1. A comienzo de 1962, lo cuento en Memorias contra el olvido (Santo Domingo: La Trinitaria, 2001), leí por primera vez El manifiesto comunista, opúsculo que me prestó mi amigo Arismendy Amaral Oviedo, militante de la juventud del Movimiento Revolucionario 14 de Junio. Ambos cursábamos en 1960 el segundo curso de bachillerato en el liceo nocturno “Eugenio María de Hostos” y entablamos amistad a través de Rafael Santana Ortiz, quien vivía a dos casas de la pensión donde me instalé (calle Duarte 58) cuando vine, desde Sabana Grande de Boyá, a estudiar y a trabajar en el Correo central situado al bajar la cuesta de la Emiliano Tejera con Isabel la Católica.
Portada del libro de F. C. Conybeare
2. Luego de leer varias veces el Manifiesto, dos frases me llamaron poderosamente la atención: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo” y la otra: “La religión es el opio de los pueblos”. Como era muy católico en esa época, tal frase me chocó en razón de lo que explicaban Marx y Engels en el opúsculo. Decidí investigar por mi cuenta para determinar, a través de los sabios, si esta última afirmación era cierta.
3. Acerca de la primera frase, en algunos de mis libros he escrito bastante acerca del destino del socialismo de partido único y no repetiré mi posición. Pero la segunda frase me martilleó durante todo aquel año de 1962, época de lucha de la juventud bravía en contra del Consejo de Estado que presidieron Balaguer y Bonnelly y no me conformé con asumir que “la religión era el opio de los pueblos”.
4. Me embarqué en la búsqueda de libros de historia de las religiones. Con las primeras obras me que tropecé fue con las del origen del cristianismo y la religión de los judíos contenida en el Viejo Testamento. Los libros de autores extranjeros traducidos al español y los escritos por autores de mi propio idioma que leí en aquel momento, no me enseñaron gran cosa. Durante aquella inquietud, me topé con una editora de Nueva York, la University Books, que marcó la ruta de lo que buscaba. El primer libro que adquirí (siempre con giros bancarios dirigidos por correo a la citada editora) fue para mí una revelación: Ancien, Medieval and Modern Christianity, de 1961, cuyo autor, Charles Guignebert, profundizó el método de Loisy y estudió de manera científica y no confesional el tema del cristianismo. Algunos libros de Loisy fueron colocados en la lista negra del Vaticano por atreverse a investigar el mismo problema que a mí me traía de cabeza en aquellos años de 1960: el origen del cristianismo, qué había de mito y qué había de realidad, dado el hecho de que quienes nos adentramos en el estudio de cómo surgieron las religiones en el mundo, nos encontramos con el hecho de que fueron fundadas por hombres (Akenatón, Zoroastro o Spitama Zaratustra, Mahoma, Lutero, Enrique VIII) o que su origen se perdió en el mito y la noche de los tiempos (Moisés para el judaísmo y el anonimato para las religiones orientales de Japón, China, India, Grecia, Roma y las célticas y germánicas).
5. Otro libro que me impactó fue el de Alfred Firmin Loisy, The Birth of Christian Religion and the Origin of the New Testament, publicado en 1962. Este libro del fundador del modernismo bíblico y los del laico Guignebert vieron la luz entre los años 1920 y 1933 y su traducción al inglés se produce treinta años después, al igual que la traducción al español de Jesús, de Guignebert, publicado en México en 1961 por la Unión Tipográfica Editorial. A través de estas obras de Loisy y Guignebert capté la duda en ellos de la inexistencia de mención del nombre de Jesús en todos los historiadores romanos de la época en que se supone que una doctrina tan revolucionaria y subversiva como la de ese personaje fue una amenaza grave al Imperio.
Portada de The Birth of the Christian Religion and The Origins of the New Testament, de Alfred Loisy.
Estos libros explican la técnica de la interpolación de los copistas en los textos de algunos historiadores romanos para que en ellos apareciera la mención de Jesús a partir de Tiberio, el primer emperador “bueno” bajo cuyo reinado se verificó como “cierta” la existencia del Cristo. También los copistas interpolaron la leyenda de Lactancio de los “emperadores malos”, desde Nerón hasta Dioclesiano, perseguidores del cristianismo y cómo estos “desalmados” recibieron muerte cruel. Son estos dos autores –Guignebert y Loisy– quienes dudaron de la existencia de Jesús como un dios. No lo niegan rotundamente, pero llegan a plantear, ante la realidad de la doctrina, que al menos debió ser un hombre, un profeta, un revolucionario que la historia borró o que los judíos y los romanos conspiraron para borrarle por completo de la historia. El hecho irrecusable es que ningún libro de la Antigüedad podía traer la mención de Jesús y el cristianismo, porque simplemente no existieron hasta 303-313.
6. Con el propósito de ahondar el contexto en que surgió el cristianismo, compré dos libros adicionales que me ayudaron a comprender el período: The Jewish Word in Time of Jesus, de Guignebert, publicado por University Books en 1959 y, el otro, de F. C. Conybeare, The Origin of Christianity, de 1958, en la misma editorial. Al igual que el de Loisy, el libro que más me ayudó fue el de Guignebert, porque estudia a los historiadores de la Antigüedad, los textos religiosos hebraicos, romanos, griegos, bizantinos, alejandrinos, autores de la Diáspora, las sectas y las herejías, en busca de la mención de Jesús y del surgimiento de su doctrina en dichas obras.
7. Armado de estos conocimientos, más la continua lectura de autores griegos y romanos de la Antigüedad, así como de la lectura de mitólogos renombrados como Mircea Eliade, Roger Caillois, Matila Ghyka, Jean-Pierre Vernant y los libros de mitología general, en especial el que coordinó Félix Guiraud (Madrid: Labor, 1971) abandoné estas preocupaciones durante más de cuarenta años hasta que –me dije– surgieran nuevas evidencias bibliográficas que completaran el camino recorrido durante en busca de noticias nuevas, porque nunca me han satisfecho los mitos cuando se convierten en discursos de la verdad.
Un día, sin proponérmelo, entré a un blog, no recuerdo cómo, donde se discutían las ideas del libro Año 303 inventan el cristianismo, de Fernando Conde Torrens, español, nacido en Irún (Guipúzcoa), doctor en ingeniería industrial, profesor de filosofía y religión, traductor de latín, griego koiné, hebreo bíblico y de otros idiomas europeos actuales, quien ha escrito una historia novelada que no tiene el fárrago de un ensayo atiborrado de notas eruditas larguísimas, pero que narra documentalmente cómo el emperador Constantino le ordenó al romano Lactancio, profesor de Retórica, nativo de Leptis Magna, Cartago, en África (hoy Al-Khums en Túnez) y al historiador griego Eusebio de Cesárea Marítima que escribieran los textos de una nueva religión que se llamaría cristianismo. Constantino ordenó crear esta nueva religión en momento en que oyó a Lactancio revelarse al emperador Dioclesiano la profecía del fin del Imperio Romano si sus ciudadanos continuaban adorando a la multitud de dioses falsos del Panteón y no se acogían a la doctrina de un Único Dios verdadero llamado Jesús, hijo del Único Dios Padre Verdadero de Moisés.
En los próximos artículos, reseñaré el libro de Conde Torrens y cómo se tejió el origen y la aventura de la leyenda del cristianismo que ha perdurado más de 1.700 años.
Portada de The Jewish World in the Time of Jesus de Ch. Guignebert
8. ¿Cuál razón tan poderosa indujo a Constantino el Grande a crear una nueva religión que reemplazase a la vieja religión de los ancestros romanos cuyos dioses múltiples tenían su morada en el Panteón en vez de en un monte como el Olimpo donde habitaban los dioses paganos, copia fiel traducida de la mitología griega?
No fue de golpe y porrazo que el proyecto se realizó, si bien Fernando Conde Torrens, autor de Año 303 inventan el cristianismo (s/l ¿Madrid?: Alta Andrómeda, 2019 [2016]), ofrece en su obra ese año como inicio de la creación de la nueva religión, porque es en esa fecha cuando Constantino oyó al maestro de Retórica Lactancio proponerle al emperador Diocleciano la creación de una nueva religión basada en un Dios único, quien había enviado a la tierra a su hijo Jesús para salvar al mundo de su inminente catástrofe y fin.(1)
Diocleciano le respondió a Lactancio que su proyecto le parecía una locura, porque los emperadores de Roma nunca habían interferido en las creencias religiosas de su pueblo y que estas eran un derecho individual que las autoridades habían respetado siempre y a la autoridad le bastaba con que cada romano cumpliera las leyes del Imperio, pero de todos modos consultaría el asunto con los demás Césares de la tetrarquía en que él dividió el Imperio, y que luego le respondería.
Los otros Césares fueron nombrados por Diocleciano cuando dividió el Imperio en cuatro prefecturas como respuesta al inminente peligro de disolución a que se vio amenazado el Imperio a causa de las ambiciones de los generales que se proclamaban emperadores, nombrados por sus tropas, lo cual generó el asesinato de varios emperadores legítimos y de los mismos que se autonombraban emperadores, a los cuales se les llamó usurpadores y era deber del Augusto Máximo, auxiliado por los otros Césares, combatir a los usurpadores y con su muerte restablecer la legalidad del imperio.
La causa de esa matanza de emperadores legítimos, de generales usurpadores y de Césares que gobernaban prefecturas no aparecen en la historia novelada de Conde Torrens, pero en cualquier libro sobre la historia del surgimiento del feudalismo se nos dice que este modo de producción se inició cuando el propio Diocleciano, ante la crisis de disolución del modo de producción esclavista que produjo la grandeza de Roma, dividió el Imperio en cuatro prefecturas y ordenó la repartición de tierras a los campesinos y bárbaros romanizados y creó lo que se llamó el impuesto “del hombre-tierra”, el cual originó lo que sería a partir del año 476 la servidumbre o lealtad del campesinado al señor feudal a cambio de protección.
Cristianismo, grabado en madera, dibujado por Felipe Guaman Poma de Ayala
9. Cuando Lactancio le formuló a Diocleciano la propuesta de crear una nueva religión que evitara la destrucción del imperio y el fin del mundo, el emperador llamó a su presencia al joven Constantino, a quien su padre, Constancio el Pálido, César de la prefectura de las Galias, le había confiado la educación militar de su hijo (2) de 17 años, porque cuando muriera, habría llegado el día en que le sustituiría en el mando. Es decir, que Constantino era el ahijado de Diocleciano.
Diocleciano consultó con su yerno Galerio, Augusto de la prefectura de Oriente, y este le respondió en iguales términos señalándole lo peligroso de esa doctrina para la estabilidad del Imperio y para el pueblo inculto y vulgar, muy inclinado siempre a novelerías y supersticiones, pero que con respecto a la clase culta de Roma, creyente en los dioses del Panteón y depositaria del Conocimiento y del poder del Estado a través de los patricios del Senado, estos rechazarían de plano semejante propuesta por loca y descabellada.
10. Pero al joven Constantino no le pareció locura la propuesta de Lactancio y así se lo comunicó a su protector Diocleciano y este le tomó desconfianza desde ese momento y sobre todo después que Constantino se reunió en privado con Lactancio y estuvo de acuerdo con su doctrina, pero le solicitó que se volviera a su ciudad, que luego él, llegado el momento propicio, le mandaría a llamar para iniciar la implantación de la nueva religión.
Debieron pasar diez largos años antes de que Constantino y Lactancio se volvieran a comunicar por carta. Se produjo el retiro de Diocleciano como Augusto Máximo, murió el padre de Constantino y las tropas le proclamaron César, pero como esto era ilegal, debió someter su nombramiento al nuevo Augusto, Galerio, a quien el jubliado Diocleciano nombró en su lugar. Pero Galerio, que ya sabía de la opinión de Constantino con respecto a la propuesta de Lactancio, ante la falta de un líder militar de la talla de Constantino, quien se había distinguido junto a su padre en la guerra contra los bárbaros de la Britania y las fronteras germanas, especialmente en contra de los pictos, no tuvo más remedio que reconocer su nombramiento, pero en vez de Augusto de las Galias, le rebajó a César, como forma de controlarle y combatirle en caso de que Constantino osara enfrentarle a él o a los demás Augustos.
11. A raíz de sus victorias contra los bárbaros de las fronteras germanas y otras tribus de las riberas del Danubio, así como la derrota que infligió a Majencio y su padre Maximiano cuando el primero asesinó a Severo, César legítimo de la prefectura de Italia y se proclamó Augusto con apoyo del Senado y la guardia pretoriana, y luego de derrotar a su cuñado Licinio, quien sustituyó a Galerio, muerto de muerte natural, en la prefectura de Oriente, es entonces desde su cargo de Augusto de las Galias que Constantino llamará a Lactancio a Nicomedia, capital de Oriente, para que comience a escribir los textos sagrados de la nueva religión. Y, posteriormente, llamará también a Eusebio de Cesárea Marítima para que como historiador le aportara el barniz erudito a esos textos sagrados que serán los cuatro Evangelios que conocemos hoy en todas las biblias de Occidente. Ese barniz consistiría en escribir libros, cartas y demás documentos de unos autores apócrifos que Lactancio se inventó y que supuestamente vivieron 50, 100 o 200 años después de la muerte de Jesús, el Cristo, enviado al mundo por Dios para salvar a la tierra de sus pecados de idolatría y para que los pecadores ganaran la salvación de la vida eterna y así librar al Imperio Romano de su disolución.
12. La disolución del Imperio Romano se inició con Marco Aurelio en el año 180, después de cuya muerte vino un período de gran turbulencia y se produjeron levantamientos de esclavos, artesanos y el asesinato de decenas de generales de las legiones que se proclamaban emperadores que a veces no llegaban a tomar posesión del cargo o duraban en él meses o apenas un año. La crisis financiera del Imperio se produjo porque llegó un momento en que Roma no tuvo más territorios que conquistar ni más poblaciones que esclavizar y esto produjo el colapso económico y la lenta desaparición de la clase patricia gobernante, la cual no trabajaba y vivía de las riquezas que producían sus millones de esclavos y su conquista de los territorios del mundo conocido de entonces.
Cobra, pues, un gran sentido político, religioso e histórico el proyecto de Constantino de formar un equipo secreto para crear una nueva religión que salvara al Imperio de su caída inminente, la cual fue detenida momentáneamente por Diocleciano a mitad del siglo III (cerca de 280 d.C.), pero que le sobrevivirá hasta el 476 cuando finalmente los bárbaros al mando, primero, de Alarico y luego de Odoacro, conquistaron a Roma, la saquearon y se establecieron con sus súbditos tribales ávidos de tierras fértiles donde saciar el hambre que les empujaba, desde el Este de Europa, cada vez más hacia el Oeste. Se implantó con estos “bárbaros” y con los agricultores y colonos romanos el famoso impuesto “del hombre-tierra”, creado por Diocleciano como forma de mantener estables las finanzas del Impero. Con este impuesto se ató al hombre a la tierra y comenzó tímidamente una estabilidad precaria del Imperio con el desarrollo de una economía natural que cedería el paso hacia el año 511 al inicio del feudalismo que, como modo de producción, dominó hasta 1453, y luego al capitalismo mercantil durante el Renacimiento hasta recalar, con las Revoluciones inglesa y francesa en el modo de producción capitalista.
El Imperio que Constantino construyó al unificar en un mando único las cuatro prefecturas, con una religión de un Dios único, sobrevivió a la caída de Roma en 476 y logró sobrevivir con el nombre de Sacro Imperio Romano de Oriente hasta 1453 cuando su capital, Constantinopla cayó en manos de los musulmanes al mando de Mohamed II, para cuyos cañones no estaban preparadas las tres murallas que la circundaban y defendían.
Referencias:
Luego de la muerte del emperador Marco Aurelio en el año 180, el imperio entró en una crisis económica profunda y como la religión oculta siempre las grandes crisis y se las achaca a la impiedad hacia los dioses o hacia Dios si la religión es monoteísta, la realidad fue que un romano común no podía discernir la causa de la matanza durante aquellos dos “siglos de desórdenes” en los que tantos emperadores y generales se sucedieron en el mando en procura de riquezas para sí y para sus soldados antes de que Diocleciano y sus sucesores lograran estabilizar el Imperio. Juan Bosch en su texto “Tres conferencias sobre el feudalismo” hizo una fina síntesis del libro de Franz Georg Maier Las transformaciones del mundo mediterráneo (México: Siglo XXI, 8ª ed, 1972, pp. 30 sigs.) donde explica la crisis del modo de producción esclavista romano: «…con sus interminables guerras de conquista los romanos fueron destruyendo las fuentes de su poder, que descansaba en el trabajo de los esclavos y en las riquezas robadas por las legiones romanas y por sus jefes en los países que conquistaban, pero llegó un momento en que ya no fue posible conquistar más tierras, y por tanto no fue posible saquear más riquezas o esclavizar más gente.» Y debido a esto colapsó el Imperio Romano. Bosch. Obras completas, t. XVI, p. 165. (Coord. Guillermo Piña Contreras). Santo Domingo: Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2009.
Se trata de Crispo, tenido con su primera esposa Minervina, quien fue asesinado por orden de su padre Constantino en el año 325 en momentos en que celebraba en Roma sus veinte años en el poder. Igual muerte atroz sufrió la esposa del emperador, Fausta, hija del derrotado Maximiano, al igual que su hijo el usurpador Mejencio en la batalla del puente Milvio. Del asesinato de Crispo, Fausto y Licinio el Joven, hijo del derrotado Licinio, por Constantino, escribiré un artículo luego de finalizada esta serie.
(Reseña del libro de Fernando Conde Torrens)
11. Con la derrota de Licinio, el Augusto de Oriente, a quien Galerio había designado como sucesor en caso de muerte, Constantino selló la unidad del Imperio Romano y gobernó solo, aunque designó gobernadores de las distintas prefecturas a sus hermanastros, hijos de su padre Constancio con Teodora, se reservó la de Oriente y estableció su capital en Nicomedia, no en Milán (Mediolanum) donde Diocleciano (1) la había fijado.
El emperador Constantino el Grande.
Constantino le declaró la guerra a su cuñado Licinio, casado con Constancia, su hermana de padre, no al revés, porque este se negó a implantar en su prefectura la naciente religión que el Augusto había adoptado una vez eliminados sus adversarios, como forma de evitar la disolución del Imperio y restablecer su unidad, precariamente lograda, a través de la religión de un Dios único, aunque Constantino nunca se convirtió al cristianismo, pues las clases gobernantes de Roma mantenían la creencia en sus dioses del Panteón, ya que las religiones que se basaban en milagros y supercherías eran consideradas las adecuadas para el pueblo inculto que no conocía de filósofos ni de los grandes escritores, poetas e historiadores romanos griegos y romanos(2). Como Emperador, Constantin o era quien encarnaba la unidad política y religiosa del Imperio, su poder era divino y podía, por lo tanto, imponer una religión al pueblo.
Esa religión llamada cristianismo por Lactancio fue la que Constantino adoptó para el pueblo romano amenazado de disolución. Ya sin enemigos que se le opusieran, formó el equipo de redactores de la nueva religión en su capital de Nicomedia.
12. Lactancio redactó los Evangelios de Lucas y Mateo y Eusebio de Cesárea, los de Marcos y Juan, pero como historiador él sabía que esa nueva religión era una fabricación y se propuso dejar la marca para que tal falsificación se conociera únicamente a través de los especialistas o maestros del conocimiento (Logos) que sabían con cuál estructura se redactaban los libros en la Antigüedad y cómo los autores dejaban estampadas en forma de acróstico el nombre del autor de un libro. Las estructuras con que los maestros griegos y romanos del conocimiento escribieron sus obras constaban de un complejo y riguroso cálculo aritmético (una casilla para el número de líneas, otro para el número de palabras con que se iniciaba un texto, otro para el texto mismo y su cantidad de líneas, la suma de palabras contenidas en cada línea y la forma de la estructura y en las líneas finales del texto se diseminaba el nombre del autor de la obra o el acróstico que este había elegido para comunicarse con el lector a quien está dirigida la obra, copia pagada por dicho lector), (Año 303, p. 845).
Esa estructura, cuidosamente observada, era el código que garantizaba entre emisor y receptor que el texto enviado era original del autor. Dice Conde Torrens que este procedimiento, creado en la Antigüedad, sobrevivió incluso luego de la invención de la imprenta por Gutenberg, época a partir de la cual se imprimía en portada el nombre del autor. Jerónimo, traductor al latín de los textos de la nueva religión propuso al obispo Dámaso que la única forma de borrar las estructuras de los libros del llamado Nuevo Testamento era traducirlos al latín, pero este intento logró en parte su cometido. En el siglo XVIII la Iglesia logró borrar la puntuación de los textos en griego y latín, eliminó las estructuras e impuso como canónicos y únicos los autorizados por ella. Incluso informa Conde Torrens que esta práctica de la estructura sobrevivió hasta algunas obras de Víctor Hugo. Ferdinand de Saussure estuvo a punto de descubrir este secreto cuando se dispuso a estudiar los anagramas en los autores de la Antigüedad.
13. Cuando los primeros cuatro Evangelios estuvieron redactados, llegó el momento de la acción. Lactancio propuso a Constantino el nombramiento de inspectores en cada una de las ciudades importantes de las prefecturas del Imperio. Estos inspectores, llamados en griego epískopos (obispos) fueron seleccionados entre las personas más prestantes, acomodadas y cultas de dichas ciudades, pues debían saber griego, el idioma en que Lactancio escribió los dos Evangelios de Lucas y Mateo y las Cartas de Pedro, Pablo y los Hechos de los Apóstoles y Eusebio los de Marcos y Juan y los demás libros que apoyarían la veracidad de la nueva religión basada en Cristo, hijo del Dios único, incluido el ya clásico titulado Historia eclesiástica., cuya finalidad fue fingir que autores apócrifos que vivieron 50, 100 y 200 años antes del 303 se refirieron en sus obras a Jesús y el cristianismo. Los epískopos eran funcionarios nombrados directamente por el Emperador Constantino y a él obedecían y hubo un brazo derecho llamado Osio, luego nombrado también obispo de Alejandría, quien se encargó de escoger a los inspectores en cada ciudad importante del Imperio. Y cuando se trabajo estuvo realizado, se llevó a cabo el primer Sínodo, llamado de Arles (Arelate) donde unos 64 obispos fueron instruidos para dar a conocer no solamente la buena nueva a toda la gente de su ciudad, sino para reclutar los fieles de la nueva religión que por mandato de Constantino ha reemplazado a la vieja basada en los dioses del Panteón, en Isis o en Mitra, pues en el Imperio cohabitan con Júpiter y demás dioses, todas las religiones de los pueblos conquistados militarmente por Roma.
En el seno del grupo que redactó los textos sagrados de la nueva religión, surgió el problema del financiamiento de tantos epíkopos nombrados en las ciudades más importantes del Imperio y Osio le sugirió al Emperador que, como ese era un gasto demasiado grande para las finanzas públicas o las privadas del Emperador, se dictara una ley en virtud de la cual las personas más ricas de las ciudades pudieran, a la hora de su muerte, testar sus bienes a favor de los epískopos a cambio de la salvación eterna de su alma al redimir sus pecados con semejante donación.
14. Esta ley, una vez que los epískopos crearon iglesias o asambleas donde los nuevos fieles se reunían y se les predicaban los Evangelios, permitió el enriquecimiento enorme de los obispados y esto garantizó el financiamiento y autonomía de los episcopados que ya para el primer concilio ecuménico Concilio de Nicea en el año 325, donde asistieron 318 obispos, eran lo suficientemente fuertes para decretar que la nueva religión era la única verdadera y que la interpretación de Arrio, uno de los obispos disidentes alimentados por Eusebio, era una herejía al plantear que Cristo, el Salvador, era no solo un profeta sino un maestro del conocimiento al igual que los pensadores y filósofos griegos depositarios del Logos. Y Arrio se basaba en la interpolación que Eusebio había hecho a los Evangelios de Lucas y Mateo, redactados por Lactancio, pero manipulados por Eusebio una vez muerto Lantancio en el año 317. Al igual que fueron manipulados los demás textos y los personajes apócrifos con quienes Lactancio mantuvo una supuesta correspondencia. Eusebio no solo manipuló los textos de Lucas y Mateo, interpolándole el Sermón de la Montaña, sino que dejó su seudónimo de Simón en todos los textos suyos y los de Lactancio, manipulados e interpolados por él.
Lactancio (240-317)
15. Esta es la nueva religión que dominará el tambaleante Imperio Romano durante y después de Constantino, quien, como ya se dijo, no se convirtió al cristianismo ni se bautizó como dicen casi todas sus biografías, pues cómo iba a bautizarse si él era el inventor de esa nueva religión. ¿Iba a bautizarse con Lactancio o Eusebio, sus dos empleados? Eso es absurdo en un emperador que inventa una religión como forma ideológica de mantener la unidad política y religiosa del Imperio que se venía abajo y que luego de su muerte, sus sucesores no fueron capaces de mantener, pues la razón de la crisis del imperio era cuestión del agotamiento del modo de producción esclavista. Fue Teodosio el Grande quien finalmente oficializó la religión cristiana adoptada por Constantino como la del Imperio, pero a partir del año 395 con la muerte de Teodosio el Imperio se dividió en dos: su hijo Honorio gobernó el Imperio Romano de Occidente y Arcadio el Romano de Oriente, pero por poco tiempo, pues en año 476 el de Occidente sucumbiría definitivamente cuando Odoacro, el jefe de los germanos, expulsó a Rómulo Augústulo, último emperador romano de Occidente. El de Oriente corrió mejor suerte, pues sobrevivió hasta el año 1453 cuando cayó en mano de los turcos musulmanes de Mohamed II. ¿Puede decirse que el islam es una religión directamente derivada del Viejo Testamento y no del cristianismo del Nuevo Testamento escrito en griego por Lactancio y Eusebio, ya que la religión de Mahoma no reconoce, al igual que el judaísmo, a Jesucristo como un dios, sino como un profeta más, es decir, un maestro de conocimiento (Logos) como lo concibió Eusebio? Y a propósito del griego, ¿por qué unos rústicos pescadores que solo sabían tejer redes no escribieron los Evangelios en el idioma hebreo o el arameo y prefirieron el idioma griego, que no conocían? Porque fueron personajes inventados por dos grandes intelectuales que escribían en griego: Lactancio y Eusebio, autor el primero de una obra fundadora Instituciones divinas; y el segundo, de la Historia eclesiástica.
Lactancio fue un fanático que creyó con toda su fe en el mito que inventó y vendió a Constantino, quien necesitaba una religión popular para reemplazar la que ya no funcionaba. Y le salió bien el invento a él y Lantancio, pues ha durado 1.700 años, y el cristianismo dogmático venció el cisma de Arrio en el Concilio de Nicea del año 325, cisma alentado por Eusebio, a fin de que prevaleciera la nueva religión, pero sin que excluyera la figura de Jesús como un maestro de conocimiento al estilo de la filosofía griega. Los 318 obispos presentes en Nicea derrotaron el cisma de Arrio, y aunque Constantino, quien presidía el concilio, le perdonó su herejía, poco después murió envenado. A partir del asesinato de Arrio hasta hoy, la Iglesia católica se inventó el mito de que fue perseguida, pero en realidad fue ella la que se convirtió hasta el día de hoy en perseguidora de todas las disidencias religiosas que les han sido contrarias y llegó incluso a crear en 1480 el tribunal de la Inquisición para condenar a la hoguera a los llamados herejes.
Eusebio de CesaÌrea (263-339)
En cambio, Eusebio de Cesárea fue más inteligente y plural en sus convicciones. Fue un pícaro que supo que esa nueva religión era una falsificación y como oportunista al fin se lucró y vivió bien a costa del nuevo credo en su calidad de obispo de la Palestina nombrado por Constantino.
16. Pero la religión inventada en el la oficina de la biblioteca impedrial de Nicomedia por Lactancio y Eusebio por órdenes de Constantino sobrevivió a todos ellos gracias a la creación de los epískopos y sus iglesias en todas las ciudades del Imperio y gracias a la ley del Emperador que les permitió recibir grandes donaciones en tierras y otros bienes de parte de las personas acaudaladas que cambiaron sus riquezas por la salvación de su alma, lo cual permitió a la Iglesia, durante el período que se conocería como Edad Media, amasar enormes riquezas materiales, artísticas, bibliográficas, arquitectónicas y ser económicamente independiente del poder de los señores feudales y logró subordinarles al poder temporal de los dominios vaticanos desde cuya basílica en Roma con los papas a la cabeza gobernó el mundo europeo occidental y a América después del Descubrimiento. Ese enorme poder y riquezas temporales han podido sobrevivir hasta el día de hoy al nacimiento y expansión del islam desde 622, a la reforma de Lutero y Calvino y a la creación de la Iglesia anglicana de Enrique VIII y a las múltiples denominaciones cristianas que se han desprendido de ella a escala planetaria. Y si la Iglesia católica, la luterana y la anglicana han sobrevivido a las grandes revoluciones políticas, se ha debido a que ellas son la instancia ideológica que acompaña al mantenimiento del poder de los Estados seculares en Occidente. Y a las demás grandes y antiguas religiones desprendidas del judaísmo (cristianismo, islam, ortodoxa de Oriente, luterana y anglicana) les conviene la supervivencia de cada una de ellas, porque son garantía de la unidad política del sistema de producción capitalista que impera a escala planetaria.
Pero, ¿sobrevivirán estas religiones una vez que colapse ese modo de producción capitalista tal como colapsó el modo de producción esclavista que acompañó con su politeísmo al Imperio Romano? El modo de producción que sustituirá al capitalismo todavía no tiene nombre, porque la ley del cambio perpetuo de Heráclito no garantiza que el modo de producción capitalista será eterno.
Notas:
Cayo Valerio Aureliano Diocleciano gobernó el imperio en crisis en desde el año 284 y se retiró en el año 305. Él y sus sucesores lograron detener momentáneamente la caída del imperio hasta que Constantino tomó el mando y unificó por un tiempo el poder político y religioso, pero a su muerte en el 337, el imperio volvió a dividirse en el de Oriente y el de Occidente cuando Teodosio el Grande murió en el año 395 y dejó la herencia en manos de sus dos hijos Honorio y Arcadio. Diocleciano era “hijo de un liberto ilirio” (Bosch, op. cit., p. 164). Para gobernar tan dilatados territorios, Diocleciano dividió el Imperio en cuatro prefecturas y él nombró directamente a los Césares o Augustos que gobernaron esas prefecturas. Eran especies de virreyes. La primera prefectura fue de las Galias, que comprendía a “Francia, España e Inglaterra»; la segunda prefectura fue Italia, «que dirigía los de África y los Balcanes noroccidentales”; la tercera fue Iliria, a la que «correspondían los Balcanes y la región del Danubio; y la cuarta prefectura fue «toda la parte oriental del Imperio, el llamado Imperio de Oriente.» (Bosch, op. cit., p. 234).
Precisamente, a los libros de esos historiadores romanos y judíos, después de oficializado el cristianismo como religión del Imperio por Teodosio el Grande, les realizaron los monjes interpolaciones para que el nombre de Jesús y del cristianismo aparecieran desde los tiempos de Tiberio hasta antes de Constantino y el libro de Eusebio titulado Historia eclesiástica también realiza esta proeza. Estas falsificaciones han funcionado como garantía de que Jesús existió como hombre y dios. Pero la primera superchería consistió en que los textos del Nuevo Testamento fueron escritos en griego por Lactancio y Eusebio de Cesárea, y no en hebreo, o arameo, que era esta última la lengua que hablaban estos pescadores analfabetos convertidos en evangelistas por la imaginación de estos dos grandes amanuenses helenizados.