El Latin en la liturgia y  los rezos de la Iglesia

Isabel I la Católica rezando

  Durante los primeros siglos del cristianismo el griego y el latín sirvieron para agrupar política y culturalmente a los pueblos del Mediterráneo. Durante todo este período que puede extenderse hasta la reforma carolingia de la liturgia, la Iglesia se extiende por Oriente y Occidente sin imponer en su culto una lengua distinta de la que hablan o, al menos, entienden los fieles. No obstante se comprende que a partir de Constantino en Occidente el latín tomara una preeminencia como lengua litúrgica pues era entendida en todo el imperio.

El emperador Constantino el Grande trasladó, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; y luego Teodosio el Grande divide a su muerte en el 395 el Imperio en dos partes entre sus hijos reconocidos cada uno como emperador de Occidente, y de Oriente. En ambas zonas el lenguaje liturgico preeminente serían respectivamente el latín para la Iglesia Occidental y el griego para la Iglesia Oriental. Sn embargo la más primitiva comunidad cristina usaba el griego como vehículo de comunicación, estando presente en las grandes metrópolis y centros comerciales. En la propia Roma el griego fue lengua de la liturgia hasta los inicios del siglo III. En el curso del siglo II con el crecimiento de los fieles de lengua latina, de modo particular en el África romana, muchas comunidades adoptaron el latín como lengua litúrgica, bíblica y catequética.

Es sobre todo a partir del 476 con la caída del Imperio Romano de Occidental ante los pueblos bárbaros del Norte cuando la Iglesia de Roma y Constantinopla, aunque hermanadas desconectan de manera práctica; además con el paso del tiempo fueron imponiéndose variaciones en las prácticas litúrgicas en la Iglesia Occidental y la Oriental, dando lugar al uso de calendarios y santorales distintos. La separación se convierte en un cisma doctrinal  cuando el patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario en 1054 rompe todos los lazos con el Papa cuya sede está en Roma.

En las iglesias de Occidente el planteamiento es distinto a partir de la Alta Edad Media cuando se va abandonando en la liturgia las lenguas vérnaculas y el latín comienza a defenderse como vinculo de unión e incluso como lengua oficial de la Iglesia de Roma. La Iglesia se siente entonces como depositaria y defensora de un patrimonio cultural en cuyos moldes la fe ha llegado a una formulación perfecta.

En lo sucesivo la situación litúrgica en la Iglesia latina va a ser muy diferente. La consolidación de las formas litúrgicas, su desarrollo literario y musical, juntamente con la perfección de su formulación teológica, van a influir para que sea considerada la lengua Litúrgica por excelencia, como lengua sagrada y oficial. Se distingue así del lenguaje vulgar del pueblo, alejándola consciente y voluntariamente del "rustico sermone".

Carlomagno en el s. VIII en busca de la unidad de su imperio y la Iglesia provee que los clérigos estudien la gramática latina y los códices romanos, en vez de proponer una traducción y adaptación de la liturgia al genio y cultura de su pueblo. Nadie podía pensar entonces que de las formas usuales del pueblo fueran a surgir las lenguas romances nuevas, ni que estas fuesen capaces de acuñar los conceptos teológicos tradicionales que se habían recogido en latin y que se enseñaban ya en la primeras Universidades europeas, ie. en el espacio del Sacro Imperio Germánico.

Carlomagno, que en su afán por regularizar la ortografía y la pronunciación del latín eclesiástico empleado en la liturgia hizo una homogeneización de la liturgia sus territorios denominada Reforma Carolingia que a la larga no tuvo influencia sólo en el Sacro Imperio Germánico sino que alcanzaría toda Europa occidental. Así este latín oficial y eclesiástico se convirtió en incomprensible para una gran mayoría de hablantes de bajo nivel cultural. Así a partir de entonces en el s. IX los hablantes decidieron emplear sus lenguas vernáculas para comunicarse además de oralmente, también por escrito con lo que queda a partir de entonces una constancia inicial de la literatura en lengua romance.

El concilio de Tours (mayo de 813) es uno de los testimonios más antiguos de que el latín en aquella época ya no era comprendido por las gentes en Francia. En este concilio  los obispos reunidos por Carlomagno decidieron que, en los territorios que corresponden a las actuales Francia y Alemania, las homilías se pronunciasen, en lugar de en latín, en rusticam Romanam linguam aut Theodiscam, quo facilius cuncti possint intellegere quae dicuntur, i.e. en tudesco (alemán) y en la "lengua rústica romana", el protorromance que daría lugar al francés ya sensiblemente distinto del latín

  Las diversas reformas disciplinares en liturgia  y otros aspectos, que parten generalmente de Roma, tratan de mantener el latín como lengua sagrada. Es la reforma protestante, la que en primer lugar en el s. XVI , la que cuestiona seriamente el uso del latín y se decanta por todo el culto y oración en lengua vulgar. Por eso la contrarreforma del Concilio de Trento, aborda esta cuestión que llega a complicarse con el dogma de la misa, para salvaguardar el mismo y se concentra en seguir y purificar si cabe toda la liturgia en latín. Se puede afirmar que la inquietud sentida entonces en el seno de la Iglesia por la cuestión lingüística de su liturgia, llega hasta nuestros días. En el concilio de Trento se concibe como un momento de peligro dogmático que indica que lo prudente es mantener el latín. No obstante manda el Santo Concilio a los pastores y a cada uno de los que tienen cura de almas, que frecuentemente, durante la celebración de las Misas, por sí o por otro, expongan y expliquen algo de lo que en la misa se lee, y entre otras cosas, declaren algún misterio de este Santísimo Sacrificio, señaladamente los domingos y días festivos. Por tanto el sermón, que otras veces se limitan a la lectura durante la celebración de la Misa de  las homilías de los Santos Padres, se hace con más esmero y extensión en la lengua vulgar.

Por lo que se ha mencionado la lengua vernácula quedaba excluida de la liturgia de la Iglesia Católica, salvo por razones obvias la parte que se refiere al consentimiento en la celebración de los matrimonios cuyas preguntas se formulaban en castellano. Incluyendo en la misa la lectura de las epistolas y de los evangelios, si bien en algunos casos se repetia luego la traducción castellana de la perícope de dichas lecturas que se hacían en la parte correspondiente de la misa ( se les llamaba también "lecciones"). Los fieles aprendían las oraciones en castellanos, pero podían seguir también muchas oraciones y algunos cantos en latín dado que el latín es un idioma más musical que el castellano lo cual facilita la memorización de ciertas oraciones y partes de la misa aunque no se comprendiese lo que significaba, sólo por repetición de la misma y su memorización era factible para personas devotas y espabiladas.

 En todo caso como no se entendía el latín era costumbre rezar el rosario durante la misa o leer un libro piadoso. En algunas misas cuando estaba el predicador en el púlpito, este pronunciaba su sermón durante toda la misa y  si este era muy largo solamente lo interrumpía un momento en la Consagración y luego continuaba.

 El Concilio de Trento  y otros Sínodos diocesanos ordenaban a los sacerdotes auxiliados por sacristanes en la iglesia y por maestros en las escuelas a explicar frecuentemente las oraciones y ceremonias de la Misa a los niños, y a los adultos desde el púlpito. Por supuesto los sermones eran siempre instrucciones en la lengua vernácula como ya hemos indicado.También las directrices emanadas del Concilio de Trento no permitían la lectura de la Biblia en las lenguas vulgares solo era autorizada la denominada Biblia Vulgata en latín , salvo algunas excepciones. El desarrollo social y cultural del s. XVIII propició, sin embargo, un cambio en el Magisterio de la Iglesia que promueve una nueva relación con la Sagrada Escritura y la propone como texto fundamental para la formación y la vivencia cristiana, para lo que se hace necesaria su traducción. Se trata de la aparición de la Biblia o en otros casos de Historia Sagrada anotadas e ilustradas en castellano. El obligado uso de notas explicativas es una obligación en las versiones católicas de la Biblia. Con ello se pretendía aclarar las cuestiones “difíciles”, incluir referencias a la tradición de los Santos Padres y seguir las directrices del Magisterio de la Iglesia. El punto de partida lo marca la publicación, a finales del s. XVIII, de la primera traducción completa al castellano realizada por el padre Felipe Scío de San Miguel que no llegó a alcanzar difusión en la práctica debido a la expulsión de los jesuitas de España.

 San Juan de Avila (1500- 1569), en el Memorial que elaboró para el Concilio de Trento  se expresa sobre las oraciones vocales del culto privado en lengua vulgar,que seria popularizada después de Trento, con estas palabras: "Pensar que estas oraciones tienen otra magestad dichas en lengua latina que en lengua vulgar, deue ser por estar acostumbrados los oídos al latín, o porque quien esto siente deue ser aficionado a él; pues ay muchos a quien no parece perderse algo desta magestad por dezirse en lengua vulgar; y si algo se perdiere, era tan poco, que ua muy bien recompensado con el mayor provecho que en las ánimas se sigue de dezirlo entendiéndolo, y Dios disimuló su magestad y se atemperó con nuestra bajeza para nuestro mayor prouecho, y así dio a entender quál de las dos cosas más le agradaua". En resumidas cuentas es a partir de Trento cuando las oraciones comunes como el Paternoster, Avemaria, Gloria Patri, Credo, Salve Regina y Per signum Santae Crucis son aprendidas como parte del impulso de "aprender la doctrina" por parte del pueblo desde niños que supuso Trento, y esas oraciones alcanzan una nueva resonancia en las lenguas vernáculas y en nuestro caso en castellano, aprendidas y dichas por el pueblo aunque fuera de lo que es la liturgia de la misa en que es exclusivo el uso del latín incluso para la lectura del Evangelio.

 Ya desde el s. XVIII los Misales y libros de oraciones para uso de los fieles contenían todo el texto de la Misa en latín y su traducción al idioma vernáculo De esa manera los fieles que supiesen leer, podían acompañar y leer exactamente lo que el sacerdote dice durante la ceremonia. No obstante ni todo el mundo sabía leer, ni tampoco tenían acceso a un misal o libro de oraciones. Aún así desde hacia siglos el pueblo rezaba de manera privada en español (incluso España ha enseñado a rezar en español a muchas naciones)  de tal modo que el concilio de Trento impuso el aprendizaje de la doctrina cristiana a los niños y también a los mayores quienes antes de casarse debían hacer demostración de que conocían los elementos básicos de la misma y por supuesto especialmente las oraciones en español. Por otra parte  hacía  siglos que las Sagradas Escrituras se habían vertido a nuestra lengua, aunque estas no llegasen al vulgo, de tal manera que se debe al papa Benedicto XIV (Prospero Lambertini, 1740-1758) a quien se debe la importante iniciativa de permitir el uso de la Biblia en lenguas vernáculas de tal forma que la primera biblia católica de gran tirada, popularizada en castellano y autorizada su difusión por la Inquisición Española es la de 1825 del Obispo de Astorga Mons. Félix Torres Amat . De todos modos era común entre los s. XVI-XX que gran parte de las oraciones latinas fuesen aprendidas por los fieles de memoria entre ellas el Pater Noster y el Ave María. Por tanto quedaban para la gente menos culta y sobre todo para el uso privado esas oraciones en la lengua vulgar.

En lo que respecta a los cantos en latín hasta antes de la Reforma liturgica del concilio Vaticano II, toda las gente sabía entonar Salve Regina y  el Tantum Ergo. Además desde la introducción de las misiones popularesa partir del Concilio de Trento, se fueron divulgando cantos piadosos en lengua vernácula que eran muy usados fuera de la misa especialmente en los cultos piadosos de Triduos, quinarios, septenarios y novenas.

 bibliografia

LITURGIA Y LENGUA VIVA DEL PUEBLO. Discurso de entrada en el RAE de Vicente Enrique Tarancon (1970)

www.rae.es/sites/default/files/Discurso_de_ingreso_Vicente_Enrique_Tarancon.pdf

Las Biblias ilustradas en España en el siglo XIX. Carmen Yebra Rovira. Ed. Asociación Bíblica Española. (2015)