Los dos gemelos (Manu)

Érase una vez que se era, en un reino muy muy lejano, un rey que tuvo dos hijos a la vez. Los dos crecieron igual de fuertes e igual de grandes, sin embargo, por desgracia, sólo uno podría llegar a ser rey.

Preocupado por ello, el monarca buscó una posible solución mientras los niños crecían, pero no encontraba ninguna. Cuando ya se había dado por vencido, uno de sus consejeros le habló de una vieja bruja que vivía en el bosque y que, según decían, era muy sabia.

Sin nada que perder, el rey decidió ir a buscarla y le planteó la situación. La bruja, cuando terminó de escuchar su relato, le dió al hombre dos colgantes y le dijo:


- Estos colgantes reflejan el alma de su portador. Si el que lo lleva es realmente un héroe digno de él, brillará. Si no, permanecerá oscuro.

- Pero ¿de qué me servirá esto a mi? - dijo el rey incrédulo aún

- Hazles a tus hijos una prueba y el que merezca ser tu sucesor aparecerá ante ti - continuó la bruja -. Pero nada en esta vida es gratis, y como pago quiero al hijo que no sea digno de heredar tu reino.

- ¿Y si ninguno de los dos lo consigue?

- Si antes de que cumplan 18 años ninguno de los dos lo ha conseguido me quedaré con los dos.


El rey quedó sorprendido por aquella petición. Sin embargo, dado que la otra solución que se le planteaba era una guerra que dividiría a su país en dos, decidió aceptar.


Cuando llegó a su reino, le dio a cada uno de los hijos un colgante y les explicó su funcionamiento, pero no les dijo nada acerca del pago que tendrían que hacer llegado el momento.


- Hijos míos - dijo el monarca -. A partir de ahora vuestro destino lo decidirá este colgante. Aquel que demuestre su valía y haga que se ilumine como el sol, será mi sucesor.


Tras estas palabras, los príncipes empezaron a competir entre ellos por conseguir más logros. Lucharon contra monstruos, ayudaron a los habitantes de su país y aprendieron mil y una formas de derrotar a sus enemigos. Sin embargo, ninguno de ellos consiguió hacer que su colgante brillase… y el tiempo pasaba.


Se acercaba la fecha de su mayoría de edad y el rey se ponía cada vez más nervioso. Tanto, que la disputa entre hermanos comenzó a tornarse cada vez más y más intensa. Primero fueron bromas. Luego fueron insultos. Por último, llegaron a cruzar sus espadas.

Lo que antes había sido amor fraternal ahora era una lucha por conseguir el reconocimiento de un padre que tenía que elegir entre uno de los dos y, por cobardía, lo había delegado todo a un mero objeto mágico.


Pero la rueda se había puesto en marcha y ya no se podía parar. El trato estaba hecho y el pago cada vez más cerca, así que el rey, decidió contarles a sus hijos lo que había hecho.


Fue el día anterior a su cumpleaños cuando se lo dijo y los dos hermanos quedaron completamente consternados. Si no hacían algo en menos de un día, los dos serían entregados a la bruja para saber qué fin.

El rey, sin embargo, consumido por las dudas y al borde de la locura, tuvo una horrible idea: hacer que sus hijos se enfrentasen a muerte. Si eso no demostraba su valía y el vencedor no hacía funcionar el amuleto, ya nada podría hacerlo.


Los dos príncipes escucharon la propuesta de su padre con tristeza. Se prepararon para el duelo y se enfundaron en las armaduras. Cogieron sus armas favoritas y se dispusieron a enfrentarse a un duelo a muerte entre los dos. Fue entonces cuando el odio que creció entre los dos desapareció con una mirada, y los dos hermanos se reconocieron como iguales, y no como enemigos.

Los gemelos lanzaron sus armas a la vez y se fundieron en un abrazo ante la atónita mirada de su padre. No iban a aceptar ser reyes si el pago era perder su otra mitad.


- ¿Qué hacéis, insensatos? La bruja llegará y pedirá su pago y nos quedaremos sin herederos


Pero en ese momento, la bruja apareció de la nada y se interpuso entre el rey y los príncipes.


- Eso ya no hará falta, rey insensato. Has demostrado que no quieres a tus hijos y que ellos, aún por encima de tu egoísmo, han descubierto que el heroísmo no está en derrotar a tus enemigos, sino en proteger a los que más quieres. Los colgantes nunca fueron mágicos y nunca llegarían a brillar, por mucho que lo intentases. Pero sí que ha demostrado que es tu alma la que está negra y sin salvación. Por eso, tus hijos se quedarán en el reino, pero tú serás el que venga a mi guarida conmigo como pago.


El rey entró en pánico en ese momento y, viendo lo que había hecho, suplicó por su vida a la bruja. Pero ella, no le escuchó. Sin embargo, cuando estaba apunto de irse con el monarca, los dos príncipes le pidieron clemencia por él.


- Por favor, señora. No castigue a nuestro padre por querer lo mejor para el reino. Prometemos que arreglaremos el problema y que le daremos otra oportunidad para demostrar lo que nos quiere de verdad.


La bruja les miró. Primero muy seria, pero luego riendo.


- Realmente habéis aprendido la lección, mis pequeños príncipes. Vuestro padre aquí se queda. Pero recordad, mis pequeños, os estaré vigilando. Demostradle al mundo por mi qué es lo que nos une y quiénes somos de verdad. Demostradle al mundo que no hay nadie por encima ni por debajo. Demostradle que todos somos una gran familia y que nos ayudaremos los unos a los otros. Demostradles que de nada sirve dividir, pues todos somos uno.