La toca y la mantilla según usaban las mujeres

La costumbre femenina de cubrirse la cabeza tiene un origen muy antiguo. La toca o el velo ha sido considerado como un símbolo de modestia y respeto a través de los siglos. No obstante también fue habitual siempre para el hombre cubrirse con turbante o sombrero.

A partir del siglo XVI se impuso para la mujer llevar el cabello al aire, moda de origen italiano, pero en España la costumbre de ocultar el cabello o parte de él con la toca tradicional (un pañuelo tupido rectangular colocado sobre la cabeza de diversas maneras pero generalmente caído hasta los hombros) estaba muy arraigada así aun en el s. XVII todavía se veían tocas como las antiguas, sobre todo entre las mujeres de pueblo y las viudas pues se "exigía" su uso cuando la mujer pasaba la juventud. Entre las villanas, la toca podía identificarse con un pañuelo que generalmente se anudaba por detrás de la nuca, o se llevaba suelta o haciendo un rodete. Conforme pasó el tiempo la toca campesina acabó anudándose a la barbilla lo que ha constituido una imagen tópica de la mujer mayor del medio rural en España hasta mediados del s. XX.

Imagen de la reina Isabel I la Catolica del s. XIV

Una prenda de mayor prestancia que no podía faltar en el atuendo de una mujer era la mantilla, como su nombre indica: un manto corto que deja de cumplir su función de abrigar y que cubre desde la cabeza hasta algo por debajo de los hombros. La mantilla fue una pieza básica en el ajuar de cualquier española entre los siglos XVI y XIX pues es preciso resaltar que en España era costumbre que las casadas salieran a la calle con la cabeza cubierta. La pieza era más o menos rica según la capacidad económica de la mujer, pero Las mantillas se confeccionaban con muy diversos tejidos como paño, bayeta, seda, sarga, raso o tafetán. Las guarniciones más comunes se realizaban galones y cintas, aunque el encaje de blonda era una decoración habitual este estaba asociado al lujo.

En la primera mitad del siglo XVIII los colores usados por eran intensos, entre los más comunes cabe destacar el carmesí, el encarnado, el ámbar y el verde; mientras que más adelante se impusieron los tonos color pastel como el rosa y el celeste. El uso de esta prenda posibilitaba que las mujeres cubrieran su rostro, en este sentido desde la llegada de los Borbones a la corte de Madrid esa costumbre de taparse el rostro empezó a estar mal vista y rápidamente por imperativos de la moda se dejó de usar en las ciudades españolas. Sin embargo todavía en tiempos de Blanco White en el sglo XIX, en algunas localidades se seguía usando como en tiempos de los Austrias: “Algunas mujeres llevaban la mantilla cruzada sobre la barbilla para ocultar sus rostros. Una mujer así ataviada se llama “tapada”, y esta costumbre, muy común bajo la dinastía de los Austrias, todavía la conservan las mujeres de nuestros pueblos del interior. Las he visto en Osuna y el Arahal, cubiertas desde la cabeza a los pies con un velo negro de lana que, cayendo por los dos lados de la cara y cruzándose estrechamente por delante, no permitía ver más que el brillo del ojo derecho, situado exactamente detrás de la abertura”. El uso de taparse la cara con el manto o la mantilla por parte de las mujeres fue prohibido en diversas ocasiones para prevenir problemas de orden público como 1590, en 1600, en 1633 y 1770. Ello podía dar lugar entre otras cosas a desagradables equívocos, pues las prostitutas solían pasear ocultas en su manto, y se dice que más de un padre o un hermano en algún momento llegaba a hacer insinuaciones deshonestas a una hija o una hermana. Se puede decir que como principio general aunque la mujer siempre llevó algo que cubriese su cabello y protegerlo de las inclemencias del tiempo en particular cuando iba de viaje, estas prendas ( cofia, toca o mantilla) eran de menor tamaño o permitían enseñarlo más mediante trasparencias en la misma medida que el estatus social de la mujer era más elevado.

Hacia 1790 se comenzó a tender en la confección de la mantilla hacia el blanco o el negro siendo la muselina la gran protagonista. Para enriquecerla normalmente se guarnecía o llegó a cubrir toda la pieza con encajes blancos o negros por lo que su precio se disparaba, los encajes era una labor de bolillos que se realizaba exclusivamente a mano con grandes complicaciones, de ahí su elevado precio. Durante todo el siglo XVIII se produjo una eclosión del encaje, fue una moda que causó furor siendo los más apreciados las blondas francesas y los encajes de Bruselas aunque también en España se confeccionaban de gran calidad, sobre todo en Valencia y Cataluña. La labor se disponía en el borde de la pieza o a modo de volante, aunque a finales del siglo la mantilla entera se realizaba con encaje montado sobre tul, tejido originario de la ciudad francesa de Tulle en el Limousin, donde se fabricó por primera vez de forma totalmente artesanal mediante la técnica de bolillos

Mujer con mantilla negra de blonda y peineta de principios del s. XX

Por tanto en el s. XIX tras la guerra de la Independencia la mantilla cobró un indiscutible protagonismo ya como prenda con predominio del encaje sobre el uso de un tejido compacto. Durante el Romanticismo en Sevilla llegó a ser de uso mu común la mantilla de “toalla” llamada así por su forma, imponiéndose la mantilla exclusivamente de encaje blanca o negra, que necesitaba ir acompañada por el uso de la peineta corta. Paulatinamente a lo largo del s. XIX el uso de este atavío fue decayendo quedándose reducido más para señoras de cierta edad, mientras que las damas jóvenes de clase alta fueron sustituyendo la mantilla por el sombrero. No obstante pervivió cierto uso pues mujeres acudían siempre a misa con velo o mantilla hasta mediados del siglo XX siempre de color negro. Naturalmente para ese uso el velo por su menor tamaño y calidad del tejido era lo común de la clase humilde.

Mujeres ancianas de un pueblo vestidas de negro y con su toca anudada al cuello a mediados de los años 1960

Aún recuerdo a mi abuela a mediados del s. XX que no cubría la cabeza ni en la casa ni en la calle, y que nada más que usaba la mantilla con peineta corta cada vez que iba desde Coria del Río a Sevilla, donde compraba y visitaba a algunos familiares. Solía acudir los primeros viernes de mes a visitar al Cautivo de la Iglesia de San Idelfonso de manera especial cuando llegaba la Cuaresma, significando que ese tiempo había comenzado, para visitar este famoso cristo "trinitario" se formaban grandes colas. Yo entendía que esa costumbre de llevar mantilla era signo de distinción en una señora. Todas las mujeres casadas acostumbraban a no cortarse el pelo y a recogerlo mediante un rodete. Por tanto era más estético cubrir el mismo rodete con una mantilla de blonda negra, las mujeres del pueblo llano que eran más tradicionales, llevaban una toca o más tarde un pañuelo anudado al cuello, sobre todo negro y cuando se quedaban viudas era prácticamente una obligación. Por eso la mantilla en comparación con la toca o pañuelo era signo de prestigio. Las faeneras de los almacenes de aceituna s o las campesinas en sus labores usaban el pañuelo anudado a la nuca para proteger su cabello en el caso de estas últimas añadiendo un sombrero de paja. No era muy distinto de los hombres cuando segaban en el campo, con la diferencia de que las mujeres se cubrían más para proteger su piel del efecto bronceador de los rayos solares.

Bibliografia

“La mantilla española” Publicado por Barbara Rosillo el 3 de abril de 2016

https://barbararosillo.com/2016/04/03/la-mantilla-espanola-2/

“ Las Tapadas “ en el Blog de Consuelo

INDUMENTARIA y COSTUMBRES en la ESPAÑA