Vida y hábitos religiosos en el siglo XIX. Caso de Coria del Río.

España, a lo largo del siglo XIX, fue en cierto modo haciéndose progresivamente menos religiosa, era pues más anticlerical y más plural de lo que habitualmente se admite. Dominaba la ignorancia religiosa, siendo la practica religiosa de gran parte de los españoles pobre de tipo devocional y escasamente litúrgica. Grandes masas no eran practicantes o solo lo hacían de manera rutinaria o desafecta. Ello dio motivo a ocasionales manifestaciones de anticlericalismo. La iglesia española va a pasar de ser un nucleo entorno al cual se organizaba gran parte de la vida pública como privada a la desafección principalmente en sectores de población obreara y urbana ya al final del siglo XIX. La Iglesia estaba acostumbrada a albergar en su seno a todas las clases, por eso no extrañaba a nadie que en los templos se celebrasen también los actos civiles más multitudinarios, esto tiene su reflejo a que aún en el s. XIX la jura de las constituciones promulgadas por la Nación el cabildo municipal la hacia en muchos casos aprovechando el edificio parroquial. Junto a la religión sensibilera y basada en procesiones de la mayoria de los feligreses creyentes pero tibios, otros católicos practicantes seguían un "devocionalismo", que se constituyó en uno de los rasgos más destacados de la vida espiritual de la época,

Una costumbre devota muy corriente llevar una camisa de color morado llamada "el hábito" de una promesa, así aparte de guardar la vigilia (ayuno y abstinencia) visitaba cada primer viernes de mes  a la imagen de un Cristo Cautivo o Nazareno.

En el s. XIX hay cambios que afectan a la religiosidad, por un lado se promueven cambios en los seminarios y se renuevan los planes de estudio teológicos y se intenta importar, o producir libros de calidad con las que superar las carencias de  principios  de siglo cuando  la formación de los seminaristas apenas sobrepasaba el nivel de  un  catecismo para adultos, solo que los seminaristas lo estudiaban en latín.

Por otra parte la formación del creyente común se ve favorecida, en el s. XIX por el desarrollo de las misiones populares, la reforma de la catequesis con catecismos que en algunos casos van más allá de estar basados en preguntas y respuestas. Se nota la participación de laicos en la formación religiosa, tanto varones como mujeres, eso sí participando desde una mentalidad burguesa. En el s. XIX se acrecienta el consumo de obras religiosas y se transmiten sus contenidos, también se exalta de manera clara a la mujer como transmisora de la fe a través de la familia y el ámbito doméstico.

La literatura piadosa difunde una espiritualidad afectiva, «blanda» y una formación muy moralizante e individualista que responde a una mentalidad romántica cuyo contenido doctrinal y bíblico es muy escaso pues su objetivo es conmover y tocar el corazón para provocar lágrimas o fervores sensibles.

 Destacan en el sentido del "devocionalismo"  el culto al Santísimo Sacramento, las ánimas Benditas, a la santísima Virgen (Inmaculada, Rosario y del Carmen especialmente) y de manera incipiente al Sagrado Corazón de Jesús. La devoción al Corazón de Jesús fue particularmente promovida e impulsada por la Orden jesuíta desde finales del s. XVII y alcanza su apogeo como signo de adhesión a la Iglesia frente a la indeferencia religiosa y el anticleriscalismo en el s. XIX. Los Jesuitas son también  los que introducen a mitad del s. XIX la practica de la devoción infantil muy popular en migas y otros colegios Con Flores a María  durante el mes de mayo, practica piadosa proveniente de Italia.

 

En todo caso en este articulo vamos a hablar de las prácticas religiosas tal como se daba en el s. XIX y que lógicamente poco podían diferir de cómo se daban en Coria.

MISAS

La hora de celebración de la misa varió a lo largo de la historia,  desde en  sus comienzoa coincidiendo con la hora de salida del sol en recuerdo del tomado como momento de la resurrección de Jesús, hasta sufrir un decalaje hacia horas más tardías para poder asegurar un ayuno eucaristico pleno desde la cena ( principal comida) del día anterior, finalmente a mediados del siglo XVI Pío V prohibió ofrecer el Santo Sacrificio después del mediodía ( se exceptuaba la Misa del Gallo a las doce de la noche, que no precisaba de guardar ayuno, o lo más habitual era incluso cenar despues de la misma). 

La misa diaria era la del Alba (misa de hora prima las 6h en horario solar) donde acudían los más devotos y en especial las mujeres que el pueblo denominaba “beatas”, que la seguía con su misal de bolsillo puesto que se oficiaba toda en latín y con un velo negro en la cabeza que era obligatorio para las mujeres. El domingo también había Misa de Alba, pero antes de mediodía se decía la Misa Mayor o propopulus normalmente a la hora de tercia (misa de tercia las 9h en horario solar), cuyo sermón lo hacía el cura desde el púlpito y era la única parte que era en castellano. El sermón se puede decir que no estaba dentro del esquema de la misa, porque el cura predicador si era distinto del sacerdote celebrante se colocaba el bonete, subía al púlpito y daba el sermón, mientras que el celebrante podía continuar la ceremonia de la misa por su cuenta.Los temas principales de los sermones son: verdades eternas, pecados, mandamientos, eucaristía, la pasión y la Virgen. Al ser la misa exclusivamente en latín la gente se la pasaba rezando el rosario o leyendo a veces un libro de devociones, de ahí que pervivan en castellano expresiones coloquiales como "enterarse de la misa la mitad", "como quien oye misa", "por mí, ya puede decir misa", todas ellas que muestran una proverbial falta de atención en la misa, salvo el momento de la consagración. Para el momento de la consagración si la misa era con sermón este debía haber acabado, por tanto si eran distinto predicador y celebrante estos se sincronizaban en ese punto, ya que la consagración al ser el momento más importante de la misa requería que los fieles se concentrasen en él con la máxima devoción y puestos de rodillas en señal de adoración.

La forma de comunicar a los fieles lo que estaba sucediendo en el altar, ya que ellos no conocían el latín y había partes que incluso de la consagración que el celebrante recitaba en voz baja , era mediante un código de toques de campanillas. En las misas tridentinas las campanillas litúrgicas se tocaban por un monaguillo para señalar los pasajes de la celebración : Suscipe, Sancte Pater ( Ofrenda del pan y del vino) los fieles se ponen de rodillas,  el Sanctus (himno de alabanza al Señor de los Cielos, canto triunfal del tres veces Santo en su misterio trinitario) esta y otras oraciones del sacerdote después pues de lavarse las manos  y durante el Prefacio y el  Canon hasta la oración del Pater Noster (que da por finalizado el Canon y empieza la parte de la Comunión) que se dicen en secreto. Se toca la campanilla en Hanc Igitur Oblationem y  Quam Oblationem (dedicación sacerdotal de las ofrendas  extendiendo las manos sobre ellas y bendición de las mismas haciendo cuatro cruces sobre ellas). De nuevo se tocan la campanilla tras Hoc est enim Corpus Meum y el Hic est enim calix Sanguinisque Mei (oraciones respectivas de la consagración del pan y del vino durante el momento más solemne de la Santa Misa). Por último se toca tres golpes de campanilla tras el Domine, non sum dignus (que da paso a la comunión del celebrante hecha en nombre también de los fieles que se pueden unir a él en este momento mediante la Comunión Espiritual). Si los fieles van a comulgar igualmente ellos vuelven a recitar Domine, non sum dignus y ahora se dan tres golpes de campanilla para que los comulgantes acudan a la barandilla del altar.

La comunión se recibía en las misas primeras o del Alba, mientras que en la Misa Mayor del a las 9 o las 11 no se podía comulgar en razón del ayuno previo que debía prolongarse por espacio de 12 horas, esta obligación competía al cura que era en muchas ocasiones el único que comulgaba. Ciertamente eso era así desde le Concilio de Trento, sobre todo porque se consideraba que el sacerdote comulgaba en sustitución del pueblo y después de comulgar debía tener unos minutos de intimidad y oración personal, de forma que si repartía la comunión entre los fieles perdería la concentración, tan importante después de haber recibido a Dios mismo como alimento de su alma. En ciertas iglesias, la comunión se daba después de la misa o en el sagrario teniendo como telón de fondo la misma misa, en ciertos casos menos frecuentes también se repartía la comunión antes de la misma misa. Además de lo señalado existían otras diversas causas para comulgar generalmente fuera de la misa: el sacerdote solo consagraba la hostia que él consumía, para no prolongar la duración de la misa para el conjunto de la feligresía pues solo comulgaban un grupo "selecto de fieles", y también por comodidad para evitar traslados desde el sagrario al altar Mayor u otro altar donde se celebrase la misa. Cuando la misa se celebraba en la capilla del Sagrario, entonces sí se solía dar la comunión durante la misa aunque en todo caso a un numero muy escogido de fieles que se sabían que confesaban asiduamente. Por eso en ciertas ocasiones solemnes donde se llamaba a la participación de los fieles a comulgar dentro de la misa, esa misa se designaba de Comunión General p. Ej.el día de la Función Principal de las hermandades o el Domingo de Resurrección, previamente se había celebrado confesión general con varios ministros confesando. También durante la misa solía tener lugar la confesión de algunos fieles, si bien esto no era muy frecuente puesto que la mayoría de la gente no confesaba sino en cuaresma o en caso de peligro de muerte.

 

Las misas daban comienzo cuando se daba dos campanadas con una campanilla junto a la puerta de la sacristía para avisar de que el sacerdote se dirigía al altar. En las misas el sacerdote que permanecía prácticamente durante toda la ceremonia de espaldas al público, seguía la ceremonia de memoria y también mediante el texto en latín dispuesto en diversos atriles en el altar (las sacras). También las lecturas del Evangelio y de la Epístola desde los respectivos ambones se hacían en latín. Por ello en la Misa Mayor del Domingo, cuando había predicación el sacerdote al dar el sermón desde el púlpito necesitaba hacer un resumen del evangelio leido antes de disertar sobre las enseñanzas del mismo. Entre otras cuestiones de la misa tridentina estaba el que la parte del Canon (consagración de la misa) la recitaba el cura naturalmente en latín pero en voz baja, unicamente, la posibilidad de recitar todo el Canon en voz altas se introduce tras la instrucción Tres abhinc annos de mayo de 1967 en aplicación de los cambios en la misa propuestos por el Concilio Vaticano II.

No todos los sacerdotes estaban autorizados para predicar, por circunstancias como ser su ordenación reciente o tener cargo solamente de capellán, no tener una buena preparación en oratoria etc., por lo que llegado el momento necesitaban una autorización del obispo. Como no se entendía el latín era costumbre rezar el rosario durante la misa o leer un libro piadoso. En algunas misas cuando estaba el predicador en el púlpito, este pronunciaba su sermón durante toda la misa y  si este era muy largo solamente lo interrumpía un momento en la Consagración y luego continuaba.

Estaban muy solicitados los buenos predicadores cuaresmales que pertenecían a ordenes regulares, sobre todo franciscanos y dominicos, cuya presencia era muy necesaria para dar sermones de gran altura durante los domingos de cuaresma y las celebraciones de los cultos de las cofradías. El mantenimiento,  es decir las dietas, de dicho predicador cuaresmal corría a cargo del Ayuntamiento, que elegía al mismo en voz de dos concejales quienes acudiendo al Convento Mayor de la Orden Religiosa situado en Sevilla lo solicitaban. Si bien es verdad que la elección del predicador cuaresmal por parte del ayuntamiento era algo que cayó en desuso después de las exclaustraciones del s. XIX y los cambios impuestos por los liberales . El predicador cuaresmal se solía encargar también de la organización de los Viacrucis de cada Viernes de Cuaresma  hasta el sitio del Calvario a través de la calles corianas con sus sermones que servían de preparación de la feligresía para la Semana Mayor del pueblo cristiano.

En muchas ocasiones se simultaneaban la misa del altar mayor con otras dispuestas en los diversos altares de la iglesia y dichas como sufragio por difuntos que habían dejado mandas y capellanías establecidas. Si bien esta costumbre disminuiría a partir de la desamortización de 1834 que desproveyó de fondos para estos fines a los capellanes. La falta de comprensión de la misa en latín, hacía frecuente que las mujeres mientras duraba la misma rezasen el rosario contemplando los misterios dolorosos de la Pasión, pues estos daban lugar a la meditación sobre el sacrificio de Jesús en su cuerpo y su derramamiento de sangre al que se refiere el sacrificio eucarístico. Aunque existían misales desde el s. XVII con la Misa en la doble versión Latin-español y con las oraciones también, pero estos misales estaban solo al alcance de unos pocos tanto por el valor economico del libro como por carecer muchos de la capacidad de poder leer por su condición de analfabetos. En algunos pueblos pequeños no obstante era el sacristán o el cura los que se encargaban como maestros de aquellos niños que querían aprender a leer puesto que no había escuela en esas aldeas.

 

Las misas que se decían en latín conforme a las normas del concilio de Trento, misas tridentinas que se celebraban principalmente al alba todos los días y se llamaba también misa de (hora) Prima. El motivo de esa hora era el hecho de que la Resurrección de Jesucristo había ocurrido en la mañana antes del alba, como decía San Cipriano de Cartago escribe sobre la celebración dominical : “celebramos la Resurrección del Señor en la mañana.”. Por otra parte la “hora tercia” (es decir, 9:00 a.m.) se consideró como “canónica” para la Misa Solemne de domingos y días de fiesta. Hay que recordar que para pasar al horario solar, a la hora actual hay que restarle 2 horas en verano y una hora en invierno-primavera.

En el siglo XIX, España regía el tiempo por el sol, de forma literal. La hora civil oficial hacía referencia al Meridiano de Madrid, que se aproxima al de Greenwich, pero siguiendo la hora solar local esta era diferente dependiendo de las coordenadas de cada zona. Así, Galicia tenía una hora diferente a las Islas Baleares, ya que un gallego ve salir el Sol más de 50 minutos más tarde que un balear. El siglo XX trajo consigo la hora del Meridiano de Greenwich (GMT+0:00) para toda España, pero a partir de 1942, los relojes españoles por decisión del General Franco empezaron a marcar un hora mas para así sincronizarse con el horario europeo ( GMT+ 1 en invierno y GMT+2 en verano con lo cual en España se sigue la misma hora oficial que en Alemania).

 

Misas dominicales

El domingo había dos o tres misas distanciadas entre ellas al menos una hora.Por eso los domingos además de la Misa de Alba se celebraba la misa Solemne (generalmente cantada y con el concurso del diácono y subdiácono) a la que lógicamente en tal día festivo solía acudir más fieles que a diario.

La Misa Mayor que es en la que se da la doctrina (a veces también en otra misa ordinaria), se dan los avisos tanto eclesiásticos como civiles y se predica el evangelio del día, además de ser solemne o cantada en las fiestas principales, es naturalmente la más larga y es la última en celebrarse a las diez u once de la mañana (es decir a las ocho o diez del horario actual). La asistencia de hombres a la Misa Mayor es menor que en las misas rezadas pues esas son más cortas.

El canto de las misas cantadas se hacía en latin con el acompañamiento del órgano o armoníum tocado por el organista de la parroquia, este cantaba acompañado del sochantre y contestaban al oficiante y a los dos beneficiados que ayudaban en el presbiterio haciendo las funciones de diácono   y de subdiácono. En estas misas eran solemnemente cantadas en todas las oraciones litúrgicas: el Gloria, el Kyrie etc. El pueblo habituado  en el ceremonial , es decir los fieles más piadosos, también podían estar preparados para poder seguir muchos cantos en latín que conocían de memoria. Los fervorosos se conocían el Pange Lingua y Tantum Ergo, Salve, Domine non sunt dignus etc..Los cantos en castellano se fueron introduciendo al final del s. XIX y principios de s. XX para ser cantado por el Coro Parroquial de voces femeninas en el Ofertorio y en el momento de la Comunión. Este Coro ambientaba también las novenas y otros cultos vespertinos. No obstante también se conocían cantos en castellano que se usaban en rosarios, misiones y procesiones en la calle. Podemos decir con cierta aproximación que el canto en castellano por lo general se usaba para el culto público en la calle y el latín para la liturgia canónica.

Los avisos parroquiales finales tratan sobre fiestas, ayunos y acontecimientos de carácter religioso que han de tener lugar durante la semana y después se explica un punto del Catecismo o significado de las oraciones.

La gente siempre que puede acude a misa llevando Misal y Rosario, y algunos un devocionario de su uso privado, así a su elección esos elementos les sirven para cumplir sus devociones y rezos durante la misa dicha en latín y que muchos no podía seguir porque no sabían leer o no tienen instrucción. A veces el libro era un misal-devocionario y el fiel se servía de él para la preparación y acción de gracias de la Sagrada Comunión (real o en la mayoría de los casos espiritual). Es en el s. XIX cuando se impone la obligación de asistir a la misa completa para cumplir con el mandamiento de la Santa Madre Iglesia en los días de domingo y de fiesta religiosa, pues anteriormente se suponía que cumplia con dicha obligación si asistía en el momento de la consagración eucarística y la elevación de las Sagradas Especies. Al menos así lo entendía el pueblo, por eso era frecuente que la gente y particularmente los hombres saliesen y entrasen en la iglesia mientras que se celebraba la misa. Recordemos que entonces no existían bancos en el templo y que la gente asistía de pie o de rodillas a la misa, también que hombres y mujeres se hallasen separados en distintas partes del templo por costumbre sin que mediase ninguna valla.

Los domingos por las tardes antes de Vísperas suelen ir los niños y niñas que todavía no han hecho la comunión al Catecismo adaptado a su edad y conocimientos (otras veces se da Catecismo antes de la Misa Mayor). Después se suelen incorporan los padres más fervorosos en la tarde del domingo a las Vísperas y el rezo del Santo Rosario. Estas familias si no pueden asistir en la tarde a la iglesia procuran rezar el rosario con los niños y leerles una lectura piadosa a su nivel en sus casas.

Por otra parte como el ayuno eucarístico, exigía entonces 12 horas sin comer antes de poder comulgar no se podía cenar sino en el día anterior sobre las 6 de la tarde que coincidía justo después del atardecer (hora bastante común para este propósito), no obstante si se asistía a la misa de Tercia el domingo se podía tomar la cena hasta aproximadamente las diez de la noche del sábado. Se recomendaba hacer el ayuno eucarístico aún cuando no se fuese a comulgar sólo por el hecho de asistir a misa. De todas formas el común de las personas no comulgaban en la misa pues era sólo recomendable el hacerlo por Pascua Florida (entre Pascua de Resurrección y Pentecostés o Pascua del Espíritu Santo este fue un mandato establecido ya desde el IV Concilio de Letrán pero reforzado en el Concilio de Trento con el establecimiento de un libro de registro del Cumplimiento Pascual) al menos una vez al año. Por este motivo la Misa Solemne con su correspondiente sermón se hacía los domingos y días festivos a tal hora, mientras que a su vez en los días de diario para las personas muy pías el horario de la Misa de Alba les permitía después de tal misa ir a su trabajo o comenzar sus labores diarias. No obstante está misa sin ser privada por lo general solía tener un marcado carácter fúnebre y en ella se hacían las memorias de los difuntos que no se podían hacer en la misa mayor, además a esta misa solían acudir más frecuentemente por su mayor discreción las personas que tenían luto.

Otros aspectos de las Misas

 Otra situación respecto a las misas era la participación de los feligreses en la comunión. En el s. XIX la mayoría de los fieles no comulgaba más que en Pascua y en las grandes fiestas; además la comunión se recibía en las misas primeras o del alba, mientras que en la misa mayor no se podía comulgar en razón del ayuno previo que debía prolongarse por espacio de 12 horas.

El sacerdote que actúa en la persona de Cristo es quien realiza el Santo Sacrificio en el altar. Se pensaba que los fieles, comulgasen o no, participaban de los frutos del Sacrificio uniendo sus intenciones a la acción del sacerdote, por eso ya cumplía con el precepto con su simple y devota asistencia a misa. Por tanto la comunión física no era lo esencial, de forma que los misales antiguos derivados de Trento no incluían el rito de Comunión de los fieles, por lo que muchos hacía la "comunión espiritual". Pocos fieles sólo bajo una preparación adecuada que incluía la confesión reciente, el ayuno de doce horas y una vida modélica tanto espiritual como moral podían comulgar y esto se hacía en el sagrario después de la misa por personas muy fervientes para no alterar el ritmo de la propia misa. La inmensa mayoría de fieles se pensaba que no podían acceder a esa situación y por ello se les mandaba tan sólo cumplir con el mandamiento de la Iglesia de la confesión y comunión en el tiempo pascual es decir al menos una vez al año. En cambio la gente lo que no quería era morir de manera repentina, pues el acceso a la confesión, al viático y a la extremaunción se hacían imprescindibles en los días previos al fallecimiento.

En el s. XIX y primera parte del s. XX los fieles en general, lo que hacían con mas frecuencia en la misa de precepto es decir la misa dominical participar en "la comunión espiritual" para lo cual habia formulas de oraciones con esta dedicación, mientras los"beatos" es decir aquellas personas que asistían diariamente a la misa matutina y muy tempranera, eran los que solían comulgar diariamente por lo cual en día de precepto (i.e. domingo o fiesta) también acudían a la misa del Alba o de la Aurora (que les hacia el ayuno eucarístico más llevadero). El común de los fieles comulgaban sacramentalmente en el tiempo pascual es decir en "Pascua Florida" como establecía el catecismo en aquella época. Fue el Papa Pio X a principios del s. XX quien dispuso y animó con una serie de decretos a la "comunión frecuente" siempre con una preparación adecuada de la confesión. En la practica había Institutos piadosos y laicos cuyos miembros se comprometían a comulgar al menos una vez al mes dada la dificultad material para hacerlo ej. como Acción Católica, Siervas de María etc.

En ciertas iglesias, como ya hemos comentado la comunión se daba a los más devotos, antes y después de la misa o en el sagrario teniendo como telón de fondo la misa, durante la cual algunos fieles se iban confesando. Esta situación se cambió por decreto del Papa Pío X en 1905 promoviéndose la comunión frecuente, y no después de la misa sino durante la misma , si bien esto ultimo no se aplicó a rajatabla. De hecho se mantuvo la costumbre hasta bien entrado los años de 1960 de dar la comunión después de la misa en el Sagrario previa petición (normalmente eran las llamadas personas de "comunión diaria"), cuando dicha misa se hacia en el altar mayor porque por ejemplo se trataba de un aniversario de difunto y así lo había solicitado la familia. Por ello por el inconveniente de trasladar los reclinatorios desde el sagrario al altar mayor o simplemente porque sólo comulgaba el cura durante la misa, los fieles que lo deseaban generalmente comulgaban despues de la misa cuando ya la gente se había marchado en el sagrario.

 

Las misas de diario eran “misas privadas” es decir en la que el celebrante escasamente interactuaba con los fieles, de tal forma que en tal situación podía en la misma iglesia a la misma hora estar otro celebrante en otro altar diciendo otra misa aplicada como sufragio por un alma concreta de un difunto. En efecto las Misas de Capellanías o una Fundación de Misas (fundationes missarum) estaban a cargo de un capellán cuya paga salía de un legado de fondos o propiedad real fijados, cuyo interés o rentas se asignan para la celebración de Misas por el fundador o según sus intenciones. Aparte de los aniversarios, las fundaciones de Misas se dividen, según el arreglo testamentario del testador, en mensuales, semanales y diarias. Si bien después de 1835 con la Desamortización Civil las fundaciones de Capellanías desaparecieron, no obstante eran todavía frecuentes los encargos de misas hechas por los difuntos a sus familiares como parte de “su herencia”, eso si con tan sólo la obligación moral de encargarlas, si bien esto afectaba también exclusivamente a personas pudientes.

 

Todo sacerdote (curato o beneficiado con tal condición debía celebra al menos una misa diaria, quedando a su discreción celebrar a cualquier hora entre el amanecer y mediodía (ab aurora usque ad meridiem). Es normal que leería antes los maitines y laudes de su breviario

 

Además en los conventos como el que tuvieron los franciscanos en Coria hasta el primer tercio del s. XIX la Misa Conventual privada se debía celebrar después de nona (mediodía 12 h. a.m.) en días de ayuno, así tras “la recitación de nona en coro sería seguida por la Misa”. No obstante esta misa era solo para los frailes puesto que en nuestro caso los frailes no regentaban parroquia y el celo tradicional de los rectores parroquiales por impedir las misas en las ermitas, se veía aquí consolidado pues el arzobispo tenia mandato de Roma de que no fuesen los fieles a las misas conventuales, al menos las de los pequeños conventos con pequeñas capillas abiertas al pueblo y por tanto libres del control del clero secular.

Vísperas y cultos vespertinos

 Las vísperas de diario en muchas ocasiones van unidas a cultos referidos a una devoción de cofradía, hermandad o pía asociación en particular. Estos rezos de la tarde acontecen sin falta y tienen un relieve especial en los meses de octubre (mes del Rosario), noviembre (mes de los Difuntos), marzo-abril (Cuaresma) y mes de mayo (Mes de María). Otras veces se encuadran en las fiestas principales o privilegiadas de la Iglesia como la octava de antes y después de la Pascua de Navidad, octava de Pascua de Resurrección, Octava de Pentecostés, octava del Corpus Christi. Las octavas de la Ascensión y del Sagrado Corazón de clase menor. A ello se añade en sitios donde Santa María es patrona en algunas de sus festividades la Novena de la Encarnación, Asunción o Natividad.

Los cultos vespertinos o función consistían a diario en Rezo de Vísperas, Santo Rosario, ejercicio de la devoción particular que se celebra (Dolores de María, Sagrado Corazón etc), plática, tiempo de meditación y en el domingo o en una festividad grande (Pascuas, Corpus Christi, Santo Patrono, etc se termina el acto con la Exposición y Bendición del Santísimo. Durante el tiempo de meditación en estas funciones de la tarde la gente solía hacer uso de su libro devocionario para meditar.

Las iglesias hacían uso de un cantoral en castellano al que se añadían himnos de carácter local. Era precisamente en los cultos vespertinos cuando el latín quedaba al margen y el pueblo fiel cantaba antes y después de la plática cánticos en lengua vulgar, algunos de ellos a propósito. Así mismo el pueblo canta el Tantum ergo de la Exposición.

Con el esquema de una función de a diario los sábados normales por la tarde se celebraba la Sabatina en honor a María aunque normalmente sin plática y Exposición del Santísimo.

Funciones de la tarde y cultos en Cuaresma

 En este tiempo era muy notable la concurrencia a las funciones diarias de la tarde donde un predicador forastero (predicador cuaresmal costeada su estancia por el Concejo Municipal, aunque otras veces se alternaba con otros predicadores escogidos para "sus quinarios" por cada Hermandad, pero también forasteros) daba cada día un sermón tras el rezo de vísperas y del rosario (no había Exposición del Santísimo). En estos cultos se cantaban también cantos penitenciales. El esquema típico en días de cuaresma era "visperas cantadas", sermón cuaresmal y finalmente el Miserere cantado con acompañamiento del órgano. Los Viernes de Cuaresma se hacía Vía Crucis normalmente hasta el Calvario del pueblo  o si no en el interior del templo. Todo ello servía de preparación al cumplimiento del precepto eclesiástico de la confesión y comunión anual por Pascua Florida. En determinadas tardes de la semana tenía lugar antes de la función de visperas, la confesión cuaresmal o confesión general de la gente (distribuidas por turnos para que no se agolpasen) quienes recibían una esquelita como señal de haberla hecho.

También el domingo durante la cuaresma un predicador forastero de renombre, que solía ser fraile, daba un largo sermón en la Parroquia en la Misa Mayor.

Las Vigilias  y Octavas asociadas a las fiestas

Eran Vigilias  y Octavas otras prácticas de devoción y canónicas que se celebraban litúrgicamente en fiestas muy señaladas a lo largo del año. Fiestas que iban acompañadas en algunos casos por celebraciónes de regocijo público por parte del pueblo en particular las octavas de Pascua, del Corpus o de Pentecostés solían ser alguna de ellas la fiesta mayor de una localidad. En Coria del Río la segunda y la primera eran acompañadas por ferias hasta que en 1838 en que la reina Isabel II, concede a la villa de Coria del Río una feria ganadera en el mes de septiembre que poco a poco se instauraría como la fiesta mayor del pueblo.

Hubo desde tiempos ancestrales en la Iglesia una costumbre de hacer en ocasiones muy solemnes una “pre-fiesta”, que anuncia y prepara una fiesta solemne. Si esta fiesta era gozosa en la tarde anterior había repique general de campanas. Las Festividades más señaladas incluían vigilia nocturna y octava. En el s, XIX eran fiestas con vigilias y octavas: Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión, Pentecostés, Natividad de San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo, Asunción, Todos los Santos y la Inmaculada Concepción. Este día previo al día de fiesta iba también acompañado como preparación de abstinencia de carne con la que se ganaba indulgencia plenaria, y ayuno  adicional en cuatro vigilias: Pentecostés, Asunción, Todos los Santos y Navidad. Por tanto la fiesta unía elementos penitenciales y gozosos.

La vigilia nocturna, tenía ceremonia de lecturas y oraciones que precedían a la celebración de una Misa al amanecer que substituía a la Misa de Alba. Aunque lo más frecuente es que la misa festiva correspondiese a la función principal generalmente con la misa de sexta, por supuesto en esos días de fiesta era precepto asistirá a misa y no trabajar.

En la liturgia desde época medieval abundaban las octavas que se incluían tras las fiestas de muchos santos (octavas comunes) y fiestas litúrgicas de primer orden octavas (privilegiadas). Destacaban en el s. XIX aparte de las citadas anteriormente entre ellas las octavas Corpus Christi y del Sagrado Corazón.

Las principales fiestas (fiestas con octavas) se celebraban con gran solemnidad durante ocho días. Es la celebración extendida de la fiesta, esto es en recuerdo de que Jesús resucitó al octavo día de que entró en Jerusalén para experimentar su pasión. Si la creación se llevó a cabo en siete días la salvación del hombre precisó de ocho días. Así también la Iglesia desde el principio cada ocho días ha celebrado siempre la misa dominical.

Oraciones

En cuanto a las oraciones devocionales,  los niños y niñas las solían aprender de sus madres en casa como el Padrenuestro, Ave María, Gloria y Salve en castellano lo que constituían las oraciones de rezo privado. Pero en las celebraciones hechas en la Iglesia esas  mismas oraciones se hacían en latín (a excepción del rosario), por lo que las personas analfabetas e incultas que eran la mayoría recitaban de oído algo semejante al latín durante las Misas. La celebración de la Misa era entera en Latín incluyendo la lectura del Evangelio y Epístola, por lo que se limitaba al español el Sermón, los avisos y a veces alguna explicación de doctrina o de la misma Liturgia de la Misa y el rezo del Avemaría y de la Salve.

Los niños que iban a la escuela aprendían adicionalmente a las clases ordinarias y en gran medida según el interés que pusiese el propio maestro o maestra nociones de catecismo e Historia Sagrada también las oraciones en latín. Aunque también era frecuente un “refuerzo” del catecismo y de las oraciones de los niños antes de hacer su primera comunión, esto se hacía una hora antes de la Misa Mayor del domingo, en cuyo caso las enseñanzas solían correr a cargo del sacristán o de algún otro clérigo de ordenes menores. A propósito de aprender las oraciones en latín en este caso se incluía también el Confieso y el Credo estas oraciones estaban pintadas en una tabla que había en una de las paredes del templo por ordenanza del mismo Concilio de Trento. En cuanto al rezo vespertino del Rosario en el templo se hacía en latín algunas veces (siguiendo un librito o ya de memoria por gente alfabeta). También las Letanías se solían hacer en lengua latina, pero lo general era que en la mayoría de las ocasiones y cuando el rosario era por la calle en castellano. Eran el Ave María, la Salve y el Padrenuestro las oraciones que conocían toda la gente en castellano y la gente con cultura o piadosa  también en latín.

El rezo del Santo Rosario cantado que se hacia en la calle frecuentemente y otras veces  el rosario de las tardes, en particular del mes de mayo, dentro de la iglesia se efectuaba en castellano, limitándose la recitación de las letanías a hacerse en latín.

También eran frecuentes: rosarios, triduos, quinarios y novenas pero siempre por la tarde tras el toque de Oración. En la iglesia de Coria el suelo era terrizo y el público no disponía de bancos, en todo caso se podían llevar alguna silla desde su casa.

Vida Sacramental : Comunión, Bautizo, Confirmación , Confesión y Extremaunción

 Comunión

La comunión siempre ha precisado de una disposición de cuerpo y alma para recibir el sacramento de la Sangre y Cuerpo de Cristo, es decir de un ayuno previo y de estar previamente confesado. Diversas disposiciones a lo largo del tiempo en la Iglesia impusieron ciertas restricciones de índole de escrúpulos de tipo particular a el acercarse a la comunión. La Iglesia pretendía una comunión frecuente por acentuar el vinculo del cristiano con Cristo, por lo que en cierta forma fue obligando o animando a la participación en la comunión, pero en la práctica  su frecuencia tuvo altibajos a través del tiempo. Así nos encontramos que el obispo Raterio de Verona en una instrucción a sus sacerdotes a finales del s. X dice: “Cuatro veces al año, es decir, la Navidad y la Cena del Señor, Pascua y Pentecostés, ordenad a todos los fieles acceder a la comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor” En el Jueves Santo la comunión de los fieles era muy frecuente hasta el punto de que durante los siglos XII-XIII la multitud de los que comulgaban en tal día impedía prácticamente al clero el comulgar.

Ciertamente no era la anterior situación la que corresponde al s. XIX. Entonces en relación a las misas había personas de “comunión diaria”, pero lo habitual era seguir en sentido reduccionista el mandamiento de la Iglesia de confesar y comulgar al menos una vez al año por Pascua Florida (Pascua de Resurrección es decir entre el Domingo de Resurrección y Pentecostés) , aunque también se podía hacer este cumplimiento con preferencia en la Misa del Jueves Santo, porque esta como la de Navidad estaban exentas del ayuno. A principios del s. XIX aún tenían vigor las Constituciones sinodales de Sevilla de 1586 que indicaban confesar durante la Cuaresma y comulgar desde el Domingo de Ramos al Domingo de Quasimodo (Domingo siguiente al de Resurrección hoy conocido como Domingo de la Misericordia): “Aunque es precepto de la Sancta Madre Iglesia que todos los fieles cristianos, en llegando a los años de discreción, son obligados a confesar una vez en el año por la Cuaresma, y a recibir el Sanctíssimo Sacramento de la Eucaristía por la Pascua de Resurrección, desde el Domingo de Ramos al Domingo de Quasimodo, inclusive, con todo esso muchas personas menospreciando la salud espiritual no cumplen con el dicho precepto, y assí es necesario añadir penas a su atrevimiento". 


El concilio Lateranense IV (1215) había impuesto, desde la edad de la discreción que en un principio se tomó como 7 años , la obligación de confesar y comulgar, al menos una vez al año que se sólia realizaba por Pascua. En lo que  a la edad de recibir la primera comunión  (sin ningun boato externo) esta se fue retrasando sucesivamente y no se efectuaba a los 7 años por motivos de "escrúpulos de discernimiento" sino más tarde. Este retraso en la edad de la primera comunión se detecta más acusadamente entre s. XVII-XIX por imposición de una mentalidad jansenista. Dicha mentalidad con consecuencias en Europa hasta el siglo XIX implanta de hecho un rigorismo en la vida espiritual que alejaba de la participación en la confesión y comunión. Ese alejamiento de la confesión y comunión afectaba a muchas personas que no se hallaban en el extremo de la piedad, esa costumbre indujo por otra parte a que los niños hiciesen la Primera Comunión con  una edad de 12-14 años, i.e.  con retraso con respecto a los anteriores s. XVI-XVIII donde el Concilio de Trento insistía en los 7 años . Al respecto de la Primera Comunión en el siglo XIX la práctica habitual de la Iglesia fijar la edad de 12 años para los niños o 14 años para las niñas. Así accedían a los sacramentos de la confesión y comunión cuando terminaban respectivamente el colegio y se daba por supuesto que con la enseñanza del catecismo los chicos de ambos sexos ya estaban preparados (Así fue hasta que el Papa Pio X en 1910 fijó la edad de siete años cuando se consideraba que se alcanzaba el uso de razón). Por tanto lo habitual es que no hubiese catequesis de preparación a la comunión en la iglesia, sino que el párroco acudía a la escuela para darla o para saber si el maestro había impartido el catecismo con el aprovechamiento conveniente. Muchas personas que no iban al colegio (la mayoría en la Andalucía rural) no hacían la comunión sino sólo cuando ya se iban a casar. Para solemnizar la Primera Comunión que se hacía en cualquier misa de manera individual por cada niño o niña, cuando la familia era rica los chicos hacían la comunión vestidos con un traje gris o negro con un lazo blanco en el brazo, mientras las chicas vestían como pequeñas novias de blanco con velos en la cabeza, eso sí, sin cubrirles la cara.

No era la situación descrita la de la Iglesia de los primeros tiempos (s. III-VII) que procuró acercar los niños a Cristo por medio de la Comunión Eucarística y usó administrarla a los niños de pecho de manera inmediata al bautismo. Así se encuentra prescrito en casi todos los antiguos Rituales hasta el siglo XIII que es cuando ya no se hace la comunión en el bautismo. Tal costumbre duró empero  más tiempo en algunos lugares; es uso que  actualmente sigue en vigencia entre las iglesias griegas y los orientales. Además se instaló la costumbre de administrarles la Eucaristía bajo la sola especie del vino, para evitar el peligro de que los niños de pecho, eructaran el pan consagrado. Luego como hemos señalado el concilio Lateranense IV (1215) impone, desde la edad de la discreción (algo que se toma en sentido flexible entre los 7- 12 años  cuando se poseyese la capacidad de discernir entre el pan común y la Eucaristía, sabiendo que Jesús es Dios), la obligación de confesar y comulgar, al menos una vez al año por Pascua.  Se constata como en esta época el rigorismo medieval del s. XIII-XVI  va imponiendo en algunos lugares la tendencia a retrasar más la edad de acceso a la comunión Eucaristía, incluso a los 14-15 año o más. El concilio de Trento reafirma y confirma lo dispuesto en le concilio IV de Letrán, i.e. el principio de la comunión a la edad de razonamiento volviéndose a ser habitual el hacerla sobre los 10-12 años a partir de entonces. Esta costumbre se mantuvo en general en toda la Iglesia, salvo en Francia, bajo influencias jansenistas. donde esa era la edad habitual de la confirmación y la comunión se hacia dos años después.  

Como hemos señalado entre los s. XVI-XVIII la primera comunión se solía celebrar el Domingo de Resurrección o el domingo después, denominado Domigo "in albis", de Quasimodo o de la semana "in albis". Veamos qué es la Semana "in albis" para comprender su papel con respecto a la primera comunión. Antiguamente los catecúmenos adultos eran bautizados en la Vigilia de Pascua, en la que después de su bautizo vestían una túnica blanca. Hubo en el ámbito europeo una presencia notables de adultos bautizados hasta el s. VI-VIII dependiendo del sitio, cuando ya no había adultos que bautizar, entonces los niños empezaron a bautizarse en cualquier domingo del año excepto en cuaresma. En la época del Catecumenado (s. III-VIII) toda la semana después de la Pascua hasta el domingo siguiente se consideraba de refuerzo catequético y de retiro espiritual de los neófitos o recien bautizados, que diariamente acudían con sus túnicas blancas a los servicios religiosos especialmente orientados a ellos. Por ello los neófitos se tomaban esta semana como unas vacaciones muy especiales y eran días parcialmente festivos para toda la Iglesia. Cuando el bautizo de adultos se volvió escaso, la semana in albis pasó a tomarse como semana de profundización religiosa de los jovenes que habían hecho la primera comunión en la Vigilia pascual, aunque ya desapareció la costumbre de llevar las túnicas blancas, pero también semana de días festivos. Poco a poco con el tiempo sobre los s. XI-XIII los días festivos se restringen a la tarde del Sábado de Gloria, Domingo y Lunes de Pascua. Entonces se modifica parcialmente de la costumbre y así en unos días cercanos a la Pascua que deja de tener el carácter bautismal, es cuando los jóvenes ataviados con sus mejores galas (pero no de blanco como cuando recibían el bautizo) tomen la primera comunión en concreto: el Domingo de Resurrección, el Lunes o el Domingo in Albis. No es hasta principios del s. XIX (finales del s. XIX dependiendo de los lugares) cuando se retoma el hecho de que las niñas tomen su primera comunión de blanco (en recuerdo de la túnica bautismal) con lo que pronto se confunden sus trajes con los de pequeñas novias. De forma mucho más tardía en el primer tercio del s. XX se introduce el traje blanco para los niños, en este caso inspirado en el uniforme marinero. 

 Bautismo

En relación al Bautismo era costumbre  en el s. XIX bautizar los niños a los 8 días de nacer (a igual que José hizo la circuncisión de Jesús en el Templo, pasada la cuarentena María y José fueron a "ofrecer" el sacrificio y a hacer la "presentación" de Jesús en el Templo) o también se solían bautizar una vez transcurrida la cuarentena. La celebración del mismo corría por cuenta del padrino y cuando este era una persona adinerada, los zagales acudían voceando: “¡El padrino esta “abollao”, más que un latón, que lo tire a pelón!” y entonces esperaban que tirase muchas monedas en calderilla que los niños recogían en el suelo y se disputaban con entusiasmo.

Confirmación

 La Confirmación en el s. XIX constituía generalmente ( aunque en cada diócesis o país se establecía un momento distinto) una única celebración con el Bautismo, de forma que se recibía en la misma ceremonia a continuación ( así lo sigue haciendo la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Católica Oriental) se trataba de un "sacramento doble". Esto dejó de ser posible porque las visitas del obispo a su extensa diócesis debido  a sus múltiples ocupaciones era difícil y poco frecuente, con lo cual no existía posibilidad de simultanear Bautismo y Confirmación. En la Confirmación el signo o sello del Espíritu Santo lo constituye el signo sacramental del óleo crismal ( distinto del óleo de los catecúmenos que se recibe antes del Bautismo pero de éste el elemento sacramental es el agua y de la Confirmación el aceite consagrado), dicho óleo bendecido en exclusividad por el obispo y que al ser conferido al cura de la parroquia quedaba autorizado por delegación del obispo para conferir la Confirmación inmediatamente después del bautismo. En otros sitios como es el caso en el s. XIX en la diocesis de Sevilla se hacía la confirmación siguiendo los consejos del Concilio de Trento a los siete años al alcanzar el uso de razón siempre que el obispo pudiese visitar la parroquia. Por eso como la primera comunión se hacía sobre los 10-14 años aveces se confirmaban en estos casos antes o después de la misma según se diese la situación de la oportuna visita del obispo a la parroquia. En casos excepcionales para niños recién nacidos en fechas de la visita del Obispo o de su  Provisor, entonces Bautismo y Confirmación solían ir unidos. Lo más frecuente de cualquier forma es que los niños se quedasen sin confirmar una vez superado los 15 años.

Un cambio importante supuso la recomendación del Papa Pío X que hemos señalado de 1910 para que se hiciese la primera comunión a los siete años invirtiendo y permutando el orden de los sacramentos de Confirmación y Eucaristía, en aquellos lugares en que Bautismo y Confirmación se hacían por separado. Es decir Primera comunión a los siete años y Confirmación entorno a los doce años.

En Sevilla y en otras capitales donde la visita del obispo a las parroquias era más frecuente,   la Confirmación alcanzaba a más niños, sin llegar a ser tan general como el Bautismo, se aplazaba hasta una edad entre los dos y los siete años tras el bautizo del niño. Habitualmente se hacia más bien hacia los siete años en el caso que lo desearan los padres cuando el obispo o su vicario visitaba la parroquia.

 

La devoción al Sagrado Corazón se fue extendiendo a finales del s. XIX entre los católicos como respuesta de expiación a la creciente impiedad que iba aumentando durante ese siglo. Era frecuente poner un azulejo con una imagen del mismo en la fachada de algunas casas como signo de consagración de esa familia.

Confesión y cumplimiento Pascual del mandamiento de la Santa Madre Iglesia.

Ya desde el tiempo medieval se aplicaba la penitencia privada para los pecados privados y la penitencia pública para los pecados públicos. Los que pertenecían a la orden de los penitentes estaba excluidos de la comunión y por eso se denominaban excomulgados. Si bien esos penitentes o excomulgados eran quienes gravemente habían pecado públicamente, en algunas ocasiones entraban en la orden de los penitentes algunas personas que de motu propio se lo pedían a su obispo reconociéndose como pecador para llevar una vida de ayuno, vestir con sayal y llegando incluso a la mortificación corporal (entrando en un largo ritual que se denominaba exomologesis).  La confesión era una recomendación para quienes eran conscientes de pecado grave y desde la época medieval se establecía la obligación de confesar y comulgar al menos una vez al año coincidiendo con la Pascua Florida ( desde el s. IX se indica cierta frecuencia en la confesión pero es en le Concilio de Letrán de 1215 donde se impone la obligación de la confesión anual). Los obispos eran quienes tenían jurisdicción para perdonar los "pecados públicos" (apostasía, contra la integridad de las personas en acciones criminales u homicidas y los pecados de lujuria como la fornicación y el adulterio). Los sacerdotes tenían la capacidad por delegación del obispo para el perdón de los pecados (absolución) siempre que se cumpliese la condición de la satisfacción de la penitencia impuesta (por tanto en el esquema medieval el sacramento guardaba una forma judicial, es decir determinación de la culpa y condena por la misma, e indulto con posterioridad). En el concilio de Trento (s. XVI) se dirije la atención sobre la gracia que concede el sacramento de la penitencia haciendo que la persona quede limpia sin la condición de cumplir estrictamente una rigurosa penitencia, de acuerdo a los textos evangélicos el sacerdote confesor se considera un vicario de Cristo en orden a perdonar los pecados. No obstante a partir de Trento se marca canónicamente  que el único ministro de la confesión es el Obispo y que para que los sacerdotes puedan confesar estos tiene que estar en posesión de la necesaria orden jurisdiccional de su obispo quien también les puede revocar en dicha capacidad. El concilio de Trento no haría mas que fijar mediante libros de registro la participación de los fieles en los sacramentos ( bautismo, confirmación y cumplimiento de la obligación pascual a partir de la edad del uso pleno de razón que entonces se consideraba sobre los catorce años). El Concilio de Trento aporta la novedad que se subraya que la comunión perdona los pecados veniales en cierta manera y es medicinal en cuanto que frena las ocasiones de pecar gravemente, también con la doctrina teológica del Concilio de Trento se anima a la práctica de la confesión lo más inmediata que se pueda a quienes sean conscientes de pecados graves. Por otra parte se puntualiza el carácter secreto e inviolable de la confesión. El concilio de Trento considera licita por parte del confesor fijar la satisfacción que el penitente debe hacer en forma de penas expiatorias para que su pecado le sea perdonado.

No obstante en la cuestión pastoral tras el Concilio de Trento el pueblo queda dividido y a la larga se impone dos actitudes la de las elites piadosas constituidas por personas con un cierto nivel de instrucción y por supuesto religiosos y religiosas, para quienes se les induce a la dirección espiritual y confesión frecuente, por tanto se da un gran aumento de la confesión incluso con frecuencia semanal. La segunda "clase" es el pueblo corriente para el que se organizan las grandes misiones con carácter previo al Cumplimiento Pascual de la confesión y comunión.  De todas formas aumentaron las confesiones, si bien a mediados del s. XVII las ideas de Jansenio se extienden y entre los fieles mas fervientes se produce un seguimiento continuo de las directrices de los directores espirituales que fijan unos comportamientos de marcada severidad de costumbres después de las confesiones, este estilo pastoral rigorista tuvo un enorme atractivo como una vía hacia la santidad para las autoconsideradas elites religiosas. Esa visión logró penetrar en el pueblo, considerándose a sí mismos los fieles "del montón" indignos, y ese estilo de vida religiosa como inalcanzable por los fieles "del montón" que se ven casi obligados por ciertos curas con ideas jansenistas a no frecuentar la confesión ni la comunión porque no los considera preparados para ello. Esto se trasmite y desarrolla aun más ya en el s. XVIII con cuestiones de graves escrúpulos de conciencia que inducían a pensar que la santidad era prácticamente inalcanzable .

Esa es la situación con respecto a la confesión con la que nos encontramos en el s. XIX que es una prolongación de la que se implanta a partir del Concilio de Trento, no obstante y a pesar de todo las confesiones fueron aumentando desde el s. XVI-XIX. Pero en el s. XIX a partir de la implantación de las doctrinas liberales que nacieron en la Revolución Francesa, pero que en España entran con la llegada de la tropas de Napoleón y con la constitución de Cádiz, a la situación social y política convulsa sigue la aparición de un feroz anticlericalismo que surge y se sumerge como las aguas del río Guadiana a lo largo del s. XIX pero que marcan también la vida religiosa. Con ello muchos, aunque en principio es una minoría, fueron los que dejan de acudir a las practicas religiosas, se abandona la unión matrimonial por el casamiento eclesiástico, no se pagan los diezmos y no se sigue el cumplimiento Pascual (todo lo que suponía la disciplina eclesiástica general en la sociedad del Antiguo Régimen). Ya al final de siglo XIX después de numerosos conflictos Iglesia-Estado, la masa de la población que aunque se les inscribe en el libro de "almas de confesión y comunión", ya no acude al cumplimiento del mandamiento de la Iglesia de la comunión por Pascua Florida. El incumplimiento es bastante notable y se deja de tener libro de registros en las parroquias .

El derecho canónico antiguamente imponía limites al sacerdocio pues este se realiza desde la iglesia primitiva vicariamente con el obispo. Por eso el mero hecho de ser sacerdote no ha implicado de manera automática la facultad para predicar en las misas, ni una autorización para oír confesiones, salvo en peligro de muerte del fiel.  No todos los presbíteros estaban autorizados para confesar sino aquellos que tenían la "cura de almas". La facultad de oír confesiones sólo le era concedida  a los presbíteros que el obispo los había considerado apto mediante un examen. Dicha idoneidad se tenía que reflejar en un certificado escrito al igual que su facultad para predicar. En este sentido los presbíteros podían decir las misas pero sin capacidad de predicar y sin capacidad de confesar cosa que era bastante frecuente en los denominados beneficiados.

Vamos a detallar como era el cumplimiento Pascual (confesarse y comulgar los mayores de 12 años varones una vez al año, coincidiendo con el tiempo de Pascua Florida), que prácticamente se ejerció de manera invariable en España desde el Concilio de Trento hasta el primer tercio del s. XX. Era obligado bajo pena de excomunión a los reincidentes, lo que  conllevaba para "los rebeldes" no poder ser enterrado en caso de muerte repentina en el camposanto. En la práctica este cumplimiento pascual se hacia en el s. XIX entre el Domingo de Ramos hasta la segunda Doménica de Pascua, el que se denominaba Domingo del Buen Pastor por la lectura del Evangelio que le correspondía. Este era conocido a nivel popular también como "domingo de los rebeldes" pues a él acudían los rezagados a cumplir con la referida obligación de la Iglesia.

Por lo que se ha dicho era obligatorio en Cuaresma confesar y haber superado un examen de la Doctrina Cristiana y Oraciones sobre todo para personas más jóvenes, luego se pasaba por la sacristía de la parroquia para obtener un boleto como comprobante. Cuando, en Pascua se recibía la Comunión, el sacristán se encargaba de cambiar el anterior boleto por otra cédula que certificaba el cumplimiento de la obligación pascual de comulgar.

El pueblo de Coria estaba dividido en varios cuarteles o barrios que comprendían algunas calles señaladas. Previamente a la Cuaresma se había hecho un padrón de feligreses "mayores de la edad exigida" de toda la población, donde en cada calle figuraban todos los requeridos al cumplimientos agrupados por familias o habitantes de cada casa incluidos los criados. Por tanto se confeccionaba una lista de los obligados. Estos eran citados en la parroquia para confesar y pasar un benévolo examen de doctrina cristiana o de las oraciones, que era en los casos necesarios objeto de unas catequesis y charlas animando al feligrés a mejorar en sus conocimientos religiosos. Los feligreses eran citados en grupos en distintos días para evitar aglomeraciones y poder hacer su labor el cura con tranquilidad. Una vez examinados en la sacristía habitualmente y una vez confesados los fieles, se le entregaba una cédula justificativa que debían guardar. De igual manera eran citados a comulgar en los días correspondientes del periodo citado que el cura fijaba para de nuevo evitar aglomeraciones en las misas de la mañana en que debían comulgar, cuando comulgaban se les recogía la cédula de confesión y doctrina y se les anotaba en la segunda lista del libro de Matricula como que habian hecho el cumplimiento pascual. Mas o menos a partir del 1850 cayó en desuso el examen de doctrina y solo se requería confesar antes de comulgar. A veces comulgaban más de una vez pues además del día que tuviesen señalado, comulgaban en los oficios en la mañana del Jueves Santo era un momento de gran afluencia como día de la institución de la Eucarístia. En ese mismo momento y fiesta tan solemne solían cumplir con la comunión los concejales del Ayuntamiento, para que así se diese un buen ejemplo al resto del pueblo. Otros días de gran concurrencia en la comunión por motivo propio era la mañana del Sábado de Gloria en la misa del Rompevelos y también al día siguiente en la misa del Domingo de Resurrección.

En este siglo XIX se hace la desamortización eclesial, se crean los cementerios civiles, se anula el ejercicio de la Santa Inquisición o Santo Oficio y también muchos ciudadanos ya progresivamente no siguen el Cumplimiento Pascual, a la larga se suprime lentamente el registro de los libros de la recepción de la confesión y la comunión por Pascua Florida (los llamados "libros de Matricula" parroquial o de "Statu animarum" impuestos por el Concilio de Trento pero que en algunos casos  tardaron en implantarse. Estos libros se abandonan de elaborar en muchos casos entre 1827-1890 según los sitios si bien en todo caso al final estos libros registran un % de no comulgantes según zonas pasan del 5 al 50% de los feligreses lo cual demuestra la progresiva secularización de la sociedad. En todo caso los porcentajes de personas comulgantes del genero femenino era siempre mucho mayor que del masculino, lo cual refleja las creencias en dicho s. XIX (donde la mujer era mucho más practicante de la religión que el hombre).

En definitiva la vida religiosa se hace más libre, pero al mismo tiempo los devotos son más auténticos. La vida religiosa del pueblo no obstante queda marcada por las misiones populares que en el s.XIX incluso llegan a reforzarse y con ellas las confesiones y comuniones generales.

Extremaunción y Viático 

Era algo común, entre los fieles católicos , recibir el sacramento de la Unción de los enfermos ( denominada entonces Extremaunción cuando se tenía certeza de que el enfermo iba a morir en poco tiempo.. Esta devoción se hallaba  ya muy extendida desde la época bajomedieval y moderna. Debe distinguirse el acceso a la confesión y al viático en los días previos al fallecimiento de la extremaunción. En efecto se consideraba imprescindible confesarse y comulgar para bien morir (viático) mientras que la Extremaunción era otro sacramento que consistía en la imposición de los oleos sagrados a la misma manera que en el bautizo en la frente, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. En todo caso bajo dichas circunstancias lo habitual era que esos tres sacramentos Confesión, Comunión y Extremaunción se recibiesen juntos . 

 Entierros

En relación a los entierros, a estos debían asistir todos los sacerdotes de la parroquia a la que perteneciera el difunto (en Coria en el 1848 el párroco y dos curas beneficiados), mas el sochantre (que solía coincidir con el organista) , el sacristán y los monaguillos. Estos clérigos acudían a la casa del difunto procesionalmente con el el sacerdote oficiante en último lugar, precedidos por la cruz parroquial con manguilla negra. Todo el clero asistente al entierro llevaba velas encendidas de cera amarilla sin que las debieran apagar hasta que terminase el acto. El importe de estas velas formaba parte de los pagos a la parroquia que correspondía a los familiares del difunto. Cuando el difunto pertenecía a alguna hermandad o cofradía, los hermanos o cofrades asistían al entierro y llevaban también las insignias o pendones propios de la misma, a veces también velas y otras veces la familia si era rica solía pagar a 12 pobres una limosna por llevar velas y acompañar al féretro. Una vez que tras un responso en la casa se dirigían de nuevo a la parroquia las mujeres lo hacían después de los hombres y a veces por calles diferentes, en muchos casos si se trataba de una viuda esta permanecía en la casa. Durante el recorrido del entierro se solían hacer posas o paradas de toda la comitiva con el fin de que los eclesiásticos cantaran responsos por el difunto. Si el entierro tenía lugar por la mañana, se podía oficiar misa cantada de cuerpo presente, pero si el entierro era por la tarde la misa se decía al día siguiente, en este caso como cuando se hacía cualquier honra fúnebre sin la presencia del cadáver se ponía un catafalco que simulaba el féretro cubierto con paños negros. Una vez finalizada la misa o el "responso" (oficio fúnebre) se procedía a la inhumación en el cementerio parroquial que hasta 1861 estuvo en Coria a espaldas de la Iglesia. A partir de 1861 se procedía al traslado del difunto en la misma comitiva hasta el nuevo cementerio que estaba en el cerro de Cantalobos. Se llamó cementerio municipal de Santa María Magdalena que contaba con un cementerio de disidentes o no católicos, más bien por la coherencia de que ellos manifestaran su voluntad de no estar enterrados en la parte católica que tenía en su centro una cruz. Anteriormente los apostatas o los que permanecían excomulgados por pena de excomunión mayor al morir no recibían sepultura cristiana ni oración de clérigos ni fieles, por tanto eran sepultados fuera de lugar sagrado, donde quisiese su familia pero en el campo (normalmente en el Prado de Coria del Río). En el s. XIX cuando se hacen los cementerios  civiles como el referido de la Magdalena estos debían tener dos partes: el campo santo o cementerio sagrado o católico que ocupaba la mayor extensión y el cementerio de disidentes: los ateos, no católicos en general , los suicidas y los condenados a muerte por garrote. A veces ambos cementerios estaban separados pero en España desde la I República por ley tenían que estar comunicados y tener una entrada común, por eso esa parte de disidentes del Cementerio municipal de la Magdalena estaba al fondo a la izquierda en un pequeño patio cuadrado de unos 10x10 m con nichos de tres alturas.

Conviene recapitular ciertos aspectos e indicar los otros cultos de piedad que se celebraban por familiares y allegados con la intención de rezar y alcanzar sufragios para el ánima del difunto.

Dentro de las 24 horas que siguen al fallecimiento ( al igual que en la actualidad) se celebraba el entierro propiamente dicho (acudiendo el sacerdote y la comitiva de clérigos a la casa del difunto , al menos varios monaguillos y el sacristán) produciéndose el traslado del féretro a la iglesia donde se celebraba un responso. Luego de dicha celebración el Sacerdote acompañaba al cortejo funerario hasta el cementerio donde se iba a enterrar (primero en la mismo cementerio parroquial y a partir del establecimiento del cementerio Municipal de Santa María Magdalena hasta el mismo) . En el camino al cementerio se hacía una posa con su correspondiente oración cantada en latín y otra más antes de dar sepultura ( por tanto cuatro posas con sus correspondientes oraciones consistentes en partes de salmos casi siempre cantados: una en la puerta a la llegada del cadáver, otra a los pies del altar mayor que era la más importante, otra en el camino al cementerio y la ultima justo antes de la inhumación). El duelo se despedía en la puerta del cementerio donde solo acudían los hombres.

Al día siguiente del entierro se celebraban las honras fúnebres  consistentes en unos “oficios” o en una misa de difunto donde se ponía como si estuviese presente un catafalco negro rodeado de cuatro hachones que representaba la “presencia del féretro”. A los nueve días y «al cabo de año », se celebraban otros oficios que podían corresponder a las vísperas o a una misa por el alma del difunto que siempre era por la mañana lo que hacía que fuese casi en exclusiva la familia. También era habitual si la familia lo pagaba realizar mensualmente unos oficios durante los doce primeros meses después del fallecimiento. A partir del segundo año, era frecuente que se hiciese una memoria mensual y el segundo aniversario para conmemorando el día de la muerte. Llegado el segundo año los familiares se quitaban ya la ropa negra de luto, en ocasiones en el segundo año la gente guardaba medio luto consistente en vestir ropas de color gris.  Como se puede apreciar todo lo que se salía del entierro y funeral al día siguiente suponía unos costes que no todas las familias se lo podían permitir.


 Actos públicos de piedad

Como manifestaciones publicas de fe eran importantes los cultos a los difuntos de Noviembre (este siglo XIX supuso el decaimiento de la cofradía de Animas Benditas), los Vía Crucis Cuaresmales, los rosarios públicos de la aurora en Octubre (el rosario público fue preferido por el pueblo cristiano a las procesiones de semana santa por un periodo prolongado, de tal manera que la hermandad de la Virgen del Rosario tuvo sus momentos estelares en el s. XVIII y XIX, lo mismo es de suponer en Coria), el Corpus Christi ( decayó en el s. XIX la Hermandad del Santísimo Sacramento, aunque el ayuntamiento siguió contribuyendo al Corpus) y las procesiones de Semana Santa ( que en este caso se celebraban de manera poco regular por su crisis financiera derivada de la Desamortización que se dio en 1835).

En Coria del Río las tres procesiones penitenciales eran las del Cristo con la Cruz Acuestas o Jesús Nazareno, de la Veracruz y de la Soledad con el Santo Entierro (respectivamente Miércoles, Jueves y Viernes Santo) . Estas procesiones tenían en primer término la Cruz Parroquial o Cruz Alzada con sus ciriales, luego dos filas de acompañantes una por cada acera. En primer término iban los niños, luego los hombres con velas, a continuación el clero y por medio los pasos del Señor y la Virgen cerraba la procesión las mujeres detrás del paso de ls Virgen que iban en tropel. En el centro delante del paso del Señor precedido por dos miqueletes y un tambor y tras el paso del Señor a veces ya en el último tercio del s. XIX una pequeña banda que tocaba marchas fúnebres, luego algunas veces una schola cantorum  que en determinados momentos entonaba el Miserere Mei Deus. Cuando la banda deja de tocar entonces sólo se oye el redoblar del tambor. Muy posiblemente la procesión de la Veracruz sólo llevase el tambor y no la banda.

Por otra parte en el siglo XIX surge en 1848 la peregrinación al Rocío en detrimento de la romería desde Coria a Consolación de Utrera que había decaído como tal ya largamente desde finales del s. XVIII.

En definitiva para la mitad del s. XIX cuando ya se ha consolidado los efectos de la desamortización eclesiástica que llevó a las cofradías a restringir sus cultos públicos y la supresión del impuesto eclesiástico de los diezmos, que contribuyó enormemente a reducir el número de clérigos, se observa un decaimiento general de las cofradías y procesiones, sufriendo este efecto inversamente las cofradías que disponían de más bienes en Coria en relación a las que dependían mayormente de la caridad. La Hermandad Sacramental, la Estrella y la Animas Benditas fueron de las que se vieron más afectadas por dicha crisis de ingresos, quedando todas ellas tocadas de muerte. A mi juicio la del Nazareno, que tenía la mayor devoción entre las cofradías de pasión, continuó con los cultos públicos desde su capilla del Hospital de la Misericordia, la crisis le vino cuando esta capilla fue cedida al Ayuntamiento y hubo de pasar el Cristo Nazareno a la Ermita de San Juan Bautista. Curiosamente las cofradías de la Soledad y de la Veracruz sufrieron menos esta crisis por el hecho de tener templos propios. La Hermandad del Rosario muy apoyada por el clero parroquial se sostiene pero entra en una decaimiento muy lento pero continuo. En este panorama general de retroceso de las hermandades corianas durante la segunda mitad del s. XIX, por contra la recién creada Hermandad de la V. del Rocío aún con sus crisis ocasionales va cobrando una creciente pujanza, siendo cada vez mayor el número de corianos con devoción rociana.

 La Cuaresma y la Semana Santa

CUARESMA

Unos momentos especiales de la vida religiosa del s. XIX eran la cuaresma en la que la gente se confesaba, se hacían vía crucis por las calles en misiones populares en las que intervenían algunos frailes foráneos con sermones desde los balcones invitando al pueblo a la penitencia. Durante la cuaresma la feligresía era invitada las tardes también a ejercicios espirituales, y meditaciones que versaban principalmente sobre la Pasión de Cristo, las Siete Palabras, los Dolores y Necesidades de María etc.

Durante la cuaresma por otra parte se daba la prohibición de comer carne durante el miércoles de ceniza y los viernes, así en esas fechas ganaba protagonismo los potajes, se comía más pescado y dulces como las torrijas o las orejitas del abad . La cuaresma recuerda los cuarenta días que Jesús pasó en ayuno y oración en el desierto, al mismo tiempo en la Iglesia primitiva era el tiempo de prueba tras la conversión desde el paganismo y por tanto el periodo del catecumenado o preparación para recibir el Bautismo el día de Pascua. Igualmente la cuaresma era el periodo de la reconciliación de los pecadores públicos arrepentidos o denominados también “penitentes”.

Antes de la Desamortización Eclesiática la contribución económicas del Ayuntamiento a las celebraciones de Cuaresma y Semana Santa eran importantes. Por orden de cuantía la primera partida era la limosna y dieta destinada al predicador cuaresmal (generalmente un fraile venido de un convento principal de Sevilla que permanecía en el pueblo durante todo ese periodo), después el gasto de la limosna a los pobres de la Pascua de Resurrección y por último el gasto de palmas y ramos de olivo del Domingo de Resurrección.

El Miércoles de Ceniza empezaba la Cuaresma y se "velaban" los crucifijos y altares, hasta el día del Sábado de Gloria en que se descorrían para señalar en ese momento la Resurrección de Jesús y por tanto el fin de la Cuaresma, esa misa de la mañana se llamaba Misa del "rompevelos" por ese motivo.

¿Por qué se originó esa costumbre de Velar los altares en Cuaresma?. Antes de su Pasión Jesús afirma ser el Mesías, el Hijo de Dios – Yo soy [Dios], dice -, en ese momento los judíos cogen piedras para lapidarlo. Cristo se oculta y sale del templo.

Por esta razón del ocultamiento de Jesús, antiguamente las imágenes del Señor en particular las cruces y las imagines de los santos en los distintos altares de la iglesia, que le dan gloria, quedaban ocultas con un velo o paño morado o negro desde el Miércoles de Ceniza. Velar las imágenes era un signo de dolor, relacionado también con la antigua práctica de expulsar a los penitentes de la Iglesia (es decir catecúmenos y excomulgados), hasta que en la Pascua se hubiesen reconciliado con Dios. Así se marcaba el tiempo de Cuaresma con esos signos y la Liturgia indicaba que la grey estaba invitada a volver sus pensamientos a los sufrimientos de Jesús, que desembocarán en su Pasión, Muerte y Resurrección.

En esa velación de las imágenes también sobrevive el velo de Cuaresma, mencionado ya en el siglo XI y que al empezar este período litúrgico se suspendía delante del altar mayor. Thurston (Lent and Holy Week ) relaciona el origen del velo cuaresmal con la antigua disciplina de la penitencia: así como los penitentes públicos eran expulsados del templo, de un modo análogo los otros fieles, al recibir la ceniza al principio de la Cuaresma se declaraban penitentes voluntarios, y en consonancia se veían también privados de la vista del retablo y del santuario.

La Cuaresma era un tiempo de rigor, ayuno y oración, en que la gente se solía confesar y ponía más hincapié en asistir todos los domingos a misa. También se celebraban frecuentes predicaciones muchas dadas en el contexto de los Viacrucis callejeros de los Viernes y además no se podía comer carne, leche y huevos salvo si se hubiera pagado una bula para ello. En la Edad Media la prohibición de comer carne primero durante todos los días del periodo de Cuaresma, después se redujo a los miércoles y los viernes y por último, durante los viernes, hasta el levantamiento de las restricciones el Sábado de Gloria. Durante la Cuaresma tenían lugar además de las funciones de las cofradías corianas (triduo de Ntro. P. Jesús Nazareno, quinario del Cristo de la Veracruz y setenario de Ntra. Sra. de la Soledad en la semana de Dolores), también a veces un ejercicio piadoso llamado adoración o vigilia de las "XL Horas" de exposición ininterrumpida del Santísimo con turnos de vela y con charlas o sermones apropiados a ese tiempo, siempre acababa con una misa final. Estos ejercicios llamados de las 40 horas se solían hacer también como ocasión de desagraviar los abusos y pecados cometidos en el tiempo de Carnaval o cuando se consideraba que se necesitaba una oración fuerte de la comunidad parroquial por algún problema.

Las 40 horas de adoración comenzaron en Milán en 1534, en reparación a los ataques de los protestantes contra la Eucaristía,  cuando los capuchinos decidieron incrementar la exposición del Santísimo durante los tres días que precedían a la Cuaresma. Estos días popularmente se utilizan en carnavales. Establecieron así cuarenta horas consecutivas de adoración, el tiempo que transcurrió aproximadamente entre la crucifixión y la resurrección de Nuestro Señor. La práctica se establece por San Felipe Neri en Roma y pronto se propagó dicha devoción por Italia y por todo el mundo.

SEMANA SANTA

 La Semana Mayor  en el s. XIX, como anteriormente, comenzaba con la misa mayor del Domingo de Ramos a la que asistía la corporación municipal en pleno y los feligreses con sus mejores galas, estrenando ropa de primavera. A partir del domingo de Ramos el rigor penitencial se hacía mayor, y la gente se abstenía de comer carne o huevos, de proferir malas palabras, de maldecir y hasta de lavarse. Los días del Jueves y Viernes eran días de fiesta en que se cerraban los mesones, tabernas y se imponía el silencio. En estos dos días mucha gente tomaba parte en los Oficios de Semana Santa y en las procesiones. En particular el Viernes Santo el rigor era extremo pues no se cocinaba, las puertas estaban entreabiertas como en tiempos de luto y no se levantaba la voz. En la ropa regía también el luto. Por eso los hombres se ponían corbatas negras y las mujeres vestían de negro  y con la mantilla española al acudir a los Oficios. El Viernes Santo las banderas estaban a media asta en el ayuntamiento. El Sábado por la mañana las personas permanecen en sus casas en silencio o se acostumbra a rezar el Rosario para acompañar a la Virgen María en su duelo. Hasta que durante los oficios de Resurrección de la mañana del sábado sonaban las campanas señalando la resurrección de Jesús entonces el duelo se convertía en fiesta que se prolongaba hasta el siguiente día el Domingo de Resurrección. Por este motivo era conocido como Sábado de Gloria en ese día en algunos sitios se acostumbraba tirarle agua a la gente que pasaba por la calle. Una tradición que surgió debido a la prohibición de bañarse en Semana Santa.

El domingo de Resurrección era un gran día de fiesta en Coria del Río. Muy temprano se celebraban los tradicionales Abrazos. Existe una imagen se aprecia la procesión en 1888 de la Virgen de la Soledad, que había cambiado su túnica negra de luto del Viernes Santo por otra roja de gloria.

No sabemo todos los pormenores de las ceremonias de piedad popular que en Coria del Rio se producían en los días centrales de la Semana Santa pero si vamos a continuación a describir algunos actos piadosos callejeros muy populares en la cristiandad que aún se daban en el s. XIX.

El Jueves de la Semana Santa

El sermón del Mandato

En la tarde del Jueves Santo o de la Cena, la matraca de la torre sonaba por primera vez  anunciando que tenía lugar en la iglesia la ceremonia del lavatorio y a continuación el 'sermón del Mandato'. Este sermón hasta principios del siglo XVI generalmente se hacía en latín dentro de la iglesia, pero a partir de final del s. XVI ppios. del s. XVII el sermón se predicaba en castellano desde el púlpito. Pero debido a que el pueblo asistía al sermón en masa, generalmente este pasó a pronunciarse fuera de la iglesia donde también  previamente a veces se cambió a hacer el lavatorio de los pies a doce ancianos o pobres. Era habitual a continuación hacer un reparto de pan a los pobres de solemnidad para finalizar el acto. Luego venía la procesión de la cofradía de la Veracruz.

 El Viernes y el Sábado de la Semana Santa

Sermón de las Siete Palabras

Ejercicio piadoso  con meditación sobre el tema de las últimas palabras que Jesús pronunció en la cruz sermón predicado por un sacerdote. Existía una bella tradición de ir apagando siete cirios, cada uno al fin de cada una de las reflexiones al modo que se hacía en el "rito de tinieblas" que se hacía en la iglesia generalmente en las tarde del miércoles, jueves y viernes.

Sermón del Desenclavo

Costumbre dar un sentido al Descendimiento de la imagen del Señor se realizaba con gran piedad y acabado el mismo con la procesión del Santo Entierro que lo llevaba a la parroquia de la Virgen de la Estrella, edificio que hacía las veces de la tumba de Cristo. El sábado de madrugada el motivo devocional era acompañar a la Madre Dolorosa de la Soledad en su capilla, significando que la Iglesia permanecía silenciosa ante el Señor Muerto y Sepultado como María. Luego en la mañana del sábado se procedía a la Misa de Gloria o Rompevelos en la parroquia que reflejaba el sentido litúrgico de la Resurrección de Jesús .

El Domingo de Resurrección. Acto de piedad del Encuentro

La piedad popular ha intuido en el “encuentro de la Madre del Señor con el Resucitado” que la asociación del Hijo con la Madre es permanente: en la hora del dolor y de la muerte, en la hora de la alegría y de la Resurrección. La afirmación litúrgica de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en la Resurrección del Hijo, ha sido representada por el pueblo en el Encuentro de la Madre con el Hijo resucitado. Por eso en la mañana del Domingo de Resurrección dos procesiones, una con la imagen de la Madre dolorosa, otra con la de Cristo resucitado, se encuentran para significar que la Virgen fue la primera que participó, y plenamente, del misterio de la Resurrección del Hijo.