El relato que tenemos de la apostasía de Salomón hacia el fin de su reinado (1 R. 11:1) es la parte trágica de su historia. Podemos suponer que escribió Proverbios en su juventud, mientras conservaba su integridad, y que redactó su Eclesiastés cuando ya era viejo y, por la gracia de Dios, se había recobrado de su apostasía (es posible, pero la Biblia no menciona tal recuperación, nota del traductor). Del libro podemos decir:
I. Que es un sermón escrito; el texto es: «Vanidad de vanidades; todo es vanidad» (1:2). Esta es la enseñanza primordial, demostrada ampliamente con muchos argumentos, con la respuesta a diversas objeciones y con la exhortación final, por vía de aplicación personal, a temer a Dios y a guardar sus mandamientos. Hay en este libro muchas cosas oscuras y difíciles de entender, y algunas que los hombres tuercen para su propia perdición (2 P. 3:16) por no saber distinguir entre los argumentos de Salomón y las objeciones de los ateos; pero aquí hay suficiente materia para convencernos de la vanidad del mundo, pues nada de él puede proporcionamos la felicidad, de la vileza del pecado, pues tiende directamente a hacernos miserables, y de la sabiduría que entraña la religión verdadera, con la sólida satisfacción que se halla en el cumplimiento de nuestros deberes hacia Dios y los hombres. Es de notar, nota del traductor, ya desde ahora, la frecuencia con que se repite la frase «debajo del sol» (ya desde 1:3), lo cual nos da, en cierto modo, la clave para interpretar todo el libro, que trata, no de cosas celestiales, sino terrenales.
II. Es un sermón penitencial, como de retractación, en que el autor lamenta con tristeza su propia necedad al prometerse satisfacción en las cosas de este mundo, incluidos los placeres prohibidos del pecado, los que ahora halla más amargos que la muerte. Su caída es una prueba de la debilidad de la naturaleza humana, aun en el hombre más sabio, como fue Salomón, el cual, sin embargo, hizo el necio tan egregiamente. Y si el sabio no debe glorificarse en su sabiduría, mucho menos debe gloriarse el rico en sus riquezas, pues a Salomón le hicieron mucho más daño que a Job su pobreza. En cambio, su recuperación (si efectivamente se dio) es una prueba del poder de la gracia de Dios al traer de vuelta hacia Dios a quien tan lejos se había apartado de Él.
III. Es un sermón muy práctico y provechoso. Parece como si Salomón, ya arrepentido de sus pecados, resolviese, como su padre, enseñar a los transgresores los caminos de Dios (Sal. 51:13). El error fundamental de los hombres es el mismo de nuestros primeros padres, que esperaban ser como dioses mediante lo que parece bueno para comer, agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría (Gn. 3:6). Ahora bien, el objetivo de este libro es mostrar que eso es un grave error, que nuestra felicidad no consiste en ser como dioses para nosotros mismos, al tener todo lo que queremos y al hacer lo que nos viene en gana, sino en hacer que el que nos creó sea para nosotros Dios. Salomón asegura, al final del libro, que temer a Dios y guardar sus mandamientos es el todo del hombre. Muestra la vanidad de las cosas en que los hombres suelen poner su felicidad, como es la erudición, la política, los placeres de los sentidos, el honor, el poder y las riquezas. También prescribe remedios. Aunque no podemos curarnos de su vanidad, podemos evitar los problemas que pueden ocasionarnos, si nos mantenemos desligados de ellos, si no esperamos de ellos lo que no pueden dar, si nos guiamos por la ley de Dios y nos sometemos a la voluntad de Dios, especialmente al recordar a Dios en los años de nuestra juventud y continuar en su temor y servicio durante todos los días de nuestra vida.
En este capítulo tenemos: I. La inscripción del libro (v. 1). II. El principio doctrinal general de la vanidad de las criaturas expuesto (v. 2) y explicado (v. 3). III. La prueba de esta doctrina, sacada: 1. De la brevedad de la vida humana (v. 4). 2. De la naturaleza inestable de todas las criaturas y del perpetuo flujo y reflujo que hay en el sol, el viento y el agua (vv. 5–7). 3. Del constante fastidio que le dan al hombre (v. 8). 4. De la constante repetición de lo mismo, con lo que se muestra que no hay nada perfectamente acabado (vv. 9, 10). 5. Del olvido al que todas las cosas están abocadas (v. 11). IV. El primer ejemplo de la vanidad del conocimiento de los hombres. 1. La prueba a que Salomón los sometió (vv. 12, 13, 16, 17).
2. El juicio que pronunció de que todo es vanidad (v. 14). No hay satisfacción en ello (v. 18). Y, si todo ello es futilidad y afán de viento, todas las demás cosas de este mundo, al ser inferiores en dignidad y valor, deben de serlo también.
Versículos 1–3
I. Una referencia al redactor de este libro: Fue Salomón, pues ningún otro hijo de David fue rey de Jerusalén, pero él oculta su nombre, que significa pacífico, porque, a causa de su pecado, atrajo sobre sí y sobre su reino graves problemas y quebrantó su paz con Dios; por lo cual no fue ya digno de tal nombre. Parodiando a Noemí, pudo decir: No me llaméis Salomón, llamadme Mara, pues en lugar de paz tuve gran amargura. Se llama a sí mismo:
1. Kohélet, epíteto que describe su actual función, pues el vocablo hebreo significa el que convoca una reunión y habla en medio de la asamblea. En cierto modo, es un predicador, y así se suele interpretar el titulo del libro mismo, junto con el del redactor. Si Salomón redactó este libro en la vejez, desengañado y arrepentido de su apostasía (según opinan muchos), está aquí reuniendo y predicando a otros que hayan podido extraviarse como él se extravió. Esta comisión que Dios le dio era ya un tácito perdón de Dios. Cristo expresó suficientemente su perdón a Pedro al encomendarle el pastoreo de sus ovejas y de sus corderos.
2. Hijo de David. Al mencionar este detalle, es como si tuviese por una circunstancia agravante de su pecado el haber tenido tal padre. Por otra parte, el ser hijo de David le animó a arrepentirse y esperar misericordia, pues también David había caído en pecado, pero se había arrepentido y de él tomó ejemplo su hijo para hallar misericordia como la había hallado su padre.
3. Rey de Jerusalén. Dios había hecho mucho por él al elevarlo al trono de Israel, pero él se había portado muy mal con Dios. Ahora, no le pareció rebajarse al tomar el oficio de predicador, al ser rey; en realidad, el pueblo le consideraría tanto más como a predicador cuanto que era también su rey.
II. El objetivo general del libro es instruir a los lectores, sobre la vanidad de todas las cosas de este mundo y, por tanto, lo poco que de ellas hemos de esperar. En efecto, muestra:
1. Que todas ellas son vanidad (v. 2), no en el sentido de vanagloria, como actualmente suele entenderse, sino de vaciedad o futilidad. No dice que todo es vano, sino que es vanidad, como si fuese algo que constituye la esencia misma de cada cosa, como una propiedad inalienable de todas las cosas de este mundo. Más aún, dice que son vanidad de vanidades, es decir, una vaciedad (lit. soplo) superlativa. Hay muchos que hablan del mundo con desprecio: ermitaños, que no lo conocen, o mendigos, que no lo tienen; pero Salomón lo conoció bien (1 R. 4:33) y lo tuvo en abundancia. Hablaba aquí en nombre de Dios, divinamente inspirado, y lo presenta como principio fundamental sobre el que ha de basarse la necesidad de ser verdaderamente religioso, temiendo a Dios y guardando sus mandamientos. Algo también importante que aquí nos quiso enseñar es que el trono y el reino eternos deben proceder de otro mundo, pues todas las cosas de este mundo están sujetas a vanidad y, por tanto, no tienen en sí mismas la suficiente calidad para corresponder a tal promesa.
2. Que son insuficientes para hacernos felices (v. 3): «¿Qué provecho saca el hombre de toda su fatiga, etc.?» Los quehaceres de este mundo son fatiga; el vocablo hebreo indica un trabajo duro y fatigoso. En Proverbios 14:23, había dicho Salomón que en toda labor hay fruto. Sin embargo, aquí dice, con esa pregunta retórica, que no hay provecho. Es de notar, en primer lugar, que los vocablos hebreos no son los mismos de Proverbios 14:23. Allí, la enseñanza es que todo trabajo útil proporciona algún fruto al que trabaja, y come el pan con el sudor de su frente (Gn. 3:19). Aquí, en cambio, habla de algo que no es suficiente para hacer feliz al hombre. El contexto y el objetivo de la frase son, pues, diferentes. Diez veces ocurre en este libro el vocablo «provecho». Y, a continuación, viene la frase clave del libro: «debajo del sol», que aparece en el libro veintinueve veces y expresa el escenario terrestre de todas las actividades y vicisitudes humanas.
Versículos 4–8
Para demostrar la futilidad de todas la cosas terrestres, Salomón muestra ahora que el tiempo en que podemos gozar de todas estas cosas es muy breve.
Entra en escena una generación y sale de escena la generación anterior. Y mientras la corriente de la humanidad fluye sin cesar, ¡cuán breve es el goce que puede proporcionar una gota de esa corriente que se desliza por entre los deliciosos bancales! Bien podemos dar a Dios la gloria de la constante sucesión de las generaciones, pero, en cuanto a nuestra dicha y felicidad, no esperemos gran cosa de tan estrechos límites, sino pongamos nuestra esperanza en lo que es eterno y sustancial. La misma monótona mutabilidad de las generaciones humanas aparece también en el sol (v. 5), el viento (v. 6) y el agua (v. 7); recorren su ciclo una y otra vez sin cesar, pero al hombre individual no le cabe esta suerte: el hombre yace y no vuelve a levantarse (Job 14:12). El versículo 8 expresa, de modo general y compendioso esta, al parecer, inútil movilidad de todas las cosas, movilidad que el poder de la palabra humana es incapaz de expresar y que, por su inconsistencia, no puede satisfacer al ojo ni al oído del hombre: ni la mente ni el sentido tienen dónde reposar.
Versículos 9–11
La misma monotonía que había visto en el curso de la naturaleza, la ve el Kohélet en el curso de la vida humana. Nosotros (especialmente en los dos últimos siglos XIX y XX, nota del traductor) nos jactamos de nuevas modas, nuevas hipótesis, nuevos métodos, nuevos inventos. Pero todo ello es una equivocación.
Lo mismo que en el reino de la naturaleza, ¿qué podemos decir que sea nuevo en la vida humana? El corazón del hombre, sus múltiples corrupciones, siempre son lo mismo. Taciano el asirio, al mostrar a los griegos que todas las artes de las que ellos se gloriaban debían, en realidad, su origen a las naciones que ellos llamaban bárbaras, les dice: «No llaméis invenciones a lo que no son sino imitaciones». Tampoco podemos esperar que el mundo se porte con nosotros de diferente manera de la que adoptó con nuestros antecesores. Si realmente queremos ver nuevas cosas, debemos adquirir una nueva naturaleza; entonces es cuando las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas (2 Co. 5:17).
Muchos piensan que ya es una gran satisfacción el que sus nombres sean perpetuados y que la posteridad celebre las grandes hazañas que llevaron a cabo. Pero hubo en todos los tiempos cosas y personas que parecían muy grandes a los que vivían entonces y, sin embargo, no hay recuerdo (v. 11) de todo ello.
Versículos 12–18
El autor se refiere ahora a su propia experiencia personal.
1. Salomón nos dice aquí la investigación que emprendió para, por medio de la sabiduría, descubrir si había algo que pudiese procurar satisfacción permanente durante esta vida. Era rey sobre Israel en Jerusalén; por tanto, estaba en situación privilegiada para emprender esta investigación. Su honor y sus inmensas riquezas le capacitaron para hacer de Jerusalén un emporio de cultura y lugar de encuentro para toda persona sabia y erudita. Aunque no necesitaba de darse a quehaceres penosos para vivir, se entregó a ese penoso trabajo (v. 13), sin desanimarse por las dificultades ni asustarse ante los abismos que tal tarea puede ir descubriendo. Y esto no lo hizo únicamente para satisfacer su curiosidad científica, sino para servir mejor a Dios y a su generación, y para experimentar hasta qué grado el aumento de los conocimientos podía contribuir al reposo de la mente y al descanso del corazón. Examinó, pues, todo (v. 14) lo que se hacía debajo del sol. Nadie mejor que él pudo sacar las consecuencias de esta investigación, puesto que, además de poseer más sabiduría que ningún otro de sus coetáneos o de los que le precedieron, disponía de todos los recursos financieros para llevar a cabo esa tarea.
2. ¿Cuál fue la conclusión que dedujo de toda su investigación? Concisamente la expresa al final del versículo 14: «Todo ello es futilidad y afán de viento». Después de entregarse a tan penoso trabajo (v. 13), ¡qué desilusión! Cuanto más vemos de las cosas de este mundo, tanto mayor es el desasosiego que nos causan. Heráclito decía que sólo se las podía contemplar con los ojos llenos de lágrimas. Esto es lo que Salomón viene a expresar en forma poética en el versículo 15, al ver que lo torcido no puede enderezarse y lo incompleto no puede enumerarse. ¡Ni él daba con la clave para remediar tales entuertos! Ni su posición, ni su sabiduría, ni su poder eran bastantes para corregir las muchas imperfecciones y corrupciones que hallaba en su reino. Todas las filosofías y todos los sistemas políticos del mundo son incapaces de corregir la corrompida naturaleza del hombre. Aun en nosotros mismos, cuanto más sabemos, mejor conocemos nuestra ignorancia. «Sólo sé que nada sé», decía Sócrates (comp. con 1 Co. 8:2). No es sólo la propia ignorancia lo que se descubre por medio de la sabiduría, sino que cuanto más sabemos, mayor es, con el desengaño, el dolor de corazón (v. 18): Porque en la mucha sabiduría hay mucha pesadumbre; y quien añade conocimiento, añade pena. En cambio, la verdadera dicha, la vida verdadera, se consigue conociendo a Dios y a su enviado Jesucristo (Jn. 17:3).
Después de expresar su desilusión por no haber hallado en la búsqueda de la sabiduría la satisfacción que buscaba, Salomón ahora, I. Muestra que tampoco ha de buscarse la felicidad en los deleites de los sentidos (vv. 1–11). II. Reconsidera la sabiduría y llega a admitir su excelencia y utilidad, pero la ve insuficiente para procurar a un hombre la dicha (vv. 12–16). III. Inquiere hasta qué punto podrá la riqueza proporcionar felicidad y concluye, por su propia experiencia, que quienes ponen en ella el corazón, hallarán que es también futilidad y afán de viento (vv. 17–23) y que, si de ella se ha de sacar algún provecho, sólo lo podrán obtener quienes no tengan el corazón apegado a ella (vv. 24–26).
Versículos 1–11
En su búsqueda de la felicidad, Salomón pasa ahora de su oficina de estudio, donde en vano había buscado la dicha, al parque de su jardín, y cambia la compañía de los filósofos por la de los músicos y las concubinas, por ver si aquí podía encontrar satisfacción verdadera y duradera. Con eso, da un paso hacia abajo, y desciende de los nobles placeres del intelecto a los brutales del sentido.
1. Resuelve probar lo que pueden dar de sí la alegría y el jolgorio (v. 2): «… Ven ahora», una llamada a actuar, que hallamos también en Is. 1:18, pero con muy distinto objetivo. «Gozar de bienes» (lit. mirar a lo bueno) es participar en las disipaciones de los disolutos, precisamente de los que no se guían por la sabiduría. Esta alegría, a la que después equipara con la locura (v. 2), no es la carnalidad del bruto, pero tampoco la alegría seria del científico descubridor, sino la del payaso ingenioso, que a veces se halla en gente pobre y hasta, de suyo, melancólica. En inglés, nota del traductor, hay un proverbio que se aproxima algún tanto al nuestro que dice: «Cuando el español canta, o rabia o no tiene blanca». Y hay quien ha distinguido al hombre del bruto, no sólo por ser animal racional, sino también por ser animal que ríe, pues los brutos animales saben llorar, pero no reír. El buen humor es conveniente con moderación, pues ayuda a suavizar las fatigas del trabajo y las dificultades de las relaciones con el prójimo, pero si es excesivo y fuera de tono se vuelve necio y sin provecho.
2. Al verse incapaz de hallar la dicha mediante lo que place al ingenio, resolvió probar luego lo que puede satisfacer al paladar (v. 3): Darse al placer de la bebida, pero sin perder el seso, de forma que, mientras iba tras el desvarío (lo opuesto a la cordura), mantenía la mente clara a fin de experimentar en sí mismo esa, al parecer, felicidad que alcanzan los bebedores al ponerse alegres, pero sin dar tumbos ni provocar reyertas. Resolvió, pues, darse a la bebida, pero teniendo las riendas del desvarío, en vez de dejarse dominar por él, a fin de ser así el juez imparcial del experimento. Pero también esto era futilidad, vaciedad, pues el vino es escarnecedor y, por eso, resulta punto menos que imposible, respecto del vino y del licor, decir: «Hasta aquí llegaré, y de aquí no pasaré».
3. Al ver lo poco que podía conseguir del vino, trató de hallar en diversiones lo que buscaba:
(A) Se dedicó a construir casas, huertos y jardines, así como estanques para regar los parques (vv. 4– 6). De los edificios de Salomón leemos en 1 Reyes 9:15–19, y todos eran grandes. Es cierto que, con esto, daba trabajo y ganancia a los pobres y hacía bien al país, pero su error estaba en confundir las grandes obras con las buenas obras; es la misma equivocación que sufren muchos.
(B) Para construir grandes obras necesitaba muchas manos; por eso, compró siervos y siervas, además de los nacidos en su casa (v. 7), que además de ser empleados en la construcción y en la agricultura, le cuidasen también el numeroso ganado que poseía, como también lo había poseído su padre (v. 1 Cr. 27:29, 31).
(C) Como disponía de grandes riquezas y tenía, sin duda, buen gusto para la música, se hizo con un buen orfeón de cantores y cantoras, y quizás, con una orquesta, según interpretan algunos la última frase del versículo 8. Sin embargo la frase dice literalmente «concubina y concubinas», es decir, un harén de concubinas (comp. con Jue. 5:30, donde dice literalmente: «una doncella, dos doncellas»; es decir, varias).
(D) En resumen (vv. 9, 10), alcanzó las cotas más altas en cuanto a poder y sabiduría, así como en cuanto a gozar de todo lo que le vino en gana, sin dejar nada por probar: «No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan ni aparté mi corazón de placer alguno …». ¡El sueño de Epicuro! La segunda parte del versículo 10 da claramente a entender que sacó de todos los placeres las agradables sensaciones que deseaba. Nadie como él estuvo en condiciones de sacarle a esta vida todo el jugo que se le pueda extraer.
(E) Cuando, después de haber experimentado todo lo experimentable en este mundo, se puso a reflexionar seriamente sobre el sentido de todo ello, su conclusión no pudo ser más pesimista (v. 11b):
«Hete aquí que todo era futilidad y afán de viento y ningún provecho debajo del sol». Nada, absolutamente nada, había podido llenar el vacío de su corazón.
Versículos 12–16
Después de afirmar que ni la sabiduría ni el desvarío pueden darle al hombre la felicidad, Salomón hace ahora una comparación entre la cordura y la necedad, cosa que no había hecho hasta ahora.
1. Se volvió a mirar (v. 12. El verbo es el mismo con que se encabeza el v. 11) la sabiduría, los desvaríos y la necedad. El resto de dicho versículo es difícil de traducir literalmente, pero el sentido claro es como sigue: «Si yo, el rey, con todas las ventajas de mi parte, saqué esta conclusión de mis experiencias, ¿qué provecho sacará cualquier otro sujeto en repetir mi experiencia? ¡Ninguno! Le volverá a suceder algo parecido, pero no mejor».
2. Lo que sí sacó en limpio es que, después de todo, es preferible ser cuerdo a ser necio (v. 13), pues el sabio, prudente, cuerdo, tiene sus ojos en la frente (v. 14), es decir, ve lo que tiene delante y sabe cómo alcanzar sus objetivos por la ruta más directa, mientras que el necio va a ciegas por el camino de la vida.
3. Sin embargo, en las cosas más importantes que buscaba, vio que el sabio le lleva poca ventaja al necio, pues ninguno de ellos puede alcanzar la felicidad en las cosas de este mundo y, lo que es peor, tanto el sabio como el necio acaban de la misma forma. Las mismas enfermedades aquejan a uno y a otro, la misma espada puede acabar con la vida del uno y del otro (vv. 14b, 15). Ambos son olvidados después de haber pasado a una misma muerte (v. 16). Son los nombres de los justos, no los de los sabios, los que están escritos para siempre en el cielo, donde brillarán como estrellas. Así que hay una tremenda diferencia entre la muerte de un justo y la de un malvado, pero no entre la de un sabio y la de un necio.
Versículos 17–26
Para hallar la felicidad, Salomón se dedicó primero a la vida contemplativa; luego, a la vida disoluta y, finalmente, a la vida activa. Pero en ninguna halló satisfacción verdadera y duradera (v. 17): «… debajo del sol … todo es futilidad y afán de viento».
1. Todos sus quehaceres fueron sobre cosas de este mundo, aun los que desempeñaba como rey; trabajo para la comida que perece (Jn. 6:27. También Is. 55:2), aun siendo un trabajo con sabiduría, conocimiento y rectitud (v. 21); trabajo en que Salomón mostró su sabiduría (vv. 19, 20), algo que todos desearían poseer, más que ninguna otra cosa, en la tarea de llevar sus negocios por buen camino.
2. Llegó a aborrecer, no sólo todo el trabajo (v. 18) que se había tomado, sino su misma vida (v. 17). Este aborrecimiento no era el santo odio que consiste en amar a Dios por encima de todo lo demás (Lc. 14:26), aunque tampoco el pecaminoso odio que consiste en aborrecer el lugar y el puesto en que Dios nos ha colocado en este mundo, sino una especie de hastío natural de las cosas, surgido del desencanto que su disfrute nos ha causado. La desilusión que las cosas de este mundo nos producen debería conducirnos a la esperanza que no avergüenza (Ro. 5:5).
3. Dos cosas le habían hecho concebir tal aborrecimiento: (A) El trabajo que había tomado a pechos le resultaba fastidioso (v. 17). Veía en él una ocupación penosa y sin provecho (vv. 22–23). Ni goza de la vida de día, ni reposa del trabajo por la noche. Por aquí se ve la necedad de los que se olvidan de Dios y se afanan únicamente por las cosas de esta vida; sólo sacan fatigas sin provecho. (B) Todas las ganancias de sus fatigosos trabajos habían de ser para otros. A una persona piadosa le preocupa muy poco la forma en que otros han de disfrutar de lo que ella haya ganado honradamente. Pero el caso de Salomón, debajo del sol, era muy diferente: Había de dejar el cuidado y la responsabilidad de todo lo que había trabajado al hombre que le había de suceder en el trono (v. 18). No cabe duda de que, mucho antes de ahora, conocía bien la necedad de su hijo y sucesor Roboam.
Lo mejor que se puede hacer, pues, con las riquezas de este mundo es usarlas con alegría y hacer el bien con ellas. Con esto concluye este capítulo (vv. 24–26). Esta porción encabeza toda una serie de lugares (3:12, 13, 22; 5:18, 19; 8:15; 9:7–9) que, con éste, muestran claramente que la religión verdadera no está reñida con la alegría y los goces honestos de la vida. Jesús mismo adoptó este programa hasta ser tildado de «comilón y bebedor». La manera de rescatar esta vida de la futilidad y del afán de viento, es disfrutar honestamente de todo lo bueno que Dios ha creado para bien del hombre. El ascetismo oriental es de base platónica, no cristiana. Pero también está lejos del sensual hedonismo de los epicúreos, cuya frase «comamos y bebamos, que mañana moriremos», repetida por los necios y malvados israelitas (Is. 22:13) en vísperas de la espantosa ruina de Jerusalén, dista muchísimo de la doctrina aquí enseñada por el Predicador (comp. también 1 Co. 15:32), ya que, (A) Aquí no se trata de desenfreno lindante con el desespero, sino del honesto disfrute de los bienes de esta vida; (B) aquí se considera como venido de la mano de Dios (v. 24), no como incentivo del placer sensual; (C) Salomón advierte (12:14) que de todo se ha de dar cuenta a Dios; está, pues, lejos de la permisividad y del libertinaje tan en boga en todas las épocas de decadencia moral y social. El Apóstol Pablo lo condensó en una breve frase: «Gran fuente de ganancia es la piedad, acompañada de contentamiento» (1 Ti. 6:6).
Después de mostrar la vanidad de las investigaciones eruditas, de los placeres epicúreos y del afán por acumular tesoros, etc., que se han de dejar a otros, y que no hay mejor cosa, debajo del sol, que disfrutar de la vida como un don de Dios, Salomón pasa ahora a demostrar la tesis expuesta en los últimos
vv. del cap. precedente, y muestra: I. La mutabilidad de todos los asuntos humanos (vv. 1–10); II. La inmutabilidad de los decretos divinos (vv. 11–15); III. La vanidad de los honores y poderes mundanos (v. 16). Como reproche a los orgullosos opresores y para mostrar cuán vanos son, les recuerda: 1. Que tendrán que dar cuenta a Dios (v. 17); 2. Que su condición, en lo que respecta a este mundo, no es mejor que la de los brutos animales (vv. 18–21).
Versículos 1–10
Vivimos en un mundo siempre cambiante. Los sucesos de cada día, así como las condiciones de la vida humana, difieren grandemente y estamos constantemente pasando y volviendo a pasar de un estado a otro. En la rueda de la naturaleza o curso de la existencia de que habla Santiago (Stg. 3:6), hallamos toda clase de altibajos de los que está llena la ambigüedad de la existencia humana; para soportarlos bien, es preciso armarse de ecuanimidad, paz de conciencia y humilde dependencia de la providencia de Dios.
1. Una verdad de tipo general: «Todo tiene su tiempo» (v. 1). Aun las cosas y actividades que parecen ser contradictorias pueden, al cambiar las circunstancias, ser oportunas, es decir, hallar su conveniencia de tiempo y lugar.
2. Algunos de estos cambios se deben únicamente a la mano de Dios; otros dependen de la voluntad del hombre. En el cielo hay movimiento sin cambio, pero bajo el sol todo cambia. El Predicador comienza por los dos sucesos entre los que discurre, como entrecomillada, la vida del hombre sobre la tierra: Nacer y morir, como ocurre en el mundo de la naturaleza: sembrar y segar (v. 2). Matar y curar (dar vida) son prerrogativas de Dios (v. 3), aunque, por delegación expresa suya (Gn. 9:6), los magistrados pueden imponer la pena de muerte en caso de asesinato. Como al individuo humano, así le ocurre a la casa donde vive (v. 3b). La adversidad o la prosperidad (v. 4) ocasionan distintas condiciones de ánimo; ejemplos típicos son (v. 4b) la muerte o la boda, respectivamente, de algún pariente o amigo íntimo. En consonancia con el paralelismo de sinonimia, claramente perceptible entre las dos frases de cada versículo, es muy probable la interpretación rabínica del versículo quinto en sentido sexual; para la segunda parte del mismo versículo véase Proverbios 5:20; Joel 2:16; 1 Corintios 7:3–5. El versículo 6 es claro. El versículo 7 se refiere a rasgar los vestidos como señal de duelo y volverlos a coser cuando se pasó ya el luto; para la segunda parte del versículo compárese Levítico 10:3; Job 2:12 y siguientes. El versículo 8 muestra, primero en los individuos, después entre las naciones, sentimientos opuestos de amistad y enemistad que, con mucha frecuencia se deben a causas ajenas a las partes en discordia.
3. Como conclusión a esta galería de vicisitudes humanas, ajenas tantas veces a la voluntad del hombre, el Predicador pregunta (v. 9): «¿Qué provecho saca el que trabaja, de aquello en que se afana?» La respuesta, como en 1:3, es: «Ninguno». El versículo 10 repite la idea de 1:13, pero con una notable diferencia: Aquí no se añade el adjetivo penoso al trabajo que Dios ha dado al hombre para que se ocupe en él; por eso, está en lo cierto la interpretación rabínica que conecta el versículo 10 con el 11, arrojando alguna luz a un difícil versículo.
Versículos 11–15
Salomón muestra ahora la mano de Dios en todos los cambios que ha mencionado anteriormente.
1. Si sabemos adoptar una actitud positiva y tomar lo mejor de lo que hay al alcance de nuestra mano, podremos percatarnos de que, frente a las diversas, y aun opuestas, vicisitudes de la vida, Dios ha dado a los hombres una tarea interesante (v. 10) en un mundo que Dios creó hermoso, bueno en gran manera (Gn. 1:31); todo es hermoso en su sazón. Al invierno le conviene el frío, tanto como el calor al verano; la noche, como el día, tiene sus encantos. No sólo en la creación material, sino también en los designios de la Providencia, se percibe una maravillosa armonía. La insatisfacción del hombre proviene, en realidad, de su incapacidad para contemplar el todo en su perspectiva; los muchos árboles le impiden percibir el bosque en toda su belleza.
2. Es precisamente esta belleza del Universo creado, tan vasto en su extensión, tan misterioso en su profundidad, lo que hace imposible al hombre descubrir en su totalidad (v. 11b. Eso es lo que significa «desde el principio hasta el fin». comp. 10:13) la obra que ha hecho Dios. Dios sigue en su obra; y el hombre, contempla lo que Dios hizo y hace. Mientras el cuadro no se acabe de pintar y mientras el edificio no se acabe de construir no vemos toda la belleza que encierran. No la podremos ver en este mundo, debajo del sol.
3. Es dentro de este contexto, tanto el remoto del libro con su frase clave «debajo del sol», como el próximo, anterior y posterior, de la difícil frase intermedia (hebreo, gam el-haolam natán blibam), donde ha de buscarse la interpretación adecuada del término haolam. Digamos, de entrada, que ha es el artículo determinativo; olam proviene de una raíz que significa «ocultar»; para el pensamiento judío (semita, práctico, concreto), tanto el principio la remota antigüedad) como el fin (el remoto porvenir) son cosas que sólo Dios conoce; están ocultas a los ojos y a la mente del hombre. De ahí la frase (v. Sal. 90:2, por ej.): meolam ad olam, «desde el siglo y hasta el siglo», que expresa la eternidad de Dios. Pero, como algo que, en su totalidad, está oculto a los ojos y la mente del hombre, haolam significa el Universo, como lo usan los judíos para la bendición de la mesa. Cohen, como en general los rabinos, alega que olam significa únicamente «eternidad» en la Biblia. Pero a esta interpretación, presento (todo es nota del traductor) las siguientes objeciones: 1.a Cuando un vocablo tiene, de suyo, varios significados, el uso de uno de ellos no ha de tomarse del uso general del otro, como si en esto hubiésemos de regirnos por estadísticas, sino del contexto en que está inscrito. 2.a ¿Cuadra el sentido de «eternidad» en el contexto que estamos examinando? No ciertamente en el sentido teológico que dicho vocablo tiene para nosotros, pues pugna con el contexto del libro entero («debajo del sol»). 3.a El único sentido posible aquí de «la eternidad» (así, con artículo) sería (según Cohen y Ryrie): una perspectiva eterna, de duración indefinida, con la que le sea posible al hombre remontarse por encima de las experiencias transitorias, rutinarias, de la vida humana (tan breve), que son la causa de la insatisfacción que siente el ser humano. No quiero ser tan dogmático que llegue a negar la posibilidad de esta interpretación, pero pregunto: ¿Cuadra realmente con el contexto del versículo? No me extrañaría, si la frase estuviese inmediatamente después del versículo 9; pero dentro de la tarea, no penosa, que se le ha encomendado al hombre de investigar la obra de Dios en el mundo, un mundo todo hermoso, sin que el hombre alcance a llegar a descubrir en su totalidad esa obra de Dios, prefiero entender haolam por el Universo inalcanzable al hombre EN EL TIEMPO (debajo del sol), pues si lo que Dios les ha puesto (lit. dado) en el corazón a los hombres es LA ETERNIDAD, con ella les bastaría y les sobraría para descubrir la obra de Dios.
4. Como ya apuntó Salomón en 2:24, para escapar de la insatisfacción que ofrece el v. 11b, no hay cosa mejor que disfrutar honestamente del presente (vv. 12, 13). Hemos de usar nuestros bienes, así como nuestras facultades, para nuestro bien y para hacer el bien. Esta vida nos brinda las únicas oportunidades de moldear el propio carácter y hacer el bien a los necesitados. Tras la muerte, la suerte del hombre está echada y, además ya no habrá necesitados a quienes pueda hacer el bien.
5. El sentido de los versículos 14, 15 es el siguiente: Las condiciones que Dios ha impuesto a la vida humana son inmutables; por tanto, es inútil que el hombre intente sustraerse a ellas, y trate de alterarlas; lo único que puede, y debe, hacer, es someterse a Dios con todo respeto. Dice un adagio rabínico: «Todo está en las manos de Dios, excepto el temor de Dios». La última frase del versículo 15 dice literalmente:
«Y Dios busca lo perseguido»; frase oscura que ha dado lugar a multitud de interpretaciones entre los rabinos mismos; «lo perseguido» es, con la mayor probabilidad, «lo que pasó»; de ahí, la versión que parece más probable es la de la New International Version; «Y Dios llamará a cuentas lo pasado» (comp. con 12:14). Esto es lo que realmente importa en medio de los vaivenes de la vida: tener la vista fija en el juicio de Dios.
Versículos 16–22
Salomón continúa y muestra en estos versículos que, sin el temor de Dios, tampoco el poder ni la vida misma sirven para nada útil.
1. Aquí tenemos la vanidad del hombre, de un hombre sentado en el trono o en la silla del juez, donde, si está regido por las leyes de la religión, es el delegado de Dios. Pero sin el temor de Dios, no es sino vanidad, ya que, entonces, (A) El juez no juzgará rectamente (v. 16): En la sede del juicio hay impiedad, etc. El hombre que está en un puesto de honor y no entiende qué debe hacer, es como las bestias que perecen, como fiera de presa. Mejor les sería a los pueblos no tener jueces que tener tales jueces. Y más les valdría a los jueces no poseer ningún poder que el tenerlo para abusar de él de tal manera. (B) El juez mismo será juzgado (v. 17), cuando Dios juzgue al justo y al impío. Es un consuelo inefable para el justo oprimido saber que su causa será oída de nuevo. Tengan, pues, los buenos paciencia, porque el Supremo Juez no tardará en enderezar los entuertos que hayan llevado a cabo los jueces impíos y venales, aunque de momento no se vea (Job. 24:1).
2. También tenemos aquí la vanidad del hombre en cuanto que es mortal. Sin el temor de Dios, la razón natural que los hombres poseen les da poca ventaja sobre los brutos animales. Pero no culpen a Dios y digan que ha hecho de este mundo la prisión del hombre, y de esta vida un castigo, pues Dios hizo al hombre un poco inferior a los ángeles (Sal. 8:5); si es vil y miserable, es únicamente culpa suya. No es fácil convencer a los orgullosos de que no son sino hombres (Sal. 9:20b), pero es más difícil todavía convencerles de que, sin el temor de Dios, son como bestias (comp. con Sal. 49:12). La muerte se lleva al hombre lo mismo que al animal; ambos retornan al polvo del que salieron (v. 20); ambos perecen igualmente cuando se les corta la respiración (hebreo, ruaj, tanto en el versículo 19 como en el versículo 21; éste es el significado de ruaj aquí, como sinónimo del nishmath, soplo o aliento, de Gn. 2:7); ambos van al mismo lugar, al mismo estado, de corrupción. Nadie percibe la diferencia, pues no es visible, pero el mismo Predicador nos dice después (12:7) que el espíritu del hombre vuelve a Dios. El salmista dice (Sal. 49:12) que el hombre es semejante a las bestias que perecen, pero se refiere (v. 6) a los que confían en sus bienes, al hombre que está en honra y no entiende (v. 20), pues de sí mismo dice (v. 15): «Pero Dios redimirá mi alma (lit. es decir, mi persona) del poder del Seol, porque Él me tomará consigo». Los que viven como bestias no pueden esperar otra cosa que morir como bestias. La conclusión que deduce el autor (v. 22), como ya lo había hecho en los versículos 12 y 13, es que hemos de procurar sacarle a la vida honestamente nuestra porción (lit. Comp. 2:10) y, con el temor de Dios, mantener limpia la conciencia, pues nadie en esta vida (debajo del sol) puede hacernos vislumbrar lo que nos espera en la otra, ya que por fe andamos, no por vista (2 Co. 5:7).
Salomón muestra aquí, I. La tentación que los oprimidos sienten a la impaciencia y al descontento (vv. 1–3). II. La tentación que sienten los amigos de la comodidad a tomarse la mayor comodidad que pueden (vv. 4–6). III. La necedad de acumular riqueza avaramente y privándose a sí mismo de todo bienestar (vv. 7, 8). IV. Remedio contra esa necedad: procurar asistirse y ayudarse unos a otros (vv. 9– 12). V. Lo efímero de la dignidad regia, no sólo por la necedad del mismo rey (vv. 13, 14), sino también por la volubilidad del pueblo (vv. 15, 16).
Versículos 1–3
Salomón era un hombre de amplia visión (1 R. 4:29) y, por lo que aquí dice, nos damos cuenta de que sentía compasión e interés por los afligidos. Ya había anunciado lo que le esperaba al opresor (3:16, 17); ahora observa a los oprimidos y, como fruto de su observación, nos da aquí un resumen de lo que sentía por ellos.
1. Le afligían las miserias de los pobres y oprimidos (v. 1). Siervos y obreros, oprimidos por sus amos; deudores, oprimidos por acreedores, etc. Lágrimas en los ojos de los oprimidos, sin consuelo; poder en manos de los opresores violentos, sin vengador. ¡Qué cuadro tan triste!
2. Al hallarse en esta situación, los afligidos se sentían tentados a envidiar a los muertos y a los que no habían nacido (vv. 2, 3) y Salomón está de acuerdo con ellos:
Mejor es la no existencia que la existencia encadenada en este valle de lágrimas, sin posibilidad de desatarse de esas cadenas y hasta sufrir el mal por hacer el bien.
Demos gracias a Dios de que, por calamitosa que sea nuestra condición, no podemos tener motivo para desear no haber nacido, ya que podemos glorificar a Dios incluso en medio de las llamas.
Versículos 4–6
1. El hombre que, con esfuerzo y habilidad, logra tener éxito en su trabajo, se concita inmediatamente la envidia de su prójimo; tanto más cuanto mayor sea la honradez con que haya conseguido el éxito (v. 4). Caín envidiaba a su hermano Abel, Esaú a su hermano Jacob, Saúl a David siempre sin motivo, y con la mayor frecuencia por buenas obras. Esto es sencillamente diabólico. Los que sobresalen en virtud causan mal de ojos a los que se exceden en el vicio; lo cual no debe quitarnos ánimos para obra el bien, sino llevarnos a esperar alabanzas, no de los hombres, sino de Dios. Tanto Ryrie como Cohen (nota del traductor) hacen notar que el que de tal manera se esfuerza en su trabajo lo hace por rivalizar con su prójimo, según da a entender el original; lo hace, pues, por el deseo de sobrepujar a su semejante, no por el incentivo de obrar algo útil y de valor.
2. En el otro extremo, tenemos al perezoso que cruza sus manos (v. Pr. 6:10; 14:2) y come su propia carne, es decir, se muere de hambre antes que trabajar. El versículo 6 podría interpretarse de dos maneras:
(A) Como una excusa del perezoso: más vale poco sin esfuerzo que mucho con fatiga. (B) Como consejo sabio del Predicador: más vale reposo de ánimo y contentarse con ganar lo suficiente, sin ánimo de competir con otros, que esforzarse por ganar mucho, concitar la rivalidad ajena y perder así la paz del ánimo; aconseja, pues, el equilibrio entre la fatiga del versículo 4 y el ocio del versículo 5. Esta es la interpretación más probable. Como dice M. Henry: «Lo mejor es el esfuerzo moderado con ganancia moderada».
Versículos 7–12
1. Salomón se refiere a una de las mayores necedades que se dan en este mundo; y por cierto, con mucha frecuencia (v. 7): Un hombre solo, sin socio ni sucesor, que se afana y se fatiga en acumular riqueza por el único motivo de ver cómo crece el caudal, privándose a sí mismo de todo bienestar y no parándose a pensar en la necedad de tal comportamiento. Compárese con el rico insensato de Lucas 12:13–21 y se verá que la insensatez del rico que aquí describe Salomón es todavía mayor, pues el otro pensaba disfrutar de lo cosechado. Nota del traductor: Este versículo 7 me recuerda a un señor que conoce bien, célibe, que más de una vez leería esta porción. En cierta ocasión, alguien le dijo: «¡Cómo se van a reír sus sobrinos, al gozar de su dinero!» A lo que contestó él: «Por mucho que gocen ellos gastándolo, nunca gozarán tanto como disfruto yo haciéndolo». ¿Cabe mayor necedad?
2. El remedio para esta necedad egoísta se halla en la ayuda mutua, prestada por altruismo, es decir, por amor al prójimo. Salomón muestra, mediante varios ejemplos, que no es bueno que el hombre esté solo (Gn. 2:18) y recomienda la amistad y el matrimonio, puesto que:
(A) Cuando dos personas trabajan juntas en un negocio, se aconsejan y estimulan mutuamente en el trabajo, de modo que, aun al dividir por dos las ganancias, ambos resultan mejor pagados que si trabajasen cada uno por su cuenta. (B) De la misma forma, cuando alguien tiene una equivocación, sufre algún accidente, etc., puede serle fatal para el negocio y aun para la vida, pero si trabaja o convive con otro, tiene quien le aconseje y quien le asista y ayude. (C) El versículo 11 puede interpretarse de dos maneras: (a) del marido y la mujer en la misma cama; esto es lo que, a primera vista, se deduce; (b) de dos amigos, compañeros de viaje, «que se acuestan juntos en las frías noches que siguen tras el ardor del día en el oriente» (Cohen, contra la primera interpretación defendida por Rashi). M. Henry (nota del traductor, todo ello) lo espiritualiza, aplicándolo al mutuo estímulo de los creyentes al amor y a las buenas obras (He. 10:24); lo mismo hace con la 1.a parte del versículo 12, que aplica, con buena razón, a las batallas contra nuestros enemigos espirituales, a los que hemos de vencer unidos en la comunión con Dios. Cita un dicho latino de cuando Inglaterra fue invadida por los romanos: Dum singuli pugnant, universi vincuntur—Mientras luchan en facciones separadas, sacrifican la causa general (traducción libre de M. Henry). (D) Salomón concluye con lo que parece ser un dicho ya proverbial: «El cordel de tres cabos no se rompe rápidamente» (lit.; no, fácilmente). Este proverbio tenía mejor aplicación en el antiguo Oriente, y la tiene especialmente cuando se aplica espiritualmente a dos creyentes que, con Dios o Cristo, son tres (irrompibles, con lo que el proverbio, aplicado de esta forma, «cojea», pues no dice que no se pueda romper, ni siquiera que no se pueda romper fácilmente, sino «rápidamente»). En realidad, especialmente en España (quizá, en otros países), cuando a dos amigos se une un tercero, es corriente hablar de «un tercero en discordia»; no cabe duda de que la intimidad y los secretos se guardan mejor entre dos que entre tres (especialmente, entre mujeres). M. Henry cita el caso de los dos discípulos de Emaús, a quienes se agregó Jesús.
Versículos 13–16
1. Un rey no puede ser dichoso a menos que sea sabio (vv. 13, 14). Si es necio, no admitirá ningún consejo, ninguna advertencia que se le haga. La necedad y la terquedad suelen ir de la mano, y los que más necesitan un buen consejo son los que peor lo reciben. Mas ni la edad ni los títulos más elevados pueden procurarle a una persona el respeto de los demás, si carece de la prudencia y de la virtud que la acrediten. En cambio, la sabiduría y la virtud granjean honor a una persona, incluso bajo las desventajas de la poca edad y de los pocos bienes de fortuna.
2. Un rey no puede continuar por largo tiempo en el trono, si carece del interés y del afecto de su pueblo. Pero, además, las masas son volubles.
Los que, el domingo de Ramos, decían «¡Hosanna!», al viernes siguiente decían «¡Crucifícale!» El sentido de los versículos 15 y 16 es ambiguo. Escogemos, como más probable, la interpretación de Cohen: «El primer rey se hace impopular y el pueblo aclama a un joven sucesor, pero éste, a su vez, pierde el favor de sus súbditos, quienes aplauden a un nuevo héroe. La historia de Saúl, David y Absalón es un ejemplo de la verdad que expresa (el Kohélet)».
Se nos habla, I. De la forma en que debe adorarse a Dios, sin los frecuentes defectos que empañan o corrompen tal adoración (vv. 1–7). II. De la vanidad de las riquezas de este mundo, con la preocupación y los males que proporcionan (vv. 8–17). III. Concluye con sabios consejos para sacar de las presentes circunstancias el mejor partido posible (vv. 18–20).
Versículos 1–7
El propósito de Salomón aquí es llevarnos a la casa de Dios, para mostrarnos nuestro deber, después de apartarnos del mundo al mostrarnos su vanidad. Que nuestros desengaños con las criaturas nos ayuden a levantar la mirada hacia el Creador. En la Palabra de Dios y en la oración hay bálsamo para toda herida.
1. Nos encarga comportarnos debidamente en la casa de Dios: (A) En primer lugar, hemos de vigilar nuestros pasos, es decir, nuestra conducta, acercándonos en actitud de obediencia (para oír), previa al sacrificio (v. 1. comp. 1 S. 15:22). Sacrificio sin obediencia es de necios, con la connotación moral (no sólo intelectual) que tal epíteto tiene aquí lo mismo que en Proverbios. (B) En segundo lugar, no hemos de apresurarnos a hablarle a Dios ni a multiplicar palabras (comp. Pr. 10:19; Mt. 6:7). Lo de «Dios está en el cielo» (v. 2) no significa que Dios esté lejos, sino que su infinita majestad y grandeza exigen de una humilde criatura reverencia interior y parquedad de palabras. El versículo 3 lo confirma con un ejemplo: Así como las muchas preocupaciones estropean el descanso de la noche, así también las muchas palabras oscurecen el sentido de la expresión. El Talmud hace notar que la oración de Moisés, en Números 12:13, consta en hebreo de cinco monosílabos únicamente.
2. Nos encarga a continuación tener mucha precaución al prometer solemnemente (con voto) a Dios alguna cosa. El versículo 4 repite, casi a la letra lo de Deuteronomio 23:22. El voto es una «atadura» (v. Dt. 30:2). Sólo con su fiel cumplimiento se suelta uno de él. Dos razones se nos dan para el alegre y pronto cumplimiento de los votos: (A) Porque, de lo contrario, afrentamos a Dios, porque Él no se complace en los insensatos. (B) Porque, de lo contrario, nos hacemos daño a nosotros mismos, al incurrir en el castigo correspondiente (v. 6b). No sirven las excusas: «… ni digas (v. 6) delante del sacerdote (lit. mensajero, es decir, puesto por Dios para recoger lo ofrecido): fue una equivocación». A Dios no se le puede engañar con excusas. «Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas» (v. 5), pues no hay ninguna obligación de hacer tales votos (Dt. 23:23).
3. Como conclusión de estos consejos, tras compendiar lo del versículo 3, el Predicador exhorta a temer a Dios (v. 7); como si dijese: «Haz del respeto a Dios la norma de tu conducta y evitarás los defectos de que te he hablado y, al mismo tiempo, no incurrirás en la ira de Dios».
Versículos 8–17
Salomón muestra en esta sección la vanidad de la vida; en especial, la futilidad y fragilidad de las riquezas materiales y la necedad de afanarse con esfuerzos y fatigas para acumularlas.
1. Comienza (vv. 8–9) por un caso de opresión, debido a la corrupción del gobierno en la provincia
(hebreo, mediná. Comp. Est. 1:1; 8:9; de ahí la expresión beney hammediná, hijos de la provincia, esto es, «provincianos», que hallamos en Esd. 2:1; Neh. 7:6; 11:3, para designar a los judíos que habían vuelto de la cautividad). Aun en el caso de que el gobierno de una nación sea bueno, puede haber un gobernador o un alcalde que sean opresores de los pobres y torcedores del derecho y de la justicia (v. 8). No hay por qué asombrarse, pues no es caso raro, ni por qué perturbarse por ello, pues sobre ellos hay otro más alto (¡el Altísimo!), aunque el verdadero sentido aquí es que «sobre el alcalde está el gobernador, el rey»; así lo muestra el contexto próximo (v. 9), aunque las interpretaciones de este versículo son muy diversas, pues el hebreo resulta muy oscuro. La mejor versión es, sin duda, la que ofrece la NVI: «El provecho sacado de la tierra es tomado (en forma de extorsión) por todos los funcionarios subalternos); el rey mismo se aprovecha de los campos», es decir, tan pronto como un terreno sin cultivar (el mismo vocablo de 2 S. 17:8) se convierte en campo de cultivo, cae bajo las exacciones que impone el rey. En todo caso, es cierto que todos viven del campo, hombres, incluido el rey, y bestias; lo cual presta honor al trabajo del labrador y debería estimular a los gobiernos a proteger a los labradores de las pérdidas que el mal tiempo les puede ocasionar.
2. Pasa luego el Predicador a mostrar la vanidad de las riquezas, pues no pueden hacer feliz al hombre, ya que (A) Cuanto más se tiene, más se quiere (v. 10). Hay deseos corruptos que nunca se sacian.
Además, al hombre hambriento los lingotes de oro no le aprovechan más que si fuesen trozos de barro.
(B) Cuanto más aumentan los bienes (v. 11), más aumentan los que los consumen, no sólo porque la mejora de condición social exige, con la suntuosidad de una mejor casa, mejores servicios y más criados, sino porque aumentan los amigos y parientes lejanos que desean sacar tajada de dicho aumento. (C) El rico, con todo eso, tiene la desventaja del continuo temor de robo, exacciones fiscales altas, secuestro, etc. (v. 12), mientras que el modesto trabajador puede dormir tranquilo: ni hace daño al oprimir a otros, ni se lo hacen a él, pues posee poco. (D) Para colmo de males, el que tiene mucho dinero suele invertirlo en negocios y empresas que pueden ir a la bancarrota con una desafortunada operación financiera (vv. 13, 14), y no quedar nada para los herederos; lo cual es tanto más doloroso, cuanto más alto era el nivel de vida al que estaban acostumbrados. (E) El resultado es que se marcha de esta vida sin haberle sacado provecho, sino fatigas y dolores (vv. 15–17). Es cierto que «desnudos nacimos, y sin nada nos iremos al sepulcro» (comp. Job 1:21; 1 Ti. 6:7), pero un hombre prudente puede sacar la satisfacción de haber hecho el bien en esta vida (v. Ap. 14:13), pero el avaro codicioso y opresor no saca nada de lo que acumuló (comp. Sal. 49:17). Lo de «comerá en tinieblas» (v. 17b) no significa que ahorre hasta la luz, ni que aguarde a la noche para comer, ya que pasa el día afanándose por ganar más y más, sino que es sinónimo de la pobreza, miseria, etc. del contexto posterior (comp. con Pr. 20:20b).
Versículos 18–20
Después de meditar sobre la necedad de acumular riquezas sin sacarles provecho duradero y efectivo, el Predicador exhorta a seguir un curso de vida con el que podamos servir mejor a Dios y sacar más provecho nosotros mismos. Ya había insistido antes en esto (2:24; 3:22) y lo hará repetidamente después (8:15; 9:7; 11:7 y ss.). La vida es don de Dios, y don de Dios son todos los días de vida que vivimos; bueno es, pues, agradecerlo todo como venido de su mano y disfrutarlo alegremente como muestra notoria de tal agradecimiento, ya que, con ello, dan gloria al Dador, responden a la intención del don, obran sabiamente, actúan generosamente y sacan de la vida el mejor partido que se le puede sacar honestamente (v. 18). Un corazón así dispuesto es un don de la gracia, que corona todos los otros dones de la Providencia (v. 19). Todas la versiones modernas dan bien el sentido del versículo 20; quizá la más cercana a la letra del original es la que ofrece la New American Standard Translation. Personalmente (nota del traductor) me parece deliciosa la versión de J. J. Serrano: «No se piensa demasiado en la vida (es decir, si es breve, fatigosa, etc.) cuando Dios le ocupa a uno con tan íntima satisfacción». Esta «alegría de su corazón» (lit.) hace que el hombre prudente tenga por bien empleado su trabajo al ver que Dios le permite disfrutar honestamente de él.
En este capítulo, el Predicador continúa mostrando la vanidad de las riquezas materiales, pues I. En manos de un miserable avaro, no sirven para nada (vv. 1, 2). II. Tanto que un feto muerto en el vientre de su madre es más feliz que él (vv. 3–6). III. Más vale gozar de lo presente que vivir de ilusiones (vv. 7–9).
IV. En vano es que el hombre luche contra los designios de la Providencia; mejor es que se someta a los planes de Dios, quien sabe mejor que nosotros lo que nos conviene (vv. 10–12).
Versículos 1–6
Salomón muestra ahora la necedad de tener y no usar. Como rey, se había percatado bien de ello.
Tanto el derroche como la avaricia son un perjuicio para el individuo, tanto como para la sociedad, pues la circulación del dinero en el país es como la circulación de la sangre en el cuerpo: puede matar de alta presión (¡inflación!) lo mismo que de anemia, por estancamiento. Veamos:
1. Las muchas razones que tiene el hombre para ser agradecido a Dios y servirle (v. 2): «… riquezas, bienes y gloria, y nada le falta de todo lo que desea». Pero el hombre vano no sabe disfrutar de todo eso, porque (A) O vive poco tiempo y se lleva un extraño todo lo que ha ganado él; (B) O, aunque viva largos años (hasta carecer de sepultura, es decir, no morir) y engendrar cien hijos (es decir, muchos), no saca satisfacción de lo que ganó (v. 3).
2. ¿De qué le sirve la vida, si no sabe emplearla para su bien? Un hombre así, aunque viva mil años dos veces (lit. v. 6), es decir, más del doble que Matusalén (v. Gn. 5:27), saca de la vida menos que un abortivo (v. 3b), quien parece venir a este mundo sin propósito alguno (v. 4), pero, al menos, no ha conocido las fatigas y las decepciones que la vida comporta (v. 5), con lo que se le compensan las desventajas de no haber tenido ni nombre y de ser pronto olvidado en la oscuridad de la tumba, sin haber visto la luz (vv. 4b, 5a), pues del vientre de la madre es llevado a toda prisa al vientre de la tierra.
Versículos 7–9
El Predicador enseña ahora que más vale tener poco y disfrutarlo que desear mucho y no tenerlo. La enseñanza ha de depender de una buena versión del texto (nota del traductor, por eso, nos desviamos de M. Henry).
1. El deseo del hombre es insaciable. Este mal aqueja, como dice Ryrie, «al sabio, al necio y al pobre». De ahí, la proposición general del v. 7. La versión más probable del versículo 8 es la que ofrece Cohen (v. también la de la NVI, que se acerca mucho al original): «Porque, ¿en qué aventaja el sabio al necio? (puesto que ambos han de morir, en nada desde este punto de vista de satisfacer los deseos. Comp. 2:15 y ss.).
¿O qué ventaja tiene el pobre que sabe cómo andar entre los vivientes (sobre el necio que carece de este conocimiento)? Comenta el mismo Cohen: «El primero, en su pobreza, ha aprendido a acomodarse a las circunstancias y sacar el mejor partido de lo que le ha tocado en suerte, mientras que el necio está abrumado por un hambre insaciable de poseer más de lo que tiene. No obstante, ambos se parecen en que viven sin alegría, debido a la insatisfacción de sus deseos».
2. El disfrute legítimo de lo que tenemos a mano es preferible a todas las ilusiones que nos podamos forjar (v. 9): «Más vale ver con los ojos que divagar con el deseo», a no ser que se trate del deseo de Dios y de las cosas santas, pues eso no es «divagar», sino afianzar. La enseñanza de este versículo queda bien recogida en el bien conocido refrán: «Más vale pájaro en mano que ciento volando».
Versículos 10–12
En estos versículos, el Predicador viene a decir que el destino del hombre está determinado, no por el hombre mismo, tampoco por un destino ciego, sino por un Dios sabio y amoroso.
1. Todo lo que existe (v. 10) tiene nombre (es conocido por Dios); el original dice literalmente «fue llamado su nombre». Del ser humano, en concreto, se sabe que es sólo eso: «mero hombre» (hebr. Adán, el nombre que describe su condición de «formado del polvo de la tierra» en Gn. 2:7), hecho de arcilla como una vasija de alfarero. Ricos y pobres deben recordar que están hechos de la misma pasta (Sal. 103:14).
2. Al ser esto así, ¿cómo podrá el hombre contender con su Hacedor? (v. 10b. Comp. con Job 9:32; 40:2; Pr. 21:30; Is. 45:9). El texto hebreo dice escuetamente: «… contender con el que (o lo que) es más fuerte que él». Puesto que el vocablo hebreo takkif nunca se aplica a Dios en la Biblia, los rabinos lo interpretan en el sentido de que el hombre no puede prevalecer sobre la muerte.
3. El debarim del versículo 11 puede traducirse por «palabras», con lo que el Predicador exhortaría a no estar quejándose de la suerte que a cada uno le ha cabido, pues no se saca de ello ningún provecho, o por «cosas», con lo que da a entender así de nuevo la vanidad de poseer mucho, ya que no le podrán ayudar a cambiar su suerte. Con cualquiera de las dos versiones, lo más prudente para el hombre es someterse a la voluntad de Dios, pues (v. 12): (A) ¿Quién sabe lo que es realmente bueno para uno en cada determinada circunstancia? ¡Sólo Dios! (B) Además, la incertidumbre del mañana añade nueva dificultad al problema de definir lo que es bueno para el hombre.
Tras considerar la futilidad de la vida presente, el Predicador nos introduce ahora, I. En una serie de reflexiones serias, expresadas en proverbios que comienzan, de ordinario, por el vocablo tob (lit. bueno) en el sentido de «es mejor» o «vale más», y exhortan a la seriedad y a la prudencia (vv. 1–12). II. En una serie de exhortaciones a depender de la Providencia y a procurar en todo la «áurea medianía» que nos preserva de extremos peligrosos, siempre con mansedumbre y humildad (vv. 13–22). III. En una porción autobiográfica, donde Salomón resume sus amargas experiencias (vv. 23–29).
Versículos 1–12
Esta sección puede resultar paradójica a quienes no tengan en cuenta el contexto entero de
Eclesiastés.
1. La buena reputación vale más que el mejor perfume (v. 1. Comp. Cant. 1:3). La virtud es preferible a todas las riquezas y delicias del mundo (Pr. 22:1). El «buen aceite» (lit.) engloba lo mejor de los productos de la tierra, lo mejor de los placeres (el «óleo de alegría») y lo más alto de los honores, pues reyes y sacerdotes eran ungidos con él. Por el precioso ungüento que María derramó sobre Jesús, la galardonó el Señor con un buen nombre, tan duradero como la predicación del Evangelio (Mt. 26:13). Con un buen nombre, el día de la muerte, que pone fin a todas las aflicciones y fatigas de esta vida, es preferible al día del nacimiento.
2. Es mejor ir a un funeral que a una fiesta (v. 2), pues la fiesta sirve de pábulo a la frivolidad, mientras que el funeral (el dolor, no la pompa) es: (A) Buen medio de amonestación: «al que vive le hará reflexionar». En cierto epitafio se leía: «Lo que hoy eres, lo fui ayer; lo que soy hoy, lo serás mañana». Ver en la muerte ajena un anticipo seguro de la nuestra es un mensaje más efectivo que cualquier sermón. El pesar (la emoción penosa) que suscita un funeral, hace que se mejore el corazón (v. 3), mientras que la frivolidad del necio (2:2) le impide reflexionar seriamente sobre la vanidad de la vida presente. Por eso, el corazón del sabio y el del necio sintonizan respectivamente con el pesar y con el jolgorio.
3. Vale más que nuestras corrupciones sean mortificadas por la reprensión del sabio, antes que verlas acariciadas por la canción de los necios (v. 5). ¡Qué bien se describe la risa del necio al compararla al crepitar de las zarzas bajo la olla (v. 6), pues producen mucho ruido y gran llamarada, pero dura muy poco, pronto acaba en cenizas y no contribuye al hervor de la olla, que requiere un fuego continuo!
4. La interpretación más probable del versículo 7, según lo exige el paralelismo de sus dos estilos es que, tanto la extorsión a fin de enriquecerse, como el soborno recibido para hacer un favor injusto, desmoralizan al más sabio y le hacen comportarse como un necio. El versículo 8 se entiende mejor si traducimos dabar por tema o asunto, más bien que por cosa; la moraleja del versículo es, pues, que hay que ser parco en hablar y no extenderse en juicios u observaciones que puedan perjudicar a otros o al mismo que habla sin prever el efecto que pueden producir sus palabras. Con esta reflexión empalma la segunda parte del versículo al advertirnos que es precisamente el altivo el que, por menosprecio al prójimo, no mide sus palabras, mientras que el sufrido, el que sabe dominarse y soportar lo que se le imputa, se calla y evita la prolongación de la discordia (v. 9). Otra muestra de necedad, común entre los impacientes (los altivos del v. 8), es quejarse de los problemas presentes (v. 10), y pensar que en años pasados disfrutaron de mayor tranquilidad y bienestar. El verdadero sabio es ecuánime al pesar las ventajas y desventajas que cada época de la vida comporta. Como advierte Cohen, estaría fuera de contexto leer aquí el conocido adagio: «Todo tiempo pasado fue mejor».
5. La mejor versión de los versículos 11 y 12 es la que da La Biblia de las Américas; «Buena es la sabiduría con herencia, y provechosa para los que ven el sol. Porque la sabiduría protege (resguarda) como el dinero protege. Pero la ventaja del conocimiento es que la sabiduría preserva la vida de sus poseedores». El sabio sabe cómo vivir; el rico tiene de dónde vivir. Pero el conocimiento de la sabiduría da vida porque se apoya en Dios, pues el temor de Jehová es el principio del conocimiento (Pr. 1:7) y el comienzo de la sabiduría (Pr. 9:10). Nótese, empero, que Eclesiastés no vuela tan alto como Proverbios; la «vida» del versículo 12 se entiende mejor a la vista del versículo 19.
Versículos 13–22
1. Después de las alabanzas a la sabiduría, procede el Predicador a presentarnos algunas normas de sabiduría, y es la principal (vv. 13, 14) someterse a la voluntad de Dios, sin intentar cambiar el curso de la Providencia. Dios ha dispuesto lo adverso lo mismo que lo próspero, a fin de que guardemos en cada momento la compostura de ánimo, total dependencia de Él y buen uso del presente, sin afligirnos inútilmente ni preocuparnos excesivamente por el porvenir, el cual está únicamente en las manos de Dios.
2. La prudencia (siempre debajo del sol) nos exige guardar el justo medio, mediante el temor de Dios (vv. 15–18), ante el hecho innegable (v. el caso de Job) de quien perece en (no por) su justicia, cuando otros tienen vida larga en su maldad (v. 15). El justo medio está en huir (v. 18) de los dos extremos que se mencionan en los versículos 16 y 17. El extremo que llamaríamos «bueno» hasta pasarse de bueno y de listo (v. 16) consiste en poner demasiado énfasis en detalles minuciosos de piedad que conducen a los escrúpulos de conciencia y en una dedicación tan exagerada al estudio de la sabiduría, que la persona se destruye, no literalmente, sino en el sentido (más probable) de enajenarse la amistad de sus vecinos y ser abandonado como un neurótico solitario. Esto no contribuye a la felicidad. El extremo «malo» (v. 17), fácil de comprender, consiste en no preocuparse de las normas de moralidad y, por miedo a parecer timorato, desentenderse de los innumerables preceptos, algunos muy complicados, de la Ley, lo cual es una necedad que acorta la vida. El versículo 19 es como un resumen de los consejos precedentes, y establece una vez más el valor de la sabiduría por encima de todos los demás valores de esta vida (comp. con el v. 12 y con Pr. 4:7).
3. Al empalmar (lo más probable) con el versículo 18, donde se habla del temor de Dios como remedio para salir bien en todo, el versículo 20 sienta la afirmación ya conocida (1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 143:2; Pr. 20:9 y, después, Ro. 3:23; Stg. 3:2) de que «no hay hombre tan justo en la tierra, que haga el bien (se entiende, continuamente) y nunca peque». De donde se deriva la prudencia del consejo siguiente (vv. 21, 22): «No esperes que se hable siempre bien de ti, especialmente de parte de tu servidumbre (recuérdese el adagio: “No hay hombre grande para su ayuda de cámara”), pues el tema general de las conversaciones son los pecados, no las virtudes, del prójimo». Por otra parte (v. 22), tu corazón, es decir, tu conciencia, sabe que tú también dijiste mal de otros muchas veces.
Versículos 23–29
En estos versículos confiesa Salomón que, a pesar de ser el hombre más sabio (1 R. 3:12), su sabiduría no le alcanzaba para comprender todos los misterios de la vida (v. 23, comp. con Dt. 29:28 y Job 28:12 y ss.).
1. Confiesa que el universo, en toda su inmensa belleza y grandeza, le resulta demasiado vasto (lejos) y profundo (comp. Job 11:7 y ss.).
2. De la consideración del mundo físico, pasa a la del mundo moral (vv. 24–29), investigación prolija y fatigosa, como lo muestra la acumulación de verbos (v. 25); «… a conocer, escudriñar e inquirir». Hay algo para lo que no ha necesitado investigar demasiado: el perjuicio que causa la mala mujer (v. 26), tema que había tocado en numerosos lugares de Proverbios (especialmente, todo el cap. 7). La frase con la que la describe («más amarga que la muerte») está bien parafraseada en Proverbios 5:3, 4. Sólo el que en todo trata de agradar a Dios, escapará de los lazos y redes de la mala mujer (v. 26b). De la investigación aludida en el versículo 25, y pesando las cosas una por una, el Predicador ha sacado las siguientes conclusiones:
(A) Hay algo a lo que no halla razón (v. 28. El empalme con el v. 27 ha de leerse así: «para hallar la razón que continúa buscando mi alma—es decir, mi persona—y no la encuentra»): No halla Salomón por qué, aun habiendo encontrado un hombre cabal entre mil, no ha hallado ninguna mujer cabal (comp. Pr. 31:10) entre todas esas, es decir (más probable), entre mil. Para no sacar falsas conclusiones de este versículo es preciso tener en cuenta: (a) que su lenguaje es hiperbólico, cosa corriente entre los semitas; lo hallamos incluso en el Nuevo Testamento (v. por ej. Jn. 3:26; 11:48). (b) que Salomón conocía sobradamente a las mujeres de su tiempo (v. 1 R. 11:1–13) y estaba de vuelta (probablemente) del perjuicio tan enorme que le habían causado.
(B) Hay algo único a lo que ha hallado explicación completa (v. 29): Dios hizo al ser humano (hebr. haadam) recto, es decir, bien inclinado; pero ellos se buscaron muchas artimañas; se entiende, para desviarse de la rectitud original, por lo que no pueden culpar al Hacedor, sino a sí mismos, de su maldad y de sus males.
En este capítulo, Salomón nos recomienda la sabiduría como el más poderoso antídoto. I. Beneficio y alabanza de la sabiduría (v. 1). II. Algunas normas especiales de sabiduría que se nos prescriben: 1. Nos hemos de someter al gobierno que Dios haya puesto sobre nosotros (vv. 2–5). 2. Hemos de estar preparados para ciertos males que nos pueden sobrevenir súbitamente, especialmente para una muerte repentina (vv. 6–8). 3. Hemos de ponernos en guardia contra la tentación que nos ocasiona un régimen opresor (vv. 9, 10). La impunidad de los opresores les hace más atrevidos (v. 11), pero a la larga, les irá bien a los buenos, y mal a los malvados (vv. 12, 14). 4. Hemos de usar con alegría los dones de la providencia de Dios (v. 15). 5. Debemos conformarnos, con entera satisfacción, con la voluntad de Dios.
Versículos 1–5
1. Un encomio de la sabiduría (v. 1). El verdadero sabio piadoso con Dios, justo con los demás, sobrio consigo mismo (Ti. 2:12) es difícil de hallar. La primera pregunta equivale a la de Proverbios 31:10, y viene a decir que un hombre verdaderamente sabio es una verdadera joya para sí mismo y para la sociedad en que vive, pues puede interpretar las cosas, es decir, posee la sagacidad y la intuición necesarias para resolver los difíciles problemas que la vida terrenal presenta. Su rostro resplandece como el de Moisés; en él se refleja la serenidad y la paz interior, que es una bendición para los demás (Nm. 6:25). Este resplandor hace que su seriedad, áspera a primera vista (la misma frase de Dt. 28:50), se torne benigna y atractiva.
2. Una señal especial de sabiduría es la sumisión a las autoridades legítimas. El versículo 2 comienza por una elipsis notable (comp. Is. 5:9, donde falta el primer verbo en el original): «Yo (te aconsejo. El pronombre yo está explícito, pero falta, aunque se suple fácilmente, el «te aconsejo»): Guarda el mandamiento del rey en atención al juramento (pronunciado delante) de Dios (lit.). Se da aquí el motivo más elevado para obedecer la autoridad constituida: el respeto al nombre de Dios, invocado en el acto de prestar juramento de fidelidad y sumisión al rey (v. 2 S. 5:3; 2 R. 11:17). Tras esto viene una norma de prudencia, bien apoyada con buenas razones: No te apresures a irte de su presencia (v. 3), es decir, si el rey te dice algo que te ofende, no te marches lleno de resentimiento ni dimitas, por ello, de tu cargo (comp. 10:4), ni persistas en ninguna cosa mala, que sea la causa del regio descontento hacia ti (sentido más probable), pues, aunque tuvieses la razón de tu parte, el rey es soberano y nadie puede pedirle explicaciones (v. 3b, 4). La primera parte del versículo 5 es fácil y nos recuerda Proverbios 12:21; Romanos 8:28 y 1 Pedro 3:13, pero la segunda parte no es tan clara. Ryrie ofrece la explicación más probable: «El sabio confía en que las injusticias llegarán un día a su fin y quedará él vindicado con decisiones judiciales apropiadas».
Versículos 6–8
El versículo 6 forma un paréntesis y, en realidad, pertenece a la sección anterior (nótese lo de «momento» y el «modo», que corresponden al «cuándo» y al «cómo» del v. 5). La interpretación más probable de la difícil segunda parte del versículo es: cada uno tiene ya suficientes problemas, ¿para qué aumentarlos rebelándose abiertamente contra un gobernante intolerable? Mejor es someterse y dar tiempo al tiempo. El versículo 7 da una razón más para someterse: ¿Quién sabe lo que puede ocurrir para poner fin a la tiranía? la muerte les llega a todos; también al tirano. En efecto (v. 8), ni siquiera el rey tiene armas ni ejército suficientes para luchar contra el poder de la muerte, como no las tiene nadie para «detener el viento» (lit. Comp. Pr. 30:4). No se trata aquí, pues, del aliento vital humano.
Versículos 9–13
Salomón pondera aquí las incongruencias de la vida, especialmente las formas diversas, inconvenientes y raras, en que la gente reacciona en una situación como la descrita en la sección anterior (v. 9, donde su mal significa el del que lo padece, no el del que lo inflige.—Nota del traductor, contra la opinión de M. Henry—). El versículo 10 es un verdadero rompecabezas y la mayoría de las versiones dicen las cosas más disparatadas, incluso al alterar el texto para darle algún sentido. La única versión que ofrece algo inteligible conforme al contexto y sin alterar el original es la Reina-Valera (todo es nota del traductor). El versículo 11 expresa el efecto que sobre la mayoría de la gente causa ver lo que describe el versículo 10 (según la RV), pues induce a los hombres a cometer el mal, al ver que los crímenes quedan impunes, sin que Dios ponga rápidamente fin a la anómala situación. Pero se engañan los malvados (vv. 12, 13), pues, aunque la sentencia no se ejecute con rapidez, se ejecutará un día con severidad. En cambio, les irá bien a los que temen a Dios, incluso bajo la opresión que padezcan de parte de los tiranos. Los buenos viven una vida sustancial, con propósito definido, santo y provechoso; mientras que los malos, por muchos que sean sus días, son días sin valor, huidizos como la sombra (comp. Job 14:2). Sólo el temor de Dios tiene promesa de vida verdadera, de vida eterna, pues todo lo que hay debajo del sol es vaciedad fútil.
Versículos 14–17
A pesar de su anterior profesión de fe, el Predicador insiste en la anomalía de que a los malos les vaya bien, y a los buenos mal (comp. con 7:15). Sin embargo:
1. Esto no ha de sorprendernos como si fuera algo extraño (v. 14); en realidad, es otra vanidad, es decir, otro «engaño», como traduce J. J. Serrano, quien añade: «No hay que guiarse por las apariencias, pues el malo no puede ser feliz y el bueno lo es siempre».
2. Al ser un «engaño», no se ha de culpar de injusticia a Dios, sino de ignorancia a los hombres, pues esto no es más que una evidencia más de que las cosas de este mundo no han sido designadas por Dios para darnos la felicidad; de lo contrario, Dios no permitiría que los malos lo pasasen mejor que los buenos.
3. La consecuencia práctica, tantas veces recomendada en Eclesiastés, es (v. 15) sacarle a la vida presente el mejor partido posible, dentro del temor de Dios, y disfrutar de todo como de un regalo de nuestro Padre, sin impacientarnos por lo que suceda en torno nuestro. J. J. Serrano hace notar que «Qoh (es decir, Kohélet; más exacto, Qohélet) repite por cuarta vez su consejo … Pero ahora añade de modo más explícito que el hombre ha de ser feliz por medio del trabajo».
4. Los versículos 16 y 17 muestran muchas semejanzas (y en un contexto similar) con lo que ya vimos en 3:10, 11. El Predicador confiesa que no sólo él, sino también otros, habían emprendido esta tarea difícil de investigar las obras de Dios, especialmente en los métodos de su providencia con los hombres, y lo habían hecho con tanto afán que hasta les quitaba el sueño. ¡Todo en vano! Los designios de Dios son inescrutables (Is. 55:8; Ro. 11:33, 34).
Para darnos una prueba más de la futilidad de este mundo, Salomón nos ofrece aquí cuatro observaciones: I. Había observado que, por lo que se ve al exterior, los buenos y los malos vienen a salir lo mismo (vv. 1–3). II. También, que la muerte pone punto final, en este mundo, a todas las labores y a todos los dolores (vv. 4–6), de donde infiere que es de sabios sacarle a la vida el mejor partido posible (vv. 7–10). III. Que los infortunios, como las oportunidades, le sobrevienen al hombre muchas veces por sorpresa (vv. 11, 12). IV. Que, aun cuando la sabiduría hace a los hombres buenos y útiles a la sociedad, hay personas de gran mérito que son menospreciadas (vv. 13–18).
Versículos 1–3
Alguien ha hecho notar acerca de los que han intentado hallar la piedra filosofal que, aun cuando no hallaron lo que buscaban, dieron con algunas otras cosas útiles que no buscaban. Esto es lo que le pasó a Salomón: Por mucho que se esforzó, no pudo alcanzar la obra que se hace debajo del sol (8:17), pero pudo observar algo que sería de utilidad a los lectores.
1. Antes de describir la tentación en toda su fuerza, sienta una verdad importante e incuestionable. Job enfatiza la omnisciencia de Dios (Job 24:1); Jeremías, la justicia de Dios (Jer. 12:1); Habacuc, su santidad (Hab. 1:13); el salmista, su bondad y los especiales favores dispensados al pueblo elegido (Sal. 73:1). Con todo esto se contenta Salomón, y parece reducirlo a su compendio al decir que «los justos y los sabios, y sus obras, están en las manos de Dios» (v. 1). ¡En buenas manos están! Aunque no comprendamos los caminos de Dios, sometámonos a su voluntad, que dispone para nosotros lo mejor (comp. Dt. 33:3; Sal. 31:15; Jn. 10:29).
2. Sienta luego la norma de que el amor o el odio (esto es, la relegación a segundo lugar) de Dios no pueden medirse ni juzgarse por lo que aparece al exterior (prosperidad o adversidad): ambas cosas (el amor y el odio) están delante de ellos (lit.), es decir, no saben cuál de las dos les tocará a cada uno. Como es obvio, esto no tiene nada que ver con la salvación o la condenación eternas (nota del traductor).
3. Después de sentar estos principios, reconoce (v. 2) que, al final (de la vida, no del mundo), una misma suerte aguarda a todos (la muerte), pero hay que tener en cuenta: (A) La gran diferencia entre los caracteres de unos y otros: (a) los justos son buenos y limpios, ofrecen verdadero sacrificio, hacen el bien y sienten gran respeto al pronunciar juramento; (b) los impíos son inmundos, malos, no sacrifican (o lo hacen con falso corazón, lo que es mayor abominación) y no muestran reverencia por el nombre de Dios cuando juran. (B) La poca diferencia que hay entre las condiciones respectivas de unos y otros en este mundo: una misma suerte. ¿Era David rico? ¡También Nabal! ¿Fue Acab muerto en batalla? ¡También Josías! Según las apariencias, eran iguales. Según el corazón, distintos.
4. Reconoce que esto da pesar y amargura a los que son buenos y sabios (v. 3): «Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol». Da ánimos a los ateos y fortalece las manos de los malhechores. Al ver que a todos les sucede lo mismo, llegan a deducir que a Dios lo mismo le da el que sean justos o malvados (comp. con Sal. 14:1; 53:1); a esta conclusión que sacan los malvados se refiere todo lo que sigue al y también en la segunda parte del versículo 3.
Versículos 4–10
Apenado por la violencia que se comete debajo del sol, Salomón había alabado a los muertos más que a los que viven (4:2), pero ahora, más tranquilo, considera las ventajas de los vivos sobre los muertos.
1. «Mientras hay vida, hay esperanza», dice nuestro refrán. Lo mismo viene a decir el Predicador (v. 4). «Mejor es perro vivo, continúa, a pesar de ser entonces el más despreciado de los animales (v. 1 S. 17:43; Pr. 26:11), que león muerto, el más fuerte de los animales (Pr. 30:30). La razón es (v. 5) que los vivos saben que han de morir (ya es saber algo), mientras que los muertos no saben nada; hasta su memoria es puesta en olvido. Cohen comenta: «Este es el ingrediente de la muerte que tan amargo le sabe a Kohélet (v. en 1:11). Una persona viva es alguien; una persona muerta es menos que nadie; no es ni siquiera un recuerdo».
2. De aquí deduce que es una muestra de sabiduría hacer de la vida el mejor uso posible. Después de haber caído en el abuso de todos los placeres, Salomón advierte a otros de los peligros de tales abusos, no mediante la prohibición de todo deleite, sino mediante el uso moderado de todos ellos (vv. 7, 9, 10). Dice Cohen: «Un método ascético de vida no haría sino intensificar la melancolía que surge de la contemplación». Pan y vino, con corazón alegre, son una sana dieta (Gn. 27:28; 1 S. 16:20). «Goza de la vida (v. 9) con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu futilidad (lit.), que Él te dio debajo del sol, etc.» Como puede verse, Salomón, después de haber tenido tantas esposas y concubinas, exhorta a disfrutar de la vida con una sola mujer (la que amaste, dice literalmente) y eso durante toda la vida que Dios le de a uno. El sentido del versículo 10 es el siguiente: Todas esas fuentes de dicha mencionadas (pan, vino, mujer, trabajo) deben ser utilizadas con diligencia mientras el hombre tiene para ello las fuerzas necesarias durante el breve tiempo que se le ha concedido en la vida presente.
3. Especial atención merece el versículo 8, incluido entre las cosas que pueden conferir alegría a la breve vida del hombre en la tierra. Los vestidos blancos eran vestidos de fiesta, de gala; entran aquí en la exhortación a vivir con corazón alegre (v. 7). Lo del «perfume» se entiende mejor dándole al vocablo el sentido literal del original shémen; aceite, el cual era usado por su efecto refrescante sobre la cabeza. Es curioso el que, según Cohen, «El Targum, el Midrás y Rashi interpretan el versículo metafóricamente …: al ser la blancura de los vestidos símbolo de vida santa (¡comp. con Ap. 19:8! Paréntesis del traductor), y el aceite símbolo de una buena reputación (7:1)». La idea es buena, pero totalmente fuera de lugar en el contexto general de Eclesiastés.
Versículos 11–12
Después de exhortarnos a hacer todo con diligencia (v. 10), ahora el Predicador nos exhorta a que, después de poner lo que está de nuestra parte, dejemos a Dios el resultado.
1. Muchas veces quedamos decepcionados por haber puesto la esperanza en algo que creíamos seguro, pero que no nos ha dado el resultado apetecido. ¿Quién habría de pensar que el más ligero de piernas no fuese el primero en llegar a la meta? Un calambre o cualquier otro accidente inesperado puede impedir el triunfo; ni la guerra es de los fuertes en ejército, armas y dinero, pues Jonatán y su escudero acabaron una vez con toda una compañía de filisteos. También podría pensarse que a una persona sabia, lista, no habría de faltarle el pan; pero también los bien educados e instruidos fracasan a veces en hallar un empleo que sea remunerador. Ni aun la elocuencia puede asegurarnos de que nos ganaremos el favor de los oyentes (v. los vv. 14–18), pues la ocasión y la suerte claman a todos ellos (lit.); es decir, todos los aludidos están expuestos a oportunidades e infortunios (éste es el sentido del vocablo hebreo usado aquí para «suerte»). A nosotros nos parecen casualidades, pero, de acuerdo con los designios de Dios, son oportunidades (comp. 3:1 y Sal. 31:15).
2. El versículo 12 no se refiere específicamente al momento de la muerte (contra la opinión de M. Henry y de muchos otros comentaristas), sino a cualquier oportunidad (el mismo vocablo del v. anterior), aquí mala, en que el hombre no calcula bien o no se precave suficientemente y cae de improviso, en una oportunidad mala (lit.), en la red que le tiende, no precisamente un enemigo personal, sino el albur de los riesgos que cualquier actividad o negocio pueden acarrearle al que se aventura en la vida. A veces, se hunde uno donde creía ver una mina de oro. Estemos, pues, preparados para cualquier eventualidad, y no nos aterraremos cuando nos sobrevenga de improviso.
Versículos 13–18
Discuten los exegetas sobre si el caso que presenta aquí Salomón es histórico o se lo inventó él como anécdota aleccionadora. Nota Cohen que las circunstancias cuadrarían bien al relato de 2 Samuel 20:15 y ss., pero halla una nota discordante en el hecho de que allí es una mujer la heroína. Sin embargo (nota del traductor), al tratarse de un caso que (v. 13) le hizo gran impresión a Salomón, como el propio Cohen interpreta lo de «me pareció grande» (lit.), es más natural admitir la historicidad del caso, con el pequeño cambio (explicable; en especial, al venir de Salomón, para quien las mujeres habían adquirido mala fama) de género (masculino por femenino); nótese lo de «mujer sabia» y «con su sabiduría» en 2 Samuel 20:16, 22.
1. El caso, pues, como lo presenta Salomón, es el siguiente: Un rey, con un buen ejército y grandes pertrechos de guerra, sitia una ciudad; pero un hombre, pobre, del vulgo, pero sabio, libra a la ciudad con su sabiduría, aunque nadie se acordó de él después (se explica mejor si el sabio era mujer, como en el lugar citado). M. Henry halla algo parecido en Jueces 11:7 y también cita 2 Samuel 20:16.
2. A pesar de la amarga experiencia del hombre que salvó la ciudad, pero no recibió por ello ni recompensa ni recuerdo, Salomón insiste en que, a pesar de todo (v. 16), «la sabiduría es mejor que la fuerza». Dice el refrán castellano: «Más vale maña que fuerza». Para reforzar esto y, quizá, para contrarrestar el mal efecto que el olvido referido en el versículo 15b pudiera causar en el lector, añade (v. 17) que las palabras tranquilas de un sabio (nótese en 2 S. 20:18 y ss. la sabia tranquilidad de la mujer sabia) se escuchan mejor que los gritos de un jefe de necios (¿qué mejor descripción del gobernador y de los habitantes de la ciudad de Abel de Beth-maacá?)
3. El versículo 18 viene a repetir la misma idea que encabeza el versículo 16, pero se advierte una triste circunstancia que no le pasó desapercibida a Salomón (¿recordaba el caso de Acán, Jos. 7:1 y ss.?) La segunda parte de este versículo dice literalmente: Pero un solo pecador destruye mucho bien. No hay pecados estrictamente «privados», «individuales»; el pecado o la virtud de un miembro de la comunidad hace descender o subir respectivamente el nivel espiritual de la misma, pues todos formamos un cuerpo.
Sin solución de continuidad, el Predicador sigue aquí dando consejos sobre la sabiduría y la necedad; frecuentemente, en forma de proverbios. I. Recomienda sabiduría al pueblo en general. 1. Es muestra de sabiduría preservar la buena reputación (vv. 1–3). 2. Hemos de someternos con toda humildad a nuestros superiores (v. 4). 3. Hemos de procurar vivir en paz con todos sin mezclarnos con sediciosos (vv. 8–11).
1. Hemos de dominar la lengua (vv. 12–15). 5. Hemos de ser diligentes en nuestro trabajo y proveer así para nuestras familias (vv. 18, 19). 6. No hemos de hablar mal de los gobernantes (v. 20). II. Recomienda también sabiduría a los gobernantes; que no piensen que pueden hacer todo lo que se les antoje. 1. Han de mirar bien a quiénes ponen en lugares de poder y confianza (vv. 5–7). 2. Han de ser generosos y sobrios, sin infantilismo y sin derroches inútiles (vv. 16, 17).
Versículos 1–3
1. Una pequeña necedad puede estropear la buena reputación de una persona, de la misma manera que una mosca a punto de morir, por carecer de fuerzas al llegar el invierno, echa a perder el perfume con el que se mezcla al introducirse en el recipiente.
2. Desde tiempo inmemorial, la mano derecha fue considerada la mano del honor, del poder y de la fuerza, mientras que la izquierda (del vasco escu erdi, media mano) fue tenida por maliciosa y siniestra (nótese el significado del latín sinister, mal agüero). Así se entiende el versículo 2, que dice textualmente:
«El corazón del sabio está (inclinado) a su mano derecha, mas el corazón del necio a su mano izquierda». Lo normal, pues, es que el sabio tome decisiones afortunadas, y el necio insensatas.
3. Tan pronto como el necio se mezcla con otras personas, muestra su falta de cordura, pues a todo aquel que le corrige o está en desacuerdo con él, le dice que es un necio (el interlocutor, mucho más probable que él mismo).
Versículos 4–11
El objetivo de estos versículos es guardar a los súbditos en la lealtad y sumisión a los gobernantes.
1. Los súbditos, especialmente los colocados en puestos de mando, no deben irritar a los gobernantes; aun cuando, por alguna razón, el rey o el príncipe se irriten contra ellos (v. 4) no deben abandonar sus puestos (comp. 8:3), sino actuar con mansedumbre (Pr. 25:15).
2. Eso no quiere decir que el gobernante siempre tenga razón, pues también ellos pueden cometer, y cometen, errores (v. 5) que, en realidad son graves males: ponen en lugares de autoridad y poder a necios, que carecen de cordura y competencia, mientras otros que son nobles, sabios y competentes, están sentados en el suelo como la clase baja del pueblo (v. 6). Vio el Predicador esclavos a caballo (v. 7), siendo así que sólo a los más nobles del país se les permitía tal cosa (v. Est. 6:8 y ss.; Jer. 17:25), mientras altos funcionarios (esto es lo que aquí significa el vocablo «príncipes») (comp. Gn. 40:2) andaban a pie como esclavos; ni siquiera montados en asnos o mulos como los ciudadanos ordinarios.
3. Los seis ejemplos siguientes (vv. 8–11), no parecen tener conexión con los versículos anteriores. Quizá confirman el principio general (v. 1) de que una pequeña necedad puede costarle cara al más sabio. Más todavía, cuando a la necedad se junta la perversidad. Los ejemplos parecen poner de relieve el riesgo que comporta el entrar en sediciones o conspiraciones contra el príncipe: se vuelven contra uno mismo al ser descubiertas antes de surtir ningún efecto. El ejemplo del hoyo (v. 8) es frecuente (v. Sal. 7:15; 57:6; Pr. 26:27). La grieta en el muro (v, 8b) nos recuerda Proverbios 24:31. El que intenta hacerla má grande para entrar a robar, puede ser mordido por una serpiente, enfurecida al ser perturbada en su escondrijo (v. Am. 5:19). Los ejemplos del picapedrero y del leñador son fáciles de entender (comp. Dt. 19:5), así como el del encantador de serpientes (v. 11).
4. El versículo 10 requiere especial atención. El sentido, según lo aclara perfectamente Cohen, es el siguiente: cuando el filo del hacha está embotado, el trabajo es más fatigoso (¿Quizás una alusión al mayor esfuerzo que requiere una insurrección mal preparada?) «Si el obrero hubiese preparado convenientemente la herramienta, habría llevado a cabo su tarea con mayor éxito.» En este sentido, la «sabiduría» de la última frase equivale lisa y llanamente al sentido común. El proverbio que aquí se encierra tiene aplicación a todas las áreas y a todos los niveles de la vida, incluido el espiritual.
Versículos 12–15
Aquí Salomón muestra los perjuicios que causa la necedad.
1. Los necios hablan demasiado para nada y muestran su necedad en la impertinencia de sus palabras: mientras las del sabio son llenas de gracia (v. 12, comp. con Pr. 10:32; 22:11; Lc. 4:22; Col. 4:6), pues sirven de provecho a otros y se ganan la aprobación de los que las oyen; las del necio causan su propia ruina. De punta a cabo en su totalidad (comp. con 3:11 en lo de «principio» y «fin»), todas sus palabras son nocivo desvarío, locura dañosa (comp. con 1:17), lo cual es una forma extrema de necedad. El versículo 14 envuelve una fina ironía: El necio multiplica palabras sobre todo lo que se le ocurre, incluso sobre temas profundos y misteriosos que los más sabios no se atreverían a tocar en público. Como dice Martin, «ignora la ignorancia general de los destinos de la vida humana» («lo que va a pasar … lo que después sucederá»).
2. Los necios trabajan demasiado para nada (v. 15): Se fatigan sin provecho alguno. Trabajan sin cesar hasta quedar exhaustos sin haber sacado nada en limpio. Ni siquiera saben por dónde se va a la ciudad, a pesar de que siempre hay un camino real que conduce derechamente a las ciudades. No dan con el método más obvio de llevar a cabo una cosa.
Versículos 16–20
1. La dicha de un país depende, en gran parte, del carácter de sus gobernantes. (A) No puede prosperar un país en que el rey es un joven sin formación ni escrúpulos (probablemente, el necio subido a rey de los vv. 6 y 7), y los magnates banquetean de mañana cuando es hora de trabajar. (B) En cambio, pueden esperarse buenas cosas cuando el rey es de noble cuna, educado y competente, y los magnates comen a su hora, para reponer fuerzas, una vez que han acabado el trabajo del día.
2. El versículo 18 es probablemente un inciso que al Predicador se le ocurrió al terminar el versículo 17 con la frase «Y no para banquetear» como los magnates del versículo 16. Cuando los que están en puestos de poder y autoridad pasan la vida en banquetes y jolgorios, no es de extrañar que toda la sociedad se agriete y, por falta de manos que se dedican al trabajo, se caiga la casa. Es cierto que el versículo sienta un principio general, de amplia aplicación a la pereza y a la diligencia, pero encaja bien con el contexto anterior y posterior.
3. El versículo 19 (contra el parecer de M. Henry y de otros autores que ven en él una invitación al trabajo y una alabanza de la diligencia, nota del traductor), empalma (ya se consideren los vv. 17, 18 como un paréntesis o no) con el versículo 16 (así piensan Ryrie y Cohen), con lo que dan a entender que estos malos gobernantes emplean el dinero que adquieren mediante la extorsión de los súbditos en jolgorio y diversión, y comen y beben en abundancia; para todo esto les sirve el dinero que han extraído al pueblo.
4. El versículo 20 cierra estupendamente esta sección con un consejo lleno de sabiduría. Viene a decir: Por mucha razón que tengas para criticar esta deplorable situación, no se te ocurra censurarla en público; no lo pienses, para que no se te escape una palabra acerca de ello, porque lo que digas en el más remoto aposento de tu casa (comp. con 2 R. 6:12) puede llegar a oídos del gobierno y lo vas a pasar mal.
¿Quién sabe dónde están los espías? Lo de «las aves del cielo» y su paralelo «las que tienen alas» es una expresión idiomática semejante a la nuestra: «Me lo ha contado un pajarito».
I. Una exhortación a la generosidad con los pobres (vv. 1–6); II. Una seria advertencia a prepararse para la muerte y el juicio de Dios (vv. 7–10).
Versículos 1–6
1. Vemos primero el deber de ser caritativos (v. 1). Echar el pan a las aguas equivale al proverbio «Haz el bien y no mires a quién»; es como sembrar a voleo. Pero no cabe duda de que después de muchos días, cuando menos se espere, vendrá la recompensa, ya que según se siembra, se recoge (Gá. 6:7).
Nuestra caridad, dentro de nuestras posibilidades, no ha de tener límite (v. 2): Reparte a siete y aun a ocho; al ser siete un número de perfección, de algo completo, el ocho colma la medida indefinidamente. Es como quien invierte su capital en muchas empresas, para tenerlo más seguro; muy raro sería que todas fuesen a la bancarrota. La exhortación es tanto más urgente cuanto que no sabemos cuándo puede sobrevenir una calamidad que nos prive de la vida o, al menos, de las oportunidades de seguir haciendo el bien.
2. Del mismo modo que debemos ser generosos con los pobres mientras tenemos la oportunidad de serlo, también debemos llevar a cabo nuestros quehaceres cotidianos, a pesar de que no sabemos lo que en el porvenir puede frustrar nuestros esfuerzos. El producto de la tierra depende de la lluvia (v. 3), y la lluvia depende de que las nubes lleven agua, pero esto no está en nuestro poder detenerlo o acelerarlo. La misma impotencia del labrador se pone de manifiesto ante un tornado que arranca recios y copudos árboles. Son accidentes inevitables que el hombre tiene que aceptar según vienen: «… allí se quedará». El que, por incertidumbre ante un posible huracán, no siembre; o, por temor a un aguacero, no siegue (v. 4), se quedará sin cosecha. Puede aplicarse a todas las áreas de la vida. El versículo 6 remacha la misma idea: No esperes a que sople el viento de un lado o de otro, sino siembra hasta donde te lo permitan las fuerzas, pues no sabes qué semilla prosperará más, si la que siembres por la mañana o la que siembres por la tarde, o si ambas.
3. El versículo 5 requiere especial atención, dentro del contexto en que el hombre es incapaz de dominar los fenómenos atmosféricos, sobre los que sólo Dios tiene el control (comp. 5b con 7:13 y aun con Jn 3:8, donde «pneuma» significa, con la mayor probabilidad, el Espíritu, no el viento). Lo de la formación del feto en el vientre de la madre se pone aquí como ejemplo clásico (comp. con Sal. 139:13– 16; Pr. 30:19) de un misterio que impresionaba grandemente a la mentalidad hebrea. La moraleja que de toda la porción se desprende (aparte de las aplicaciones a gusto del consumidor) es reconocer, por una parte, nuestra dependencia de Dios en cosas que escapan a nuestro control y, por otra parte, nuestro deber en aprovechar todas las oportunidades para hacer el bien.
Versículos 7–10
Después de darnos excelentes consejos para vivir bien, el Predicador pasa ahora a dar buenos consejos para morir bien. Los consejos van especialmente dirigidos a los jóvenes, pues no suelen ver tan cercana la muerte.
1. Primeramente, y al empalmar con lo que acaba de decir en la porción anterior, hace ver que, cuando una persona ha obrado generosamente y ha trabajado diligentemente, la vida vale la pena de vivirse a pesar de todos los inconvenientes que comporta (v. 7), con tal que no se olvide (v. 8, comp. con 12:1) que han de venir días de vejez y aun de decrepitud, llenos de molestias y sinsabores y, finalmente, la muerte (12:7), que acabará con todo. Ese porvenir sí que es, del todo, vanidad.
2. El versículo 9 comienza con unas expresiones irónicas que desconciertan a primera vista. Es preciso guardar la calma hasta leer el versículo entero. Se lee en el Midrás (nota del traductor): «los rabinos trataron de suprimir el Libro de Kohélet porque descubrieron en él palabras que conducen a la herejía». Declararon: «¡Esta es la sabiduría de Salomón para llegar a decir: ¡Alégrate, mozo en tu mocedad! Ahora bien, Moisés dijo: No miréis en pos de vuestro corazón (Nm. 15:39), mientras que Salomón dice: ¡Anda en los caminos de tu corazón! ¿Se ha de abolir el freno? ¿No hay juicio ni Juez?». Pero al continuar y decir: Pero ten en cuenta que sobre todas estas cosas te juzgará Dios, exclamaron:
«¡Bien ha hablado Salomón!» En realidad, Salomón no prohíbe aquí al joven nada. Lo que le urge a considerar es el juicio final de Dios sobre todas sus acciones, con lo que el joven tiene bastante para saber qué camino le conviene seguir.
3. El versículo 10 resulta difícil de interpretar en este contexto. La explicación más probable es la que da Cohen: «Ten en cuenta (v. 9) que has de dar cuenta a Dios por la forma en que emplees el vigor y las oportunidades de la juventud. Por tanto (v. 10), aparta de tu corazón la congoja, y de tu cuerpo el sufrimiento. Al evitar los abusos, un joven puede evitar las consecuencias que el libertinaje acarrea a la mente y al cuerpo». La última frase del versículo 10 podría entenderse de dos maneras: (A) La adolescencia y la juventud son efímeras (lit. vanidad, en el sentido ya conocido de «futilidad», «cosa huidiza». Comp. 7:15; 9:9); por tanto, no merece la pena disfrutar de los placeres de la juventud. (B) Hay que sacar de ellas el mejor partido posible. Esta es la explicación más probable, dentro de todo el contexto de Eclesiastés.
El sabio Predicador va a terminar aquí su sermón; y lo termina con lo que habría de impresionar más a sus oyentes. I. Exhortación a los jóvenes para que practiquen desde temprana edad la verdadera religión, sin dejar los ejercicios de la piedad para la vejez, cuando todo son molestias y dificultades (vv. 1–7). II. Repetición del texto que le sirvió de base para todo el sermón (v. 8). III. Confirmación y urgente recomendación de todo lo que había escrito, tanto en éste como en los demás libros, como digno de ser pesado y considerado con toda seriedad (vv. 9–12). IV. Resume y concluye todo el tema del libro, con un encargo a todos para que sean verdaderamente piadosos y temerosos de Dios (vv. 13, 14).
Versículos 1–7
1. Un llamamiento a los jóvenes para que piensen en Dios y tomen conciencia del deber que tienen para con Él mientras son jóvenes: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud» (v. 1). Como si dijera: «Los que sois jóvenes no os lisonjeéis con la esperanza de grandes cosas de parte del mundo, las cuales no satisfacen al alma; acordaos de vuestro Creador y os guardaréis así de los males que provienen de la futilidad de las criaturas». Este recuerdo del Creador es el mejor antídoto contra las especiales enfermedades morales de la juventud, las pasiones juveniles y la futilidad a que están sujetas la niñez y la adolescencia. Dios es nuestro Creador, Él nos hizo y no nosotros mismos; por tanto, es nuestro legítimo Dueño y Señor. Hemos de pagarle el honor, el respeto y la obediencia que le debemos como a nuestro Hacedor. La palabra Creador está en plural en hebreo, como en Job 35:10. Es un plural de intensidad, como Elohim.
2. Una razón que corrobora este mandato: «antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento». Como si dijese: «Hazlo pronto, enseguida, antes de que vengan la enfermedad y la muerte». Y aun antes de que llegue la vejez cuando ya no quedará otro contentamiento que el testimonio de una buena conciencia acerca de lo hecho en esta vida, y la expectación gozosa de una mejor vida en el Cielo.
3. Expone después en detalle las debilidades y miserias de la decrepitud, a fin de persuadirnos a no entregar al diablo la flor y nata de nuestra vida, y reservar para Dios las heces y los desperdicios. Si las miserias de la última edad van a ser como aquí se las describe, necesitaremos de algo que nos sostenga y consuele entonces, y nada mejor ni más efectivo que el testimonio de nuestra conciencia de haber recordado a tiempo a Dios. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos ayude cuando seamos viejos, si no le servimos mientras somos jóvenes?
4. Describe las debilidades de la vejez con bellas metáforas, que han sido interpretadas de diversas maneras; la más probable es la siguiente: (A) Los fenómenos atmosféricos descritos en el versículo 2 indican los vaivenes de lucidez y oscuridad, de alivio y de dolor, que se suceden en la vejez; se alivia una molestia y pronto viene otra a sustituirla; (B) Los guardas de la casa son los brazos o, quizá, la columna vertebral con todo el costillar, que sostienen a la persona; (C) Los hombres fuertes son las piernas que se debilitan y encorvan en la vejez; (D) Las que muelen son las muelas y dientes que habrán disminuido o desaparecido. (E) Las que miran por las ventanas son los ojos. Como caso extraordinario de vigor en la vejez se nos propone el de Moisés, quien, a los 120 años, no había perdido su vigor ni se le habían oscurecido los ojos (Dt. 34:7). (F) Las puertas de afuera (v. 4) son, con la mayor probabilidad, los oídos, cuya capacidad también se merma en la vejez. (G) El ruido del molino simboliza, según Cohen, el poder del estómago para digerir el alimento. (H) Levantarse a la voz del ave indica la fragilidad del sueño de los ancianos, a quienes el menor ruido turba, o la disminución del tiempo necesario para dormir, por lo que están inclinados a levantarse tan pronto como comienzan a cantar los pájaros. (I) Las hijas del canto podrían ser las notas musicales (Cohen) o la música en general (Ryrie), cuyo aprecio suele disminuir en la ancianidad. (J) El temor a las alturas indica la dificultad para subir cuestas, escaleras, montículos, etc.
(K) Los terrores en el camino indican el miedo a caerse o a cualquier otro accidente mientras andan. (L) Lo del florecer del almendro es la más difícil de toda esta serie de metáforas, por lo que muchos exegetas prefieren la lectura (posible) de: La almendra, fruto muy apreciado en Oriente (v. Gn. 43:11) será desdeñada, por falta de muelas en la vejez. (M) La langosta que se arrastra pesadamente indica la menguada movilidad de los ancianos. (N) Resultará ineficaz la alcaparra (lit.), la cual se usaba como condimento que estimulaba el deseo sexual, el cual habrá disminuido y, finalmente, perdido en la ancianidad.
5. La última parte del versículo 5, así como los versículos 6 y 7, nos colocan ya ante la muerte, cuando el hombre va a su morada eterna. «Los judíos, observa Cohen, todavía usan la frase Beth Olam, casa eterna, para designar al cementerio.» Esto se refiere al cuerpo, no al espíritu (comp. v. 7) y, dentro del contexto del Eclesiastés, no puede haber ninguna alusión a la otra vida, al tener en cuenta también todo lo que dice el Apóstol en 1 Corintios 15:35 y ss. El cuerpo de carne y sangre que ahora tenemos no volverá a existir. La vida debajo del sol ha terminado y vemos ya el funeral, con los endechadores, o lamentadores alquilados por la familia, que hacen el duelo por la calle, camino del cementerio. Los cuatro símiles del versículo 6 son sumamente interesantes, rayando en el esoterismo: El cordón de plata es lo que llamamos «el hilo de la vida», que se quiebra en la muerte; el cuenco de oro es (probablemente) el cráneo, que encierra el cerebro, lo más noble del organismo humano; el cántaro que se quiebra, es sin duda, nuestro frágil vaso de arcilla (2 Co. 4:7, comp con Gn. 2:7), y la rueda, la maquinaria necesaria para sostener el curso de la vida, se rompe sobre el pozo del que nuestro organismo recibía la constante provisión de «agua» para el sostenimiento de la vida. De esta forma (v. 7), la persona se disuelve en sus dos elementos componentes (comp. con Gn. 2:7): el polvo que vuelve al lugar de origen (Gn. 2:7; 3:19), y el espíritu, el soplo que Dios introdujo por las narices, que vuelve a Dios que lo dio. Dice M. Henry, al final de esta porción: «El hombre es una extraña clase de criatura, un rayo del cielo, unido a un trozo de barro; se separan en la muerte, y cada uno se va al lugar de donde vino. El cuerpo, el trozo de barro, vuelve a su tierra. El alma, ese rayo de luz, vuelve a Dios que, cuando hizo al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un aliento de vida, para hacer de él un alma viviente» (Gn 2:7). El alma (debería decir, el espíritu o aliento—nota del traductor—) no muere con el cuerpo; es redimida del poder del sepulcro (Sal. 49:15. El salmo trata de la «vida» o de la «persona», no del alma. Nota del traductor); puede subsistir y subsistirá en un estado de separación del cuerpo, del mismo modo que una candela brilla y arde, más y mejor, cuando se la extrae de la oscura linterna.
Versículos 8–12
Salomón está a punto de terminar el libro y repite el texto con que lo comenzó.
1. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, todo es vanidad (v. 8). Estas palabras las dice un Predicador, penitente, convertido, que podía hablar, con base en una experiencia alcanzada a muy alto precio, de la futilidad completa de este mundo, y de la necedad de esperar de él grandes cosas.
2. Son palabras de un sabio (v. 9), famoso dentro y fuera de su país por su extraordinaria sabiduría. Tanto que venían a consultarle de todas partes; por tanto, es un juez muy competente en esta materia.
3. Y, cuanto más sabio fue, tanto más enseñó sabiduría al pueblo. No sólo aprendió para sí mismo, sino que, como buen sabio, puso todo su empeño en enseñar a otros las importantes, prácticas, verdades que él mismo había escudriñado. No se limitó a dar lecciones a una élite de nobles y eruditos, sino que enseñó al pueblo, ya que sus lecciones son de la máxima importancia para todos.
4. A fin de que sus enseñanzas se grabasen bien en la mente de sus discípulos, el Predicador enseñaba especialmente: (A) En proverbios (v. 9b), es decir, dichos breves, sentenciosos y fáciles de retener. (B) Los exponía en palabras agradables (v. 10), es decir, expresivas, que daban placer a quienes las oían y suscitaban el interés de los alumnos. (C) Sus escritos, sus lecciones puestas por escrito, tenían dos cualidades que no deben faltar en ningún escrito: rectitud y verdad.
5. Para describir las virtudes de los dichos de los sabios, usa dos símiles muy expresivos: aguijadas y clavos (v. 11). La aguijada del pastor sirve para acuciar a los animales del ganado a seguir adelante; del mismo modo, las palabras de los sabios estimulan la mente y favorecen el progreso intelectual y moral.
Los clavos plantados (lit.) sirven para el efecto opuesto: no para mover, sino para fijar, plantados, para echar raíces de convicción, los dichos de los sabios aseguran bien las enseñanzas de forma que los discípulos las permitan entrar en el corazón, bien martilladas por la Palabra de Dios (Jer. 23:29), y así no se dejen llevar a la deriva por todo viento de doctrina (Ef. 4:14). La mención del único pastor, quizás conectada con los aguijones o aguijadas para el ganado, puede ser interpretada de dos maneras: (A) Referida a Dios (v. Sal. 23:1; 80:1), según la entienden Cohen, Ryrie y el mismo M. Henry (nota del traductor); (B) Referida a un pastor maestro, humano, quizás el mismo Salomón, como insinúa el versículo siguiente (así lo interpretan la mayoría de los modernos).
6. Con la misma expresión paternal («hijo mío»), tan frecuente en Proverbios, el Predicador previene ahora contra el peligro de buscar demasiada información en otras fuentes, no tan sabias ni tan sanas como las suyas y las de los sabios maestros de las congregaciones; nunca se acaba de hacer muchos libros (¿qué diría hoy?); y la mucha dedicación al estudio de los libros, de libros que no poseen las garantías de verdad y rectitud, no sólo puede perjudicar al espíritu, sino que también es fatiga para el cuerpo (lit. la carne). Ya Marco Aurelio, el emperador filósofo, decía que debemos librarnos de la sed de libros. En consonancia con esto (nota del traductor), se solía citar un adagio latino: Timeo hominem unius libri, temo al hombre de un solo libro. La interpretación que se nos daba era que el bien versado en un solo libro de texto era de temer en una discusión porque estaba firme en sus convicciones, sin el peligro de confusión ante diversas opiniones o diferentes formulaciones de doctrina. Mi interpretación personal es que tal individuo es digno de temer, no por su erudición personal, sino por su fanatismo. ¡Es muy fácil irse al otro extremo si, al estudiar este versículo, se toma el rábano por las hojas!
Versículos 13–14
La gran investigación que Salomón emprendió en este libro es sobre cuál es la dicha de los hijos de los hombres, por la que se afanan debajo del cielo todos los días de su vida (2:3); es decir, en qué consiste la verdadera felicidad y por qué medios se consigue. Lo ha encontrado por medio del descubrimiento que desde muy antiguo hizo Dios al hombre (Job. 28:28): Que la piedad sincera es el único camino que lleva a la dicha verdadera. Lo va a resumir aquí: La conclusión de todo el discurso es ésta (v. 13).
1. Un compendio de la verdadera religión. Si dejamos a un lado todas las materias discutibles, ser religioso es temer a Dios y guardar sus mandamientos. (A) La raíz de la piedad es el temor de Dios que reina en el corazón: un respeto a su majestuosa santidad, una deferencia a su soberana autoridad y un temor profundo a su terrible ira. (B) El fruto de la piedad se echa de ver en la observancia de los mandamientos de Dios.
2. La enorme importancia de esto para cada ser humano: Esto es el todo del hombre (lit.); es decir, con eso cumple el hombre todo su deber y en eso está toda su dicha; ésta es la respuesta de Kohélet al afán de felicidad que anida en el corazón del hombre.
3. Un poderoso incentivo para esto (v. 14). Las consecuencias de haber cumplido o de no haber cumplido con ese requisito que es el objetivo total de la vida del hombre en este mundo se echan de ver cuando consideramos la cuenta que cada uno ha de rendir en breve a Dios de toda obra hecha en esta vida, juntamente con toda cosa secreta (sólo conocida de Dios) sea buena o sea mala. Vemos, pues, cuán diligentes debemos ser en caminar en los caminos de Dios, para que podamos rendir con gozo nuestra cuenta.