A pesar de las discusiones (ya desde los primeros siglos de nuestra era) sobre la autenticidad de esta epístola, los comentaristas evangélicos, y aun los catolicorromanos no afectados por el modernismo bíblico, están de acuerdo en atribuirla al apóstol Pedro. Hay grandes porciones en ella, especialmente en el capítulo 2, que guardan estrecha semejanza con la Epístola de Judas. Si hubo alguna dependencia, como es altamente probable, no hay duda de que fue la de Judas la que influyó en la 2 Pedro, ya que la presente epístola fue escrita (v. 1:14) poco antes del martirio de Pedro en Roma el año 67 de nuestra era.
La carta tiene por principal objetivo hacerles a la memoria a los destinatarios las verdades fundamentales del cristianismo, a fin de ponerles en guardia contra las herejías de los falsos maestros. Para su división, adoptamos la del Dr. Ryrie en su Ryrie Study Bible.
I. Saludos (1:1–2).
II. El desarrollo de la fe (1:3–21).
III. La denuncia de los falsos maestros (2:1–22).
IV. El diseño del futuro (3:1–18).
I. Tenemos primero el saludo y bendición iniciales (vv. 1, 2). II. Pasa luego el apóstol a tratar del crecimiento de la fe (vv. 3–11), y III. Del cimiento de la fe (vv. 12–21).
Versículos 1–2
1. A diferencia de 1 Pedro 1, el apóstol se presenta a sí mismo con los nombres de Simón (o, Simeón, según otros MSS), que era su nombre judío (hebr. Shimeón) y Pedro, que fue el sobrenombre que Jesús le impuso. También a diferencia de 1 Pedro, se llama a sí mismo siervo (gr. doúlos) y (como en 1 P. 1:1) apóstol de Jesucristo.
2. La carta va destinada «a los que, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, han recibido una fe tan preciosa como la nuestra» (NVI). Tanto en esto como en la bendición que sigue (v. 2), las diferencias con 1 Pedro 1:1, 2 son muy notables; quizás influyó la fecha en que fue escrita ésta.
(A) Nótese la forma tan genérica con que son designados los destinatarios de la epístola, lo cual amplifica considerablemente su aplicación: «los que alcanzaron una fe del mismo valor (o precio) que (la que) nosotros (alcanzamos)» (lit.). Explica Ryrie: «El pensamiento es éste: Escribo a los que han obtenido una fe de la misma condición que la nuestra (esto es, la de los apóstoles), por razón de la imparcialidad de las bendiciones de Cristo».
(B) En efecto, para todos los creyentes es la misma, tanto la posición legal como la condición espiritual en que nos hallamos, merced a la imparcial justicia de Dios, como se revela en el Evangelio (v. Ro. 1:17). Como hace ver R. Franco, esa fe, ese «depósito de verdades reveladas … no lo han conseguido por sus propios méritos, sino por don gratuito de Dios. Ése es el sentido del verbo utilizado aquí: lakhoúsin, que literalmente significa recibir por suerte y, consiguientemente, no por propio esfuerzo o méritos, sino por gracia». M. Lloyd-Jones hace notar también que existe otra implicación en la identidad de la fe de los apóstoles y la nuestra: el fundamento apostólico de nuestra fe. Y M. Henry apostilla: «La fe es tan preciosa en el cristiano particular y en el apóstol: Produce los mismos valiosos efectos en el uno y en el otro … echa mano del mismo precioso Salvador y se apropia las mismas preciosas promesas».
(C) Esa gracia que Dios nos ha dispensado, y por la que somos salvos mediante la fe, tiene su origen en la justicia de Dios y de Jesucristo (v. 1b), según la explica Pablo en Romanos 3:21–26. Con un solo artículo, une el autor sagrado «nuestro Dios y Salvador Jesucristo», lo mismo que hace Pablo en Tito 2:13, donde puede el lector hallar el comentario a dicha frase.
2. La primera frase de la bendición (v. 2): «Gracia y paz os sean multiplicadas» (lit.), es decir, «abunden y crezcan en vosotros», es exactamente la misma que aparece al final del versículo 2 de 1 Pedro
1. Aquí añade Pedro que esa abundancia de gracia y de paz sólo se puede obtener «en el conocimiento pleno de Dios y de Jesús, el Señor nuestro» (lit.), pues precisamente en eso consiste la vida eterna (v. Jn. 17:3). Dice Salguero: «Cuanto más se avanza en el conocimiento práctico de Dios y de Jesucristo, tanta mayor gracia se obtiene de Dios y tanta mayor felicidad se goza, porque el conocimiento de Dios es la base y el fundamento de todo el edificio de nuestra salvación». Al llegar aquí, no puedo menos de recomendar encarecidamente a mis lectores el libro de J. Packer «Hacia el conocimiento de Dios» (título de la edición castellana).
Versículos 3–11
En estos versículos, el autor sagrado explica de qué forma el conocimiento de Dios incrementa en nosotros la gracia y la paz que de Él hemos recibido. Al resumir el pensamiento del autor sagrado en los versículos 3–7, dice Lloyd-Jones: «Eso acontece así: Primero de todo, hay ciertas cosas que se hacen para nosotros; luego, nosotros mismos procedemos a hacer ciertas cosas. Lo que se hace para nosotros se describe en los versículos 3 y 4, y lo que hemos de hacer nosotros va en los versículos 5 y 6». No sé de quién es la equivocación, pues debería decir: «… va en los versículos 5–7». Los versículos 8, 9 exponen las razones para obrar así, y los versículos 10 y 11 contienen una exhortación sobre lo mismo. Son, pues, cuatro los puntos en que subdividimos esta porción.
1. Dicen los versículos 3 y 4, según la edición inglesa de la NVI: «Su divino poder nos ha dado todo cuanto necesitamos para la vida y la piedad mediante nuestro conocimiento del que nos llamó por su gloria y bondad. Por medio de estas cosas, nos ha otorgado sus muy grandes y preciosas promesas, a fin de que, mediante ellas, podáis participar de la naturaleza divina y escapar de la corrupción que hay en el mundo, causada por los malos deseos».
(A) Los autores hacen ver que la frase «divino poder» no se halla en ninguna otra parte de las Escrituras. Dice R. Franco: «Es característica de la filosofía griega y del helenismo cultivado», y cita lugares de Platón y de Aristóteles, entre otros. Lo que a nosotros nos interesa es que dichos atributos, el poder y la divinidad de ese poder, se atribuyen, de acuerdo con las reglas gramaticales, al antecedente más próximo, es decir, a Jesús, el Señor nuestro (v. 2, al final).
(B) Es, pues, el poder divino de nuestro Salvador el que nos ha otorgado como un don (dedoreménes, en participio de pretérito perfecto; algo que perdura) todas las cosas que dicen relación a la vida y a la piedad (lit.), esto es, para la vida espiritual y para la piedad cristiana; aunque tambien podría ser una hendíadis: Para una vida piadosa. Dice R. Franco: «El que se añada y la piedad indica que esta vida de la que habla no es algo meramente escatológico, reservado para después de la muerte, sino, como en San Juan, una realidad presente ya en el mundo».
(C) Conforme a lo que dijo en el versículo 2, también ahora (v. 3b) añade que esas cosas que tienen que ver con una vida piadosa nos han sido regaladas mediante el conocimiento que de Dios nos ha sido también otorgado. Este conocimiento estuvo ya en el origen de todas las bendiciones que nuestro llamamiento comportaba, y ese mismo conocimiento es el término de toda nuestra vida espiritual. Es el conocimiento del que nos llamó mediante su gloriosa virtud (lit. mediante su propia gloria y virtud). El término griego para virtud es areté, el mismo de 1 Pedro 2:9 y ha de entenderse en el mismo sentido.
(D) Por medio de estas cosas (v. 4), esto es, de su gloria y virtud, de Dios, en Cristo y mediante su Espíritu, «nos han sido otorgadas (el mismo verbo del versículo 3; ahora, en pretérito perfecto de indicativo, voz media pasiva: dedóretai) las preciosas (o, valiosas; gr. tímia, como en 1 P. 1:19) y grandísimas promesas» (lit.). Estas promesas son las que habían sido profetizadas ya en el Antiguo Testamento y tienen su cumplimiento en Cristo.
(E) La frase siguiente: «a fin de que, por ellas (las promesas), lleguéis a compartir (gr. guénesthe koinonoí, de la misma raíz que koinonía, comunión) la naturaleza divina» (v. 4b) es de tal riqueza y hondura que bien merece un análisis especial:
(a) La expresión theía phúsis (divina naturaleza) es de corte griego y la usaron con frecuencia filósofos y escritores griegos como Platón Aristóteles, Jenofonte, Epicuro, etc. Según Windisch (citado por Salguero) «la espiritualidad helenista hablaba de la participación de la naturaleza divina concedida a los hombres por la dúnamis (poder) de Dios, y del conocimiento de Dios». De ahí, empero, no puede inferirse que Pedro la tomara del helenismo; en su pluma, tiene un tono típicamente bíblico. Dice Ryrie:
«Los creyentes comparten la vida de Dios por medio de Cristo y del Espíritu que viven en él (Ro. 8:9; Gá. 2:20)». La mutua inmanencia de Dios y del que ama a Dios (v. Jn. 14:23; 1 Jn. 4:16, por ej.) basta para explicar esta íntima «comunión de vida divina» del cristiano con Dios en Cristo (v. 1 Jn. 1:3, 6).
(b) Para evitar confusiones, notemos que Pedro no dice que compartamos la esencia (gr. ousía), sino la naturaleza (gr. phúsis o physis), divina. Permítaseme ahondar un poco en esta distinción teológica, no sólo para entender correctamente el sentido de la frase, sino también para que nos percatemos de su alcance práctico y devocional: Compartir la esencia de Dios equivaldría a poseer los atributos trascendentes que hacen de Dios el Ser Absoluto y Necesario, totalmente Otro: la infinitud en todos sus aspectos de perfección absoluta, eternidad, inmensidad, omnipotencia, etc. En cambio, compartir la naturaleza significa poseer la vida de Dios como fuente, no de sus atributos incomunicables, sino de su conducta imitable: su modo de pensar, su modo de amar y su modo de obrar. Es precisamente después de mencionar el amor compasivo de Dios, cuando dice Pablo (Ef. 5:1): «Por lo tanto, sed imitadores de Dios, como hijos muy amados».
(e) Al llegar a este punto, quiero hacer partícipes a los lectores de un pensamiento que ha sido de gran bendición para mí desde la primera vez que lo ponderé: Con toda reverencia, podemos asegurar que Dios no es precisamente feliz por ser infinito, inmenso, omnipotente, etc., sino por su conocimiento sin límites, por su amor sin fronteras y por su poderosa voluntad para llevar a efecto sus amorosos designios. En eso estaba cifrada su infinita felicidad, en la eternidad, en la comunión de la Trina Deidad; y ésa es la felicidad que ha tenido a bien compartir con los hombres en un arranque inefable de amor abismal (Jn. 3:16; 1 Jn. 3:1), con el que se ha comprometido, en una aventura realmente romántica, a sufrir con los suyos (Is. 63:9) y a morir por los ajenos (Ro. 5:5–10). Véase tambien el comentario a 1 Juan 4:8.
(d) Esta comunión con Dios, al compartir su bendita naturaleza, nos honra con el mayor privilegio que pueda darse en un ser creado, pero, al mismo tiempo, nos impone una tremenda responsabilidad. De la diosa pagana Juno, dice Virgilio en su Eneida: «Incessu patuit dea»: Con solo su andar, se echó de ver que era una diosa. Lo mismo habría de poder decirse de todo hijo de Dios: En todo su porte se echa de ver de quién es hijo; actúa a lo divino, como actuaba Jesús, el Hijo de Dios (v. Jn. 14:9). En un texto ya clásico, dice León el Grande, obispo de Roma en los años 440–461: «Reconoce, cristiano, tu dignidad: y hecho partícipe de la divina naturaleza, no vuelvas, con una conducta indigna, a la vileza de tu condición anterior».
(F) Esta comunión con la divina naturaleza comienza ya en este mundo. Basta, para demostrarlo, la conexión con la frase siguiente (v. 4c): «Tras de haber escapado de la corrupción que hay en el mundo, a causa de los deseos malvados». No se puede ser, a un mismo tiempo, amigo de Dios y del mundo (1 Jn. 2:15–17); no se puede ser, a la vez, puro y corrupto (1 Jn. 3:3–10); nuestra transformación espiritual exige dar de mano a los esquemas del mundo (Ro. 12:2). Aquí está implicada toda la lucha entre nuestra nueva naturaleza (divina) y la vieja (mundana y pecaminosa), como vemos en tantos lugares (v. por ej., Ro. 6:12 y ss.). Aunque la huida de la corrupción y el comenzar a compartir la naturaleza divina son, en el tiempo, cosas simultáneas, la huida de la corrupción debe ser lógicamente anterior, como se ve por el participio de aoristo apophugóntes (comp. con 1 Ts. 1:9 «a Dios DESDE los ídolos»).
2. En los versículos 5–7 tenemos lo que nosotros hemos de hacer para ir edificando nuestra casa espiritual sobre la fe con la que nos hemos apropiado las preciosas y grandísimas promesas que el autor sagrado ha mencionado al comienzo del versículo 4. Este esfuerzo por nuestra parte se echa de ver ya en la primera frase del versículo 5: «Y por esto mismo, poniendo todo empeño …» (lit.). Dice R. Franco: «Y por esto …; es decir, porque hay que huir de la corrupción, hay que poner todo empeño en la práctica de la virtud». Dicen así los versículos 5–7 en la NVI: «Precisamente por esto, poned todo empeño en añadir a vuestra fe bondad; a la bondad, conocimiento; al conocimiento, dominio de sí mismo (gr. enkráteian, el mismo vocablo de Gá. 5:23); al dominio de sí mismo, perseverancia (gr. hupomonén, la paciencia para aguantar bajo el peso de circunstancias adversas); a la perseverancia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor (agápen, lo mismo, por ej., que en todo el cap. 13 de 1 Co.)».
(A) Lo primero que notamos en estos versículos es que, sólo cuando ya compartimos la divina naturaleza, nos es posible poner empeño y tesón, esfuerzo y vigor personal, en la adquisición de las virtudes que configuran el carácter cristiano. Existe ya la fe, no como un acto con el que nos apropiamos en el pasado la salvación, sino como una actitud que perdura.
(B) A esa fe, dice Pedro (v. 5), hemos de añadir, como piedra sillar que se coloca sobre una base firme, virtud (lit.). El significado de virtud (gr. aretén) lo vimos en 1 Pedro 2:9 y lo acabamos de ver en el versículo 3 del presente capítulo. El verbo pareisphéro (única vez que dicho verbo sale en todo el Nuevo Testamento) significa «aportar», esto es, «contribuir con algo que se tiene a mano», y está en participio de aoristo, con lo que da a entender que ese «todo empeño que hemos de poner» lo tenemos al alcance de la mano mediante la gracia que nos une con Cristo, fuente de toda gracia (v. Jn. 1:16; 15:5; 1 Co. 15:10, al final). Tras del participio de aoristo pareisenénkantes, viene el imperativo de aoristo epikhoreguésate, que, como en los otros cuatro lugares en que ocurre en el Nuevo Testamento (v. 11; 2 Co. 9:10; Gá. 3:5 y Col. 2:19), significa proveer, suministrar; lo cual indica que también está al alcance de nuestra mano la virtud que hemos de añadir. Sobre esta unión de la virtud con la fe, dice Lloyd-Jones: «Aquí “virtud” significa “poder moral” o, si lo preferís, energía moral—indica actividad o vigor del alma—. Procurad, dice Pedro, que vuestra fe sea una fe viva, que sea una fe activa, que sea una fe vigorosa, que sea una fe viril, una fe enérgica».
(C) A esa virtud, dice Pedro, hay que añadir conocimiento. Para usar debidamente el vigor de la fe, es menester hacerlo con buen conocimiento; el cual, por supuesto, no es el primer conocimiento que tuvimos de Dios cuando le amamos por primera vez, al ser amados, conocidos, por Él (v. 1 Co. 8:3; 1 Jn. 4:19), sino una mayor penetración en las verdades de la fe, una mayor comprensión de la naturaleza misma que compartimos con Dios. Salguero hace una magnífica explicación de ésta y de las otras tres cualidades que le siguen en el versículo 6: «A la energía moral ha de juntarse la ciencia (gnósis) práctica, que hace conocer el bien que ha de hacerse y el mal que ha de evitarse. Energía moral y ciencia práctica son correlativas: ésta da las directrices y aquélla las ejecuta. A la ciencia va unida la templanza (enkráteia, v. 6), por medio de la cual el hombre se domina a sí mismo y a sus pasiones. La templanza es necesaria para que la ciencia o el conocimiento no sea turbado por la pasión o los excesos. A la templanza se ha de unir la paciencia (hupomoné) en las aflicciones, mediante la cual perseverarán en el bien a pesar de las dificultades y no sentirán desaliento en la espera de la parusía (cf. 2 P. 3:4). A la paciencia ha de ir unida la piedad (eusébeia) para con Dios, que le confiere todo el valor religioso que puede poseer la paciencia».
(D) Los últimos sillares (v. 7) o, si se prefiere, la cúpula que corona todo el edificio, son dos cualidades cristianas de tipo netamente comunitario: el afecto fraternal (gr. philadelphía), que el propio Pedro recomienda en 1 Pedro 1:22, y el amor (gr. agápe), cima y corona, lazo y forma vital, de todas las demás cualidades del carácter cristiano.
3. A continuación (vv. 8 y 9), el autor sagrado expone las razones principales por las que debemos esforzarnos en la práctica de todas esas virtudes. Esas razones son dos: una, de aspecto positivo; la otra está expresada negativamente.
(A) Dice así el versículo 8 en la NVI: «Porque si poseéis estas cualidades en progreso constante, os preservarán de la inoperancia y de la infructuosidad en vuestro conocimiento de nuestro Señor Jesucristo». En otras palabras, el conocimiento pleno (gr. epígnosis), experimental, del Señor depende del progreso en la virtud; y este progreso, por ser una constante andadura en el camino de la santidad, preserva de la inoperancia (el griego argós indica el «desocupado inútil» o «estéril social», como en 1 Ti. 5:13; Tit. 1:12 y Stg. 2:20) y, por tanto, de la infructuosidad (gr. akárpous, sin fruto), que es la lógica consecuencia de la esterilidad. El conocimiento pleno de Jesucristo es así el término de este crecimiento, como fue también su principio, ya que todo conocimiento de Cristo ha de comenzar por esa verdad fundamental que Pablo expresa así en Tito 2:14: «quien (Jesucristo, del v. 13) se entregó a sí mismo para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que le pertenece en propiedad y que está anhelando obrar el bien» (NVI). Nótese ese «anhelando obrar el bien». Dice Matthew Henry: «Ésta es la consecuencia necesaria de añadir una gracia a otra; pues cuando todas las gracias están en el corazón, se mejoran y fortalecen la una a la otra. Y dondequiera que la gracia abunde, allí habrá abundancia de buenas obras».
(B) El aspecto negativo se pone de relieve en el versículo 9: «Pero el que no las tiene, es un miope y un ciego, pues se olvida de que ha sido purificado de sus antiguos pecados» (NVI). Estos pecados son los cometidos antes de la conversión. El pensamiento de Pedro es aquí el siguiente: El que carece de las cualidades enumeradas en los versículos 5–7 «tiene una miopía que es prácticamente una ceguera» (R. Franco); no ve hacia delante, con lo que su conocimiento de Cristo es un fatal espejismo, ni ve hacia atrás, pues si recordase el momento en que le fueron perdonados sus antiguos pecados, recordaría también que la comunicación de la divina naturaleza produce espontáneamente la práctica de la virtud.
4. Termina Pedro esta sección (vv. 10, 11) con una nueva exhortación a lo mismo, y añade otros dos motivos para que sean diligentes en lo que acaba de inculcar a sus lectores: «Por tanto, hermanos míos, poned mayor empeño aún en que se consoliden vuestro llamamiento y vuestra elección; porque si hacéis estas cosas, no caeréis jamás, y se os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (NVI).
(A) La primera parte del versículo 10 necesita una aclaración especial, pues hay quienes ven aquí una indicación de que «ni la vocación ni la elección son de tal manera definitivas que no sea necesaria la cooperación humana» (R. Franco). El propio Pedro se ha encargado de refutar este concepto antibíblico al decir (v. 3) que «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder». Nótese lo de «nos han sido dadas». Nadie se salva a sí mismo. La salvación es de gracia mediante la fe de punta a cabo; es un ¡don de Dios! (Ef. 2:8). «Consolidar el llamamiento y la elección» no significa de ningún modo que nuestras obras hagan más segura, objetivamente, nuestra salvación; la hacen, subjetivamente, más cierta; que no es lo mismo. En otras palabras, todo creyente genuino tiene asegurada la salvación; pero el que no cultiva las virtudes que Pedro enumera en los versículos 5–7, al quedar así sin frutos que evidencien la vitalidad de su fe, se priva a sí mismo del testimonio seguro de su propia conciencia de que su elección es segura; ¡tiene motivos para dudar de ello! Y Pedro tiene deseos de que sus lectores no sufran inquietudes a este respecto, sino que posean, no sólo la salvación, sino también el gozo de la salvación.
(B) Por eso dice que, al pisar un terreno tan sólido, no caerán jamás (lit. de ningún modo caeréis alguna vez). También aquí puede haber quien halle otra dificultad, al pensar que Pedro enseña que podemos llegar a una perfección absoluta en esta vida. No es eso lo que dice, sino que, en la medida en que lleven una vida santa, protegerán sus pies de caer ante los errores que los falsos maestros tratan de inculcarles. Este caer (comp. con Stg. 2:10; 3:2) «se entiende en sentido moral. El autor conserva aún en la imaginación la imagen de la ceguera del versículo anterior. Hay un largo camino que recorrer, donde el ciego necesariamente tropieza y cae» (R. Franco).
(C) Pero el autor sagrado no se limita a decir que, por el camino de la santidad, no hallaremos tropiezo, ocasión de caer en el error y en el pecado, sino que asegura que, «así os será provista (el mismo verbo del v. 5) ricamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (lit.). Quizás una mirada a Mateo 7:13, 14 nos ayude a entender mejor este versículo 11. De nuevo hemos de repetir aquí que todo creyente genuino tendrá entrada en el reino eterno de los cielos, pero sólo quienes hayan consolidado su llamamiento y elección con una vida santa tendrán amplia entrada en dicho reino. Los que vayan arrastrándose lentamente, sin buenas obras que son fruto de la fe tanto como del Espíritu Santo, encontrarán angosta la entrada; se salvarán, pero con dificultad (v. 1 P. 4:18, con el comentario que allí damos). Juan usa otra expresión, en 1 Juan 2:28b: «tener confianza cuando el Señor se manifieste, en vez de quedar avergonzados». Recordemos también 1 Corintios 3:12–15: ¿Qué dirá el creyente que, cuando Jesús lo llame a su tribunal (v. Ro. 14:10; 2 Co. 5:10) y le pregunte: «¿Qué me traes? ¿Qué has hecho de mis gracias? ¿Dónde están tus servicios a mi causa?», no sepa qué responder, pues todo lo que lleva en las manos es «madera, heno, paja» que ha de consumir el fuego de Dios? (v. Hch. 12:29). ¿No quedará, aunque salvo, avergonzado?
(D) También ha de notarse que Pedro llama al cielo el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Ese reino ha sido preparado desde la eternidad para los que aman al Señor (comp. con Mt. 25:34, 46). Los que están vitalmente unidos a Cristo reinarán mil años con Él (v. Ap. 20:4, al final), porque el reinado mesiánico será todavía un reinado de conflicto y de juicio, al final del cual, vencidos ya todos los enemigos, Cristo entregará dicho reino al Padre (1 Co. 15:24), pero no por eso se despojará Cristo de su corona (v. Lc. 1:32, 33), ni los creyentes de las suyas respectivas, puesto que «reinarán por los siglos de los siglos» (Ap. 22:5, al final). Sólo resta observar que «éste es el único sitio del Nuevo Testamento en que se encuentra la expresión “reino eterno” (cf., sin embargo, Lc. 1:32, 33). También la expresión Señor y Salvador, tan familiar para nosotros, es exclusiva de la 2 P. 2:20; 3:2, 18)» (R. Franco).
Versículos 12–21
Después de hablar del crecimiento de nuestra fe, el autor sagrado pasa a tratar del cimiento de dicha fe, el cual no es otro que la Palabra de Dios (v. 19). Pero antes de exponer dicho cimiento, antepone una nota de afecto y diligencia, en la que dice a sus lectores lo mucho que desea el que no olviden ninguna de estas cosas (vv. 12–15), ya que no son fábulas ingeniosas, sino lo que él mismo vio y oyó en el monte de la Transfiguración, lo que realmente constituye el cimiento de la fe (vv. 16–18). De ahí pasa a la consoladora afirmación de que, tan segura como su testimonio de primera mano, es la Palabra de Dios como la tenemos en las Escrituras (vv. 19–21).
1. Dicen los versículos 12–15 en la NVI: «Por eso, yo siempre os traeré a la memoria estas cosas, aun cuando ya las sabéis y estáis firmemente consolidados en la verdad que ahora tenéis. Pues creo que es lo correcto por mi parte el refrescaros continuamente la memoria, mientras permanezca en esta tienda de campaña; porque ya sé que pronto va a ser desmantelada esta tienda de mi cuerpo, según me lo ha dado a conocer nuestro Señor Jesucristo. Y yo he de procurar con todo empeño el que, después de mi partida, podáis en todo momento renovar el recuerdo de estas cosas».
(A) Basta una somera lectura de estos versículos para percatarse del interés de Pedro en que los lectores no olviden jamás lo que acaba de decirles en los versículos anteriores. No menos de tres veces repite, con tres vocablos diferentes, la idea de refrescarles la memoria. La razón es doble: (a) La suma importancia de la materia que está tratando: No es cosa leve, fútil, periférica, sino que está hablando de lo más importante en el campo de la santificación cristiana. (b) La suma facilidad que los seres humanos tenemos para olvidar aun las cosas más importantes. Tras de unos meses (quizá, días) de gozo en la salvación adquirida y en la comunión con el Señor, la tensión se relaja la costumbre hace decaer el valor de las cosas y se pierde el primer amor (Ap. 2:4). La pérdida de la memoria va de la mano con la pérdida de interés. Por eso, la táctica primordial que Pedro emplea aquí es recordar a sus lectores la enorme magnitud, en cantidad, calidad e importancia (v. 4), de las cosas que está tratando. ¡Son cosas que no deben caer en el olvido!
(B) Por eso, a pesar de que no son cosas nuevas, sino sabidas (v. 12), les dice que: «estoy dispuesto a refrescaros siempre la memoria acerca de estas cosas» (lit.). A pesar de que ya pisan terreno firme (gr. esterigménous, en participio de pretérito perfecto; el mismo verbo de Santiago 5:8; 1 Pedro 5:10, entre otros lugares), es menester que no se fíen, pues los falsos maestros (2:1–3, 12–14; 3:3–5, 16–18) están siempre dispuestos a lo contrario que Pedro intenta: a hacerles olvidar la sana doctrina y a precipitarles en el error y en la disolución.
(C) Dos motivos especiales se añaden, los cuales explican el interés que Pedro pone aquí: (a) Su propio celo apostólico y pastoral (v. 13): mientras viva en este mundo, considera que es justo (lit.), es decir, lo que debe hacerse (comp. con Mt. 3:15 «… conviene que cumplamos toda justicia»), recordarles estas cosas. Pedro es consciente de su tremenda responsabilidad. Queridos colegas en el ministerio:
¿Tenemos nosotros el mismo interés en que las ovejas de Cristo encomendadas a nuestro cargo (v. 1 P. 5:2, 3) sean enseñadas y amonestadas como Dios quiere? (b) Su inminente traslado (vv. 13–15) a la casa celestial. Véase cómo habla de su partida en términos de éxodo (gr. éxodon, salida), en el versículo 15; de peregrinación en tienda de campaña (gr. skenómati, como llama a su cuerpo comp.—con 2 Co. 5:1—) en el versículo 13; y del desmantelamiento de dicha tienda de campaña (gr. he apóthesis tou skenómatos mou), en el versículo 14. Tanto en Pedro como en Pablo, la metáfora no debe entenderse en sentido dualista, al estilo platónico, esto es, considerar el cuerpo y el alma como dos entidades opuestas, como si sólo el alma (más exactamente, el espíritu—V. Gn. 2:7; Ec. 12:7—) fuese el único constitutivo de nuestro ser personal, al ser el cuerpo como la cárcel en la que ahora vive aprisionado. Dice R. Franco: «La imagen tiene su origen en la vida nómada (Is. 38:12) y pone el acento en lo efímero de la existencia humana (v. 14)».
(D) El autor sagrado no se contenta con recordarles siempre estas cosas (vv. 12, 13) mientras está en este mundo, sino que desea dejarles (v. 15) un recordatorio (gr. mnémen) para que lo conserven cuando él haya partido ya de esta vida. Esta es la causa por la que está poniendo por escrito todo esto, ya que, como dice el refrán latino, verba volant, scripta manent: las palabras vuelan, lo escrito permanece. Dice M. Henry: «La cercanía de la muerte presta al apóstol diligencia en los asuntos de la vida. Pronto será apartado de la presencia de aquellos a quienes está escribiendo, y es su ambición el que recuerden la doctrina que les ha encomendado». ¡De ahí la importancia de tomar notas en las clases!
(E) Finalmente, discuten los autores cuál es el significado de la frase (v. 14b): «como también nuestro Señor Jesucristo me manifestó» (lit.). La discusión es sobre si Pedro se refiere a lo que le dijo el Señor en Juan 21:18, 19, o a una revelación especial que el Señor le hubiese otorgado posteriormente. Aunque sólo sabemos de cierto lo que consta en el citado lugar de Juan 21:18, 19, y el verbo manifestó está en aoristo, es muy poco probable que Pedro aluda a eso; a mi juicio, por dos razones: (a) En Juan 21:18, 19, Jesús le había mencionado vagamente la edad («cuando seas viejo», frase muy elástica) y el modo violento de la muerte («otro te ceñirá, etc.»), pero no el tiempo preciso que aquí se insinúa. (b) Pedro dice literalmente:
«como también …», lo cual sugiere que esa revelación del Señor se añadía al presentimiento que él tenía de su inminente partida. Como observa R. Franco, «estas revelaciones no eran raras (de san Pablo, cf.
Hch. 20:23, 25, 28; 21:11)».
2. De ahí pasa el autor sagrado a encarecer más aún la importancia de las cosas que les ha dicho, pues no son fábulas ingeniosas, historietas de ciencia-ficción, sino asunto de suma importancia (vv. 16–18):
«No hemos seguido novelas ingeniosamente inventadas (lit. mitos sofisticados), cuando os dimos a conocer el poderoso advenimiento (lit. el poder y la presencia—gr. parousían—) de nuestro Señor Jesucristo, sino que fuimos testigos de vista de su majestad. Porque Él recibió de Dios el Padre honor y gloria, cuando vino sobre Él desde la Majestuosa Gloria (como en He. 1:3, al final, una frase sustitutiva del Nombre de Dios) una voz que dijo: “Este es mi Hijo, mi Predilecto; con Él estoy completamente satisfecho”. Nosotros mismos escuchamos esta voz que vino del cielo, cuando estábamos con Él en la montaña sagrada» (NVI).
(A) No cabe duda de que, al decir «el poderoso advenimiento de nuestro Señor Jesucristo» (v. 16b), Pedro se refiere a la Segunda Venida del Señor. Basta el vocablo griego parousían que aquí usa, para estar seguros de ello. Y de esta Segunda Venida precisamente, nos dice que no se basa en mitos (lit.). R. Franco hace notar que el vocablo griego múthos, fábula, siempre tiene mal sentido en el Nuevo Testamento (1 Ti. 1:4; 2 Ti. 4:4; Tit. 1:14). «Son, dice, la creación de la fantasía humana en oposición a la verdadera historia evangélica … No se trata de fantasías, sino de algo que los apóstoles han visto con sus propios ojos».
(B) Por supuesto, Pedro no quiere decir aquí que él y otros apóstoles hayan sido testigos de la Segunda Venida, ni siquiera «en espíritu» como Juan (v. Ap. 1:10). Lo que quiere decir es que él, Juan y Santiago contemplaron en el monte de la Transfiguración la gloria majestuosa del Señor, adquiriendo así algo como un breve paladeo de lo que será la gloria de la Segunda Venida, de la cual fueron también asegurados por los ángeles en el monte de los Olivos, el día de la Ascensión del Señor (v. Hch. 1:11). Lo mismo había atestiguado el propio Señor en presencia del sumo sacerdote (v. Mt. 26:64). El honor y la gloria que Cristo recibió de Dios el Padre en el monte de la Transfiguración (v. 17), llamado por eso (v. 18) el monte santo (lit.), eran la garantía del poder y la gloria con que se había de llevar a cabo la Parusía, esto es, la Segunda Venida del Señor.
3. La afirmación y el testimonio de unos hombres que, como Pedro, fueron testigos de vista de lo que narran y, además, son dignos de crédito por cuanto dieron la vida por defender lo que proclamaban, nos habría de bastar para estar seguros de la firme cimentación de nuestra fe cristiana. Pero, además, continúa Pedro, tenemos la palabra de los profetas hecha más segura. Dicen así los versículos 19–21 en la NVI:
«Y tenemos la palabra de los profetas hecha más segura, y haréis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que amanezca el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana. Ante todo, debéis percataros de que ninguna profecía surgió de la interpretación del propio profeta. Pues la profecía nunca tuvo su origen en la voluntad del hombre, sino que los hombres hablaron de parte de Dios conforme eran llevados por el Espíritu Santo». Volveremos sobre el versículo 20, a fin de mejorar la traducción que nos da aquí la NVI.
(A) Lo primero que es de observar aquí es lo de «Y tenemos más firme (o consolidada. El vocablo es el mismo del versículo 10, aunque ahora está en comparativo) la palabra profética» (lit.). La palabra profética se refiere, nadie lo discute, a las profecías acerca de Cristo, las cuales incluyen la Segunda Venida del Señor. El énfasis, pues, está en la «profecía», aunque el versículo 21 extiende a toda la Escritura el concepto que aquí expone el autor sagrado. Lo que sí es discutible es el sentido que tiene dicha primera frase del versículo 19, en la forma en que la hemos vertido literalmente del original. Para algunos, el sentido es que las profecías (y la Escritura en general) son un argumento más sólido que el testimonio de Pedro y los demás que contemplaron al Señor en el monte de la Transfiguración. Para otros, y éste es el sentido más probable, lo que Pedro da a entender aquí es que la experiencia de la Transfiguración del Señor confirma la verdad de las profecías. Dice R. Franco: «Las profecías siempre han sido sólidas, es decir, dignas de fe (He. 2:2); pero su realización las hace aún más dignas de fe para nosotros». En efecto, la conexión del versículo 18 con el versículo 19 no se hace en el original por medio de una conjunción adversativa, ya sea fuerte (gr. allá) o suave (gr. de), sino por medio de la conjunción copulativa kai. Este segundo sentido es el que le dan a este versículo 19 todas las versiones modernas que conozco.
(B) El autor sagrado continúa diciendo (v. 19b) que haremos bien (lit. Gr. kalós, excelentemente) en prestar continua atención (prosékhontes, en participio de presente) a dicha palabra profética, comparándola a una lámpara (gr. lúkhno). El sentido de este vocablo, como puede verse, en especial, por Lucas 15:8 y Juan 5:35, no es aquí el de un foco luminoso, sino más bien el de un candil, suficiente para dar luz a nuestros pies y a la porción del camino (v. Sal. 119:105) que vamos pisando de un momento para otro. Esto explica el que nos resulte difícil adivinar el sentido de muchas profecías que quedan por cumplir, así como el que haya interpretaciones tan diferentes sobre el sentido de dichas profecías. Como escribe el profesor E. Trenchard: «La profecía no es precisamente un foco eléctrico para poner en evidencia todo cuanto ha de suceder en el provenir (lo que haría más daño que bien), sino “un candil que alumbra en lugar oscuro” (2 P. 1:19, trad. lit.), de utilidad para que no tropecemos y para que pongamos la mira en la gran consumación que se espera».
(C) La última parte del versículo 19 es de una belleza extraordinaria por las metáforas con que expresa el paso de la noche de esta vida al día esplendoroso de la Segunda Venida: Guiados por la pequeña luz de la palabra profética, que va alumbrando nuestros pasos en la noche (v. Ro. 13:12), vamos acercándonos al amanecer escatológico o, como decía castizamente nuestra antigua Reina-Valera, «hasta que el día esclarezca» («el día», sin más—como en 1 Co. 3:13—, o «el día del Señor Jesús»—como en 1 Co. 5:5; 2 Co. 1:14—, «el día de Jesucristo»—Fil. 1:6—, «el día de Cristo»—Fil. 1:10; 2:16—) y surja en el Oriente (anateíle) el lucero» (gr. phosphóros, de donde viene «fósforo»—que lleva luz—, y cuya versión latina es lucifer, aplicado a Satanás con base en Is. 14:12). Tanto el verbo diaugáse («amanezca» o «esclarezca») como el nombre phosphóros salen únicamente aquí, mientras que el verbo anateíle, junto con el correspondiente sustantivo anatolé («oriente») ocurren numerosas veces en el Nuevo Testamento. El sentido, pues, de dicho verbo es el de levantarse el sol (comp. con Lc. 1:78b), por lo que el epíteto griego phosphóros, aplicado a Cristo, más bien que «lucero matutino», debería entenderse como «astro de la mañana»—esto es, el sol—, según se llama también a Jesucristo en Apocalipsis 2:28; 22:16.
(D) El versículo 20 ofrece una dificultad especial, no sólo por los matices de que es capaz el adjetivo idías (propia, privada, particular), sino, muy especialmente, por el sentido que se le de al sustantivo epilúseos. Este vocablo no sale en ningún otro lugar del Nuevo Testamento. Su sentido en el griego clásico es «solución» o «suelta» (el acto de soltar), pues el verbo correspondiente (epilúo) significa
«soltar». Dicho verbo sale únicamente dos veces en todo el Nuevo Testamento: En Marcos 4:34, donde significa «explicar», y en Hechos 19:39, donde significa «resolver», «decidir». De aquí puede rastrearse mejor el sentido bíblico del vocablo epilúseos en el versículo 20 de la presente porción. La idea de los versículos 20 y 21, tras de los conceptos expresados en los versículos 18 y 19, es sumamente clara: La palabra profética no es palabra de hombre, sino Palabra de Dios, porque los profetas no hablaban de su propia iniciativa, sino movidos por el Espíritu Santo. Ésta es, decididamente, la idea que el autor sagrado expone aquí, y de ella no ha de movernos cualquier explicación que a los versículos 20 y 21 pueda ofrecer ningún exegeta. Para no cansar a los lectores con las muchas y variadas interpretaciones que al versículo 20 se han dado (las principales pueden verse en la Ryrie Study Bible), la mejor versión que conozco es la que hace el Dr. Lloyd-Jones: «Conociendo esto lo primero, que ninguna profecía de la Escritura surge o se origina en la forma personal como entiende las cosas el profeta, porque la profecia no vino antaño por la voluntad del hombre, sino que los santos hombres de Dios (los que redactaron la Biblia) hablaron según eran movidos (lit. llevados, como un barco por el viento) por el Espíritu Santo». Permítasenme tres aclaraciones:
(a) La expresión (v. 21b) «los santos hombres de Dios» no indica que pertenecieran a Dios (aunque esto sea verdad), sino que eran comisionados por Dios (gr. apó Theoú, como el alto lugar desde el que les llegaba el encargo).
(b) La expresión (en el mismo lugar) «según eran llevados (lit.) por (gr. hupó—preposición que indica que estaban bajo la acción de Dios—. Nótese su diferencia de apó) el Espíritu Santo», significa que la inspiración de Dios (comp. con 2 Ti. 3:16) cae directamente sobre la Escritura, no sobre los hombres que la escribieron; en otras palabras, la Biblia es la «soplada por Dios» (lit.), no los hagiógrafos; éstos eran llevados, movidos, por el Espíritu Santo, a fin de que, sin perder su estilo peculiar y la información que poseyesen, escribiesen todo, sólo y de la manera que mejor servía a los designios de Dios para declararnos, por medio de unos hombres, todo Su consejo. Así que esos hombres no eran propiamente «inspirados» («soplados»; pues habrían escrito al dictado), sino «llevados», como es conducida una persona a puerto seguro, sin perder nada de su espontaneidad personal.
La falta de atención al verbo griego guínetai (v. 20, al final) ha llevado a muchas versiones (especialmente, antiguas) a traducir «es de interpretación privada» (o particular, en la antigua Reina- Valera). El error se halla también en la Autorizada Versión (AV) inglesa. Ello ha dado lugar a los autores catolicorromanos para decir que este versículo 20 va en contra de la doctrina protestante del libre examen de la Escritura. Dice Salguero: «Las palabras de la 2 Pedro van dirigidas contra los falsos doctores, que interpretaban la palabra profética a su modo. Al mismo tiempo condenan directamente las teorías del libre examen de los protestantes». En estas palabras se hallan, por lo menos, dos gruesos errores: Primero, no es cierto que dicho versículo diga que «ninguna profecía es de interpretación privada», sino, a lo más, que «ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación privada», aunque, como ya hemos visto, «interpretación» no es el vocablo exacto, ni apropiado, para verter el griego epilúseos («solución, suelta, decisión»). Segundo, y este error es todavía peor, Salguero confunde el libre examen con la interpretación personal. Ningún protestante bien informado ha dicho jamás que tengamos derecho a una interpretación privada, es decir, la que se nos ocurra, ya que es el Espíritu Santo el que nos guía por el camino de la verdad (v. Jn. 16:13, comp. con 1 Jn. 2:20, 27), sino que todo creyente tiene derecho al libre examen (que no es lo mismo) de las Escrituras, sin que en su acceso al Libro Sagrado ni en el estudio y análisis del mismo (siempre bajo la guía del Espíritu) tenga que someterse a las decisiones de ninguna «jerarquía» humana.
En este capítulo, el autor sagrado emprende la denuncia de los falsos maestros que turbaban a las comunidades cristianas. Al seguir la división que la Ryrie Study Bible hace del capítulo, vemos que Pedro expone: I. La conducta de estos falsos maestros (vv. 1–3); II. Su final condenación (vv. 4–9), y III. Sus características (vv. 10–22).
Versículos 1–3
Al amonestar a sus lectores contra los falsos maestros, el autor sagrado expone primero la conducta de éstos en los versículos 1–3 (compárense con Jud. 4), los cuales dicen así en la NVI: «Pero también hubo falsos profetas entre el pueblo (es decir, Israel), como también habrá falsos maestros entre vosotros. Estos introducirán encubiertamente herejías destructivas, llegando incluso a negar al Soberano Señor (gr. despóten, el mismo vocablo de Hch. 4:24; 2 Ti. 2:21, entre otros lugares) que los compró—atrayendo así sobre sí mismos una rápida destrucción—. Muchos les seguirán en su libertinaje, y por su causa caerá en descrédito el camino de la verdad. Llevados de su avaricia, estos maestros se aprovecharán de vosotros con cuentos que ellos mismos habrán inventado. Su condenación hace tiempo que pende sobre sus cabezas, y su destrucción no se descuida en llegar».
1. Ese «pero» (gr. de, conjunción adversativa suave, que anuncia un giro en la narración) con que comienza el capítulo, nos ofrece la conexión con el final del capítulo 1, como si dijese: «Los verdaderos profetas hablaron siendo llevados por el Espíritu Santo, pero también hubo falsos profetas». Un ligero repaso al Antiguo Testamento basta para darnos idea del número y de la baja ralea de tales falsos profetas (v. por ej., Dt. 13:1–3; Is. 28:7; Jer. 6:13–15; 14:13–15; Mi. 3:11; Zac. 13:2 y ss.).
2. Así también habrá falsos maestros entre vosotros, dice Pedro. No cabe duda de que ya los había, pero el apóstol habla de ellos en futuro («habrá … introducirán …»), «porque sabía que pronto se lanzarían sobre el rebaño de Cristo con mayor furor» (Salguero). El verbo griego pareisáxousin (como lo indica el prefijo par) significa introducir encubiertamente, solapadamente, «con palabras bien moldeadas» (lit. v. 3. Gr. plastoís lógois; de donde proceden los vocablos castellanos «plasma»,
«plástico», «emplasto», etc.). ¿Por qué obraban (y obran) estos maestros de forma solapada? Principalmente, por dos razones:
(A) Para que sus errores pudiesen entrar suavemente, como quien «dora la píldora», sin ser apenas notados. Con capa de «descubrimientos recién hechos», maestros de antaño y hogaño introducen errores como si fuesen verdades inconcusas. Frases como: «¡No lo digan a nadie! Pero es hoy cosa segura que tal libro de la Biblia no lo escribió tal autor …». O: «En nada afecta al mensaje, aunque su historicidad es muy problemática …». Cosas como éstas se dicen en cátedras que pasan por evangélicas. Y la mayoría de los alumnos, que no han adquirido todavía el suficiente conocimiento de las Escrituras para un examen crítico de lo que se les dice en clase, por un profesor que … «¡él sabrá lo que dice …!», se tragan el anzuelo y hasta se tienen por dichosos por haber venido al Colegio o al Seminario en una época en que la exégesis ha hecho tales adelantos. De ordinario, tales enseñanzas marcan los criterios de los futuros maestros y predicadores de la Palabra.
(B) Para no perder su posición. Si dijesen abiertamente lo que piensan, es probable que fuesen expulsados de sus cátedras, pero al revestir sus errores de «ciencia» y al hablar como en susurro, a fin de que ni las paredes del aula se enteren de lo que allí «se guisa», estos maestros siguen agarrados a su sinecura, y sacan buenas ganancias materiales de su profesión: «Llevados de su avaricia … se aprovecharán de vosotros» (v. 3), dice Pedro. El griego dice humás emporeúsontai, donde el verbo significa «hacer negocio» (con Stg. 4:13, son los dos únicos lugares en que tal verbo sale en el Nuevo Testamento, pero tenemos emporía, negocio—en Mt. 22:5—; empórion, mercado—en Jn. 2:16—, y émporos, mercadero comerciante—en Mt. 13:45; Ap. 18:3, 11, 15, 23—). No puede expresarse mejor la forma en que estos falsos maestros «explotan» a sus discípulos, a sus familias o a las iglesias que subvencionan sus estudios en los centros de enseñanza, aun en los que pasan por «evangélicos» y aun por «conservadores».
3. Entre los errores que estos falsos maestros propalan, singulariza Pedro que «llegan incluso a negar al Soberano Señor que los compró» (v. 1b). No dice el autor sagrado en qué negaban (gr. arnoúmenoi, participio de presente: negando continuamente) estos falsos maestros al Señor. El contexto posterior de la carta, especialmente los versículos 3:3 y ss., da a entender que negaban la Segunda Venida de Cristo. No sabemos si negaban alguna otra verdad acerca de Cristo, aunque mi opinión personal es que negaban también el matiz «redentor» o sustitutivo de la Obra de la Cruz, ya que Pedro menciona a Cristo como al
«Dueño que los compró». ¡No querían Su ley!
4. Por cierto, esta frase requiere un análisis especial, puesto que es uno de los textos más contundentes del Nuevo Testamento a favor de la redención universal. El vocablo despótes, «amo», «dueño», se aplica, tanto en el griego clásico como en el bíblico, al señor que tenía esclavos (gr. doúloi, que, como ya sabemos, es aplicado a los «siervos de Dios»). El verbo que Pedro usa para decir «compró» es agorásanta (en participio de aoristo; de una vez por todas). Este verbo significa «comprar en la plaza del mercado», donde, entre otras mercancías, se compraban y vendían esclavos. Ahora bien, ningún comentarista admite que estos falsos maestros fuesen nacidos de nuevo, salvos de gracia mediante la fe; sin embargo, Pedro asegura que Cristo los compró. ¿Qué quiere decir esto, sino que el precio por los pecados de toda la humanidad fue pagado en la Cruz, donde Dios estaba reconciliando consigo al mundo? (Comp. con 2 Co. 5:19). Es cierto que solamente los que ponen su fe en el Salvador tienen el beneficio de la salvación, pero el precio de la compra incluye también a los que no se salvan, pues incluía a estos inconversos. En otras palabras, el precio se pagó por ellos; pero ellos no quisieron salir de la anterior esclavitud, no salieron de la plaza del mercado a la libertad. Por eso, la Palabra de Dios usa otro verbo para expresar claramente una compra que desemboca en liberación: exagorázo. (Nótese el prefijo ex de salida; véase en Gá. 3:13; 4:5; Ef. 5:16; Col. 4:5.) Resumamos esta enseñanza en pocas palabras: «La salvación es particular, pero la redención es universal»; o, de otra forma: «No todos se salvan, pero para todos hay posibilidad de salvación» (v. también 1 Ti. 2:4–6; 4:10, entre otros lugares. Para un estudio más extenso sobre este tema, véase mi libro La Persona y la Obra de Jesucristo, págs. 330–347).
5. De estos falsos maestros, dice Pedro (ya en el v. 1b) que «están trayendo sobre sí mismos rápida ruina» (lit.). Contrastando el presente «están trayendo» con la «rapidez» (o mejor, «lo repentino») del castigo que se les viene encima, pienso que, más bien que por intuición profética de la inminencia del castigo, Pedro habla como si estos farsantes, con los errores que introducen solapadamente, estuviesen colmando la medida de sus pecados. «Su condenación, dice después (v. 3b), no está inactiva desde hace tiempo, y su ruina no dormita» (lit.). Comenta R. Franco: «La condenación y la perdición aparecen personificadas como preparadas y despiertas para lanzarse contra ellos».
6. No solamente se hacen daño a sí mismos y niegan a su Dueño que los compró, sino que, además, hacen daño a muchas otras personas y provocan el descrédito del cristianismo (v. 2): «Muchos les seguirán (gr. exakolouthésousin, verbo que ocurre solamente en esta epístola: aquí, en el v. 15 y en 1:16) en su libertinaje», con lo que el error se extenderá como gangrena y, lo que es peor, «por su causa caerá en descrédito el camino de la verdad» (frase con que se expresa el cristianismo en Hch. 9:2; 16:17; 18:25; 19:9, 23; 22:4; 24:14, 22). Dice Lloyd-Jones: «Con tanta frecuencia ha sido la Iglesia misma la que ha hecho que los hombres no aceptasen (la Biblia) como la Palabra de Dios, sino que creyesen más bien en cosas que son meramente enseñanzas sociales, humanas … La inmensa mayoría de los hombres y de las mujeres están hoy fuera de la Iglesia, porque de alguna manera han llegado a la conclusión de que la Iglesia misma no cree en este Libro». La mención del libertinaje (lit. lascivias; gr. aselgueíais. De las diez veces que tal vocablo sale en el Nuevo Testamento, cuatro son de la pluma de Pedro: aquí, en los vv. 7 y 18 y en 1 P. 4:3) da a entender que otra desviación de estos falsos maestros era el antinomianismo (oposición a toda «ley» moral). No es extraño que Pedro les atribuya la introducción de herejías destructivas (v. 1).
Versículos 4–9
Aunque ya desde el versículo 1 (al final), el autor sagrado ha mencionado el castigo que les aguarda a estos falsos maestros, en los versículos 4–9 pone tres ejemplos del Antiguo Testamento en los que se manifestó de modo especial la ira de Dios contra los impíos, para sacar la conclusión de que también a éstos les está reservado un severo castigo el día del Juicio (v. 9b). La conjunción causal fuerte gar, que aparece en cabeza del versículo 4, da a entender las razones por las que «no está inactiva su sentencia de condenación ni dormita su ruina» (v. 3b. Lit.).
1. El primer ejemplo es el de los ángeles que pecaron (v. 4): «Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los envió al infierno (lit. Tártaro), metiéndolos en oscuros calabozos, a fin de ser guardados allí para el juicio». Al comparar este versículo con Judas 6, vemos que estos ángeles
«no guardaron su posición de preeminencia, sino que abandonaron su propia morada» (NVI). Es cierto que la Escritura no nos dice nada de esto en el Génesis, pero, aun cuando esta información que Pedro—y, más detalladamente, Judas—nos ofrecen, proceda de una tradición judía, registrada en apócrifos, su inserción en 2 Pedro 2:4 y Judas 6 es suficiente para que la tengamos por digna de crédito, pues es Palabra de Dios. Si unimos a esto la probabilidad de que 1 Pedro 3:19 se refiera a espíritus desencarnados, esto es, ángeles caídos, la misma interpretación de «hijos de Dios» en Génesis 6:2, 4 en sentido de ángeles rebeldes, desobedientes, toma también una nueva probabilidad. El vocablo griego zóphos, oscuridad, sólo ocurre, aparte de Hebreos 12:18, en 2 Pedro—aquí y en el v. 17—y en Judas 6–
13. La NVI sigue la lectura siroís: «prisiones de oscuridad» (lit.), pero el texto crítico que adoptan las Sociedades Bíblicas Unidas prefiere la lectura seiraís: «ataduras de oscuridad», metáfora que también se halla en el apócrifo (canónico en la Iglesia de Roma) Sabiduría 17:16. Tártaros era, en la mitología griega, el lugar más profundo del Hades, y en él eran atormentados los malvados, los enemigos de los dioses. Téngase esto en cuenta, ya que, aunque muchas versiones lo traduzcan por «infierno», la identificación del Tártaro con la Gehenna, citada once veces en los evangelios y una vez en Santiago 3:6, es poco probable.
2. El segundo ejemplo, no mencionado por Judas, está tomado del Diluvio. Dice así el versículo 5 en la NVI: «Si no perdonó al mundo antiguo cuando hizo caer un diluvio sobre la gente impía que había en él, pero protegió a Noé, heraldo de la justicia, y a otras siete personas». Dice Salguero: «El diluvio es considerado como la transición entre el mundo antiguo, que es destruido, y la constitución del nuevo mundo. Por eso, el diluvio es en las epístolas de san Pedro, el tipo de renovación esperada (3:12, 13) y del bautismo (1 P. 3:20, 21)». De Noé se dice en Hebreos 11:7 que «condenó al mundo»; aquí se le llama
«pregonero de justicia» (lit.). El sustantivo griego kérux (pregonero o heraldo) sólo ocurre, además de aquí, en 1 Timoteo 2:7 y 2 Timoteo 1:11, pero el verbo de la misma raíz (kerusso) sale numerosas veces en el Nuevo Testamento. La tradición judía habla de la predicación de Noé, pero bastaría su ejemplo de justicia y la construcción del Arca para que se le pudiese llamar «pregonero de justicia».
3. El tercer ejemplo (vv. 6–8) es el de Sodoma y Gomorra, también mencionado en Judas 7 (v. el comentario de ese lugar). Dicen así los versículos 6–8 de 2 Pedro 2 en la NVI: «Si condenó a las ciudades de Sodoma y Gomorra reduciéndolas a cenizas, y las puso como escarmiento indicador de lo que va a suceder a los impíos; y si rescató a Lot, hombre justo, que estaba abrumado de pena por las vidas obscenas de los libertinos, (porque este justo, que vivía entre ellos día tras día, estaba atormentado por las iniquidades que tenía que ver y oír)».
(A) Lo primero que notamos es el relieve que se da al rescate de Lot, en medio del castigo a los malvados (ya lo hizo con respecto a Noé y su familia, en el v. 5); y no sólo al rescate, sino tambien al apelativo «justo» que Pedro le aplica dos veces aquí: en el versículo 7 y en el versículo 8, además del que aplica (lit.; v. 8b) a su alma, llamándola también justa. Esto nos ofrece motivo para un par de reflexiones muy prácticas: (a) Se ve aquí claro que Dios establece una diferencia radical entre los pecadores inconversos, los rebeldes contra Dios, y los que son suyos, aun cuando no carezcan de pecados. El materialismo de Lot se echó de ver en la elección que hizo (v. Gn. 13:10, 11). Sin embargo, su fe en el Dios verdadero le separaba radicalmente de los impíos de Sodoma y Gomorra. (b) Los criterios de Dios pugnan con los nuestros (comp. Is. 55:7–9), ya que, mientras Él pasa por alto las caídas de los suyos cuando los compara con los malvados inconversos, pues está dispuesto siempre a perdonar y olvidar, nosotros solemos hacer lo contrario: por una caída que haya sufrido un hermano nuestro, ya ha perdido para nosotros todo el prestigio que haya podido tener anteriormente.
(B) Dice Pedro (v. 6b) que el castigo impuesto por Dios a Sodoma y Gomorra era un «escarmiento indicador de lo que va a suceder a los impíos» (NVI). Para lo de «escarmiento indicador» («ejemplo», en la Reina-Valera) el original tiene el vocablo hupodeígma, que ya hemos visto en varios otros lugares (con éste, son seis los lugares en que aparece tal vocablo: Juan 13:15; Hebreos 4:11; 8:5; 9:23; Santiago 5:10 y el presente) y cuya etimología sugiere «algo que se muestra por debajo» y, por tanto, fácil de copiar o de hacer con él un bosquejo. La catástrofe de las ciudades nefandas es sólo un bosquejo de lo que acontecerá a los impíos en el día del Juicio, pero un indicador tremendo; el Diluvio tuvo algo por lo que podía simbolizar el bautismo cristiano (1 P. 3:20, 21), pero el incendio de Sodoma y Gomorra fue como el esbozo de la conflagración universal que Pedro escribe en 3:7, 10.
(C) El carácter justo de Lot es puesto de relieve (vv. 7, 8) en la pena y el tormento que le causaban la lascivia y la impiedad de sus convecinos. Si se hubiesen encontrado allí diez justos como él, no habría venido la destrucción sobre Sodoma (Gn. 18:32). Tambien está a su favor la hospitalidad que mostró (Gn. 19:1 y ss.). Sin embargo, la historia que leemos en Génesis 19:30–38 no deja de ser repugnante. Dice R. Franco: «La tradición rabínica en parte le fue muy adversa y le consideró como un gran pecador … Pero hay también una tendencia más favorable, debida sobre todo a ser el padre de los moabitas, de los que proviene Rut, ascendiente de David y del Mesías».
4. El versículo 9 viene a resumir, en un principio general, la conducta de Dios con los justos y los impíos respectivamente: «Si esto es así, entonces Dios sabe cómo rescatar de las pruebas a las personas piadosas y reservar a los impíos para el día del juicio mientras continúa castigándolos» (NVI). R. Franco halla aquí «un paralelismo que recuerda el Salmo 1:6». Lo único que causa alguna dificultad en este versículo es el participio de presente medio-pasivo kolazoménous, por el que parece ser que el castigo de los impíos se lleva a cabo ya en la actualidad. Opina R. Franco que, efectivamente, «los pecadores ya son torturados en el presente, aun cuando esta situación se haga definitiva el día del Juicio». No puedo estar de acuerdo con él, porque la experiencia de cada día lo desmiente. Con otros muchos intérpretes, creo que Pedro se refiere, en ese participio de presente, al futuro escatológico. ¿Por qué emplea, pues, el tiempo presente? Mi opinión personal va en la siguiente respuesta: Porque, aun cuando los tormentos comenzarán en el futuro, continuarán en un presente perpetuo. De acuerdo con esto, yo traduciría la última frase del versículo 9 del modo siguiente: «… y reservar a los impíos para el día del juicio a fin de ser continuamente castigados» (comp. con Ap. 20:10b).
Versículos 10–22
El autor sagrado dedica esta larga porción a describir las impías características de estos malvados cuya condenación se ha adelantado a mencionar en los versículos 4–9. No es fácil subdividir esta porción, pero podría hacerse de la siguiente manera: 1) Son arrogantes y osados (vv. 10–12); 2) Impuros y avaros (vv. 13, 14); 3). Esto les ha llevado al extravío (vv. 15, 16); 4) Son estériles en su misma corrupción (vv. 17–19); 5) El estado final de estos hombres viene a ser peor que el primero (vv. 20–22; comp. con Mt. 12:45).
1. El malvado atrevimiento con que, en su carnalidad, se comportan estos impíos se pone de relieve en los versículos 10–12: «Esto es especialmente cierto de los que van tras de los corrompidos deseos de su pecaminosa naturaleza y desprecian la autoridad. Atrevidos y arrogantes, éstos no tienen miedo de ultrajar a los seres celestiales; siendo así que los ángeles, a pesar de superarles en fuerza y poder, no profieren contra tales seres ninguna acusación injuriosa en la presencia del Señor. Pero estos hombres blasfeman en materias que no entienden. Son como brutos animales, guiados únicamente por el instinto, nacidos para ser cazados y destruidos, y como brutos animales perecerán ellos también» (NVI).
(A) Estos malvados van marchando continuamente (participio de presente) tras de la carne en concupiscencia de impureza (lit.). El último vocablo es en griego miasmoú, sinónimo de míasma, de donde tenemos el castellano «miasma» para designar las emanaciones de sustancias en descomposición. Es como si estos malvados rebosaran impureza por todos sus poros, de tal manera que hasta «huelen» a podredumbre. «Marchar tras de la carne» indica seguir los dictados de la carne, como de un maestro.
(B) Y, como «las malvadas opiniones van a menudo acompañadas de malvadas prácticas» (M. Henry), estos impíos, desde la corrupción de su carne, se alzan atrevidos contra la autoridad (v. 10b). El griego dice a la letra: «menospreciando el señorío» (gr. kuriótetos). Este vocablo se halla también en Judas 8. Judas 8–13 contiene, en realidad, las mismas ideas que esta porción de Pedro, aunque son de notar algunas variantes. En la segunda parte del v. 10, vemos que, en su atrevimiento, los falsos maestros «no tiemblan (el verbo no es tan fuerte como el de Stg. 2:19, al final) al hablar mal de las glorias» (lit.). Por el contexto (v. 11) y por el paralelo con Judas 8, se ve claramente que Pedro designa con tal epíteto a los seres espirituales, angélicos.
(C) A la osadía de estos malvados contrapone Pedro (v. 11) la humilde moderación con que los ángeles, a pesar de ser superiores a los hombres en fuerza y poder, no se atreven a proferir injurias contra ellas (las «glorias» del v. 10b). Dice R. Franco: «La manera concreta de hablar de Judas 9, con la historia del altercado con el diablo, es sustituida aquí por una afirmación de carácter general, tal vez para evitar la alusión a un apócrifo que hay en el texto de Judas. Esta generalización del texto de Judas es
suficiente para explicar el de 2 Pedro, sin que sea necesario recurrir a un influjo directo de Henoc 9» (el apócrifo en cuestión).
(D) El versículo 12 corresponde a Judas 10, pero las variantes son también notables. La versión de la NVI aclara algunas dificultades que presenta una versión más literal. Quedan únicamente dos puntos por aclarar:
(a) El texto dice, en realidad, que «como animales irracionales … blasfeman de lo que ignoran». Los animales irracionales no blasfeman. Dice R. Franco: «Esta frase crea dificultad a los exegetas septentrionales, que no entienden cómo se puede decir: blasfeman como animales. Para nosotros la expresión no tiene nada de extraño». Lo de «para nosotros» se refiere a los españoles, pues la costumbre de blasfemar de todo lo más santo, y de la manera más sórdida, en ninguna parte del mundo está tan arraigada como en España.
(b) La frase griega «gueguenneména phusiká eis hálosin kai phthorán» carecería de toda dificultad si no fuese por el vocablo phusiká, que en Judas 10 está como adverbio (phusikós). El adjetivo que Pedro usa aquí ocurre únicamente en Romanos 1:26, 27, aparte de este lugar. Con eso, ya tenemos bastante para ver aquí algo así como «nacidos, según el instinto natural, para caza y destrucción (lit. corrupción)». Plutarco usa el adjetivo como sinónimo de «irracional». El sentido, pues, de la frase no es que, como hombres, hayan nacido para ser cazados y destruidos, sino que, como irracionales que son en su comportamiento, su destino es el mismo que el de los animales: ser cazados y echados a los perros o cosa por el estilo, más bien que consumidos, lo cual no cuadra con lo de «corrupción» (lit.).
2. En los versículos 13 y 14, el autor sagrado pone de relieve la impureza y la avaricia de estos falsos doctores: «Recibirán en pago el mismo daño que ellos perpetraron. Su concepto de placer se basa en la crápula a la plena luz del día. Son impuros y viciosos, que se juerguean en sus embustes mientras banquetean con vosotros. Con ojos llenos de adulterio, nunca cesan de pecar; seducen a las personas inestables; son expertos en avaricia—¡ralea de malditos!—» (NVI). ¿Es posible que tales malvados llegasen a penetrar en las iglesias, durante la época apostólica, y se alzasen con el oficio de maestros en ellas? ¡Así fue, por desgracia, ya que la Palabra de Dios nos lo atestigua, y ello nos debe servir de escarmiento! Notemos los matices de la descripción que nos ofrece aquí el apóstol Pedro:
(A) La Reina-Valera, con gran número de MSS, lee en la primera frase komioúmenoi, recibiendo, pero las versiones modernas siguen la lectura atestiguada por los MSS más importantes: adikoúmenoi (ambos verbos están en participio de presente), haciéndose daño a sí mismos o, como traduce toda la frase la Biblia de las Américas: «Sufriendo el mal (como) pago de su iniquidad». A pesar de las apariencias, la NVI sigue la misma lectura, aunque, al hacer una traducción más libre, parece como si uniese en una las dos variantes del texto original. La idea, pues, es que estos malvados sufren físicamente (comp. con Ro. 1:27, 28) las consecuencias del daño moral que han causado.
(B) El sustantivo griego truphé, que sale únicamente aquí y en Lucas 7:25, describe, como el verbo trupháo de Santiago 5:5, la jarana licenciosa en la que, junto con la lujuria, campean la glotonería y la ebriedad, por lo que la NVI ha traducido estupendamente crápula. La expresión griega en heméra tiene el sentido de «en pleno día», más probable que el de «de un solo día». En la última frase de este mismo versículo 13, Pedro usa un compuesto del verbo trupháo (entrouphóntes. Nótese el prefijo de intensidad en, así como el participio de presente continuo). Es la única vez que tal verbo sale en todo el Nuevo Testamento y le acompaña otro verbo: suneuokhoúmenoi (también en participio de presente), que sale únicamente aquí y en su lugar paralelo Judas 12. Por los nuevos detalles que Judas 12 añade, vemos que estos farsantes aprovechaban la ocasión de asistir a las reuniones de compañerismo y amor de la congregación (gr. agápais) para «apacentarse a sí mismos» (Jud. 12) poniendo todo su deleite (el entruphóntes de 2 P. 2:13) en los embustes y errores engañosos (gr. apátais, el mismo vocablo de 2 Ts. 2:10, entre otros lugares) que sembraban entre los creyentes con quienes banqueteaban, verbo que, ya por sí mismo, indica que éstos, como los que señala Pablo en 1 Corintios 11:21, comían y bebían hasta embriagarse.
(C) La descripción de los numerosos y variados pecados de estos malvados continúa en el versículo 14: (a) «Con ojos llenos de adulterio» (lit. de adúltera), es decir: «En toda mujer ven virtualmente una adúltera o desean que lo sea» (R. Franco). (b) La expresión akatapaústous (única vez que tal vocablo sale en todo el Nuevo Testamento) hamartías significa que «no son capaces de cesar de pecar» o, como prefiere R. Franco, que son «insaciables de pecado». (C) Seducen (como a los peces con el cebo—el mismo verbo de Stg. 1:14—) a las almas inestables (que son como estrellas errantes, incapaces de estar fijas en un mismo sitio, inseguras, débiles; comp. con 2 Ti. 3:6). (d) En cambio, ellos no están inseguros en lo suyo, pues tienen el corazón ejercitado en la codicia (lit.). (e) El autor sagrado añade (al final del versículo) que son «hijos de maldición», con todo lo que significa este ya conocido semitismo (v. el comentario a Ef. 2:3).
3. La mención de la codicia le trae a Pedro el recuerdo de Balaam. En el lugar paralelo de Judas 11, vemos los ejemplos de Caín y Coré, junto con el de Balaam, pero Pedro ha escogido únicamente el de este último (vv. 15, 16): «Han abandonado el camino recto, y se han extraviado para seguir la senda de Balaam, hijo de Beor, que apeteció el pago de la iniquidad; pero fue reprendido por su maldad por un jumento—una bestia sin habla—, que se expresó en lenguaje humano y refrenó la locura del profeta» (NVI). La historia de Balaam se encuentra en Números 22, 23 y 24, y en el capítulo 31, los versículos 8 y 16; es bien conocida de todos. Las variantes que introduce Pedro son interesantes: En cuanto al
«abandono del camino recto» (v. 15), compárese con Hechos 13:10, donde Pablo le echa en cara al mago Elimas «trastornar los caminos rectos del Señor». Hay en 2 Pedro dos notables variantes con la historia de Balaam, que R. Franco expone del modo siguiente: «En Números 22:28–33, el que reprende es el ángel, mientras que el asno sólo se queja del mal trato recibido. La idea del autor es siempre no dejar que aparezca un delito sin su correspondiente castigo. Lo que impidió el asno con su conducta no fue el camino de Balaam, sino la maldición de Israel». Ya estamos acostumbrados a variantes como éstas, al tener en cuenta que los autores sagrados usan con bastante libertad historias como la de Balaam, y escogen y disponen los diferentes detalles en la forma que mejor se adaptan al asunto que llevan entre manos.
4. En los versículos 17–19, el autor sagrado añade nuevos aspectos de la conducta perversa de estos falsos maestros, fijándose especialmente en los pecados que mayor infructuosidad suponen en quienes los cometen y mayor desencanto en quienes los imitan. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Éstos son fuentes sin agua y brumas que son impulsadas por la tormenta. Les está reservada la más densa oscuridad. Porque profieren palabras altisonantes y vacías de sentido y, con el cebo de los carnales deseos de la naturaleza pecadora del hombre, seducen a los que apenas acaban de escapar de entre los que viven en el error. Les prometen libertad, mientras ellos mismos son esclavos de la depravación— porque uno es esclavo de aquello que le tiene dominado».
(A) En el versículo 17 se nota la similaridad con Judas 12 y 13. Como ya dijimos en la introducción de la epístola, es Pedro el que depende de Judas, al cual modifica según le parece conveniente. Así, por ejemplo, Pedro dice «fuentes sin agua» donde Judas pone «nubes sin agua»; de este modo, la metáfora resulta más fuerte, pues es cierto que hay muchas nubes sin agua, pero hay pocas fuentes sin agua. Y, a continuación, no usa «nubes», sino «neblinas» (lit. Gr. homíkhlai); al decir que son empujadas por la tormenta, da a entender que están faltas de peso, con lo que esta metáfora le sirve para poner de relieve el poco valor, «la falta de peso», de las enseñanzas de estos falsos doctores. Ryrie aplica ambas metáforas del modo siguiente: «Fuentes sin agua. La esterilidad de los falsos doctores es una burla para el alma sedienta que desea sinceramente aprender de ellos el camino de Dios. Brumas impulsadas por la tormenta. Estas brumas, como los falsos doctores, parecen prometer refrigerio, pero, en realidad, no hacen ningún bien» (comp. Jer. 2:13).
(B) Añade Pedro que, a estos falsos maestros, les está reservada la más densa oscuridad (v. 17b. Lo de «para siempre» de nuestra RV es una glosa que no aparece en el original). Esta oscuridad, por supuesto, no es otra que las tinieblas de los tormentos eternos en el infierno (comp. con Mt. 8:12).
(C) Con un «porque» (gr. gar), con que comienza el versículo 18, explica el autor sagrado la razón por la cual les espera tal suerte a estos malvados maestros: Al aplicar concretamente la metáfora de las «fuentes sin agua», dice Pedro que «profieren palabras altisonantes y vacías de sentido», con lo que «deja entender que los seudomaestros vendían con apariencia de profundidad doctrinas vulgares y sin contenido» (R. Franco).
(D) A las palabras altisonantes unen (v. 18b) el cebo de los carnales deseos de la naturaleza pecaminosa del hombre y, de este modo, como si los sugestionaran o hipnotizaran, «seducen a los que apenas acaban de escapar de entre los que viven en el error»; se aprovechan de la debilidad e inmadurez de los neófitos. Dice Salguero: «Logran seducir con el cebo de la sensualidad a los incautos y a los débiles, es decir, a los que se han convertido recientemente del paganismo y que todavía no han conseguido vencer plenamente sus anteriores errores y malos hábitos». Éstos son los indoctos e inconstantes de 3:16b.
(E) Un método, casi siempre eficaz, de seducir a los incautos e inmaduros, es prometer libertad (v. 19). Tanto en el terreno religioso como en el politicosocial, éste es el método usado constantemente por los demagogos de toda índole («libertad, libertad, libertad»). Pero sólo el que es verdaderamente libre puede ofrecer tal libertad, ¿cómo lo pueden dar estos «mientras ellos mismos son esclavos de la depravación»? El antinomianismo de estos falsos maestros se echa de ver una vez más y, por lo que el propio Pedro dice en 3:16, es más que probable que se apoyasen en una falsa interpretación de las enseñanzas de Pablo sobre la libertad del cristiano (v. Gá. 5:1) y la justificación sin obras de la ley (Ro. 3:28). La tendencia al libertinaje, al apoyar la práctica en una falsa interpretación de la doctrina paulina, se dio ya en los días de Pablo y de Pedro, y ambos tuvieron que reaccionar pronta y enérgicamente contra ella (v. por ej., Ro. 3:8; 6:1, 15; Gá. 5:13; 1 P. 2:16). La verdadera libertad es la que la verdad provee para el bien; la libertad para el pecado, para el mal, es la peor esclavitud (comp. con Jn. 8:32–36). Nadie aprisiona tan fuertemente como el vicio, y aun los mismos viciosos lo confiesan cuando, al ser instados a dejar de fumar, beber, fornicar, etc., dicen «no puedo, no puedo». El pecado «le tiene dominado», se enseñorea de él (comp. con Ro. 6:12, 16–20).
5. En los versículos 20–22, el autor sagrado muestra cómo la condición del apóstata es peor que la del ignorante. Resulta muy difícil determinar si Pedro se refiere, en estos versículos, a los falsos maestros o a los que son engañados por ellos. Ryrie da por supuesto que se refiere a los falsos maestros, aunque lo de
«haber escapado de las impurezas contagiosas del mundo por medio del conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (v. 20) difícilmente cuadra con la descripción que de ellos nos hace el autor sagrado en los versículos 10 y ss.; 3:3 y ss. R. Franco dice, por su parte: «Este versículo lo mismo se puede aplicar a los falsos doctores que a sus víctimas, y probablemente el autor lo refiere a ambos». La mención del
«haber escapado» parecer aludir a «los que acaban de escapar» del versículo 18b, pero esto nos plantearía un grave problema: ¿puede perderse la salvación adquirida? ¿Es un caso semejante al de Hebreos 6:4 y ss.? ¿O semejante al de Hebreos 10:26 y ss.? Por eso, también D. Payne lo aplica, como Ryrie, a los falsos maestros.
Dichos versículos dicen así en la NVI: «Si han escapado de las impurezas contagiosas del mundo por medio del conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y vuelven a enredarse en ellas y son vencidos, están al final en peor situación que al principio. Más les valdría no haber conocido el camino del bien que, después de haberlo conocido, echarse atrás del sagrado mandamiento que se les había transmitido. En ellos se cumplen los proverbios: “El perro se vuelve a comer lo que ha vomitado”; y “La cerda lavada vuelve a revolcarse en el cieno”».
(A) Si estos versículos, como hemos dicho, se aplican especialmente (o también) a los falsos maestros, hemos de concluir que el escapar de la corrupción del mundo ha de entenderse en una reforma temporal de vida, sin haber realmente experimentado el «nuevo nacimiento», y que el conocimiento del Salvador se limitó a un conocimiento intelectual de las verdades básicas de la salvación o, quizá más probable, a una experiencia emocional como la de Simón Mago al ver los milagros de Felipe (v. Hch. 8:9–13), que, en la parábola del sembrador, corresponde al terreno rocoso, sin suelo apto para que la semilla eche raíces (v. Mt. 13:5, 6, 20, 21).
(B) La segunda parte del versículo 20 (sobre todo, la frase final) parece una copia de la frase del Señor en Lucas 11:26: «El estado último de este hombre viene a ser peor que el anterior» (NVI. V. también Mt. 12:45). Es mejor quedarse en el paganismo que entrar por la puerta falsa en la Iglesia y apostatar. Lo mismo viene a expresarse con otras palabras en el versículo 21, donde el conocimiento del Señor es llamado conocimiento del camino de la justicia (lit.). Dice Salguero: «La expresión camino de la justicia designa la santidad cristiana con todo lo que ella implica, pues esta santidad proviene del conocimiento que se tiene de Jesucristo». La mención (v. 21, al final) del «santo mandamiento» (lit. Comp. con 3:2 y, quizá, con 1 Jn. 3:23) del cual se volvieron (gr. hupostrépsai. Este es el significado de este verbo—aquí en aoristo de infinitivo—en las 35 veces que ocurre en el Nuevo Testamento V. especialmente Lc. 11:24, en un contexto semejante al actual) los falsos maestros de que habla Pedro, nos da idea, por una parte, de que habían intentado reformarse moralmente; y, por otra, que habían caído en el antinomianismo. Dice R. Franco: «La razón de designarlo preferentemente bajo este aspecto (santo mandamiento) ha sido seguramente el desprecio que los seudomaestros tenían de la moral».
(C) Esta reincidencia de los falsos maestros es ilustrada por Pedro con dos proverbios. El del perro que se vuelve a comer lo que vomitó está tomado de Proverbios 26:11: «Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que repite su necedad». La imagen es muy expresiva, pues el que profesa de algún modo la fe cristiana arroja de sí, como algo que causa náuseas, la corrupción que antes amaba; si su profesión resulta falsa y se vuelve a la condición corrompida que tenía anteriormente, es como si volviese a comer lo que vomitó. El segundo proverbio sobre la puerca que, después de haber sido lavada, vuelve a revolcarse en el cieno donde se ensució, no se halla en la Biblia, pero pudo haber sido tomado de la Leyenda de Ahikar, donde se halla al pie de la letra: «La cerda lavada vuelve a revolcarse en el cieno».
Tanto el perro como el puerco eran ya considerados, no sólo entre los judíos, sino también entre los autores paganos de aquella época, como símbolos de suciedad moral. Su comparación resulta, pues, muy apropiada para el caso que el autor sagrado está tratando.
En este capítulo, Pedro vuelve a tratar (v. 1:16) el tema de la Segunda Venida del Señor y describe: I. La burla que los falsos maestros hacían de la promesa de tal acontecimiento (vv. 1–7). II. La causa de la demora (vv. 8, 9). III. El anuncio del cataclismo final (vv. 10–13), y IV. Exhorta a prepararse diligentemente para ese día (vv. 14–18).
Versículos 1–7
Esta porción puede subdividirse en tres partes: 1) Un recordatorio (vv. 1, 2); 2) Un hecho lamentable (vv. 3, 4); 3) Un reproche (vv. 5–7).
1. Dicen así los versículos 1 y 2 en la NVI: «Queridos hermanos, ésta es ya la segunda carta que os escribo. Las dos os las he escrito como recordatorios para estimularos a pensar con sano criterio. Quiero que recordéis las palabras dichas en el pasado por los santos profetas, y el mandamiento dado por nuestro Señor y Salvador por medio de vuestros apóstoles».
(A) Después del afectuoso «agapetoí», amados, el autor sagrado les hace a la memoria a sus lectores que «ésta es la segunda carta que les escribe». ¿Por qué consigna este detalle, al parecer, fútil? Seguramente para dar a entender que ya había tratado en su primera epístola del asunto que ahora les va a recordar de una manera especial: La Segunda Venida del Señor. De ello había hablado ya en 1 Pedro (1:7–11; 4:5 y ss.; 11, 13; 5:4–10). De esto mismo ha tratado en 1:16 y ss., después del continuo recordatorio de 1:12–15; lo ha tenido presente en 2:3–9; y, en este capítulo 3, lo va a tratar con más detalle.
(B) Precisamente por eso, insiste en lo de «hacerles a la memoria» estas cosas, repite en el versículo 1 el vocablo hupomnései de 1:13, y añade en el versículo 2 (al comienzo) otro verbo de recuerdo (mnesthénai) que no había salido antes en esta epístola, pero que sale también en Judas 17, entre las numerosas veces en que tal verbo ocurre en el Nuevo Testamento. Dice que lo hace para estimularles a pensar con sano criterio (NVI). El verbo diegueíro significa literalmente despertar (aquí, a otros) y lo que quiere despertar en ellos especialmente con este recuerdo (más exacto que «admonición» o «exhortación») es la sana inteligencia (lit. discernimiento puro), limpia, incontaminada por las perversas doctrinas de los impuros maestros (v. 2:10).
(C) Dos son las cosas que Pedro desea que sus lectores recuerden de modo especial: (a) «Las palabras dichas en el pasado por los santos profetas» (v. 1:21); (b) «El mandamiento dado por nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles» (el «santo mandamiento» de 2:21). Jesucristo ha sido el asunto principal de las profecías y del Evangelio mismo (v. 1 Co. 15:1–3) que proclamaron los apóstoles. Dice R. Franco: «La base en la que descansa la fe cristiana es: Cristo, profetas, apóstoles (Ef. 2:20). Judas 17 sólo habla de apóstoles; 2 Pedro añade los profetas para dar aún mayor base a la predicción, sobre todo porque presenta a los falsos doctores como futuros (v. 3), mientras que Judas los considera ya como presentes (Jud. 19)».
2. A pesar de esta clara enseñanza de los profetas y de los apóstoles, los falsos maestros se cuentan aquí entre los «burladores sarcásticos» (v. 3) que niegan la Segunda Venida del Señor. Dicen los versículos 3 y 4 en la NVI: «Ante todo, debéis percataros de que en los últimos días surgirán impostores burlándose y siguiendo en pos de sus propios deseos malvados. Dirán: “¿Dónde está esa ‘venida’ que prometió Él? Desde que se murieron nuestros primeros antepasados, todo sigue lo mismo que desde el principio de la creación”».
(A) Para expresar intensamente hasta dónde llega la burla de estos farsantes, Pedro usa, a mi juicio, un semitismo: «sarcásticos con sarcasmo» (lit.). El primer vocablo (gr. empaíktai) sólo sale aquí y en Judas 18; el segundo (gr. empaigmoné, que aparece en el texto delante de empaíktai) es la única vez que ocurre en todo el Nuevo Testamento. A pesar de la traducción que hace la NVI, es lo más probable que la frase «desde que los padres durmieron» (lit.) del versículo 4 se refiera, no a los antepasados, sino a los padres de quienes así se mofaban. Lo cual indica, como dice R. Franco, que «este problema se debió de presentar agudamente al final de la primera generación cristiana». Efectivamente, al desaparecer de la escena de la vida de los primeros discípulos, se explica la conmoción de la primitiva Iglesia al ver que el Señor no había regresado, a pesar de las indicaciones de textos como Marcos 13:19; 1 Tesalonicenses 4:14–18; 5:1–6, y aun Romanos 13:11, que parecían favorecer un pronto retorno. A esto se añadiría quizás la mala inteligencia de lugares como Mateo 16:28; Juan 21:22, que ya correrían en labios de los creyentes aun antes de ser redactados los Evangelios.
(B) «¿Dónde está esa Venida tan prometida?» (v. 4), decían esos burladores. Y añadían: «¿A qué viene eso de exhortarnos a estar firmes, a continuar y a seguir adelante, cuando todas las señales y todas las apariencias están completamente en contra de lo que nos predicáis?» (Lloyd-Jones). Y, si esa pregunta la hacían los burladores del primer siglo de nuestra era, ¿por qué nos vamos a sorprender de que los burladores del siglo xx pongan en duda, o nieguen abiertamente, esta promesa de la Segunda Venida, y aun todas las demás enseñanzas de la religión cristiana? «Todo sigue lo mismo que desde el principio de la creación» (v. 4b). No querían decir que nada hubiese cambiado en el mundo, sino que «Dios no ha intervenido para nada en el mundo, y las cosas siguen su curso puramente natural» (R. Franco).
3. ¿Cómo responde el apóstol Pedro a estas burlas? Viene a decir, como resume su pensamiento el Dr. Lloyd Jones, que «todo este asunto es fundamental y definitivamente un asunto de fe y un asunto de aceptación de la enseñanza de la Escritura» (el énfasis es suyo). En efecto, la razón humana no puede presentar ninguna prueba de lo que ha de acontecer, al fin y al cabo, en un futuro que no está condicionado por las leyes físicas o históricas, sino por el soberano designio del Creador. A esta necesaria sumisión de la fe va a referirse el autor sagrado al mencionar los hechos que describe a continuación.
Dicen así los versículos 5–7 en la NVI: «Pero se olvidan deliberadamente de que antiguamente existían los cielos y hubo tierra que salió del agua y se sostuvo en medio del agua por la palabra de Dios. También por agua fue inundado y destruido el mundo de aquel tiempo. Por la misma palabra, los actuales cielos y tierra están guardados para el fuego, reservados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos».
(A) Lo primero que advertimos en estos versículos es eso de que «se olvidan deliberadamente» (NVI). ¿En qué consiste este olvido voluntario, buscado? En que no quieren apercibirse de los hechos de la historia, ya que, con la Biblia en mano, podían saber que su pretensión de que todo sigue lo mismo que desde el principio de la creación (v. 4b) es falsa, pues ese mismo mundo que, por la poderosa palabra de Dios fue creado (v. 5b), estaba en un principio inmerso totalmente en el agua. Dios separó la tierra de las aguas y la asentó en medio de ellas (comp. con Gn. 1:1–10). Ignorar voluntariamente esto es negar el omnímodo poder de Dios.
(B) Pero no quedó ahí la cosa. A causa de la general corrupción de la humanidad perversa, Dios anegó el mundo con un diluvio (v. 6). El texto dice literalmente que «el mundo de entonces pereció inundado (gr. kataklustheís, de donde procede el vocablo “cataclismo”) con agua». En el vocablo «pereció» (gr. apóleto, el mismo verbo de Jn. 3:16, entre otros lugares) se incluye la idea de que la tierra retornó así al estado caótico que tenía en un principio. «De ese segundo caos emerge de nuevo la tierra por la acción del viento (pneuma) (Gn. 8:1—comp. con Gn. 1:2. Este último inciso es mío—), y en este sentido se puede hablar de una nueva creación» (R. Franco).
(C) Ese mismo poder de Dios que, después de crear el mundo con su palabra, lo hizo perecer con el Diluvio y lo hizo surgir otra vez como una nueva creación, lo volverá a destruir de nuevo por el fuego el dia del juicio (v. 7). Dios lo tiene dispuesto así de tal manera que, si el mundo de hoy todavía subsiste (comp. con He. 1:3 «… sostiene el mundo entero con su poderosa palabra». NVI), es porque lo tiene reservado, bien guardado (gr. teroúmenoi, en participio de presente continuo) hasta el día en que a Él le plazca acabar con él por medio de una espantosa conflagración (v. 10).
(D) Antes de terminar el comentario a estos versículos 5–7, no quiero pasar por alto la versión que de la primera frase del versículo 5 sugiere R. Franco, muy de acuerdo con la letra del original, que dice así textualmente: «Porque les está oculto a los que esto desean», con lo que la frase no puede menos de resultar extraña. Siguiendo a Bauer, hace ver dicho autor que el verbo thélo que Pedro usa aquí (y que las versiones interpretan en el sentido de «tener voluntad de ignorar»), también tiene el sentido de «afirmar», con lo que tendríamos: «Porque les está oculto a los que esto afirman», frase completamente clara. Me permito añadir que este sentido de «afirmar», posible entre los matices semánticos del verbo gr. thélo, puede verse en varias expresiones salidas de la pluma de Lucas, y es la más notable la de Lucas 12:49:
«¿Y qué estoy diciendo, si ya se le prendió fuego?» (lit.). Si se traduce por «quiero» (en presente continuo), como suelen hacer las versiones, la condicional real que le sigue tiene que ser retorcida para que exprese un deseo en optativo de posibilidad. Otros ejemplos pueden verse en Hechos 2:12; 17:20, en el sentido de: «¿Qué SIGNIFICA esto?»
Versículos 8–9
En estos versículos, Pedro responde directamente a la pregunta sarcástica de los falsos maestros:
«¿Dónde está esa “venida” que prometió Él?» (v. 4. NVI). Las razones que tiene Dios para demorar el cumplimiento de dicha promesa están expuestas en los versículos 8 y 9, que dicen así en la NVI: «Pero hay algo especial que no debéis olvidar, queridos amigos; y es que para el Señor, un día es como mil años, y mil años son como un día. El Señor no se retrasa en cumplir su promesa, según conciben algunos la tardanza. Él es paciente con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos lleguen a arrepentirse».
1. Con el afectuoso apelativo agapetoí (amados), que es la segunda de las cuatro veces en que se dirige así Pedro a sus queridos lectores en sólo este capítulo, va a responder el autor sagrado al sarcasmo de los burladores que así se mofaban del Señor y de su Palabra. Pedro no les responde a ellos directamente (no lo merecen), sino a los creyentes sinceros, a fin de que no se dejen engañar con las sinrazones de los falsos maestros. A estos fieles genuinos es a los que dice: «Mas no se os oculte esto uno» (lit.), es decir, singular, «especial» (NVI).
2. La primera razón (v. 8), más general, es la siguiente: «Dios está por encima del tiempo». Dice R. Franco: «La respuesta es en primer lugar la relatividad de nuestro concepto del tiempo: liberar la esperanza en la venida, de una concepción cronológica cerrada que ponga una medida humana y limitada a la promesa divina». Pedro se apoya en una frase del Salmo 90:4, que dice así en los LXX: «Mil años (son) a tus ojos como el día que pasó y como vela en la noche». Solamente Dios conoce los tiempos y sazones en que han de ocurrir los acontecimientos del porvenir (Hch. 1:7) y haremos bien en dejarlos en sus manos, lo mismo que nuestros tiempos personales (Sal. 31:15). Poner fechas determinadas a la Segunda Venida de Cristo y al fin del mundo ha resultado siempre un gran fracaso.
3. Pero la segunda razón (v. 9), no sólo es más concreta, sino tambien más consoladora, pues no se apoya en la infinita trascendencia de Su conocimiento, sino en la infinita inmanencia de Su misericordia amorosa: Dios no se retrasa, no, en el cumplimiento de Sus promesas, sino que da tiempo al tiempo y es longánime (gr. makrothuméi; mejor que «paciente») con los suyos. La lectura humás (vosotros) está muchísimo mejor atestiguada en los MSS que hemás (nosotros). Lo de algunos consideran (como) tardanza (lit.) es una alusión, más bien que a los falsos maestros, a los fieles mismos, a quienes, además de la mucha o poca impresión que pudiese causarles el sarcasmo de los farsantes, les resultaba extraña tal demora. Dice R. Franco: «Algunos: pueden ser los herejes, designados de una manera despectiva; pero más probablemente, pues aquí ya se dirige a los fieles, se trata de algunos fieles que se han dejado impresionar por los argumentos de los herejes. Estos herejes no creían que se tratara de un retraso, sino simplemente negaban la segunda venida».
4. La segunda parte del versículo 9 dice textualmente: «No queriendo (Dios) que algunos perezcan (gr. apolésthai, el mismo verbo del v. 6 y de Jn. 3:16), sino que todos hallen cabida en el arrepentimiento» (lit.). Esta segunda parte del versículo 9 le resulta al Dr. Lloyd-Jones «una afirmación teológicamente difícil», lo cual no es de extrañar en alguien que (con todas sus excelentes cualidades y sus muchos dones fielmente ejercitados) tenía ya su opinión prejuzgada a favor de la redención limitada.
«Lo que Pedro dice, añade Lloyd-Jones, es que Dios no desea que nadie perezca, sino que todos lleguen al arrepentimiento. Dios no se deleita en la muerte de los impíos; por eso, dice Pedro, demora Su acción».
El «doctor» (como siempre se le llamaba con respeto y con afecto) cita aquí implícitamente de Ezequiel 33:11: «Tan cierto como que yo vivo, declara el Señor Jehová, que no me deleito en la muerte de los malvados, sino más bien en que se vuelvan de sus caminos y vivan» (NVI. V. también Ez. 18:23). Nótese que Dios, no sólo no se deleita en la muerte de los impíos, sino que se deleita en que se arrepientan y vivan (lo que admite aquí el doctor). Es cierto que, en 2 Pedro 3:9b, esto está expresado en forma de deseo (lo mismo que en 1 Ti. 2:4, donde Pablo usa thélei, algo más fuerte que el boulómenos de Pedro), pero un deseo de Dios que no se traduzca en ninguna comunicación de gracia por su parte no es más gue un sarcasmo (v. el comentario a Hch. 17:30). Estamos, pues, en esto de acuerdo con R. Franco: «El texto es un testimonio claro de la voluntad salvífica universal de Dios». Por supuesto, esta voluntad salvífica de Dios no es absoluta (¡se salvarían todos!), sino que está condicionada por la respuesta de fe que el hombre debe aportar: El que cree, se salva; el que no cree, se condena (v. Jn. 3:16–21).
Versículos 10–13
Al llegar a este punto, el autor sagrado dice que, no obstante el deseo de Dios de dar tiempo al tiempo, a fin de que haya más oportunidades de arrepentimiento (¡grave responsabilidad para predicadores, lo mismo que para oyentes!), el día del Señor llegará por fin cuando menos se espere. Dicen los versículos 10–13 en la NVI: «Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. Entonces desaparecerán los cielos con fragoroso estruendo; los elementos serán destruidos por el fuego; y la tierra, con todo lo que en ella se contiene, quedará desolada. Puesto que todo ha de ser destruido de esta manera, ¿qué clase de gente deberíais ser vosotros? Deberíais vivir una vida santa y piadosa, aguardando con expectación el día de Dios y acelerando su advenimiento. Ese día traerá consigo la destrucción de los cielos por medio del fuego, y los elementos se derretirán con el calor. Pero, conforme a su promesa, nosotros esperamos unos nuevos cielos y una nueva tierra, donde tenga su morada la rectitud».
1. Antes de entrar en el análisis de esta porción, conviene advertir, para ahorrarle confusiones al lector, que Pedro mezcla en uno solo los distintos planos escatológicos. Como es corriente en la profecía, los acontecimientos aparecen superpuestos, con lo que resulta difícil distinguir entre el día de Jesucristo (v. por ej. Fil. 1:6), el día del Señor, que corresponde al que en el Antiguo Testamento se llama día de Jehová (v. en el v. 10, comp. con Ap. 1:10—v. el comentario a este lugar—), y el día de Dios, que es el de la eternidad (Ap. 21:1).
2. «El día del Señor» (v. 10) es, pues, según lo que acabamos de decir equivalente al día de Jehová, tan repetidamente mencionado en los profetas, como puede verse en una buena Concordancia («día de Jehová», en las que hasta la fecha tenemos en castellano). En el Nuevo Testamento aparece, como aquí, bajo el nombre de día del Señor, ya que, en los LXX, el nombre sagrado de Jehová aparece como ho Kúrios, debido ya a un falso concepto de reverencia (v. Hch. 2:20; 1 Co. 1:8; 1 Ts. 5:2; 2 Ts. 2:2 y Ap. 1:10, además de aquí). Dice Ryrie, en nota al ya citado lugar de 1 Tesalonicenses 5:2: «El día del Señor. Un extenso período de tiempo, que comienza con la tribulación (la Gran Tribulación. El paréntesis es mío) e incluye los acontecimientos de la Segunda Venida de Cristo y el reino milenario en la tierra. Comenzará cuando no se le espere (como ladrón en la noche)». La misma frase de 1 Tesalonicenses 5:2 es repetida por Pedro aquí, pero sin lo de «en la noche», que carece de todo apoyo en los MSS y es casi increíble que tal glosa (tomada de 1 Ts. 5:2) entrase en el Texto Recibido del Nuevo Testamento, de donde lo tomaron Reina y Valera. La idea y la admonición estuvieron ya en los labios de Jesús, como puede verse en Mateo 24:43, 44; Lucas 12:39, 40, a cuyo comentario remitimos al lector.
3. El resto del versículo 10 está dedicado a describir la gran conflagración que llega ya a incluirse en el día de Dios (comp. con el v. 12), aunque este último comienza propiamente el día del Juicio Final y se perpetuará por toda la eternidad (v. Ap. 21:1). Los detalles de esta conflagración final son expuestos por Pedro de la manera siguiente:
(A) «Entonces desaparecerán (lit. pasarán) los cielos con fragoroso estruendo» (comp. con Mt. 24:35; Mr. 13:31; Ap. 21:1). La metáfora se ve ya, aumentada con otras—la del vestido que se muda y la del pergamino que se enrolla—, en Salmos 102:26 y en Isaías 34:4; de este último lugar la toma Juan en Apocalipsis 6:14. Aquí se añade que los cielos pasarán, se desleirán o desintegrarán (lit. se soltarán o desatarán) con fragoroso estruendo, esto es, probablemente, «como el ruido del crepitar de las llamas» (Ecumenio, citado por R. Franco). No se puede menos de pensar en el fragor producido por la fisión (y la subsiguiente fusión) de la bomba atómica. ¿Será ésta la «rúbrica» que Dios pondrá a una futura guerra nuclear? No me parece probable, pues ya no quedarán malvados después de la batalla de Gog y Magog, tras de la que leemos en Apocalipsis 20:9b: «y de parte de Dios (Él es el que pondrá fin al mundo, no los hombres) descendió fuego del cielo y los consumió» (comp. con Ap. 21:1b).
(B) «Los elementos serán destruidos por el fuego» (v. 10c). Discuten los autores si los elementos (gr. stoikheía, vocablo ya visto en otros lugares—Gá. 4:3, 9; Col. 2:8, 20; He. 5:12—, aunque con distinto significado) son los componentes (cuatro) del mundo o los astros. En el versículo 12 se dice de estos mismos elementos que se fundirán (gr. téketai) y la opinión más probable sostiene que se refiere a los astros. ¿A qué astros? Con toda probabilidad, a los que componen nuestro sistema planetario. Como digo en mi libro Escatología 11, página 311: «La destrucción del primer cielo y de la primera tierra, a la que se refiere Pedro (2 P. 3:10–13), y que es, en realidad, una profunda transformación mediante el fuego, no tiene por qué afectar a todo el Universo, sino sólo a este planeta que habitamos, al cielo atmosférico y, con toda probabilidad, a nuestro sistema planetario e, incluso, a la constelación en la que dicho sistema se mueve». Como se puede ver por esta cita, mi opinión personal, contra la de gran número de autores, es que los primeros cielo y tierra no serán aniquilados, reducidos a la nada, sino totalmente transformados por la drástica purificación que el fuego de la conflagración llevará a cabo. Siendo «fuego de Dios», no dejará residuos de contaminación atmosférica.
(C) La última frase del versículo 10 no es fácil de traducir, ya que los MSS más importantes dicen heurethésetai, será hallada. Para obviar la dificultad, parece que algún copista intercaló un oukh (no). En otros códices, dicho verbo es sustituido por katakaésontai (serán quemadas del todo), de donde lo tomaron nuestras versiones, conforme al Texto llamado «Recibido». Como puede verse en la NVI castellana, cuya traducción aparece al comienzo de esta sección, hemos adoptado la lectura mejor atestiguada («será hallada»), aunque matizada libremente para dar mejor el sentido: «la tierra, con todo lo que en ella se contiene, QUEDARÁ DESOLADA». La edición inglesa de dicha versión dice: the earth and everything in it will be laid bare, esto es, «la tierra, y todo (lo que hay) en ella, QUEDARÁ AL DESNUDO», es decir, AL DESCUBIERTO. La idea parece ser que volverá al caos de donde salió en la primera creación (Gn. 1:2).
4. A la vista de este descomunal cataclismo, Pedro hace ver a sus lectores (v. 11) que la caducidad de este mundo es un nuevo motivo para levantar los ojos hacia las cosas eternas y, por tanto, para vivir santamente: «Puesto que todo ha de ser destruido de esta manera, ¿qué clase de gente (gr. potapoús. Lit. ¿De qué calidad y de qué país?—es el mismo vocablo de 1 Jn. 3:1—) deberíais ser vosotros? Deberíais vivir una vida santa y piadosa …», apartada de todo lo profano y dedicada a Dios. El original dice textualmente: «existir (gr. hupárkhein, el mismo verbo de Fil. 2:6 “… existiendo en forma de Dios”) en conductas (maneras de comportarse) santas y piadosas». Dice R. Franco: «El plural del original indica las acciones concretas en las que se tiene que traducir esa piedad».
5. Del versículo 12, sólo nos queda analizar las dos primeras frases: «… aguardando con expectación el día de Dios y acelerando su advenimiento» (NVI). Comoquiera que el primer verbo—«aguardando con expectación» (gr. prosdokóntas, en participio de presente continuo)—podría dar la impresión de una espera meramente pasiva, el autor sagrado añade otro verbo de sentido eminentemente activo:
«acelerando» o «apresurando» (gr. speúdontas, también en participio de presente) su advenimiento (el del día de Dios). ¿Significa esto que nosotros podemos adelantar el día que Dios tiene prefijado? Si lo tomamos en sentido absoluto, no. Pero hemos de tener en cuenta que tanto las acciones (v. 1 S. 15:35, por ej.) como las oraciones (v. Éx. 32:14) de los hombres son incorporadas por Dios, en su presciencia eterna, a sus planes eternos, para su cumplimiento en el tiempo. Con una vida santa podemos adelantar la Segunda Venida, de la misma manera que son, en realidad, las vidas impenitentes las que la retrasan (v. 9b).
6. En contraste con la caducidad del mundo, puesta de relieve, una vez más, en la segunda parte del versículo 12, el versículo 13 se abre de forma consoladora con ese «pero» que da un nuevo giro a la secuencia que el autor sagrado desarrolla ante nuestros ojos. El original no tiene la adversativa fuerte allá, sino la suave de, pero el contraste es el mismo: «Pero, conforme a su promesa, nosotros esperamos unos nuevos cielos y una nueva tierra, donde tenga su morada la rectitud» (NVI).
(A) Dice R. Franco: «La destrucción del mundo presente, en el sentido limitado que hemos explicado en los versículos 7 y 10, es únicamente el elemento negativo del día del Señor». Efectivamente, hay un elemento, no sólo positivo, sino de carácter eterno, en los nuevos cielos y en la nueva tierra que esperamos. Esta esperanza no avergüenza porque está fundada en la promesa (gr. epánguelma, en sentido concreto, objetivo, como lo da a entender el sufijo ma), que no puede fracasar, de Dios («SU promesa»). Esta promesa se halla ya en Isaías 65:17; 66:22, y convendrá que el lector lea el comentario a dichos lugares, a fin de aclarar ideas. «Nosotros, pues—viene a decir Pedro—, no somos como los burladores sarcásticos que se mofan de la promesa de la Venida del Señor (v. 4), sino que creemos firmemente esa promesa, como también creemos la promesa de que, después de dicha Venida, habrá unos nuevos cielos y una nueva tierra.
(B) También el Nuevo Testamento nos ofrece otros textos que nos confirman en lo que ya le había sido revelado a Isaías en los lugares citados. Así, el Señor Jesús, en Mateo 19:28, habla de un «nuevo nacimiento (gr. palinguenesía) de todas las cosas». También Pablo habla, en Romanos 8:21, de la esperanza que tenemos de que la creación misma «será libertada de la servidumbre del deterioro e introducida en la gloriosa libertad de los hijos de Dios». Esto podría darnos a entender que Pedro, en el versículo 13, se refiere, no sólo a los lugares citados de Isaías, sino también a la misma predicación del Señor Jesucristo y de los apóstoles acerca de los acontecimientos de los últimos días y de la condición eterna del nuevo mundo que ha de sustituir al actual.
(C) El autor sagrado pone de relieve que, en estos nuevos cielos y en esta nueva tierra, ha de tener su morada la rectitud (lit. la justicia. Gr. dikaiosúne). Al citar Isaías 32:16–18, R. Franco hace ver que Pedro (vv. 13, 14) hace lo mismo que Isaías, quien «asocia la justicia con la paz». Volveremos sobre esta consideración en el comentario al versículo 14. En el nuevo mundo, no tendrán cabida los malvados, por lo cual el reino eterno será un reino de justicia y de paz.
Versículos 14–18
En estos versículos Pedro exhorta a sus lectores a prepararse diligentemente para el día en que el Señor venga a recogerlos. Cuatro vienen a ser los puntos en que se divide esta exhortación: 1) A una vida santa (v. 14 comp. con v. 11b); 2) A entender la longanimidad del Señor (v. 15a, comp. con v. 9); 3) A guardarse de los errores de los falsos maestros (v. 17); y 4) A crecer en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo (v. 18a). El versículo 16 es como un paréntesis, en el que Pedro hace algunas observaciones personales sobre los escritos del apóstol Pablo. Finaliza la porción, y la epístola, con una doxología (v. 18b).
1. Comenzamos, pues, por el versículo 14, que dice así en la NVI: «Así pues queridos amigos (gr. agapetoí, la tercera vez que se dirige a los lectores con este cariñoso epíteto), ya que esperáis esto, procurad con todo empeño ser hallados sin mancha ni reproche, y en paz con Él». Lo de «con Él» es una añadidura (muy discutible) de la NVI.
(A) Con la nueva motivación, eminentemente positiva, de la promesa de un nuevo mundo, en el que no cabrán males ni malvados, Pedro exhorta a sus lectores, «ya que esperáis esto»—dice—, a procurar con empeño llevar una vida santa. En tres versículos consecutivos (12, 13 y 14), el autor sagrado usa sendas veces el verbo griego prosdokáo, aguardar expectantes; por donde se ve la importancia que da a esta activa espera.
(B) Las facetas de esta vida santa son aquí tres: (a) «incontaminados» (gr. áspiloi, el mismo vocablo de 1 Ti. 6:14; Stg. 1:27 y 1 P. 1:19), sin contagiarse de los falsos maestros, a quienes, en 2:13, aplica el epíteto opuesto (spíloi); (b) «sin reproche» (gr. amómetos, única vez que tal vocablo sale en todo el Nuevo Testamento, pero es sinónimo de ámomos, que ocurre ocho veces; entre ellas, en 1 P. 1:19); es también el epíteto opuesto al mómoi (manchas, en sentido de cosa deshonrosa, digna de reproche) que también aplica a los falsos maestros el autor sagrado en el mismo versículo (2:13) en que los ha llamado spíloi, «inmundicias»; (c) «en paz», más bien que «con Él» (NVI), esto es, con Dios, se refiere, sin duda, a vivir en armonía completa con los demás hermanos (comp. con 2 Co. 13:11). En general, para todo el versículo, pueden verse también 1 Corintios 15:58 y 1 Tesalonicenses 3:13.
2. La segunda exhortación es a considerar y comprender la longánime paciencia de Dios. Dice el versículo 15 en la RV 1977: «Y considerad que la longanimidad de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito» (lit. escribió).
(A) El verbo griego hegueísthe (en presente de imperativo) significa «considerad», no en el sentido de «reflexionad», sino de «tener por» (como en la antigua RV). Lo que quiere decir aquí Pedro, de acuerdo con lo que ha dicho en el versículo 9, es lo siguiente: «Tened por una indicación de que hay todavía oportunidades de salvación el que Dios prolongue el tiempo de su paciente longanimidad». O, como lo expresa Ryrie: «Entended que la demora del Regreso del Señor tiene por objeto servir de oportunidad a los hombres para que sean salvos».
(B) A su propio testimonio, añade Pedro el del apóstol Pablo, respecto de lo cual es conveniente notar estos tres detalles: (a) Le llama amado, con lo que da a entender que no guarda ningún resentimiento por el duro reproche que Pablo le dirigió en Antioquía (v. Gá. 2:11 y ss.). ¡Qué ejemplo para nosotros que, de ordinario, no olvidamos cosas semejantes! (b) Le llama nuestro amado hermano, con lo que indica: Primero, que ambos mantienen, no sólo la misma fe, sino también el mismo mensaje que proclamar; segundo, que ni él ni Pablo son «jerarcas» («Padres, Santos Padres, Padres Santos»), sino hermanos juntamente con los fieles a los que se dirigen. (c) Alaba los dones de Pablo: «según la sabiduría que le ha sido dada». No es muy frecuente esta alabanza implícita entre colegas. El Dr. Lloyd-Jones escribe que, cuando un predicador alaba sinceramente a otro predicador, esto no puede hacerse sino por obra del Espíritu Santo, no sale de la inclinación natural de la persona.
(C) Al decir de Pablo «os escribió» (aoristo), no cabe duda de que Pedro se refiere a alguna epístola (o algunas epístolas) en las que el apóstol de los gentiles trata de asuntos similares a los que Pedro está tratando precisamente en los versículos anteriores. Dice R. Franco: «Los pensamientos de los versículos 14 y 15 tienen numerosos paralelos paulinos (Ro. 2:4–10; 1 Co. 1:8; Fil. 1:10, 11; 2:15; 1 Ts. 3:13), y éstos justifican la apelación a las cartas paulinas, sin que sea necesario, como pretenden algunos, referirlo a alguna carta particular, que estuviera dirigida a los destinatarios de esta 2 Pedro».
(D) Es precisamente aquí donde el autor sagrado intercala el versículo 16, que es como un paréntesis, pero es un precioso paréntesis, a juzgar por las importantes enseñanzas que nos ofrece; el versículo dice así en la NVI: «Así lo enseña en todas sus cartas, cuando habla en ellas de estos temas. Sus cartas contienen algunas cosas difíciles de entender, cuyo sentido distorsionan los ignorantes (gr. hoi amatheís; lit. los que no han aprendido. Aquí el “indoctos” de la RV es inmejorable) e inconstantes (gr. astériktoi, inestables—como estrellas fugaces o errantes—; el mismo vocablo de 2:14), como hacen también con las demás Escritura y, para su propia perdición». Muchos son aquí los puntos dignos de especial análisis:
(a) La forma en que comienza la NVI el versículo, en contraste con la falta de puntuación en la RV 1977 y (mucho peor todavía) con el «casi» de las ediciones anteriores a dicha versión RV 1977 (ya que ese «casi» no existe en el original), está bien ajustada al desarrollo del pensamiento del autor sagrado y a la puntuación misma adoptada, con buen criterio, en el Texto Crítico de las Sociedades Bíblicas Unidas.
(b) Dice, pues, Pedro que el «amado hermano Pablo» enseña lo mismo que él (Pedro), cuando trata de estos temas. Ya hemos citado en el párrafo (C) de este mismo punto varios lugares de las epístolas paulinas que se asemejan a los versículos 14 y 15 de este capítulo. Al hablar de «todas sus cartas», no quiere decir Pedro que todo el conjunto de epístolas paulinas que figuran actualmente en nuestras Biblias corriesen ya de mano en mano, sino que se refiere a todas las que, por entonces, circulaban entre los fieles. Entre ellas, son de destacarse las escritas a los fieles de Tesalónica, las cuales figuran entre las primeras que el apóstol puso por escrito y que, precisamente, tratan del tema de la Segunda Venida.
(c) Al decir que dichas cartas «contienen algunas cosas difíciles de entender», Pedro podría referirse a 1 y 2 Tesalonicenses, pues tanto estas, como las dirigidas a los fieles de Corinto suponen malentendidos por parte de algunos lectores; pero es más probable que Pedro se refiera (v. el comentario a 2:19) a lo que Pablo dice, especialmente en Gálatas (anterior a Romanos) sobre la libertad cristiana y el papel de la Ley de Moisés. Es probable que, en otro tiempo, estas cosas hubiesen resultado difíciles para el propio Pedro, como él mismo parece insinuar.
(d) De esta frase «cosas difíciles de entender», deducen muchos catolicorromanos (no los que tengo delante, en honor de la verdad) que ello implica la necesidad de que una persona de una casta especial (los sacerdotes y, en especial, los obispos y el Papa) explique y determine el recto sentido de las Escrituras. Sin embargo, no es éste el significado que quiere darle el autor sagrado; no dice: «Por tanto, tened cuidado y buscad a una persona autorizada para que os las interprete», sino: «cuyo sentido distorsionan los indoctos y los inestables». Son, pues, únicamente los que no han aprendido, porque no han estudiado bien las Escrituras, e inestables, además, en su carácter moral, quienes entienden mal las Epístolas de Pablo y las distorsionan (gr. strebloúsin, tuercen y deforman; única vez que tal vocablo sale en todo el Nuevo Testamento) para su propia perdición.
(e) No son, pues, los partidarios del «libre examen» los que tuercen las Escrituras, sino precisamente quienes se niegan a estudiarlas con diligencia y sin prejuicios, para su salvación, no para su perdición.
Los indoctos e inestables que aquí menciona Pedro eran precisamente los que no podían entender las cosas difíciles que Pablo escribía. ¿Y por qué no las entendían? Porque vivían inmoralmente y, por eso, torcían las enseñanzas de Pablo sobre la libertad cristiana y sobre la Ley, de una forma que cuadraba bien con la conducta inmoral que observaban (v. el comentario a 1 Jn. 2:20).
(f) Finalmente, el autor sagrado dice que estos indoctos e inestables tuercen el sentido de las Epístolas de Pablo «como hacen también con las demás Escrituras». Pedro se refiere, sin duda, a las Escrituras del Antiguo Testamento, pues así es como se llama constantemente en el Nuevo Testamento a los escritos inspirados de «la Ley, los Escritos y los Profetas». Por consiguiente, el autor sagrado pone aquí las Epístolas de Pablo al mismo nivel que dichos escritos inspirados del Antiguo Testamento, pues no dice:
«como hacen también con las Escrituras», sino: «como hacen también con las DEMÁS Escrituras»; lo que indica claramente que también los escritos de Pablo forman parte de las Escrituras.
3. La tercera exhortación se halla en el versículo 17, donde el autor sagrado exhorta a sus lectores a guardarse de los errores de los falsos maestros, a quienes llama de nuevo (v. 2:7) «libertinos» (NVI Gr. athésmon, los moralmente corruptos, porque hacen caso omiso de lo que prescribe—thésmos—la Ley. Éstas son las dos únicas ocasiones en las que dicho vocablo ocurre en todo el Nuevo Testamento). Dice dicho versículo 17 en la NVI: «Por tanto, queridos amigos (gr. agapetoí, cuarta y última vez que dicho apelativo es dirigido a los lectores de esta epístola), puesto que ya sabéis esto de antemano, estad alerta para que no seáis arrastrados por el error de esos libertinos y caigáis de vuestra firme posición».
(A) Lo de «sabiéndolo de antemano» no se refiere directamente al conjunto de verdades cristianas y de virtudes que hay que añadir a la fe (como sugiere la referencia a 1:12 en nuestras versiones), sino a lo que les está diciendo a los lectores acerca de los falsos maestros y les ha recordado repetidamente desde 3:1. Los lectores conocen ya los errores de los falsos maestros, pero están siempre en peligro de ser seducidos por ellos. Por eso les exhorta Pedro a estar alerta (gr. phulássesthe, estad de guardia; en presente de imperativo).
(B) El verbo con que expresa Pedro la posible seducción que los falsos maestros pueden ejercer sobre los fieles incautos es muy expresivo (sunapakhthéntes, en participio de aoristo pasivo). Dicho verbo ocurre tres veces en el Nuevo Testamento: en Romanos 12:16 (donde tiene un sentido bueno. V. el comentario a dicho lugar); Gálatas 2:13 y aquí. Se compone de dos prefijos sun, con (lo que denota unión con otros), y apó, desde (en sentido de marchar de algún sitio, de «despegue»), y del verbo simple ágo, que significa conducir o llevar en el sentido en que se lleva a quien puede moverse por sí mismo (v. por ej., en Ro. 8:14 ágontai, son conducidos, esto es, se dejan conducir). Indica, pues, «salir de la posición en que uno está, a fin de unirse a quienes se lo llevan». Por aquí se puede ver que lo de «arrastrados» que traen la mayoría de las versiones (RV, NVI, R. Franco, Biblia de las Américas, Biblia de Jerusalén, Nueva Biblia Española) es demasiado fuerte (para «arrastrar» está el verbo hélko, que sale en Hch. 21:30; Stg. 2:6; y, un poco más suave, helkúo, que, entre otros lugares, ocurre en Jn. 6:44, donde debe traducirse «atrajere» o—más correcto, según las normas de la Real Academia de la Lengua, «atrajese» o «atrae»). La Versión de Las Buenas Nuevas, la de Salguero y la AV inglesa traen, con mayor precisión, «dejándoos llevar».
(C) La cláusula final («y caigáis de vuestra firme posición») no significa que estos creyentes puedan perder la salvación, sino que podrían caer de la firmeza en la fe y en las buenas costumbres a la inestabilidad doctrinal y moral de los falsos maestros y de quienes se dejan seducir por ellos. Es cierto que nuestra firmeza se debe fundamentalmente a la gracia de Dios (Ro. 14:4), pero «esta firmeza no está garantizada sin la cooperación de los mismos fieles, y hay que combatir por ella (1:10)» (R. Franco). En efecto, eso es lo mismo que enseñan tambien el apóstol Pablo (por ej. en 1 Co. 15:10; Fil. 2:12, 13) y Pedro, en esta misma epístola (ya desde 1:5 y ss.).
4. La cuarta y última exhortación se halla en el versículo 18a, que dice así: «Antes bien, id creciendo en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo».
(A) Lo primero que se observa es ese «antes bien» (gr. de, conjunción adversativa suave), con que se da cierto giro a lo dicho en el versículo 17. Lejos de dejarse llevar por el error de los sin ley, cayendo de la propia firmeza (lit.), los creyentes deben crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor. Eso es lo que, desde el principio (1:2, 8), les había deseado. «Insinúa obviamente, dice Lloyd-Jones, que el único modo de evitar el caer en la vida cristiana es avanzar. La única manera de evitar el retroceso es seguir adelante. No hay tal cosa como el quedar estancado en la vida cristiana.»
(B) Esta es la tercera vez que Pedro emplea la expresión nuestro Señor y Salvador Jesucristo (v. 1:11; 2:20). Aunque la divinidad de Jesucristo consta por muchos otros lugares del Nuevo Testamento, es muy aventurado probarla por este texto, como hace Salguero, quien dice: «En este último versículo de la 2 Pedro se afirma claramente la divinidad de Cristo», ya que para ser Señor y Salvador le habría bastado recibir de Dios esos poderes (v. por ej., Mt. 28:18b; Jn. 5:26, 27). Argumentos imprecisos, inexactos o insuficientes sirven únicamente para dar mayor pábulo a los errores de los enemigos de nuestra fe. Un mayor y mejor conocimiento del Señor Jesucristo es ya uno de los mejores medios de crecer en la gracia, pues ésa es la vida eterna (Jn. 17:3b).
5. La epístola termina con una doxología (v. 18b), que dice así textualmente: «A Él (sea) la gloria, tanto ahora como hasta el día del siglo (esto es, de la eternidad). Amén». Aunque este «Amén» falta en el MS B (el códice Vaticano, uno de los más antiguos) y en algunos otros códices, figura, sin embargo, en el Sinaítico (tan antiguo como el Vaticano) y en muchos otros MSS y códices unciales. La doxología se parece un poco, dentro de su brevedad, a las también breves de Romanos 11:36; 2 Timoteo 4:18 y Apocalipsis 1:6; pero la última frase guarda gran parecido con la última frase de Judas 25, aunque la doxología de éste es la más bella y larga de todas.