Cuando la araña atrapó al mar

(Cynthia)

Llevaba poco tiempo allí.

Su mente revoloteaba más allá de su cuerpo, como si fueran dos entes separados. De hecho, en ocasiones se sorprendía al bajar la vista y observar sus manos, su torso, sus piernas…

Una mueca, entre la absoluta Nada apática y la atenuada felicidad curvaba sus labios. Era lo más parecido a una auténtica sonrisa en años y, aun así, era tan falsa como las de los oscuros días en el piso de Sants.

Por un instante, su mente imaginó una vaga figura en las eternas nubes por las que vagaba.

Sus largas y delgadas patas caminaban siguiendo un compás exacto. Sus miles de ojos, enormes, brillantes, perlados, apenas podían diferenciarse de su blanquecino cuerpo.

La Araña observó a Sendero de Agua, sólo que en ese momento no se llamaba de ese modo. O, tal vez, no lo recordaba. O no lo sabía aún.

Rodeó a la muchacha, estudiándola. Ésta ni se inmutó.

En algún momento, la chica creyó oír algo. No parpadeó, no se movió, no habló, mas prestó atención a lo que la Araña decía… no, cantaba.

Qué curioso, una araña cantando. ¿Sólo la Araña? No… había alguien más. Sus lejanas voces se entremezclaban desesperadamente, tratando de aferrarse a la mente de la muchacha mientras la Araña seguía caminando tranquilamente a su alrededor.

Qué extraña fantasía había formulado en sus pensamientos. La medicación, sin duda, estaba haciéndole algo -¿de dónde, sino, iba a salir aquella absurda escena?

En algún momento, la voz de la Araña fue la única que pudo escuchar. ¿a dónde habían ido las otras? Por un instante, sintió curiosidad, añoranza, miedo… Por un instante, un millar de sensaciones trataron una vez más de apoderarse de ella. Mas la voz de la Araña, fuerte y clara, se antepuso y las alejó rápidamente.


Noa abrió los ojos y observó con lentitud la habitación blanca. Inconscientemente, sus ojos trataron de bajar hasta sus brazos, buscando las cicatrices que las mangas blancas de su pijama ocultaban amablemente, sin embargo se quedó a medio camino y volvió a alzar la vista, en dirección a la venta.

De algún modo, fue consciente de en qué dirección se encontraba el Mediterráneo. Se sorprendió mirando fijamente entre los edificios, imaginando sus aguas, los secretos que ocultaba su oleaje.

Parpadeó y su vista se alejó del exterior, clavándose en algún punto indeterminado de la pálida pared que tenía enfrente.

Sus labios se entreabrieron y, si alguien se hubiera molestado en prestar la suficiente atención, habría escuchado a la paciente de la habitación 27 canturrear una extraña canción.


Y báñate en mis ojos, que se joda el Mar

que quiera mecerte a su antojo

Si no somos Nadie, a nadie va a encontrar…


Y si a las heridas quiere echarle sal,

sólo va a encontrarse cerrojos

Y las cicatrices de la soledad...