Este libro, que en hebreo se llama Shofetim (Jueces), y en el griego de los LXX Kritaí, contiene la historia de Israel desde la muerte de Josué hasta el nacimiento de Samuel, con el que comienza el primer Libro de Samuel. Discuten los comentaristas sobre la duración de este período. Mientras el Dr. Lighfoot opina que abarcó el espacio de 299 años, el Dr. L. Wood fundamenta bien su opinión de que fueron 340. Los jueces fueron líderes providencialmente levantados por Dios para salvar a Israel del acoso de sus enemigos, cuando éstos prevalecían a causa de los pecados del pueblo. Estos líderes surgieron de ocho diferentes tribus. Así se difundió este honor ampliamente por todo Israel hasta centrarse posteriormente en Judá. Los dos últimos jueces, que no aparecen en este libro, surgieron de la tribu de Leví. Parece ser que no surgió ningún juez de las tribus de Rubén, Simeón, Gad y Aser.
En cuanto a la situación espiritual de Israel durante este período: I. No aparece tan elevada como podríamos esperar que fuese, al estar regidos por leyes tan justas y animados con promesas tan buenas, sino que los hallamos malamente corrompidos por dentro y malamente oprimidos desde fuera por los enemigos circundantes. II. Sin embargo, no todo es sombrío en este libro; aun cuando había muchos que caían en la idolatría, había también muchos que continuaban fieles, y el servicio o culto en el tabernáculo nunca fue interrumpido, sino conservado de acuerdo con la ley de Moisés. III. Por lo que vemos, cada tribu actuaba con cierta independencia, sin un jefe ni una asamblea común, lo cual ocasionó graves diferencias entre ellos y les impidió obrar grandes cosas conjuntamente. IV. El gobierno de los jueces no era, de ordinario, constante, sino que surgían y eran capacitados por el Espíritu de Dios cuando llegaba la ocasión de vengar a Israel de sus enemigos y purificar al pueblo de sus idolatrías. Débora, la profetisa, parece haber sido una excepción, pues juzgaba constantemente al pueblo, aun antes de presentarse la oportunidad de defender a Israel de sus enemigos. V. Durante el gobierno de los jueces, Dios era, de una manera especial, el Rey de Israel, como les hace ver Samuel al pedir ellos tener un rey como las demás naciones (1 S. 8:5; 12:12). En Hebreos 11:32, se mencionan los nombres de cuatro jueces: Gedeón, Barac, Sansón y Jefté. El erudito obispo Patrick opina que el escritor de este libro fue Samuel.
Este capítulo nos refiere el avance que algunas tribus de Israel llevaron a cabo, después de la muerte de Josué, en la conquista de la tierra de Canaán. Como suele decirse, Josué quebró el cuello del enemigo y puso a Israel en situación favorable para haber alcanzado pronto la victoria completa, si no hubiese sido por la apatía de la mayoría de las tribus en expulsar al enemigo. Se nos dice: I. Que las tribus de Judá y Simeón actuaron bravamente, pero: II. Las otras tribus actuaron cobardemente. III. No se nos dice cómo actuaron las tribus de Isacar y las dos tribus y media de allende el Jordán.
Versículos 1–8
I. Los hijos de Israel consultaron el oráculo de Dios para saber cuál de las tribus había de comenzar la campaña de limpieza de enemigos en el país. La pregunta fue: ¿Quién de nosotros subirá primero? (v. 1). Podemos suponer que, para este tiempo, ya se habían multiplicado en los lugares que ocupaban, de tal forma que el espacio que ocupaban les resultaba estrecho. No sabemos si es que cada tribu deseaba el honor de ser la primera en comenzar la campaña, o si cada tribu tenía más bien miedo de ser la primera.
II. Dios ordenó que Judá subiese primero y les prometió éxito en la empresa (v. 2): «He aquí que yo he entregado la tierra en sus manos para que sea poseída; por tanto, entregaré en sus manos al enemigo que de momento está en posesión de ella». ¿Por qué había de ser Judá la primera tribu en subir? 1. Por ser la tribu más numerosa y poderosa. 2. Por ser la primera en dignidad, por lo que también debía ser la primera en cumplir con este deber. Era la tribu de la que había de surgir el Señor según la carne. Así que, en Judá, el León de esa tribu había de acometer el primero. De modo similar, Cristo fue el primero en enfrentarse con los poderes de las tinieblas y vencerlos, y así nos animó para vencer en nuestras luchas con esos poderes; en Cristo, somos más que vencedores (Ro. 8:37).
III. Así pues, Judá se dispone a subir, pero pide a su hermano y vecino Simeón que suba con él uniéndose así en la empresa las fuerzas de las dos tribus (v. 3). Los fuertes no han de despreciar la ayuda de los débiles. Judá era la tribu más considerable de todas y Simeón la menos considerable, a pesar de lo cual Judá pide ayuda a Simeón. La cabeza no le puede decir al pie: No te necesito, puesto que somos miembros los unos de los otros.
IV. Las fuerzas confederadas de Judá y Simeón salen al campo de batalla (v. 4): Y subió Judá. Y Simeón subió con él (v. 3). Es probable que el comandante en jefe de esta expedición fuese Caleb. Por lo que sigue (vv. 10, 11), parece ser que él no estaba aún en posesión de la heredad que le correspondía. Fue una bendición tener un general tan valiente.
V. Dios les dio éxito completo. Ya sea que ellos invadiesen primero el campo del enemigo, o que fuese éste el primero en tocar alarma, lo cierto es que Jehová entregó en sus manos al cananeo y al ferezeo (v. 4). Respecto de esta campaña se nos dan los siguientes detalles:
1. El ejército enemigo fue derrotado en Bézec o cerca de la ciudad, el lugar al que los soldados de Judá y Simeón habían subido, y en el que, más adelante, tuvo Saúl una especie de cuartel general (1 S. 11:8). Allí mataron a 10.000 hombres. Gran victoria, conseguida no con propias fuerzas, sino con la ayuda de Dios.
2. El rey enemigo fue hecho prisionero. Su nombre era Adoní-Bézec, que significa Señor de Bézec. Después de capturarlo, le cortaron los pulgares de manos y pies a fin de que, en lo sucesivo, no pudiese batallar ni huir (v. 6). Sería bárbaro este modo de proceder con un hombre ya vencido y a merced de ellos, si no fuese porque era un corrompido cananeo que había abusado de setenta reyes de un modo similar. (A) Cuán elevada había sido hasta entonces la posición de este hombre pero ahora era un desdichado prisionero, reducido a la miseria y al dolor. (B) Cuán extensa era la desolación que había llevado a cabo anteriormente, pues había subyugado a setenta reyes; de forma que, como dice Lightfoot, «Judá, al subyugar a Adoní-Bézec, subyugó en realidad a setenta reyes más». (C) Cuán justamente fue tratado del mismo modo que había tratado a otros. (D) Cuán sinceramente confesó la justicia de Dios en ello: Como yo hice, así me ha pagado Dios (v. 7). (v. 8).
VI. Se hace especial mención de la conquista de Jerusalén.
Versículos 9–20
Sigue un ulterior relato de la gloriosa campaña de Judá y Simeón:
I. La heredad de Judá quedó limpia de enemigos, pero no por completo. Fueron expulsados los que habitaban en las montañas (vv. 9, 19), las que rodean Jerusalén, pero los que habitaban en el valle les hicieron resistencia, pues poseían carros herrados, como los que vimos en Josué 17:16. Pensaron los de Judá que no era buena medida combatir contra ellos, olvidando que los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares (Sal. 68:17). Permitieron así que el miedo prevaleciera contra la fe y no pusieron su confianza en el poder de Dios contra toda fuerza material, batiéndose en retirada cuando con una sola embestida podían haber completado sus victorias.
II. Caleb fue puesto en posesión de su heredad de Hebrón. Ésta le había sido otorgada por Josué hacía unos diez o doce años, pero, como él prefirió servir antes a los intereses de la comunidad, y ayudar al pueblo a establecerse, antes que mirar por su propio interés, parece ser que no había tomado aún posesión de su heredad. Tan contento estaba de servir a los demás, que no le importó ser servido el último. Pero ahora los hombres de Judá venían en su ayuda para la conquista de Hebrón (v. 10) y le pusieron a Caleb en posesión de la ciudad (v. 20). Ahora Caleb, para corresponder a la amabilidad de sus paisanos, está impaciente por ver la ciudad de Debir en manos de los de Judá y, para darles ánimo, ofrece su hija por mujer al hombre que tome el mando de las tropas que vayan a conquistar la ciudad (vv. 11, 12). Se ofrece valientemente Otoniel y conquista así la ciudad y la mujer (v. 13).
III. Simeón, por su parte, ayudado por Judá, derrotó a los cananeos que moraban en sus fronteras (vv. 17, 18). En la parte oriental de la heredad de Simeón, conquistaron Sefat y le pusieron por nombre Hormá, que significa destrucción. En la parte occidental, tomaron Gaza, Ascalón y Ecrón (según el texto masorético, corregido por los LXX en el sentido de que no las tomaron, como puede verse por el versículo siguiente. Posteriormente, las habitaron los filisteos. Nota del traductor).
IV. Los cineos ganaron una heredad dentro de la tribu de Judá, pues se unieron a esta tribu por ser la más fuerte, y así esperaban estar más seguros (v. 16). Estos cineos eran descendientes de Jetró el suegro de Moisés. Al principio se habían asentado en Jericó la ciudad de las palmeras (Dt. 34:3), ciudad que no había de ser reedificada y, por ello, muy adecuada para los acostumbrados a vivir en tiendas de campaña y a no echar de menos las viviendas cómodas. Pero después se trasladaron al desierto de Judá. Al ser un pueblo pacífico y que se contentaba con poco, Israel le prestó esta atención. Los que a nadie molestaban, por nadie fueron molestados. Bienaventurados los apacibles, porque ellos heredarán la tierra (Mt. 5:5).
Versículos 21–36
Nos refiere en qué forma actuaron las demás tribus en lo tocante a los cananeos que se quedaron en el país.
I. Benjamín descuidó expulsar a los jebuseos de la parte de la ciudad de Jerusalén que había tocado en suerte a dicha tribu (v. 21). Judá les había dado un buen ejemplo (v. 9) pero ellos no les imitaron por falta de resolución.
II. En cuanto a la casa de José:
1. Se esforzaron por posesionarse de Betel (v. 22). Esta ciudad es mencionada, en Josué 18:22, como perteneciente a la tribu de Benjamín. Pero aquí la vemos tomada por los de José (v. 23). Como ciudad fronteriza, parece ser que la línea de demarcación pasaba así por en medio de la ciudad, perteneciendo una mitad a Benjamín, y la otra a Efraín. En este relato de la expedición de los efrainitas contra Betel es de observar:
(A) Su interés en el favor de Dios: Jehová estaba con ellos lo mismo que habría estado con las demás tribus si se hubiesen comportado como Dios había mandado.
(B) Las prudentes medidas que tomaron para conquistar la ciudad. Enviaron espías para hallar qué parte de la ciudad era la más débil (v. 23). Estos espías adquirieron buena información de un hombre que les mostró una entrada privada a la ciudad. Parece ser que este hombre no quiso unirse al pueblo de Dios, sino que se retiró a una colonia de los heteos, los cuales se habían marchado a Arabia cuando Josué invadió el país. Allá se fue este hombre a vivir y edificó allí una ciudad a la que puso por nombre Luz, que era el antiguo nombre de Betel. Prefirió así conservar el antiguo nombre de su ciudad nativa, que significa almendro, más bien que Betel, que significa casa de Dios.
(C) Éxito de los efrainitas. Los espías trajeron o enviaron recado del informe que les había dado el hombre, tomaron la ciudad por sorpresa y la pasaron a filo de espada (v. 25).
2. Aparte de este éxito, no parece que los hijos de José hiciesen ninguna otra cosa digna de mención.
III. Zabulón, quizá por su inclinación al comercio marítimo (pues le había sido predicho que sería puerto de barcos), descuidó arrojar a los habitantes de Quitrón y de Naalal (v. 30), y se contentó con hacerlos tributarios.
IV. Aser se portó peor que todas las demás tribus (vv. 31, 32), ya que no sólo dejó en manos de los cananeos mayor número de ciudades que los demás, sino también se conformó con morar entre los enemigos, en lugar de hacerlos tributarios.
V. Neftalí permitió igualmente que los cananeos se quedasen entre ellos (v. 33), aunque poco a poco les fue exigiendo contribución.
VI. Dan, por su parte, lejos de extender sus conquistas en el terreno que le había tocado en suerte, no tuvo ánimos para hacer frente a los amorreos y fue acosado por ellos hasta retirarse a los lugares de la montaña y vivir allí sin aventurarse a bajar al valle donde, con toda probabilidad, el enemigo poseía carros herrados (v. 34). Al bendecir Jacob en su lecho mortuorio a Judá, lo comparó a un león; a Dan lo comparó a una serpiente; obsérvese cómo Judá, con su bravura comparable a la del león, prevaleció y prosperó, mientras que Dan, con su astucia serpentina, no pudo ganar terreno. No siempre consigue la maliciosa astucia llevar a cabo los portentos que pretende hacer.
VII. En conjunto, vemos que el pueblo de Israel descuidó, hablando en términos generales, su deber y su interés en la conquista de la tierra prometida; no hicieron lo que podían haber hecho para echar a los cananeos y hacerse sitio en Canaán. La misma causa que impidió a sus padres llegar pronto a la tierra y les detuvo durante cuarenta años en el desierto, les impidió ahora tomar plena posesión de la tierra. Esta causa fue la incredulidad. Por desconfiar del poder y de las promesas de Dios, perdieron los beneficios que podían haber obtenido y se ocasionaron a sí mismos miles de perjuicios.
I. Dios envía un mensaje especial por medio de un ángel (vv. 1–5).
II. Se nos da también una idea general de la situación de Israel durante la época de los jueces. 1. Su adhesión a Dios mientras vivieron Josué y los ancianos de la anterior generación (vv. 6–10). 2. Su posterior idolatría (vv. 11–13). 3. El desagrado de Dios y los castigos que les envió (vv. 14–15). 4. La compasión que tuvo de ellos, mostrada en los líderes que hizo surgir entre ellos para librarles (vv. 16–18). 5. Su recaída en la idolatría (vv. 17–19). 6. El punto final que Dios, en su ira, puso a los éxitos primeros de su pueblo (vv. 20–23).
Versículos 1–5
Uno de los grandes privilegios de Israel fue recibir del Cielo frecuentes mensajes, ya de reproche, de corrección o de instrucción, según los casos. Además de la palabra escrita que tenían delante, con frecuencia oían a sus espaldas palabra que decía: Éste es el camino (Is. 30:21). De este modo comienza
aquí el modo como obraba Dios con ellos. En estos versículos tenemos un sermón de avivamiento que les fue predicado cuando su estado espiritual se iba enfriando.
I. El predicador fue el ángel de Jehová (v. 1). Por la nomenclatura y el contexto, no cabe duda de que se trata del «ángel del pacto», esto es, el propio Señor preencarnado, como se había aparecido antes a Josué (Jos. 5:14–15) y, después, a Gedeón (6:11 y ss.), a los padres de Sansón (13:3 y ss.), etc.
II. Las personas a las que fue predicado el sermón: Todos los hijos de Israel (v. 4). ¡Gran congregación para tan gran predicador! El lugar es llamado Boquim (v. 1), pues se ganó el nombre en esta ocasión. Todo Israel merecía el reproche y la advertencia que aquí se le dieron.
III. El mensaje fue corto, pero muy directo. Dios les dice aquí claramente: 1. Lo que había hecho por ellos (v. 1). Los había sacado de Egipto, país de esclavitud y fatigas, a Canaán, tierra de reposo, libertad y abundancia. 2. Lo que les había prometido: No invalidaré jamás mi pacto con vosotros. 3. Lo que esperaba razonablemente de ellos (v. 2): Que, al haber entrado en pacto con Jehová su Dios no habían de pactar con los moradores de la tierra, que eran enemigos de Dios y de Israel: y que, al haber levantado altar y santuario a Dios, debían derribar los idolátricos altares de los cananeos, para que no sintieran la tentación de adorar y servir a los dioses. 4. Que, precisamente en esto, en lo que más había insistido Dios, ellos le habían desobedecido: Vosotros no habéis atendido mi voz. 5. Lo que ellos habían de esperar a causa de esta locura (v. 3). Se engañan los que esperan sacar provecho de la amistad de los enemigos de Dios.
IV. Es muy notable el éxito que tuvo este sermón: El pueblo alzó su voz y lloró (v. 4). Pero esto no bastaba; lloraron, pero no se enmendaron, pues no se nos dice que destruyesen los vestigios de idolatría que había en medio de ellos. Debían haber roto sus relaciones con sus enemigos cosa que no hicieron. Siempre nos es más fácil emprender un camino malo que dejarlo una vez emprendido. Más fácil es al creyente formar amistades con los no creyentes que romperlas después de formadas. Hay muchos que parecen derretirse por la acción de la Palabra de Dios, pero se endurecen de nuevo antes de ser echados en el nuevo molde. No obstante, este llanto general: 1. Dio al lugar un nuevo nombre (v. 5): lo llamaron Boquim que significa los que lloran. 2. Les impulsó a ofrecer allí sacrificios a Jehová, bajo la llamada encina del llanto (Gn. 35:8), al norte de Betel, sin intentar por eso levantar allí un nuevo santuario, diferente del de Siló, donde estaba el altar de Dios.
Versículos 6–23
El ángel había predicho que los cananeos y sus ídolos les habían de ser lazo y trampa a los israelitas. Ahora, el historiador va a demostrar que así fue; y, para que esto aparezca más claro, echa una mirada retrospectiva para que se tome nota: 1. Del feliz asentamiento del pueblo en el país de Canaán. Después de bendecir al pueblo, Josué les había despedido para que fuesen a tomar pacífica posesión de la tierra (v. 6). 2. De su perseverancia en la fe y el temor del santo nombre de Dios mientras vivió Josué (v. 7). 3. De la muerte y sepultura de Josué, lo cual fue un golpe fatal para los intereses de la verdadera religión en Israel (vv. 8–9). 4. Del surgimiento de una nueva generación (v. 10), la cual estaba tan enteramente entregada a las cosas del mundo, que les importaba muy poco del verdadero Dios y del servicio que debían prestarle, por lo que fácilmente se desviaron hacia los falsos dioses y sus abominables supersticiones.
Se nos da, a continuación, una idea general de la secuencia histórica de Israel durante el período de los jueces:
I. Israel abandonó a su Dios. En general, hicieron lo malo; nada peor pudieron hacer que provocar así a Dios, y nada más perjudicial para ellos mismos, y lo hicieron ante los ojos de Jehová (v. 11). En particular:
1. Dejaron a Jehová (v. 12; y, de nuevo, en el v. 13); éste fue uno de los dos grandes males que hicieron (V. Jer. 2:13). Se habían unido, por pacto, a Jehová, pero ahora lo abandonaron, como una mujer que se separa traidoramente de su marido.
2. Después de abandonar al verdadero Dios, no se hicieron ateos, pues no eran tan necios como para decir: No hay Dios (Sal. 14:1; 53:1), sino que se fueron tras otros dioses; les quedaba algo de su antigua condición, puesto que deseaban tener algún dios, pero estaban tan corrompidos que multiplicaban sus dioses, cualesquiera fuesen éstos, y seguían así la forma, no la norma, del culto religioso. Baalim significa señores, Ashtaroth significa estrellas, de la raíz babilónica Istar, ya que los israelitas cambiaron el primitivo nombre Astarté en Ashtoreh, que es el singular (deidad femenina) de Ashtaroth. Así se hicieron muchos dioses y muchos señores.
II. El Dios de Israel fue provocado a ira por ello, y los entregó en manos de sus enemigos (vv. 14, 15). 1. La balanza de la victoria se inclinó de la parte contraria. Dios estaba dispuesto a conceder el éxito a quienes no le habían conocido ni le habían pertenecido, antes que a quienes, después de conocerle y pertenecerle, le habían abandonado. 2. La balanza del poder se volvió igualmente, por supuesto, contra ellos.
III. El Dios de infinita misericordia tuvo compasión de ellos en sus momentos de apuro, aunque ellos se habían metido en el apuro por su insensatez y su pecado, y les proporcionó liberación.
1. La fuente de esta liberación. Brotó puramente de la tierna compasión de Dios; la razón se hallaba dentro de Sí mismo, no en los merecimientos de ellos. Ellos mismos gemían bajo la opresión de sus enemigos (v. 18), más bien que bajo la opresión de sus pecados, pero aun así Jehová era movido a misericordia, puesto que ahora es el día de su paciencia y de nuestra prueba, a pesar de que ellos (como también nosotros) no merecían otra cosa que perecer bajo la maldición de Dios.
2. Los instrumentos de su liberación. Dios levantaba jueces de entre ellos, conforme lo requería la ocasión; hombres a quienes Dios capacitaba por modos extraordinarios y con poderes especiales para reformar y libertar a Israel, y con quienes Jehová estaba para coronar sus empresas con magníficos resultados. Obsérvese: (A) Que, aun en los días de mayor degeneración y de mayor agobio para la Iglesia, habrá quienes sean capacitados por Dios para reavivar lo mortecino y enderezar lo torcido. (B) Que Dios reviste de prudencia y valor a ciertos hombres, y les da corazón y ánimos para actuar y aventurarse a empresas difíciles. Todos los que de alguna manera son una bendición para su país, han de ser considerados como un regalo de Dios.
IV. Los degenerados israelitas no se reformaban de modo efectivo y permanente, ni siquiera mediante la acción de los jueces (vv. 17–19). Habían sido desposados con Dios, pero quebrantaban el vínculo conyugal y se prostituían con otros dioses. La idolatría es adulterio espiritual. Se corrompían más que sus padres (v. 19), como esforzándose en superarles, en multiplicar dioses extraños e inventar formas de adoración profanas e impías, en flagrante contradicción a los esfuerzos de los reformadores.
V. La justa decisión de Dios, por ese motivo, de continuar castigando al pueblo con la vara del escarmiento. Después de la muerte de Josué, fue poco lo que se hizo, durante mucho tiempo, para echar del país a los cananeos: Israel era indulgente con éstos y se iba familiarizando con ellos, por lo que Dios resolvió no volver a arrojarlos (v. 21). Dios abandonó a Israel a sus propios temores y a sus propios engaños (V. Is. 66:3, 4). De manera semejante, los hombres ceden a sus malvados deseos y corruptas pasiones, por lo que Dios les entrega justamente en manos de su propia corrupción bajo el poder del pecado (v. Ro. 1:28), con lo que se precipitan rápidamente en la más completa ruina.
I. Una relación general de los enemigos de Israel y del daño que causaron al pueblo de Dios (vv. 1–7). II. Un informe particular de las bravas hazañas llevadas a cabo por los tres primeros jueces: 1. Otoniel, a quien Dios levantó para luchar contra el rey de Mesopotamia (vv. 8–11). 2. Eúd, que fue usado para rescatar a Israel de manos de los moabitas (vv. 12–30). 3. Samgar, que se señaló en un encuentro con los filisteos (v. 31).
Versículos 1–7
Se nos refiere aquí quiénes quedaron de los antiguos habitantes de Canaán. Algunos quedaron unidos en cierta especie de corporación, como los cinco príncipes de los filisteos (v. 3), a saber, de Gaza, Asdod, Ascalón, Gat y Ecrón (Jos. 13:3; 1 S. 6:17). Había un grupo llamado específicamente cananeos, limítrofes de los sidonios, en las costas del Mediterráneo. Y, al norte, los heveos ocupaban buena parte del monte Líbano. Aparte de éstos, estaban dispersos por el país muchos otros grupos étnicos (v. 5). Respecto de todos estos grupos de nativos que se quedaron en el país, obsérvese:
I. Cuán sabiamente permitió Dios que se quedasen. Al final del capítulo anterior, se menciona este hecho como un acto de la justicia de Dios a fin de que sirviesen de correctivo a Israel. Pero aquí se añade que lo hizo para probar a Israel, como un acto de sabiduría, a fin de que los que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán … conociese, esto es, aprendiese, la guerra (vv. 1, 2). Como el terreno de Israel caía en medio de naciones enemigas, era necesario que fuesen bien entrenados en la milicia, no sólo para defenderse cuando algún enemigo invadiese sus fronteras, sino también para poder ensanchar sus límites conforme al espacio que Dios les había prometido.
II. Cuán malvadamente se mezcló Israel con los grupos que habían permanecido en el país. 1. Se unieron en matrimonio con los cananeos (v. 6), aunque estas uniones no convenían ni a su honor espiritual ni a su ventaja material. 2. Así fueron conducidos a unirse a ellos en la adoración y servicio de los falsos dioses (v. 6): los baales y las imágenes de Aserá (v. 7), es decir, las imágenes que adoraban en el hueco formado en el interior de gruesos árboles, lo que les servía como una especie de santuario natural. Bajo un yugo tan desigual, era de temer que los malos corrompieran a los buenos más bien que el que los buenos reformasen a los malos, lo mismo que ocurre cuando se colocan juntas dos peras una corrompida y la otra sana. Al servir a los dioses falsos, olvidaron a Jehová su Dios (v. 7).
Versículos 8–11
Llegamos ahora al informe del gobierno de los primeros jueces; en primer lugar, de Otoniel, en quien el relato de este libro se une con el del libro de Josué. Tenemos en esta breve narración del gobierno de Otoniel:
I. El apuro por el que Israel estaba pasando a causa de su pecado (v. 8). Dios estaba justamente descontento de Israel, y los vendió a las naciones, como quien vende bienes que han perdido su valor, y el primero que acudió a la compra fue Cusán-Risatáyim, rey de Mesopotamia, país llamado así por caer en medio de los ríos Tigris y Éufrates. Con afán de ensanchar sus dominios, invadió primero las dos tribus de allende el Jordán que eran limítrofes con su reino y, después, tal vez gradualmente, penetró en el corazón del país, exigió rigurosos tributos por donde pasaba y, quizá, dejó guarniciones de soldados.
II. Bajo esta aflicción, Israel clamó a Jehová (v. 9). Los que en días de fiesta y jolgorio acudían a los baales y a las imágenes de Aserá, en tiempo de aflicción y apuro se volvían a Jehová.
III. Dios se volvió a ellos en su misericordia para libertarlos. 1. El libertador humano fue Otoniel, el que se casó con la hija de Caleb y uno de los pertenecientes a la anterior generación, que había visto las maravillas de Jehová. Podemos suponer que ya estaba entrado en años cuando Dios le confió esta empresa y le otorgó tal honor. 2. No fue comisionado de hombre ni por hombre, sino por el Espíritu de Jehová (v. 10), el espíritu de sabiduría y de fortaleza que le equipó para este servicio. 3. El método que empleó: Primero, juzgó a Israel, los reprendió y los reformó y, después, los condujo a la guerra. Este era el método correcto. El enemigo interior, el pecado, ha de ser vencido antes, para que el enemigo exterior pueda ser derrotado con facilidad. Si Jehová es nuestro Juez, nuestro Legislador y nuestro Rey, Él nos salvará (Is. 33:22). Ése es el camino de la liberación, y no hay otro. 4. El éxito que tuvo. Quebrantó el yugo de la opresión, pues leemos que Jehová entregó en su mano a Cusán-Risatáyim. 5. Las felices consecuencias de los buenos servicios de Otoniel: Reposó la tierra cuarenta años (v. 11). Y el beneficio obtenido habría sido perpetuo, si ellos hubiesen cumplido con su deber de mantenerse fieles a su Dios.
Versículos 12–30
El siguiente juez es Eúd, y aquí tenemos un informe de las hazañas que llevó a cabo.
I. Siempre que Israel peca, Dios hace surgir un nuevo opresor (vv. 12–14). Quizá pensaron los israelitas que, al haberse debilitado el antiguo opresor, podían vivir a sus anchas en sus antiguos vicios. Pero Jehová fortaleció a Eglón rey de Moab contra Israel (v. 12). Este opresor estaba más cerca que el anterior, con lo que podía hacerles mayor daño. El rey de Moab tomó por ayudantes a los amonitas y a los amalecitas (v. 13) y, con este refuerzo, prevaleció contra Israel. 1. Batió a los israelitas en el campo de batalla (v. 13), no sólo a las tribus cercanas de la otra orilla del Jordán, sino también a las de este lado del Jordán, pues tomó la ciudad de las palmeras, cerca de donde había estado situada Jericó (Dt. 34:3). 2. Y le sirvieron los hijos de Israel (v. 14), esto es, le pagaron tributo, ya fuese en dinero o en frutos de la tierra, durante dieciocho años.
II. De nuevo clamó Israel a Dios, y de nuevo levantó Dios a otro libertador, llamado Eúd (v. 15). De él se nos dice:
1. Que era benjaminita. La ciudad de las palmeras caía dentro de esta tribu, con lo que es probable que esta tribu sufriera más que ninguna otra y, por ello, se preparó a sacudirse el yugo. Al ser la tribu más débil, Dios hizo surgir de ella un libertador.
2. Que era zurdo, como parece que lo eran muchos de esta tribu (20:16). Benjamín significa hijo de la mano derecha; sin embargo, es curioso que tantos hombres de esa tribu fuesen zurdos, pues no siempre corresponde la naturaleza de un hombre al nombre que lleva. Dios escogió a un zurdo (lit. impedido de la mano derecha, lo que no quiere decir otra cosa sino que tenía el brazo izquierdo más fuerte o, quizá, que era ambidextro) para que fuese el varón de su diestra (Sal. 80:17). Fue la diestra de Dios la que ganó la victoria para Israel (Sal. 44:3), no la diestra de los instrumentos que empleó.
3. Lo que hizo Eúd para librar a Israel de las manos de los moabitas:
(A) Dio muerte a Eglón. Digo que dio muerte, no que lo asesinó, porque obró como juez de la justicia divina, y ejecutó sobre él el justísimo juicio de Dios. Para ello:
(a) Buscó la ocasión de tener fácil acceso al rey. Se ve que era hombre muy hábil y, por eso, los de su tribu le comisionaron a él para llevar al rey de Moab un presente, aparte de los tributos que le pagaban, y congraciarse así a los ojos de él (v. 15). Eúd cumplió a maravilla su comisión, sin levantar sospechas de ninguna clase.
(b) Desde el principio, planeó Eúd matar a Eglón, como se ve por las precauciones que adoptó, ya que se proveyó de una daga lo bastante corta para poder disimularla bajo los vestidos (v. 16), y la ciñó al lado derecho, con lo que podía usarla más cómodamente al ser zurdo, y más disimuladamente por llevarla en un lado que no era el corriente.
(c) Se las arregló para quedarse con el rey a solas, ahora que podía hacerlo más fácilmente por haberse congraciado con Eglón por medio de la presentación del regalo. Le pidió audiencia privada, que le fue concedida en la sala de verano del rey (v. 20). Le dijo que tenía un secreto que comunicarle, por lo que el rey despachó a todos sus ayudantes (v. 19).
(d) Cuando se quedó a solas con Eglón, Eúd le dijo que tenía un mensaje de Dios para él (v. 20). Este mensaje era la daga que llevaba y le fue comunicado no a la oreja, sino a las entrañas mismas donde quedó totalmente encerrado (vv. 21, 22). Eglón significa ternero y, como ternero bien cebado («era hombre muy grueso»—v. 17) cayó a punta de cuchillo en sacrificio agradable a la justicia divina. En nuestro tiempo, Dios no da tales comisiones y pretenderlas en nombre de Dios es la peor de las villanías.
(e) La providencia de Dios ayudó estupendamente a Eúd para que escapase después de la ejecución. El tirano cayó sin decir palabra y Eúd, con admirable calma, cerró tras sí la puerta y la aseguró con el cerrojo, luego atravesó por entre la guardia de palacio con aire de inocencia, audacia y despreocupación. Cuando los sirvientes vinieron a la puerta de la sala y la encontraron cerrada, pensaron que el rey estaba haciendo sus necesidades (éste es el sentido del eufemismo «cubre sus pies»—v. 24. Comp. con 1 S. 24:3, 4). Para el tiempo en que ellos abrieron la puerta, Eúd estaba ya a buen recaudo, en Seirat (v. 26).
(B) Después de matar al rey, Eúd dio buena cuenta de las fuerzas moabitas que estaban entre ellos, de forma que quebrantó completamente el yugo de la opresión bajo la que gemía el pueblo de Israel: (a) Formó inmediatamente un ejército en el monte Efraín a cierta distancia del cuartel general de los
moabitas, y al frente (v. 27) de las tropas de Israel, se lanzó contra el enemigo. La trompeta de cuerno que tocó fue verdaderamente trompeta de jubileo que proclamaba libertad a los hijos de Israel, quienes por tan largo tiempo no habían oído otras trompetas que las de sus enemigos. (b) Como hombre piadoso que era, y guiado por fe en todo lo que hacía, tomó ánimo él mismo, y lo comunicó a sus soldados, del poder con que Dios le había capacitado (v. 28): «Seguidme, porque Jehová ha entregado a vuestros enemigos los moabitas en vuestras manos». (c) Como general experto en estrategia, aseguró primero los vados del Jordán, y puso guardia en todos los pasos, a fin de cortarle al enemigo las comunicaciones. Luego, cayó sobre ellos y los pasó a filo de espada: no escapó ninguno (v. 29).
(C) La consecuencia de esta victoria fue que el poder de los moabitas fue totalmente quebrantado en la tierra de Israel. El país permaneció libre de sus opresores y quedó tranquilo por ochenta años (v. 30).
Versículo 31
El otro lado del país que da al suroeste estaba por este tiempo infestado de filisteos, contra los que combatió Samgar. 1. Parece ser que esta parte de Israel necesitaba urgentemente liberación, pues leemos que Samgar salvó a Israel. Posteriormente, fue Débora la que, en su cántico, expresó el aprieto en que Israel se halló entonces (5:6): «En los días de Samgar … quedaron abandonados los caminos». 2. Dios le levantó a él para que librase a Israel cuando, según parece, todavía vivía Eúd. No era muy considerable el número de los enemigos, pues leemos que mató a seiscientos hombres de los filisteos con una aguijada de bueyes, y con ello adquirió libertad y salvación esta parte del territorio de Israel. El que después capacitó, con su Espíritu, a unos pescadores para que fuesen los Apóstoles del Cordero, capacitó también a unos boyeros para que fuesen jueces y generales cuando así le plugo. No importa la debilidad del arma cuando es Dios quien da fuerza al brazo y dirección a la mente. Cuando a Dios le place, una aguijada de buey puede hacer más que la espada de Goliat.
Historia de Débora y Barac. I. Israel se aparta de Dios (v. 1). II. Israel, bajo la opresión de Jabín (vv. 2–3). III. Débora, juez de Israel (vv. 4–5). IV. Israel es rescatado de las manos de Jabín por la acción concertada de Débora y Barac (vv. 6–24).
Versículos 1–3
I. Apostasía de Israel: Volvieron a hacer lo malo. 1. La extraña fuerza de la corrupción, que precipita a los hombres en el pecado, por mucha que sea la frecuencia con que ellos experimentan sus fatales consecuencias. 2. Los malos efectos que suele tener una tranquilidad demasiado larga. El país había estado tranquilo durante ochenta años (3:30), lo cual debería haberlos confirmado en su adhesión a Dios, pero, por el contrario, los volvió presuntuosos y confiados. 3. La gran pérdida que supone para una nación la muerte de los buenos gobernantes: Después de la muerte de Eúd, los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová.
II. Israel es oprimido por sus enemigos. Como ellos abandonaron a Dios, Dios los abandonó a ellos, y vinieron a ser presa fácil de cualquier opresor. Jabín era rey de Hazor, como lo había sido otro del mismo nombre, quizás antepasado suyo, al que Josué derrotó y mató, incendiando después su ciudad (Jos. 11:1, 10). Parece ser que andando el tiempo, la ciudad fue reedificada. Jabín y su general Sísara oprimieron con crueldad a los hijos de Israel por veinte años (vv. 2–3). Lo que agravó esta opresión fue que estos cananeos habían sido vencidos y subyugados anteriormente por los israelitas, conforme habían sido sentenciados de antiguo a ser siervos de los semitas (Gn. 9:25), y habrían estado ahora bajo los pies de Israel si no hubiese sido por la pereza, la cobardía y la incredulidad del pueblo de Dios.
III. Israel se vuelve a Dios: Clamaron a Jehová (v. 3), cuando se vieron en apuros, sin vislumbrar otra salida.
Versículos 4–9
Por fin llegó el día feliz de los redimidos, cuando Israel iba a ser librado de las manos de Jabín.
I. La preparación del pueblo para esta liberación, mediante el gobierno y el don profético de Débora (vv. 4–5). Su nombre significa abeja, y ella correspondió a su nombre por su laboriosidad, sagacidad y gran utilidad para la nación; dulce para sus amigos y dolorosa para sus enemigos. Era esposa de un tal Lapidot, que significa lámparas. Dicen los rabinos que se había dedicado antes a confeccionar mechas para las lámparas del tabernáculo, con lo que Lapidot vendría a ser un apelativo de oficio, más bien que el nombre de su marido. En todo caso, le venía muy bien ese apelativo, como mujer de luces, por su extraordinaria prudencia y sabiduría. Lo que de cierto se nos dice de ella es que:
1. Era una mujer que tenía comunión íntima con Dios, pues era profetisa.
2. Estaba dedicada totalmente al servicio de Israel. Era juez de Israel en el tiempo en que Jabín los oprimía. Juzgaba, no como princesa que ostenta una autoridad gubernativa, sino como profetisa (hebreo nebiah—femenino de nabí), es decir, transmisora de los mensajes de Dios al pueblo.
3. Se nos dice que habitaba (o, según prefieren traducir otros, se sentaba), debajo de una palmera, la cual se llamó, a raíz de esto, la palmera de Débora. Ya fuese que su casa estuviese cercana a esa palmera, o que ejerciese su oficio al aire libre, lo cierto es que la palmera era un buen emblema de la justicia que administraba, la cual se crece ante la oposición, como la palmera bajo presión.
II. El plan proyectado para la liberación de Israel. Débora no era la persona adecuada para ponerse al frente de un ejército, al ser mujer, pero ella fue la que designó como general a Barac de Neftalí. Ni éste podía hacer nada sin la cabeza de Débora, ni ella podía hacer nada sin las manos de Barac; pero entrambos formaron un libertador completo y obtuvieron una liberación total.
1. Bajo la dirección de Dios, ella ordenó a Barac juntar una tropa y hacer frente a las fuerzas de Jabín, mandadas por Sísara (vv. 6, 7). Es posible que Barac hubiese meditado por largo tiempo sobre el modo de combatir al enemigo, pero había dos cosas que le desanimaban:
(A) Necesitaba que se le comisionase para formar un ejército. Y esto es lo que hizo Débora bajo la dirección de Dios y el sello del Cielo, ya que, como profetisa, podía darle la garantía necesaria: «¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en et monte de Tabor …?» (a) Le indica el número de hombres que ha de emplear: Diez mil (b) De dónde los ha de sacar: Únicamente de su tribu y de la de Zabulón que era colindante. (c) Dónde los ha de juntar: En el monte de Tabor, en la próxima vecindad.
(B) Cuando él tuvo preparada la tropa, no sabía de qué forma había de atacar al enemigo, pero Débora le dijo: «Yo atraeré hacia ti … a Sísara … con sus carros y su ejército». Además, le prometió completo éxito: «Y lo entregaré (ella hablaba de parte de Dios) en tus manos.
2. A petición de Barac, ella promete acompañarle hasta el campo de batalla, ya que:
(A) Barac insistía mucho en la necesidad de que ella estuviese presente, con lo que él se sentiría más confiado que con todo un consejo de guerra (v. 8): «Si tú vienes conmigo para instruirme y aconsejarme, haciéndome saber la voluntad de Dios en cualquier dificultad, yo iré de muy buena gana y no temeré los carros herrados; pero si no vienes conmigo, no iré». Ninguna satisfacción mayor para él que tener consigo a la profetisa, para dar ánimo a los soldados y para pedirle consejo cuando lo requiriese la oportunidad.
(B) Débora le prometió ir con él (v. 9). No había peligro ni fatiga que pudiera desanimarla de hacer todo cuanto estuviera en su mano para el servicio de su país. Débora era el «vaso más frágil», sin embargo, su fe era más fuerte. Y aun cuando condesciende a ir con Barac, ante la insistencia de éste, le echa en cara con suave ironía, su falta de resolución y bravura. «Mas no será tuya la gloria de la jornada que emprendes, como lo habría sido si hubieras marchado solo, porque en mano de mujer entregará Jehová a Sísara», esto es: (a) El mundo atribuirá la victoria a las manos de Débora. (b) Dios completará la victoria por mano de Jael. La labor de estas dos mujeres eclipsará la gloria de Barac.
(C) No obstante esta reconvención de Débora, Barac estima el éxito de su empresa mucho más que su propio honor y, por consiguiente, no retira su petición.
Versículos 10–16
I. Barac pide voluntarios y pronto tiene presta su cuota de soldados (v. 10). Aunque las tribus de Zabulón y Neftalí fueron las principales en aportar fuerzas, del cántico de Débora se desprende que algunos soldados habían venido de las tribus de Manasés e Isacar también (5:14–17), mientras que Rubén no había enviado los refuerzos que se esperaban de esa tribu. El versículo 11, paréntesis acerca del traslado de Héber al valle de Zaanaim, junto a Cedes, tiene por objeto introducir lo que sigue después acerca de la hazana de Jael, mujer de Héber cineo.
II. Sísara entra en el campo de batalla con un ejército muy numeroso y poderoso (vv. 12, 13). La confianza de Sísara estaba principalmente en sus carros herrados; por eso se hace mención especial de sus 900 carros herrados (v. 13) tan efectivos para la destrucción del enemigo, como ya explicamos en otro lugar.
III. Débora da la orden de ataque (v. 14). Dice Flavio Josefo que, cuando Barac vio desplegado el ejército de Sísara, y en ademán de rodear el monte de Tabor en el que se hallaban las tropas de Israel, su corazón desfalleció, pero Débora le animó a descender contra el enemigo: «Jehová ha entregado a Sísara en tus manos». Bien le vino a Barac tener consigo a Débora, pues ésta suplió lo que a él le faltaba: 1. De sabiduría, pues le dijo: «Éste es el día». 2. De valentía, pues le dijo: «¿No ha salido Jehová delante de ti?»
IV. Es Dios mismo quien derrota al ejército enemigo (v. 15). No fue tanto lo que hizo Barac con su ataque por sorpresa, como lo que hizo Dios desde el Cielo, para derrotar completamente a Sísara. «Desde los cielos pelearon las estrellas»—cantó después Débora (5:20). Dice Josefo que estalló una tremenda tormenta de granizo, y grandes piedras cayeron sobre los rostros de los enemigos haciéndoles retroceder; de tal forma que vinieron a ser fácil presa de Israel con lo que se cumplió la profecía de Débora: «Jehová ha entregado a Sísara en tus manos».
V. Barac persiguió al ejército en fuga, hasta el cuartel general de las fuerzas enemigas en Haroset (v. 16) y no perdonó la vida a ninguno de los que Dios había entregado en su mano: No quedó ni uno.
Versículos 17–24
Hemos visto la completa derrota del ejército cananeo. Ahora vemos:
I. La caída de su general, Sísara. Observemos los pasos contados de la caída de este poderoso capitán:
1. Descendió del carro, y huyó a pie (vv. 15, 17). ¡Qué miseria de hombre, vencido y desmontado! El que tanto confiaba en sus carros herrados para atacar, tiene que confiar en sus propios talones para escapar.
2. Al no tener baluarte ni lugar propio donde refugiarse, buscó cobijo en las tiendas de los cineos. Lo que le animó a cobijarse allí fue que, en aquel tiempo, había paz entre Jabín rey de Hazor, el amo de Sísara, y la casa de Héber cineo, en la que Sísara se refugió. Pensó, con falso fundamento, que allí estaría a salvo.
3. Jael le invitó a entrar y le dio la bienvenida. Es probable que estuviese ella a la puerta de la tienda para ver si alguien le daba noticias del resultado de la batalla. Con todo disimulo: (A) Jael le invitó a entrar. Es probable que, al ser su marido descendiente del suegro de Moisés, esperase la oportunidad de hacer algún favor a los hijos de Israel. (B) Le trató con toda amabilidad, como huésped invitado, para que se sintiera seguro en su casa. Podemos suponer que procuró que no se hiciese ningún ruido allí, a fin de que él se durmiese profundamente y cuanto antes. Ahora que Sísara se creía tan seguro, es cuando menos estaba a salvo.
4. Al estar él profundamente dormido, tomó Jael una estaca puntiaguda, como las usadas para fijar en el suelo las tiendas de campaña, y un martillo o mazo, y le metió la estaca por las sienes hasta coserlo con el suelo (v. 21). Tenía, sin duda, la garantía divina para hacer esto (V. el v. 23), por lo que su caso no puede, sin más, ser imitado, puesto que nadie puede arrogarse ahora una similar comisión de parte de Dios. Se deben observar religiosamente las leyes de la amistad y de la hospitalidad, y hemos de aborrecer aun el pensamiento de traicionar a cualquier persona a la que hayamos invitado y animado a poner su confianza en nosotros. Lo mismo que en el caso de Eúd con respecto a Eglón, podemos estar seguros de
que Jael era consciente del impulso divino que la movía a llevar a cabo aquella acción y a quedar satisfecha con el feliz resultado de su estratagema. El que pensaba destruir a Israel con la multitud de sus carros herrados, quedó destruido con una estaca de madera.
II. La gloria y el gozo de Israel por este triunfo. 1. Barac, el general del ejército israelita, encuentra muerto a su enemigo (v. 22); no cabe duda de que se quedaría ampliamente satisfecho de la parte que le cabía en este triunfo y de la gloria que se le seguía a Dios, así como de la confusión de sus enemigos. 2. Israel quedó totalmente libre de las manos de Jabín, rey de Canaán (vv. 23, 24). Con la victoria de este día, no sólo se sacudió de encima su yugo, sino que prosiguieron después victoriosamente contra él, hasta destruirle por completo.
Cántico triunfal que fue compuesto y cantado con ocasión de la gloriosa victoria que Israel había obtenido contra las fuerzas de Jabín. I. Comienza con alabanza a Dios (vv. 2–3). II. El núcleo del poema nos transmite el recuerdo de este gran acontecimiento, y se compara la intervención sobrenatural de Dios en este caso con la aparición de Dios en el Sinaí (vv. 4–5). III. Expone la situación calamitosa en que se hallaban antes y se invita a alabar a Dios a los que eran beneficiarios de tal éxito al presente (vv. 6–13). IV. Se tributa honor a las tribus que participaron en la batalla, y reproche a las que se negaron a contribuir (vv. 14–19). V. Se menciona de modo especial el hecho de que Dios luchó a favor de Israel, y el honor que le cupo a Jael de acabar con Sísara (vv. 20–30). VI. El poema (y el capítulo) acaba con una oración a Dios (v. 31).
Versículos 1–5
I. Dios es aquí alabado por medio de un cántico. 1. Medio natural de expresar el regocijo: ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas (Stg. 5:13). El gozo santo es el alma y la raíz misma de la alabanza y de la acción de gracias. 2. Procedimiento muy apropiado para perpetuar la memoria de grandes acontecimientos. El vecino aprenderá este canto de otro vecino, y los hijos lo aprenderán de sus padres: Una generación encomiará tus obras a la siguiente generación, y anunciará tus portentosos hechos (Sal. 145:4).
II. Como se ve por el versículo 7, Débora misma compuso este cántico. 1. Usó el don de profetisa al componer el cántico, el cual, según los expertos, sobrepasa a todos los cánticos de la literatura hebrea, no sólo extrabíblica, sino también bíblica, pues el tenor general del poema es muy bello y elevado, son muy vivas las imágenes, elegantes las mismas expresiones, y hallamos en él una excelente mezcla de dulzura y majestad. 2. Podemos suponer que usó también su don de princesa, de juez de Israel, al incitar al victorioso ejército de Israel a aprender y cantar el poema. Ella había sido la primera en la acción de guerra, y es también la primera en la acción de gracias.
1. Ya al comienzo (final del v. 2) tenemos una invitación a alabar a Dios: «Load (lit. bendecid) a Jehová». El objetivo del poema es dar gloria a Dios; por eso, se pone al principio, para explicar y dar carácter a todo lo que sigue, lo mismo que en la oración dominical o Padrenuestro, cuya primera petición es: Santificado sea tu nombre.
2. Invita a los grandes de este mundo, a reyes y príncipes, a que escuchen su cántico y tomen buena nota del tema del mismo (v. 3): Oíd, reyes; escuchad, oh príncipes. (A) Quiere notificarles que carros y caballos son cosas vanas para proporcionar seguridad. (B) Quiere que tomen buena nota de la suerte que le ha cabido a Sísara, para que no se atrevan a provocar al pueblo de Dios.
3. Echa una mirada retrospectiva a las anteriores manifestaciones de Dios y las compara con esta reciente. Lo que Dios hace ahora debería traernos a la mente lo que ha hecho hasta ahora, porque Él es el mismo, ayer, hoy y por lo siglos (v. 4): Cuando saliste de Seír, oh Jehová … Esto puede entenderse de tres maneras:
(A) Con referencia a las manifestaciones del poder y de la justicia de Dios contra los enemigos de Israel, a fin de vencerlos y subyugarlos. Dios había guiado a su pueblo desde el país de Edom y sometió bajo sus pies a Sehón y Og, aterrorizándoles a ellos y a sus ejércitos de tal manera, que les pareció que todos los elementos, del cielo y de la tierra, se unían contra ellos.
(B) Con referencia al glorioso alarde de majestad y poder con que Dios hizo que la tierra temblara, los montes se derritieran como la nieve delante del sol y los mismos elementos celestes parecieron descomponerse y chorrear agua ante el furor de la ira de Dios.
(C) Con referencia a la manifestación de gloria y majestad con que Dios se presentó ante Israel en el Sinaí al darles su ley. Fue entonces cuando literalmente se estremeció el monte, etc. (V. Éx. 19:16 y ss.; Sal. 68:8 y ss.; Hab. 3:6 y ss.; He. 12:26). La paráfrasis caldea lo aplica a la donación de la ley al pueblo pero hace un extraño comentario a la frase «los montes se derritieron» pues añade: «El Tabor, el Hermón y el Carmel contendieron entre sí; el uno decía: Que la majestad de Dios habite sobre mí; el otro decía: Que habite sobre mí; pero Dios hizo que habitase sobre el monte Sinaí, el menor y menos importante de todos los montes». Supongo que quiere decir el de menos valor, por cuanto es rocoso y estéril.
Versículos 6–11
I. Débora describe ahora la situación de apuro y aflicción en que se hallaba Israel bajo la tiranía de Jabín. Desde los días de Samgar, que hizo lo que pudo para librar a Israel de los filisteos, hasta los actuales días de Jael, quien se había señalado por su astucia y valor, el país había pasado por un período de angustia y desolación. 1. Sin comercio, porque los mercaderes no se atrevían a transitar por los caminos reales. 2. Sin atreverse siquiera a viajar, por la dificultad que suponía apartarse siempre por senderos tortuosos. 3. Sin labores agrícolas, ya que los labradores abandonaron las aldeas para buscar refugio en ciudades amuralladas y defendidas con cercas. 4. Sin administración de justicia, puesto que la guerra estaba constantemente a las puertas (v. 8), en las que se constituían los tribunales de juicio y justicia. 5. Sin paz para los que entraban ni para los que salían ya que las puertas estaban infestadas de enemigos, y hasta las fuentes y los abrevaderos estaban a merced de los temibles arqueros que infundían terror a los que se acercaban a sacar agua. 6. Sin armas ni ánimos para proveerse de ellas: ni una lanza ni un escudo entre cuarenta mil (v. 8).
II. En una breve frase compendia Débora cuál era la causa de toda esta miseria que le había sobrevenido a Israel: «Cuando escogían nuevos dioses» (v. 8). Fue la idolatría del pueblo lo que provocó a Dios para entregarlos en manos de sus enemigos.
III. Se hace eco de la gran bondad de Dios hacia Israel al levantar libertadores que les sacasen del apuro. Primeramente a ella misma: Hasta que yo Débora me levanté (v. 7), para frenar y castigar a los que perturbaban la paz pública. De este modo, se convirtió ella en una madre en Israel, madre que nutre y protege, tal era el afecto que la ligaba a su pueblo (comp. con 1 Ts. 2:7, 11). Bajo el mando de ella había otros jefes de los que ella misma dice: Mi corazón es para vosotros, jefes de Israel (v. 9).
IV. Invita a cuantos han participado especialmente en los beneficios de esta salvación tan grande, a que presenten su gratitud a Dios por ello (vv. 10–11):
1. Vosotros los que cabalgáis en asnas blancas es decir los nobles y los jefes. Éstos tienen doble motivo para alabar a Dios, pues no sólo han recuperado su libertad como los demás israelitas, sino también su antigua dignidad.
2. Los que presidís en juicio. También éstos tienen una especial razón para dar gracias a Dios, ya que la espada de la justicia no les ha sido quitada para siempre por la espada de la guerra.
3. Y vosotros los que viajáis, hablad. Ahora que ya pueden transitar seguros por los caminos sin encontrarse con nadie que les pueda hacer daño, deben hablar agradecidos a la bondad de Dios, que ha tenido a bien despejar sendas y caminos de los bandidos que los habían infestado por tanto tiempo.
4. Y los que, lejos del ruido de los arqueros, pueden acercarse ya sin miedo a los abrevaderos sin que nadie se los ciegue con piedras o les impida sacar agua de allí, han de repetir allí los triunfos de Jehová (v. 11). No dice «los triunfos de Débora y de Barac», sino de Jehová.
V. Obsérvese en todos estos actos de Dios: 1. Su justicia contra los enemigos de Israel, 2. Su bondad hacia los temblorosos israelitas, especialmente los habitantes de las aldeas; o, como da a entender el original hebreo, se trata, más bien, de los actos justos de los mismos aldeanos, quienes, al estar en mayor peligro que los de las ciudades, respondieron con mayor presteza y valentía al llamamiento de Barac. En todo caso, significa una mayor gloria para Dios el proteger a los que están en mayor peligro, y ayudar a los más débiles.
Versículos 12–23
I. Débora se exhorta ahora a sí misma y a Barac a celebrar esta victoria del modo más solemne. 1. Como profetisa, ella debe hacerlo mediante un cántico, y a ello se anima diciendo: Despierta, despierta, Débora y de nuevo añade: Despierta, despierta. 2. Barac, como general, ha de hacerlo mediante un alarde triunfal: Levántate, Barac, y lleva tus cautivos (comp. con Ef. 4:8 llevó cautiva la cautividad). Aunque el ejército de Sísara fue destruido en el campo de batalla y no se le dio cuartel, podemos suponer que, cuando la guerra fue llevada al territorio enemigo muchos que fueron hallados sin armas en la mano fueron arrestados y hechos prisioneros de guerra.
II. Da una razón muy buena para celebrar este triunfo (v. 13). 1. Los israelitas eran débiles e inermes, pero Dios les dio dominio sobre los poderosos. Mientras quede un remanente de Dios (y ha de quedar en el peor de los tiempos), habrá esperanza por pequeño que sea dicho remanente, pues Dios puede hacer que triunfe, aun cuando sólo quedase una persona, contra los más orgullosos y poderosos. 2. Débora misma era del sexo débil; sexo que desde el principio había sido sentenciado a sumisión (Gn. 3:16); sin embargo, Dios la comisionó para que gobernase sobre el pueblo de Israel, incluidos los jefes, quienes se sometieron voluntariamente a la dirección de ella y la ayudaron a triunfar contra los poderosos de Canaán.
III. Especifica algunos detalles acerca de los grupos involucrados en esta acción militar, toma nota de quiénes lucharon en contra de Israel, quiénes lucharon a favor y quiénes se mantuvieron neutrales.
1. Quiénes lucharon contra Israel. Jabín y Sísara habían sido ya mencionados en el relato, pero de aquí (v. 14) se desprende que quizá los amalecitas, entre los que estaban radicados los de Efraín, prestaron alguna ayuda a Sísara, aunque esto no puede asegurarse con el texto a la vista (la traducción de la AV inglesa, que M. Henry sigue, es en este versículo 14 incorrecta. Nota del traductor). Parece ser (v. 19) que otros reyes cananeos prestaron ayuda a Jabín. Quizá se habían recuperado algún tanto desde los tiempos de Josué y quisieron unir sus fuerzas a las de Sísara. De ellos se dice que «no llevaron ganancia alguna de dinero», lo cual puede entenderse de dos maneras: (A) Que no eran tropas mercenarias (así piensa el propio M. Henry); (B) Que no pudieron llevarse ningún botín, pues fueron derrotados. Esto es lo más probable.
2. Quiénes lucharon de parte de Israel. Las tribus que aportaron sus fuerzas para esta empresa son mencionadas con gran honor:
(A) Efraín y Benjamín, tribus entre las que Débora vivía, se armaron de valor y se portaron bravamente. Benjamín tomó la delantera, pues de Efraín se dice que fue en pos de él. Aunque Benjamín era inferior, en número y riqueza, a Efraín, especialmente en esta época, dieron un buen ejemplo, tomaron la delantera e incitaron, de este modo, a Efraín a seguirle.
(B) Roto el hielo por estas dos tribus, les siguieron los de Maquir (la media tribu de Manasés de allende el Jordán) y los de Zabulón. Los que vinieron de estas tribus son descritos como lo más noble y lo más útil para esta empresa militar.
(C) También Isacar prestó buenos servicios. Aunque de Isacar había dicho Jacob (Gn. 49:15) que le apetecía el descanso y bajaba su hombro al yugo, aquí prefirió sacudirse el yugo de Jabín y acudir generosamente a las fatigas de la guerra, más bien que a un descanso servil.
(D) Zabulón y Neftalí fueron las tribus más atrevidas y activas de todas las tribus, no sólo por afecto especial a su paisano Barac, sino también por ser las más cercanas a Jabín, cuyo yugo pesaba sobre el cuello de ellas más que sobre el de cualquier otra tribu.
(E) Incluso las estrellas, es decir, los cuerpos celestes actuaron de parte del ejército de Israel (v. 20), ya fuese mediante malignas influencias contra Sísara, ya mediante el envío de la gran tormenta de granizo, que tanto contribuyó a sembrar la confusión y la derrota en el ejército de Jabín.
(F) El torrente de Cisón peleó también contra los enemigos de Israel, pues barrió a numerosos soldados que pensaban escapar a través de él (v. 21). De ordinario, era un arroyo somero, pero ahora, por la gran lluvia que cayó, creció de tal manera, que llegó a convertirse en un profundo y rápido torrente; así que se ahogaron cuantos intentaron atravesarlo vadeando o nadando.
(G) La propia Débora se enardeció para la lucha, como lo expresa ella misma en el versículo 21: «Marcha, oh alma mía, con poder».
3. También menciona Débora a las tribus que permanecieron neutrales y no se pusieron del lado de Israel como había de esperarse. Nada dice de Judá ni de Simeón, porque estas tribus estaban tan lejos del campo de batalla, que no tuvieron oportunidad de acudir a tiempo. Pero:
(A) Rubén cometió la vileza de negarse a prestar sus servicios y se contentó con buenos deseos por parte de algunas familias (vv. 15, 16). Dos factores dificultaron el que se comprometiera en esta lucha: (a) Sus divisiones internas. No fue precisamente su separación, por el Jordán, del país de Canaán, ya que esto no debería haber sido causa de su ausencia si ellos hubiesen puesto el corazón en esta causa, sino que, al parecer, no había entre ellos acuerdo sobre quién debía ir y quién no, o sobre si merecía la pena o no embarcarse en esta empresa, ya que pensaban que el intento no era justificable o no era practicable. (b) Su interés por los negocios de este mundo: Se quedaron entre los rediles para oír los balidos de los rebaños (v. 16). En los rediles estaban más calientes y más seguros que en el campo de batalla, y se excusaron de acudir por resultarles inconveniente el dejar sus rebaños.
(B) Gad, mencionada en versículo 17a en la expresión de Galaad prefirió reposar en la altiplanicie de dicho nombre, al otro lado del Jordán, antes que acudir a prestar su ayuda contra el enemigo común.
(C) Dan y Aser se negaron igualmente a acudir (v. 17). Ambas tribus estaban asentadas a orillas del Mediterráneo. (a) Dan estaba muy a gusto comerciando con sus naves, y no quiso renunciar a las ventajas del negocio terrenal. (b) Aser, por su parte, se había contentado con unos primeros intentos de invasión (1:31–32), y se hallaba muy tranquila junto a los fenicios en sus ensenadas. Seguramente que sus excusas eran parecidas a las de la tribu de Aser.
(D) Pero quien se lleva la mayor maldición de la poetisa es Meroz (v. 23): Porque no vinieron en ayuda de Jehová. Meroz es, con la mayor probabilidad, la actual Jirbet-Marús, al sur de Cedes de Neftalí, cerca precisamente del camino de los fugitivos de la batalla por lo que sus habitantes tenían una magnífica oportunidad de ayudar al ejército de Israel. De seguro que tuvieron miedo a los carros herrados de Jabín y prefirieron salvar el pellejo. Parece ser que esta ciudad era a la sazón, no sólo de posición estratégica, sino también de población alta, por lo que se esperaba mucho de ella y, por eso, es digna de especial maldición.
Versículos 24–31
Débora concluye ahora su brillante y triunfal cántico:
I. Con grandes alabanzas para Jael, cuya valentía coronó la victoria de Israel. La poesía de Débora alcanza su cota más alta en estos últimos versos del cántico. ¡Con cuánto honor habla de Jael (v. 24), quien prefirió su paz con el Dios de Israel a la paz con el rey de Canaán! «Entre las mujeres que habitan en tiendas, bendita sea.» A pesar de lo limitado del campo de acción en una tienda de campaña, el servicio que prestó esta mujer fue sumamente valioso. Esto nos enseña a no menospreciar la esfera en que nos haya tocado desarrollar nuestra actividad, si servimos a Dios de acuerdo con nuestra capacidad y de nuestras oportunidades, no por eso perderemos nuestro galardón. (Nota del traductor: Desde el punto de vista puramente humano, la acción de Jael no tuvo nada de valentía, sino que fue una infame cobardía y una horrible traición a las leyes de la hospitalidad. Suscribo la opinión expresada por Jamieson, Fausset y Brown en su Comentario de la Biblia, Jueces 4:21: «Fue una violación de todas las ideas de honra y amistad que se consideraban sagradas entre los pueblos pastoriles … Aunque fue predicha por Débora, fue sólo el resultado de la presciencia divina, no del decreto divino ni de la aprobación de Dios. Aunque el hecho fue alabado en un cántico, se debe considerar el elogio como pronunciado, no por el carácter moral de la mujer y de su obra, sino por los beneficios públicos que, en la soberana providencia de Dios, resultaron de ello». Como escribía el misionero Payne: «Ninguna obra de Dios puede ser ayudada por medios contrarios al carácter de Dios. Tales medios pueden entrar, y a nosotros nos parece que se mezclan con lo que es verdadero. Pero Dios sabe separar lo uno de lo otro. Él no rechaza el grano
precioso, por causa de lo vil que haya allí mezclado. Tal es su gran misericordia para con nosotros en todo tiempo. Léase un resumen de la historia de hombres de fe en el capítulo 11 a los Hebreos, y nótese allí cómo queda separado lo precioso de lo vil. En la historia de Abraham, como la hallamos en el Génesis, leemos que mintió respecto a su mujer, y en Éxodo hallamos que Moisés mató a un egipcio, pero estas manchas no aparecen en el capítulo citado. Ambos perdieron mucho por su incredulidad, y cuando llegaron a creer y a confiar en Dios con toda sencillez, ¡cuánto ganaron!»)
II. Después de mencionar los detalles de la acción llevada a cabo por Jael, Débora pasa a cantar, con ironía no disimulada, la perplejidad de la madre de Sísara ante la tardanza de su hijo en regresar a casa (vv. 28–30). Por las celosías con que la ventana está enrejada, grita: ¿Por qué tarda en venir? Animada a mantener un resquicio de esperanza, gracias a la respuesta optimista de las más avisadas (o sabias) de sus damas, se hace la ilusión de que la tardanza se debe a que los guerreros se están repartiendo el botín de doncellas y vestidos. Así es como, con mucha frecuencia, las ilusiones de los mundanos se tornan en amargas decepciones no sólo en la hora de la muerte, sino también en la quiebra súbita de negocios y empresas que parecían descansar en base segura.
III. Débora concluye su cántico con una plegaria a Dios (v. 31): 1. Por la destrucción de todos los enemigos de Dios: «Así, de esta manera tan vergonzosa y tan miserable, perezcan todos tus enemigos, oh Jehová». 2. Por la exaltación y las bendiciones de todos los amigos de Dios: «Mas los que te aman, y desean de corazón que el reino de Dios sea un hecho entre los hombres, sean como el sol cuando nace con todo su fulgor».
IV. Tras el cántico, se cierra el capítulo con una frase que expresa las felices consecuencias que esta victoria, tan celebrada por Débora, tuvo para toda aquella generación de israelitas: Y la tierra reposó cuarenta años.
Nada se nos refiere de lo que sucedía en los años de paz y reposo de la tierra. Los cuarenta años de reposo tras la derrota de Jabín pasan sin mención en la Biblia, y a continuación tenemos el relato de una nueva aflicción de Israel y de una nueva liberación de Dios, esta vez por mano de Gedeón, el cuarto de los jueces. I. La calamitosa situación de Israel ante las incursiones de los madianitas (vv. 1–6). II. El mensaje de Dios por medio de un profeta (vv. 7–10). III. La designación divina de Gedeón como nuevo libertador del pueblo, hasta las preparaciones que hizo para la guerra (vv. 11–40).
Versículos 1–6
I. De nuevo, el pecado de Israel (v. 1): Hicieron lo malo ante los ojos de Jehová.
II. De nuevo, también, la aflicción de Israel. Esto había de seguirse, por supuesto. Los que pecan, han de sufrir; si no es aquí, en la otra vida. Los que vuelven a la insensatez, deben volver a la miseria. En lo que concierne a esta nueva aflicción, vemos que:
1. Surgió por obra de un enemigo digno del mayor desprecio. Dios los entregó en manos de Madián (v. 1), que estaba junto a Moab (Nm. 22:4). Madián era un pueblo inculto, ignorante y despreciado por todos. Israel lo había subyugado anteriormente y, hasta cierto punto, lo había destruido (Nm. 31:7). Sin embargo, ahora se habían hecho tan fuertes que eran un temible azote para Israel.
2. Seguramente por la multitud presente de sus soldados, la mano de Madián prevaleció contra Israel (v. 2). Dios había prometido multiplicar a Israel como la arena que está a la orilla del mar, pero el pecado del pueblo detuvo su crecimiento y los menguó, y entonces sus enemigos que, de otro modo, serían en todo inferiores a ellos, prevalecieron contra ellos en número y fuerza. (A) A los israelitas oprimidos, más bien por sí mismos que por mano de extraños, y como prisioneros en cuevas en los montes cavernas y lugares fortificados (v. 2). Esto se debía a su falta de ánimo, pues preferían huir a luchar; era el efecto de
una conciencia culpable. (B) También los vemos grandemente empobrecidos (v. 6). Los madianitas hacían frecuentes incursiones en el país de Canaán. Esta fructífera tierra era para ellos una gran tentación. Subían contra ellos (v. 3), acampaban allí y destruían los frutos de la tierra (v. 4), y penetraban hasta el otro lado, hasta Gaza en el límite occidental. Dejaban que los israelitas sembrarán, y venían al tiempo de la recolección para consumir el fruto sin dejar ni la hierba, y se llevaban después las ovejas, los bueyes y los asnos. En esto vemos: (a) La justicia de Dios en castigar el pecado de Israel. (b) Las consecuencias de la desaparición de la presencia benéfica de Dios. Cuando Dios aparta su rostro de un pueblo, todo bien desaparece, y toda clase de mal sobreviene.
III. Al sentir la pesada mano de Dios por medio de Madián, Israel revivió al fin. Durante siete años, año tras año, habían llevado a cabo los madianitas estas incursiones (v. 1). Podemos suponer que cada año resultaría más pesada la mano de Madián, hasta que, fallidos todos los recursos, los hijos de Israel clamaron a Jehová (v. 6).
Versículos 7–10
I. Dios se dio por enterado del clamor de Israel cuando, por fin, el pueblo se volvió hacia Él. Con esto daba a entender cuán presto está a perdonar, cuán dispuesto a mostrar misericordia y cuán inclinado a escuchar la oración.
II. El método que usó Dios para llevar a cabo la liberación de Israel.
1. Antes de enviarles un ángel para suscitar un salvador, les envió un profeta para reprenderles por su pecado y traerlos al arrepentimiento (v. 8). La misión del profeta era convencerles de pecado, a fin de que, en su clamor a Dios, confesasen con pesadumbre y vergüenza, y no gastasen todo su aliento en quejarse de su aflicción. (A) Tenemos razón para esperar que Dios planee mostrarnos su misericordia, si vemos que, con su gracia, nos está preparando para ella. (B) El envío de profetas a un pueblo y el equipar de fieles ministros a un país, es buena señal, una evidencia de que Dios guarda para ellos un arsenal de misericordia.
2. Tenemos a continuación los epígrafes del mensaje que este profeta llevó a Israel en nombre de Dios:
(A) Pone ante ellos las grandes cosas que Dios ha hecho por Israel (vv. 8, 9). (a) Los sacó de Egipto, donde habrían continuado en pobreza y esclavitud. (b) Los libró de mano de todos los que les afligieron. Se menciona esto para dar a entender que la razón por la que no habían sido librados ahora de las manos de los opresores madianitas no era por falta de poder o de buena voluntad de parte de Dios. (c) Dios los había puesto en posesión del país, una tierra tan buena, esto agravaba el pecado de Israel, por una parte, y añadía la nota de vil ingratitud, pero, por otra parte, vindicaba el honor de Dios al eximirle de todo reproche por la aflicción en que ahora se encontraban.
(B) Les muestra la facilidad y equidad de las demandas que Dios les hacía, así como lo que esperaba de ellos (v. 10): «Yo soy Jehová vuestro Dios, a quien estáis ligados con el más alto deber; no temáis a los dioses de los amorreos».
(C) Les acusa de rebelión contra Dios, quien les había dado orden de obedecerle y servirle: «pero no habéis obedecido a mi voz».
Versículos 11–24
No se nos dice el efecto que tuvo en el pueblo este mensaje del profeta, pero podemos suponer que lo tuvo y que, al menos algunos de ellos se arrepintieron y cambiaron de conducta, ya que, inmediatamente después, tenemos el alborear de su liberación mediante el llamamiento efectivo de Gedeón para que se pusiera al frente de las fuerzas de Israel a fin de luchar contra los madianitas.
I. La persona comisionada para este servicio fue Gedeón, hijo de Joás (v. 14). Su padre observaba en el seno de la familia el culto a Baal (v. 25), contra el que hemos de suponer que Gedeón daba testimonio en cuanto estaba en su mano. Era de la media tribu de Manasés que se había establecido en Canaán, y de la familia de Abiezer, la casa más antigua de esta tribu (Jos. 17:2).
II. La persona que le dio la comisión fue el Ángel de Jehová. Este ángel es llamado aquí Jehová, el nombre incomunicable de Dios (vv. 14, 16); y le dijo: Ciertamente estaré contigo.
1. Esta persona divina se apareció aquí a Gedeón y es de notar cómo le halló: (A) Gedeón estaba solo. Dios se muestra con frecuencia a los suyos cuando están retirados del ruido y de las prisas de este mundo. (B) Estaba dedicado a sacudir el trigo con un bastón o báculo, probablemente porque era muy poco el trigo que tenía que sacudir y, por eso, no necesitaba bueyes para esa labor. El trabajo en que estaba ocupado era como una figura del trabajo mucho más importante al que ahora iba a ser llamado, algo semejante a lo que les sucedió a los discípulos cuando estaban pescando y los llamó el Salvador para que fuesen pescadores de hombres. De sacudir el trigo fue llamado a trillar a los madianitas (comp. con Is. 41:15). (C) Estaba bajo opresión, pues sacudía el trigo, no en la era, que es su propio lugar, sino en el lagar, en un rincón escondido, por miedo a los madianitas.
2. Veamos ahora lo que pasó entre el ángel y Gedeón, quien no se dio cuenta de que era el Angel de Dios hasta que éste desapareció, sino que supuso que era un profeta.
(A) El ángel le saludó con todo respeto y cortesía, asegurándole de la presencia de Dios con él (v. 12). Con esas palabras: (a) Le da la comisión. (b) Le atribuye las cualidades necesarias para llevar a cabo la comisión. (c) Le asegura el éxito, porque, si Dios está por nosotros, ¿quién puede prevalecer contra nosotros?
(B) Gedeón correspondió con una respuesta muy melancólica a tan gozoso saludo (v. 13): Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? El ángel le había dicho en particular: Jehová está contigo, pero él generaliza: Si Jehová está con nosotros …, contándose a sí mismo como una oveja perdida entre los miles y miles de israelitas, sin admitir un consuelo personal que no pueda ser compartido por todo el pueblo. Gedeón era varón esforzado en valor, pero de fe débil. Es cierto que no hemos de esperar que los milagros obrados en la plantación de la Iglesia continúen hoy que la Iglesia está establecida de antiguo por todo el mundo, como también es verdad que no hemos de esperar que las grandes misericordias de Dios mostradas a nuestros mayores sean compartidas por nosotros, si nos rebelamos contra Él y no caminamos como es propio de un cristiano.
(C) El ángel le dio una réplica contundente a sus objeciones, al comisionarle para librar a Israel de las manos de los madianitas, y al asegurarle el éxito en tal empresa (v. 14). Ahora el ángel es llamado Jehová, como quien habla con toda autoridad, y no como un simple mensajero:
(a) Hubo algo de extraordinario en la tierna mirada que ahora le lanzó a Gedeón: Y mirándole Jehová le dijo … como sonriendo ante la respuesta de Gedeón y hablándole con tal seguridad, que pronto había de sentir Gedeón un poder con el que contestarse a sí mismo y avergonzarse de haber hablado tan melancólicamente. Fue una mirada de las que hablan, como la de Jesús a Pedro (Lc. 22:61), una mirada poderosa que atravesó el pecho de Gedeón hasta llenar de luz y vida su corazón.
(b) Pero hubo algo más en lo que le dijo de palabra. Primero, le comisionó para aparecer y actuar como libertador de Israel, tal como muy pocos en Israel, y el mismo Gedeón entre ellos, esperaban que se levantase. Y ahora se le dice a Gedeón: «Tú eres el hombre, ve con esta tu fuerza, con la misma que empleas para sacudir el trigo, y empléala en otra tarea más noble; te voy a hacer trillador de hombres; no vas con tu fuerza, sin con esta tu fuerza, la que acabas de recibir de Dios y con la que has de fortalecerte a ti mismo». Segundo, le asegura el éxito: «Salvarás a Israel de la mano de los madianitas; no sólo serás testigo de vista de ello, sino que serás glorioso instrumento de maravillas semejantes a las que tus mayores te narraron». Podemos suponer que Gedeón se quedaría atónito ante el extraño y sorprendente poder con que era investido.
(D) Gedeón opuso todavía una modesta objeción a la comisión que se le encomendaba (v. 15): «Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel?» Con esta pregunta daba a entender: (a) Ya fuese desconfianza en el poder de Dios, lo cual no es probable. (b) Ya fuese meramente el deseo de conocer la estrategia que había de emplear. (c) Ya fuese, más bien, una humilde desconfianza de sí mismo, como le había ocurrido a Moisés (Éx. 3:11 y ss.). Aunque el ángel le había honrado y exaltado, él se ve todavía pequeño e insignificante: «He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre. ¿Qué voy a intentar hacer yo, cuando me falta toda cualificación para ese servicio y, además, soy indigno de tal honor?» Pero a Dios le place exaltar a los humildes.
(E) Esta objeción es también rápidamente contestada mediante una repetición de la promesa de que Dios estaría con él (v. 16): «Ciertamente yo estaré contigo para instruirte y fortalecerte, dándote además la seguridad de que derrotarás a los madianitas como si fuera un solo hombre, tan fácil y tan
efectivamente como si en realidad tuvieses que luchar con un solo madianita. Todos los millares de Madián serán para ti como un solo cuello que cortar».
(F) Gedeón desea ver confirmada su fe tocante a esta comisión y pide humildemente a esta persona, quienquiera que sea: (a) Una señal (v. 17). En la presente dispensación, no hemos de esperar tales señales ante nuestros ojos, como pidió Gedeón, sino orar a Dios, por medio del Espíritu Santo, con todo afán que, si hemos hallado gracia a sus ojos, nos muestre una señal en lo íntimo del corazón, mediante la poderosa acción del mismo Espíritu, que complete y perfeccione la obra de la fe. (b) También le pide que le de una oportunidad más amplia de conversar con él (v. 18). Ante la promesa del ángel de quedarse con él para aceptar su ofrenda, está deseoso: Primero, de ofrecer sus agradecidos y generosos respetos a este extraño personaje y, en él, a Dios que le ha enviado. De lo poco que los madianitas le habían dejado, quiere hacer partícipe a un amigo, especialmente siendo éste un mensajero celestial. Segundo, de investigar más a fondo quién era este personaje extraordinario. Lo que le presentó fue una ofrenda (v. 18), y el término usado es el mismo que el empleado para la oblación de Lv. 2:1. Si se la comía, estaría claro que era un hombre, un profeta; si no se la comía, como así fue, es que se trataba de un ángel.
(G) El ángel le ordenó que tomara la carne y los panes y lo pusiera todo sobre una peña, y que vertiera el caldo encima (v. 20), y así lo hizo él, creyendo, sin duda, que el ángel iba a darle entonces una señal: (a) El ángel tornó la oblación en ofrenda encendida, de olor grato a Jehová (Lv. 2:2). (b) Sacó fuego de la roca para consumir la oblación, con lo que le dio una señal de que había hallado gracia en sus ojos. La aceptación del sacrificio significaba la aceptación de la persona y así confirmaba la comisión que le había dado. (c) Inmediatamente después, el Ángel de Jehová desapareció de su vista.
(H) Gedeón tuvo entonces un miedo tremendo, a pesar de que su fe había sido confirmada. Por la forma en que el ángel aceptó y consumió el sacrificio, Gedeón se percató de que había visto a Dios en la forma del Ángel de Jehová, y pensó que iba a morir (v. 23), como lo pensó después (13:21), en ocasión similar, el padre de Sansón. Le falló ahora el valor a Gedeón, pero Dios le aquietó el turbado ánimo dándole palabra de paz: «Paz a ti; no tengas temor, no morirás». Al que los israelitas temían ver, bajo pena de muerte, lo vieron, ya encarnado, lo contemplaron y lo palparon los discípulos (1 Jn. 1:1–2) y nosotros, que ahora andamos por fe, lo veremos también un día (1 Jn. 3:2) y estaremos siempre con el Señor (1 Ts. 4:17).
3. Como memorial de esta visión, edificó allí Gedeón un altar a Jehová (v. 24), siendo así un monumento de la extraordinaria experiencia que había tenido, y le puso al altar el nombre de Yahweh shalom, que significa Dios (es) paz. Con esto se daba a entender no sólo que Dios había llevado la paz al ánimo turbado de Gedeón, sino, en el sentido bíblico del vocablo «paz», bienestar completo y prenda segura de liberación para Israel.
Versículos 25–32
I. Se le ordena a Gedeón que comience su gobierno empezando por la reforma de la casa de su padre (vv. 25, 26). La noche misma después de haber estado con el Ángel de Dios, cuando él estaba lleno de pensamientos acerca de lo que había acontecido aquel día, le dijo Dios (sin duda, en sueños) que hiciera lo que vemos en los vv. 25 y 26. Si damos la bienvenida a Dios, de seguro que vendrá a nosotros de nuevo. Dios ordena a Gedeón:
1. Que derribe el altar a Baal que parece ser que su padre tenía, ya fuese para el culto de su casa ya fuese para el de toda la ciudad. También había de cortar la imagen de Aserá que estaba junto al altar.
2. Que erigiese un altar a Jehová su Dios. Dios mismo le dice dónde lo ha de erigir: en la cumbre de este peñasco. El vocablo que vemos aquí para «peñasco» significa un baluarte o fortaleza, que habían levantado, según piensan algunos, para defenderse de los madianitas. Sobre este altar: (A) Había de ofrecer en sacrificio dos toros de su padre. El primero (podemos suponer) había de ofrecerlo por sí mismo, y el otro por los pecados del pueblo al que iba a libertar. (B) El altar de Baal había de ser derribado, y la imagen contigua debía ser cortada y quemada para servir de combustible al sacrificio. Dios ordenó a Gedeón hacer esto, con el fin de: (a) Poner a prueba su celo religioso, del que tenía que presentar evidencia antes de comenzar la batalla. (b) Dar los primeros pasos para emprender la reforma de Israel, con la que había de prepararse la liberación. Si no se quitaba de en medio el pecado, que era la causa, ¿cómo iba a llegar a su término la aflicción, que no era sino su efecto?
II. Gedeón fue obediente a la visión celestial (v. 27). El que había de ostentar el mando del Israel de Dios, debía salvar al pueblo de sus pecados antes de salvarle de sus enemigos: 1. Le ayudaron diez siervos suyos en quienes podía confiar. 2. No tuvo escrúpulos en tomar el toro de su padre y ofrecerlo en sacrificio sin el consentimiento de su padre, porque Dios, que se lo había ordenado expresamente, tenía derechos más elevados que los de su padre y, además, el mejor servicio que podía prestar a su padre era quitarle lo que era continua ocasión de pecado. 3. Esperaba incurrir en la indignación de la casa de su padre por motivo de lo que estaba haciendo, pero al estar seguro del favor de Dios, no tenía miedo a la ira de los hombres. Sin embargo: 4. Para prevenirse de la resistencia que pudiesen hacerle, escogió llevarlo a cabo por la noche.
III. Vemos que lo hizo con peligro de su vida (vv. 28–30).
1. Pronto se descubrió lo que había hecho, pues los hombres de la ciudad se levantaron temprano, como para recitar sus Maitines junto al altar de Baal. 2. Vieron que el altar había sido derribado y cortada la imagen de Aserá que estaba junto a él. 3. Al saber que Gedeón era el culpable, estos degenerados israelitas demandaron a su padre que lo entregara para darle muerte.
IV. Fue librado de sus perseguidores por su propio padre (v. 31).
1. Había quienes estaban contra Gedeón y querían darle muerte. A pesar del severo castigo que estaban sufriendo por causa de su idolatría, aborrecían que se pretendiera reformarlos.
2. Pero Joás, su padre, salió en su favor. Él era uno de los principales de la ciudad.
(A) Este Joás había sido promotor o cómplice en la erección del altar de Baal, pero ahora protegía al que había destruido el altar: (a) ya fuese por el afecto natural hacia su hijo, (b) ya fuese para preservar la paz pública. La turba se amotinaba, y era de temer que la cosa pasara a mayores; por consiguiente (piensan algunos), sacó fuerzas de flaqueza para reprimir el tumulto. O: (c) Llegó a la convicción de que Gedeón había obrado bien. Cumplamos con nuestro deber y confiemos en Dios en cuanto a nuestra seguridad personal.
(B) Joás presenta dos fuertes argumentos: (a) Que era un absurdo demandar defensa para Baal. Malo es cometer pecado, pero todavía es mayor iniquidad querer defenderlo, especialmente defender a Baal, el ídolo, cualquiera que éste sea, que ocupa en el corazón el lugar que sólo Dios tiene derecho a ocupar. (b) Que no era necesario defender a Baal. Si no era dios, nada tenían que alegar en su defensa; y si lo era, de seguro que sería capaz de defenderse a sí mismo.
(C) Con ocasión de esta discusión, el padre de Gedeón le puso un nuevo nombre (v. 32) a su hijo; le llamó Jerobaal (hebreo Yerub-baal = defiéndase Baal), como diciendo: «Contienda Baal contra él si puede; si algo tiene que decir contra el que ha destruido su altar, que lo diga».
Versículos 33–40
I. Vemos ahora la incursión de los enemigos confederados contra Israel (v. 33). Un numeroso ejército de madianitas, amalecitas y sus aliados del oriente acamparon en el valle de Jizreel, y pusieron allí su cuartel general, en el corazón mismo de la tribu de Manasés, no lejos de la ciudad de Gedeón. Pero se demostró que la medida de sus iniquidades estaba colmada y había llegado el día de su retribución; ahora tenían que cesar de despojar para ser ellos despojados, como gavillas en la era, para que los trillase Gedeón (comp. con Mi. 4:12, 13).
II. La preparación que Gedeón llevó a cabo para atacar el campamento enemigo (vv. 34, 35). 1. Dios, por medio de su Espíritu, puso vida en el interior de Gedeón: Entonces el Espíritu de Jehová vino sobre (lit. revistió a) Gedeón; lo revistió como con un manto, para otorgarle honor, y lo revistió como con una cota de malla, para su defensa. Cuando Dios llama a alguien para un servicio, también le equipa, le anima y le protege. 2. Tocando la trompeta, Gedeón puso vida en sus vecinos, al obrar Dios por medio de él y con él. (A) Los hombres de Abiezer, aun cuando habían estado recientemente enojados con él por destruir el altar de Baal, y le habían condenado a muerte, como si fuese un criminal, estaban ahora convencidos de su error y acudieron bravamente en su ayuda. (B) Algunas tribus distantes, como las de Aser y Neftalí, que caían tan lejos, acudieron también a su convocatoria (v. 35).
III. Las señales con que Dios le favoreció, para confirmar su fe y la de sus seguidores.
1. Su petición de una señal (vv. 36, 37): «Si has de salvar a Israel por mi mano …, yo pondré un vellón de lana extendido en la era, y que el rocío esté en el vellón solamente, quedando seca toda la otra tierra en derredor de él». El significado de esta petición es como si dijera: «Señor, creo, ayuda a mi incredulidad». Cuando repitió su petición de un nuevo signo, ahora el reverso del primero, lo hizo rogando antes a Dios que no se enfadara por ello (v. 39), ya que parecía un necio juego de desconfianza en Dios. El favor de Dios ha de ser buscado con gran reverencia, el debido sentido de nuestra distancia y un temor religioso.
2. Dios le otorgó benignamente su petición. Véase aquí cuán tierno es con los verdaderos creyentes, aunque sean débiles. Gedeón pidió primero que el vellón estuviese mojado, y la tierra en derredor seca; pero luego, para que nadie objetase: «Es natural que el vellón de lana, por poca humedad que caiga, se la beba y la retenga, por consiguiente no hay nada de extraordinario en ello», aun cuando la cantidad caída sobre el vellón era suficiente para refutar dicha objeción, desea sin embargo que, a la noche siguiente, el suelo aparezca húmedo y el vellón esté seco y así se hizo, porque plugo a Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su designio (He. 6:17, 18), lo hizo por medio de dos cosas inmutables. Él soporta, no sólo que prevalezcamos sobre Él con nuestras importunidades, sino también que le indiquemos lo que ha de hacer para satisfacción de nuestras dudas. ¿Desea Gedeón que el rocío de la gracia divina caiga sobre él en particular? Entonces ve el vellón húmedo con el rocío que se lo asegura. ¿Desea que Dios provea de ese rocío a todo Israel? Entonces todo el suelo está húmedo.
Es de notar que en estos cinco versículos, que tratan de las señales, no se emplea el nombre de Jehová ni una sola vez, sino el de Dios. Esto no es por casualidad, porque el Espíritu Santo inspiró a los escritores de las sagradas letras, no sólo comunicándoles el asunto, sino también las palabras que debían emplear para expresarlo. El nombre o título de Jehová, que significa «Ser eterno», se halla particularmente en relación con el hombre aparte de lo demás de la creación, y luego en relación con el pueblo redimido como pueblo distinto de todos los demás pueblos, mientras que Dios (heb. Elohim, fuerte) se halla en relación de un modo general con todo lo creado y como obrando saludes por todos los medios que Él quiere en favor de los redimidos. En nuestros versículos de meditación Gedeón desea asegurarse por medio de las señales propuestas que el Dios que creó los cielos y la tierra con todo lo que en ellos hay, es en verdad Jehová, quien le envía a librar a Israel. Véanse Génesis 7:16; 2 Crónicas 18:31, donde se hallan los dos títulos o nombres de Jehová y Dios juntos.
Tenemos ya a Gedeón en el campo de batalla, al mando de las tropas de Israel, y derrotando al ejército enemigo. Vemos: I. Las instrucciones que le da Dios para la formación de su ejército, el cual queda reducido a 300 hombres (vv. 1, 8). II. El ánimo que Dios le dio mediante el extraño sueño que oyó contar a un madianita (vv. 9–15). III. Cómo formó a sus hombres en plan de ataque, no para presentar batalla al enemigo, sino para asustarle (vv. 16–20). IV. El éxito de este ataque puso a los enemigos en fuga y les infligió una completa derrota.
Versículos 1–8
I. Gedeón se pone a desempeñar el cargo de un buen general. Acampa junto a una fuente, para que el ejército no se acobarde por falta de agua, y en lugar elevado, para cobrar ventaja sobre el enemigo, ya que los madianitas estaban en el valle (v. 1). Nótese que la fe en las promesas de Dios no debe servir para amenguar, sino para avivar nuestro esfuerzo.
II. El ejército de Israel constaba de 30.000 hombres, muy pocos en comparación con los que el pueblo podía haber reunido, y especialmente pocos en comparación con el ejército enemigo (v. 12); sin embargo, a Dios le parecieron demasiados (v. 2), pues quería silenciar y excluir toda jactancia por parte de Israel.
Ésta es la razón que da aquí el que conoce bien el orgullo que hay en el corazón del hombre: No sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado. Dios empleó dos metodos diferentes para reducir el número de los soldados de Israel:
1. Ordenó que fuesen despedidos todos los que se sintiesen tímidos y acobardados (v. 3). Podríamos suponer que, contra un enemigo como Madián, con tales señales y promesas como las de Dios, y con un líder como Gedeón, escasamente se hallaría un israelita que se delatase a sí mismo como cobarde; con todo, más de dos terceras partes se aprovecharon de este pregón y se retiraron a sus casas. Hay quienes opinan que la opresión bajo la cual habían vivido por tanto tiempo había minado la moral de sus ánimos. Otros con mayor probabilidad, piensan que la conciencia de su culpabilidad les privó del coraje necesario para entrar en batalla. El pecado les salía al rostro y, por eso, no se atrevían a mirarle a la cara a la muerte.
2. Ahora emplea Dios un segundo método e indica a Gedeón cómo ha de conocer a los que ha de seleccionar: «Aún es mucho el pueblo», dice Dios (v. 4), con lo que nos enseña a no valorar demasiado el número y a entender aquellos designios de la Providencia que parecen ir en mengua de la Iglesia y de sus intereses. Dios ordena a Gedeón que lleve a los diez mil soldados restantes a una fuente, probablemente la de Harod (v. 1) y al arroyo que fluye de ella. Dice el Señor: «Llévalos a las aguas y allí yo te los probaré». La palabra hebrea empleada aquí, y traducida probaré, es la que se emplea para expresar el acto de refinar o ensayar metales preciosos. Se halla en este sentido en el Salmo 12:6, y en Isaías 1:25: «Limpiaré hasta lo más puro de tus escorias». Así Dios iba a ensayar y limpiar el ya reducido ejército de Gedeón. Al mismo tiempo, ¡cuán severa era la prueba para la fe del mismo Gedeón!; porque, ¿qué podía esperar, sino más disminución? Pero ¡cuán preciosa es la pequeña palabra te en este v. 4! Es como si dijera: «Quiero darte los más escogidos entre diez mil, hombres, según tu propio corazón, dispuestos a obedecerme a mí, y a confiar en mí como tú mismo lo haces, por esto los pongo en el horno para ensayarlos». No cabía duda de que la mayoría se habían de arrodillar para beber, bajando la boca al agua como hacen los caballos. Otros, los menos, preferirían darse prisa y no tomarse mucho tiempo en formalidades, por lo que se contentarían con llevar un poco de agua con la mano a la boca, de manera semejante a como beben los perros el agua, lamiéndola con la lengua. Solamente 300 hombres bebieron de este segundo modo y, por este medio (sólo conocido por Gedeón), le mostró Dios a quiénes había de seleccionar para derrotar a los madianitas (v. 7). Fueron seleccionados:
(A) Hombres duros, dispuestos a soportar la fatiga, sin quejarse de sed ni de cansancio.
(B) Hombres presurosos, que pensaron que no había que detenerse en beber cómodamente, sino prestos a avanzar rápidamente contra el enemigo, y que preferían el servicio a Dios y a su país más bien que la comodidad del refrigerio.
(C) Hombres animosos y valientes, que no temieron permanecer en pie para beber, aun a costa de exponerse a la vista del enemigo. Fue una gran prueba para la fe de Gedeón cuando Dios le dijo que con estos 300 hombres había de salvar a Israel, y que todos los demás se marcharan cada uno a su lugar. De esta manera tan extraña fue purgado el ejército de Gedeón, modelado y reducido en lugar de ser ampliado.
3. Veamos ahora cómo fue equipado este pequeño y despreciable regimiento. (A) Tomaron provisiones (v. 8), se cargaron cada uno con sus víveres, y mostraron así su fe en Dios de que tendrían bastante para subsistir, y no demasiado para ir sobrecargados, con lo que mostrarían también su prudencia y diligencia en no llevar más de lo que requería la oportunidad. Esto sí que era vivir de la mano a la boca. (B) Cada soldado había de tomar su trompeta, como si fueran a un Juego en lugar de ir a una batalla.
Versículos 9–15
Al estar el ejército de Gedeón disminuido hasta el extremo que hemos visto, sólo le quedaba el luchar por fe o no luchar de ninguna forma. De ahí que Dios les provea de recursos para su fe en lugar de proveerles de recursos para sus fuerzas.
I. Le provee de una buena base para su fe. Sólo la Palabra de Dios proporciona sólida base para la fe. 1. Una palabra de mando para dar garantía a la acción: Levántate y desciende al campamento (v. 9). 2. Una palabra de promesa para dar garantía al éxito: Porque yo lo he entregado en tus manos. Esta palabra de Dios le vino a Gedeón aquella misma noche, cuando estaría agitado cavilando cómo saldría de esta peligrosa empresa.
II. Le provee también de una buena prueba con que sostener su fe.
1. Si tiene miedo de comenzar la batalla, le ordena que baje con su criado a espiar, en lo oscuro de la noche, en el campamento de Madián y verá lo que aprende con esto: «Oirás lo que hablan» (v. 11), insinuándole que lo que va a oír le dará mucho ánimo y fortalecerá su fe.
2. Después de darle ánimo, le muestra algo que, de suyo, habría sido desanimador, pues era bastante para asustar a cualquiera el ver, quizás a la luz de la luna, el numeroso ejército enemigo (v. 12), como langostas en multitud, como plaga de langostas abatidas sobre un campo, aunque, en cuanto a fuerza y valentía, iban a demostrar que no eran más que langostas; y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar.
3. Luego le hace escuchar algo que le había de animar sobremanera. Oyó a dos soldados enemigos que mantenían una interesante conversación: (A) Uno de ellos le contaba al otro un sueño que había tenido: Vio un pan de cebada que rodaba hasta el campamento de Madián y golpeó a una tienda con tal violencia que la trastornó completamente, cayendo sobre los que estaban dentro (v. 13). (B) El compañero comprendió de inmediato el significado del sueño y dio su interpretación: Esto no es otra cosa sino la espada de Gedeón (v. 14). Gedeón, que sacudía el grano para su familia y cocía panes para su amigo (6:11–19), estaba bien representado aquí por un pan de cebada, de lo más pobre, como el minúsculo regimiento que mandaba y que, desde el punto de vista humano, era muy improbable que pudiese derrotar al numeroso y bien equipado ejército de Madián. Pero el sueño, y su interpretación, eran una muestra de que los de Madián estaban faltos de ánimo, pues el nombre solo de Gedeón les resultaba ahora tan temible como para perturbarles el sueño.
III. Finalmente, Gedeón cobró con esto ánimos extraordinarios. No le importó que le comparasen con un pan de cebada, si tales efectos había de producir. Dio a Dios la gloria por ello y adoró; esto es, en una breve jaculatoria, dio al Señor alabanza y gratitud por la victoria de la que ahora estaba tan seguro. Así que hizo partícipes a sus amigos del ánimo que había cobrado (v. 15): Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos.
Versículos 16–22
I. Vemos ahora la alarma que dio Gedeón a las huestes de Madián en medio de la noche. Los que por tanto tiempo habían oprimido y aterrado a los israelitas, bien estaba que fuesen ahora aterrorizados en medio de la noche. Vemos, pues, que Gedeón:
1. Dividió su ejército, aunque era tan pequeño, en tres batallones (v. 16), uno de los cuales estaba bajo su mando personal (v. 19).
2. Ordenó a todos que hicieran lo que le viesen hacer a él (v. 17). Así es la voz de mando que nos da el Señor Jesús, el Capitán de nuestra salvación, pues nos ha dejado ejemplo para que hagamos como Él hizo (Jn. 13:15).
3. Descendió al campamento por la noche, cuando menos lo esperaba el enemigo y cuando más difícil era que este pequeño ejército pudiese ser descubierto. Por la noche, todos los sustos se agrandan. Gedeón equipó a sus soldados con sendas trompetas y cántaros vacíos con teas ardiendo dentro de los cántaros de barro cocido.
4. Tres factores iban a sembrar el terror y la confusión en el ejército enemigo: (A) Un gran ruido. Cada soldado había de tocar la trompeta lo más fuerte posible y, al mismo tiempo, quebrar los cántaros que llevaban en la mano. Todos a una debían hacerlo. (B) Un súbito resplandor de luces. Rotos los cántaros, las teas que ardían dentro de ellos brillarían sin obstáculo en medio de la noche con tremendo resplandor. Quizá les sirvieron después para pegar fuego a las tiendas del enemigo. (C) Un gran clamor. Todos debían gritar al unísono: «¡Por Jehová y por Gedeón!» (v. 18); «¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!» (v. 20). La espada de Dios estaba en todos los éxitos de Gedeón, pero la espada de Gedeón debía ser también usada en obediencia y subordinación a la de Dios.
5. El método que Gedeón usó aquí para derrotar a los madianitas puede ser aplicado espiritualmente, en figura, a la destrucción del reino del diablo en este mundo, llevada a cabo mediante la proclamación del evangelio eterno, el sonido de esa trompeta en boca de los heraldos de Cristo, y la luz que llevamos en estos vasos de arcilla (2 Co. 4:7). Así es como Dios escogió lo necio del mundo para avergonzar a los
sabios (1 Co. 1:27), del mismo modo que un pan de cebada bastó para desbaratar las tiendas de Madián, a fin de que la excelencia del poder sea de Dios (2 Co. 4:7); solamente. El Evangelio es una espada, no en la mano, sino en la boca (comp. con Ap. 1:16; 19:15).
II. El maravilloso éxito de esta alarma. Los soldados de Gedeón observaron las órdenes que les dio: Y se estuvieron firmes cada uno en su puesto en derredor del campamento (v. 21), y hacían sonar la trompeta de forma que, en su aturdimiento, los enemigos comenzaron a luchar entre sí mismos, y llevando las teas encendidas, con lo que el enemigo pudiese contemplar mejor el espectáculo de su propia ruina. Obsérvese el efecto que obtuvo esta estratagema:
1. Temieron a los israelitas (v. 21): Todo el ejército echó a correr dando gritos y huyendo. Tenían motivo para sospechar que un numeroso y bien equipado ejército se les echaba encima. Pero había otro elemento, éste sobrenatural, para infundir terror al enemigo. Dios mismo les trastornó la imaginación, la cual tiene un tremendo poder, unas veces para dar terror, otras veces para añadir placer.
2. Cayeron ellos mismos unos sobre otros: Y Jehová puso la espada de cada uno contra su compañero en todo el campamento (v. 22). Con frecuencia, Dios hace que los enemigos de la Iglesia sean instrumentos de destrucción entre sí mismos.
3. Así que todo el ejército de Madián huyó para salvar la vida, aun cuando no lo consiguieron.
Versículos 23–25
Prosecución de esta gloriosa victoria. 1. Los soldados de Gedeón que habían sido despedidos anteriormente, se juntaron de nuevo y persiguieron con vigor a los que antes no tuvieron el valor de atacar de frente. Los que antes temblaban (v. 3), ahora cobraron ánimo, cuando lo peor había pasado y llegaba la hora de repartir el botín. 2. Los efrainitas, convocados por Gedeón, acudieron como un solo hombre y tomaron los vados de Betbará y del Jordán, para cortar la retirada del enemigo. 3. Dos de los principales comandantes de las huestes de Madián fueron tomados prisioneros y ejecutados por los efrainitas en el lado del Jordán que cae dentro de Canaán (v. 25). Sus nombres significaban quizá sus respectivas características personales, pues Oreb significa cuervo, y Zeeb significa lobo.
Este capítulo continúa la historia de Gedeón, tanto en su seguimiento de los restos del ejército de Madián, como en su gobierno del pueblo hasta el fin de su vida. I. Gedeón apacigua prudentemente a los de Efraín (vv. 1–3). II. Persigue bravamente a los madianitas (vv. 4, 10–12). III. Castiga justamente la insolencia de los hombres de Sucot y Peniel (vv. 5–9 y 13–17). IV. Ejecuta honorablemente a los dos reyes de Madián (vv. 18–21). V. Después de todo esto declina humildemente la corona real (vv. 22, 23). VI. Comete la insensatez de satisfacer la superstición del pueblo, y hace un efod en su propia ciudad (vv. 24–27). VII. Hubo paz en los cuarenta años de su gobierno (v. 28). VIII. Murió con honor y dejó una familia numerosísima (vv. 29–32). IX. Tanto él como su Dios fueron olvidados pronto por el ingrato Israel (vv. 33–35).
Versículos 1–3
Tan pronto como el enemigo común fue subyugado, vemos a los hijos de Israel dispuestos a querellarse unos contra otros. Los efrainitas, al llevar a Gedeón las cabezas de Oreb y Zeeb, le mostraron el gran enfado que sentían contra él.
I. La acusación que presentaron carecía de toda base y razón: ¿Qué es esto que has hecho con nosotros, no llamándonos cuando ibas a la guerra contra Madián? (v. 1). Efraín estaba muy celoso de Manasés, pues temía que el honor de esta tribu eclipsara el suyo. ¡Cuán injusta fue la reconvención que hicieron a Gedeón! 1. Gedeón había sido llamado por Dios, y a Dios había atribuido el honor y la gloria.
Así que los efrainitas estaban reconviniendo a Dios mismo. 2. ¿Por qué no se habían ofrecido antes voluntariamente? El caso mismo lo requería; no tenían por qué esperar a que Gedeón los llamara. Los cobardes parecen valientes cuando ha pasado el peligro y tratan de defender su reputación cuando no la han merecido por su cobardía.
II. La respuesta de Gedeón tenía por objeto apaciguar a los de Efraín más bien que justificarse a sí mismo (vv. 2, 3). Les responde: 1. Con gran mansedumbre, y gana así sobre su propia pasión una victoria tan grande como la que había ganado contra los madianitas. 2. Con gran modestia, engrandece las hazañas de los efrainitas por encima de las suyas propias: ¿No es el rebusco, lo que queda de la vendimia, de Efraín, mejor de mayor honor y servicio que la vendimia de Abiezer? Con esto nos muestra Gedeón: (A) Que la humildad es el mejor remedio para curar la envidia ajena. (B) Que es igualmente el mejor remedio para terminar una disputa. 3. En efecto, los mismos que le habían reconvenido fuertemente (v. 1), se aplacaron luego que él habló esta palabra (v. 3), un ejemplo del principio que leemos en Proverbios 15:1.
Versículos 4–17
I. Gedeón, como valiente general, persigue al resto de los madianitas. Parece ser que los dos reyes de Madián estaban mejor provistos que los demás y pudieron cruzar el Jordán con 10.000 hombres antes que los efrainitas cerraran los pasos. Pero Gedeón piensa que no ha llevado plenamente a cabo su comisión de salvar a Israel, si los deja escapar.
1. Su firmeza fue muy ejemplar bajo las desventajas con que actuaba. (A) Sólo llevó consigo sus 300 hombres, de quienes esperaba más, por razón de la especial promesa divina que de todos los demás millares, de quienes sólo podía esperar lo que le ofrecieran con su tornadizo valor humano. (B) Estaban cansados, mas todavía persiguiendo (v. 4). (C) Además, halló oposición, en lugar de ánimos en algunos del pueblo mismo de Israel. Pero, si los que deberían sernos de ayuda nos sirven de obstáculo no por eso hemos de desistir de nuestros buenos propósitos. (D) Llevó a cabo una larga marcha por el camino de los que habitaban en tiendas (v. 11). Tenía la ventaja de llevar consigo unos pocos hombres que podían soportar el cansancio, el hambre y la sed.
2. Su éxito fue rotundo y le animó a proseguir con resolución su lucha por una buena causa. Derrotó completamente al enemigo (v. 11) y tomó prisioneros a los dos reyes de Madián (v. 12).
II. Vemos también a Gedeón como justo juez de Israel, cómo castiga la insolencia de los hombres de Sucot y de Peniel.
1. El crimen de estos hombres fue muy grande, pues se negaron a dar unos bocados de pan a los soldados de su propio pueblo, que iban en persecución del enemigo común (v. 5). Aun cuando hubiesen sido viajeros extranjeros que se hallaban en apuros, ya habría sido razonable que les prestasen socorro. ¡Cuánto más a soldados de su propio pueblo que iban en persecución del enemigo común! Pero los príncipes de Sucot no temían a Dios ni respetaban a hombre. Porque: (A) En desprecio a Dios se negaron a satisfacer las justas demandas del hombre a quien Dios había levantado para salvarles, y creían que el resto de las huestes de Madián, que habían visto pasar a través de su región, sería demasiado duro para Gedeón. (B) Cerraron sus entrañas de compasión contra sus hermanos (v. 1 Jn. 3:17); estaban tan destituidos de amor como de fe al negarse a dar unos bocados de pan a quienes estaban en peligro de morir de hambre. Los de Peniel dieron la misma respuesta que los de Sucot, y desafiaron la espada de Jehová y de Gedeón (v. 8).
2. El aviso que Gedeón les dio de que su crimen había de tener el merecido castigo. (A) No los castigó de inmediato, porque no quería hacerlo en el arrebato de la pasión y, además, tenía prisa por seguir al enemigo. Pero: (B) Les dijo cómo les iba a castigar (vv. 7, 9); el batidor del grano era un buen trillador. Les mostraba así la confianza que tenía en el éxito con la fuerza de Dios, por si cambiaban de parecer y se arrepentían de su dureza de corazón. Dios nos advierte del peligro y nos da espacio para arrepentirnos, a fin de que los pecadores puedan huir de la ira venidera.
3. Al ser menospreciado el aviso, el castigo, aun siendo muy severo, fue absolutamente justo.
(A) Los principales de Sucot fueron castigados primero. Los castigó Gedeón con espinos y abrojos del desierto; no parece que los matase. Así: (a) Les atormentó el cuerpo y, (b) les instruyó la mente (v. 16), pues el verbo hebreo significa les hizo saber; les enseñó así a entrar en razón y conocer su deber para con Dios y para con el prójimo. Nótese que hay muchos que sólo aprenden mediante los espinos y abrojos de la aflicción.
(B) Después castigó a los de Peniel. (a) Derribó la torre de Peniel (v. 17), en la cual ellos confiaban; quizás habían advertido antes con burla a Gedeón que más les valía a él y a sus hombres refugiarse en la torre que seguir a los fugitivos de Madián. (b) Y mató a los de la ciudad, esto es, a los más insolentes, para que los demás cobraran respeto; de este modo corrigió también a los hombres de Peniel.
Versículos 18–21
Ahora les llega la hora a los reyes de Madián. 1. Pesaba sobre ellos el crimen que habían cometido anteriormente, ya que habían matado a los hermanos de Gedeón en el Tabor. Cuando los hijos de Israel, por miedo a los de Madián, se habían hecho cuevas en los montes (6:2), parece ser que aquellos jóvenes se refugiaron en una de ellas, donde fueron hallados por estos dos reyes, quienes les dieron bárbara muerte a sangre fría. 2. Hallados culpables de este crimen, a confesión propia, el pariente más próximo debía derramar la sangre de ellos, aunque eran reyes. 3. Gedeón quiso ceder este honor a su hijo primogénito, pero: (A) El joven se excusó, porque tenía temor, pues era aún un muchacho (v. 20). (B) Ellos mismos prefirieron tener el honor de que fuese él mismo quien los ejecutase; porque como es el varón, tal es su valentía (v. 21).
Versículos 22–28
I. Laudable fue la modestia de Gedeón, después de su gran victoria, al rehusar el honor que su pueblo quería conferirle ofreciéndole el gobierno del país en forma de monarquía hereditaria. 1. Fue honroso de parte de ellos el ofrecérselo (v. 22): Sé nuestro señor tú … pues que nos has librado. 2. Fue también honroso de parte de él rehusarlo (v. 23): No seré señor sobre vosotros. Lo que él había hecho tenía por objeto servirles, no gobernarles; hacerles bien a ellos no hacerse grande a sí mismo. «Jehová señoreará sobre vosotros, y constituirá sobre vosotros jueces por especial designación de su Espíritu, como lo ha hecho ahora». Esto da a entender: (A) Su modestia, y la humilde opinión que tenía de sí y de sus propios méritos. (B) Su piedad, y la elevada opinión que tenía del gobierno de Dios.
II. Pero no fue laudable la forma en que quiso Gedeón perpetuar la memoria de esta victoria mediante un efod hecho de los despojos de Madián. 1. Pidió a los israelitas que le dieran los anillos del botín. 2. Él mismo aportó lo que había capturado a los reyes de Madián. 3. De ello hizo el efod (v. 27). (A) Es cierto que nada tenía de malo preservar un memorial de tan gloriosa y divina victoria en la propia ciudad del juez, pero: (B) era muy imprudente confeccionar para ello un efod, ornamento sagrado que tendría anejo como de costumbre, los terafines (Os. 3:4), y que, al tener ya un altar, edificado por mandato de Dios (6:26), que Gedeón pensó equivocadamente que podía usarse para otros sacrificios, intentase servirse del efod como de oráculo para consultarlo en casos difíciles. Esto es lo que el erudito Dr. Spencer supone. Además, al tener cada tribu cierta autonomía, fácilmente podían ser inclinados a codiciar cada una su propia forma de religión. En todo el libro de los Jueces, leemos muy poco de Siló y del Arca que estaba allí. Muchos son extraviados por un mal paso dado por un buen hombre. El comienzo del pecado, especialmente del de idolatría, es como el soltar las aguas; así ha pasado en las fatales corrupciones de la Iglesia de Roma. (C) El efod llegó a ser tropezadero para el propio Gedeón y su familia, con pérdida del celo por la casa de Dios, ahora que se iba haciendo viejo, y con gran ruina para su propia familia, llevada así al pecado.
III. No se echa por eso al olvido el provecho que se le siguió a Israel por la feliz intervención, aunque instrumental, de Gedeón (v. 28). Aunque rechazó la corona de rey, gobernó como juez y sirvió a su pueblo lo mejor que pudo, excepto en lo del efod. De forma que reposó la tierra cuarenta años en los días de Gedeón. El número cuarenta va apareciendo con frecuencia en el libro de los Jueces y aun después. Otoniel fue juez durante 40 años; tras Eúd, hubo descanso por 80 años, que es el doble de 40,
Barac fue juez por 40 años, Gedeón lo mismo, ordenándolo así la providencia divina para traerles continuamente a la memoria los 40 años de peregrinación por el desierto. Después de éstos, también Elí gobernó durante 40 años (1 S. 4:18), así como Samuel y Saúl (Hch. 13:21), y también David y Salomón. Cuarenta años viene a ser el tiempo de una generación.
Versículos 29–35
Conclusión de la historia de Gedeón. 1. Se retiró a la casa donde había vivido antes de su exaltación. 2. Su familia se multiplicó de modo extraordinario. 3. Murió después en buena vejez y honrado por el pueblo. 4. Después de su muerte, el pueblo volvió a corromperse y todo paró en nada. Tan pronto como Gedeón desapareció, los hijos de Israel volvieron a prostituirse yendo tras los baales (v. 33). Los falsos cultos abren el camino a los falsos dioses. Volvieron a escoger nuevos dioses (5:8), un dios con un nombre nuevo: Baal-berit, que quiere decir Señor del Pacto. Quizá lo llamaron así porque sus adoradores se ligaron a él por pacto, para imitar de este modo el pacto de Jehová con Israel, ya que el diablo es como la mona de Dios. Con esta rebelión idolátrica, Israel mostró: (A) Gran ingratitud al verdadero Dios (v. 34): No se acordaron los hijos de Israel de Jehová su Dios. (B) Gran ingratitud a Gedeón (v. 35). No es extraño que los que olvidan a su Dios olviden también a sus propios amigos.
La apostasía de Israel tras la muerte de Gedeón es castigada con guerras intestinas entre los mismos israelitas. I. Aquí vemos cómo Abimelec, hijo bastardo de Gedeón, se constituyó a sí mismo rey en Siquem (vv. 1–6). II. Pero su desastroso final fue profetizado en una alegoría por Jotam, el menor de los hijos legítimos de Gedeón (vv. 7–21). III. Las peleas que hubo entre Abimelec y los siquemitas (v. 22–41). IV. Cómo todo esto desembocó en la ruina de los siquemitas (vv. 42–49), y del propio Abimelec (vv. 50–57).
Versículos 1–6
Aquí se nos dice por qué medios consiguió Abimelec hacerse con el mando. Quizá su madre había inspirado al joven pensamientos ambiciosos y, con el nombre que su padre le había dejado (Abimelec = Mi padre, rey), las chispas se habían convertido en llamaradas. Pero él no había sido llamado a este honor como lo había sido su padre, ni había ahora la oportunidad para que surgiese un juez para librar a Israel, como la hubo cuando su padre fue constituido juez.
I. Cuán astutamente supo usar la parentela de su madre para sus propios intereses. Siquem era una ciudad muy notable en la tribu de Efraín. Josué había celebrado allí su última gran asamblea. Si esta ciudad le era favorable—pensó Abimelec—, tendría casi seguro el puesto que ambicionaba. Nadie habría soñado en hacer rey a tal persona, si él mismo no hubiese acariciado tal sueño. 1. La astucia con que maniobró a los de Siquem (vv. 2, 3). Como Gedeón había dejado setenta hijos, les sugirió que era mucho mejor tener un solo rey que no setenta. Y añadió: Acordaos que yo soy hueso vuestro y carne vuestra (v. 2). El plan le salió a las mil maravillas, pues los magistrados de Siquem se vieron halagados con el pensamiento de que su ciudad fuese capital regia y metrópoli de Israel. Así que se inclinaron a favor de él, porque decían: Nuestro hermano es (v. 3). 2. Cómo consiguió dinero para financiar sus propósitos (v. 4): Y le dieron setenta siclos de plata, dinero del templo de Baal-berit, es decir, del erario público, que, por respeto a su ídolo, habían depositado en su templo para ser protegidos por él. ¡Mala cualificación para reinar sobre Israel, porque no era probable que los defendiese quien, en lugar de refrenar y castigar la idolatría, tan tempranamente se constituía en pensionista de un ídolo! 3. La clase de soldados que reclutó: Alquiló hombres ociosos y vagabundos que le siguieron; la escoria de la sociedad, hombres en quiebra y de vida disoluta.
II. Con qué crueldad se deshizo de los hijos de su padre, medio hermanos suyos.
1. Lo primero que llevó a cabo con la gentuza que había alquilado fue dar muerte a todos sus hermanos de una vez y públicamente, setenta varones, sobre una misma piedra, escapando con vida solamente uno. (A) ¡Cómo convierte a los hombres en bestias el poder de la ambición! (B) ¡Qué peligros comporta el honor de la alta cuna!
2. Despejado el camino para la elección de Abimelec, los siquemitas procedieron a coronarle por rey (v. 6). No consultaron a Dios sobre si habían de tener o no rey; mucho menos sobre la persona que había de ocupar tal cargo. Pero: (A) Los siquemitas le ayudaron con su favor y consintieron en el asesinato de los setenta hijos de Gedeón (v. 24), y así fue hecho rey. (B) El resto de los israelitas estaban como aletargados, sin reaccionar contra tales felonías. Por esto se les acusa de ingratitud con Gedeón (8:35).
Versículos 7–21
Sólo Jotam, el hijo menor de Gedeón, que, por especial providencia, escapó de la común ruina de su familia (v. 5), prestó buen servicio a los siquemitas, pues les habló con toda claridad y sinceridad. No se puso a reclutar un ejército para oponerse a Abimelec, sino que se contentó con reconvenir fielmente a los de Siquem, advirtiéndoles de las fatales consecuencias que habría de tener la decisión que habían tomado.
I. La introducción del discurso de Jotam es muy seria y solemne: «Oídme, varones de Siquem, y así os oiga Dios» (v. 7).
II. La alegoría (no «parábola») que expone es sumamente ingeniosa. Cuando los árboles quisieron tener rey, ofrecieron la corona a los más útiles, como el olivo, la higuera y la vid, pero éstos rehusaron, preferían servir a reinar. Pero, al ofrecerla a la zarza, ésta la aceptó llena de vanagloria.
1. Con ello aplaude la modestia de Gedeón, y la de otros jueces antes de él, y quizá la de los hijos del propio Gedeón, que habían declinado el honor y el cargo que les habrían venido a las manos. (A) Del mismo modo que no había ninguna razón para que los árboles eligieran rey, tampoco la había para que Israel lo hiciera pues Jehová era su rey (8:23). (B) Puestos a escoger, los árboles no eligieron por rey al robusto cedro, ni al altivo pino, que sólo sirven de adorno y sombra, sino a los de mayor utilidad, a los frutales: la higuera, la vid y el olivo. Quienes llevan fruto para el bien común, deben ser también honrados con el respeto común.
2. La razón por la que todos estos árboles declinaron la oferta fue la misma. El olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite? (v. 9). De modo semejante respondió la vid (v. 13): ¿He de dejar mi mosto? Ambos alegan su utilidad y servicio, no sólo para los hombres, sino también para Dios, pues el vino y el aceite se usaban en los altares de Dios y en las mesas de los hombres. La higuera dijo: ¿He de dejar mi dulzura? (v. 11). Con todo esto se da a entender: (a) Que el gobierno comporta gran cantidad de preocupación y fatiga. (b) Que quienes son promovidos a los puestos públicos de confianza y de poder tienen que dar de mano a sus intereses y beneficios personales y sacrificarlo todo al bien de la comunidad. (c) Que quienes son exaltados a esos puestos están en peligro de perder su fructuosidad pues se ven tentados a soberbia y holganza, con lo que echan a perder su utilidad; por lo que quienes desean hacer mucho bien se sienten temerosos de estar muy bien en grandeza y elevación social.
3. Con esta alegoría expone a plena luz la ridícula ambición de Abimelec, a quien compara con la zarza (v. 14), planta indigna de figurar entre los árboles, pues no sólo es inútil y sin fruto, sino que sólo sirve para hacer daño. Comenzó a existir cuando la tierra fue maldita, y debe terminar en el fuego. Así era Abimelec y, con todo, fue elegido para gobernar por los árboles, por todos los árboles. No nos extrañe que esté la necedad colocada en grandes alturas (Ec. 10:6) y la vileza exaltada entre los hijos de los hombres (Sal. 12:8). Los hombres están ciegos cuando escogen tales guías que van contra sus intereses.
III. La aplicación que Jotam hace es muy clara y certera. En ella: 1. Les trae a la memoria los buenos servicios que su padre les había hecho (v. 17). 2. Esto agravaba la forma cruel con que habían tratado a la familia de su padre. No le habían pagado conforme a la obra de sus manos (v. 16). Gedeón había dejado muchos hijos que eran un honor para su nombre y el de su familia y, sin embargo, habían sido bárbaramente asesinados; había dejado un hijo de una concubina (8:31), al que todos cuantos guardaban algún respeto a Gedeón se habrían esforzado por ocultar, y a éste precisamente era al que ahora escogían por rey. 3. Les dice que el tiempo demostrará si han obrado mal o bien. (A) Si prosperaban por largo
tiempo después de esta villanía, podían decir que habían obrado bien (v. 19). Pero: (B) Si habían obrado vilmente en este asunto (como era el caso), no podían esperar jamás prosperidad (v. 20). 4. Una vez que les habló así, Jotam escapó por su vida (v. 21) y vivió en el exilio por miedo a Abimelec.
Versículos 22–49
Abimelec reinó tres años sin mayores disturbios. No se dice que juzgara a Israel ni prestase al país ningún servicio útil, pero disfrutó durante ese tiempo del título y de la dignidad de rey. Pero el triunfo de los malvados dura poco. La justa mano de Dios sembró la ruina en aquellos malvados conspiradores (v. 23): Envió Dios un espíritu de discordia entre Abimelec y los hombres de Siquem; esto es, se llenaron de celos unos contra otros hasta enemistarse completamente. Esto vino de Dios, quien permitió al diablo, el gran malhechor, sembrar discordia, pues Dios no sólo restringe la acción de Satanás, sino que le hace servir, muchas veces, a los propósitos de Dios. Las ambiciones y odios de aquellos hombres eran fruto de inmundos espíritus en el corazón de ellos. Y de esas malas pasiones salen las guerras y los pleitos (Stg. 4:1). Dios les entregó justamente a sus pasiones y, con ello, envió espíritu de discordia entre ellos. Cuando los hombres hallan en su pecado el castigo, Dios es el autor del castigo, aunque no sea el autor del pecado. Los siquemitas que habían estimulado y nutrido las pretensiones de Abimelec y le habían ayudado en sus inicuos proyectos, que habían añadido maldad con hacerle rey después de tales iniquidades, debían caer con él.
I. Los siquemitas comenzaron a afrentar a Abimelec.
1. Los de Siquem se levantaron contra Abimelec (v. 23). No se dice que se arrepintieran del pecado que habían cometido al promoverle.
2. Quisieron echarle mano cuando estaba en Arumá (v. 41) su sede regia. Esperando que viniera a la ciudad, pusieron asechadores en las cumbres de los montes (v. 25). Los que así estaban aposentados, aunque no le echaban a él (pues no venía), no perdían el tiempo, pues robaban a todos los que pasaban.
3. Estimularon a un tal Gaal, hijo de Ebed (que significa «siervo», mientras que Gaal significa «asco»). Así que, tal para cual, tenemos una zarza contendiendo con otra. Gaal era ambicioso y se fue a Siquem para avivar allí el fuego de la rebelión, y los de Siquem pusieron en él su confianza (v. 26).
4. Cometieron cuantas afrentas pudieron contra el nombre de Abimelec (v. 27), pues fueron a la casa de su dios para solemnizar la fiesta, y allí comieron y bebieron, y maldijeron a Abimelec; esto es, imprecaron al dios para que destruyera a Abimelec. En este mismo templo, de cuyo tesoro habían sacado el dinero para promover a Abimelec, estaban ahora reunidos para maldecirle y tramar su ruina.
5. Les satisfizo el altivo desafío de Gaal contra Abimelec (vv. 28, 29). Les agradó oír a este hombre desvergonzado y ambicioso, que hablaba con burla y desdén: (A) De Abimelec. (B) De su buen padre Gedeón: ¿No es hijo de Jerobaal? (C) Del primer ministro de Abimelec: ¿Y no es Zebul ayudante suyo? No es que Gaal intentase dar a Siquem libertad, sino sólo cambiar de tirano: «Ojalá estuviera este pueblo bajo mi mano» (v. 29). Todo esto agradó a los siquemitas, quienes estaban ahora asqueados de él, tanto como habían estado antes encantados de él. Los hombres sin conciencia son hombres sin constancia.
II. Abimelec volvió todas sus fuerzas contra ellos y, en poco tiempo, los destruyó por completo. Observemos sus movimientos.
1. El confidente de Abimelec y gobernador de la ciudad, Zebul, se encendió en ira (v. 30) y avisó a su amo del plan que tramaban los de Siquem (v. 31). Le aconsejó que cayera de noche sobre la ciudad (v. 32). ¿Cómo podían los siquemitas acelerar la ejecución de su plan, cuando el propio gobernador de la plaza estaba sirviendo a los intereses del enemigo de ellos?
2. Gaal, que era el jefe de la sedición, fue traicionado y engañado miserablemente por Zebul: «Tú ves la sombra de los montes como si fueran hombres» (v. 36). Con esto, trataba: (A) De ridiculizarle. (B) De detenerle, mientras las fuerzas de Abimelec caían sobre la ciudad. (C) Luego apeló Zebul a otra táctica, y desafió a Gaal a mantener la bravata que había lanzado, uno o dos días antes, contra Abimelec (v. 38): «Sal, pues, ahora y pelea con él, si es que te atreves».
3. Abimelec derrotó completamente a las fuerzas de Gaal que salieron de Siquem (vv. 39, 40). Aquella misma noche, Zebul expulsó de Siquem a Gaal y a los que habían seguido a éste hasta la ciudad (v. 41).
4. Al día siguiente puso emboscadas cerca de Siquem y atacó a los que salían de la ciudad, castigando así a los que le habían traicionado. (A) Le dieron aviso de que los de Siquem habían salido al campo (v. 42), a arar y sembrar, más bien que a pelear (como opinan algunos). (B) Él, entonces, cortó las comunicaciones de la ciudad y luego envió dos de las compañías que había formado las cuales acometieron a todos los que estaban en el campo, y los mataron (v. 44). (C) Él mismo, con la compañía que le quedaba, cayó sobre la ciudad y, después de matar a la gente, asoló la ciudad y la sembró de sal, para que quedase estéril y fuese así un monumento perpetuo del castigo que había sufrido por su perfidia. (D) Pero el propósito de Abimelec no prevaleció en cuanto a conseguir que fuese perpetua la desolación de la ciudad, ya que fue después reedificada y llegó a ser una ciudad tan importante, que todo Israel se reunió allí para coronar por rey a Roboam (l R. 12:1).
5. Los que se habían retirado al templo del ídolo, como a un baluarte de seguridad, fueron destruidos allí. Son llamados «los hombres de la torre de Siquem» (vv. 46, 47), una especie de castillo perteneciente a la ciudad, pero a cierta distancia de ella. Lo que ellos imaginaron servir de refugio, sólo les sirvió de trampa, como ocurre a cuantos acuden a refugiarse en los ídolos. Todos los que estaban allí murieron, o quemados por el fuego o sofocados por el humo. ¡Cuántos inventos poseen los hombres para destruirse unos a otros! Unos 1.000 hombres y mujeres perecieron en aquellas llamas; muchas de estas personas, es probable, nada tenían que ver con la discordia entre los siquemitas y Abimelec, pero en esta especie de guerra civil tuvieron el mismo fin miserable, porque los hombres de espíritu faccioso y turbulento no perecen solos en su iniquidad, sino que envuelven en su propia calamidad a muchos otros que les siguen en simplicidad.
Versículos 50–57
Tebes era una ciudad pequeña; es probable que no distase mucho de Siquem, que dependiese de ella y que estuviese confederada con ella.
I. Abimelec se dispuso a destruir también esta ciudad (v. 50) y consiguió que los habitantes se retirasen a la torre que servía de fortaleza a la ciudad (v. 51).
II. En el intento, él mismo fue destruido, pues le rompieron el cráneo con una piedra de molino (v. 53). Tres circunstancias son dignas de observación en la muerte de Abimelec: 1. Que murió de una gran pedrada, así como había matado a todos sus hermanos sobre una misma piedra (v. 5). 2. Que le rompieron el cráneo; cayó así la venganza sobre la misma perversa cabeza que había ostentado una corona usurpada. 3. Que la piedra fue arrojada por una mujer, y esto fue lo que más le ofendió. Por donde puede verse: (A) Su necio orgullo en darle tanta importancia a este detalle. Nada le importaba del estado de su alma, ni de lo que le esperaba detrás de la muerte; no oró ni pidió misericordia, sino que se mostró extremadamente solícito en remendar su prestigio, cuando ya no podía remendar su cráneo. Pensaba: «¡Que no se diga que un hombre tan poderoso como Abimelec fue muerto por una mujer!» (B) Su necio remedio contra esta supuesta desgracia no pudo ser más ridículo; su propio escudero había de traspasarle con su espada, no para acabar antes de sufrir, sino sólo «para que no se diga de mí: Una mujer lo mató» (v. 54).
III. El resultado de todo esto fue que, con la muerte de Abimelec: 1. Fue restaurada la paz de Israel y se puso fin a la guerra civil. 2. Fue glorificada la justicia de Dios (vv. 56, 57). Aunque la perversidad prospere por algún tiempo, no ha de prosperar para siempre, ni siempre ha de prosperar necesariamente.
I. La paz de que disfrutó Israel bajo los jueces Tolá y Jaír (vv. 15). II. La aflicción que sobrevino después, a causa del pecado del pueblo (vv. 6–9). III. Arrepentimiento y humillación, oraciones y reforma
del pueblo, y la misericordia que Dios tuvo de ellos (vv. 10–16). IV. La preparación del recurso que les había de librar de manos de sus opresores (vv. 17–18).
Versículos 1–5
Quietos y apacibles fueron los tiempos en que gobernaron estos dos jueces, Tolá y Jaír, cuya personalidad aparece sin relieve, y cuya historia ocupa muy poco espacio en la narración bíblica. Pero no cabe duda de que ambos fueron suscitados por Dios para servir al país en calidad de jueces, sin abrigar pretensiones de grandeza ni ambiciones de realeza, como Abimelec las había tenido. 1. En cuanto a Tolá, se nos dice que se levantó, después de Abimelec, para librar a Israel (v. 1). Dios hizo que surgiera este buen hombre para reformar abusos, derribar la idolatría, apaciguar los ánimos y curar las heridas producidas al país durante el usurpado gobierno de Abimelec. 2. Jaír era galaadita, como su sucesor Jefté, ambos de la media tribu de Manasés que estaba al otro lado del Jordán. Lo más notable con respecto a este Jaír fue el número y el honor de sus hijos: Tuvo treinta hijos (v. 4). Y: (A) Por cierto con grandes honores, pues cabalgaban sobre treinta asnos, lo que era indicio de su dignidad como líderes de sus respectivas ciudades o, como sugieren otros, en calidad de jueces itinerantes, para administrar justicia como delegados de su padre. (B) También eran grandes sus posesiones, ya que tenían una ciudad para cada hijo; estas ciudades se llamaban «ciudades de Jaír», con la mayor probabilidad, del nombre de uno de los antepasados de Jaír. El hebreo dice «ciudades» en la primera parte del versículo, y «aldeas» en la segunda, en lo que se ve cómo las aldeas parecen ciudades cuando uno está satisfecho.
Versículos 6–9
Mientras estos dos jueces gobernaron a Israel, todo fue bien pero después:
I. Israel volvió a la idolatría. 1. Adoraban a muchos dioses, no sólo a los antiguos y diabólicos baales y Astarot, a quienes habían dado culto los cananeos, sino que, como si desearan proclamar su necedad ante todos sus vecinos, sirvieron también a los dioses de Siria, de Sidón, de Moab, de Amón y de los filisteos. Parece como si su principal negocio hubiese sido la importación de dioses de todos los países. Es difícil acertar a decir cuál de los dos errores era más obvio, si su impiedad o su falta de visión política, pues aquellas naciones cuya amistad querían ganarse por medio de tan malvadas artes, llegaron a ser, por los justos juicios de Dios, sus enemigos y opresores. 2. No dejaron ningún lugar al Dios de Israel entre tantas deidades, sino que «dejaron a Jehová y no le servían» (v. 6). Quienes piensan que pueden servir juntamente a Dios y a Mamón pronto abandonarán del todo a Dios y servirán únicamente a Mamón. Si Dios no tiene nuestro corazón por entero, pronto no lo tendrá ni en parte.
II. Dios renovó también sus castigos, poniéndolos bajo el poder de opresores enemigos. Dios había ordenado que, si alguna ciudad de Israel se entregaba a la idolatría, las demás habían de hacerle la guerra para destruirla (Dt. 13:15). Dios trajo contra ellos a las naciones vecinas para castigar a Israel por su apostasía. La opresión que sufrieron a manos de los amonitas, descendientes de Lot fue: 1. Muy prolongada, pues duró dieciocho años. 2. Muy pesada. Comenzaron por las tribus que tenían cerca, al otro lado del Jordán «en la tierra del amorreo» (v. 8), porque los israelitas habían degenerado tan perversamente que se habían hecho iguales a los gentiles en cierto modo, totalmente amorreos (Ez. 16:3). Gradualmente fueron empujando hacia adelante, pasaron el Jordán e invadieron los territorios de Judá, Benjamín y Efraín (v. 9), tres de las más famosas tribus de Israel, pero tan venidas a menos por causa de su idolatría que no tenían fuerzas para resistir al invasor.
Versículos 10–18
I. La confesión humilde que, en su aflicción, hizo Israel a su Dios (v. 10). Confiesan primero su omisión: «Hemos dejado a nuestro Dios»; después, el pecado de comisión: «y servido a los baales».
II. Ante esta confesión, Dios les envía un mensaje de áspera reprensión, no sabemos si por medio de un ángel, como en 2:1, o de un profeta, como en 6:8. En este mensaje:
1. Les echa en cara su ingratitud, trayéndoles a la memoria las grandes cosas que ha hecho por ellos. En el pasado les había corregido con justicia y les había librado con misericordia, por lo que había de esperarse razonablemente que, por temor o por amor, se adhiriesen a Él y le sirviesen.
2. Les muestra cuán justamente podría abandonarlos para su ruina, dejándoles al arbitrio de los dioses que habían elegido para sí. Para despertar en ellos un genuino arrepentimiento y un verdadero deseo de reforma, les hace ver: (A) Su necedad en servir a los baales (v. 14). Para que haya un verdadero arrepentimiento, es menester que haya plena convicción de la total insuficiencia de aquellas cosas a las que nos hemos apegado, pues ninguna de ellas nos puede salvar. Hemos de convencernos de que los placeres de los sentidos no pueden dar estable y genuina satisfacción, y de que las riquezas del mundo no son perenne heredad. Sólo podemos ser plenamente felices con Dios, como dijo Agustín de Hipona: «Nos hiciste, Señor, para ti, y está intranquilo nuestro corazón hasta que descanse en ti». (B) Su gran miseria y su tremendo peligro al abandonar a Dios.
III. Israel se somete ahora humildemente a la justicia de Dios, y apela también humildemente a su misericordia (v. 15). No sólo repiten su confesión: «Hemos pecado», sino que se entregan sin condiciones a la justicia divina, y suplican, a la vez, que tenga misericordia: «Haz tú con nosotros como bien te parezca; sólo te rogamos que nos libres en este día».
IV. Ponen inmediatamente en práctica un principio de reforma, por el que muestran frutos dignos de arrepentimiento (v. 16): «Quitaron de entre sí los dioses de extranjeros (lit.) y sirvieron a Jehová».
V. Dios se volvió a ellos en gracia y misericordia, como se expresa aquí con gran ternura: «Y Él fue movido a compasión a causa del sufrimiento de Israel». Del mismo modo que le agrada ponerse en relación con su pueblo mediante un pacto, así también le agrada ponerse en relación de un padre para con sus hijos, mostrando su bondad hacia ellos mediante la compasión que siente por ellos; pues no sólo es el Padre de las luces (Stg. 1:17), sino también Padre de misericordias (2 Co. 1:3).
VI. El terreno está así preparado para que sean librados de la opresión de los amonitas (vv. 17, 18). Dios había dicho: «Yo no os libraré más» (v. 13). Pero como ellos ya no son lo que eran, sino que son otros hombres, hombres nuevos, Él los va a librar ahora. 1. Los amonitas se endurecieron para su propia ruina. Se juntaron como un solo cuerpo, para ser destruidos de un solo golpe (comp. con Ap. 16:16). 2. Los israelitas cobraron ánimos para acudir a su propia liberación: Se reunieron igualmente (v. 17). Durante los dieciocho años de opresión fueron abatidos por sus enemigos, como en otras ocasiones, porque no querían formar un solo cuerpo; cada familia, ciudad o tribu deseaba ser autónoma y obrar independientemente, con lo que todos venían a ser presa fácil de los opresores, por falta de un consenso común en un interés general que los uniera y cimentara; pero cuando se unían, como lo hicieron ahora, siempre les iba bien. Cuando la Iglesia de Dios viene a ser como un solo hombre para el servicio de una causa común frente a un único enemigo, ¿qué obstáculo podrá resistir al empuje de ellos?
El capítulo concluye, no con palabras tales como las que hallamos al principio del libro, cuando el pueblo consultó a Jehová, y dijo: «¿Quién de nosotros subirá el primero a pelear contra los cananeos?», sino con palabras más en consonancia con el decaído estado espiritual de los tiempos a que habían llegado. Así, dijeron: «¿Quién será el que comenzará la batalla contra los hijos de Amón? Él será cabeza sobre todos los que habitan en Galaad». En otras palabras: Falta un hombre que se ponga al frente de la congregación, y bajo contrato se le dará el sueldo señalado. Es un nivel bajo, por cierto.
Historia de Jefté, que, por fe, hizo grandes cosas (He. 11:32). I. Su origen oscuro (vv. 1–3). II. Los de Galaad lo eligen comandante en jefe contra los amonitas (vv. 4–11). III. Jefté intenta arreglar las cosas con el rey de Moab sin derramamiento de sangre (vv. 12–28). IV. La guerra con los amonitas, en la que Jefté se compromete con un voto (vv. 29–31), la prosigue con bravura (v. 32) y la termina con una
gloriosa victoria (v. 33). V. El aprieto en que se ve al volver a casa, a causa del voto que había hecho (vv. 34–40).
Versículos 1–3
Al final del capítulo anterior dejamos a los príncipes y al pueblo de Galaad tomando consejo para ver de escoger general. Vemos ahora el acuerdo que tomaron de elegir a Jefté, galaadita, hombre muy valiente y capacitado para la empresa que llevaban entre manos, aunque tenía tres puntos en contra suya:
I. Era hijo de una ramera (v. 1), ya fuese concubina o, simplemente, mujer extranjera (v. 2: «otra mujer»). Los judíos opinan que ella era descendiente de Ismael. Si su madre era una prostituta, esto era una desdicha suya, pero no una iniquidad que él hubiese cometido. Nadie debería ser reprochado por desgracias de su parentela o de su raza. El hijo de una ramera, si ha nacido de nuevo, de arriba, será aceptado por Dios y hecho partícipe de las gloriosas libertades de los hijos de Dios, tanto como cualquier otro.
II. Había sido expulsado de su país por sus propios hermanos. Los hijos legítimos de su padre, al aferrarse al rigor de la ley, no le permitieron tener herencia alguna con ellos, sin tener consideración a sus magníficas cualidades, que merecían una excepción, con lo que toda la familia hubiese adquirido fuerza y honor grandes. Dios humilla, muchas veces, a los que se propone exaltar y hace de la piedra que los edificadores rechazan la piedra angular del edificio; así ocurrió con José, Moisés y David, los tres pastores más eminentes de Israel, quienes fueron maltratados por los hombres antes de ser llamados por Dios a los altos oficios que desempeñaron.
III. En su destierro había sido algo así como capitán de bandidos (v. 3). Echado fuera por sus hermanos, su espíritu animoso no le permitió cavar ni mendigar, sino que había de vivir de la espada. Y muchos otros que estaban animados del mismo espíritu y reducidos al mismo aprieto, se alistaron bajo su mando. Se les llama hombres ociosos (lit. vacíos); esto es, aventureros, vagos y sin escrúpulos, que no tenían nada que perder (comp. con 9:4 y 1 S. 22:2); quizás habían derrochado lo que tenían y ahora se dedicaban a la vagancia. No se nos dice si robaban o no, pero es lo más probable que lo hicieran para sobrevivir. Éste era el hombre que iba a salvar a Israel.
Versículos 4–11
I. El apuro en que se hallaban los hijos de Israel a causa de la invasión de los amonitas (v. 4).
II. La invitación que hicieron los ancianos de Galaad a Jefté para que viniese a ayudarles. No le enviaron un recado, sino que fueron personalmente a verle. Sabían que era valiente y acostumbrado a manejar la espada, por lo que éste era el hombre que les convenía. Así es como Dios prepara con frecuencia a los hombres a quienes destina para un servicio importante, y hace que los apuros por los que pasan les sirvan de provecho. Si Jefté no hubiese sido objeto de mal trato por parte de sus hermanos, no habría tenido la oportunidad de ejercitar su genio militar y, con ello, de señalarse y hacerse famoso. Una tropa sin general es como un cuerpo sin cabeza. Toda comunidad debería rogar humildemente el favor de ser bien gobernada, más bien que hacer cada uno lo que le venga en gana. Demos gracias a Dios por un buen gobierno.
III. Las objeciones que puso Jefté a esta oferta (v. 7): ¿No me aborrecisteis vosotros y me echasteis? Jefté estaba bien dispuesto a servir a su país, pero creyó oportuno reprocharles el mal trato que anteriormente le habían dado a fin de que se diesen cuenta del mal que habían obrado y se arrepintiesen de su pecado. De modo similar, humilló José a sus hermanos antes de darse a conocer a ellos. Hay muchos que menosprecian a Dios y a los hombres buenos hasta que se encuentran en grave aprieto, y entonces apelan a la misericordia de Dios y a la ayuda y oraciones de los hombres justos y santos.
IV. Ellos le urgen a que acepte el mando que le ofrecen (v. 8). Esto debe servirnos: 1. De aviso para no despreciar ni tratar mal a nadie por su baja condición social o familiar. No hagamos de nadie un enemigo nuestro, pues no sabemos si, a no tardar mucho, nos veremos en algún aprieto del que
precisamente tal persona es la que podría venir en nuestra ayuda. 2. De ánimo para hombres de valer que son despreciados o tratados de mala manera. Súfranlo con mansedumbre y calma y dejen que Dios se encargue de sacarlos a la luz desde su actual oscuridad.
V. El trato que hace con ellos. Dios había perdonado a Israel las afrentas que el pueblo le había hecho (10:16). También Jefté les iba a perdonar. 1. Les hace una pregunta muy apropiada (v. 9): «Si vuelvo vencedor, ¿seré yo vuestro caudillo?» Como si dijera: «Si, con la bendición de Dios, os libro de la opresión de los enemigos, ¿me dejaréis que os reforme?» La misma pregunta se hace a quienes desean ser salvos por Cristo: «Si Él os ha de salvar, ¿dejaréis que Él os gobierne? Pues no podéis ser salvos sin someteros a Él. El que da salvación, exige santificación. Si Él es vuestro ayudador, ¿será vuestro caudillo?» Ellos le responden afirmativamente de inmediato (v. 10): «Jehová sea testigo entre nosotros, si no hacemos como tú dices. Dirígenos en la guerra, y mándanos en la paz». Éste fue el contrato ratificado entre Jefté y los de Galaad, con el consentimiento posterior, según parece, de todo Israel, pues leemos que juzgó a Israel (12:7). Así pues, fue con ellos (v. 11) al lugar donde estaban todos reunidos (10:17) y allí el pueblo lo eligió por su caudillo y jefe. Para obtener este honor, Jefté estaba dispuesto a arriesgar su vida por ellos (12:32). ¿Y nos dejaremos nosotros desanimar en nuestra milicia cristiana por cualquier dificultad que nos salga al paso, cuando Cristo ha prometido a sus fieles seguidores la corona de la vida? (Ap. 2:10).
VI. Jefté reconoció a Dios y lo puso por testigo del trato que había hecho con los de Galaad (v. 11): Repitió todas sus condiciones delante de Jehová en Mizpá. Sin duda, fue allá con los ancianos para solemnizar en algún santuario lo que había de pactar. De esta manera: 1. Jefté comprometía solemnemente al pueblo en lo que le habían prometido. 2. Comenzaba la campaña con la bendición de Dios. Era seguro que acabaría gloriosamente lo que había comenzado piadosamente.
Versículos 12–28
I. Al hallarse ya en posición de mando, Jefté envía a decir al rey de Amón, que en este caso era el agresor, qué razones tenía para invadir el país de Israel. Este modo de proceder de Jefté muestra: 1. Que Jefté no deseaba la guerra, aunque era valiente y fuerte, sino que quería impedirla mediante pacífica avenencia La guerra debería ser siempre el último recurso después que todos los medios de asegurar la paz se han agotado. Lo mismo hay que decir con respecto a los tribunales de justicia. A la espada de la justicia como a la de la guerra, no se debería apelar sin que las partes contendientes trataran primero de entenderse pacíficamente y concertar un arreglo equitativo (1 Co. 6:1). 2. Que a Jefté le gustaba la equidad y no tenía otro propósito que hacer justicia.
II. Ahora el rey de Amón expone sus demandas, cosa que debería haber hecho antes de invadir Israel (v. 13). Exige que se le devuelva la tierra que, según él, le arrebató Israel cuando subió de Egipto.
III. Jefté da a esta demandas una respuesta cumplida y satisfactoria, y muestra que los amonitas no tenían derecho alguno sobre la tierra que va desde Arnón hasta Jaboc y el Jordán, la cual estaba ahora en poder de las tribus de Rubén y Gad. Le dice:
1. Que Israel nunca les tomó territorio alguno a los moabitas ni a los amonitas. Los menciona juntos porque eran hermanos, descendientes ambos de Lot, vivían vecinos, tenían los mismos intereses, adoraban al mismo dios, Quemós, y quizá tenían, a veces, un mismo rey. Las tierras en cuestión se las habían tomado los israelitas a Sehón, rey de los amorreos. Si los amorreos las habían arrebatado a los moabitas y a los amonitas, como parece ser (Nm. 21:26; Jos. 13:25), antes de que Israel llegase allá, eso era un asunto que a Israel no le concernía investigar ni tenía por qué responder de ello.
2. Que estaban tan lejos de invadir territorios ajenos que no fuesen los de la posteridad del Canaán maldecido (una de cuyas ramas eran los amorreos—Gn. 10:16—), que ni siquiera había forzado el paso a través de los edomitas, descendientes de Esaú, ni de los moabitas, que descendían de Lot.
3. Que en la guerra en que arrebataron el territorio de los amorreos, su rey Sehón había sido el agresor no Israel (vv. 19, 20), ya que ellos le habían hecho modestamente un ruego de que les permitiera pasar por su país, dándole seguridades de que se comportarían bien durante la marcha; pero Sehón, no sólo les
negó el paso, sino que reunió todas sus fuerzas y presentó batalla a Israel (v. 20). Por consiguiente, en aquella guerra Israel actuó en legítima defensa y, por ello, al haber derrotado al enemigo, bien pudo tomar la tierra, ya abandonada, como despojo. Era, pues, de todo punto puesto fuera de razón el que los amonitas discutieran ahora los derechos de Israel y exigieran la devolución de tales territorios.
4. Apela al poder supremo de Dios, que garantizó de aquel modo la toma de posesión del territorio en litigio (vv. 23, 24). Dios les había conferido los derechos sobre la tierra que estaban dispuestos a defender contra el mundo entero (Dt. 2:24): «He aquí he entregado en tu mano a Sehón … amorreo y a su tierra». Corrobora su apelación con un argumento ad hominem (= directo al hombre), como poniéndose en el lugar del contendiente: «Lo que te hiciere poseer Quemós tu dios, ¿no lo poseerías tú?» No es que Jefté tuviese a Quemós por verdadero dios, sino que dice «tu dios» porque los adoradores de tales deidades falsas, que no podían hacer beneficio ni perjuicio, pensaban, no obstante, que a ellas les debían todo lo que tenían (Os. 2:12).
5. Apela también a la prescripción (que hace ley). (A) El derecho a tal territorio no les había sido discutido desde que entraron allí (v. 25). (B) Su posesión de la tierra nunca había sido perturbada (v. 26). Ya hacía 300 años que la poseían y, en todo este tiempo, nunca habían intentado los amonitas quitársela. Así que, en el caso de que sus derechos no hubiesen sido al principio legítimos (y lo eran), al no haberse interpuesto ninguna reclamación durante tres siglos, los amonitas no tenían ahora ningún derecho para reclamarla.
6. Con estos argumentos vindica Jefté su propia causa y condena el proceder de los amonitas (v. 27): «Así que, yo nada he pecado contra ti, mas tú haces mal conmigo peleando contra mí». Los hijos de Israel, en sus tiempos de paz y prosperidad (como había sido el caso durante muchos años en la época de los Jueces), se habían comportado pacíficamente con todos sus vecinos. Así que el rey de Amón, para buscar una ocasión de querellarse contra Israel, tenía que volver la vista atrás hasta no menos de 300 años.
7. Para decidir la controversia, Jefté apela al juicio de Dios (v. 27): Jahveh, que es el juez, juzgue hoy entre los hijos de Israel y los hijos de Amón. Pero ni la paz que Jefté proponía, ni las razones que alegó en favor de los derechos de la tierra que el rey de Amón demandaba, hicieron mella en éste. Los hijos de Amón habían gustado durante dieciocho años de las dulzuras que les proporcionaban los despojos de Israel (10:8) y esperaban apoderarse ahora del árbol cuyos frutos tan dulces le resultaban, y con los que se habían enriquecido.
Versículos 29–40
Jefté victorioso, pero puesto después en aprieto y aflicción a causa del imprudente voto que había hecho.
I. La victoria de Jefté fue clara y rotunda. 1. Dios le dio excelente ánimo y se comportó bravamente (v. 29): El Espíritu de Jehová vino sobre Jefté, con lo que sus facultades naturales cobraron un nuevo vigor, al ser revestido de poder de lo alto. Con esto le confirmó Dios en su oficio y le aseguró el éxito de su empresa. Animado de este poder, no pierde tiempo, sino que sale al campo de batalla con indomable resolución. 2. Dios le dio igualmente un éxito rotundo, empleándose también Jefté bravamente (v. 32). Después de derrotar en el campo de batalla a las fuerzas enemigas, las persiguió hasta las ciudades. Pero no parece ser que destruyese a la gente ni que intentara subyugar bajo su mando al país. Aunque estemos autorizados a defender nuestros derechos cuando otros intentan conculcarlos, no por eso estamos autorizados a tomar la revancha haciéndoles perjuicio.
II. Si la victoria de Jefté fue clara, el voto que hizo fue muy oscuro. Cuando partía para la batalla, Jefté hizo voto de ofrecer a Dios en holocausto el primer ser viviente que saliese a recibirle desde las puertas de su casa, si Dios le confería la victoria. A su regreso, como ya habían llegado a su casa nuevas de la victoria, la primera en recibirle, con las naturales expresiones de regocijo, fue su única hija (tampoco tenía ningún hijo). Esto le llenó de confusión, pero se sintió obligado a cumplir el voto. La hija, por su parte, después de haber lamentado su infortunio por cierto tiempo, se sometió resignadamente al cumplimiento de dicho voto. Ahora bien:
1. De esta historia se pueden aprender varias buenas lecciones:
(A) Parece ser que en el corazón de Jefté quedaba algún resquicio de desconfianza, pues dio a entender que no estaba tranquilo, a menos que ofreciese a Dios algún don considerable a fin de asegurarse de la victoria. Por aquí vemos que, aun en el corazón de creyentes genuinos, pueden quedar resabios de duda y desconfianza.
(B) Ello no significa que sea malo comprometerse con Dios con algún voto o una solemne promesa de prestarle un servicio especial, cuando esperamos de Él algún favor especial, no como para comprarle el favor que deseamos, sino como expresión de nuestra gratitud y del hondo sentimiento que abrigamos de nuestro deber en cumplir lo que hemos prometido.
(C) Necesitamos ser muy cautos y avisados a la hora de hacer tales votos, no sea que, por impulso de una fuerte emoción momentánea, nos pongamos en grave aprieto ante los dictados de nuestra conciencia.
(D) Lo que hemos prometido solemnemente a Dios, hemos de cumplirlo a conciencia, por muy duro y difícil que nos resulte, con tal que se cumplan estas tres condiciones: (a) que sea cosa legítima; (b) que sea posible; (c) que sirva para beneficio espiritual, no para obstáculo.
(E) Cuán bien sienta a los hijos someterse obedientemente a los padres en el Señor (Ef. 6:1), particularmente en el cumplimiento de las piadosas costumbres que la familia guarde para el honor de Dios y para el provecho espiritual de los miembros de la familia, aunque parezcan duras y severas, como hicieron los recabitas, quienes guardaron durante muchas generaciones las buenas costumbres de su padre Jonadab en cuanto a abstenerse del vino, y como hizo aquí la hija de Jefté, al entregarse alegremente (v. 36) en sacrificio, para satisfacer la conciencia de su padre, y teniendo en cuenta el honor de Dios y del país.
(F) Debemos hacer nuestras las aflicciones de nuestros amigos (Ro. 12:15). Cuando la hija de Jefté se fue a llorar su virginidad por los montes, sus compañeras fueron con ella para acompañarla en su dolor (v. 38). No merecen el nombre de amigos quienes no están dispuestos a compartir las penas, lo mismo que las alegrías, de los amigos.
(G) El celo heroico por el honor de Dios y de Israel que la hija de Jefté abrigaba en su pecho a pesar de la indiscreción de su padre, es digno de perpetuo recuerdo. Hicieron bien las doncellas de Israel en endechar cada año a la hija de Jefté con una especial solemnidad, ya que ella menospreció su vida con valor extraordinario.
2. De esta historia surgen también algunos puntos oscuros:
(A) Se discute qué es lo que, en realidad, hizo Jefté para cumplir su voto. (a) Hay quienes opinan que la consagró a perpetuidad al servicio de Dios mediante especiales actos de devoción, retirándola de todos los asuntos temporales y, por consiguiente, de contraer matrimonio. Apelan a frases como «lloró su virginidad» (vv. 37, 38) y «nunca conoció varón» (v. 39). Pero: (b) Es mucho más probable que la ofreciese realmente en holocausto, conforme al sentido literal de su voto, quizá porque interpretó malamente la ley de Levítico 27:29 («Ninguna persona condenada como anatema podrá ser rescatada; indefectiblemente ha de ser muerta»). Pensó que quedaba obligado en conciencia por el voto y, por tanto, que era preferible matar a su hija antes que quebrantar el voto, excusándose ante los designios de la Providencia, que había dispuesto que fuera su hija la primera en salirle al encuentro.
(B) Pero, suponiendo que Jefté ofreció realmente a su hija en holocausto, la cuestión es si obró bien o mal. (a) Hay quienes le justifican, diciendo que obró bien, ya que prefirió el honor de Dios a cualquier otra cosa de este mundo, incluso a su única hija. (b) Otros, en cambio, y con toda razón condenan a Jefté en esto. Hizo mal en proferir el voto, y todavía peor en cumplirlo, pues no estaba obligado a cumplir un voto que iba derechamente en contra de la letra del sexto mandamiento: «No matarás». Como dice el Dr. Lightfoot, Dios había prohibido severamente los sacrificios humanos; así que éste fue, en realidad, un sacrificio a Moloc. (No se olvide—nota del traductor—que los sacrificios humanos eran práctica corriente entre los cananeos, en medio de los cuales vivía Jefté. Este ambiente impedía que Jefté viese claro en este asunto, pues su conciencia no estaba suficientemente formada.)
I. Los efrainitas recriminan a Jefté por no haberlos llamado, y esto da ocasión a una sangrienta lucha intestina (vv. 1–6). II. Muerte y sepultura de Jefté (v. 7). III. Breve relato acerca de otros tres jueces de Israel: Ibzán, Elón y Abdón (vv. 8–15).
Versículos 1–7
I. Querella injustificada de los efraimitas contra Jefté, porque no les había llamado a que le ayudasen contra los amonitas, a fin de que también ellos tuviesen parte en los despojos de la victoria (v. 1). En el fondo de esta querella no había otra cosa que orgullo. Los orgullosos piensan perder todos los honores que son conferidos a otras personas; de ahí nace la envidia, y ¿quién puede estar delante de la envidia? El enojo de los efrainitas contra Jefté era: 1. Injusto. Dicen: ¿Por qué no nos llamaste para que fuéramos contigo? Por muy buena razón. Porque habían sido los hombres de Galaad no los de Efraín los que le habían hecho jefe, por lo que no tenía autoridad para llamarlos a ellos. 2. Cruel. Se reúnen de forma tumultuosa, pasan el Jordán hasta Mizpá en Galaad, donde vivía Jefté, y están dispuestos a no satisfacerse con menos que con quemarle la casa con él dentro. De ordinario, los resentimientos que tienen menor razón son los que albergan mayor furia. La gente salvaje se complace en añadir aflicción al afligido.
II. Vindicación que hace Jefté de su conducta.
1. Les hace ver que no tienen razón en querellarse contra él (vv. 2, 3), porque: (A) Se había metido en esta guerra, no para su propia gloria, sino para defender el país. (B) Había invitado a los de Efraín a unirse con él, pero ellos habían declinado la oferta. Era él quien tenía razón de querellarse contra ellos, por no haber acudido a defender los intereses comunes de Israel en tiempo de necesidad.
No es cosa nueva que los más culpables sean los que más griten en contra del inocente. (C) La empresa era muy ardua. El honor que ellos envidiaban se compró a precio muy alto, así que no había razón para que tuviesen celos, pues pocos de entre ellos se habrían aventurado a llegar tan lejos para alcanzarlo. (D) No se atribuye a sí mismo la gloria de la victoria, sino que da el honor a Dios: «Jehová me los entregó». Como diciendo: «Si a Dios le plugo usarme para su gloria, ¿por qué os habéis de ofender de ello?»
2. Si comparamos esta respuesta de Jefté con la que les dio Gedeón (8:2–3), se observa inmediatamente que le faltó a Jefté la mansedumbre y la prudencia de Gedeón, por lo que los resultados fueron también muy diferentes en ambas ocasiones. Gedeón los apaciguó, pero Jefté (aunque tenía razón) no tuvo tacto, con lo que los resultados fueron en extremo deplorables. Como los efrainitas no quedaron satisfechos con la respuesta de Jefté, éste se dispuso a castigar con la espada su insolencia, en virtud de la autoridad que tenía como juez de Israel.
(A) Los efrainitas se habían querellado, no sólo contra Jefté, sino que, cuando los amigos y vecinos de él se pusieron de su lado, les afrentaron también a ellos, diciéndoles: «Vosotros sois fugitivos de Efraín» (v. 4). Como diciendo: «Vosotros no merecéis apoyo. Todos vuestros vecinos saben quiénes sois, tan malos como una banda de fugitivos y vagabundos, separados de vuestros hermanos y acorralados aquí en un rincón». Por aquí se ve cuán mala cosa es poner motes o apelativos insultantes a personas o países, como es cosa corriente, especialmente a quienes deben sus desventajas a circunstancias exteriores, pues esto suele ocasionar querellas y disputas de terribles consecuencias como pasó en este lugar.
(B) La afrenta de los efrainitas les encendió la sangre a los de Galaad, por lo que se dispusieron a vengar la indignidad que se les hacía a ellos y a su capitán. Así que: (a) Pelearon contra los de Efraín y los derrotaron en el campo de batalla. (b) Al conocer, con toda probabilidad, los pasos del Jordán mejor que los efrainitas, pusieron guardias que matasen a todo efrainita que se aventurase a cruzar el río. Para ello emplearon, primero, crueldad, pues no había necesidad de usar de tal severidad como para destruir a todo fugitivo; segundo, astucia redomada, pues, por lo que se ve, los efrainitas habían adquirido un acento peculiar en la pronunciación del hebreo, de forma que, al hablar, no distinguían entre el Shin y el Sámec. Así que su modo de hablar les traicionaba, como le pasó a Simón Pedro con su acento galileo, en el patio del sumo sacerdote. A todo fugitivo que negaba ser de Efraín le hacían decir shibbolet (= espiga), pero él decía sibbolet, con lo que mostraba ser efrateo y era degollado sin compasión.
3. De este modo fueron castigados estos orgullosos y pendencieros efrainitas, que tantas veces llevaron en el pecado el castigo. (A) Estaban siempre muy orgullosos de su tribu, pero ahora que huían, estaban avergonzados o, más bien, atemorizados de pertenecer a esa tribu. (B) Habían pasado el Jordán
con la intención de quemar la casa de Jefté con él dentro, pero ahora que intentaban cruzarlo de nuevo para huir a sus casas, la espada vengativa de los galaaditas les cortaba la retirada y el cuello. (C) Habían afrentado a los de Galaad con el apelativo de «fugitivos de su tribu», colocados a mucha distancia en un rincón entre Efraín y Manasés, pero ahora ellos sufrían una desventaja mucho mayor a causa del acento de su propio lugar, pues no podían pronunciar la palabra shibbolet. (D) Los que habían llamado injustamente «fugitivos» a los galaaditas, eran ahora realmente unos fugitivos sin esperanza de escape. Quienes reprochan injustamente a otros, merecen que la piedra que arrojan se vuelva contra ellos.
III. Final del gobierno de Jefté. Murió después de haber juzgado a Israel seis años (v. 7). Es muy probable que la muerte de su hija, a la que se añadió la terrible venganza de los galaaditas contra Efraín (la cual es probable que se llevase a cabo sin el consentimiento de Jefté), parece que le acortaron la vida y le hicieron bajar al sepulcro con dolor.
Versículos 8–15
Breve narración del gobierno, también breve, de otros tres jueces de Israel, de los que el primero gobernó siete años, el segundo diez y el tercero ocho.
I. Ibzán, de Belén (con toda probabilidad, la de Judá, no la de Zabulón), gobernó durante siete años. Los datos más notables acerca de él son: 1. Tuvo muchos hijos, sesenta en total. 2. Que tuvo igual número de hijos que de hijas, treinta de cada sexo, lo cual no es corriente en un número tan grande. 3. El interés que tuvo por ver casados tanto a los hijos como a las hijas. Dicen los judíos que todo padre le debe a su hijo tres cosas: enseñarle a leer la ley, darle un oficio y procurarle mujer.
II. Elón de Zabulón, en el norte de Canaán, surgió tras de Ibzán, para presidir los asuntos públicos, administrar justicia y reformar abusos. Murió después de haber juzgado a Israel durante diez años. El Dr. Lightfoot calcula que, al principio de su gobierno, comenzaron los cuarenta años de opresión de Israel a manos de los filisteos (13:1) y en ese tiempo, aproximadamente, nació Sansón.
III. Le sucedió Abdón, de la tribu de Efraín, y con él comenzó dicha tribu a recobrar su reputación. También este Abdón fue famoso por su numerosa descendencia (v. 14): cuarenta hijos y treinta nietos, a quienes él vio crecer (es posible que le nacieran más nietos después). Fue para él una satisfacción ver a los hijos de sus hijos, pero no lo fue ver cómo los filisteos comenzaban a oprimir a Israel.
IV. Es muy extraño que, en la historia de todos estos jueces, así como de los anteriores, no se haga mención ni una sola vez del sumo sacerdote o de algún sacerdote, ni aun siquiera de un levita, que apareciesen en público para dar su consejo, o tomar una decisión, en los asuntos del país, desde Fineés (mencionado en 20:28) hijo de Eleazar, hasta Elí, entre los que hubo un espacio como de dos siglos y medio. Únicamente los nombres de los sumos sacerdotes (no todos) durante este período quedan registrados en 1 Crónicas 6:4–7 y Esdras 7:3–5. Un ministerio que había comenzado con tanto relieve y singular solemnidad en tiempo de Moisés parece ahora totalmente eclipsado. Pero este eclipse nos da a entender que la institución del sacerdocio levítico era tipo del sacerdocio perpetuo de Jesucristo, en comparación de cuya gloria el sacerdocio del Antiguo Testamento no tenía gloria (2 Co. 3:10). Parece que hay una ley general de decadencia, de corrupción gradual de costumbres, de la cual es imposible que uno se libre, sino por una constante comunión con Dios y por una aplicación continua de toda la Palabra de Dios a todo nuestro ser, a fin de que esta Palabra incorruptible obre en nosotros a manera de sal que nos preserve de las tentaciones innatas nuestras y de las costumbres corruptas que nos rodean. Pero este curso, por necesidad, nos expone al ridículo y oprobio de parte del mundo, y también, muchas veces, a ser mal entendidos por nuestros hermanos. Nada de esto nos es agradable, pero hay que soportarlo so pena de entrar por la vía de la decadencia y, finalmente, exponernos a ser como el tamo que arrebata el viento. «Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado» (Sal. 16:1).
Sansón es el último juez cuya historia queda registrada en el libro de los Jueces. Su carácter es muy distinto del de sus predecesores, y también fueron muy diferentes los episodios en que se vio envuelto. Lo extraordinario de este personaje se echa ya de ver en que, mientras la historia de los demás jueces comienza con su elevación al cargo la de Sansón comienza antes de su nacimiento con el relato del cual termina el presente capítulo. I. La ocasión por la que surgió (v. 1). II. El anuncio de su nacimiento, comunicado a su madre por un ángel (vv. 2–5). III. Ella lo comunica a su marido (vv. 6, 7). IV. Ambos son favorecidos con una segunda aparición del ángel (vv. 8–23). V. Nacimiento de Sansón (vv. 24, 25).
Versículos 1–7
El primer versículo nos refiere brevemente el apuro en que Israel se hallaba, lo cual dio ocasión a que surgiera un libertador. Israel volvió, como otras veces, a hacer lo malo ante los ojos de Jehová. Los enemigos a los que Dios los había vendido ahora eran los filisteos, sus inmediatos vecinos, pueblo despreciable en comparación con Israel, pues sólo tenían cinco ciudades de alguna consideración; con todo, cuando Dios los usó como bastón de castigo en su mano, fueron muy opresores y vejatorios. Y este apuro de Israel duró más que ningún otro aprieto de los que habían sufrido anteriormente, pues continuó durante cuarenta años, aunque es probable que no siempre fuese igualmente violento. Fue durante estos años de aflicción cuando nació Sansón. Su nacimiento fue anunciado por un ángel.
I. Su origen. Era de la tribu de Dan (v. 2). Dan significa juez o juicio (Gn. 30:6). La heredad de esta tribu caía cerca del país de los filisteos y, por ello, era muy apropiado que alguien de esa tribu fuese constituido freno y brida de la opresión de los filisteos. Sus padres habían carecido por largo tiempo de descendencia. Muchas personas de eminencia en la Biblia nacieron de madres que habían carecido por largo tiempo de la bendición de los hijos, como Isaac, José, Samuel y Juan el Bautista, para que la misericordia de Dios fuese más apreciada cuando su favor fuese otorgado.
II. La estupenda noticia que su madre recibió de que iba a tener un hijo. El mensajero fue el Ángel de Jehová (v. 3) en figura de hombre, con el aspecto y el talante de profeta. No fue principalmente en atención a Manoa y su esposa, oscuros danitas, por lo que este extraordinario mensajero fue enviado, sino en atención a Israel, cuyo libertador iba a ser su hijo; y no sólo por eso, sino también porque este niño iba a ser tipo del Mesías, cuyo nacimiento fue anunciado igualmente por un ángel. Notemos que este ángel, en el mensaje que comunica,
1. Toma nota de la aflicción de Manoa y de su mujer: «He aquí que tú eres estéril y nunca has tenido hijos. Ahora eres estéril, pero no lo vas a ser para siempre, como temes».
2. Le asegura que va a tener descendencia: «pero concebirás y darás a luz un hijo» (v. 3). Y repite la promesa, confirmándola en el v. 5. Para demostrar el poder de las promesas de Dios, el hombre más fuerte que jamás ha existido fue un hijo de la promesa.
3. Señala las condiciones que han de observar. El niño ha de ser nazareo desde su nacimiento y, por ello, la madre ha de someterse a la ley de los nazareos (aunque no al voto de los nazareos): No ha de beber vino ni licor mientras el niño esté en su seno y mientras le de de mamar (vv. 4, 5). Los demás jueces tuvieron que corregir las apostasías del pueblo, pero Sansón debe estar, con mayor razón que los demás, apartado y consagrado para Dios; y, no obstante lo que leemos de sus defectos y pecados, hemos de pensar que, siendo nazareo por voluntad de Dios, sirvió de modelo no sólo para entender lo que la ceremonia significaba, sino también de la realidad de la separación propia del nazareo como lo vemos en Números 6:2. La madre de este gran libertador debía, por consiguiente, negarse a sí misma y no comer cosa inmunda; lo que quizás era lícito en otro tiempo, no lo era ahora. Las mujeres encinta deben evitar en conciencia todo aquello de lo que tengan razón para pensar que puede ser perjudicial para la salud o para la buena constitución del fruto de su vientre. Es posible que la madre de Sansón tuviese que abstenerse del vino y del licor, no sólo porque el hijo había de ser nazareo, sino también porque estaba destinado a ser hombre de fuerza extraordinaria, a lo que la sobriedad de su madre había de contribuir.
4. Predice el servicio que este niño había de prestar a su país: Comenzará a salvar a Israel de manos de los filisteos (v. 5). Nótese que dice: «Comenzará», con lo que se insinúa que la opresión de los filisteos se prolongaría todavía. Vemos aquí hasta qué punto fue Sansón tipo de Cristo: (A) Sansón fue nazareo desde el vientre de su madre. Cristo no fue nazareo, pero fue tipificado por los nazareos en que fue
concebido sin pecado y dedicado enteramente al honor de su Padre. (B) Sansón comenzó a librar a Israel de los filisteos (David era el destinado a completar esa liberación), pero Jesús fue un Salvador perfecto, pues nos salvó de nuestros pecados, y un Salvador completo (como Sansón y David en una sola persona), puesto que Él es el autor y consumador de nuestra fe (He. 12:2).
III. El informe que la mujer de Manoa, en un transporte de gozo, se apresuró a llevar a su marido acerca del asombroso mensaje del ángel (vv. 6, 7). 1. En cuanto al mensajero, le dijo que era «un varón de Dios» (v. 6). Le describió su aspecto: «como el aspecto de un ángel de Dios, temible en gran manera». Tenía tal majestad en su mirada que, conforme a la idea que ella tenía de un ángel, de seguro que lo era. Pero no pudo decir cómo se llamaba, porque ni ella se había atrevido a preguntárselo, ni él se lo había declarado. Ella se quedó satisfecha con el hecho de que era un varón de Dios, pues su persona y su mensaje bastaban para convencerla, y no necesitaba preguntarle más. 2. En cuanto al mensaje, le da un informe detallado, tanto de la promesa como del precepto (v. 7), para que mejor creyese él la promesa. Así es como los que están unidos con el mismo yugo del matrimonio habrían de comunicarse recíprocamente sus experiencias de la comunión con Dios, para poder ayudarse mutuamente en los caminos santos de Dios.
Versículos 8–14
Relato de una segunda visita que el Ángel de Dios hizo a Manoa y a su mujer.
I. Manoa oró fervientemente por esta visita (v. 8). 1. Da por supuesto, como garantizado por el ángel, que el niño prometido les sería dado a su debido tiempo, y habla, sin dudar, del niño que ha de nacer. Bienaventurados los que, como Manoa aquí, no han visto y han creído. 2. Lo que le interesa a Manoa es lo que han de hacer con el niño. Nótese que las personas buenas están más solícitas y deseosas de saber la obligación que han de cumplir que los acontecimientos que les han de ocurrir; porque el deber es nuestro, pero los sucesos son de Dios. 3. Por eso, ruega a Dios que envíe de nuevo al bendito mensajero, para que les de nuevas instrucciones sobre el modo como han de tratar a este nazareo, y teme que el gozo que su esposa sentía por la promesa le hiciera olvidar alguna parte del precepto sobre el que él quería estar bien instruido y no cometer ningún error. ¿Deseamos tener mensajeros de Dios, los ministros de su evangelio, que nos traigan palabra sazonada y provechosa para instruirnos? Roguemos al Señor que nos los envíe para enseñarnos (Ro. 15:30, 32).
II. Dios le concedió benignamente lo que pedía: Y Dios oyó la voz de Manoa (v. 9).
1. El ángel se aparece de nuevo a la mujer cuando ella estaba en el campo, probablemente apacentando el rebaño. La soledad es, con frecuencia, una buena oportunidad para tener comunión con Dios. Si Dios está con nosotros, nunca estaremos menos solos que cuando estemos solos.
2. Ella se apresuró a llamar a su marido; a no dudar, rogó al mensajero que no se marchase hasta que ella volviese en compañía de su marido (vv. 10, 11). El varón de Dios consintió de buena gana en que ella volviese con su marido (comp. con Jn. 4:16). Manoa no se disgustó porque el ángel no se le apareciese a él esta segunda vez, sino que acompañó de buena gana a su mujer para ver al varón de Dios. En todo lo que sea espiritual y digno de alabanza, un marido no ha de pensar que se le hace de menos si ha de seguir a su mujer, siendo ella quien guíe.
3. Una vez que Manoa llegó a donde estaba el ángel y quedó contento de saber que era el mismo que se había aparecido a su mujer, con toda humildad: (A) Da por garantizada la promesa: Cuando tus palabras se cumplan … (v. 12). Éste es el lenguaje de la fe como el de la Virgen María (Lc. 1:38). (B) Le ruega que repita las instrucciones que dio a su mujer: ¿Cómo debe ser la manera de vivir del niño? Ya le habían sido dadas las instrucciones a su mujer, pero él se considera también responsable en ayudarla en todo lo concerniente a la manera de criar al niño. Todo esfuerzo conjunto de los progenitores para la buena educación de los hijos y su dedicación al Señor nunca es demasiado. Ninguno de los dos debe cargar al otro toda la responsabilidad, sino que ambos han de hacer todo cuanto esté de su parte. Aquellos a quienes Dios ha concedido la bendición de los hijos han de esmerarse en criarlos bien, para desarraigar la insensatez que está ligada al corazón, acostumbrarles a pensar y actuar con buenas maneras e instruirles
en el camino por el que deben ir. Por eso, los padres piadosos rogarán a Dios que les ayude y asista: «Señor, enséñanos a criar bien a nuestros hijos, para que sean nazareos, es decir, sacrificios vivos para ti».
4. El ángel repite las instrucciones que había dado anteriormente (vv. 13, 14). Es menester echar mano de una buena dosis de precaución y de observación para el recto ordenamiento de nuestra vida y de la de nuestros hijos. Quienes deseen conservarse puros, han de mantenerse a distancia de todo cuanto sea cercano al pecado o conduzca a él. Al estar encinta con un nazareo, la mujer no había de comer ninguna cosa inmunda; del mismo modo, aquellos en quienes Cristo es formado han de purificarse esmeradamente de toda inmundicia de cuerpo y espíritu y no hacer nada que sea en perjuicio del nuevo hombre.
Versículos 15–23
I. Vemos ahora otras cosas que ocurrieron durante esta segunda visita entre el ángel y Manoa. En amable atención a Manoa, el ángel ocultó en principio que era un ángel. Como no podemos soportar la vista de seres sobrenaturales, plugo a Dios hablarnos por medio de hombres como nosotros, profetas y ministros suyos, de tal modo que, incluso cuando habló por medio de ángeles y aun de su Hijo, aparecieron en forma humana y fueron tenidos por varones de Dios. En este caso:
1. El ángel rehusó aceptar el presente de Manoa y le dijo que lo ofreciera en sacrificio al Señor. Manoa quería prepararle un cabrito (v. 15), pero el ángel le dijo que no había de comer de su pan (v. 16), es decir, del alimento que le presentara Manoa, sino que, como en el caso de Gedeón (6:20, 21), le ordenó que, si quería ofrecer holocausto lo ofreciera a Dios. Aun cuando no podemos vivir sin comer ni beber, aun eso lo hacemos para la gloria de Dios, con lo que podemos hacer de nuestro alimento ordinario un sacrificio al Señor.
2. También rehusó el ángel decir su nombre. Manoa deseaba saberlo (v. 17), «para que cuando se cumpla tu palabra te honremos». Lo que Manoa preguntó para su instrucción, le fue prontamente declarado (vv. 12, 13), pero lo que preguntó por curiosidad, le fue denegado. Dios nos ha dado en su Palabra plenas instrucciones con respecto a nuestras obligaciones, pero nunca ha prometido responder a las preguntas de mera especulación intelectual, y nosotros no debemos dar pábulo a la vana curiosidad en lo concerniente a tales cosas (Col. 2:18).
3. El ángel asistió al sacrificio y lo recibió él mismo, mostrando así que era Dios mismo, es decir, el Señor Jesús antes de su encarnación, pues subió en la llama del altar (v. 20), como más tarde había de subir por medio de su sangre (He. 9:12). La oración es la elevación del alma a Dios, pero es Cristo en el altar del corazón del creyente quien hace de la oración un sacrificio de olor suave a Dios. Sin Él, nuestro culto sólo sería humo ofensivo; con Él, es llama aceptable.
II. A continuación se nos dice la impresión que esta visión causó en Manoa y en su mujer.
1. A Manoa le causó mucho miedo (v. 22). Recordaba, sin duda los lugares en que se habla de que nadie puede ver a Dios y vivir (Gn. 32:30; Éx. 33:20; Dt. 5:24; Jue. 6:22. V. también Is. 6:5).
2. Su mujer, en cambio, fue fortalecida en su fe para no temer. El vaso más frágil fue aquí el creyente más fuerte; quizá fue ésta la razón por la que el ángel se apareció a ella con mayor frecuencia. Los esposos han de ayudarse mutuamente en la fe, lo mismo que en el gozo. De ordinario, el varón se guía más por la razón, y la mujer por el sentimiento y el instinto, pero aquí fue la mujer la que arguyó con perfecta lógica. Dice Manoa: «Ciertamente moriremos». Responde su mujer de inmediato: «No, por cierto, las señales que hemos recibido de su favor nos prohíben pensar que tenga intención de destruirnos. Si lo hubiese intentado: (A) No habría aceptado nuestro sacrificio. (B) No nos habría mostrado todas estas cosas, ni nos habría hecho la gloriosa promesa de un hijo que va a ser nazareo y libertador de Israel».
3. Dios no desea la muerte de los pecadores pues ha aceptado el gran sacrificio que el Señor Jesucristo ofreció para la salvación de los pecadores, y todo creyente que esté pasando por días nublados y oscuros tome ánimo de aquí, y sepa que Dios se manifiesta benignamente a todo hijo suyo que busca su rostro en oración y en el estudio y meditación de la Palabra. Aprendamos a razonar como la mujer de Manoa y digámonos a nosotros mismos: «Dios no habría hecho lo que ha hecho por mi alma, si tuviese la intención de abandonarme y dejar que perezca, porque su obra es perfecta, y nunca deja sin acabar lo que ha comenzado (Fil. 1:6); nunca intenta burlarse cuando nos otorga sus favores».
Versículos 24–25
1. Nacimiento de Sansón. La mujer que había sido estéril por largo tiempo (v. 3), dio a luz un hijo (v. 24), conforme a la promesa. 2. Su nombre, Sansón (hebreo Shimshón), se deriva, según algunos, del hebreo shémesh = sol, quizá porque al haber nacido como Moisés, para ser un gran libertador de Israel su rostro era hermoso y resplandecía como un pequeño sol. Además había de ser el más fuerte de los hombres, y el sol es presentado en el Salmo 19:5 como un atleta olímpico. En cambio, Flavio Josefo lo asocia con el verbo shamén = ser fuerte. Tanto en el significado de «sol» como en el de «fuerte», Sansón es tipo de Cristo, el «Sol de justicia» y «el más fuerte, que desarma al fuerte armado». 3. De niño recibió especial bendición de Dios; por lo que podemos suponer que aventajaba a los niños de su edad, como quien estaba destinado a un designio extraordinario. 4. Ya en su juventud (tendría unos 18 o 19 años) el Espíritu de Jehová comenzó a agitarte (lit.)—es decir, a investirle de extraordinaria fuerza para oponerse a las incursiones de los filisteos—en los campamentos de Dan. Allí manifestó su fuerza y su celo contra los enemigos del pueblo de Dios.
Desde el principio de sus actividades públicas, el carácter de Sansón aparece paradójico; no es lo que esperaríamos de un nazareo y de un libertador de Israel, pero hemos de advertir que muchos de sus caprichos, a primera vista pecaminosos, estaban controlados y hasta ordenados por Dios, como veremos en seguida. I. Sansón se enamora de una filistea y celebra las bodas (vv. 1–5, 7, 11). II. Da muerte a un león, y halla después miel en la boca del cadáver del animal (vv. 5, 6, 8, 9). III. Propone un enigma a sus compañeros (vv. 10–15), el cual lo descifran con la ayuda traicionera de su mujer (vv. 16–18). IV. Esto le dio a Sansón la ocasión de matar a treinta filisteos (v. 19) y romper con la mujer (v. 20).
Versículos 1–9
I. Bajo la conducción extraordinaria de la Providencia, Sansón busca la oportunidad de atacar a los filisteos, y lo hace mediante un método muy extraño: emparentando con ellos al casarse con una filistea.
1. En cuanto a los preparativos para la boda de Sansón, obsérvese: (A) Que fue una insensatez enamorarse de una filistea. ¿Cómo es posible que un israelita, más aún, un nazareo, dedicado enteramente a Dios, desee hacerse una carne con una adoradora de Dagón? Uno que ha sido designado por Dios como libertador de Israel ¿va a mezclarse con los que son jurados enemigos de Israel? Sus padres hicieron bien en tratar de disuadirle de su propósito de unirse en yugo desigual con idólatras: «¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos, ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer de los filisteos incircuncisos?» (v. 3). (B) Si no hubiese habido una razón especial, cierto que habría sido improcedente que él insistiera en cumplir su deseo, y que sus padres le hubiesen permitido llevarlo a la práctica. Este nazareo hizo bien en pedir consentimiento a sus padres, pero mal en no seguir el aviso que le dieron. Esto ha de servir de lección para todos los hijos.
2. Pero se nos dice que esto venía de Jehová (v. 4). No sólo usó Dios esta inclinación de Sansón para llevar a cabo sus designios contra los filisteos, sino que de algún modo había puesto en el corazón de Sansón tal deseo, «porque Él (Jehová) buscaba ocasión contra los filisteos». Parece ser que la forma en que los filisteos oprimían a Israel no era por medio de grandes ejércitos, sino mediante incursiones clandestinas de sus gigantes y pequeños grupos de salteadores. De un modo semejante convenía que Sansón actuara contra ellos; al casarse con una filistea, vendría a ser una espina en el costado de ellos.
II. También por especial providencia de Dios, Sansón es animado y envalentonado para atacar a los filisteos. Dios lo preparó para ello por medio de dos oportunidades extrañas.
1. Le capacitó en un viaje a Timnat, para matar un león (vv. 5, 6). (A) Vio Sansón un león joven que venía rugiendo hacia él. Quizá para comer uvas, se había apartado de sus padres y se hallaba solo en la viña. Si este leoncillo le hubiese salido en el camino Sansón habría podido esperar mejor ayuda de Dios y
de los hombres que en una viña solitaria, lejos del camino. (B) Pero había una razón especial en ello, y cuanto más arduo era el encuentro, tanto más ilustre sería la victoria: despedazó al león como quien despedaza un cabrito (v. 6). Cristo se enfrentó con el león rugiente en el comienzo de su ministerio público (Mt. 4:1 y ss.; Lc. 4:1 y ss.) y, después, despojó a los principados y potestades, y triunfó sobre ellos en la cruz (Col. 2:15). (C) Sansón no se jactó de ello, pues no lo declaró ni a su padre ni a su madre. Muchos lo habrían publicado por todo el país. La modestia y la humildad añaden la corona más brillante a las grandes hazañas.
2. Le proveyó, en el viaje siguiente, de miel en el cuerpo muerto del león (vv. 8, 9). Las bestias del campo o las aves de presa habían devorado la carne del animal y un enjambre de abejas habían fabricado una colmena en el esqueleto del león. No habían estado ociosas, pues habían dejado abundante cantidad de miel, que era una de las delicias del país de Canaán. Sansón, al tener más derecho que nadie a la miel, la tomó de allí; el que no había tenido miedo a los zarpazos de un león, tampoco tenía miedo a los aguijones de las abejas; con ello aprendió a no temer a la multitud de los filisteos, aunque llegaran a rodearle como abejas. De la miel que halló: (a) Comió sin escrúpulos de conciencia. También Juan el Bautista, nazareo del Nuevo Testamento, vivía de langostas y miel silvestre. (b) Dio de ella a sus padres; no se la comió toda él. Quienes, por la gracia de Dios, han hallado suavidad en las prácticas piadosas han de comunicar sus experiencias a sus amigos y parientes e invitarles a participar en ellas. No les dijo a sus padres dónde la había hallado, no fuera que ellos tuviesen escrúpulo en comerla. La miel sigue siendo miel aun dentro de un león muerto.
Versículos 10–20
Relato de la fiesta de bodas de Sansón y de la ocasión que con ella tuvo de ser burlado por los filisteos y de caer después sobre ellos.
I. Sansón se acomodó a las costumbres del país; celebró la fiesta de nupcias durante siete días (v. 10). No es contrario a la religión acomodarse a las costumbres inocentes de los lugares donde residimos; más aún, un creyente debe mostrarse en todas partes como buen vecino y compañero, y no es buen testimonio el de los que, profesando ser cristianos, dan ocasión a otros para llamarles avaros, insociables y antipáticos.
II. Los parientes de la novia le ofrecieron el respeto de costumbre en tales casos y le trajeron treinta jóvenes que le acompañasen en la solemnidad como amigos del novio. «Cuando ellos le vieron» (v. 11), insinúa, especialmente a la vista de algunos MSS que traducen «le temieron», que se los llevaron, bajo capa de compañeros de boda, para que le espiasen y le hiciesen guardia.
III. Para entretener a los compañeros, Sansón les propuso un enigma muy difícil con una especie de apuesta (vv. 12–14). Parece que esto era uso corriente en tales casos. Ahora bien: 1. El enigma de Sansón era de su propia invención; aprovechó la oportunidad que había tenido hacía poco: «Del devorador salió comida, y del fuerte salió dulzura» (v. 14). 2. Este enigma es aplicable a muchos métodos de la providencia y de la gracia de Dios. Cuando Dios, por su soberana providencia, hace que de los males salgan bienes para sus hijos y para su Iglesia, y lo que parece grave amenaza se convierte en gran ventaja, entonces sale comida del devorador, y dulzura del fuerte (v. Fil. 1:12).
IV. Sus compañeros, incapaces de resolver el enigma, obligaron a la mujer de Sansón a que le sonsacara la interpretación (v. 15). Si ella no lo conseguía por las buenas, la obligarían por las malas: si no quieres que te quememos a ti y a la casa de tu padre. ¿Puede darse mayor brutalidad?
V. Su mujer, a fuerza de insistir, obtuvo de Sansón la solución del enigma. El Dr. Lightfoot proporciona una solución aceptable al problema que plantea la aparente diferencia de cómputo en los vv. 14 («a los tres días»), 15 («al séptimo día») y 17 («al séptimo día» de nuevo), y dice que el «séptimo» del versículo 15 era el séptimo de la semana—el sábado—, pero el cuarto de la solemnidad nupcial. La mujer de Sansón obtuvo lo que deseaba: 1. Usó de todas sus artes femeninas (v. 16). 2. Con gran éxito, pues cansado de la importunidad de la mujer, Sansón le reveló el significado del enigma. No cabe duda de que él le prohibió comunicarlo y de que ella le prometió guardar el secreto; pero ella lo declaró
inmediatamente a los hijos de su pueblo. No podía esperarse otra cosa de una filistea. Al séptimo día (de la solemnidad), los de la ciudad le dieron a Sansón la interpretación: ¿Qué cosa más dulce que la miel? ¿Y qué cosa más fuerte que el león? (v. 18). Sansón reconoció que había perdido la apuesta, pero añadió: Si no araseis con mi novilla, nunca hubierais descubierto mi enigma; es decir, «sólo con la traición de mi novia, habéis podido acertar». Satanás no podría hacernos tanto daño con sus tentaciones si no arase con nuestra novilla, que es nuestra naturaleza corrompida.
VI. Sansón pagó la apuesta a estos filisteos con los despojos que hizo a otros filisteos (v. 19).
VII. Este episodio le dio a Sansón ocasión de deshacerse de sus nuevos parientes. Al ver cómo sus compañeros se habían aprovechado de él y su novia le había traicionado, encendido en cólera se volvió a la casa de su padre (v. 19). Así que «su amigo más íntimo» esto es, el padrino de boda, fue el encargado de consumar el matrimonio (v. 20). ¡Cuán bien nos iría si las amarguras que el mundo nos proporciona tuvieran este buen efecto en nosotros: que nos obligaran a regresar a la casa de nuestro Padre y hallar allí descanso. Los inconvenientes que nos salen al paso deberían hacer que amásemos nuestro hogar y anhelásemos estar pronto allí.
Sansón continúa hallando ocasiones contra los filisteos (14:4). I. De la perfidia de su mujer y del padre de ésta, tomó ocasión para quemar las mieses de los filisteos (vv. 1–5). II. De la crueldad que los filisteos emplearon contra su antigua novia y su padre, tomó ocasión para vengarse de ellos con gran mortandad (vv. 6–8). III. De la traición de sus propios paisanos, que lo entregaron atado a los filisteos, tomó ocasión para matar a mil filisteos con una quijada de asno (vv. 9–17). IV. Del aprieto en que se halló por falta de agua, Dios tomó ocasión para mostrarle su favor al proveerle milagrosamente de agua (vv. 18–20).
Versículos 1–8
I. Sansón vuelve a su mujer, a la que había dejado en su cólera. Cuando se enfrió su furia, fue a visitar a su mujer llevando un cabrito (v. 1). Lo hizo en señal de reconciliación, y quizá lo comieron amistosamente. Cuando haya alguna diferencia que nos separe de nuestros parientes, los más prudentes han de tomar la iniciativa para perdonar y olvidar las injurias.
II. La repulsa que halló. El padre de la novia no le permitió que se acercara a ella, pues había sido dada como mujer a otro. 1. El hombre trató de justificarse, y dijo: Me persuadí de que no la amabas (v. 2). Para apaciguar a Sansón, le ofreció que tomara por mujer a su hija menor. Pero Sansón no aceptó; sin duda, no quería tomar mujer juntamente con su hermana (Lv. 18:18).
III. Por esta repulsa Sansón tomó cumplida venganza (vv. 4, 5). 1. El método que usó fue extraño y rudimentario, pero muy eficaz. Cazó 300 zorras, en números redondos, y las ató cola con cola, y puso una tea encendida entre cada dos colas. Aterrorizadas por el fuego, las zorras se dispersaron refugiándose en los sembrados y pegándoles fuego. En ninguna ocasión hallamos a Sansón echando mano de otras personas para llevar a cabo sus planes contra los filisteos. Al usar zorras, animales despreciables, en esta ocasión, quería mostrar el desprecio que sentía hacia los enemigos contra los que peleaba. «Las pequeñas raposas que echan a perder las viñas» (Cnt. 2:15) son comparadas a las estratagemas que los enemigos de la Iglesia usan a menudo para sembrar la discordia entre los mismos creyentes, como las zorras de Sansón en los sembrados. 2. El perjuicio que causó, de este modo, a los filisteos fue muy grande pues era precisamente el tiempo de la siega del trigo (v. 1), de forma que al estar ya seca la mies, el fuego halló buen combustible en las mieses amontonadas, propagándose hasta las viñas y los olivares (v. 5).
VI. Los filisteos se vengaron ahora y quemaron a la mujer de Sansón y al padre de ella. Al darse cuenta de que ellos habían sido la causa del daño que les había hecho Sansón, las turbas fueron a la casa y
le pegaron fuego con ellos dentro (v. 14:15). La mujer había querido evitar esto al declarar el secreto del enigma de Sansón y traicionó así a su marido, pero lo mismo que temía, cayó sobre ella. El mal que procuramos evitar mediante prácticas pecaminosas, se vuelve con frecuencia contra nuestra cabeza.
V. De esta venganza de los filisteos tomó ocasión Sansón para llevar a cabo una venganza mayor, pues atacó a las turbas, haciendo gran mortandad. La frase «los hirió en cadera y muslo» expresa un castigo muy severo y extenso (vv. 7, 8). Después se retiró a una cueva de la peña de Etam, para ver si los filisteos habían escarmentado con el duro correctivo que les había aplicado.
Versículos 9–17
I. Los filisteos, persiguieron a Sansón (v. 10), acamparon en Judá y se extendieron por el país para ver de hallarle, ya que sabían que se había refugiado por allí (v. 9). Aquí tenemos a un ejército entero buscando a un solo hombre, ya que, en realidad, él era tan fuerte como un ejército. Así es como toda una banda de guardias y soldados vinieron a prender al Señor Jesús, nuestro bendito y divino Sansón, aun cuando un solo hombre habría bastado para ello, ahora que su hora había llegado, mientras que un millón no habría sido suficiente si Él no se hubiera ofrecido voluntariamente a la muerte.
II. Sansón fue cobardemente traicionado y entregado a los filisteos por los hombres de Judá (v. 11). ¿De Judá? ¡Degeneradas ramas de tan valiente tribu tendrían que ser! Quizá no le tenían mucho afecto a Sansón porque no era de su tribu; por una necia adhesión a su antigua precedencia, prefieren ser oprimidos por los filisteos antes que ser rescatados por uno de la tribu de Dan. ¡Cuántas veces se ha impedido la liberación y el bienestar de la Iglesia por la obra de personas celosas y puntillosas! El pecado desanima a los hombres y hasta los entontece, escondiéndoles de los ojos las cosas que pertenecen a su paz. Es probable que Sansón se llegase a los confines de Judá para ofrecer sus servicios, pensando que sus hermanos comprenderían que Dios les estaba dando libertad por mano suya, como le pasó a Moisés (Hch. 7:25). Pero no fue así, sino que le rogaron que se dejase atar por ellos y ser entregado a los filisteos. ¡Cobardes, ingratos, malvados!
III. Sansón permitió mansamente que sus propios paisanos le ataran y lo entregaran en manos de sus enfurecidos enemigos (vv. 12, 13). Se sometió pacientemente: 1. Para dar ejemplo de gran mansedumbre, mezclada con tan gran fuerza y valentía; sabiendo gobernarse a sí mismo, también sabía cómo conquistar, tanto como rendirse, cuando era necesario. 2. Para que, al ser entregado a los filisteos, tuviese oportunidad de ejecutar en ellos mayor matanza. Justamente se prolonga la miseria de aquellos que, por obsequiar a los enemigos, traicionan a su mejor amigo. Del mismo modo, nunca tuvieron los hombres mayor estupidez que los que trataron villanamente a nuestro amado Salvador.
IV. Sansón sacó partido de las circunstancias, a pesar de que fue entregado atado con dos cuerdas nuevas (v. 13). Cuando los filisteos le tuvieron en su poder, lanzaron gritos de júbilo (v. 14). Pero, precisamente cuando más confiaban que se habían apoderado de él, el Espíritu de Jehová vino sobre él. Entonces: 1. Se deshizo de las cuerdas. A pesar de ser nuevas, se volvieron como lino quemado con fuego, y las ataduras se cayeron (se derritieron, dice el hebreo) de sus manos, con gran asombro de los filisteos, quienes ahora cambiarían sus gritos de júbilo en gritos de terror. Obsérvese que, donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Co. 3:17), y los que así son libres son los verdaderamente libres (comp. con Jn. 8:36). Esto era figura de la resurrección de Cristo, en la que, por el poder del Espíritu de santidad (Ro. 1:4), fueron desatadas las cuerdas de la muerte, y los lienzos con que fue amortajado se desprendieron de su cuerpo sin haber sido desenrollados (al contrario que los de Lázaro), porque era imposible que el poderoso Salvador fuese retenido por ellos; así triunfó de los poderes de las tinieblas que gritaban contra Él cuando creían tenerlo seguro y sujeto. 2. Sansón hizo una gran matanza entre los filisteos que se habían reunido para divertirse con él (v. 15). Véase qué armas llevaba: No tenía a mano otra cosa que una quijada de asno y, sin embargo, ¡qué estrago hizo con ella! No la soltó de la mano hasta que no mató con ella allí mismo un millar de enemigos. Si hubiese sido una quijada de león no habría sido tan humillante la derrota del enemigo, pero con una quijada de asno demostró que Dios puede hacer maravillas con lo necio del mundo (1 Co. 1:27), para que la excelencia del poder sea de Dios, no de los hombres (2 Co. 4:7).
V. Sansón celebró esta victoria suya, ya que los hombres de Judá no hicieron ni siquiera eso en su honor. Compuso un pequeño poema, que él mismo cantó con toda probabilidad. Traducido literalmente del hebreo, donde hace cadencia por paronomasia de asno con montón, hace también cierta cadencia en castellano:
«Con la quijada del asno, montón de montones, con la quijada del asno, maté mil varones» (lit.).
De esta forma (v. 16) se representa a los filisteos cayendo mansamente como asnos. También dio Sansón nombre al lugar, para perpetuar el estrago que hizo en los filisteos (v. 17): Rámat-leji = Colina de la Quijada, o: Levantamiento de la Quijada.
Versículos 18–20
I. El apuro en que se halló Sansón después de esta hazaña (v. 18). Se vio reducido a una extrema necesidad por falta de agua. Dice Flavio Josefo que eso fue para castigarle por no haber hecho mención de la ayuda de Dios al componer el poema que perpetuaba su victoria, sino que se atribuyó a sí mismo toda la gloria: «… maté mil varones».
II. Su oración a Dios en este apuro. Quienes olvidan a Dios en sus alabanzas, es posible que se vean impelidos a recordarle con oraciones. Las aflicciones son enviadas a menudo con el fin de llevar hasta Dios a los corazones desagradecidos. Dos motivos menciona Sansón para acudir a Dios en esta ocasión: 1. Se reconoce a sí mismo como siervo de Dios en lo que acaba de hacer y confiesa que Dios ha dado esa grande salvación, pues si Dios no le hubiese ayudado no sólo no habría derrotado a los filisteos, sino que habría sido devorado por ellos. Nótese que las pasadas experiencias del poder y de la bondad de Dios son excelentes razones para apelar al favor de Dios en los apuros presentes. 2. Se ve ahora expuesto al furor de sus enemigos: «… caeré en manos de los incircuncisos?», y, si triunfan, lo dirán en Gat y en las calles de Ascalón.
III. El oportuno refrigerio que le otorgó Dios, quien oyó su oración y le proveyó de agua (v. 19): Entonces abrió (lit. hendió) Dios el hoyo que hay en Lehi. Incluso antes del episodio que dio nombre al lugar, hallamos ya dicho nombre (vv. 9, 14). Y de allí hizo Dios que brotase agua en abundancia. De esta agua milagrosa bebió Sansón y recobró su espíritu. Deberíamos ser agradecidos por el beneficio del agua y no desperdiciarla.
IV. Sansón dio también a este lugar, como memorial de su apuro y del favor que Dios le otorgó: En-hacoré = La fuente del que clamó. Dios abre muchas fuentes de consuelo para los suyos, las cuales podrían llamarse como aquella: fuente del que clamó. Sansón había dado al lugar un nombre que recordaba su gran triunfo: Rámat-leji = el levantamiento de la quijada; pero ahora le pone otro nombre que da a entender su necesidad y dependencia de Dios.
V. La continuación del gobierno de Sansón después de estos sucesos (v. 20). Por fin, Israel se sometió al hombre a quien había entregado a traición. Fue un gran favor para Israel el que, aunque estaban bajo la opresión de un enemigo duro y extranjero, al menos tenían un juez que preservaba el orden y les impedía arruinarse unos a otros. Su gobierno continuó veinte años, de los que no conocemos más detalles que los que se nos refiere en el capítulo siguiente, en cuyo final se narra la muerte de Sansón.
Sansón significa un pequeño sol. Le hemos visto en el resplandor de su brillo matutino, y podríamos suponer que en el cenit del mediodía habría de brillar más todavía, pero este capítulo nos refiere más bien su ocaso, tras un crepúsculo sumamente triste. Este pequeño sol se puso tras una nube; sin embargo, al ponerse, todavía lanzó uno de sus más potentes rayos, como tipo de Cristo, que obtuvo su mayor victoria mediante su muerte. I. Sansón se ve en gran peligro por enredarse con una ramera (vv. 1–3). II. Sansón se ve arruinado por completo al enredarse con otra ramera, Dalila (vv. 4–20). III. Los filisteos se hacen con
él, le sacan los ojos, lo encarcelan y les sirve de juguete en un festival de su dios (vv. 21–25). IV. Pero, al fin, se venga de ellos al derrumbar el edificio y matar con una gran multitud de filisteos (vv. 26–31).
Versículos 1–3
I. Pecado de Sansón (v. 1). El tomar una filistea por esposa en el comienzo de su vida pública tuvo alguna excusa, pero el unirse a una ramera que casualmente vio entre ellos fue una profanación de su honor de israelita y, más aún, de nazareo.
II. Peligro de Sansón. Los magistrados de Gaza recibieron noticia, quizá por conducto de la ramera misma, de la llegada de Sansón (v. 2). Se cerraron, pues, las puertas de la ciudad, se pusieron guardias y se guardó silencio, para que Sansón no sospechara ningún peligro. Pensaban ya tenerlo seguro y presto para la ejecución a la mañana siguiente. ¡Oh, si los que se entregan a sus inclinaciones sensuales en embriagueces, impurezas y toda clase de concupiscencias de la carne se viesen rodeados, presos y en peligro de condenación eterna por sus enemigos espirituales!
III. Huida de Sansón. Se levantó a medianoche, quizá despertado por el remordimiento de su conciencia, y es de esperar que saliese de aquella casa arrepentido y con la piadosa resolución de no volver allá. Se dirige a las puertas y no se detiene a descerrajarlas, sino que las arranca de cuajo con sus dos pilares y su cerrojo y se las lleva a la cumbre de un monte, en señal de desprecio a las medidas que habían tomado para retenerle, y de la enorme fuerza que Dios le había dado. Fue así tipo de Cristo, quien no sólo hizo rodar la piedra del sepulcro, sino que salió de allí llevándose consigo las puertas de la muerte con sus postigos y cerrojo, de forma que quedara para siempre como una prisión abierta para todos los suyos.
Versículos 4–17
Un niño que sufre una quemadura, teme al fuego y huye de él, pero Sansón, a pesar de ser un hombre de fuerza extraordinaria, carece hasta de la prudencia de un niño pequeño porque a pesar de haberse visto en tantos apuros por su inclinación sexual hacia las mujeres, no escarmienta, sino que lo tenemos de nuevo prendido en la misma trampa; y esta tercera vez no va a tener escape. Esta mala mujer, que causó la ruina de Sansón, se llama Dalila. El significado de su nombre es incierto (¿pobre?, ¿delicada?), pero el nombre mismo nos ha llegado como epíteto de infamia, apto para describir a toda mujer que siembra la destrucción por medio de halagos y falsedades.
I. La afición que Sansón cobró a esta mujer: se enamoró de ella (v. 4). Es casi seguro que esta mujer era también filistea. En todo caso, tenía corazón de filistea.
II. El interés que los cinco príncipes de los filisteos tuvieron en que Dalila les entregase a Sansón (v. 5). 1. Lo que deseaban de ella es que se enterase del secreto de su fuerza; así, prometieron no matarlo, sino dominarlo y tenerlo a raya. Como sugiere L. Wood, esto nos hace sospechar que Sansón se había jactado imprudentemente en alguna ocasión, de que su fuerza consistía en algún poder secreto. 2. Por eso, deseaban conocer dónde radicaba esa fuerza secreta para cegar la fuente de tal poder. Convencieron, pues, a la mujer de que, con ese descubrimiento, haría un enorme beneficio a todo el país, sin que ella sufriera ninguna mala consecuencia por ello. 3. Por este favor le ofrecían una suma cuantiosa: mil cien siclos de plata por cabeza; es decir, 5.500 siclos en total.
III. Las artes que Sansón desplegó para no descubrir su secreto. Ella le preguntó en qué consistía su fuerza y cómo podría ser sujetado (v. 6).
1. Al urgirle ella Sansón respondió: (A) Que perdería su fuerza si le ataban con siete cuerdas de mimbres verdes sin secar (v. 7). El experimento fracasó pues las rompió como estopa quemada (vv. 8, 9). (B) Como ella seguía importunándole, le dijo que perdería su poder si le ataban con cuerdas nuevas no usadas (vv. 10, 11). También esto fracasó, pues las rompió como si fuesen un hilo delgado (v. 12). (C) Importunado de nuevo por Dalila, dijo que perdería su fuerza si tejía siete quedejas de su cabeza con la tela y las aseguraba con la estaca (v. 13). Esto ya se acercaba un poco a la verdad, pues el secreto de su
fuerza estaba en el pelo, pero el método fracasó como en las ocasiones anteriores, pues arrancó la estaca del telar con la tela. (v. 14).
2. En el decurso de todos estos experimentos no se sabe qué es más de admirar, si la debilidad de Sansón o la perversidad de Dalila. (A) ¿Puede haber algo más perverso que la pertinacia e importunidad con que esta ramera trataba de arrancarle a Sansón un secreto, con cuyo descubrimiento ella sabía que la vida de Sansón corría peligro? ¿Qué traición más vil que la de hacer que Sansón se durmiese sobre las rodillas de ella como alguien a quien se ama para entregarle a los que le odiaban a muerte? (B) ¿Y puede imaginarse mayor debilidad que la de este hombre, al continuar este peligroso juego con una mujer de la que sabía con toda certeza que planeaba entregarle a sus mayores enemigos?
IV. El descubrimiento, por fin, de su gran secreto. 1. La presión de Dalila fue en aumento. Su astucia femenina llegó al colmo: ¿Cómo dices: Yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo? (v. 15). Aunque no se nos dice, podemos sospechar que a las palabras (v. 16) añadiría lágrimas, hasta que él sucumbió a la tortura psicológica: Su alma fue reducida a mortal angustia. 2. Así que, esta vez, Sansón le descubrió todo su corazón, cosa que Dios permitió para castigarle por su pecado. No cabe duda de que Sansón había perdido su comunión con Dios, al no observar su voto de nazareo con tanta contaminación. Su dedicación a Dios era la fuente de su fuerza. Descubrir el secreto de su nazareato equivalía a menospreciar su condición de nazareo: «Si fuere rapado, perderé mi condición de nazareo y mi fuerza se apartará de mí». El que la fuerza de este hombre consistiese en su cabellera nos enseña a esperar el favor de Dios en la observancia de los medios de gracia que Él ha tenido a bien instituir: la Palabra, las ordenanzas y la oración.
Versículos 18–21
Fatales consecuencias de la insensatez de Sansón al descubrir el secreto de su fuerza.
I. El interés que puso Dalila en hacer suyo el dinero que le habían prometido, sin tener compasión de uno de los hombres más bravos de la historia, sino que lo vendió por dinero, como a oveja que se lleva al matadero.
II. La forma en que llevó a cabo su traición. Segura de que Sansón le había dicho esta vez la verdad (v. 18), le hizo dormir sobre sus rodillas. Así es como arruina Satanás a muchos, acunando suavemente a los hombres para que se duerman, haciéndoles sentirse a buen seguro en medio de sus vicios, y robándoles después la fuerza y el honor para llevárselos cautivos a su arbitrio. Es de notar que Dalila misma no le cortó el pelo, sino que, para asegurar mejor la operación mandó llamar a un experto barbero que le cortase el pelo tan hábil y rápidamente, que él no se despertó con la maniobra.
III. La poca preocupación que él sintió por la pérdida de su cabellera, la cual no pudo menos de notar (v. 20). Pensó que iba a escapar como en ocasiones anteriores. «Pero no sabía que Jehová se había apartado de él». No se le ocurrió que ésta fuese la razón del cambio que se había operado en él. Gran tragedia es perder la comunión con Dios. Peor todavía, no ser consciente de esta pérdida. Quienes provocan a Dios a que se retire de ellos, sufren el castigo de la insensibilidad ante esa retirada.
IV. El provecho que sacaron inmediatamente los filisteos de las ventajas que ahora se les ofrecían contra Sansón (v. 21). Se lo llevaron los filisteos después que Dios se había retirado de él. Si nos dormimos en las rodillas de nuestras pasiones, despertaremos en las manos de los filisteos. Es probable que le prometiesen a Dalila no matarle, ni aun herirle, pero tomaron drásticas medidas para incapacitarle. Lo primero que hicieron, tan pronto como le echaron mano, fue sacarle los ojos. La versión arábiga añade que lo cegaron aplicándole fuego a los ojos. Consideraron que, aun en el caso de que le volviera a crecer el pelo, no le volverían los ojos, y que los brazos más fuertes pueden poco sin ojos que los guíen. Sus ojos habían sido la ocasión de sus pecados: «… vio … vio …» (14:1; 16:1). Ahora sufría en sus ojos el castigo. Le llevaron a Gaza, para que allí apareciese en toda su debilidad el mismo que allí había dado pruebas de su enorme fuerza (v. 3). Y le ataron con cadenas de bronce, al que había quedado ya aprisionado con las cuerdas de su propia iniquidad. Le destinaron en la cárcel a moler: a dar vueltas y más vueltas, como un
esclavo, a la piedra del molino de la cárcel. ¡Pobre Sansón cómo has caído! ¡Cómo está tu honor por el suelo!
Versículos 22–31
Aunque las últimas etapas de la vida de Sansón carecieron de gloria, todavía hubo honor en la recta final. No hay duda de que se arrepintió grandemente de su pecado, pues Dios se reconcilió con él, según se echa de ver: 1. En el retorno de la señal de su nazareato: Y el cabello de su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado (v. 22). 2. En el uso que Dios hizo de Sansón para destruir a los enemigos de su pueblo y en una hora en que el honor mismo de Dios debía ser vindicado.
I. Con qué insolencia afrentaron los filisteos al Dios de Israel. 1. Ofrecieron sacrificios a su dios, pues este Dagón es llamado su dios repetidamente (vv. 23, 24), un dios hecho por ellos, representado en una imagen de «ciencia-ficción»: mitad hombre, mitad pez, a quien pretendían poner como rival del Dios vivo y verdadero. A tal dios, tal villanía, como la que Dagón iba a patrocinar en esta ocasión. 2. Hicieron burla de Sansón, el campeón de Dios, con lo que la burla se dirigía contra Dios mismo. No sabemos de qué forma les sirvió de juguete (v. 25), pero las risas de los numerosos asistentes y los gritos de júbilo y alabanza al dios de ellos debieron de ser muy humillantes para el pobre ciego. Su santo arrepentimiento le hacía ahora paciente hasta aceptar la indignidad con que le trataban como castigo de su propia iniquidad.
II. Cuán justamente el Dios de Israel trajo sobre ellos repentina destrucción por manos de Sansón. Miles de filisteos se hallaban allí reunidos para asistir con sus magnates a los sacrificios y al regocijo de aquel día y ser así espectadores de esta comedia. Todos ellos murieron.
1. Quiénes fueron destruidos. Todos los asistentes; entre ellos, los príncipes de los filisteos (vv. 4, 27), que habían sobornado a Dalila para que engañase a Sansón y se les entregase. El pecado al que Sansón había sido inducido por mujeres filisteas no iba a pagarlo él solo, sino también los miles de mujeres y hombres que se hallaban presentes.
2. Cuándo fueron destruidos. (A) Cuando más contentos y satisfechos se hallaban, sin imaginarse que corrían ningún peligro. (B) Cuando se estaban burlando de un israelita nazareo; cuando insultaban y perseguían al que Dios había castigado. Quienes se burlan de las buenas personas no saben lo que están haciendo ni a quién están afrentando.
3. Cómo fueron destruidos. Sansón derribó sobre ellos el edificio. (A) Para ello, ganó fuerzas mediante la oración (v. 28). La fuerza que había perdido por el pecado la ganó con la oración. Oró a Dios que se acordase de él y le diese fuerza sólo por esta vez confesando así que la fuerza con la que había obrado los anteriores prodigios le venía de Dios, y rogaba que se la concediese para el último golpe que iba a dar al morir. Sansón murió orando, como Jesús, pero Sansón pidió venganza, mientras que Jesús imploró perdón para los que le crucificaban. (B) Aprovechó la ocasión de estar entre las dos columnas en que se apoyaba el edificio. La gran cantidad de gente que se hallaba en el piso alto contribuiría al derrumbamiento del edificio. Con esto: (a) Los filisteos sufrieron gran mortandad y deshonor, pues no sólo murieron ellos con sus príncipes, sino que la propia imagen de su dios (si es que era su templo, como opinan muchos) quedó sepultada bajo los escombros. (b) Sansón quedó justificado con este acto, pues no se le ha de culpar ni de la muerte de los enemigos de Dios ni de la suya propia, ya que no intentó directamente matarse a sí mismo. (c) Dios quedó glorificado al perdonar las graves transgresiones de Sansón, de lo que este acto fue una evidencia, en respuesta a su oración. (d) En esto fue tipo de Cristo quien derribó el imperio del diablo, del mismo modo que Sansón derribó el templo de Dagón, y, al morir, obtuvo la más gloriosa victoria sobre el poder de las tinieblas. Y cuando sus brazos fueron extendidos en la Cruz, como los de Sansón entre las dos columnas, dio una mortal sacudida a las puertas del infierno y, por medio de la muerte, destruyó (lit. anuló) el poder al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (He. 2:14, 15), y así superó a Sansón en que, no sólo murió con los filisteos, sino que resucitó para mejor triunfar sobre ellos.
III. Finalmente, la historia de Sansón concluye con una breve referencia a su sepelio y con la repetición de la frase con que se hablaba al final del capítulo anterior (15:20) de la duración de su gobierno: Y él juzgó a Israel veinte años (v. 31).
Lo que se narra en los restantes capítulos de este libro aconteció poco después de la muerte de Josué, cuando era sumo sacerdote Fineés, el hijo de Eleazar (20:28). Pero se pone aquí para no interrumpir la historia de los Jueces y para que mejor se vea cuán grande era el desorden de la nación cuando no había juez que les gobernara. I. La idolatría comenzó en la casa de Micá (cap. 17). II. Se extendió por la tribu de Dan (cap. 18). III. Una tremenda villanía fue cometida en Guibeá de Benjamín (cap. 19). IV. Casi toda la tribu fue destruida por connivencia con el crimen (cap. 20). V. Hubo de recurrirse a un extraño procedimiento para conservar dicha tribu (cap. 21). En el capítulo presente se nos dice cómo el efrainita Micá se proveyó: 1. De una imagen para que fuese su dios (vv. 1–6), y 2. De un levita, para que le sirviese de sacerdote (vv. 7–13).
Versículos 1–6
I. La discusión de Micá con su madre. 1. El hijo le había robado a la madre, la cual, a fuerza de sudor y ahorro, poseía mil cien siclos de plata. Es de suponer que pensaba dejarlos, al morir, a su hijo. 2. La madre maldijo al que había robado el dinero. Véase qué daños causa la avaricia, y cómo las pérdidas materiales, mientras a los buenos les inducen a orar, a los malos les llevan a maldecir.
II. Reconciliación de madre e hijo. El hijo estaba tan aterrado con las maldiciones de su madre, que le restituyó el dinero. 2. La madre quedó tan satisfecha con el arrepentimiento del hijo, que retiró sus maldiciones y las cambió en bendición: Bendito seas de Jehová, hijo mío (v. 2).
III. Micá y su madre convinieron en hacer de la plata una imagen, e instaurar en la familia la idolatría. Aun cuando querían adorar en la imagen al verdadero Dios, contra el segundo mandamiento del Decálogo, esto abría la puerta al culto de los dioses ajenos, contra el primero y principal mandamiento.
1. Como planteó la madre el asunto. Al serle devuelta la suma de dinero, dio a entender que la había dedicado a Dios antes de que le fuese robada (v. 3). Así venía a decirle: «Mira, hijo mío; el dinero es mío, pero a ti también te apetece; que no sea ni mío ni tuyo, sino hagamos con él una imagen para el uso religioso familiar». Es probable que esta mujer fuese una de las que salieron de Egipto en su juventud, y que hubiese visto allí imágenes como la que ella quería hacer; hasta pudo, quizá, decirle al hijo que esta forma de adorar a Dios por medio de imágenes era, por lo que ella recordaba, la antigua religión.
2. Cómo estuvo de acuerdo el hijo con ella. Parece ser que, cuando ella propuso la cosa por primera vez, el hijo no puso buena cara, al saber que iba contra el segundo mandamiento. Pero una vez hecha la imagen, fue persuadido por su madre a que la acéptara. Pero nótese la avaricia de esta vieja, que prevaleció sobre su superstición, pues, después de dedicar toda la suma para la fabricación de una imagen tallada (en madera) y chapeada (de metal), solamente ofreció 200 siclos, es decir, ni siquiera la quinta parte de la suma total (v. 4).
(A) Cuál fue la corrupción introducida aquí (v. 5). Este Micá hizo de su casa un santuario (hebreo Bet Elohim = Casa de Dios), con lo que hacía la competencia a Siló, y pensó que su santuario era mejor que el de Siló, porque a la gente le suelen gustar sus formas religiosas más que las de los demás, porque así las pueden manipular como mejor les plazca. Es curioso que la versión caldea traduzca casa de error, pues realmente lo era siendo una desviación flagrante del verdadero culto a Dios. Se hizó efod, no para llevarlo, sino como objeto de culto, y terafines, para recibir información, instrucciones y predicciones. Sin más escrúpulos, él mismo consagró sacerdote a uno de sus hijos, seguramente al mayor. Aquí comenzó la idolatría y se propagó como la lepra. El Dr. Lighfoot hace notar que el mismo número de piezas de plata que fueron ofrecidas para formar un ídolo que fue la ruina de la religión en Israel, especialmente en la tribu de Dan, fue también dado por cada uno de los príncipes de los filisteos para la ruina de Sansón.
(B) Cuál fue la causa de esta corrupción (v. 6): No había rey en Israel; no había soberano ni juez que se percatase de la fabricación de estas imágenes; cada uno hacía lo que bien le parecía, y bien pronto hicieron lo que era malo a los ojos de Jehová. Ellos podían hacer lo que querían, tener ídolos o no tenerlos, esto era una cuestión que cada uno tenía que determinar por sí como mejor le pareciese. La conciencia ya no ocupaba su propio puesto, sujeta a la autoridad suprema de la voluntad revelada de Dios,
sino que había usurpado el puesto que no le pertenecía para juzgar por sí lo que mejor le conviniese. Se había emancipado, según se dice en nuestros tiempos. Cierto es que nuestros días son como los días de la última parte del Libro de los Jueces. ¿Es cosa buena? ¿Es agradable a los ojos? ¿Es lo que me conviene? Tales son las consideraciones que la conciencia se cree llamada a juzgar y determinar con las balanzas en la mano; y no reconoce autoridad superior. Es un principio que halaga, pero es fatal; y el Espíritu de Dios lo ha expuesto en los últimos capítulos del Libro de los Jueces, con sus terribles consecuencias para que seamos avisados. Véase qué bendición tan grande es el gobierno de la nación y cuánta razón hay para que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias … por los reyes y por todos los que están en eminencia (1 Ti. 2:1, 2). Después de Dios, nada contribuye tanto a la protección de la religión en el mundo como la recta administración de esas dos grandes instituciones: la magistratura y el gobierno de la nación.
Versículos 7–13
Micá consigue tener como capellán suyo a un levita.
I. Por parte de su madre, este levita era de la familia de Judá y habitaba en Belén. De aquí se fue para ir a vivir donde pudiera encontrar lugar y, durante su viaje, llegó a casa de Micá en el monte de Efraín (v. 8). Algunos opinan que para él fue un infortunio el verse obligado a trasladarse de Belén, por hallarse en extrema necesidad a causa del descuido de la gente del lugar. Israel comenzó a abandonar a Dios cuando comenzó a abandonar a los levitas. Una señal de la decadencia de la religión es que los buenos ministros del Evangelio se vean mal atendidos y pasen necesidad.
II. El trato que Micá hizo con él. Le dio la bienvenida (v. 10) y le prometió: 1. Un oficio honorable: Serás para mí padre y sacerdote. No le exige credenciales, pues bien podía ser sacerdote para una imagen tallada, como los sacerdotes del pueblo llano de Jeroboam (1 R. 12:31). No es extraño que los que se sirven de cualquier cosa para que sea su dios, se sirvan también de cualquier persona para que sea su sacerdote. 2. Un mantenimiento tolerable. Le daría comida y bebida, vestidos, es decir, un juego de dos vestidos, como indica el hebreo (uno para diario y otro para las solemnidades), y diez siclos de plata por año—muy pobre en comparación con lo que Dios había prescrito para los levitas que cumpliesen según la ley; pero quienes abandonan el servicio del Dios verdadero no han de mejorar su situación ni han de encontrar mejor amo. También es de notar que el ministerio sagrado es el mejor oficio del mundo, pero el peor negocio temporal.
III. El levita se quedó con él: Agradó, pues, al levita morar con aquel hombre (v. 11), a pesar de que su trabajo esa supersticioso y su salario era escandaloso. Micá, creyéndose así más santo que cualquiera de sus vecinos, procedió a consagrar a este levita (v. 12).
IV. Micá quedó sumamente satisfecho con esto (v. 13): Ahora sé que Jehová me prosperará. 1. Pensó que era una señal del favor de Dios hacia él y hacia sus imágenes el que le hubiese puesto un levita a la puerta de su casa. 2. También pensó que, ahora que su falta de sacerdote había sido corregida, todo iba bien, aunque retuviese su imagen fundida y tallada. Muchos se engañan a sí mismos en cuanto al estado de su alma por haber hecho una reforma parcial. Piensan que son suficientemente buenos porque, en algunos aspectos de su vida, no son tan malos como habían sido antes. 3. Consideró que la consagración de un levita para que fuese sacerdote era un acto altamente meritorio, cuando realmente era una grosera y presuntuosa usurpación. 4. Pensó finalmente que, al tener consigo un levita en su casa, le daría derecho, por supuesto, a los favores divinos. Los que tienen por sacerdote a un levita no tienen derecho a pensar que Dios les vaya a conceder su gracia, a menos que ellos mismos estén a bien con Dios y saquen provecho de los beneficios que Dios les dispensa.
En este capítulo se nos refiere cómo la idolatría que había comenzado en la casa de Micá pasó de allí a la tribu de Dan. A esta tribu se le había asignado heredad en último lugar, y se le había añadido una ciudad importante en el extremo norte de Canaán. Vemos: I. Que, para reconocer el lugar, enviaron espías, quienes, de paso, se entrevistaron con el sacerdote de Micá (vv. 1–6). II. Que estos espías volvieron con un informe muy alentador (vv. 7–10). III. Las fuerzas que fueron enviadas para conquistar Lais (vv. 11–13). IV. Que, de paso, arrebataron a Micá sus dioses (vv. 14–26). V. La fácil conquista de Lais (vv. 27–29), y la erección allí de la imagen tallada (vv. 30, 31).
Versículos 1–6
I. La tribu de Dan, aunque instalada en Palestina, se había visto amenazada por sus vecinos y no había podido tomar posesión de la heredad que le había tocado en suerte. Les resultaba más difícil hacerse con ella por el hecho de que, en aquellos días, no había rey en Israel (v. 1) para que les gobernara y dirigiera. Pero, al fin, la necesidad les forzó a tomar ánimo y coraje para tratar de hacerse con una heredad en la que pudiesen morar.
II. Enviaron cinco hombres de entre ellos (v. 2) para reconocer la tierra. Eran hombres valerosos que sabían valérselas si caían en manos de los enemigos, pues estaban hechos al peligro.
III. Al llegar cerca de la casa de Micá, entablaron conversación con el recién consagrado sacerdote. Parece ser que conocían de antes a este levita, pues quizás había pasado por la región de ellos en sus correrías. Así se explica que reconocieran su voz (v. 3). Enterados de que tenía consigo un oráculo, desearon que les dijese si tendrían éxito en la empresa que llevaban entre manos (v. 5). Con ello mostraban que tenían de los terafines de Micá mejor opinión que de los Urim de Jehová, pues habían pasado por Siló, pero, por lo que parece, no habían preguntado al sumo sacerdote, en cambio deseaban que este zarrapastroso levita les sirviera de oráculo. Él les hizo creer que tenía un alentador mensaje de Dios para ellos, asegurándoles el éxito (v. 6).
Versículos 7–13
I. La exploración que los espías hicieron de Lais (v. 7). Jamás hubo lugar tan mal gobernado y tan mal guardado que pudiera ser presa más fácil para un invasor.
1. Estaba mal gobernado, pues cada ciudadano podía ser tan malo como le pluguiese, pues no había quien les frenase, como da a entender el hebreo. A esto se añadía la prosperidad económica que se trasluce en la descripción somera del estado de la población, con lo que la ociosidad y el libertinaje campaban por sus respetos; provocaban a Dios con sus inmoralidades, y consumíanse unos a otros con sus vicios y violencias. Por aquí se ve:
(A) Lo que implica el oficio de magistrado. Como dice el hebreo, es el heredero del freno; es decir, el destinado a frenar el mal y el poseedor del freno, pues se les ha confiado esta autoridad con el fin de que investiguen y supriman todo vicio y logren infundir temor a los malhechores (Ro. 13:3, 4). Sólo la gracia de Dios puede renovar las mentes réprobas y cambiar los corazones depravados, pero el poder del magistrado puede frenar las prácticas viciosas y atar las manos criminales, de forma que la perversidad de los malvados no resulte tan dañosa ni tan infecciosa como lo sería de otro modo.
(B) El método que se ha de usar para frenar la maldad. Los malhechores deben ser avergonzados, a fin de que, quienes no quieren ceder al freno de lo vergonzoso que es el pecado ante Dios, y desoyen la voz de la conciencia, se vean frenados por la vergüenza del castigo que sufran ante los hombres. Es preciso echar mano de todos los métodos posibles para desterrar de la luz pública el pecado y cubrirlo de vergüenza y desprecio, para que la gente se avergüence de su ociosidad, ebriedad, fraude, mentira y otros vicios, y para conseguir que la reputación y el buen nombre estén siempre del lado de la virtud.
(C) Cuán miserables y próximos a la ruina son aquellos lugares que carecen de magistrados o de quienes lleven espada para fines legítimos.
2. Estaba mal guardado. El pueblo de Lais estaba descuidado, ocioso, alegre y confiado, con las puertas sin cerrar, los muros sin reparar, etc., porque no avizoraban ningún peligro desde ninguna parte. Esto era también una señal de que los israelitas, por su pereza y cobardía, no eran ya para los cananeos
tan temibles como habían sido cuando llegaron al país; de otro modo, esta ciudad de Lais, cuya población es muy probable que supiera que había sido asignada a los israelitas, no se habría sentido tan confiada. Además no tenían negocios con nadie (v. 7), lo cual muestra su holgazaneríá y su independencia económica. Es probable que, así como se mofaban de la sumisión a un gobierno, menospreciasen también cualquier alianza con alguno de sus vecinos. No sentían interés por nadie; así que nadie sentía interés por ellos. Tal era la gente de Lais.
II. El ánimo que los espías dieron a sus paisanos con el informe que les llevaron de Lais (vv. 8–10). 1. Les dijeron que la comarca era muy buena (v. 9), mejor que la región montañosa en que se veían amontonados y acorralados por los filisteos. 2. Les dijeron que era fácil de conquistar, pues estaban seguros de que, con la bendición de Dios, pronto tomarían posesión de ella, pues el pueblo de allí estaba confiado (v. 10).
III. Expedición de Dan contra Lais. Estos danitas a quienes había sido asignada la ciudad, se dirigieron por fin a ella (vv. 11–13). Los hombres armados eran solamente seiscientos. Es extraño que no acudiesen en su ayuda los demás, o al menos algunos, hermanos de la misma tribu. Poco espíritu comunitario hubo en la nación hasta mucho tiempo después de la llegada de Israel a Canaán. Parece ser, por el v. 21, que estos 600 hombres eran todos los que marcharon a asentarse allí, pues llevaron consigo sus respectivas familias, ganados y enseres. Al segundo día de su marcha llegaron al monte de Efraín, y vinieron hasta la casa de Micá (v. 13).
Versículos 14–26
Los danitas habían enviado espías para encontrar región donde morar. Ahora que habían explorado la región, los espías les comunican otro importante descubrimiento: Dónde había «dioses» (v. 14): «¿No sabéis que en estas casas hay efod y terafines, y una imagen tallada y chapeada, y toda clase de objetos de devoción, cuales no los tenemos en nuestro país? Mirad, por tanto, lo que habéis de hacer. Los hemos consultado, y hemos recibido de ellos buena respuesta; vale la pena tenerlos, y si podemos adueñarnos de estos dioses, podemos esperar el éxito y hacernos con la ciudad de Lais». Iban por buen camino en lo de desear que la presencia de Dios estuviese con ellos, pero se equivocaban miserablemente en tomar estas imágenes por señales de la presencia de Dios, cuando eran más apropiadas para ser juguetes de teatro guiñol, más bien que como objetos de verdadera devoción. Al estar tan lejos de Siló el lugar en que iban a residir, pensaron que necesitaban, más que Micá, una casa de dioses, pues Micá vivía más cerca de Siló. Una vez resueltos a llevarse los dioses, persuadieron al sacerdote a que se marchase con ellos y asustaron a Micá para que no intentase rescatar sus objetos de devoción.
I. Los cinco hombres que conocían la casa y los caminos que a ella conducían (y, especialmente, el santuario), fueron y tomaron las imágenes, con el efod, los terafines y demás enseres, mientras los 600 hombres de armas entrevistaban al sacerdote en la puerta (vv. 16–18). Véase aún cuán poco cuidado tenía este sacerdote de sus dioses, y cuán mal se pudieron defender estos dioses, pues ni siquiera impidieron ser robados. ¡Qué insensatos eran estos danitas! Querían tener dioses que fuesen delante de ellos, dioses no hechos por ellos, sino, lo que es igualmente malvado y estúpido, robados por ellos. Su idolatría comenzó por el robo, buen preludio para tal ópera. A fin de quebrantar el segundo mandamiento del Decálogo, comenzaron por el octavo, y se llevaron las posesiones del vecino para hacer de ellas sus dioses.
II. Puestos al habla con el sacerdote, le halagaron con la perspectiva de una promoción, no sólo para que permitiera que se llevasen los dioses, sino para que se fuera él también con ellos, pues sin él no sabían cómo usar los dioses bien. Obsérvese: 1. Cómo le tentaron (v. 19). Le ofrecieron un puesto mejor que el que tenía de momento. 2. Cómo le ganaron. No necesitaron mucho para persuadirle: Se alegró el corazón del sacerdote (v. 20). Como dice el obispo Hall, si bastaron diez siclos para ganarlo, once bastarían para perderlo, porque ¿quién puede retener a los que han hecho de su conciencia naufragio y bancarrota? El asalariado huye, porque es asalariado (Jn. 10:13).
III. Asustaron a Micá y le hicieron volverse a casa cuando salió en persecución de ellos para recuperar sus dioses. Se le unieron sus vecinos y persiguieron a los ladrones, quienes, al llevar por delante
sus niños y su ganado (v. 21), no podían escapar más aprisa. Los perseguidores les dieron voces, pero los que iban a retaguardia se volvieron y le preguntaron a Micá qué le pasaba (v. 23). Él respondió y apeló al derecho que tenía a poseer sus dioses y el sacerdote, pero ellos le intimidaron.
1. Él insistía en el perjuicio que le habían causado (v. 24): «Tomasteis mis dioses que yo hice y al sacerdote». ¡Qué insensatez fue llamar dioses a lo que él mismo había hecho, cuando sólo el que nos hizo merece ser adorado como Dios!
2. Pero ellos insistieron en que, si seguía gritando, lo iba a pasar mucho peor. No querían atender a razones ni hacerle justicia, ni siquiera estaban dispuestos a pagarle algo por el trabajo que se había tomado al hacer tales imágenes. Ni aun buenas palabras le dieron, sino que le amenazaron de muerte si no cesaba en sus reclamaciones (v. 25). Micá no tuvo el coraje suficiente para rescatar sus dioses a costa de su vida, tan baja era la opinión que tenía del poder de sus dioses para protegerle. Así que los cedió mansamente (v. 26). Si la pérdida de nuestros ídolos nos sanase del amor que les tenemos, ése será el día de nuestra ganancia (v. Is. 30:22).
Versículos 27–31
I. Conquista de Lais por los danitas. Ellos prosiguieron su marcha y, al no sufrir ningún percance, pensaron quizá que no habían hecho nada malo al quitarle a Micá sus dioses y su sacerdote. Hay muchos que hallan en su prosperidad una justificación de su impiedad. Nótese: 1. Cuán confiada y segura se creía la gente de Lais, con lo que resultaron fácil presa de un pequeño grupo de hombres que cayeron sobre ellos (v. 27). 2. Cuán completa fue la victoria que los danitas obtuvieron sobre Lais: Los hirieron a filo de espada y quemaron la parte de la ciudad que creyeron más apropiada para ser reedificada (vv. 27, 28). 3. Cuán bien se establecieron los conquistadores en la ciudad (vv. 28, 29). Al reedificar la ciudad, le pusieron el nombre de Dan, el padre de la tribu, para que les sirviese de testimonio de que, aun cuando estaban separados geográficamente de sus hermanos de tribu, eran, no obstante, danitas de nacimiento.
II. Inmediatamente se estableció allí la idolatría. Dios había cumplido benignamente su promesa de ponerlos en posesión de la heredad que les había tocado en suerte. Pero lo primero que hicieron después de establecerse allí fue quebrantar los estatutos de Dios: Levantaron para sí imagen de talla (v. 30), y atribuyeron perversamente al ídolo el éxito que habían tenido. Ahora aparece con todo detalle el nombre del levita que les servía de sacerdote: Jonatán hijo de Guersón, hijo de Manasés. Así dice el original hebreo, pero la letra n aparece en alto, como para dar a entender que los copistas la introdujeron ilegítimamente, y que no debe leerse Manasés, sino Moisés. El cambio se debió, sin duda alguna, a que los copistas creyeron indigno del gran Moisés el carácter de este degenerado levita. Pero no es la primera vez que salen nietos, y aun hijos, indignos de santos y prestigiosos antepasados. Esta corrupción duró todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Siló (v. 31). Esta expresión parece dar a entender que lo del cautiverio de la tierra, del v. 30, se refiere a la deportación del Arca (1 S. 4:11), en el siglo XI antes de C., más bien que a la deportación llevada a cabo por Tiglat-Peleser III de Asiria en 733–732 (v. 2 R. 15:29), sin que pueda negarse alguna probabilidad a la opinión que sostiene esto último. Sea como sea, puede verse por aquí cuán peligroso es ser poco precavidos en evitar una infección, pues las enfermedades espirituales no se curan tan prontamente como se contraen.
Los tres capítulos restantes de este libro contienen la historia terriblemente trágica de la perversidad de los hombres de Guibeá, respaldados por la tribu entera de Benjamín. Todas estas iniquidades, como la idolatría de los danitas y la inmoralidad de los benjaminitas, tuvieron lugar cuando no había ni rey ni juez en Israel (17:6; 18:1; 19:1; 21:5), y produjeron la apostasía general que vemos en 3:7. En el presente capítulo se nos refiere la historia de un levita y su concubina: I. La infidelidad de la concubina (vv. 1, 2). II. A pesar de ello, él se reconcilió con ella (v. 3). III. El padre de ella se alegró de ello y los trató muy
bien (vv. 4–9). IV. El abuso que de ella hicieron los hombres de Guibeá (vv. 10–28). V. El método que el levita usó para comunicar a todas las tribus la villanía cometida (vv. 29, 30).
Versículos 1–15
Este levita era del monte de Efraín (v. 1). A pesar de que a la mujer se la llama concubina, no parece ser que tuviera ninguna otra mujer.
I. La concubina de este levita se fue de él, no sabemos por qué causa, y le fue infiel, abandonándole (v. 2). La versión caldea dice solamente que se portó insolentemente con él o que lo menospreció; al resentirse él de ello, ella se fue a casa de su padre, a Belén de Judá donde fue bien recibida. Su padre tenía la obligación de reprenderla por haberse portado infielmente con el marido, pero no se nos dice que lo hiciera. La ruina de los hijos se debe muchas veces a la indulgencia de los padres.
II. El levita fue en busca de ella. El amor triunfó en él sobre el resentimiento y se tomó toda molestia necesaria para hablarle al corazón (lit.) y hacerla volver (v. 3). Una de las características de la sabiduría que es de arriba es ser llena de misericordia (Stg. 3:17). El contexto posterior muestra el arrepentimiento de la mujer.
III. El padre de ella le dio al levita la más cordial bienvenida:
1. Se alegró de verle y salió a recibirle gozoso (v. 4), y le trató generosamente durante tres días. El levita, para mostrar que estaba perfectamente reconciliado con ella, aceptó la amabilidad del suegro y no leemos que les reprendiese ni a él ni a la hija por la forma en que ésta se había portado. A todos les está bien, pero especialmente a los ministros del Señor, perdonar como Dios nos perdona. Todo parecía presagiar un futuro feliz en el recompuesto matrimonio.
2. El suegro estaba muy interesado en que ambos prolongaran allí la estancia, con lo que confirmaba la cordial bienvenida que había dispensado al yerno. El afecto que le tenía y el placer que sentía con su compañía procedían:
(A) De su condición civil de suegro del hombre, ya que le consideraba como miembro de la propia familia. Nótese que a los que se relacionan con nosotros por medio del matrimonio (suegros, yernos, cuñados, etc.) les debemos el amor y las obligaciones semejantes a las que debemos a quienes son carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos.
(B) De un piadoso respeto a la condición levítica del yerno, al ver en él a un ministro de la casa de Dios. Así que: (a) Le insta a que permanezca con él por tanto tiempo como pudiese. Pero el levita, aunque le trataban magníficamente, tenía urgencia por marcharse. El corazón de un hombre recto está donde se lo pide su oficio o su ministerio. Ceder a las comodidades o a la ociosidad es señal de que una persona tiene poco que hacer o muy pocas ganas de hacer lo que debe. (b) Le fuerza a que se quede allí hasta el atardecer del quinto día, lo cual, como se demostró después, fue una desconsideración (vv. 8, 9). Si hubiesen salido antes, habrían llegado a un lugar más apropiado para hospedarse que el que encontraron; incluso habrían podido llegar a Siló.
IV. A su regreso, se vieron forzados a buscar hospedaje en Guibeá, ciudad de la tribu de Benjamín, llamada después Guibeá de Saúl, que se halla junto al camino que lleva a Siló y al monte de Efraín. Al caer la tarde, no pudieron proseguir su viaje. El criado que llevaban les propuso que se hospedaran en Jebús (después Jerusalén), que se hallaba en manos de los jebuseos. Es muy probable que allí hubiesen encontrado mejor acogida que la que hallaron entre los benjaminitas. Los israelitas degenerados son peores y más peligrosos que los mismos cananeos. 2. Pero pasaron de Jebús y se detuvieron en Guibeá (vv. 13–15); allí se sentaron en plena calle, sin que nadie les ofreciera hospedaje. Este viajero, a pesar de ser levita (y Dios había mandado que se les tuviera especial consideración), halló en Guibeá muy fría acogida: No hubo quien los acogiese en casa (v. 15).
Versículos 16–21
Cuando el levita, su mujer y su criado comenzaban a temer que se tendrían que quedar a pasar la noche en plena calle (y les habría valido tanto como quedarse en un foso de leones), fueron invitados, por fin, a hospedarse en una casa. Se nos dice:
I. Quién fue el amable hombre que les invitó. 1. Era del monte de Efraín, y moraba como forastero en Guibeá (v. 16). Entre todas las tribus de Israel, la que mayor motivo tenía para portarse bien con los que iban de viaje era la de Benjamín, pues su antepasado había nacido en un camino, cuando su madre iba de viaje, y muy cerca de este lugar (Gn. 35:16, 17). Sin embargo, eran tan duros con este viajero en apuros, mientras que un compasivo efrainita había tenido piedad de él, más aún al enterarse de que era del monte de Efraín, como él. 2. Era un hombre ya mayor, alguien que había conservado algo de la virtud, casi ya fenecida, de un verdadero israelita. La nueva generación estaba enteramente corrompida; lo poco bueno que aún quedaba estaba en los ancianos, prontos a desaparecer. 3. Venía del campo al atardecer. Los demás estaban entregados a la ociosidad y a la lascivia; no es extraño que hubiese entre ellos tanta inmoralidad como en Sodoma, ya que había entre ellos la misma abundancia de haraganes que en Sodoma (Ez. 16:49).
II. Cuán generoso se mostró en su invitación. No aguardó a que ellos le rogasen, sino que les ofreció hospedaje antes de que se lo pidieran. Así es como nuestro buen Dios nos responde antes de que le llamemos. Una disposición caritativa espera solamente una oportunidad, no una importunidad, para hacer el bien, y está presta a socorrer al que ve necesitado, aun cuando no se lo pidan. El amor no está inclinado a desconfiar, sino que todo lo espera (1 Co. 13:7).
Versículos 22–30
I. La gran perversidad de los hombres de Guibeá. Estos malvados son llamados aquí perversos (lit. hijos de Belial), que aquí significa «hombres sin provecho»; es decir, libertinos e ingobernables, nunca dispuestos a someterse al yugo, hijos del diablo (pues él es Belial. 2 Co. 6:15), parecidos a Satanás y unidos a él en la rebelión contra Dios y contra su gobierno.
1. Estos malvados asaltaron con toda rudeza e insolencia la casa de este hombre honesto, tan pronto como llegó la noche, cuando este buen efrainita no sólo vivía pacíficamente entre ellos, sino que tenía allí una honesta casa y era para la ciudad una bendición grande y un conspicuo ornamento.
2. Sentían singular desprecio hacia los forasteros que estaban dentro de sus muros y que sólo deseaban hospedarse por una noche entre ellos, y violaban así las leyes de la hospitalidad, las cuales eran tenidas por sagradas en todos los países civilizados, como vino a recordarles el amo de la casa (v. 23).
3. Quisieron abusar del levita del modo más asqueroso y abominable (cuyo solo pensamiento debería llenarnos de horror y detestación): Saca al hombre que ha entrado en tu casa, para que lo conozcamos (v. Gn. 19:5). Ahora bien: (A) Éste fue el pecado de Sodoma, por lo cual es llamado sodomita. ¿De qué les servía tener el Arca de Dios en Siló, cuando tenían a Sodoma en la calle? ¿Qué provecho obtenían de llevar la ley de Dios en la franja del vestido, cuando llevaban al diablo en el centro del corazón? (B) Este era el castigo de su idolatría, pues de este pecado se deriva, más que todos los demás, el otro (v. Ro. 1:23–27). Les entregó Dios a esta vil afición, con la que se deshonraban a sí mismos, así como, por medio de la idolatría, le deshonraban a Él y cambiaban su gloria en vergüenza.
4. Se hicieron el sordo a los reproches y razonamientos del buen hombre, quien, al estar enterado de la historia de Lot (como podemos suponer), trató de imitar a Lot (vv. 23, 24; comp. con Gn. 19:6–8). Como Lot, también este hombre se extralimitó al ofrecerles su hija para que hiciesen de ella como les pareciese. No tenían autoridad para prostituir a su hija de este modo, pues no deben hacerse males para que resulten bienes. Pero, aun así, aquellos hombres no le quisieron oír (v. 25). Esta clase de pasiones son como el que se tapa los oídos para no oír; cauterizan la conciencia para hacerla insensible.
5. Se conformaron, por fin, con obtener la mujer del levita y abusaron de ella tan ferozmente, que la dejaron moribunda, retirándose únicamente cuando saciaron su pasión y temieron quizá que se les responsabilizara de la muerte de la mujer.
II. La noticia que de esta perversidad fue enviada a todas las tribus de Israel. Al amanecer, cuando el despuntar del alba ahuyentó a estos hijos de Belial y de las tinieblas (pues las tinieblas odian la luz), la
pobre mujer sólo tuvo fuerzas para arrastrarse hasta la puerta de la casa para caer allí muerta, donde la hallaron (vv. 26 27). Pronto se dio cuenta su marido de que estaba muerta (v. 28), por lo que tomó el cadáver y, en lugar de dirigirse a Siló, se puso en camino de su casa. No había rey ni juez a quien apelar en demanda de justicia. No le quedaba, pues, otro recurso que apelar al pueblo. A cada una de las tribus envió, como muestra palpable del crimen cometido, una parte del cadáver de su esposa, después de cortarlo con un cuchillo (v. 29). Todos cuantos vieron los pedazos del cadáver y supieron lo que había ocurrido, expresaron los mismos sentimientos sobre este asunto:
1. Que los hombres de Guibeá eran culpables de un crimen de singular perversidad, tal como nunca se había conocido en Israel (v. 30).
2. Que debía convocarse asamblea general en Israel para debatir lo que debía hacerse en orden a castigar esta perversidad como se merecía y poner así punto final a esta amenazante inundación de vil libertinaje, a fin de que la ira de Dios no se descargase por ello sobre toda la nación. Aquí tenemos las tres grandes normas por las que deberían regirse en todo asunto difícil cuantos se sientan en concejo: (A) «Considerad esto. Que cada uno se retire a ponderar el asunto con toda imparcialidad, seriedad y calma, sin prejuicios en contra, ni a favor, de ningún lado». (B) «Pedid consejo. Que traten el asunto con toda franqueza, y pida cada uno consejo a su vecino y compañero, para conocer su opinión y pesar bien sus razones.» (C) «Y decid lo que decidáis. Que cada uno exprese su decisión y de su voto de acuerdo con su conciencia.» En la multitud de tales consejeros, es de esperar que se hallen soluciones justas y resoluciones seguras.
Por triste que sea la historia narrada en este capítulo, ha de incluirse entre los anales de las guerras del Señor. Nada hallamos aquí que sirva de lustre ni de agrado, especialmente cuando consideramos que ocurrió no mucho después del glorioso establecimiento de Israel en la tierra de la promesa, época de la que cabría esperar solamente prosperidad y serenidad. Aquí tenemos, I. La convocación de todas las tribus para escuchar la causa del levita (vv. 1–7). II. La resolución unánime de ejecutar justicia contra los hombres de Guibeá (vv. 8–11). III. La reunión de los hombres de Benjamín para salir en defensa de los hombres de Guibeá (vv. 12–17). IV. La derrota de Israel en los dos primeros días de esta guerra (vv. 18–25). V. La humillación que se impusieron a sí mismos delante de Dios ante lo sucedido (vv. 26–28). VI. Y la derrota total que infligieron a los benjaminitas, mediante estratagemas, en la tercera y final acometida, en la que perecieron todos los hombres de Benjamín, excepto 600 (vv. 29–48).
Versículos 1–11
I. Asamblea general de toda la congregación de Israel, a fin de examinar el asunto concerniente a la concubina del levita y considerar lo que había de hacerse en este caso (vv. 1–2). Todos dieron su consentimiento, como un solo hombre, acerca de lo que había de hacerse, llevados de santo celo por el honor de Dios y de Israel.
1. El lugar de la reunión fue Mizpá. Allí se reunieron en la presencia de Dios, ya que aquel lugar caía tan cerca de Siló, que podemos suponer que el campamento de tan gran multitud se extendería desde Mizpá hasta Siló. Siló era una ciudad pequeña y, por ello, siempre que había asamblea general del pueblo para presentarse delante de Jehová, escogían Mizpá como cuartel general.
2. Allí se reunió todo Israel, desde Dan hasta Beerseba y la tierra de Galaad (es decir, las tribus del otro lado del Jordán). En esta asamblea general estaban presentes, como representantes de toda la nación, los jefes, que el hebreo llama literalmente pinnoth = piedras angulares, pues ése es el oficio de los jefes, para que todo el pueblo se mantenga fuertemente unido. Estaba cada uno al frente de sus respectivos regimientos, a la cabeza de los millares, los centenares, las cincuentenas y las decenas de soldados, sobre quienes presidían; ya que, no teniendo rey que hiciera de comandante en jefe, hemos de suponer que guardarían el mejor orden posible dentro del ámbito familiar, como lo habían observado para tomar la
común resolución. Así, pues, tuvieron: (A) Un congreso general de los estados para tomar consejo, y (B) una organización general de la milicia para pasar a la acción de los hombres de guerra, (vv. 2, 17).
II. La tribu de Benjamín se enteró de esta reunión (v. 3): Oyeron que los hijos de Israel habían subido a Mizpá. La noticia de esta reunión los endureció y exasperó, en lugar de estimularles a que reflexionaran y consideraran las cosas que pertenecían a su paz y a su honor.
III. El solemne examen que los reunidos llevaron a cabo acerca del crimen que habían cometido los hombres de Guibeá. El levita dio a conocer los detalles de la perversa acción y concluyó su informe con una apelación al juicio del tribunal (v. 7): «Todos vosotros sois hijos de Israel; dad aquí vuestro parecer y consejo, ya que sabéis la ley y el derecho» (Est. 1:13).
IV. Los reunidos decidieron no volver ninguno a su casa sin haber vengado antes en Guibeá el crimen cometido, el cual era una infamia y un escándalo para toda la nación. 1. Su celo contra el delito de lascivia que se había perpetrado, pues no quisieron volver a sus casas, por mucho que sus familias y sus negocios los necesitasen, mientras no quedase vindicado el honor de Dios y de Israel. 2. Su prudencia en enviar un considerable número de personas para que tomaran provisiones para el resto (vv. 9, 10). 3. La unanimidad de su resolución (v. 8): Todo el pueblo, como un solo hombre, se levantó. Su gloria y su fuerza estribaban en el hecho de que las diversas tribus tenían un interés común en lo que concernía al bien común.
Versículos 12–17
I. La justa demanda que las tribus de Israel, ya acampadas, hicieron a la tribu de Benjamín, de que entregara a la justicia los malhechores de Guibeá (vv. 12, 13). Los israelitas ardían en celo de vengar la maldad que se había cometido, pero era un celo discreto, pues pensaron que no tenían excusa en caer sobre la tribu de Benjamín, a no ser que los benjaminitas se hiciesen culpables rehusando entregar a los criminales.
II. La perversa obstinación de los hombres de Benjamín, quienes se mantuvieron tan celosos y unánimes en su resolución de tomar partido por los criminales como el resto de las tribus se habían mantenido en su resolución de castigarles; lo cual muestra el poco sentido que tenían de su honor, de su deber y de su interés. Tomaron a mal que las otras tribus se interfirieran en asuntos de su tribu; rehusaron cumplir con su deber, precisamente porque se lo exigían sus hermanos de otras tribus, por quienes no estaban dispuestos a ser enseñados ni gobernados.
III. Eran tan prodigiosamente presuntuosos y estaban tan envanecidos como para oponerse en el campo de batalla contra las fuerzas unidas de todas las demás tribus. ¿Cómo podían esperar tener éxito, cuando iban a luchar contra la justicia y, por tanto, contra el mismo Dios justo y contra los que tenían a su favor al sumo sacerdote y el oráculo divino? ¿Cómo iban a prosperar al actuar en manifiesta rebeldía contra la sagrada y suprema autoridad de la nación? Parece ser que confiaban en la habilidad de sus hombres, especialmente en aquellos 700 que eran tan diestros con la honda que tiraban una piedra a un cabello y no erraban (v. 16). Pero estos expertos honderos no podían tener éxito al respaldar una causa injusta.
Versículos 18–25
La derrota de los hombres de Israel en los dos primeros días de su lucha con los benjaminitas.
I. Antes de entablar la lucha, buscaron el consejo de Dios acerca del orden en que habían de presentar la batalla y recibieron de Dios contestación favorable; sin embargo, fueron batidos terriblemente. Todo el ejército puso sitio a Guibeá (v. 19), pero salieron los de Benjamín con un ímpetu tan inesperado que derribaron por tierra aquel día 22.000 hombres de los hijos de Israel (v. 21).
II. Antes de presentar batalla de nuevo, volvieron también a consultar a Dios, y esta vez lo hicieron con mayor solemnidad, pues lloraron delante de Jehová hasta la noche (v. 23). No preguntaron ahora
quién subiría primero, sino simplemente si volverían a pelear. Dios les permitió hacerlo, pues, aun cuando Benjamín era una tribu hermana, era, sin embargo, un miembro gangrenado del cuerpo de Israel y, por tanto, debía ser amputado. Con esta respuesta se animaron a pelear, quizá fiados en su superioridad numérica, más bien que en la comisión de Dios. Pero también esta segunda vez fueron derrotados y perdieron 18.000 hombres (v. 25). ¿Qué diremos a esto? ¿Por qué eran derrotados una y otra vez, cuando luchaban por una causa justa y con el beneplácito de Dios? ¿No estaban luchando las batallas de Dios contra el pecado? A esto hay que responder:
1. Los juicios de Dios son inescrutables, pero podemos estar seguros de su justicia, aunque no veamos las razones por las que obra de un modo determinado.
2. Dios quería enseñarles que no debían confiar en números. Si hubiesen consultado a Dios antes de hacer los preparativos para la guerra, quizá les habría indicado un método semejante al que usó Gedeón. Nunca hemos de conceder demasiado valor a un brazo de carne ni ponerle un peso que sólo la Roca de los siglos puede soportar (v. Jer. 17:5).
3. Dios deseaba, por este medio, corregir los pecados de Israel. Israel mostraba mucho celo contra la fechoría de Guibeá, pero ¿no tenían ellos muchos pecados contra su Dios? Algunos opinan que Dios les reprochaba el no haber mostrado el mismo celo contra la idolatría de Micá y de los danitas. Este principio constitutivo estaba del todo olvidado por Israel en esta ocasión, como lo ha sido, desgraciadamente, olvidado por la Iglesia de Dios en los tiempos actuales. «Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano», es un principio divino desde los primeros siglos. El olvidarlo es traer sobre nosotros mismos los juicios de Dios. El rey Jehú (2 R. 10) ejecutó un justo juicio en contra de la casa de Acab; sin embargo, el Señor le dijo: «De aquí a poco yo visitaré las sangres de Jizreel sobre la casa de Jehú, y haré cesar el reino de la casa de Israel» (Os. 1:4). ¿Por qué? Pues porque al hacerlo fue movido por el orgullo de su propio corazón, y, mientras tanto, se jactaba de ser celoso por el nombre y honor de Dios; por consiguiente, trajo sobre sí y su casa una ruina completa. Los reyes de Asiria y Babilonia fueron instrumentos de Dios para llevar a cabo el castigo merecido por Israel; pero se jactaron, y fueron quebrantados.
4. Dios quería enseñarnos con esto que no nos ha de extrañar el que una buena causa sufra reveses por algún tiempo, y que no hemos de juzgar del mérito de dicha causa por el éxito que tengamos al defenderla. El interés de la gracia en el corazón, y el de la religión en el mundo, pueden sufrir pérdidas y parecer derrotados pero, al final, Dios hará brillar la justicia en una completa victoria. Podemos ser vencidos en una batalla, pero no podemos perder la guerra.
Versículos 26–48
Relato de la completa victoria que los israelitas obtuvieron sobre los hombres de Benjamín en el tercer intento; por fin, triunfó la justicia.
I. Cómo se obtuvo la victoria. Había dos elementos en los que habían puesto demasiada confianza: la justicia de su causa y la superioridad numérica de sus fuerzas. Es cierto que la justicia y la fuerza estaban de parte de ellos, pero dependieron demasiado de estos dos factores y descuidaron algo que, por fin, descubrieron esta tercera vez.
1. Desde el principio dieron por garantizado que, siendo la causa justa, no necesitaban otra cosa para que Dios les bendijera. Sólo le preguntaron: primero, quién subiría antes; después, si subirían o no. En cambio, ahora imploraron el favor de Dios: oraron, ayunaron y ofrecieron sacrificios de holocaustos y ofrendas de paz (v. 26), para expiar sus pecados y reconocer su dependencia de Dios. Preparados de este modo, y habiendo buscado debidamente el rostro de Dios, no sólo les ordenó Dios que subieran, sino que les dio promesa segura de victoria: Subid, porque mañana yo os los entregaré (v. 28).
2. Anteriormente, habían confiado tanto en el número, que no se habían preocupado de la estrategia, con lo que un número menor de combatientes, pero mejor organizado y dirigido, había derrotado a una masa demasiado compacta e incapaz de maniobrar. Ahora, por fin, se percataban de que tenían que usar de estratagemas especiales, como si luchasen contra un ejército más numeroso: Y puso Israel emboscadas alrededor de Guibeá (v. 29). Esto es lo que habían hecho sus padres, bajo el mando de Josué, para la conquista de Hay (Jos. 8).
(A) Obsérvese el método que usaron. El grueso del ejército tomó posiciones frente a Guibeá, como lo había hecho antes (v. 30). Los de Benjamín salieron de Guibeá, para atacarles con la misma bravura que en días anteriores. Los sitiadores se retiraron precipitadamente, como si se les desfalleciera el corazón ante el ataque de los hombres de Benjamín. Pero, cuando todos los benjaminitas habían salido de la ciudad en persecución del enemigo, los emboscados acometieron a la ciudad (v. 37) y dieron señal al grueso del ejército (vv. 38, 40), con lo que los, al parecer, fugitivos se volvieron contra los de Benjamín (v. 41), mientras el grupo apostado en Baaltamar (v. 33) caía también contra los de Guibeá, con lo que los benjaminitas se vieron rodeados por todas partes y eso les llenó de consternación.
(B) Obsérvese también: (a) Que los benjaminitas, al comienzo de la batalla, estaban tan confiados como en los días anteriores. Dios permite, a veces, que los malvados se sientan exaltados en sus éxitos y en sus esperanzas, a fin de que su caída sea más dolorosa y humillante. Vemos aquí cuán poco les duró el regocijo, pues su triunfo duró sólo un par de días. (b) Que el mal les acechaba y ellos no se daban cuenta de ello (v. 34). (c) Que, aun cuando los hombres de Israel organizaron bien la batalla esta tercera vez la victoria es atribuida a Dios: Y derrotó Jehová a Benjamín delante de Israel (v. 35). Así es como los hijos de Israel pudieron acosar y hollar a los de Benjamín (vv. 43, 44).
II. Cómo se prosiguió la batalla y se completó la victoria en una expedición militar contra los malvados. 1. Primero fue destruida Guibeá, que había sido también la primera en el crimen. 2. El ejército de Benjamín fue completamente derrotado en el campo de batalla. 3. Los que habían escapado de la batalla, fueron perseguidos y destruidos en su huida. 4. Incluso los que se quedaron en casa no escaparon de la espada, lo cual fue una medida injusta y exagerada por parte de los vencedores. Así que toda la tribu de Benjamín fue destruida, con la sola excepción de 600 hombres que se refugiaron en la peña de Rimón, en la que permanecieron durante cuatro meses (v. 47).
III. De este lamentable asunto de Guibeá se nos habla dos veces en la profecía de Oseas, como de algo que fue el comienzo de la corrupción de Israel y como un mal modelo de todo lo que después se siguió: Llegaron hasta lo más bajo, como en los días de Guibeá (Os. 9:9). Desde los días de Guibeá has pecado, oh Israel; allí tomaron posiciones; ¿no los alcanzará la batalla en Guibeá a estos hijos de iniquidad? (Os. 10:9).
En el capítulo anterior hemos visto la ruina de la tribu de Benjamín. En el presente tenemos: I. La lamentación que Israel hizo por esa ruina (vv. 1–4, 6, 15). II. La provisión que hicieron para reconstruir la tribu, procurando esposas a los 600 hombres que habían escapado (vv. 5, 7–14, 16–25).
Versículos 1–15
I. El ardiente celo que los hombres de Israel habían expresado contra la perversidad de los hombres de Guibeá, de la que todos los hombres de Benjamín se habían hecho cómplices por su consentimiento.
1. Cuando se habían reunido en Mizpá, se habían ligado con voto de que ninguno había de dar su hija por mujer a los de Benjamín (v. 1). Esto fue jurado sin tener en cuenta la futura destrucción de toda la tribu, en lo que los de Israel se excedieron al matar también a las mujeres, a los niños y al ganado (20:48). Los trataron, pues como si fueran cananeos. 2. Igualmente se comprometieron a dar al anatema (hebreo jérem) la ciudad transjordánica de Jabés de Galaad, de la que nadie había acudido a la reunión de Mizpá (v. 8), pues los consideraban como cómplices de una villanía que afectaba a todos los hijos de Israel.
II. La profunda preocupación que sintieron los israelitas por la destrucción de la tribu de Benjamín, una vez consumada su ruina.
1. Tanto como había sido el enojo de Israel a causa del crimen de Benjamín, fue también su tristeza por la destrucción de la tribu: Se arrepintieron a causa de Benjamín su hermano (v. 6, v. también el v.
15). No se arrepintieron del celo que habían sentido contra el pecado, sino de las tristes consecuencias de lo que habían llevado a cabo, pues habían sembrado la destrucción más de lo justo y necesario. Habría sido bastante con matar a los que fueron hallados con las armas en la mano; pero no debieron matar a pacíficos pastores, a inermes mujeres y a niños inocentes. Nótese: (A) Que es posible un obrar excesivo en un buen obrar. Es menester tener sumo cuidado en el control de nuestro celo, no sea que lo que pareció sobrenatural en sus causas resulte antinatural en sus efectos. No es buena teología la que se sorbe la humanidad. Más de una guerra que comenzó bien termina mal. (B) Que incluso la justicia necesaria ha de ser ejecutada con compasión. Dios no se complace en el castigo, y los hombres no deberían complacerse tampoco en castigar. (C) Que las pasiones fuertes trabajan para tener que arrepentirse. Lo que decimos y hacemos en el ardor de la pasión, cuando se calman nuestros pensamientos desearíamos de ordinario no haberlo dicho o no haberlo hecho.
2. Cómo expresaron la preocupación que sentían. (A) Con su pesar por la destrucción llevada a cabo. Vinieron a la casa de Dios pues allá llevaban todas sus dudas, sus consultas, sus preocupaciones y sus pesares. Y dijeron: Cortada es hoy de Israel una tribu (v. 6). Benjamín se había convertido en Benoní, el hijo de la mano derecha, en el hijo de mi dolor. En su aflicción, edificaron un altar para expiar por su locura en la fiera persecución del enemigo y para implorar el favor divino en el aprieto presente. Todo lo que nos apesadumbra debería llevarnos a la presencia de Dios. (B) Con su amistoso tratado con los pobres refugiados en la peña de Rimón, a los que enviaron recado de paz (v. 13), asegurándoles así que no volverían a tratarles como a enemigos, sino que los recibirían como amigos. (C) Con el interés con que procuraron proveerles de esposas, para que su tribu pudiese ser reconstruida, y reparadas sus ruinas. Todas las cabezas se pusieron a trabajar para ver de hallar un medio apropiado para reconstruir la tribu sin faltar a los juramentos proferidos. Se hallaron en Jabés-Galaad 400 doncellas núbiles, y con ellas se casaron otros tantos de los benjaminitas que habían quedado (v. 14). Quizá la alianza así concertada entre Benjamín y Jabés de Galaad influyó más tarde en el interés que Saúl, benjaminita, sintió por dicho lugar (1 S. 11), aun cuando estaba habitado por nuevas familias.
Versículos 16–25
Método que se usó para proveer de esposas a los 200 restantes benjaminitas.
I. En los campos de Siló, todas las jóvenes de ese lugar salían a danzar en una fiesta solemne de Jehová (v. 19), probablemente la fiesta de los Tabernáculos, pues ésa era la única solemnidad en que a las doncellas judías se les permitía danzar; y eso, no tanto por recreo cuanto como expresión de regocijo santo, como cuando danzó David delante del Arca. La danza era modesta y casta. Sin embargo, al danzar en público se expusieron a ser fácil presa de los que tenían el propósito de raptarlas.
II. Los ancianos de Israel dieron permiso a los benjaminitas para que se emboscaran en las viñas y arrebatara cada uno mujer para sí de las hijas de Siló y se las llevaran a tierra de Benjamín (vv. 20, 21). Éste fue un caso extraordinario de arreglar matrimonios, pues al tomar esposa no tuvieron en cuenta si las jóvenes les amaban o no, ni si los padres darían su consentimiento. El caso se resolvió bien, pero no debe servir de precedente. Los matrimonios que se contraen deprisa ocasionan frecuentemente un tardío arrepentimiento. ¿Qué ventajas pueden esperarse de un contrato hecho con fraude o por la fuerza?
III. Hicieron todo lo posible para apaciguar a los padres de las jóvenes. El juramento con que se habían ligado de no dar a sus hijas a los benjaminitas es fácil que crease escrúpulos a los que tenían delicada la conciencia. La necesidad era urgente (v. 22): Hacednos la merced de concedérnoslas, pues que nosotros en la guerra no tomamos mujeres para todos. Parece como si ahora reconocieran que habían hecho mal en matar también a las mujeres, a la vez que deseaban expiar por el rigor de su voto de destrucción mediante la más favorable interpretación que pudieron hallar del voto de no dar sus hijas en casamiento a los benjaminitas.
IV. Finalmente, al término del libro tenemos: 1. La reconstrucción de la tribu de Benjamín. Los pocos que quedaron volvieron a su heredad (v. 23). Y, poco después, de esa tribu surgió Eúd, que fue famoso en su generación y el segundo juez de Israel (3:15). 2. La dispersión y licenciamiento del ejército de Israel (v. 24). No pretendían sostener un ejército permanente, ni hacer ninguna alteración ni nuevos estatutos en
su gobierno, sino que, tan pronto como fue cumplida la misión emprendida por todos, se marcharon tranquilamente en la paz de Dios, cada uno a su heredad. El versículo final nos advierte una vez más que en aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía. Queda así señalada la causa principal de los desastres de todo orden que se sucedieron en este azaroso período de la historia de Israel.