Familia (Miriam)

Familia


Pulsó el botón y el CD de Cerbero salió de la disquetera del equipo de música. El lobo de tres cabezas le devolvió la mirada, desafiante. Mientras ponía su propio disco, June lo dejó caer al suelo y lo aplastó con la suela de la bota. Los fragmentos del plástico quedaron allí en el suelo, hecho añicos, como una suerte de maleficio roto. Pronto, los acordes de una vieja canción inundaron aquella habitación de paredes blancas y posters de la bestia tripartita. La joven alzó la mirada hacia la enorme espiral que se extendía por el techo de su propia casa, y durante un instante le pareció que comenzaba a girar lentamente.


Aquella era su canción favorita, la solía transportar lejos cuando los problemas intentaban arrastrarla… pero en los últimos tiempos, la letra se le hacía tan real que era doloroso.


«…Of our elaborate plans, the end; of everything that stands, the end…»


Había perdido el control de su vida. Meses planeando un asesinato contra la primera víctima de una lista interminable, y en un solo fin de semana había descubierto más de lo que habría soñado, había hallado un nuevo enemigo y todo lo que había de Tejedora en ella, esa araña que era la propia June, tejiendo pacientemente día tras día, se desmoronó bajo un torrente de rabia contenida, brotando de su pecho como la sangre emanaba del cuerpo maltrecho de un simple mecánico.


«…So limitless and free, desperately in need of some stranger's hand…»


Tenía aún la cara de ese tipejo, Julio, en mente mientras le propinaba una patada a la puerta, pero no era él en quien pensaba. Los nudillos, aún magullados, le dolían al hacer su trabajo, de vuelta a la ciudad, de regreso a la absoluta invisibilidad y los químicos que borran cualquier rastro. En cierto modo, la asepsia era una de las características de June. Trabajos limpios, concienzudos, perfectos. En la carrera, en el ámbito laboral, en la Cacería Salvaje, en…


Se había fallado a sí misma en todo. Canción de Hijo de Selene le había echado un cable en la carrera, Orfa había aceptado un marrón por ella, Garra Oscura… June se dejó caer contra una de las dos camas idénticas del dormitorio y se llevó las manos al rostro con desesperación. Sentada en la oscuridad, las nubes tapaban la luna y solo el alumbrado exterior arrojaba algo de luz. Su fallo con Garra Oscura no tenía perdón ni solución. Pero era mejor así. Era mejor renunciar a él también. Así llevaba funcionando toda la vida y así debía seguir, renunciando a cada una de sus ilusiones para no romperse por dentro. Juan Carlos la había invitado a no ser tan dura consigo misma, y su respuesta había sido que solo si no se acostumbraba, si renunciaba a todas sus comodidades, era capaz de mantener la atención focalizada en sus objetivos. Siempre había soñado con consumar sus venganzas, pero ahora que había tenido una primera dosis se sabía adicta. Se le agitó la respiración al recordar los labios de Sköll sobre los suyos. Si no le hubiese detenido, ella habría roto su promesa para con Pol.


«…Ride the snake, he's old and his skin is cold… Get here and we'll do the rest…»


No se quitaba al Morador del Cristal de la cabeza. Su muerte le hacía sentir terriblemente culpable, porque había desnudado una parte de su compleja verdad con él. Y el Galliard la había aceptado a pesar de todo. Había prometido que no mataría, y por un instante sonrió amargamente al recordar cómo Élathan le había dicho que hay gente que se marea o tiembla al coger su primer arma mientras el Señor de la Sombra le enseñaba a disparar, porque lejos de temblarle el pulso, casi había acertado a la primera contra su objetivo. Y esa insensibilidad la había llevado a tratar de matar una persona a pesar de que había prometido lo contrario. Solo la intervención externa la había detenido, porque el puto Ragabash Fenris no dejaba de interponerse en todo. El cuerpo se le tensó, y sintió nuevas ganas de arremeter contra algo. Nunca había tenido tanta furia dentro, nunca la había manifestado de forma tan explosiva. Generalmente, su odio era como el veneno: gota a gota.


En el salón, la puerta exterior se abrió. Poco después, dos jóvenes de unos dieciséis años, idénticos entre sí y con los mismos ojos verdes de su hermana entraron en el dormitorio. «Hola, June» dijeron al unísono. Hacían eso constantemente desde que vieron por primera vez El Resplandor. Ambos iban vestidos de negro con estética industrial: botas militares, pantalones con cadenas, sudaderas de Cerbero. Ella alzó la mirada en la oscuridad y sus ojos se cruzaron, mientras se ponía apresuradamente en pie. De fondo, la voz de Jim Morrison todavía inundaba el lugar.


Los jóvenes se acercaron a su hermana mayor y la abrazaron. Ella se fundió en un cálido abrazo con sus dos mocosos favoritos. «Te hemos echado de menos» repitieron al unísono. June los estrechó más fuerte y al alzar la mirada se vio reflejada en el espejo.


«…The killer awoke before dawn, he put his boots on…»


Decidió que iba a convertir la vida de aquel mecánico en un infierno, en una pieza de su dominó personal. Decidió que uno tras otro los haría caer en bloque a todos los que les habían arrebatado su hogar, a su padre y a su madre, a los que la habían convertido en madre a ella, robándole su tiempo vital, sus ilusiones y aspiraciones. Porque June, tan rodeada de gente como estaba, se vio en la distorsión del espejo más sola de lo que nunca había estado. Aunque al menos tenía a su familia.