El sabor del Wyrm (Anónimo)

El sabor del Wyrm


Las luces que debían ser fogonazos de verde primavera, solo eran brillantes por el color, pero no por la estación.

En la oscuridad giraban como un tiovivo mientras un cuerpo se elevaba flotando como un ahogado flota abotargado en el agua. No, no había vida allí. Ni primavera, ni nada que se le asemejara. Solo ese humo carbonizado que se elevaba y las fosforescencias cada vez más tenues. El olor podría haber sido el de cualquier retrete de bar una noche de sábado, nauseabundo, podrido. Tan infecto que se podía sentir el sabor de la arcada viniendo a la boca solamente estando cerca. Y es que conforme más se acercaba y lo miraba quedaba revelado que era un desfile de gusanos moviéndose como si una mente colmena se hubiese apoderado de ellos. Insectos luminiscentes que giraban, giraban y giraban sobre sí mismos, en un laberinto infinito. Y era hipnótico. E incluso hermoso. Aunque no tanto cuando se observaba el suelo sobre el que danzaban tan inmundas criaturas, suelo que no era suelo, carne que no era carne, espíritu que no era espíritu… las carcasas vacías de muchos garou que habían muerto sin gloria y sin alma… Junto a los gusanos había algo más.

Atravesando el humo. Horadando el putrefacto silencio. Un golpe. Dos. Tres.

Un ritmo. Una danza. Pasos que golpeaban el suelo de mutilados al ritmo de tambores infernales. El sonido del vidrio que encarcelaba el alcohol rompiéndose, la risa de las hienas. Saliva de lenguas llenas de ampollas y cabellos arrancados entre los dedos de quien tortura, anudados hasta formar una cuerda con la que sostener la inexistente dignidad que algunos aún creían poseer… Sudor que caía. Sangre que beber. El semen del muerto impregnaba la ultrajada piel de las hijas lunares colándose por todos sus orificios, poseyéndolas como una sierpe que trepa por el cuerpo e inmoviliza hasta la asfixia. Sus mentes habían naufragado hacía ya mucho tiempo en un lugar donde creyeron que todavía brillaba el sol. El vómito de los espíritus presentes hedía ulcerando lo que rozaba. Y el gemido de desesperación de un, aún, no nato gritaba desgarrando la mente y la cordura a todo aquel que le escuchaba. Y los gusanos seguían y seguían girando… Y los espasmos de un pecho subiendo y bajando acompañaba a la risa de una felicidad desquiciada y demencial (¿hay inocencia en la locura?) que se transformó en estertores cuando la hoja atravesó su estómago bañando el suelo de aún más fluidos. Al caer reveló su rostro. Reveló su identidad. Pero la vigilia no había sido suficientemente intensa como para verlo. Y al abrir los ojos de aquella pesadilla y ver que alrededor todo estaba en calma y reinaba el silencio del manto nocturno… como quien se desinfla de golpe, solo pudo derramar lágrimas amargas por el aciago destino que vislumbraba…