Soy yo, Élathan (Juanca)

La tierra había dejado de crujir. La batalla al fin había pasado, como una tormenta de rabia que deja heridas y pérdidas; dolorosas e incurables cicatrices de guerra.

Ya no caían gotas de agua sobre su cara, arrastrando el dolor de sus huesos.

Ya no caía sangre sobre su cuerpo, arrastrando la rabia de su cuerpo.

Ya no caían amigos sobre su pecho, arrastrando a la muerte de sus ojos.

Desde lo más alto oteaba el territorio mientras el Sol teñía de morado el cielo de la tarde.

Levantó su mirada buscando consuelo o una bocanada de aire. Buscando calmar la asfixia que le propiciaba la plata que rodeaba su cuello.

Un recuerdo cruzó su cabeza.

—Prometo que el día más soleado, cuando el abrasador Sol luzca con su mayor esplendor… Invocaré la mayor tormenta que hayas podido ver… Y llenaré con un enorme arco de colores el cielo, como tú has llenado de color a toda la gente. Iris… Por qué ahora.

Un viento africano arrolló aquel sueño que se dibujaba en lo más profundo.

—Otra vez tú… ¿Por qué? —Reparó el garou.

—He de recordarte todo lo que has hecho.

—Hoy no. No voy a escucharte.

—Y por eso estás así, tampoco me escuchaste en Sudán, ni en El Congo, ni en Siria, ni en Libia...

—Por mucho que lo intentes. ¡Tu voz no existe!

—¿Y a ella...? —Su eterno compañero estocó aquella pregunta transformando su voz en la de Iris, atravesando su corazón—. Profanador es nuestro punto débil, Élathan, debemos evitar que nos ataquen desde dentro...

Era su voz, era ella, pero se negaba a responder.

—Te han atacado más adentro de lo que te gustaría ¿eh, Portador de la Tormenta?

—¡MIRAME! ¡COBARDE! No sé por qué permites que te cacen sieeeempre así...

Dirigió su mirada a la luna, que comenzaba a lucir triste en aquel purpúreo cielo.

—Sí, Awen también está de acuerdo. Los has llevado a la muerte y tú sigues aquí, sin remordimientos. Lo único que te queda soy yo. Sé lo que piensas, aunque no lo digas... No, yo no veo a Noa aquí dándote consuelo. Solo yo. Tu único amigo. ¿Quién aguantará tu rabia ahora? ¿Quién te aguantará Portador de la Tormenta? ¿Quién? ¿Eres? Acepta quién eres y me iré para siempre...

Se levantó rápidamente y dirigió sus pasos hacia el castillo. Unas enormes pisadas seguían de cerca al ahroun mientras trataba de despejar su mente, alejando las voces incansables.

¡¿Hasta cuándo?! ¿Cuánto tardaría el Wyrm en llevarse el peso de tanta muerte sobre sus hombros? Sus ojos se inyectaban de rabia.

Un alarido atronador recorrió la colina, haciendo temblar a los árboles de terror. Pero el cruel rumor seguía tras de él, incansable perforación, como un tambor de guerra africano.

—Pareces una gacela corriendo. Y pensar que dices ser el lobo más fuerte de este clan tan frágil... je... -La voz ronca repetía una y otra vez lo mismo.

Entró al castillo buscando silenciar aquellas voces. Y vio que todo volvía a repetirse. Gente apenada, corazones rotos, almas llorando. La cruel estela de toda batalla…

¡Apartad!

Sus gruñidos crearon un camino de pavor a su alrededor y las plumas de su chaqueta se mecían con el cruel graznido de su rabia.

Un viento gélido recorrió su espina dorsal, erizando su piel. Encontró a Iris delante de él, acercándose. Un espectro... -insinuó- No, Adren. Senda Oscura de Luna.

Sus ojos se abrieron de par en par y su boca comenzó a salivar, esperando que su encuentro no se convirtiese en una tortura mayor que la del… Oh. Las voces se habían marchado al fin. Sus ojos se abrieron más aún.

—Soy yo, Élathan —Aquella inconfundible voz... aquella cálida sonrisa.

Sonrió de vuelta. Un abrazo los fundió, como hermanos… Impregnando aquel pelo rojo con lamentos. Nunca se imaginó abrazándola de aquella manera. Se había convertido en algo más que un ancestro. Se había convertido en una amiga: el tesoro más valioso en aquel mundo de sombras y tinieblas.