Bajo la luna Philodox (Héctor)

Todo ritual tiene su chiminaje. Y allí arriba, bajo la la luna de su padre, bajo su luna, el último Fianna que recordaba los viejos ritos y viejas tradiciones, escuchó al espíritu con sus presentes. Tal como le enseñaron. Tal como todo hijo de Ciervo sabe que hay que hacer.


Todo ser, garou o no, debe saber entender los espíritus y cómo tratar con ellos, qué portar entre sus manos al convocarlos y qué no llevar.


Indiferentemente de si había más o menos rabia entre medias, todos necesitan algo, espíritus o no. Algo tan complicado como un presente ornanentado y purificadi, o algo tan simple como un refrigerio y unos oídos atentos, algo tan sencillo como una palabra amable o un hombro en el que ocultar el rostro para esconderlo momentáneamente de la realidad.


Sin embargo, aquella noche, contempló más que la necesidad de un espíritu hecho carne, más que un nacido de la Madre creadora de todo.


Contempló lágrimas y preguntas que él mismo se había hecho hacía ya una vida.


Y descubrió frente a sí mismo algo en lo que, quizá, nunca había reparado a pesar de haberlo sabido desde niño: Ellos también son humanos. Ellos también sufren temor y tristeza... Eso no quisiste que llegara a entenderlo aquella vez, eh, ¿viejo?


Tras esa máscara de armas y asesinos, se esconden corazones dolidos y sembrados de pena. Pena que él conocía tan bien como ellos. Una máscara tras la que la Parentela, debía saber atisbar, antes de que fuera demasiado tarde como para que los espíritus se fueran al descanso final, sin saber que no estarían solos.


Se sentó fatigado en el asiento de su todoterreno y trató de recobrar el aliento mientras le pedía a su corazón que acompasara su latido por un poco más.


Sigues con vida. Y eso es bueno.


Recordó. Sonrió por un segundo y contempló desde el retrovisor el lugar donde había estado.


- Sigues con vida. Y eso es bueno - susurró antes de arrancar, esperando que su voz llegara al espíritu-. Recuérdalo.