Cuentos bajo la luna llena (Manu y Ramón)

Eran ya casi las diez de la noche y Elena estaba preparada delante de su PC. Hacía semanas que no iba a la radio pero, por suerte, en su casa podía seguir preparando el programa aún con la pandemia desplegada por el país.

Esa noche, además, era especial. Hacía unos cuantos días había llegado hasta ella un libro con varios cuentos infantiles titulado “Cuentos bajo la Luna Llena”. Y había que admitir que eran bastante interesantes. Lobos, coyotes, espíritus… todo un mundo de fantasía que se mezclaba con enseñanzas y lecciones de vida enfocadas a los niños.

Precisamente por eso creía que, como parte de la programación para los más pequeños de la casa, era buena idea leer en directo uno de ellos y hacer publicidad de él. Así, cuando el programa se emitiese a la siguiente mañana, los niños podrían escucharlo… y aprender.

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Luis llevaba una semana llegando a casa de madrugada. Tras turnos de 12 horas interminables, entraba por la puerta cansado, derrotado física y moralmente, y temiendo por la salud de los suyos más que por la suya propia.

Esa noche había sido la primera que tenía libre en mucho tiempo y quería pasarla junto a sus dos hijos. Era curioso porque justo hacía unos días, en la radio, había escuchado un cuento que hablaba precisamente de dos hermanos gemelos. Le había costado encontrarlo por internet, pero finalmente había dado con el libro que lo incluía. Se llamaba “Cuentos bajo la Luna Llena”.

Y esa noche, y todas las que estuviese en casa, les iba a leer uno a aquellos que le daban la fuerza para levantarse cada día.

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Juan no tenía delante al jefe de estudios del colegio directamente. Solo lo tenía a través de una pantalla de ordenador mirando ese informe que le había pasado, pero aun así estaba muy nervioso. Era la primera vez que se atrevía a plantear algo didáctico para los niños de preescolar. Al fin y al cabo, acababa de terminar las prácticas y de salir de la carrera.

Sin embargo, nunca antes se había sentido con tantas ganas de enseñarle algo a los niños. Y quería luchar por ello. Solo le hicieron falta un par de minutos escuchando a sus sobrinos hablar de los cuentos que le leía su padre por las noches. Uno llamado “Cuentos bajo la Luna Llena”. Los pequeños le explicaban las aventuras y, sobre todo, sin que se diesen cuenta, lo que aprendían de esas historias: amor, respeto, fuerza de voluntad... Era casi mágico. Y era algo que quería usar con sus alumnos desde ya.

Miró de nuevo al jefe de estudios, que seguía leyendo impasible. ¿Le daría el visto bueno? Sabía que no era fácil incluir algo así en su situación, pero… estaba seguro de que lo iba a conseguir.

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-Buenos días – dijo Esther por enésima vez aquella mañana al teléfono -. Sí, es la Librería Gaia, dígame… Sí… no, no. Se llama “Cuentos bajo la Luna Llena” y por desgracia en estos momentos nos hemos quedado sin existencias. Estamos esperando una remesa pero ya sabe, con el coronavirus las cosas están bastante paradas y…

La mujer se tuvo que detener y suspirar lejos del auricular para que no le escuchasen. De verdad que le encantaba que la gente pidiese libros, incluso ahora, pero cuando se ponían de malas formas eran insufribles.

- Lo entiendo, lo entiendo –continuó con su infinita paciencia-. Pero piense que no es culpa nuestra. Lo que sí puedo ofrecerle es el libro digital. Lo tenemos en la web y podría leerlo desde allí. Además, viene con un descuento para el libro físico, cuando llegue… ¿Sí? Bien, le tomo los datos…

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El hombre del parche y el sombrero estaba sentado al lado de una chimenea, hay algo en el fuego que atrae a las historias. Los humanos siempre se han contado sus vivencias acurrucados los unos con los otros, protegiéndose con cuentos del frio y la oscuridad de la noche. Sintiéndose pero sin ser visto coyote observa, cerca del fuego hay niños, uno de los chavales, el más mayor, lleva una cámara en la mano. Tiene 10 años y maneja esos trastos mejor de lo que él nunca lo haría, piensa cuentacuentos sonriendo.

El chaval ha entendido a la primera lo que quiere de él: no filmar al cuentacuentos. Filmar las caras de los otros niños que escuchan. O filmar al fuego cuando suelta chispas.

El hombre coge el bastón, y como es su costumbre golpea dos veces el suelo alzando el puño en alto. Las bromas se apagan, los niños se callan, observan extasiados con lo que ya es un ritual, sus rostros iluminados por las llamas.

- ¿Sabíais que dentro de las lavadoras hay un monstruo que devora calcetines y por eso se pierden? – el hombre hizo una pausa y gesticuló con su único ojo visible esperando la reacción de los niños -. Esta noche os voy a contar la historia de un pequeño lobo que perdió sus calcetines preferidos y fue a las entrañas de la enorme máquina de lavar para rescatarlos...