El amor misericordioso de Dios es la fuente de todos nuestros bienes, y la verdad de Dios es el fundamento de todas nuestras esperanzas; por consiguiente, por ambas perfecciones debemos alabar a Dios.
La opinión más probable es que este salmo fue compuesto a raíz de la celebración de la Fiesta de los Tabernáculos el año 444 a. de C. (v. Neh. 8:14 y ss.). Los versículos 22–24 nos traen a la memoria Nehemías 6:16 y es muy notable que Cristo mismo se los aplicase a sí mismo como piedra angular del templo espiritual que es la Iglesia (comp. Mt. 21:42 con Ef. 2:20, 21; 1 P. 2:5 y ss.). El salmista: I. Se anima a sí mismo y anima a los demás a confiar en Dios, basado en la experiencia que tenía del poder y de la compasión de Dios (vv. 5–18). II. Entrada de la procesión en el templo (vv. 19–25). IV. Celebración del servicio en el templo (vv. 26–29).
Versículos 1–18
Claramente se echa de ver aquí que el salmista tenía el corazón lleno de la bondad de Dios.
1. Celebra la misericordia de Dios en general y llama a otros para que hagan lo mismo (v. 1). Sacerdotes y pueblo, judíos y prosélitos (vv. 2–4, comp. con 115:9–13), deben todos reconocer la bondad de Dios y unirse en un solo cántico de acción de gracias a Él; si no dicen más, que digan al menos que para siempre es su misericordia, pues la han experimentado.
2. Guarda un registro en particular de los distintos favores que Dios le ha otorgado.
(A) El salmista había pasado recientemente por un período de gran dificultad, lo que le había proporcionado mucha experiencia de la bondad de Dios. Hay muchos que, cuando han encontrado alivio, no se preocupan de hablar de las depresiones anteriores, pero el salmista aprovecha todas las ocasiones de recordar su estado anterior: (a) Había estado en angustia (v. 5, comp. con 116:3, 4), y (b) había muchos que le aborrecían (v. 7), y esto no podía menos de entristecer a quien era de espíritu generoso y procuraba ganarse el afecto de todos.
(B) Todas las naciones le rodearon (v. 10), refiriéndose quizás a los árabes, amonitas, filisteos, samaritanos, etc. (v. Neh. 4:1). Por algún tiempo, parecía que iban a prevalecer contra él, pues le rodeaban como abejas (v. 12, comp. con Dt. 1:44). De dos maneras se había visto en angustia: (a) Por las injurias que los hombres le habían causado (v. 13): Me empujaste con violencia para que cayese». (b) Por las aflicciones que Dios le enviaba (v. 18): «Me castigó gravemente Yah». Los hombres le empujaban para destruirle; Dios le castigaba para instruirle, como Padre.
(C) Dios escuchó su oración (v. 5b): «Y me respondió Yah, poniéndome en lugar espacioso», es decir, en un lugar en que podía moverse con toda libertad. Aunque se habían enardecido contra él sus enemigos, su furor era como fuego de espinos que, de momento, produce gran llama y hace mucho ruido, pero enseguida se apaga, y no deja sino cenizas.
(D) Dios le había preservado la vida cuando estuvo a las puertas de la muerte (v. 18): «Me castigó gravemente Yah, pero no me entregó a la muerte, pues no permitió que cayera en manos de mis enemigos». Así que, por su propia experiencia, puede decir (vv. 8, 9, comp. con Neh. 2:7 y ss.): «Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre … y en príncipes». No tenía por qué temer, pues Jehová estaba de su parte y con él (vv. 6, 7). Si Dios es nuestra fuerza, también debe ser nuestro cántico si Él obra siempre a favor nuestro, también ha de tener toda nuestra alabanza y gratitud. No sólo es nuestro Salvador, sino también nuestra salvación (v. 14, con Éx. 15:2).
(E) Canta victoria, seguro de que Dios continuará dándole consuelo, victoria y vida: (A) Consuelo, pues dice (v. 15): «Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos». Las moradas de los justos, aun cuando sólo sean tiendas de campaña, pequeñas y transportables, ya que en este mundo no tienen ciudad permanente (He. 13:14), les resultan más cómodas que los palacios de los malvados, porque en ellas hay salvación, motivo de júbilo por esa salvación, y voz de júbilo, que es ya una expresión de gratitud por esa salvación. (B) Victoria (v. 15b): «La diestra de Jehová hace valentías» (lit.), frase que se repite a la letra en el versículo 16b. (C) Vida, pues dice (v. 17): «No moriré, sino que viviré, libre de las manos de mis enemigos que tratan de matarme, y declararé las obras de Yah; viviré para ser monumento del poder y del amor de Dios; sus obras serán declaradas en mí y por mí; el negocio principal de mi vida será alabar y enaltecer a Dios».
Versículos 19–29
Ilustre profecía de la humillación y de la exaltación del Señor Jesús. Pedro la aplica directamente a los principales sacerdotes y a los escribas (Hch. 4:11), y ninguno de ellos le acusó de citarla impropiamente.
1. El prefacio con que es introducida esta preciosa profecía (vv. 19–21). (A) El salmista se ve a sí mismo, con la procesión, a las puertas del santuario y pide admisión para celebrar la gloria del que viene en el nombre del Señor: «Abridme las puertas de justicia», dice; es decir, las puertas interiores por las que se entra al santuario en que mora la presencia del Dios justo y favorecedor de su pueblo. (B) Se le otorga lo que pide, con la respuesta de los levitas porteros (v. 20): «Esta es la puerta de Jehová; por ella entrarán los justos». Comenta Sifrá: «No dice: “Entrarán los sacerdotes, los levitas e Israel”, sino los justos—también los justos gentiles» (cf. Is. 26:2, donde «una gente justa» es entendida por los rabinos como dando a entender un «piadoso no-israelita»). El salmista canta victoria al ver que estas puertas, durante tanto tiempo cerradas, se abren ahora. (C) Promete dar gracias (lit.) a Dios por este favor (v. 21) y, en especial—pues éste es el objetivo de la reunión—por la salvación concedida al pueblo allí reunido.
2. La profecía misma (vv. 22, 23). Los judíos ven aquí una alusión directa, ya sea a la piedra que coronaba el edificio (conforme a Zac. 4:7), ya sea a la piedra colocada en el ángulo (conforme a Is. 28:16; Jer. 51:26) metafóricamente, a Israel, «designado por Dios—dice Cohen—para desempeñar una función esencial en la construcción de su reino en la tierra». Los cristianos sabemos que se refiere a Cristo, compendio y cifra del «remanente de Israel», piedra angular de la Iglesia y del reino de Dios. (A) Esta piedra fue rechazada por los edificadores (v. 22), por los gobernantes y el pueblo de Israel (Hch. 4:8, 10, 11), pues no quisieron reconocerle como a Mesías y lo negaron delante de Pilato (Hch. 3:13), cuando dijeron: «No tenemos más rey que César» (Jn. 19:15). (B) Pero esta piedra fue exaltada (v. 22b): «Ha venido a ser la piedra principal del ángulo»; ha sido promovida al mayor honor, al lugar principal del edificio, en el ángulo que une y sustenta dos paredes: los judíos y los gentiles, para hacer de ambos una sola casa espiritual (v. el vocablo griego en Ef. 2:20, con un buen comentario). (C) La mano de Dios en todo esto (v. 23): «Esto ha sido obra de Jehová» (lit. de Jehová ha llegado a suceder esto). Se oye aquí un eco de Nehemías 6:16. «Y es algo maravilloso (un portento de la diestra de Jehová) a nuestros ojos», para nuestro asombro, júbilo y alabanza de Dios, como va a decir a continuación. Maravillosa es de cierto la redención que Dios ha obrado en Cristo para salvación de todo el que cree (Jn. 3:16).
3. El gozo con que se recibe, y las aclamaciones con que se celebra, esta predicción.
(A) Sea solemnizado este día con gran gozo, para honra y gloria de Dios (v. 24): «Este es el día que Dios ha hecho» (lit.). El día de la victoria, el día de nuestra redención, es el día por antonomasia «hecho» por Dios para que nos regocijemos y nos alegremos en él (v. 24b): en el día, en la ocasión de esta celebración o, como en 32:11, en Jehová. Ha sido hecho, sobre todo, «para el regocijo litúrgico», como nota Arconada. Y, puesto que nuestra redención se consumó, no en la crucifixión, sino en la resurrección (v. Ro. 4:25), del Señor, bien está que los cristianos la celebremos en domingo, el nuevo «sábado» de la nueva creación (2 Co. 5:17. Lit.).
(B) Sea recibido el Redendor con jubilosos «hosannas» (vv. 25, 26). «Hosanna» (lit. Hoshiá na) significa «salva ahora», «salva ya» pero equivale a «¡Salva, te pedimos!» (comp. con el «ahora»— hebreo, ná—de 115:2). Es aquí como un «¡Viva el rey!» (comp. con los gritos del pueblo cuando entró el Señor en Jerusalén el domingo anterior a su muerte). Digamos nosotros a Dios: «Señor, sálvame, te pido; que este Salvador sea mi Salvador y mi Dueño absoluto; que Él me tome bajo su protección y sea yo uno de sus fieles súbditos; te ruego, oh Jehová, que con Él nos hagas prosperar ahora» (v. 25b). La última frase puede verse en Nehemías 1:11. ¡Que los sacerdotes (ahora los ministros del Señor) tomen parte especial en esta solemne festividad! (v. 26). Son los sacerdotes los que se dirigen ahora a cada uno de los que toman parte en la procesión, de forma que la traducción correcta es: «Bendito (sea) en el nombre de Jehová el que viene, os bendecimos desde la casa (desde el santuario propiamente dicho) de Jehová» (comp. con Dt. 21:5; Sal. 129:8). Si se leen detenidamente Mateo 21:4–17 y Juan 12:12–26, se comprenderá la oportuna aplicación del Salmo 118:22–26 al Señor Jesucristo, pues Él era el «remanente de Israel» que venía en procesión al templo (v. también Zac. 9:9; Mal. 3:1–3). También nosotros hemos de bendecirle y pedirle que venga a nuestro corazón para hacerlo templo del Espíritu Santo purificado de obras muertas. Buena es la costumbre de los ministros del Señor de bendecir a la congregación al final de los servicios (v. Ef. 6:24).
(C) Sean ofrecidos sacrificios de alabanza (He. 13:15) en honor de quien ofreció por nosotros el sacrificio de la Gran Expiación (v. 27): «Jehová es Dios (hebreo, Él, el Dios Fuerte que ha demostrado su omnipotencia librándonos del cautiverio) y nos ha dado luz (símbolo de liberación; comp. Est. 8:16)». La segunda parte de este v. resulta muy difícil de traducir, debido a que las dos palabras clave: el imperativo asru y el sustantivo jag pueden significar cosas diversas. El verbo hebreo asar significa corrientemente atar, pero también ordenar (v. 1 R. 20:14). El sustantivo jag significa simplemente fiesta, por lo que lo mismo puede significar procesión festiva que víctima festiva. Para colmo de dificultades, el vocablo abothim (¿ramos?) está marcado en el texto masorético con un circulito en la primera letra (ayin), lo que indica duda. Basados en (Lv. 23:40), los exegetas modernos traducen: «Ordenad con ramos la procesión festiva, etc.». La versión de nuestras Biblias: «Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar» resulta mucho más oscura e insólita. El hebreo dice: «… hasta los cuernos del altar», lo cual se entiende mejor si se adopta la primera versión que hemos ofrecido, pues los «cuernos» del altar eran salientes a los lados del altar, sobre los que los sacerdotes derramaban parte de la sangre de las víctimas y marcaban el límite hasta el que los no-sacerdotes podían acercarse, no más adelante. Esto concuerda mejor con el acompañamiento que, con palmas y ramos, ofrecieron al Señor en su entrada mesiánica en Jerusalén.
(D) El salmista concluye con un reconocimiento personal del favor de Dios y, agradecido, invita a otros a unirse a él en la alabanza (vv. 28, 29), aunque es muy probable que ambos versículos fuesen cantados en la procesión. «Cada peregrino—dice Cohen—se dirige individualmente a su Dios.». El salmo concluye exactamente como empezó (comp. con v. 1) y es, con la mayor probabilidad, el coro general del pueblo el que invita a todos a dar gracias (lit.) a Jehová, porque es bueno y para siempre es su amor misericordioso. Si ellos tenían tantos motivos para alabar y dar gracias a Dios, ¡cuánto más nosotros!
Llegamos a un salmo realmente extraordinario, tanto por su largura como por el tema que desarrolla: las excelencias de la ley de Dios. Ambrosio de Milán, en su latín castizo, lo describe como veluti pleni luminis solem meridiano ferventem calore, un sol de plena luz, que hierve con el calor del mediodía.
Consta de 22 estrofas, cada una de 8 versículos, dispuestas en orden alfabético (acróstico), de forma que cada grupo de ocho versículos comienza por una letra distinta del alfabeto hebreo. Es un buen termómetro para medir la temperatura espiritual del lector: si se entusiasma, buena señal; si se aburre, es que tiene frío el corazón. Otro detalle extraordinario de este salmo es que en él se repiten todos los sinónimos de «ley», como iremos viendo; con excepción de los versículos 90, 122 y 132, todos los versículos del salmo contienen uno u otro de dichos sinónimos. No se conoce su autor. «Probablemente—dice Cohen—, vivió en el siglo quinto y era un ardiente discípulo de la escuela de Esdras.» Al comienzo de cada estrofa, daremos el detalle temático peculiar de cada una, y seguiremos a K. M. Yates.
1. Alef (versículos 1–8)
Esta estrofa nos muestra que la felicidad consiste en cumplir el primer mandamiento de la ley.
1. El salmista muestra quiénes son los verdaderamente dichosos (vv. 1–3): «los perfectos de camino», es decir, los de conducta intachable, que caminan en la ley (hebreo, torah; primero y el más significativo de los sinónimos empleados en el salmo. Su verdadero significado, tan mal entendido, es «enseñanza, dirección») de Jehová. Esto equivale a «guardar sus testimonios» (v. 2. Hebreo, edoth, que es el segundo sinónimo), es decir, las normas de conducta que atestiguan la voluntad de Dios. Vemos, pues, la correlación que hay entre «felicidad» y «obediencia», y la tremenda equivocación que sufren los mundanos cuando piensan que una conducta santa es necia o aburrida. ¡Es todo lo contrario! No hay nada tan sabio y «entretenido» como cumplir con amor la voluntad de Dios (v. Ro. 12:1–2), pues la obediencia es el vínculo con que la impotencia se une a la omnipotencia: Todo lo puede el que hace lo que Dios quiere. Pero es menester concentrar el esfuerzo mental y cordial (v. 2), y buscar de todo corazón el conocimiento de Dios (comp. con Jn. 17:3; 1 Co. 8:1–3). Estos no hacen iniquidad, pues el objetivo primordial de la Torah es prevenir al hombre para que no marche por las sendas del mal, sino por los caminos de Dios (v. 3. «Camino»—hebr. dérekh, como «modelo de rectitud» es el 3er sinónimo de «ley» en el salmo—). Así que «andaren la ley de Jehová» (v. 1) equivale a «andaren sus caminos» (v. 3).
2. De esta consideración, y del encargo que Dios ha hecho (v. 4) de que sean diligentemente guardados sus preceptos (hebreo, phiqudey, 4.o sinónimo que denota normas particularizadas de conducta para la vida ordinaria), el salmista expresa su deseo vehemente de guardar los estatutos (hebreo, juquey,
5.o sinónimo de ley—falta en 19:7–10, donde parece haberse inspirado el autor del 119—y significa leyes puestas por escrito para ser observadas permanentemente) de Dios (v. 5) para esa observancia es menester una conducta firme, estable, afianzada. Sabe que si adquiriese esa firmeza, no se vería avergonzado (v. 6) de haber fracasado en alcanzar su ideal, al considerar todos los mandamientos divinos (hebreo, mitsuthey, 6.o sinónimo, es un término general para indicar leyes divinas en la esfera de la vida religiosa).
3. El salmista promete ahora dar gracias (lit.) a Dios con corazón recto cuando aprenda las ordenanzas justas (lit. justos juicios) de Dios. Con ello confiesa que «no domina la asignatura», que le queda aún mucho por aprender de la ley de Dios. «Ordenanzas» (hebreo, mishpitey, 7.o sinónimo de
«ley», indica «veredictos», del Juez Supremo que regulan las rectas relaciones del hombre con su prójimo). Durante toda la vida debemos ser buenos estudiantes de la escuela de Cristo, sentados a sus pies, sin tenernos jamás por «maestros consumados». A esta acción de gracias, añade el salmista una ferviente oración (v. 8b) a Dios, a fin de que no le abandone hasta el extremo (lit.). Los más santos son los que más temen la tentación, pues son los que más odian el pecado; sólo con la protección constante de Dios, se siente capaz de guardar sus estatutos (primera repetición de uno de los sinónimos); es muy apropiado aquí el vocablo, ya que el término hebreo procede de una raíz que significa «grabar en piedra», pues desea tener siempre ante los ojos esos estatutos, a fin de no correr la suerte fatídica de Israel siempre que eran culpables de transgredir los estatutos de Dios.
1. Beth (versículos 9–16)
Esta estrofa podría llevar por título: Receta para una buena limpieza. La pregunta y la respuesta están de acuerdo con la enseñanza de los Libros Sapienciales.
1. Pregunta el salmista (v. 9): «¿Con qué limpiará (mejor, conservará puro) el joven su camino, es decir, su conducta?» Pregunta de enorme transcendencia para todo joven, de tantas maneras tentado cuando aún no ha adquirido experiencia de la vida. La respuesta es muy sencilla: «Con guardar tu palabra» (hebreo, dabar, 8.o sinónimo de «ley»; es un término general para expresar la voluntad de Dios declarada a su pueblo). El Decálogo (gr. diez palabras) es encabezado en Éxodo 20:1 con la expresión:
«Y habló Dios todas estas palabras …», con lo que a los diez mandamientos, les suelen llamar los judíos
«las diez palabras». Sin embargo, el gran mandamiento de Deuteronomio 6:4–5, es llamado así (hebreo, mitsvath, singular del mitsuthey considerado en el versículo 6). Por eso, todo israelita llegado a la mayoría de edad religiosa—13 años—es llamado («Bar Mitsvath» = Hijo del mandamiento, esto es, obligado a cumplirlos). Vemos, pues, que sólo la Palabra de Dios puede conservar puro el corazón de los jóvenes.
No sirven para ello ni las leyes de los reyes (aunque sean necesarias para la observancia del orden y de la moral exterior) ni los principios morales de los filósofos.
2. El salmista quiere predicar ahora con el ejemplo, y confiesa (A) que él ha guardado (el verbo hebreo significa aquí «guardar a buen seguro un objeto precioso», verbo mucho más fuerte que el empleado en el versículo 9, donde significa «observar, cuidar, vigilar») en su corazón, es decir, en lo más íntimo de su ser, los dichos (hebreo, imráh—lit. el dicho—. Este es el 9.o y último de los sinónimos usados en el salmo). Aunque suele interpretarse comúnmente como «consigna» o algo parecido, Cohen afirma que es «una variante poética de dabar», con lo que alude al paralelismo que se halla en Isaías 5:24, de Torah e imrah. (B) Agrega que ha dado testimonio público («he contado», es decir, referido) de las ordenanzas de la boca de Dios (v. 13), que medita y considera los mandamientos y caminos de Dios (v. 15), y en ellos se complace y regocija (vv. 14, 16), y promete (v. 16b), no olvidar la palabra (lit.) de Dios. ¡Estupenda experiencia! ¡Si cada uno de nosotros buscáramos así a Dios, si así lleváramos en el corazón y en la mente los mandamientos de Dios, atesorándolos y cumpliéndolos, como quien se complace en ellos más que en todas las riquezas (v. 14b), bien podríamos, como el salmista, decirle entusiasmados a Dios: «¡Bendito tú, Jehová!» (v. 12)!
2. Guimel (versículos 17–24)
Esta sección podría titularse: Las delicias de la experiencia devota. Aunque esta experiencia no está exenta de sombras, el versículo 24 marca la pauta general de la estrofa.
1. El salmista pide a Dios que le conserve la vida a fin de guardar su Palabra (v. 17), ya que en ella tiene sus delicias (v. 24). Quiere que Dios le quite el velo que le cubre los ojos, a fin de ir hallando, como quien ahonda en una mina de oro, más y más maravilla que extraer de la Ley de Dios (v. 18), ya que él se siente como un extranjero que necesita conocer bien las leyes del país (v. 19). ¿Quién sino Dios se las puede descubrir, ya que Él las oculta a los que son sabios en su propia opinión, pero las revela a los que las reciben con sencillez infantil (v. Mt. 11:25)? Somos, por naturaleza, ciegos para las cosas de Dios, hasta que la gracia divina hace que caigan de nuestros ojos las escamas. Y cuanto más nos abre los ojos, más son las maravillas que hallamos en su ley. Tal es el anhelo que tiene el salmista de conocer los veredictos de Dios, que el continuo deseo le consume el alma (v. 20).
2. El salmista pasa a exponer ante Dios un obstáculo que ensombrece sus alegrías. Los magnates influyentes del país se sentaban a murmurar de él (v. 23), mientras él meditaba en los estatutos divinos siempre dispuesto a cumplirlos, no sólo porque los amaba, sino porqué ellos le aconsejaban la mejor manera de frustrar los planes de sus enemigos (v. 24). Estos son unos soberbios (v. 21), pecadores presuntuosos a los que Dios reprocha y resiste; pero no sólo ellos son malditos, sino todos los que se desvían (lit. yerran) de los mandamientos de Dios, pues también éstos sufren su castigo correspondiente, lo cual ya es una maldición. Al ser el oprobio y el menosprecio como un manto que cubre a la persona (v. 109:29), el salmista pide que retire (v. 22. El mismo verbo hebreo del versículo 18 para quitar el velo de los ojos) esas ignominias, ya que no quiere compartirlas con sus enemigos, puesto que él es fiel a Dios, mientras que ellos son rebeldes.
3. Daleth (versículos 25–32)
Aquí el salmista pide luz, vigor, fuerzas, «anchura de corazón». La letra inicial (d) le obliga a mencionar repetidamente el camino (hebreo, dérekh).
1. El camino que conduce al Cielo comporta fatigas, desalientos, peligros y tentaciones, como describe Bunyan en su Pilgrim’s Progress. El salmista se siente abatido, hundido (lit. apegado) hasta el polvo, a causa de las contrariedades que sufre (v. 25) y pide a Dios que le reanime y le sostenga (v. 28). Confiesa que ya ha puesto ante la vista de Dios sus caminos (v. 26), sus vicisitudes, y que Dios le ha respondido; lo que le anima a pedir a Dios que le haga conocer bien sus estatutos, el camino de Dios en sus mandamientos (v. 27), a fin de ponderar las maravillosas enseñanzas contenidas en la Ley. «Se derrite mi alma de pesadez», dice literalmente (v. 28). Bajo el peso de la tristeza y de la ansiedad, el corazón se le enternece hasta disolverse en lágrimas.
2. Puesto que abomina el camino de la mentira (v. 29), ya que ha escogido el camino de la verdad (lit. fidelidad), y tiene siempre ante los ojos los veredictos de Dios (v. 30), hasta el punto de sentirse apegado (el mismo verbo del v. 25 y de Gn. 2:24 «… se apegará a su mujer») a los testimonios divinos, pide a Jehová que no le avergüence, sino que le conceda el favor que le pide, a fin de que no se rían de él sus enemigos como si estuviese dejado de la mano de Dios (v. 31). Poner delante de nosotros los veredictos de Dios es como si pusiésemos delante de los ojos el modelo que hemos de copiar cuando aprendemos a escribir, y como tiene el arquitecto ante sí el modelo del edificio que piensa construir. Mirar constantemente al modelo hace que un creyente sea firme y estable.
3. Especialmente notable es el versículo 32 en que el salmista piensa en correr por el camino de los mandamientos, es decir, obedecer con el mayor gusto, con la mayor prontitud y alegría, la voluntad de Dios, cuando (o, porque) Dios le ensanchará el corazón. En todo caso, no es una frase condicional («si Dios le ensancha el corazón»); el salmista está seguro de ello. «Ensancharse el corazón» (comp. con Is. 60:5; 2 Co. 6:11) se entiende mejor si lo comparamos con la metáfora opuesta: «encogerse el corazón». Indica primordialmente verse libre de apuros y problemas, a fin de tener mayor espacio para concentrar las energías y gozar de la libertad necesaria en orden a llevar a cabo lo que amamos. El verdadero cristiano es optimista, pues sabe que Dios le da sabiduría (v. 1 R. 4:29, donde se le llama anchura de corazón) y el amor que, por su Espíritu, derrama en nuestros corazones (Ro. 5:5). El amor de Dios y el gozo en el cumplimiento de su Ley son las ruedas y el motor de nuestra obediencia.
4. He (Versículos 33–40)
Esta estrofa podía llevar por título: La necesidad de ser enseñado y guiado. Aquí la necesidad de usar muchas veces la letra h obliga al salmista a echar mano de la forma Hiphil de los verbos con bastante frecuencia. Dicha forma tiene sentido causativo («hacer que …»), como iremos viendo en esta estrofa.
1. El salmista pide a Dios que le instruya (v. 33), que le haga entender (v. 34) los mandamientos y le haga caminar (v. 35) por ellos, ya que se complace en ellos (v. 35b); así los guardará hasta el fin (v. 33b, comp. con v. 112b)—mejor que «como una recompensa»—(aunque no puede descartarse esta versión del vocablo équeb, en el sentido de que el cumplimiento del deber tiene en sí mismo la recompensa, como el pecado lleva en sí mismo la pena).
2. Consciente de que, de por sí mismo, no puede obrar el bien, pide a Dios que incline su corazón (como el «arrastre» de Jn. 6:44) a sus testimonios (v. 36), a lo que esos testimonios prescriben, no a «la ganancia» (lit.), especialmente a la que se adquiere por medios deshonestos. La codicia es raíz de muchos otros pecados; pues es contraria a muchos mandamientos. Quienes deseen tener bien arraigado en el corazón el amor de Dios, han de tener desarraigado del corazón el amor al mundo (1 Jn. 2:15).
3. En ese mismo tono, pide que Dios le haga volver (lit. pasar) los ojos de mirar vanidades (v. 37), es decir, cosas que no tienen valor real si se las compara con las cosas de Dios, y que le avive en el camino de Dios, es decir, que le fortalezca y le afiance en la senda de la virtud para vencer las tentaciones que presentan dichas vanidades. Así como la mirada de las vanidades infecta de vanidad el corazón, así también el corazón débil en el servicio de Dios no tiene fuerza para resistir la atracción de las vanidades.
4. Al profesar ser siervo de Jehová (v. 38), le pide que le cumpla las promesas (lit. el dicho, hebreo, imrah) que pertenecen a los que reverencian a Dios (lit. que (es) para el temor de ti). No es arrogancia pedir a Dios las promesas que Él mismo ha hecho; no tenemos por qué pedir más, pero tampoco tenemos por qué contentarnos con menos.
5. Como ya lo había hecho antes (v. 22), vuelve a pedir que Dios haga pasar (el mismo verbo del v. 37) el oprobio, la mofa que de él hacen sus enemigos, ya que las ordenanzas divinas son buenas, es decir, benefician a quienes se someten a ellas, como él lo hace (v. 39) y, puesto que él anhela los preceptos (lit.) divinos (v. 40), bien puede pedir que Dios le sostenga a él, como a siervo fiel, en su justicia, es decir, como Dios y Dueño justo que es. Podría tener un doble sentido (a) en tus justos juicios; (b) conforme a tus justas promesas.
5. Vau (versículos 41–48)
A esta sección podríamos ponerle por título: El coraje necesario para dar testimonio. En efecto:
1. Pide el favor de Dios (v. 41) contenido en sus promesas (lit. en su dicho—imrah—), precisamente para estar más animado a dar testimonio de la bondad de Dios ante los que quieren avergonzarle (v. 42). Con esta esperanza (v. 43), está seguro de que no se le irá de la boca la palabra de verdad, es decir, un testimonio sincero y veraz de lo que Dios ha hecho por él, lo cual sería difícil de cumplir si le faltase la manifestación del favor de Dios hacia él. Seguro de haber sido escuchado, hace una promesa firme (v. 44), y usa los tres vocablos que indican continuidad de por vida: «tamid» = siempre, «leolam» = para siempre, y «ed»= perpetuamente (el mismo vocablo de Is. 9:6 «… perpetuamente Padre»).
2. Esto le dará ánimo y coraje (v. 45): «Y andaré por ancho campo (de la misma raíz que el vocablo del v. 32), es decir, libre de ansiedades porque busqué (comp. con v. 2) tus preceptos. Y, como el que teme a Dios, no tiene por qué temer a nadie, se siente ya con el coraje necesario para dar testimonio delante de reyes (v. 46), como lo dieron los compañeros de Daniel ante Nabucodonosor (Dn. 3:16), los Apóstoles ante las autoridades judías (Hch. 4:20), y el Apóstol Pablo ante el rey Agripa (Hch. 26).
3. Repite, una vez más (vv. 47, 48), el amor que profesa a la Ley de Dios, el deleite que siente en cumplirla y meditarla, hasta el punto de que quiere alzar las palmas de las manos (lit.) hacia los divinos mandamientos (y repite la frase del v. 47: «que he amado») en actitud de intensa devoción, de empeño decidido. «La frase—dice Cohen—denota de ordinario la actitud de oración.» «Casi diviniza la Ley— comenta Arconada—al prometer alzar a ella sus manos, en gesto de oración» (cf. 28:2).
6. Zain (versículos 49–56)
Esta sección puede llevar por título: La fuente del consuelo y de la esperanza. Nótese las veces que estas palabras ocurren aquí y el bellísimo versículo 54.
1. El salmista comienza con un verbo que va a repetir (zacar, ya que la letra de esta sección es la z):
«Acuérdate de la palabra (aquí dabar, pero en sentido de «promesa», como en otros lugares imrah) dada a tu siervo, en la que me has hecho esperar (lit.) es decir poner la esperanza» (v. 49). La promesa de Dios le había infundido esperanza; ahora pide a Dios que, puesto que su Palabra es fiel y no puede violar su promesa, ha de recordarla para librarle de la decepción que sufriría si no se cumpliera. En las crisis pasadas, esa promesa le había reanimado, vivificado (comp. vv. 17, 25, 28, 37, 40); por eso, sabe que tendrá ahora el mismo efecto (v. 50), y en ella halla el consuelo en su aflicción.
2. Ese consuelo le sustenta (v. 52), pues recuerda experiencias pasadas («tus juicios de otro tiempo»), en que Dios le había sacado a campo ancho cuando sus enemigos se burlaban de él y hablaban mal de él (v. 51, comp. con v. 23). Lo que más siente él con respecto a sus enemigos, y lo que le enfurece (v. 53) hasta hacerle derramar ríos de lágrimas (v. 136) es el desacato con que estos impíos tratan la Ley de Dios.
¡Ojalá sintiésemos nosotros la misma santa indignación al ver hollada de tantos modos la santa Ley de Dios! Pero no es difícil indignarse cuando son otros los que la huellan; ¿nos indignamos también contra nosotros mismos cuando pecamos?
3. El consuelo que el salmista recibe de las promesas de Dios sube de punto cuando lo transfiere al cumplimiento mismo de la Ley (A) El obedecer los preceptos de Dios lo estima como lo mejor que tiene (v. 56). Incluso durante la noche, no le abandona el recuerdo de Dios y de la Ley (v. 55), pero lo más grandioso es que «los estatutos» de Dios le infunden tal gozo y tal consuelo que son sus cantares, le inspiran a cantar (comp. con Hch. 16:25), en la casa de su peregrinaje» (lit.), es decir, en la morada en que se siente como peregrino, o extranjero (v. 54, comp. con el v. 19 donde el vocablo es de la misma raíz que aquí).
7. Jeth (versículos 57–64)
Yates titula esta sección: La decisión de ser fiel. En ella vemos:
1. Que el salmista, como David (16:5), ha escogido por heredad a Jehová (v. 57), por lo que busca de todo corazón la presencia de Dios (v. 58) y expresa su promesa de fidelidad: He prometido guardar, cumplir, tus palabras (v. 57b). Cabe una versión diferente: «Mi porción, Jehová, me dije, es observar tus palabras». En todo caso, el salmista hace de la Ley de Dios su norma y a ella se adhiere de todo corazón, y depende de Dios en cuanto al cumplimiento de ella.
2. Sin embargo, se da cuenta de que sus caminos dejan algo que desear por lo que expresa su propósito de hacer volver sus pies (v. 59) a los testimonios de Dios. De alguna manera, había caído atrapado en las redes de los malvados (v. 61) y, después de examinar a fondo su propia conducta (v. 59), se apresura a abandonar el mal camino que comenzaba a seguir y no quiere retrasarse, sino ganar el tiempo perdido (v. 60).
3. Implora, por ello, la misericordia (lit. el favor la gracia) de Dios, ya que de su amor misericordioso (v. 64, diferente vocablo del que sale aquí, v. 58b) está llena la tierra por lo que se siente animado a pedir el favor de un Dios que está lleno de bondad hacia todas sus criaturas, ahora que él se ve acuciado por el peligro de faltar a su promesa de fidelidad. Alega a su favor que, a pesar de la presión que sobre él han ejercido los malvados, (A) no se ha olvidado de la Ley de Jehová (v. 61), sino que, (B) acorta el tiempo de su descanso nocturno y se levanta (comp. v. 55) para darle gracias (lit.) por sus justos juicios (v. 62), es decir, por las ordenanzas de la Providencia en cualquier circunstancia, y (C) escoge por compañeros suyos a los que, como él, temen a Dios y guardan sus mandamientos (v. 63); eran sus amigos, no tanto por estar a su favor como por ser temerosos de Dios.
8. Teth (versículos 65–72)
Esta estrofa puede titularse: La disciplina de la aflicción. Aquí el salmista:
1. Agradece a Dios el favor que le ha dispensado. Aun cuando el verbo «dar gracias» no ocurre ni una sola vez en esta sección, toda ella está llena de agradecimiento: «Has tratado bien a tu siervo» (v. 65). El favor de Dios hacia nosotros se muestra tanto en lo que nos agrada como en lo que nos duele.
«Bueno eres tú y bienhechor», dice luego (v. 68). Y así a lo largo de toda la estrofa.
2. Reconoce que fue un gran bien para él haber sido humillado (v. 71, comp. con v. 67). Su desviación del camino recto (v. 59) tuvo como consecuencia la aflicción que Dios le envió, y esta aflicción le hizo volver en sí, como al Hijo Pródigo de Lucas 15:11 y ss., y dirigir sus pies a someterse de nuevo a las normas divinas (vv. 59, 67, 71).
3. Lo que le ayuda siempre a recobrarse es que estima la Ley de Dios más que todas las riquezas del mundo (v. 72, comp. con v. 14); de ahí el deleite que experimenta en el cumplimiento de la Ley (vv. 66b, 67b, 69b, 70b) y la repugnancia que le causan los calumniadores (v. 69) y los que tienen embotado el corazón (lit. «gordo como la grasa»), es decir, impermeable a todo ideal ético.
4. Como todo buen creyente, desea conocer más y mejor la Ley de Dios, por lo que le pide que le enseñe (A) no sólo a través de la aflicción (vv. 67, 71), sino (B) concediéndole buen discernimiento (lit. bondad de gusto—como cuando decimos de una persona de buen sentido: «¡Qué buen gusto tiene!»—) y conocimiento (hebreo, dáath), en sentido de penetración cordial, experimental, como siempre en las Escrituras (v. 66). No todo el que tiene buen conocimiento tiene buen gusto y viceversa. Poseer ambas cosas es un gran favor de Dios: buen corazón con buena cabeza. (C) De nuevo (v. 68b): «Enséñame tus estatutos». Puesto que en sus palabras revela Dios su bondad, el salmista está deseoso de que Dios le instruya en sus preceptos.
9. Yod (versículos 73–80)
Aunque Yates titula esta sección: «La justicia de la retribución», le iría mejor el título: «La voz del deseo», pues la necesidad de encabezar los versículos con la letra yod lleva al salmista a emplear con mucha frecuencia los imperfectos llamados «yusivos» u optativos, que comienzan por dicha letra.
1. Empieza por una confesión de que le debe a Dios el ser (comp. con Job 10:8; Sal. 139:15, 16):
«Tus manos me hicieron y me dieron forma» (lit.), por lo cual precisamente necesita saber cuál es el objetivo que Dios se ha propuesto al crearlo y cuál es su deber para con Dios (v. 73). Se repite así la petición de los versículos 12, 19, 27, 33, 34, 64, 66, 68.
2. Renueva también su reconocimiento del bien que le ha hecho la aflicción (v. 75, comp. con v. 71), pues en ella ha mostrado Dios, no sólo su justicia en castigar el pecado, sino también su fidelidad al modo de corregir a su pueblo (comp. con He. 12:10, 11).
3. Apela al consuelo, al favor y al amor misericordioso de Dios (vv. 76, 77), puesto que en la Palabra de Dios tiene puesta su esperanza (v. 74b), su delicia (v. 77b) y su meditación (v. 78b). Con ese favor de Dios, (A) Él no quedará avergonzado (v. 80b), mientras caerá la vergüenza sobre los orgullosos que le han calumniado (v. 78, comp. con vv. 69, 70); (B) Los que temen a Dios, como él, se alegrarán al verle, se animarán más y más a cumplir la Ley (v. 74) y se volverán a él (v. 79), es decir, seguirán su ejemplo de constancia y fidelidad a Dios y a su Ley, cuando su fe se tambalee como resultado de las actividades de los soberbios.
10. Caf (versículos 81–88)
Esta sección puede llevar el título de «Un rayo de esperanza en medio de las tinieblas». El salmista se siente deprimido ante la gran tribulación que le aflige. Las imágenes son muy expresivas.
1. Se siente desfallecer a lo largo de toda esta estrofa. (A) Su alma, su persona, se consume de ansias por verse a salvo de la presente aflicción; éste es el sentido del versículo 81, con una nota de esperanza.
(B) El mismo verbo («consumirse, desfallecer, morirse de ansias de …») ocurre en el versículo 82 (comp. con v. 123): Su vista desfallece de tanto esperar un alivio que tarda en llegar: «… ¿cuándo me consolarás?». (C) Se siente arrugado y encogido, como un odre ahumado (v. 83). Dice Cohen: «En el Oriente, los recipientes se hacen de piel y, cuando no se usan, se cuelgan en la habitación que no tiene chimenea para el escape del humo, con lo que se encogen». Comenta Arconada que, de este modo, «el vino mejoraba y tomaba sabor», pero el salmista sólo piensa en el daño que le produce la aflicción, la cual parece seguir implacable.
2. En efecto, sus enemigos (A) le han cavado fosas, lo cual es contra la ley (v. 85, comp. con Éx. 21:33, 34), a fin de hacerle caer; (B) le persiguen sin causa (v. 86, comp. con v. 78); y (C) Han estado a punto de extirparle (lit. consumirle—el mismo verbo de los versículos 81 y 82—) de la tierra. (D) De tal forma le afligen que pregunta a Dios (v. 84): «¿Cuántos son los días de tu siervo?» La respuesta se adivina a la vista de la segunda parte del versículo. Es como si dijera: «Puesto que mis días son tan pocos, date prisa, Señor, a ayudarme y vindicarme, de lo contrario, vas a llegar demasiado tarde». (E) En esto, apela a la fidelidad (lit.) de Dios, que resplandece en sus ordenanzas (v. 86), en otras palabras, en contraste con la falsedad de los que no proceden según la Ley de Dios (v. 85b), el salmista recurre al Dios que ha dado mandamientos basados en la verdad y en la fidelidad.
3. En medio de su aflicción y desconsuelo, junto a la nota de esperanza (vv. 81, 88), se advierte una y otra vez la resolución del salmista de observar los mandamientos de Dios, a pesar de todo (vv. 83b, 87b, 88b). En realidad, el objetivo primordial de su permanencia en este mundo lo cifra el salmista en cumplir la voluntad de Dios, y por eso le pide que le vivifique, conforme a su amor misericordioso, para observar (es la interpretación más probable) los testimonios de la boca de Dios (v. 88).
11. Lámed (versículos 89–96)
Esta estrofa, donde el optimismo contrasta con la depresión de la sección anterior, podría llevar por título: «El triunfo de la fe».
1. El salmista comienza con un entusiasta reconocimiento de la fidelidad de Dios (vv. 89–91), la cual tiene los caracteres de (A) celestial (v. 89) y, por tanto, inmutable como los cielos; (B) eterna: de generación en generación, a perpetuidad, como la tierra cuyo fundamento ha sido puesto por Dios (v. 90);
(C) soberana, pues los cielos y la tierra, con todo lo que contienen, así como las vicisitudes de la historia, todo ello sirve a los propósitos de la voluntad de Dios (v. 91). La fidelidad es la verdad de Dios (ambos vocablos tienen en hebreo la misma raíz: amán, estar seguro), y Dios no puede mentir ni contradecirse a Sí mismo: Dios es la verdad (comp. con Jn. 14:6). Y la Palabra de Dios: sus promesas y sus normas, participan de las cualidades divinas. Todo lo creado, por perfecto que sea, tiene un límite; la Palabra de Dios no lo tiene (v. 96)
2. La Biblia es un buen compañero en todo tiempo. El salmista reconoce que, si la ley de Dios no hubiese sido su delicia, habría perecido en su desdicha (v. 92) pues habría carecido de fuerzas para continuar en la brecha, mientras que los mandamientos de Dios le dan la vida (v. 93). Aquí vemos que el mejor remedio contra el mal recuerdo es el buen afecto.
3. El mismo remedio halla el salmista al recordar los muchos males que contra él han tramado los malvados (v. 95): el prestar constante atención a los testimonios de Dios es el mejor medio de escapar del peligro en que sus arrogantes enemigos querían hacerle caer.
12. Mem (versículos 97–104)
Esta estrofa podría llevar por título: La Ley, fuente de sabiduría. Dos detalles destacan aquí: (A) Esta es la primera estrofa que no contiene ninguna petición; (B) Tampoco se halla en ella ninguna queja.
1. El salmista comienza expresando enfáticamente su amor a la ley de Dios. No sólo medita en ella todo el día (v. 97), sino que la paladea como un manjar, y le sabe mejor que la miel (v. 103). Cada uno piensa constantemente en aquello que ama; por eso, la constante meditación de la Ley era una prueba clara de que el salmista amaba verdaderamente la Ley, y la Ley le resultaba a su paladar espiritual más dulce que la miel. En efecto, el manjar corporal llega a saciar, y con la hartura viene la repugnancia, pero el manjar espiritual nunca harta, sino que cuanto más se alimenta uno de él, tanto mayor es el apetito que de él tiene; así que no es de extrañar que ocupe su atención continuamente.
2. La razón principal de su amor a la Ley, según la expresa aquí el salmista, es que la Ley (en sus múltiples sinónimos) le hace más sabio que sus enemigos (v. 98), y por eso, tiene mayor discernimiento que sus maestros (v. 99), y más sensatez que los ancianos (v. 100), puesto que éstos extraen su cordura de la experiencia que la vida les ha proporcionado, mientras que el salmista debe su sabiduría a la obediencia a la voluntad de Dios (vv. 98, 99b, 100b, 104 y, especialmente, 102b). Se cumple aquí lo que dijo el Señor Jesús (Jn. 7:17): «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá, etc.» (v. en el volumen correspondiente el comentario a este versículo). El amor a la verdad prepara el camino para la luz de la mente: «los de corazón limpio verán a Dios» (Mt. 5:8). No se hace ninguna injuria a los maestros cuando se les llega a sobrepasar en sabiduría, pues todo buen maestro se alegra de los progresos de sus discípulos y, por otra parte, se les enseña a los maestros mismos que la fuente de la verdadera sabiduría se halla en la observancia de los mandamientos más bien que en el conocimiento intelectual de las Escrituras.
13. Nun (versículos 105–112)
El versículo 105 parece empalmar con la sección anterior y nos permite titular la presente: La luz de la vida. Siguen quejas y peticiones, con un final parecido al de la estrofa anterior.
1. El salmista comienza con una afirmación que hace del versículo 105 uno de los más conocidos de toda la Biblia: «Lámpara (es) para mis pies tu palabra, y luz para mi senda» (lit.). Comp. con Proverbios 6:23. Por aquí vemos la naturaleza de la Palabra de Dios: lámpara y luz. Nos descubre, con respecto a Dios y a nosotros mismos, lo que de otro modo no habríamos podido llegar a conocer. El mandamiento es una lámpara que luce y arde con el aceite del Espíritu Santo; es como las lámparas del santuario y la columna de fuego en el desierto (comp. con 2 P. 1:19). No solamente ha de ser luz para nuestros ojos, a fin de que disfruten de un bello panorama, sino para nuestros pies, a fin de que sepamos dónde los hemos de poner, y para nuestra senda, para que que no nos extraviemos.
2. Con la luz por guía, el salmista promete no desviarse de la senda que la Ley le muestra (vv. 106, 109b, 110b, 111, 112), pues es esa Ley precisamente la que le sostiene en medio de su aflicción (vv. 107, 109, 110). Tres detalles merecen nuestra consideración: (A) La frase del versículo 109: «Mi alma (mi vida) está continuamente en mi mano» (lit.), es decir, en peligro de muerte, nos recuerda frases similares en Jueces 12:3 y 1 Samuel 19:5. (B) El versículo 111 nos recuerda Deuteronomio 33:4 y da claramente a entender que este piadoso israelita estimaba la incorruptible heredad de la Ley de Dios mucho más que la tierra de Canaán, que ahora se hallaba en poder de extraños. (C) El versículo 112 acaba, como el versículo 33, con el vocablo hebreo équeb; por lo que admite, igual que allí, una doble versión: (a) hasta el fin; o:
(b) como una recompensa.
14. Sámec (versículos 113–120)
Esta sección puede llevar por título: El estímulo de la lealtad.
1. La lealtad del salmista se echa de ver (A) En el santo odio que abriga contra los de doblez de mente (v. 113, lit. Comp. con 1 R. 18:21, donde se halla la misma raíz hebrea en la pregunta que Elías hace al pueblo). Aunque no sabemos a quiénes se refiere, la expresión indica personas que estaban indecisas en su culto y servicio al verdadero Dios; (B) en su deseo (v. 115, comp. con 6:8) de estar alejado, cuanto más mejor, de los malvados. Sabía muy bien que las malas compañías corrompen las buenas costumbres (1 Co. 15:33) y quería verse alejado del contagio; (C) especialmente, en su decisión firme, valiente, de observar la Ley (v. especialmente el v. 115b). Nótese la frase: «Y guardaré (lit.) los mandamientos de mi Dios». Como un buen soldado o, mejor, como un valiente santo, pues la verdadera bravura consiste en la firme resolución de obedecer la voluntad de Dios y evitar el pecado.
2. El estímulo para esa lealtad lo halla el salmista (A) En Dios mismo, quien es su refugio y escudo (v. 114), su sostén y apoyo (vv. 116, 117) y su vindicador (vv. 118, 119); pues él rechaza (mejor que «deshace» (v. 118) y hace cesar (v. 119. Lit.) a los malvados como quien separa la escoria del metal para refinarlo. Eso es lo que Dios hace con los malvados y, comoquiera que el salmista no desea correr la suerte de ellos, ama los testimonios de Dios (v. 119b). ¿Tenía ante sí la profecía de Ezequiel 22:17–22?
En todo caso, la imagen de la escoria es la misma. (B) En la Palabra de Dios, la cual es su esperanza (v. 114b, comp. con v. 74); en esa Palabra confía, para no verse avergonzado de su esperanza (v. 116). (C) finalmente, en el castigo que sufren los desobedientes (vv. 118–120), lo cual se palpa especialmente en el versículo 120, que cierra la sección: «Mi carne se estremece por temor de ti, y de tus juicios tengo miedo». El salmista se estremecía al contemplar el castigo de los malvados y abrigaba un santo temor de los juicios de Dios, ya se trate de las «sentencias» contra los malvados o de las «leyes» conforme a las cuales son juzgados. Dice Kirkpatrick: «El temor reverente es el correcto complemento del santo amor».
15. Ayin (versículos 121–128)
El título de esta sección podría ser: Es tiempo de intervenir.
1. En efecto, el salmista lo dice expresamente (v. 126): «Es hora de actuar, Jehová». La misma nota de urgencia se advierte en los versículos 121–124, donde se apela: (A) A la conducta que él mismo viene observando sin desmayo: «Juicio y justicia he practicado» (v. 121), las cualidades que Dios ama (33:5) y que son el cimiento del trono de Dios (89:14) por lo que bien puede apelar a su integridad, a fin de que Dios ejercite esas mismas perfecciones que son el fundamento de su trono y le saque del aprieto en que se halla; (B) a la promesa divina (v. 123): «Mis ojos desfallecen (el mismo verbo del v. 82) por (o, para, es decir, en anhelos de) tu salvación y tu dicho (lit.) justo» = la promesa de Dios garantizada por la justicia de Dios. De ahí que interponga su condición de «siervo» de Jehová (vv. 122, 124, 125); (C) al amor misericordioso de Dios, ya que se reconoce indigno de alcanzar la salvación por sí mismo, mientras pide mayor instrucción a fin de que su conducta merezca, de algún modo, la aprobación de Dios (vv. 124, 125).
2. En toda la sección se nota el mismo tono de apuro de algunas de las estrofas anteriores. Acecha el peligro de que los soberbios le opriman (v. 122b). Pero lo que más le estimula a urgir a Dios a actuar es ver que esos soberbios violan, quebrantan con descaro, la Ley (v. 126).
3. Una vez más, expresa su amor a los mandamientos divinos («más que el oro fino»), su docilidad para dejarse guiar rectamente por todos los preceptos divinos, en lo concerniente a todas las cosas (lit., según la versión más probable de la concisa frase hebrea); y, como todo el que se adhiere firmemente a la verdad, aborrece todo camino falso, engañoso (v. 128). Es de advertir que la conjunción causal hebrea alkén = «por eso», no tiene aquí (vv. 127, 128) precisamente un sentido causal o consecutivo, sino que la emplea el salmista porque le viene bien para el acróstico, ya que comienza por la letra ayin, que domina toda la sección.
16. Pe (versículos 129–136)
Esta sección puede titularse: La Maravilla de la Iluminación, según la bella imagen del versículo 130, en cuanto a la Palabra de Dios, y la petición del versículo 135, en cuanto al rostro de Dios.
1. Como en el versículo 138, el salmista queda encantado de lo maravillosos que son los testimonios de Dios (v. 129); por eso, los guarda, como quien custodia y asegura un tesoro. Esos testimonios son tan luminosos que hacen sabio al sencillo (v. 130b, comp. con 19:7), es decir, al «ingenuo», sin experiencia, que se deja influir de toda clase de opiniones y doctrinas. Esa iluminación se debe a que «el portal de tus palabras (lit.) da luz» (lit.), dice el salmista. Comenta W. T. Davies: «En Palestina, las casas, en su mayoría, carecen de ventanas, y la luz entra por el portal. Entra luz por la Palabra de Dios del mismo modo que la luz del sol entra por un portal oriental». Hay otra luz que el salmista desea para disipar las tinieblas de la opresión: la del rostro de Dios (v. 135, comp. con 80:3 y Nm. 6:25), que proporciona salvación.
2. A la petición que acabamos de comentar, añade otra («y enséñame tus estatutos»—v. 135b—), con lo que da a entender una vez más el amor que abriga hacia la Ley de Dios. Véase la bella imagen con que lo expresa en el versículo 131: «Mi boca abrí de par en par y aspiré con afán» (no es el mismo verbo de 42:1). ¿Para qué? Para sorber el alimento espiritual que la Ley de Dios proporciona: «Porque anhelaba tus mandamientos».
3. Como en otras secciones, el salmista, además de luz, pide protección (v. 132): «Vuélvete hacia mí y concédeme tu favor» (lit., comp. con 25:16; 86:16). Implora el favor de Dios, ya que sabe que con sólo que Dios vuelva hacia él su rostro, será librado. Apela a la ley que Dios mismo se ha impuesto a Sí mismo de socorrer a los que le aman (v. 132b). Lo hace explícitamente en el versículo 134, donde habla de la «opresión» de los hombres, que podría resultarle un obstáculo para la observancia de los mandamientos de Dios. La misma protección demanda en el versículo 133: «Afianza mis pasos con tu palabra» (lit. con tu dicho). El verbo podría traducirse mejor por: «ordena» o «guía». La idea no cambia: Ya que Dios le ha puesto en la senda recta con su Palabra, pide que le siga guiando, con su Palabra y con su gracia, por esa misma senda. De esa manera, ninguna iniquidad (hebreo, aven), es decir, ninguna infracción de la ley, se enseñoreará de él; prevalecerá sobre él con los halagos de la tentación. Lo que más le duele, como ya ha insinuado en otros lugares (v. por ej. vv. 85 y 126), es la violación de la ley divina por parte de los malvados; tanto que de sus ojos han descendido ríos de agua (hebreo, palguey máyim, la misma frase de Pr. 21:1. V. el comentario a dicho versículo), es decir, de lágrimas, por los que no guardan la ley de Dios (v. 136). Compárese con versículo 139 y, en especial, con Lamentaciones 3:48. No llora por la opresión que sobre él ejercen los malvados, sino por la iniquidad de esos malvados.
17. Tsade (versículos 137–144)
Yates titula esta sección: El reto de la justicia. En efecto,
1. El salmista, en contraste con los inicuos, con los quebrantadores de la ley, de quienes acaba de hablar en el versículo 136, resalta el carácter de Dios como un Dios justo y, por eso, son justos, rectos, fieles, sus juicios y sus testimonios; y lo son eternamente (vv. 137, 138, 142 y 144). Es muy notable el singular hebreo yashar, recto, al ser plural el sustantivo mishpatey = juicios, lo que significa que cada uno de sus juicios, según Ibn Ezra, o el conjunto compacto de esos juicios, es recto. Hay aquí una ecuación de palabra de Dios y justicia, a la que sigue otra ecuación de palabra y verdad (v. 142b), que ya vimos en 19:9, y se repite en los versículos 151 y 160 de este salmo, y llega hasta Juan 17:17. Aquí tenemos un gran principio de conducta: La Palabra de Dios, al ser verdad, ha de gobernar los pensamientos y dirigir los movimientos todos de la persona; y, para que la autoridad de esa verdad no resulte ineficaz ante la debilidad de la carne, queda reforzada por una ley que ata la voluntad y la lleva a sumisión.
2. El salmista expresa un segundo contraste entre su propia pequeñez y miseria—sobre todo, por el desprecio que hacia él muestran sus semejantes—(v. 141) y la palabra acrisolada, es decir, libre de toda escoria, de Dios. A pesar de esta desproporción, el salmista asegura que no se olvida de los preceptos (lit.) divinos; (v. 141b); más aún, como ya ha expresado otras veces, los mandamientos de Dios son sus delicias, aun en medio de la aflicción y de la angustia que se habían apoderado de él (v. 143). Este mismo era el consuelo con que el Apóstol se sentía confortado para consolar a otros en medio de la tribulación (2 Co. 1:3–11).
3. Como en otros lugares, declara también su amor a la Palabra de Dios (v. 140b: «la ama tu siervo»); por ello, también una vez más, pide entendimiento (no revelación, pues tiene suficiente), para vivir (v. 144b) y cumplir los preceptos de la Ley, pues Levítico 18:5 (citado en Ro. 10:5) dice de parte de Dios:
«Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá por ellos». En el cumplimiento de la ley hay vida. Si el hombre no se salva por la ley, es porque ninguno la cumple; y como la ley, de suyo, no da fuerza para luchar contra el pecado, sino que se reduce a darlo a conocer y a diagnosticarlo, necesitamos la gracia y el poder del Espíritu que se dan a los creyentes (v. Ro. 3:9–31; Ef. 2:1–10, entre otros lugares).
4. El amor a la ley de Dios le lleva, como siempre, a una tremenda tristeza por el quebrantamiento que de la ley hacen los malvados (v. 139): «Mi celo me ha consumido (comp. con 69:9; Jn. 2:17), porque mis enemigos se olvidaron de tus palabras». Es la primera vez que en este salmo los llama «mis adversarios» (lit. Hebreo, tsaray), aunque en el versículo 98 los había llamado «mis enemigos» (hebreo, oybay). Enemigos y adversarios suyos eran, más por ser enemigos de Dios y de su ley que por la dura aflicción con que le oprimían a él.
18. Cof (más exacto, QOF versículos 145–152)
No es fácil poner título a esta sección. Yates la titula: Seguridad que procede de la oración. Lo cierto es que la oración o, mejor, el clamor de la oración, domina toda la estrofa.
1. «Clamo con todo el corazón (lit.); respóndeme, Jehová; guardaré tus estatutos», dice el salmista (v. 145). Y añade (v. 146): «A ti clamo; sálvame, y guardaré tus testimonios». Es de observar aquí: (A) Que el sentido de la última frase no es: «Si me salvas, guardaré tus testimonios», sino: «sálvame para guardar tus testimonios». Lo mismo ha de decirse del versículo 145b, donde la conjunción «y» falta en el hebreo y en el versículo 148b, donde está expresa la partícula le, para (conjunción final). (B) La gran urgencia con que el salmista ora a Dios, como se echa de ver, no sólo por los versículos 145 y 146, ya citados, sino también por el comienzo de los versículos 147, 148 y 149. La frase «me anticipo, etc.», significa que madrugaba para orar y, además, interrumpía el sueño de la noche para clamar a Dios (comp. con 63:6) y meditar en su ley. Ello nos indica que las cosas de Dios le ocupaban totalmente el pensamiento y que lo primero que hacía, al levantarse, antes de dedicarse a cualquier otro asunto, era orar ¡Buen ejemplo para nosotros, los cristianos!
2. En medio de este clamor de la oración, se advierte la nota de esperanza: «Espero en tus palabras» (v. 147b). Así dice el texto, aunque el circulito blanco da a entender que los judíos lo leen en singular, en el sentido de «promesa» de salvar a quienes invocan a Jehová. Aunque la respuesta de Dios no venía de inmediato, su esperanza le estimulaba para seguir orando. En la misma palabra de Dios se apoya para pedirle que le vivifique (v. 149b, comp. con vv. 25, 37, etc.). El mismo tono se advierte en los versículos 151, 152: «Cercano estás tú, Jehová, para salvarme, como mis enemigos están cercanos (v. 150) para atacarme, pero no tengo miedo, porque ellos están alejados de tu ley (v. 150b), mientras que yo amo tu ley (v. 140, entre otros); ella es mi delicia (v. 143, entre otros). Yo llevo las de ganar, pues ellos se apoyan en la falsedad (v. 118b), pero yo me apoyo en la verdad (v. 151b), porque desde antiguo conozco por tus testimonios que los estableciste para siempre (v. 152. Lit.). Comenta Cohen: «Tras larga reflexión sobre los testimonios de Dios, se ha convencido de que son eternamente válidos y por eso confía en ellos cuando se halla en peligro».
19. Resh (versículos 153–160)
Esta sección puede titularse: La insistencia en la oración. Está dominada por los verbos mirar y ver, que en hebreo son un mismo verbo y comienza por la letra resh, exigida por el acróstico.
1. El salmista fija su mirada en su propia aflicción (v. 153) y apela a la compasión de Dios; fija su mirada en el poder de Dios y le pide confiado: «líbrame»; fija su mirada en la justicia de Dios y suplica (v. 154): «Defiende mi causa», como si dijese: «Tú eres no sólo mi Juez sino también mi Abogado, tómame por cliente y defiende mi caso contra los que me persiguen (comp. con 35:1; 43:1), ellos no pueden esperar la salvación, porque están tan lejos de la salvación (v. 155), como de tu ley» (v. 150b); finalmente, fija su mirada en la gracia de Dios y pide, por tres veces (vv. 154, 156, 159): «Vivifícame, es decir, dame vida, consuelo y especialmente, liberación, para seguir haciendo tu voluntad, porque mira, Jehová, cómo amo tus preceptos» (v. 159. Lit.).
2. Este amor a la ley de Dios le sirve al salmista para urgir a Dios a que acuda en socorro suyo. Porque la ama (vv. 140, 159), no se olvida de ella (v. 153b), ni se aparta de ella (v. 157b). Le disgustan los prevaricadores (lit. los sin fe), porque no guardan, no obedecen, el dicho de Dios, lo que Dios manda (en este contexto, este es el sentido de imrah, nótese también que, en el original, está en singular). Pero su apelación no se basa primordialmente en ese amor suyo a la ley, sino en la misericordia, en la fidelidad y en la justicia de Dios, que es para siempre (vv. 156, 159b y 160). «Lo capital (lit. la cabeza) de tu palabra—dice (v. 160)—es la verdad». «La totalidad de tu palabra es verdad» (éste parece ser el verdadero sentido) ¡Bien fundada está, y para siempre! (V. la segunda parte del versículo).
3. Dos detalles merecen consideración: (A) Hemos dicho que el amor a la ley le sirve al salmista para urgir a Dios, pero nótese que no dice: «¡Mira cómo cumplo tus preceptos!», sino ¡Mira cómo amo tus preceptos!» Sabía que no los cumplía a la perfección, pero era consciente de que los amaba. Nuestra obediencia es agradable a Dios únicamente cuando procede del amor; no se ama por obediencia, sino que se obedece por amor. Ese amor, esa búsqueda (v. 155), es nodriza de la esperanza, porque ¿cómo pueden esperar obtener el favor de Dios en la adversidad quienes nunca le buscaron cuando estaban en prosperidad? (B) Especialmente notable es el contraste entre las frases: «Muchas son tus misericordias» (lit. compasiones) del versículo 156, y «Muchos son mis perseguidores» del versículo 157. Esta debe ser la mentalidad de todo verdadero creyente, quien, siendo realista («Muchos son mis enemigos») puede ser optimista («Muchas son tus misericordias»), con tal que el pensamiento de la compasión de Dios hacia los que le aman preceda al del peligro que pueda acechar, pues no hay peligro que pueda oponerse al infinito poder de Dios para salvar. El volumen del mal cercano (v. 150) será así pequeño frente al Dios cercano (v. 151).
20. Sin o Shin (versículos 161–168)
Esta letra hebrea, semejante a una m (minúscula) cabeza abajo, se pronuncia de distinta forma según tenga el puntito sobre la patita primera (shin) o sobre la patita tercera (sin) pero al ser la forma de la letra la misma en ambos casos, caben aquí palabras que comiencen por shin o por sin. Recuérdese que el haber olvidado la diferencia de pronunciación resultante de la diferente colocación del puntito ocasionó la matanza que se nos refiere en Jueces 12:6. La sección puede titularse: La paz en el amor, al tener por clave el versículo 165. Como en la sección 13 (MEM), tampoco aquí se halla ninguna petición.
1. Una sola vez alude en esta sección a los magnates (ya aludidos en el versículo 23) que le persiguen sin causa (v. 161, comp. con vv. 78, 86). Esta ha sido siempre la suerte que ha cabido a los buenos; pero el caso es mucho más grave cuando, como aquí los perseguidores son los que gobiernan o tienen gran influencia sobre los que gobiernan, pues no sólo llevan la espada al costado, sino también la ley, por lo que pueden perseguir a los buenos bajo cualquier pretexto de apariencia legal, como suele ser el de subversión (v. Hch. 16:20; 17:6).
2. Como los dos polos de un mismo eje, aparecen aquí contrapuestos el amor a la ley de Dios (v. toda la sección) y el odio a la mentira (v. 163), entendida aquí como la oposición directa a la verdad que la Ley representa. El alma humana se mueve, en principio, por esos sentimientos, hasta tal punto que en torno a ellos gira la vida del hombre y aun la historia de la humanidad. Dice Agustín de Hipona (La Ciudad de Dios, libro 14, cap. 28): «Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial». Por eso, no hay medio, no cabe neutralidad (Mt. 12:30 y paral.; Jn. 8:47 y a cada paso en ese Evangelio). El amor que el salmista tiene a la ley se traduce: (A) En temor (lit. pavor reverencial), índice de su fidelidad, a la palabra de Dios (v. 161b). (B) En regocijo en esa misma palabra (aquí, imrah, dicho), como el que halla un gran botín (v. 162). Así como el guerrero se goza cuando alcanza un gran botín en el campo de batalla, el botín del salmista es el gozo y la felicidad que el cumplimiento de la ley de Dios le proporciona. (C) En alabanza (v. 164): «Siete veces (es decir, con mucha frecuencia. El siete es número de perfección, de algo completo) al día te alabo, etc.». Hay quienes piensan que basta un día, el domingo, para alabar a Dios, darle gracias y escuchar su palabra; pero el salmista no pensaba así: con mayor frecuencia que el alimento que tomaba, alababa a Dios por sus justos juicios. (D) En obediencia (vv. 166b, 167 y 168). Nótese la última frase de la sección (v. 168b): «Todos los caminos están delante de ti». Comenta Cohen: «Su vida es un libro abierto que confiadamente presenta a la inspección de Dios, por cuanto había observado los preceptos». Quizá no está de más comparar esta frase con Hebreos 4:12.
3. Pero especialmente se traduce, y esto merece punto aparte, en paz (v. 165): «Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo». Del amor a la ley, y de meditar en ella, se le sigue al creyente una paz que ninguna cosa del mundo puede alterar. Ese amor proporciona una santa serenidad; en medio de las tentaciones y de las tribulaciones, pueden gozar de gran paz en su interior, del mismo modo que el fondo del océano está inmunizado contra las violentas tempestades que los huracanes puedan provocar en la superficie de los mares. Leemos en Isaías 32:17: «Y el resultado de la justicia será la paz; y el producto de la rectitud, tranquilidad y seguridad para siempre». Los que aman la ley, no hallan tropiezo (v. 165b) porque, con la paz, tienen luz interior en abundancia; y, con la luz, esperanza segura de salvación (v. 166), es decir, de preservación del peligro (comp. con Gn. 49:18, donde aparece la misma frase, aunque el verbo es distinto aquí por exigirlo el acróstico). Todo lo contrario les ocurre a los quebrantadores de la ley, pues «No hay paz para los malvados, dice Jehová» (Is. 48:22).
21. Tau (versículos 169–176)
Yates titula esta última sección del salmo: Resolución de firmeza, con base en el versículo 173b. Sin embargo, el compendio de la sección, y de todo el salmo, se halla en el versículo 176, singular—como advierte Arconada—pues «es trimembre y apenas contiene petición». Su interpretación depende del sentido que se de al perfecto hebreo thaiti que encabeza el versículo, como veremos luego. Se mezclan peticiones y alabanzas.
1. Domina la estrofa una urgente petición de socorro. Ya el versículo 169 se encabeza con un clamor de angustia: «Llegue mi clamor delante de ti, etc.» (comp. 17:1); este clamor va acompañado de una petición de entendimiento o, mejor, discernimiento a fin de saber cómo debe obrar, pues es promesa de Dios («conforme a tu palabra»). Pide luego que le libre «conforme a tu dicho» (v. 170), en paralelismo con la frase del versículo 169b; aquí el vocablo para «oración» significa «petición de favor o de gracia», ya que Dios salva por pura misericordia, sin mérito de nuestra parte. La misma urgencia se advierte en el versículo 173: «Esté tu mano pronta para socorrerme». Alega para ello las tres razones que aparecen a lo largo del salmo: (A) Porque ha resuelto decidida y seriamente obedecer los preceptos divinos (v. 173b, comp. con v. 30); (B) Porque ha estado por largo tiempo anhelando la salvación (v. 174a), es decir, la liberación de los obstáculos que le impedían una obediencia más fiel (comp. con vv. 40, 166); (C) Porque en sus devociones ha hallado, no una atadura, sino una delicia (v. 174b, comp. con v. 24 y muchos otros).
2. Entreveradas con las peticiones de socorro hallamos alabanzas. Los verbos que encabezan los versículos 171, 172 y 175 se traducen mejor por optativo: «Prorrumpan … Cante … Viva …». Este tono de alegría en la alabanza de Dios y de sus mandamientos es típicamente hebreo, y (con mayor razón) debería ser cristiano. Nótese, en el versículo 175, cuál es el fin primordial de la vida del hombre: alabar, glorificar, a Dios (comp. con 115:17, 18; 146:1, 2). Este objetivo es el que impulsa al salmista a desear ardientemente vivir: que Dios le salve la vida y le reanime, a fin de poder alabarle. Y, para que su vida sea una alabanza continua, ruega a Dios que sus juicios (u ordenanzas), como principios que regulan la conducta moral humana, le ayuden para ese fin último (v. 175b).
3. El último versículo de la sección y del salmo (v. 176) admite dos interpretaciones diferentes: (A) El salmista confiesa su extravío en el pasado, extravío grave, no un pecadillo, como lo muestra el verbo hebreo, que es el mismo del versículo 110, y también aparece en 58:3; 95:10; Isaías 53:6. «Busca a tu siervo», continúa el salmista, como busca el buen pastor a una oveja extraviada. Termina con la apelación de a que, aun en medio de ese extravío, no se ha olvidado de los mandamientos divinos. «El salmista— dice Arconada—, enamorado de la Ley, se firma no ángel, sino hombre.» Sin embargo, ni la acentuación del verso, ni la contextura de todo el versículo (¿qué sentido tiene, en un miembro «extra», ese «busca a tu siervo»?), ni el contexto entero del salmo, favorecen esta interpretación. (B) Según Cohen, y al tener en cuenta las razones aquí apuntadas, la traducción del versículo habría de ser como sigue: «Si me extraviase, como una oveja perdida, busca a tu siervo, porque, etc.». Continúa Cohen y comenta: «El salmista podría aludir a la fragilidad que forma parte de la naturaleza humana, y ruega que, si sucumbiese a su debilidad y se extraviase, Dios se apresure a traerlo al redil». La única (pequeña) objeción del traductor a esta solución de Cohen es la falta de la conjunción hebrea im, si, al comienzo del versículo. Una tercera solución es la de Kirkpatrick, «que entiende el extravío en el sentido de meros peligros o de desvíos voluntarios», según referencia de Arconada. Como ya hemos dicho, el verbo hebreo se opone de forma tajante a esta solución.
4. Para terminar el comentario de este bellísimo salmo, viene bien la observación de = a la última frase («no me he olvidado de tus mandamientos»): «Es perfectamente verdadero—dice—que el objetivo principal del salmista es la glorificación de la Ley, y la expresión del gozo que, como hombre verdaderamente piadoso, experimenta en la observancia de sus preceptos; pero, como él mismo pone constantemente de relieve, la Ley es la expresión de la voluntad de Dios. No es la Ley, per se lo que ama; ama la Ley porque ella declara la voluntad de Dios; y la ama porque ama a Dios primeramente».
Este es el primero de los salmos llamados «graduales» (lit. de las subidas). Resulta punto menos que imposible hallar el motivo de que se llamase así a estos quince salmos (120–134). El doctor Cohen, después de analizar otras soluciones, propone la siguiente: «Queda la explicación ordinariamente adoptada hoy, la cual se basa en el uso común de subir para denotar el viaje de peregrinación a Jerusalén en las tres grandes festividades del año. Conforme subían los peregrinos al monte Sion, estaban en sus labios estos cánticos (v. por ej. 121:1; 122:1 y ss.; 132:13 y ss.)». Pero termina y dice: «Hay que admitir que ninguna explicación satisfactoria se ha dado que halle en este grupo de salmos un detalle común a todos ellos, la cual de razón de este título especial. Se ha sugerido que la ocasión que motivó la redacción del presente salmo pudieron ser las falsas alegaciones de los samaritanos (Esd. 4:1 y ss.) o las intrigas de Sanbalat y Tobías para detener la construcción de las murallas de Jerusalén (Neh. 4:1 y ss.). Fuese cual fuese la ocasión, así como el autor del salmo, vemos que el salmista, I. Ora a Dios para que le libre del mal que traman contra él las malas lenguas (vv. 1, 2). II. Amenaza con los juicios de Dios a los que así le tratan (vv. 3, 4). III. Se queja de sus malvados vecinos (vv. 5–7).
Versículos 1–4
El salmista se ve en apuros por causa del labio mentiroso (lit.) y de la lengua engañosa (v. 2). Había quienes buscaban su ruina, y casi la habían conseguido. Le lisonjeaban a fin de poder llevar adelante sin sospechas sus tramas. Le sonreían y besaban cuando buscaban la oportunidad de herirle por debajo de la quinta costilla. También al Señor le hicieron blanco de falsas acusaciones y le dieron beso de traición. El salmista, sin defensa propia contra las malas lenguas, apela al que tiene en su mano el corazón de los hombres y puede atarles la lengua cuando le place: «Libra mi alma», dice a Dios, y está seguro de que le va a oír. Aunque el versículo 3 está en forma de pregunta, puede deducirse de la fraseología misma: «… te dará … te añadirá» (comp. con 1 S. 3:17) una respuesta afirmativa, expresa en el versículo 4, donde declara el castigo que Dios va a propinar a sus enemigos: «Agudas saetas de valientes, afiladas con brasas de retama», arbusto cuyas raíces son un excelente combustible. El castigo corresponderá al pecado de ellos: Han disparado contra el salmista «saetas» verbales para difamarle (comp. con Jer. 9:7) y han encendido contienda. Dios disparará contra ellos saetas de veras, y les consumirá con las ascuas de su furor (140:10).
Versículos 5–7
Aquí el salmista se queja de la mala vecindad en que se halla. Aunque menciona a Mésec, hijo de Jafet (Gn. 10:2) y a Quedar (v. 5), hijo de Ismael (Gn. 25:13), no quiere decir que viva entre los descendientes de ellos, sino entre gentiles cuyas costumbres crueles son semejantes a las de los pueblos que cita. Hay quienes ven en lo de «tiendas» una alusión a la vida nómada de tales tribus, pero quizá no signifique otra cosa que un término poético para designar la morada (118:15; 132:3). El salmista está ya cansado de tales vecinos (v. 6), que aborrecen la paz, que siempre están tramando querellas y contiendas, cuando él es hombre de paz (v. 7. Lit. «yo (soy) paz», comp. con 109:4 «pero yo (soy) oración»). Aunque él sólo piensa en la paz y habla pacíficamente, sus adversarios sólo piensan en la guerra (v. 7). Dice Maclaren: «El salmo termina como con un largo suspiro. Invierte el orden corriente de salmos similares, en los que la descripción de la necesidad precede a la petición de liberación. Así pone de relieve de la forma más patética el sentido de discordancia entre una persona y su ambiente, lo que urge al alma a buscar una morada mejor. Así, este es un verdadero salmo de peregrino».
Este es, dicen Cohen, «uno de los más populares salmos del Salterio, perfecta expresión de la confianza en Dios, y ha estado constantemente en labios de innumerables hombres y mujeres a lo largo de las generaciones, cuando han sentido la necesidad de un socorro que los mortales no les podían ofrecer». Así este salmo nos estimula a reposar en Dios y pone toda nuestra confianza en Él.
1. El salmista comienza declarando (vv. 1, 2) que el verdadero socorro procede de Dios. «Los montes» (v. 1) son los que los peregrinos divisaban al acercarse a la ciudad santa; sobre ellos estaba edificada Jerusalén (87:1; 125:2; 133:3). La pregunta que sigue sólo está puesta para dar mayor relieve a la respuesta del versículo 2: El socorro verdadero sólo puede venir de Aquél que hizo los cielos y la tierra y, por tanto, tiene poder suficiente para socorrer.
2. El mismo salmista, u otros del mismo grupo, responden con algo que añade seguridad (vv. 3, 4): El Guardián de Israel (comp. con 1 P. 2:25) está siempre en vela a favor de su pueblo: No se duerme (comp. con las frases burlonas de Elías a los profetas de Baal—1 R. 18:27—). El Guardián del rebaño tiene cuidado de todas y cada una de las ovejas, lo cual nos sirve de gran estímulo, pues sólo un protector personal (de cada persona) nos inspira confianza.
3. Esa protección se especifica a continuación en tres formas, bajo el título general de Guardián; (A) La sombra (comp. 91:1) indica la protección de «refrigerio», tan ansiado por los expuestos al ardor implacable del sol de Palestina (v. 6). «La mano derecha» es aquí la posición en que se coloca el defensor (comp. con 109:31). La mención de la luna se debe, dice Cohen, «a la antigua creencia de que la luna tenía el poder de trastornar el juicio», de donde procede el vocablo «lunático». (B) El mal (todo mal) del versículo 7 indica toda desgracia proveniente del exterior, ya que la vida humana está expuesta a una gran variedad de accidentes. ¡Gran consuelo es saber que los hijos de Dios están bajo la protección de su Padre Omnipotente en toda clase de circunstancias!
(C) La salida y la entrada del versículo 8 indican las actividades ordinarias de cada día. La persona sale de casa para dedicarse a su trabajo: entra en casa para descansar o para dedicarse a las faenas domésticas. De modo especial, estos términos designan los viajes, en los que se necesita especial protección. El final del salmo (v. 8b) nos asegura que esta protección divina es continua y perpetua:
«desde ahora y para siempre».
Según la opinión más probable, este salmo describe—según Cohen—«las sensaciones del peregrino mientras está dentro del recinto del templo». El nombre de David en el título se debe a una inserción tardía, debida seguramente a su mención en el versículo 5. El salmo describe, I. El gozo de los que suben a Jerusalén (vv. 1, 2); II. La gran estima en que tenían a la ciudad santa (vv. 3–5), y III. La preocupación que tenían por la ciudad, y los deseos de todo bien para Jerusalén y para sus habitantes (vv. 6–9).
Versículos 1–5
Es cierto que hemos de adorar a Dios en nuestras casas y en todo lugar: en espíritu y en verdad (Jn. 4:24), pero también hemos de ir a la casa de Jehová (v. 1); es decir, donde nos reunimos en asamblea (He. 10:25). Quienes se regocijan en Dios, se regocijan también en todas las oportunidades de servirle. Los que venían a Jerusalén, si hallaban aburrido el viaje, se consolaban con el pensamiento de que pronto estarían en la ciudad, y eso les aliviaba de todas las fatigas del viaje. El versículo 1 está en pasado, pero el salmista se ve ya (v. 2) con los pies dentro de la ciudad y extasiado ante la magnificencia de la urbe, no sólo hermosa por su situación (48:2), sino también por sus edificios, que forman un conjunto perfecto o compacto, vocablo que se usa en hebreo para designar asociación de personas, por cuanto era el centro que mantenía unidas en una corporación las tribus dispersas. A eso se refiere el versículo 4 al recordar glorias del pasado, cuando las tribus acudían a Jerusalén en las tres grandes festividades conforme al testimonio dado a Israel (v. Éx. 23:17; Dt. 16:16). Los tronos a los que se refiere por dos veces (el mismo vocablo) el versículo 5, hacen referencia a los días en que la dinastía davídica ejercía sus funciones en la ciudad, aunque el vocablo hebreo khisot (¿plural de excelencia?) designa más bien las sillas o asientos de los tribunales de justicia, la cual siguió administrándose en Jerusalén aun después de la extinción de la monarquía en la persona del rey Joaquín.
Versículos 6–9
A continuación el salmista invita a otros a orar por la paz (toda clase de bienes) de Jesuralén y la prosperidad de los que la aman (v. 6), en un curioso juego de palabras: «shaalu shelom Yerushaláyim, yishlayu ohabaikha» (nótese la acumulación de la letra shin), por lo que es un versículo favorito de los judíos, especialmente en nuestros días. Los versículos 7–9 vienen a ser una explanación del versículo 6 bajo los sinónimos de paz, sosiego o seguridad (hebreo, shalvah) y bien. En toda la sección campea la nota de compañerismo típicamente israelita, especialmente en el interés que los peregrinos muestran por los habitantes de Jerusalén, cuya suerte está ligada a la de la ciudad, y ser el motivo primordial el amor (v. 9) al templo («en atención a la casa de Jehová nuestro Dios»), que es lo que daba a Jerusalén su carácter distintivo y sagrado. Nuestro interés por el bien público es correcto cuando es efecto del amor que tenemos a Dios, a lo que Él ha instituido y a sus fieles adoradores.
No conocemos al autor del salmo ni la ocasión en que se redactó. Lo cierto es que se compuso en tiempos de apuro, probablemente los de Nehemías, como en salmos anteriores. El salmista comienza en primera persona del singular (v. 1), pero pronto pasa al plural (vv. 2–4). I. Esperanza en el favor de Dios (vv. 1, 2). II. Petición de favor (vv. 3, 4).
Versículos 1–4
1. El salmista comienza con la misma frase de 121:1, pero ahora no levanta los ojos a los montes, sino al Dios que habita en los cielos, entronizado allí para dirigir y juzgar. Los cielos son aquí símbolo de poder y protección, más bien que de gloria y majestad. También el Señor Jesús levantó los ojos así (Jn. 17:1) al comenzar su gran oración sacerdotal. La comparación (v. 2) con la mirada de los esclavos y esclavas a las manos de los amos tiene un doble significado: (A) Atención constante a las órdenes de sus señores, los cuales pueden indicar su voluntad con un simple movimiento de la mano, bien conocido por la servidumbre. (B) Expectación para recibir de esas manos el alimento diario (comp. Pr. 31:15). De las dos maneras hemos de mirar a las manos de nuestro Padre: para cumplir con diligencia y prontitud su voluntad, y para esperar de Él gracia y poder.
2. A la expectación sigue la petición, ya insinuada al final del versículo 2. Ahora (versículo 3) piden repetidamente el favor (lit.) de Dios, es decir, que se compadezca de ellos, pues están hartos del menosprecio y de las burlas (v. 4, comp. con Neh. 2:19; 3:33) con que los escarnecen quienes no carecen de nada (lit. están tranquilos, sin preocupación por el pan de cada día), mientras ellos están necesitados y expuestos a los peligros. Los soberbios escarnecedores se comportaban con altivez y se jactaban de pasarlo bien, con menosprecio de los «débiles judíos» (Neh. 4:2). Estos epicuros maltrataban al pueblo de Dios, y pensaban que se engrandecían al menospreciar a los pobres y humildes.
El salmo parece representar una situación parecida a la de los anteriores, es decir, en el contexto del libro de Nehemías. El nombre de David en el título no puede representar al autor, aunque, a diferencia del salmo 122, está mejor atestiguada su inserción original. I. El salmista hace ver la gravedad del peligro en que se veían (vv. 1–5). II. Da a Dios la gloria por el escape que han conseguido (vv. 6, 7, comp. con vv. 1, 2). III. De ahí toma ánimos para confiar en Dios (v. 8).
Versículos 1–5
El pueblo de Dios se hallaba a punto de ser destruido. Pero, cuanto más grave es la enfermedad, mejor se echa de ver la pericia del médico que la cura. «Se levantaron contra nosotros los hombres (v. 2b), criaturas de nuestra misma especie y, aun así, por poco acaban con nosotros, si Jehová no hubiera estado de nuestra parte» (vv. 1, 2). Lo repite para poner de relieve el poder del Dios de Israel. El «furor» del versículo 3b se refiere probablemente al de Sanbalat en Nehemías 3:33; 4:1. ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Todosuficiente!
Versículos 6–8
El salmista pone ahora de relieve la gran liberación que llevó a cabo Dios a favor de ellos. Abandona ahora la imagen de la inundación (vv. 4, 5), metáfora frecuente de tribulación, y habla del lazo de los cazadores (vv. 6, 7), cual avecilla (hebreo, tsipor; probablemente, gorrión) que escapa, no por su propia fuerza, sino por alguien que rompe el lazo, sin que el ave misma se aperciba del Libertador. Pero, ¿quién sino Jehová puede ser ese Libertador? Claramente lo expresa el versículo 8: «Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra, es decir, en la protección del Dios Todopoderoso» (comp. con 121:2).
Este salmo podría resumirse en aquellas palabras de Isaías 3:10, 11: «Decid al justo que le irá bien …
¡Ay del impío! Mal le irá». Kirkpatrick sugiere que «todo el capítulo 6 de Nehemías debería estudiarse en conexión con este salmo». I. Ciertamente le va bien al pueblo de Dios, pues, 1. Tienen promesa de un buen Dios de que estarán seguros (vv. 1–3), y 2. Tienen la oración de un buen hombre, que será escuchada a favor de ellos (v. 4). II. Ciertamente les irá mal a los impíos, especialmente a los apóstatas (v. 5)
Versículos 1–3
Hay aquí muy preciosas promesas hechas al pueblo de Dios. Veamos:
1. Las características del pueblo de Dios, al que pertenecen dichas promesas: (A) Son justos, no por su justicia propia, sino por ser la heredad que Dios ha escogido, el país de Israel (comp. con Nm. 23:10, 21); (B) Confían en Jehová (v. 1), de quien dependen y en quien se refugian. Cuanto mayor es nuestra confianza en Dios, mayor es la esperanza que abrigamos de que vendrá en auxilio nuestro.
2. Las promesas que les hace Dios: (A) Que disfrutarán de seguridad inamovible, como el monte de Sion, que para los residentes en Jerusalén era símbolo de permanencia. (B) Que esa seguridad se deberá al cuidado y a la protección de Dios, tipificada en las montañas que rodeaban a Jerusalén (v. 2). (C) Que no permitirá que los avasalle el cetro de impiedad (v. 3. Lit.), es decir, la dominación extranjera caracterizada por la injusticia, «para que no extiendan los justos (los israelitas) sus manos a la iniquidad» (v. 3b); es decir, para impedir que los israelitas, tras continuar por largo tiempo bajo el dominio de gobernantes extranjeros, sean tentados a adoptar las costumbres de éstos y abandonar su religión de tantos siglos. En esta tentación, Dios les dará una vía de escape (1 Co. 10:13).
Versículos 4–5
Oración del salmista para que Dios de bienes a los buenos (v. 4), es decir, muestre su favor hacia ellos garantizándoles la seguridad y la independencia que necesitan. Añade: «y a los rectos de corazón» (v. 4b). Esto ya dice más que el vocablo «justos» del versículo 3. Se contraponen así a los que se desvían (v. 5), es decir, «a los renegados que abandonan el camino recto del deber a su Dios y a su patria», como dice Kirkpatrick. De estos dice el salmista que Jehová los hará ir (o, los haga ir) con los que hacen iniquidad (v. 5), esto es, les hará correr la misma suerte de los opresores del versículo 3, es decir, la condenación. La frase final: «¡Paz sobre Israel!» es una breve plegaria, en la que culmina la oración del salmista (comp. con 122:6 y ss.). Dice Delitzsch: «La paz es el final de la tiranía, de la hostilidad, de la división, de la intranquilidad, de la alarma; la paz es libertad, armonía, seguridad y bendición».
Por este salmo corre un sentimiento de frustración. Parece referirse el salmista a la expectación suscitada por el edicto de Ciro, que se ha convertido en desilusión ante el pequeño número de los que vuelven del destierro. No se conoce el autor. Dice M. Henry—nota del traductor—: «Probablemente fue redactado por Esdras o alguno de los profetas que llegaron con los primeros». I. Se exhorta a los que han vuelto de la cautividad a que sean agradecidos (vv. 1–3). II. Se ora por los que todavía quedan en cautividad (v. 4) y se les da ánimos (vv. 5, 6).
Versículos 1–3
Cuando los israelitas estaban cautivos en Babilonia, sus arpas colgaban de los sauces, pero ahora que Jehová ha cambiado la suerte (lit. ha vuelto la vuelta) de Sion (v. 1), vuelven a tomar sus arpas. La Providencia toca para ellos, y bailan. El deseo prolongado del favor de Dios endulza grandemente su regreso. Les parece un sueño (v. 1b), algo irreal, extraordinario, no esperado. Ciro, por razones de estado, proclamó libertad a los cautivos de Dios, pero fue Jehová quien hizo grandes cosas con ellos (vv. 2, 3).
Están alegres (v. 3b); más aún, su boca está llena de risa (comp. con Job 8:21), y su lengua está llena de cánticos (lit.) de alabanza a Dios por la salvación que ha llevado a cabo para ellos. El salmista toma nota de la impresión que este suceso produjo entre las naciones (v. 2c): «Jehová, el Dios de Israel, ha hecho grandes cosas con éstos» (v. 2d), afirmación que los propios israelitas repiten (v. 3). Los gentiles eran espectadores y hablaban de ello como se habla de las noticias de última hora, pues no tomaban parte en el asunto; pero el pueblo de Dios hablaba como actores que participan en él. Así de consolador resulta para nosotros hablar de la redención que Cristo llevó a cabo por nosotros, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gá. 2:20).
Versículos 4–6
Estos versículos miran hacia delante, a los favores que todavía necesitaban. Los que habían vuelto del cautiverio estaban todavía en apuros, en su propio país (Neh. 1:3), y quedaban aún muchos en Babilonia:
«Restaura nuestra suerte (lit. vuelve nuestra cautividad)» dicen (v. 4). Como si dijesen: «Haz que quienes han regresado a su país se vean libres de las cargas que todavía pesan sobre ellos, y haz que quienes quedan aún en Babilonia se sientan estimulados, como nosotros, a aprovecharse del beneficio de la libertad que se nos ha concedido». Los favores primeros nos animan a orar para que se complete la obra comenzada. Todos los hijos de Dios deben consolarse con esta confianza: Que sus lágrimas terminarán ciertamente en una cosecha de gozo (vv. 5, 6). El llanto no ha de impedir la siembra; hemos de esmerarnos en obrar bien, incluso cuando lo estamos pasando mal. Así como el terreno es preparado por la lluvia para recibir la semilla, así se prepara muchas veces el alma por medio de lágrimas para recibir bendiciones. Hay lágrimas que son semillas que nosotros mismos debemos sembrar: Las lágrimas de dolor por el pecado, propio y ajeno; las lágrimas de simpatía por los hermanos que están afligidos o perseguidos; las de ternura en la oración y en la meditación de la palabra de Dios. Job, José, David, y muchos otros, tuvieron cosecha de gozo tras la siembra de lágrimas. Quienes siembran con lágrimas de santa contrición cosecharán con el gozo de un perdón completo y de una paz asegurada.
La mención de los edificadores y de los vigilantes lleva a muchos comentaristas, como Cohen, a ver en este salmo una alusión al período de reconstrucción en tiempos de Nehemías. Para Arconada, «es una meditación sapiencial sobre Jehová». En todo caso, el título de (o, para) Salomón no significa que fuese Salomón el autor del salmo, sino que puede explicarse por una de estas tres razones: (a) Por el carácter sapiencial del salmo («algunos, dice M. Henry, lo comparan con el Eclesiastés»). (b) Por haber sido Salomón el que construyó el Templo. (c) Por la alusión al amado o escogido (v. 2c. Hebreo, yedid), pues Dios, por medio de Natán, le puso a Salomón el nombre de Yed idyah, el amado (mejor, escogido) de Yah. El objetivo del salmista es hacernos ver en quién debemos confiar, esperar y depender: I. Para los bienes de este mundo (vv. 1, 2). II. Para los herederos a quienes hemos de dejar tales bienes (vv. 3–5).
Versículos 1–5
1. Debemos depender de la bendición de Dios, y no de nuestros esfuerzos para levantar una casa; de lo contrario, nos esforzaremos hasta quedar exhaustos, como indica el verbo hebreo, en vano. En particular, el salmista se refiere a los albañiles y a los centinelas (v. 1). No alude directamente a los que edifican sobre violencia e injusticia (Hab. 2:11, 12), sino a los que se afanan, aun honestamente, por construir y por velar. Sin la ayuda y la bendición de Jehová, en vano construyen los unos y velan los otros. De ahí que el salmista presente a Jehová como al albañil de la casa y al guardián de la ciudad.
2. De esos quehaceres cívicos, pasa el salmista a referirse a los quehaceres ordinarios de los ciudadanos, para asegurar que también se fatigan en vano los que le roban a la noche las primeras y las últimas horas del día, madrugan y trasnochan para sacar mayores beneficios de su trabajo, ya que Dios los da a sus amados (lit. a su amado) durante el sueño (más probable que «el sueño»), es decir, mientras duermen (comp. con Mr. 4:26–29; en relación al crecimiento espiritual).
3. El versículo 3 declara explícitamente que los hijos son un don de Dios.
Según un dicho rabínico, un niño tiene tres padres: su padre, su madre y Dios. La conexión con el versículo 4 demuestra que el salmista se refiere a los hijos varones de modo especial, pero el paralelismo con el fruto del vientre muestra que no hay por qué excluir a las niñas. La familia que tiene hijos abundantes dispone de un buen arsenal de saetas, es decir, de protección contra quienes les puedan atacar; don especial son los hijos habidos en la juventud (v. 4), nacidos cuando el padre era aún joven (comp. Gn. 49:3), pues podrán defender por muchos años los intereses de la familia en vida de sus padres. La aljaba continúa el símil de las saetas. Los muchos hijos ayudarán a que su padre no quede avergonzado cuando la familia sostenga algún litigio en la puerta donde se ventilaban los casos ante el tribunal, ya que su presencia puede causar a los jueces la suficiente impresión para que no cometan ninguna injusticia.
Este salmo podría titularse: La dicha de los que temen a Dios. Los que así obran, en general, serán bendecidos (vv. 1, 2, 4). En particular: I. Prosperarán y tendrán éxito en sus trabajos y negocios (v. 2). II. Sus familiares contribuirán a la dicha y la prosperidad de la casa (v. 3). III. Vivirán para ver el crecimiento de la familia (v. 6). IV. Tendrán la satisfacción de ver la prosperidad de Jerusalén (vv. 5, 6).
Versículos 1–6
La piedad tiene promesa para la vida actual y para la venidera (v. 1 Ti. 4:8). Dondequiera reina el temor de Dios, hay bendición (v. 1). Hay suficiente para comer y, cualesquiera sean las circunstancias, prósperas o adversas, puede decirse que todo va bien (v. 2, comp. con Ro. 8:28). La promesa, pues, es doble: 1. Que tendrán quehacer (una vida perezosa o en desempleo es algo miserable), capacidad para llevarlo a cabo, y fruto suficiente, de forma que no tengan que depender de otros para su sustento. 2. Que tendrán éxito en sus negocios. La mujer y los hijos, que dependen ordinariamente del trabajo del padre de familia, contribuirán al bienestar y a la prosperidad de la familia (comp. con Pr. 31:10 y ss.). En el versículo 3, la imagen de la vid simboliza el fruto del vientre: los numerosos hijos como racimos abundantes; la imagen de los renuevos de olivo simboliza la juventud y el vigor de los hijos, congregados en torno a la mesa. La mujer, como la viña, es una planta tierna que exige cuidados, pero rinde frutos. Los hijos en torno a la mesa son una bendición y reciben bendición de la compañía y buenas conversaciones de unos padres temerosos de Dios. No va bien una casa en la que los hijos anhelan estar fuera, lejos del hogar. La frase (v. 3) «en la intimidad de tu casa» significa que, en los países orientales, la habitación de las mujeres estaba siempre alejada, lo más posible, de la entrada de la casa. Ver los hijos de los hijos (v. 6), cuando son buenos, es la corona de los viejos (Pr. 17:6), pues los abuelos suelen tener extraordinario afecto a sus nietos. Finalmente, ver la prosperidad de Jerusalén (v. 5b) es un deseo común a todo buen israelita, cuyo bienestar estaba ligado al de la ciudad santa.
Las afinidades de este salmo con el 124 hacen pensar en un contexto y una ocasión también afines.
Israel: I. Mira hacia atrás, con gratitud por las liberaciones anteriores (vv. 1–4). II. Mira hacia delante con oración esperanzada para que sean destruidos los enemigos de Sion (vv. 5–8).
Versículos 1–4
1. El salmista expresa la voz del pueblo, y se queja de las penas y angustias sufridas desde su juventud (vv. 1–2), es decir, desde su esclavitud en Egipto. De la misma manera que los arados forman en los campos largos surcos, así también los látigos de los capataces habían producido muchos y largos cortes en las espaldas de los israelitas. Muchas veces, Dios permite estos surcos para bien de los suyos, pues en ellos siembra las semillas de su gracia, que después dan fruto apacible de justicia (He. 12:11); pero los enemigos no intentaban tal beneficio, sino acabar con el pueblo de Dios; ésa es también la intención del diablo, como vemos en el libro de Job. No debe faltar aquí el recuerdo del Señor quien dio su espalda a los que le golpeaban (Is. 50:6), aunque, por nuestros pecados, fue Dios quien dirigió tal azotaina (Is. 53:5, 10).
2. Ya desde el principio del salmo, el salmista reconoce que Dios les ha protegido: Sus enemigos no prevalecieron contra Israel (v. 2b), pues Jehová, justo, fiel a su promesa, cortó los cordeles (lit.) con que los impíos enemigos les tenían esclavizados (v. 4). En Job 39:10, el vocablo hebreo usado para «cordeles» indica la soga que ataba al buey al arado.
Versículos 5–8
Estos versículos han de traducirse en optativo: «Sean … retrocedan … Sean», en forma parecida a como termina Débora su cántico: «Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová» (Jue. 5:31). La vergüenza que el salmista predice para los enemigos de Israel es ilustrada con el símil de la hierba de las azoteas (quizá citado de Is. 37:27). Dice Cohen: «El viento arrastra semillas del campo que, a veces, caen sobre un terrado. Pueden comenzar a crecer, pero al no tener profundidad de suelo, pronto se agostan bajo el ardor del sol». Y, cuanto más alto es el lugar en que brota, tanto más expuesta está a los ardores del sol. Ni los propietarios de la casa obtienen beneficio alguno de tan insólita siembra (v. 7), ni los que pasan hallan motivo para felicitar a quienes recogen tan ridícula cosecha (v. 8). Por Rut 2:4 vemos que era costumbre intercambiar saludos con los segadores, tales como: «Jehová te bendiga».
Este cántico gradual es reconocido como el principal de los salmos penitenciales, por lo que, a lo largo de los siglos, ha sido muy usado por la Iglesia y conocido por el título con que la Vulgata Latina traduce el primer vocablo del salmo: De profundis. El salmista expresa aquí: I. Su clamor de penitente (vv. 1, 2). II. Su confianza en el perdón de Dios (vv. 3 4). III. Su esperanza en la liberación divina (vv. 5, 6). IV. Su exhortación al pueblo, para que compartan sus convicciones y sentimientos (vv. 7, 8).
Versículos 1–4
Aun los mejores hombres se hallan a veces en lo profundo del mar, metáfora corriente para designar un grave aprieto (comp. con 124:4, 5). Pero, aun desde lo más profundo, es nuestro privilegio poder clamar a Dios, el cual puede impedir que caigamos más hondo, así como hacer que salgamos del pozo profundo y encenagado (comp. con 40:2). Según indica el contexto, la aflicción del salmista no se debe a una persecución u opresión proveniente del exterior, sino a la propia conciencia de sus culpas personales (vv. 3, 4). El llamar a Dios dos veces Jehová y Adonay en tan breve espacio indica la urgencia de su clamor ante el sentimiento de pavor por la majestuosa santidad de Dios y de su ira contra el pecado. Ante el tribunal de Dios, nadie puede mantenerse en pie (v. 3b) para justificarse; sólo a la clemencia de Dios se puede apelar para el perdón del pecado. El salmista expresa su confianza en que Dios es, por su propia naturaleza, perdonador (comp. con Éx. 34:6, 7 y, en especial. Dn. 9:7, 9). «Contigo (está) el perdón» (v. 4. lit.), dice. Comenta Cheyne: «Contigo, como tu compañero inseparable». Y, cuando se recibe el perdón, brota espontáneamente un temor reverencial, filial, amoroso, en correspondencia a la maravillosa bondad de ese Dios perdonador (v. 4b).
Versículos 5–8
Como consecuencia de la oración y del reconocimiento anteriores, el salmista expresa ahora su esperanza en Jehová y en su Palabra (v. 5), es decir, en su promesa de perdonar los pecados y librar de los apuros. El versículo 6 comienza literalmente así: «Mi alma al Señor». Hay que suplir el verbo, lo que suele hacerse con el verbo «aguarda» o «espera». Pero Maclaren prefiere traducir: «Mi alma (está) hacia el Señor» y, a la vista del contexto posterior, dice que tal versión «expresa con mayor énfasis la vuelta completa de todo el ser hacia Dios. La conciencia de pecado era una oscura noche; el perdón iluminó el firmamento oriental con crepúsculo profético. Por eso, el salmista aguarda la luz, y su alma es una aspiración entera hacia Dios». Es muy expresiva la comparación con los centinelas, quienes esperan con ansiedad a que alboree el día para ser relevados de su función. El salmo termina con una exhortación al pueblo a que espere en Jehová (vv. 7, 8), porque con (comp. con v. 4) Jehová (está) el amor (lit. comp. con 1 Jn. 4:8, 19) y abundante redención, es decir, un poder ilimitado para redimir y salvar; y es seguro, como consecuencia del amor perdonador de Dios, que redimirá a Israel de todos sus pecados (comp. con 25:22; 103:3, 4; Mt. 1:21).
Aunque el título, como en otros salmos, no indica necesariamente que el autor del salmo sea David, sin embargo puede apreciarse en él cierto tono davídico parecido a las expresiones de 2 Samuel 6:21, 22. Al menos, así lo entendió el pueblo al atribuirlo a David. El salmista apela a Dios y da testimonio de que:
I. No aspira a grandezas (v. 1). II. Se contenta con la condición que Dios le ha asignado (v. 2) y, por consiguiente: III. Anima a todos los buenos a confiar en Dios, como él ha hecho y hace (v. 3).
Versículos 1–3
Sin jactancia, pero con toda verdad, el salmista confiesa que su corazón no está envanecido ni busca posiciones más altas (v. 1), sino que camina humildemente delante de su Dios (Mi. 6:8). Si el autor es realmente David, recuérdese con qué humildad y mansedumbre respondió cuando su hermano mayor le acusó falsamente de orgullo (1 S. 17:28). Lejos de tal orgullo y ambición, goza de serenidad de alma y contentamiento de corazón (v. 2). El símil del niño destetado es bello y sumamente expresivo: De la misma manera que un niño destetado sigue todavía adherido a su madre, así también el salmista se siente contento en los brazos de Dios después de «destetarse» a sí mismo de la ambición. Esta humildad y este contentamiento infantil es lo que el Señor recomendó como condición indispensable para entrar en el reino de los cielos (Mt. 18:3).
Hay quienes piensan que este salmo fue compuesto por Salomón. Se basan en que los versículos 8–10 aparecen en la oración de Salomón (2 Cr. 6:41, 42), pero, como advierte Cohen: «Sin duda, el cronista lo tomó prestado del salmo y no viceversa, puesto que el pasaje no se incluye en la versión de 1 Reyes».
Aquí vemos: I. El deseo de David de edificar un templo a Jehová (vv. 1–5). II. El traslado del Arca (vv. 6, 7). III. Las oraciones en conexión con el santuario (vv. 8–10). IV. Respuesta de Dios a las oraciones (vv. 11–18).
Versículos 1–10
1. El salmista comienza con la petición a Dios de que tenga en cuenta todos los desvelos (lit. toda su aflicción) de David a su favor; es decir, todas las pruebas y dificultades que hubo de superar para capturar Jerusalén, asegurarla contra los ataques del enemigo y prepararla para ser una sede digna del santuario de Dios (comp. v. 1 con 1 Cr. 22:14).
2. Se refiere luego (vv. 2–5) al voto que David hizo (2 S. 7) de erigir un templo a Jehová, al Fuerte de Jacob (v. 5, comp. con Gn. 49:24). Este título ocurre dos veces en este salmo, además del citado lugar del Génesis, y otras dos en Isaías (Is. 49:26; 60:16). La idea es que David atribuía todas sus victorias (v. 2 S. 7:1) al Dios que había protegido al patriarca de la nación. La forma en que el salmista describe el «voto» de David es, en realidad, una elaboración poética que el salmista mismo pone en boca de David.
3. La segunda parte de esta sección (vv. 6–10) comienza con la usual llamada de atención: «He aquí», y los peregrinos (no se olvide que es uno de los salmos graduales) expresan el mismo gozo que experimentaron los israelitas cuando David organizó el traslado del Arca a Jerusalén. Se menciona a Efrata (v. 6), pero el dístico siguiente («la hallamos en los Campos de Yaar». Lit.), nos declara que se trata de Quiryat-Yearim, cuya abreviatura es precisamente Yaar. El versículo 7 designa probablemente la veneración del Arca antes de emprender la marcha, como se aprecia por el versículo 8, que comienza con la frase «Levántate, Jehová, etc.», con que se iniciaba siempre el traslado del Arca (v. Nm. 10:35). El lugar del reposo de Dios era su morada (shekinah) en el santuario, entre los querubines. «El Arca de tu poder» alude a las victorias obtenidas en el campo de batalla mientras el Arca era transportada por los sacerdotes. Las vestiduras de los sacerdotes son llamadas vestiduras de justicia (v. 9) por su blancura, símbolo de pureza, e indica las virtudes interiores de que habían de estar revestidos interiormente los que tan de cerca ministraban al Señor (comp. con Ap. 19:8). El versículo 10 es una oración a favor del rey; aquí, es por la restauración de la monarquía.
Versículos 11–18
En esta sección, Dios responde a las oraciones de su pueblo con dos promesas.
1. La primera se refiere al establecimiento de la monarquía en la persona de David y de sus descendientes. Dios escogió por rey a David (a Saúl lo escogió el pueblo) y confirmó la elección con un juramento que, como el de David a Dios, es una elaboración poética del salmista (comp. con 89:3). Pero la promesa, en cuanto a los sucesores de David, es condicionada (v. 12): «Si tus hijos guardan mi pacto, etc.». La condición no se cumplió y el cetro llegó a desaparecer de la casa de Judá, hasta que vino el Hijo de David a recibir el trono de su padre David (v. Lc. 1:32, 33). El apóstol Pedro lo aplica así a Cristo, y hasta asegura que así lo entendió el propio David (Hch. 2:30).
2. La segunda se refiere a la elección de Sion (vv. 13–18) para ser sede del santuario y, por tanto, centro del culto israelita. Éste había de ser el lugar de su reposo, como hemos visto en el versículo 8. Desde el versículo 14 en adelante, es Dios mismo el que toma la palabra y amplia las ideas de los versículos 8–10: (A) Ése es el lugar que ha deseado (v. 14b. Lit.), es decir, que ha preferido a los demás.
(B) Promete abundante provisión para los habitantes de Sion, donde hasta los pobres estarán saciados (v. 15). (C) Promete también a los sacerdotes el vestido de salvación (v. 16), en respuesta a la petición del versículo 9, y a los santos es decir, a los piadosos de la ciudad el júbilo también deseado en el versículo 9b. (D) Promete que hará retoñar el poder (lit. el cuerno) de David (v. 17, comp. con Lc. 1:69), idea que recoge Etán en el Salmo 89:24, y dispondrá lámpara, imagen asimismo familiar (v. 1 R. 11:36; 15:4), para su ungido David, de modo que se preserve a perpetuidad la dinastía. Sobre él (v. 18) florecerá la corona, y aumentará progresivamente en honor y en prosperidad, mientras sus enemigos son vestidos de vergüenza, lo que contrasta con los vestidos de salvación de los versículos 9 y 16.
Este salmo es un breve encomio de la unidad y el amor fraternal. Parece aludir al efecto de la unificación producida cuando los peregrinos se veían reunidos en el mismo acto de adoración al Señor. Vemos: I. La dicha que produce el amor fraternal (v. 1). II. Dos símiles que ilustran esta enseñanza (vv. 2, 3). III. El buen motivo que se da para tal hecho (v. 3). El título no indica necesariamente la autoría de David.
Versículos 1–3
Aunque hay ocasiones en que es conveniente que los hermanos vivan distanciados (v. Gn. 13:9), la regla general es que es bueno y delicioso habitar los hermanos en unidad (v. 1. Lit.). Si el salmo fuese de David, se adaptaría al tiempo en que fue reconocido como rey por todas las tribus en Hebrón y, después de capturar Jerusalén, hizo de ella (de Sion) la capital del reino. Es, sin embargo, más probable que aluda, o a la unidad circunstancial de los peregrinos en el acto del culto o al esfuerzo de Nehemías por aumentar la población de Jerusalén (Neh. 11:1 y ss.). En cualquier caso, la doctrina y las ilustraciones son relevantes para todos los tiempos.
1. En cuanto a la enseñanza, el salmista pone de relieve cuán bueno, es decir, cuán provechoso, es que los «hermanos», no los unidos por los vínculos de la carne, pues no cuadra con el contexto, sino los israelitas pertenecientes a las distintas tribus, unidad de pueblo escogido por Dios, se mantengan estrechamente unidos por los mismos vínculos religiosos y políticos, cuyo símbolo e incentivo era la centralidad de Jerusalén, donde estaban el trono y el altar. No sólo era bueno, provechoso, sino delicioso, agradable, hermoso. En especial lo era para los habitantes mismos de la capital; de ahí el esfuerzo de Nehemías. Y, cuanto más cerca de Sion, mejor. Este versículo suele aplicarse para designar las ventajas de la unidad de los creyentes, pero el calificativo de «hermanos» (v. 1) tenía en Israel el significado primordial de miembros de la misma nación israelita (v. Hch. 2:7, donde el «hermanos» contrasta con el «señores» de Hch. 16:30), no precisamente en sentido religioso.
2. Las ilustraciones (vv. 2, 3) son típicamente orientales: (A) El aceite de la unción era derramado sobre la cabeza del sumo sacerdote (Éx. 29:7) y bajaba por las patillas hasta la barba, la luenga barba que era una señal de gran dignidad en el Oriente. Como esta barba llegaba hasta la escotadura de sus vestiduras sacerdotales, el óleo llegaba, por la barba, hasta las doce piedras, símbolo de las doce tribus de Israel, del pectoral. De manera semejante, las bendiciones de toda clase, resultantes de la centralidad de Sion como morada especial de Jehová sólo podían extenderse a quienes viviesen en unidad y armonía fraternas (comp. con He. 13:1). Al ser el aceite símbolo del Espíritu Santo, quienes tienen el Espíritu han de manifestarlo mediante ese amor fraternal, sin el cual no servimos para nada (1 Co. 13:1, 2). (B) La segunda comparación es con el rocío de Hermón. Dice Arconada: «En la mente popular, por bajar del cielo sin ruido alguno, el rocío es emblema de bendiciones divinas. Aquí, el pueblo de Israel, venido de todas las tribus y reunido densamente en torno al templo de Sion, es como las innumerables gotas de rocío que cubre los montes, y su concordia en la multiforme cantidad es condición y causa de prosperidades materiales, nacionales y religiosas, como don del cielo». El Hermón se halla a unos 300 km e Jerusalén, por lo que el descenso de su rocío sobre las alturas de Sion es una imagen poética para designar los beneficios del rocío sobre el suelo de Palestina, cuyo centro es Sion y cuya centralidad «unificante» es lo único que le interesa al salmista.
3. La segunda parte del versículo 3 dice literalmente: «Porque allí manda (es decir, ordena, no “envía”) Jehová la bendición (por antonomasia), es decir, vida para la nación de Israel, hasta la eternidad». Cohen advierte que «hasta la eternidad» debe conectarse con «manda», no con «vida». «En Sion, dice, está su morada eterna y desde ese centro irradiará siempre su bendición.» Nota del traductor: A la vista de lugares como Salmo 132:13–18 y muchos otros, esa «vida para siempre» se refiere a la vida constantemente renovada de la nación.
Éste es el último y más breve de los salmos graduales y, si eran cantados en el templo, era muy apropiado para concluir el servicio en una especie de despedida litúrgica: I. Del pueblo a los levitas (vv. 1, 2). II. De los sacerdotes al pueblo (v. 3).
Versículos 1–3
1. Alguien, en nombre de la congregación (v. 1), pide a los levitas principales, a los que ministran al Señor (Dt. 10:8) día y noche (1 Cr. 9:33), que bendigan a Jehová. Se mencionan específicamente los que cumplen sus servicios por las noches. «Alzar las manos» es actitud de oración (comp. con 28:2; 141:2). Dice Maclaren: «Se les exhorta a que llenen la noche con oraciones y con su vigilancia y a que eleven el corazón en bendiciones a Dios. La voz de la alabanza enviaría su eco en la noche silenciosa y flotaría sobre la ciudad durmiente». «Al santuario» significa en dirección al Lugar Santísimo.
Responden (v. 3) los ministros oficiantes (comp. con 128:5) con un «Desde Sion (como centro religioso) te bendiga (singular colectivo, es decir, a cada uno de vosotros) el Hacedor (lit.) de cielos y tierra» (comp. con 115:15). No necesitamos más para ser dichosos que recibir esa bendición del Dios Omnipotente, porque los que Él bendice son de veras bendecidos.
Éste es uno de los salmos que comienzan y terminan con un «aleluya» y es una especie de himno compuesto, en su mayor parte, de citas de otros salmos. No conocemos el autor ni la ocasión. I. Comienza con una exhortación a alabar a Dios (vv. 1–3). II. Continúa ofreciendo materia de alabanza. Dios ha de ser alabado: 1. Como el Dios de Jacob (v. 4). 2. Como el Dios de los dioses (v. 5). 3. Como el Dios de todo el Universo (vv. 6, 7). 4. Como el Dios terrible para los enemigos de Israel (vv. 8–11). 5. Como el Dios benévolo para Israel (vv. 12–14). 6. Como el único Dios viviente, pues todos los otros dioses son vanidad y mentira (vv. 15–18). III. Concluye con otra exhortación a alabar a Dios (vv. 19–21).
Versículos 1–4
1. El deber al que se nos llama: Alabar a Jehová, alabar su nombre; una y otra vez se nos exhorta a ello. No sólo hemos de darle gracias por lo que ha hecho por nosotros, sino también alabarle por lo que es en sí y lo que ha hecho por otros. 2. Las personas a las que se exhorta aquí a alabar a Dios son no sólo los levitas que están en la casa de Jehová, en el santuario, sino también los israelitas piadosos que están en los atrios de la casa. 3. El motivo por el que hemos de alabarle es porque es bueno (Dios y su nombre), conforme a 54:6, o, más probable, porque es bueno cantar salmos a su nombre (comp. con 147:1).
Versículos 5–14
Después de indicarnos que la bondad de Dios es el motivo para que le alabemos con gozo, el salmista nos indica que la grandeza de Dios es el motivo para que le alabemos con respeto.
1. Afirma la doctrina de la grandeza de Dios (v. 5): Jehová es grande. Asegura que él (el pronombre está explícito, enfático, en el original), como piadoso israelita, lo conoce (lit.), tiene experiencia íntima y personal de esa verdad.
2. Prueba esa grandeza con un ejemplo de carácter general: Su poder es absoluto: Hace cuanto quiere
(v. 6, comp. con 115:3) en todos los lugares: cielos, tierra, mares y abismos.
3. Pone ejemplos, en particular: (A) Del reino de la naturaleza (v. 7), especialmente de los fenómenos meteorológicos donde se muestra, de modo especial, su poder (comp. con Job 38:22; Sal. 33:7; Jer. 10:13; 51:6). La cadena de las causas naturales, no sólo fue establecida por Dios, sino que es continuamente preservada por Él. (B) Del reino de la humanidad. Obsérvese el dominio soberano y el poder irresistible de Dios: (a) En sacar a Israel de Egipto, y humillarle a Faraón con tantas plagas y forzándole a dejarles partir (vv. 8, 9, comp. con Éx. 7:3). (b) En la destrucción de los reinos de Canaán delante de ellos (v. 10, comp. con Dt. 7:1). (c) En el asentamiento de Israel en Canaán (vv. 11, 12, comp. con Nm. 21:21 y ss., 33 y ss.).
4. Tras recordar todos estos prodigios, el salmista proclama la perpetuidad de la gloria y de la gracia de Dios (v. 13): «Jehová, eterno es tu nombre, tu memorial, etc.». Claramente alude a Éx. 3:15, comp. con Sal. 102:12. «Porque Jehová (v. 14) juzga, es decir, vindica, a su pueblo (v. Dt. 32:36) y se arrepiente (v. Éx. 32:14) a favor de sus siervos. (Tanto aquí, como en 90:13, el significado de
«arrepentirse» cuadra con el contexto y con las formas gramaticales del verbo—Hifil, Hitpael—mejor que el de «compadecerse»).
Versículos 15–21
Estos versículos tienen por objeto: 1. Armar al pueblo de Dios contra la idolatría y todos los cultos falsos, y muestra qué clase de dioses eran los que los gentiles adoraban, como ya lo vimos en 115:4–8. Eran dioses hechos de mano de hombres, por lo que no tenían otro poder que el que les habían dado los que los fabricaron. Sus adoradores eran, por consiguiente, tan estúpidos y sin sentido como ellos (vv. 15– 18). 2. Incitar al pueblo de Dios a la verdadera devoción en el culto al Dios verdadero. Puede verse lo dicho en 115:9–11, pasaje con el que concuerdan los versículos 19–21 del presente salmo, con la variante de la adición aquí de «Casa de Leví, bendecid a Jehová» (v. 20), que no figuraba en el 115. El «Bendito (sea) Jehová desde Sion» (lit.) del versículo 21 (comp. con 134:6), frase que podría parecer extraña, quizá se explique por analogía con 134:3. Dice Cohen: «Aquí bendito significa lo mismo que alabado … Así como Dios envía sus bendiciones desde Sion (134:3), así también desde el centro de su adoración debería oírse, por todo lo largo y por todo lo ancho, el eco de su alabanza».
Este salmo, llamado el Gran Hallel por su estribillo repetido en cada versículo, es cantado todos los sábados en las sinagogas judías. Según el Talmud, las 26 veces que se repite el estribillo corresponden al valor numérico de las letras del tetragrámmaton o nombre inefable de Dios: YHWH (10 + 5 + 6 + 5 = 26). Se divide en tres secciones: I. Alabanzas a Dios por lo que es en sí y como Creador del mundo (vv. 1–9).
I. Como obrador de grandes maravillas a favor de Israel (vv. 10–22). III. Como Salvador y Redentor Universal, y concluye con una alabanza general (vv. 23–26).
Versículos 1–9
El deber al que una y otra vez se nos exhorta aquí es dar gracias (lit.) a Dios, esto es, a ofrecerle, no los frutos del suelo ni del ganado, sino de labios que confiesan su nombre (He. 13:15). Hemos de dar gracias a Jehová, el Dios de Israel (v. 1), al Dios de los dioses, a quien adoran los ángeles (v. 2), al Señor de los señores, es decir, Soberano de todos los soberanos (v. 3). Hemos de darle gracias por su amor perpetuo, como repite el estribillo, así como por su poder y sabiduría, cuyos efectos se expresan en los versículos 4–9. Nótese que su amor perdura eterna e infinitamente más allá de la duración de los cielos y la tierra. Los versículos 7–9 nos recuerdan Génesis 1:14–16 y que Dios creó para utilidad y servicio del hombre.
Versículos 10–22
Las grandes cosas que hizo Dios por Israel, cuando lo formó como pueblo y nación, y puso entre ellos su reino, son mencionadas aquí como ejemplos de su poder y de su amor a Israel, como ocurre con mucha frecuencia en los Salmos. Toda la sección es análoga a 135:8–12. Los sacó de Egipto (vv. 10–12) al abrir una avenida seca por en medio del mar Rojo. No sólo dividió las aguas, sino que dio coraje al pueblo para pasar, con lo que mostró así que tiene sobre el corazón humano el mismo poder que sobre las aguas. Los condujo a través de un vasto desierto (v. 16) donde también los alimentó. Destruyó reyes delante de ellos a fin de hacer sitio para ellos (vv. 17, 18). Bueno es entrar en los detalles del favor de Dios y no contemplarlos únicamente a bulto, y observar en cada detalle con gratitud y reconocimiento, el perpetuo amor de Dios. Les puso asimismo en posesión de una buena tierra (vv. 21, 22). Así como les dijo a los egipcios: «Dejad salir a mi pueblo», así dijo a los cananeos: «Dejad entrar a mi pueblo».
Versículos 23–26
El eterno amor de Dios es celebrado aquí en la redención de su pueblo (vv. 23, 24). En los muchos rescates de los israelitas de manos de sus opresores, pero especialmente en la gran redención llevada a cabo en el Calvario, de la que aquellos eran tipo, tenemos grandes motivos para decir: «En nuestro abatimiento se acordó de nosotros (v. 23): Envió a su Hijo (Jn. 3:16) a redimirnos del pecado, de la muerte y del Infierno porque para siempre es su amor misericordioso». Un ejemplo del favor de su Providencia es que, dondequiera da vida, da también alimento a todo ser viviente. La alabanza final «al Dios de los cielos», título que sólo aparece aquí en todo el Salterio (y en 2 Cr. 36:23; Esd. 1:2; Neh. 1:4, 5; 2:4, 20; Dn. 2:18 y Jon. 1:9), es un buen resumen de todo el salmo.
De gran belleza literaria, este salmo es una lamentación nostálgica mezclada con imprecaciones llenas de indignación contra los opresores de Israel. I. Nostalgia de los exiliados (vv. 1, 2). II. Rehúsan ofrecer entretenimiento a sus opresores (vv. 3, 4). III. No pueden olvidar a Jerusalén (vv. 5, 6). IV. No pueden perdonar a Edom ni a Babilonia (vv. 7–9).
Versículos 1–6
1. Vemos primero al pueblo de Dios que siembra con lágrimas. Sentados en actitud de duelo (Is. 47:1) junto a los ríos es decir, los canales del Éufrates (Jer. 51:13), lloran los exiliados recordando a Sion (v. 1), el santo monte sobre el que estaba antaño el templo. El afecto a la casa de Dios les quitaba el interés por cobijarse en sus propias casas. «En los sauces … colgamos nuestras arpas» (v. 2). No las habían escondido entre los arbustos ni en las hendiduras de las rocas, sino que las habían colgado en los sauces, para que su misma vista les trajese constantemente a la memoria el deplorable cambio de situación. Es probable que las usasen cuando estaban solos, pero las retiraban de sí cuando sus opresores les pedían entretenimiento.
2. Los que los habían llevado cautivos y los atormentadores (lit. Quizás en el sentido de «escarnecedores» o «burladores») les pedían cánticos alegres (v. 3), lo cual era una burla hacia quienes estaban llorando su cautividad y su ausencia de la patria. El cantar a estos opresores cánticos de Sion era parecido a beber el vino de Babilonia, como hizo después el rey Belsasar (Dn. 5:3, 4), en los vasos sagrados del templo de Jerusalén.
3. La mansedumbre con que aguantaron ellos estos abusos (v. 4). No podían dar gusto a estos burladores, pero respondieron con paciencia y con piedad: «¿Cómo habíamos de cantar el cántico de Jehová en tierra extranjera?» Como si dijesen: «El cántico de Jehová es cosa sagrada apropiada para el templo y el culto del verdadero Dios; por tanto, no osamos cantarlo en tierra extranjera y entre idólatras».
4. El constante afecto que guardaban hacia Jerusalén, la ciudad de sus solemnidades, incluso ahora que se hallaban en Babilonia. Siempre la tenían en la mente, aunque muchos de ellos nunca la habían visto. En sus oraciones diarias, abrían las ventanas en dirección a Jerusalén: ¿Cómo podían olvidarla? Los versículos 5 y 6 son de una belleza extraordinaria: «Si me olvido de ti, oh Jerusalén (v. 5), es decir, si no te guardo el respeto que tu memoria merece, que mi diestra olvide su arte (falta en el original, pero no cabe duda de que es así como debe suplirse)». Y sigue diciendo (v. 6): «Que mi lengua se pegue a mi paladar, es decir, que pierda la facultad de hablar y cantar, si de ti no me acuerdo con amor y respeto; si no enaltezco a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría, esto es, como mi motivo principal de gozo y felicidad».
Versículos 7–9
Los piadosos judíos residentes en Babilonia, después de afligirse con el recuerdo de las ruinas de Jerusalén, se alegran ahora con la perspectiva de la ruina de sus implacables enemigos. Recordemos que nos hallamos en tiempos en que regía la ley del talión. Piden que sus enemigos sufran el mismo castigo que les han infligido a ellos. Nombran primero (v. 7) a Edom, a los descendientes de Esaú, los cuales, en lugar de entristecerse por su parentesco con el pueblo de Israel, todavía llevaban en el pecho el rencor de Esaú contra su hermano que le había quitado la primogenitura y les gritaban a los babilonios con respecto a Jerusalén: «¡Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos!» Apostrofan luego a Babilonia con el epíteto insultante de «la devastadora» (v. 8), aunque el término hebreo es claramente un participio pasivo, por lo que la única traducción correcta es: «la devastada» (usado como pretérito profético), esto es, «la destinada a ser destruida»; por supuesto, en pago de la destrucción que ella misma ha causado, como da a entender el contexto. La imprecación del versículo 9 es realmente terrible, pero, aparte de lo dicho arriba, han de tenerse en cuenta dos factores: 1. Tal barbaridad había sido cometida con frecuencia contra Israel (2 R. 8:12; Os. 10:14) y los babilonios eran culpables de esa atrocidad (v. Jer. 51:24, comp. con Is.
13:16). 2. Dice Maclaren: «Quizá, si algunos de los modernos críticos hubiesen estado bajo el yugo del que el salmista había sido libertado, habrían entendido un poco mejor cómo un buen hombre de esa época podía regocijarse de que Babilonia quedase devastada y toda su raza extirpada».
Este salmo lleva el título de «Salmo de David». Los LXX añadieron: «y de Hageo y de Zacarías», lo que, como dice Arconada, «desvirtúa su origen davídico». Cohen resuelve la dificultad y hace notar que fue «quizás originalmente un salmo davídico, y fue reeditado para el uso litúrgico después de la Restauración». El salmista: I. Mira hacia atrás con agradecimiento por las experiencias que había tenido de la bondad de Dios hacia él (vv. 1–3). II. Mira hacia delante esperanzado: 1. De que otras personas alabarán a Dios como él (vv. 4, 5). 2. De que Dios continuará dispensándole sus favores (vv. 6–8).
Versículos 1–5
1. El salmista alaba a Dios con sinceridad y fervor (v. 1): «Te daré gracias (lit.) con todo mi corazón». La frase siguiente: «Delante de los dioses te cantaré salmos» suena extraña y se ha interpretado de muchas maneras. Si tenemos en cuenta que nos hallamos en el templo, no cabe interpretarlo como
«jueces»; la Septuaginta traduce «ángeles». Arconada propone la alternativa de «magistrados religiosos», es decir, los sacerdotes. El doctor Cohen prefiere retener el sentido literal de «dioses», a la vista del versículo 4, y añade que «Los reyes de la tierra tienen varias deidades a las que rinden homenaje. Él (el salmista) les reta al enaltecer al verdadero Dios en su propia casa, lo que da testimonio de su poder frente a la impotencia de ellas» (las deidades). «Hacia tu santo templo» (v. 2) indica la postura de todo israelita orante: que miraba hacia el templo de Jerusalén. También nosotros debemos elevar los ojos a los Cielos, cuando oramos a nuestro Padre, pues allí está su presencia de una manera especial.
2. El salmista, después de dar gracias (lit.) a Dios por lo que Él es en sí y para otros (v. 2), profesa su gratitud, en particular, por haberle respondido y animado. El binomio «misericordia y verdad» es bien conocido, especialmente en el Salterio (25:10; 57:3; 61:7, etc.). «Has engrandecido tu nombre», continúa diciendo es decir las perfecciones divinas (amor y fidelidad) que resplandecen en su «palabra», esto es, en su promesa, puesto que responde cuando se le invoca (v. 3) y, con esa respuesta a la oración, fortalece el vigor del alma. Comenta Cohen: «Mediante la respuesta de Dios a su oración, tomó conciencia de un poder dentro de sí, del que no se había percatado antes, y este poder le infundió la certeza de que había de salir victorioso un día». Si Dios nos da vigor para soportar las cargas, resistir las tentaciones y cumplir con nuestro deber en medio de las aflicciones, si Él nos fortalece para confiar en Él, mantener la paz de nuestra mente y aguardar con paciencia el resultado, habremos de reconocer que nos ha respondido y estaremos obligados a ser agradecidos.
3. David era rey y, por eso, posiblemente esperaba que otros reyes allí presentes (v. 4) habrían de abrazar la verdadera religión al oír los oráculos de Jehová, las promesas hechas a su pueblo y cumplidas con divina fidelidad. Esto podría referirse a reyes circunvecinos como Hiram y otros. Cuando visitaron a David y, después de su muerte, a Salomón (v. 2 Cr. 9:23), no tuvieron empacho en adorar al Dios de Israel. Podría aplicarse proféticamente al Mesías (v. 72:11), en su reino futuro, ya que entonces «todos los reyes de la tierra se postrarán ante Él». Es entonces cuando verdaderamente (v. 5) «cantarán acerca de los caminos de Jehová», es decir, de los modos maravillosos con que su Providencia dirige los acontecimientos de los hombres (comp. con 103:7).
Versículos 6–8
David se consuela aquí con tres cosas: 1. El favor que Dios dispensa a los humildes (concepto explanado en 113:4 y ss.), mientras trata a distancia, como quien los quiere ver lejos de sí (comp. con Mt. 25:41), a los altivos (v. 6), pues no tienen comunión con Él; los conoce bien, pero no los reconoce por suyos (comp. con Mt. 7:23; 25:12). 2. El interés y la protección que da a los suyos cuando están en apuros (v. 7): los reanima o vivifica, extiende su mano para inutilizar las armas que los enemigos, en su furor, emplean contra ellos, y los salva con su diestra (comp. con 17:7). 3. La obra perfecta de Dios (v. 8), quien siempre completa, lleva a feliz término lo que ha emprendido. Todo buen hijo de Dios tiene interés en su deber hacia Dios y en su felicidad en Dios, para que el primero sea fielmente cumplido y la segunda efectivamente asegurada; y si estas dos cosas las llevamos de veras en el corazón, es buena obra la que ha comenzado en nosotros, y el que la comenzó, la perfeccionará (Fil. 1:6). Nuestra esperanza de perseverar ha de estar fundada, no en nuestra fuerza, la cual puede fracasar, sino en la gracia de Dios, que no puede fracasar: Tu misericordia, Jehová, es para siempre. Y concluye con una oración de su expectación: «No desampares la obra de tus manos». Como si dijese: «Soy hechura tuya; no retires de mí tu actividad y tu favor hasta que hayas dado cima a la obra que en mí comenzaste».
Este magnífico salmo, sin par en los temas de la omnisciencia, la omnipresencia y la omnieficiencia de Dios, lleva el título de «Salmo de David», pero aun Delitzsch, exegeta conservador, concluye que «fue compuesto conforme a un modelo davídico, con resonancias de salmos como el 19 y otros salmos didácticos davídicos». Las ideas, sin embargo, y el lenguaje mismo, son de tono arameico, por lo que es más que probable que fue compuesto después del exilio. Se divide en cuatro partes, como suele indicarse en nuestras versiones: I. Omnisciencia de Dios (vv. 1–6). II. Omnipresencia de Dios (vv. 7–12). III. Omnipotencia de Dios (vv. 13–16). IV. El salmista prorrumpe a continuación: 1. En expresiones de admiración de Dios (vv. 17, 18). 2. De indignación contra los impíos (vv. 19–22). 3. De confesión de su propia integridad (vv. 23, 24).
Versículos 1–6
El Dios con quien nos las habemos tiene un perfecto conocimiento de nosotros, y todos nuestros actos, tanto interiores como exteriores, están abiertos, patentes, en su presencia.
1. El salmista expone esta doctrina con respecto a sí mismo (v. 1): «Oh Jehová, tú me has escrutado y (me) conoces» (lit.), especialmente el corazón (v. 23, comp. con Jer. 17:10). El corazón de los reyes es inescrutable para sus súbditos (Pr. 25:3), pero no para Dios.
2. Desciende luego a detalles particulares: (A) «Tú (explícito en el hebreo, como si dijese: «Sólo tú
…”) conoces mi sentarme y mi levantarme» (v. 2), es decir, todas las actividades de la vida diaria (v. Dt. 6:7). El vocablo para «pensamiento», aquí como en el versículo 17, es arameo, no hebreo, e indica inclinación o deseo. (B). «Escudriñas mi andar y mi reposo» (v. 3), lo cual es otra manera de expresar todas las actividades de la vida diaria. (C) De tal manera conoce Dios todos nuestros caminos que le son familiares nuestros pensamientos aun antes de expresarlos en palabras (v. 4), aunque también podría significar, según Cohen, que «Dios conoce la intención que hay detrás de una palabra, cuando es usada para ocultar el pensamiento». (D) El sentido del versículo 5 es que Dios le tiene cercado como cuando se pone sitio a una ciudad de forma que no hay escape posible. Este cerco se ha estrechado hasta lo sumo, pues Dios tiene puesta su mano sobre él, es decir, ya no puede desasirse de Dios. Este conocimiento tan exhaustivo (v. 6) le resulta al salmista demasiado alto, como una fortaleza inaccesible e inexpugnable.
Versículos 7–12
¿Podrá el salmista escapar al escrutinio de Dios si se aleja de su presencia? ¡No, por cierto! (v. 7).
Puesto que:
1. A cualquier lugar que nos volvamos, allí está Dios (vv. 7–10). (A) «Si subo a los cielos, allí estás tú» (v. 8, comp. con Am. 9:2–4). «Y si del Seol hago mi lecho (lit., comp. con Job 26:6), he aquí (dice con admiración), allí estás tú». (B) Después de los extremos en vertical, los extremos en horizontal (vv. 9, 10): «Si tomara las alas del alba y emigrara hasta el confín del mar, es decir, hasta donde las alas del alba pueden conducir, aun allí me alcanzaría tu mano, etc., en todo lugar me hallaría bajo tu poder y tu control, como agarrado por tu diestra». Comenta Witton Davies: «Para los antiguos (semitas, griegos, romanos, etc.), la diosa de la aurora tenía alas con las que se alzaba del océano oriental y, en el curso del día, cubría todo el firmamento. El salmista hace uso de esta imaginería, sin comprometer en lo mínimo su monoteísmo». Una imagen semejante aparece en Malaquías 4:2.
2. No hay velo que pueda ocultarnos de la vista de Dios (vv. 11–12). «Si dijese: Al menos las tinieblas me cubrirán, etc.», me engañaría miserablemente, pues las cortinas de la noche no pueden defenderme más que las alas del alba. Para el Dios que es luz (1 Jn. 1:5), no hay oscuridad impenetrable a su mirada. Y, así como no hay tinieblas que encubran de Él (v. 12), tampoco hay máscara de hipocresía, por muy elaborado que sea el disimulo, que sea impermeable al escrutinio de Dios. ¿Quién intentará mentirle a Dios?
Versículos 13–16
¿Cómo no nos va a conocer perfectamente el que nos ha formado? El salmista pasa aquí a contemplarse a sí mismo como una maravilla salida de las manos de Dios, con lo que declara la omnipotencia divina. El que ha fabricado la máquina, conoce bien cómo funciona (v. 13): «Tú (enfático aquí, como en el v. 2) creaste mis riñones» (lit., como en 7:9, última palabra). Los «riñones» representan en la Biblia la sede íntima de lo afectivo-emotivo, así como de los impulsos instintivos: lo que le pasa desapercibido a la propia persona. El verbo que hemos vertido por «creaste»—nota del traductor—es efectivamente el mismo que aparece en Génesis 14:19 y Deuteronomio 32:6. El salmista, a pesar de sus rudimentarios conocimientos de anatomía, queda asombrado. El versículo 14 es difícil de traducir. Dice textualmente «Te daré gracias porque temibles cosas fui hecho prodigio (es decir, fui hecho formidable y prodigiosamente); prodigiosas (son) tus obras, y mi alma (es decir, yo) conoce (eso) muy bien». En el versículo 15, «huesos» designa la contextura general de la persona, bajo la imagen de la parte más resistente del cuerpo: el esqueleto. «Lo más profundo de la tierra» es una descripción poética del vientre materno (comp. con v. 13b). El versículo 16b asegura que los ojos de Dios no sólo veían «la sustancia informe» (lit.), es decir, el embrión, del salmista, sino también todos los días, es decir, todas sus acciones futuras, que estaban escritas en el registro de Dios. La última frase del versículo dice, según está escrita:
«y no (existía) ninguno de ellos» (de los días). Pero el alef del vocablo hebreo lo lleva un circulito encima, por lo que (según afirma el doctor Cohen) debe leerse como si fuera vau, con lo que significa: «y para él (había) uno de ellos»; esto es, entre los días registrados en el libro de Dios había uno para el día en que el embrión había de ser dado a luz.
Versículos 17–24
Aquí el salmista hace aplicación de la doctrina de la omnisciencia de Dios:
1. Reconoce, con asombro y gratitud, el interés que Dios ha puesto en él (vv. 17, 18). Dios pensaba en él con pensamientos de amor. La Providencia ha previsto y provisto todas las circunstancias en que nos habíamos de hallar y ha ordenado las cosas para nuestro bien. No podemos alcanzar a comprender las compasiones (lit.) de Dios hacia nosotros, pues son nuevas cada mañana (Lm. 3:22, 23). El salmista se ve incapaz de contar las sumas (lit.), es decir, el número enorme de los planes amorosos de Dios hacia él (v. 17b). Aunque estuviese todo el día y toda la noche ocupado en la tarea de enumerarlos, todavía estaría con Dios al despertarse, enumerándolos, sin poder terminar la tarea.
2. De esta doctrina concluye que los pecadores acabarán en la ruina, pues Dios conoce toda la maldad de los impíos y, por tanto, les pedirá cuentas de sus actos. Tendrán un severo castigo, pues además de ser violentos («sanguinarios»), son blasfemos y rebeldes, desafiantes: «Hablan de ti engañosamente … se rebelan contra ti» (v. 20). El salmista se identifica con la causa de Dios: Los enemigos de Dios son sus enemigos (vv. 21, 22): «Señor, tú conoces el corazón y puedes dar testimonio de lo que siento en el mío.
¿No odio a los que te aborrecen? Los odio porque te amo a ti y me repugna ver tales indignidades hechas a tu santo nombre». En su odio contra el pecado y contra el daño que los malvados hacen, desea que Dios los mate (v. 19, comp. con 104:35).
Termina el salmo con una apelación a su sinceridad ante Dios (vv. 23, 24). El odio que siente hacia los malvados le induce a rogar a Dios que le escudriñe el corazón y, si halla en él alguna desviación, desconocida para el propio salmista, del buen camino, que se la haga saber y le guíe por el camino eterno. En este estadio de la revelación, no puede suponerse que el salmista se refiera a la eternidad de ultratumba, sino que pide a Dios que le guíe por el camino recto que conduce a una vida prolongada, en contraste con el mal camino de los impíos, el cual lleva a la perdición (comp. con 1:6).
Este salmo, con los tres que le siguen, forma grupo distinto de los demás. Se atribuyen a David, quizá porque su contenido se parece mucho al de los salmos davídicos, pero no se conoce el autor, la época ni la ocasión de su composición. Aquí el salmista: I. Se queja de la mala voluntad de sus enemigos y pide a Dios que le preserve de la violencia de ellos (vv. 1–5). II. Cobra ánimos al considerar a Dios como Dios suyo (vv. 6–7). III. Ora por la destrucción de sus perseguidores y la profetiza (vv. 8–11). IV. Asegura a todos los hijos de Dios que se hallan afligidos que sus aflicciones terminarán bien a su debido tiempo (vv. 12, 13).
Versículos 1–7
1. El salmista describe primero el carácter de sus enemigos. Los singulares: «hombre malo … hombre violento» (v. 1) son colectivos (lo mismo en el v. 4). Estos enemigos maquinan maldades y cada día, esto es, constantemente, provocan guerras (lit.), es decir, contiendas brutales (v. 2). A continuación (v. 3) combina dos metáforas: «aguzaron», como una espada, y «serpiente», por el veneno que esconden, para designar la astucia y la hipocresía con que traman tanto sus difamaciones como sus lisonjas. Esas metáforas y las del versículo 5 son las mismas que usa David en muchos de sus salmos (v. p. ej., los salmos 9, 10, 31, 52, 57, 58, 64 y 69). Romanos 3:13 cita el v. 3b.
2. Ruega a Dios que le proteja (vv. 1–4): «Líbrame … Guárdame … Guárdame … Líbrame …»… Como si dijera: «Señor, no permitas que prevalezcan para quitarme la reputación y la vida misma. Guárdame de ellos y de obrar como ellos obran o como maquinan».
3. Confía en Dios, y espera de Él con certeza el triunfo sobre sus enemigos: «He dicho a Jehová: Tú eres mi Dios (v. 6), y si eres mi Dios, también eres mi escudo y refugio, mi defensor y protector». Y añade (v. 7): «Jehová Señor; como “Jehová”, el autoexistente y autosuficiente; como “Adonay”, mi Señor Soberano, que me gobierna y me sostiene y, por tanto, la fuerza de mi salvación (lit.), que ha cubierto (lit.), como con un yelmo (comp. con Ef. 6:17), mi cabeza en el día de la batalla». Son figuras muy apropiadas para designar la protección de Dios contra las espadas que sus enemigos aguzan (sus lenguas) en las guerras que provocan (vv. 2, 3).
Versículos 8–13
El salmista (¿David?) pide ahora a Dios que no permita que sus enemigos lleven a cabo con éxito sus planes criminales (v. 8) ni que se enaltezcan. La negación no existe en el original en este último miembro, pero es probable que vaya regido por el no precedente, a no ser que se traduzca: «No dejes … de forma que se enaltezcan». Después (vv. 9–11), profetiza la ruina de sus enemigos: «… Ahóguelos la malicia de sus propios labios, etc. (v. 9): El mal que han tramado contra mí caerá sobre ellos, sus maldiciones se volverán contra su rostro, y todo lo que han planeado contra mí resultará en ruina de ellos» (7:15, 16).
Los juicios de Dios caerán sobre ellos (v. 10) como ascuas encendidas (comp. con Gn. 19:24; Sal. 11:6). Los deslenguados no pueden esperar afianzarse en la tierra (v. 11). Lo que se ha obtenido mediante fraude y falsedad, calumnias y acusaciones falsas, no prosperará. «Yo sé (v. 12) que Jehová tomará a su cargo la causa del afligido (singular colectivo) y no permitirá que la fuerza prevalezca siempre contra el derecho, aun cuando sea el derecho de los necesitados». La frase final (v. 13b): «Ciertamente … los rectos morarán en tu presencia» indica un estado de seguridad y de tranquilidad mental (comp. con 102:28).
Las observaciones hechas en la introducción al salmo precedente valen también para éste. I. El salmista ruega a Dios que le escuche y le socorra (vv. 1–4). II. Pide también que otros sean instrumentos de Dios para hacerle bien a él (vv. 5, 6). III. Y que, hallándose él y sus amigos ahora «en las últimas», se digne Dios acudir en ayuda y socorro de ellos (vv. 7–10).
Versículos 1–4
1. El salmista pide a Dios que escuche sus oraciones y las responda favorablemente (vv. 1, 2): Jehová, a ti he clamado; apresúrate a venir a mí. Escucha mi voz, etc.». Su insistencia y urgencia muestra el fervor de su oración. Quienes claman en sus oraciones pueden esperar ser escuchados, no por su clamor, sino por su fervor. «Apresúrate», dice (comp. con 70:5). El que cree no se apresura, pero el que ora en angustia puede pedir a Dios que se apresure. El incienso (comp. con 66:15; Lc. 1:10; Ap. 5:8; 8:3, 4) es símbolo de la oración acompañada de sacrificio. El salmista no puede ahora presentar a Dios ofrenda de suave olor, pero sabe que la oración es un sustituto eficaz (comp. con Os. 14:3). Así como el incienso no da suave olor sin el fuego que lo quema, así tampoco la oración tiene eficacia sin el fervor.
2. El salmista ruega a continuación que Dios le guarde de los pecados de la lengua (v. 3), pues no quiere imitar la conducta de sus enemigos: «Guarda la puerta de mis labios; ya que la naturaleza ha puesto en los labios una puerta por donde salen las palabras, haz que la gracia vigile esa puerta, a fin de que no salga por ella ninguna palabra que pueda contribuir al deshonor de Dios o al daño del prójimo. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala (v. 4); no quiero ser semejante a los malhechores que me persiguen, aunque con ello pudiese hallar algún alivio a mi situación; cualquier inclinación que brote de mi corazón en dirección al mal, que tu gracia no sólo la frene, sino que la mortifique». Mientras vivimos en este mundo, y la inclinación al mal se halla en el fondo de nuestro corazón, tenemos necesidad de orar para que no seamos arrastrados al pecado por la seducción o por la provocación. «No coma yo de sus manjares deliciosos», añade (v. 4d), en alusión a las comodidades y a la buena mesa que los impíos se habían procurado mediante sus actos de violencia. Las buenas personas han de orar incluso contra las dulzuras del pecado.
Versículos 5–10
1. El salmista desea ahora que le corrijan sus defectos, pero que lo haga una persona buena y con amor. El versículo 5 es sumamente difícil. La traducción más aceptable—en opinión del traductor—es la que ofrece Kirkpatrick, muy afín a la de la Reina-Valera 1977: «Que me hiera el justo (será) un favor. Y que me reprenda; será como aceite para mi cabeza; no lo rehúse mi cabeza; pero todavía (sea) mi oración contra sus maldades». El sentido está claro, a pesar de las dificultades gramaticales que presenta el original. Vemos aquí un eco de Proverbios 27:6: «Fieles son las heridas del que ama». El aceite ilumina y refrigera el rostro (104:15) y sirve para curar esas mismas heridas que el amor produce. Es el pecado, no la corrección, lo que quebranta los huesos (51:8).
2. El salmista abriga la esperanza de que sus perseguidores llegarán a comprender un día (vv. 6, 7) que lo que él decía era para su bien. El salmista menciona «jueces» porque entre sus perseguidores había magistrados perversos. Cohen sugiere la siguiente traducción del v. 6: «Cuando sus jueces sean despeñados (comp. con 2 Cr. 25:12), oirán (es decir, comprenderán) mis palabras, que son suaves», esto es, dichas con sinceridad y amor. El versículo 7 le resulta «enigmático» al doctor Cohen—nota del traductor—y carece ciertamente de sentido en la mayoría de las versiones, por no prestar atención a la observación de Bullinger de que aquí nos hallamos ante uno de los muchos casos de elipsis. Al final del versículo 6 es menester suplir el verbo «Dirán», con lo que el versículo 7 refiere palabras de los que están a punto de ser despeñados. Con ese verbo por delante, el versículo 7 dice así literalmente: «Como quien surca y hiende en la tierra, son esparcidos nuestros huesos a la boca del Seol», es decir, del sepulcro.
3. El salmista renueva su oración de petición de auxilio (vv. 8–10). Sus ojos están fijos en Dios (comp. con 25:15), pues de Él espera el alivio, ya que en Él ha puesto su confianza, y añade: «No derrames (lit.) mi alma, esto es, no quites de mi cuerpo la vida que está en la sangre» (Lv. 17:11). Concluye con la petición de que le guarde de las trampas que le han tendido sus enemigos y que caigan ellos mismos en esas trampas, mientras él escapa (lit. pasa) a salvo y con seguridad.
El título de este salmo registra no sólo el género del salmo (un masquil; probablemente, alusión auna tonada especial, según 57:7), sino también el autor (David) y la ocasión (cuando estaba en la cueva).
Puesto que la composición literaria tiene señales de una época posterior, para que el salmo pueda atribuirse a David basta con el patético tono del salmo, que refleja estupendamente los sentimientos de David en aquella ocasión. Mientras el salmo 57 se refiere a la cueva de En-gadi, el 142 se refiere, con la mayor probabilidad, a la cueva de Adulam (1 S. 22). El salmista: I. Expone sus quejas (vv. 1–4). II. Hace su petición (vv. 5–7).
Versículos 1–4
1. Véase cómo se queja David ante Dios (vv. 1, 2). No quiere extender sus manos contra el rey Saúl, pero las extiende hacia Dios en oración: A Él clama, a Él suplica, ante Él expone su queja, ante Él manifiesta su angustia. Nosotros estamos inclinados a guardar en el pecho, por demasiado tiempo, nuestra aflicción, agravándola con nuestra depresión y nuestros temores, mientras que, exponiéndola delante de Dios, podríamos echar toda nuestra ansiedad ante Él, porque Él tiene cuidado de nosotros (1 P. 5:7). Y, en medio de su queja, como quien sabe que Dios no necesita su información, aunque su corazón se alivia al exponerla, dice: «pero tú (enfático en el original) conoces mi senda».
2. A continuación expone el motivo de su queja (vv. 3b–4): Le han tendido un lazo en el camino (comp. con 140:5; 141:9). «Mira a mi diestra, etc.», añade, es decir, al lugar en que debería estar algún protector para defenderle (comp. con 109:31), pero no hay quien quiera reconocerle (lit.) como un amigo a quien se protege y defiende (comp. con 69:20). También el Hijo de David hubo de sufrir congojas y muerte sin que nadie le amparase (v. Mt. 26:37 y ss.; 26:56 y 27:46).
Versículos 5–7
Con renovada intensidad, el salmista vuelve a clamar a Dios en oración con frases frecuentes en otros salmos (comp. vv. 5 y 6 con 7:1; 16:5; 17:1; 18:17; 27:13; 31:15; 73:26; 79:8c; 91:2). «Saca mi alma de la cárcel», añade, no porque estuviese literalmente en una cárcel, sino porque su situación en la cueva era semejante a la de una prisión (v. Is. 42:7, donde equivale a «lugar de cautiverio»). Lo dice especialmente para que así pueda dar gracias (lit.) al nombre de Dios por su liberación. La 2.» frase del versículo 7 admite, como la más probable, la siguiente traducción: «Por mí (a causa del favor que me habrás dispensado) se adornarán con coronas (símbolo de regocijo, que comparten con el salmista) los justos.
Este salmo guarda gran parecido con el anterior. En él, el salmista: I. Suplica el favor de Dios (vv. 1, 2), expone sus quejas (vv. 3, 4) y el recuerdo de los favores que recibió de Dios en días pasados (vv. 5, 6).
II. Suplica a Dios que escuche su oración (vv. 7, 8) y le libre (vv. 9, 10), y confía en que Dios le va a responder favorablemente (vv. 11, 12).
Versículos 1–6
1. David suplica aquí a su Dios, apela a Él contra sus perseguidores y pide a Dios que, como Justo Juez, le libre y le salve. No podemos apelar a nuestra propia justicia, pues carecemos de ella, sino a la de Dios (v. 1b), no en el sentido de estricta equidad, pues estaríamos perdidos, sino como David, en el sentido del carácter perdonador de Dios (comp. con Dn. 9:7 y ss.).
2. Ruega humildemente a Dios y dice: «No entres en juicio con tu siervo»; como si dijese: «No me trates conforme a lo que mi conducta merece, porque nadie puede justificarse, es decir, confesarse inocente, delante de ti» (v. 2, comp. con Éx. 34:7; Job 9:2; 25:4; Sal. 130:3; Ro. 3:20; Gá. 2:16). Antes de pedir a Dios que le libre de la angustia, David pide que le perdone los pecados, dependiendo para ello únicamente del favor de Dios.
3. Se queja a continuación (v. 3) de la persecución de que le hacen objeto sus enemigos, quienes le han puesto en postración y en tinieblas, no las de la cueva en que se hallaba a la sazón, sino, como en 88:6, las del Seol (como símbolo de confinamiento), como los muertos de hace tiempo, es decir, completamente olvidados ya.
4. Esta situación le causa (v. 4) desfallecimiento de espíritu, esto es, depresión de ánimo, y espanto de corazón, pues la angustia que sufre impide que el corazón le funcione con normalidad.
5. En estas circunstancias echa mano de los remedios apropiados para aliviar su estado de ánimo y recobrar la paz de su mente. (A) Mira atrás (v. 5) y recuerda los días de antaño, es decir, las intervenciones de Dios a favor de su pueblo. (B) Mira en torno suyo y contempla las obras de Dios, no sólo las antiguas, sino todas; es decir, incluidas las que ha llevado a cabo recientemente a favor de él. Cuanto más contemplamos las obras de Dios, menos temor nos dan las obras de los hombres (comp. con Is. 51:12, 13). (C) Mira hacia arriba y expresa sus anhelos de Dios y de sus beneficios (v. 6): «Extiendo mis manos hacia ti, y apelo a ti; mi alma a ti (lit.), tiene sed de ti, como tierra seca» (comp. con 42:4; 63:1).
Versículos 7–12
Por tres cosas ora aquí David:
1. Las manifestaciones del favor de Dios hacia él. Tiene miedo al ceño fruncido de Dios: «No escondas de mí tu rostro» (v. 7b, comp. con 102:2). Los santos desconsolados claman, a veces, aterrados ante la ira de Dios, como si fuesen pecadores condenados (Job 6:6; Sal. 88:6). Pide con anhelo el favor de Dios (v. 8): Hazme sentir por la mañana tu amor misericordioso» (comp. con 90:14).
2. Las operaciones de la gracia en él (v. 8c): «Hazme saber el camino por donde debo andar». Un buen hijo de Dios no pregunta cuál es el camino más fácil, más seguro o más placentero, sino el camino del deber, el que Dios quiere. Esto es lo que pide aquí David y añade (como en 25:1, 4): «Hacia ti elevo mi alma». Este deseo de hacer la voluntad de Dios aparece más explícito en el versículo 10, y pide que el buen espíritu de Dios, es decir su benignidad hacia las criaturas, le guíe por terreno llano, esto es, nivelado y sin obstrucciones (Dt. 4:3), figura de unas condiciones libres de peligro y dificultad (comp. con 26:12, donde dice literalmente: «en llano»).
3. La manifestación de la Providencia de Dios a favor de él (v. 9): «Líbrame de mis enemigos, Jehová, a fin de que no puedan hacerme ningún mal, pues en ti me refugio» (comp. con 59:1). La última frase: «Porque yo soy tu siervo» admite dos explicaciones, según nota Cohen: «Yo te sirvo y merezco un destino diferente del de los malvados». O: «Yo estoy dedicado a tu causa, y si sucumbiese a manos de esos malvados, esa causa podría verse comprometida a los ojos de mis contemporáneos».
El doctor Cohen describe el presente salmo del modo siguiente: «Este gozoso himno es, en gran parte, un mosaico de citas de otros salmos. Al título de David añaden los LXX “contra Goliat”, y el Targum ve en el versículo 10 una referencia a la “maligna espada” del gigante filisteo; pero el carácter compuesto del salmo, el uso de arameísmos y la mención de David como una persona distinta del escritor, todo sugiere que la inscripción ha de entenderse como en el estilo davídico o la escuela davídica de salmistas». El salmista declara aquí: I. Su reconocimiento del favor de Dios en todas sus victorias (vv. 1, 2). II. La insignificancia del hombre (vv. 3, 4). III. La necesidad que tiene de que Dios le libre de sus enemigos (vv. 5–8). IV. La confianza en que Dios le dará el triunfo (vv. 9–11). V. Los beneficios que el pueblo obtendrá de la protección de Dios (vv. 12–15).
Versículos 1–8
1. El salmista reconoce su dependencia de Dios y las obligaciones que tiene hacia Él (vv. 1, 2):
«Bendito sea Jehová, mi roca (comp. con 18:46) … mi castillo, alcázar … libertador, escudo». Multiplica epítetos para expresar su satisfacción en Dios, que muestra su amor misericordioso (hebreo, jasdí, mi amor) a su siervo. David (si de él hace mención el salmista) se había refugiado en los lugares fuertes de En-gadi (1 S. 23:29). Después se había adueñado de la fortaleza de Sion, y allí moró (2 S. 5:7, 9), pero no dependía de tales fortines, sino de Dios. En cualquier parte se halle un hijo de Dios, lleva consigo la protección de su Padre Celestial. David había sido pastor, pero Dios lo hizo soldado. Sus dedos estaban hechos al arpa, sus manos manejaban el cayado, pero Dios le adiestró las manos para la batalla, y los dedos para la guerra (v. 1, comp. con 18:34), porque le había destinado a ser el rey y el capitán de su pueblo, hábil para blandir el cetro lo mismo que la espada.
2. Admira después la condescendencia de Dios para con el hombre; en particular, con él mismo (v. 4, comp. con Job 7:17; Sal. 8:4; He. 2:6). Con esta misma humildad se había expresado David en ocasión solemne (2 S. 7:18). Esa condescendencia de Dios sube de punto cuando se percibe cuán poca cosa es el hombre, en cuanto a la fragilidad de su vida, a pesar de su dignidad. Pascal asemejaba al hombre a «una caña que piensa», pero el salmista lo asemeja a «un soplo» (v. 4, comp. con 39:5, 11, 62:9) y a una sombra que pasa (v. 4b, comp. con Job 8:9; Sal. 102:11). Dicen los rabinos: «¡Ojalá fuese la vida como la sombra que proyecta una pared o un árbol, pero es como la sombra de un pájaro que vuela!»
3. Pide a Dios que le conceda éxito contra los enemigos que le atacan (vv. 5–8). No especifica quiénes son, pero dice de ellos que son extranjeros (v. 7), que hablan falsedades (lit. vanidad)—v. 8, comp. con 12:2—y que levantan la diestra para jurar en falso (eso es lo que significa la segunda parte del versículo). Para que Dios le redima, le rescate de las muchas aguas (símbolo de grave aflicción), el salmista emplea citas de otros salmos, con las que forma frases de ricas imágenes (vv. 5–7): «Inclina tus cielos y desciende» (comp. con 18:9 e Is. 64:1), frase cuyo significado ya conocemos: «Toca los montes, etc.» (comp. con 104:32). «Fulmina tus rayos, etc.» (v. 6, comp. con 18:13, 14).
Versículos 9–15
En esta segunda parte del salmo, lo mismo que en la primera, David glorifica primero a Dios antes de hacerle sus peticiones.
1. Alaba a Dios por las experiencias que ha tenido de su bondad hacia él (vv. 9, 10). En medio de sus quejas acerca del poder y de la maldad de sus enemigos, hay aquí una santa exultación en su Dios: «¡Oh Dios, te cantaré un cántico nuevo!», esto es, un cántico de alabanza por los nuevos favores. Y dice algo de este nuevo cántico: «El que da (lit.) la victoria a los reyes». Los reyes son los protectores del pueblo, pero Dios es el verdadero protector de reyes y pueblos. A Dios, pues, han de servir con todo su poder, ya que Él es el autor de todas sus victorias. En particular protege a David (v. 10b), al rey que Él ha escogido para gobernar a su pueblo Israel.
2. A continuación, ora para que continúe el favor de Dios: (A) A fin de verse libre de sus enemigos (v. 11), repite la oración de los versículos 7, 8. (B) A fin de ver la paz y la prosperidad del pueblo. Las imágenes son muy expresivas: Los «hijos» son comparados a lozanas plantas, que prometen convertirse en árboles fructíferos (v. 12); las «hijas», de graciosa figura, como las figuras femeninas que adornaban las columnas de los palacios (v. 12b); los graneros, llenos; el ganado, prolifera abundantemente (v. 13), en fin, toda clase de prosperidad y seguridad (v. 14). El salmista concluye (v. 15) y llama dichoso al pueblo a quien así le va (lit.), pues estas bendiciones son evidencia del favor de Dios (v. 15b, comp. con 33:11). Bullinger opina que aquí tenemos uno de los casos de elipsis, que suple: «que dicen» al final del versículo 11, y que, al suponer en boca de los enemigos «mundanos» todo lo que se desea en los versículos 12–15a, el salmista rectifica esa falsa escala de valores, con un implícito «¡No!» al comienzo de 15b, seguido de la afirmación: «Dichoso es, en realidad, el pueblo cuyo Dios es Jehová». Esta opinión de Bullinger—nota del traductor—es seguida por buenos comentaristas, y cobra mayor fuerza cuando el texto masorético hebreo se compara con el de los LXX, donde el versículo 15 ofrece un paralelismo antitético: La primera parte—dice Arconada—«se refiere a los impíos, que se creen felices en el goce de sus bienes materiales; y 15b, por el contrario, a los israelitas, felices de ser el pueblo de Jehová».
Aquí tenemos un himno grandioso, triunfal, redactado en acróstico, donde cada versículo comienza por una letra distinta, con excepción de la letra nun. En opinión de cierto antiguo rabino dicha letra fue omitida deliberadamente porque habría indicado mala suerte, pues habría dicho probablemente: «Caída (hebreo, nafelah) está la virgen de Israel y no podrá levantarse más» (Am. 5:2). Los cinco salmos anteriores estaban llenos de oraciones; este salmo, y los cinco siguientes están llenos de alabanzas, que alcanzan su clímax en el soberbio Aleluya del Salmo 150. A la citada superstición, ya citada, acerca de la omisión de la letra nun, añaden algunos rabinos otra, y dicen que quien cante tres veces al día, cada día, este salmo, puede estar seguro de que es un «hijo del Mundo Venidero». Es el último salmo que lleva en el título la inscripción «De David», aunque el lenguaje es bastante arameico y las citas de otros salmos indican una composición tardía. I. El salmista ensalza a Dios por sus hechos estupendos (vv. 1–9). II. Desea que todos tributen esas alabanzas a Dios (vv. 10–20). III. Concluye con una resolución de continuar alabando a Dios (v. 21).
Versículos 1–9
1. El salmista expresa primero las personas que deben ocuparse en glorificar a Dios. Hagan otros lo que hagan, él resuelve hacerlo cada día (v. 2). Ni un solo día debe pasar, por muchas que sean las ocupaciones, y aun las aflicciones, sin alabar a Dios. Dios nos bendice cada día, por lo que cada día hay abundantes motivos para alabarle. El salmista no duda de que «una generación encomiará las obras de Dios a otra generación» (v. 4).
2. Por qué hemos de glorificar a Dios: Por la grandeza de su gloria, por el poder de sus hechos estupendos y por su bondad sin límites (vv. 5–9): Es «inmensa» esta bondad (v. 7, comp. con 31:19), conforme al carácter de Dios (v. 8, comp. con Éx. 34:6; Sal. 86:5, 15), y se extiende a todos (v. 9, comp. con 100:5). Dios tiene sus escogidos, preferidos, pero su amor benéfico se extiende a todo lo que Él ha creado. En verdad, su bondad es su gloria (v. Éx. 33:19).
Versículos 10–21
La grandeza y la bondad de Dios han sido celebradas en la primera parte del salmo. En estos otros versículos, se nos enseña a darle la gloria de su reino en la administración del cual brillan tan claramente la grandeza y la gloria de Dios. Todas sus obras le deben alabar (v. 10), como un hermoso edificio es la alabanza del arquitecto y un bello cuadro es la alabanza del pintor; pero sus santos han de bendecirle (v. 10b, comp. con 50:5), como los buenos hijos que se levantan para llamar dichosos a sus buenos padres (Pr. 31:28).
1. Ciertamente grande es el reino de Dios, pues es un reino glorioso (vv. 11, 12) y perpetuo (v. 13, citado en arameo en Dn. 3:33; 4:31). La corte de Salomón y la de Asuero eran magníficas, pero comparadas con la gloriosa majestad del reino de Dios, no eran otra cosa que luciérnagas en comparación del sol. Al hablar de la gloria de este reino, es menester hablar de su poder (v. 11b), el cual se muestra en sus poderosos hechos (v. 12).
2. El estilo y talante de este reino muestran también su gloria: (A) Sostiene a los débiles (v. 14, comp. con 37:17, 24; 146:8). (B) Alimenta a los necesitados (vv. 15, 16, comp. con 104:27, 28). (C) Hace justicia a todos (v. 17, comp. con 103:6; 116:5). (D) Favorece de manera especial a los que invocan y temen a Dios (vv. 18–20). En esto se echa de ver, sobre todo, la gracia de su reino, en que sus súbditos no sólo tienen libertad de acceso al trono, sino que también se les anima a acercarse con sus peticiones. Escucha y responde a quienes le adoran y sirven con un santo temor. Dice Kirkpatrick: «El temor y el amor son los elementos inseparables de la verdadera religión. El temor impide que el amor degenere en presuntuosa familiaridad; el amor impide que el temor se convierta en miedo servil».
3. El salmista concluye (v. 21): «Proclame mi boca la alabanza de Jehová». Después de decir lo que podemos expresar en alabanza de Dios, todavía queda muchísimo que decir. Así como el término de un favor es el comienzo de otro, así también el final de una acción de gracias debería ser el comienzo de otra. Mientras tengamos aliento, exprese nuestra boca las alabanzas de Dios. «Y toda carne (lit. corresponde a “todo lo que respira» de 150:6) bendiga su santo nombre por siempre y perpetuamente». Estos dos adverbios, una añadidura desde el punto de vista poético, son, como dice Arconada, «un desahogo final del corazón no atado a límites artísticos».
Éste y el resto de los salmos que quedan comienzan y acaban con Aleluya, palabra que, en poco espacio, pone mucha alabanza. I. El salmista se urge a sí mismo a alabar a Dios (vv. 1, 2). II. Urge a otros a confiar en Dios, lo cual es una forma de alabarle: 1. Muestra por qué no hemos de confiar en los hombres (vv. 3, 4). 2. Muestra por qué hemos de confiar en Dios (v. 5), por su poder en el reino de la naturaleza (v. 6), por su dominio en el reino de la providencia (v. 7) y por su gracia en el reino del Mesías (vv. 8, 9), aquel reino perpetuo (v. 10), al que muchos escritores judíos refieren este salmo.
Versículos 1–4
El salmista se anima a sí mismo a alabar a Jehová, y decide hacerlo mientras viva (vv. 1, 2). Las frases nos recuerdan otras similares de 103:1; 104:1, 33; 145:2. A continuación, con frases semejantes a las de 118:8, 9, exhorta a sus oyentes y lectores a no confiar en príncipes, ya que: (A) No tienen poder para salvar (v. 3, comp. con Jer. 17:5 y ss.) y (B) su existencia misma es en extremo precaria (v. 4):
«Expira … y en ese mismo día perecen sus proyectos», ya sean favorables o dañosos para el pueblo.
Versículos 5–10
Por contraste, el salmista anima a otros a confiar en Dios (v. 5, comp. con 144:15). Y pasa a enumerar los motivos:
1. Dios es Todopoderoso y Veraz, en contraste con la impotencia y versatilidad de los hombres (v. 6). Dice Cohen: «En conformidad con el espíritu hebreo, el salmista no funda su confianza en Dios meramente por su poder; una razón todavía más poderosa es su providencia con respecto a sus criaturas, de acuerdo con sus atributos revelados».
2. El poder de Dios está al servicio de su amor, pues favorece a todos: (A) Hace justicia a los oprimidos (lit. v. 7a, comp. con 103:6). La opresión se debe al abuso de la libertad con que Dios ha dotado al hombre, pero ese mismo abuso da ocasión a que el mismo Dios despliegue su justicia y su bondad. (B) Da pan a los hambrientos (v. 7b, comp. con 107:9), especialmente mediante las condiciones del suelo y los fenómenos atmosféricos (Hch. 14:17). (C) Liberta a los cautivos, etc. (vv. 7c, 8), detalles que expresan las características que marcan la venida del Mesías (comp. con Is. 61:1; Mt. 11:5, 6). (D) Especial consideración le merecen los destituidos: (a) de hogar propio: «los extranjeros o huéspedes» (v. 9, comp. con 39:12, conforme a los preceptos de Éx. 22:21, 22); (b) de padres: «el huérfano»; (c) de marido: «la viuda».
3. El reino de Dios, en contraste con lo efímero de los reyes de este mundo (vv. 3, 4), es para siempre (v. 10, comp. con Éx. 15:18). Esto nos debe servir de gran consuelo, especialmente cuando vemos cómo caen los imperios humanos, cómo surgen revoluciones que acaban con el anterior estado de cosas, cómo la carrera armamentista constituye una amenaza terrible para la humanidad entera, etc. El Dios del Universo y de Sion, reinará para siempre. ¡Aleluya!
Otro salmo de alabanza. El salmista aduce cuatro razones para alabar a Dios. I. Su interés por Israel (vv. 1–3). II. Su gran poder, que se muestra en la abundante provisión para el sostenimiento de sus criaturas (vv. 4–14), así como: III. En el dominio que ejerce sobre las fuerzas de la naturaleza (vv. 15– 18). IV. Su revelación a Israel (vv. 19, 20).
Versículos 1–11
1. Vemos primero la exhortación que se nos hace a cumplir con el deber de alabar a Dios. Como en el salmo que precede y en los que le siguen, el salmo comienza con un Aleluya y así debería figurar en todas las versiones. La conjunción ki, que le sigue, se traduciría mejor por «Ciertamente», como sugiere Cohen. La segunda parte del versículo 1 da la razón general por la que es bueno el canto (con arpa, salterio, etc.) a nuestro Dios: «Porque es agradable, hermosa, la alabanza» (lit.).
2. A continuación, el salmista da una razón más específica para esta alabanza: «Jehová reedifica a Jerusalén y recoge a los dispersos de Israel» (v. 2), donde hallamos un eco de Isaías 56:8. Apunta, pues, en primer término, a la obra de restauración que se llevó a cabo en tiempo de Nehemías aunque es fácil adivinar una «recogida» futura más extensa (Jn. 11:52). Estos «dispersos» son llamados (v. 3)
«quebrantados de corazón», que cuadra bien con el tono del Salmo 137, y es reminiscencia de Isaías 61:1.
3. De ahí pasa a ensalzar el poder de Dios (v. 4): «Cuenta el número de las estrellas, cosa que sólo Él puede hacer (Gn. 15:5), y las llama a todas por su nombre» (comp. con Is. 40:26), para que se presenten ante Él a cumplir el servicio que les ordene. No es de extrañar, pues (v. 5), además de su poder, también es sin número su discernimiento (lit.), frase similar a la última de Isaías 40:28.
4. Su poder brilla también en su bondad con los humildes, así como en su justicia con los altivos (v. 6, comp. con 146:8, 9).
5. Tras una nueva invitación a la alabanza (v. 7), semejante a la de 98:5, el salmista, con típica mentalidad hebrea, atribuye a Dios, en vez de a las diversas deidades paganas, el funcionamiento de toda la naturaleza (vv. 8, 9), para sustento, no sólo del hombre, sino también de las bestias, entre las que destaca a los hijos de los cuervos, esto es, a los cuervos jóvenes. La razón por la que tan repetidamente se mencionan los cuervos en la Biblia es precisamente por la dificultad con que tales aves hallan su sustento, pero ¡también para ellas dispone Dios alimento!
6. Los dos últimos versículos de esta sección (10, 11) tienen por objeto mostrar que con Dios no prevalece el que presume de contar con buenos caballos de guerra o con piernas fuertes y ágiles (comp. con 33:16, 17), sino el que teme a Jehová y espera en Él, pues ese es el criterio de Jehová para vencer las batallas de Dios: «No con la fuerza, ni con el poder, sino sólo con mi Espíritu, dice Jehová de las huestes» (Zac. 4:6b).
Versículos 12–20
1. Especial llamamiento a Jerusalén para alabar a Dios (v. 12) porque: (A) Él es quien da fuerzas a los cerrojos de sus puertas (v. 13). Estas puertas tenían buenos cerrojos; pero de nada les habrían servido si Dios no hubiese defendido la ciudad contra los ataques de los enemigos. (B) Él es el que bendijo a los hijos de Sion (v. 13b), es decir, el que aumentó el número de habitantes de la ciudad, con lo que añadió una nueva fuerza a los cerrojos. (C) Él es el que pone paz en las fronteras (v. 14), en los límites (lit. designa tu frontera paz), con lo que impidió las contiendas y escaramuzas que los enemigos tramaban contra la ciudad. (D) «Te hace saciar con lo mejor del trigo» (v. 14b). Canaán abundaba en trigo del mejor (Dt. 32:14) y lo exportaba a otros países, según se desprende de Ezequiel 27:17.
2. Siguen otros efectos del poder y de la bondad de Dios, los cuales, aunque de carácter general, tenían aplicación especial a Israel: (A) La mención de la nieve (v. 16, comp. con Job 37:6) ha hecho pensar a ciertos comentaristas que este salmo se compuso después de un invierno excepcionalmente severo, puesto que las nevadas son poco corrientes en Palestina. (B) Tras la mención de la nieve y la escarcha, el salmista menciona otros fenómenos de la naturaleza (hielo, frío, viento), citados también en Job (p. ej., Job 37:9, 10; 38:22, 23), así como en otras partes del Salterio (p. ej., 137:7), y que contribuyen al equilibrio de la naturaleza y al consiguiente sustento de hombres y animales.
3. Pero, entre todos los beneficios de Dios a Israel, destaca la declaración de su palabra a Jacob (paralelismo con «Israel»), con la que ha dado a conocer claramente su voluntad, cosa que no hizo con ninguna otra nación (vv. 19, 20). Comenta Maclaren: «El salmista no se regocija porque otras naciones no hayan recibido estas cosas, sino porque Israel las ha recibido. Su privilegio es su responsabilidad. Las ha recibido para obedecerlas y, después, para darlas a conocer». Diga, pues, Israel (y nosotros también):
¡Aleluya!
Este salmo es un llamamiento solemnísimo y urgentísimo a todas las criaturas, según su respectiva capacidad, a alabar a su Creador. I. El salmista convoca a las criaturas del mundo superior a cumplir con este deber (vv. 1–6). II. Convoca después a las criaturas de este mundo inferior para que alaben también al Creador (vv. 7–13). III. Exhorta especialmente al pueblo escogido de Dios, quienes tienen más y mayores motivos para alabar a Dios (v. 14).
Versículos 1–6
1. En este mundo nuestro de pecado y toda clase de males, es difícil hacerse idea de lo que es el mundo de arriba, lleno de santidad, de luz y de bienes completos y eternos. Pero sí sabemos que hay millones y millones de ángeles que alaban constantemente a Dios. En estas huestes de ángeles tiene puesta el salmista su mirada (vv. 1, 2) cuando habla de los cielos y de las alturas (comp. con 103:20, 21). Los cielos son alturas; por eso, hemos de poner nuestra mira y nuestros afectos arriba (Col. 3:1–3).
Cuando, al cantar este salmo, invitamos a los ángeles a alabar a Dios, damos a entender que deseamos que Dios sea alabado por las mejores lenguas y servido por las mejores manos, y que tenemos comunión espiritual con los que moran en esa casa de arriba, que nos hemos acercado a la asamblea festiva de miríadas de ángeles (He. 12:22).
2. Además de la asamblea festiva de miríadas de seres espirituales hay también huestes innumerables de cuerpos celestes, muchos de ellos muy brillantes, en los que resplandece objetivamente la alabanza al Creador: El sol, la luna y las estrellas (vv. 3, 4) se nos presentan día y noche como unos espejos, en los que podemos vislumbrar, aunque pobremente, la gloria del que es Padre de las luminarias (Stg. 1:17). Los cielos son de Jehová (115:16) y ni aun los cielos de los cielos le pueden contener (1 R. 8:27). Para entender el versículo 4b, véase Génesis 1:7; Salmos 104:3. Dios creó esos cuerpos celestes, los estableció en sus lugares y órbitas y les puso ley inviolablemente observada (vv. 5, 6). Cohen hace notar que las
«leyes de la Naturaleza» del científico eran para el salmista ordenanzas de Dios.
Versículos 7–14
1. El salmista pasa luego a invitar a las criaturas de este mundo a que alaben a Dios, y comienza por las criaturas irracionales (vv. 7–10). Son convocados primero los monstruos marinos, los grandes cetáceos (Gn. 1:21) y los abismos, las aguas profundas donde moran (comp. con 104:25, 26). También los fenómenos atmosféricos (v. 8), en los que resplandece de modo especial el poder de Dios, han de alabarle (v. 18:11–15). Son fenómenos, con frecuencia, aterradores; sin embargo, obedecen al Creador, ejecutan su palabra. Están luego los montes, los árboles y los animales de toda especie (vv. 9, 10). La sabiduría, el poder y la bondad de Dios se manifiestan espléndidamente en la variedad y hermosura de tantas especies en los reinos vegetal y animal, en las diversas capacidades y curiosos instintos de tales criaturas, en la abundante provisión que Dios les concede y en el uso que de ellas hace, tanto para el equilibrio de la ecología como para el servicio del hombre.
2. Al seguir la secuencia de Génesis 1, el salmista llega ahora (vv. 11–13) a las criaturas dotadas de razón, y empieza por los reyes, pues cuanto más alto es el rango, tanto mayor es el deber de unirse al concierto de alabanzas. Nótense los cuatro grupos del versículo 12, donde Maclaren ve «la fuerte voz de barítono (o, bajo) del joven, la voz de soprano de la doncella, el trémolo del anciano y la fresca voz de tiple del niño, mezclándose en el cántico». Toda clase de personas han de alabar a Dios, no sólo con la boca, sino también con sus diversos talentos y habilidades, puestos a su servicio y para la extensión de su reino. Quienes están en puestos de mando y honor, han de honrar y alabar a Dios desde el puesto en que el Señor les ha colocado, pero también las llamadas «masas» han de alabarle, pues Cristo no menospreció los hosannas de la multitud. «Su gloria es sobre tierra y cielos» (v. 13c). Por tanto, por mucho que le alabemos, nunca pasaremos el límite.
3. Finalmente, el salmista exhorta al pueblo de Dios, a sus santos, los hijos de Israel (v. 14) a alabar a Jehová. Ellos son el pueblo a Él cercano (Dt. 4:7, comp. con Ef. 2:17), como lo demostró al acudir a rescatarles de la esclavitud de Egipto, y al hacer de ellos un reino de sacerdotes y una nación santa (Éx. 19:6, comp. con 1 P. 2:9). Esta bendición se extendió después a los gentiles, pues los que estábamos lejos, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo (Ef. 2:13).
El salmo anterior era un himno de alabanza al Creador; éste es un himno de alabanza al Redentor (como lo son, respectivamente, los caps. 4 y 5 del Apocalipsis). Es un salmo de victoria en el Dios de Israel y contra los enemigos de Israel. Parece ser que la ocasión fue el triunfo de Nehemías contra los hostiles vecinos que querían impedir sus planes. Aquí vemos: I. Abundancia de gozo para todo el pueblo de Dios (vv. 1–5). II. Abundancia de terror para los más orgullosos de sus enemigos (vv. 6–9)
Versículos 1–5
1. Los llamamientos a Israel para que alaben a Dios. En el salmo anterior, todas las obras de Dios eran convocadas para alabarle; pero aquí se convoca, de manera especial, a Israel para que alabe a Jehová con un cántico nuevo (v. 1, comp. con 96:1) en la congregación de los devotos (hebreo, jasidim). El vocablo es el mismo de 148:14b, donde dice «sus devotos» (jasidaiv). Esta alabanza ha de ir acompañada de gozo y alegría (v. 2), que han de manifestarse al exterior con música y danzas (v. 3). Gran parte del poder de la piedad en el corazón depende de poner en Dios la fuente de nuestro gozo y solaz. El apóstol nos exhorta (Fil. 4:4): «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» El salmista exhorta a los israelitas a que alaben a Dios y canten aun sobre sus camas (v. 5b), a las que pueden ahora retirarse tranquilos, pues han sido vencidos sus enemigos.
2. El motivo que presenta para esta alabanza a Dios: Jehová se complace en su pueblo (v. 4, comp. con 147:11), y lo ha demostrado al hacer que se acabase el exilio, y pudiesen los israelitas regresar a su país. «Hermosea a los humildes con la salvación» (v. 4b). Los que habían sido humillados, oprimidos, degradados, como «afeados» por sus conquistadores, quedan ahora como «embellecidos» por la liberación que Dios les ha proporcionado.
Versículos 6–9
1. Pero la alabanza de Dios ha de ir unida a la precaución (v. 6): «Haya alabanzas a Dios en sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos», lo que nos recuerda la situación de Nehemías 4:10, cuando estaban ocupados en la reconstrucción del muro y, al mismo tiempo, preparados para la defensa. Hace notar Cohen que «este versículo estaba en la mente de los guerreros macabeos, descritos como “luchando con las manos, pero orando a Dios en su corazón”» (2 Mac. 15:27) (apócrifo).
2. A continuación, el salmista usa un lenguaje escatológico, y aun apocalíptico. La venganza a la que alude en el versículo 7 es un eco de Isaías 61:2; 63:4. Dice Maclaren: «En el salmo precedente, la restauración de Israel estaba conectada con el reconocimiento de la gloria de Dios por parte de todas las criaturas, especialmente de los reyes de la tierra y todos los pueblos (148:11). Este salmo presenta la idea opuesta (o complementaria) de que el Israel restaurado se convierte en ejecutor de los juicios contra aquellos que rehúsen unirse a la alabanza que resuena en Israel para hallar eco en todos». La fraseología de los versículos 8 y 9 trae también a la memoria las profecías mesiánicas de Isaías 45:14; 49:7, 23. Por supuesto esta venganza no ha de ejecutarse en la presente dispensación de la gracia, pues Cristo nunca quiso que su Evangelio se propagase por medio de la espada o del fuego. Cuando hay alabanzas a Dios en nuestras gargantas, no hemos de tener en las manos espadas de dos filos, sino ramas de olivo de paz. La espada del cristiano es la Palabra de Dios (He. 4:12) y del Espíritu Santo (Ef. 6:17). Con esa espada de dos filos, los primeros predicadores del Evangelio obtuvieron gloriosas victorias sobre el poder de las tinieblas; fue ejecutada la venganza sobre los dioses de los paganos por medio de la convicción y conversión de quienes por largo tiempo habían sido sus adoradores. Las fortalezas de Satanás fueron derribadas y destruidas (2 Co. 10:4, 5) y los grandes del mundo, como el gobernador Félix se pusieron a temblar. Sobre todo, con esta espada de dos filos, que es la Palabra de Dios, los creyentes luchan contra sus corrupciones y, con la gracia de Dios, las someten y mortifican; el «yo», ese gran rey, es sujetado con cadenas de oro—de amor—y llevado a someterse de buena gana al yugo de Cristo. Este también es un honor para todos sus santos (v. 9b).
El primero y el último de los salmos son breves, pero memorables, aunque el objeto de uno y otro es muy diferente: El primer salmo es una elaborada instrucción en nuestro deber primordial, a fin de prepararnos para los consuelos de nuestra devoción; el último salmo es todo él arrebato y transporte extático. De él dice Oesterley que es «la más grande sinfonía de alabanzas a Dios que jamás haya sido compuesta en la tierra». El salmista había estado lleno de alabanzas a Dios y aquí quiere llenar de ellas el mundo entero con ese aleluya que se repite trece veces en seis versículos (trece es número de suerte entre los judíos. Léase el libro de Ester para hallar el porqué). El salmista nos dice aquí: I. Por qué ha de ser alabado Dios (vv. 1, 2). II. Cómo ha de ser alabado (vv. 3–5). III. Quiénes han de alabarle (v. 6).
Versículos 1–6
Si, como algunos suponen, este salmo fue compuesto en principio para uso de los levitas, como cantores y músicos, hemos de tomarlo como dirigido también a nosotros, pues somos sacerdotes espirituales para nuestro Dios.
1. Este tributo de alabanza procede: (A) De su santuario. Allí hay que alabarle. Su pueblo, regio sacerdocio, ha de ministrar allí con sus alabanzas (He. 13:15). ¿Dónde se le habría de alabar de modo especial, sino donde de manera especial manifiesta su gloria e imparte su gracia? (B) Desde el firmamento (sinónimo de cielos; Gn. 1) de su poder, ya que la aparición del firmamento fue uno de los grandes y primeros testigos del infinito poder de Dios. Por eso comienza el salmo, no con un alabad a Jehová sino con un alabad a Dios (hebreo, Aleluel), al ser él el epíteto que representa al Dios poderoso en la creación y organización del Universo así como en la dirección de los acontecimientos.
2. Por qué hay que alabar a Dios: (A) Por las obras de su poder (v. 2): «por sus proezas» en el gobierno de la humanidad, las cuales son inefables (106:2). Proezas son las maravillas que Dios ha llevado a cabo en el reino de la naturaleza, pero sobre todo las que ha hecho en el reino de la gracia, por las que nos exhorta Pedro (1 P. 2:9b) a anunciarlas.
(B) Por la gloria y majestad de su propio Ser (v. 2b): «Alabadle conforme a la inmensidad de su grandeza», inescrutable para el hombre (145:3). Al ser su grandeza la medida de nuestra alabanza, podemos estar seguros de que, por mucho que le alabemos, nunca le alabaremos suficiente, aun cuando Él se digne aceptar nuestras alabanzas.
3. De qué forma ha de ser pagado este tributo. Con toda clase de instrumentos, pues el salmista menciona todos los que se usaban en el servicio del templo (vv. 3–5). En el servicio de Dios no se han de escatimar costo ni esfuerzo. La mejor música para los oídos de Dios son los afectos sinceros y devotos, no una cuerda melodiosa, sino un corazón melodioso: con fe, amor, gozo, confianza y respeto; que promuevan los intereses del reino de su gracia y que vivan en gozosa expectación del reino de su gloria. Lo importante es que, en la alabanza de Dios, con las distintas voces, con diversos instrumentos, haya perfecta armonía, «con el mismo ánimo y con una sola boca» (Ro. 15:6. Lit.). Mateo usa el verbo griego symphoneuo (de donde procede «sinfonía») que, literalmente, significa «unir las voces», para expresar la armonía concertada de los creyentes cuando oran juntos. De la misma manera que hay promesa de respuesta divina a esa «armonía de oración», también es segura la aceptación divina de la «armonía de alabanza».
4. Quiénes han de pagar este tributo (v. 6): «Todo aliento» (lit.). Esta frase denota (v. Dt. 20:16; Jos. 10:40) al ser humano. En efecto, el vocablo hebreo es el mismo que aparece en Génesis 2:7: «… aliento de vida». Éste es el incienso y ésta es la ofrenda limpia que había de ofrecerse a Dios en todo lugar (Mal. 1:11). En Lamentaciones 3:56 la oración es llamada suspiro o respiración. Que todo el que respira a Dios en su oración, le respire también en su alabanza. Alabémosle mientras nos dure el aliento y, cuando la muerte nos lo arrebate, seremos llevados a otro estado en el que podremos respirar las alabanzas de Dios en un aire mejor y más libre. Comenta Cohen: «No se sabe de cierto si el salmista intentaba incluir los animales como criaturas de Dios (como en 148:10); pero, en lo que se refiere a la raza humana, la convocación a la alabanza incluye a todos».
Finalmente, los tres primeros libros del Salterio concluyen con Amén y Amén; el cuarto con Amén, Aleluya, pero el quinto y último concluye sólo con Aleluya, porque los últimos seis salmos están completamente llenos de alabanzas a Dios y no se halla en ellos ni una sola palabra de queja ni de petición. Deleitémonos con frecuencia, y pensemos en lo que hacen en el cielo los santos glorificados, qué hacen aquellos que hemos conocido en la tierra y que nos han precedido en ir allá y animémonos a cumplir en la tierra esta parte de la voluntad de Dios como ellos la cumplen en el cielo.